Vida Amor Muerte 2018

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Pรกginas del Saavedra

Vida, amor y muerte

Llegรณ con tres heridas:

17-18

la del amor,

Viaje por la literatura

Curso

la de la muerte, la de la vida.

4ยบA


Vida, amor y muerte


Vida, amor y muerte

LA VIDA, EL AMOR, LA MUERTE. Estas tres heridas de las que hablara Miguel HernĂĄndez se han

clavado en el

corazĂłn de todos los hombres, de ahĂ­ que su presencia

sea

constante

en

nuestra

literatura. A lo largo de este curso, vamos a rastrear las huellas que estas tres realidades han

ido

escritores

dejando de

en

nuestra

tierra.

Palpitaremos

autores

murcianos que vivieran

durante

el

siglo

con XVIII,

durante el XIX, durante el XX, durante el XXI.

Emprendamos ya este hermoso viaje por nuestra literatura.


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El

Neoclasicismo, desarrollado durante el siglo XVIII, tiene

un marcado carácter didáctico. Con Cadalso y sus Cartas

marruecas se inicia una tendencia a la literatura epistolar que sirve para mostrarnos lo que ojos “inocentes”, desconocedores de nuestras costumbres, ven. Querido Oliver: Hace apenas un mes que me he instalado en esta bonita e histórica ciudad situada en el norte de España. El motivo por el que vine aquí fue conocer una nueva cultura, gastronomía, visitar la naturaleza y para pasarlo bien. ¡Pues he encontrado justo lo que andaba buscando! Pamplona tiene como habitantes a una gente realmente amistosa y agradable. He visitado una especie de plaza situada al pie de un castillo, donde los pamploneses celebran numerosas fiestas populares. Una de estas fiestas consiste en la liberación de varios toros por las calles de la ciudad, haciendo un recorrido en el que unas valientes personas, con un pañuelo rojo y vestimentas blancas, corren delante de ellos hasta llegar a la plaza de toros. Tuve la suerte de poder ver esta fiesta que dura siete días y que recibe el nombre de sanfermines, aunque no participara dentro del recorrido del encierro. Durante aquellos días de celebración, fui con un nuevo amigo, al que conocí en el encierro, a un restaurante frecuentado por él. Allí me aconsejó probar un asado con rabo de toro, el cual tenía mucho más sabor que la ternera. También me dio a probar unos exquisitos pimientos rellenos con una especie de masa de carne y especias que estaban deliciosos y, por último, me llevó a conocer las bellísimas zonas naturales situadas en los alrededores de la capital. En definitiva, ha sido una excelente idea visitar este lugar. Espero que algún día puedas acompañarme. Un abrazo Rubén Rubén Cuenca Martínez


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5 de febrero de 1760 Querida Marta: Acabo de llegar a un país exótico para mis ojos, llamado España, más concretamente, a la Región de Murcia. La temperatura no para de subir, aunque sea verano en este lugar hace un calor sofocante en comparación con las glaciares tierras de Noruega. Supongo que enfermaré por la gran diferencia térmica, pero he venido a disfrutar del viaje ya que es la primera vez que he salido de mis tierras vikingas. Siento una sensación extraña en mi cuerpo, no vivida antes por mi persona, es una ansiedad que comienza en la cabeza, va bajando por la parte izquierda de mi cuerpo hasta que acaba en mis pies; pero, ¿cómo es posible?, son las diez de la noche y la gente no está refugiada en sus casas, está trabajando al aire libre en la huerta. Todo simula una fantasía tan real como la vida misma, todo es de un verde fulgurante, lleno de vida y de esperanza. Comparado con los paisajes grises y tenues que suelo vislumbrar no tiene ningún parangón. La gente arando los campos, recogiendo el trigo, plantando los limoneros ... Los huertanos son gente que viven en el campo para aprovechar el buen clima de la zona, en barracas que son viviendas hechas de barro, cañas y juncos para desaguar los abundantes torrentes de la zona geográfica. Como he comentado antes en esta carta, tienen una vida tranquila y sosegada, se dedican a la desbordante agricultura y poseen en una cantidad ínfimamente menor mulas, bueyes, ovejas segureñas, gallinas, conejos, etc. Gastronomía es una palabra que despierta sensaciones y te puede revelar las características de un lugar. La gastronomía de Murcia es mediterránea y aparte de ser sabrosa y variada, es asombrosamente saludable, mas no me agrada que le añadan limón a todos los alimentos. Uno de los platos más característicos es el zarangollo, un revuelto de huevos y calabacín con cebolla tierna de un valor incalculable, pero, sin duda, mi favorito es el paparajote, se realiza rebozando una hoja de limonero y


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después de freírla, se adereza con canela y azúcar, ¡pero antes de comerla debes quitar la hoja de limonero! Lo que más me llama la atención es su extraña vestimenta; los hombres portaban en la cabeza una montera, en el cuello un pañuelo, en el torso, una camisa y un chaleco llegando hasta la faja de la cintura, en las piernas llevan medias y unos calzones anchos peculiares llamados zaragüelles y en los pies, unos zapatos de esparto llamados, como su nombre indica, esparteñas. La huertana lleva un adorno floral en la cabeza (la mayoría son unos simbólicos claveles rojos y blancos, haciendo el clavel honor a España), algunas portan mantillas negras o blancas, incluso pueden llevar un velo; en el cuello llevan una peculiar gargantilla de terciopelo; en el torso, una blusa delicada y un mantón; en la cintura se portan unos cucos (especie de pantalones interiores); encima, una falda interior o enagua, la falda o refajo y por última un delantal. Las mujeres huertanas también incluyen en su compleja vestimenta medias y esparteñas. Las mujeres peinan un moño común, pero en algunos casos se pude ver alterado con moños trenzados o al estilo fallera, siempre adornado con un lazo del color del refajo. Las personas de estos lares son de lo más extrovertidas y habladoras, son muy simpáticas y te guían si lo necesitas, haciéndote parecer un nativo del buen trato que ofrecen. Este país es encantador, es una gran maravilla; la gastronomía es deliciosa, el ambiente ideal, aunque, muy a mi pesar, en mi preferencia se encuentra el frío ante el calor, pero por lo genérico e importante me gusta bastante más este país aún desconocido para mí. La excepción son los Fiordos noruegos, esos valles que tienen un encanto sublime y delicado. Cómo echo de menos salir de mi humilde morada y ver ese horizonte creado por Odín. Tristemente, mi saber solo alcanza a esta diminuta porción de tierra de España. Seguiré descubriendo la cultura de este país. Recuerdos y saludos, Marta. Sergio Sergio Ramírez Hernández


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Querida Lidia: Cada provincia de España, por más que veo y que descubro sus encantos, me parece más extraña y curiosa. Esta vez me he adentrado en las maravillosas tierras del norte y he visitado el País Vasco. Hoy se celebra el día de Santa Águeda y ha sido muy interesante. Consiste en grupos de jóvenes que van cantando por la calle para recaudar algún beneficio. Los vascos llevan unas varas y bastones que, coordinadamente, hacen que choquen contra el suelo mientras recitan las coplas. Estas hacen honor a la santa, y caminan largos trayectos a la espera de recaudar. He visitado varios barrios y cada uno tiene su propia letra e incluso se acompañan con distintos instrumentos. En contraste con su carácter frío y serio, su vestimenta es pintoresca y muy variada. Para las mujeres se suele llevar un traje llamado baserritarra. Este conjunto consiste en unas alpargatas de calzado, las enaguas y la falda roja superponiéndose sobre otra tela negra confeccionada en algodón y encima, un delantal negro. En la parte superior, se lleva un paño blanco además de un manto y, para finalizar, un sombrero. En los hombres no he notado gran contraste con las vestimentas de otras provincias. El único complemento a destacar es el blusón con un estampado de cuadros. En su gastronomía, han creado un novedoso plato llamado pintxos. Hay una gran variedad de ellos y cada uno tiene un sabor diferente. Es algo llamativo y exquisito. Te seguiré informando sobre mi travesía. Mi próximo punto será Asturias. Un beso,Inés Inés Pérez Velasco Pontevedra,Sabucedo

Martes 5 de julio de 1789

Mi querido Marcos: Tal y como te dije en nuestras cartas anteriores, no te hablaría de Galicia hasta que hubiera conocido mejor sus tierras, su gente y sus


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costumbres. Llevo ya diez meses y creo que entiendo lo suficiente de Galicia como para hablar de ella. Lo que más me llama la atención de este lugar es cómo habla su gente, su acento es muy diferente al nuestro y tienen hasta una propia lengua de la cual no sé hablar mucho, pero al menos sé expresarme con dificultad. El clima también es diferente al de Murcia, aquí en Galicia llueve mucho más que en Murcia y hace más frío; hace tres meses fui a la playa de Galicia (más específicamente a la Playa de Menduiñas, aquí en Pontevedra), y pude observar que las aguas de las playas de aquí son más frías y menos salada que las aguas de La Manga. Otra que cosa que me gustaría destacar es la gastronomía de Galicia; compuesta por platos únicos como la empanada gallega (con relleno de carne o pescado), o el caldo gallego, que es una sopa con patatas y grelos (una verdura consumida por aquí); otro plato popular por aquí es el pulpo a la gallega, cocido y servido en un plato de madera, cortado en trozos pequeños y acompañado de aceite de oliva, sal marina y pimentón. En Galicia hay bastantes variedades de queso y su vino es exquisito, las uvas utilizadas para hacer el vino son locales. Por último, una tradición que toma lugar aquí y que me fascina es “la Rapa das Bestas de Sabucedo", la cual tengo entendido que solo ocurre el primer viernes, sábado, domingo y lunes de julio; la tradición consiste en recoger los caballos del monte (a las hembras se les denomina "bestas" y a los machos "garañones”), meterlos en el curro, el recinto donde se recoge a los caballos, y raparlos. Lo especial en esta tradición es que solo se utiliza la destreza y cuerpo de los aloitadores (las personas que se encargan de reducir al caballo). También se reza una oración el sábado por la mañana a San Lorenzo para que no ocurran desgracias durante la festividad. Espero que gracias a esta carta aprendas un poco de Galicia. Cuídate. José María. José María Lorca Lorente


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El

Romanticismo

dejó profunda huella en Murcia. Por ello,

podemos leer hermosas historias, apasionadas escenas teatrales o sentidos poemas, en los que percibiremos ese malestar que crea en los románticos la necesidad de evadirse, al menos con sus palabras, a otras épocas, a otros espacios, al interior de sí mismos, o de buscar esa otra evasión definitiva que es la muerte. El otoño o el invierno serán las estaciones en las que tengan lugar estas historias. La noche envolverá a los personajes con esa luna omnipresente y esa naturaleza que grita en rayos y truenos. Lo sobrenatural, los fantasmas, el sueño vendrán a mezclarse con la realidad. Los sentimientos triunfarán sobre la razón; las pasiones, el dolor, LA VIDA, EL AMOR, LA MUERTE… llenarán estas páginas.

Dieciséis de enero de 1793. Esa, esa noche, noche de luna llena, alta en el cielo, y de viento feroz, don Lorenzo y doña Laura se juraron amor eterno en la alcoba de esta última. Escucharon las campanas de la iglesia y unos cantos eclesiásticos que empezaron a sonar en la calle, cantos tristes y llenos de dolor. Al asomarse por la ventana escucharon un murmullo de gente acarreando dos tumbas; sí, dos tumbas, lo que quería decir que el entierro pasaba por allí. Se miraron de manera indiferente y volvieron a entrar en la alcoba. Pasada la media noche, don Lorenzo se despidió de doña Laura y salió a la calle. Había niebla, mucha niebla, más de la que se podía imaginar. El asfalto de la calle parecía una visión, las luces de la casa parecían destellos en la lejanía, los aullidos de los lobos eran aterradores y parecía que estaban en la misma calle cuando, en verdad, estaban en el bosque, a unos kilómetros de allí. Don Lorenzo avistó una figura, una figura encorvada, que parecía de un hombre mayor. Este iba encapuchado y se apoyaba sobre un bastón de madera. Sus manos arrugadas lo sujetaban para no perder el equilibrio. Don Lorenzo se dispuso a saludar a aquel señor educadamente como le habían enseñado: _ Buenas noches y que Dios le bendi… No pudo terminar aquella frase ya que aquel extraño hombre le interrumpió gritando y señalándole con el dedo índice de su mano morada y agrietada: _ ¡Esta noche!


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“Esta noche”, don Lorenzo no podía quitarse esas dos palabras de la cabeza, “esta noche”, ¿qué querían decir? Decidió no darle más vueltas e irse a su casa. Una vez allí, se dispuso a dormir cuando un cuervo de plumas negras y ojos rojos como la sangre se depositó en el marco de la ventana. Los sonidos de aquella bestia infernal eran insoportables, así que don Lorenzo se levantó, se acercó a la ventana y lo echó de allí. Cuando se disponía a volver a cerrar la ventana notó algo extraño fuera, un cementerio. “¿Qué hace un cementerio enfrente de mi casa? Nunca lo había visto” pensó. Y sin pararse a meditar se embozó en una gran capa negra y bajó hasta aquel tenebroso lugar. Una vez allí, se sorprendió, ya que para ser un cementerio solo había dos lápidas en el centro de aquel extenso terreno. En una ponía “Doña Laura de la Iglesia, 17 de enero de 1793” y en la otra, “Don Lorenzo de Ullales, 17 de enero de 1793”. Al ver aquello, Lorenzo no pudo creerlo, ¿cómo iba él a estar muerto?, nadie lo había matado, y doña Laura, ¿qué pasaba con ella? Lorenzo se dispuso a volver a su casa cuando una tremenda tormenta estalló. Al girarse, avistó a aquel extraño con el cual se había cruzado anteriormente en aquella tenebrosa calle, rodeado de ánimas y esqueletos. Las ánimas sonreían de manera diabólica y sus ojos estaban inyectados en sangre, mientras que los esqueletos se reían y bailaban alrededor de aquel hombre, el cual volvía a señalarle. Lorenzo salió despavorido de aquel lugar fantasmal, pero cuando llegó a la puerta de su casa se desvaneció y cayó muerto, muerto de horror. Aquel mismo día, cuando doña Laura se disponía a ir a visitar a su amado, su nodriza subió a darle la mala noticia de que a don Lorenzo se lo habían encontrado sin vida en la puerta de su casa, con arañazos y heridas en sus piernas y brazos, y que parecía que huía de algo. Doña Laura, al enterarse de aquella trágica noticia, pidió que la dejaran sola. Cogió un objeto que había en la mesa y una daga, apretó tan fuerte como pudo aquel objeto y pensó “Voy contigo”, mientras que aquella se incrustaba en su corazón arrebatándole la vida. La nodriza se asustó al oír un golpe proveniente de la habitación de doña Laura. Subió corriendo, abrió la puerta y cuando la vio muerta se quedó sin palabras, ¿cómo era posible?


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En ese momento, avistó aquel objeto en la mano izquierda de su señora, era el anillo, el anillo con el que se habían jurado amor eterno don Lorenzo y doña Laura la trágica noche del 16 de enero de 1793 Carla Carrasco Pujol EL FUTURO En algún lugar de España, hace ya demasiados años como para acordarse, había un hombre que acababa de llegar de América y, además, era rico. Vivía él solo, no tenía esposa ni descendencia. A este hombre le gustaba disfrutar de la soledad de que disponía. Era feliz estando solo y sin ningún tipo de compañía. Le gustaba escribir relatos cortos, poesía y dar grandes paseos por el bosque. Cabe decir que la casa donde habitaba estaba en medio de un bosque. Este hombre (a partir de ahora lo llamaremos don Fernando) había hecho fortuna en América al iniciar la explotación de unas minas de oro y plata. Regresó a España como un millonario. Decidió comprarse una casa alejada de la civilización, en alguna tierra virgen. Cuando fue a comprar la casa y los terrenos adyacentes al anterior propietario, este le advirtió de que un mal rondaba esos parajes. A don Fernando esto no le importó debido a que no creía en cosas que no veía. Una vez instalado en la casa todo le pareció normal, todo lo normal que podía ser una antigua cabaña entera de madera en mitad del bosque. La cabaña consistía en dos habitaciones, una cocina, un baño y un estudio. Don Fernando pasaba gran parte del día en el estudio escribiendo. Cuando no se encontraba en el estudio estaba en el bosque paseando y pensando en nuevas cosas que escribir. Don Fernando se alojó en la habitación más grande de las dos, por lo que la otra habitación permaneció siempre cerrada. Al cabo de un tiempo, don Fernando empezó a percibir como si alguien más viviera ahí. A veces escuchaba a alguien respirar, también escuchaba pasos e incluso una vez escuchó nítidamente a una voz decir “no te preocupes, pronto te recuperarás”. Desde ese momento se empezó a obsesionar con la idea de que alguien más vivía con él. Cada vez pasaba más tiempo fuera de casa con tal de no recordar esos momentos. Pensó en mudarse de casa, pero había una razón oculta por la que debía seguir viviendo en esa casa. Cada vez los incidentes paranormales se iban sucediendo con más frecuencia y don Fernando cada vez pasaba más tiempo fuera de casa. Llegó un punto en el que nada más que iba a casa para comer y dormir. A pesar de que intentaba escapar de la casa había algo que se lo impedía.


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Un día llegó a casa, fue directamente a su habitación, concretamente a la cama y lo que se encontró lo dejó sin palabras. Era él de joven, estaba tumbado en la cama con un paño caliente en la cabeza y con aspecto de estar muy enfermo. Inmediatamente después de presenciar la escena salió de la casa y se fue corriendo al bosque. Esa noche empezó a llover y a tronar intensamente, don Fernando llegó a un punto en el bosque al que no había llegado antes. Sin saber cómo regresar a casa decidió dormir en el bosque a pesar de la lluvia. No sobrevivió. Esa noche murió congelado. Al morir, lo último que sintió fue en su cuerpo una gran fuerza y mucho calor, lo que le obligó a abrir los ojos. Se encontraba en la cabaña rodeado por su madre, su padre y sus dos hermanas. Todos empezaron a dar gritos de alegría al verlo despertar. Fernando en ese momento estaba confuso ya que la voz que había escuchado era la de su madre. Al mirarse en un espejo vio que era él de joven. Entonces se dio cuenta, todo lo que había escrito era todo lo que había hecho, es decir, lo que él iba a hacer en el futuro. Eso significaba que, desgraciadamente, sabía cómo iba a morir, solo y por el frío en medio de una noche tormentosa. Los sonidos que había escuchado en la casa eran de su familia. Decidió suicidarse ya que no tenía sentido vivir sabiendo todo lo que te iba a deparar el futuro. Al suicidarse, su familia no pudo seguir viviendo en esa casa ya que les evocaba a Fernando, el hijo, que se había pasado más de cinco años en coma debido a una infección en la garganta y que inmediatamente después de salir de ese estado de trance se había suicidado. La familia decidió mudarse a la ciudad. La casa quedó totalmente abandonada y el cuerpo de Fernando fue enterrado en el bosque. Cuenta la leyenda que todo el que se acerca por esos lares ve a un hombre adulto vestido con muy buena ropa o a un muchacho de no más de veinte años con las muñecas sangrando (Los dos están esqueléticos y pálidos). Ambos, cuando los ves, se te acercan y te dicen al oído “lo bonito de la vida es vivirla sin saber qué te deparará el mañana” y continúan su camino hacia la nada. Álbar Fernández Pastor LA LEYENDA DEL POETA QUE QUISO SER FELIZ Asensio era un poeta de mediana edad y de buena posición que escribía sin cesar los versos que le salían del corazón; a veces triste, a veces enamorado, a veces


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desesperado. Estaba casado desde bien jovencito con una mujer de su estatus social, escogida por sus padres para celebrar una boda acordada. Asensio se había acostumbrado a la compañía de la mujer... pero no estaba enamorado; no con ese amor irracional que lleva al hombre a perder la moral y a no poder vivir sin el ser amado; ese amor que llena de placer la vida del hombre, sin que exista nadie más; ese amor por el que se lucha cada día como el tesoro más valioso del mundo. Había viajado mucho para huir de la incomprensión de la sociedad en que vivía; había estado con presos, con prostitutas y con mendigos; y cada vez que hablaba con ellos sentía esa ardiente furia que llenaba su interior y que no podía gritar porque no le quedaba voz. Asensio era un ser desgraciado porque la sociedad le impedía realizar sus deseos personales y seguir el impulso de su corazón. El impulso de su corazón.... Asensio salía todos los días a pasear, a ver las calles con sus comercios, sus mendigos y los niños correteando; y a verla ella, la joven más bella que jamás había conocido. Una mujer que le hacía sentir hervir el pecho y encoger el cerebro porque no le quedaban palabras para describirla. El poeta le dedicaba los versos más desgarradores que jamás había escrito; se moría de amor por ella. Estaba cansado de luchar contra sí mismo para seguir las normas sociales; estaba harto de ocultar sus sentimientos; no podía soportar por más tiempo tanta presión en su alma. Sentía que todo lo que le rodeaba era una enorme selva por la que no se podía caminar; un mar encolerizado que no le llevaba a ninguna parte; calles por las que no podía caminar porque cada paso se le hacía eterno si no estaba ella. Asensio se moría de amor; no aguantaba más y un día, desafiando todas las normas morales que le habían hecho tragar a base de embudo, habló con la joven, cuyo nombre era Julia. Julia quedó fascinada con la poesía de Asensio, las historias de sus viajes y su visión del mundo. Ella era una pobre muchacha del pueblo, hija de padres campesinos que no disponía absolutamente de ningún bien, excepto su belleza, extraordinaria criatura que volvía loco al poeta. Y continuaron sus encuentros y en cada uno de ellos en la joven seguía aumentando su fascinación por Asensio. Poco importó la diferencia de edad, o que él estuviera casado. La pasión se desató entre ambos y desafiando a toda la moral se fundieron en el mismo lecho llenando de amor todo el vacío que ambos sentían y llenando de libertad sus pulmones para sacar fuerzas y luchar contra todo.


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Y así pasaron los días y la pasión se convirtió en angustia porque ya no se podía ocultar por más tiempo. Los dos decidieron fugarse juntos; coger un barco para alejarse de los convencionalismos y las leyes de los países e incluso de la iglesia. Pero ese día, ese día que Alonso creyó lleno de luz se volvió oscuro y tenebroso. Al llegar a casa, María, su mujer, le esperaba en camisón con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha. La mujer apuntó con el cuchillo a su marido. Alonso no tardó en comprender que loca por los celos había matado a su amor, el amor de su vida, su alimento más preciado. Y salió corriendo a buscar a Julia, pero Julia estaba muerta en mitad de la calle, rodeada de un charco de sangre. Y Asensio gritó, y corrió hasta un abismo desde el que se precipitó al vacío para no seguir experimentando toda su vida el dolor que sentía en ese momento y alcanzar así la felicidad que persiguió toda su existencia. Y en su casa quedaron los versos de amor más bonitos y a la vez más dolorosos que jamás nadie ha sabido escribir. Cuenta la leyenda que mientras caía a la nada más profunda, el alma de Julia rescató la suya de la caída y ambos se fundieron un solo ser que ayuda a todos los amantes a seguir los impulsos de sus corazones sin temor a nada. Y en el pueblo se escuchan sus gritos en esas noches tenebrosas en las que el silencio deja paso a la realidad más cruda, esas noches en las que otros amantes siguen desafiando la ley moral que asfixia al individuo sin dejar vivir libremente sus sentimientos, su sexualidad, su amor. Alejandra Calmache Biedma El 17 de Enero de 1331, una pareja de enamorados, Bernardo e Isabel, celebrando su décimo aniversario, se dispusieron a hacer un viaje por las tierras gallegoportuguesas. Bernardo había nacido en aquel frondoso lugar y se dirigía a casa de sus padres. Era ya media noche, se habían atrasado, pero no imaginaban que nunca llegarían... No se divisaba ningún haz de luz en el camino, únicamente se guiaban por el estrecho sendero arbolado y el suave resplandor que emitía la luna. Los dos caballos no se guiaban con destreza debido a la poca luminiscencia del cielo, tapada por las copas de los árboles. Al instante, empezó a diluviar; nublándose el cielo, y dando indicios de gran tormenta. El caballo, al relampagueo de un rayo, se atemorizó y realizando aspavientos consiguió. tirar a Bernardo y salir galopando. Isabel, muy preocupada, bajó del caballo para asegurarse de que su amado estaba bien, pero el cielo volvió a rugir y en el gran trueno que ferozmente lanzó hizo escapar


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al otro caballo. Isabel se echó a llorar maldiciéndose de tal desmesurada desdicha. _Y ahora, ¿qué podemos hacer? _exclamó Isabel sin esperar respuesta alguna. _Ya sé, podemos ir a una pequeña posada que yo conozco _dijo Bernardo con un toque esperanzado en su voz. Isabel, sorprendida, adquirió una poca fe de donde ya no existía aquella y la pareja cogió rumbo hacia esa posada. El cielo, cada vez más enfadado, se posaba sobre sus cabezas, la lluvia y el viento arreciaron logrando un clima inhóspito para cualquier humano; la temperatura era muy baja y había una lluvia que calaba hasta los huesos. Después de dos eternas e interminables horas andando sin cesar, hambrientos y muertos de miedo y de desesperación en la oscura y fría noche gallega, vislumbraron algo a la distancia gracias a un enorme relámpago cargado de cólera. Ellos se deleitaron con esa pequeña visión a la lejanía. Por fin, consiguieron llegar a una posada, mas no era la que Bernardo pensaba. Esta era muy tétrica y escalofriante, con multitud de telarañas en la entrada y altísimas ventanas ojivales por las que no se veía nada de la otra parte. _¡Posadero, posadero, perdón por esta imperdonable tardía, pero hemos sufrido una dura y larga travesía en busca de alimento y un poco de cobijo para nuestros fatigados cuerpos! _exclamó Isabel con una alegría satisfecha en su tez sonrojada por el frío. _¡Si lo que usted desea es el doble de dinero por sus servicios téngalo, pero por favor, baje y muéstrenos su digna presencia! _dijo Bernardo al cabo de unos minutos con la desesperación en sus palabras. Después de aquellas humildes palabras, tronó el cielo y se cerró la puerta en sus espaldas de una fuerte ráfaga de viento. Acto seguido se escuchó retumbar por toda la estancia una risa maquiavélica y diabólica que les impactó, acelerando así el pulso cardíaco de sus corazones. En un impulso, Bernardo, presa del pánico, se giró a abrir la puerta pero no pudo, le fue imposible; estaba sellada como una caja fuerte. Isabel decidió buscar al posadero por todo el lugar mientras Bernardo rompió con su puño de acero la ventana y salió huyendo por ella en busca de auxilio, debido al siniestro malestar al que había estado sometido minutos atrás. Isabel, mientras buscaba en la posada, oyó unos pasos que bajaban delicadamente escaleras abajo. _¿Quién osa acercarse? _gritó desconsolada. En un pestañeo de su precioso y delicado párpado vio una mujer (si así se podía denominar) con ropajes rasgados por una fiera, el pelo alborotado y extremadamente delgada. En el momento en


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que pisó el último escalón, la mujer misteriosa dio un agudo alarido que rompió las ventanas a la misma vez que el alma de Isabel al observar sus ojos nevados y su boca desprendiendo un líquido negro que apestaba a cadáver. _Tengo mucha hambre, ¿lo sabías?, ¡tengo mucha hambre!, dijo la mujer con un tono sanguinario y tétrico. Isabel salió corriendo por toda la posada debido a que la mujer la perseguía cada vez a más velocidad, a cuatro patas, y con la cabeza orbitando por encima de su columna vertebral totalmente quebrada. Bernardo, a los pocos minutos de este incidente, regresó sin noticias frescas. Al entrar avisó a Isabel de que había vuelto. _¡Isabel, Isabel! _exclamó esperando una fina y dulce respuesta. _¿Isabel, dónde estás? _dijo con muchísima preocupación. Bernardo no escuchaba nada, a excepción de a alguien devorando algo de comida. Subió atemorizado las escaleras, él quería derramar el rocío de sus ojos por la gran preocupación que le invadía el cuerpo. Conforme subía gritaba más angustiado y ansioso el nombre de su amada, mas ella no le respondía. Bernardo llegó, temblando del miedo, a una pequeña sala de estar que olía a carne echada a perder. Nada más entrar Bernardo vio el retrato de una mujer rodeada de telarañas y cuerpos desintegrados masticando los órganos internos de Isabel, desde el corazón hasta los intestinos, dejando un rastro negro en el suelo y en el cuerpo de la fallecida junto a la sangre que ya no le corría por sus venas. _¿Por qué tengo que estar observando, esta macabra y paranormal escena ¿Por qué sigo viviendo ... sin ella? ¿ahora voy a observar qué es la muerte? Bernardo pensaba todo esto en un segundo aprovechando que no se había percatado de su presencia ese ser del mismísimo inframundo. La mujer se dio cuenta de la presencia de otro humano con deliciosa carne que masticar y un apetitoso vino que beber. Se lanzó a por él y lo atravesó con sus putrefactas uñas y con cara satánica. Antes de cerrar los ojos lo último que recordó Bernardo fue la imagen de Isabel y él cogidos de la mano mientras su cuerpo se desangraba a través del gran agujero que tenía en el pecho, al morir de amor. Por eso, en el mes de enero, en Galicia nunca hay que entrar en posadas a ciertas horas de la noche, para respetar esta leyenda y la tradición. (Otras personas ofrecieron para explicar estos hechos una justificación más racional: Bernardo e Isabel habían entrado en la posada que estaba abandonada, debido a que la tormenta ahuyentó a los caballos. Él salió un segundo a ver si había alguien que les ayudase y les proporcionase comida, en ningún momento había ni ruidos ni risas, y cuando


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volvió, vio a Isabel muerta en el suelo del piso superior de un infarto. Él se trastornó y se imaginó a esa mujer para poner explicación a la desdicha que le había sucedido, ya que Isabel estaba muerta. En el suelo vio una daga (las uñas) y se la clavó tumbado al lado de su amada, muriendo de amor.) Sergio Ramírez Hernández (Alfonso le cuenta a Felipe el plan que tiene para escaparse con su amada

mientras que este le intenta convencer de que no es una buena idea. Están hablando al lado de un palacio en el cual se está dando una fiesta y en esta se encuentra la amada de Alfonso. La escena transcurre en España, en 1850.)

Alfonso: Felipe, pienso hacerlo. ¡Nada me detendrá para estar con mi amada! ¡Nada ni nadie! Por mucho que me diga, no haré caso de sus súplicas. Felipe: Alfonso, se lo ruego, escúcheme, no puede provocar un incendio solo por estar con su amada, puede salir mucha gente herida, y

como le pillen se pasará la vida en el calabozo. Alfonso: Don Felipe, ¿pero no ve que es el plan perfecto? Provoco un pequeño incendio que llamará la atención de todo el mundo y ahí aprovecho para escapar con mi amada, y al ser de noche, nadie nos verá. Además, con esta lluvia que cae, el incendio no podrá crecer, nadie resultará herido. Felipe: Pero Alfonso, eso es una locura, además, usted es un simple noble y ella es la hija del rey, ¡le pueden cortar la cabeza! Alfonso: Felipe, por favor, confíe en mí, todo saldrá bien. Y si no, al menos moriré intentando pasar el resto de mis días a su lado. Felipe: Alfonso, ¿cómo va a hacer eso, si el simple hecho de estar aquí, al lado del palacio, aunque esté escondido, pone su vida en peligro, si le están buscando por todas partes por haberse intentado fugar con la hija del rey? Alfonso: Soy consciente de ello, Felipe, pero no puedo pasar ni un segundo más sin estar a su lado. Felipe: ¡Don Alfonso! Vienen los guardias, corra, escóndase bien no vaya a ser que lo vean, y piense bien lo que va a hacer. Alfonso: A más ver.


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(Don Alfonso se va escondiendo entre los árboles, y al cabo de unas horas decide

empezar con el plan. Monta fuego, entra al palacio, coge a su amada y al salir por la ventana uno de los guardias le dispara y este cae al suelo desplomado.)

Leticia: ¡Don Alfonso! ¡No! ¡Qué le han hecho, insensatos! ¡Alfonso, por favor, respira! ¡No te vayas! ¡Sin ti mi vida será amargura! (Sumergida en un profundo llanto) Alfonso: Leticia, siempre te querré (En ese momento, Alfonso muere)

De repente, un destello de luz sale del cuerpo de don Alfonso y asciende hasta perderse en la oscuridad de la noche.

Alba Garcerán Torres

Mi alma está de tu desprecio cansada. Mi mente está de pensar alborotada. Lo que yo necesito es descanso infinito. Mi hora pronto llegará, y a ti poco te ha de importar. Como un ángel pensaba cuidarte, pero más bien un demonio resultaste. El día, como tu corazón, pronto desapareció. La noche ha llegado y los sentimientos con ella has borrado. ¿Por qué tanto tiempo gastado en alguien tan violento? A pesar de la lluvia corriente, esperándote sigo paciente. Mas creo que huir debería de esta relación tan sombría. No necesito nada más que nadar en una isla lejana y cariñosa en la que sin ti poder estar. Beatriz Castiñeyra Córcoles


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El siglo XIX avanza y nos encontramos en la segunda mitad. El

Realismo,

que triunfa en España, llega a Murcia. La realidad será ahora la fuente de inspiración, las minuciosas descripciones llenarán las páginas de los mejores novelistas; el diálogo y el monólogo interior nos permitirán acercarnos a los personajes, cuyas palabras se adecuarán a sus circunstancias sociales y culturales. La vida será ahora literatura. A finales del año 1892, con tan solo diez años, Álvaro, un niño de pequeños ojos marrones que reflejaban una inmensa tristeza, de rostro paliducho y delgado, muy delgado para la edad que tenía, pasaba nueve horas diarias trabajando en el campo de un pequeño pueblo de Murcia. Para él, era lo normal, su rutina diaria, su manera de ganarse el pan día tras día desde que tenía cinco años. Provenía de una familia pobre, su padre había fallecido hacía tan solo dos semanas, su madre cuidaba de sus ocho hermanos, de los cuales, la mitad le acompañaban diariamente en su jornada para poder mantener a la desgraciada familia. Pasaron los años y a uno de los hermanos se lo llevó el hambre. La madre, que sentía gran afecto por este, culpó de todo a Álvaro, por no haber traído a la casa la comida suficiente. Discutían semana tras semana culpándose el uno al otro. La madre cayó enferma y poco tiempo después falleció. Todos los hermanos, excepto Álvaro, decidieron enterrarla en el más bonito campo que encontrasen, llenándolo de flores, las más bonitas que había y que a su madre pudiesen haberle gustado. Tras su muerte, Álvaro sí que se sintió culpable, pues nunca había hecho las paces con su madre y no se había despedido de ella por su gran orgullo. _Ojalá se hubiera dao cuanta, hermano, yo lo he intentao, he traío siempre lo que he podío a esta casa _le decía a su hermano. _Eso hemos hecho tos, además, la mama ya estaba mayor. En parte, Álvaro pensó que su hermano tenía razón, pero, por otra, a partir de ese momento cargaría siempre con ese sentimiento de culpabilidad. “Si todos trabajamos lo que pudimos, ¿por qué mi madre siempre me culpó a mí? ¿Acaso soy al que menos quería?” Ana Marco Caballero Un café Era una tarde de sábado como cualquier otra, el cielo estaba despejado y aunque ya había llegado el frío propio de la estación invernal el sol brillaba con fuerza. Laura y su amiga Sandra iban, como de costumbre, al encuentro del resto de su grupo de amigos.


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Cada sábado el pintoresco grupo formado por cinco amigos, cada cual más diferente del anterior, se reunía en una cafetería situada en un escondido bajo cerca del centro de la ciudad. Esta tradición se remontaba a hacía ya casi dos años, cuando para resguardarse de la lluvia el grupo encontró esa encantadora cafetería. Para Laura, estos encuentros rutinarios con sus amigos, suponían un descanso en su cada vez más estresada vida, a causa de la cada vez más próxima fecha de entrega de su tesis. Entregar la tesis perfecta, supondría conseguir un buen puesto de trabajo. Y esto agobiaba a Laura hasta el punto de no salir de su casa para otra cosa que no fueran las ya programadas citas con sus amigos cada sábado a las cinco. Nunca hablaban sobre esas citas. Simplemente todos sabían que cada sábado a las cinco de la tarde debían estar en esa cafetería, en la mesa junto al ventanal. Nunca ninguno de ellos había faltado, y tampoco tenían planeado hacerlo. Laura y Sandra se situaron frente a la fachada color azul cielo de la cafetería. La cual era un lugar cálido y acogedor no solo por dentro sino también en su exterior. La fachada color azul cielo, con el dibujo de una taza blanca, armonizaba con la puerta y ventanas de madera color blanco por las cuales se podían ver distintas personas riendo y hablando tranquilamente bajo la cálida luz de las lámparas colgantes que había sobre cada mesa. Al abrir la puerta, el olor a café molido y cacao inundó las fosas nasales de ambas amigas. A la entrada de la cafetería, había un gran perchero de madera donde ambas dejaron sus abrigos y bufandas. Saludaron a la dueña, que se encontraba en la barra, colocando una tarta de zanahoria recién preparada en el brillante mostrador, que ya contenía una deliciosa tarta selva negra, la cual era la predilecta de Laura, y otra de merengue. Avanzaron entre las mesas y sillas de madera blanca, que estaban estratégicamente colocadas para permitir el paso de los clientes, y llegaron a la mesa en la cual acostumbraban a sentarse. Dicha mesa era particular, ya que a diferencia del resto de mesas más bien estrechas y rectangulares, esta era redonda y amplia. Estaba dispuesta frente al amplio ventanal que daba a la calle. Y justamente colocada en el espacio creado entre las dos paredes que creaban un rincón íntimo, iluminado cálidamente por la gran lámpara que colgaba sobre la mesa. Entre la mesa y el ventanal había un asiento acolchado, en el cual cómodamente cabían dos personas. Era una especie de banco con un respaldo no muy alto de madera blanca, al igual que el resto del mobiliario, y cuyo acolchado, ya algo desgastado por el paso del tiempo, era de color azul cielo. Frente a este asiento, en el lado opuesto de la mesa, había dos sillas de madera blanca y al lado de estas y justamente delante de la pared, que finalizaba esa íntima esquina, una silla exactamente igual al resto. Laura y Sandra eran las últimas en llegar a la cita, Marcos y Cecilia ocupaban las dos sillas contiguas y charlaban amenamente con Carlos, quien ocupaba el extremo derecho del asiento acolchado. Sandra ocupó la solitaria silla que estaba entre las dos contiguas y el asiento acolchado y Laura ocupó el extremo izquierdo del asiento acolchado, junto a Carlos. Comenzó una charla amena y, como siempre, pidieron cuatro chocolates y un café. Por extraño que pudiera parecer, a ningún integrante del grupo le gustaba el café a excepción de a


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Carlos. Quien estaba prácticamente enamorado de la amarga y espumosa bebida. Mientras todos charlaban y consumían sus respectivas bebidas, Laura miraba de reojo a Carlos. Le fascinaba cómo sus grandes y verdes ojos casi desaparecían y la manera en la que aparecía un hoyuelo en su mejilla derecha, solo en la derecha, cuando sonreía. Le encantaba mirar cómo pasaba sus dedos por su negro y espeso cabello. Carlos y Laura, se conocían desde hacía dos años y medio. Desde entonces habían sido amigos, ambos se tenían confianza. Pero desde hacía un tiempo hacia ahora, algo había cambiado en su relación. Ambos se querían, pero ninguno se atrevía a dar el siguiente paso. Esta indecisión de ambos había sido tema de conversación durante más de una clase de los otros tres amigos, quienes cursaban la misma carrera. Irónicamente todos sabían de los sentimientos que se profesaban el uno al otro menos ellos mismos. "Si supieras ... " pensó Laura mientras volvía a coger su taza de chocolate y le daba un sorbo. Mientras Laura bebía de su taza, Carlos se fijó en cómo su cabello estaba recogido detrás de su oreja y en la perfecta cascada dorada que este creaba al bajar por su hombro. Carlos adoraba cómo Laura sonreía tímidamente ante sus flirteos disfrazados de bromas. "Si tú supieras ... " pensó Carlos mientras sonreía para sí mismo volviendo a su taza de café. La tarde discurrió como otras tantas entre risas y charlas. Los amigos decidieron despedirse tras casi cuatro horas de reunión. A la salida, cada uno recogió su abrigo y bufanda del perchero, pero cuando Laura lo hizo olvidó coger su bufanda. Estaba tan ensimismada en la conversación que estaba teniendo con Cecilia que ni siquiera lo percibió. Carlos fue el último en salir y justo antes de cruzar el umbral de la puerta hacia el frío invernal, vislumbró una bufanda roja que le resultó conocida. Al cogerla del gran perchero de madera la reconoció. Era la de Laura. Con una asombrosa rapidez para algo tan banal como puede ser una bufanda salió a la calle con la esperanza de alcanzar todavía a Laura. Lo que Carlos no tenía claro era si quería devolverle la bufanda o simplemente verla un último instante hasta la próxima vez. Justo en la calle contigua a la cafetería pudo ver la rubia melena de Laura ondear suavemente debido a su acelerado paso. Sus largas piernas, le permitían avanzar muy rápido. Con un grito llamó la atención de Laura y esta se volvió. Un sentimiento de felicidad y conexión embargó a ambos jóvenes cuando, ahora solos, sus miradas volvieron a encontrarse. -Se te ha olvidado la bufanda -dijo Carlos mientras le tendía la tela roja con su mano izquierda. -¡Oh!- fue lo único que Laura consiguió articular. Ambos se quedaron inmóviles, sosteniendo cada uno un extremo de la roja tela. Sus miradas gritaban todo lo que ambos querían decirse. El mismo sentimiento les embargaba a ambos, un sentimiento extraño que ninguno podía describir pero que ambos podían sentir intensamente.


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Tras unos segundos que parecían haber sido horas, Carlos reaccionó y soltó el extremo de la bufanda que hasta ese momento seguía sosteniendo. "Ahora o nunca". Mirando a la joven fijamente a los ojos, tomó aire y tras unos segundos que le sirvieron para prepararse le dijo: - Laura, me gustas más que un café. María Gómiz Guirao Volvía ya a casa Eduardo después de una larga jornada de trabajo, infravalorado su esfuerzo, para obtener a cambio un mísero sueldo con el que mantener a sus dos hijas, Blanca y Andrea. Iba recorriendo las sinuosas, estrechas y oscuras calles que le conducirían a casa, impaciente por ver a sus dos apreciadas hijas. Eduardo era un hombre sencillo, humilde y que como única alegría tenía a sus hijas, a las cuales tomaba como un recuerdo de su ya no presente, esposa. Las quería más que a nada en el mundo, todo lo que trabajaba tenía como único fin mantenerlas y darles una vida digna, hasta tal punto que apenas las podía ver. Era entonces, en la madrugada, después de volver del trabajo, cuando podía expresar sus sentimientos de añoranza dándoles un beso en la mejilla a cada una, en señal de buenas noches. Y aunque supiese él que ellas nunca se enterarían de su gesto, le servía de consuelo e ilusión para continuar con su dura vida. En cambio, sus hijas… Bueno… No eran las mejores después de todo, no tuvieron nunca en cuenta el esfuerzo y dedicación de su padre con ellas, jamás le daban una muestra de cariño, apenas le saludaban ni se despedían de él por las mañanas, le infravaloraban. ¡Menudas hijas! Un día, cuando Eduardo se encontraba en su puesto de trabajo, que consistía única y exclusivamente en encajar una pieza en un zapato (algo que, por cierto, le llevaba casi al extremo de la locura al cabo de varias horas), tropezó con la pata de una insegura estantería, muy pesada, que se precipitó sobre él. Pero tranquilos, para bien o para mal, Eduardo salió solamente herido en un brazo y levemente en un pie. Sin embargo, algo le hizo más daño que eso y es que después de su breve rehabilitación en el hospital, solo recibió una hipócrita bienvenida de Andrea, que ni se preocupó por él realmente. Estos hechos le llevaron a dudar, a Eduardo, sobre el amor de sus hijas, pero ni siquiera pudo mantener en su cabeza esta idea y mantuvo su amor incondicional hacia ellas. Pasaron los años. Eduardo envejeció y Marta y Andrea se hicieron mujeres. Eduardo, debido a su condición, tuvo que dejar de trabajar, resultándoles inútil a sus hijas. Estas, con su “gran corazón” le ingresaron en un asilo baratucho, descuidado en todos los sentidos, con falta de personal y, lo peor de todo, lo dejaron en la soledad absoluta. Allí, los días de Eduardo se basaban en esperar algún mensaje, telegrama o signo de vida de sus queridísimas hijas, aún con su amor incondicional en el alma.


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Después de todo, lo peor era ver cómo se desvanecían sus esperanzas. Las esperanzas de que unas criaturas a las que había estado queriendo incondicionalmente y manteniendo se preocuparan en lo más mínimo por él. ¿Y no era una innovadora herramienta de mejora de calidad de vida aquellos postes de telégrafo? Saber que sus hijas podían pero no querían contactar con él, en fin… Destructivo. No pasó mucho tiempo desde entonces hasta que Eduardo cayó enfermo y murió. Ni una sola visita tuvo, ni nadie agarrándole la mano en su lecho de muerte, ni nadie que le hubiera consolado durante todos esos años… Nada. Irónicamente, sus hijas se dieron cuenta entonces de todo lo que habían hecho mal con él y todo lo que no habían hecho directamente. “¡Qué bien nos trató siempre!” pensaba una. “¡Qué buen hombre era nuestro padre!” pensaba otra. Rubén Cuenca Martínez Hermano Guillermo Martínez, un joven estudiante de universidad, se dirigía esa mañana a la Universidad Libre de Murcia; las calles, llenas de transeúntes, desprendían ese olor que tanto recordaba Guillermo de su infancia, de aquellas tarde cuando solo era un niño y paseaba con su madre, agarrado a su mano y huyendo de los perros por su “feroz aspecto”, como solía recordarle su madre, aun así la anécdota favorita de esta era cuando un día, Guillermo corrió asustado después de que un mendigo árabe le tocara la pierna y le dijera con una voz quebradiza: -¿Joven señior, poder ti dar dinerro? Al recordarlo, en la comisura de la boca de Guillermo siempre aparecía una sonrisa. Durante su trayecto hacia la Universidad pasó por el Teatro Romea, el cual había sido inaugurado cuando solo tenía nueve años y al cual le habían llevado muchas veces a ver obras de teatro. Aunque al principio no le gustaba ir, con el tiempo empezó a desarrollar un gusto por el teatro, especialmente cuando hacía un par de años se había enamorado de una actriz de pelo castaño y ojos verdes llamada Sara. Al pasar por allí pudo verla desayunando acompañada de otro hombre, la saludó a lo lejos. Sara respondió con otro enérgico saludo con la mano y una cálida sonrisa, “Qué guapa está hoy” pensó Guillermo y continuó con su trayecto. Ese día era especial, ya que empezaría su carrera universitaria de Química, campo de la ciencia por el cual profesaba admiración y fascinación innata desde que era pequeño. Cuando llegó a la Universidad pudo ver a su amigo Carlos, el cual le estaba esperando. Carlos era una persona amable y sincera, de aquellas que podían sacarte una sonrisa con muy poco esfuerzo, su único problema era que no sabía mentir ni para salvar la vida. Cuando vio a Carlos venir compuso una sonrisa cálida, la cual hizo a Guillermo sonreír. -Pensaba que no vendrías -dijo Guillermo. -No te vas a librar tan fácilmente de mí -repuso irónicamente Carlos. -¿Al final qué has escogido? -preguntó con curiosidad Guillermo. -Filosofía, ¿y tú, lo mismo de siempre? –dijo Carlos. -Sí, deberías haberte apuntado también a Química -afirmó Guillermo componiendo una sonrisa perezosa.


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-Ya sabes que no tengo tu talento para las ciencias, además, me gusta más Filosofía –se excusó Carlos. -Bueno, si tú lo dices… -repuso Guillermo un poco decepcionado ya que no compartiría clase con su mejor amigo. -Por cierto -dijo Carlos iluminándosele el rostro como si se acordara de algo-¿Qué tal con quien tú sabes? No había secretos entre Guillermo y Carlos, ya que se consideraban el uno al otro un hermano de distinta madre. -Como siempre- dijo Guillermo con un tono despreocupado pero a la misma vez con una mirada severa indicando que no quería hablar de ese tema, o por lo menos en público. Se quedaron un breve instante callados. -Bueno, -retomó la conversación Guillermo- deberíamos entrar ya a clase si no queremos llegar tarde el primer día. -Vale, adiós -se despidió Carlos. Rápidamente Guillermo se dirigió a su aula, y aunque no llegó tarde no pudo ponerse en primera fila como le hubiera gustado. Poco después de entrar Guillermo entró un individuo calvo, bajo y rechoncho que se introdujo como su profesor de Química Avanzada; este hombre, que se llamaba Domingo, era muy pedante y aburrido. Ese día Domingo se propuso “enseñarles” la clasificación de Döbereiner aunque fuera algo que todos supieran. Aun así, nadie se atrevió a decir lo contrario; Guillermo estaba bastante irritado ya que suponía que el profesor pensaba que eran idiotas e ignorantes y en verdad no se equivocaba. Al final de la clase, Guillermo se reunió con Carlos y después de hablar sobre los profesores y las clases se despidieron y cada uno siguió su camino hacia casa. Guillermo iba caminando por la calle cuando de pronto se encontró con Sara, la cual sonreía de oreja a oreja. -¿Qué tal tu primer día de clase? -preguntó Sara. -Es una historia muy larga -dijo Guillermo. -Tengo tiempo -repuso Sara. -Ah….vale -dijo Guillermo después de un suspiro- Deja que te invite a un café, ¿Qué te parece si vamos al Café de la Puerta del Sol? -No, ya me invitaste la última vez, deja que te invite yo esta -pidió Sara. -No, insisto -dijo Guillermo, consciente de que la situación económica de Sara era mejor que la de cualquier campesino gracias a su increíble talento como actriz, pero no lo suficientemente buena como la suya, cuyo padre era un burgués con una riqueza considerable. -Bueno.., si tú lo dices -dijo Sara componiendo una sonrisa pícara. Entonces se dirigieron al Arenal y allí en el café Guillermo le relató toda la clase y la actitud del profesor, Sara resultó ser un público excelente y después del relato se compadeció de Guillermo. -Qué pena -declaró Sara- pero bueno, al menos estás en la Universidad , eso ya es algo; además, eres un genio en la Química, así que no deberías preocuparte. -Muchas gracias -dijo Guillermo, que después miró el reloj y muy a su pesar comentó: -Se está haciendo tarde debería irme ya. -Ah, claro -repuso Sara. -Hasta luego, por cierto dentro de unos meses vamos a estrenar una obra nueva, podrías pasarte si te interesa.


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Media hora más tarde, Guillermo se encontraba caminando por el mercadillo, iba embobado, “Me ha invitado” se repetía como un tonto. A causa de su embelesamiento se chocó con un huertano que tras el golpe exclamó en panocho: - ¡Ese zagal debe de haberse dado una taja en el perol! - ¡Pijo que está ennoviao! -le contestó otro que estaba cerca. Cuando Guillermo llegó a su casa se fue directamente a dormir debido al cansancio que tenía. Pasaron los días y cada vez Guillermo veía menos a Carlos porque ese tiempo se lo dedicaba a Sara, a la cual empezaba creer más cercana a él; por ello, Guillermo tomó la costumbre de hacerle regalos: la mayoría de veces él le regalaba una flor, pero viendo que estas ya no surtían efecto, le regaló un colgante con una pequeña joya incrustada. Pasaban los meses y hubo un momento en el que Guillermo dejó de ver por completo a Carlos; llegó el día en el que harían por primera vez la obra. Guillermo estaba entusiasmado pero durante el trayecto de su casa al teatro se dio cuenta de que una mujer llevaba el mismo collar que él le había regalado a Sara. Le preguntó acerca del collar y ella le contestó que una joven de pelo castaño y ojos verdes se lo había vendido. Aunque lo disimuló bien, Guillermo se quedó un poco desencajado y pensó en pedir explicaciones a Sara una vez que la viera. Llegó al teatro y después de ver la obra, la cual no le pareció mala en absoluto, fue directamente a hablar con Sara pero cuando la vio se quedó petrificado, Sara estaba en los brazos de otro hombre y con otro collar y fue en ese preciso momento en el que comprendió la verdad, Sara nunca podría permitirse todo lo que tenía, y en realidad solo fingía tener interés en los hombres con dinero para sacarles algo, y él había sido engañado como un bobo. Los días venideros fueron horribles, al principio se negaba a hablar con nadie y comer nada, lo único que hacía era ir a la Universidad pero eso no le hacía olvidar y pronto empezó a tener problemas con el alcohol y a emborracharse cada noche. Un día llegó borracho a la Universidad y ese día dejó fluir todo su odio contra el profesor y acabó abandonando la Universidad. Una noche, mientras Guillermo salía de un bar se tropezó y cayó al suelo, intentó levantarse pero no podía debido a su borrachera, mientras estaba en el suelo pudo ver de manera borrosa cómo se le acercaba una silueta. Cuando la silueta estuvo lo suficiente cerca pudo reconocer el rostro de Carlos, podría reconocer ese rostro sin importar su estado. Carlos, con un profundo sentimiento de pena reflejado en su vista y con un tono que mezclaba la compasión y la furia , le dijo a Guillermo: -¿Qué haces tirado en el suelo? Debería darte vergüenza. Guillermo, medio borracho y medio avergonzado, no podía articular ni una palabra. Carlos se agachó y cogió a Guillermo por el brazo y le cargó. Guillermo le miró con confusión pero antes de que pudiera decir algo Carlos le pidió: -Prométeme que no volverás a visitar este tipo de lugares. Guillermo, con el rostro anegado en lágrimas, preguntó con una voz quebrada y débil: -¿Por qué? -Porque somos hermanos de distinta madre -respondió Carlos con una sonrisa. José María Lorca Lorente


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El sacrificio Todo comenzó en una noche fría de invierno, en una casita en Murcia, en la que en la distancia se oían truenos que indicaban la amenaza de una tormenta. Mariana, una chica que había cumplido los dieciséis años, inocente, ajena al mundo malvado que le esperaba, se encontraba hablando con su padre sobre los problemas financieros en los que se encontraban. Su padre, con tono cabizbajo le dijo: -Mariana, nos es imposible seguir manteniéndonos con el dinero actual. Hoy he estado hablando con Juan, el profesor del pueblo, y me ha dicho que en su casa necesitan una criada. No he tenido más remedio que decirle que tú estarías dispuesta. Mañana por la mañana te irás a casa del profesor. Con cada palabra que su padre pronunciaba, Mariana sentía como si le clavaran un puñal. Se sentía traicionada porque su propio padre no le hubiera comentado sus planes y decidiera sin su consentimiento. ”Es inútil rechazar mi destino. Luchar será en vano”. Con estos pensamientos decidió irse a su habitación para recoger las pocas cosas que necesitaba para empezar su nueva vida. A la mañana siguiente, decidió levantarse más temprano que su padre para evitar despedidas y sin pensarlo dos veces, Mariana emprendió su viaje hasta la casa del profesor. Cuando llegó a la puerta, un sentimiento de nerviosismo le invadió pero una voz familiar la sacó de sus pensamientos. Era el profesor: -Buenos días, Mariana, pasa y acomódate. Yo ahora mismo no puedo quedarme porque me voy a la escuela pero mi sobrino Rodrigo está dentro y te dirá dónde puedes dejar tu cosas para empezar a trabajar. Ella, asintió tímidamente y entró a la casa. Era muy humilde pero acogedora, al igual que espaciosa. A la distancia divisó una figura masculina. Supuso que era Rodrigo pero no se atrevía a acercarse. Desde donde se encontraba, pudo darse cuenta que era de su misma edad, de cabello castaño y un poco alborotado. Él noto la presencia de alguien y decidió girarse para ver a la dulce Mariana. Ambas miradas coincidieron y se quedaron mirándose fijamente a los ojos durante unos instantes hasta que Mariana decidió romper ese silencio: -Soy Mariana, la nueva criada. Tu tío me ha dicho que me enseñarías mi estancia y me dirías las tareas a realizar. -Sí, por supuesto, ven por aquí. Ambos en silencio fueron por los largos pasillos de la casa hasta llegar a una diminuta y agradable habitación. Rodrigo le indicó que era su habitación y le dio una serie de recados. Cuando Mariana los terminó decidió irse a su habitación a reposar pero tras unas horas se aburría así que decidió ir a ver a Rodrigo. Bajó las escaleras suavemente hasta encontrase con él sentado en una silla. Mariana decidió empezar la conversación: -Ya he terminado todo los recados y he decidido venir a ver si necesitabas algo. Rodrigo, con una sonrisa de oreja a oreja le dijo: -No necesito nada pero si quieres te puedes sentar. Paso los días solo ya que mi tío se va todos los días a la escuela y me viene bien tener un poco de compañía.


Vida, amor y muerte

Mariana decidió sentarse al lado de Rodrigo y empezaron a hablar. Ambos disfrutaban sus compañías. No iba a costar que se acostumbraran el uno al otro. Un año había pasado desde la llegada de Mariana y la confianza y el amor entre Rodrigo y Mariana era innegable. Se había convertido en una costumbre el hablar en el salón de la casa todas las tardes e incluso pasearse por el pueblo para disfrutar del atardecer juntos. El profesor no había puesto ningún problema a la relación que mantenían. Un día como otro cualquiera, Mariana fue a bajar a mantener esas largas conversaciones, que tanto le gustaban, con Rodrigo. Pero cuando bajó se quedó atónita. Al lado de él había una joven, de larga y negra cabellera y con una notable alegría por estar ahí. Todas las personas reunidas en el salón de la casa que Mariana había sentido como suya se giraron a verla. Antes de que Rodrigo pudiera hablar y explicarle la situación, su tío se adelantó y comentó: -Esta es Sofía, la prometida de don Rodrigo. En unos días se celebrará la boda y espera que la trates como una más de la familia. Ante las intensas miradas de los familiares de ella y la mirada de Rodrigo que expresaba culpabilidad, decidió retirarse a sus aposentos reprimiendo sus lágrimas. Casi corriendo pero sin que nadie sospechara de sus sentimientos hacía el recién nombrado prometido se encerró en su habitación con una tristeza e ira que la llenaban. Tras horas de lloros, decidió salir a dar la cara. Todos estaban festejando los anuncios que se habían dado hacía unas pocas horas por los cuales Mariana estaba tan apenada. Incluso Rodrigo estaba bailando con la que iba a ser su esposa. Ella intentó resistir ese dolor inmenso que sentía al mirarla pero no puedo y tuvo que retirarse. No se preocupó porque sabía que ya nadie se iba a preguntar por su ausencia. Mariana pensó en tantas soluciones, como escaparse con su enamorado, pero ella sabía que él se olvidaría de ella con unas pocas palabras encantadoras de Sofía. Tras mucho meditar decidió que era el momento de ser un poco egoísta y pensar en ella misma en vez de en el bienestar de su padre al que estaba manteniendo con el dinero que ganaba. Esa misma noche iba a escaparse e irse hasta donde sus piernas dieran de sí. Cuando ya estaba fuera de la casa, se giró una última vez para admirar la casa que le había hecho adquirir un sinfín de buenas y malas memorias. “Mi corazón siempre será de Rodrigo mientras que él cuantos más amoríos tenga, más feliz será. Los hombres siempre serán hombres”. Así Mariana emprendió su travesía. Lo que ella no sabía es que Rodrigo pensaba en ella todos los días y se arrepentía por no haber luchado por su amor. Ambos, los trágicos amantes que nunca llegaron a expresar sus sentimientos, pensaban en cómo hubieran sido sus vidas juntos. Inés Pérez Velasco


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Los autores de la

Generación del 98

dejaron una profunda

huella en nuestra ciudad, por ello fueron muy queridos, admirados e imitados. El profundo amor que Antonio Machado sintió por Leonor, su mujer, se respira en cada uno de sus versos, pero la muerte se la llevó demasiado pronto. Algunos amigos de don Antonio quisieron homenajear al poeta continuando el último verso que escribiera: Estos días azules y este sol de la infancia. TÚ Se acelera mi corazón al escuchar tu risa, que es la melodía que hace perderse a mi razón. Con solo tu mirada mi mente se dirige con paso alegre y firme a estos días azules y este sol de la infancia. Y al mirar tus labios solo fantaseo y solo deseo probar tus besos. Con gran resentimiento describían este sentimiento los poetas antiguos. Unos lo llamaban amor, otros lo llamaban dolor. Yo lo llamo tú. María Gómiz Guirao


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A Azorín le duele el paso del tiempo. Sabe que el instante es fugaz, de ahí su deseo de atraparlo, de plasmar con todo detalle las pequeñas realidades antes de que se escapen, de atrapar lo que permanece por debajo de lo que huye. Presentamos las palabras de un escritor murciano que, como Azorín, busca salvar de las garras del tiempo una estampa que no querría olvidar. EL PARQUE Hoy he vuelto a pasar por el parque en el que yo solía jugar de pequeño. No ha cambiado mucho desde hace siete años. Siguen estando los mismos columpios que te hacían sentir como si estuvieras volando con el aire azotando tus mejillas. Realmente los columpios eran mi lugar favorito en el parque porque te daban la sensación de estar volando, todo eso era maravilloso hasta que el siguiente te pedía que se lo dejaras porque él también quería utilizarlo. Ese era el peor momento claramente. Al pasar por el parque oí a una madre que le decía a su hijo que era hora de regresar a casa. El hijo le mendigaba cinco minutos más, igual que yo hacía con mi madre en el pasado. Ciertamente es bonito recordar esa época en la que únicamente estabas preocupado por pasar buenos ratos con tus amigos en el parque. Desgraciadamente me he percatado de que hay menos niños que cuando yo iba, creo que sé el porqué: las nuevas tecnologías han absorbido de una manera negativa a las nuevas generaciones. De hecho, he podido observar cómo dos niños, de no más de diez años, estaban sentados en un banco cada uno con su móvil sin hacerse caso mutuamente. Cuando he visto esto he decidido irme del parque. De regreso a mi casa me he puesto a reflexionar hasta qué punto son beneficiosas las nuevas tecnologías. Desgraciadamente me he enterado hace poco de que van a demoler el parque para reemplazarlo por un edificio residencial. Sinceramente no me extraña, el parque estaba vacío en comparación con hace unos años. Tristemente el mundo cambia, no siempre a mejor, y no todas las cosas seguirán estando siempre ahí. Álbar Fernández Pastor


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Una de las inquietudes existenciales que Miguel

de

Unamuno plantea en sus novelas es la posibilidad de que esta vida no sea sino una ficción. Augusto Pérez, que en las páginas de Niebla se enfrenta con su creador, fue uno de los personajes unamunianos que más hondo caló en nuestras tierras. Este diálogo de la criatura con su autor fue recreada por dos amigos murcianos de don Miguel. PROLOGO En la cabeza se le ha metido a doña Alejandra que sea yo, incansable lectora y devoradora de cuantos libros en mis manos caen, quien haga el prólogo de una historia que se le ha venido a la cabeza, de esas que las musas traen a bien cuando el cerebro del narrador se queda sin ideas ni letras tras intensa actividad creativa. Y es que doña Alejandra manda mucho, y negarme no he podido. ¿Cómo no iba yo a prestar mi buen hacer con la pluma si tan grandiosa escritora me lo pide, si es una frase mía una mota de polvo al lado de una frase suya? Me atan a doña Alejandra indestructibles lazos familiares que me permiten hacer toda clase de críticas, las buenas, las regulares y las malas. Como mujer que soy, me emociono con los amores y desamores de sus narraciones. No es que yo sea recelosa de la obra de doña Alejandra, pero por Dios que a veces se mete en ciertos temas que por esta sociedad son considerados peligrosos. Y debo entonces censurar sus historias y no dejarlas ver la luz bajo ningún concepto. Una vez le pregunté por qué se afanaba en construir frases indescifrables para no eruditos si ya todos sabíamos de su inteligencia descriptiva y contestó “¡Se acabó! Y te lo digo a ti, madre, a partir de ahora escribiré por y para mi pueblo!” Y es esta una historia de esas que a todos los lectores pretende llegar, sean cultos o no, que doña Alejandra cansada está de todos aquellos que critican sin descanso la intelectualidad de sus relatos; este es un cuento que nada tiene que ver con las princesas y los dragones aquellos que nos leían antes de dormir cuando chiquitos éramos y en todo nuestro ser quedaba más inocencia que niñez. Cuenta esta la vida de un rey que le planta cara a su creadora para vivir según sus criterios e idea un plan para cambiar su suerte cuando la escritora decide el final de su historia. POST PROLOGO Hay que ver qué sincera eres ¡Pero no voy a negar palabra alguna de las que aquí has vertido. Seguir tus dictados ha aleccionado mis andanzas por el camino de la vida, si bien no voy a salir bien parada de tus sinceras descripciones de mi yo literario. EL REY QUE SE OLVIDO DE REINAR El rey Jorge reinaba en una villa de aquellas de érase una vez, con su castillo, con sus ministros y sus sirvientes. Era un rey bueno, trabajador, generoso y cercano con su gente. El pueblo le admiraba y respetaba.


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Los días pasaban tranquilamente, sin problemas, “diebus quiete”, como en un cuento de hadas donde ricos y pobres juntan sus esfuerzos para que su pueblo salga adelante, para sentirse orgullosos de su país, para estudiar y poder decir “Aquí no hay guerra, no hay hambre, no hay enemistad”. Pero lo que no imaginé es que el rey, el personaje que yo misma inventé, iba a cambiar poco a poco transformándose en un vago, pero muy vago, que derrocha su fortuna y no siente apego alguno por su pueblo. Sus habitantes se empobrecían, no llegaban las semillas ni los abonos, se enemistaban; el pueblo comenzó a pasar hambre. El rey no hacía nada, solo pensaba y pensaba. Todas las mañanas se asomaba a la ventana de su dormitorio, desde donde veía los confines de sus dominios, y todos los días decía lo mismo. -“No estoy yo para trabajar con mis brazos, mi pueblo necesita un rey inteligente que piense por ellos, que no tienen cerebro para producir nada en esas cabezotas, que solo sirven para trabajar la tierra y cuidar de la barbaridad de hijos que tienen. Incultos que procrean como conejos sin miedo al hambre ni a la necesidad”. Pero claro ¡Quién soy yo para hablar de prole! Qué culpa tengo yo de que tengan más hijos de los que pueden mantener. ¡Que espabilen! ¡Pandilla de desdichados!” Una mañana de esas mañanas en las que nada se propuso hacer salvo desayunarse a gusto, sonó la puerta de sus aposentos. -¿Quién osa molestarme?-gritó mientras sujetaba en su mano derecha un trozo de bizcocho- ¡Guardias, acudid! Y acudieron los guardias pero a nadie vieron. -¡Abrid la puerta memo... soy doña Alejandra! -tuve que gritar muchísimo para que me escuchase- toda tu vida ha salido de mi mente y de mi pluma! Puedo, si quisiera, atravesar esta puerta cual espíritu errante porque es mi historia y hago lo que quiero. Apresuraos y abrid la maldita puerta! -Ja ja ja,- rio compulsivamente- ¿Usted me ha creado, una mujer con una pluma en la mano? ¡No me haga reír doña como se llame! -Pues aquí me tiene, delante de sus narices... ¿no ve que puedo hacer lo que quiera con esta historia? Yo no os inventé para que fueseis un rey déspota sin escrúpulos. Os di vida para que cuidaseis de mi pueblo y mirad en qué os habéis convertido… en un ser soberbio y endiabladamente idiota. Rectificad ahora mismo vuestro comportamiento o de este relato no saldrá buen fin! -Jajaja y ¿qué pensáis hacer, buena mujer? - Esta noche caeréis enfermo y los médicos no podrán curarle. No me moveré de su lado. -¿Que yo voy a enfermar?- me gritaba- ¡Míreme, estoy fuerte como un roble! - Yo puedo hacer lo que quiera ¿me oís, personajillo de cuento? Yo te di vida y yo te la puedo quitar. ¿Aún no te das cuenta de que no existes si yo no sigo escribiendo sobre ti? Y esa noche, el rey enfermó, pero no avisó a ningún médico. Se metió en la cama y habló con un criado, pero no llamó a ningún médico. “¡Joder, esto no lo tenía previsto! ¿Qué demonios va a hacer?” - ¿No vais a llamar a los médicos?- pregunté un poco preocupada y con la mente en blanco porque por primera vez mi imaginación no me sacaba de aquel trance.


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-Ja ja ja – rio el rey Jorge sin mediar palabra mientras intentaba incorporarseJa ja ja –siguió riéndose- Usted no puede acabar conmigo, no va a acabar conmigo. Y entonces tocaron a la puerta de su habitación y seguidamente se escuchó el crujir de la madera al abrirse y entró un hombre vestido de negro con un maletín en su mano derecha... ¡pero no es el médico –pensé- no sé quién es! !No sé quién es!. ¿Quien demonios es este individuo?-pregunté entre dientes. Y el hombre de negro comenzó a hablar con el rey, muy bajito, al oído. Sacó de su maletín un frasco y se lo tendió al rey quien lo bebió de un trago. Acercose el hombre de negro a la ventana con un farolillo en la mano e inmediatamente vi a un sirviente salir del castillo a lomo de un caballo y con una gran bolsa a lomo de otro caballo. -¿Qué diantres hacéis majestad?-pregunté furiosa- ¿Quién es este hombre, majestad? -Jajaja –volvió a reír el rey Jorge- jajaja. Esta vez os voy a ganar la batalla, y será usted quien muera porque es usted la que existe. ¿No es así doña Alejandra? ¿O quizás empieza usted a tener dudas de su propia existencia? -¿Qué dice estúpido engreído?- pregunté absolutamente desbordada por los acontecimientos-. Y le dejé en la cama para seguir el camino del sirviente y su caballo. El sirviente llegó al pueblo llamando a todas las puertas y cuando abrían, él preguntaba: “disculpe señor, soy criado del rey, necesito saber si es usted feliz”. Y todos respondíanle que no. Y así llegó el día, y con la salida del sol mi mente se abrió como los pétalos de una flor; y entonces todas las piezas encajaron. El hombre de negro que había visitado al rey no era sino el brujo sanador que promete curar cuando los médicos no pueden. Y llegó el criado a la última casa del reino, su último habitante. Una casa solitaria en medio de un campo de girasoles, y allí, solo, un campesino, araba la tierra y fue en ese instante y con ese paisaje de fondo cuando supe lo que pretendía mi personaje... Cuando el criado estuvo al lado del campesino, habló con él. -Disculpe señor; ¿es usted feliz?- preguntó el criado casi afónico y cansado de pasar toda la noche haciendo uso de su voz- necesito saber si es usted feliz. - Sí, soy feliz.- contestó llevándose la mano a la frente para secarse el sudor. -¡Bien!-contestó el criado-necesito una camisa suya. A cambio le ofrezco todos estos presentes –dijo mientras abría la gran bolsa que portaba el otro caballoEs buen cambio. -¿Y por qué quiere mi camisa buen hombre?- preguntó el campesino. -Para sanar al rey, buen hombre, para curarse necesita la camisa de un hombre feliz. -Pues ya lo siento, de verdad que siento no poder salvar al rey, pero yo no tengo camisa. Y yo, maestra de la pluma y las letras con una fuente inagotable de imaginación, decidí que no sanaría, cambié el final de la historia que su majestad pretendía boicotear. Y fui a ofrecerle un trato; yo, su creadora, le sanaría a cambio de que se convirtiera otra vez en el buen hombre y rey que siempre había sido. Y seguirá vivo para seguir gobernando con generosidad y sabiduría. Alejandra Calmache Biedma


Vida, amor y muerte

Una charla con Bolsón Cuando Bilbo abrió los ojos, se preguntó si en verdad los había abierto; pues todo estaba tan oscuro como si los tuviese cerrados. No había nadie cerca de él. ¡Imaginaos qué terror! No podía ver nada, ni oír nada, ni sentir nada, excepto la piedra del suelo. Se incorporó muy lentamente y anduvo a tientas hasta tropezar con la pared del túnel; pero ni hacia arriba ni hacia abajo pudo encontrar nada, nada en absoluto, ni rastro de trasgos o enanos. La cabeza le daba vueltas y ni siquiera podía decir en qué dirección habrían ido los otros cuando cayó de bruces. Trató de orientarse de algún modo, y se arrastró largo trecho hasta que de pronto tocó con la mano algo que parecía un anillo pequeño, frío y metálico, en el suelo del túnel. Este iba a ser un momento decisivo en la carrera de Bilbo, pero él no lo sabía. Casi sin darse cuenta se metió la sortija en el bolsillo. Por cierto, no parecía tener ninguna utilidad por ahora. No avanzó mucho más; se sentó en el suelo helado, abandonándose a un completo abatimiento. Se imaginaba friendo huevos y panceta en la cocina de su propia casa pues alcanzaba a sentir, dentro de él, que era la hora de alguna comida, pero esto solo lo hacía más miserable. No sabía a dónde ir, ni qué había ocurrido, ni por qué lo habían dejado atrás, o por qué, si lo habían dejado atrás, los trasgos no lo habían capturado; no sabía ni siquiera por qué tenía la cabeza tan dolorida. La verdad es que había estado mucho tiempo tendido y quieto, invisible y olvidado en un rincón muy oscuro. Al cabo de un rato se palpó las ropas buscando la pipa. No estaba rota, y eso era algo. Buscó luego la petaca, y había algún tabaco, lo que ya era algo más, y luego buscó las cerillas y no encontró ninguna, y esto lo desanimó por completo. Solo el cielo sabe qué cosa hubiera podido caer sobre él atraída por el roce de las cerillas y el olor del tabaco. Pero por ahora se sentía muy abatido. No obstante, rebuscando en los bolsillos y palpándose de arriba a abajo en busca de cerillas, topó con la empuñadura de la pequeña espada, la daga que había obtenido de los trolls y que casi había olvidado; por fortuna, tampoco los trasgos la habían descubierto, pues la llevaba dentro de los calzones. Entonces la desenvainó. La espada brilló pálida y débil ante los ojos de Bilbo. "Así que es una hoja de los elfos, también" pensó, "y los trasgos no están muy cerca, aunque tampoco bastante lejos." Pero de alguna manera se sintió reconfortado. Era bastante bueno llevar una hoja forjada en Gondolin para las guerras de los trasgos de las que había cantado tantas canciones; y también había notado que esas armas causaban gran impresión entre los trasgos que tropezaban con ellas de improviso. Gracias al débil fulgor de la hoja, Bilbo pudo contemplar lo que parecía una silueta humana. Nada más verla Bilbo se sobresaltó y dio un par de pasos hacia atrás. No era un humano, claro que no, pero se parecía peligrosamente a uno. Era algo asombroso, Bilbo no había visto nada parecido en su vida. El ente se parecía a un humano, pero de una edad muy avanzada. La criatura no parecía tangible, o al menos esa era la impresión que Bilbo


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tenía. El humano, si así se podía llamar, brillaba con un fulgor propio, como si su sola presencia iluminara un poco aquel oscuro recóndito rincón. Bilbo no sabía qué hacer, pero probablemente esa criatura fuera la única ayuda que podría encontrar en aquella cueva de las Montañas Nubladas, y, si era hostil , al menos Bilbo no se encontraría mucho peor de lo que ya estaba.”Ojala estuviera en mi agujero y no hubiera salido de aventuras con aquellos enanos”, pensó Bilbo al dirigirse a aquel ente: -¿Me entiende usted?-preguntó Bilbo -Perfectamente-respondió aquella criatura Que aquel ser le entendiera y fuera capaz de responderle en su misma lengua encendió una chispa de esperanza en el corazón de Bilbo. Tenía una mezcla de sentimientos hacia aquel humano que no habría podido describir ni por todo el oro del mundo; era un sentimiento de inferioridad combinado con el de respeto provocado por un miedo que nos inspira todo lo desconocido, pero a la vez, Bilbo tenía la seguridad de que aquel ente no le haría daño, sino que le ayudaría a salir. -¿Por casualidad usted no conocerá el camino para salir de aquí?-preguntó Bilbo esperanzado -De hecho, sé cómo escapar de aquí -dijo aquel ente- ¿Quieres acompañarme? Bilbo, aunque no sabía cómo podría acabar todo aquello decidió aceptar, pues era su única esperanza. Entraron ambos en la oscura galería. Esta parecía no tener fin. Bilbo creía que llevaran horas, incluso días andando por allí. Lo único que que parecía notar es que cada vez se adentraban más abajo. Bilbo estaba muy cansado y le pidió parar un momento a su misterioso acompañante. Se sentó. Estaba agotado y ya había perdido toda esperanza de salir de aquel oscuro laberinto. “Parece que solo estamos dando vueltas” se dijo a sí mismo Bilbo. Habría fumado, lo cual lo hubiera tranquilizado un poco, pero no tenía cerillas, aun así Bilbo metió la mano en su bolsillo con la esperanza de encontrar alguna, pero no hubo suerte. Como todavía estaba demasiado cansado y quería alejar los pensamientos negativos de su cabeza, sacó el anillo que había encontrado hacía poco y a la luz de su espada Bilbo se puso a inspeccionarlo. En verdad, era un anillo extraño aquel, no tenía ningún tipo de adorno, era solo un círculo de oro y el lugar y la situación en las que lo había encontrado le desconcertaban aún más. De pronto, a Bilbo se le ocurrió mirar a su acompañante y pudo ver, a pesar del combinado fulgor proveniente de su espada y de su misterioso acompañante, cómo intentaba reprimir una sonrisa, aunque sin mucho éxito. Este gesto, asustó mucho a Bilbo, destruyendo así la última chispa de esperanza que tenía de escapar de allí. De pronto, comenzó a sentir una profunda desconfianza hacia su acompañante. Pensó entonces en interrogarlo: -¿Y quién es usted? -¿Yo?-preguntó sorprendido aquel ente- Yo soy tu creador-respondió divertido. -¿Perdone?-preguntó confundido Bilbo. -Que soy tu creador, -volvió a repetir- puedes llamarme Tolkien. -Ahá-dijo Bilbo, que no sabía si solo era una broma, aunque ignoraba si aquel ente tenía sentido del humorEsto, señor Tolkien, ¿Por qué está usted aquí? -Estoy aquí por ti, Bilbo -respondió Tolkien. Fue en ese momento cuando Bilbo empezó a sentir verdadero pavor. Que le hubiera contestado que estaba allí por él le hubiera provocado un sentimiento de desconfianza y miedo, pero que además supiera su nombre sin que él se lo


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hubiera dicho, eso dejó impactado a Bilbo, cuyos pensamientos se debatían entre creer a ese hombre, o pensar que era absurdo y que lo más probable es que estuviera soñando. -¿Y bien?-dijo Tolkien, despertando a Bilbo de su ensimismamiento¿Continuamos? Bilbo desconfiaba de aquel hombre -Si es usted mi creador, demuéstrelo- exigió Bilbo Tolkien profirió un suspiro y dibujo en su rostro una sonrisa cansada -¿Necesitas pruebas? -dijo Tolkien.- Veamos, por ejemplo sé que durante todo este viaje con los enanos te has debatido sobre tu lado Bolsón o tu orgullo Tuk. También sé que no alcanzas a recordar cómo te hallaste en la Compañía de Thorin, sin casi la mayoría de tus cosas, sin haber tomado tu segundo desayuno, abandonando tu agujero. Bilbo no podía dar crédito de esto, estaba muy confuso y lo único que pudo decir fue: -¿Pero, cómo puede ser usted mi creador? -Soy tu creador -dijo Tolkien- porque eres un personaje de ficción, tu vida y tu historia son mías, me perteneces hasta la médula de tus huesos, todas las decisiones que has tomado son mías. Bilbo, que todavía estaba cansado, privado del tabaco y a las puertas de la muerte, o al menos eso creía él, le culpó de su decisión de tomar aquel viaje: -Entonces, ¿fue usted el que me ha hecho venir en esta locura de viaje? Pero antes de que Tolkien respondiera prosiguió: -¡Es tu culpa de que ahora mismo este aquí, en medio de la nada, en vez de estar en mi agujero! Tolkien intentó responder, pero la rabia de Bilbo, muy inusual en un hobbit, le impidió proferir alguna palabra -¿Cómo se atreve usted a decidir nada sobre mí? -gritó Bilbo, apuntando con su espada a Tolkien- ¿Pero quién se cree usted? -Soy tu creador -respondió Tolkien, al cual se le estaba empezando a acabar la paciencia- Y tú solo eres un personaje de ficción. -¿Cómo? -dijo Bilbo- ¿Yo, un personaje de ficción?, ¿pero cómo se atreve usted a decir eso?, como mucho es usted una mera imaginación mía, un personaje de ficción creado por mí mientras duermo. Tolkien, entre medio divertido y medio indignado, dijo: -¡Crea usted lo que quiera creer!, pensaba darte un poco de compañía durante este trayecto para que no te sintieras solo, pero ya veo que no quieres mi compañía, a partir de ahora seguirás tú solo por esta galería oscura. Y entonces Tolkien desapareció tal y como había aparecido, de la nada. Bilbo, desesperado, se levantó y siguió avanzando de mala gana hacia a la oscuridad, con el deseo de salir de aquel recóndito lugar. José María Lorca Lorente

Parece ser que Pío Baroja, mientras escribía su libro Vidas sombrías, visitó a algunos amigos de Murcia. Cuentan que, estando con ellos en un café, les planteó que no sabía cómo terminar su cuento Marichu, así que unas conocidas le ofrecieron estos finales.


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La madre siguió meciendo al niño y viendo que no despertaba le envolvió en un mantón, salió de casa y tomó la vereda que conducía a casa de la vieja mendiga. Cuando llegó a casa de la mendiga esta le dijo que la estaba esperando y que volviera al día siguiente entonces su hijo, estaría curado. A la mañana siguiente cuando Marichu volvió a casa de la mendiga, llevaba también a su hijo menor, ya que aquella misma noche este se puso lívido. Cuando llegó la vieja mendiga, le dijo que no había podido salvar a su hijo mayor, y que toda la desgracia que les rodeaba estaba causada por su suegra. La mendiga le dijo que acudiera a un médico, con los dos niños. Marichu rompió a llorar, porque no tenía dinero para pagar al médico. Entonces la vieja le dio un saquito con monedas. Cuando Marichu fue, el médico le dijo que lo que les pasaba a los niños era que habían sido envenenados, con mercurio. Cuando Marichu lo escuchó, inmediatamente pensó en su suegra ya que esta tomaba mercurio en pequeñas cantidades para parecer más bella. Después de esto, Marichu fue a ver a la vieja mendiga y le pidió que le echara una maldición a su suegra. A los dos días, la suegra de Marichu empezó a encontrarse mal, dos semanas después murió, incapaz de soportar todas las desgracias y enfermedades que le habían pasado en tampoco tiempo. Marta Corbalán Soler

Al llegar a la puerta de la casa, Marichu no sabía muy bien qué hacer allí pero descubrió que la puerta de aquella cochambrosa y pequeña casa estaba medio abierta y que la vieja mendiga la estaba esperando sentada en la entrada. Pronto pasó con su pobre hijo entre los brazos para contarle a la mendiga lo que había pasado tras estar hablando durante media hora, Marichu comprendió que efectivamente su hijo padecía la enfermedad de la que su madre se había librado. Al ver la cara de desolación y tremenda tristeza de Marichu, la vieja gitana le propuso un trato, le dijo que podía devolverle la vida a su querida criatura pero que a cambio tenía que decidir quién recibiría la enfermedad que él ahora padecía. Marichu, que era más buena que el pan, no desearía hacerle ese mal a nadie y tardó un buen rato en decidir lo que iba a hacer finalmente. Iban pasando las horas y la vieja mendiga quería una respuesta, Marichu pensando en el bien de su niño decidió pasarle aquella enfermedad a la única persona que se había dedicado a hacerle la vida más difícil, a su suegra. La gitana hizo sus conjuros y sus rezos y le dijo que se fuera tranquila a casa porque a la mañana del día siguiente su hijo despertaría de aquel profundo sueño como si nada hubiera pasado. Ella, un poco angustiada, partió para su casa y efectivamente a la mañana siguiente eso fue lo que ocurrió. Pasaron los días como si nada hubiera sucedido nunca y la cuñada de Marichu comenzó a enfermar, cada día estaba peor y tenía un tono más amarillento en la piel, hasta que un trágico día la enfermedad decidió acabar con su vida. Esta mujer fue


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enterrada y nadie sospechó que la cusa tuviera que ver con Marichu ya que esta era tan mala persona que la gente pensó que Dios la había castigado con la muerte por no ser una buena persona ni tratar bien a los que la trataban bien a ella. Elena Hernández Olivares Cuando Marichu llegó a la casa de la gitana, enseguida le contó lo que le pasaba a su niño, la gitana viendo con compasión a la pobre Marichu y la carita ya no tan bonita de su pequeño niño, le contó toda la verdad. La suegra de Marichu que la odiaba desde que su único hijo se enamoró perdidamente de la hermosa Marichu había ido en busca de la gitana pidiéndole que se encargara de que Marichu fuera muy desgraciada. Al principio no aceptó, pero la suegra de Marichu le ofreció su anillo de oro a cambio, así que aceptó. Pensó en enfermarla a ella pero así no sería desgraciada y sufriría más su hijo que la propia Marichu así que, junto a la suegra habían ideado un plan para hacer como que Marichu estuviera enferma, que la gitana haría que se curase y enfermaría al niño hasta que muriese para así culpar a Marichu de todo y hacerla una desgraciada. Marichu, llena de rabia al tener a su hermoso niño entre sus brazos pálido, sin vida, se levantó, dejó con cuidado a su pequeño niño, cogió un objeto punzante y mató a la gitana, después con ese mismo objeto mató a su suegra y llena de dolor se mató a sí misma.

Lucía Molina Montesinos

En las primeras décadas del siglo XX se detecta una creciente inestabilidad en el panorama sociocultural europeo. Esta crisis culmina en la Primera Guerra Mundial y se extiende entre las dos grandes guerras. Ante el horror de esa muerte que se pasea por doquier, los escritores reaccionan con un afán desmedido de experimentación y novedad. Murcia se hace eco de esta

literatura de vanguardias.

Así, el Creacionismo, ese

movimiento que busca “crear” un mundo que sólo existe en la mente del poeta, con imágenes y palabras que no guardan necesariamente relación con la realidad, se manifiesta en este original ACALICO. - Acalico: Pequeño diccionario de palabras absurdas. (Ana Conesa) - Asquicioso: Aquello que causa asco y delicia a la vez. (Marina) - Renguerón: Movimiento circular y constante de los dedos del pie. (Andrea)


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- Chirnal: Máquina que absorbe los chicles negros del suelo y crea una plastilina reciclada. (Beatriz) - Griscao: Persona que piensa extremadamente rápido. (Sergio) - Disrupuoltor: Dicho de una persona cuyo oficio es recoger la basura generada por los envoltorios de una tormenta de golosinas. (Rubén) - Esnuqui: Sonido que hacen dos cerebros al conectarse. (Lucía) - Chamasucumaparra: Dícese de la persona intolerante a la intolerancia. (Carla) - Chornera: Deseo de comer mucho chocolate cuando llevas tiempo sin probarlo. (Elena) - Chuaqui: Número de veces que se cae un bebé al aprender a andar. (Andrés) - Ticono: Típex gigante que sirve para tapar los tachones de tu vida. (Alba) - Risonte: Risa breve que emite el cerebro antes de romperse el corazón. (Marta) - Waki: Hormiga que canta cuando sale el sol. (Ana Marco) - Moru: Chica rubia con las raíces morenas. (Ana Bernal) - Parrabodortecloca: Aquel muchacho infeliz, hijo de viuda, que decide montar una fábrica de sueños y esperanza. (José María) - Nosondatiñalo: Pared con el dibujo de un koala haciendo surf en una fuente. (María) - Chamaleontica: Persona que se obsesiona con los camaleones verdes. (Álvaro)


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Sin lugar a dudas, el movimiento de vanguardia que mayor influencia tuvo en la literatura española y, por ende, en la murciana, fue el Surrealismo. La escritura automática, ese escribir inconsciente e irreflexivamente, abandonándose a la inspiración, esas metáforas basadas en la asociación libre e inesperada de ideas y palabras, el Surrealismo, decimos, base de todas las composiciones que leeremos a continuación, se aprecia de manera especial en este poema.             

Con las manifestaciones vanguardistas, descubrimos que todo puede ser motivo de inspiración para la poesía. Así leemos curiosas composiciones inspiradas en un sabor (fresas, regaliz…) o en un dibujo; o nos deleitaremos con estupendos poemas que susurran o rugen. El Futurismo y el Ultraísmo dejarán su huella: buscando la velocidad, los signos de puntuación saldrán volando. POEMAS INSPIRADOS POR UN SABOR Todo el mundo te quiere, todo el mundo te busca, buscan tu sabor a fresa, buscan la explosión de

azúcar

a

cada


Páginas del Saavedra bocado, buscan que nunca acabes, buscan tu dulzura, tu amargura, te buscan a ti. Marta Corbalán Soler

Dulce regaliz con sabor a nube especiada duro y amargo al inicio pero suave y dulce al final. Negro como el carbón y negro como el chocolate Tus giros me recuerdan los rizos de mi madre.

María

Gómiz Guirao

POEMAS INSPIRADOS POR UN DIBUJO Un pájaro, una palabra, libertad. Así te veo, como un pájaro que vuela hacia su destino, que ansía libertad, un pájaro que surca los mares, que recorre los cielos, tan indefenso como cualquier otro animal, tan o más fuerte que otros. Pero algo tienes, que te diferencia, algo en tu interior, tú puedes volar, tu alma puede volar, ser el vigilante de los mares, de la tierra, del mundo, de mi mundo, de mi alma, de mi corazón. Marta Corbalán Soler Vuela, vuela sola la paloma sin preocupaciones, sin angustias. Vuela, vuela sola la paloma en medio de la tormenta. Vuela, vuela sola la paloma trayendo esperanza completa. Vuela, vuela sola la paloma por el vacío de nuestros corazones. Vuela, vuela sola la paloma para arreglar nuestros males de amores. Carla Carrasco Pujol


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Mi reflejo Cuando miro este cuadro, lo único que puedo ver es un reflejo, mi reflejo. El reflejo de mis miedos, a lo desconocido, a lo conocido; al mundo que me rodea. Un miedo, que ni un grito, desde lo más profundo de mi alma, puede reflejar mi horror. Alejado de los demás, solo, con mis temores y mi locura; solo, viendo el mundo que me rodea. José María Lorca Lorente

Imponente monumento que guarda los motivos de la gente, los guarda en sus entrañas, en silencio por toda la eternidad. Imponente línea entre la vida y la muerte que permite a los muertos estar más cerca de sus vivos y a los del mundo terrenal estar más cerca del espiritual, con tus pináculos que tocan el alma de los mártires. Imponentes espíritus que viajan con el sol para estar toda la mañana clavados en tu piel, que luchan por quedarse, desgarrándose en dicha epidermis con él corren los segundos y muere la noche. Imponente catedral de Murcia, quién fuera pecado pecado para estar toda la eternidad en ti y rayo de sol para estar en ti clavado. Ana Bernal Palazón POEMAS QUE RUGEN

Arrugar las raíces de una rosa roja para plasmar la rabia en tu hoja. Pasear por la ría, riendo de risa para disfrutar de la birra. Arreglar errores, romper promesas. Raro y distinto, como perro en laberinto. Beatriz Castiñeyra Córcoles


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Deja de agasajarme con las migajas de tu corazón. Tejamos juntos la madeja de este viaje. Juntémonos y juguemos en el mismo jergón. Y que la vejez nos aconseje sin guion ni peaje. Alejandra Calmache Biedma

POEMA QUE SUSPIRA El sábado soñaba que soñabas conmigo, sabroso sueño, del cual nadie es testigo, sacarina en mi café, para saborear dulzura, sentada en mi sillón mientras pienso en mi locura, y pensar que con lo simple que eres, dejas síntomas en mi cabeza, pues hiciste un pequeño soborno en mi alma sólida, sólida y frágil, la dejaste, lanzando suspiros al aire, pues no encuentra sustituto que esté a tu alcance. Alba Garcerán Torres Se despertó esa señora en mitad de la noche, el susurro del viento y el frío de la noche solo hacían que no se pudiese dormir. Con sigilo salió de su cama dirigiéndose al salón donde se acurrucó en el sofá. Andrea Alonso Fernández El Cubismo destaca como escuela pictórica, pero en el campo de la literatura debemos destacar los caligramas, poemas en los que los versos forman imágenes visuales.

Marina Tovar Fuentes


Vida, amor y muerte

Alba Garcerรกn Torres

Ana Marco Caballero


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Álvaro Valle Tornel

Andrés Noguera Cortés De la mano de Trstán Tzara llega el Dadaísmo, que supone la abolición de la lógica, el quebrantamiento de las normas, la liberación de la fantasía. Siguiendo la receta de Tzara se consiguen poemas tan sugerentes como los siguientes.

Sergio Ramírez Hernández


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Elena Hernรกndez Olivares

Andrea Alonso Fernรกndez


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Lucía Molina Montesinos

Como sabemos, Ramón Gómez de la Serna fue el máximo impulsor de las vanguardias en España. Cuando publicó sus Greguerías pasó por Murcia y compañeros de oficio crearon éstas para él.

- La letra O es la I después de comer. (Marina) - Sus pendientes son los aros de Saturno. (Andrea) - La mirilla es la mirada desconfiada de la puerta. (Beatriz) - Un chaparrón expresa las penas de las nubes. (Sergio) - Un juguetón es un jugador gigante. (Rubén) - La tostadora hace feliz a las tostadas, que saltan de alegría. (Lucía) - La silla, con cuatro patas y sin poder andar, ¡qué ironía! - Mis pensamientos van de un lado a otro como hormigas. (Elena) - La cama es el cargador para aguantar todo el día. (Andrés) - Mis amigos son una bola antiestrés. (Alba) - Los ojos son las puertas de la imaginación. (Marta) - El perchero anda cansado de sujetar el frío. (Ana Marco) - Las hojas de los árboles son las hijas de las ramas. (Ana Bernal) - La hierba es el cabello de la tierra. (José María) - Cuando un boli se desangra, una idea nace. (María) - El amor es la goma que borra las preocupaciones. (Álvaro)


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De todos es conocido el estrecho vínculo que ligó nuestra tierra a Jorge Guillén. Pero no fue este el único miembro de la

Generación del 27 que se sientió atraído por Murcia. De ahí que en los periódicos de la época se recojan entrevistas, artículos, noticias, crónicas… que nos acercan a alguno de estos autores, así como a Miguel Hernández, el “genial epígono” de la generación.

VIDA JOVEN LA NUEVACOMPOSICIÓN DE Dámaso Alonso Madrid- 18 de abril El literato y filólogo español publicó una nueva obra el martes 17. Todo el mundo echaba ya de menos las famosas publicaciones de nuestro genio Dámaso Alonso. Tras su retirada de dos años, aparece con una brillante y exitosa obra Vida joven. Está inspirada en su infancia, en La Felguera (Asturias), recuerda los días de verano que pasaba junto con sus primos y amigos, también relata muchas anécdotas graciosas que ocurrían durante los días más calurosos y sus noches de insomnio. La obra trata temas como el amor, la añoranza por su pueblo y su familia, y su éxito. También tiene toques humorísticos. En una de las entrevistas que concedió hace unas semanas para Antena 3, contó que esto acababa de empezar, tenía un gran repertorio de obras que publicar, que recogería en su nuevo álbum del cual aún no sabemos su nombre...¿Cómo lo llamará?¿La historia de su vida? ¿Tardes en La Felguera? La obra ha gustado tanto que ya se ha traducido a más de cincuenta idiomas. A sus 67 años, Alonso, se encuentra más joven que nunca, con muchas ganas de vivir y de escribir; a un paso de retomar su gran éxito.

Andrea Alonso Fernández


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Jorge Guillén regresa a Murcia o a lo que él llama “su segunda casa” Jorge Guillén afirma tener muchas ganas de volver a echar raíces murcianas.

En su última entrevista, Jorge Guillén aseguró mudarse a Murcia durante una temporada larga ya que se le había ofrecido un puesto como profesor en la Universidad de Murcia, en la facultad de letras. Durante su estancia allí quiere disfrutar de la huerta y el ambiente que rodea las bellas calles de Murcia decoradoras con limoneros y naranjos, además de visitar a gente maravillosa que tuvo el placer de conocer en su primera estancia allí. En la ciudad de Murcia, Jorge Guillén escribió muchos de sus mejores poemas, que siempre quedarán en el recuerdo de aquella ciudad de gente maravillosa. La ciudad está siendo limpiada y preparada solo para darle la bienvenida que se merece el maestro de la lengua y la palabra, que dejó huella en muchas de las esquinas de la pintoresca ciudad. Guillén será recibido en primicia por el mismísimo alcalde de Murcia, sus excompañeros de la facultad de derecho y los actuales rectores de la Universidad. Toda Murcia espera que él se sienta igual de cómodo que la primera vez, que su estancia aquí sea bonita y se rodee de toda la cultura y gastronomía murciana y que, cuando abandone la ciudad, se vaya con el mejor recuerdo y por supuesto con el mejor sabor de boca posible.

Elena Hernández Olivares


Vida, amor y muerte

Hallazgo histórico:

DESCUBREN UN MANUSCRITO DE LA CASA DE BERNARDA ALBA Descubren un manuscrito de la obra de Federico García Lorca que puede demostrar que este no es el verdadero autor de LA CASA DE BERNARDA ALBA Un grupo de obreros que se hallaban remodelando una de las salas de la Residencia de Estudiantes en la que vivió el poeta y dramaturgo Federico García Lorca con más compañeros de la generación del 27, encontró entre los escombros de una pared recién derribada lo que parecía una libreta escrita a mano. Esta misma mañana se ha anunciado el descubrimiento de este manuscrito, que al parecer es la obra anteriormente nombrada, tan famosa, de Federico, escrita como borrador por otro autor desconocido y con una dedicatoria hacia el dramaturgo en la última página. Al parecer, el autor de esta obra no fue realmente Federico García Lorca, sino un hombre con el que probablemente mantuviera una relación romántica y que le pidiera a Federico que la publicara por él o en su lugar. En cualquier caso hasta la fecha de hoy se ha pensado que esta magnífica obra pertenecía a quien no era y hoy se ha descubierto la verdad, a 73 años de la publicación de la misma y 82 desde la muerte de Federico García Lorca.

Marta Corbalán Soler Las sin sombrero La otra parte de la Generación del 27 La generación del 27 es conocida por todos debido, no solo a las obras que nos dejó, sino también a sus integrantes. Creíamos conocerlos a todos, y así era, si hablamos de sus miembros varones. Pero existe una parte de esta maravillosa generación que desconocemos: Las sin sombrero. Y es que en la España de la Segunda República se produjo un gran cambio social, que no pararía hasta la Guerra Civil. Este gran cambio se trata nada más y nada menos que de la aparición de un grupo de mujeres que, siguiendo los pasos de las


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mujeres de la Generación del 14, comenzaron a cobrar importancia en el mundo cultural y social. Y es que mujeres como Maruja Mallo, Concha Méndez o Rosa Chacel, emprendieron un largo y arduo camino que por desgracia acabaría en el olvido. Ya que aunque la obra de todas estas mujeres puede fácilmente igualarse o incluso superar a la de algunos de sus compañeros de generación, casi nadie las conoce, simplemente por el hecho de ser mujeres. Estas mujeres se atrevieron a romper con los esquemas sociales que les habían sido impuestos desde siempre. A perseguir sus sueños y labrarse una carrera a base de su trabajo. Aun así y a pesar de su grandeza son unas desconocidas o esposas de. Esto debería de abrirnos los ojos. Porque si no hemos sido capaces de reconocer el gran talento de unas mujeres que acuñaron los términos de autora, pintora, etcétera… ¿Qué nos deparará el futuro?

María Gómiz Guirao

16 de marzo de 1940

MIGUEL HERNÁNDEZ ENTRA INJUSTAMENTE EN PRISIÓN

El poeta Miguel Hernández entró el pasado 14 de marzo en la prisión de Palencia tras ser aprobada una inhumana sentencia de 30 años de cárcel, librándose, al menos, de la pena de muerte aprobada en el anterior juicio. Ahora se contempla su traslado a Toledo. Nuestro gran poeta español, Miguel Hernández, tras haber salido ya una vez de prisión, ha sido capturado en Portugal tras un intento fallido de escapar de España. El pasado 12 de marzo tuvo lugar su juicio en el que se le impuso de manera irracional la pena de muerte. Aunque, gracias a la intercesión de algunos amigos, el pasado 13 de marzo, la pena se le conmutó, por suerte, por una sentencia de 30 años de cárcel por su participación con el bando republicano durante la Guerra Civil. A su llegada, el 14 de marzo, a la cárcel de Palencia, algunos de sus seguidores republicanos e incluso nacionalistas, además de algunos amigos y familiares participaron en un acto conjunto de protesta, especialmente fraternal, contra las injusticias sociales. Allí pudimos oír una exclamación gloriosa de Hernández en la que agradecía todo el apoyo de sus seguidores y en la que afirmaba que seguiría escribiendo contra toda injusticia y falta de libertad de los españoles. Esto, estimados lectores, es otra de las muchas pruebas que podemos presenciar de la deplorable situación social de nuestro país, en el que no hace mucho nos matábamos entre hermanos, amigos y vecinos en un conflicto sin sentido. Y aunque quede algo de fraternidad entre nosotros, como pudimos observar cuando republicanos y nacionalistas cooperaron el pasado 14 de marzo, ¿hasta qué punto hemos llegado en el que encarcelamos a un poeta tan humanitario como es Miguel Hernández?

Rubén Cuenca Martínez


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Estalla la Guerra Civil y España sale de ella profundamente destrozada. Esta gran tragedia supone, en el terreno cultural, una violenta ruptura de las ricas corrientes anteriores.

En la década de los años 40,

podemos hablar de una

poesía “arraigada” y de una poesía “desarraigada”. Los poetas

“arraigados” han salido de la Guerra Civil con un afán de claridad, de perfección, de orden. Uno de sus temas dominantes será un firme sentimiento religioso, junto con los temas tradicionales como el amor o la descripción de paisajes; mientras que evitan expresar el dolor y la angustia que acechaban, en esos momentos, a los españoles. En puras formas clásicas encierran una visión del mundo coherente, ordenada y serena. También sereno y clásico es su lenguaje. Tras los horrores y disparos, tras la pena y los llantos, hay un rayo de luz, que lleva tiempo en su cruz. Dejemos que baje, que ayude, que convierta el mundo en lo que yo un día tuve. Derribemos muros, escondamos banderas. La vida es una, pero de diferentes maneras. Todas respetables, la rica o la mendiga. Cada una en su sitio, explotando su mina. Lucha, no te rindas. Siempre hay algo que nos hará disfrutar, como en una playa poder despertar. Beatriz Castiñeyra Cárcoles


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Para los poetas “desarraigados” el mundo es un caos y una angustia. Están muy lejos de toda armonía y serenidad, por eso escriben una poesía arrebatada, de agrio tono trágico, que se enfrenta a un mundo deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia. La religiosidad está en ellos muy presente, pero adopta el tono de la desesperanza, de la duda; o se manifiesta en imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor humano.

Sin sorpresas, sin misterio, aparece un amargo pesar, por creer en lo invisible, por hacerse uno esperar. Esperar la cálida aurora que nunca ha de llegar; porque lo que siempre esperamos, Él no nos lo va a dar. Más noche fría e inacabable, ventura de un aciago final. Él ya solo toma un asiento en este teatro que yo llamo mi alma, porque en esta noche eterna la soledad interpreta el papel principal. Sin sorpresas, sin misterio, aparece un amargo pesar, por creer en lo invisible, por hacerse uno esperar. Sin pan No hay que comer después de tanto sufrir, Dios no nos deja con qué nutrirnos. Nuestras condiciones pésimas matan las ganas de vivir pero seguimos luchando para sobrevivir.

Rubén Cuenca Martínez


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Rodeado de personas inhumanas y ruines, vigilando nuestras espaldas por si nos roban con qué vivir. Poco tienen que robar si nosotros estamos igual al final lo único que queda es degradarnos sin más. Supongo que mejores tiempos vendrán, pero, ¿estaremos para presenciar el milagro? No lo sabemos pero duro lo veo ¡Que vivamos para comprenderlo! En esta

Inés Pérez Velasco

década de los años 40, en novela, predominan los

temas referidos a las duras condiciones de la vida cotidiana en aquellos años de posguerra: la miseria, la inadaptación social, la soledad.

Son

frecuentes

los

personajes

desarraigados,

desorientados o marginados. Con Camilo José Cela y su novela La familia de pascual Duarte, comienza una tendencia literaria conocida como tremendismo, pues plasma con crudeza la inhumanidad y violencia extrema de aquella España rural, de la naturaleza humana. Algunos autores murcianos responden a esta tendencia.

Ella corría. Yo corría. Nosotros corríamos, corríamos alrededor de una mesa llena de astillas que se nos clavaban en la piel, pero eso no era dolor, dolor era no engancharnos la una a la otra. De sus labios brotaban abundantes hilos de sangre roja como el infierno; su cuerpo estaba lleno de arañazos y moratones; sus prendas, desgarradas siniestramente y su pelo, todo hecho un estropicio. Pero yo no estaba mejor, mi hombro no estaba en el mismo sitio de antes; mis piernas, llenas de heridas de las cuales perdía sangre, mucha sangre. Ella apartó de un golpe la mesa, menuda bestia, tenía la fuerza de mil demonios, pero no, esta noche no me iba a dejar intimidar por tal ser.


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Se abalanzó sobre mí intentando ahogarme y pegándome puñetazos en la cara hasta que se me nubló la vista. Esto no podía seguir así, entonces reuní todas mis fuerzas con la suerte de que le pillé un trozo de oreja y se lo arranqué de cuajo con la boca. Corrí hacia el jarrón que tenía en la mesilla y se lo estampé en la cara; creyéndola muerta, se volvió a levantar y me clavó un cuchillo en el abdomen; no la había visto venir. Ella, riendo como una loca se volvió y yo, aprovechando esa oportunidad, cogí el punzón al rojo vivo que había al lado de la lumbre y se lo clavé en la espalda atravesándole el corazón. Cayó, cayó como un saco de patatas, pero para quedarme más tranquila le pisé el cuello. ¡Qué fuerza tenía la maldita casera! Carla Carrasco Pujol Allí estábamos, ella y yo. Me tenía cogida por los tobillos y las muñecas y amenazaba con desplomar todo su peso sobre mí. Y lo hizo, se me tiró encima como si no pesara, aplastándome las costillas. Mi cabeza rebotaba contra el suelo, la boca me sabía a sangre y a hierro. En ese momento lo vi, los vi, le metí los pulgares en los ojos hasta que cayó al suelo. Gritó y gritó, gritaba como una descosida. Cogí in lápiz e intenté clavárselo, pero la condenada se movió y me lo arrebató, me clavó el lápiz en el hombro, y en el suelo hallé un cuchillo. Acto seguido me levanté y le pisé la mano para inmovilizarla, tan fuerte que pude oír sus huesos quebrarse. Cuando ya estuvo bien sujeta le corté la garganta. La


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sangre salía a borbotones. No recuerdo haber sentido tanta satisfacción hasta que vi a mi hermana yaciendo en el suelo. Marta Corbalán Soler La cogí del cuello con predisposición de estrangularla, de quitarle la vida. Se retorció por el poyo; ágil y resbaladiza, con una destreza implacable. Me era imposible agarrarle ni un centímetro de piel. Vaya ferocidad, una tigresa en celo. Ojos en blanco, uñas afiladas, signos de locura… Cogió un cuchillo y me lo clavó en la espalda, sin más miramientos le mordí en la yugular, creando un charco de su sucia sangre en el suelo. Me dispuse a rematarla en una tremenda lucha de puñetazos, cuando finalmente en milésimas de segundo agarré un tenedor y se lo clavé en los agujeros de la nariz, desgarrándole las fosas nasales. Los globos oculares le explotaron y con ello mi felicidad también explotó. Mi madre muerta estaba mejor. Sergio Ramírez Hernández A mediados de los

años 50 se consolida el “realismo social”.

La novela pretende ser un testimonio de la sociedad española de la época, registrando con total objetividad hechos, conductas y palabras de personas o grupos. El diálogo adquiere una gran importancia para mostrarnos el interior de los personajes. EL DIA QUE NO ME MORÍ. Me llamo Josefa y no soy criatura ajena al drama de escasez, incultura y sumisión que nos rodea; soy otra víctima más de la brutal injusticia de los amos y señores dueños de la tierra. Soy otra mujer más que soporta lo insoportable en una dimensión que no sabe del respeto y la dignidad de la persona: soy víctima de la injusticia suprema y me siento oprimida y llevo a hombros el peso y el castigo de la pobreza y la desdicha.


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Tengo catorce años aunque aparento ya por lo menos veinte. Vivo en una... bueno, una especie de casa. Tiene cuatro muros y un par de agujeros que hacen las veces de ventana. No tiene puerta ... un sucio trapo cuelga del agujero más grande, por donde entramos y salimos. El techo se mantiene bien y por lo menos no nos mojamos cuando llueve. En el centro está la chimenea, donde nos calentamos cuando hace frío y donde cocinamos la comida... cuando hay comida. En esta casa vivimos mis cuatro hermanos, mi padre y mi madre. Está en la finca de los señores, cerca de la lujosa masía de los Muñoz, familia extremeña y fascista donde las haya. Es junio, 10 de junio de 1942. La guerra no nos mató, sobrevivimos al hambre más mortífera, a las bombas, al frío y a la soledad. A estas alturas adivinarán que ya no me da miedo nada ... o sí. Mis padres trabajan para los señores día y noche y solo piensan en poder darnos un poco de pan. Y hoy es uno de esos días en los que no puedo probar bocado aunque tuviera algo que llevarme a la boca porque creo que, a pesar de todo lo que he vivido, hoy es el peor día de mi desdichada vida. Eran las seis de la mañana cuando mi padre salió de casa con el señorito Isaías. El señorito iba a caballo, mi padre corriendo y jadeando detrás. Iban de caza, a machacar a algún pobre animal para exhibirlo de trofeo en la pared de la masía. En casa me he quedado yo con mis hermanos tratando de enseñarles a leer con una mierda de cuadernos y libros que he conseguido por ahí, a ver si aprenden algo antes de ir a cuidar ovejas. Si quiero salir de esta miseria mejor aprender a leer y enseñar lo que pueda. No esperábamos a mi padre hasta por lo menos las ocho de la noche pero a las cinco más o menos me sobresaltaron los gritos de mi madre llamando a mi padre. ¡¡¡Pepe!!!Dios mío, Pepe ¿qué te ha pasado? Señorito Isaías ¿qué ha pasado? Salí corriendo de casa y vi a mi padre agarrado a otro criado y con la pierna izquierda chorreando sangre. A la altura del


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muslo llevaba un boquete del tamaño de una aceituna y encima un trozo de su ya rota camisa haciendo de torniquete. Casi no se aguantaba en pie. El rojo de la sangre tapaba el perdigón negro que llevaba incrustado en la piel. La sangre brotaba de la herida como el agua de la montaña cuando es época de deshielo. Entonces el señor se dirigió a mi madre y gritando le dijo: -¡Cómo te atreves a dirigirte a mí, asquerosa de mierda! El maricón de tu marido ha conseguido espantar a mi presa y se ha llevado un tiro en la pierna. ¡Acaso no lo ves, pedazo de alcornoque! ¡No vuelvas a dirigirte a mí sin mi permiso! Ahí tienes al cabronazo de tu esposo; cúrale esa herida porque pasado mañana tiene que venir a otra cacería. Y mi madre, que no podía articular palabra, osó acercarse al caballo del señor y abrazarse a su pierna y solo alcanzó la voz para pedir perdón a Isaías y suplicar que viniese un médico. Isaías replicó: - ¿Un médico?, ¿quieres que moleste al médico para que venga a ver un rasguño? Y acto seguido le dio una patada y la tiró de espaldas al suelo; creo que escuché el crujir de sus descalcificados huesos hundiéndose en la tierra, la tierra que trabajan todos los días. Corrí a auxiliarla y maldije a ese ser abominable una y otra vez sin importarme un cojón la paliza que pudiera darme. Pero no me pegó, se rio con esa risa falsa de fascista asqueroso que se cree Dios y señor de todo. Noté sus ojos clavados en mis pechos y después más abajo de mi cintura; el muy cerdo se relamía los labios y a mí me daba náuseas mirarlo. Entonces habló a mi madre: -Mujer, si quieres que llame a un médico, dame a tu hija. En ese momento vomité, arrojé por mi garganta la bilis que tenía guardada desde que ese cacho de cabrón abrió la boca. El sabor, amargo como la retama, del jugo biliar me hizo volver a la realidad, cruda y surrealista realidad que me ha tocado vivir. Y entonces mi padre se puso en pie sujetándose con la pierna sana y ayudado por el otro criado, Juan se llamaba. La sangre del muslo se había vuelto espesa y negra; el boquete parecía más pequeño; de repente un olor a hierro oxidado inundó el aire, que se hizo irrespirable. -Señor Isaías -dijo mi padre entre dientes- ruego disculpe a mi mujer, con el susto ha perdido las maneras y seguro que le ha hablado sin querer y no ha sido su intención molestarle. Le aseguro que no se volverá a repetir. Y no hace falta que venga ningún médico, yo me encuentro mejor y, como usted dice, esto es solo un rasguño y seguro que en cuanto me cure y descanse un poco estaré bien para salir con usted pasado mañana de cacería. En cuanto a mi hija, se quedará


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conmigo para curarme y atenderme ya que no voy a molestar al médico. Y dicho esto, Dios y su séquito se marcharon a la masía, a seguir bebiendo buen vino y comiendo buena carne. Mi padre aguantó el tipo hasta que se perdieron de vista, después se desmayó y estuvo inconsciente más de ocho horas. Le limpiamos la herida con agua hirviendo y la cosimos como si estuviésemos remendando un calcetín. En la frente, trapos de agua fría para la fiebre y en cuanto se despertó le metimos a la fuerza unas hierbas de esas que parecen una cataplasma y que dicen por ahí que lo curan todo. Hoy mi padre me ha salvado de la misma muerte y casi pierde su vida. Hoy es el día en el que no me morí. Hoy mi padre es mi héroe y me da mucha pena la vida que le ha tocado vivir; no sufro por mí, sufro por él, por ellos, por todos ellos. Y esa pena, ese sufrimiento ... eso, eso sí me da miedo. Alejandra Calmache Biedma La novela que inició la corriente del Realismo Social fue La

colmena de Camilo José Cela. Otro camino lo abrió Rafael Sánchez Ferlosio con su novela El

Jarama, el de esa

objetividad extrema. Un camino se siguieron algunos escritores murcianos. (Ana y Laura entraban a clase de matemáticas tras el verano, muy contentas, ya que hacía tres meses que no se veían). Ana: Laura, siéntate conmigo hoy. (Le sonríe mirándole a los ojos) Laura: Sí, tengo muchas cosas que contarte. (Ríe) Ana: Bueno, tía, ¿qué tal el verano? Laura: ¡Superbién! Estaba todo el día metida en el agua, de la piscina a la playa y de la playa a la piscina. Aunque a mí, la verdad, que me gustaba más ir a la piscina, ya que el agua de Lo Pagán está muy sucia, tía, parece barro. Ana: Pero Lauri, ¿tú no veraneabas en Mazarrón? Laura: Sí, el año pasado alquilamos allí un apartamento muy bonico. Profesor: ¡Laura y Ana, os calláis ya u os separo a los dos!


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(Ana y Laura se miraron mutuamente con una sonrisa tímida) Ana: Sí, lo siento maestro. Laura: Bueno, tía, ¿tú qué tal? He visto en Facebook que has ido a Nueva York estas vacaciones, en las fotos se veía alucinante. Ana: Sí, fui con mis padres y mi hermana Lucía a ver a mis tíos y primas que viven allí, hemos visitado todos los rincones del centro y han sido unos meses inolvidables, por cierto, me he comprado una falda en una boutique de Times Square monísima, tía, me la vas a querer robar algún día, jajaja. Laura: ¿Cómo es la falda? Ana: Es de color… Profesor: ¡Ana vete fuera! Y Laura ya sabes que tienes un negativo. Andrea Alonso Fernández En la década de los

años 60,

los poetas superan la poesía

social. Lo propio de estos autores es la creación de una poesía

de la experiencia personal. Su temática se caracteriza por un retorno a lo íntimo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia, lo familiar, el amor, la amistad, el marco cotidiano, etc. Una sonrisa Súbitamente me enamoré. Sí, de manera inesperada podría decir que hasta inoportuna. No fue cuando la vista alcé, ni al encontrarme tu mirada ni siquiera al cruzar la primera palabra. No, fue al conocerte. Cuando me enseñaste tu alma, Cuando compartimos una historia. Y es que desde que te encontré, perderte era mi pesadilla y pensarte mi rutina. No sé qué fue, pero solamente tú me hacías sentir completa.


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Me enseñaste cómo era saber que alguien te ama. Y así soñé, y soñé, y soñé. Soñé con una vida compartida, en la que contigo cada mañana despertaba. Y es que quisiera yo que fuese mi amor por ti una débil flor de primavera, pero por mucho que me pese siempre será luna. Por mucho que lo oculte, por mucho que lo intente. Aunque la vida me consuma, no se apagará. Nunca. Tu nombre aun siendo breve, será siempre lo que más me altere. Tu mirada lo que más me conmueva. Tu silencio lo que más me hiera. No me importa lo que la gente piense. ¡Atrevámonos a vivir juntos una vida! A escribir nuestra propia historia. Ven, te esperaré. Solo dame una palabra, una mirada, una sonrisa. María Gómiz Guirao. A partir de los

años 60

tiene lugar un proceso de renovación

narrativa. Aparece una novela experimental, más preocupada por los aspectos formales del relato que por la preocupación objetiva de la realidad. Pero, desde los

70, observamos un

retorno al placer de contar una historia. Van a convivir la novela histórica, la fantástica, el relato de aventuras, el policiaco, el de humor, el social…


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El preso Era una mañana como todas las demás, o eso pensaba el oficial Ramiro cuando se levantó de la cama. Desayunó y se vistió, y se fue a la comisaria temprano, como hacía siempre. Cuando llegó a esta, se encontró con que habían cogido preso a un asesino que tenía como antecedentes penales el hurto, sobre todo de comida; cuando Ramiro vio al preso se preguntó a quién había matado aquel famélico, ya que probablemente hasta una niña pequeña podría zafarse de este si la intentara estrangular. -Este tío es imbécil-comentó Fernández al pasar al lado de Ramiro-¡Toda su vida robando!, y ahora un asesinato. -Como si no hubiéramos intentado reformarlo -dijo Carlos, otro compañero, con una sonrisa en la boca-. Este mes ya le habíamos pegado dos palizas. Carlos Sánchez, su compañero, era un sádico, y Ramiro lo detestaba con toda su alma, pero Sánchez era el jefe de la Comisaria, aparte de un afiliado más o menos importante del Partido Falangista allí en Murcia. Y Ramiro no pensaba llevarle la contraria, ya había visto lo que pasaba con aquellos que se lo oponían ideológicamente. El día transcurrió con más agitación debido al reciente asesinato, aun así, Sánchez se fue a la hora de siempre a tomar un café. Cuando este se hubo ido, Ramiro aprovechó para poder hablar con el arrestado; lo había visto un par de veces e incluso lo había detenido en una ocasión, en la cual no se rindió sin lucha, a pesar de que esta fuera inútil. Pero lo extraño era que este siempre había robado comida, y por su estado se podía adivinar que lo hacía porque no tenía para pagársela, pero entonces, ¿para qué asesinar a alguien?; estos pensamientos turbaban a Ramiro. Cuando entró a la sala de confesiones de la comisaria, lo único que vio fue un rostro demacrado, unos ojos cansados y tristes y un cuerpo famélico. Se sentó enfrente del preso. Pero no sabía qué decir ni cómo empezar una conversación. Paralizado, lo único que podía hacer era mirar al preso; el preso se dio cuenta de su presencia y entonces le miro, sus miradas se cruzaron un instante, pero Ramiro tuvo que apartar la mirada, no sabía por qué, pero sentía un profundo sentimiento de culpabilidad. -Hola-dijo el preso, medio divertido y medio ofendido por la actitud del policía. -Hola…-contesto el policía- Me gustaría hablar contigo. -¿Conmigo? -preguntó el preso. -Sí -dijo Ramiro. -¿Por qué? -preguntó el preso -Porque quiero saber por qué diablos has matado a ese hombre -inquirió Ramiro. -Porque era un cabrón, y porque se lo merecía-dijo el preso.


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Ramiro dudó, no sabía qué hacer. Escudriñaba el rostro del preso, por si podía adivinar algo, lo que fuera; pero no podía adivinar nada, su rostro era como una máscara rota, no expresaba nada, aun así, pudo divisar que el preso no tenía más de veinte años, era tan joven, y se encontraba en un estado tan patético. Pero a pesar de esto, sabía que no le estaba contando toda la verdad, debía de haber algo por lo que hubiera cometido ese asesinato, algo por lo que se hubiera arriesgado. - ¿Algo más?-espetó el preso. -No-dijo Ramiro. Unas horas después Ramiro terminó su turno y se marchó a casa, pero no se sentía relajado, por alguna razón aquel delincuente le importaba, y le turbaba todo aquel asunto que había acontecido. Para despojarse de aquel estrés se fue a dormir muy temprano, y para su sorpresa fue capaz de conciliar el sueño con cierta facilidad. Al día siguiente no se había esfumado ese sentimiento de culpabilidad, y le seguía carcomiendo por dentro, por ello no tuvo más remedio que saltarse su rutina habitual de las mañanas e irse directamente a la comisaría. Cuando llegó allí lo primero que hizo fue ponerse con el trabajo de oficina, pero no podía olvidar lo de aquel preso y justo a la hora que Sánchez se iba a tomar un café como siempre, se escabullo rápidamente a los calabozos. El preso, cabizbajo, estaba en un estado más lamentable que el de el día anterior; cuando vio acercarse al policía se quedó quieto. Cuando este entró en su celda, el preso le espetó: -Y ¿ahora qué quieres? -Que me expliques qué ha pasado -dijo Ramiro aunando todo el valor que había recogido durante toda la hora anterior. -Ya te lo he dicho -replicó el preso. -No me has dicho todo-respondió Ramiro- ¿Por qué mataste a ese hombre? -Eso a ti no te importa, imbécil -respondió el preso. -¿Te recuerdo con quien estás hablando? -dijo Ramiro. -Ya no me intimidáis, ya me habéis condenado a muerte-respondió el preso. Esta declaración impactó a Ramiro, que no esperaba que a este le condenaran a tal castigo. -No es posible -dijo Ramiro. Por un momento la habitación se sumió en un profundo silencio. -¿Puedo ayudarte en algo? -preguntó Ramiro, con un profundo pesar, aunque supiera que no podía hacer nada. El preso suspiró. -Si tantas ganas tienes de saber sobre mi vida…-dijo antes de una breve pausacoge un papel y una pluma y escribe lo que yo te voy a dictar. Ramiro se fue a por el papel y a por la pluma y volvió rápidamente -Copia todo lo que digo, todo -pidió- Y dáselo a Concha Martínez, trabaja como criada en la casa de los García, supongo


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que los conocerá, son una familia bastante influyente; dile que lo guarde y que cuando este infierno acabe lo publique como mis memorias. “Me llamo Pedro Martínez, nací en el seno de una familia pobre, mi padre trabajaba en una fábrica de textiles, no era un gran empleo, pero nos daba para comer; tenía un hermano mayor, y una hermana pequeña. Mi hermano relevó a nuestro padre, y no mucho después mi padre falleció. La vida seguía y yo me casé dos años después de la muerte de mi padre, y al año de mi boda nació nuestro primer hijo, pero la felicidad no duró mucho, y pocos meses después estallo la Guerra Civil; el condenado idiota de mi hermano decidió enrolarse en el ejército de los rojos, y después de que la guerra terminara nos enteramos de que lo habían matado, así es como nos empobrecimos. Yo no sabía qué hacer y no podía encontrar trabajo, en parte por nuestra terrible reputación después de que un viejo amigo de la familia nos denunciara como aliados de los rojos, pero afortunadamente no prestaron mucha atención a nuestra desgraciada familia, aun así el daño ya había sido infligido; mi hermana tuvo suerte y pudo encontrar un trabajo como criada, pero su señorito no nos dejó quedarnos. No teníamos casa ni alimentos y así nuestro segundo hijo y mi madre nos abandonaron y pasaron a mejor vida, sin duda por culpa del frío. No podía dejar de robar, la vida de mi mujer y de mi hijo dependían de ello, no me importaban las palizas si con ello conseguía mantener con vida a mi mujer y a mi hijo. Pero hace cinco meses que tu jefe, Sánchez, se pasó con las palizas, me hicieron cortes y estos se infectaron, necesitaba antibióticos y no podíamos permitírnoslos en el estraperlo. De alguna manera u otra mi mujer los consiguió, no sabía cómo pero los había conseguido, no considere oportuno preguntárselo tampoco; hasta hace unas semanas, que me entere que había vendido su cuerpo a un desgraciado que había conseguido birlar unos antibióticos, la ira me invadió, cogí mi cuchilla de afeitar y le asesiné.” Ramiro se quedó congelado por aquella historia, y se sobresaltó cuando Pedro dijo: -Eso es todo, ya puedes marcharte. Ramiro se disponía a marcharse. Cuando se atrevió a mirar por última vez el rostro de aquel preso, a diferencia de lo que se esperaba encontrar, un rostro demacrado y sin sentimientos, vio una cara mojada por un llanto silencioso, un llanto de culpa. Ramiro lo comprendió, no solo no quería morir, sino que también se daba cuenta de que había condenado a su mujer y a su hijo a la muerte, sin alguien que robara los alimentos estos no tardarían en fallecer. Ramiro abandonó la celda, que ahora estaba sumergida en un profundo silencio, un silencio que estos últimos años había sido ocultado tras gritos de dolor y súplicas, el silencio de un hombre que aguarda la muerte con resignación. Jose María Lorca Lorente


Páginas del Saavedra

Y aquí finaliza nuestro viaje por la literatura.

Dice Juan José Millás: “Imaginar historias se convirtió en una enfermedad.” Espero que este cuadernillo os sirva de estímulo para seguir escribiendo. Os mando un beso muy, muy grande.

¡FELIZ VERANO!


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