Entre ramas y hojarasca © Alfonso Pascón Voz y realización de audios: Alejandra Moglia María García Esperón entreramasyhojarasca.blogspot.com México, 2011
Producto cultural sin fines comerciales
He pintado algunas nubes del color de una sonrisa
PrĂncipe de los mirlos
He visto una charca
dentro del bosque con olor a incienso y juncos de cobre. He visto mil ranas con trajes de pana y sapos cantando por arte de magia. Entre ramas y hojarasca, en un cómodo agujero, mil púas sueñan serenas, sueños de otoño e invierno. Ya bailan las cañas de este roble anciano, ya bailan sus hojas la danza de antaño. De liquen su traje, su capa de escarcha, sombrero y tirantes: ¡canta, mirlo, canta!
Tardes en calma, siesta de gatos sobre cojines de musgo blando. Tardes serenas, se está nublando, caen cuatro gotas, corren los gatos.
Con agujas y un dedal
cose, cose Inés‐Araña, calcetines y un blusón y unos guantes de montaña. ‐¡Buenos día, tejedora! ¡Qué fresca está la mañana! ¿Cuánto valen?‐ preguntó otra entrometida araña. ‐Te regalo cada cosa, ¿te parece que son caras? ‐Me pareces confundida. Todo esto sí me extraña. ¿Cómo es que tengas tiempo a coser esta maraña? ¿Dónde está? Que yo la vea. ¡Muéstrame tu telaraña!
‐Amiga, con tanta labor el tiempo pasa que espanta. Te regalo mi trabajo ¿y por eso me regañas? Uno nace como nace, yo lo hice entre unas lanas. Mi madre cosía prendas para las larvas descalzas. Soy feliz vistiendo orugas, cosiendo sábanas blancas. ¿Por qué voy a entretenerme como tú que a todos dañas? Y feliz Inés‐Araña se quedó más grande que ancha. Repasa, tricota y canta y limpia mantiene su alma.
Un lápiz pequeño
no es un lápiz viejo. no lo tires nunca, es un libro abierto. Con él has escrito montones de cuentos, sílabas y tildes, estrofas y versos. Cientos de postales, tus primeros verbos, y negros tachones que guardas muy dentro. Un lápiz pequeño sin rayas ni estrellas, sin goma ni adornos y hasta sin banderas debes colocarlo en su propio reino y hacerle un gran trono dentro del colegio.
Hay escarcha entre las ramas cuando llega enero el frĂo y el palomo y la paloma juntos contemplan su nido. Son recuerdos de otro tiempo de primaveras con alas, de amores hechos polluelos, de ramas entrelazadas. De veranos a la fresca, de maĂąanas ocupadas de arrullos, vuelos y danzas, de una vida enamorada. Y ha llegado el frĂo enero, las ramas llenas de escarcha. La paloma acurrucada mientras el palomo canta.
En las tardes de diciembre
junto al fuego, en la cocina, todos juntos se entretienen con la abuela Carolina. Ella amasa mil recetas de dulce aroma a rosquillas que su abuela le enseñó cuando sólo era una niña. Mientras tanto cuenta historias, toda ella llena de harina, de tristes guerras, amargas, que ella, con penas, olvida. Y de un salto la rodeo y ella ríe y se arrodilla y con luz en su mirada me da un beso en la mejilla. Pasa rápido el invierno, diciembre viaja deprisa, mi abuela llena las tardes con su olor a manzanilla.
La libélula
y el libélulo juntos guardan un secreto. No es un viaje, ni un tesoro: es un peine de su abuelo, que guardaba junto a un charco de cuando era peluquero. ¡Qué secreto, guardan juntos la libélula y el libélulo!
Cuentan que un mirlo atrevido surcó los confines del bosque, llegó a un mar extraño y prohibido de tesoros y galeones. Entonó orgulloso su canto y esparció mejunje de plata y encantó con danzas y bailes a necios de un barco pirata. Se colgó en un mástil de fresno, extendió sus velas de organza y pintó de azules el barco y de añiles tanta distancia. Cambió el rumbo al infinito por la ruta hacia su casa, a su bosque y a su charca, a su luna entera y blanca.
Y a la gente de aquel barco, los piratas con casaca, los pintó con acuarelas del color verde de su alma. Y a aquel barco tenebroso, con su calavera negra, le colgó cientos de orugas y ramas de madreselvas, para que su olor llenara cada tronco, cada senda. Ya está el mirlo en su ventana, y ya entona sus poemas, y con ilusión contempla de aquel bosque su grandeza.
He pintado algunas nubes
del color de una sonrisa así mientras ellas viajan viaja también la alegría. Colorada y rechoncheta viaja la nube más roja que nos da color al cielo con el jugo de frambuesas. Con tulipanes y lirios y adornada con limones, la nube amarilla canta mientras giran girasoles. Ya pasa la nube negra y hoy no amenaza tormenta que en un cesto nos trae sombras, para cuando el sol calienta.
Bandadas de petirrojos, van agitando sus alas pintando el cielo a su paso como una nube naranja. Con helechos y retamas la nube verde se adorna, que celosa guarda orugas de una hermosa mariposa. Y a lo lejos, con la niebla, viajan bellas nubes blancas, se adornan con los jazmines que al dormir rozan mi cara.
Era sábado de tarde
cuando un ruido me asustó; un chasquido, en una rama, hizo temblona mi voz: ‐¿quién se esconde? ¿quién se agacha?‐ mientras tanto dije yo. Y un pequeño petirrojo hizo sonar su canción. Me quedé allí agazapado, y en silencio me miró, entornando su cabeza picoteando alguna flor.
Miró atento al sol dormido, giró todo alrededor, movió las alas contento y con su cola bailó. Hinchó todo su plumaje, saltó alegre y se estiró, se acercó hasta mi sonrisa y hasta un ojo me cerró. Me quedé feliz sentado con la higuera y mi bastón, y el petirrojo saltando poco a poco se alejó. Esa tarde, aquella brisa, la luz de enero, aquel sol. Y supe desde aquel día, que el petirrojo era un dios.