Revista Publifadecs-Cuando el pasado reciente se hace historia

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Cuando el pasado reciente se hace historia. Notas sobre teoría de la historia. En: Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Comahue. Año 8, n° 9, Gral. Roca, 2003, ISSN 950-9859-51-6, Dpto. de Publicaciones, Facultad de Derecho y Cs. Sociales, Revista con referato, pp. 115 a 128.

Cuando el pasado reciente se hace Historia Notas sobre Teoría de la Historia

Lic. Carlos Pescader Fadecs – CeIFiCSoH# Universidad Nacional del Comahue

A modo de presentación La historia –como res gestae o como rerum gestarum– remite al pasado. Los acontecimientos que se analizan se produjeron tiempo atrás, pertenecieron a otro tiempo. Y el relato histórico que los articula es una configuración lingüística en tiempo pretérito. En principio pensar “historias” moviliza la imaginación a lugares y personajes que no habitan el hoy. ¿Pero cuál es la distancia pasado-presente estimada oportuna para que los acontecimientos sean dignos de la reconstrucción historiográfica? Toda reconstrucción histórica es, por otro lado, una empresa intelectual desarrollada desde el presente. En este sentido ¿cómo influye ese presente en las consideraciones sobre el pasado que se intenta reconstruir? Mejor aún ¿cómo hacer para que esa reconstrucción no esté teñida de problemas y conceptos extemporáneos? Durante mucho tiempo ambos problemas tuvieron respuestas claras y contundentes desde la perspectiva historiográfica. La distancia temporal presente–pasado era condición de posibilidad de la reconstrucción histórica. Y, además, posibilitaba que el historiador no se viera

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Centro de Investigaciones en Filosofía de las Ciencias Sociales y las Humanidades. Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue.


movido sino por el sólo afán de un conocimiento imparcial, lo más alejado posible de sus intereses y preocupaciones éticas y políticas. Sin embargo en los últimos 40 años, al calor de una profunda transformación en los contenidos y de las “prácticas” historiográficas, estas certezas fueron puestas en tensión. La situación cobró actualidad por la aparición de un nuevo campo historiográfico: la historia del pasado reciente (para algunos historia del tiempo presente). Las producciones desarrolladas en este nuevo campo abordan acontecimientos muy cercanos en el tiempo, tanto que pueden formar parte de la memoria de generaciones vivas, incluida la del historiador. En este contexto se han actualizado discusiones sobre viejos tópicos de la historiografía. El propósito de este trabajo es analizar los rasgos que caracterizan al nuevo campo historiográfico, y presentar a la consideración de los lectores los alcances y los problemas que se formulan en torno a este tipo de reconstrucciones del pasado.

La “Historia del pasado reciente” en contexto Al examinar la literatura agrupada bajo la denominación “historia del pasado reciente” puede advertirse una importante disparidad en cuanto a los temas abordados, así como a los límites cronológicos que los encuadran. Estas particularidades tienen mucho que ver con los ámbitos socio-políticos en los cuales se han elaborado esos discursos históricos. La historiografía francesa incorporó estas producciones con la creación del Instituto de Historia del Tiempo Presente a fines de los ’70. Concebido como continuación del Comité de Estudios de la 2ª Guerra Mundial, concentró sus investigaciones en torno a la ocupación nazi y el colaboracionismo francés. Y en los últimos años ha incluido la preocupación por la actuación de Francia en Argelia.1 En España, por su parte, los estudios sobre el pasado reciente centraron sus indagaciones en la Guerra Civil y en la transición post-franquista.2 La caída del Muro de Berlín y la descomposición del orden creado por el socialismo real impulsó, en Europa Oriental, una importante cantidad de trabajos históricos en los que la mirada retrospectiva se tendió hasta 1

Cfr. Conan, Eric y Rousso, Henry (1996): Vichy, un passé qui ne passe pas. París, Gallimard. Stora, Benjamín (1991): La gangréne et l’oubli. La mémoire de la guerra d’Algérie. París. La Découverte. 2 Cfr. Aguilar Fernández, Pilar (1995): La memoria histórica de la guerra civil española (1936-1939). Un proceso de aprendizaje político. Madrid, Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.


1918.3 En Alemania, entre tanto, las jóvenes generaciones de historiadores enrolados en la nueva corriente historiográfica se abocaron a analizar las repercusiones que sobre la memoria colectiva alemana tuvieron el ascenso del nacionalsocialismo y los traumas dejados por la ”shoa”.4 Y en América Latina, finalmente, quienes abrieron un camino propicio para la constitución del campo han sido los ensayos y los trabajos dedicados a explorar los últimos golpes militares y los procesos de transición hacia la democracia.5 La diversidad manifiesta de temas y márgenes temporales no impide reconocer en todos estos trabajos un propósito común: re-significar el pasado reciente. Si la reflexión sobre los vínculos pasado-presente es un movimiento particular de la intelección histórica, en el nuevo género historiográfico se vuelve ineludible. Ha sido la vivencia de experiencias traumáticas6 lo que ha activado en algunas sociedades un importante debate sobre los límites de la contemporaneidad. Se considera que algunos acontecimientos –el fenómeno concentracionario y las prácticas de exterminio del nazismo y el stalinismo, o la violencia desatada bajo el “terrorismo de Estado” en América Latina– provocaron una disrupción del tiempo histórico que caracterizaba a la historia contemporánea a la manera occidental.7 Institucionalizados alrededor de algún origen remoto -las revoluciones liberales o los procesos de emancipación del siglo XIX-, sus límites han entrado en tensión. Las experiencias mencionadas imprimieron un nuevo giro en la vida política e institucional de algunas sociedades. Y, en ese sentido, se ha comenzado

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Cfr. Bartosek, Karel (1998): “Los regímenes poscomunistas y la memoria del tiempo presente”. En Cuesta Bustillo, Josefina (comp.): Historia y Memoria. Madrid, Marcial Pons. 4 Cfr. Lorenz, Chris (2000): “¿Historia como trauma? Algunas reflexiones acerca de los debates alemanes sobre la historia nazi”. Ponencia en “Actas del I Congreso de Filosofía de la Historia. La Comprensión del Pasado”. Bs.As., 25, 26 y 27 de octubre de 2000. UBA. (versión digitalizada). 5 Cfr entre otros textos: AA.VV.(1988): La nueva democracia argentina 1983-1986). Bs.As., Sudamericana; Blanch, José (coord.) (1991): El Precio de la Paz. Asunción del Paraguay, CEPAG; Cotler, José (1994): Política y sociedad en el Perú. Cambios y continuidades. Lima, Instituto de Estudios Peruanos; Grez, Sergio y Salazar, Gabriel (comp.) (1999): Manifiesto de historiadores. Santiago de Chile, LOM; Groppo, Bruno y Patricia Flier (comp.)(2001): La imposibilidad del olvido. Recorridos de la memoria en Argentina, Chile y Uruguay. La Plata, Ediciones al Margen; Vezzetti, Hugo (2002): Pasado y presente. Guerra dictadura y sociedad en la Argentina. Bs.As., Siglo XXI; 6 Sobre los desafíos que implica para la historiografía el uso de categorías psicoanalíticas ver Mudrovcic, Ma. Inés (2000): “El historiador como terapeuta de memorias traumáticas”. Ponencia presentada en: VIII Jornadas Interescuelas/Dptos. de Historia. Salta, octubre de 2001. (mímeo) 7 Se ha mostrado que la periodización cuatripartita de la historia: antigua, media, moderna y contemporánea es una construcción occidental. Más aún de factura francesa. Cfr. Chesnaux, Jean (1984): ¿Hacemos tabla rasa del pasado ? A propósito de la historia y de los historiadores. México, Siglo XXI.


a discutir si las categorías analíticas y las formas de “hacer” historia no deberían repensarse a la luz de tales experiencias. El auge de la nueva práctica historiográfica, además, se viene produciendo en un entorno donde la defensa de los derechos humanos y el repudio a los crímenes contra la humanidad se han globalizado. Y en un ambiente intelectual que ha sido propicio, por otra parte, para la expansión de una “cultura de la memoria”.8 De contornos complejos y paradójicos esta cultura ha servido de anclaje a grupos que han visto amenazada su identidad por la fragmentación política –el conflicto en los Balcanes y la ex URSS, son un ejemplo- o por la violencia política

–repetición de las políticas de exterminio en Latinoamérica, Rwanda y

Kosovo, por citar algunos casos-.9 Por estas razones los debates en torno a las historias del pasado reciente refieren, en muchos casos, al impacto que las investigaciones pueden tener sobre dos campos de la vida práctica: la ética y la política. Es en este sentido en el se revitalizan viejas discusiones. ¿Cuánto tiempo ha de pasar para que un acontecimiento pueda ser abordado “históricamente”? ¿Cuál debe ser el rol del historiador que investiga ciertos acontecimientos, como crímenes contra la humanidad? ¿Qué lugar ocupa la historiografía en la construcción de la memoria colectiva? Hasta no hace mucho estas cuestiones no producían hesitación. Desde la profesionalización del saber histórico, bajo la influencia del paradigma científico positivista, se delineó un proyecto bien preciso: hacer de la historia una disciplina cognitiva con posibilidades de reconstruir lo real pasado. Para lograrlo se propuso el apego a una visión “documentalista”, y a un sofisticado método de investigación que permitiría establecer “cómo ocurrieron en realidad las cosas”.10 La condición de posibilidad de la historia profesionalizada se fundó en el principio de escisión sujeto-objeto. Criterio epistémico con el que se buscó un doble propósito. Impedir la elaboración de teorías metahistóricas capaces de encontrar la clave del acontecer humano y de 8

Cfr. Huyssen, Andreas (2002): En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Bs.As., F.C.E. 9 Sobre la importancia adquirida por la problemática de la memoria en las últimas décadas en Europa puede consultarse entre muchos textos: Groppo, Bruno (2002): “En busca de marcas y certezas”. En Revista Puentes, Año 2, n° 8, noviembre de 2002, La Plata, pp. 48 a 60. 10 La afirmación pertence a Leopold von Ranke, uno de los principales “constructores” de la historia científica. Cfr. von Ranke, L. (1979): “Historia de los pueblos latinos y germánicos de 1494 a 1514”. En: Pueblos y Estados en la historia moderna. México, F.C.E, prólogo, p. 38


dictar, al mismo tiempo, lo más adecuado para el presente y el futuro.11 Y privilegiar el “rigor profesional” del historiador en detrimento de todo tipo de compromiso ético-político que pudiera ligarlo a su comunidad de pertenencia. El criterio se consolidó, años más tarde, con el principio weberiano según el cual “jamás puede ser tarea de una ciencia empírica proporcionar normas e ideales obligatorios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la práctica”.12 Esta concepción de la historia ha sufrido reestructuraciones de importancia bajo estímulos socioculturales y políticos diversos. La corriente antipositivista -primero-, el materialismo histórico y la escuela de los Annales –luego-, y las tendencias historiográficas aparecidas en los últimos cuarenta años13 han favorecido debates sobre aspectos epistémicos y metodológicos.14 De un lado se ha criticado y atacado la concepción tradicional de la historia. Se ha reconocido que las categorías conceptuales y las metodologías estructurantes de las disciplinas no son universales. En este enfoque la comprensión del pasado se ha orientado desde el análisis de lo discursivo, la búsqueda de sentidos y el modelo interpretativo. Del otro lado se

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Quienes promovieron elevar el conocimiento histórico a la categoría de ciencia pretendían alejarse de las elaboraciones de los filósofos de la historia. En ellos reconocían que sus teorías estaban animadas por principios filosóficos políticos sobre los cuales se fundaban visiones de las sociedades contemporáneas. Cfr. Le Goff, Jacques (1991) : Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso. Barcelona, Piados, pp. 76 a 104. Cfr. White, Hayden (1992): “La política de la interpretación histórica: disciplina y sublimación”. En El contenido de la forma. Barcelona, Piados, pp. 75 a 103. Un análisis de los vínculos entre la filosofía de la historia y algunas propuestas ideológico-políticas reconocibles entre el siglo XVIII y el siglo XX puede verse en Pescader, Carlos (1999): “Filosofía de la historia e Idelogía política”. Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Año 4, número 4, Universidad Nacional del Comahue, Gral. Roca. pp. 21 a 33. 12 Weber, Max (1990): “La ‘objetividad’ cognoscitiva de la ciencia social y de la política social (1904)”. En: Ensayos sobre metodología sociológica. Bs.As., Amorrortu, p. 41. 13 Una rápida mirada sobre las producciones de las últimas cuatro décadas permite distinguir, entre otros, los siguientes campos historiográficos: historia social, historia oral, historia de las mentalidades, historia intelectual, historia de las imágenes, historia de género, microhistoria, historia de la juventud, historia de la lectura, historia de la vida cotidiana, antropología histórica, etnohistoria, historia de ultramar, historia de la vida privada, historia de la historiografía, historia de la prensa, historia cultural, etc. 14 Sobre estas cuestiones pueden consultarse, entre otros: Braudel, Fernand (1968): La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid, Alianza; Le Goff, Jacques y Pierre Nora (comp.) (1978): Hacer la historia. Barcelona, Critica; Fontana, Joseph (1982): Historia: análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, Crítica; Cardozo, C y Brignoli, C. (1987): Los métodos de la historia. Barcelona, Crítica; Ferrarotti, Franco (1990): La historia y lo cotidiano. Bs.As., CEAL; White, Hayden (1992): El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Bs.As., Piadós; Chartier, Roger (1992): El mundo como representación. Barcelona, Gedisa; Burke, Peter (Edit.) (1993): Formas de hacer historia. Madrid, Alianza; Fontana, Joseph (1992): La historia después del fin de la historia. Barcelona, Crítica; Revel, Jacques (1995): “Historia y Ciencias Sociales: una confrontación inestable”. En: Estudios Sociales. Revista universitaria semestral. nº 10, Año VI, primer semestre 1996, Santa Fé.; Palti, Elías (1998): Giro lingüístico e historia intelectual. Stanley Fish, Dominick La Capra, Paul Rabinow y Richard Rorty. Bs.As., Universidad de Quilmes. Iggers, Georg (1998): La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales. Barcelona, Idea Books S.A.


ha defendido una historiografía garante de la reconstrucción de la realidad pasada. Alejada de la ficción y de la valoración. Apegada a una idea de verdad histórica que deviene del esclarecimiento de las “fuentes”. Esta última posición teóricamente debilitada mantuvo, sin embargo, preeminencia desde la práctica historiográfica.15 La historia del pasado reciente aparece en este debate cuestionando la concepción tradicional. Y, al introducir nuevas formas de “hacer historia”, proporciona una serie de nociones con las cuales se “tensionan” las prescripciones de la propia disciplina.

Historia del pasado reciente: una conceptualización. El “pasado reciente” tal como se lo ha identificado en las producciones mencionadas desvanece la idea de su delimitación a partir de la categoría tiempo. Es decir no puede ser reconocido apriorísticamente a partir de un determinado número de años contando “hacia atrás”, desde el presente. Y es igualmente difícil aproximar una delimitación a partir de los núcleos temáticos

abordados.

La

dificultad

no

ha

impedido

que

se

esbozaran

algunas

conceptualizaciones. La historia del pasado reciente puede pensarse como la producción historiográfica que tematiza acontecimientos o fenómenos de procesos sociales incorporados en la memoria inmediata de grupos generacionales que comparten el mismo presente histórico.16 Pretende “historizar” acontecimientos que constituyen experiencias de miembros de generaciones vivas. También entran en la órbita de su interés los modos de transmisión de esas memorias colectivas a partir del contacto entre generaciones. Esta conceptualización estimula la reflexión sobre varias cuestiones de interés. En principio ella permite delimitar el alcance temporal del “pasado reciente” eludiendo la necesidad de apelar a una periodización predeterminada. En efecto como se investigan acontecimientos cuyo recuerdo ha sido condensado en memorias colectivas, el período que interesa a la

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Cfr. Barros, Carlos (1996): “El paradigma común de los historiadores del siglo XX”. En: Estudios sociales. Revista Universitaria Semestral. Nº 10, Año VI, Primer Semestre, 1996. Universidad Nacional del Litoral. Santa Fé. 16 Esta conceptualización toma nociones de la definición desarrollada por Ma. Inés Mudrovcic en “Algunas consideraciones epistemológicas para una Historia del Presente”. Revista Hypania Nova, número 2, diciembre de 1999. (soporte virtual www.hyspanianova.es)


investigación estará dado, en cada caso, por la duración vital de los grupos generacionales portadores de los recuerdos –actores directos o simples testigos de los acontecimientos–.17 Paralelamente se estimula una indagación más profunda sobre los intrincados vínculos de la historia con la memoria colectiva. Finalmente, proporciona elementos para resignificar la relación sujeto–objeto, porque quien investiga está en situación de ser un integrante o al menos un contemporáneo de los grupos involucrados en la transmisión de las memorias colectivas. Pero además, las categorías implícitas en esta conceptualización –generación, memoria colectiva, presente histórico- proporcionan un marco desde el cual pueden pensarse las condiciones epistémicas de una historia del pasado reciente. a) Las generaciones y el sentido del pasado La teoría de las generaciones, utilizada con frecuencia para estudiar el tiempo histórico, es igualmente útil para indagar la influencia de las experiencias vividas en la construcción del conocimiento histórico. Al mismo tiempo provee elementos que permiten comprender las disputas surgidas en torno a la resignificación del pasado. Una cohorte o unidad generacional18 no sólo se define a partir del criterio biológico de la edad. Es necesario conocer la “localización” de los individuos en el espacio social. La coexistencia temporal de individuos no implica que hayan estado sometidos a las mismas influencias. Es la “ubicación” quien permite identificar las experiencias como únicas. Así, el núcleo de las afinidades entre los miembros de un grupo estaría dado por el haber recibido influencias de los mismos acontecimientos y el compartir experiencias similares. Estar sometidos al efecto de los mismos eventos públicos, compartir experiencias culturales y formas de dar respuesta a problemas existenciales comunes permiten, a quienes viven esas circunstancias, forjarse una identidad. De este modo el vínculo generacional tiene mas que ver con “lo padecido y recibido”, que con lo “intencional y activamente buscado”. El elemento biológico –la edad– se complementa con otro carácter 17

Mientras que en Europa del Este se avanza hasta las primeras décadas del siglo XX y en Francia, Alemania o España hasta la tercera década de ese siglo, en América Latina, en general, el límite temporal se fija alrededor de las décadas de 1970 y l980, aunque para el caso argentino es posible encontrar uno más lejano, la década de 1950. 18 Para los comentarios siguientes se han tenido en cuenta los planteos elaborados por Paul Ricoeur . El autor recupera y completa las ideas elaboradas por Karl Manheim Cfr. Ricoeur, Paul (1987): Tiempo y Narración. Tomo 3. Madrid, Cristiandad, pp. 794 y 795. (En adelante TyN)


sociológico, la “disposición”, entendida como las propensiones a sentir, pensar y obrar de cierta manera por haber compartido las experiencias similares. Paul Ricoeur ha completado este análisis introduciendo la noción “reino de los contemporáneos” elaborada por Alfred Schütz. Para Schütz un contemporáneo es “alguien de quien yo sé que coexiste conmigo en el tiempo pero a quien no vivencio en forma inmediata”19. Definido de este modo, el concepto involucra tanto relaciones personales como impersonales. A quienes conozco por contacto cara a cara, a quienes no conozco pero forman parte de entidades colectivas y anónimas en las cuales me incluyo -la clase, el Estado y la nación- y, finalmente, a quienes quizá no conoceré nunca porque forman parte de entidades anónimas que están fuera de mi contexto socio cultural y espacial. Este rasgo de anonimato e impersonalidad proporciona la mediación entre el tiempo del individuo y el tiempo histórico, como ha manifestado Ricoeur20. Los contemporáneos comparten un mismo tiempo presente. En este sentido son contemporáneos los actores directos, los testigos de un acontecimiento que permanecen vivos, los descendientes de ambos grupos, y todos aquellos que sin tener noticias de lo ocurrido están incluidos en el mismo marco temporal. Las ideas esbozadas permiten imaginar el conocimiento del pasado bajo la influencia de la dinámica social que depende de los encadenamiento de las generaciones. Manhein reconoció dos modalidades de encadenamiento: sustitución sucesiva cuando se produce el relevo de un grupo por otro, y simultaneidad, cuando aparece una cierta “estratificación” en un mismo momento de grupos con edades y experiencias distintas. De este modo la dinámica social puede aparecer referida a dos fenómenos diferentes: uno de confrontación entre la herencia y la innovación; otro vinculado con la repercusión producida por el cuestionamiento que los jóvenes hacen de las certezas de los más adultos.21 Esta distinción es más bien analítica porque en realidad el “cambio generacional” es un proceso continuo. Las nuevas generaciones se superponen a las que las anteceden e interactúan en un espacio social común dominado, en

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Schutz, Alfred (1972): Fenomenología del mundo social. Introducción a la Sociología comprensiva. Bs.As., Paidós, p. 209. 20 Cfr. Ricoeur, Paul, TyN, pp. 796 - 798. 21 Cfr. Ricoeur, Paul: TyN., p. 795.


principio, por las generaciones “más viejas”. Con frecuencia esta situación trae aparejada cierta tensión y disputa por el significado de “lo vivido”. En la primera perspectiva –encadenamiento por “relevo”– serán posibles nuevas interpretaciones de lo ocurrido a partir del recambio generacional. En la mayoría de los países europeos, según Hobsbawm, el recambio generacional de quienes tuvieron la experiencia directa de la segunda guerra mundial posibilitó un direccionamiento diferente de las políticas y nuevas perspectivas referidas al pasado reciente del siglo XX corto, como lo llama.22 El relevo generacional permitiría incluir en la representación del pasado heredado elementos nuevos sin que se modificara esencialmente el sentido de la memoria colectiva. O bien posibilitaría nuevas interpretaciones en función de necesidades o intereses emergentes. En estos casos pueden recuperarse episodios olvidados que, aunque modificando el objeto del recuerdo, se integran al conjunto de valores que otorgan identidad al grupo. 23 En cualquiera de las dos alternativas, el paso del tiempo parece jugar un papel fundamental. En la otra propuesta –encadenamiento por “estratificación”– el cambio de perspectiva histórica depende más del rol social y del poder que dispongan los grupos interactuantes. En este caso hay que tener en cuenta el lugar ocupado en la sociedad por los portadores de la memoria, y si los contenidos de esas memorias son capaces de satisfacer nuevas demandas o pueden resistir los embates críticos de los sucesores de los actores directos de los acontecimientos. Pennebaker y Basanick24 han advertido que las memorias colectivas son

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Cfr. Hobsbawm, Eric: “El presente como historia”. En: Hobsbawm, E.: Sobre la historia. Barcelona, Crítica, 1998, p. 235 23 Cfr. Yerushalmi, Y.: ob. cit., p. 22. Para Yerushalmi las recuperaciones de acontecimientos olvidados (las anamnesis) transforman inevitablemente su objeto. Pero lo resultante de esas anamnesis, si no se muestra efímero, deberá convertirse a su vez en una tradición, será incorporado a la halakhah, palabra hebrea que significa “el camino por el que se marcha”, conjunto de ritos y creencias que da a un pueblo el sentido de identidad y de destino. 24 Pennebaker, James y Becky Basanick (1998): “Creación y mantenimiento de las memorias colectivas”. En: VV.AA.: Memorias Colectivas de Procesos Culturales y Políticos. Bilbao, Universidad del País Vasco, p. 41 (en adelante McdePCyP). Según los autores en determinados momentos grupos de individuos o sociedades enteras miran hacia atrás colectivamente motivados por tres procesos que se interrelacionan. El primero se refiere a la idea de que la gente atraviesa un período crítico en su vida en el cual es más probable que los sucesos nacionales puedan afectar a su identidad. El segundo se apoya en un argumento generacional: los monumentos, películas y otros símbolos del pasado se crean cuando una generación que se ha visto afectada por los hechos tiene el dinero y el poder suficiente para poder construir estos monumentos. La tercera explicación se refiere al papel que juega el tiempo al hacer desaparecer poco a poco el dolor que produce recordar sucesos negativos.


“alimentadas” cada tanto –señalan períodos regulares de 20 o 30 años–, cuando la generación afectada por los acontecimientos influye en la organización de las memorias colectivas porque detentan la capacidad económica y el poder político y social suficiente para instituir conmemoraciones. Esta última modalidad contribuye a imaginar la complejidad del proceso de transmisión-recepción de las memorias colectivas. Por un lado sugiere que los contenidos de la memorias diferirán de generación en generación por los “énfasis puestos en” y las “interpretaciones de” aspectos particulares más que por las innovaciones, aunque éstas no deben ser descartadas. Por otro lado permite poner en evidencia hasta qué punto llegarían a diferir en sus posiciones quienes vivieron un acontecimiento y quienes han construido representaciones del pasado a partir de los relatos de sus predecesores. De cualquier manera el pasado recordado es colocado en el centro de una pugna de intereses, lo que permite anticipar no sólo las dificultades socioculturales que deberán enfrentar quienes haciéndose del poder propongan nuevas estrategias políticas, sino también las posibilidades de éxito o de fracaso. b) Memorias colectivas: algunas referencias La memoria colectiva –tematizada desde principios del siglo XX, más exactamente desde que el sociólogo durkhemiano Maurice Halbwachs25 polemizara con H. Bergson–, refiere al registro colectivo de ciertos eventos sociales. La memoria es social por sus contenidos en tanto es la memoria de un pasado intersubjetivo, vivido con otras personas; porque se apoya en marcos sociales de referencia –rituales, ceremonias, conmemoraciones–, y porque se fija a través de una reevocación pública e interpersonal vehiculizada por el lenguaje. Importa remarcar estos aspectos ya que, como recordó Paul Ricoeur26 “no se puede presuponer la existencia de un sujeto colectivo de la memoria que se hiciese cargo del carácter propio de los recuerdos”.

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Cfr. Halbwachs, Maurice (1994): La mémoire collectiva. París, Albin Michel. [Utilizo una versión del capítulo “Memoria colectiva y memoria histórica” traducido por Amparo Lasén Díaz publicado en la revista Sociedad, nº 12 / 13, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, pp. 191 a 201. 26 Ricoeur, Paul (1999): Lecturas del Tiempo Pasado: Memoria y Olvido. Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma, pág. 17.


Del cúmulo de acontecimientos vividos a la memoria colectiva interesa sólo aquel “recorte” que puede integrarse en el sistema de valores compartidos. Se recuerda “lo edificante, lo ejemplarizador”. La memoria colectiva cumple, entonces, una función social al convertirse en un esquema identitario. La función identificatoria se cumplirá en la medida en que nuevos miembros del grupo asimilen ciertas tradiciones comunes. En este sentido es necesario pensar en un movimiento doble de transmisión y de recepción de valores y recuerdos.27 Pero en tanto construcción social, la memoria colectiva elabora representaciones del pasado adaptando la imagen de los hechos a las necesidades del presente. Así la experiencia vivida se perpetua en el tiempo pero no será la misma; estará renovada, alterada respecto de su constitución original. De ahí que el sentido de la memoria colectiva no se establezca de una vez y para siempre. Y por eso mismo es posible concebir la transmisión de los recuerdos como ámbitos de disputa por el significado del pasado recordado entre quienes son portadores y quienes son receptores.28 Ahora bien, una unidad generacional determinada está constituida por distintos subgrupos. Y si bien al ocurrir un acontecimiento público de magnitud todos ellos pudieron estar bajo los efectos del mismo, es imposible imaginar que compartieron las mismas experiencias y tuvieron idéntico conocimiento de lo ocurrido. La pertenencia social proporciona esquemas cognitivos esenciales en los procesos del recuerdo y en la formación de nuevos sujetos. Pero esto no implica que todos los que estuvieron bajo los efectos de un mismo acontecimiento incluyan en el recuerdo contenidos idénticos. Se ha señalado que las experiencias comunes son, más bien, muestras de tipos particulares de experiencias.29 Podría pensarse que hay “tipos de experiencias”: de guerras civiles, de políticas de exterminio, de crisis económicas, etc., de las cuales las memorias específicas de individuos y grupos son muestras. Esas muestras no tienen por qué ser idénticas, aunque todas remitan a experiencias compartidas. No hay una dimensión unificadora de una experiencia compartida. Los acontecimientos impactan en las personas según sea la ubicación social dentro de un grupo, y la 27

Yerushalmi, Yosef (1998): “Reflexiones sobre el olvido”. En: VV.AA. Usos del olvido. Bs.As., Nueva Visión, pág. 22. 28 En este punto se retoman algunas consideraciones planteadas con anterioridad, pero desde otro ángulo. 29 Cfr. Conway, Martín (1998): “El Inventario de la Experiencia: Memoria e Identidad”. En: VV.AA.: MCdePCyP. Ob.cit, pp. 59 - 60


del grupo en la unidad generacional. Esta situación impide el reconocimiento de una “memoria colectiva común” cuyo soporte es una unidad generacional, y por eso es más adecuado hablar de “memorias colectivas”. La multiplicidad de memorias acerca de un mismo “tipo de experiencias” no hace otra cosa que introducir una fragmentación entre aquellos que son el soporte o sostén de los recuerdos. Este fenómeno se ha caracterizado según los casos como “memorias divididas”, “memorias enfrentadas” y “memorias en conflicto”. El historiador del pasado reciente deberá admitir la existencia de múltiples memorias colectivas circulando simultáneamente que pujan, entran en conflicto, por la significación de lo ocurrido. En este contexto “hacer memoria” significa, parafraseando a Vázquez,30 efectuar una selección de entre el sinnúmero de construcciones de sentido de sucesos del pasado. El otorgar cierto sentido a los acontecimientos es prescindir de otros posibles y, por lo tanto, de acciones y de prácticas que podrían modificar la situación presente en otro y otros sentidos posibles. Para cada grupo los acontecimientos, los lugares, la historia no revisten la misma importancia. Más aún en pos de su identificación es posible que a través de prácticas, ceremonias y rituales busquen fortalecer las diferencias. A veces la renovación generacional de los grupos y la distancia temporal que separa el pasado del presente permite, junto a reinterpretaciones sucesivas de los acontecimientos, evitar que las diferencias se agudicen. En otros casos la naturaleza del pasado hace que su procesamiento tenga lugar en contextos sociales y políticos sumamente conflictivos. c) El presente histórico: “un contexto de sentido”. El presente desde el cual se realizan la investigación sobre el pasado puede pensarse como el ámbito donde se produce el entrecruzamiento de los espacios de experiencias31 de unidades generacionales que coexisten. En el presente histórico conviven la generación contemporánea a los acontecimientos que se quieren estudiar y la generación sucesora. Es un 30

Vázquez, F. (2001) : La memoria como acción social. Relaciones, significados e imaginario. Barcelona, Bs.As., México. 31 Koselleck ha utilizado los conceptos “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas” como categorías metahistóricas. “Espacio de experiencia” refiere a un pasado presente cuyos acontecimientos pueden recordarse, y en el que aparecen fusionados tanto las racionalizaciones como los modos inconscientes del comportamiento individual o grupal. Es decir que las memorias colectivas están contenidos en los “espacios de experiencia”. Cfr. Koselleck, Reinhart (1993): Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Edit. Paidós, Barcelona, Bs.As., pp. 338 - 340.


espacio común de experiencias –como señalara Paul Ricoeur–32. De este modo, constituye una trama socio-cultural y el marco referencial en el que se producen, al mismo tiempo, la transmisión de las memorias colectivas y la reconstrucción científica del pasado. En tales circunstancias es sumamente difícil imaginar que producción historiográfica se mantenga completamente alejada de aspectos filosóficos y políticos que de alguna manera condicionan la investigación. O de los valores y creencias compartidas por los contemporáneos del historiador que investiga. En la historiografía del pasado reciente se anula la escisión sujeto-objeto. El criterio, considerado condición de posibilidad del conocimiento histórico, exigía al historiador ubicarse como un “observador analítico”. Esta práctica lo sumerge en una especie de zona de sombras en la que –como sugirió Hobsbawn- se debilita la delimitación entre “el pasado como registro generalizado, susceptible de un examen relativamente desapasionado”, y “el pasado como una parte recordada o como trasfondo de la propia vida del individuo”33. Por eso Hobsbawm mismo señaló –en otro lugar–: “Nadie puede escribir acerca de la historia del siglo XX como escribiría sobre la de cualquier otro período, aunque sólo sea porque nadie puede escribir sobre su propio período vital como puede (y debe) hacerlo sobre cualquier otro que conoce desde fuera, de segunda o tercer mano ...”. 34 Desde mediados del siglo XIX el saber sobre el pasado se ha validado científicamente a partir de una rigurosa metodología. Con ella se ha regulado el valor de las interpretaciones, se han prescripto estrategias de clasificación y uso de las evidencias, y se han señalado tipos de argumentación adecuados al discurso histórico. Sin embargo la exigencia de rigurosidad no ha podido evitar que las perspectivas de investigación hayan sido establecidas por una conciencia reflexiva, situada en un contexto socio-cultural determinado, condicionada por el conocimiento adquirido a través de la propia experiencia o por los recuerdos transmitidos. En la historiografía 32

Cfr. Ricoeur, Paul (1987): Tiempo y Narración. Tomo 3. Madrid, Cristiandad, pp. 378 - 379. Hobsbawm, Eric (1989): La era del imperio (1875-1914). Barcelona, Labor, p. 2. 34 Hobsbwam, Eric (1998): Historia del siglo XX. Bs. As., Crítica, p. 7. De manera similar Luis A. Romero plantea el problema en el prefacio a su Breve Historia Contemporánea de la Argentina, al afirmar que el rigor profesional se desequilibra frente a la opinión cuando el trabajo del historiador se orienta hacia acontecimientos que constituyen elementos de la experiencia y de la vida de quien investiga. Cfr. Breve Historia Contemporánea de la Argentina, Bs.As., FCE, p. 11 33


del pasado reciente esta situación se hace mucho más evidente. Y, además, se deja traslucir una relación paradojal de la historia con la memoria. La rigurosidad científica exige un acercamiento crítico, analítico, de la historiografía a las memorias colectivas. Prescribe que los acontecimientos recordados sean observados desde afuera para desentrañar falsedades, ambigüedades, ocultamientos. Pero el “saber histórico” del pasado reciente recibe la impronta de las memorias colectivas en tanto éstas se modulan en un presente que es el contexto del que emerge la historiografía. Por eso el auge de la historia del pasado reciente ha revitalizado la discusión sobre los aspectos normativos del discurso histórico.

Historia del pasado reciente: aspectos normativos. La exigencia de escindir sujeto y objeto tenía implicancias pragmático-normativas. El historiador debía evitar que su actividad influyera en los aspectos ético-políticos de la comunidad que integraba. Estas cuestiones se han vuelto a plantear desde el momento en el que la tensión planteada por Hobsbawm tiene derivaciones públicas; y se relacionan con la pregunta: ¿para qué la historia? La historia del pasado reciente es en cierto modo una especie de autobiografía colectiva, y su función cognitiva puede tener un impacto directo sobre las verdades contenidas en las memorias colectivas de algunos grupos. La agenda del historiador incluye la denuncia, el esclarecimiento y la formación de opinión a través de la docencia o de la elaboración textos.35 El conocimiento del pasado puede revelar, además, que la identidad colectiva se ha forjado en medio de una puja por la hegemonía sobre el pasado y puede dejar al descubierto aquellas memorias negadas pero vivas, porque sus titulares todavía sobreviven.36 Finalmente se podrían

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A mediados de 2000 se publica la edición polaca de “Los vecinos” escrito por Jan Tomasz Gross, sociólogo y figura líder entre los “nuevos historiadores” de Polonia. El libro relata la masacre de 1600 judíos-polacos, quemados vivos en el pueblo de Jedwabne. El debate se abrió. Casi un año después de la publicación del libro y a sesenta años de la masacre, el 10 de julio de 2001, el presidente polaco Aleksander Kwasniewski, pidió perdón público por el crimen cometido. 36 Paolo Pessino desarrolla esta idea en relación a la memoria antipartisana que se constituyó en la localidad de Guardistallo, provincia de Pisa, Italia a raíz de una matanza cometida por tropas alemanas el 29 de junio de 1944. Cfr. Pessino, Paolo (2000): “Juez e historiador. La ‘memoria dividida’ de los italianos y la responsabilidad del historiador”. En Páginas de Filosofía. Año VII, número 9, Dpto. de Filosofía, Facultad de Humanidades, UNCo, diciembre de 2000, pp. 17 y 18.


abordar cuestiones escasamente exploradas.37 Así, con o sin intención manifiesta, el historiador interviene en la disputa por la resignificación del pasado ocupando un lugar de privilegio: su actividad profesional lo ratifica como un experto. En el contexto del debate historiográfico que ha venido desarrollándose en Alemania en torno al pasado nazi, Jürgen Habermas ha reafirmado la ubicación del historiador como “observador analítico”. Habermas demanda diferenciar, como tipo ideal, “entre la perspectiva del observador y la del participante”. En su opinión, en el momento en que el punto de vista del observador analítico se confunde con las perspectiva asumida por aquellos que participan en un discurso de autocomprensión colectiva, la ciencia histórica degenera en política de la memoria.38 Asumiendo esta perspectiva la “cientificidad” de la historia del pasado reciente queda resentida. Al respecto interesa señalar que la pretensión explicativa del discurso histórico provoca una ruptura con el discurso de las memorias colectivas. Buscar las causas, las razones y las motivaciones que llevaron a alguien o a algunos a hacer algo, introduce una toma de distancia respecto de explicaciones “primarias” producidas en las relaciones intersubjetivas. Además las explicaciones históricas se organizan con la lógica de “lo probable”, sin perder por esto rigurosidad y crítica. Hay muchas maneras de encadenar los acontecimientos, presentándose algunas explicaciones como más probables que otras, en función de criterios retóricos39. La multiplicidad de relatos sobre un mismo acontecimiento no debilitan los esfuerzos críticos, los refuerzan. Y si el entendimiento se acostumbra a esta pluralidad, las reconstrucciones

37

Para el caso argentino H. Sábato sugiere trabajar con lo que en el escenario alemán se ha denominado “la responsabilidad colectiva por el contexto mental y cultural en que los crímenes fueron posibles”. Sábato, Hilda (2000): “La Cuestión de la Culpa”. En: Revista Los Puentes de la Memoria. Año 1, número 1, Agosto de 2000. p. 17. 38 En el contexto del debate historiográfico que ocurre en Alemania en torno al pasado nazi, Jürgen Habermas ha reafirmado que la ubicación del historiador como “observador analítico” aparece como condición de necesidad del conocimiento científico del pasado. Según Habermas en el momento en que el punto de vista del observador analítico se confunde con las perspectiva asumida por aquellos que participan en un discurso de autocomprensión colectiva, la ciencia histórica degenera en política de la memoria. Cfr. Habermas, Jürgen (1999): “Goldhagen y el uso público de la historia”. En Finchelstein, Federico (Edit.): Los Alemanes, el Holocausto y la Culpa Colectiva. El debate Goldhagen. Bs.As., Eudeba, pp. 208-209. 39 Ricoeur dice concretamente: “Es posible oponer una explicación más probable a otra que lo sea menos en virtud de los criterios que ponen en juego nociones caras a la retórica como ‘importancia’, ‘peso’, ‘refutación’, ‘configuración’, ‘aprobación’, ‘aceptación’, etc. Ob. cit., p. 46.


historiográficas sucesivas adoptan la forma de un “contar de otra manera” o “ser contados por otros”, lo que para Ricoeur aporta una dimensión terapéutica, si las narraciones refieren a acontecimientos traumáticos. De todos modos, en la conformación intersubjetiva de las identidades colectivas la historiografía rivaliza con otros modos de dar cuenta del pasado: el arte, la literatura, la cinematografía. Por lo mismo conviene señalar que el conocimiento histórico del pasado reciente no es, por si mismo, un generador de identidades políticas. La historiografía puede pensarse como una instancia de intermediación –una más entre tantas– que ofrece a los actores del presente elementos con los cuales, por el entendimiento y la deliberación racional, pueden modificar o reafirmar actitudes, creencias y modelos de relación. De este modo la capacidad de la historia de influir en el ámbito sociopolítico no descansa en su poder activo sino en la disponibilidad de la sociedad hacia la recepción del conocimiento histórico.40 Y en este sentido es necesario tener presente la relación de fuerzas existente entre los distintos grupos sociales incluida la corporación de los historiadores.41

A modo de conclusión provisoria

La historia del pasado reciente hizo su aparición en el mundo académico en momentos en que una profunda transformación en los contenidos y en las “prácticas” historiográficas provocaba intensos debates epistémicos y metodológicos. Quienes se han visto seducidos por este campo profesional han cuestionado la forma tradicional de la representación histórica, incorporando nuevas reglas y rompiendo con “viejas” prescripciones. En cierta forma estos cuestionamientos debilitaron la autoridad que la historiografía había logrado entre las ciencias sociales y las humanidades como garante de la reconstrucción de lo real pasado. Pero por otra

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Al respecto conviene revisar los conceptos con los cuales Agnes Heller distingue entre interés pragmático e interés práctico de la historiografía. Cfr. Heller, Agnes (1993), Teoría de la Historia. México, Fontamara, p. 80. 41 Chris Lorenz ha analizado cómo el relevo generacional permitió, en Alemania, que la corporación de historiadores revisara lo acontecido durante el pasado nazi. Cfr. Lorenz, Chris (2000): “¿Historia como trauma? Algunas reflexiones acerca de los debates alemanes sobre la historia nazi”. Ponencia en “Actas del I Congreso de Filosofía de la Historia. La Comprensión del Pasado”. Bs.As., 25, 26 y 27 de octubre de 2000. UBA. (versión digitalizada).


parte proveyeron nociones y perspectivas interdisciplinarias que enriquecieron las formas de imaginar los vínculos entre el pasado y el presente. Y al poner de relieve que en toda descripción o explicación histórica está presente la dimensión pragmática, de manera explícita o implícita, han permitido reconsiderar el impacto de la historiografía en el campo ético-político.

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