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LA HISTORIA VIVIDA Por: María Paula Esguerra Bernal*

Todos vivimos la historia de un modo particular. Nuestras vidas están llenas de matices y nuestra experiencia –la experiencia que cada uno tiene- del mundo, de la época y de las sociedades en que vivimos es muy diversa. Para muchos, la vida, es apasionante, para otros no tanto, para algunos es un poco tortuosa y llena de dificultades, para otros no lo es tanto, e incluso, es afortunada. Todo aquello que hace parte de nuestra experiencia vivida trasciende al modo en que comprendemos el mundo y al modo en que expresamos nuestras ideas y pensamientos en todas las disciplinas en las que nos desempeñemos, y de modo mucho más profundo, en las disciplinas de lo social y en la Historia particularmente. Y, es que la experiencia que cada uno de nosotras ha acuñado a través de su vida enriquece de forma evidente a la historia. La historia que hacemos debe ser un reflejo de nosotros mismos. Así pues, la historia que hacemos y que otros han hecho a través de los tiempos y en otras latitudes enriquece nuestras vidas, nos enseña algo, nos sirve para algo. Es decir, historia-experienciasociedad siempre deben ir de la mano, y en mi criterio, éste ha sido, precisamente, el más grande aporte que Annales le ha hecho a las formas de hacer historia, y más allá de esto, a la sociedad misma y a personas que hemos visto en éste aporte una motivación más para seguir estudiando y haciendo historia. Porque la historia tiene una función en nuestras vidas. Tiene una función social. La historia tiene que darle mucho a la sociedad y más en estos tiempos en los que la esperanza y la posibilidad de que vivamos en un mundo mejor se está disipando en el aire. Siempre nos preguntamos qué podemos hacer por nuestra ciudad, por nuestro país por nuestro planeta y creo no estar equivocada, que nosotros como historiadores o futuros historiadores, tenemos mucho que hacer al respecto, haciendo que nuestra vida y experiencia trascienda en la historia y viceversa, pues todos tenemos cosas muy valiosas que enseñarle a la sociedad. Así pues, y siendo más enfáticos en esto último, la ciencia en general se hace gracias a los hombres y mujeres que se sumergen en la dinámica de su época. La ciencia –o el conjunto de ciencias- “no se separa del medio social desde el que se elabora”.1 “Organizar el pasado en función del presente: eso es lo que podría llamarse función social de la historia”.2 Y es que no hay pasado sin presente, que a su vez será el pasado del futura, pues lo que conocemos, occidentalmente hablando, como pasado, siempre se está construyendo y replanteando por el mismo hecho que nuestro presente también lo hace. Por tanto, solamente a partir de nuestro presente podemos hablar del pasado, y precisamente, comprender el pasado hace que nuestro presente tenga sentido. Igualmente, la historia debe ser apasionante, tanto para quien la construye como para quien la “consume”. Soy –nos decía Marc Bloch- historiador porque amo la vida. En este sentido, precisamente es que con Annales, la historia se vuelve más humana. Sin embargo, pensar en estos

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Estudiante de Historia. Pontificia Universidad Javeriana. Lucien Febvre, Combates por la historia, Planeta-De Agostini, Barcelona, 1993, p. 87. 2 Ibid., p. 245. 1

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términos no está poniendo en duda la cientificidad de la historia, por el contrario, la disciplina recobra su valor explicativo y su compromiso con la sociedad. La historia es el estudio científicamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas creaciones de los hombres de otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades extremadamente variadas y, sin embargo, compatibles unas a otras (...); actividades y creaciones con las que cubrieron la superficie de la tierra y la sucesión de las edades.3

Pero ¿Qué tipo de explicaciones producimos? ¿Con qué utilidad? Son preguntas que se conectan claramente cuando pensamos en la historia Desde los griegos, pasando por los romanos y los que vivieron la Edad Media, en el Renacimiento, en la Ilustración, en el siglo XIX, hasta nuestros días, se han detenido en algún punto a “pensar la historia”, su propia Historia. Cada realidad le exige a los individuos pensar de un modo específico acerca de su historia, de cómo y para qué hacerla. Gran ejemplo de ello, es el trabajo de Ariès –El hombre ante la muerte4-, en el que se explica de forma integral la historia de Occidente a través de toda la mentalidad, el imaginario y los entramados sociales que rodean a la muerte. Éste grandioso trabajo constituye un botón para la muestra de lo que desde comienzos del siglo XX ha significado Annales. El hombre ante la muerte se inscribe en un espacio de mentalidades, recurre a la problematización constante y a la formulación de hipótesis. Incorpora en el cuerpo narrativo el análisis de un vasto corpus documental permitiendo así que el lector perciba con sus propios ojos el andamiaje sobre el que se construyen las hipótesis, las explicaciones y las concusiones. En fin, una manera “fabulosa” de hacer historia, pues hace evidente la trascendencia que tiene la historia en la sociedad. Por esto, es que la reflexión acerca de la relación presente/pasado/futuro, para la historia, es bastante útil. Muchos llaman a la historia la ciencia del pasado, pero ¿Qué es, acaso, el pasado? ¿Dónde termina el pasado y empieza el presente o el futuro? Como ya nos dijo alguna vez Eric Hobsbawm: “la historia es siempre historia contemporánea disfrazada”.5 Precisamente, “cada época se fabrica mentalmente su representación del pasado histórico”.6 Ampliando esto, Hobsbawm afirma que “el pasado es, por tanto, una dimensión permanente de la conciencia humana, un complemento obligado de las instituciones, valores y demás elementos constitutivos de la sociedad humana. A los historiadores se les plantea el problema de cómo analizar la naturaleza de este “sentido del pasado” en la sociedad y cómo describir sus cambios y transformaciones”.7 Así pues, el pasado está en reconstrucción permanente y oponerlo o separarlo radicalmente del presente e incluso del futuro es erróneo e incluso “ambiguo”. Por otro lado, hay quienes nos preguntamos ¿A quién llega la historia que hacemos? ¿A quién, además de los académicos, le interesa lo que hacemos los historiadores? ¿A quiénes debería ir dirigido nuestro discurso? ¿Somos concientes, acaso, del público al que le llega o le debería llegar nuestra historia? Es fundamental para el oficio del historiador tener claridad sobre las respuestas de estos cuestionamientos. Es evidente que la historia que construimos no la hacemos exclusivamente para nuestro deleite personal; hay un público que quiere conocerla: nuestros contemporáneos de hoy y de mañana, los 3

Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, p. 40. Véase Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Taurus, Madrid, 1999. 5 Eric Hobsbawm, “El presente como historia”, en: Sobre la historia, Planeta, Barcelona, 1998, p. 230. 6 Jacques Le Goff, Pensar la historia, Paidós, Barcelona, 1995, p. 29. 7 Hobsbawm, “El sentido del pasado”, en :Sobre la historia, op. cit., p. 23. 4

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que comparten condiciones de existencia con nosotros y con la historia que fabricamos, o, por el contrario, son ajenos, aunque nunca del todo, a nuestro discurso. En suma, “nuestra profesión pierde su sentido sí se repliega sobre sí misma”.8 La historia es útil, no sólo para las investigaciones que realizan otras ciencias sociales e incluso naturales y de otro tipo, sino para la realidad de lo social en general. La historia es, en consecuencia, una herramienta de transformación social clave. La memoria individual y colectiva se construye conforme a sistemas de intereses y puede ser usada como instrumento de dominación, manifestando el gran poder que tiene y que en muchos casos legitima la disciplina histórica, ya que ella es la que al final configura la memoria colectiva. Así pues, tenemos que tener muy claro lo que nuestro discurso histórico puede ocasionar y la responsabilidad social que tenemos como historiadores.. BIBLIOGRAFÍA Bloch, Marc. Apología para la historia o el oficio de historiador. Fondo de Cultura Económica, México, 2001. Corcuera de Mancera, Sonia. Voces y silencios en la historia. Fondo de Cultura Económica de México, México, 1997. Duby, Georges. Diálogo sobre la Historia. Alianza, Madrid, 1988. Le Goff, Jacques. Pensar la historia. Paidós, Barcelona, 1995. Hobsbawm, Eric. Sobre la historia. Crítica, Barcelona, 1998. Ariès, Philippe.. El hombre ante la muerte. Taurus, Madrid, 1999.

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Georges Duby, Diálogo sobre la Historia, Alianza, Madrid, 1988, p. 164.

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