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Staff Moderadora: Moni

Traductoras: Annabelle

Ivy Walker

Snow Q

ElyCasdel

Val_17

Sandry

Jane

MajoVilla

Fany Stgo.

Mary

florbarbero

Vane hearts

Issel

Correctoras: AriannysG

SammyD

Alex Phai

Laurita PI

Val_17

Fany Stgo.

Key

Mary

Daniela Agrafojo

Lizzy Avett'

Lectura final: Moni

Dise単o: Yessy

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Indice Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Agradecimientos Sobre el autor

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Sinopsis Erin Easter ahora era Erin Alderman, porque Erin Alderman estaba muerta. En la segunda entrega de estas series mejor vendidas en Estados Unidos, sigue a la protagonista Erin, una chica de último año de la secundaria en el pequeño Blackwell, Oklahoma. Después de que un terrible accidente deja a dos compañeras muertas, Erin se entera de que fue cambiada al nacer. Poco después, se muda al hogar de sus verdaderos padres, Sam y Julianne Alderman, transformando a Erin, durante la noche, de paria de la Escuela Secundaria Blackwell, a la hija única de la pareja más rica del pueblo. También al ser perseguida por su amor de la infancia, Weston Gates, el sueño que alguna vez tuvo es ahora una realidad. Pero cuando Erin se tropieza con secretos que le dan las respuestas que ha estado buscando, encuentra también una verdad que nunca quiso saber.

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1 Traducido por Annabelle y Snow Q Corregido por AriannysG

Aunque las luces se encontraban apagadas y la puerta cerrada, algo me atraía a la habitación de Alder. He estado viviendo con mis verdaderos padres durante tres semanas, y nunca he visto la puerta de la habitación de Alder abierta, pero cada vez que paso junto a la madera pintada de blanco con las letras en madero color pastel que dicen ERIN, algo dentro de mí me decía que la abriera. No lo haré, prometí. En mi segunda tarde donde los Aldermans, Julianne se sentó conmigo en mi cama tamaño queen a revisar catálogos de edredones, decoración de paredes, y ropa. Me pidió que marcara todo lo que me gustara y debí haberlo ordenado todo, porque casi todos los días llegaban cajas y cajas. El timbre sonó, y troté al bajar las escaleras de madera, intentando no hacer demasiado ruido, aunque sabía que Sam y Julianne estaban despiertos y en la cocina. Luego de esquivar las cajas, abrí la puerta, sonriendo cuando vi a Weston sacudir la cabeza a un lado para apartar el flequillo de su rostro. Su cabello aún se encontraba húmedo, y sus ojos un poco hinchados. La noche anterior habíamos estado despiertos hablando hasta tarde. —Huele como si estuviesen intentando atraerte a la cocina de nuevo —dijo Weston, inclinándose para besarme rápidamente. —Buenos días —dije cuando se alejó. Su mirada cayó al suelo, examinando las cajas de diferentes tamaños. —¿Más cosas? —Más cosas —dije, lanzando una mirada asombrada por encima del cartón lleno de polvo. —¡Weston! —llamó Julianne—. ¡Aquí hay un plato con una pila de tocino!

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Pasó junto a mí, tomando mi mano en el camino. Caminamos por un pasillo ligeramente colorido y cruzamos a la derecha, debajo de una puerta en forma de arco. A Julianne le gustaban los colores pasteles y muchísima luz natural, lo cual tenía sentido, ya que ella encarnaba luz. Toda la casa estaba decorada principalmente en colores blancos o sombreados blancos, azules pasteles, y cortinas transparentes. En la estufa se encontraba una olla llena de salsa de pimienta blanca, y como prometió, al otro lado del mesón había un plato lleno de tocino tostado. —¿Tienes hambre? —preguntó Julianne, con entusiasmo. Tenía puesto un delantal plisado azul con amarillo encima de un suéter de angora rosado y jeans. Su cabello rojizo rebotaba y brillaba como siempre lo hacía. Weston me miraba con sus enormes ojos color esmeralda, ya que la pregunta no había sido para él. —Lo lamento. —Me encogí. Odiaba decepcionarla, pero que recordara, nunca antes había tomado el desayuno, y se sentía raro comer en las mañanas. Gina no cocinó para mí desde que fui lo suficientemente grande para hacer un sándwich, y dormir y las caminatas a la escuela tenían más prioridad que cocinar huevos, incluso si Gina se hubiese molestado en mantener los gabinetes o el refrigerador con comida para desayunar, lo cual no había hecho. Julianne se encogió de hombros, intentando aligerar el ambiente. —Solo come un par de pedazos a la salida, cariño. —¿Hiciste…‖ bizcochos y salsa? —preguntó Weston, levantando la barbilla mientras disfrutaba del aroma salado. —Y salchichas —dijo Julianne, con los ojos brillando de nuevo. Weston me miró, y luego a su reloj. —Tenemos tiempo. Dejé que mi mochila verde nueva de paquete cayera con gentileza al suelo, y me senté en un banco en la barra que sobresalía de la encimera. —Sí, lo tenemos. Julianne se volteó, tomó dos bizcochos de la cacerola cubierta de papel aluminio, y luego los cortó a la mitad. Con un pequeño cucharón, los cubrió de salsa. Weston tragó, salivando. —¿Acaso tu mamá no prepara el desayuno? —pregunté.

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—A veces —dijo Weston—. Pero no cocina tan bien como Julianne. No creo que haya alguien que lo haga. —Ay —dijo Julianne—. Los cumplidos te llevarán a todos lados en esta casa. Me removí en mi asiento. En ese momento, se me ocurrió que no era la primera vez que Weston se sentaba en la cocina de Julianne, y que comía de su comida con su hija. Pero ahora era una hija diferente. —Tiene razón, cielo —dijo Sam—. Eres una cocinera fantástica, y yo soy un hombre con suerte. —Tomó un puñado de tocino y besó a Julianne en la mejilla—. Si todo va bien, estaré en casa alrededor de las ocho. Tengo un caso tarde. Julianne asintió y se inclinó hacia adelante, ofreciéndole a sus labios su mejilla. Sam se acercó a mí, se inclinó y besó mi cabello. —Ten un gran día, cariño. —Hizo una pausa—. ¿Tienes que trabajar esta noche? Asentí. —Normalmente trabajo todas las tardes, desde las cuatro hasta las ocho. —Es bastante —dijo Julianne, con desagrado. Sam asintió en dirección a Weston. —¿Pasarás a buscarla? Weston asintió. —¿Puedo recogerte del trabajo mañana? —Sam levantó sus lentes, mirándome expectante con sus ojos naturalmente hinchados. Miré a Weston y luego asentí. Sam se encogió de hombros. —Me gustaría llevarte por un helado. Todos en la habitación lo miramos. —Estoy bromeando —dijo, riéndose—. ¿Creí que quizá podíamos ir a cenar un poco más tarde? —Le lanzó una mirada a su esposa en busca de aprobación. —Seguro —dije, tomada un poco fuera de guardia. Apretó mis hombros y luego tomó su chaqueta, apurándose por el pasillo hasta la puerta trasera que llevaba al garaje. —¿Sam? —llamó Julianne—. ¡Tu cartera! —Me guiñó un ojo.

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Sam vino trotando y tomó un bolso marrón de cuero. —¡No es una cartera! —dijo, exasperado. Desapareció de nuevo. Segundos más tarde, la puerta trasera sonó detrás de él. Se escuchó un zumbido bajo, señalando la puerta del garaje. Julianne sacudió el flequillo de sus ojos. —Necesito un corte nuevo. Esto me está volviendo completamente loca. —Me miró con emoción en sus ojos—. ¿Quieres venir? Miré mi cabello, el color era casi idéntico a las trenzas rojizas de Julianne, a excepción de sus reflejos. Lo había trenzado porque aún estaba un poco húmedo por la ducha que había tomado la noche anterior. La mayoría del tiempo lo usaba en un moño o una cola de caballo, ya que siempre me estorbaba. Gina me lo había cortado un par de veces cuando estaba en primaria. La única vez en que intenté cortármelo yo misma fue en noveno grado, y ese fue un error fatal, así que simplemente me lo dejaba crecer. Ahora, las puntas colgaban justo a mitad de mi espalda. Weston miró en mi dirección. —Uh, seguro —dije. —¿Cuán corto? —preguntó Weston con el ceño fruncido. —Tan corto como ella quiera —dijo Julianne, bromeando un poco. —Solo pregunto —dijo Weston, levantando las manos al aire. —Llamaré para programar una cita. ¿Cuándo sería buen momento? Me encogí de hombros. —¿El sábado en la mañana? —Haré lo posible —dijo, enjuagando un sartén. Weston levantó a su boca el último bocado de bizcocho. —Gracias, Julianne. Pero ya también deberíamos irnos. —Por supuesto. Desempacaré tus cosas, Erin. Puedes ponerlas donde quieras esta noche. —De acuerdo. Gracias —dije, deslizando mis brazos por las tiras de mi mochila—. Nos vemos después. —Yo…‖Ten‖un‖buen‖día,‖dulzura. —Tú también —dije, siguiendo a Weston hacia la puerta de enfrente.

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Su enorme camioneta Chevy roja se encontraba estacionada en la esquina frente a la casa, aún encendida. La pintura lucía recién encerada, y las llantas brillaban. —¿Le dedicaste algo de tiempo a tu camioneta ayer? —Desde que te mudaste para acá he estado aburrido. Compartirte es más difícil de lo que suena. —¿Qué hacías antes de mí? —pregunté. Estaba bromeando, pero Weston puso una cara extraña. Había pasado su tiempo con Alder y sus amigos. No tenía que mantenerse lejos para respetar la necesidad de Sam y Julianne de conocer a su hija. Ahora que Alder ya no estaba y no se juntaba con los mismos amigos, probablemente se sentía un poco perdido cuando yo me encontraba con Sam y Julianne. Weston me abrió la puerta del pasajero. —Básicamente lo mismo. Desear estar pasando tiempo contigo. No estaba segura si bromeaba o no. No sonrió. Me subí al auto, y Weston corrió hasta el asiento del conductor. Tan pronto como se sentó debajo del volante, estiró su mano hacia mí. Cuando la tomé, apretó mis dedos. —¿Qué? —pregunté. —Ven aquí —dijo, señalándome para que me sentara junto a él. Me acerqué y ajusté el cinturón del medio. Haló su cinturón frente a su pecho. Entró y cambió la marcha. Con su brazo descansando encima del asiento detrás de mí, condujo a la escuela con una mano. Probablemente conducía bastante con una mano cuando estaba con Alder. Me encogí internamente. Esos pensamientos tenían que parar, o solo me harían sentir miserable. Cuando nos detuvimos en el estacionamiento de estudiantes y caminamos juntos al costado sur del edificio, se nos quedaron mirando menos personas que la semana pasada. Aún no me sentía cómoda sobre tomarnos de las manos durante la escuela, pero a veces Weston se dejaba llevar. El primer período estuvo tranquilo, sin contar a las personas que me molestaban, lo cual se había vuelto lo normal. Brady aún me lanzaba miradas, pero eran más de curiosidad que de ira.

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La Sra. Merit comenzó la lección tan pronto como sonó la campana y ya había explicado la mayoría de las diapositivas en la pizarra inteligente cuando Sara Glenn se inclinó hacia mí. —¿Qué hay con el collar? —preguntó. —Las chicas tienden a usar joyería en ocasiones —dije. Eso no la detuvo. —Weston debió habértelo dado. Lo has usado todos los días durante casi un mes. La ignoré. Contestar no se sentía necesario. —Chrissy North dijo que te mudaste al cuarto de Alder. ¿Está embrujado? —No, y no. —Brendan dijo que Weston dijo que ya tuvieron sexo en su cama. Entrecerré los ojos en su dirección. —Weston no diría eso. —¿Entonces es verdad? —Eso es asqueroso. Su ceja se elevó. —¿El sexo con Weston es asqueroso? Mi pecho se presionó contra la mesa cuando me incliné hacia ella. —¿No te cansas de escuchar conversaciones y esparcir rumores, Sara? ¿No es cansado, o acaso es lo único que tienes para sentirte importante? —¿Señoritas? —dijo la Sra. Merit. Me volví a enderezar en mi silla y bajé la mirada hacia mi libro, poniendo las manos sobre mis piernas, para que Sara no las viera temblando. Una decepción intensa me envolvió por haberle seguido el juego. ¿Qué pasaba conmigo? Yo era mucho más que esto. Eso no podía cambiar también. La Sra. Merit leyó la asignación, y me puse a trabajar en las veintidós preguntas al final del capítulo. Sara no volvió a hablarme, y me aseguré de que mis cosas estuvieran guardadas diez segundos antes de que la campana sonara, para poder marcharme de prisa. Weston me encontró en mi casillero. Parecía sentir que algo estaba mal. — ¿Brady te dijo algo? Negué con la cabeza. —¿Brendan? ¿Micah? Fue Andrew, ¿cierto? Ese pequeño pedazo de mierda…

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—No. Nadie dijo nada —respondí, guardando el libro de biología en mi casillero y sacando mi libro de texto para el siguiente periodo. Weston tomó mi mentón suavemente con su mano y me giró para enfrentarlo. —Dime. Cerré los ojos. —Están diciendo cosas horribles. —Sacudí la cabeza—. Horribles. —¿Cómo qué? —Su mano abandonó mi mentón, y frunció el ceño. —No‖quiero‖decirlo.‖No‖puedo… es horrible. —¿Que tuvimos sexo en la cama de Alder? —preguntó. Levanté la mirada hacia él. —¿Lo escuchaste? —La semana pasada. De hecho, estoy sorprendido de que sea la primera vez que lo escuches. —Lo‖siento‖tanto.‖Yo… Las mejillas de Weston se ruborizaron con ira, pero no estaba dirigida hacia mí. —No te disculpes por ellos, Erin. Tenles lástima. Eso es tan retorcido‖y…‖—Su voz se desvaneció—. Cualquiera que haya pensado eso y estuvo lo suficiente enfermo para correr la voz tiene más problemas que los cotilleos. No puedes evitar lo que piensan o lo que dicen. —Lo sé. No me importa lo que piensen de mí.‖Pero‖es‖solo…‖No‖quiero‖que‖ llegue a oídos de Sam o de Julianne. —Ya se los dije. Saben que nunca les faltaríamos el respeto de esa forma. Mi mandíbula cayó. —¿Ya les dijiste? ¿Cómo pudiste decirles eso? —Es un pueblo pequeño, Erin. Preferiría que lo escucharan de nosotros, ¿tú no? —Pero no lo escucharon de nosotros. Lo escucharon de ti. ¿Por qué no me dijiste? Mientras más alterada me sentía, más nervioso estaba Weston. Tragó, y su rostro se desplomó. —Has pasado por mucho. —Por favor, no me mires así. —¿Cómo? —Esa mirada de oh-pobrecita. Ya me miran suficiente de ese modo. —Erin —comenzó Weston, pero la campana sonó.

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—¡Mierda! —dije. Tomé mis cosas y azoté la puerta de mi casillero, medio caminando, medio corriendo hacia mi próxima clase. El segundo y el tercer periodo trascurrieron en un borrón. La mirada en el rostro de Julianne cuando Weston le contó el rumor más reciente era lo único en lo que podía pensar. Weston me esperaba en mi casillero entre clases, esperando que hablara primero. Cuando no lo hacía, me dejaba alejarme. Estuvo en mi casillero de nuevo antes del almuerzo, pero fui directo a la cafetería y comí sola. Los otros estudiantes observaron todos mis movimientos. No podía ganar. Me miraban cuando estaba con Weston y cuando no lo hacía. La atención era mucho menos negativa que antes del accidente, más curiosa, pero aún era atención que no deseaba. Para cuando llegué a la clase de salud, la pesadez era demasiada, y mis emociones me vencían. El entrenador Morris repartió un ejercicio de buscar palabras y tomó asiento en su escritorio, apoyando los pies en la cima. Me puse a trabajar, fuertemente consciente de que Weston miraba mi nuca. Lo escuché rebuscando en su bolso y luego tomó una calada de su inhalador. Su escritorio crujió un par de veces cuando intentaba ponerse cómodo. Sus cálidos dedos tocaron mi espalda en el lugar entre mis hombros, con tanta suavidad que pensé que tal vez lo había imaginado. Dejó escapar un susurro—: Por favor, habla conmigo. Volví la cabeza hacia mi hombro, pero no me giré por completo. —No sé qué decir. —Di que soy un idiota por hablar con tus padres sin hablar contigo primero, y luego di que no me odias. —No te odio. Sus dedos abandonaron mi camisa, y lo escuché exhalar. Miré por debajo de mis pestañas, y noté que el entrenador Morris trataba de no mirar. Después de un apresurado escaneo de mi visión periférica, fue evidente que el entrenador no era el único que había notado el silencioso intercambio entre Weston y yo. Sentí el tirón en mi pecho. Habían pasado semanas desde que tuve que lidiar con la necesidad de llorar, pero las paredes se elevaron como viejos amigos, y direccioné mis pensamientos hacia cuántas cucharadas de coco tenía que agregarle a un helado Hawaiian Blizzard, y cuántas cajas de vasos, cucharas, o

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servilletas tendríamos que almacenar una vez que llegara el camión de suplementos. Me imaginé doblando mantas blancas raídas y contándolas mientras lo hacía. Estar dentro del Dairy Queen siempre había sido cómodo para mí. El trabajo no solo mantenía mi mente ocupada, sino que también era donde pasaba la mayoría de mi tiempo con mi amiga más cercana, Frankie. Y no importaba cuanta gente se nos enfrentara, la pantalla y la ventana siempre estaban entre nosotros. La campana sonó, pero me hallaba perdida en el interior de las paredes del Dairy Queen. Weston se puso de pie y se detuvo en mi escritorio, pero cuando no levanté la mirada, siguió caminando. Pronto, era la única persona en la habitación, o eso creí. —Oye —dijo una voz. Levanté la mirada. Era Brady Beck. —¿De verdad estás viviendo ahora con los Alderman? Reuní mis cosas y me puse de pie, pero Brady se metió en mi camino. — Apuesto a que se preocupan todo el tiempo de que robes. Puedes tener su sangre, pero fuiste criada por una drogadicta. Solo lo miré, negándome a responder. Me dio una mirada de superioridad. —¿Weston admitió por qué de repente estaba tan interesado en ti? Permanecí en silencio. —Tal vez deberías preguntarle. —Se alejó. El falso mármol blanco en los azulejos rojos del corredor parecían pequeñas serpientes albinas deslizándose en diferentes direcciones, mayormente hacia las grandes ventanas de cristal que recorrían el pasillo sur de las áreas comunes. Las sillas que bordeaban la docena y media de mesas para almorzar que llenaban la sala estaban vacían, y mientras dejaba atrás la esfera de cristal en el centro de la secundaria conocida como la biblioteca, decidí olvidar mi casillero e irme directo a español, mi próxima clase. La señorita Alcorn, me recibió cuando entré. Fui la primera estudiante en el salón de clases, y probablemente la única sin mi texto. —Lo olvidé en casa —dije, tratando de evitar responderle más tarde delante de todos. —Asegúrate de traerlo mañana. Definitivamente lo necesitarás.

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Agaché la cabeza y traté de frotar los nudos en mi cuello. Apenas luego de diez minutos de clase, Micah Norton arrancó un pequeño trozo de papel y lo arrojó a mi escritorio desnudo. —¿Ya Weston te dejó? Se lo pasa adherido a tu cadera, y no los he visto juntos en todo el día. No me giré. —Easter —susurró. Era la primera vez que alguien me llamaba así desde que se corrió la voz de que no era hija de Gina. Se sentía despectivo. Siempre lo hacía. Aún así no me giré. Micah no tenía a sus amigos ahí para alentarlo a hostigarme, de modo que si lo ignoraba, generalmente se rendía. Existían tres tipos de intimidadores: aquellos como Sara, que eran más pasivo-agresivo que cualquier otra cosa, y generalmente lo hacían cuando tenían un mal día. Otros, como Micah o Andrew, solo me hacían sufrir cuando había otros que lo disfrutaran, y habían intimidadores como Brady y Brendan, a quienes no les importaba quién estaba alrededor. Cuando convertían a alguien en su objetivo, la tormenta no se detendría hasta que de algún modo hubieran destrozado a su presa. Había leído varios libros y artículos acerca del acoso, y cómo las chicas por lo general amenazaban a otras, pero en mi escuela, los peores eran los chicos. Disfrutaban el poder que venía con la intimidación. Muchas veces el nivel y el tamaño de la crueldad dependían de cuantos otros se unirían al ataque. Nadie estaba a salvo. Era al azar, siempre repentino y despiadado. La mejor protección era ser amigo de los intimidadores y unírseles. El círculo era vicioso y predecible, la única cura era la graduación, y sabía que solo era una de las desesperadas por el último día de escuela. Mi indiferencia en conjunto con la política de cero tolerancia a la intimidación de la Srta. Alcorn, fueron dos factores para que Micah se rindiera rápido. Un alivio familiar me lleno, pero también fue desequilibrante. Me sentía fuera de práctica, incluso después de solo un par de semanas de no sentirme tan protegida. Afortunadamente, Micah dejó de molestarme por el resto de la clase. Para el momento en que vi a Weston en la clase de arte, era un manojo de nervios. Se hallaba sentando en un banquillo que había movido a mi mesa, sus rodillas temblaban con anticipación. —¿Por qué estás evitándome? —dejó escapar. —No lo hago —dije, manteniendo mi tono de voz bajo, esperando que él hiciera lo mismo.

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La Sra. Cup, entró en la habitación, lista para amenazarnos si nos dirigíamos a algún lugar diferente al viejo establecimiento de pizza junto al mural en el que estuvimos trabajando. —¿Quién no tiene un aventón? —preguntó la Sra. Cup. Weston me miró con ojos preocupados. Solo dos estudiantes levantaron la mano. —Pueden ir conmigo, o pueden conseguir un aventón con alguien más. Háganmelo saber —dijo la Sra. Cup, esperando que los dos estudiantes se decidieran. Weston no alejó sus ojos de mí. —¿Puedo llevarte? Saliendo en dirección al estacionamiento, Weston me ofreció su mano, probando las aguas. Las únicas personas afuera eran los otros estudiantes de arte y la Sra. Cup, así que era menos incómodo que antes o después de la escuela, pero pude sentir la tensión irradiando de sus dedos en el momento en que nos tocamos. Tan pronto como cerró su puerta, tomó una bocanada de aire. —Lo siento, Erin. Pensé que estaba haciendo lo correcto. Trataba de protegerte. Puedo ver ahora que fue estúpido hablar con ellos sin hablar contigo primero. —Esperó por mi respuesta, claramente preparándose para una discusión. —Lo superaré. —No estaba enojada. No sabía con certeza cómo me sentía, pero era extraño que alguien‖fuera‖tan…‖considerado‖conmigo. Una línea se formó entre sus cejas, y se giró para ver hacia el frente, poniendo el auto en reversa. No se veía feliz con mi respuesta, y permaneció en silencio, perdido en sus pensamientos mientras conducía hacia la vacante en el estacionamiento del antiguo local para pizza. Ya todos se encontraban cerca de la pared de ladrillos, cargando implementos y listos, cuando se estacionó. —Esto también es nuevo para mí, Erin —dijo Weston—. No me importaba si Alder me dejaba. No me preocupaba cada noche de que cuando se marchara a la universidad, tal vez no la vería de nuevo. Todas estas extrañas, horribles e increíbles cosas te están sucediendo, y sería completamente entendible si dijeras que no tienes tiempo para‖intentar‖hacer‖que‖funcione‖conmigo…‖y estoy loco por ti, Erin. ¿Tienes idea de lo mucho que eso me asusta? —¿Quieres hablar acerca de estar asustado? Ya sabes que mi mamá es buena cocinera, porque ya has salido con su hija. Probablemente tuviste sexo en la habitación en la que duermo. Conoces mi casa y a mis padres mejor que yo. Estoy viviendo la vida de otra persona, Weston. Así que dime más sobre cuánto te asusta que te dejen.

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Jadeé y cubrí mi boca. Él exhaló como si lo hubiera golpeado en el estómago. —Oh, Dios, lamento mucho haber dicho eso. —Mis manos amortiguaron mis palabras agudas. Negó, frotando su labio inferior con su dedo medio. —No hay reglas para esto. Puede que lo merezca. Ni siquiera lo sé. —Nadie se merece eso. Tus sentimientos son tan importantes como los míos. Ambos hemos pasado por mucho. Lo siento —dije, buscando su mano. Apagó la ignición y se giró para abrir la manilla de la puerta. Un tirón de miedo me recorrió. La puerta se abrió solo un par de centímetros, y luego se detuvo. Se giró y me envolvió en sus brazos. Las lágrimas que estuve conteniendo todo el día finalmente escaparon en torrentes por mis mejillas. La Sra. Cup tocó la ventana del conductor, y ambos nos giramos para ver la cima de su cabeza. Weston abrió la puerta. —Vamos, ustedes dos. Tienen trabajo que hacer. Sequé mis ojos con mis mangas, asintiendo. Cuando nos bajamos de la camioneta con nuestras pinturas y pinceles y nos acercamos al mural, varios ojos nos miraron. Si hubiéramos sido cualquier otra persona, nos darían detención o al menos alguna charla severa. Había algo acerca de ser un Alderman, o un Gates, o un Masterson, o un Beck. Las reglas no parecían aplicarse a las personas con esos apellidos. No en Blackwell.

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2 Traducido por Val_17 Corregido por Alex Phai

Frankie prácticamente masajeaba el helado en la copa de color azul y rojo en sus manos. A pesar de que la llenó con la cantidad perfecta de helado y luego le arrojó la cantidad precisa de salsa de fresa y plátano, estaba distraída charlando sobre sus hijos y su fin de semana. —Me desperté no solo con goma de mascar en mi cabello, sino que también con dos mocos y una paleta. Quiero decir, solo a mí, ¿verdad? Arqueé una ceja, y ella se encogió de hombros, metiendo un cono de galleta en la salsa de chocolate. Lo miró por un momento hasta que estuvo segura de que el chocolate estaba seco, y luego sacudió la mezcla de galleta en el interior del cono sin siquiera una mancha blanca en el chocolate. —¿Alguna vez me dirás tus secretos para hacer el cono con mezcla de galletas? —pregunté. —¿Cuál es el punto? Me dejarás pronto. Fruncí el ceño. —Aún me quedan cuatro meses, muchas gracias. Frankie sostuvo el cono por la ventana para autoservicio y luego cerró el vidrio. —Ya no necesitas el dinero, Erin. Ve a ser una niña. Disfruta el resto de tu último año. Hice una mueca. —No he trabajado tanto tiempo para tener que pedirle a alguien dinero. —Son tus padres, Erin. Eso es lo que hacen los hijos. Y está bien. Te lo mereces. —Entiendo lo que estás tratando de decir. Aun así no quiero depender de alguien más por el dinero. Ni siquiera de Sam y Julianne. Además, puede ser que te extrañe un poco. —Aw —dijo, volteando el cartel de ABIERTO—. Te odio.

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—También te odio. El sonido del Chevy de Weston retumbó detrás de la tienda mientras reabastecíamos y limpiábamos. —Extraño un poco cuando rechazabas mis aventones —dijo Frankie. —Extraño un poco que apenas preguntes porque sabes que diré que no. —¿Por qué lo dejas a él y a mí nunca me dejaste? —preguntó, limpiando la máquina de helado. —Él me deja conducir —dije con una sonrisa. Extendió las manos y las dejó caer en sus muslos. —¡Podrías haber conducido mi pedazo de mierda Taurus! ¡Todo lo que tenías que hacer era pedirlo! Me reí mientras la seguía fuera del almacén. —Buenas noches, Frankie. —Buenas noches, Erin. ¡Hola, Weston! —dijo con un gesto de su mano. Weston le devolvió el saludo a Frankie, y luego me miró, su codo apoyado contra la pintura roja de su puerta. —¿Qué? Su gorra de béisbol marrón y blanca estaba girada hacia atrás, partes de su cabello marrón asomándose. Ya había tomado una ducha, y me imaginé que su gel de baño Old Spice —el cual ahora era mi olor favorito— golpearía mi nariz al segundo en que subiera a mi asiento. Sus mejillas estaban sonrojadas, y su nariz ligeramente puntiaguda seguía un poco brillante por estar recién frotada. El par de piscinas esmeraldas, que estaban bajo esas largas pestañas oscuras, ardían contra su piel bronceada. Solía robar miradas de él tan a menudo como podía, y ahora podía mirarlo tanto tiempo como quisiera. Él había dicho varias veces que me amaba, y no era una epifanía reciente. Weston Gates me había amado desde que éramos niños, y todo ese tiempo probablemente yo también lo amaba. No lo reconocí por lo que era porque no podía. No había esperanza entonces. Y ahí estaba él, sentado en lo alto de su destartalada camioneta, el motor anunciándole al mundo que se encontraba en Dairy Queen para recogerme del trabajo, y se estaba volviendo una cosa normal. Para nosotros, y para todos los demás en nuestra pequeña ciudad. —No vas a decir que lo sientes de nuevo por lo de antes, ¿verdad? — preguntó, claramente sin querer repetirlo. —No, como que esperaba que pudiéramos detenernos en el puente antes de que me lleves a casa.

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Sonrió. —¿Ah, sí? —Antes de que pudiera responder, desapareció, inclinándose para tirar la manija de la puerta del lado del pasajero y abrirla. Su rostro apareció de vuelta en la vista—. Sube, nena. Tengo una Fanta de naranja en la mini nevera en la parte trasera con tu nombre en ella. Caminé alrededor y subí. —Eres tan romántico. Me acercó a él y apoyó su mano en mi muslo. —De nada —dijo con una sonrisa burlona. Después de un rápido beso en la mejilla, apretó el acelerador y salió a la calle principal, haciendo un rápido giro a la izquierda hacia el puente. Nuestro puente, como él lo llamaba. La camioneta no había estado estacionada por diez minutos, pero ya estábamos piel a piel en la parte trasera. Lo sentí dudar mientras me besaba y lo empujé para mirarlo a los ojos. —¿Qué pasa contigo? —pregunté. —Nada. —Mentiroso. —Uh…‖esto‖es‖vergonzoso‖—dijo con una risita nerviosa. —¿Qué es vergonzoso? —Y realmente inapropiado. Debería haber dicho algo antes. —Oh, Dios. ¿Qué? —Pensé en los peores escenarios posibles, así que sin importar lo que dijera, no podría ser tan malo como lo que me imaginé. —Pues, hoy después de la práctica, recibí un mensaje de texto de Julianne. —¿Bien? —Sam tenía algo de tiempo antes de su caso de la tarde, y me invitaron para hablar.‖Ellos…‖—se estremeció—, tuvieron la charla conmigo. —¿Qué charla? —Sobre‖nosotros.‖Sobre‖esto.‖Acerca‖de‖la‖protección‖y… —¡Oh, Dios! ¡Oh, no! —dije, rodando por debajo de él. Me senté y me deslicé la camiseta sobre la cabeza—. Por favor, no. No me digas. Se veía divertido, para nada preocupado de que mis padres hubieran hablado con él sobre nuestra vida sexual. —Solo querían asegurarse de que no me estaba aprovechando de tu situación, y que estábamos, ya sabes, siendo cuidadosos. Saben que quieres ir a la universidad, y no querían que arruinara eso.

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Me cubrí la cara con ambas manos. —¿Quieres saber lo que me dijo Sam? Negué con la cabeza. —En realidad no, no. —Él dijo —Weston bajó la voz para imitar la de Sam—:‖“Si no vas a casarte con‖ella,‖entonces‖mantén‖tus‖manos‖fuera‖del‖futuro‖de‖otro‖hombre”. —Oh. Guau. Detente. —Así‖que‖le‖dije:‖“Muy‖bien.‖¿Tengo‖su‖bendición‖para‖pedírselo?” —Eso no es gracioso. Weston soltó una carcajada. —Me dijo: “¡No!” —Negó con la cabeza y levantó sus brazos, imitando a un muy nervioso Sam—. Solo bromeaba con él. Entrecerré un ojo. —Por favor, dime que no admitiste nada. —Lo hice. Lo confirmé. Bajé la cabeza. —¿Qué estábamos teniendo sexo? ¿O que estamos usando protección? ¿Supongo que ambas? —Correcto. Me levanté y me vestí. Weston no parecía feliz por eso, pero no discutió. —¿Estás apurada por llegar a casa ahora? —Bueno, sí, ya que ahora saben lo que hemos estado haciendo. Con cada minuto que pasa después del trabajo, ellos están más seguros de que estamos afuera…‖esto‖es‖malo.‖Tan‖vergonzoso. —Ya no estamos en primaria. Somos adultos conscientes. —Que todavía viven en sus casas —gemí—. ¿Cómo voy a mirarlos a los ojos cuando vuelva? —No son ingenuos. Ya lo sabían. —Pero yo no sabía que lo sabían. —Me estás confundiendo. —No quiero que piensen que soy una mala persona. —No lo eres. Y no piensan eso —me aseguró, apartando la mirada. Él ocultaba algo. —Estás actuando raro. ¿Qué no me estás diciendo? —pregunté.

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Se encogió de hombros, claramente incómodo con lo que estaba a punto de decir. —Sabían sobre Alder y yo. No estaban encantados, pero no enloquecieron. —Lo lamento por preguntar. —También yo —refunfuñó. Nos tomamos nuestras Fantas en la cabina de la camioneta y nos fuimos a casa casi en silencio. Una vez que nos detuvimos en la calzada, le eché un vistazo a la casa como si hubiera un monstruo esperando dentro. —No van a gritarte. —No estoy acostumbrada a toda esta presión, o a preocuparme por lo que los padres piensen de mí, o decepcionar a alguien. Es muy estresante. —Bienvenida‖a‖mi‖vida…‖y‖la‖de‖casi‖todos‖los‖dem{s‖—dijo con un codazo y un guiño. Bajé al concreto, y Weston me entregó mi mochila. —¿Por qué te pusiste el delantal de nuevo? —No lo sé. No volver a casa con él se siente como el equivalente de tener mi camiseta al revés. —Bien pensado. Me voy a casa a tomar una ducha fría. —Si Julianne y Sam están esperando en la mesa de la cocina cuando entre para hablar de períodos o algo, te estoy culpando. Weston echó la cabeza hacia atrás y se rio. —Es solo una parte con lo que tienes que ponerte al día. Hice una mueca. —Solía desconcertarme cuán desagradecida era Alder al tenerlos. Ahora escúchame. Soy afortunada de que no estén sentados allí con una caja de cerveza, maldiciéndome para que les traiga cigarrillos. —No hay una manera correcta de hacer esto, Erin. Deja de poner tanta presión en ti. Asentí y deslicé la correa de nailon sobre mi hombro, sonriendo cuando el Chevy no se alejó de la acera hasta que tuve un pie en la puerta principal. Empecé a subir las escaleras, pero noté que la luz de la cocina estaba encendida. —¿Erin? —llamó Julianne, su voz temblorosa. Dejé mi mochila a los pies de las escaleras y caminé por el pasillo, apoyándome en el marco de la puerta. Julianne estaba sentada en el primer banco de la isla, su pelo recogido en una pequeña cola de caballo en su nuca. Llevaba una de las camisetas de Sam y pantalones azul marino. Sostenía una taza de café, pero

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en el interior había un líquido lechoso de color marrón, con un montón de malvaviscos flotando en la parte superior. —¿Cómo estuvo la escuela y el trabajo? —preguntó. Me saqué la correa del delantal sobre la cabeza y tiré del nudo en la parte baja de mi espalda, desatándolo con una mano. Lo subí y me encogí de hombros. —Ambos bien, en realidad. ¿Qué tal tu día? —Bien. Un poco aburrido. Limpié la casa, y con esto me refiero a poner los platos del desayuno en el lavavajillas y saqué la basura, porque Sam es un poco fanático de la limpieza, como habrás adivinado. Y entonces vi Days of Our Lives. Ese EJ es un hermoso genio malvado. Desearía que él y Sami arreglaran su mierda. No estaba segura de quienes eran EJ y Sami, pero ella parecía irritada por su falta de unión. —Podría ayudar con los platos y la basura. Solo tienes que mostrarme qué botones presionar en el lavavajillas. Nunca he usado uno antes, pero no puede ser tan difícil. Julianne me hizo un gesto con la mano. —Por favor. Apenas tengo suficiente para mantenerme ocupada ya. —¿Has pensado en volver a trabajar? Miró la nevera, pero sin hacerlo realmente. —¿En la clínica? No lo sé. He sido‖ ama‖ de‖ casa‖ por‖ tanto‖ tiempo…‖ Alder‖ siempre‖ parecía‖ tener‖ algo‖ para‖ que‖ hiciera.‖ Ahora‖ no‖ tengo‖ mucho‖ realmente…‖ —Sus ojos se enfocaron—. Oh, Erin, no quise decir nada con eso. Nunca te compararía con ella. Voy a dejar de hablar ahora. —Se cubrió los ojos con sus largos y elegantes dedos. Sus uñas estaban perfectamente limadas y pulidas con un malva pálido. Me acerqué y me senté en el taburete a su lado. —Puedes hablar de Alder. La criaste. La amabas. No lastima mis sentimientos ni nada. Julianne juntó las manos y apoyó la mejilla en su muñeca, mirándome mientras sacudía la cabeza. —Sé que dijiste que te criaste a ti misma, Erin. ¿Puedo decir que hiciste un trabajo fantástico? Sonreí. Deslizó algo hacia mí, y me miró. Era un Smartphone. —Sam lo cargó, así que está listo para funcionar, pero el cargador está enchufado detrás de la mesita de noche en tu habitación. El número está en un adhesivo al reverso.

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Le di vuelta para leer los siete dígitos escritos en los garabatos de Sam en una franja de adhesivo. —¿Es mío? —Nos sentiríamos mejor si lo llevaras. —¿Cuánto cuesta? Quiero decir, el teléfono y la factura mensual. —Acabamos de contratar el plan familiar. Nosotros nos encargaremos de ello. —Gracias,‖pero… Julianne puso su mano sobre la mía, y sus ojos se volvieron suaves. —Es solo un teléfono, Erin. Queríamos hacerlo. —B-bien. Gracias. —¿Quieres un poco de chocolate caliente? —Voy a tomar una ducha y dirigirme a la cama, si no te importa. —Oh, por supuesto —dijo, tratando de no lucir ofendida. El taburete sonó a través de la baldosa cuando lo moví para ponerme de pie. Justo cuando llegué a la puerta, Julianne volvió a hablar. —Nosotros,‖eh…‖hablamos‖con‖Weston‖hoy‖sobre algo. No estoy segura de si él te lo contó o no, pero nos dimos cuenta demasiado tarde de que fue un poco demasiado personal y también de que fuimos un poco indiscretos. Mantuve mi espalda hacia ella y cerré los ojos. —Lo siento si excedimos nuestros límites. Podríamos irnos un poco por la borda, tratando de recuperar el tiempo perdido. Sam y yo hablamos sobre ello antes. Vamos a trabajar muy duro para no invadir tu privacidad. Debe ser particularmente‖difícil‖cuando‖no‖tuviste‖esa…‖supervisión‖antes. Me di la vuelta. —Es vergonzoso —admití—. No estoy acostumbrada a eso. Me siento un poco presionada, pero no lo sé. Es algo agradable que ustedes se preocupen lo suficiente para acosarlo al respecto. Tres arrugas se formaron en la frente de Julianne cuando levantó ambas cejas. —Oh,‖est{‖bien.‖Bueno…‖buenas‖noches,‖cariño. —Buenas noches. —¿Erin? —¿Sí? —dije, asomando la cabeza por el marco de la puerta.

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—¿Te pondría incómoda si dijera que te amo? No tienes que decírmelo también. —No creo que eso me ponga incómoda. Ella sonrió. —Te amo. Era tan irreal que no me importaba devolver el sentimiento. —También te amo, Julianne. Caminé por el pasillo y pude oír sus sollozos mientras subía las escaleras. Las letras pastel en la puerta de Alder se habían ido, y me detuve frente a su puerta. Toda la segunda planta se encontraba oscura, pero había suficiente luz desde abajo para ver lo que faltaba. Me pregunté si estaban en una caja en medio de un montón de cajas en la habitación de Alder, o si Sam y Julianne habían dejado todo como estaba. Puse la mano en el pomo, pero lo pensé mejor y arrastré mi bolso por el pasillo hasta mi dormitorio. Pilas de ropa nueva habían sido lavadas, dobladas, y puestas sobre la cama perfectamente hecha que ahora estaba cubierta con el edredón que había elegido. Era blanco, con franjas horizontales de color verde pálido. Por la sutil reacción de Julianne, me di cuenta que no era el más lujoso que había visto, pero ya había pasado por tres catálogos, y fue el primero que me gustó después de que me cansé de mirar. Y era verde. El verde era mi tipo de cosa nueva, para ir junto con mi nuevo novio, nueva casa, nuevos padres, y nueva vida. Metí la ropa que Julianne no había colgado en el armario dentro de los cajones de la cómoda y tomé una ducha. El vapor llenaba todo el cuarto de baño, y me quedé tanto tiempo que mis dedos empezaron a arrugarse. Después de tomarme mi tiempo a través de mi rutina de noche, me metí en la cama y respiré hondo. La casa estaba muy tranquila por la noche. Sin voces tarareando a través de las paredes. Sin una ruidosa televisión. Solo el leve zumbido del ventilador de techo y el intermitente murmullo de la calefacción central y aire soplando a través de los ductos. Justo cuando empecé a quedarme dormida, oí la voz profunda de Sam murmurándole a Julianne en su dormitorio de la planta baja. En cuestión de minutos, oí pasos silenciosos por las escaleras, y luego mi puerta se abrió. Levanté la cabeza para verlos a ambos mirándome. —Lo siento —susurró Sam—. Solo te vigilamos. Es costumbre.

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—Está bien —dije, poniendo mi cabeza de vuelta en la almohada cuando la puerta se cerró. Me quedé allí, pensando en cuantas noches se habían asomado por la puerta que ya no tenía las letras pastel colgando de ella, y cuán extraño debe ser para ellos abrir ésta para observar a una chica diferente. Una extraña sensación me invadió, un fuerte sentimiento de que no pertenecía a esta casa. Por primera vez desde que había dejado a Gina, extrañaba la fea alfombra peluda y el ventilador torcido en mi dormitorio. Las paredes de esta habitación no estaban rayadas o descascaradas, y la alfombra se encontraba demasiado limpia. Las instalaciones en el cuarto de baño no goteaban o se cubrían con algún tipo de suciedad, y los cajones de la cómoda no chirriaban cuando los abría. Olía como a detergente para sábanas y limpio, el sofisticado olor a Sam y Julianne. La cama era demasiado cómoda. Las sábanas demasiado suaves. No le pertenecía a Gina, y no encajaba en la vida de Alder. No había suficiente tiempo para intentarlo. El chocolate caliente de repente sonaba fantástico, pero no quería despertar a las otras dos personas que vivían en la casa. Un pensamiento fugaz pasó por mi mente de que en cierto modo me gustaría que ellos hubieran bebido demasiado o estuvieran drogados para poder caminar en medio de la noche si quería, pero luego me sentí tan culpable por ello, apenas podía soportar estar en mi propia piel.

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3 Traducido por florbarbero Corregido por Val_17

—¿Qué es eso? —preguntó Weston cuando caminábamos hacia el Chevy. Me giré para ver lo que señalaba en mi espalda. Como un perro persiguiendo su cola, hice un giro de trescientos sesenta grados en el patio delantero, tratando de ver lo que señalaba. Se rió y me detuvo, sacando el teléfono de mi bolsillo trasero. —Esto. —Oh. Julianne me lo dio anoche. —Es un teléfono. —Lo sé. —¿Funciona? —Creo que sí. No lo he encendido. Me lo entregó de nuevo con una sonrisa en su rostro. —¿No lo has encendido? ¿Por qué? Me encogí de hombros y me dirigí a la camioneta. —No he tenido tiempo para leer las instrucciones. No sé cómo hacerlo. Después de que Weston y yo nos instalamos en nuestros asientos y abrochamos los cinturones, me tendió la mano. La tomé. Luego me tendió la otra mano. Fruncí el ceño. —¿Estamos haciendo algún apretón de manos secreto? Su diversión se convirtió en una carcajada. —¡El teléfono, Erin! Dame tu teléfono para que pueda darte un curso intensivo. Se lo entregué, y me enseñó cómo encenderlo, agregar contactos y enviar mensajes de texto. Incluso añadió un par de canciones y me mostró cómo escucharlas.

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—Lo más importante durante la escuela es hacer esto —dijo, volteando un pequeño interruptor en el costado del teléfono—. Silencia tu timbre. También puedes cambiar la melodía de llamada, si quieres. Te puedo mostrar cómo hacerlo más tarde. —¿Para qué? Se encogió de hombros. —No lo sé. Es algo que la gente hace para personalizar el teléfono. No tienes que hacerlo si no quieres, pero sin duda debes mantenerlo en silencio. Si tu timbre suena durante la clase, podrías conseguir que te quiten el teléfono. —¿Quién me va a llamar cuando estoy en la escuela? —Podría enviarte un mensaje si supiera tu número. —Presionó la pantalla dos veces y luego agarró su teléfono, y tecleó más números—. Ahora ya lo tengo. Volví a tomar mi teléfono. —Tal vez no quería que lo tuvieras —bromeé, pero luego comprendí algo, y me sentí un poco triste—. Probablemente serás la única persona que lo utilice. —El teléfono sonó en mi mano, y lo miré. Era un mensaje de texto. Weston se inclinó y me mostró cómo abrirlo. Es Sam (papá). No te olvides de la cena. Nos vemos esta noche. Que tengas un buen día en la escuela. No lo haré, escribí en respuesta, y dejé caer el teléfono en mi regazo. Las esquinas de mi boca se curvaron. —¿Quién era? —preguntó Weston, claramente infeliz por la expresión de mi cara. —Sam —dije—. Me recordaba la cena de esta noche. —Oh, sí —dijo, sus cejas continuaron fruncidas. Se alejó de nuestro vecindario dirigiéndose hacia la escuela. Parecía perdido en sus pensamientos, usando las señales y manejando al límite de velocidad como siempre. Pero no dijo nada más hasta que aparcamos en el estacionamiento para estudiantes y entramos. Esta vez no trató de tomar mi mano. Puso su brazo a mí alrededor, me acompañó hasta mi casillero, y me besó en el pelo. —Nos vemos después de clases —dijo, alejándose. Los estudiantes de tercer y segundo año que tenían casilleros cerca se quedaron mirándonos, sorprendidos por la inusual muestra de afecto.

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Puse la mochila en mi casillero, agarré mi libro de texto de biología, y me dirigí a clases. Mi mesa se encontraba vacía cuando llegué, pero también varias otras. Llegué temprano, así que era un buen momento para poner mi tarea en el escritorio de la Sra. Merit. Siempre me adelantaba y hacía las cosas de manera que atrajera la menor cantidad de atención posible. Probablemente siempre lo haría. Cuando volví a mi silla, Brady Beck se acercó y se sentó en el asiento de Sara Glenn frente a mí. El instinto me hizo retroceder, entonces inmediatamente me sentí avergonzada por hacerlo. Él parecía disfrutarlo. —¿Le preguntaste? —¿Preguntarle qué cosa a quién? —Weston. Por qué de repente está tan interesado en ti. —Ya hablamos de todo esto. —Entonces no te dijo la verdad. —¿Por qué no me dices lo que quieres que escuche, y terminamos con esto? Los ojos de Brady brillaban, muchas cosas pasaban detrás de ellos. Consideraba sus opciones, lo que diría, y si el resultado sería el que esperaba. —No —dijo, empujando la silla y poniéndose de pie. Se sentó en su propia silla, todavía mirándome—. Puedes sacar a la chica‖del‖parque‖de‖remolques… Miré mi teléfono y apreté el botón que Weston me mostró para silenciar el timbre. Su nombre se encontraba en la pantalla, y sonreí, sabiendo que puso su número en mis contactos. Era agradable tener una breve conversación con él para mantenerme distraída mientras la clase se llenaba de estudiantes somnolientos. —¿Los Aldermans te consiguieron eso? —preguntó Brady. La docena de estudiantes que ya habían llegado y se encontraban sentados se giraron para mirarme. No levanté la vista. —¿Qué se siente beneficiarse de la muerte de otra persona? Seguí sin responder. —No puedo creer que te permitan hacerte cargo de su vida de esa manera, como si ella nunca hubiera existido. Presioné diferentes botones en mi teléfono, cualquier cosa para distraerme. —Julianne nunca fue demasiado inteligente…

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—¡Cierra tu maldita boca! —Las palabras salieron de mi garganta antes de que pudiera detenerlas. Mis costillas se encontraban presionadas contra la mesa, mis palmas contra las muchas inscripciones que los estudiantes habían tallado en la superficie negra. Brady se sentó con una satisfacción diferente a la que había visto en su rostro antes. Ahora sabía cómo llegar a mí. Expuse mi debilidad, y él, sin duda, volvería a utilizarla en mi contra en cada oportunidad que tuviera. Los ojos de Sara flotaban detrás de mí, y me giré para ver que la Sra. Merit había oído mi vulgar arrebato, y me esperaba un castigo. —Abran sus libros en la página doscientos ochenta y tres —dijo, caminando detrás de su escritorio. Durante el descanso entre el segundo y tercer periodo, Weston llegó a mi casillero con una expresión muy diferente en la cara de la que tenía en la mañana camino a la escuela. Sus mejillas estaban rojas, y respiraba rápidamente. —¿Qué te dijo Brady? —preguntó. Negué con la cabeza. —No importa. —Importa. Oí que dijo que te encontrabas feliz de que Alder muriera, que te beneficiabas de su muerte, y que también dijo algo acerca de Julianne, y enloqueciste en clase. ¿Algo de eso es verdad? —Está lo suficientemente cerca. —¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó, un poco herido. —¿Estás molesto? —No, estoy furioso. Estoy bordeando la rabia. —Por eso no te lo dije. Se movió. —¿Por qué dejas que haga lo que quiera, Erin? ¿Por qué dejas que te trate de esa manera? Él debe recibir un puñetazo en la cara, su culo debe ser pateado, así se tropieza y cae de bruces… o algo. Las personas no pueden tratar a otros como basura y seguir con su vida sin repercusiones. —¿No dijiste el otro día que sentías lástima por ellos? —Brady hace que sea muy difícil sentir algo hacia él excepto odio extremo. No es sólo contigo. ¿Qué pasa con la imitación que hace de Annie Black cada vez que pasa en su silla de ruedas? ¿Qué pasa con Jenny Squires? —¿Qué pasa con ella?

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—Fue representante del equipo de baloncesto de chicos sólo por una temporada, porque cada noche después de un partido fuera de casa, tenía que lavar los mocos de Brady de su cabello. Se sentaba detrás de ella, no importa donde estuviera en el autobús, y le colocaba mocos en el pelo. Todos los que podía sacar de su garganta hasta que nos deteníamos en el estacionamiento de la escuela. —Si sabías eso, ¿por qué no dijiste nada? Weston parecía herido. —Tienes razón. Debería haber hecho algo. Muchas cosas. Especialmente por ti. —Lo hiciste. —Con diez años de retraso. Como dijo Frankie. —Mejor tarde que nunca. No puedes salvar el mundo. Tengo curiosidad, si lo viste y estabas tan en contra de ello, ¿por qué lo dejaste seguir haciéndolo? Bajó la mirada. —Tal vez soy un cobarde. —No eres un cobarde. —Tal vez lo era hasta ahora. Brady pasó por allí y silbó en desaprobación. —Todavía visitando los barrios bajos, Gates. Weston agarró a Brady por la camiseta y lo giró, golpeando su espalda contra el casillero junto al mío. Me estremecí y retrocedí. Los ojos de Brady se abrieron como platos, y en esa fracción de segundo, fue como si ambos nos preguntáramos lo mismo: que haría Weston a continuación. —Si el Karma no te patea el culo, yo lo haré. —Weston hervía de ira y se escucharon pequeñas sibilancias en su pecho. —¿Qué demonios te pasa? —gritó Brady. Toqué el brazo de Weston, dando una rápida mirada al pasillo para ver si los profesores venían. —¿Weston? —dije, tratando de mantener la voz calmada—. Weston. Deja que se vaya. Los ojos salvajes de Weston lentamente se relajaron, y soltó su camiseta. —Cuando su comportamiento lo alcance, ese será su Karma. El cómo reaccionamos es el nuestro. La respiración de Weston se desaceleró, y sus hombros se relajaron.

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Brady se alejó rápidamente, enderezando su camiseta y balanceando su cuello de lado a lado, como si incluso pudiera tomar represalias. Lo único que tenía eran sus palabras, e incluso él lo sabía. Por eso las utilizaba con tanta maldad. Los estudiantes se habían detenido por un momento, pensando que una pelea se encontraba a punto de estallar, pero terminó tan rápidamente, que nadie tuvo tiempo de reunirse y llamar más la atención. Como si nada hubiera pasado, todo el mundo se dirigió a clase, pasándose entre sí como dos ríos opuestos, tomando el mismo camino todos los días sin saber por qué. —Lo siento —dijo—. Perdí mi temperamento. Las respiraciones que antes eran apenas audibles ahora se escuchaban más fuertes. Weston respiraba más dificultosamente. —¿Tienes tu inhalador? —pregunté. Asintió, lo sacó del bolsillo, sacudió el recipiente con la mano, y lo apretó, tomando una bocanada. Me besó en la frente y luego se marchó sin decir nada más, a excepción de una tos en medio del pasillo. A través del cristal que rodeaba la biblioteca, vi a algunos estudiantes mirándome. Negué con la cabeza y me dirigí a clases. Dentro de las paredes de nuestra secundaria estaban los débiles, los tristes, los pomposos, y los orgullosos, todos volando por el mismo camino a cien kilómetros por hora hacia un final para el que no estaban listos. Los estudiantes que apenas eran capaces de recordar traer sus abrigos a la escuela, esperaban ser liberados en el mundo como adultos. Una parte de mí se alegraba de haber tenido que valerme por mí misma durante tanto tiempo. Sin sus madres cerca, la mayoría de mis compañeros de clase no tenían idea de cómo equilibrar su chequera o incluso qué cantidad de Tylenol tomar o con qué frecuencia. En la escuela nos trataban como bebés, nos regañaban y decían cuándo comer. Incluso teníamos que levantar la mano para pedir permiso para ir al baño. En tan sólo unas pocas semanas seríamos libres para acumular tarjetas de crédito y préstamos estudiantiles, o firmar contratos por un apartamento que podríamos no ser capaces de pagar, porque nos enseñaron cómo hacerlo, pero no cómo vivir. Esa era una pequeña cosa que siempre podría apreciar de mi educación, pero, sin embargo, no se la deseaba a nadie. Nunca conseguiría que mi infancia regresara. En muchos sentidos, siempre fui un adulto, y era difícil ajustarse a tener padres, y ahora un novio, que querían cuidar de mí. Mis pensamientos se desvanecieron cuando unos carteles pegados a la pared me llamaron la atención. Decorados con purpurina, los carteles tenían letras

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que decían cosas como: BAILE DE HIELO Y FUEGO y ¡ENTRADAS A LA VENTA! Por el parloteo excitado en los pasillos, era obvio que el baile de graduación se acercaba rápidamente, al igual que la graduación y el verano. La energía en los pasillos llegaba a su punto máximo. Instalándome en mi escritorio, pensé en Weston y el sonido que hizo cuando trató de respirar. No sabía mucho sobre el asma, pero él tampoco le daba mucha importancia. Saqué el teléfono de mi bolsillo, busqué mis mensajes, y presioné su nombre. Parecía la forma más fácil de hacerlo. Sonó el timbre, pero guardé el teléfono en mi regazo y escribí en la pantalla de todos modos. ¿Te sientes mejor? :) Hola. ¿Sí? ¿Por qué? Sólo comprobaba. Jadeabas un poco hace un rato. Nah. ;) ;) Deslicé el teléfono suavemente de vuelta en mi bolsillo, y la emoción de romper las reglas me inundó cuando el Sr. Barrows comenzó su lección. Vi a tantas personas hacerlo antes y no podía entender por qué se arriesgaban a meterse en problemas, a que les quitaran sus teléfonos, o los enviaran a detención. Era evidente para mí en este momento por qué lo hacían, y no tenía nada que ver con el mensaje de texto en sí. Me prometí que no lo haría de nuevo, pero no fue la única promesa que rompería ese día.

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4 Traducido por Jane Corregido por Key

Frankie limpió el jarabe de chocolate en su delantal y maldijo, cubriendo su boca con prontitud. —Oops. —Siempre y cuando no lo hagas con el altavoz —dije con un guiño. —Me siento un poco torpe hoy. —¿Nerviosa? —¿Sobre qué? —preguntó ella, a pesar de que sabía exactamente lo que quería decir. —¿Olvidaste tu cita con Mark? —Lo hice, en realidad, gracias por recordármelo —dijo ella, fingiendo comprobar algo en la parte superior de la plataforma en la pared junto a la ventana para autos. —Eres una mentirosa. Ella se quedó sin aliento. —¡Grosera! Me reí, y luego Frankie rió. Después de tratar de dejar de reír durante un minuto, las dos empezamos a carcajearnos. Una tormenta pasó una hora antes, y la lluvia tenía a Main Street brillando bajo las farolas. —Estoy muy contenta de que los días sean más largos —dijo Frankie después de limpiar su rímel embarrado—. Me da tiempo para jugar con los niños cuando salgo de trabajar. —¿Mark sabe que tienes hijos? —le pregunté. —¿Cuál es tu obsesión con Mark? —bromeó—. Probablemente. Él sólo vivió aquí un par de meses, y estoy segura de que todos en Kay Electric le han dado mi balance de crédito e historial sexual ya. Es una broma. En realidad no.

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—¿Barbara no lo envió hacia ti? —pregunté. Bárbara estaba en facturación en Kay Electric, y Frankie la hacía reír cada vez que se asomaba por la ventana. El fin de semana anterior, Barbara llegó de camino a su casa y le dijo a Frankie todo sobre Mark, el nuevo defensa de Alabama. Era lindo y dulce y único, y le encantaba reír. Barbara le preguntó a Frankie si podía darle su número, y para sorpresa de todos, Frankie escribió su número en una servilleta y se lo dio por la ventana. Tres llamadas telefónicas después, Frankie acordó una primera cita. Ella había estado tirando y derramando cosas y echando a perder pedidos toda la noche. Incluso Weston lo notó cuando nos visitó por unos minutos después de la práctica. Miró su reloj. —Bien. Es hora de cerrar, chica. ¿Cómo me veo? —Sus curvas se veían espectaculares en un par nuevo de vaqueros capri y una camisa de botones a cuadros de color púrpura. —Cubierta de chocolate, apuesto a que le gustará. Ella se rió y se quitó el delantal. —Gracias, Erin. Ten una buena cena con tu... Sam. —Lo haré. Voy a tener una fantástica cena con mi Sam. —Sonreí. Me gustaba el sonido de eso. Pude escuchar el Range Rover de Sam detenerse en el otro lado de la puerta de atrás antes de que la abriera. Sonrió cuando nuestros ojos se encontraron, y me despedí con la mano de Frankie antes de subir al asiento del copiloto. —Salí corriendo y olvidé mi bolso otra vez —bromeó—. ¿Te importa si nos detenemos en la casa antes de ir a la cena? Mi teléfono está en él. —Claro —le dije. Sam salió a la calle, y fuimos al sur. El primer par de minutos pasaron en silencio, y luego Sam se aclaró la garganta. —Puedes cambiar la emisora, si quieres. —Esta está bien. —¿Cómo estuvo el trabajo? —No pasó nada en su mayor parte. Weston pasó por allí. Frankie tiene una cita esta noche. —Julianne quería llamar durante la tormenta. Le aseguré que no estarías demasiado asustada. —Él se rió de sí mismo, pero luego me miró cuando no respondí—. Lo siento. ¿Lo estabas? ¿Deberíamos haber llamado?

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—No, me gustan las tormentas. Sam asintió, aliviado. —A mi también. A Julianne, no tanto. Tuvimos un perro una vez, así que cuando yo no estaba en casa y había tormenta, Julianne tenía un amigo, pero no podía ser. Agravaba el asma de Sonny. —¿Te refieres a Weston? Sam pensó por un momento y luego admitió. —Tienes un punto. Los pelos también habrían desencadenado el asma de Weston. En aquel entonces, sin embargo, veíamos a Sonny casi todos los días. Durante mucho tiempo, Weston sólo venía si Peter y Verónica le obligaban a jugar con las chicas. —¿Sonny tenía asma? —¿No lo sabías? —preguntó Sam. Negué con la cabeza. —Supongo que no debería sorprenderme. Ella lo negó tanto como lo hace Weston. —Él no habla mucho de eso. —Él se esfuerza mucho por impresionarte. Nunca lo he visto actuar así — dijo Sam, perdido en sus pensamientos por un momento antes de volver al presente—. De todos modos, ya que Sonny no venía mucho a casa, decidimos deshacernos de... eh. Ni siquiera puedo recordar su nombre. Nos detuvimos en la acera, y yo esperé. No noté que Sam no se había detenido en casa hasta que vi Julianne de pie junto a otro vehículo. No su GWagon blanco, sino un BMW rojo. Con un grande, lazo blanco en la parte superior. Sam se levantó y caminó hacia mi lado de la Range Rover. —Esto no está sucediendo —susurré antes de abrir la puerta. Salí. Sam y Julianne sonreían. —Nos hemos perdido un par de cumpleaños y navidades —dijo Sam. —La graduación se acerca—dijo Julianne. Señalé a la pintura de color rojo brillante. —¿Esto es para mí? Sam levantó un pequeño remoto, de color negro con un par de botones de plata. —No es lo mismo hasta que sostengas las llaves, pero esto es de tu nuevo auto. Esperamos que te guste el rojo. Me atraganté con mi propia saliva. —¿Qué‖si‖me‖gusta…?‖Es‖una‖broma. Ambos negaron con la cabeza, y yo hice lo mismo.

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Sus sonrisas se desvanecieron, y Julianne extendió las manos, caminando hacia mí. —Por favor, déjanos hacer esto. Ni siquiera estoy segura de a quien se le ocurrió la idea. A ambos, creo. Sam asintió. Julianne continuó, con voz temblorosa. —Y necesitas un auto, cariño. Tienes dieciocho, y trabajas duro, y... debes tener un vehículo. Sus rostros y entonces el auto comenzaron a desdibujarse. Antes de que pudiera detener las lágrimas de seguir derramándose, mis mejillas ya estaban mojadas. Los labios de Julianne temblaron, y comenzó a llorar también, cubriendo rápidamente su boca. Sam envolvió sus brazos alrededor de mí. —Por favor, déjanos hacer esto por ti. —No sé cómo incluso aceptar algo como esto. Esto se pone más loco cada día, pero de la mejor manera posible. No por las cosas. No son las cosas. —Las palabras salieron raras y murmuradas, y no estaba segura de si incluso me podían entender. Sam puso el control remoto en mi mano y luego me abrazó a su costado. — Tiene un año, excelente estado, y tiene una calificación nueve punto uno en seguridad. Las llaves están dentro de ese remoto. Es un botón de arranque. Llené el depósito y revisé los fluidos yo mismo. ¿Vas a llevarnos a cenar? Te puedo mostrar lo que todos los botones hacen. Negué con la cabeza de nuevo. —No creo que debería. No tengo mucha experiencia‖conduciendo,‖y… —Conduces el camión de Weston a veces, ¿verdad? —preguntó Julianne. Asentí. —Necesito que me lleven a cenar antes de que me muera de hambre. —Sam estaba tratando de burlarse de mí tan suavemente como podía, claramente tratando de aligerar el ambiente. Me sequé los ojos y miré a Julianne. —¿Has cenado? Ella asintió. —Ve a pasar algún tiempo con tu... —Mi Sam —dije. A Sam le gustaba también.

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Mi rostro se ensombreció. —No quiero parecer desagradecida. Este... Gracias. Muchas gracias. Esto es increíble. Se siente demasiado increíble. Como que me asusta un poco. Siento que mientras mejor se pongan las cosas, más dolerá cuando todo se vaya. No las cosas. No me refiero a las cosas. Julianne sostuvo mis mejillas con ambas manos. —Eres nuestra hija, y le compramos a nuestra hija un auto. Eso es todo. No está mal. No es prepararte para la decepción. Es sólo un auto. —No es sólo un auto. —Miré hacia atrás al BMW rojo caramelo en el camino y luego hacia el control remoto en mi mano. Realmente tenía un auto. Podría llevarme a la escuela. A trabajar. A la universidad. A la tienda de comestibles. A la lavandería, si todavía tenía que ir allí. No tenía que hacerlo, pero podría conducir allí si lo hiciera—. No saben lo que esto significa para mí. No creo que pueda explicártelo. —No sabes lo que significa para nosotros —dijo Julianne. Apreté los labios. —Estoy muy nerviosa de conducirlo. Se rieron, y Julianne tomó docenas de fotografías mientras Sam me mostraba lo básico, y luego ella nos despidió cuando muy lentamente salí del camino. —Lo estás haciendo muy bien —dijo Sam mientras subía la palanca de señales y giraba a la derecha. —Me voy a despertar en cualquier momento —le dije, sacudiendo la cabeza—. Esto es demasiado maravilloso para ser real. Sam se rió entre dientes. —Me alegro de que te guste. Es un alivio. Teníamos miedo de que no te gustara y estuvieras molesta. Pensé en lo que debió ser para ellos ver la decepción en los ojos de Alder cuando le dieron un auto en su decimosexto cumpleaños. En la siguiente señal de alto, me aseguré de mirar a Sam directamente a los ojos. —No tienes que darme nada. La forma en que han sido tan aprensivos y compresivos es más de lo que podía pedir. Pero esto es absolutamente increíble. Me encanta. No puedo agradecerles lo suficiente. La sonrisa de Sam se amplificó, y se recostó en su asiento. —No puedo esperar para decirle a Julianne que dijiste eso. Ella va a estar muy feliz. Presioné mi pie en el acelerador y el auto que no era solo un auto respondió de inmediato, llevándonos al restaurante.

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Cuando llegamos, me llevó casi diez minutos estacionar, y luego Sam me dio instrucciones de cómo apagar el motor y cerrar. Me acompañó a través del estacionamiento y extendió la mano para abrir la puerta, pero ésta se abrió antes de que pudiera. Los Masterson salieron, y Carolyn jadeó audiblemente. Su cabello platino, delgado y escaso por años de desteñido, estaba recogido sin apretar en un moño bajo, su collar blanco nítido aparecía en la parte trasera y se doblaba hacia abajo en la delantera. Cuando abrió la boca, toda su cara cambió con ella, como si la piel estuviera tan apretada, que tenía que moverse toda a la vez. Ella era casi esquelética, pero su marido, Harry, era redondo y respiraba con dificultad, sólo desde el camino de la mesa a la puerta. A diferencia de Carolyn, Harry no podía molestarse por hacer cualquier expresión en absoluto. Sólo sus ojos se movieron para ver ante quien estaba reaccionando ella. Sam tomó mis hombros, y el aire entre nosotros fue inmediatamente tenso. —Hola, Harry. Carolyn. Carolyn se recuperó y luego arqueó una ceja, mirándome como si Sam me hubiera sacado directamente desde el vertedero de la ciudad hacia el privilegio de su presencia. —¿Así que ella está viviendo con ustedes ahora? —preguntó Carolyn, su voz entrecortada y llena de desprecio. —Ahora no, Carolyn —dijo Sam, animándome hacia las puertas dobles de cristal. Cuando di un paso hacia adelante, Carolyn dio un paso para estar delante de la puerta. —¿Tienes alguna idea de lo que hemos pasado, Sam? —Estaba furiosa. —Realmente no estoy cómodo discutiendo esto en frente de Erin, Carolyn. Por favor —dijo, haciendo un gesto para que ella diera un paso al costado. No lo hizo. —Estoy devastada. Julianne es mi mejor amiga, y yo trataba a Alder como a una hija. ¿Sabes cuan enfermo y retorcido es todo esto? Ni siquiera puedo hablar con Julianne al respecto porque tienes tu nueva familia, y ella no quiere negatividad. ¿Me está tomando el pelo? Mi ceño se frunció. Harry se quedó allí, estoico. Sam me miró y luego de nuevo a ella. —Julianne tiene razón. Nuestra prioridad es Erin, y no es una buena idea que estés cerca de ella, teniendo en

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cuenta... —Me abrazó contra su costado—. De verdad lo siento, Carolyn. Pero no voy a hablar de esto ahora. Todos hemos pasado por muchas cosas, y ahora no es el momento. Atravesamos las puertas y nos recibió el anfitrión. Las paredes estaban cubiertas de pintura brillante y murales detallados, y los altavoces tocaban una melodía española sólo lo suficiente fuerte para ser escuchada sobre el murmullo de los clientes. Decenas de cabezas se volvieron para vernos a Sam y a mí caminando por el pasillo hacia el reservado del final. Sam se movió nerviosamente mientras el camarero nos llevaba nuestros pedidos de bebida y luego se inclinó para hablar. —Lamento lo de Carolyn. No sabía que estarían aquí. Han estado bastante escondidos desde que las chicas fallecieron. —Comprensible. —Julianne y Carolyn están en desacuerdo acerca de nuestras elecciones. —Eso debe ser muy difícil para Carolyn —le dije. Sam se detuvo, sorprendido por mi comentario, y luego se echó a reír. —Sí, bueno, estoy seguro de que lo es. Julianne suele ser muy... amistosa. Carolyn no está acostumbrada a ser ignorada. Como estoy seguro que pudiste sentir, hay un poco de tensión entre nosotros. —¿Ellos no creen que yo sea su hija? —pregunté. Él se subió las gafas redondas. —No me importa a mí o a tu... Julianne. Sólo estamos interesados en una transición sin problemas para ti en este momento, y... Oh, Erin. Lo siento. Eso suena bastante clínico. —No hables como tonto, por mí, Sam. Eres un cirujano. Espero que puedas hablar de forma inteligente. Sam se rió una vez. —Bueno, no estoy hablándote como tu cirujano. Estoy hablándote como tu Sam. Sonreí. El término definitivamente me gustaba cada vez más. Mi teléfono sonó. —Es Weston —le dije. Leí el mensaje, en silencio, y luego lo leí en voz alta a Sam—. Julianne me mostró fotos del auto. Genial. Sam parecía complacido e hizo un gesto para que yo respondiera. ¿Puedo recogerte para ir a la escuela mañana? Él no respondió de inmediato. Unos minutos más tarde, mi teléfono sonó de nuevo.

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Guau. ¿Qué? Tenía miedo de que eso también se terminara. ¿Qué quieres decir? Nuestros paseos juntos a la escuela. Llámame antes de que vayas a la cama. Me encanta el auto. Bueno. ¡Gracias! ¡A mí también! Él me envió una cara amarilla besando un corazón pequeño, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo y no quería pasar mi cena con Sam enviando mensajes, así que solo envié la misma cara guiñando que envié antes. —¿Las cosas van bien con ustedes dos? —preguntó Sam cuando puse mi teléfono en mi bolsillo. Asentí. —Ha sido un poco extraño desde que me mudé. —Sí, creo que te echa de menos un poco. —¿Es raro para ti? ¿Que esté pasando tiempo con él, y que él fuera el novio de Alder? Sam pensó por un momento, pero sabía que él ya sabía la respuesta. Sólo estaba decidiendo cómo decirla. —Quiero que seas feliz. Weston es un buen tipo. —Puedes ser sincero conmigo, Sam. Te lo pido. La boca de Sam se levantó a un lado. —Eres... refrescante, Erin. Pero me atengo a mi declaración original. Asentí. —Muy justo.

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5 Traducido por Issel Corregido por Daniela Agrafojo

El prístino ventilador blanco del techo se encontraba encendido, girando silenciosamente. No se bamboleaba y casi se mezclaba con la suave pintura blanca del techo, la cual no estaba agrietada o pelándose. No había manchas de humedad donde el techo filtraba. Los armarios y los baños de la casa Alderman aun olían a pintura fresca. Nada como los deteriorados y mohosos cuartos de Gina. Se sentía extraño no haberla visto desde que supe las noticias, pero admití que ella lo quería de esa manera. El auto de Gina aun se hallaba estacionado en la tienda de alimentos donde trabajaba, en el mismo puesto, durante las mismas horas en las que solía trabajar, pero yo no había entrado. Más que nada porque no sabría qué decir, pero también porque Julianne mantenía la despensa llena con todo lo que podría posiblemente necesitar. Era casi como si anticipar y llenar mi necesidad diaria fuera un trabajo de tiempo completo para ella. Pasé mi pulgar sobre el control remoto negro de la entrada aun en mi mano. No lo había colocado en mi mesa de noche o en el mostrador de la cocina al lado de las llaves de Sam, porque tenía un temor irracional de que si lo colocaba allí, desaparecería. Todo lo que me había pasado en los últimos meses era surrealista, tan opuesto a la manera en que mi vida había ido, que era casi demasiado perfecto para creerlo. Así que me aferraba al control así como me aferraba a la esperanza de que abriría mis ojos en la mañana bajo el mismo bonito ventilador en el techo, en el pasillo desde la puerta a la que le faltaban las letras de color pastel. Miré al reloj digital en la mesa y suspiré. Eran las dos de la mañana. Después de la cena había llamado a Weston, y habíamos hablado durante una hora sobre el auto. Quería conducir por ahí conmigo, pero estaba cansada de momento. Ahora, acostada en un colchón tan suave que me hundía en él, y las sabanas tan suaves, que se sentían un poco resbaladizas (en la mejor manera posible), no podía dormir.

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Caminé por la habitación con mis pies descalzos y abrí la puerta. Esta crujió, así que me congelé y miré hacia el pasillo. Estaba oscuro y silencioso. Sam y Julianne habían estado en su cama por un rato. Salí a la bien tejida alfombra y di unos pasos silenciosos, hasta que estuve de pie frente de la puerta de Alder. El latido de mi corazón reaccionó cuando extendí la mano hacia la manilla, preguntándome si su cuarto estaría cerrado. Tenía miedo de lo que había al otro lado, como si ella fuera a estar de pie ahí, gritándome que me saliera. Empujé la palanca dorada, y esta cedió. La puerta se abrió, crujiendo un poco, como la mía, y la abrí. La habitación se hallaba a oscuras, pero la luz de la luna derramándose a través de las ventanas ofrecía suficiente iluminación para que pudiera ver las fotos pegadas en la cinta cruzada en un corcho en la pared. Fotos de Erin en una práctica de animadoras y juegos de fútbol, con Brady, Brenda y Chrissy, y por supuesto, Weston. Tragué. Él lucía feliz, y eso hacía que mi estomago se revolviera, a pesar de que recordaba verlo con Alder todo el tiempo con la misma expresión. Los ojos brillantes que se fijaban solo en ella. Pensé en la forma en que me miraba. Es diferente, me dije. Su habitación se encontraba limpia, y todo se hallaba en su lugar. Había sido desempolvada recientemente, y la cama estaba hecha. Me senté en su cobija blanca y negra y miré alrededor a las diferentes decoraciones en la pared. Esto se sentía incorrecto, pero también estimulante, miles de veces más que escribir mensajes durante clases. Alder habría muerto de nuevo si supiera que yo me encontraba en su habitación, si supiera que vivía allí, y Weston venía a verme. Me preguntaba como Sam y Julianne racionalizaban todo esto para sí mismos, balanceando el hacerme feliz con no sentirse como si estuvieran ensuciando toda su memoria. Caminé hacia su armario y abrí la puerta. Era uno como el mío. Su ropa se encontraba presionada ahí colgando de las docenas de ganchos idénticos, igual que la mía. Pero tenía varios uniformes de animadora en el suyo, muchos vestidos y tacones. Una bolsa plástica sobresalía de entre el resto de la ropa, y encendí la luz del armario para mirar mejor. Era un vestido de graduación. Traté de mirarlo bien sin tocarlo, pero finalmente resolví sacarlo de su lugar y sostenerlo ante mí. El control remoto que aun sostenía me hizo difícil maniobrar mi mano, pero me las arreglé para sacarlo con un torpe esfuerzo. Era asombroso. El escote era de un solo hombro, y prácticamente sin espalda, con tela transparente de la cintura para arriba y unas pocas piedras plateadas amontonadas en ciertas áreas. Habría lucido como una diosa griega, y la imaginaba usando su cabello recogido,

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peinado hacia atrás en un moño alto. Luego la imaginé con Weston, y alejé el vestido. Mi curiosidad aun no se estaba saciada, pero el armario era el único lugar en el que sentía que podía mirar con la luz encendida. Pasé los dedos por su ropa y luego sus zapatos. Encontré una caja rectangular detrás de sus ropas. Era blanca con zapatillas de ballet rosadas, sin tapa. Habían muñecas y Barbies, algunos muñecos antiguos de McDonald's y libretas, todas vacías o mayormente vacías, con el ocasional dibujo juvenil de un perro o un unicornio, y un dibujo de tres figuras de palitos. Niñas pequeñas, todas con el nombre ERIN colgando sobre sus cabellos de diferentes estilos. Supe cuál se suponía que era yo al instante. La que tenía el cabello enredado y desordenado. Estaban agarradas de las manos, sonriendo. Mi aliento titubeó. Recordé cuando pasó eso en la vida real: las risitas y tomarse de las manos. Éramos mejores amigas en ese momento. Un claro cubo plástico lleno con tres carpetas anilladas llamó mi atención, y quité la tapa tan silenciosamente como pude, sacando la primera carpeta. Era verde, con DIARIO escrito en la parte de arriba con marcador negro con la letra de Alder. Lo bajé y luego lo recogí de nuevo. Lo hice varias veces, diciéndome cada vez que no lo abriera. ―Estos son sus pensamientos, Erin. No te atrevas ―siseé, colocando la tapa de nuevo sobre el cubo. Tenía que levantarme temprano de cualquier manera, así podría ir a la casa de Weston y conducir cuidadosamente a la escuela por primera vez. Leer sus pensamientos sería incorrecto. Muy incorrecto, y habían tantos principios morales y éticos que valoraba en mí misma que serían violados en diez niveles diferentes si abría esa carpeta. Lo hice de todos modos.

9 de Octubre, No dejan de hablarme. Nunca estoy sola. Eric me escribió durante la práctica, así que me escapé temprano porque el entrenador se fue, y encendimos un porro. Creí que Chrissy me había visto saliendo de su auto, pero gracias a Dios no lo hizo. A veces quiero pretender que no importa, pero sí lo hace. Siempre importa. Siempre están mirando, esperando que meta la pata. Esperando para ver cuando caiga. Eric es el único que me entiende, e incluso así es solo cuando estamos drogados. En menos de un año,

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estaré fuera de este lugar olvidado de Dios. No tendré que sonreírle a ninguno de ellos de nuevo.

12 de Octubre, Lo atrapé mirándola de nuevo. Juro por Dios que voy a descubrir como atrapar a esa perra. No sé cómo, pero va a suceder.

Cerré la carpeta, sin querer saber si era de mí de quien hablaba. Los diarios tenían fechas de los días de vuelta en la escuela primaria. Mis cejas se levantaron. Había llenado todas estas carpetas. Todos los pensamientos privados de Erin Alderman se encontraban justo ahí para que los supiera y aprendiera si quisiera. Había un solo diario cubierto de plástico con un candado plateado roto que decía MI PRIMER DIARIO. Cerré la tapa y me puse de pie, apagando la luz. La privacidad de Alder ya había sido violada, y la confianza de Sam y Julianne. La culpa me empujó fuera de su habitación, de vuelta al pasillo, dentro de mi habitación, y todo el camino dentro de mis sabanas. Después de veinte minutos de no ser capaz de calmar mis pensamientos, levanté la mirada al ventilador de techo. ¿Alder hablaba de mí? ¿Que había hecho yo? ¿Se refería a que Weston me miraba? Seguramente no. El había dicho una vez que siempre le había gustado, pero no se me ocurrió que en realidad lo hiciera. Las preguntas se hallaban ahí, y no sabía si quería las respuestas. Había demasiadas en esas páginas. Podía incluso descubrir por qué las Erins habían dejado de hablarme. Me giré sobre mi lado, sosteniendo el control remoto en la mano, preguntándome si Julianne sabía sobre los diarios. No estaban particularmente escondidos. Quizás Julianne respetaba la privacidad de Alder lo suficiente para que ella no sintiera la necesidad de esconderlos. Cerré los ojos, preguntándome si yo era a quien miraba Weston. Tenía que saber. La próxima vez que estuviera sola en la casa, seguiría leyendo hasta descubrir por qué, por qué Alder me odiaba. Por qué actuó de la forma en que lo hizo. Y por qué odiaba Blackwell tanto cuando lo tenía todo. Quizás no lo tenía. Quizás no lo quería. No era mi problema. No debería leer esos diarios. Pero mi debo y quiero se encontraban tan polarizados, que sabía que la curiosidad ganaría al final, especialmente ya que esas respuestas eran algo que había querido durante mucho tiempo. ***

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No fue hasta que llegué al último escalón que la fatiga golpeó. Dormir no había sido sencillo la noche anterior, e incluso después de quedarme dormida, no pude seguir durmiendo. Sam me pasó rápidamente encaminándose a la cocina, palmeando mi hombro. ―Buenos días, pequeña. Vigila ese indicador de gasolina. ¡Oh! ―dijo, girando sobre sus talones y buscando en el bolsillo delantero de sus pantalones, sacando‖ su‖ billetera―. Usa esto cuando eches gasolina. Y si necesitas algo más. Bueno... dentro de lo razonable. La empujé de vuelta suavemente.‖―Tengo dinero. Sostuvo la pequeña tarjeta plateada hacia mí de nuevo, insistiendo.‖ ―Sé está gastando el dinero de tu pago. Nosotros nos encargaremos del resto. Solo tómalo, cariño, voy tarde. Después de una pequeña pausa, tomé la tarjeta y traté de meterla en el bolsillo trasero de mis pantalones, pero eran los nuevos que había comprado Julianne, y los bolsillos se encontraban abotonados. No podía descubrir cuál era el botón con todo ese brillo cubriendo la tela, así que la empujé en el bolsillo delantero. Iría en mi bolso después. Tenerla me ponía nerviosa. ―Gracias ―dije. Sam me guiñó un ojo y corrió hacia la puerta trasera que iba al garaje. ―¡Me‖tengo‖que‖ir,‖cariño! ―¡Ten un buen día! ―gritó Julianne. Me uní a ella en la cocina.‖―Voy‖de‖salida. ―¿No desayunarás? ―preguntó, tratando de no dejar que se mostrara la decepción. Una hermosa tortilla estaba perfectamente doblada en un plato blanco con flores. Un tenedor en una servilleta de tela y medio vaso de jugo de naranja se encontraba cerca. ―Eres tan... todo es siempre tan perfecto. Toda la casa podría ser fotografiada para una revista. Julianne sonrió.‖ ―Gracias. Es para pasar el tiempo, de verdad. Me pongo inquieta ―dijo, colocando sus palmas en el borde del mostrador. Miró alrededor―. Y un poco aburrida, si quieres saber la verdad. ―¿Has pensado sobre regresar al trabajo?

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Asintió.‖―Sam y yo lo discutimos. Pensamos que sería mejor si me quedaba en casa por un poco más de tiempo. Especialmente durante el verano cuando estás más aquí. ―Trabajo mucho en el verano ―dije con mortificación. ―Sobre eso ―dijo, mordiéndose su labio inferior―. ¿Cómo te sentirías con respecto a reducir tus horas? Eso te daría más tiempo en casa... y con Weston. Y más tiempo para disfrutar tú ultimo año y tu verano antes de la universidad. Sin presiones. Es solo una idea. ―Trabajo mucho para ahorrar para la universidad. ―Erin, cariño, nosotros pagaremos tu universidad. Lo que sea que hayas ahorrado es tuyo para que lo gastes en lo que quieras. ―Um... eso es muy generoso. Pero tú y Sam ya han hecho mucho. Me han dado un lugar donde quedarme y ese maravilloso auto allá afuera. No podría aceptar nada más. Y tengo una beca. Ella sonrió. ―Estoy muy orgullosa de ti. Sus palabras me tomaron por sorpresa. No podía recordar a nadie diciéndome eso antes. ―Has trabajado tan duro, y eres tan buena persona a pesar de tus circunstancias.‖―Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero rápidamente los limpió―. Tu dinero es tuyo. Lo que sea que tú beca no cubra, lo cubriremos nosotros. Sé que probablemente parece que hemos hecho mucho, pero es solo porque es todo al mismo tiempo. Si hubieras estado aquí todo el tiempo, hubiera sido un proceso más gradual. Si es abrumador, me disculpo. Sacudí la cabeza.‖ ―No tienes que disculparte, Julianne. Por nada. Todo lo que has hecho ha sido maravilloso. Los dos. La expresión de Julianne se suavizó, y alargó la mano a través de la isla de la cocina para tomar mi mano con la suya. ―Eres nuestra hija ―dijo suavemente―. Déjanos encargarnos de ti. Déjanos hacer las cosas un poquito más fáciles de lo que han sido. Eso también nos ayuda. Mi boca se elevó a un lado.‖ ―Tal‖ vez‖ pueda hablar con Patty para que contrate a alguien los fines de semana y reducir mis horas en el verano. Julianne sonrió, palmeando mi mano antes de regresar a la estufa.‖―Estoy emocionada. Podemos ir a la ciudad o algo y cenar, o ir a comprar, o ir al museo.

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Su entusiasmo era infeccioso. ―Suena divertido.‖―Me senté y tomé cuatro o cinco mordiscos de la tortilla, me tomé el jugo, limpié mi boca y recogí mi bolso. ―Nos vemos en la noche ―dije. ―Está bien, cariño ―dijo ella, tomando mi plato. Caminé por el pasillo, esta vez hacia la puerta trasera. Sam había dejado abierta la puerta del garaje, sabiendo que me iría pronto. Negué con la cabeza. El pensamiento de tener un auto, mucho menos un BMW, para conducir a la escuela era increíble, pero ahí estaba, brillante, hermoso, y esperando que me sentara dentro. Di marcha atrás e hice mi camino cuidadosamente a la casa de Weston. Me estacioné en la calle, pero cuando salí, me di cuenta de que había estacionado demasiado lejos de la acera. Comencé a retroceder para enmendar mis pobres habilidades de manejo. Weston trotó con su bolso en sus manos, sonriendo.‖―No te preocupes por eso, nena. Lucía particularmente atractivo en un par de lindos vaqueros sostenidos por un grueso cinturón de cuero marrón. Su franela turquesa claro lo hacía lucir incluso más bronceado, y sus muñecas estaban rodeadas por un reloj en su mano izquierda, y un par de brazaletes de cuero trenzado en su mano derecha. Tenía el cuerpo delgado y tonificado de un jugador de béisbol, y su cabello se hallaba estratégicamente desordenado con la más pequeña cantidad de gel. Sus ojos aun lucían un poco adormilados, pero los brillantes globos verdes relucían como siempre lo hacían. No sabía si alguna vez superaría el hecho de que alguien que lucía como él me llamara nena. Siempre había pensado que esos sobrenombres enfermizamente dulces eran ridículos, pero cuando Weston me los decía, calidez se extendía desde mis mejillas hasta los dedos de mis pies, y solo quería que lo hiciera de nuevo. Algo sobre la forma en que lo decía tan casualmente me hacía sentir como que no habría final para nuestro comienzo. Nada de preocupaciones sobre nosotros a la vista. Peter y Verónica salieron, ambos sorprendidos pero con expresiones felices. ―¡Ese sí que es un auto, el que tienes ahí! ―dijo Peter. Me encogí de hombros y sacudí la cabeza.‖―Lo sé. Son demasiado buenos para mí. ―Tonterías‖ ―dijo Verónica. Puso su brazo alrededor de mí y apretó―. Necesitas un auto, chica tonta.

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Weston abrió la puerta del pasajero.‖―Est{‖bien,‖han‖visto‖el‖auto. Tenemos que llegar a la escuela. Sus padres nos despidieron mientras me alejaba nerviosamente. Weston habló sobre la práctica de béisbol y nuestro examen de salud, no pareciendo ni un poco preocupado por mis habilidades de manejo. Había conducido su camioneta varias veces, pero esto se sentía diferente. Me estacioné, y los estudiantes que caminaban a clases se detenían y miraban. Blackell era una escuela pequeña, todos sabían quién conducía qué. ―Están mirando ―dije con pavor. ―Van a hacerlo. ―Van a decir que estoy aprovechándome de Sam y Julianne. ―Yo los pondré en su lugar. Me estacioné y presioné el botón para apagar el motor. Shannon Lablue, de la clase de arte, no titubeó en caminar hacia mí. ―¿Es tuyo? ―preguntó, con su voz más alta de lo habitual. Miré a Weston y luego dije―:‖Sí. ―Sus padres lo acaban de comprar para ella ―dijo Weston―. ¿Genial, eh? La respuesta no se me ocurrió a mí, pero amé la manera en que sonó: mis padres. Sam y Julianne eran míos. ―¿Un BMW, Easter? ¡Eso es increíble! Asentí, incapaz de decir gracias. Por cualquiera que fuera la razón, decir gracias se sentía incomodo. Mas personas se acercaron a dar un vistazo. Presioné el botón del seguro en mi control, y luego Weston me guió dentro del edificio tomando mi mano. Para el momento en que alcancé biología, toda la escuela había escuchado del auto. Sara y unos cuantos de los chicos en la clase me preguntaron sobre él al momento en que me senté. Brady me miró pero no dijo nada. Cuando llegué a la clase del Sr. Barrows, me detuve en la puerta para ver que en lugar del Sr. Barrows, Julianne se hallaba de pie detrás del escritorio, moviendo papeles y luciendo nerviosa. Cuando nuestros ojos se encontraron, su cara se transformó en mitad sonrisa de disculpa y mitad ceño fruncido. ―Fue de último minuto. Lo lamento si esto te avergüenza.

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Otros estudiantes chocaron mi hombro pasándome para ir hacia sus asientos. Caminé en su dirección y la abracé. Ella se detuvo por un momento, impresionada por mi inusual despliegue de afecto. ―Gracias de nuevo por el auto ―susurré―. Todos piensan que es increíble. Julianne me devolvió‖el‖abrazo.‖―Traté de salirme de la substitución ―dijo suavemente en mi oreja. Me alejé.‖ ―Es algo lindo verte a mitad del día ―dije con una sonrisa, y luego continúe hacia mi escritorio. Cuando me senté, la expresión de Julianne era indeterminable. Parecía perdida en sus pensamientos, pero luego una sonrisa tocó sus labios, y continuó saludando a los estudiantes que seguían entrando a la clase.

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6 Traducido por Ivy Walker Corregido por SammyD

Conduje al mural con varios arrepentimientos a cuestas, me estacioné en el antiguo lugar de pizza al lado del Chevy de Weston. Se encontraba allí de pie con las manos en los bolsillos y una sonrisa en su rostro. El sol se hallaba alto en el cielo, proyectando una sombra poco profunda a lo largo del tramo de concreto donde los otros estudiantes se encontraban de pie con brochas en la mano. La Sra. Cup miró por encima del hombro, notando mi llegada con un pequeño asentimiento de cabeza. —¿Qué te tomó tanto tiempo? —preguntó Weston—. Deberías haber estado detrás de mí. —Me paró una luz roja. Y conduzco despacio. —Un caracol pudo haber llegado antes que tú. —No me avergüenzo —le dije, caminando hacia la pared de ladrillo. Metí mi brocha en un pequeño tubo con pintura verde y comencé a pintar en los lugares donde se arruinó la pintura vieja. Weston hizo lo mismo con un color diferente. —¿Qué vas a hacer después del trabajo? —preguntó. —Yo... creo que necesito hablar con Julianne. —¿Ah? Eso suena un poco serio. —Lo es. Espero que no. Puede Ser. —¿Sobre qué? —Algo que hice. Vaciló, dando unos cuantos brochazos. —¿Quiero saber? —Probablemente no. —Dime de todos modos. —Yo... es malo.

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—¿Arruinaste el coche? —No. —¿Le robaste? Me giré hacia él. —¿Qué? Se volvió y se encogió de hombros, pareciendo sorprendido de sí mismo. — No sé por qué dije eso. Mi mente está corriendo, preguntándose sobre qué cosa seria necesitas hablar con ella. No creo que le robaras. O a cualquier persona. Asentí, satisfecha, pero la expresión de suficiencia se desvaneció. —Es casi tan malo. —Jesús, Erin, solo dime. —Yo... entré en la habitación de Alder. Sus cejas se alzaron. Miré el cemento bajo mis zapatos y solté un soplo de aire. —Vi su vestido de graduación. Es hermoso. Asintió. —Blanco. Me habló sobre él. —Tiene docenas de diarios en un tubo en la parte posterior de su armario. —¿Los leíste?— preguntó, de repente preocupado. Asentí, mis mejillas se enrojecieron. Comenzó a pintar de nuevo, pero no respondió. Esperé, y cuando el silencio amenazó mi cordura, me volví hacia él. —Dilo. —¿Decir qué? —Que es malo. —¿Qué decían? —preguntó—. ¿Cuándo fue la última entrada?— Mantuvo los ojos en la pared, pero sus preguntas estaban teñidas con preocupación. —No he leído mucho. Sólo un par de entradas. Me siento lo suficiente mal por leerlas. Me sentiría peor si te dijera lo que escribió. —¿Algo sobre mí? —Puede ser. No lo sé. Eran vagas. —No tengo que decirte que es malo, Erin. Lo tienes escrito en tu cara. Sólo... no lo hagas. No los leas.

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Estaba en lo cierto. Discutir era inútil. Pero desde mi periferia, lo vi inquieto, y eso me dio curiosidad. —Tiene algunas muy viejas. Tal vez escribió acerca de por qué ella y Sonny dejaron de hablarme. —Dejaron de hablarte porque eran unas perras —espetó—. Incluso en la escuela primaria. —¿Acaso Alder te habló alguna vez sobre esto? Dejó caer su brocha. Trató de saltar hacia atrás, pero la pintura verde salpicó sus pantalones y zapatos. —¡Maldita sea! —gruñó, levantando sus manos. —Toma un trapo mojado —dijo la Sra. Cup, apresurándose. Trató de ayudar, pero la pintura solo se desparramaba. —¿Puedo ir a casa y tratar de limpiar esto? La Sra. Cup miró su reloj. —Sólo tenemos veinte minutos más. Vete. No vayas a prisa. Weston asintió y luego me abrazó y colocó sus labios en mi mejilla, dejando a su boca quedarse contra mi piel un poco. —No leas más, Erin. Se ha ido. Nada de eso importa más. Caminó rápidamente a su camioneta y encendió el motor. Salió a la calle, pero después de unos segundos, aun podía oír a su motor acelerar. Un gemido frustrado emanó de la garganta de la Sra. Cup. —Chicos. Después de otro día productivo en el mural, la Sra. Cup nos permitió irnos cinco minutos antes. Conduje directamente al Dairy Queen, estacionándome junto al Taurus de Frankie. La puerta del BMW apenas se cerró cuando oí chillar a Frankie. —¿Qué demonios es eso?—preguntó, señalando al auto. Caminé hacia ella con una sonrisa tímida. —Mi auto. —¿Tu auto? ¿Tu auto? ¿Sam y Julianne te compraron un BMW? No respondas eso. La respuesta es obvia, ¡pero santa madre, Erin! —dijo, siguiéndome a la entrada trasera. Me puse el delantal por encima de mi cabeza y lo até por atrás. —Lo sé. Créeme, lo sé. Y... ¿puedo hablar contigo un minuto? Toda emoción dejó la cara de Frankie, y me miró por un momento. —¿Sí?

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—Julianne quiere que yo... me ha pedido que le pregunte a Patty, uh... si puedo trabajar menos horas. Frankie me miró por un momento. —¿Vas a renunciar? —No —dije enfáticamente y prolongado—. Dijo algo sobre que disfrutara de mi último año y el verano. Quiere que le pida a Patty fines de semana libres y que reduzca mis horas de verano. —¿Estás bien con eso? Me encogí de hombros. —Quiero decir —dijo, encogiéndose de hombros también—, por supuesto que sí. ¿Qué adolescente no querría más tiempo libre? Sí. Quiero decir, voy decirle a Patty que quieres hablar con ella, pero lo entiendo. —Luces molesta. Me hizo con un gesto con la mano. —Por supuesto que no. De ningún modo. —Sé que Patty podría tener que contratar a alguien nuevo. Me quedaré hasta que logren entrenarlo. —Yo lo haré. No es problema. —Te comportas de modo extraño. —No lo hago. Una niña con chocolate ya en todo su rostro llegó a la ventana. Cuando Frankie no le hizo caso, tocó. Frankie la miró y puso su mano en el cristal para bloquear la vista de ella. — Vete, Vía Láctea, estamos hablando. —¡Frankie!—le dije, frunciendo el ceño. Abrí la ventana y tomé su orden. Su madre la esperaba en una minivan, mirando a mi coche. Después de entregarle sus dos conos con cubierta de chocolate y un Blizzard de M&M, cerré la ventana y me crucé de brazos. —Estás molesta. Frankie se ocupaba a sí misma de la limpieza de encimeras ya impecables. —No estoy enojada. Estoy decepcionada. No de ti. Es que siempre hemos sido tú y yo, ¿sabes? Siempre hemos estado en el mismo barco. Atrapadas aquí. —Me gusta trabajar en el Dairy Queen. —Apuesto a que no dirás eso cuando tengas mi edad. —A Patty le gusta.

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—Patty es la dueña. —Oh, guau. —¿Qué? —Patty se acaba de estacionar. La sonrisa de Frankie me impulsó a lanzarle una taza vacía. Su boca se abrió, y el sitio de Frankie hizo que la inicial sonrisa alegre de Patty desapareciera. —Buenas tardes, señoritas. ¿Todo bien? Frankie se agachó para recoger la taza. —La Princesa Alderman tiene una petición. Esta vez mi boca se abrió. Patty no movió la cabeza. En cambio, sus ojos seguían moviéndose de ida y vuelta entre nosotras. —Parece que es un buen día para que viniera. Me encontraba a punto de hacerles saber que mi sobrina nos ayudará este verano. —Se giró hacia mí—. Vi a Julianne el otro día, y mencionó que tenía la esperanza de que pasaras un poco más de tiempo en casa. ¿Te habló sobre ello? Asentí. Patty guiñó. —Nosotros lo tenemos cubierto, cielo. —Sacudió la cabeza hacia un lado—. Vete. Mi cabeza se movió hacia adelante, y mis ojos se abrieron. —¿Qué? ¿Ahora? —¡Sí! Tengo tu turno hoy. —Oh no, Patty. Gracias, pero te daría más aviso que eso. Se rió. —No hay problema, siempre y cuando te encuentres de acuerdo con esto. Ya había hablado con Julianne, y estamos preparadas. Y tiene razón. Has trabajado mucho. Ahora ve a ser una chica, mientras que todavía tienes un poco de tiempo. Miré a Frankie, que parecía perdida. —Tiene razón —dijo—. Ve, niña. Te voy a mandar por mensaje de texto tus nuevas horas después de que Patty y yo hablemos. El impulso de moverme no llegó. Me quedé allí, sin habla. La expresión de Patty se volvió de disculpa. —No tienes que irte. No te corro. Julianne sólo lo sugirió, y ya que Frankie dijo que tenías algo que decirme, asumí que eso era. ¿Lo era? Asentí.

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Sonrió. —Bien, entonces. ¿Qué esperas? Ve a buscar una gaseosa a Sonic, o llévale a Weston un cono bañado en chocolate. Aun están practicando, ¿no es así? —Sólo un poco más. Tienen su último partido la semana después de la próxima. Patty miró a Frankie. —Asegúrate de que la quitemos del horario para ese día. Fines de semana también. Frankie estuvo de acuerdo. —No lo sabía —le dije a Frankie. —Lo sé —dijo—. No es justo que me haya puesto toda Medusa sobre ti. Te lo dije antes de que debieras rebajar tus horas. No lo sé. Supongo que no creí que realmente lo harías. Te voy a echar de menos. Patty extendió la mano. —Necesito tu delantal, Erin. ¡Que tengas un buen resto del día! Desaté las cuerdas negras en la parte baja de mi espalda y tiré de la correa por encima de mi cabeza, entregándole mi delantal a Patty. —Todavía me vas a mantener en el horario, ¿verdad? ¿No estoy despedida? —¡Por supuesto que no, tonta! —dijo, juguetonamente golpeándome en la parte trasera con el delantal. Un coche se detuvo en el estacionamiento, y Patty me dio la espalda, abriendo la ventana y saludando a la familia caminando hacia ella. Frankie me sonrió. —Te veré la semana que viene. Estoy bien —dijo con una sonrisa forzada—. Lo siento. Eso fue una estupidez. —Bueno. Nos vemos en unos días. Por alguna razón, me tomé un desvío a casa para pasar por la casa de Gina. Parecía la misma. Las ventanas se hallaban todavía sucias, la puerta mosquitera seguía colgando descentrada, el porche todavía necesitaba pintura, la cerca del patio trasero seguía rota. Me pregunté si dejó mi habitación como estaba, o si vendió todo. Nada parecía cambiar allí. Me pregunté si le importaba lo suficiente para no querer mirar mis cosas, o si se sentía tan aliviada de librarse de mí que también quería deshacerse de cualquier recuerdo mío. La puerta del garaje se cerró lentamente detrás del BMW, y pulsé el botón de encendido para apagar el motor. Silencio. Silencio absoluto. Sólo yo, el garaje y el olor a coche nuevo.

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Julianne abrió la puerta de atrás con una gran sonrisa. —¡Llegas a casa temprano! ¿Hablaste con Patty? Agarré mi mochila y cerré la puerta del lado del conductor detrás de mí, asintiendo mientras la pasaba, dirigiéndome directamente hacia mi taburete habitual en la isla de la cocina. Me siguió y se apoyó contra la estufa con los brazos cruzados. —¿Qué pasó, florecita? —preguntó—. Patty no se molestó, ¿o sí? Negué con la cabeza. —Dijo que ya habías hablado con ella sobre eso. Julianne se encogió. —Oh Dios mío, Erin, espero que eso esté bien. No quise decir que tuviera que reducir tus horas. Sólo le dije que esperaba que tu quisieras, y que iba a hablar contigo acerca de eso. —Está bien. Lo iba a hacer... sólo que me ganó. —Oh. Así que... ¿no te encuentras molesta conmigo? —No. Pero tengo que decirte algo. Creo que vas a molestarte conmigo. —¿Ah, sí? —dijo, de repente preocupada. —Iba a esperar hasta que Sam llegara a casa, para decirle a los dos. —Tiene un caso hasta tarde. —Entonces te voy a contar, ¿y tal vez le puedes decir? Asintió y dio unos pasos hasta que pudo poner sus palmas sobre la isla de granito. —Yo, um... fui a la habitación de Alder. Tenía curiosidad, no es que sea una excusa. Pero vi su cubo lleno de diarios. Julianne no reaccionó. Solo escuchó. —Leí uno. No todo. Pero algunas entradas. Julianne bajó la cabeza, y después de unos segundos, se limpió los ojos con su muñeca. —Lo siento. No debería haber hecho eso. No voy a entrar en su habitación de nuevo. La peor parte es que sabía que estaba mal, pero lo hice de todos modos. Julianne me miró con los ojos húmedos. —No eres la única. —¿Perdón?

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—Siempre he sabido que mantenía diarios. También he estado leyéndolos, desde que murió. La curiosidad es una trampa terrible, ¿no es así? —dijo, avergonzada—. Pero, Erin... no deberías leer más. No te va a gustar. —Suenas como Weston —dije, mirando a otro lado. —¿Qué quieres decir? —Dijo lo mismo. Que no debo leer más. Actuó muy raro sobre ello. —¿En serio? ¿Qué más te dijo? —Nada más. Se movió nerviosamente. —Él vino hoy. —¿Él qué? —Me dijo que leíste los diarios de Alder, y me dijo que te dijera que pararas. ¿Weston dejó la clase de arte para delatarme? Tenía que haber una razón por la que no quería que leyera los diarios. No sólo trataría de meterme en problemas con Julianne. Había algo allí que me haría daño, y él lo sabía. —¿Por qué haría eso? Miró hacia abajo, preocupada. —Alder era diferente de lo que pensábamos, Erin. Algunas de las cosas que escribió son... perturbadoras. Sabía cosas. Cosas de las que Sam y yo no teníamos idea. Y... —Sacudió la cabeza—. No he leído todos ellos. Fue muy duro. No le he dicho a Sam. No estoy segura de cómo va reaccionar. —Lo mantendré entre nosotras. —Gracias —dijo, aliviada. —¿Julianne? ¿Hay algo ahí sobre mí? Quiero decir, que deba saber. Vaciló. —Sí. —¿Puedo leerlos? —No sé cómo responder a eso, cariño. —Creo que... creo que tengo que hacerlo.

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7 Traducido por Fany Stgo. & ElyCasdel Corregido por Laurita PI

Mis zapatillas negras golpearon las gradas mientras las subía. El equipo de béisbol corría dando vueltas, sus camisetas empapadas de sudor, sus rostros sonrojados. No había estado sentada por más de cinco minutos cuando el entrenador Langon terminó la práctica y corrieron a la caseta. Luego

de

una

pequeña

reunión,

comenzaron

a

salir

hacia

el

estacionamiento, incluyendo a Weston. Después de unos momentos, corrió de regreso hacia adentro, mirando donde me encontraba sentada. Trotó sobre las gradas, subiéndolas de dos en dos hasta llegar a mí. Sus brazos me envolvieron, y presionó sus labios sobre los míos. Su piel se hallaba cubierta de una fina capa de sudor, pero podría estar cubierto con desechos tóxicos y aún así no me hubiera quejado. —Me preparaba para irme, y vi tu auto en el estacionamiento. Me encogí de hombros. —Sólo pensé en venir a verte ya que no te restan muchas prácticas. Miró el campo. —No puedo cree que es mi último año. Voy a extrañarlo. En su mayor parte. Baile de graduación. Graduación. Y entonces todo habrá terminado. —¿Has hablado con tu padre sobre Dallas? Negó con la cabeza. —Erin, se encuentra demasiado emocionado sobre Duke. Cada vez que pienso en traerlo a colación, no parece ser el momento correcto.

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—No existe un momento correcto para algo como eso, y esperarás hasta que te quedes sin tiempo. —Quizás él tiene razón. Tal vez Duke sea bueno para mí. —¿Así que quieres ser abogado? Su rostro se retorció con disgusto. —No. —Weston —dije, volviendo su sucio y sudoroso rostro hacia mí—. Tienes que decirles. Sólo tienes una vida. Una oportunidad. No la gastes con el sueño de alguien más. Sus ojos fueron de ida y vuelta a cada uno de los míos. —Dios, eres hermosa. Baje la mirada, avergonzada. —¿Tienes una cita para el baile de graduación? Lo miré fijamente. —Sabes que no. —¿Irías conmigo? Negué con la cabeza. —Ya hemos hablado de esto. —Eso fue cuando no tenías como madre a Julianne Alderman. Ella te ayudaría a encontrar un vestido. —No puedo pedirle que me compre un vestido. —No tienes que hacerlo. Sólo dile que te invité al baile de graduación. —Yo no bailo —dije, retorciéndome. Sostuvo mi collar entre su pulgar y su dedo índice. Se inclinó y lo besó, y luego se deslizó hacia a mi cuello. Suspiré, moviendo la barbilla hacia un lado, estirando mi cuello un poquito, para darle mejor acceso. Se apartó y frunció el ceño. —¿Qué? —pregunté sorprendida por su reacción. —No hueles a helado.

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Me reí. —Apenas estuve en el trabajo hoy. Patty se hizo cargo de mi turno, y mis horas han sido reducidas para darme más tiempo. Petición de Julianne. Uno de los lados de la boca de Weston subió, y luego su boca se extendió en una gran sonrisa. —Gracias Julianne. —Bajó la mirada a mis labios y se inclinó sobre mí, besándome suavemente al principio. Su boca se abrió, y le di la bienvenida a su lengua con la mía. —Por favor, ve al baile de graduación conmigo —susurró contra mi boca—. No quiero ir solo. No quiero ir con nadie salvo que seas tú, y es mi último año. No quiero perdérmelo. Incluso si sólo nos quedamos el tiempo suficiente para posar para una estúpida foto. —Entiendo tu problema, pero de verdad no quiero ir. —Bueno —dijo, sus labios moviéndose a mi oído—, a veces tenemos que hacer cosas que no nos gustan. Es una buena lección de vida. —Tienes razón. Si le dices la noticia sobre Duke a tu padre, entonces iré contigo. Se sentó, sorprendido por mi propuesta. —Erin, eso no es justo. —Acabas‖de‖decir… —Sé lo que dije. Pero el baile de graduación y enojar a mi papá no es exactamente lo mismo. —Está cerca. Sus ojos se estrecharon. —¿Irás al baile de graduación si le digo que quiero ir a Dallas? ¿Qué si dice que no? —Eso es entre tu padre y tú. Pero si le dices, iré. —Trato. —¿En serio? —digo, sintiéndome enferma de repente. —Es mejor que empieces a buscar un vestido. Tragué saliva.

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Nos pusimos de pie, y Weston entrelazó sus dedos con los míos, caminando conmigo al bajar las escaleras y hasta mi auto. —¿Por qué no me sigues hasta casa? Mis padres no estarán por un par de horas. —¿Recuerdas lo que dijo Sam? Asintió. —Dijo que mantuviera mis manos alejadas de la esposa de otro. Pero tú no serás la esposa de otro. —Ve más despacio, corredor de carreras. —Sabes a que me refiero —dijo, abriendo mi puerta. —Te veo en un minuto —dije, entrando al BMW. *** Me quedé allí, apoyada en el pecho desnudo de Weston, envuelta en sus brazos. El ventilador de techo daba vueltas, su dibujo que hizo de mí justo sobre nosotros. —Me encanta que uses esto todos los días —dijo tocando mi collar. —Me encanta que me lo hayas obsequiado. —Te amo. Me quedé quieta, preguntándome si lo dijo realmente. Mencionó estar enamorado de mí, pero en realidad nunca lo dijo. No tan directo. No es voz alta. —¿Erin? —Me alegro. —Te alegras —dijo monótonamente. Cerré mis ojos, sabiendo que lo enojé. —Quiero decirlo. Es sólo se siente raro. —¿Lo dirías porque lo sientes? —Creo que sí. —Crees que sí.

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—Deja de hacer eso —dije, sentándome deslizando mis brazos por mi sujetador y luego poniéndome una camisa. Suspiró, claramente lamentando el giro de la conversación. —Weston, da miedo. Incluso si vas a Dallas, te encontrarás a cinco horas de aquí. Viviremos vidas separadas. Nadie permanece junto luego de ir a universidades separadas. —No sabes eso. —Frunció el ceño—. ¿Por qué tienes que ser tan negativa? Nos vamos a ver tanto como podamos. Hablaremos por teléfono cada noche, y entonces me visitarás y te enamorarás de Dallas, y te mudarás allí luego de que te gradúes. —¿En serio? Se sentó contra la cabecera. —Sí. —No estoy siendo negativa, si no realista. No quiero que ninguno de nosotros salga herido. —Si no permanecemos juntos, dolerá. Me haría pedazos. No quiero a nadie más. —Weston, tienes dieciocho años. No sabes lo que quieres. Se levantó y se puso los vaqueros. —Definitivamente tú no sabes lo que quiero. Terminé de vestirme y atar mis zapatos. —Es sólo sentido común. Vivimos en una pecera aquí, pero hay cientos de mujeres jóvenes y hermosas en Dallas. —Sólo hay una tú. —Nos encontrábamos de pie en lados opuestos de la cama, mirándonos. Se balanceó sobre sus pies, nervioso—. Estás... ¿estás diciendo esto porque planeas encontrar alguien nuevo en Stillwater? —¡No! —Para mi suena como si estuvieras dejando tus opciones abiertas. —Dios, Weston, no es eso para nada. Su respiración vaciló, y miró alrededor al suelo, entonces vio su inhalador en la mesita de noche y lo tomó. Lo sacudió, y luego tomó una bocanada.

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—¿Por qué te encuentras tan enojado? ¿Por qué si quiera tenemos que hablar sobre esto ahora? —Me gustaría saber si la chica que amo me ve como algo temporal. —Blackwell es temporal. —¡Ni siquiera me quedaré aquí! —¡Lo sé! No haré ninguna promesa que no pueda cumplir. —Bueno, eso es genial. Gracias, nena. Mis hombros se hundieron. Él jugaba sucio. —Tengo que ir a casa. — Caminé alrededor de su cama, pero se interpuso en mi camino. Respiró profundo, tocando mis brazos y presionó su frente contra la mía. —¿Tareas? —Algo así. —¿Qué significa eso? —Quiero leer los diarios de Alder. Quiero saber por qué dejaron de hablar conmigo. Se puso rígido. —Pensé que no los ibas a leer nunca más. —Cambié de opinión. A Julianne no le importa tanto. —¿Qué? —gritó. Me alejé de él, sorprendida por su respuesta explosiva. —Erin, eso no es tu maldito problema. Está mal, ¡y lo sabes! Parpadeé y luego apreté los dientes. —Muévete. —Bien. —Se echó a un lado, y salí furiosa, pasando junto a Veronica en mi camino. —¿Erin? —dijo. —Lo siento, me tengo que ir. Cuando llegué a mi auto, Weston me alcanzó, respirando con dificultad. — Erin, no los leas. Sólo no lo hagas. —¿Por qué no? ¿Qué temes que encuentre?

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Su mentón se tensó bajo su piel y tragó saliva. Después de unos pocos segundos sin una respuesta, entré a mi auto y conduje a casa. Estacioné y subí las escaleras, directo al cuarto de Alder. —¿Erin? —me llamó Julianne. Cerré la puerta y me apoyé en ella, sin aliento. El armario de Alder se hallaba cerrado, lo miré, sabiendo ahora que sin importar si era correcto o no, tenía que leerlos. Tenía que saber que era tan terrible que Weston no quería que continuara. Me dirigí hacia allí y abrí la puerta. Arrastré el cubo fuera del armario hasta el centro de su habitación. Saqué todos los diarios, uno por uno, hasta llegar al diario de plástico, deslizándome sobre las descripciones de sueños y los chicos que le gustaban. Una vez que terminé de leerlo, pasé a las carpetas. Quería saltar a su diario de nuestro quinto año. Ahí fue cuando dejaron de hablarme, pero me forcé a leer uno a la vez. El cansancio comenzó a asentarse cuando abrí la carpeta de plástico amarillo titulada 5TO GRADO. Cualquier mención de mí era como antes. Seguíamos siendo amigas. Aún le agradaba. En algunas ocasiones, habló de preguntarle a sus padres si Sonny y yo podíamos unirnos a sus vacaciones familiares, y Sam y Julianne lo estaban considerando. Giré la página a la entrada que buscaba.

Octubre 8, 2008 Ayer pasé la noche con Sonny. Lloró hasta dormirse. Sus padres peleaban por algo que pasó hace mucho tiempo. Escuchó a su papi decir que algo era un error. Carolyn quiere una prueba de paternidad. Dijo que Gina Easter era una zorra. Luego dijo que quería el divorcio. Sonny me hizo prometer no contarlo. Odié verla llorar, así que lo prometí.

Octubre 23, 2008 Sonny dijo que Gina Easter estaba enamorada de su papi, pero su papi no estaba enamorado de ella. Escuchó a sus padres peleando de nuevo. Ya no le hablamos a Easter. Su

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mami es mala. Hace llorar a la mami de Sonny. La mami de Sonny dijo que su papi se mudaría. No lo diré.

La mayoría de las entradas luego de ello son sobre cuánto me odiaban, y las cosas feas que me dijeron e hicieron. Los padres de Sonny nunca se divorciaron, así que asumo que lo solucionaron, pero no fue hasta que llegué a las carpetas que entendí totalmente. El padre de Sonny y Gina tuvieron una aventura. Harry embarazó a Gina. Cerré la carpeta. Las Erins eran medias hermanas. Esa es la razón de por qué me odiaban. Pensaban que Gina y yo casi causamos el divorcio de los padres de Sonny. —Gina —susurré, girando las páginas. Eso era de lo que hablaba Carolyn en el restaurante. La hija de Gina era el recordatorio, un objeto al que Carolyn podía dirigir su enojo. Luego del accidente, Carolyn se dio cuenta de que había dado la bienvenida a la hija ilegítima de Harry en su hogar, la llevó de vacaciones, y le compró regalos de Navidad y cumpleaños. Era un raro giro del destino, Harry ayudó a criar a su propia hija, incluso cuando pensó que la ignoraba para salvar su matrimonio. Mis pensamientos se desplazaron a Gina. Los padres de Sonny eran un poco más grandes que ella. Él era copropietario de una próspera fábrica en las afueras del pueblo. Debió estar en los inicios de sus treinta cuando Sonny nació, cuando todos nacimos. Gina no era lo bastante mayor para comprar alcohol cuando se embarazó, y nunca habló del hombre que ambas pensamos, era mi padre. Una repentina simpatía se estableció en mí, haciéndome sentir tan pesada que me sentí pegada al piso. Estuve tan enojada con ella, pero la verdad era, que ambas sabíamos lo que se sentía ser odiada por todos. No tener a nadie. Aprender pronto que la mejor defensa era dejar a todos fuera, incluso a esos que intentan ayudar. Se encontraba muy rota para ser mi madre; no era que no quisiera serlo. Mientras las fechas de las entradas avanzaban, Alder escribió menos de Gina y más de cuánto me odiaban. Mientras Alder crecía, más narraba los reportes de Sonny de las periódicas peleas de Harry y Carolyn por Gina —usualmente cerca de nuestro cumpleaños— y la escuela media, era claro para Carolyn que la hija de

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Gina siempre sería un recordatorio de la infidelidad de su esposo, y me odiaba por ello, y también las Erins. También hablaba de verme mirar a Weston, y ver a Weston mirándome, docenas de veces. Mi estómago empezó a doler. Un toque sonó en la puerta. —¿Erin? —dijo Julianne antes de mirar. Su cabello no era suave y brilloso. Se encontraba enredado y enmarañado en algunas partes de su cabeza. Su rostro era brilloso y sin maquillaje, y su pijama floral se hallaba mayormente cubierta por una larga y delgada túnica—. Oh, cariño. Son las tres de la mañana. ¿No crees que tal vez deberías descansar? Fue entonces que me di cuenta que mis ojos se sentían secos, picaban debajo de mis párpados, y la piel alrededor de ellos era pesada y rígida al mismo tiempo. —Casi terminé. —De acuerdo —dijo—. Weston llamó algunas veces más temprano. Dijo que no respondías tu teléfono. —Creo que sigue en mi auto. Sus labios formaron una línea dura, y ofreció una sonrisa comprensiva. — Eres una hoja en blanco, Erin. Tal vez no deberías llenarla con palabras de Alder. —¿Sabías? ¿Lo de Gina? Asintió. —Creo que todos saben. Cerré los ojos. —No hay duda de por qué Gina estaba enojada. Se encontraba sola, y condenada, y odiada, y me tenía como recordatorio. —No a ti. No eras tú. Fuiste concebida con amor y nada más. Eres nuestra. —Todos estaban equivocados. —Sí, lo estaban. —No. La dejaron con toda la culpa, y él aún tenía su familia y reputación. No es justo. —No. No lo es. Lamento que Sonny y Alder se enfadaran contigo.

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—Necesito verla. No sé por qué. Aún no estoy lista, pero necesito hablarle de eso. Preocupación brilló en los ojos de Julianne. —Oh, de acuerdo. Yo, eh, lo entiendo. Mis ojos cayeron sobre la carpeta en mi regazo, y Julianne cerró la puerta. Descansé mi barbilla en mi puño mientras giraba las páginas de los diarios de Alder de la secundaria. Sabía que me gustaba Weston, y fue la única razón por la que lo persiguió. Escribió sobre perder su virginidad, pero para mi absoluta sorpresa, no fue con Weston. Lo engañaba con Eric Liberty. Mi rostro se torció con disgusto. Eric era desgarbado, con la cara llena de granos, quién fue retenido dos veces, y luego se salió de la escuela, y estaba enamorada de él, no de Weston. El cielo cambiaba afuera de la ventana de Alder. Miré al reloj alarma de Alder. Eran casi las seis de la mañana. Giré la página, leyendo sobre la primera semana de nuestro último año. Página tras página, leí mi miseria a través de sus ojos, y cuánto disfrutaba infringiéndola. Era una de las únicas cosas que le daban placer. Odiaba Blackwell, su casa, su auto, y algunas veces a Sam y Julianne. Sus aspiraciones incluían casarse con Eric y mudarse a San Francisco. Su primera entrada de octubre me heló la sangre.

Octubre 13 A él le está gustando la idea. Sonny es la que vino con el plan más brillante de hacer que él la dibujara en arte. Cuando Easter descubra que es ella, lo creerá. Realmente creerá que a él le gusta, y le creerá cuando le pida ir al baile. Y luego vamos a tener a esa perra al estilo Carrie, enfrente de todos. Sopa de mierda sobre ella y su horrible vestido de graduación de segunda mano. Va a ser épico. 

Mis manos comenzaron a temblar, y cerré la carpeta, dejándola en el suelo con las otras. Mi cama apenas hizo un sonido cuando me estrellé contra ella, enterrando mi cabeza en la almohada. Tanto como quisiera creer que no era cierto, Alder no mentiría en su propio diario. Las Erins planeaban un último momento

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humillante para mí antes de la graduación, y Weston iba a ayudarlas. El dibujo que creó; el collar, la atención y falsa amabilidad eran todo parte de un plan para avergonzarme frente a toda la escuela. Mi almohada estaba empapada con lágrimas. Luego de todo por lo que me hicieron pasar, ¿cómo pude ser tan crédula? ¿Cómo pude confiar en que Weston de pronto tuviera interés en mí sin ninguna razón? Las noches en el puente, las charlas‖tarde‖en‖la‖noche,‖perder‖mi‖virginidad…‖Todo‖eso‖era‖parte del plan. Tal vez no fue su idea, pero la estaba siguiendo, y Alder sólo pretendía estar celosa porque sabía que no era real. Incluso si lo era, no le importaba. De todas formas, en secreto planeaba estar con Eric. Seguí intentado excusar a Weston, intentando pensar en lo que lo haría un espectador inocente, pero todo se encontraba aquí en los diarios. Una última puñalada para mí, incluso luego de su muerte. No hay duda de por qué Weston no quería que los leyera. Sabía exactamente lo que encontraría. ¿Por qué se quedó conmigo luego de la muerte de Alder? ¿Por qué seguir con la farsa? Y luego me golpeó: me pidió ir al baile. Iba a seguir con el plan. Estaba enamorado de ella, y determinado a cumplir su último deseo. ¿Cuán malicioso tiene que ser alguien para concordar con hacer algo así? Sabía‖que‖las‖Erins‖eran‖malvadas,‖pero‖Weston…‖eso‖es‖a‖lo‖que‖se‖refería‖Brady.‖ Sabía lo que hacía Weston. Me entregué a alguien así. Lo dejé tocarme. Poner su boca en mí. Penetrarme. Corrí al baño, me quité el collar lejos de mi piel, lo lancé en un cajón, y me quité la ropa. El pomo gimoteó cuando lo giré, y el agua corrió. Entré cuando seguía fría como hielo, desesperada por quitarme cualquier rastro de Weston. Me quedé debajo del agua mientras se calentaba, fregándome y sollozando, sintiéndome absolutamente destrozada y por encima de todo, traicionada. Mi piel se sentía sensible y empapada, así que cerré la ducha y me envolví en una toalla. Un débil sonido en mi puerta me puso rígida. Julianne entró, y su rostro cayó. —Gracioso, cariño, pareces cansada. ¿Dormiste algo? —Estoy despierta —dije—. Muy despierta.

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8 Traducido por Sandry Corregido por Fany Stgo.

Sam y Julianne se encontraron conmigo en la cocina una hora antes de que la primera campana sonara en la escuela. Los dos tenían expresiones de preocupación y tazas de café en la mano. —Yo sé que dije que quería ahorrarle a Sam los detalles, pero... —empezó Julianne. Ella no tenía que terminar. Pude ver en el rostro de Sam que él sabía lo que hicimos. —He estado tratando de pensar en algo que decirte para que te sientas mejor. Se supone que los padres son sabios, pero cuando eres el que crió a la persona responsable... —Se calló, retrocediendo a sus propios pensamientos. —Sam, esto no es tu culpa —dije—. No es culpa de Julianne. Es un brutal ciclo en curso. Caminó alrededor del mostrador y puso su brazo alrededor de mis hombros. —Tú haces que sea muy fácil olvidar que estoy hablando con una estudiante de secundaria. Se supone que debo hacer que te se sientas mejor, no al revés. —¿Ayudaría si dijera que esto apesta? Ofreció una pequeña sonrisa. —No, no después de lo que dijo Julianne que se encontraba en aquellos diarios. Pero gracias por intentarlo. —Es evidente que la crianza no tiene nada que ver con el comportamiento —dijo Julianne, frotándose la frente—. Erin, tú eres una persona dulce, de buen corazón. Incluso después de todo lo que has pasado. —¿Qué le vas a decir a Weston? —preguntó Sam, subiéndose las gafas. La joroba sutil en la nariz no logró mantenerlas donde pertenecían. —¿También sabes eso? —pregunté, sorprendida.

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—Julianne me lo dijo esta mañana. Quiso que supiera lo qué te había molestado tanto. Miré a Julianne, su suéter blanco haciéndola verse como el ángel que era. — ¿Te desperté? —Ya estaba despierta. Nunca te he oído llorar de esa manera. No creo que haya oído a nadie llorar así. Tenía que saber. No quería entrometerme, Erin, pero parecía demasiado importante para ignorarlo. Tres golpes rápidos en la puerta, y luego escuchamos la voz de Weston, amortiguada por la puerta. —¿Erin? —llamó, su nerviosismo evidente. Miré a Sam. Él asintió con la cabeza. —Me ocuparé de ello. Sus pasos resonaban por el pasillo de baldosas de travertinos, y luego el murmullo comenzó. —Sólo déjame hablar con ella —dijo Weston, levantando su voz—. Puedo explicarlo. Sam mantuvo su voz baja. —¿Qué quiere decir con que no quiere verme? ¿Erin? —llamó de nuevo—. ¡Erin! —Weston. —La voz de Sam era tensa, pero firme. Los ojos de Julianne se abrieron cuando una pelea se podía oír, y se apresuró a la puerta de entrada también. Agaché la cabeza y la apoyé en mis manos. —¡Alto! —dijo Julianne. Sus voces se callaron, pero la desesperación en la voz de Weston aún podía distinguirse. La puerta se cerró, y Sam y Julianne volvieron a la cocina, ambos con expresiones aturdidas. —¿Qué fue eso? —pregunté. Sam suspiró. —Él quería entrar. —¿Te empujó? —pregunté, tragando saliva. Al parecer no conocía a Weston en absoluto. Sam negó con la cabeza, claramente inquieto. —No, no... Empujó la puerta. Y también la empujé. Sólo está molesto. Le dije que tú podías hablar de ello más tarde, pero que no te molestara en la escuela. ¿Quieres que llame al Sr. Bringham?

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Negué con la cabeza. —Por favor, no lo hagas. Sólo quiero que esto se acabe. —¿Por qué no te tomas el día libre conmigo? Podemos ir de compras. O quedarnos en casa y ver comedias grabadas —La sonrisa artificial de Julianne era extrañamente reconfortante. Se hallaba herida por mí, al igual que Sam. La empatía no era algo a lo que estuviera acostumbrada, pero no había nada como eso. Nuestra familia se sentía completa y real en ese momento, y por primera vez, sentí que pertenecía allí en esa cocina, a las dos personas que me amaban lo suficiente como para permanecer despiertas toda la noche preocupándose, empujar contra una puerta, y llamar al director. Pertenecía a ellos porque yo era una de ellos. Me levanté de un salto y los apreté en un fuerte abrazo. —Sólo unas pocas semanas más. Puedo soportarlo un par de semanas más. Sam puso su mano suavemente detrás de mi cabello, tirando de mí hacia él. Julianne se apartó para mirarme a los ojos, los suyos llorosos. —Queríamos que tus últimas semanas en la escuela fueran diferentes. Queríamos tanto eso para ti. —Lo sé. —Cogí mi bolso del suelo y me lo eché al hombro—. Los veré después de la escuela. —Te quiero —dijo Julianne. La pequeña sonrisa de Sam se llenó de asombro y orgullo. —Yo también los quiero chicos —dije, caminando hacia el garaje. —¿Qué más podemos hacer? —Escuché decir a Julianne—. Necesito que las cosas sean mejores para ella. —Cariño, ella es la persona más fuerte que conozco. No nos necesita para que le solucionemos esto. Nosotros sólo la vamos a querer a través de ello. Sonreí. Eso me ayudaría a sobrellevar el día. En biología, ya habían rumores sobre problemas entre Weston y yo. Sara no preguntó y eso me pareció extraño. Tal vez ya era evidente en mi cara, a pesar de que estaba logrando practicar mi estoicismo de nuevo. Las cicatrices que se habían formado en los últimos años fueron fácilmente traídas de vuelta a la superficie, más fuertes que nunca, porque esta vez yo tenía un sistema de apoyo sólido en casa. Sabía que no importaba lo que pasó con Weston, yo siempre tendría a Sam y a Julianne. Eran míos. Para siempre. Durante el segundo período, justo en medio de la lección de la Sra. Vowel, la Sra. Pyles se encontraba en la puerta con su sonrisa característica.

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—Necesito a Erin, Sra. Vowel. La maestra dejó caer su brazo, parando de escribir en la pizarra digital—. ¿Debe llevarse sus cosas o va a volver? La Sra. Pyles me miró. —Ve y coge tus cosas. Hice lo que me pidió y la seguí por el pasillo de los alineados plexiglases, obteniendo miradas de los estudiantes y profesores en todas las clases por las que pasábamos. —Piensan que me ha ganado la lotería —susurré—. Y al mismo tiempo se encuentran juzgándome, pensando que estoy beneficiándome de la muerte de Alder. Todo lo bueno que me pasa se tuerce. —Estoy preocupada por ti —dijo—. Al parecer, el Sr. Bringham y la Sra. Rogers también lo están. Ellos quieren ponerse en contacto contigo para ver cómo van las cosas. —¿Sam ha llamado? —El Sr. Bringham no ha dicho más. ¿Por qué? ¿Está todo bien en casa? —Sam y Julianne son maravillosos. La Sra. Pyles pareció aliviada. —Bien. No mereces nada menos. —¿Vamos a la oficina ahora? Ella asintió. —¿Te enviaron a buscarme? —Es mi hora de planificación. Escuché a la Sra. Rogers pedirle a un estudiante que enviara una nota para que vinieras a la oficina, y le dije que yo lo haría. Pensé que esto nos daría tiempo para charlar. Vi que tienes un auto nuevo. Eso es bastante fantástico. —Es increíble. Sam y Julianne han hecho tanto por mí. —Son muy buena gente. Y obviamente también son afortunados. —¿Afortunados? —De tenerte con ellos de nuevo. El lograr que volvieras, incluso después de perder a Alder, debe haberlo hecho todo un poco más fácil, ¿no te parece? —No lo sé. Realmente no hablan de ello. Creo que tienen miedo de que sea injusto para mí que hablen de como la echan de menos. —Lo entiendo. Tiene sentido. Pero pueden echarla de menos y todavía estar contentos de tenerte.

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—Lo están. Lo son. No conozco a nadie más que pueda sobrellevarlo de la manera que ellos lo hacen. Oigo a Julianne llorar en la habitación de Alder veces. No muchas. Debe ser muy duro para ellos, no poder hacer el duelo de forma normal. —Es único. Tanto la tristeza como la felicidad. Pero todo el mundo ve lo feliz que los has hecho. —¿Eso crees? —pregunté, deteniéndome frente a la oficina. —Por supuesto. —Me guiñó un ojo y abrió la puerta. La secretaria, la Sra. Bookout, se levantó de su asiento. Era apenas más alta que la partición que separaba la zona de recepción del resto de la oficina del vestíbulo. —Voy a decirles que estás aquí —dijo ella. Cuando reapareció, hizo un gesto para que entrara. —¿Vienes? —pregunté a la Sra. Pyles. —Tengo que usar la fotocopiadora y organizar algunas cosas para el próximo período. Con eso, caminó por detrás de la partición y por el pasillo hasta la parte trasera de las oficinas, y yo entré en la oficina del Sr. Bringham. Se encontraba sentado detrás de su escritorio con una sonrisa amable, y los dedos entrelazados en frente suyo. La Sra. Rogers se sentó en una de las dos sillas frente a su escritorio, igualmente feliz. Esta vez, el subdirector, el Sr. Mann, también asistió a la reunión. Su fino cabello de color rojizo y la marca de sus gafas hicieron juego con su suéter de color oxidado. —Erin, espero que no estés nerviosa. Sólo queríamos saber sobre ti. ¿Cómo van las cosas en el nuevo sitio? ¿Te llevas bien con Sam y Julianne? —Han sido increíbles. Me dijeron el otro día que se van a ocupar de mis gastos universitarios. La Sra. Rogers sonrió. —Erin, esa es una noticia fantástica. Verdaderamente lo es. Estamos muy felices por ti. Parece que te vas asentado. —Yo también me alegro por mí. El Sr. Mann se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared. —Tus calificaciones son todavía buenas. Estamos muy impresionados con la forma en que has lidiado con todo esto. —Gracias.

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—¿Cómo van las cosas con Gina?—preguntó la Sra. Rogers en voz baja. —Inexistentes. Ella asintió con la cabeza, claramente no estando segura de cómo reaccionar. —Todo el mundo reacciona de manera diferente. Debe ser también duro para ella. —En realidad, creo que ella está aliviada. —Oh —dijo el Sr. Mann, sacudiendo la cabeza—. Yo no iría tan lejos. Erin, eres una gran señorita. Sólo queremos que sepas que estamos aquí. Apoyándote. Cosas como esta…‖A‖veces‖la‖realidad‖nos‖golpea‖cuando‖no‖estamos‖preparados,‖ y si te encuentras perdida, nos gustaría que nos dejaras encontrar algunos recursos para ayudarte a comprender todo esto. Porque es mucho. Todos ellos me miraban, como si estuvieran esperando que me viniera abajo. —No ha sido totalmente fácil. Es mucho que asimilar. Pero vamos hacer las cosas de una en una. —Es muy agradable el oírte decirnos eso —dijo la Sra. Rogers—. Es importante tener apoyo en el hogar. —Estoy de acuerdo. Justo hoy me encontraba pensando lo mucho que ha ayudado. Se miraron los unos a los otros, aliviados y satisfechos con nuestra charla. Después de haber tocado temas como mis calificaciones, los planes para la universidad, y lo impresionados que estaban conmigo, me dejron ir, pero no antes de que el Sr. Bringham me ofreciera una silla para cualquier momento en el que quisiera hablar. Le di las gracias y me dirigí a mi casillero. Su positividad y sus sonrisas tenían mi mente en otro lugar, así que cuando di la vuelta a la esquina para ver a un Weston devastado de pie en mi casillero, no me encontraba preparada. Me detuve y luego continué, decidida a colocar la combinación de la cerradura rápidamente y cambiar mi libro de texto de Inglés por mi libro de Álgebra II. No dijo nada, se quedó a pocos centímetros de mí mientras giraba la rueda negra de un lado para otro. Coloqué mi libro en el estante superior y saqué mi ligero libro de álgebra. Cuando cerré la larga puerta de metal y me volví, Weston enganchó su dedo en mi camisa. —Leíste su diario de este año, ¿verdad? No le respondí.

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—Sé lo que piensas. Entiendo que me odies ahora mismo, y si yo fuera tú, me odiaría también, pero por favor, déjame explicarte. Puedes golpearme o gritarme si quieres, pero sólo escúchame. No me di la vuelta. No quería que viera el enrojecimiento que oscurecía mi cara desde la barbilla hasta línea del cabello. —Sam te dijo que te mantuvieras alejado. —Incluso si no tuviéramos dos clases juntos, no puedo estar lejos de ti. —Inténtalo —dije, marchándome. No miré hacia atrás. Álgebra no me mantuvo tan ocupada como esperaba. La idea de Weston mirando hacia mi nuca o tratando de hablar conmigo durante Salud y Arte me mareó. Tanto que apenas podía comer las patatas fritas con queso que había pedido en Sonic durante el almuerzo. Las camareras se daban prisa entrando y saliendo por las puertas dobles de cristal como hormigas en la cima de su colina. Los autos se encontraban aparcados en sus respectivos lugares en cada lado del autoservicio del restaurante. Camiones y sedanes tenían sus ventanas abiertas, los conductores ya sea en espera de su pedido o pulsando el botón de la pequeña caja de plata debajo del menú y esperando su turno. Mi BMW rojo era el único vehículo estacionado con la ventana cerrada; mis pensamientos podrían haber empañado las ventanas. ¿Gritarle y golpearlo? Me sentí como si hubiera estado gritando bajo el agua durante toda mi vida, era reconfortante mantener mis sentimientos justo debajo de la superficie. La mayoría de las personas no lo entienden, pero las reacciones eran peligrosas, como la tentación o la adicción. Dejar que alguien me afectara estaba traicionando al único control que tenía, e incluso si era Weston, el dejar ir —incluso una vez— la fortaleza que mantuve durante tanto tiempo, era una pendiente resbaladiza que tenía demasiado miedo de pisar. Escabullirme ahora por supuesto que no lograría nada. Weston necesitaba explicarse y hacer esto bien, no por mí. La justicia no era suya, era mía. Yo había sido la que había sobrevivido desde quinto grado. Español con la Srta. Alcorn transcurrió sin incidentes, pero me pasé todo el período preocupándome por el siguiente. Weston se sentó justo detrás de mí en clase de Salud, y temía algún comentario sarcástico de Brady. Desde la muerte de las Erins, no era tan hablador, pero aún tenía sus momentos. Mientras caminaba a clase, Weston apareció a mi lado. Caminamos juntos en silencio, y no lo ignoré cuando me senté. Parecía que toda la preocupación que

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había tenido la hora antes fue por nada, hasta cinco minutos antes del timbre de salida, cuando unos dedos familiares rozaron mi camisa. —Erin —susurró—. Por favor. —Gates, deja de rogar —dijo Brady desde el fondo de la clase—. Te has convertido en una nenaza. Ya se enteró. Supéralo. Mantuve el rostro apuntando hacia adelante. El entrenador Morris levantó la vista de la clasificación de sus papeles. Sus ojos se dirigieron a Brady y luego a Weston. —¿Hay algún problema? Tras una breve pausa, Brady habló. —No pasa nada. Weston no deja en paz a Erin, a pesar de que ella quiere. Los ojos del entrenador Morris se movieron rápidamente hacia mí. —¿Es eso cierto? Tragué saliva y luego negué con la cabeza. —No sé de qué está hablando. — Los dedos de Weston me tocaron de nuevo, y me incliné hacia adelante. El entrenador Morris se dio cuenta. —Weston —comenzó. —No es nada — dije, rogándole con mis ojos para que no atrayera la atención hacia mí. El entrenador consideró mi silenciosa petición y la concedió, volviendo a sus papeles. —Yo diría que Weston mintiendo, fingiendo que le gustas, haciéndote creer que esta lo suficiente enamorado de ti para que digas que sí al baile, para que Alder pudiera verter la sopa de mierda sobre tu cabeza delante de todo el mundo es algo—dijo Brady. Un jadeo colectivo hizo eco en toda la clase, y luego los susurros comenzaron. Cerré los ojos y luego me volví. Tenía que ver la expresión del rostro de Weston por mí misma. Yo necesitaba oír que lo negara. Él tenía los dientes apretados. Estaba respirando por la nariz, sus fosas nasales moviéndose. Se aferró a su escritorio como si su vida dependiera de ello, los nudillos rojos y a continuación, de color blanco brillante. Podía sentir las lágrimas ardiendo en mis ojos.

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—Di que no es verdad —susurré en voz tan baja que prácticamente respiré las palabras. —No es cierto —dijo Weston través de sus dientes. —Eres un maldito mentiroso —dijo Brady desde la parte posterior, con una sonrisa en su voz—. Yo estaba allí cuando lo planearon. Como si supiera lo que iba a suceder, el entrenador Morris saltó por encima de su escritorio en el momento exacto en que Weston dejó el suyo. Weston salvajemente golpeó con fuerza y sujetó a Brady, retenido justo a tiempo por el entrenador. —¡Tú mimado, repugnante y miserable pedazo de mierda! —gritó Weston. Brady se recostó en su asiento, mirando a Weston con los ojos muy abiertos. El entrenador Morris luchó con Weston todo el camino hacia fuera del aula, y momentos después sonó el timbre. Los otros estudiantes recogieron sus cosas y se apresuraron para poder ver cualquier escena que estaba sucediendo en el vestíbulo. Me senté en mi escritorio, inmóvil, sintiéndome herida y agotada. Brady se encontraba guardando su mochila lentamente. Los carteles de anatomía y los gráficos serían los únicos testigos de la sal que estaba a punto de verter en mi herida. —Erin —dijo, en voz baja y suave—. Soy un estúpido. Trabajo bastante duro para ese título. También soy lo suficientemente rastrero como para saber que la mejor manera de vengarse de Gates es que vayas al baile conmigo. Me quedé helada. Y ni siquiera era lo último que esperaba que dijera. Pedirme que vaya al baile no estaba en cualquier parte del espectro de las cosas que Brady Beck podría decirme. Le miré, y por primera vez, no se encontraba mirándome con odio o con desdén. —Tú... ¿No tienes una cita para el baile? —le pregunté. Intentó una pequeña sonrisa, pero terminó siendo un pequeño e indiferente encogimiento de hombros. —Todavía no. Después de una larga pausa, me puse de pie, aún mirándolo a los ojos, a pesar de que era un poco más alto que yo. —Tal vez eso es porque todo el mundo piensa que eres un malcriado, repugnante y miserable pedazo de mierda. Me alejé y no miré atrás.

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9 Traducido por MaJo Villa Corregido por Mary

Todo se sentía al revés. Incluso más que de costumbre. Sam había reorganizado su agenda con el hospital así que se encontraba más en casa, y como yo tenía libres solo un par de tardes a la semana en el Dairy Queen, las horas después de la escuela fueron dedicadas a mirar películas en el sofá en el medio de mis padres, jugar al Monopoly en la mesa de la cocina, y llevar a Julianne a Ponca City para comprar estanterías y decoración para mi futuro dormitorio. Una noche, sentada en el medio de Sam y Julianne en el sofá mientras mirábamos The Princess Bride, Sam extendió su brazo detrás de mis hombros para darle vueltas al cabello de Julianne. Ella se apoyó en su mano. —¿Cómo se conocieron ustedes dos? —pregunté. Se miraron el uno al otro, y Sam pausó la película. Julianne sonrió, pero Sam habló primero. —En la secundaria. —¿Son novios desde secundaria? —pregunté. —Sí, lo somos —dijo Julianne, mirando a Sam con el mismo amor en sus ojos que había visto en las fotos de su boda. —¿Incluso en la universidad? —Sí —dijo Sam—. Ambos fuimos a la Universidad de Oklahoma. —Ah —dije. Sabía eso. Había visto el diploma de Julianne enmarcado en el estudio. —Pero apenas veíamos al otro. Yo era una Kappa Kappa Gamma, tu Sam era un Sig Ep, y ambos teníamos una gran carga de trabajo. Estuvimos de acuerdo en que nuestra experiencia universitaria iba primero, y si estaba destinado a ser, permaneceríamos juntos. Experimentamos cosas por nuestra cuenta, pero mis mejores recuerdos fueron las cosas que viví con Sam.

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Sam se subió sus anteojos y sonrió. —¿En serio? —De verdad. —Se inclinó y le dio unas palmaditas en su rodilla y después me miró—. Vas a pasar un tiempo genial en OSU. Es un campus hermoso. —Estoy deseando que llegue incluso más que antes —dije, bajando la mirada a mis manos. Julianne giró su cuerpo hacia mí, recostándose contra el espaldar del sofá. — ¿Has hablado con él? Sacudí mi cabeza. —No puedo pensar en nada agradable que decir. —¿Sigues enojada? —preguntó Sam. Julianne frunció su nariz. —Por supuesto que lo está. ¿Aún en contra de ir al baile de graduación? —En‖realidad‖no…‖Antes‖nunca‖había‖planeado‖ir. —¿Tal vez se lo podrías pedir a alguien? —preguntó Sam. Me encogí de hombros. —No hay nadie con el que quiera ir realmente. —¿Qué tal si…? —empezó Julianne, pero entonces decidió no continuar. —¿Qué? —pregunté. —¿Qué tal si nos vamos a comprar un vestido, y si decides ir, estarás preparada. Si no, bueno lo venderemos o puedes guardarlo para algo de etiqueta si te unes a una fraternidad. —No me uniré a una fraternidad —dije con certeza. Se encogió de hombros. —Entonces lo venderemos. —Tal vez —dije. Mi teléfono se encendió. Era Weston. De nuevo. Siempre era Weston. Coloqué el teléfono de regreso en la mesa de café. Sam y Julianne intercambiaron miradas, y luego Sam levantó su brazo, apuntando el control remoto hacia la televisión y presionó el botón de reproducción.

***

El lunes me encontraba extrañamente de buen humor, y decidí que era porque tenía programado trabajar. Weston había parado de tratar de explicarme

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las cosas días antes, pero lucía miserable. Justo cuando recogía mis cosas al frente del mural y me dirigía hacia mi auto —el cual se hallaba estacionado en un extremo del pequeño grupo de los autos aparcados en el estacionamiento, mientras que la camioneta de Weston estaba en el otro extremo— Weston corrió a mi lado. Traté de ignorarlo, pero al tiempo que agarré la manija, agarró mi mano, colocando una nota doblada en mi palma. Arrugué el papel de cuaderno en mi puño. —Por favor léelo. No te molestaré más, si tan solo lo lees. Con el menor movimiento, asentí una vez y después abrí la puerta de mi auto. La distancia hacia el Dairy Queen desde el mural era solo un par de minutos. Estacioné y entré en el pequeño edificio, nota en mano. —Hola extraña —dijo Frankie, sonriendo. Se encontraba al teléfono, y me di cuenta inmediatamente que estaba hablando con su madre sobre sus hijos. Le sonreí, apoyándome en el mostrador, y tocando el papel en mis manos. Después de varios minutos finalmente lo desdoblé, mi rostro arrugándose mientras leía las dos simples oraciones.

81 Le conté a mi papá sobre Dallas. Te veo a las seis en el baile. Te amo, Weston.

Arrugué el papel en mi mano y sostuve mi puño en mi barbilla, apoyando mi codo para descansar mi otro brazo sobre mi estómago. Frankie me miró con recelo. —Mamá tengo que irme. Besa a los niños por mí. —Colgó el teléfono y dio unos pasos hacia mí—. ¿Qué es eso? —Una nota de Weston. —¿Es malo? —Ya no estamos juntos. —¿No lo están? —No.‖Él…‖descubrí‖que‖estaba‖planeando‖ayudar‖a‖Alder‖para‖llevarme‖al‖ baile de graduación para que así pudieran avergonzarme. —¿Qué? —gritó—. No. Weston no haría eso.


—Está en su diario. No lo negó. Brady sabía sobre eso. El color dejó su rostro. —Tiene que haber una explicación. Tiene que haber algo más que no sepas. —Lo hay. Fui una estúpida —dije, secándome las lágrimas ridículas cayendo por mis mejillas. —Pero…‖est{‖muerta.‖¿Por‖qué‖continuaría‖con‖el‖plan? —¿Le dijo que lo haría? No lo sé. Sabía que había más que eso. Sabía que solo‖ así‖ de‖ repente‖ no‖ se‖ interesaría‖ en‖ mí.‖ Solo…‖ quise‖ creerlo‖ —dije, mi voz quebrándose. —¿Qué hay en la nota? —preguntó, horrorizada. Se la entregué, y se puso a leerla. Entonces me miró. —¿Qué significa esto? —Le prometí que si le decía a su papá que quería ir al Instituto de Arte de Dallas en vez de ir a Duke, entonces iría al baile de graduación con él. —No‖ crees‖ que‖ todavía‖ continuar{‖ con‖ esto.‖ Él‖ es…‖ En‖ algún‖ punto‖ en‖ el‖ medio de todo esto, tuvo un cambio de actitud Erin. Se enamoró de ti, y ahora sabes la terrible verdad, y quiere arreglarlo. No es el tipo de persona que sigue adelante con algo tan cruel. Me encogí de hombros. —No tienes que ir con él. Si tienes miedo de lo que va a suceder, no vayas. Levanté mi barbilla y limpié mis mejillas una vez más. —No les tengo miedo. Me niego. Sin importar lo que me hagan, tengo el control de la manera en la que otros me hacen sentir. No pueden herirme si no los dejo. Frankie me entregó la nota, y la tomé, doblando el papel arrugado en la misma forma cuadrada en la que se encontraba cuando Weston me la dio. Mientras lo hacía, el papel cortó mi dedo, y un pequeño punto de sangre se agrupó en el diminuto corte. Metí la nota en el bolsillo delantero del delantal y limpié la sangre en la servilleta más cercana. —Pueden hacer lo que tengan planeado. La broma caerá en ellos —dije, abriendo la ventana cuando el primer auto desaceleró en la parada de Alto al frente de la tienda. Frankie me miró, sacudiendo su cabeza con asombro. —Estás tan cerca de la graduación. Tan cerca de ser libre.

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Me di la vuelta para llenar un vaso con helado suave y vertí bananas y caramelos, sujetando el vaso hacia la batidora. —Ya no soy Easter. No me esconderé. —Quieres ir con él. Sus palabras me golpearon con tanta fuerza, que me puse de rodillas, manteniendo a penas el vaso en el mostrador. —¿Se encuentra bien? —dijo la mujer del otro lado de la ventana. Frankie corrió hacia mí, arrodillándose. —Soy una estudiante en su último año de secundaria que quiere ir a su graduación. Tengo una oportunidad de ver lo que siente eso. Que se pudran. Que él se joda. Que se jodan todos. —¡Bien dicho! —dijo Frankie, sosteniendo su mano en mi espalda—. Al diablo con ellos. Y si hace algo para avergonzarte, incluso tanto como si actuara como un tonto, que Dios lo ayude. Porque tus padres y yo lo clavaremos en la pared. Me puse de pie, sosteniendo el vaso con las dos manos. —No tienes que preocuparte por eso. Estoy escribiendo mi propia historia. Y en mi historia, consigo un final feliz. Sin importar lo que suceda, no pueden tocarme. Saqué el teléfono del bolsillo delantero de mi delantal y le envié un mensaje a Julianne. ¿Tienes planes para mañana? No. ¿Tenías algo en mente? Me han pedido que asista al baile de graduación. O algo así. ¡Hurra! ¿Quién? Weston. ¿Estás segura? En realidad no. Pero voy a ir. De acuerdo entonces. Más tarde discutiremos acontecimientos. Pero vas a necesitar un vestido.

este

giro

de

los

El martes después de la escuela, Julianne se reunió conmigo en el centro en Frocks & Fashions. Solo estuve algo así como de pie alrededor mientras ella miraba hacia los vestidos. Me mostraría uno, y yo negaría con la cabeza.

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Después de varios no, se me acercó. —¿Cuál es tu color favorito? — preguntó. —Todos. —Eso es conveniente. —Se rió entre dientes. —¿Qué te parece este? —dijo, sosteniendo un vestido verde agua con una falda amplia y un canesú arrugado. De nuevo negué con la cabeza. —¿Qué es lo que te desagrada de este? —La falda amplia. El color. El hecho de que es sin tirantes. Asintió. —Entendido. Unos minutos después, sostuvo otros vestidos, sus ojos animados. —¡Mira este! —Le echó un vistazo más cerca a la etiqueta—. ¡Es de tu talla! Era de un color rosa, la falda larga era suave y caía en el suelo, con una gruesa y fruncida cintura imperio que se encontraba montada a un canesú transparente. La tela transparente iba sobre ambos hombros, y cientos de pequeños diamantes de plata de imitación se agrupaban para cubrir el área de los senos y luego se separaban al tiempo que subían hasta el escote. Julianne le dio la vuelta. La parte de atrás era transparente como el vestido de Alder, pero la pedrería se alineaba en los bordes exteriores en vez de agruparse en la parte inferior. —¿Lo odias? Sacudí mi cabeza. —No, en realidad es algo bonito. —¿Si? —dijo—. ¿Por qué no te lo pruebas? —No lo sé. Siento como si estuviera desperdiciando tu dinero si no voy. —Oh. Vamos —dijo, abriendo la cortina de uno de los probadores. Tomé el vestido de sus manos y entré, cerrando la cortina a mi espalda. Saqué el vestido del plástico y entré en él, tirando hacia arriba y deslizando mis brazos a través de los agujeros. —¡Encontré los zapatos perfectos! —dijo Julianne. Intenté cerrar el cierre, pero no podía maniobrar mis manos lo suficientemente arriba de mi espalda. —Creo que necesito ayuda con el cierre. —¿Puedo entrar? —preguntó. Abrí la cortina, y se quedó sin aliento. —¡Oh Dios mío! —dijo suavemente, bajando los zapatos en sus manos.

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Bajé la mirada. —Es lindo. Me agarró de la mano y tomó mis hombros, volteándome hacia el espejo de tres paneles. Subió el cierre de la espalda y me entregó los zapatos. —Esto no es lindo —dijo—. Es espectacular.

***

El resto de la semana atrapé a Weston mirándome docenas de veces, siempre viéndose como si estuviera al borde de decir algo, pero nunca lo hacía. Los ojos verdes a los que solía estar largamente conectada se convirtieron en una fuente de conflicto, esperaba verlos y al mismo tiempo temía verlos. Finalmente la mañana del viernes después de clases, me encontró en mi casillero. —Esta noche es mi último juego. Dijiste que irías. —Los dos hemos dicho un montón de cosas. Hizo una mueca, y luego forzó una sonrisa nerviosa. —¿Qué…‖qué‖significa‖ eso? ¿De verdad no vas a ir al baile de graduación después de que le dije a mi papá sobre Dallas? Fue algo grande. Él gritó. Luego habló por horas sobre lo mucho que había crecido. Después de que lo aceptó, por supuesto. Estaba demasiado asustado. Pero lo hice. Mantuve mis ojos en la pared de fondo de mi casillero. —Ayer me inscribí por internet en Dallas. Seguía sin hablar. —Por favor ven a mi juego. Haré un trato contigo. Doble o nada. Si esta noche no ganamos, no tendrás que ir al baile de graduación conmigo. Lo miré. —¿Por qué? ¿De verdad es tan importante que cumplas esto para Alder? Sus cejas se juntaron, y sacudió su cabeza. —Para mí nada es más importante que tú. No sé cómo decir que lo siento. Haría cualquier cosa para retirar el estar de acuerdo con el plan de Alder. Quería ir contigo. Deseaba pasar tiempo a tu lado. Lo demás pudo haber sido evitado. —Tú quieres —lo miré a los ojos—. Nunca deja de ser sobre lo que tú quieres ¿cierto?

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—Supongo que sí. No quiero arrepentimientos. Quiero tener a la chica que amo en mis brazos durante el último baile. Quiero que vea mi último juego de béisbol. Quiero esos recuerdos de la secundaria, pero los quiero contigo. Pero eso es todo lo que quiero. Lo juro. Cerré mi casillero. —Ven al juego. Si perdemos, regresaré mi esmoquin y cancelaré tu ramillete de muñeca. —¿Me ordenaste un ramillete de muñeca? —dije, dudosa. —Y una limusina blanca —dijo, sus ojos esperanzados. Tomé mi libro de biología y dejé a Weston de pie solo en mi casillero. Mientras caminaba hacia la clase, algo cercano a la náusea se estableció en mí al tiempo que tragaba la mezcla debilitante de emociones arremolinándose en mi interior.

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10 Traducido por Mary & Vane hearts Corregido por Lizzy Avett’

El tono zumbó una vez y entonces otra vez. Mi cabeza se sentía sudada contra el teléfono en mi mano mientras el BMW hacia su camino al campo de béisbol. —Hola, dulzura —dijo Julianne cuando contestó. —Es…‖estoy‖manejando‖al‖campo‖de‖béisbol.‖El‖último‖juego‖de‖Weston‖es‖ esta noche. —¿Ah, sí? —dijo sin juzgar. Su falta de sorpresa me sorprendió. —Me pidió que viniera. También me recordó que prometí ir a la graduación con él. —Esto empieza a tener más sentido —dijo, tratando de sonar positiva—. Siendo una madre, no estoy segura de estar bien con la coerción. —Dime que vaya a casa. —¿No quieres ir al juego? —No. Pero sí. Pero no. Su aliento resopló en el teléfono. —¿Puedo ir? —¿Al juego? —Sí. Tu Sam está aquí. Apuesto que a él le gustaría ir al último juego de Weston también. —Uhm…‖ sí.‖ Sí.‖ Por‖ favor‖ ven.‖ —Al menos tendría alguien con quien sentarme. —Salimos para allá en diez —dijo—. Nos vemos pronto. Coloqué el teléfono en el vaso de soporte y giré el volante a la derecha, al estacionamiento del campo de béisbol. Ya estaba lleno, con vehículos rebosantes en

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la hierba perteneciente al recinto ferial, al norte. Un blanco y nuevo autobús escolar que se leía CHISOLM LONGHORNS estaba estacionado en el sur al final del estacionamiento, vacío. Las personas estaban aún acumulándose en la puerta, pero por el marcador, pude ver que el juego ya había empezado. Cuando entré, Weston justo estaba caminando de algún lugar cerca de la caseta al plato de bateo con un bate en la mano y un casco marrón en su cabeza. Levantó la vista hacia las gradas por un momento y luego bajó la mirada a sus zapatos, golpeando el bate contra su pie izquierdo. Dio un paso y miró hacia atrás una vez más, viéndome entrar. Corrió a la valla, deslizando sus dedos por los agujeros y con una amplia sonrisa y alivio en sus ojos. —¡Erin! Empujé mi boca a un lado, mi emociones debatiéndose entre estar avergonzada por su atención y sentirme halagada por su reacción. —¡Ve, Gates! —gritó el entrenador Langdon. Miró de vuelta a su entrenador, a mí, y luego corrió a su posición. Lo observé mientras subía los escalones. Dejó pasar la primera bola. —¡Strike! —gritó el árbitro, sosteniendo su puño en el aire. La multitud abucheó. Weston se inclinó hacia delante y retorció sus manos alrededor de la empuñadura del bate. El pitcher le lanzó la bola, y Weston hizo swing. La pelota encontró el bate con un estadillo y luego se puso en marcha, baja y recta, justo delante del campo corto, y rebotó hacia el jardín izquierdo, enviando a los jardineros a correr. La multitud aplaudió mientras Weston corrió y llegó a la primera base. Besó a su dedo índice y medio y lo sostuvo en mi dirección. —¡Erin! —me llamó Veronica con una sonrisa. Me saludó con la mano, y me senté con ella en la cuarta fila, a la izquierda del plato de bateo. Julianne y Sam se nos unieron poco menos de una entrada después, sentándose cada uno a mi lado. Ninguno de ellos tenía una pista de cuanto estaba montado en este juego, y empecé a sentirme culpable por poner esa presión extra en Weston. Las primeras dos entradas, los Blackwell Maroon estuvieron arriba, pero los próximos dos estuvieron plegados con errores, y estábamos abajo por cuatro carreras. Podía ver la frustración en la cara de Weston, y empezó a gritar vítores y

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abucheos a sus compañeros de equipo del banquillo y desde el montículo del lanzador. Una vez lanzó la pelota, y vino directamente hacia él. Se agachó, y fue directa al guante del de segunda base. La multitud dejó salir un colectivo ooh. —Señor, eso estuvo cerca —dijo Veronica, poniendo su mano en su pecho. —El pitcher en serio tiene que usar casco también —dijo Sam. Weston tosió en su codo y esperó por el receptor. Sacudió su cabeza dos veces y luego asintió. Él se echó hacia atrás, subió su pierna, y lanzó la bola al bateador. —Alguien encendió fuego bajo su culo hoy —dijo Peter después que Weston lanzó tres lanzamientos consecutivos. El árbitro gritó fuera, y los jugadores se reunieron en la caseta. Los jugadores de Chisolm se pusieron sus guantes y corrieron a sus posiciones en el campo. En la sexta entrada, estuvimos bateando, abajo por una carrera. Podía escuchar a alguien tosiendo desde la caseta. —¿Es ese Weston? —dijo Veronica—. Tiene su inhalador, ¿cierto? —Siempre lo tiene —dice Peter, tratando de sonar casual, pero capté una pisca de preocupación en su voz. —Ha estado teniendo muchos brotes con su asma últimamente —Veronica le dijo a Julianne. Una conmoción llevó nuestra atención de vuelta a la caseta Blackwell, y luego el entrenador Langdon se paró fuera y gritó. Los paramédicos de pie se precipitaron hacia el entrenador, y los jugadores empezaron a salir, caminando hacia atrás mientras miraban con asombro lo que no podíamos ver. Peter se levantó, dando dos pasos a la vez por las gradas. Verónica tomó los escalones de cemento. —Oh Dios mío —dije. Mis padres se pusieron de pie también, y los seguí por las escaleras y a través de la verja. —¡Vamos! —comandó Julianne. —¿Weston? —gritó Veronica. Peter estaba sosteniendo sus hombros mientras ella colocaba sus manos sobre su boca.

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Uno de los paramédicos corrió a la ambulancia y volvió con una camilla y suministros, cargaron rápidamente a Weston en la camilla. Esa fue la primera vez que tuve una buena mirada en él. Estaba pálido, con el pelo empapado y pegado a la frente. Sus ojos rodaron hacia atrás en su cabeza mientras jadeaba en busca de aire. Su inhalador se cayó de su mano al suelo. —¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Sam, ayudando a Julianne y a los paramédicos a empujar las ruedas de la camilla a través de la hierba sucia hacia la acera, y luego a la ambulancia. La multitud entera estaba en silencio. Los jugadores todos se pusieron de rodillas, sosteniendo sus gorras sobre sus corazones. —No, no, no —susurré, mirando sin poder hacer nada. La ambulancia salió a toda velocidad con las luces encendidas y las sirenas por la Calle Coolidge hacia el hospital, y Peter y Verónica corrieron a sus carros. —¡Erin! ¡Erin! ¡Vamos! —me gritó Julianne desde el estacionamiento. Corrí con ella hacia su G-Wagon1. La puerta se cerró detrás de mí, y la observé girar la inición y de un tirón colocó la marcha en reversa y luego en marcha. —¿Dónde está Sam? —En la ambulancia. Weston ha tenido ataques de asma antes. No en un largo tiempo, pero estará bien. Lo estará. —¿Lo prometes? —dije, mi cuerpo entero temblando. Los labios de Julianne se presionaron juntos, haciendo una dura línea. —No puede hacer eso de nuevo. No puede. —¿Quién? —Dios. Parpadeé y luego miré por la ventana, observando las casas pasar. Julianne entró en el aparcamiento de atrás del hospital donde se encontraba la entrada de ambulancias. La ambulancia ya estaba estacionada, su puerta trasera colgando bien abierta. Julianne sostuvo mi mano, y mantuve su rápido ritmo mientras entrábamos a la sala de espera.

1

Camioneta rustica de la Mercedes.

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Madres sostenían bebés febriles, y una pareja anciana, uno de ellos con una profunda tos, tomamos las últimas sillas disponibles —no que las necesitáramos. Envolví mis brazos alrededor de mi cintura, y después de veinte minutos agotadores, Sam apareció. Lucía preocupado. —Lo están estabilizando —dijo, pero puso su mano en la parte baja de la espalda de Julianne y la condujo al pasillo. Hablaron suavemente, teniendo una intensa conversación. Julianne miró hacia mí una vez más y cubrió su boca con su mano. No pude encontrar un lugar cómodo donde poner mis manos, por lo que finalmente decidí cruzarlas a través de mi estómago de nuevo. Sam y Julianne regresaron, tomándome ambos en sus brazos. —Va a estar bien —dijo Sam. —¿Estás seguro? —pregunté. —Están trabajando en ello. —Me sostuvo un billete de cinco dólares—. ¿Por qué no nos consigues algo de agua de la máquina expendedora del pasillo? Asentí, tomando el billete y dejando la sala de espera, girando a la derecha. Pude ver la máquina expendedora. Estaba casi al final del pasillo, cerca de la entrada delantera. En mi camino, una mujer en batas corrió por delante de mí, empujando una pieza de un equipo con forma cuadrada con un abrazo y una cámara como artilugio en el extremo. Se veía como una máquina de rayos X portátil, y me imaginaba que ella se dirigía a la habitación de Weston. La máquina expendedora tomó el billete de cinco dólares de Sam. Presioné el botón para una botella de agua, recogí el cambio que cayó en una caja en la parte inferior, y luego repetí el proceso dos veces más. Las botellas de aguas se sentían bien contra mi piel mientras las llevaba de vuelta a la sala de espera. Sam y Julianne estaban de pie junto al entrenador Langdon y dejaron de hablar cuando me acerqué. Tomaron sus aguas pero no las abrieron. Sam me abrazó hacia él, y esperamos. Cuando no podía esperar por más tiempo, me paré por la puerta, viendo las nubes pasar, y presenciando el cielo oscurecerse. Uno por uno los jugadores y los entrenadores se detuvieron y deambularon por la sala de espera como lo hicimos nosotros. Otra vida después, Peter giró en la esquina, y todo el mundo se reunió alrededor de él.

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—Pusieron su nivel de oxigeno de vuelta a la normalidad. Está recibiendo un tratamiento de respiración ahora, pero lo van a mantener en observación durante la noche. Lo moverán a un cuarto arriba, pronto. Las salidas de los compañeros de Weston fueron escalonadas, y luego solo éramos Sam, Julianne, el entrenador Langdon, y yo. Peter volvió, seguido por Veronica y una pareja de enfermeras empujando una cama de hospital por el pasillo. Traté de mirar más allá de Peter pero no pude conseguir un buen vistazo. —Gracias a Dios —dijo Julianne. —Gracias por su ayuda hoy —dijo Peter a mis padres—. Si no hubieran ayudado, no sé si él hubiera logrado llegar hasta el hospital. Julianne miró hacia mí cuando jadeé. —¿Pero está bien ahora, no? —pregunté. Peter asintió, tocando mi hombro. —Necesita descansar. Te llamaremos mañana. Asentí, y Peter nos dejó por el pasillo. Sam y Julianne liberaron un suspiro de alivio simultáneo. —Siento como que debí haberlo captado más temprano —dijo el entrenador Langdon. —No se culpe a usted mismo —dijo Julianne. El entrenador frotó su nuca. —Pídele a Peter que me mantenga actualizado. Sam asintió, y el entrenador sacó las llaves de su bolsillo y empujó la puerta de vidrio, caminado a pasos apresurados hasta su auto. —¿Estás lista, cariño? —me dijo Sam, brindándome su mano. —Él se quedó allí porque quería ganar —dije—. Probablemente sabía lo que estaba pasando, y no le dijo a nadie porque quería finalizar el juego. Sam me ofreció una sonrisa de simpatía. —Era su último juego, Erin. —No, yo estuve de acuerdo. Él dijo que si perdía su juego hoy, entonces no tendría que ir a la graduación con él. Julianne frunció el ceño. Lágrimas caían de mis ojos. —Él no quería ir a Duke. Quería ir al Instituto de Arte de Dallas. Le di mi palabra que si le decía a Peter, iría a la graduación con él. Le dijo a Peter, pero no podía ir.‖No‖después…‖Weston‖ofreció‖un‖doble‖o‖nada.‖

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Me pidió venir al juego hoy, y dijo que si no ganaba, entonces no me molestaría sobre la graduación. El labio de Julianne tembló. —No es tu culpa, corazón. —Iba a ir de cualquier forma. No me importó lo que ellos me hicieron, iba a ir, pero lo he estado torturando estas últimas semanas, haciéndolo sentir como que lo odiaba. Sé exactamente cómo se siente ser odiado, y se lo hice a él. Eso es mucho peor que lo que nadie me haya hecho nunca. —Erin, querida. —Empezó Sam, pero sacudí mi cabeza y di un paso atrás. —Todo el mundo ha estado diciendo como él es el malo, y yo soy la víctima. Incluso él. Pero todos están equivocados. Soy la única terrible. Sé lo doloroso que es, y yo... yo lo amo. Yo sé lo que es sentir el rechazo de alguien que se supone que te ame. Y no tenía excusa para tratarlo de esa manera, y él casi muere hoy por esa estúpida graduación. Solo para que así, pudiera ir con él. Los que aún estaban sentados en la sala de espera observaron la escena que hacía, la mitad de ellos curiosos, la mitad de ellos haciendo juicios. —Estás agotada —dijo Sam—. Vamos a casa, y te traeremos de vuelta a primera hora en la mañana. Tan pronto como te despiertes. Negué con la cabeza. —No puedo dejarlo. Debería estar aquí. —Sé‖que‖quieres…‖—dijo Sam. —No, debería. Es un debería, Sam, no sólo un querer. —Está bien —dijo Julianne, tomando mi mano—. Sam, tienes un caso temprano. Yo me quedaré aquí con nuestra hija. Sam asintió. —Por supuesto. Por supuesto —dijo, tomando las llaves de Julianne cuando ella las extendió. Nos abrazó a ambas y empujó la puerta, desapareciendo en el oscuro estacionamiento. Julianne habló con una de las mujeres detrás del mostrador de ingreso, y luego hizo un gesto para que la siguiera. Caminamos hasta el ascensor y fuimos a la segunda planta. La sala de espera estaba oscura y vacía. Julianne encendió la luz, y nos sentamos en una banqueta. Me hizo acostarme en su regazo, y lo hice, dejando a las lágrimas caer de mis ojos, a través de la nariz, y en sus pantalones vaqueros. Pasó los dedos por mi cabello, pero no habló. —Tenía miedo —susurré—. No sabía cómo perdonarlo. No sabía cómo estar enamorada de él. No sabía cómo hacer que funcionara. Siento como que he estado

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esperando que mi vida empiece, y Blackwell era lo que detenía esa espera. Pensé que Weston era parte de eso. No podía ver a nadie de aquí encajar en mi nueva vida. —Fuiste herida por lo que leíste en los diarios. Además de los años de dolor que ya has soportado. Nadie te culpa. Ni siquiera Weston. Es obvio por su comportamiento. ¿Dijo por qué accedió a ayudar a Alder? —Sólo que ella le ofreció una manera de hacer algo que él ya quería. —Oh —dijo ella, pero era más de una Aw. Colocó su palma suavemente sobre mi frente. —Él me hace sentir demasiado. He pasado toda mi vida no dejando que la gente llegue a mí. La forma en que me siento por él me asusta. —Descansa, mi amor. Todo será diferente en la mañana. Me quedé allí, tratando de relajarme, pero tan cansado como mi cuerpo se sentía, no podía cerrar los ojos, temerosa de despertar con malas noticias. Pasaron las horas, y sentí la mano de Julianne relajarse, y su respiración se estabilizó. Pasos se arrastraron desde el pasillo de baldosas a la alfombrada sala de espera, y levanté la mirada para ver a Verónica de pie en la puerta. —Adivina quién está despierto —susurró con una sonrisa. Me senté, despertando a Julianne. —¿Está mejor? —pregunté. —Está preguntando por ti. No va a volver a dormir. Yo tenía la esperanza de que todavía estuvieras aquí. —¿Puedo verlo? —pregunté, inclinándome hacia adelante. Verónica se hizo a un lado. —Está en la dos diez. Salí de mi asiento y traté de no correr por el pasillo, buscando en cada placa en la pared con los números hasta que llegué a la habitación de Weston. Estaba oscura, y caminé dentro lentamente. Estaba sentado, su forma oscura moviéndose cuando me reconoció. —Erin —dijo, con la voz débil. Acarició la manta azul fina, deseando que me sentara en el espacio vacío a su lado. Su mano estaba vendada, con el tubo de intravenosa dirigiéndose a una bolsa de solución salina. Una cánula estaba en su nariz y se encontraba

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enganchada sobre la parte posterior de sus orejas, el oxígeno fluyendo de un aparato en la pared. Todavía estaba pálido y parecía frágil con la bata de hospital azul celeste que llevaba. Sus pies alcanzaban todo el camino hasta el pie de la cama. Me senté a su lado, justo como yo había querido cuando llegamos, pero ahora que estaba allí, las palabras no salían. Mantuvo la cabeza hacia atrás, apoyada en varias almohadas que eran usadas para que estuviera sentado. —¿Ganamos? —preguntó. Me reí una vez. —¿A quién le importa? —A mí. Realmente no quiero perderme el llevarte al baile. Negué con la cabeza. —No importa. Voy a ir contigo si todavía quieres que vaya. Frunció el ceño. —Bueno, demonios. Si hubiera sabido que todo lo que tenía que hacer era tener un ataque de asma para conseguir que fueras conmigo, habría tenido uno hace semanas. —Guiñó un ojo. —Eso no es gracioso. Frunció el ceño. —Nunca los hubiera dejado avergonzarte en el baile, Erin. Estuve de acuerdo en tratar de hacer que yo te gustara y en tratar de llevarte al baile. Nunca estuve de acuerdo en dejar que te humillaran. —Ahora no —dije—. Espera hasta que te sientas mejor. —Necesito saber que entiendes. No, más que eso. Necesito que me creas. Estuve de acuerdo en estar más cerca de ti, pero era sólo una excusa, Erin. Alder estaba‖ dispuesta‖ a‖ darme‖ algo‖ que‖ había‖ querido‖ durante‖ mucho‖ tiempo…‖ sin atormentarte al respecto. Quería que te llevará a la fiesta de graduación, por lo que iba a retroceder. Todos ellos iban a retroceder. —¿Qué hay de lo que ocurrió en la esquina ese día con las Erins y Brady? ¿Qué hay con ella deteniéndose en mi trabajo? —Si retrocedía completamente, tenía miedo de que averiguaras lo que ellos harían. —Lo que ustedes harían. Sigues hablando como si no hubieras sido parte de ello. —Era la única manera de estar contigo sin hacerte más que un objetivo. ¿Qué tipo de oportunidad tendría yo entonces?

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—No era sólo para que yo la pasara mal. —Está bien, lo admito. Quería estar contigo y disfrutarlo. Sabía que no nos dejarían en paz. En ese momento pensé que era la solución perfecta. Si quieres hacer una carrera, a veces tienes que robar una base de vez en cuando. —No es un juego, Weston. Si no hubiera ido de la manera que querías… —Si realmente pensaba que no había manera de evitar lo que iban a tratar de hacer en el baile, habríamos tenido el nuestro, en nuestro puente, sólo tú y yo. No me habría arriesgado. Tienes razón, me estaba escurriendo de ello, y no es un juego. Pero al final del día, no había manera de romper con Alder para estar contigo y hacer que funcione. Hubiera sido miserable. Te habría perdido. Hubieras decidido que no valía la pena. Me habrías evitado como la peste hasta que fueras a la universidad, y eso sería todo. Levanté la vista hacia él. Parecía como si estuviera sintiendo dolor físico ante la idea. —Pero todo cambió. Deberías haberme dicho. —No podía correr el riesgo, Erin. Pensé que estaba loco por ti antes, planeando todo eso sólo para tener una oportunidad contigo. No creía que fuera posible amarte más, pero pasó. Me entró el pánico. No sabía qué hacer. —Decir la verdad. Aun cuando apestara. Incluso cuando ya no se trataba de mí. Al igual que las Erins siendo medias hermanas. Su barbilla casi tocó su pecho cuando me miró. —¿Sabes sobre eso también? —Leí todos. Lo sé todo. Pensó sobre eso por un momento, moviendo la cabeza con asombro. —Es loco pensar lo diferente que las cosas habrían sido si se hubieran enterado de alguna manera sin el accidente. —Yo no quiero. Me habría vuelto loca pensando en los Qué-si cuando ya hay tantos Qué-pasa con los que lidiar. Sólo quiero saber toda la verdad sobre lo que pasó, Weston. Si lo sé, siento que entonces todos podremos seguir adelante. —¿Incluso nosotros? —preguntó. Me encogí de hombros contra su pecho con una pequeña sonrisa. Mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, y pude ver sus pensamientos girando detrás de sus ojos. —Muy bien, aquí está toda la verdad: He pensado en cómo estar contigo desde la secundaria —dijo—. Era nuestro último año. No tenía mucho tiempo, y

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me estaba desesperando. ¿Crees que Sonny era lo suficientemente inteligente como para crear ese plan por su cuenta? ¿Quién crees que plantó la semilla en ese cerebro deformado suyo? —¿Así que humillarme en el baile fue tu idea? —dije, tratando de mantener la voz calmada. Frunció el ceño, decepcionado de que había llegado a esa conclusión. —No, por supuesto que no. Jugué con sus celos. Provoba a Alder a veces sobre eso. Me aseguré de que me viera lanzando miradas hacia ti. Nos metimos en una gran pelea una noche. Dijo que nunca tendría una oportunidad contigo porque nunca te pasarías sobre ella. Fue entonces cuando lo pensé. Así que la próxima vez que saliste en la conversación, lo cual era a menudo, las provoqué. Dije que totalmente podría conseguir que salieras conmigo. Levanté una ceja. Su expresión me suplicó dejarlo terminar de explicar. —Sonny dijo lo mismo que dijo Alder, que no tendrías el valor. Eso era todo lo que necesitaba. Aquel momento. —Le aposté a que podría conseguir que fueras al baile conmigo. Después de una discusión con Brady, la película Carrie salió. Eso es cuando trataron de convencerme de ello. Fue entonces cuando dije que sí, pero siempre fue mi manera de acercarme a ti sin ser acosados. Y así poder disfrutar. —¿Qué pasaría después del baile? —pregunté. —Iba a hacerte la misma pregunta. ¿Qué pasa después del verano? —dijo, entrelazando sus dedos con los míos—. Voy a conducir a Oklahoma cada fin de semana si tengo que hacerlo. Sé que tienes esta idea de lo que la vida va a ser después de Blackwell. Pero todavía puedes ser lo que querías ser cuando empezamos. Sólo quiero estar contigo. Quiero dejar Blackwell detrás contigo. Quiero verte convertirte en lo que quieras. —Lo resolveremos —dije—. Ninguno de nosotros tiene una idea de lo que queremos ser. Él me apretó la mano. —Todo lo que soy es todo lo que somos. Mi labio inferior temblaba. Había sido tan mala con él, y ahora estaba en una cama de hospital, tratando de hacer las cosas bien. —No deberías ser agradable conmigo. No merezco un trato especial de ti nunca más. —¿Tienes alguna idea de cuánto tiempo te he amado, Erin?

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Sonreí, lágrimas ardientes en mis ojos. —Tanto tiempo como yo te he amado. Me atrajo hacia él, y me recosté a su lado en la cama del hospital, viendo las siluetas de Verónica y Julianne en la puerta. Weston envolvió ambos brazos alrededor de mí y tomó una respiración profunda, la cabeza apoyada en la mía. Pronto se relajó, y el suave pitido de su monitor del corazón desaceleró a un ritmo parejo. Verónica abrazó a Julianne a su lado, y dejaron la puerta, caminando por el pasillo. Apoyé mi mejilla contra el pecho de Weston. El próximo fin de semana sería el baile, y dos semanas después de eso sería la graduación. La única cosa de que preocuparme era la conversación que necesitaba tener con Gina. Todo lo demás se sentía como pijamas limpias y sábanas calientes, directamente sacadas de la secadora. Weston y yo tendríamos todo el verano para estar juntos antes de ir a la universidad, y por primera vez, él se sentía como parte de mi comienzo en vez de un final feliz.

Fin

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Agradecimientos Siempre un enorme gracias a mi esposo, Jeff, y a mis hijos por su comprensión y paciencia. Escribir no es un nueve a cinco, y con frecuencia mis jugos creativos están fluyendo en las tardes, noches, fines de semana y días feriados. Tengo el más increíble apoyo en casa, y sin eso, seguramente no habría futuros libros de Jamie McGuire. Gracias a Cecil y Patty Stuever no solo por su permiso de colocar parte de esta historia en su Dairy Queen, sino también por responder algunas preguntas importantes. Gracias a la autora Teresa Mummert por recordarme que incluso a pesar de que las cosas que nos inspiran no son siempre lindas, eso no debería detenernos de escribirlas y compartirlas con otros. Gracias a Autumn Hull por su increíble apoyo sin fin, y su compañía, Wordsmith Publicity por el mercadeo integrado y profesional. Gracias a Dan Bringham, mi antiguo director, por responder algunas preguntas difíciles sobre la secundaria. Fue hace diecisiete años para mí, y a pesar de que está retirado, fue entusiasta en ayudar y paciente con mis preguntas. Gracias a Jerry Mann. Recuerdo muy claramente el día en que me senté frente a su escritorio, y me hizo una amistosa apuesta de cinco dólares sobre que miraría hacia mis años de secundaria y desearía tenerlos de vuelta. Ya ha fallecido. Él es una de las únicas cosas sobre la secundaria que desearía tener de vuelta.

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Sobre el Autor Jamie McGuire nació en Tulsa, Oklahoma. Asistió a la Universidad del Norte de Oklahoma, la Universidad de Oklahoma Central y El Centro de Tecnología Autry, donde se graduó con una licenciatura en radiografía. Su novela del 2012, Walking Disaster, debutó como número uno en las listas de mejor vendidos del New York Times, USA Today y Wall Street Journal. También ha escrito el romance contemporáneo mejor vendido internacionalmente Beautiful Disaster, y la trilogía Providence, un romance paranormal. Sus últimos libros incluyen Red Hill, un thriller apocalíptico; A Beautiful Wedding, una novela; y Beautiful Oblivion, el primer libro de la serie de Maddox Brothers. Happenstance: A Novella Series (Parte Uno) es un mejor vendido en USA Today. Por favor estén atentos a la tercera y última entrega, Happenstance: A Novella Series (Parte Tres), y las series completas en una única versión impresa en Enero del 2015. Próximos trabajos incluyen Apolonia, un romance de ciencia ficción, en Octubre del 2014, y Beautiful Redemption, el segundo libro de la serie Maddox Brothers, con fecha para el invierno del 2014. Jamie vive en un rancho justo a las afueras de Enid, Oklahoma, con sus tres hijos y esposo, Jeff, quien es un vaquero real. Comparten sus treinta acres con seis caballos, tres perros y Roosterel el gato.

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