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Alex Conozco el juego. Conozco el ángulo. Sé cómo hacerte rogar. Mis manos sobre tu cuerpo, mi boca cerniéndose‖sobre‖la‖tuya…‖te‖diré‖todo‖ lo que quieras escuchar. Veinticinco centímetros de "bienes inmuebles" nunca se sintieron tan bien. Pero no me tomes la palabra para esto. Mi lista de clientes es larga y mi lema es‖ corto…‖ una‖ sola‖ embestida‖ y‖ eres‖ mía. No soy bueno en lo que hago, soy fantástico. Pero la satisfacción no es barata. Así que abre tu cartera y prepárate para olvidar tu nombre. Estoy a punto de arruinarte para cualquier otro hombre.
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Una sola embestida y eres mía.
h, ah, ah. —Tiré de su cabello lo suficiente como para alejar sus labios rojos de mi polla—. Conoces las reglas. —¿Por favor? —rogó, haciendo un puchero. Maldita sea, lo hacía demasiado fácil. Medio sonreí y me acaricié a mí mismo. —¿Quieres envolver tu boca alrededor de esto? —Tetas falsas, culo firme, era sexy para una madurita, pero no era eso lo que estaba endureciendo mi polla. Otros mil sobre la mesa, lo estaban haciendo por sí solos. —Sí —dijo entre dientes con voz ronca. Todas mis clientas eran iguales. Se excitaban con la idea de chupársela a su acompañante masculino, como si pudieran hacerlo mejor de lo que él jamás lo haría. Y estaba muy feliz de sacar provecho de eso. —¿Quieres chupármela, hermosa? —Fruncí el ceño y me acaricié con más fuerza, como si estuviera cerca—. Porque tendrás que pagar por ello. De rodillas, prácticamente tembló. —Lo que sea que cueste. Música para mis oídos. Metí la punta de mi polla en su boca caliente. —Entonces muéstrame lo que tienes. Chupó. Con impaciencia. Eché mi cabeza hacia atrás y gemí como si fuera la mejor jodida mamada.
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—Maldita sea, hermosa, me tienes tan agotado, necesito ir a casa y dormir durante una semana. —Miré el reloj. Tenía otra clienta en cuarenta minutos—.
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Media hora después, llené el segundo condón y me retiré.
Estuviste jodidamente increíble. —Era decente. Le di una palmada en el culo para no tener que besarla. Se rió como una colegiala y aleteó sus pestañas. —Tampoco estuviste mal. Sonreí. Me enviaría mensajes para programar otra sesión antes que terminara la noche. —¿Cómo quieres que ajustemos cuentas? —Até el condón y lo guardé en mi bolsillo mientras me ponía mis pantalones. Regla número uno, nunca dejes atrás ninguna prueba. Desnuda, a excepción de sus tacones, se levantó de la cama y se acercó a su bolso. —¿Cuánto? —Cuatro mil. —Sonreí como si la estuviera evaluando. —¿Cuatro? Di dos pasos y alcé su barbilla. —Dos rondas y oral. ¿Quieres una tercera? Me acabo de poner duro sólo con ver ese culo tuyo. —Podía encajar otro rapidito antes de mi próxima cita. Sonrió con timidez. —Quizás la próxima vez. Contuve mi risa, apenas. Estaba muy bien dotado. Si no estaba dolorida por todos los golpes, mi nombre no era Alex Vega. —Sabes dónde encontrarme. —Dejé caer su barbilla—. ¿Efectivo o crédito? Me entregó su tarjeta y la pasé por el pequeño lector de tarjetas de crédito unido a mi teléfono. —¿Necesitas una factura? Sonrió. —¿Factura?
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Sacudió la cabeza, pero parecía divertida. Pasé la tarjeta y me vestí lo antes posible. Regla número dos: nunca te quedes, a menos que te paguen.
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—Masaje de tejido profundo. —Era completamente legal. Incluso había obtenido la jodida licencia de masajista—. Gastos médicos. Puedes deducirlo de tu declaración de impuestos. —Le guiñé un ojo—. De nada.
—Entonces.... —Hizo girar su cabello como si tuviera doce años—. ¿Qué harás el sábado por la noche? Estoy buscando una cita para esta recaudación de fondos‖que‖es‖para… Ya estaba sacudiendo la cabeza. —Lo siento, nena. No voy a eventos y lo cuento. Estrictamente escenas de cama. Pero envíame un mensaje después si estás aburrida. —Le lancé mi sonrisa de dinero y me abroché mi cinturón Ferragamo, luego me puse la chaqueta de mi traje hecho a medida. Poniéndome mis mocasines sin calcetines, ya estaba fuera—. Nos vemos después, hermosa. —Tres pasos atrás, un guiño para quedar bien y me giré. No podía llegar a la puerta lo suficientemente rápido. Durante el viaje en ascensor hasta el vestíbulo, revisé mis mensajes, tenía programadas tres clientas más y miré mi saldo de mi cuenta de E-Trade. Nada me ponía más duro que siete dígitos en una fila. Ya era una semana de veinte mil y ni siquiera había llegado al fin de semana. Le di cien al conserje mientras le estrechaba la mano al salir. Otros cien al aparcacoches que tenía mi McLaren 570S esperando. Me puse detrás del volante de mi belleza plateada y apreté el acelerador. Este auto era un maldito orgasmo con esteroides. Zigzagueando en el tráfico de Miami, llegué a mi penthouse en Collins Avenue en tiempo récord, me di una ducha rápida y me cambié. Traje fresco, camisa de vestir planchada, escogí un nuevo cinturón y unos zapatos. Luego utilicé la colonia que recordé mi clienta había dicho que le gustaba, porque todo estaba en los detalles. Media hora después, estaba llegando a la W de South Beach. Comprobé el número de la habitación, de una de mis clientas habituales, que me había enviado en un mensaje de texto y saludé a un aparcacoches que no había visto antes. —Eres nuevo. —Sí, señor. ¿Registrándose? Cabello rubio cortado con maquinilla, no podía ser mucho más joven que yo. Hace algunos años, era él. Uniforme diferente, pero el resultado final era el mismo, estaba mirando la vida desde la barrera y follando de forma gratuita.
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El aparcacoches se estiró porque en esta ciudad, el dinero y los autos rápidos hablaban.
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—Me voy a reunir con unos amigos. —Elevé mi barbilla hacia mi bebé—. Mantenla cerca y habrá algo para ti. —No podía recordar la última vez que había follado de forma gratuita.
—Sí, señor. Por supuesto, señor. Le di una palmada en el hombro. —Excelente. Dos horas. —Mejor que el idiota no se pajeara en mis asientos de cuero. —Dos horas —repitió, prácticamente babeando mientras se ponía al volante. Tomé el ascensor hasta el piso catorce y entré en la sala como si fuera un rey. Maldita sea, una enorme cuenta bancaria y una polla de veinticinco centímetros eran una combinación ganadora. Llamé, y unos segundos después, Irina abrió la puerta. Alta, rubia y delgada como una modelo, había sido una de mis primeras clientas y la había visto todas las semanas desde entonces. —Hola, bebé. —Di un paso y cerré la puerta de una patada detrás de mí. Agarrando dos puñados de su cabello, porque es lo que le gustaba, ladeé mi cabeza y la miré como si me importara—. ¿Esperaste por mí esta semana? —Alex —dijo sin aliento con su acento ruso—. Siempre te espero. —Respuesta correcta. —La besé. Caliente y duro, mordí su labio inferior y tomé el control agresivamente. Era la única clienta a la que besaba. Después de que ya había roto las reglas con ella, aprendí que besar a las clientas era una receta para el desastre. Se encariñaban, cada maldita vez. Excepto Irina. No podía saber si era porque no le importaba o si era demasiado práctica para enamorarse de un chico. De cualquier manera, me chupaba la polla como una profesional, así que me importaba una mierda romper las reglas e intercambiar saliva con ella. Lo hacía porque podía. Pero si alguna vez me detenía a pensar en ello, lo cual absolutamente no haría, sería un jodido maricón y diría que echaba de menos besar a una chica sexy. Metí mi lengua profundamente, chupando la suya hacia mi boca, y se fundió contra mí. Ahuequé su culo y apreté, pero luego le di un tirón a su cabello hacia atrás. —Oye. —Recorrí su cuerpo—. ¿Perdiste más peso? —No me importaban las modelos, pero, para empezar, Irina era demasiado delgada, y yo tenía una memoria de acero. Definitivamente había tenido más sustancia la última vez que estuvimos juntos.
La jodida familiaridad me desconcertó y pregunté antes de poder frenarme.
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—Estoy estresada.
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Su expresión desinteresada pasó sobre su rostro y suspiró.
—¿Sobre qué? —El Tercero se divorciará de mí. —Paseó por la suite como un gato perezoso y fue directa a la terraza, y a una copa de vino que estaba esperándola—. ¿Quieres? —Sostuvo su copa hacia mí. Sabía que estaba casada con algún idiota que le doblaba la edad, que tenía dinero familiar, pero nunca le había pedido más detalles. Lo llamaba el Tercero dado que lo era, y afirmaba que él sabía que follábamos porque a él ya no se le levantaba desde hacía mucho tiempo. No sabía cuánto era verdad y cuánto era mentira, pero sospechaba que todo era cierto. Irina no se molestaría en mentir. No tenía por qué. Tenía mucho dinero y no le importaba más el decoro que a mí. Cogí la copa de su mano y la puse sobre la mesa. —Voy a pedir comida, entonces hablaremos. Se dejó caer en la silla acolchada en el balcón y pasó una pierna por encima del brazo. —Lo que sea. Entré a la habitación, pedí carne, pescado y un entrante de pasta al servicio de habitación porque no sabía qué demonios comía. Añadí una botella de Jack, una cubitera con hielo y les dije que metieran dos postres. Me quité los zapatos, la chaqueta y la camisa y me dirigí de nuevo al balcón. Con su cabeza hacia atrás y su cabello cayendo por el respaldar de la silla, se veía joven como el infierno, pero no sabía qué edad tenía. Su cuerpo era el de una chica de veinte años de edad, pero la mirada muerta en sus ojos la hacía parecer de cincuenta. —Levántate —ordené. Me miró y luego se levantó muy despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Sonreí y le di una palmada en el culo. —Malcriada. —Me senté en la silla que acababa de abandonar—. Ahora siéntate. —Alargué un brazo.
Mi polla se endureció, ya que sabía exactamente cómo se sentía su coño.
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—No quiero hablar. Quiero follarte.
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Descansó en mi regazo. Sus piernas a un lado de la silla como antes, pero ahora su cabeza descansaba en mi hombro. Se curvó hacia mí y puso una mano sobre los abdominales por los que trabajaba tanto en el gimnasio.
—Después de que comas. ¿Por qué el Tercero se divorcia de ti? —Me importaba una mierda por qué, simplemente no quería que el ingreso estable se detuviera. Pasó un dedo por mi estómago, jugando conmigo. —Dice que no soy feliz. —Te conoce, ¿verdad? Me dio una palmada en el estómago. —No seas idiota. Me reí, pero no estaba del todo bromeando. —Vamos, sabes que estoy jugando, pero no está del todo equivocado. ¿Con qué te excitas? —Tu polla. Sonreí y moví mis caderas hacia arriba sólo para jugar con ella. —Aparte de eso. —Nada. Excepto que no lo dijo con un suspiro, como lo hacía cuando estaba en su estado habitual desinteresado. Su voz se quedó baja y la palabra fue suave y baja, como si estuviera confesando. Mis hombros cayeron y apoyé la cabeza hacia atrás. Mierda. Nunca pensé que tendría que hacer frente a esto con ella. —No soy material de novio, Irina. —No hacía compromisos, o cualquier otra mierda que te atase con otro ser humano. Se quedó aún más silenciosa. —Lo sé. —¿Estás segura? —Maldita sea, no quería perder a una clienta fija, pero tampoco follaba con chicas que se enganchaban o eran acosadoras. —Sí, sí —resopló—. Lo sé. Ni novio, ni marido, sólo follar. —Y pagar —le recordé. El lado de su boca se levantó en una sonrisa rara.
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—Bueno, ahora que hemos dejado eso en claro, comerás algo de maldita comida para que pueda disfrutar follándote.
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Le devolví la sonrisa.
—Te gustará de todos modos. Tenía razón. Era una de las pocas clientas que disfrutaba follar sólo por el sexo. —A ti te gustará más. —Sonreí mientras sonaba un golpe en la puerta—. Levántate. —La levanté de mi regazo y fui a abrir al servicio de habitaciones. Dos pasos antes de llegar a la puerta, lo sentí. Miré por encima del hombro. Efectivamente, me miraba como un cachorro abandonado.
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Mierda.
arpadeé. Entonces volví a parpadear. No pude detenerlo, mi mano se levantó en el signo universal de tienes-que-estar-bromeando. —Bien, espera. ¿Estás diciendo que la pieza no se puede colgar aquí, porque la pared está qué? El artista de cabello grasoso sacudió la cabeza como un péndulo a toda velocidad mientras miraba sus pies y caminaba en círculos. —No está conectada a tierra, hombre. Es que no está conectada a tierra. Esta pared, no es buena. —Se detuvo, y de repente alzó los brazos e inclinó la cabeza hacia atrás como si hubiera descubierto el sol—. Necesita respirar. Oh Dios mío. Pretendí estudiar la pintura que era un lío de colores con mierda marrón goteando en la mitad inferior como si la hubiera sumergido en un inodoro inundado. —Se ve bastante conectada a la tierra para mí. Sus brazos bajaron y ladeó su cabeza. —¿Eso crees? Asentí con entusiasmo. —Oh, sí, totalmente. —No. Se rascó la barba.
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Quería arrancarme el cabello y créeme, ese era un gran maldito problema. Me había gastado el ingreso de una semana, para conseguir que me cortaran y peinaran el cabello para esta recaudación de fondos.
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—Tal vez necesita más efervescencia. Ya sabes, ¿para que coincida con el espacio?
—Creo que estamos bien, Franklin. La inauguración es mañana y esta pieza será la estrella del espectáculo. —No sabía cuál pintura sería la estrella del espectáculo y no me importaba. Lo único que sabía sobre arte era que los ricos pagaban mucho dinero por una mierda que está de moda, y artistas nuevos, como este tipo, ganaban más dinero con una pintura de lo que yo ganaba en un año. Franklin dio un paso hacia atrás abruptamente e hizo un movimiento de barrido con sus manos, que estaba dirigido a la base. —¿Podemos, ya sabes, anclar esta pared de alguna manera? —¿Anclarla? —Es una pared. —Sí, ¿algo pesado, para mantenerla, abajo? —Me miró, completamente serio. —Estamos a veinticinco pisos de altura y la pared está unida al piso. Estoy bastante segura que no irá a ninguna parte. —¿Sacos de arena? Apreté los labios y negué. —Lo siento, se acabaron. —Estábamos en Miami Beach en un penthouse, por Dios. Chasqueó sus dedos. —¡Papas! Como esos sacos, hombre. ¡Los más grandes! —Lo siento, códigos de construcción, este espacio no tiene zonas para el servicio de alimentos comerciales. —No sabía para qué tenía zonas. Lo único que sabía, era que mi mejor amigo me había enganchado. Trabajaba en construcción y este penthouse era uno de sus proyectos actuales. Los pisos todavía eran de concreto y las paredes estaban enmarcadas y secas, pero no se había hecho nada más. Con ventanas del suelo al techo, iluminación en todas partes, era un sitio perfecto para mostrar a los once artistas que laboriosamente había convencido para participar en mi recaudación de fondos para Canine Watch. —Necesita algo, hombre. Suspiré. —¿Te das cuenta que soy una mujer? Su cabeza se levantó y me miró de manera graciosa.
Su rostro se arrugó.
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—¿Estás familiarizado con ellas? —No sé por qué estaba perdiendo mi tiempo.
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—¿Qué?
—¿Con quién? —Las mujeres. —¿Estaba hablando francés? Chasqueó los dedos. —Sí, sí, totalmente. Eres esa chica de los perros. Mátame ahora. —¿Chica de los perros? —Te gustan, das perros a personas con mal juju. ¿En serio? ¿Estaba comparando el trastorno de estrés postraumático con juju? —¿Cuántos años tienes? —Veinticinco. —¿Y dices juju? —Ni siquiera me molesté en explicar la diferencia entre eso y trastorno de estrés postraumático. Parecía que llevaba una década con narcóticos que alteran tu cerebro a largo plazo y nada de lo que dijera se le iba a quedar. Frunció el ceño. —¿Lo dije? Me mordí el interior de la mejilla para no gritar. —Mm-hmm. Su sonrisa era amplia. —Genial. Tomé una profunda respiración y cambié mi expresión. —¿Así que estamos bien? ¿Te sientes cómodo ahora? Porque tengo que hacer un recorrido con el jefe de bomberos. Ya sabes... —Contuve la respiración y me incliné hacia él—. Para asegurarse que no hay nada ilegal aquí —susurré teatralmente. Su sonrisa desapareció y su mano fue a su bolsillo. Lo cogió desde el exterior como si necesitara asegurarse de que algo estaba todavía allí. —Sí, sí, te entiendo. Estoy bien.
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—Genial, muchas gracias. No puedo esperar a mañana por la noche. Asegúrate de estar aquí a las nueve. Puedes mezclarte entre los compradores, hablar con ellos, contarles sobre tu inspiración. —Presioné el botón de llamada y las puertas del ascensor se abrieron. Con la esperanza de no coger un virus come
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Lo arrastré hacia el ascensor.
carne de sus ropas raídas, empujé a Franklin al interior—. Nos vemos mañana. — Las puertas se cerraron y exhalé. —¿Jefe de bomberos? Mi mano voló hacia mi pecho y me di la vuelta. —Mierda, Jesse, me asustaste. Las líneas en las comisuras de sus grandes ojos marrones se arrugaron y su perfecta sonrisa iluminó su rostro. —Pensé que ibas a enloquecer cuando dijo que quería un saco de papas. —Oh, Dios mío —gemí—. No me lo recuerdes. —Añadí mentalmente objeto pesado a mi lista de cosas por hacer, porque a pesar de molestar a Franklin, no quería ningún problema mañana por la noche. Si quería algo inclinado contra la pared debajo del cuadro, estaba segura de que por lo menos podría poner un saco de ropa sucia. Jesse rió. —¿Cuánta hierba crees que fuma en un día? —Miró hacia abajo mientras colocaba su martillo en su cinturón de herramientas y su desordenado cabello rubio caía sobre un ojo. Cuando alzó la vista, volteó la cabeza y mi estómago se agitó. Sonreí para ocultar mis ojos de ciervo. —No sé, pero apuesto a que está directamente relacionado con la cantidad que se le paga por un cuadro. —Asentí hacia la del inodoro con agua—. Y ése tiene una oferta inicial de veinticinco mil. Los ojos de Jesse se ampliaron. —Tienes que estar bromeando. —Se quedó mirando el lienzo que era un desastre más grande que el propio artista—. ¿Por una pintura que parece que se acaba de joder? Sonreí. Ninguno de los dos sabía una mierda de arte. —Sí. Y esperemos que llegue al doble, porque el cincuenta por ciento de cada venta va a caridad.
Asentí como si no fuera gran cosa, pero mi corazón se llenó de orgullo. —Bueno, alguien tenía que hacer algo.
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—No cualquier caridad, tu caridad.
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Jesse me volvió a mirar y la suavidad en su expresión era una por la que solía quedarme despierta fantaseando por las noches, hasta que consiguió una novia.
—Y ese alguien eras tú. —Puso su brazo alrededor de mis hombros como había hecho miles de veces antes—. Estoy orgulloso de ti, Liv. Apoyé la cabeza en su pecho por un momento y lo aspiré. Jabón, polvo de construcción y la esencia que había crecido, de adolescente a hombre. Jesse Emerson había sido mi mejor amigo desde noveno. —Gracias, Jess. Sólo espero que mañana saque los números que necesito para mantenerlo a flote. —Había invertido cada centavo que tenía, y si mañana no atraía suficiente dinero, estaría sin hogar dentro de una semana. Pero, además, sería un fracaso en lo único que juré que nunca fallaría otra vez. —Será genial. Lo verás. ¿Cuántas invitaciones enviaste? Invitaciones, anuncios, folletos, incluso puse posters en todas las tiendas de mascotas y veterinarios cercanos. La mayoría de esos lugares no me darían un comprador que pudiera pagar el precio de un cuadro, pero no importaba, estaba tratando de crear rumores. Quería cobertura por parte de los medios y cuanta más gente se presentara mañana, más podrían subir los precios entre los compradores serios. Al menos, esa era mi teoría. Nunca antes había hecho una recaudación de fondos. —Algunos cientos. —Jesse apretó mi hombro y luego me soltó. —Bueno, Jennifer y yo estaremos aquí. Jennifer y Jesse. Incluso odiaba cómo coincidían sus nombres. —Muchas gracias. Significa mucho. —Lo decía en serio, juro que lo hice, pero todavía apestaba un poco decirlo. —No hay problema. Y ya está todo preparado, cada cuadro está colgado.
—Oye, todavía no te vas a deshacer de mí. Aún me quedan un par de semanas antes de que me mude.
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Me abrazó con fuerza y luego se apartó.
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—Eres el mejor, en serio. No podría haber sacado esto adelante sin ti. —Me puse de puntillas y lo abracé—. Sé lo ocupado que estás con el trabajo y el traslado a la oficina del norte. —Mi corazón se rompió al decirlo. A excepción del tiempo que estuvo desplegado, Jesse y yo habíamos vivido en la misma ciudad desde que éramos niños. Era jefe de proyecto de construcción de una empresa que construía rascacielos en Miami, que era la forma en que fui capaz de utilizar este espacio para el espectáculo. Pero su jefe, quien dirigía las operaciones en el norte de Florida, había decidido trasladarse a Miami. Le pidió a Jesse que se hiciera cargo de la oficina en Orlando. Estaba muy orgullosa de él, pero egoístamente no quería que se mudara.
—¿Cómo se tomó Jennifer la noticia? —La última vez que habíamos hablado de la mudanza de Jesse, me sorprendí al descubrir que no se lo había contado a su novia. Su rostro se ensombreció. —Se lo diré pronto. Si se tratara de cualquier otra noche, aparte de la víspera de mi recaudación de fondos, habría prestado atención a su mandíbula apretada o hubiera preguntado qué estaba esperando. Jennifer saltaría a la oportunidad de mudarse con él. Cualquier mujer lo haría. Jesse era la conquista perfecta. Magnífico, amable, considerado, y hacía mucho dinero. Pero no pregunté. —Así que, ¿nos vemos mañana por la noche? Se quedó mirándome un segundo y luego negó como si estuviera sacudiéndose un pensamiento y sonrió. —Síp. Llámame si el señor saco de papas necesita una buena patada en el culo. Me reí. Jesse era muchas cosas, pero no era violento. Hablaría contigo e intentaría razonar. A pesar de su alta figura y sus músculos sólidos, que provenían de años de duro trabajo manual, no era un luchador. —Sal de aquí antes de que encuentre algo más para que puedas hacer, como llenar sacos de arena. Sonrió brevemente y luego su expresión se volvió seria. —Tu hermano habría estado orgulloso de ti. —Me besó en la mejilla y se dirigió hacia el ascensor como si no hubiera acabado de destriparme—. Buenas noches, Liv. Me quedé mirando el ascensor mucho después de que las puertas se cerraran.
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Mi hermano no habría estado orgulloso de mí. Lo había dejado morir.
omé a la morena por el cabello. —¿Cómo me llamo? —AAA-Alex. —¿Cómo? —gruñí. —Alex —gimió. No me importaba una mierda cómo me llamaba. —Dilo otra vez —grité un poco más fuerte. —¡Alex! —¿Quién te controla? —Tú. —¿Quién te hace correrte? —Técnicamente, se obligaba a sí misma a correrse. En realidad, nunca la tocaba más allá de tirar de su cabello o azotar su culo. —Tú. Me incliné en su oído.
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Se arrastró sobre sus manos y rodillas, como si fuera mi sumisa y le hubiese dicho que gateara, pero no tenía ni puta idea de lo que era una verdadera sumisa. La mayoría de mis clientas no lo sabían. Leyeron ese libro y decidieron que querían un poco de dominio, después, me llamaban. Era un jodido mandón, las hacía correrse un par de veces, después me llevaba su dinero. ¿Pero verdadero BDSM? No era lo mío.
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—Nunca lo olvides. —La solté como si estuviera disgustado con ella, pero no me podía importar menos. Pagaba en efectivo al comienzo de cada sesión y su guion siempre era el mismo—. Date una maldita ducha. Ya terminé contigo.
En el momento en que escuché la ducha abrirse, ya estaba fuera. Los tres mil más fáciles de toda la semana. Pero la idea no me excitaba. Ni siquiera comprobé mi cuenta o miré mi agenda para la próxima semana mientras salía del hotel. Durante los últimos dos días, lo único en lo que había estado pensando era en la expresión del rostro de Irina cuando le había dicho que habíamos terminado. Había esperado su actitud de no-me-importa-una-mierda, pero lo único que conseguí fueron ojos tristes y silencio. Lo cual sólo reafirmaba mi decisión de deshacerme de ella antes que se convirtiera en un problema, pero el incidente se seguía repitiendo en mi cabeza. No me importaba una mierda que no fuera a verla de nuevo. Ni siquiera la echaría de menos. Excepto que no dejaba de pensar en que debería sentir algo por una clienta que me había follado cada semana durante tres años, pero no lo hacía. Lo único que sentía, cuando no estaba siendo jodidamente apático, era alivio. Y eso estaba jodiendo con mi cabeza. Volví a casa, me duché, me cambié y me obligué a concentrarme en mi próxima clienta. Trina Howards. Diez mil dólares por dos horas en algún evento de jodida caridad para veteranos. La ironía no me pasaba desapercibida. Los marines me habían dado carácter y me enseñaron a ser un buen comandante. Me alejé cuando mi servicio se acabó, sin mirar atrás ni una vez, pero aquí estaba, yendo a una recaudación de fondos para veteranos cuando me había jurado que nunca me encontraría con una clienta fuera de la habitación. Le echaba la culpa de mi decisión de mierda, para estar de acuerdo en ir a este evento, a la pérdida de ingresos por dejar a Irina, pero era mentira. Tenía una lista de espera tan larga como mi polla. Pude haber sacado un par de nombres y haber hecho más dinero que unos jodidos diez mil dólares por un evento de caridad. Pero no lo hice. Estaba conduciendo a un penthouse a medio terminar, a ver pinturas porque no iba a admitir que después de tres años de follarme a las mujeres más ricas de Miami, estaba agotado. Estacioné junto a un aparcacoches que claramente estaba aquí para esta noche y maldije. Si rayaba mi auto, le cobraría a Trina el triple. El aparcacoches abrió la puerta y miré por encima al chico con el rostro lleno de granos. —¿Alguna vez has conducido un McLaren antes?
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—Quiero que lo dejes delante, no estacionado cerca de cualquier otra persona y si las cosas no están jodidas cuando vuelva, te daré propina en consecuencia. ¿Nos entendemos?
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—Sí, señor.
—Por supuesto, señor. —Asintió hacia un Navigator negro con los cristales tintados—. Creo que su cita está esperando. Dijo que conducía un McLaren. Cristo. —Gracias. —Me acerqué al Lincoln y me quedé de pie a unos cuantos metros de la puerta trasera. Con media sonrisa y una actitud hostil, crucé mis brazos. Trina ni siquiera esperó a que su conductor abriera la puerta. Salió del SUV luciendo como si ya hubiera tomado unas cuantas copas. —¡Alex! No me jodas. Había tenido más que unas cuantas. —Trina. —Hooola —arrulló, tropezando con sus tacones. No la alcancé, o le sonreí. —¿Empezaste sin mí? Se balanceó y agarró mis brazos mientras se inclinaba hacia mí. —Sí, pero.... —Sopló su aliento alcohólico sobre mí y se puso seria—. ¿Sabes lo que se siente al ponerse toda guapa para después esperar a un hombre al que le estás pagando para pretender que le gustas? Mi autoestima necesitaba esa bebida, o tres. —Asintió teatralmente. —Bebé, estás muy guapa. —No era mentira. El dinero compraba todo tipo de mierda, como los entrenadores personales y cirugía plástica. —¿Eso crees? Maldita sea, si iba a jugar al terapeuta necesitaba elevar mis tarifas. —¿Quieres saber un pequeño secreto? —Está bien. —Se mordió el labio. Me agaché a su oído y bajé la voz. —Los hombres se excitan con una mujer segura de sí misma. Sus hombros se cuadraron y levantó la barbilla. —Te va a encantar follarme más tarde. —Tú lo amarás más —garanticé.
Negué, pero en ese momento, mi media sonrisa era real.
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—Tienes razón.
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Gutural y honesta, se rió.
—Vamos a ver tu arte. —Con una mano en su espalda, la conduje al vestíbulo y nos indicaron el ascensor del penthouse. Una vez que estuvimos solos en el interior del ascensor, expresó sus sentimientos. —¿Cuánto tiempo tenemos que quedarnos? No me molesté en señalar que éste era su espectáculo. Las mujeres no me pagaban para ser una follada pasiva. Mis clientas querían a un alfa y yo no sabía hacerlo de otra manera. —Vas a mirar cada pieza. —Aparté su mano de mi polla y lejos de mi cuerpo—. Pretende deliberar sobre un par y luego compra tres de los más caros. — La empujé contra la pared y me incliné cerca, pero me detuve justo antes de que mi cuerpo tocara el suyo—. Entonces te llevaré al Setai y te follaré hasta que estés sobria. —Apreté mi agarre sobre su mano—. Pero sólo si eres una buena chica y mantienes tus manos quietas. —Entrecerré los ojos—. ¿Puedes manejar eso? —No era lo suficientemente estúpido como para dejar que una clienta me manoseara en público—. De lo contrario, estoy fuera. —Ohhh, ¿haciéndote el duro? —Sonrió, pero estaba un poco trastornada—. No olvides que te pago. Dejé que mi mirada vagara por su boca, sus falsas copas D's y su estrecha cintura. Entonces me quedé en la unión entre sus muslos. Tomó dos segundos hacer que se retorciera. —¿Sabes por qué soy el mejor? —le pregunté en voz baja. Cada gramo de indignación abandonó su voz. —No. Elevé un solo dedo por la parte externa de su muslo y levanté el dobladillo de su vestido unos cuantos centímetros. —Porque no sólo sé cómo hacer que te corras tan duro que te duela. —Me encontré con su mirada hambrienta y bajé mi voz mientras enunciaba cada palabra—. No te necesito. —Di un paso hacia atrás bruscamente y las puertas del ascensor se abrieron—. ¿Lista? Se estremeció y juntó sus piernas.
—Eres‖un‖pequeño‖engreído…
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—Como dije, el mejor. —La guie fuera del ascensor con una mano en su espalda.
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—Oh, eres bueno.
Agarré su nuca y la detuve. —Te aseguro que no hay nada pequeño en mí. —Dejé caer mi mano, forzando una sonrisa divertida y entramos a la fiesta. Era como cualquier otro evento de caridad de mierda. Pretencioso, mujeres de edad avanzada con tacones, dinero y una pantalla sólida de Botox, con una excepción. Su culo era jodidamente perfecto. Una pequeña cintura que caía en sus caderas redondas y un culo que juro por Dios tenía forma de corazón. Todo el paquete estaba envuelto en un vestido negro ajustado, tacones fóllame y piernas que se prolongaban durante días. Maldita sea. —Mézclate, nena. Nos conseguiré unas bebidas. —No le di a Trina tiempo para responder. Ya estaba yendo hacia esas curvas atractivas porque necesitaba ver el rostro adjunto a dicho cuerpo. Caminé hasta justo detrás de ella y me incliné hacia su oído. Sin perfume. Sólo jabón, champú, y pura e intoxicante mujer. —¿Te compro una copa, hermosa? —La anticipación hizo mi boca agua mientras esperaba a que se diera la vuelta. Jesucristo. Era jodidamente preciosa. Ojos azules, cabello sedoso de color marrón oscuro fijado hacia arriba, sus tetas se correspondían con la exuberante turgencia de sus caderas y su ceño fruncido hizo que mi polla volviera a la vida. —Es un bar abierto —dijo secamente. Jódeme. Una sonrisa se extendió por mi rostro como si fuera la mañana de Navidad. Maldita sea, me encantaban los retos. —¿He dicho aquí? —Le guiñé un ojo. Forzó una sonrisa.
—Claro. Bueno, disfruta de la noche. —Se giró y se alejó. Golpeado por sorpresa, con los ojos clavados en su culo, no vi llegar a Trina.
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—No me presenté. —Cinco minutos a solas con ella. Es todo lo que necesitaba para convertirla en una clienta. Pero en el momento en que lo pensé, mi sonrisa vaciló.
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—Echa un vistazo a los cuadros. Quedan muchos por los que pujar, ¿señor...? Lo siento, no entendí su nombre.
Su mano se envolvió alrededor de mi brazo como una tenaza. —¿Dónde están nuestras bebidas? Obligándome a apartar la mirada de la morena, miré fijamente la mano de Trina. —Reglas, nena —advertí. Dejó caer su brazo, pero empujó sus tetas falsas contra mí y sonrió. —¿Mejor? Diez mil, me recordé. —¿Vino? —Tengo una botella en mi casa —dijo coqueteando. Cristo. —Dos opciones. El Setai u otro hotel. —Si continuaba con esto, también la dejaría. Hizo un puchero. —Pero el vino aquí probablemente está caliente. —No estás aquí para beber. ¿Qué cuadros escogiste? —Recorrí la multitud. —No necesito ningún cuadro nuevo. —Hizo un puchero—. Estoy lista para irme. Agraciada, con una sonrisa reservada, la morena se movía de una pareja a otra. Pensé en embolsarme los diez mil dólares de Trina y urgirla de vuelta a su coche, pero deseché la idea rápidamente. No saldría de allí hasta que al menos supiera el nombre de la morena. Miré a Trina. —Puedes encontrar al menos uno. —¿Vas a ayudarme a escoger? —Batió sus pestañas. Alguien tenía que decirles a las mujeres de todo el mundo que nunca deberían hacer eso. —¿Vas a pagarme para ser tu asesor de arte? Puso la voz de bebé.
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Ésta era la razón por la que nunca llevaba mis servicios fuera de la habitación.
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—Sólo consígueme una bebida.
e escabullí en el pasillo trasero y me apoyé contra la pared. Con manos temblorosas, abrí la aplicación que estaba dándole seguimiento a todas las subastas. Dos movimientos y cerré mis ojos con fuerza por un momento mientras cargaba los totales. Por favor, por favor, por favor deja que esto suceda. —¿Tomando un poco de aire? Mis ojos se abrieron y jadeé cuando vi los números, antes de levantar mi cabeza hacia la increíble y sexy voz masculina. Increíblemente alto, demasiados músculos y demasiado hermoso para ser real, el tipo que había intentado coquetear conmigo antes levantó sus cejas. —¿Fue algo que dije? Su traje era hecho a medida, su actitud cien por ciento la de un imbécil y su sonrisa decía que era el dueño. —Eso desearías. —Volví a bajar la mirada a mi teléfono y contuve el impulso de alzar mi puño en el aire. El triple, mi necesidad mínima estaba al triple y la subasta no estaba prevista a cerrar hasta dentro de otra hora. —No tengo que desearlo, preciosa. Siempre consigo lo que quiero, siempre. Me desplacé por la pantalla de mi teléfono para revisar dos veces todas las subastas, para asegurarme que no estaba soñando.
Alcé la mirada. Está bien, era sexy como el infierno, le concedería eso. Ojos azules penetrantes, cabello negro, rasgos perfectamente cincelados, y usaba su traje
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—¿Tu novio te está mandando mensajes calientes?
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—Bien por ti. —Santa mierda. Podría triplicar el número de animales que tenía en entrenamiento. Podría contratar a alguien que me ayudara.
y su actitud, no lo usaban a él. Pero había acertado con mi evaluación anterior. Era un completo imbécil y había terminado con pretender ser educada. Él no iba a comprar nada. Había estado muy ocupado alejando las manos de su cita, para siquiera mirar las pinturas. —Sí, y si no te importa, me gustaría un poco de privacidad para poder complacerme. Brillante y consumidor, sonrió. Habría hecho que mi corazón aleteara, si me gustaran los de su tipo, pero no. Nunca. Inclinó su bebida hacia mí y luego tomó un sorbo. —Faltaría más, no dejes que mi presencia te detenga. —Su hombro golpeó la pared y metió una mano en su bolsillo como si estuviera acomodándose para ver el espectáculo. —¿No deberías volver con tu novia? —La mujer con la que había venido parecía del doble de su edad, pero diablos, ¿quién era yo para juzgar? Tal vez le gustaban las maduritas. —No es mi novia. —Tomó otro sorbo. —Buena suerte con eso. —Cuando su cita no había estado manoseándolo, había estado comiéndoselo con los ojos. Di un paso, pero él se apartó de la pared y me bloqueó. Usando la mano con que sostenía su bebida, pasó el dorso de sus dedos por la longitud de mi brazo. —¿No necesitas encargarte de algo? —Sus labios se curvaron con malicia mientras miraba fijamente entre mis piernas, inclinó el vaso hacia su boca y se metió un par de cubos de hielo. Su mandíbula se tensó y la brillante sonrisa volvió—. O tal vez necesitas que te enfríe. Oh Dios mío. —¿De verdad eso te funciona? Pasó su lengua sobre su labio superior. —¿Qué cosa me funciona? —Su voz era pura inocencia, pero sus entrecerrados y conocedores ojos eran pura actitud.
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—No creo que a las mujeres les guste, sé que es así. Y sólo para que quedemos claros, sí, te encantaría. Tu cuerpo, tu boca y este trozo de hielo. —Sacudió el
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—Si‖ de‖ verdad‖ crees‖ que‖ una‖ mujer‖ se‖ corre‖ con‖ un‖ hielo‖ metido‖ en‖ su…‖ como sea, lo lamento por ti.
vaso—. Cinco minutos y te haré correr. Dos veces. —Guiñó un ojo—. Garantizado o te devuelvo el dinero. —Olivia. —Jesse rodeó la esquina y le lanzó un vistazo al imbécil y luego me miró—. ¿Estás bien? —Sí, estoy bien. —En serio, ¿hielo? ¿Ahí abajo? ¿Quién demonios se creía que era este tipo? ¿Y por qué siquiera estaba pensando al respecto? Odiaba la actitud presumida del imbécil y peor aún, de repente me di cuenta de exactamente cuánto tiempo había pasado desde que me había acostado con alguien. Jesse tomó mi mano. —Creo que te necesitan. Mentalmente aparté todos mis pensamientos sobre el hielo e intenté concentrarme en algo, cualquier cosa, aparte de la brillante sonrisa del imbécil. —De acuerdo. —Debería preguntarle a Jesse dónde estaba Jennifer. Se había aparecido solo esta noche y luciendo indispuesto, pero había estado muy ocupada para hablar con él al respecto. El imbécil casualmente miró a Jesse y luego alzó una ceja en mi dirección. —¿El novio? —Sonrió como si compartiéramos un secreto. Jesse lo fulminó con la mirada. —¿Te conozco? El imbécil miró nuestras manos juntas y sonrió. —No es el novio. —Tomó otro cubo de hielo en su boca y lo masticó como si no le importara una mierda Jesse o su pregunta. Si tuviera medio cerebro, me habría dicho a mí misma que no encontraba su actitud para nada atractiva. También me habría dicho que no comparara su perfecto traje a la medida con la chaqueta arrugada de Jesse. —Vamos. Debo ver a los artistas. —Tiré de la mano de Jesse y di un paso. —Buenas noches, Olivia. —Suave y calculado, el imbécil dijo mi nombre como si me conociera íntimamente—. Gracias por el espectáculo, preciosa. Con un odio en sus ojos que nunca había visto, Jesse fulminó al tipo, y lo jalé por el pasillo.
—¿Sabes quién es ese?
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La rabia no abandonó sus rasgos, pero me siguió.
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—Vamos.
—No. ¿Dónde está Jennifer? Su mirada se movió a la puerta principal del penthouse y dejó caer mi mano cuando se acercaron dos hombres. Uno era gigante y amenazador, el otro era rubio y sonriente. El rubio recorrió mi vestido con su mirada y todo su rostro se iluminó con malicia. —Maldición, Fixer1, no me dijiste que tu novia era sexy. —Estrechó manos con Jesse mientras le daba una palmada en la espalda, pero su brillante mirada verde no abandonó la mía—. Hola, cariño. —Porque no es mi novia. Olivia, él es Talon. Talon, está es mi amiga Olivia. Es la organizadora del evento y la fundación es suya. —Jesse inclinó su barbilla hacia el tipo más grande—. Jefe. Talon se rió y más de un par de cabezas se giraron, porque era contagiosa. —Entonces diría que elegiste la novia incorrecta. —Estiró su brazo mientras daba un paso hacia mí—. Ven aquí, preciosa, dame un poco de amor. —Talon —advirtió Jesse, pero era demasiado tarde. Talon ya me había atrapado en un abrazo de oso. Olía a playa y coco, y su presencia era tan dominante y sus brazos tan fuertes que caí en su abrazo como si fuéramos amigos de hace mucho tiempo. —No prestes atención a Fixer, cariño. Sólo está celoso porque soy más apuesto. —Talon me soltó. —¿Fixer? Jesse sonrió. —Le pone apodos a todos. Talon sonrió. —Sí, Fixer. Ya sabes, reparador, constructor, carpintero. Siempre estaba intentando arreglar las cosas y ya que el nombre de Jesús ya estaba tomado —se encogió de hombros—, Fixer tuvo que ser. Jesse sacudió su cabeza y miró al otro hombre.
Fixer: Una persona que arregla y repara cosas.
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Neil inclinó su barbilla y me estudió como si pudiera ver a través de mí. Jesse me había dicho que era un ex danés de las Fuerzas Militares Especiales y había mencionado que era alto, pero no me dijo que era un metro ochenta de músculo amenazador con ojos del color del hielo. O que sus bíceps eran más grandes que
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—Él es Neil Christensen. El dueño de NC Construction y mi jefe.
mis muslos. Si no estuviera de pie en un penthouse lleno de gente, junto a Jesse y su amigo sonriente, me habría dado un susto de muerte. —Un gusto finalmente conocerlo. —Mi voz prácticamente chilló—. Gracias por dejarme usar el penthouse esta noche. Talon debió haber entendido mi vibras de oh mierda porque se rió. —No dejes que Viking te asuste. A menos que tengas miedo de los proverbios, no tendrás nada de qué preocuparte. Neil parecía un vikingo, pero no me verías decir eso en voz alta. —¿Proverbios? Sin moverse, la mirada de Neil observó las pinturas, a Talon, y luego volvió a mí. —“La adversidad es un arte desconocido para el hombre”. Y de nada. — Profunda y acentuada, su voz era casi atormentada. Talon sonrió. —¿Lo ves? Proverbios. —Extendió la palabra como si estuviera hablando algo sucio. —Frases —corrigió Neil—. Alexander Pope. ¿Este tipo lee poemas? Parecía como si estuviera más cómodo blandiendo un mazo o derribando enemigos con una ametralladora. —Bueno, gracias a ambos por venir esta noche. De verdad lo aprecio. Talon se puso serio. —Es una gran causa, cariño. Miré a Jesse, pero estaba tirando dagas con la mirada a algo, al otro lado del cuarto. Seguí su línea de visión y el imbécil del pasillo alzó una bebida en nuestra dirección. Tiré del brazo de Jesse y hablé en voz baja. —Ignóralo. Talon siguió nuestra mirada y entonces se rió. —Tienes que estar bromeando. —Miró a Jesse—. ¿Vegas? ¿El nombre del imbécil era Vegas? Muy acorde.
—Segundo Batallón LAR. —Talon dijo el acrónimo como si ellos supieran de qué estaba hablando—. Viking lo conoce. Estoy sorprendido de que tú no.
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—¿Quién es él?
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A Jesse no le hizo gracia.
Neil inclinó su barbilla hacia Vegas y luego miró a Jesse. —Las Torres La Mer. Jesse asintió como si entendiera. —¿Qué está haciendo aquí? —Probablemente trabajando. —Talon sonrió como si supiera algo que nosotros no—. Voy a molestarlo. Ya regreso. Ahora, estaba preguntándome quién era Vegas y si no debí haber sido grosera con él. No tuve tiempo de preguntar porque Franklin apareció con un ataque de pánico. —Oye hombre, mi chica, está como, cayendo. Algo está mal, hombre. Tienes que arreglarla. Rápido, antes de que se caiga de la pared. —No tienes que molestar a Jesse, Franklin. Iré a ver. —Ni siquiera di un paso. Jesse me detuvo con una mano en el brazo. —Yo me encargo. —Hizo señas a Franklin—. Muéstrame cuál pintura. — Siguió a un inquieto Franklin. Al segundo en que estuvo lejos del alcance del oído, Neil habló. —No vas a hacer despegar esta fundación sin unas instalaciones. Era tan intimidante, ni siquiera consideré no responderle. —Voy a rentar una perrera. —Eso no te da espacio para entrenar a los animales. Tenía razón. Pero era lo único que podía permitirme, así que iba a tener que resolverlo. —Haré que funcione. —Pero incluso triplicando mi presupuesto mínimo, no cubriría el arrendamiento de un lote para entrenar a los perros. Tendría que estar a merced de los parques para perros y las áreas públicas. No era lo ideal, pero iba a hacerlo lo mejor que pudiera. La perrera me serviría como la dirección del negocio y legalmente, estaba cubierta, así que para mí era una ganancia. —No lo has pensado detenidamente. Bien, ahora me estaba molestando. No he hecho nada más que pensar en esto. Por dos años, había sido mi vida.
—¿Listo, Viking?
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Talon volvió y Neil no respondió.
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—Si tienes una mejor idea, soy toda oídos.
Neil asintió. Talon avanzó y besó mi mejilla. —Hasta luego, cariño. Buena suerte con la recolección de fondos. Y dile a Fixer que tiene competencia. —Inclinó su barbilla hacia el otro lado del cuarto y se rió—. Parece que Vegas tiene su mira puesta en algo que quiere. Miré a Talon y Neil marcharse. Entonces cometí el error de mirar al otro lado del cuarto. Dándole un sorbo a su bebida, Vegas, mejor conocido como el imbécil, me guiñó un ojo sobre el borde de su copa. —Oye. —Jesse tocó mi brazo—. Franklin está listo. —¿Una de sus pinturas se estaba cayendo de la pared? —No era como si Jesse pudiera arruinar algo tan fácil como colgar una pintura. —No, alguien debió haber tropezado con ella. Sólo había que enderezarla. — Miró alrededor—. ¿Talon y Neil se fueron? —Sí, dijeron que te dijera adiós. —Más o menos. Exhaló y luego se concentró en mí por primera vez en toda la noche, se sintió como si mi mejor amigo estuviera de regreso. —¿Entonces cómo va el espectáculo? ¿Alcanzaste tu límite? La realidad de la noche se asentó y sonreí. —El triple. Sus ojos se ampliaron. —¿Qué? Apenas pude contener mi emoción. Agarré sus solapas, me puse de puntitas y me incliné hacia adelante. —Hice el triple de lo que necesitaba —susurré. Sus labios aterrizaron en los míos. Jadeé por la sorpresa y él no dudó. Cálida y suave, su lengua se enredó con la mía, mientras sus callosas manos acunaban mi rostro. Lo único que pude pensar fueron años.
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Esto era lo que había querido de él. Exactamente esto. Quería a Jesse, de cada forma en que una mujer podía querer a un hombre. ¿Pero esto? ¿Ahora? ¿Estaba besándome por primera vez en mi recaudación de fondos? La confusión se mezcló
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Años.
con la rabia y otros cientos de emociones diferentes mientras me quedaba ahí. Con el corazón acelerado, mis manos a mis costados, sólo me quedé ahí. Retrocedió, pero su frente tocó la mía. —Olivia —susurró. No tenía palabras. Jesse frunció el ceño. —Mierda. —Sus manos apretaron su agarre sobre mí—. Mierda. Mordí mis labios con mis dientes y mis ojos se humedecieron. —Lo siento, Liv. —Sacudió su cabeza y dejó caer sus manos—. No debería haber…‖ —Se calló y dio un paso atrás—. Triple. Es fantástico. Sabía que podrías hacerlo. Siempre creí en ti. Lo sabes. —Dio otro paso atrás—. Yo, mmm, debo irme. Se volteó y se fue.
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Y lo dejé.
aldita sea. No pensé que el rubio Bob el Constructor fuera bueno en eso. Un movimiento valiente al besar a la sensual morena en medio de la recaudación de fondos, pero, ¿la parte de marcharse? Maldito aficionado. —Alex —susurró Trina—. ¿A dónde fuiste? —Al baño, nena. No puedes venir conmigo a todas partes. —Sonreí para suavizar el golpe, pero no demasiado. Arrastró un dedo sobre mi pecho. —Tal vez sólo quiero correrme. Decidí burlarme de ella. —Eso es extra. Frotó sus tetas contra mí por centésima vez. —Te pagaré el doble si nos vamos ahora mismo. Veinte mil dólares debieron haber endurecido mi polla, pero no lo hicieron. Estaba pensando en una morena luchadora usando un vestido ajustado, y estaba jodiendo con mi juego. Sin mencionar el toparme con el médico de mi unidad en Afganistán. No había visto a Talon desde mi último despliegue, cuando había tenido que hacer triage2 a la mitad de mis muchachos, y eso no era una mierda en la que me detuviera.
Triage: es un término francés que se emplea en el ámbito de la medicina para clasificar a los pacientes de acuerdo a la urgencia de la atención. También denominado triaje, se trata de un método que permite organizar la atención de las personas según los recursos existentes y las necesidades de los individuos.
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—Te diré algo.
Me incliné hacia el oído de Trina e hice algo que nunca había hecho. —Dame treinta y te voy a follar toda la noche. Aspiró hondo y trató de sonreír más allá de su Botox. —Sííííí —ronroneó. —¿Alex? Miré hacia arriba y me quedé en blanco momentáneamente antes de acordarme. La madurita de los cuatro mil del martes. —Hola. —Maldición, la morena me está distrayendo. Nunca olvidé un rostro. Nunca olvidé nada—. ¿Cómo te va? Trina nos miró a ambos y frunció el ceño. La madurita entrecerró los ojos. —¿Pensé que no lo hacías fuera del dormitorio? Aquí vamos. —No estoy seguro de qué estás hablando, nena. —Plan de contingencia A, sonríe como si jodidamente la reconocieras y niega todo. El rostro de la madurita se transformó, de una perra malvada a uno de una perra siniestra, en medio segundo. —Supongo que no te pagué lo suficiente. —Miró a Trina—. Espero que saques partido de tu dinero. Solo sirve para dos asaltos. Trina abofeteó a la madurita. La mirada de conmoción en su rostro fue tan jodidamente invaluable, que me eché a reír. "Maldición." En retrospectiva, no fue la reacción correcta. Trina se volvió hacia mí. Balanceó su brazo hacia atrás, bloqueé la bofetada y de repente, Olivia estaba a mi lado. —¡Señora Howards, señora Pendleton! La madurita se abalanzó sobre Trina.
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—¡Señoras! —Olivia se puso blanca—. ¡Por favor, no hagan esto en mi recaudación de fondos! —Me lanzó una mirada acusadora—. ¿Tú empezaste esto? ¿Están peleando por ti?
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Me eché hacia atrás y juro-por-Dios que estalló una pelea de gatas. Brazos volando, cabellos halados, tacones pateando, yo, jodidamente sonriendo de oreja a oreja.
¿Su recaudación de fondos? Terminé mi bebida y puse mi vaso en el bar. —No es mi culpa. —No técnicamente. ¿Y qué diablos quería decir con su recaudación de fondos? La madurita le dio una patada a Trina. —Oh, Dios mío. —Olivia las esquivó y me agarró del brazo—. Haz algo. Trina consiguió acertar un sólido gancho de izquierda al ojo de la madurita. Ni siquiera me importaba. Al diablo con mi clienta. La morena tenía su mano sobre mí y estaba jodidamente corriendo con ella. Flexioné mi bíceps y le sonreí. —No me pagan por separarlas. Sus labios formaron una pequeña y sexy O. —¿Qué? Quería esos labios, de preferencia, envueltos alrededor de mi polla. —¿Cuánto vale para ti? Un vestido se rasgó y Olivia se estremeció. —¿Quieres que te pague? —Sal conmigo. —No tenía ninguna maldita vergüenza. —¡No voy a salir contigo! —Trató de empujarme hacia las mujeres—. ¡Detén esto! Ella es tu cita. Exhalando, sacudí la cabeza. Diez, veinte, mierda, treinta mil, ni siquiera era una opción. Lo dejé ir. —No, no lo es. —¿Estaba completamente loco?—. Cena conmigo y las separaré. —¡Bien! Te pagaré. Sólo haz que se detengan. No es lo ideal, pero esto podría funcionar. —Cinco. —Puse mi precio. —¿Quinientos? —Prácticamente levitó y luego retrocedió cuando la madurita le dio una patada a Trina y ésta cayó de nuevo sobre la pared cerca de una pintura de mierda. Sonreí.
—¡OhmiDios! —gritó Olivia—. Detenlas.
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La madurita arremetió contra Trina y la pintura golpeó el suelo.
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—No, cinco mil.
No me moví. —¿Cinco mil? Las dos mujeres cayeron sujetas en una pelea y rodaron por el suelo. Olivia se lanzó hacia la pintura caída, y la tomó antes de que las mujeres rodaran encima de ella. —¡Sí! OhmiDios, sí. Eché un vistazo a la guerra de la maduritas en el suelo y sacudí mi cabeza porque era un maldito idiota. Iba a perder dos clientas más esta semana, pero me importaba una mierda. Tenía enganchada a la morena y ya estaba calculando. Me agaché y agarré a Trina. —Buen trabajo, nena. Le mostraste quién es la jefa. Estoy orgulloso de ti. —Se puso rígida, pero abandonó la pelea—. Vamos, el espectáculo se acabó. —Di un paso al ascensor y presioné el botón con el codo—. Creo que has tenido suficiente diversión por una noche. —Las puertas se abrieron, entré y la puse de pie—. Tu chofer te llevará a casa. Diremos que esta noche quedamos a mano. Sin cargos. — Guiñé un ojo y apreté el botón del vestíbulo, luego salí del ascensor. —Alex, espera... —Trina estiró la mano. Las puertas se cerraron y giré. Todo el mundo estaba mirando. Simulé una sonrisa. —El espectáculo ha terminado, amigos. Beban y compren algunas pinturas. ¡Vamos a dar a esos veteranos lo que se merecen! Silencio. Mi mirada aterrizó en el rostro devastado de Olivia. Mierda. —No me dejen colgado, gente. —Entonces hice algo que no había hecho desde que me alejé de los marines—. Semper Fi3 —saludé. Unos cuantos Hurra se hicieron eco entre la multitud y todos volvieron lentamente a la mierda que estaban haciendo. Todo el mundo excepto Olivia.
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Semper fidelis: una máxima latina que significa "siempre fiel". Es conocido en los Estados Unidos como el lema del Cuerpo de Marines (casi siempre es utilizado como Semper Fi en este contexto)
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Se quedó de pie en medio de aquella habitación, luciendo como si estuviera a
punto de estallar en lágrimas, y maldita sea, aunque no lancé ni un puñetazo, me sentí responsable por la pelea de gatas. Me abrí paso a empujones a través de la multitud y puse mi brazo alrededor de sus hombros. —Sonríe, nena. Cinco mil dicen que soy tu papi esta noche. Me miró y tal vez, sólo tal vez, mi estrategia estaba cancelada. —Está arruinada —dijo echando humo—. Tú la arruinaste. —De acuerdo, no tienes que llamarme papi. De todos modos, eso es adicional. —La conduje hacia el bar y le hice señas al barman—. Whisky para la dama, solo. Que sea doble. —Hice caso omiso de la mirada de desaprobación del barman—. No está arruinado, lo prometo. —Miré alrededor para asegurarme—. Todo el mundo ha seguido adelante. Tomemos un trago. Su medio gruñido, con las lágrimas no derramadas en sus ojos, fue peor a que hubiera estallado en llanto. —No voy a beber esta noche. —Confía en mí, una bebida no... Su espalda se tensó, sus fosas nasales se ensancharon y se soltó. —¿Confiar en ti? —Apartó mi brazo de sus hombros de un empujón—. Tú, arrogante, pedazo de mierda, idiota. ¡Esas mujeres estaban peleando por ti! — susurró. Mierda. —De acuerdo, primero, ellas estaban peleando porque una le dio una bofetada a la otra. —No necesitaba saber que ambas eran mis clientas—. En segundo lugar, admito la arrogancia, tal vez incluso la parte de idiota. Pero pedazo de mierda es un poco extremo, ¿no crees? No fui quien estaba jalando cabello o golpeando a la perra. —¡Sólo te quedaste allí parado! Maldita sea, era sensual cuando se enojaba. La esquina de mi boca se inclinó hacia arriba. —Tienes que admitirlo, fue divertido.
La madurita de los cuatro mil se acercó Cristo, me había olvidado de ella.
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—No, no lo fue.
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Su rostro se retorció.
Su cabello enderezado, su vestido colocado de nuevo, y la mirada asesina en su rostro era la única pista de que estaba a punto de dar rienda suelta. —Eres un bastardo mentiroso. —Prácticamente me escupió. Plan de contingencia B, distracción. Sonreí, abracé a Olivia y usé la primera distracción de mierda que se me vino a la cabeza. —¿Ya conociste a mi novia, Olivia? La madurita se puso de color rojo remolacha. Olivia se puso rígida. —Señora Pendleton, lamento lo que pa... Oh mierda, no. No iba a disculparse con la madurita. —No tienes ninguna razón de sentirte apenada, Olivia. No fuiste quien lanzó patadas y jaló del cabello. —Apreté el hombro de Olivia y le di una mirada de advertencia a la madurita. La mirada de la madurita giró hacia Olivia. —Niña estúpida —escupió—.‖¿Sabes…? No dejé que terminara esa frase. De ninguna maldita manera conseguiría lanzar insultos después que rodó por el piso. Por no mencionar, que sabía exactamente adónde iba con eso. Le diría a Olivia quién y qué era yo, más rápido de lo que podía hacer que una mujer gimiera. No me avergonzaba de lo que hacía, pero por primera vez en tres años, me hubiera gustado ser un banquero idiota con un mal traje. —Hemos terminado aquí. —Tomé el whisky que dejó el barman. Las manos de Olivia se levantaron en súplica. —Señora Pendleton, siento mucho el incidente. Por favor, déjeme compensarle. Voy a reemplazar su vestido o lo que pueda hacer. Sabe que soy buena en eso. He trabajado para usted durante años, sabe que me encargaré de ello. ¿Trabajaba para la madurita? La madurita se enfureció.
—Le dijiste a mi jefa que estaba saliendo contigo —gruñó—. Después que se peleó por ti.
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Me escapé con Olivia hacia la pared más alejada del bar y me detuve frente a una pintura de mierda.
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—Esta organización benéfica nunca...
—Ella no se estaba peleando por mí. —Incliné el vaso de whisky a sus labios—. Bebe. Ella no tenía elección si no quería hacer otra escena. Tomó un sorbo, pero luego se echó hacia atrás y tosió, su rostro se retorció mientras el alcohol se deslizaba por su garganta. —Eso es whisky de mierda. Luché con una sonrisa e hice un gesto a la pintura que estaba frente a nosotros. —¿Qué tal este paisaje? —Puedes dejar de actuar. Sé que no vas a comprar nada. —Me apartó el brazo y medio se volvió, pero luego maldijo en voz baja—. Mierda. Ahora está hablando con dos de mis compradores. Eché un vistazo por encima de mi hombro y la madurita no sólo hablaba, sino que estaba mirando y señalando a Olivia. La oportunidad era algo hermoso. —Haz que esto se vea bien, dulzura. —Me incliné antes de que Olivia pudiera protestar, y pasé los labios por su oreja mientras susurraba—. Sonríe. Muéstrales a todos que te importa una mierda ella o la pelea de gatas. —Le besé la mejilla, demorándome más tiempo de lo que debía, porque no sólo olía bien, su olor era embriagador como el infierno. No como perfume caro sino como pureza... y desafío. Enseñó los dientes. —Le mentiste. —¿Se supone que esa es una sonrisa? —Me reí entre dientes—. Vamos, puedes hacer algo mejor que eso. —La jalé más cerca—. ¿Dónde está la dulce inocencia que tenías para Bob el Constructor? Sus ojos se apretaron, su desprecio aumentó un poco más. —Su nombre es Jesse y no he terminado de hablar de esa artimaña que acabas de hacer con mi jefa.
—No está desquiciada. Es rica. —Sus manos fueron a sus caderas y dijo rica como si fuera un crimen.
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—¿Seguro que deberías estar trabajando para alguien así? —Miré por encima de mi hombro para hacer efecto y luego hice una mueca—. Parece un poco desquiciada.
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Le di vuelta a la tortilla con ella.
Mi mirada se demoró en las curvas exuberantes que sus manos estaban tocando y me lamí los labios. —¿Así que tener dinero hace que esté bien pelear en una recaudación de fondos? —Discutir con ella era lo más divertido que había hecho en meses. —No,‖pero… Me incliné hacia ella y bajé la voz. —No hay peros, hermosa. —Maldición, olía increíble—. Y no hay excusas. Todos tenemos que seguir las reglas alguna vez. —Me demoré un segundo más para ver si se alejaba. No lo hizo. Me enderecé, poniendo distancia suficiente entre nosotros para que se diera cuenta. —Entonces, ¿qué pintura te gusta? —Las mujeres siempre querían lo que pensaban que no podían tener. Miró sospechosamente el medio metro que puse entre ambos y luego miró la pintura. Cuando habló, su voz era más tranquila, pero todavía tenía algo de provocación. —No tengo una favorita. Lento, calculado, la mitad de mi boca se inclinó hacia arriba. —Es una lástima. —Esperé hasta que ella me miró—. Esperaba que me dijeras cuál te excitaba. Durante medio segundo, no reaccionó. Luego cruzó los brazos, sus tetas juntas y el millón de fantasías que estaba imaginando se pusieron en marcha. Sus claros ojos azules me contemplaron. —¿Alguna vez dejas de coquetear? Dejé caer mi media sonrisa. —No contigo. Me miró fijamente. Sin palabras, sin pretensiones, simplemente se quedó mirando.
Ignoró mi pregunta.
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—¿Quieres saber mi parte favorita de la noche hasta ahora?
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Mi ritmo cardíaco se aceleró y luché para no tomarla en mis brazos. Lo único que quería hacer era tocarla, en cualquier parte que me dejara.
—Sabes que estás perdiendo el tiempo, ¿verdad? Me moví unos centímetros más cerca. —No eres una pérdida de tiempo, preciosa. —¿Cómo lo sabes? —No retrocedió—. Ni siquiera me conoces. —Su cabeza cayó ligeramente. No estaba protestando. No me estaba alejando. Tenía curiosidad y vi mi entrada. Le di la bebida a un camarero que pasaba y bajé la voz. —Ahora mismo. —¿Disculpa? —Esto. —Arrastré mi mirada a través de sus labios y luego miré sus profundos ojos azules—. Esta es mi parte favorita de la noche. —Estaba tan cerca, que podía sentir su aliento sobre mí. —Habría pensado que fue la pelea de gatas... —Sus palabras murieron en sus labios mientras levantaba la mirada y se encontraba con la mía. Me arriesgué. —Beso mejor que tu novio. Su expresión no cambió, pero respiró hondo. —No es mi novio y yo no estoy... Mierda, gracias. —¿Interesada? —Deslicé una mano por su brazo, apenas tocándola. Justo como sabía que lo haría, la carne de gallina estalló a través de su suave piel—. ¿Estás segura de eso? Porque sé cómo besar. —Y follar—. ¿Y el chico amante? No hizo nada malditamente bien porque no tenía una táctica. —Tomé su mano y la puse alrededor de mi cuello mientras la llevaba tres pasos atrás y dando vuelta una esquina por privacidad.
Mi mano apretó el agarre en su rostro, mis dedos se clavaron en su culo y la besé, al estilo de Alex Vega.
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—Mostrándote cómo te hubiera abrazado. —Acuné su rostro—. Decirte lo hermosa que eres. —Le sostuve la mirada por un latido del corazón—. Impresionante en realidad. —Pasé mis dedos por su espalda—. Te habría acercado y te habría hecho saber que quería más. —La tomé por la cadera y la empujé contra mi casi erección—. Luego te habría besado —hice una pausa antes de dejar caer el anzuelo—, como si fuera en serio.
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—¿Q-qué estás haciendo? —Miró a su alrededor nerviosamente.
Introduje mi lengua en su boca sorprendida y le di algo que nunca había tenido. Algo que me dejó una cuenta bancaria de siete cifras y un estilo de vida que no cambiaría por nada. Le di la experiencia y el control por el que las mujeres pagaban miles. Yo me entregué. Entonces se fue al demonio. El whisky, la pureza y la maldita dulce inocencia se alzaron y me golpearon en el estómago. El aire salió de mis pulmones, mi cerebro falló y surgí como una marea. Al igual que esa maldita herramienta de Bob el Constructor, agarré su rostro con ambas manos. Pero la similitud se detuvo allí. Yo no era tímido. Dominé su dulce boca y exigí su lengua a cambio. Barrí su calor y gemí por pura maldita necesidad. Mi polla latió y la besé más fuerte. Pequeñas manos se curvaron en el cuello de mi camisa mientras se ponía de puntillas y me devolvía el beso. Me devolvió el beso. Meneé mis caderas como si hubiera ganado la maldita lotería y gimió en mi boca. Cada onza de fuego que repartía en actitud se transformó en zorra sexual y cliente o no, quería follarla ahora y allí mismo. Mordí su labio inferior y hablé sobre su boca. —Así es, dulzura. Muéstrame lo bien que te hago sentir.
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—No eres —jadeó—, un buen besador. —Sus manos aterrizaron en mi pecho y me empujó.
e temblaban las piernas, mi tanga estaba empapado y mis pezones estaban duros. Respiré profundamente. Luego otra vez. No era un buen besador, era un besador asombroso. Pero odiaba a los tipos como él. Aunque, ese maldito beso. Jesse no besaba así. Ni siquiera se acercaba a besar así. Y no me importaba lo que dijo el imbécil, mi jefa estaba peleando por él. Y santa mierda, ¿el equipo que tenía debajo del cinturón? Si aquello era la mitad de lo que pensaba que era, oh Dios mío. Pero, aun así. ¿Qué diablos estaba haciendo dejando que me besara así? Me agarró la barbilla como si tuviera derecho y pasó su pulgar por mi labio inferior. —Eres sexy cuando mientes. Sus estúpidas palabras me dieron un poco de sentido. —¿Estas líneas de mierda funcionan en tus amigas maduritas? Habría pensado que con la edad viene la sabiduría. ¿Pero qué sé yo? Sólo tengo veinticuatro años, a diferencia de tu última conquista. —No podía creer que le había regresado el beso. Me aparté y entré en el espacio principal. Sentí su calor corporal un segundo antes que su aliento me tocara la oreja.
—¿De qué? ¿De una enfermedad? —Desde el otro lado de la habitación, mi jefa me miró, pero no se burló. De hecho, parecía satisfecha. Realmente satisfecha.
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Giré con la intención de decirle que se fuera a la mierda. Pero cuando me ofreció su sonrisa sexy como el infierno y vislumbré esos ojos, los ojos en los que podía perderme durante días, la dureza de mi voz desapareció.
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—¿Celosa?
El señor Perfecto Besador acarició suavemente un lado de mi rostro como si significara algo para él. —No es la edad media, dulzura. Un poco de diversión no significa que vas a atrapar algo. Oh, había un montón que podía atrapar de él, nada bueno. Golpeé su mano. —¿Estás pujando por algo o sólo has venido a ser el trofeo de alguna vieja señora rica? —¿Estás admitiendo que soy un trofeo? —Sus ojos brillaron con malicia. Estaba segura que era mucho más que un trofeo. Sabía que mi jefa tenía una inclinación por los chicos jóvenes. Había habido una serie de ellos en los dos años que había estado paseando a sus perros y de voluntaria en la perrera que poseía, a través de sus innumerables propiedades inmobiliarias. Ni siquiera se molestaba en ocultar su infidelidad a su marido, no porque su agudeza mental fuera tan aguda como antes de la demencia, al menos aún. Odiaba a mi jefa. No respetaba a nadie, ni siquiera a sus perros, que trataba como accesorios, pero necesitaba estar en buena gracia con ella. Era la única que estaba dispuesta a alquilarme el espacio de la perrera para poner en marcha mi caridad. Sacudí la cabeza. —Sólo vete. Se inclinó más cerca y su olor limpio y peligroso me rodeó. —Págame y lo haré. —¿Estás hablando en serio? Mierda. No te voy a pagar. Tienes suerte de que no llame a la policía. —¿Por qué? —Sonrió como si supiera que me tenía, porque lo hizo.
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—No va a funcionar. Ya pagué mis cuotas. —Me hizo un saludo formal—. Ocho años, dulzura.
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—Asalto sexual, ser un idiota, beber y conducir, escoge uno. No me importa lo bien que luces con tu costoso traje, no vas a sacarme cinco mil. Esto es un evento para recaudar, no un libre para todo. —Cuanto más pensaba en ello, más enojada me ponía. Había usado totalmente la pelea de gatas a su favor—. De hecho, ¿por qué no haces, por una vez, algo por alguien más y compras una maldita pintura que apoya las necesidades de los veteranos que realmente sirvieron a nuestro país? —Miré su ridículamente bien definido pecho que estaba estirando su camisa perfectamente prensada en todos los lugares correctos—. Parece que te lo puedes permitir. —Estaba sobre él y su maldita sonrisa sexy.
Había escuchado su Semper Fi, todo el mundo lo había oído, pero pensé que estaba bromeando. Era gallito y arrogante y mierda... sus hombros estaban en posición de desfile. Maldición. Debí haberlo visto. —Marines. —No tuve que preguntar. Era como mi hermano solía ser... antes de su último despliegue. —Y yo que pensé que estarías impresionada. —Puso su mano sobre su corazón como si estuviera herido. Fruncí el ceño. Las ofertas estaban cerrando y necesitaba irme. —No tengo tiempo que perder en ti. —Me giré y me cogió del brazo. —¿Para qué es exactamente la caridad? —Canine Watch. Levantó una atractiva ceja y esperó. Suspiré. —Canine Watch es una organización benéfica que entrenará y proporcionará perros de servicio de TEPT4 a los veteranos, sin costo alguno. —Había dicho el nombre y la explicación tantas veces durante el año pasado, que había perdido la cuenta, pero nunca dejaba de ser hiriente cada vez que las palabras salían de mi boca, sabiendo que mi hermano se había ido. El señor Perfecto Besador tenía la decencia de verse impresionado. —¿En serio? Observé su apariencia perfecta. Su ropa, su reloj, su abdominales de gimnasio, goteaba dinero y compostura. Ni siquiera mis manos sobre él habían dejado un cabello fuera de lugar, ¿pero yo? Probablemente parecía que había caminado por un pantano. Y mi estúpido cuerpo seguía zumbando como si necesitara más de lo que este jugador estaba vendiendo. —No bromeo sobre mi caridad. —Así que es tu caridad. —Es lo que dije. Ahora, si me sueltas el brazo, necesito terminar las ofertas. — Y asegurarme de que cada pieza sea vendida. Y alejarme de él. Inclinó su barbilla hacia el cuadro que él pensaba que era un paisaje.
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Trastorno de Estrés Post Traumático.
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—Treinta y cinco mil. —Al menos esa era la puja, la última vez que revisé.
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—¿Cuánto por éste?
Se volvió hacia la pintura sin soltarme. —¿Crees que lo vale? —Eso no es lo que vale. Es la oferta más alta. Si lo quieres, necesitas pujar treinta y seis mil. Pareció reflexionar un momento. —Te diré qué. Saldrás conmigo y me olvidaré de los cinco mil que me debes y pujaré cuarenta por la pintura. —Ya te dije que no te debo nada y no voy a salir contigo. —¿Era en serio que iba a pagar cuarenta sólo para que saliera con él? Tiró su sonrisa de un millón de dólares. —Es la oportunidad de toda una vida, dulzura. Increíble. —Eres todo un personaje, ¿sabes? Su mano se deslizó por su camisa y sobre sus duros abdominales. —Me lo han dicho. Tiré de mi brazo y me alejé antes de hacer algo estúpido, como estar de acuerdo en salir con él. Di exactamente tres pasos cuando Franklin me detuvo. —Amigo. —El pánico se escapaba de sus poros—. Tienes que anclarlo. Está como, cayendo. —Su cabeza comenzó a pendular—. No puedo... —Se pasó las manos por el cabello—. No puedo venderlo así. No puedo vender ninguno de ellos. No, no, no, amigo. No puedo exponer. —Alcanzó la pieza de agua del inodoro como si fuera a agarrarla y correr. —Franklin —le advertí—. Tomas eso y no vas a tener algo feliz para poner en tu bolsillo. —Miré el bolsillo de su pantalón—. ¿Me entiendes? Sus hombros cayeron y bajó la cabeza. —Amiiigo. —No soy un hombre, Franklin. Hemos pasado por esto. —No me importaba quién estuviera viendo. Esa pintura se había vendido por la oferta más alta y no iba a permitir que se la llevara.
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—Necesito mi feliz. No puedo pintar sin mi feliz. —Bajó su mirada a sus zapatos—. ¿Pero Cecile? Ella es infeliz.
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Suspiró y me miró, pero sus ojos no estaban enfocados.
El señor Perfecto Besador se acercó a mí y podía jurar que estaba conteniendo una sonrisa. —¿Quién es Cecile? Franklin asintió hacia el cuadro y suspiró. Señalé la pieza de agua del inodoro. —El título es Por Debajo. Franklin me miró como si yo fuera la que estaba loca. —Bueno, sí. ¿En quién crees que me hundí? El señor Perfecto Besador ahogó una risa. —¿Te hundiste en una mujer y pintaste un cuadro marrón? Franklin dirigió se mirada hacia él como si lo notara por primera vez. —¿Has visto a Cecile? Ella es como... —Articuló whoa e hizo un movimiento con sus manos—. Sucia —susurró. Oh Dios mío. El señor Perfecto Besador sonrió. —Habla sucio, ¿eh? ¿Es sexy? Franklin empezó a asentir de nuevo. —Ohhh hombre, la única palabra que sale de su boca es mierda. Pero no dice mierda, dice, “mierrrrdaaa.” —Echó la cabeza hacia atrás y gimió la palabra como si se viniera. Un silencio cayó sobre la habitación, y abruptamente levantó la cabeza y golpeó sus manos dramáticamente—. Y luego te golpea. —Amigo. —El señor Perfecto Besador sacudió la cabeza con desaprobación. —Lo sé, ¿verdad? Es duro, hombre. Estoy como, todo golpeado y mierda. — Franklin me miró—. Necesito mi feliz. ¿Y Cecile? No está contenta. El señor Perfecto Besador inclinó la barbilla hacia los dos cajones de agua que había debajo de la pintura, los que había acarreado y tirado sobre un mantel. —¿Qué hay con eso? Franklin me miró acusadoramente. —Te dije que deberían ser sacos de arena.
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—¿Sacos de arena?
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El Sr. Perfecto Besador tosió por una risa.
—Cállate —siseé—. Franklin, esa es tu ancla. Esa es el ancla aprobada por el inspector del código. —Remarqué cada palabra. Se rascó la cabeza. —Es como, ¿oficial? Me mordí la lengua. —No hay nada más oficial. Franklin inhaló profundamente. —Cecile me hace daño. El señor Perfecto Besador le dio una palmada en la espalda. —Necesitas una nueva novia, hombre. Franklin lo miró como a un niño. —¿Tú crees? —Lo sé. —Ella hace que mi polla duela —confesó Franklin. —Todas las buenas lo hacen. —El Sr. Perfecto Besador no perdió el tiempo, ya que se mostró complacido con el extraño comentario de Franklin como si fuera normal como el infierno y como si una habitación llena de gente no estuviera mirando—. No las llaman jodidas por nada. —Acompañó a Franklin hacia el bar—. Vamos, necesitas un trago. —Me miró por encima del hombro y guiñó un ojo—. ¿Vienes, dulzura? —Sí —mentí—. Ahí estaré. —¿Olivia? Me volví, y el abastecedor que había contratado mantuvo educadamente sus ojos fuera del espectáculo que era Franklin y el señor Perfecto Besador. —Casi estoy terminando. ¿Necesitas algo más? El bar está recién abastecido. Deberías estar bien, aunque los invitados se queden tarde. —Gracias, Mandy. Déjame buscar tu cheque.
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Sonrió casi nerviosamente y me desvié hacia la parte trasera del apartamento. Con mi cabeza girando, corrí hacia una de las habitaciones traseras a la que Jesse le había puesto cerradura para mí. Me saqué la llave de mi sujetador y la usé para entrar.
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—Claro, tomate tu tiempo. Tengo algunas cosas por terminar. Estaré en el área de atrás.
No quería pensar en Jesse en este momento. Y, sobre todo, no quería pensar en su beso en comparación con... mierda. Ni siquiera sabía el nombre de Sr. Perfecto Besador. Era oficial. Yo era una puta. Cogí el cheque, cerré la puerta detrás de mí y encontré al abastecedor para pagarle. Mientras regresaba, una risa rica y profunda sonó a través del espacio y mi piel hormigueó. —De ninguna manera, amigo. —El rostro de Franklin se arrugó con una amplia sonrisa, con los ojos realmente enfocados, y parecía casi normal cuando estaba junto al señor Perfecto Besador en un círculo de cinco mujeres. —¿Mentiría acerca de algo así? —El señor Perfecto Besador inclinó su bebida hacia Franklin. —Totalmente no, amigo. —Asintió con entusiasmo—. De ninguna manera. Una rubia alta estaba pegada al brazo del Sr. Perfecto Besador. —Cuéntanos otra historia. —Sus labios haciendo un mohín, estaban a centímetros de su cuello. La señora Pendleton chasqueó sus dedos a la rubia. —Vámonos. La rubia puso los ojos en blanco, pero ella y el resto de las chicas siguieron a mi jefa como patitos. La ansiedad me subió por la columna vertebral y miré a mi alrededor. Había estado tan concentrada en el señor Perfecto Besador y la chica pegada a él, que no me había dado cuenta inmediatamente de que la multitud había disminuido, como seriamente disminuido. La señora Pendleton pasó junto a mí y se burló. —En caso de que no lo supieras, estás despedida. Las puertas del ascensor se cerraron tras ella y su séquito. Un frío temor me golpeó el estómago mientras buscaba mi teléfono. Con manos temblorosas, abrí la aplicación.
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Cada oferta había desaparecido.
l artista con olor a hierba y a sexo de dos días exhaló. —Amigo. La chica de la caridad no luce muy bien. Miré fijamente a Olivia mientras seguía de pie. La asalta cunas y su séquito fueron hacia el ascensor y, dirigiéndole una última mirada de perra a Olivia, las puertas se cerraron. Olivia sacó el teléfono de su sujetador y sus dedos se apresuraron sobre la pantalla. Luego dejó caer los brazos y su teléfono se deslizó de sus manos. —Amiiiiigo. —El artista colocó su bebida en el bar—. Conozco esa expresión. La mierda está a punto de ponerse pesada. Olivia se movió antes de que la última palabra saliera de su boca. Dejando el teléfono en el piso, caminó hasta la maldita pintura con las cajas de agua debajo y la arrancó de la pared. Estaba abriendo la puerta corrediza del balcón antes de que el artista reaccionara. —¡Vaya, amiga, vaya! Olivia lanzó la pintura por la barandilla. —¡Cecile!
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—Puedes retirarte, no te pagarán el tiempo extra. —Levantó la botella de whisky y apartó al idiota boquiabierto con solo una mirada—. Ahora.
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Sin romper el paso, Olivia estuvo detrás de la barra empujando al barman fuera del camino.
Recogió las propinas y tanto él como el artista se detuvieron para esperar el ascensor, excepto que el camarero no estaba murmurando para sí mismo mientras se tiraba de los cabellos. Los últimos que quedaban les siguieron y un segundo más tarde, el ascensor partió lleno y nos quedamos solos. Me apoyé en el bar mientras Olivia bebía directo de la botella. —¿Quieres hablar al respecto? Me ignoró y tomó otro trago enorme. —Estoy completamente de acuerdo con que consigas encenderte, dulzura, pero no soy fanático de hacer de niñero. ¿Tienes un plan para todo ese alcohol? Aspiró entre dientes. —Vete a la mierda. —Solo dime cuándo. —Sonreí, pero no se dio cuenta. Volvió a beber. Debería haberla dejado tranquila, pero ese maldito beso estaba impreso en mi cerebro y mi polla quería saber de qué se trataba todo el asunto. —Arrojaste mi pintura favorita. Ninguna reacción. —A mí me gustaba la pequeña Cecile, aunque fuera sádica. Olivia me miró mientras levantaba la botella a sus labios y tomaba un trago enorme. Una chica ebria no era divertida. —No mentiré. —Retiré la botella de su mano—. No le entro a eso de la dominación femenina, juego de roles sub-amo. Si las miradas mataran, la suya me habría rebanado dos veces y luego me hubiese escupido fuego. Me encogí de hombros. —Pero bueno, si te hiciera hablar conmigo, jugaría —mentí. No hacía esa mierda. Nunca. —Dame. Esa. Botella.
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—No era lo que pretendía cuando quería que habláramos. —Llevándome la botella conmigo, fui a recuperar su teléfono, pero pasé por alto las otras veinte botellas en el bar. Cuando me volví hacia ella, tenía el vodka.
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Cristo, era sexy cuando estaba enojada.
Le sacó el tapón y lo tiró al otro lado de la barra antes de tomar un largo trago. El ataque de tos que le siguió me impulsó a la acción. —Oye, oye, oye, brazos arriba. —Tomé la botella y la coloqué en su sitio, luego rodeé sus muñecas y levanté sus brazos por encima de su cabeza—. Respira, nena, inhala por la nariz. Trató de liberarse. —No‖soy…‖—tosió—, tu nena. Jesús, ella era pequeña. —Eso podemos remediarlo más tarde, pero ahora mismo, toma un respiro. Tosió una vez más. —Tú. Lo arruinaste. Con los brazos sobre su cabeza, su cabello oscuro cayendo de su moño y los ojos azules brillando con lágrimas, era impresionante, totalmente, jodidamente impresionante. Y me enojaba como el infierno por alguna razón. —Compruébalo, dulzura. No fui yo quien lanzó los beneficios por el balcón. Se soltó y volvió a sujetar el vodka. Momentáneamente desprevenido, no registré su lanzamiento hasta que fue demasiado tarde para hacer nada excepto agacharme. La botella pasó sobre mi cabeza y se estrelló contra la pared detrás de mí. Un fragmento de vidrio explotó a través del silencio y resonó con fuerza. —¡Oye! Otra botella voló en mi dirección. Joder. La sujeté mientras buscaba una tercera botella. Mis brazos la rodearon por detrás, y la levanté de sus pies, dominándola fácilmente. —Cálmate —dije. —¡No! —Me dio una patada en la espinilla. Mierda.
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—Patéame de nuevo —le advertí—, y te arrepentirás.
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Mi brazo golpeó la parte de atrás de sus rodillas y levanté sus piernas mientras la cargaba. Con un rápido movimiento, apoyé su trasero en la barra, me metí entre sus piernas y sujeté sus muñecas.
—¡Déjame ir! —Arqueó su espalda violentamente y trató de darme la espalda. La empujé sobre la barra, cubriendo su pecho con el mío y ubiqué mi rostro frente al suyo. —Cálmate. —¡Eres un imbécil! La besé. Jadeó y mi lengua se hundió en su boca enojada y caliente. Acaricié su fuego una vez, dos veces... Su lengua me acarició en respuesta. Le solté las muñecas y sus pequeñas manos me sujetaron el cabello con la fuerza de un tornado. Fuertes piernas se envolvían alrededor de mis caderas, sus muslos anclados a mi cintura, y se sumergió en el beso. Los dientes crujían, las caderas empujaban, se arqueaban hacia atrás, un huracán no podría tocarla. Gruñí mientras apretaba la parte de atrás de su rodilla y empujaba su pierna. Girando mis caderas, la follé en seco hasta la mierda mientras mi polla crecía entre sus piernas. Sujeté su mandíbula y hablé contra su boca. —Pídeme que te folle. Sus brazos se apretaron alrededor de mi cuello y me mordió el labio inferior. —Fóllame —jadeó. Empujé mi lengua en su boca mientras le quitaba el vestido. Rompí el beso solo el tiempo suficiente para retirar la tela por encima de su cabeza y arrastré su tanga roja por sus sensuales piernas. Al darle apenas un vistazo a su coño desnudo ya brillando de deseo, pensé que estaba en el maldito cielo hasta que vi sus tetas. Exuberantes y tan malditamente reales, gemí. —Dulce Jesús. —Jalé su sujetador justo lo suficiente como para exponer lo que quería y entonces succioné su duro pezón entre mis dientes.
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Me había follado a muchas mujeres, pero en ese momento, ninguna de ellas se destacaba. Nunca me apegaba. ¿Pero esta mujer? ¿Todo ese fuego y mala actitud, con un atractivo sujetador de encaje rojo sobre ese maldito pecho perfecto? Maldición. Ya estaba grabada en mi memoria como si me hubiera marcado.
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—Ahhh. —Su espalda se arqueó y sus ojos se cerraron.
—Eres jodidamente hermosa, dulzura. —Había estado llamándola dulzura burlándome de su actitud, pero la broma era para mí. No había nada en su cuerpo sexy que no fuera tan dulce como el pecado. Ella luchó con mi cinturón. —Quítate los pantalones. Saqué un condón del bolsillo. No pensé en el hecho de que no era una clienta, o en que sería la primera mujer con la que follaría en tres años sin que me pagara por hacerlo. No pensé en ninguna mierda excepto en meterme dentro de ella. En un movimiento tan practicado que podría escribir un libro al respecto, desabroché mis pantalones y saqué mi polla. Acariciándome con una mano, puse la esquina de la lámina entre mis dientes y abrí el Magnum. Envainado en segundos, sujeté la parte de atrás de sus rodillas y llevé sus muslos alrededor de mi cintura. Entonces hice lo que quería hacer desde que la vi por primera vez. Le desabroché el clip en el cabello. Ondas de ricos tonos castaños cayeron alrededor de sus pálidos hombros y el aroma a jazmín y a mujer me golpeó en el pecho. Inhalando, alcancé el espacio entre sus piernas. Jesús. Mis dedos se hundieron en un calor apretado y húmedo y gemí. Acariciando sus pliegues, froté mi pulgar sobre su clítoris y se sacudió contra mi toque. Era tan jodidamente ardiente, que las mentiras y los cumplidos de mierda no se formaban en mi lengua. No estaba calculando cada movimiento para conseguir un efecto. No estaba coreografiando cada toque. No la arrastraría al borde solo para retroceder y pedirle más dinero. Ni siquiera estaba pensando en alguien más sexy para poder mantenerme excitado. Estaba sosteniendo el eje de mi polla y deslizando su cabeza a través de su deseo, preguntándome cuán malditamente apretada se sentiría a mi alrededor. —¿Estás lista para mí, dulzura? Abrió más sus piernas. —Deja de hablar.
Mierda.
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Su espalda se arqueó, su boca se abrió en un silencioso jadeo y empuñó mi traje a medida mientras mi polla se hundía en el coño más apretado en el que jamás había estado. La niebla en sus ojos desapareció en un nanosegundo y las lágrimas brotaron.
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Empujé profundamente.
Sujeté un lado de su rostro y me detuve, obligándome a no retroceder ni a empujar aún más profundo. —Shh, nena, está bien. —Algo que estaba demasiado cerca de la emoción se instaló en mi pecho y maldición, no quería hacerle daño—. Dale un minuto. Te ajustarás. Sus músculos se apretaron alrededor de mí mientras su voz sexy y sin aliento se filtraba en mi cabeza. —¿Cuál es tu nombre? Elevé una comisura de mi boca. —Alex. Sus caderas se relajaron, pero sus talones se metieron en mi trasero. Entonces, de repente, tiró de mi chaqueta y aprovechó el apalancamiento de su agarre para levantarse contra mí. Mi polla se introdujo hasta el fondo mientras sus labios rozaban mi oreja. —Te odio, Alex. Me congelé. Por medio segundo. Entonces, mis fosas nasales ardieron y sujeté un puñado de su cabello. Con fuerza. —¿Crees que ahora dejaré que te vengas? —Vete a la mierda —siseó, rechinando contra mí. Tiré y su cabeza cayó hacia atrás. Mis dientes se arrastraron por su garganta, pero mi polla seguía follándola. No sabía qué diablos acababa de pasar, y no me importaba. ¿Quería jugar? —Oh —le advertí—. Voy a follarte. —Le mordí la oreja—. Y lo haré duro y rápido. —Estaba a punto de ver exactamente lo jodido que esto podría llegar a ser. Con su coño ya palpitando sobre mí, gimió.
Forcé una risita, la saqué de la barra y la hice girar.
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—No me puedes hacer mierda.
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—Te voy a mostrar cada centímetro de lo que puedo hacer por ti. —Saqué mi polla lentamente y le besé el cuello como si no estuviera enojado como el infierno. Trató de atraerme, pero ahora tenía el control. Mi mano en su pecho, mis dientes mordisqueando su duro pezón, pero no dándole la suficiente presión como para que valiera la pena, la retuve.
—No puedes empezar a imaginar lo que puedo hacer contigo. —Le pateé las piernas y luego retrocedí. Maldita sea, su trasero era perfecto—. Pon tus manos en la barra. —Calculado, controlado, bajé mi voz—. O vete. No vaciló. Sus manos sujetaron el borde y elevó su trasero. —Puedes irte a la mierda. —Lo haré. —La sujeté por la cintura con una mano y metí dos dedos en su interior con la otra—. Después de follarte. —Bien. —Intentó y no pudo reprimir un gemido. La trabajé exactamente donde sabía que lo necesitaba y me incliné hacia su oído. —¿Odias esto? —Su deseo goteó en mi mano. —Sí —jadeó. —Apenas estoy empezando. —Abrí bruscamente mi mano, ajusté mi polla, luego empujé hasta el fondo. Mi cabeza cayó hacia atrás, el aire salió de mis pulmones y por un maldito latido del corazón, perdí la cabeza. Su pequeño coño apretado se contrajo y lo único en lo que pude pensar fue en que sería un maldito sueño sentirla venir a mi alrededor. Pero ella me odiaba. Nadie me odiaba. Las mujeres me amaban. Pagaban miles de dólares por conseguir lo que esta pequeña perra estaba recibiendo gratis. Empalada, su cuerpo colgado de mi polla, estaba bombeándome como la mierda antes de que siquiera tuviera la oportunidad de trabajar con frenesí. Me dije que no era diferente a las decenas de mujeres que ya había follado, pero en el fondo sabía que eso era una mierda. Pasé los dedos por las suaves ondas de su cabello y lo envolví alrededor de mi mano. Arrastrando mi boca por su columna vertebral y por encima de su hombro, trabajé mis caderas. Lento y comedido me hundí profundamente y usé mis dientes justo donde su cuello se encontraba con su clavícula. Ignorando la completa y total jodida mental que esta mujer me estaba dando, le susurré al oído: —Voy a cabalgarte.
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Empujé fuerte, una vez, dos veces, luego hice lo que nunca hago. La follé para mí. La sostuve y la golpeé con todo lo que tenía. Estaba tan apretada y húmeda,
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Pero no iba a dejar que se viniera. De ninguna manera.
que su coño no encajaba en mi polla como un guante, sino que era su maldito dueño. Mis bolas se apretaron, mis músculos se tensaron y el primer pulso de mi orgasmo disparó contra el condón. Entonces su coño se apretó alrededor de mí, con fuerza. Maldición. El segundo pulso me golpeó y ciegamente retiré mi mano. El sonido de mi palma conectando con su culo me acabó. Salí de su interior antes de que ella llegara demasiado lejos. —¿Qué? —Frenéticamente se estiró por detrás—. No. Me quité el condón y lo amarré. Estuvo en mi bolsillo y mis pantalones estuvieron cerrados en dos segundos. —¡Eres un maldito imbécil! —Me miró por encima del hombro—. ¡No he acabado! Le di una sonrisa que decía que no me importaba una mierda. —Yo sí. Con una mano sosteniendo el borde de la barra para apoyarse, buscó la botella más cercana, se la llevó a los labios y tomó tres tragos. Ligeramente menos enojado después de tirar mi carga, la miré por lo que era. Una chica sexy para follar, en tacones y sujetador de encaje recibiendo mierda. Toqué las llaves. —No conducirás. Vístete. Te llevaré a casa. Se volvió hacia mí y tropezó.
—Gracias a Dios. —Las puertas del ascensor se abrieron, entró y un segundo después se fue.
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—No estábamos en la cama, dulzura. —Acentué la expresión cariñosa a pesar de que sabía que mostrar emoción era un maldito movimiento de principiante.
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—Tienes razón, no conduciré. —Colocó la botella en la barra, tomó su vestido del piso y lo pasó por encima de su cabeza. Luego se inclinó hacia delante y entornó sus hermosos ojos hacia mí—. Porque ya no tengo auto. Lo vendí para pagar esta fiesta. —Cuadrando sus hombros, me mostró el dedo del medio y se tambaleó hasta el ascensor. Presionando repetidamente el botón de llamada, lanzó un último insulto sobre su hombro—. Y no quiero que me lleve a casa un imbécil que apesta en la cama.
Mierda, estaba perdiendo mi toque. Me pasé una mano por el cabello y noté su teléfono en el bar. Lo tomé y la pantalla ni siquiera tenía un código de bloqueo. Un toque y vi la aplicación. Todas las pinturas de la demostración estaban listadas con una oferta mínima de apertura y un precio de compra inmediata. Ni una sola de las pinturas se había vendido. Miré alrededor de la improvisada galería y el entendimiento me golpeó directo en las entrañas —Maldita sea, joder.
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Compré cada una de las pinturas.
exo por venganza. Eso era todo. Venganza. O sexo por rabia. Las dos. Porque a la mierda mi jefa y su novio menor que ella y su estúpida pelea de gatas y mi despido, y a la mierda la perrera y, ohDiosmío, a la mierda estos estúpidos, estúpidos tacones. Los pateé quitándolos. Quería dejarlos en la maldita acera, pero en alguna parte de mi cerebro lleno de licor razoné que podía venderlas en consignación. Consignación. Completamente en bancarrota y ebria, haciendo la caminata de la vergüenza sin ropa interior porque había follado al tipo más sexy en el que alguna vez había puesto mis ojos, y estaba pensando en qué tanto podría conseguir por mis zapatos. A la mierda mi vida. Y a la mierda Alex. Lo odiaba. Lo odiaba. ¿Y había dejado que me follara? ¿Le había rogado que lo hiciera? ¿Porque mi vida no se había cagado lo suficiente, necesitaba sabotear hasta la última parte para asegurarme que estaba bien y jodida? ¿Qué demonios me pasaba? ¿Era así como manejaba un beso de Jesse? ¿Desperdiciando todo mi futuro y acostándome con otro tipo? Oh Dios mío.
Resoplé.
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Y el estúpido pavimento todavía estaba caliente bajo mis pies a las diez de la noche. Sería mejor que lo disfrutara porque en unas semanas cuando la renta se venciera, estaría mudándome al norte para vivir con mi madre. Tal vez debería simplemente preguntarle a Jesse si podía ir a Ocala y acostarme también con él.
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Ni siquiera podía pensar con claridad.
Jesse. Quien tenía una novia, pero me besó, pero se suponía que era mi mejor amigo, Jesse. Abrí la puerta del viejo edificio de apartamentos art-deco en que vivía y luego la cerré con fuerza detrás de mí. Odiaba las paredes verde agua, pero la idea de dejarlas para irme a vivir a alguna parte más fría me provocó ganas de llorar. Y el hecho de que estuviera más molesta por eso que por no vender ni una jodida pintura debería haberse registrado como una bandera de alerta, pero no fue así. Ya ni siquiera estaba molesta por la caridad arruinada antes de que si quiera comenzara. Estaba enojada por mi apartamento. Subí pisoteando las escaleras hasta mi puerta cuando me di cuenta de que no tenía‖llaves…‖o‖mi‖teléfono. —Mierda. Mi puerta se abrió. —Olivia. Jesse. Grande, fuerte, alto y rubio Jesse. Tenía una llave. Siempre había tenido una llave. Pero yo no tenía una llave de su casa. Nunca la tuve. Y no me había parecido extraño hasta este momento. Alcé la mirada a los ojos marrones que solían ser mi ancla. —¿Por qué estás en mi apartamento? Su mirada examinó brevemente mi cuerpo y luego frunció las cejas. —¿Querías que esperara en el pasillo? Pasillo. Calle. En tu casa. —Podrías haber llamado. —No respondías tu teléfono. Me tranquilicé. —Porque no lo tengo. —¿Lo perdiste? —Su expresión lo decía todo. Nunca había perdido nada. Ni siquiera mi ingenio. Pero aparentemente era todo un nuevo juego, completado con decisiones tontas. Y mi traidor coño se apretó de solo pensar en estas.
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—¿Estás borracha?
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—Perdido, olvidado, ¿qué diferencia hay? —Era un fracaso. En todo.
Dijo borracha como si fuera una vulgaridad. Y para él, tal vez lo era. Nunca me había emborrachado con Jesse. De hecho, rara vez bebía algo aparte de agua. —¿Quién bebe solamente agua de todos modos? Suspiró y mordió sus labios. Me solía gustar cuando hacía eso. Se veía lindo. O algo. Pero ahora no se veía lindo. No se veía como nada excepto como una simple comparación con un extraño de cabello oscuro y una gran polla. Un extraño que había arruinado todo por lo que me había reventado el trasero gran parte del año pasado. Cada segundo de mi vida había sido consumido para conseguir que esta caridad se levantara solo para probar que no era una persona horrible. Pero lo era. Horrible. Me acostaba con extraños y dejé que mi hermano muriera. Y necesitaba más licor. O sexo. O una nueva vida. —Vamos. —Jesse con suavidad tomó mi brazo y me hizo entrar en mi propio apartamento—. Vamos a conseguirte agua. Agua. —Eso no lo arregla todo, lo sabes, ¿verdad? Cerró la puerta, le puso seguro y después me miró. —¿Qué pasa, Olivia? —Oh-oh —bromeé—. Ahora estás serio. —Bajé mi voz para imitarlo—. ¿Qué pasa, Olivia? Bebe un poco de agua, Olivia. Responde el teléfono, Olivia. —Saqué mi brazo de su agarre—. Vete a besar a tu jodida novia. Estoy segura de que a ella le gusta. —Quería mi sofá. Y un poco de comida china. Y más licor. —¿De eso se trata? —acusó—. ¿Estás molesta porque te besé? Me quité los zapatos y me di vuelta. —Estoy molesta porque debiste haberme besado hace años, pero no lo hiciste. Y ahora aquí estamos, ¿y aquí? —Abarqué con mi brazo mi pequeño apartamento—. Apesta. Dio dos grandes pasos y me acercó a sus brazos. Estallé en lágrimas. —Shh, está bien, Liv. Lo siento. Volveremos a como eran las cosas antes.
—Decepcioné a mi hermano —sollocé.
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Estaba abrazándome. Mi Jesse. Después de haber dejado que ese imbécil me jodiera a mí y a mi futuro. Nada estaría bien. Todo estaba arruinado. Todo.
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Lloré con más fuerza.
Fuertes y familiares manos apartaron mi cabello de mi rostro y unos cálidos labios tocaron mi frente. —No lo hiciste. Él te decepcionó. Me congelé. —¿Qué dijiste? Jesse suspiró. —Él te decepcionó, Liv. Decepcionó a todos los que lo amaban. —No. —Retrocedí—. No puedes decir eso de él. ¿Cómo siquiera puedes pensarlo? —Él nunca había dicho nada sobre mi hermano, nunca. Jesse sujetó mis hombros. —Tomó una decisión, Liv. Pero no tenía que tomar esa decisión. Podría haber hablado. Podría haber acudido a mí, a ti o a tu mamá, pero no lo hizo. Lo que hizo fue egoísta. Lo empujé lejos. —¡Cómo te atreves! —No podía hablar de mi hermano así—. No tuvo opción. Estaba sufriendo. Tú de todas las personas deberías entenderlo. —Jesse y yo nunca habíamos hablado al respecto—. ¿Por qué estás siquiera diciéndolo? En un extraño acto de mal humor, alzó sus brazos. —Mira este lugar, Liv. Tienes un título universitario, y más inteligencia que cualquier mujer que conozco, pero estás desperdiciando todo, ¡paseando perros para vivir y vendiendo todo para conseguir que una fundación se levanté del suelo que glorifica lo que tu hermano hizo! —Vete —digo entre dientes—. Ahora. Fue hacia la puerta. —Tal vez deberías preguntarte por qué no te besé antes. Quise decirle que se fuera al diablo, pero en cambio hice algo mucho peor.
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Estuvo sobre mí tan rápido, que nunca lo esperé. Con una mano sujetó un puñado de mi cabello y con la otra sostuvo mi rostro, y Jesse me besó, realmente me besó.
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—Tal vez si lo hubiera disfrutado, lo haría. Pero no lo hice. —El imbécil de Alex tenía razón. Jesse ni siquiera era bueno—. ¡Tal vez deberías haberle puesto un poco más de pene a la cosa!
Mi trasero chocó contra la pared, su boca se estrelló contra la mía y todo lo que no hizo en nuestro primer beso lo hizo ahora. Agresivo, caliente y consumidor, estrelló sus caderas contra las mías y me dominó. Pero estaba mal. Y se terminó incluso antes de que pudiera descifrar lo que estaba pasando. —¿Quieres más pene? Tengo mucho. Solo no soy un imbécil al respecto. — Salió. Me deslicé por la pared y mi cabeza empezó a sonar, literalmente, hasta que me di cuenta que había alguien golpeando la puerta. —Vete. —No tenía la energía para esto. —Abre. —Te las arreglaste para entrar solo antes. Lo resolverás. —A la mierda Jesse y su beso. Mi cabeza dolía. Mi‖ puerta‖ se‖ abrió,‖ pero‖ no‖ eran‖ unas‖ botas‖ de‖ construcción‖ lo‖ que‖ veía…‖ estaba mirando unos Ferragamos. Mi mirada se deslizó por la longitud de sus perfectos y jodidos pantalones de vestir y se detuvo en una tensa mandíbula. —Mierda. Alex frunció el ceño. —¿Tu novio te dejó así? —Te dije que no es mi novio. —¿Por qué este imbécil tenía que ser tan sexy?—. Lárgate. —Levántate —espetó. No me moví. —¿Quién demonios se murió y te hizo mi jefe? Vete. No lo dudó. Se agachó y me levantó, justo como había levantado a la señora Pendleton de encima de mi jefa. —¿Dónde está el baño? Me dije que no me molestaría en retorcerme porque no tenía energía, pero la verdad, él simplemente olía muy bien.
Bueno, eso respondía una pregunta.
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—Caminaste a casa descalza —declaró, como si no pudiera creerlo.
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—Bájame. —Necesitaba recordar que él había arruinado mi vida. Y me había jodido. Realmente.
—¿Me seguiste? —Debería haberme enojado, pero no lo estaba. Estaba siendo cargada en mi apartamento como si le importara verdaderamente a alguien y estaba estúpidamente pensando lo bien que se sentía. Estúpido licor. —Dejaste tu teléfono. —Abrió la puerta del baño con su pie y me sentó en el retrete—. Debes ponerle una contraseña. —Abrió la llave de la ducha. Lo miré. En alguna parte entre el penthouse y aquí, había perdido su chaqueta. Sus bíceps tensaban su camisa de vestir, las mangas estaban enrolladas para revelar las gruesas venas y su costoso reloj, se veía más que capaz. Parecía determinado. Y había arruinado mi vida. —Se supone que te odio. —Lo entiendo. —Ajustó la temperatura. Pero no lo odiaba. Estaba aliviada. No tenía que levantarme mañana y pasear pequeños perros animados o besar el trasero de perra de mi jefa o revisar los cincuenta mil detalles para empezar la fundación. Ya no tenía que vender mi alma para pagar una apuesta con la culpa que nunca había podido pagar. El destino había entrado en mi evento de caridad en un traje costoso y eso era todo. Nubes de vapor llenaron mi pequeño baño y mis pensamientos se exteriorizaron en palabras. —No estoy admitiendo nada, pero si lo hiciera, te diría que me siento aliviada. ¿Sabes la clase de presión bajo la que he estado? —Presión por no fallar. Presión por empezar la fundación. Presión por hacer todo, a diario, por mi cuenta. Pero ahora no tenía que hacerlo. No tenía que hacer nada. Estaba por el piso. No podía fracasar más. —No. —Apuntó con su barbilla a mi vestido—. Quítatelo. —Planear una recolección de fondos es como una endodoncia de doce meses. Y de ninguna manera, caeré en eso otra vez. —Negué y me deslicé del retrete, pero él me atrapó antes de que mi trasero chocara contra el suelo—. Cosas malas suceden cuando me quito la ropa a tu alrededor. Sonrió. —Eres la primera mujer que me dice eso. Apunté en su dirección. Creo.
—¿Quién diablos es Franklin? —El saco de boxeo de Cecile —resoplé—. Creo que Cecile me cae bien.
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Frunció las cejas.
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—Eres una maldición. —Mierda—. Ahora sueno como Franklin.
—No te hagas ideas, cariño. Ser sumisa te queda. —Con su mano en mi cintura, me levantó y estuve de pie—. Brazos arriba. Alcé mis brazos. —No creas ni por un segundo que soy una sumisa. —Me balanceé—. Porque no lo soy. —Claro. —Su tono marcado por el sarcasmo me decía que no creía ni una palabra de lo que decía. Subió mi vestido sobre mi cabeza y mi mente saltó. —Lo hiciste, sabes. Descaradamente miró la longitud de mi cuerpo y meneó la cabeza. —Diablos, dulzura. Date vuelta. —No esperó que obedeciera, me giró—. ¿Qué hice? —Tú solo dañaste mi recaudación de fondos. —Sí, mi jefa había hecho que todos sus amiguitos retiraran sus ofertas en la subasta, pero Alex la había enfurecido. No creía ni por un segundo que fuera porque su cita la abofeteara—. Debería estar impresionada. ¿Un hombre con toda esa influencia sobre tantas mujeres? —La mayoría de asistentes esta noche habían sido mujeres. Había marcado con rojo que las mujeres amaban a los perros más que los hombres, ¿pero qué demonios sabía yo?—. Oh, no lo dudes, eres buenoooo. —No tienes ni idea. —Desabrochó mi sostén y lentamente pasó sus manos sobre mis hombros—. Pero no puedo tomar el crédito de todo esto. —Su mandíbula se tensó. —Odio a mi jodida jefa. —Me reí, pero no sonó gracioso—. Espera. Ya no es mi jefa. Me despidió. —Nunca había sido despedida—. ¿Y quién demonios es ella para despedirme?‖ No‖me‖ metí‖ en‖ una‖ pelea‖ de‖ gatas‖ por…‖ por…‖ —Lo miré—. Ni siquiera sé tu apellido. —Vega. Resople. —No Vegas. —No. Adentro. —Sin esfuerzo me metió en la ducha.
Su mano se cerró en mi cintura. —Déjala.
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—¡Auch! —Me moví para ajustar la temperatura.
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El agua caliente quemó mi pecho.
—¿Por qué haces esto? —Me quejé como una niña pequeña y luego me alejé en la esquina más lejana del agua. Nunca me quejaba. Me volvió a acercar e inclinó mi cabeza para mojar mi cabello. —Porque estás sucia. —Tú estás sucio —acusé. —Yo no caminé seis cuadras descalzo —declaró tranquilo, pasando sus dedos por mi cabello mojado. —Te acostaste con una extraña. —Punto para mí. Espera. Maldición. Hice lo mismo. Su risa estuvo más llena de ironía que de humor. —No fue la primera vez. Algo empujó en mi cerebro, como una gran pista que debería estar descifrando, pero era como si todo el vodka y el whisky hubieran puesto una manta sobre mi razonamiento. —Deberías tener más cuidado. —¿Contaba como follar si no me venía?—. Podría tener una enfermedad. —¿Tan apretada como estabas? Lo dudo, dulzura. —Sacó la botella de champú del estante. —¿Qué significa eso? —Exactamente lo que dije. Eres apretada. —Su mano se deslizó entre mis piernas—. No hay nadie cuidando de este jardín. —Me acarició una vez. Mi cabeza cayó hacia atrás y mi boca se abrió en un gemido y cada nervio que había estado rogando por el clímax se puso alerta. Rozó su pulgar sobre mi clítoris y entonces lo retiró. —Te odio —susurré. —Me deseas. —Sus fuertes manos masajearon el champú en mi cabello. —Eso quisieras. —Negación.‖ La‖ negación‖ era‖ segura…‖ Jesse‖ era‖ seguro.‖ Gruñí y me deslicé por la pared. Quería meterme en un agujero y nunca salir. —Oye.
—Debes enjuagarte.
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—Vete. Ya acabé contigo. —Me acurruqué en posición fetal con mi espalda hacia la ducha y cerré mis ojos.
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Se estiró hacia mí y aparté su mano.
—No me importa. —No me importaba nada, excepto la continua punzada de vergüenza en el fondo de mi vientre. La recaudación de fondos, Jesse, el hombre con la polla más grande que he sentido, me estremecí y durante tres latidos, me sentí completamente sola. Entonces la cortina de la ducha se abrió y brazos se envolvieron a mi alrededor. —Vamos, dulzura, de pie. Ya casi termina. Estaba de pie y siendo abrazada por un duro cuerpo masculino antes de poder abrir mis ojos. Estiré mis manos hacia atrás por apoyo y mis manos encontraron unos músculos duros como roca. —Estás desnudo. Su gigante polla se presionó en mi espalda. —Esa es la idea detrás de una ducha. —Inclinó mi cabeza bajo el agua y enjuagó mi cabello. Lo miré. La mandíbula cuadrada, el cabello mojado peinado hacia atrás, sus ojos del color del océano en la noche, estaba incluso más apuesto que en el penthouse. —¿Por qué estás aquí? —Dejaste tu teléfono. —Las palabras salieron de su boca rápidamente. Me giré en sus brazos. —Estás mintiendo. Su intensa mirada se enfocó en mí y la ducha se contrajo contra los dos cuerpos atrapados entre el agua cálida y el vapor. No lo negó y yo no presioné. Mis brazos fueron alrededor de su cuello y su mano acunó mi rostro tan naturalmente como si nos conociéramos más allá de este momento. —Alex. —Probé su nombre, dejándolo deslizarse más allá de mis labios cosquilleando. Su pulgar pasó por mi mejilla. Y de repente, caí en la cuenta de todo. Estaba en mi baño, desnuda y sola con un hombre extraño que no tenía cabello rubio o grandes ojos marrones. Dejé caer mis brazos.
—Jesse me besó de nuevo. Puede darlo todo. Sus fosas nasales se abrieron, pero su voz permaneció tranquila.
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—¿Sobre qué?
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—Estabas equivocado.
—¿Por qué no está aquí entonces? —Se fue. El pecho de Alex se levantó en una inhalación mientras sus dedos pasaban por mi cabello húmedo hasta mi cabeza. —Eres hermosa. No lo necesitas. —No me conoces lo suficiente para saber qué necesito. —Estaba orgullosa de haber pronunciado todas esas palabras juntas sin tropezarme. Esta vez, fue su polla la que se frotó entre mis piernas. —¿No lo sé? Forcé a mis músculos a no moverse. —El sexo no resuelve todo. —¿Pero sexo con él? ¿La forma en que estaba consumiéndome? ¿Cómo mis nervios empezaban a cernirse sobre el borde? Sabía que me haría olvidar todo, al menos por un tiempo. Suavemente me empujó contra la pared y dobló sus rodillas un poco. —El buen sexo sí lo hace. —Elevando sus caderas, me presionó más. Cada lamida de deseo que había encendido en el penthouse regresó diez veces más y gruñí sin vergüenza. —No‖ voy…‖ —Oh Dios mío, lo deseaba—. No voy a acostarme contigo de nuevo. —Te haré venir. Excepto que no lo dijo como si fuera un hecho. Lo gruñó como si fuera una advertencia y debería haberlo apartado.
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Porque en el segundo que siguió, se hundió dentro de mí y perdí toda determinación.
enía que saberlo. Por una vez, tenía que saber cómo se sentía esta mujer sin condón. Y joder, era perfecta. Pero era tan malditamente estúpido. Me deslicé hasta la mitad fuera del calor de sus muslos y luego entré de nuevo. Ella era tan malditamente intoxicante, que no podía aguantar mi respiración. Cabello mojado, piel húmeda, pezones duros, era malditamente hermosa. Hermosa de una manera en la que no quería pensar. Sabía que había arruinado su recaudación de fondos. Llevar a esa clienta había sido un error. Joder, ir había sido un error. Pero había comprado todas las malditas pinturas y ahora estaba con las bolas profundamente enterradas en la más dulce de las mujeres que jamás había tenido. No tenía ni una pizca de arrepentimiento. Si eso era lo que se necesitaba para tenerme aquí, lo haría mil veces de nuevo. Situé sus piernas alrededor de mis caderas y mordí un pezón, luego el otro, y ella se reveló en mis brazos. No se estaba desmoronando porque sabía quién era yo o porque había pagado por ello. No se estaba liberando con una maldita fantasía o un prostituto. Malditamente me deseaba.
—No —contestó.
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—¿Estás tomando la píldora, dulzura? —Maldito Jesús, no tenía sentido preguntar. Necesitaba salirme y ponerme un maldito condón. Nunca acababa en el interior de una mujer. Jamás.
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Mordí y chupé su cuello, chocando mis caderas contra su clítoris mientras mierda posesiva se apoderaba de mi conciencia y se alojaba en mi pecho.
Joder. —Implante. —Levantó su brazo y me mostró, luego arqueó su espalda y presionó contra mi polla. La besé. Profundo y pesado, mi lengua saqueó su boca y devoró su inmaculada pureza. Chocando a un ritmo que coincidía con mis empujes, quería todo de ella. El sabor de sus labios, la sensación de ella corriéndose en mi polla, la mirada en sus ojos cuando se dejaba ir. La quería a ella, por ella y tomé una decisión. Me retiré lo suficiente para observarla mirándome. —Estoy limpio. Sus sexys y entrecerrados ojos azules miraron los míos. Se veía tan inocente, que la mierda pateaba mi pecho desde adentro y necesitaba asegurarme de que me entendía. —No estoy usando condón. Inhaló. —El implante, nunca lo he probado, nunca dejo que un hombre… Mi ritmo cardíaco se disparó y tomé su barbilla. —Es tu decisión. —Maldición, quería esto. Se estremeció y sus músculos se tensaron a mi alrededor. —Eres tan grande. —Lo estás manejando bien. —Demasiado malditamente perfecto. —Bésame —susurró. Bajé mi mano a su clítoris y lo masajeé mientras metía mi lengua de nuevo dentro de su boca. Tres embestidas y ella comenzó a correrse. Apretando mis dientes, salí y le advertí. —Te vienes sobre mí y voy a seguir tu ejemplo, ¿me escuchaste? —No —lloriqueó, estirándose entre nosotros. —No te lo estoy negando, dulzura. Necesitas decirme qué es lo que quieres. Agarró mi polla y me estremecí entre sus manos.
Ambos gemimos y la follé exactamente como quería, sin barreras.
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Entré de nuevo y la penetré hasta el fondo.
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—Sí, por favor, por favor, por favor —rogó—. Fóllame, córrete dentro de mí.
Bombeando dentro de ella, mi lengua enredada con la suya, la dominé. No pensé en ninguna jodida cosa excepto darnos a los dos lo que deseábamos. Con el agua corriendo por mi espalda, sus piernas envueltas alrededor de mis caderas y su apretado coño agarrándome, comencé a perderme. Su espalda se arqueó y sus muslos se cerraron. —Voy‖a…‖oh Dios mío —jadeó—. Me estoy viniendo. Alcancé el centro de sus piernas y la presioné al borde. Pulsando, teniendo espasmos, exprimiendo mi polla como una llave, ella jodidamente detonó. Presioné tres veces más y me dejé ir. Me vine en su interior. Jodidamente me vine en su interior. Sujetó mi cuello y descansó su cabeza contra mi pecho. —Dios mío. Maldición,‖nunca‖haría‖eso‖de‖nuevo…‖pero joder. Las réplicas de su orgasmo recorrían su cuerpo y a diferencia de cualquier otro coño que había follado alguna vez, no quise salirme de inmediato. Quería quedarme enterrado tan profundamente en ella para permanecer allí en el segundo en que mi polla estuviera lo suficientemente dura para comenzar a bombear de nuevo. —¿Estás bien? —Creo que me partiste en dos. Había escuchado eso antes, pero viniendo de ella, sonaba como la mierda. Me obligué a reír. —Te recuperarás a tiempo para hacer que tu novio saque la cabeza de su trasero. —El pensamiento de ese cretino apenas tocándola me hacía ver rojo, lo cual debería haber sido la pista para que sacara mi culo de allí. —Ya te lo dije, solo es un amigo. Malditamente genial.
—Yo no me pongo celoso. —No sabía a quién carajos le estaba mintiendo.
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—¿Celoso? —se burló.
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—No me importa como lo llames. Quiere follarte. —Había hablado de los novios de mis clientas, esposos, y hasta otros amantes mientras estaba con ellas y nunca me valió dos mierdas. Le daba la bienvenida a la comparación. Era lo que me hacía superarme. Pero, ¿esta mierda con ella? ¿Mientras mi polla todavía estaba enterrada tan profundamente que tocaba fondo? Joder, no.
Tenía toda la intención de sacar mi culo de allí. No sabía qué carajos había pasado y necesitaba reagruparme, a solas. Pero cuando comencé a separarme de ella y a sacar mi polla, sentí mi corrida en su interior y mi cerebro dio un giro, un maldito giro de ciento ochenta grados. Esta no era la boca de una asalta cunas o el bien jugado coño de una asidua clienta. No estaba disparando mi carga en un condón y contando el dinero en mi cabeza. Estaba hundido en una apretada y pequeña cueva que nunca había tenido a nadie corriéndose dentro excepto a mí y la mierda se removió peligrosamente en mi cabeza. —¿Entonces qué te importa si quiere dormir conmigo? Mi vida se partió en dos. Antes y después de que me corriera dentro de ella. Oscuro, claro. Malo, bueno. Infierno, esperanza. No había un término medio. No sabía si estaba aterrorizado o extático. Lo único que supe, fue colocarla sobre sus pies y querer entrar de nuevo. —Dije follar, no dormir. —Pero no importaba. No haría ninguna de las dos cosas—. ¿Este dulce coño? —La acuné—. Solo yo puedo entrar allí. —Manifesté mi reclamo y demonios, estuve duro de nuevo. Se estremeció. —No he acordado una repetición. —Oh, dulzura. —De ninguna manera me iría ahora. Maldito fuera si le daba a ese pendejo la oportunidad de regresar esta noche, o cualquier noche. La giré—. Prepárate, porque voy a follarte toda la noche. —La acaricié y mi polla latió con anticipación—. Para cuando llegue la mañana, no recordarás ni siquiera su nombre. Colocó sus manos en la pared. —Nunca olvidaré su nombre, crecí con él. —Se empujó hacia mi toque. Me puse a cubrir mis dedos con nuestros jugos y a frotarlo en su ano. —Pero será mi nombre el que estés gritando cuando te corras. —Una y otra vez, me sumergí en nuestros jugos y lo esparcí en su pequeña entrada apretada. Con el monto justo de presión, dibujé un círculo firme hasta que la punta de mi dedo se hundió en su ano.
—Te tengo, preciosa. —Trabajé lentamente mi dedo en un círculo y puse mis labios en su oreja—. Respira profundo. —Su cuerpo me escuchó y mi polla creció—
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—Alex. —La alarma teñía su voz.
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Sus músculos se contrajeron sobre mí.
. Buena chica, déjalo salir lentamente. —Se relajó y mi dedo se deslizó hacia adentro por completo—. Eso es, justo allí. Me vas a dejar entrar, preciosa. —Dos caricias en su ano con solo mi dedo y estaba listo para explotar—. ¿Nunca has dejado que nadie tome ese dulce culo? —OhmiDios —gimió—. No. Cerré mis ojos y tomé un respiro de posesividad mientras lentamente estocaba su ano dentro y fuera. —¿Se siente bien, preciosa? —OhmiDios. —Sus labios se movieron conmigo. Le chupé el cuello y mi polla palpitó en anticipación. —Voy a hacer que te sientas tan malditamente bien. —Metí un segundo dedo para estirarla y ella se sacudió—. Respira, preciosa, respira. —Me acerqué y metí dos dedos en su coño antes de que pudiera alejarse, luego giré hasta encontrar el lugar que estaba buscando. Sus caderas se sacudieron y se empujó contra los dedos que tenía profundamente enterrados en su coño. Mi segundo dedo se hundió en su ano. Joder, sí. —Eso es, dulzura. —Estoqué su ano dos veces más y luego lentamente saqué mis dedos y agarré mi pene. Arrastré la cabeza a través de su húmedo coño, luego empujé entre sus mejillas y me centré contra su ano. —Alex. ¿Qué estás haciendo? Le mordí la clavícula antes de calmarla con la lengua. Con mis dedos profundamente dentro de ella, aumenté la velocidad de mi ataque. —Mostrándote cómo se siente ser cuidado. —Trabajé la cabeza de mi polla contra su tensión. —Eso... oh Dios. —Su ano empujó hacia abajo en mi pene y me hundí unos centímetros—. Ese no es mi coño. Oh Dios. Joder, necesitaba correrse así que me hundí en ella.
—¿Cuál es mi nombre? —gruñí, presionando mi mano dentro de ella. —Alex, Alex...
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—AHHHHHHHhhhh. —Comenzó a venirse.
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—Mis dedos están justo en tu punto G, dulzura. Vas a correrte sin que esté apenas cerca de tu clítoris. —Incrementé la presión de mi mano y empujé mi polla otro par de centímetros.
Empujé mi polla en su ano. —¡ALEX! Jesús Cristo. —Ese culo es mío. —Con mi corazón bombeando y mi polla como un cohete, acaricié la mitad de mi eje todavía no enterrado y ella malditamente explotó. Mis rodillas se bloquearon, mis músculos se pusieron rígidos y el orgasmo que se construyó más rápido que en un sueño húmedo se alzó y me destrozó. Me corrí tan malditamente duro, que seguí bombeando en su interior. Segundos, minutos, horas, tiempo cesado. Estaba en un jodido aturdimiento y esta mujer era cualquier fantasía que nunca supe que tenía. Jadeando, me quedé conmocionado antes de darme cuenta de que ella estaba temblando, mucho. La tomé y giré la llave del agua toda hacia lo caliente. —Espera, nena. —Envolví mis brazos a su alrededor y salí tan suavemente como pude. En el segundo en que mi polla dejó su ano, ella gimió. —Alex. —Su voz sonó como si fuera a llorar. —Shh, shh, está bien. Te tengo, dulzura. —Cerré el agua y la abracé. Su cabeza cayó sobre mi hombro. —Duele —susurró. Mierda. —Es temporal, lo prometo. —Era tan jodidamente pequeña, su coño, su culo, su cuerpo en mis brazos. Maldición, debí haber sido más cuidadoso. Salí de la ducha y la puse de pie, pero mantuve un brazo alrededor de ella mientras tiraba de una toalla de la rejilla. Envolviéndola, me quedé mirando sus gigantes ojos azules y las emociones inundaron mi pecho. —No puedo dejar de temblar —susurró. Jesús, ella era hermosa.
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—Mi pecho, me duele.
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—Vamos. —La tomé de nuevo—. Vamos a mantenerte caliente. —La llevé a la única habitación y tiré de los cobertores. Sin soltarla, avancé lentamente hasta la cama y tiré del edredón sobre nosotros. Golpeándome con su dulce aroma, la giré y la atraje de vuelta a mi pecho. Luego, durante una fracción de segundo, entré en pánico. Yo no hacía el lado doméstico. No me apegaba. No me dejaba emocionar, punto.
La alarma se extendió por mis venas y despojó todos los demás pensamientos. —¿Cómo? —Mi entrenamiento en los Marines me golpeó, y tomé su muñeca para comprobar su pulso. Rápido, pero no débil—. ¿Estás respirando bien? —Sí. —Su voz era tan pequeña, que sonaba como una niña—. ¿Qué está pasando? Cristo, literalmente la jodí. —Estás bien, dulzura. Vas a estar bien. Relájate. Te calentaré. —Pasé mi mano por su hombro y por su brazo—. Respira despacio. —Maniobré sobre su pequeña cintura y la hinchazón de sus caderas. Repetí la caricia unas cuantas veces más y el temblor disminuyó—. Eso es. —Estoy tan cansada. —Cierra los ojos, nena. —Cada golpe a lo largo de sus curvas hizo que mi pene se contrajera, pero me obligué a ignorarlo. En cuestión de minutos, su cuerpo se derritió en el mío y sus respiraciones se estabilizaron en el sueño. Dejé caer mi cabeza sobre las almohadas, pero tres años de condicionamiento entraron en juego. Catalogué mentalmente la ubicación de mi ropa, la distancia a mi auto y los kilómetros a mi penthouse. Trece minutos y estaría en casa. No me moví. A la mierda mi plan de cinco años. Cerré los ojos y cedí a la satisfacción que se había alojado en mi pecho. Estaba casi dormida cuando se golpeó contra mí y gritó. —¡No! —Oye. —Le acaricié el brazo—. Estás bien. Pateó las cobijas. —Está muerto, está muerto, está muerto. Acaricié su rostro, pero tenía los ojos cerrados. —¿Olivia?
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Lloró una vez más, rodó sobre su estómago y volvió a dormir.
h mi Dios, mi cabeza. OhmiDios, le permití acabar dentro de mí. Y mierda. Mierda. Me obligué a abrir los ojos y cuando vi la otra mitad de mi cama vacía, exhalé. —Gracias Dios. —¿Por qué? Asombrada, me volví hacia el sonido de la voz familiar. Jesse se apoyaba en el marco de la puerta. Tenía sus brazos cruzados, parecía molesto como el infierno. —Vístete. Necesito hablar contigo. —Desapareció por el pasillo. Demasiado tarde, subí las sábanas hasta mi barbilla. Girando, hundí mi rostro entre las almohadas y gemí. Pero la segunda vez que inhalé, colonia cara y el recuerdo de cada centímetro del señor Wrong5 me llenaron la cabeza.
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Wrong: en español sería incorrecto, equivocado.
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Eché un vistazo a la mesita de noche como si hubiera una nota o algo igualmente digno de película romántica. Maldiciendo mi estupidez y luchando contra una oleada de náuseas, me obligué a levantarme y a ponerme algo de ropa. Recogí mi cabello en un moño desordenado y me dirigí con lentitud hacia la sala de estar mientras alejaba todos los pensamientos de Alex y me decía que me alegraba de que se hubiese ido.
Doblé la esquina e ignoré al obrero de un metro ochenta, a quien llamaba mejor amigo. Era más difícil de lo que parecía, pero tenía la mirada fija en mi único vicio, y necesitaba una dosis. Bueno, mi único vicio a excepción de anoche. —No puedo hablar sin café. —¿Una noche contaba para ser un vicio? Jesse me entregó silenciosamente una taza porque me conocía. Porque eso era lo que hacían los mejores amigos. La culpa se extendió a través de mi pecho y murmuré: —Gracias. —No podría tener una conversación sincera como él deseaba, sin cafeína y probablemente él lo sabía, pero todavía era un gesto agradable. Apoyándose contra el mostrador de la cocina, sus brazos todavía cruzados, solo asintió. Tomé un sorbo y la tensión ocupó la cocina. Me negué a acobardarme, pero también me negué a mirarlo. Tomé tres sorbos más antes de que él hablara. —¿Quieres empezar primero? —Mmm no. Empieza. —Fortalecí mis nervios y sujeté mi taza. —Jennifer y yo nos separamos. No te habría besado si estuviera con otra persona. En el fondo, si lo hubiera pensado, si no hubiera tenido otras cinco millones de cosas sucediendo, me habría dado cuenta. Jesse no era de ese tipo. Pero la información no hizo nada. No a mi corazón, no a mi ego. Mi coño estaba dolorido y palpitante y me encontraba consumida por cabello negro y ojos azules y me preguntaba estúpidamente si su número estaría mágicamente programado en mi teléfono. Lo que debería haber sido un odio puro hacia Alex se estaba transformando peligrosamente en una jodida-obsesión-de-mi-vida. —¿Liv? ¿Sería demasiado obvio buscar mi teléfono para comprobar? —Te escuché. —Necesitaba controlarme. —Tu turno. No sabía que las pollas podían ser tan grandes. —¿Para qué? —Mi último novio me mintió. El tamaño importaba totalmente.
Tomé un sorbo de café y lo miré por encima del borde de mi taza. Por primera vez en diez años, parecía que podía patear el culo de alguien. Quiero
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—Mírame, Liv.
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Jesse exhaló.
decir, él era todo músculos fuertes y altura imponente, pero por lo general llevaba su fuerza con una sonrisa. Hoy no. Se veía tan enojado que, si tuviera espacio, retrocedería un paso. —¿Qué quieres que te diga? Me miró con fijeza, realmente me miró, y Jesse nunca miraba así. Era demasiado educado. —¿Qué pasó anoche? —Su tono cortante, no era una pregunta. Era una acusación. —¿A qué te refieres? —¿Sabía de Alex? ¿Me importaba? Mierda, por supuesto que me importaba. Este era Jesse. Y me había besado. Dos veces. Excepto que apenas podía recordar cómo se sentía ese beso porque estaba pensando en una gigante…‖¡Oh,‖Dios‖mío!‖Necesitaba‖parar. —Todas las pinturas se vendieron a la misma persona. Parpadeé. —¿Qué? —Están en mi camión. Las instrucciones de entrega son para hoy. —Metió la mano en su bolsillo trasero y tiró algo sobre una silla de la cocina—. Toma una ducha. Esperaré abajo. —Espera. —Miré fijamente la silla... y mi ropa interior de anoche—. ¿Cómo lo sabes? —El comprador dejó instrucciones al portero. —Salió y cerró la puerta tras él. Mierda.
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¿Por qué incluso pensaba en eso? Debería estar saltando de alegría por vender todas las malditas pinturas. Pero no lo estaba. Estaba cansada y excitada, y quería una estúpida repetición con un idiota que se había escapado en medio de la noche para que no tuviera que volver a verme. Los problemas no ocultaban lo que estaba mal conmigo.
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Bien. Por lo menos recuperé mi conjunto. Levanté la tanga de encaje rojo de la silla y me dirigí hacia el cuarto de baño. Abrí la ducha y me desnudé, pero en el momento en que puse un pie bajo la ducha caliente, reviví el mejor sexo de mi vida. Solo pensar en ello me hizo desear plantarme y golpearme en mis partes de dama. Pensé en una ducha extra-larga para recuperarme y la satisfacción de hacer esperar a Jesse sería la guinda del pastel. Ni siquiera se había molestado en llamar esta mañana. ¿Anoche no le había dicho que cortara esa mierda?
Veinte minutos después y sin orgasmo de ducha, abrí la puerta de la camioneta de Jesse y subí con una nueva dosis de actitud. Jesse tenía el aire acondicionado de la camioneta tan frío como para endurecer pezones, tenía el teléfono en la oreja, y una mirada distraída que le conocía bien. Ni siquiera me miró. Parecía demasiado competente, entró en el tráfico mientras sus músculos extendían las mangas de su camiseta. Durante cinco cuadras, le eché miradas y me pregunté si nuestra amistad volvería a ser la misma. Para cuando colgó, mi mente giraba y abrí la boca para expresar mis confusos pensamientos. —Te mudarás a horas de distancia. —¿Qué diablos pensó que pasaría cuando me besó anoche? —Podrías mudarte también. —Como si él no hubiera arrojado mi ropa interior sucia por el sexo sobre la silla de cocina, su respuesta no perdió un latido. —¿Quieres que vaya contigo? —¿Tomó esta decisión horas después de haber echado a su novia? Y en serio, ¿realmente hablaríamos de esto? —Sí —Otra vez, sin dudarlo. Estreché mis ojos. —No me estás mirando. —Y eso parecía a propósito. —Estoy conduciendo. —No, hay más que eso. —Lo conocía. Sabía cuándo escondía algo. Se detuvo abruptamente, tiró de la palanca de cambio a parar y gritó: —¿Te beso y te acuestas con otra persona? Respiré profundamente. Jesse nunca me había gritado. —¿Fue por revancha? ¿Estabas enojada porque salí con Jennifer? ¡Ni siquiera me acosté con ella! Quedé boquiabierta. —¿Qué? —preguntó—. ¿Estás sorprendida? ¿Conmocionada? Tal vez no quería follarla.
Todo desde la noche en que mi hermano murió regresó de golpe. Jesse me había llevado a cenar. Acababa de salir de los marines. Había estado destinado por
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—He esperado durante dos malditos años, pero parece que nunca lo superarás. Tu hermano está muerto, Liv. No va a volver. Te mereces una vida. ¡Merezco una vida!
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Oh Dios mío.
todas partes y, con la excepción de unas cuantas visitas apresuradas, nos habíamos mantenido en contacto por correo electrónico y mensajes de texto, y lo había extrañado. Estaba tan feliz de tenerlo en casa, pero él había estado silencioso. Me había mirado durante la cena y pensé que seguramente me iba a dar un beso esa noche. Pero entonces mi móvil sonó y todo cambió. —Jesse —susurré. Negó. —Te iba a besar esa noche —dijo, como si estuviera leyendo mis pensamientos—. Te quería, Liv. Quería todo. Quería. En pasado. —Y ahora no lo haces. —Algo básico y persistente revolvió mi estómago. Se pasó una mano por el cabello y su voz volvió a su habitual tranquilidad. —No sé lo que quiero. Culpa. Lamento. Estaban allí, pero algo se estaba construyendo. Algo muy parecido a la ira. —¿Así que saliste con Jennifer porque me querías? —No cambies esto. ¿De verdad? ¿Volteaba el hecho de que él salía con alguien y yo no? —¿Cómo exactamente estoy cambiando el hecho de que tuviste una novia durante‖ el‖ tiempo‖ en‖ que‖ “me‖ querías”?‖ —No pude detenerme, hice odiosas comillas en el aire—. Porque esa es una manera muy jodida de mostrarme que me querías. Me miró con fijeza. —No fue mi culpa. —¿Entonces esto es por la culpa? ¿El que no dijeras lo que querías? Esperé años para que vinieras a casa. Sus fosas nasales se ensancharon cuando inhaló.
—¿Qué podía hacer? ¿Llamarte desde Irak y decirte que lo único que me mantenía cuerdo era una foto tuya en bikini?
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—¡Precisamente, nunca me dijiste nada! No me dijiste que te esperara. No me dijiste que te gustaba. Ni siquiera me dijiste que querías besarme. ¡Ni siquiera me dijiste que era bonita! —Pero ese idiota lo había hecho. Me había dicho que era hermosa. Y maldita sea, quería ser hermosa para alguien.
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—Nunca te dije que esperaras —dijo con los dientes apretados.
Mi corazón se comprimió. Conocía esa foto. Habíamos ido a la playa antes de que hubiera sido destinado y riendo le había arrebatado el teléfono y tomado una selfie. Presioné juntas mis tetas, fruncí los labios en un beso y disparé la foto. Le había devuelto su teléfono y había bromeado diciendo que podría añadirla a su banco de pajas. Esa fue la última vez que vi al despreocupado Jesse. Había sido destinado y la siguiente vez que lo vi, estaba más reservado. También había sumado veinticinco kilos de músculo. —Deberías haberme dicho. —Me negaba a soportar el peso de todo esto. No era solo mi culpa. Clavó en mí sus profundos ojos marrones y asintió. —Tienes razón. Debería haberlo hecho. La sinceridad en su tono, sus ojos, hizo que la cólera que había estado construyendo se transformara en culpa y simplemente no podía asumir más culpas. —No puedo disculparme por lo de anoche. —Yo puedo. —Se inclinó hacia mí. —Jesse —advertí, pero él no escuchó. Me sujetó la barbilla y se acercó. —Eres la chica más bonita que conozco, Liv. Siempre lo has sido. Siento no habértelo dicho antes. —Me soltó y luego volvió al tráfico. Con mi cabeza dando vueltas, no dije una palabra. Condujo en silencio a uno de los nuevos edificios de apartamentos de gran altura de Collins Avenue y entró en el garaje. Estacionó cerca del ascensor de carga y trabajamos en equipo sin hablar, sacando todas las pinturas de la camioneta y cargándolas en el ascensor. Sostuve la puerta mientras él estacionaba su camioneta y luego subimos hasta el piso del penthouse. No me había molestado en mirar mi teléfono durante todo este tiempo. No quería saber por cuánto se habían vendido las pinturas o para quién eran. Quería acabar con esto y luego haría lo que había estado haciendo durante dos años. Me sumergiría en el trabajo.
—Lo estaba. Anoche te marchaste antes del drama. Frunció el ceño.
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—Parecías sorprendida cuando dije que las pinturas se habían vendido a la misma persona.
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Jesse rompió el silencio.
—¿Qué pasó? —Mi jefa se metió en una pelea de gatas con otra donante a causa de la cita con la que apareció. Luego me despidió, se fue y se llevó a todos los compradores con ella. —Retuve la parte acerca de esa cita siendo Alex y cómo me había jodidamente emborrachado y luego lo follé—. La última vez que comprobé, todas las ofertas habían sido canceladas. Cuando regresé a casa anoche, pensé que no había vendido una sola pintura. Jesse se volvió completamente hacia mí, sus facciones retorcidas en conmoción. —¿Por qué no dijiste nada? Me encogí de hombros. —Para entonces estaba borracha. Las puertas se abrieron y me atrajo hacia un abrazo rápido. Jabón y familiaridad me rodearon y en el rincón de mi corazón que ansiaba estabilidad, quise que todo en las últimas veinticuatro horas fuera diferente. —Lo siento mucho, Liv. Su voz tranquila tocó mi corazón, pero a diferencia de todas las otras veces que me había abrazado, ya no dolía. —No es tu culpa. Acabemos con esto. —Me aparté y presioné el botón de retención en el ascensor para mantener las puertas abiertas. Inmediatamente recogió mis palabras. —¿Con esto? Me encogí de hombros de nuevo. —No sé qué haré. Hay muchas organizaciones benéficas que adiestran perros de servicio para los veteranos. Podría donarles el dinero. —Te encantan los animales —me recordó. —Estoy cansada, Jess. —La confesión hirió mi corazón casi tanto como la idea de renunciar. —Ven a Ocala conmigo.
Durante una fracción de segundo, algo cruzó sus rasgos, pero luego lo ocultó y asintió.
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—Descarguemos estos, entonces te compraré el desayuno.
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Cuatro palabras. Cuatro palabras que habría muerto por escuchar un día atrás. Pero hoy se sentían incómodas y mi sonrisa era forzada.
—Trato. Trabajamos en silencio durante unos minutos y cuando todas las pinturas estaban apiladas contra la pared junto a la puerta del penthouse, solté el botón de espera y Jesse tocó la campana. Un par de latidos y la puerta se abrió. Conmoción no se acercó a lo que le sucedió a mi cuerpo. Porque no había una persona en esta tierra que esperara ver menos que a él. Todo su metro noventa y cuatro. Músculos y un abultamiento en sus vaqueros que conocía muy bien y la más presumida de las sonrisas que eran el resultado de tener una polla de más de veinticinco centímetros con la que sabía qué hacer, Alex abrió la puerta. —¿En serio? —chasqueé. Debería haberlo visto venir. —¿Sorprendida, dulzura? —Ni siquiera se molestó en reconocer a Jesse. Él solo recorrió mi cuerpo con la mirada y se demoró en mis tetas como si tuviera derecho a mirar todo lo que quisiera. —Vete a la mierda. —Me giré y tomé dos de las pinturas, concentrada en el ascensor. —Liv. —Jesse sujetó mi brazo—. ¿Qué está pasando? Alex sonrió socarronamente. —Sí, Liv. ¿Qué está pasando? Me sacudí del agarre de Jesse y golpeé el botón de llamada del ascensor. —No le venderé estas pinturas. —Él no financiaría mi caridad, de ninguna puta manera. —Es un poco tarde para eso, dulzura. Ya las compré. No querrás que mi abogado tenga una conversación contigo sobre las obligaciones contractuales, ¿verdad? Por supuesto, el pretencioso idiota tenía un abogado. —No estoy obligada contigo para nada.
Las puertas del ascensor se abrieron.
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—Estoy parafraseando aquí, pero todos los pagos son finales, no hay reembolsos, entrega local a petición, me parece bastante claro. —Guardó su teléfono de nuevo en el bolsillo de sus vaqueros perfectamente usados—. Tal vez deberíamos preguntarle a tu novio. —Miró a Jesse—. ¿Me equivoco?
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Alex sacó su teléfono y casualmente se apoyó en el marco de la puerta mientras su pulgar barría la pantalla.
—Liv —razonó la voz tranquila de Jesse—, espérame abajo. Llevaré las pinturas. Joder, carajo, mierda. Sabía lo que decía la redacción de las pujas. Yo lo había escrito. Había robado toda la maldita cosa de alguna estúpida plantilla de Internet. Sabía que volvería para morderme el culo, pero nunca esperé que fuera porque algún imbécil quería mantener una pintura. Y demonios no, no iba a dejar a Jesse solo con Alex. Quién sabía lo que Alex le diría. Así que me mordí la lengua, giré y caminé hacia Alex. —Bien. Mantén tus pinturas. Con su estúpida, maldita, arrogante sonrisa en su lugar, se recostó justo lo suficiente para dejarme pasar. —Esos pueden ir a mi dormitorio. Tomé dos pasos en su lujoso condominio de mierda y dejé las pinturas contra la pared de la entrada. —Los llevas a tu dormitorio. —Aw, y aquí pensé que querrías apreciar la vista. El calor me golpeó el rostro y cometí el error de mirar a Jesse. Pude ver el momento exacto en que sumó dos más dos y su expresión se transformó en pura ira cuando sus fosas nasales se ensancharon. Luego frunció las cejas y justo como en la camioneta, bloqueó esa mierda y habló en voz baja. —¿Dónde quieres esto? Alex suspiró como si lo hubieran incomodado. —En el pasillo, pero no rasguñes la pintura en las paredes.
—¿Qué pasa, dulzura? ¿Estás enfadada porque me fui anoche? —Me importa una mierda lo que hagas.
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Jesse tomó la pintura más grande y la colocó en el pasillo, y yo lo seguí con las dos últimas más pequeñas. Sin ni siquiera un vistazo en la dirección de Alex, Jesse salió, y antes de que pudiera seguirlo, Alex cerró de golpe la puerta principal y me enjauló contra la pared. Sus gigantescas manos aterrizaron a cada lado de mi cabeza y se inclinó hacia mí.
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Qué idiota. Irracionalmente enojada, llevé dos pinturas más mientras Alex solo se quedó allí y miró con una expresión presumida en su rostro. Jesse permanecía en silencio, pero su mandíbula hacía tic-tac y, más que nada, yo quería arremeter contra Alex. No por las pinturas, sino por irse anoche. Y si eso no deletreaba j-o-d-i-d-o, entonces no sé qué lo hacía.
El lado de su boca se inclinó hacia arriba. —Oh, tú, pequeña mentirosa. Maldición, eso es sexy. ¿Qué más me vas a pelear? Jesse golpeó la puerta. —¡Liv! —Estoy bien —grité hacia la puerta—. Estaré justo ahí. Alex pasó un dedo por mi brazo y la carne de gallina se elevó. —¿Lo harás? Me alejé de su toque. —¿Hacer qué? —Estar justo allí. —Pasó su dedo por mi cadera y bajó poco a poco por la entrepierna de mis pantalones deportivos—. Porque creo que tú y yo tenemos asuntos pendientes. Sin ropa interior. Luché contra un gemido y al instante empapé mis pantalones. —Entonces lo terminaré. Vete a la mierda, tú, idiota egoísta. No necesito ni tu dinero ni a ti. Sonrió socarronamente. —¿De verdad?‖Porque… —Tienes dos segundos, Vega. Abre la puerta —retumbó Jesse. La mano de Alex se congeló y miró hacia la puerta.
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—Ahora eso es un acontecimiento interesante.
e mala gana solté a Olivia y abrí la puerta. Bob el Constructor parecía jodidamente furioso. —¿Cómo sabes mi nombre? Ignorándome, alcanzó a Olivia. —Vámonos. Ella estrechó los ojos, frunció los labios, y casi sentí lástima por el cretino. Había visto la misma mirada la noche anterior medio segundo antes que diera rienda suelta a su temperamento. —¿En serio? —dijo a Bob de mala manera—. ¿Crees que necesito que me rescaten? Me incliné hacia atrás para ver el espectáculo y Bob hizo lo que hace cualquier imbécil que no puede manejar a una mujer decidida. Se retiró. Todo el camino hasta el ascensor y sin decir palabra. —No contestaste mi pregunta —dije detrás de él. Golpeó el botón de llamada, y antes de entrar en el ascensor me miró enfurecido. —NC Construcción. Construí tu penthouse. Maldita sea. Era Bob el constructor.
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—¿Estás lista para follar, dulzura? —Solo pensar en hundirme en su interior me tenía excitado. Mierda, había estado excitado desde que había dejado la cama, temprano esta mañana, pero no había tenido ninguna intención de estar allí cuando se despertara. No estaba jodidamente sucediendo. Conocía la psicología de
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Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse y Olivia cerró la puerta de mi casa de una patada.
las mujeres y estaba apostando su hermoso trasero a que no era diferente. O se arrepentiría de la mierda de la noche anterior o se despertaría deseando lo que no estaba allí. De cualquier manera, no era lo suficientemente estúpido como para quedarme y averiguarlo. Estaba haciendo mi jugada. —No. Y no me llames así. —Entonces, ¿por qué esa puerta cerrándose de golpe? —Cuando anoche compré todos los cuadros y dejé instrucciones para la entrega, fue por impulso. No traía mujeres o clientas a mi casa. Pero, ¿ahora? ¿Después de entrar en su coño apretado y viéndola aquí? Estaría mintiendo si dijera que no se veía jodidamente sexy en mi apartamento. —Tampoco necesito que tú me rescates. Quieres guardar esos cuadros, bien. Pero no esperes una mierda a cambio. —¿Pedí algo? —Estaba imaginando cada superficie en la que podría follarla. —Llámame un taxi. Tomé un riesgo calculado. —Llámalo tú. —Entré en la cocina—. Estoy haciendo el desayuno. —Ya había comido después de ejercitarme esta mañana, y era demasiado temprano para el almuerzo, pero a la mierda si iba a decírselo. Apostaba mil dólares a que había tenido dificultades para despertarse y yo sabía cómo hacer un gran maldito desayuno para resacas. Saqué huevos, patatas, queso y pimientos de la nevera. Estaba colocándolos sobre la encimera cuando apareció en la cocina. —¿Dónde está tu teléfono? No tengo el mío. —Tienes el mal hábito de dejarlo. —Rompí los huevos en un tazón y agregué crema agria. —Odio los teléfonos. ¿Qué estás haciendo? Tragó el anzuelo. A las mujeres les encantaba un tipo que sabía cocinar. —Haciendo el desayuno. —No tengo hambre.
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—No voy a fingir una mierda y no te debo nada.
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—Tienes un humor de mierda, definitivamente eres algo. Y desde que te follé hace menos de ocho horas, estás con resaca. Vas a comer, dulzura, así que siéntate y finge estar agradecida. —Batí los huevos y encendí una hornalla.
—Entonces, de pie. No me importa una mierda, pero de una manera u otra, vas a comer. —¿Quién diablos murió y te hizo jefe? Bajé el cuenco, cerré la distancia entre nosotros e incliné su barbilla. —Buena pregunta. ¿Quién murió? Los gritos que había dado en sueños la noche anterior no fueron solo una pesadilla. Lo había visto demasiadas veces en los Marines. El TEPT se manifestaba en toda clase de formas jodidas. Había una razón para que estuviera empezando una obra de beneficencia para veteranos y quería saber cuál era. —¿De qué estás hablando? —Trató de liberarse de mi agarre, pero me mantuve firme. —Así es como funcionará esto. Dejarás a un lado esa actitud conmigo. Comerás mi comida y serás jodidamente civilizada al respecto. Vamos a hablar de cualquier tontería que quieras y luego me dirás por qué estás tan malditamente a la defensiva. Se burló, pero pude percibir la alarma en sus ojos. —No necesito un padre, ni necesito el hombro de un desconocido para llorar. Me fijé en su uso de palabras. —Hay mucho que necesitas, pero por ahora, nos conformaremos con el desayuno. —Solté mi agarre y regresé a la estufa—. Los platos están en el armario. Pon la mesa. Durante tres segundos, no se movió. Luego pasó por delante de mí y abrió uno de los armarios. No le dije que estaba en el lado equivocado de la cocina porque francamente, estaba disfrutando de verla hacer una rabieta. Mierda, estaba definitivamente jodido de la cabeza por culpa de esto. Abrió tres armarios antes de que se volviera hacia mí. —¿Dónde están los platos? Sonreí con mi sonrisa baja bragas. —El último armario a tu izquierda. —Entonces, ¿por qué no lo dijiste?
—¿Entonces tengo que preguntar toda la mierda obvia?
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—No me preguntaste.
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Se dio la vuelta y tuve una vista espectacular de su culo.
—Pregunta lo que quieras. —No significaba que le dijera la verdad. —¿Por qué compraste los cuadros? No pareces del tipo conmovido por la culpa, a pesar de que tú solo arruinaste mi recaudación de fondos. No lamentaba que estuviera de pie en mi cocina, así que no me importaba cómo llegó aquí. —Ya hablamos de eso anoche, dulzura. No fui yo solo quien arruinó la mierda. No lo repetiré. —Le dije la verdad sobre los cuadros. En parte—. Y compré esos cuadros porque los veteranos necesitan toda la ayuda que se les pueda aportar. —Eres un veterano. No pareces necesitar ayuda. —Yo no. ¿Estuviste en el ejército? —No lo creía, tenía demasiada actitud como para cortarla en el ejército, pero cosas más extrañas habían sucedido. —No. —Hizo sonar mi costosa vajilla sobre la barra de la cocina como si fuera basura de Pottery Barn6. —No rompas mis platos. Cogió uno y lo volteó. —¿Qué clase de soltero tiene porcelana Villeroy y Boch? —Palideció y casi dejó caer el plato—. Santa mierda... no estás casado, ¿verdad? —¿Parezco que estoy casado? —Corté las patatas y las arrojé en la sartén caliente. —Entonces, ¿por qué demonios tienes platos de lujo como estos? Ni siquiera son simétricos. ¿Por qué tengo algo costoso? —Porque puedo. Ven acá. Sus ojos se estrecharon. —¿Por qué? —Vas a ayudarme. —No cocino. Sacudí la cabeza.
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Pottery Barn: Empresa de venta de cosas para el hogar.
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—¿Qué demonios significa eso?
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—Las probabilidades no se están acumulando a tu favor, nena.
—No cocinas, agradecer no es lo tuyo, eres toda actitud y no puedes manejar el alcohol. —Le eché un vistazo y le di media sonrisa ladeada—. No es de extrañar que ese coño estuviera tan apretado. El calor le coloreó las mejillas maravillosamente. —Eres un cerdo. —Sin embargo, te encuentro sexy. —Y estás demente. —Sus manos fueron a sus caderas como si estuviera totalmente indignada—. No me ensuciaré las manos. Me reí. —Oh, sí lo harás. De una forma o de otra, dulzura, vas a ensuciaste. —¿Piensas en algo más que en el sexo? No. Era mi negocio. Pero por alguna razón, estando con ella de pie en mi cocina, no era algo de lo que quisiera hablar. ¿Sexo con ella? Joder sí. Pero, ¿las clientas una tras otra que tenía reservadas para esta noche? Infiernos, no. —Estoy pensando en por qué una morena sexy decide hacer una obra de beneficencia para veteranos. —Le entregué la espátula para las patatas—. Remueve. Tomó el utensilio, pero no dijo nada. Maldición, ella olía bien. —No tenías un perro en tu casa. —Empecé a rallar el queso. —En mi edificio no se les admite. ¿Estamos jugando a las veinte preguntas? —Compré todos tus cuadros, creo que tengo derecho a algunas preguntas. Dejó la espátula sucia sobre la encimera y me señaló. —Sabía que iba a haber condiciones. No te importa una mierda los veteranos con TEPT. Solo quieres tener algo para chantajearme. La mierda hizo clic en mi cabeza. —¿Quién fue? —¿Quién fue qué?
—¿De qué estás hablando? —¿Padre? —Tenía que ser alguien cercano—. ¿Hermano?
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Dejó caer su mano y su mirada desafiante vaciló.
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—¿Quién murió? —Observé su rostro buscando una reacción—. ¿Novio? ¿Marido? —Nada.
Apartó la mirada. Bingo. —Tu hermano. De espaldas a mí, no podía ver su rostro, pero no tenía que hacerlo. Su susurro fue un claro indicativo. —No tengo hermano. —Lo siento. —Y lo hacía—. ¿En qué rama sirvió? Exhaló y su voz fue incluso más baja. —Marines. —¿Irak? —Jesús, quería abrazarla. —Afganistán. Tres veces. —¿Pudo volver a casa? Asintió. —Pero no era el mismo. —La realidad del combate, te cambia. —No —repuso, la única palabra. Los brazos cruzados sobre su cuerpo, la cabeza hacia abajo, no era necesario ser un genio para averiguar qué había pasado. —Remueve las patatas, dulzura. Se acabó el interrogatorio. No se movió y aproveché la oportunidad. Me puse detrás de ella y le rodeé la cintura con un brazo. Luego le puse la espátula en la mano, la giré hacia la estufa y la ayudé a remover. —¿Por qué no cocinas? —No me gusta. Su voz era tan pequeña, su dolor era aceptable. —¿A quién no le gusta comer? —No dije que no me gustara comer. Me reí para romper un poco la tensión. —Quieres buena comida, tienes que aprender a cocinar.
—A veces, es la única comida que puedes permitirte.
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—El ramen no es comida. —Comí suficiente de esa mierda creciendo y en el ejército que nunca quise comer de nuevo.
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—Solo hay unas cuantas maneras de verter agua caliente sobre ramen.
—Entonces ven a mi casa y voy a alimentarte mejor. —Mierda, le daría su filete cada noche si quisiera—. Yo me lo puedo permitir. Dejó caer la cuchara y se apartó de mí mientras miraba alrededor de mi penthouse. La actitud que solía arrojar volviendo con máxima fuerza. —Nope, estás seguro de que no estás desesperado por efectivo, ¿verdad? Crucé los brazos. —Compré tus cuadros, ¿no? —Y saliste con mi jefa. —No salí con ella. —No tenía citas con ninguna de mis clientas. —Citas, follar, joder, lo que sea. ¿Por qué no vuelves con tus ricas asalta cunas? Maldita sea. —Porque estoy exactamente donde quiero estar. —Mis defensas despertaron—. ¿Tienes un problema con el dinero, o solo con la gente que lo tiene? —Reconocí el desdén en sus ojos. Me crie en un lugar de mala muerte como el suyo, y sabía lo que era mirar la vida desde el exterior. Nunca tuve un techo firme sobre mi cabeza hasta que me alisté. ¿Pero todo lo que ella estaba viendo ahora? Me lo había jodidamente ganado. —Ningún problema. —Retrocedió unos pasos—. Disfruta de tus cuadros. — Se giró y caminó hacia la puerta de entrada—. Nos vemos. Cautivado por ese trasero con forma de corazón dentro de los pantalones de licra negros, me tomó medio segundo más para reaccionar. —Dime una cosa antes de que irte. Con la mano en la empuñadura de la puerta, se detuvo y se volvió. —Sí, tu polla es enorme. Sí, me he venido un montón de veces. Sí, he disfrutado cada segundo de ello. —Su voz se volvió sentimental y dulce—. Y sí, fuiste el mejor que he tenido. —Dejó caer las pretensiones—. ¿Algo más? Folla conmigo.
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—¿Dónde entrenas a los perros?
nfureciendo, eso es lo que él estaba haciendo. Enfureciendo y dominando, y se metió bajo mi piel como nadie que haya conocido. A la mierda su sexy barba de un día y sus vaqueros colgando bajos en sus caderas. Me dije que no me importaba su suave camiseta estirada sobre sus abdominales duros como piedra. Solo necesitaba salir de allí antes de hacer otra cosa estúpida, como besarlo. O dormir con él de nuevo. —Iba a alquilar el espacio de la perrera. —Abrí la puerta, pero antes de que pudiera salir, una mano grande se apoyó en ella y la cerró. Su aliento acarició la parte posterior de mi cuello. Mi piel se erizó y mi coño pulsó con anticipación. —Donaré el dinero a otra organización benéfica. —Era más fácil que empezar de cero. E incluso si mi zorra ex-jefa todavía me alquilara un espacio para la perrera, no quería tener nada que ver con ella ni con la historia que tuvo con Alex. Ni siquiera quería pensar sobre eso. —¿Donarás mi dinero?
—El dinero es para los perros de servicio de TEPT —me recordó en voz baja.
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Llevó su mano a la parte posterior de mi cuello y me masajeó los músculos que no sabía que estaban doloridos con sus fuertes dedos. Era todo lo que podía hacer para no hundirme en su caricia.
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—Ya no es tuyo. —Ahí, toma eso, arrogante idiota. Excepto, si estuviera siendo honesta conmigo misma, reconocería que no era un idiota. No tenía que comprar todas las pinturas, ya había conseguido lo que quería de mí. Pero las había comprado de todos modos. Y no me parecía alguien que se rigiera por la culpa, por tanto, ¿para qué se las quedó? ¿Las había comprado para poder volver a verme?
—Sé para qué sirve e irá a una organización benéfica que los entrena. —No quería derretirme cada vez que respiraba cerca de mí, pero mi cuerpo no escuchaba. Bajó su voz. —Quiero que los entrenes. Estúpidamente miré sobre mi hombro. —¿Por qué? Su profunda mirada azul se centró en mí. —Porque serás buena en eso. Inhalando, intenté impedir que el elogio me comprara. —¿Sí? ¿Y en qué eres bueno? —¿Además de follar?—. Este penthouse no fue barato. Sonrió, pero no llegó a sus ojos. —Mis inversiones han dado sus frutos. Cauteloso y distante, silenciosamente me recordé que no era material de citas. Polvo de venganza contra la ex-jefa, enganchar y soltar, un jugador total, no te apegues, silenciosamente recité cada maldita razón que podía pensar para convencerme de alejarme. —Genial, bien por ti. Gracias por... —Miré las pinturas en el vestíbulo y mi corazón traidor se estremeció ante la idea de que esta sería la última vez que lo viera—. Sí, de todos modos, ten una vida agradable. —Necesitaba irme ahora mismo. Y encontrar a Jesse. Y disculparme y conseguir volver a mi vieja vida. Este elegante penthouse no era mi realidad, y cada segundo que pasaba en él, mi cerebro se retorcía con peligrosos pensamientos hipotéticos. Abrí la puerta —Olivia. La orden en su voz hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal y erizara la piel de mi cuello, pero no estaba cediendo.
—¿Cómo llegarás a casa? —Trotando —mentí.
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Salí con tanta dignidad como pude porque tenía la certeza de que su mirada estaba sobre mí tan segura como sabía lo que me estaría esperando en el garaje. Entré en el ascensor que era más grande que mi dormitorio, y cuando me volví, me estaba mirando.
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—Adiós, Alex.
Su mirada se desvió hacia mis piernas y luego se deslizó por mi cuerpo. —Conozco un mejor entrenamiento. La puerta se cerró y yo exhalé. —Santa mierda. —Necesitaba controlarme. Y una vida. Jesse tenía razón. Me había estado escondiendo durante dos años y era hora de cambiar eso. Bajé en el ascensor hasta el garaje, en vez del vestíbulo porque sabía que Jesse no me dejaría aquí sin una vuelta a casa. Al menos, no pensé que lo hiciera. Pero cuando las puertas se abrieron, pensé que tenía una oportunidad de cincuentacincuenta que aún estaría aquí. Al parecer, las probabilidades no estaban a mi favor. Su camioneta había desaparecido. Maldita sea, realmente no quería correr a casa. Era muchas cosas, pero loca no era una de ellas. Esto era Miami y estaba soleado, lo que significaba que solo era diez grados más frío que la superficie del sol. Pero sin billetera ni teléfono significaba ninguna opción. Suspiré y subí al ascensor hasta el vestíbulo y me dije que estaba ganando en la vida ya que estaba usando zapatillas de deporte hoy. Zapatillas que chirriaban sobre los brillantes pisos de travertino mientras caminaba por un vestíbulo que tenía más cristal que mi edificio de apartamentos entero. También estaba climatizado a un saludable frío ártico, así que cuando pisé en la acera, la diferencia de temperaturas me hizo empaparme de sudor de inmediato. Tres cuadras más tarde, la humedad cien veces más opresiva que de costumbre, estaba francamente repugnante cuando un costoso coche deportivo cortó delante de mí cuando traté de cruzar una calle. Mostré mi dedo medio cuando la ventanilla teñida se deslizó hacia abajo. Alex me sonrió. —Eso no parece correr. —Te diría que te fueras a la mierda, pero no tiene ningún efecto en ti. — Funcionaba en todos los demás, ¿por qué demonios no funcionaba en él?
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Una gota de sudor se deslizó por mi espalda y se unió a sus amigas en mi cintura. Mi cabello se encontraba pegado a mi frente y mi camiseta sin mangas estaba más oscura entre mis tetas, porque las tetas gigantes hacían lugares ocultos especiales para el sudor.
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—¿Y si me dijeras simplemente jódete?
—Si fueras bueno, lo harías. Pero no lo eres. Así que vete a la mierda. —Tal vez si seguía diciéndolo, lo haría. Rió. —Entra, nena. —¿Sabes que el noventa y nueve por ciento de las mujeres odian la palabra nena? Es un bloqueador de pollas probado. —Nunca tuve un problema con eso. Ahora sube al auto antes de que tengas un golpe de calor, dulzura. No me estaba metiendo en su fantástico auto, cualquiera que sea, toda asquerosa y sudorosa. Lo último que mi ego necesitaba era que me oliese así. —Tentador, pero no gracias. Prefiero correr el riesgo que meterme en un auto con un extraño. No perdió un latido. —¿Sabes lo que pasó anoche? Estaba borracha, no desmayada. Por supuesto que sabía lo que había pasado anoche. Estúpidamente lo había follado. O me había follado. Lo que sea. —¿Eyaculaste prematuramente? —Intercambio de ADN. ¿Sabes lo que significa? —¿Soy una escena del crimen? —Mi coño dolorido se sentía como una. —No somos extraños. Entra en el coche, porque te lo prometo, la alternativa será peor. No mentiría, todas las posibilidades de su idea de una alternativa, tenían a mi mente imaginando una letanía de escenarios, todos ellos clasificado-X. Negué. —Sí, no va a pasar. —Giré y fui por otro camino, tratando de convencerme de que hacer unas manzanas de más en mi camino a casa sería mejor que otro rollo en el heno con el señor Wrong.
—Como dije, dulzura, eso no es trotar. —Alex me pasó y luego corrió hacia atrás cuando hizo su comentario. Con pantalones cortos, sin camisa, con más
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Normalmente no le habría dado un segundo pensamiento, pero nadie estaba caminando con este calor y el cabello de mi nuca se erizó como si mi cuerpo supiera quién venía.
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Afortunadamente, no me siguió, y dos cuadras más tarde, cuando me preguntaba cuán loca estaba realmente por renunciar a un paseo con aire acondicionado, pasos se acercaron rápidamente detrás de mí.
músculos de lo que parecía humanamente posible, sonrió—. Vamos, recupera el ritmo. —Se acercó a mi lado y empujó mi hombro—. Veamos de qué estás hecha. —¿Qué? —¿Demonios? —Un pie frente al otro. Imagina que estás huyendo de mí si eso ayuda. —Ni siquiera estaba sin aliento, se rió entre dientes. ¿Dónde diablos estaban sus vaqueros? ¿Y su auto? —¿Me estás acosando? —¿Me sentía halagada? ¿Todo el dinero que gastó en las pinturas había sido una advertencia de que necesitaba una orden de restricción? —Asegurándome de que llegues a casa a salvo. Vamos, dulzura, corramos. Ni siquiera estaba sudando. ¿Qué mierda era eso? ¿Los acosadores en serie no sudaban? ¿Y por qué su cuerpo era perfecto? —No. Antes de que la palabra saliera de mi boca, él me levantó. Excepto que no solo me levantó, me tiró sobre su hombro, estilo bombero, y me dio una palmada. —Tú te mueves o te llevo. Mierda. —¡Bájame! —¿Vas a correr? —¡No! Me dio una palmada en el culo y empezó a caminar. —Entonces no te voy a defraudar. Sudando por todas partes sobre él, mi culo moviéndose en el aire, grité. —¡Bien! Bájame. ¡Correré! No me bajó de la misma forma en que me había levantado. Oh no, el hijo de puta sujetó la parte de atrás de mis piernas y me bajó lentamente contra su pecho desnudo y sentí perfectamente cada ondulación de sus abdominales. Mostrándome sus cegadores dientes blancos y su sonrisa, me situó en mis pies. Si ahora respirase cerca de mis partes de dama, me vendría.
—Me quieres.
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Guiñó un ojo.
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—Te odio.
Eso también. Pero todavía le mostraba actitud. Deshice mi cola de caballo, peiné mi cabello en un moño desordenado y luego puse mis manos en mis caderas. —¿Dónde está tu auto? —Estacionado en mi garaje. —¿Regresaste, te cambiaste, luego corriste hasta alcanzarme? Sonrió. —No has llegado muy lejos. Él y su estúpida sonrisa. Ni siquiera parecía que la humedad lo molestara. Lo odiaba más. —Estoy empezando. ¿Crees que puedes mantenerte a la altura? —No sabía por qué lo estaba incitando, excepto que todo lo relacionado con él sacaba lo peor de mí. Es decir, hasta que me tocaba, entonces yo era solo un patético montón de deseo desenfrenado, maduro para tomarlo. Mi única opción era no tocarlo más. Me volví y comencé a correr. —¿Harás calentamiento, dulzura? —Ya estoy caliente. —Entre mis piernas y por todas partes. Pero nada reduciría mi odio a todo lo que fuera ejercitar. Había hecho footing 7 hacía tres años y todavía lo odiaba con una ardiente pasión. Casi tanto como odié su expresión de satisfacción cuando emparejó mi zancada. Casualmente miró a nuestro alrededor. —¿Dónde está tu novio? —No es mi novio, pero pregunta una vez más y me harás cambiar de opinión. —Otra media manzana y no podría hablar, hoy la humedad era opresiva. Rió. —¿Es una amenaza? Gruñí e intenté fingir que no estaba muriendo.
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Footing: Ejercicio que consiste en trotar o correr en forma lenta y sin prisa.
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—No te debo nada. —Pero me sentía como si lo hiciera, y seguí pensando en su estúpido comentario acerca de que era buena en entrenar perros. Lo era. Era fantástica. Pero la única persona que me lo había dicho era Jesse y él no contaba porque había dicho que estaba tirando mi vida. Ni siquiera mi madre me animó a
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—¿Realmente piensas que es una decisión inteligente molestar a tu principal patrocinador de caridad?
seguir con esto. Había pasado tanto tiempo diciéndome lo que era correcto, que ya no sabía qué lo era. O incorrecto aparentemente. Miré a Alex—. Devuelve las pinturas, recupera tu dinero. —Buen intento. Y para que conste, estoy un poco enfadado por la pintura de Cecile. Esa hubiera estado muy bien en mi cuarto de baño. Dejé de correr y puse mis manos en mis caderas. Dio dos pasos más antes de que se detuviera y regresara. —¿Problemas? —¿Por qué estás aquí? Sonrió.
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—Tengo una propuesta.
abía pensado en todo esto en veinte minutos. Pero con cada minuto que pasaba, tenía más sentido. Estaba perdiendo la cabeza o peligrosamente cerca de convertirme en un hombre acompañante azotado. De cualquier forma, me había convencido de que esto era todo acerca de un paraíso fiscal y no tres años de desgaste. O peor. Sonreí con mi sonrisa de dinero. —Nos asociaremos con tu organización benéfica. Ella cerró sus ojos por un segundo y luego suspiró. —Joder. Mi sonrisa vaciló. —¿Tienes una mejor oferta? —Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. —Dejó caer sus manos de sus caderas—. Nadie coge así y es normal. —¿Y Bob el Constructor es normal? —Ese cabrón la dejó sin transporte y sin teléfono. Dos veces. —Ni siquiera me conoces. —Sacudió su cabeza y murmuró—. Estás jodidamente loco. —Empezó a alejarse. —Te estoy ofreciendo dinero. —¿Qué demonios estaba mal con ella?
Se volteó, y sus tetas rebotaron mientras volvía con su sexy culo de nuevo a mí.
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—Oye. —Rugí, de repente molesto—. Compré esas pinturas. Te di capital. ¿Por qué infiernos te estás alejando?
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—No quiero tu dinero.
—¿Piensas que puedes lanzar dinero a cualquiera que sea tu sabor del día y el mundo va a estar agradecido? ¿Qué es lo que sabes acerca de la beneficencia? Espera. Déjame adivinar. Leíste en alguna revista financiera cómo sería genial para cancelación de impuestos. —Se mofó—. No necesito o quiero un socio, especialmente alguien como tú. Ignoré el punto del comentario de la cancelación de impuestos. —Estás cometiendo un error. —Fue la primera mierda estúpida que salió de mi boca. Estaba observando sus labios y queriendo besarla jodidamente demasiado, estaba teniendo una semi-erección en medio de South Beach. —¿En serio? ¿Un socio? ¿Qué vas a hacer? ¿Limpiar mierda de perro y regar con la manguera las perreras? Demonios no. —Contrataré‖a‖alguien‖para… Ella lanzó sus manos al aire. —¿Quién demonios piensas que será ese alguien? Al demonio con esto. Me paré en su espacio personal, agarré el desastre que había hecho de su cabello, e incliné su cabeza hacía atrás. —Eres sexy como el infierno cuando estás enojada. Sus fosas nasales llamearon, pero su cuerpo se inclinó hacia mí. —Suelta. —No. —Sostuve su mirada—. Sal conmigo. Por tres latidos, ella me observó. —Esa es la razón por la que compraste las pinturas. No era una pregunta, era una acusación y no iba a reconocerlo. —Cena, esta noche. —Tenía clientas una tras otra reservadas. Era fácilmente una noche de quince mil grandes y en este momento, no me podía importar menos.
—Te recogeré a las ocho, hermosa. —Luego, me obligué a soltarla y dar un paso atrás.
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Jodida dulce victoria. Ella podría haber dicho no, pero su cuerpo estaba diciéndome todo lo que necesitaba saber. Luché con una sonrisa y toqué su frente con mis labios.
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—No. —Tragó y sus piernas se presionaron juntas.
—Alex. —Se mantuvo perfectamente quieta—. Espera. —Ocho en punto. —Le di un guiño y me alejé trotando. Antes de alcanzar la esquina, devolví la mirada para verla aún de pie ahí. Con una estúpida sonrisa extendida por toda mi cara. Loco con el pensamiento de tenerla de nuevo debajo de mí, corro fácilmente ocho kilómetros y voy de vuelta al penthouse. El cardio tuvo que haber empujado algún sentido en mí, pero todo lo que estaba haciendo era planificar. Hice la primera llamada antes de entrar a la ducha. Sonando sin aliento, Jared contestó después del quinto tono. —¿Qué tal, pretencioso? —¿Reservaste esta noche? —¿Es sábado? —preguntó sarcásticamente. —Limpia a tus clientes. Vas a hacer quince grandes esta noche. —Pura mierda. —Gruñó y una mujer gimió. —Jesucristo. ¿Estás follando a una clienta ahora mismo? —¿Acaso no le había enseñado nada? —No. —Gruñó bajo—. Ahhh, demonios. Espera. —La mujer gimió audiblemente—.‖Eso‖es,‖bebé,‖justo‖ahí…‖joder…‖joder…‖jooooder…‖demonios eso estuvo bien. —Exhaló—. Volví. No era una clienta. Sacudo mi cabeza. —¿Aún follas gratis? —El mejor tipo de cogida. —Contrarrestó—. ¿Qué pasa esta noche? No hago fiestas de solteros. O cualquier clase de fiesta. El odiaba las multitudes. Desde los Marines, no hacía muchas cosas. Como reuniones, Cuatro de Julio, conciertos, o incluso un teatro de cine. —Sin fiestas. Tengo tres clientas esta noche. —¿Cuál es el problema? —Rió—. ¿Estás perdiendo tu aguante con la edad? Era sólo un año más viejo que él.
—Veinte. Suspiró y luego escuché una puerta cerrarse.
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—Diez.
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—Joder no. Tengo un conflicto de horarios. Vas a tomar las tres y obtengo un treinta por ciento.
—No estoy jodiendo tus viejos culos por un ochenta por ciento. —Define viejo. —Cincuentas y esas mierdas. Mi clienta más vieja tenía‖cuarenta…‖y‖algo. —Deja de ser un cobarde. Te equivocas por una década. Y la segunda clienta de esta noche es joven. —E inexperta. Jared asustaría la mierda fuera de ella. —¿Es sexy? —Paga cinco de los grandes, ¿qué te importa? Se rió. —No me importa. —Eso es lo que pensé. Y no seas un idiota agresivo con ella. Es tímida. —Aw, vamos, sargento. Sabes que no puedo con esa mierda. No soy un coño. Jared era cualquier cosa menos un coño. Su juego era duro y sus clientes se comían esa mierda. Le envié unas pocas mujeres con los años y nunca miraron atrás. —Sólo tómala suave y no asustes la mierda fuera de ella. —Debería follar con una mujer si quiere que sea gentil. No me importaba lo que hiciera cuando no me estaba pagando cinco grandes para golpearla al estilo misionario. —Aguántate. Se rió entre dientes. —Tal vez lo haga. Cristo. —Te enviaré los detalles en un mensaje. Apégate al guion y no llegues tarde. —Jared era notoriamente impuntual—. Me haces saber si tienes algún problema. —Yo no tengo problemas. No iba a tocar eso. —Nos vemos mañana.
—Cena de negocios. —No era una completa mentira. —¿Estás diversificándote?
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años.
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—Oye, ¿cuál es el verdadero asunto? No te has tomado una noche libre en
Jared, yo y otro amigo marine habíamos hablado de esto pocas veces. Los había convertido a ambos en lo que yo estaba haciendo. Ninguno de nosotros estaba preparado para la vida de civiles, pero me había adaptado más rápido. Jared estaba en el sexo duro y tomaba los negocios en serio, pero Dane era una historia distinta. El jodido era enorme y silencioso y asustadizo como el infierno. Desaparecería por días, algunas veces, por semanas, y no estaba seguro qué demonios hacía cuando se iba así. Dos veces me llamó para que tomara unos pocos de sus clientes porque lucía como si hubiera sido golpeado como un tren. Cuando le preguntaba qué había sucedido, me esquivaba diciendo que había tenido un día duro en el gimnasio. Lo que era una completa mierda, porque todos íbamos al mismo gimnasio y ninguno de nosotros podía derribarlo en el ring. —Averiguando sobre una caridad —admití. Jared soltó una risa. —¿Qué clase de caridad hace un estafador? ¿La experiencia del novio para chicas necesitadas? —Jódete. —Pero tenía toda la razón. Ninguno de nosotros hablaba de lo que hacía fuera de nuestro círculo. No era un idiota. No podía hacer esto por siempre. Sabía que iba a necesitar un plan de salida, y tenía uno. En dos años desde ahora—. Es para veteranos. —¿Desde cuándo te importa una mierda los veteranos? —Jared no tenía amor por la milicia. —Te estoy hablando a ti, idiota, ¿no? Rió. —Suficientemente justo. ¿Qué chica te envolvió en esto? —No dije que había una mujer involucrada. —¿Qué restaurante? —preguntó, tan casual que no vi la trampa. —Pietra´s. Se carcajeó, con fuerza. —Jodido perro, vas a ir a una cita. ¿Sabe cómo pagas las cuentas? Cristo.
Hace unos días, eso me hubiera molestado. —Haz tu mejor intento. Todavía tengo mi veinte por ciento.
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—Hago eso y no volverán a ti. —Se mofó.
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—Sólo ocúpate de mis clientas esta noche.
—De ninguna manera. Este es un trato de una sola vez. Después de eso, mantengo mis ganancias. A diferencia de ti, no hago caridad. Nos vemos. —Rió y colgó. Llamé a Dane. Contestó en el tercer tono, pero como siempre, no dijo nada. —Es Alex. —Lo sé. —Su profunda y callada voz sin entonación alguna. Exhalé, preguntándome si era una idea estúpida llamarlo, pero era la única persona que conocía que tenía un perro. —¿Qué sabes acerca de perros de servicio para el estrés postraumático? —Hunter no es un perro de servicio. —Pero digamos que quieres uno, lo entrenarías. —No. Es una mascota personal. —Todos los perros son mascotas. —No de acuerdo con las leyes federales. Los animales de servicio no son mascotas. ¿Qué demonios? —Jodidos argumentos, digamos que querrías que tu perro sea tu mascota y un animal de servicio, ¿qué sería? ¿Perro de terapia? —Los perros de terapia son usados en los hospitales o escuelas, o en zonas de desastre. No proporcionan asistencia a sus dueños. No son lo mismo que animales de servicio. No tienen los mismos derechos de acceso. —¿Derechos? —Acceso legal a cualquier lugar público. Cristo. No sabía que era tan complicado. —Entonces ¿cómo convertirías a Hunter en un perro de servicio? —No lo haría. Lo declararía un animal de apoyo emocional. No necesita de ningún entrenamiento especial.
Tenía que estar bromeando.
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—Escoge la raza adecuada, y dales entrenamiento básico, después personaliza el entrenamiento para cada individuo basado en sus necesidades y luego adapta el perro al dueño.
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—Entonces, ¿cómo entrenas a un perro de servicio?
—¿Cada perro de servicio tiene un entrenamiento personalizado? ¿Cómo haces dinero con eso? —No lo haces. Por eso las caridades hacen eso. Froté una mano por todo mi rostro. —¿Cuánto tiempo tomaría entrenar a cada uno de estos perros? —No lo sé. Algunos meses. Mi mente estaba tambaleando y estaba empezando a ver a lo que Olivia se estaba enfrentando. —Ella necesita más que el espacio de una perrera rentada. —Uno, tal vez dos. Jesús. Ella ni siquiera podía tener perros en su apartamento. ¿Cómo iba a sortear esto? —Luego, después de que están entrenados, los entregas. —Básicamente. —Muy bien, gracias. ¿Vas a ir al gimnasio mañana? —No estoy en la ciudad. —¿Vacaciones? —bromeé. —No. Esperé, pero no se explicó. —¿Alguna vez me vas a decir en qué estás? —No necesitas saber. —Colgó y un golpe sonó en mi puerta de enfrente. Pensando que era el mensajero con un paquete abrí la puerta y maldije.
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—Irina. —Con una jodida maleta—. ¿Qué estás haciendo aquí?
mpapada de sudor, sedienta y enojada conmigo misma por pasar todo el camino de vuelta considerando la idea de lo conveniente que sería la oferta de Alex, subí las escaleras. Y porque mi vida ya era una jodida porquería de mierda, Jesse abrió la puerta. —Te estaba dejando una nota. —¿Sí? —Quería estar enojada con él, pero estaba demasiado ocupada teniendo una insolación. Pasé junto a él y fui a la cocina—. ¿Qué dice? ¿Perdona que te haya besado y te hiciera volver a casa andando, pero necesitabas aprender una lección? Llené un vaso con agua del grifo y lo bebí. Se apoyó en la encimera. —No estoy tratando de darte una lección. Rico, agua sin filtrar de la ciudad de Miami. Probablemente acababa de atrapar una enfermedad transmitida por el agua. Esto es lo que te pasa cuando no hiciste nada de dinero y usaste lo poco que tenías para empezar una obra de caridad. No te alcanza para Evian. —Hablemos de la llave. —Siempre he tenido una llave de tu casa. —Y nunca he tenido una de la tuya. Qué conveniente para ti.
No quería pelear con él, pero era como si hubiera encendido un interruptor y no podía dejar de estar enojada con él desde que me había besado.
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—Estás enojada.
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Exhaló.
—Vaya, ¿qué te dio esa impresión? —¿Esto se trata de nosotros o de él? No iba a librarse tan fácil. —Dímelo tú. Tú eres quien me estaba dejando una nota. No picó. —¿Qué pasó después de que me fui? Porque estaba de mal humor, solté la legua. —Él puso sus manos sucias sobre mí y me obligó a hacer cosas innombrables. La mandíbula de Jesse se tensó y sus manos se cerraron en puños. —Qué pasó, Liv. Suspiré dramáticamente. —Discutimos, se ofreció a asociarse conmigo en la obra de beneficencia, y luego me pidió una cita. —Solo de hablar de eso me cansó. Y estaba cansada de estar cansada. Y estresada. ¿Y cuándo empezó mi vida a convertirse en algo más que un simple plan para entrenar a unos cuantos perros y marcar la diferencia en las vidas de los veteranos?—. Voy a ducharme. No esperé una respuesta. Me quité mi camiseta sin mangas mientras andaba por el pasillo porque no podía soportar otro segundo en mi asquerosa camiseta, y si estaba siendo honesta, Alex hizo más por mí que solo follarme. Ya no era tímida delante de Jesse. Dejé que viera lo que se había perdido. No importaba porque yo ya había sido arruinada por una polla de más de veinticinco centímetros. Solo el recuerdo de la noche anterior me tenía caliente y molesta, y me pregunté cuándo me había convertido en esa chica. La que le tiemblan las rodillas por el primer hombre que le dé un orgasmo... o diez. —Estás magullada. Sorprendida, miré por encima del hombro. Había una mirada fija en mi espalda desnuda, Jesse estaba en la puerta.
—Cierra la puerta.
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No era una pregunta, e incluso si lo hubiera sido, no tenía una respuesta. Nunca había pensado en lo que me gustaba antes de la noche pasada. El recuerdo de Alex sujetándome contra el bar mientras follaba el infierno fuera de mí inundó mi mente y me estremecí.
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—Te gusta rudo.
Ignorando mi petición, dio un paso alrededor de mí, y abrió la ducha. —No tenías que acudir a alguien como él. Podrías haber venido a mí. Mi corazón comenzó a correr y crucé los brazos sobre el pecho. —No sé de qué estás hablando. —Sí que lo sabes. —Agarró mi cabello por la base y retiró suavemente el elástico. —Jesse —le advertí—. Tienes que irte. —Todo lo que estaba haciendo me hacía sentir incómoda porque no era él. Mi mejor amigo no me seguía al baño y me miraba fijamente. Y nunca me había tocado el cabello. Verificó el agua. —No te habría dejado marcas. —Está bien. —Levanté mi mano—. Estás cruzando una línea. —¿Qué línea es ésa? —Su mirada recorrió mi cuerpo—. Porque después de anoche no pensé que te quedaran muchas. Le di una bofetada. La mano me escocía, el corazón me dolía, miré las marcas rojas en su mejilla y la vergüenza caló en lo más profundo de mi alma. Las lágrimas brotaron y las palabras se adhirieron, gruesas e inmanejables en mi lengua, pero empujé una respuesta que no nos hundiría más allá del punto de no retorno. —Lárgate. Bajó el tono, pero su mirada de ojos marrones que estaba llena de intensidad se mantuvo firme. —Yo siempre te he deseado. —Y salió. Me hundí en el borde de la bañera y me acurruqué.
Pero él no iba a volver.
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El vapor llenó el cuarto de baño y mi cuerpo tembló. Adrenalina, arrepentimiento, enojo, era un caos del que no quería formar parte. Pero el meollo en él, era lo que realmente me asustaba. En el fondo, mi yo de dieciséis años me estaba rogando que corriera tras él. Quería que persiguiera al muchacho que se había alistado en los marines. Quería que le agarrara la mano y me hundiera en sus brazos y le rogara que olvidara lo que había hecho anoche. Ella quería un poco de la vida que podría haber sido. Quería a su hermano de vuelta.
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—Mierda.
Las lágrimas se deslizaron por mi cara y se mezclaron con el calor ardiente de la vergüenza mientras me quitaba los pantalones y entraba a la ducha. Me restregué y restregué, pero nada alivió el dolor de la culpa. Había negado a mi hermano por Jesse. Una decisión de una fracción de segundo y lo había alejado. Mi propio hermano. Estaba muerto y yo estaba aquí, jodiendo mi vida. No me di cuenta de que estaba sollozando hasta que el agua se cerró y brazos fuertes me envolvieron en una toalla. —Lo maté. —La confesión se filtró como una herida abierta. Calor corporal y silencioso me acunó y levantó. Jesse me llevó a mi habitación y me colocó en la cama. No habló. Tampoco consoló. Hizo lo que siempre hacía cuando me rompo. Empujó las piezas juntas. Era lo más cercano a casa que me había sentido. Pero en ese momento me golpeó: no estaba en casa. Ni siquiera me reconfortaba. Estaba fría y cansada. La desesperación se vertió en la desesperanza y el veneno de la culpa se filtró sobre los dos. —Mato todo. Yo, mi obra de beneficencia, nosotros. —No podía odiarlo por buscar a Jennifer. Jesse envolvió el edredón a mi alrededor. Debería querer a alguien más. Yo no era nadie. Estaba corriendo hacia una existencia que no contaba más que con el arrepentimiento. No lo merecía. Jesse no había hecho nada malo. Yo sí. Durante años. —Lo siento. Tan familiarizado como si este fuera su dormitorio, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó el frasco de pastillas para dormir que nunca tomo, a menos que me las diera. Sacudiendo una en su mano, la puso sobre mis labios. Como una niña obediente, la tomé y la tragué en seco. No se metió a mi lado en la cama. No ofreció palabras de consuelo. Sus ojos ni siquiera se encontraron con los míos. Cerró las cortinas e hizo lo que mejor sabía hacer.
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Se marchó.
o me vas a dejar entrar? Por el amor a Dios. —¿Cómo sabes dónde vivo, Irina? —No me moví. Ella pasó empujándome con un resoplido. —El Tercero. —Colocó su maleta junto a las pinturas y realizó un gesto desdeñoso con el brazo por el aire—. Él hace las verificaciones de antecedentes en todo el mundo. Había establecido una compañía de responsabilidad limitada y compré el penthouse a través de ella. No era completamente anónimo, pero debería impedir que la mayoría de gente me encuentre. —Voy a volver a eso, pero no te quedarás aquí. —Me hizo preguntarme quién demonios era su marido. —No firmé un acuerdo prenupcial y no tengo nada que ver con lo que hace el Tercero. No le dije que revisaran tus antecedentes. —Tu mierda con él no tiene nada que ver conmigo, Irina. Ya te lo dije, terminamos. Y si no tenías nada que ver con eso, ¿cómo obtuviste mi dirección? —Él me echó y necesitaba un lugar para ir. ¿Cuál es el problema?
Ella volvió a agitar el brazo y su acento se hizo más acentuado. —Es temporal.
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—El problema es que aparezcas aquí. —Y el hecho de que anoche me viniera dentro de una morena caliente y bocazas, quien me tenía anhelando con tantas ganas de pedir un poco más, era en todo lo que podía pensar.
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¿Hablaba en serio?
—Ve a un hotel, Irina. Con petulancia, bufó mientras se sentaba en mi sofá. —No tengo tarjetas de crédito. Él se las llevó. —No es mi maldito problema. —Pero incluso cuando lo dije, sabía que cedería y la ayudaría de alguna manera. No había olvidado que ella fue mi segunda clienta. La conocí justo después de que mi primera y única clienta muriera de cáncer. Ella le había dado a Irina mi nombre y mi tarifa, que era más alta de lo que me había pagado. Siempre me había preguntado si en secreto esperaba que termináramos juntos permanentemente. Ella había odiado al marido de Irina. Irina pasó su cabello por encima del hombro. —¿Ya terminaste? —¿Con qué? —De hacer la rabieta. ¿Ya terminaste? Porque tengo sed. El vino blanco está bien. Lo retiro. No iba a ayudarla. Cogí mi teléfono y llamé a Dane. Él contestó inmediatamente. —No puedo hablar. Lo ignoré. Esto no podía esperar. Necesitaba a Irina fuera de aquí. —¿Cuánto tiempo vas a estar fuera de la ciudad? Tengo un amigo que necesita un lugar para quedarse. —¿Masculino o femenino? —Lo último. —No tienes amigas. Miré a Irina. —Tienes razón. Pausa. —¿Clienta? —Ex.
—Voy a ducharme, luego te llevaré al lugar de un amigo. Está fuera de la ciudad. Puedes quedarte allí por tres días, luego estás por tu cuenta. Y no volverás aquí.
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Le di una mirada de advertencia a Irina.
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—Setenta y dos horas. —Colgó.
—Lo que sea. —Colocó su pierna sobre el costado del sofá y me dio un vistazo de su entrepierna. Por supuesto que no llevaba ropa interior. —No lo intentes —interrumpí. Ella abrió más las piernas. —No intento nada. —No voy a follar contigo, Irina. —Bien. —Se estiró entre sus piernas y arrastró un dedo a través de su coño—. Me ocuparé de mí misma. Maldición. Familiaridad, condicionamiento, mi polla cobró vida. —Eso será una primera vez. —Me deseas —ronroneó, lamiéndose los labios. —No, quiero que te vayas. —Caminé hacia mi cuarto de baño y cerré la puerta. Me apresuré en la ducha, me afeité y me vestí. Cuando regresé al salón, Irina estaba en mi mesa de café. Desnuda. Su cabeza colgaba del borde como una estrella porno y sabía exactamente lo que estaba haciendo. —Te esperé —dijo sumisamente. Mi pene finalmente se puso a tono con la cabeza y siguió con el programa. Con las curvas de Olivia en mi mente, ni una cosa de Irina ni de lo que estaba haciendo me excitaba. Crucé los brazos. —No vas a chupar mi polla. No te voy a follar. Y no te voy a hacer acabar. Terminamos, Irina. —Por favor —suplicó ella. —Vístete. —Pero… —Ahora —gruñí.
—Veinte segundos —le advertí—. Ponte la ropa o estarás con tu culo fuera. Lentamente, con toda la actitud, se levantó y se puso el vestido por encima de la cabeza y se colocó los tacones.
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—Seré buena.
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Ella rodó sobre su estómago y puso su culo en el aire.
—Tú eres el culo. —No te llamé un culo. —Mierda, ¿por qué me molestaba?—. Coge tu mierda. —Mantuve abierta la puerta principal. Como si tuviera todo el tiempo en el mundo, levantó su bolso y agarró el mango de su maleta, pero no salió. Se detuvo delante de mí, agarró mi polla y me lamió el cuello como un puto perro. —Nadie lo hace como yo. —Apretó mis bolas—. Extrañarás esto. Me abstuve de reaccionar porque la conocía. Follas a alguien cada semana durante tres años, aprendes cosas. A ella le gustaba burlarse y provocar. Quería que me excitara y luego se volvería sumisa como la mierda y tomaría lo que había venido buscando. Hasta la semana pasada, habría funcionado para mí. Ahora lo vi por lo que era. Para Irina todo se trataba de juegos. Pero para Olivia no. Y su culo era jodidamente perfecto. Sonreí a Irina porque era exactamente lo que ella no quería. —No estaría tan seguro. —No iba a extrañar ni mierda. Dejó su maleta a mis pies y caminó hacia el ascensor. Dejándola tomar su última indulgencia, llevé su mierda a mi coche. Ella se quedó en silencio hasta que salí del estacionamiento subterráneo. —Conociste a alguien. —No era una pregunta, era una acusación. —No confundas los hechos. Terminamos al segundo que quisiste más. Cruzó los brazos sobre su pequeño pecho. —No te pido nada. —No tenías que hacerlo. —No podía creer que solía encontrarla atractiva. —¿Así que crees que ves algo que no está ahí, entonces lo terminas? Estás loco. —No somos una pareja, Irina. Nunca lo fuimos, nunca lo seremos. Eras mi clienta, nada más. Soltó un bufido. —Estás diferente. Algo ha cambiado desde la semana pasada.
—Entonces vamos a follar sin el dinero. Sonreí.
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—Nada es diferente excepto que ya no estás en mi agenda.
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Había follado gratis y me había gustado.
—¿Porque no tienes? No va a pasar. Ni siquiera si el Tercero siguiera pagando por ello. Supéralo, Irina. —No quiero. —Hizo una mueca como siempre lo hacía cuando no se salía con la suya. —No tienes elección. —Mierda, casi deseaba que Dane estuviera en casa para que él pudiera quitármela de las manos, pero no le haría eso a él. —Tengo opciones. Muchos hombres me desean. Cristo, no estaba de humor para esta mierda. Sabía cómo callarla, pero no estaba dispuesto a tocarla. —Siéntate y disfruta del viaje. —Encendí el estéreo y conduje hacia el noroeste Dane vivía lejos como la mierda en una propiedad rodeada de tanta tierra sin podar, que no podías ver su cerca a menos que la buscaras, y mucho menos el desvío de su entrada. Me detuve en la grava e ingresé el código de su puerta de seguridad. Él me había dado todos sus códigos, para su puerta, su casa, incluso el loco búnker que había construido un par de años atrás. Había dicho que los necesitaría por si acaso, pero nunca había dicho lo que eso implicaría. Conduje y estacioné delante de lo que parecía una casita de madera con esteroides. Marcos de madera, techo de metal, porche para sombra en todos los lados, parecía vieja hasta que entrabas. Apagué el motor y una fuerte ráfaga golpeó el coche. —Ven. Irina se apartó de la puerta. —Estamos en medio de la nada. No me voy a quedar aquí. —¿Dijiste que necesitabas un lugar para alojarte? Aquí tienes. Tienes tres días. —Salí y cogí su maleta de la parte de atrás. Las hojas giraban alrededor de mis pies, llegué al porche dando dos pasos a la vez. Ella me siguió rápidamente. —No puedes dejarme aquí. Ni siquiera puedo pedir ayuda. El vecino más cercano está a kilómetros.
Miró al cielo.
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—Sobrevivirás. —No necesitaría ni una mierda. Dane mantenía el lugar provisto para el apocalipsis.
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Pensé que esa fue la razón cuando Dane construyó la casa.
—Parece que habrá una tormenta. ¿Qué voy a hacer si hay un apagón? — Miró a su alrededor con asco—. ¿Y si un oso me come? —No hay osos, sólo linces y ciervos. —Y un montón de serpientes—. Quédate adentro al anochecer y al amanecer cuando salen a alimentarse. —Contuve una sonrisa—. Y estoy seguro de que descubrirás cómo encender una vela si hay un apagón. Dio un pisotón, pero el viento ahogó el ruido. —Alex. Cristo, era molesta. —Trae tu culo aquí o encuentra otro lugar para quedarte. —No puedes abandonarme aquí. —Cruzó los brazos como si tuviera una opinión en el asunto. —Es todo lo que te voy a ofrecer. —Dejé caer su maleta en el porche—. Tómalo o déjalo, pero toma rápido una decisión porque estoy ocupado esta noche. —Miré mi reloj mientras un relámpago iluminaba el cielo—. Tienes treinta segundos para decidir. Resopló, pero cautelosamente subió las escaleras y echó un vistazo dentro de una ventana. —No puedo ver nada. Ingresé el código en un teclado para la puerta principal y la cerradura se abrió, abriendo la puerta. —Qué esperas, princesa. —No soy una princesa. —Dio un paso dentro del lugar. No, no lo era. Era un dolor en el culo. —¿Feliz ahora? Miró a su alrededor y suspiró como si estuviera ofendida. —Bien. Me quedaré aquí.
Miró el teclado de la pared.
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—La nevera tiene provisiones, hay televisión por satélite y estanterías llenas de libros. No hurgues en su mierda y mantente fuera del dormitorio principal.
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Sonreí. El lugar de Dane podía no tener vistas al mar, pero era tan bonito como mi penthouse. Cada acabado era de alta calidad, y aunque a mí no me gustaba la vista al campo, él lo hizo funcionar.
—Hay una alarma. Le mostré cómo usarla y le di mi código. Dane podía cambiarlo una vez que se fuera. Volví a mirar mi reloj. —Tengo que correr. Llámame sólo si es una emergencia. —Me di vuelta para irme—. Recuerda, tres días, luego necesitas encontrar otro lugar. Me cogió el brazo e hizo un último intento. —No tenías que dejarme como clienta. Miré su expresión suplicante. Sí, de verdad tuve.
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—Adiós, Irina.
l golpeteo en mi cabeza no se detenía. Una y otra vez, como una broma cruel. Estaba intentando ignorarlo hasta que mi nombre fue lanzado a la mezcla. —¡Olivia! Golpe, golpe, golpe. A mi cuerpo hecho polvo por el somnífero le llevó más de dos minutos darse cuenta de que alguien estaba en la puerta de entrada. Adormilada, me levanté, me puse una bata y abrí la puerta solo para hacer que los golpes se detuviesen Forcé a mis ojos a centrarse. Alex. En traje. —¿Qué estás haciendo aquí? Pasó rápidamente la mirada sobre mí y frunció el ceño. —¿Qué pasa? —Nada. —Sin querer perder otro segundo, cerré la puerta, pero fallé en asegurarme que permanecía al otro lado. Estaba a medio camino de mi cama cuando me sujetó del brazo. —¿Qué has tomado? El enfado en su tono era más de lo que podía lidiar. —Que te jodan. —Ahora mismo, dulzura. Dime qué has tomado o vas a ir a una ducha fría.
Me ayudó a llegar a la cama. —¿En mitad del día?
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—Somnífero.
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Estaba demasiado cansada para gritarle.
—Sí. —Mi cabeza golpeó la almohada y suspiré con alivio—. Vete. —No. —Se quitó la chaqueta y la camisa. Si no hubiese estado medio desmayada por el maldito somnífero, estaba segura de que hubiese estado babeando sobre sus abdominales. —¿Qué estás haciendo? —Ocuparme de ti. —Se quitó los zapatos y se desabrochó el pantalón. Mi cerebro luchó por una respuesta mientras miraba su pecho. —¿Sin camisa? Un lado de su boca se levantó, pero no había humor en sus ojos. Lanzó el pantalón a la misma silla con el resto de su ropa. —Es tu día de suerte. —Apartó las mantas y se metió en la cama. Puso un brazo musculoso debajo de mi cabeza y mi espalda golpeó su pecho mientras me acercaba a él. No tenía días de suerte. —No te invité. —Teníamos una cita. —Su voz retumbó de su pecho y aterrizó a mi alrededor como el consuelo de una manta familiar. La sensación era tan extraña y embriagante que se me cerraron los ojos. —No voy a salir contigo. —Ah, ah, ah, no vas a volver a quedarte dormida. —Me sujetó de la barbilla—. Ojos en mí, dulzura. —Me dio una ligera sacudida. —No. —Maldición, estaba cansada—. Déjame. Penetrantes ojos azules me miraban fijamente. —¿Por qué tomaste un somnífero? —No podía dormir. —¿Por qué esto se siente tan íntimo? ¿Por qué él se siente tan íntimo? Su agarre en mí, su mirada, me estaba haciendo sentir más cerca de él de lo que me he sentido con nadie. Su agarre se mantuvo firme.
—Estaba molesta.
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No sabía si era por la maldita pastilla o porque me estaba mirando, mirándome como si realmente le importase, pero mi boca se abrió y de ella salieron palabras estúpidas.
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—Respuesta incorrecta. Inténtalo de nuevo.
—¿Qué tan molesta? —exigió. Al principio no lo entendí. La mayoría de la gente habría preguntado por qué estaba molesta. La pregunta, su preocupación, por un momento bajé la guardia. —Estaba llorando y Jesse me dio un somnífero. Cada músculo en su cuerpo se tensó. —Ya volveremos a ese imbécil dándote drogas, pero ahora mismo, dime por qué estabas llorando. La verdad salió. —Dejé morir a mi hermano. Apretó el agarre de sus brazos en mí. —Estoy seguro de que no fue culpa tuya. —Sí, lo fue. —Me ahogué con el nudo en mi garganta—. ¿La noche que murió? Debería haber estado con él. Me pidió que lo llevase al cementerio y le dije que no. —¿Cementerio? —La‖ tumba‖ de‖ mi‖ padre.‖ Le‖ gustaba‖ ir‖ allí.‖ Y‖ esa‖ noche…‖ —Oh, Dios, esto duele—. Le dije que no iba a ir con él. —Mierda. —La maldición fue como un suspiro—. Te estás culpando a ti misma. —Si hubiese ido con él, aún estaría vivo. —No era culpa. Era un hecho. Me sujetó la barbilla y me obligó a mirarlo. —No lo sabes. Me aparté y solté mi dura verdad como si tuviese el derecho de poner mi peso en él. —Se suicidó esa noche y no estuve allí para él como debería haber estado.
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—Escúchame. Puede que pienses que podías haber detenido lo que estaba por venir, pero esa muerte ya era un hecho. —Lo dijo tan resueltamente, como si lo hubiese visto demasiadas veces para llevar la cuenta—. Incluso si hubieses estado allí con él esa noche, no se puede saber si no lo hubiese hecho la noche siguiente o a la primera oportunidad que tuviese de estar solo. No acabó con su vida porque tú no estuvieses allí con él esa noche. Terminó con ella porque lo que vio en ese despliegue lo cambió. Todos lo vivimos, pero algunos no lo asimilan nunca. No tiene nada que ver con lo que hiciste y lo que no hiciste.
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Tomó un lado de mi rostro y sostuvo mi mirada.
Lágrimas silenciosas se deslizaron por mi rostro. —Debería haberlo ayudado. La furia desencajó su expresión. ―Jesucristo,‖¿quién‖cojones‖es‖tu‖sistema‖de‖apoyo?‖Te‖lo‖estoy‖diciendo,‖no‖ eres una psicóloga licenciada con entrenamiento en el estrés postraumático. No sabes de cuántas formas puede manifestarse esa mierda. Nunca tuviste el control sobre esto y ese imbécil al que llamas mejor amigo debería haberte dicho esto. Aparté la mirada. —De todos modos, era mi hermano. Me acarició la mejilla con el pulgar. —Puede haber sido tu hermano antes de enviarlo a la guerra, pero regresó como marine. Te guste o no, eso cambia a un hombre. Algunos están hechos para eso, otros no. Esa es la dura realidad del ejército y no voy a endulzarlo para ti. Pero lo que estás haciendo, ¿esa culpa que estás guardando? Es una tontería, dulzura. Parte de mí quería rebelarse contra su brutal verdad, pero la otra parte, la parte desesperada, no quería acarrear más con esta culpa. Quería aferrarse a sus palabras como una línea de salvación. Pero la culpa en cada pensamiento de que podía tener razón, en considerar que de algún modo no era culpable de dejar solo a mi hermano esa noche, era sofocante. —No quiero hablar de esto. —Está bien, pero entiende esto. No somos responsables de las acciones de otras personas. —Ajá. —Estaba asustada de mirarlo porque tenía miedo de que tuviese razón. Y si él tenía razón, eso significaba que no podría haber detenido a mi hermano. Pero esa realidad se sentía como un golpe aplastante que no estaba preparada para lidiar. —Oye. —Metió la mano en mi cabello y esperó hasta que lo estuve mirando—. Siento lo de la recaudación de fondos. Tomé una profunda bocanada de aire e intenté retener todo en los confines apretados de mi pecho.
—No. —¿Entonces por qué?
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Me miró.
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—¿Es por eso que compraste todas las pinturas?
Un destello de emoción cruzó su rostro cuando soltó las manos de mi cabello y me llevó a su pecho. —Porque podía. Alex y yo puede que fuésemos extraños, pero había tenido dos hombres en mi vida que habían regresado a casa de la guerra de dos formas diferentes, y conocía la mirada en su rostro en ese momento. Y por alguna razón, me hizo sentir más cercana a él de lo que me he sentido con nadie. Todos teníamos nuestros demonios, pero Alex no me hacía sentir como si necesitase tener juntas todas mis piezas rotas. Me hacía sentir como si no importasen. Ese tipo de aceptación era la única explicación paro lo siguiente que dejé salir de mi boca: —Esa noche no fui al cementerio con mi hermano porque Jesse me pidió ir a cenar. Su única reacción fue la suave caricia de su mano por mi brazo. —Nunca pensé que le diría esas palabras en alto a alguien —admití—. Jesse acababa de llegar a casa y no lo había visto en meses. No quise ir con mi hermano a la tumba de mi padre solo para verlo sentado en silencio durante horas. Estaba siendo egoísta. Quería ir con Jesse, así que fui. —Ahogué un sollozo—. Esa noche, mi hermano se apuntó con una pistola mientras estaba sentado en la tumba de mi padre. Alex puso sus labios sobre mi frente y su brazo me mantuvo con una fuerza a la que no estaba acostumbrada. —Jesucristo, dulzura. —Nunca le hablé a nadie sobre mi hermano y el cementerio, pero debería haberlo hecho. —Me lo estás diciendo ahora. —Podría haberlo detenido. —Debería haber estado allí para él. Lo sentí negar. —Tomó su decisión antes de esa noche. —Pero me había buscado, me había pedido que fuese con él.
—Tenía un permiso para llevarla. —Mucha gente en Florida lo tenía.
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—¿Llevaba un arma?
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Alex me giró en sus brazos y suavemente, como si temiese asustarme, me apartó el cabello del rostro.
El dorso de sus dedos en mi mejilla se detuvo y su mirada, firme y segura, se clavó en mí. —Lo estaba planeando. Si lo hubiese planeado, entonces hubiese podido detenerlo. Si fue una decisión improvisada tomada por la desesperación, entonces yo hubiese podido hacer una diferencia. No sabía qué era peor. Alex tomó mi rostro. —No puedes vivir tu vida sintiéndote responsable. Esa es una pelea unilateral y la única persona que va a perder eres tú. Sabía que tenía razón, pero retrocedí. No se me escapó que no solo esta era la primera vez que había hablado de esto con alguien, sino que no era un desastre sollozante. —Estoy cansada. —Y lo estaba, cansada hasta los huesos, pero el hilo de algo que se sentía como curación se asentó en mi corazón y tenía todo que ver con los fuertes brazos que me sostenían contra su pecho. —Casi hemos acabado de hablar. —Lenta y rítmicamente me acarició el brazo de nuevo—. Dime por qué ese imbécil te dio un somnífero. —No es un imbécil. —Mi defensa fue instantánea y automática, pero mientras las palabras salían me pregunté por qué Jesse había hecho lo que hizo. —Si su respuesta a que tú estés molesta fue drogarte, entonces es más que un imbécil. —Está cansado de lidiar conmigo. —Pero realmente Jesse nunca lidió conmigo, no como Alex había hecho. Jesse y yo nunca hablamos sobre mi hermano antes de esta mañana. Me había vuelto loca cuando averigüé que se había ido y había llorado durante una semana. Aún lloraba, ¿pero hablar de mi hermano con Jesse? Nunca sucedió. —¿Llamas a eso mejor amigo? Ya no sabía cómo calificar a Jesse. Se sentía como si también lo hubiese perdido, pero con los brazos de Alex a mi alrededor, era duro incluso estar molesta por ello.
—No eres responsable de la muerte de tu hermano.
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Alex me empujó de espaldas y rodé. Me separó los muslos con la rodilla y se asentó entre mis piernas. Acorralándome con sus brazos a cada lado de mi cabeza, puso el suficiente peso de su cuerpo para hacerme sentir segura.
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—He acabado de hablar.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. —Dilo —exigió. Más lágrimas cayeron. —No soy responsable. —Egoístamente deseé haberlo tenido en mi vida cuando mi hermano murió. Una fiera determinación endureció su expresión y sus fuertes manos me sujetaron el cabello. ―Créelo. Por primera vez en dos años, la esperanza se extendió por mi pecho. ―Quiero‖ quedarme‖ justo‖ aquí…‖ en‖ tus‖ brazos‖ ―susurré,‖ exponiendo‖ mi‖ corazón. Abrió las fosas nasales por un desesperado momento, el tiempo se detuvo. Sus ojos, del color de la parte más profunda del océano, me miraban como si viese cada fea verdad que intentaba esconder. Su respiración se acompasó, su corazón latiendo contra mi pecho, no dijo una palabra. El pesar me comía y cerré los ojos. ―Lo‖siento.‖No‖quería… Sus labios aterrizaron sobre los míos. Abrasador y consumidor, metió su lengua en mi boca y me besó. Pero este no era un beso como anoche. Tiraba de mi cabello con las manos, su polla golpeó contra mi entrada y hurgó en mi boca como si me necesitase para respirar. Desesperada por lo que solo él podía darme, le devolví el beso. Un gruñido retumbó en su pecho y se bajó el calzoncillo. Chupando mi lengua en su boca, se sujetó y se metió en mi interior.
Metro noventa de músculo sólido y seducción me montaban con fuerza. Unas manos grandes se enredaron en mi cabello y tiraron. Eché la cabeza hacia atrás y se
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Su polla se hinchó y mi coño latió. Su lengua lamió y la mía lo siguió. Sus manos me acariciaron y mis pezones se endurecieron. Goteé con un deseo arrollador y grité por la liberación.
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Mi jadeo sorprendido solo alimentó su dominancia. Me frotó el clítoris con el pulgar y se hundió hasta la empuñadura. Con mis piernas completamente abiertas, jadeé en su cuello y me arqueé hacia él. Las lágrimas se deslizaron por mi rostro y dejé ir todo menos a él.
apoyó en los codos. Su cuerpo sobre el mío, su boca a un susurro de la mía, golpeó. Sus caderas rozaron mi clítoris y su erección golpeó mi punto G. Fuego, luz, calor, dolor, tomé una respiración entre dientes. Tentáculos de placer subieron por mi cuerpo como una droga y supliqué. —De nuevo. Alex Vega no me folló. Me consumió. Una y otra vez, suaves empujones golpearon mi cuerpo en sumisión. Cada golpe de sus caderas contra mi clítoris, cada empujón duro de su polla gigante, me llevó más lejos. Desesperada, no queriendo que esto terminase nunca, intenté retenerlo, pero su cuerpo era un arma y nunca tuve oportunidad. Mis músculos se tensaron, mis pies se curvaron y cien kilos de exquisita liberación dolorosa me llevaron. Caí sobre el borde. Un gemido salió de su pecho mientras se adentraba en casa y bombeó su caliente corrida en mi interior. Temblando, convulsionando, luché por aire. Gotas de sudor corrían por mi cuerpo mientras su semilla salía de mí. Mis ojos se cerraron y mi cabeza cayó en la almohada, pero no conseguí una pizca de descanso. Una boca caliente y unos dientes punzantes se colocaron sobre mi pezón. —¡Ahh! —Mi espalda se despegó de la cama y mi coño se apretó alrededor de su polla todavía hundida. Clavé las manos en sus bíceps mientras mordía mi otro pezón. No tuve tiempo de preguntarle qué estaba haciendo. Con su polla todavía dura y en mi interior, se sentó, tomó una de mis piernas y me puso bocabajo. Tomando mis caderas, me puso de rodillas y se empujó tan profundo que lo sentí en mi alma. —Joder, me encanta sentir mi corrida en tu apretado coño.
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—Sí puedes. —Salió, pero metió dos dedos profundamente y los giró—. Vas a correrte de nuevo, dulzura. Justo así. —Volvió a hundir su polla en mí y jugueteó con un dedo en mi trasero—. De rodillas, tomándome tan profundamente que olvides todo excepto mi nombre.
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—Alex. —Jadeando, cansada, quería decirle que se detuviese, pero mi coño estremeciéndose y mis piernas temblorosas querían más—. No puedo. —Oh, Dios mío—. Por favor.
No le dije que ya estaba ahí. Me estaba empujando contra su polla y entregando cada una de mis piezas rotas mientras las cuatro letras salían de mi boca y suplicaba por más: —Alex. Deslizó su dedo dentro de mi trasero. Una presión exquisita me hizo gemir. —Sí, más. —Tú, pequeña zorra golosa. —Me golpeó el trasero. Mis músculos se tensaron sobre él por la sorpresa de la picazón. Su voz se volvió grava: ―Est{s‖ tan‖ jodidamente‖ húmeda‖ para‖ mí.‖ Te‖ siento‖ temblar.‖ Pero‖ no‖ vas‖ a‖ correrte aún. —Su pecho cubrió mi espalda y me lamió el cuello y me mordió la oreja—. Oh, no, dulzura. —Salió casi por completo y gimoteé—. Vas a dejar que se construya. —Su calor dejó abruptamente mi espalda y me golpeó la otra nalga. Jadeé. —Eso es. —La cabeza de su polla frotó una vez mi clítoris, luego se alejó. Casi me corrí. —¡Por favor! Otro golpe. —¿Por favor qué, dulzura? No puedo escucharte. —Deslizó suavemente un dedo dentro y fuera de mi trasero. Lo perdí. —¡Fóllame! Se hundió tan duro en mí que ambos gemimos. Luego me folló. Rítmico, duro y de forma cruda, me folló. Pinchó mi clítoris, metió el dedo en mi trasero y golpeó mi coño tan duro que tocó fondo con cada empujón. Mis pezones se endurecieron dolorosamente y pasó un segundo antes de que me corriese, cada músculo de mi cuerpo saltó.
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Mis muslos temblaron, mi cabeza cayó hacia atrás y el orgasmo más intenso que he tenido jamás me quitó el aliento. Mis brazos cedieron y golpeé la cama y él
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Las estrellas explotaron detrás de mis ojos.
me siguió. Su pecho me cubrió la espalda y con un último empellón, se paralizó y luego se corrió en mi interior. Me sujetó la mandíbula con su enorme mano y me giró la cabeza. —¿Sientes mi corrida en tu interior? —Su voz, baja y dominante, cubrió mis inseguridades con su presencia imponente. —Sí —jadeé.
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—Estás más que en mis brazos.
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Jodidamente me poseĂa.
i corazón golpeó contra mi pecho y mi estómago aleteó. Estás más que en mis brazos. Él lamió a lo largo de mi labio inferior y hundió su lengua en mi boca y entonces retrocedió sólo lo suficiente para hablar contra mis labios. —Cada‖vez‖que‖te‖pares‖esta‖noche…‖—Empujó sus caderas contra las mías y su semen se deslizó entre mis paredes y su polla—. Quiero ver mi semen goteando por esas piernas sexys. Estás más que en mis brazos. Había estado tan alejada por tanto tiempo, quería luchar contra cada palabra que salía de su boca y cada lenta embestida de su cuerpo contra el mío. Pero mi corazón estaba aferrándose a su dominante arrogancia y mi coño estaba pulsando alrededor de él como si no acabara de venirse. —No. —La sola silaba fue la única cosa que me atreví a decir porque lo único que‖seguía‖escuchando‖era‖su‖voz… Estás más que en mis brazos. —Sí —dijo él mientras lentamente se retiraba—. Nada de ducha, ni ropa interior, vas a olerme y sentirme sobre ti esta noche. ¿Sabes por qué? Eso no debería haber sido sexy, pero lo era. Tan, tan sexy y estaba lista para que se viniera dentro de mí de nuevo, sólo para sentir más de él.
—¿Porque esto? —Me acunó—. Es mío.
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Sus ásperas manos agarraron mi cintura y me dieron vuelta. Sus ojos buscaron mi cara, y por un segundo, el tiempo se detuvo.
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—No.
Todo mi mundo se inclinó. Aliento contra aliento, piel contra piel, esperanza contra desesperación, todo lo que estaba faltando en mi vida, rompió a través de mis defensas y llenó mi corazón mientras sus labios dulcemente tocaban mi frente. Entonces así de rápido, se fue. Una impenetrable mascara se deslizó sobre la expresión de Alex y cerró todo. Abruptamente abandonándome, se bajó de la cama. —Ven, vamos a comer. Su seductora dominancia se fue, su actitud mandona se deslizó en su lugar como un escudo. Luché por mantener la cara seria y la voz tranquila. —No tengo hambre. —Como si le hubiera hecho señas, mi estómago gruñó. Su boca se torció en una sonrisa enloquecedora mientras se subía su ajustado bóxer. —Sí, tienes. Rodé y enterré mi cara en una almohada que olía a él. —No voy a ninguna parte. —No con él. No podía. Necesitaba recostarme aquí y decirme a mí misma que él era malo para mí hasta que lo creyera, pero cada segundo más en su presencia, estaba perdiendo todas las razones por las que no debería estar alrededor de él. Un grueso dedo se deslizó en mi coño y destruyó mi tren de pensamientos. Jadeé e involuntariamente arqueé mi trasero mientras presionaba en mis paredes delanteras. —¿Qué haces? Acarició de un lado a otro. —Vas a levantarte o voy a hacerte pasar por un ejercicio que te dejará adolorida por una semana. Gruñí, preguntándome si seriamente podía venirme mientras me tocaba como un profesional.
Me quejé.
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—Antes de que lo consideres, debes saber. —Deslizó un segundo dedo dentro de mí, abrió sus dedos ampliamente e hizo pequeños empujes dentro y fuera mientras bajaba la voz—. Voy a hacerte trabajar por eso. —Lento y retorciéndolos, sacó sus dedos.
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Su aliento tocó la parte de atrás de mi cuello.
—Te odio. —No, no lo haces. —Sus dientes rozaron mi oreja y su calor dejó mi espalda—. Levántate antes de que azote ese lujurioso trasero hasta un orgasmo. Ganchos se movieron en mi armario como si estuviera buscando en mi ropa, y me bajé de la cama sólo porque tenía miedo de que estuviera bromeando. Había planeado encerrarme en el baño hasta que se fuera, pero al segundo en que estuve de pie, me paso un trozo de ropa. —Colócate esto. Alcé la mirada de nuevo y fui golpeada por lo completamente hermoso que era. Cada rasgo estaba encerrado en una seriedad tan intensa, que me pregunté si todas sus sonrisas habían sido un acto. Tragándome el pensamiento, recordé mi misión. —Voy a ducharme. —No lo harás. —Tomó la tela en mis manos y la deslizó sobre mi cabeza. Un vestido que había comprado por impulso hace unos años que se estiraba sobre mis curvas. Era ajustado, negro y tenía un profundo escote en V. Había comprado la estúpida cosa con esperanzas de usarlo para Jesse alguna vez. Pero esa vez nunca se materializó y me había olvidado de este. Hasta ahora. Rozando mis muslos con el dorso de sus manos, Alex bajó el vestido hasta donde aterrizaba arriba de mis rodillas. —Sexy, dulzura. —Dio un paso atrás y observó cada centímetro de mi cuerpo mientras una lenta sonrisa se extendía en su cara—. Muy sexy. Restos de lo que acabábamos de hacer se derramaban por mis piernas y mi rostro se sonrojó. —No voy a salir así. Abotonó su camisa. —¿Cómo?
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—Soy un desastre y necesito un sujetador. —Olas de un hormigueo de consciencia corrieron por mi piel cuando otra gota de su orgasmo caía por mis muslos. Dios me ayude, quería meter la mano entre mis piernas y sentir qué tanto lo había hecho correrse—. Y ropa interior. —Necesito ropa interior,
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Bajé la mirada a mis pechos, los cuales estaban prácticamente colgando en la profunda V, y luego a mis muslos, preguntándome que tan abajo había llegado el goteo.
inmediatamente, porque si no detenía el goteo y la constante excitación que estaba provocando, iba a enloquecer. Terminó de abotonar su camisa y se acercó a mí. Sus manos ahuecaron mi cara y su sonrisa desapareció. Me estudió fijamente, pensé que me besaría. Quería me que besara. Sin pensarlo, jalé mi labio inferior dentro de mi boca, lo solté y me incliné hacia adelante. Sus fosas nasales se dilataron y abruptamente dio un paso atrás. —Vas a salir así. —Un lado de su boca se levantó, pero se sintió ensayado—. La apariencia de recién follada te queda. Follada. Una sola palabra y la realidad me golpeó. No estaba más que en sus brazos. Estaba de pie a noventa centímetros, pero la distancia que había puesto entre ambos podría bien haber sido un kilómetro. Un dolor irracional surgió y en silencio maldije para mí misma. Esto era por lo cual necesitaba alejarme. No importaba lo que había dicho antes, no había nada entre ambos excepto sexo. Cada movimiento que él hacía era practicado. Conocía a un jugador cuando lo veía. Y eso era exactamente lo que él era, un jugador y sexo casual con una afición por mandar. Sólo porque le conté sobre mi hermano no lo convertía en mi novio, ni siquiera un amigo para ese caso. Era un extraño. Un extraño que había dejado que entrara en mí. Inhalando, inconscientemente froté mis muslos juntos, porque a pesar de mi cerebro diciéndome que me alejara, mi coño estaba adolorido por su toque y estaba pulsando. —Necesito el baño. —No esperé su aprobación, me retiré. Excepto que me siguió. Cuando la puerta no se cerró detrás de mí. Alcé mi mirada y vi nuestro reflejo en el espejo. Mis ojos amplios en mi cara, mi cabello un desastre, observé sus rasgos cambiar a una agresiva determinación. —¿Qué pasa, dulzura, no te gusto dentro de ti? —Excepto que no dijo dulzura como por lo general lo hacía. No era juguetón o practicado, estaba tintado por la ira.
—¿Y? —dijo. Desconcertada, no aparté mis ojos del espejo.
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—Estoy goteando.
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Sorprendida por su repentino cambio de humor, no fui irrespetuosa.
—Está bajando por mi pierna. Con la toalla todavía en una mano, subió mi vestido hasta la cintura. Ambos seguimos su movimiento en el espejo y luego mi mirada cayó a mi coño. Brillaba con su semen y mi deseo. —Tócate —exigió. Sorprendida, me giré y perdí por completo el balance, mi voz tartamudeó. —No. —Ahora. Mi mano automáticamente fue entre mis piernas. Sus ojos se oscurecieron. Mis dedos aletearon sobre el calor húmedo. —¿Así? —susurré, de repente ansiosa por su aprobación. —Más fuerte. —Su mandíbula se apretó. Arrastré un dedo a lo largo de mi entrada y sobre mi clítoris. La presión hizo que doliera cien veces peor con ganas de su toque. —Ayúdame —rogué. Su mano libre agarró un puñado de mi cabello e inclinó mi cabeza. Con el cuello expuesto, colocó su boca contra mi piel y su aliento se deslizó a lo largo de mí como una descarga de fuego. Mi coño palpitó, hundí mi dedo del medio dentro, y él empujó sus caderas en mi culo. —Dije más fuerte. Mi palma golpeó mi clítoris, me apreté contra mí misma, y él movió sus caderas hacia atrás. —No —grité, necesitando esa presión, necesitándolo. El sonido de su cierre y el entrechocar de una hebilla llenaron mi baño mientras mordía mi oreja.
—Arrrhh. —Nada se había sentido mejor. Alex gruñó, pero sus empujes se hicieron más suaves.
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No necesité más instrucciones. Agarré el borde del mostrador y empujé mi trasero hacia él. Se enterró hasta la base y el cierre de sus pantalones se arrastró contra mi clítoris. Un sonido incoherente subió por mi pecho y salió de mi boca mientras estrechaba mi sensible, adolorido y muy usado coño.
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—Arquéate —ordenó.
—Te pones más apretada cada vez que estoy dentro. Mis dedos agarraron el mostrador, pero tomó una de mis manos y la colocó en mi clítoris. —Acaríciate. —Envolvió una mano alrededor de mi cintura por apoyo y hablo con voz ronca contra mi cuello—. Hazte venir. Sólo unos centímetros en cada dirección, se movió dentro y fuera de mí. Mi cuerpo ya estaba condicionado al suyo, me acaricié. Su agarre sobre mí era firme, su aroma estaba sobre mí, su dominación en cada movimiento calculado, no tomó mucho tiempo. Mis piernas empezaron a ceder, mi mano se movió erráticamente sobre mi carne, y comencé a venirme. Saliéndose y volviendo a embestir dentro de mí, gruñó. —¿Sientes eso? —Empujó tres veces más—. Me voy a venir dentro de ti de nuevo. —Sí. —Oh Dios mío, ¿cómo estaba hablando?—. Por favor. —Necesitaba sentirlo venirse antes que yo. —¿Sabes por qué? —preguntó mientras empujaba con fuerza y molía sus caderas. Mis muslos temblaron y el deseo subió por mi columna como si todo lo que podía hacerle a mi cuerpo culminara en este momento y demandara liberarse. —¿Por qué? —gemí, sin siquiera saber qué estaba preguntando. —Porque este coño es mío.
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Se vino dentro de mí y me hice pedazos.
staba perdiendo mi maldita mente. Ella me tenía explotando como un jodido gatillo sensible. Inclinado y cargado, un empuje dentro de ella y me hizo perder la cabeza. Llegar dentro de ella me tenía más alto que la descarga de cientos de rondas de insurgentes hacia el objetivo. La había sostenido fuertemente y me había metido más en ella en la última hora que alguna vez en mi puta vida. Dos segundos después de que sentí que su calor apretado se llenaba con mi semilla, estaba listo para cogerla de nuevo. Sabía que estaba dolorida. Sentí que sus paredes hinchadas se estrechaban alrededor de mí y me arrepentí de golpear mi pecho cuando tembló mientras me retiré. —Tranquila. —Era un maldito idiota por tomarla de nuevo. —Estoy bien. Su voz era tan débil, debería haberla puesto de nuevo en la cama, pero era demasiado egoísta. Corrí agua caliente sobre la toalla todavía en mi mano y la sostuve entre sus piernas.
—Dijiste no limpiarse. —Sé lo que dije. —Y lo quise decir. Al segundo que había solicitado la ducha, me puse como un jodido hombre de las cavernas. La mierda se metió en mi cabeza
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Su cabeza cayó contra mi pecho y sus ojos se cerraron.
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—Estas más que bien, preciosa. —No era simplemente hermosa, era tan jodidamente hermosa que me tenía atontado sólo mirándola.
y la rabia irracional surgió ante la idea de que ella quisiera borrar mi marca de su cuerpo—. Esto es todo lo que consigues. —Limpié una vez y luego tiré la toalla—. ¿Necesitas un minuto para tu cabello o maquillaje? —No. Mis ojos se estrecharon. —¿Por qué? —Porque no voy a ir a ninguna parte. Apoyando todo su peso sobre mí, bien y verdaderamente jodida, no tenía ni idea de cuánto me estaba encantando verla así. —Sí lo harás. Tú, yo, comida. Levanta tu cabello. —No quería que otros hombres miraran esa espesa melena que era mía para tirar y mía para envolver en mis manos—. Tienes tres minutos. —Estaba hambriento. Sensuales ojos azules se abrieron y un rastro de desafío me puso jodidamente duro ante su expresión. —Jódete. Sonreí. —En cualquier momento, dulzura. Cualquier puto momento. —La puse de pie—. Dos minutos y medio. —Ella tenía todo el tiempo que me llevaba llamar al restaurante. —¿O qué? —se burló. Maldición, era problemática. Sonreí abiertamente cuando debería haber estado formando un plan de salida. —O…‖—Extendí la palabra como una amenaza y escaneé la longitud de sus curvas sexy-como-el-infierno—. Te haré lamentar que lanzaras esa actitud hacia mí. —Joder, incluso la idea me puso duro. —Eres un animal. —Sólo a tu alrededor.
Cogió un cepillo. —Hay algo mal contigo.
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—Dos minutos. —Debería haber deseado que fuera una mentira, pero ya estaba demasiado profundo como para dar una mierda—. ¿Quieres perder más tiempo discutiendo conmigo? —Ella podría darme mierda todo el día. Jodidamente me encantaba.
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—Mentiroso —acusó.
Ninguna jodida mierda. —Suerte para ti. —Guiñé y saqué mi teléfono para llamar al restaurante. No podía quitar mis ojos de ella. La vi mientras le dije a la anfitriona que cambiara nuestra hora de la reserva. Sus pequeñas manos pusieron su cabello en un moño desordenado y aplicó un delineador de ojos con una gracia que muchas mujeres no tenían. Sus movimientos eran sexys como el infierno, pero ella no tenía ni idea de lo hermosa que era. Cuando colgué, me miraba en el espejo. —¿Todo el mundo hace lo que quieres? Me tomé mi tiempo comprobando su curvilíneo culo. —¿Te preocupa que tengas competencia? —Estaba buscando problemas con la pregunta, pero ella no había reaccionado cuando había dicho que era mía. Puso los ojos en blanco. —¿Parezco estúpida? No, no lo parecía. Era inteligente y hermosa, y cuando me había hablado de su hermano, sabía lo jodidamente resistente que era. Tenía mi respeto solo por eso. Pero agrega lo que quería hacer por todos esos veteranos que llegaron a casa tan jodidos que no podían estar solos en sus propias cabezas y no sólo la respetaba, la admiraba demasiado. Manteniendo su mirada fija en el espejo, me puse detrás de ella. —No es lo que pregunté. Dejó el tubo de mierda que había estado pasando por sus pestañas. —¿En serio? No me gustó el tono de su voz. —Responde a la pregunta —exigí. Sus manos fueron hacia sus caderas. —Puede que sea el sabor de la noche, del fin de semana, lo que sea, pero eso es todo lo que soy para ti. —Endureció su expresión—. Y viceversa.
—Mi memoria está bien. —Abrió de un tirón un cajón y lanzó su cepillo dentro.
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—¿Tienes un problema con la memoria a corto plazo? —Le había dicho que era mía, maldita sea. Nunca le había dicho eso a una mujer.
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Pura mierda.
La hice girar. Sabía quién era yo, sabía lo que hacía, y resolvería esa mierda de alguna manera. Pero había querido decir cada puta palabra que había salido de mi boca. —¿Qué te dije anoche antes de entrar en ti? Su actitud vaciló y sus mejillas se pusieron rosadas. —Todo el mundo habla mierda cuando está tratando de tener sexo. —Ya había echado un polvo. —Le agarré la barbilla—. ¿Qué dije? Ella apartó los ojos. Maldición. —¿Estabas demasiado borracha para recordar? Sacudió su cabeza. —Mírame, Olivia. Su mirada azul clara, limpia de actitud, me miró con una vulnerabilidad desgarradora. —Lo recuerdo. —Entonces dime. —Dijiste‖que‖nunca‖habías…‖entrado‖al desnudo. Le sostuve la mirada. —Nunca. Ella respiró hondo. —Eso no significa que... —Yo no comparto. —No a ella. De ninguna jodida manera. Ella sacó su barbilla de mi asimiento. —Alex. La ahuequé y le hice saber exactamente lo que quería decir. —Esto es mío.
Suspiró. —¿De verdad crees que te habría dejado follarme si lo hiciera?
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—¿Estás viendo a alguien más? —Debería haber sabido entonces y allí exactamente cuán jodido realmente estaba, porque sólo el pensamiento de otro imbécil tocándola, alguna vez, me estaba volviendo jodidamente basilisco.
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—Sólo porque declaras algo no lo hace así.
Oírla decir follar era sexy como el infierno. Se veía como una sexy estudiante mojigata. Así que cuando esa boca suya lo dijo.... Sacudí mi cabeza y froté mi pulgar sobre su delicioso labio inferior. —Tienes una gran boca, dulzura. —No soy dulce. Sí, lo era. En cada sentido de la palabra. —¿Preferirías sexy como la mierda? Ella no se movió fuera de mi asimiento, pero fingió estar aburrida. —¿Lo apagas alguna vez? No estaba seguro de a dónde iba con eso, pero no importaba. La respuesta fue la misma. —No. Ponte tacones, llegaremos tarde. —Para que conste, tu actitud mandona no te va a llevar a ninguna parte conmigo. Oh, sí lo haría. Cuanto más fuerte era, más respondía, y me encantaba cada segundo. Me incliné hacia su oído y se derritió en mí. —Te quiero en tacones ardientes. —Pasé un dedo por su cuello, entre sus pechos y rocé la curva de su cadera—. Solo para estar claros... —Arrastré mi mano por su muslo y por su calor húmedo—. Todo esto es mío. Hasta que yo lo diga, no hay nadie más para ti. Se echó a reír, pero había un borde nervioso. —Y usted, Señor de maduritas, ¿va a ser monógamo? Me puse rígido ante la indirecta y por primera vez en tres años, mis clientas se sentían como más que un trabajo, se sentían como una puta soga. Apreté mi pulgar en su clítoris. —Sólo voy a entrar dentro de este coño, dulzura. —No era una mentira. Ella agarró mis brazos y sus ojos se cerraron por un segundo. La mirada de deseo puro en su rostro hizo palpitar mi polla, y porque no tenía autocontrol alrededor de ella, hundí mi dedo dentro de ella.
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—Ni siquiera me conoces.
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Su agarre se clavó en mis bíceps y aspiró un pequeño aliento sexy. Los ojos azules de Ángel revolotearon abiertos y me miró vagamente.
Ella no tenía ni idea. Ninguna puta idea. Pero estaba a punto porque decidí entonces y allí que no iba a joder con esta chica. No cuando podía evitarlo. Lentamente saqué mi dedo de su apretado calor. —Tres años. Ella se lamió el labio inferior. —¿Qué? No pude detenerme. Agarré su rostro y hundí mi lengua en su boca. Dos golpes y retrocedí justo lo suficiente para hablar. —Dejé los marines hace tres años y nada desde entonces ha retenido mi atención. —Toqué mis labios contra los suyos—. Hasta ti. Matar cambiaba a un hombre, pero no dije esa mierda. Ella no necesitaba saber que sobrevivir a un tiroteo era un subidón que había tratado de replicar todo un maldito año después de los marines. Follar no se acercaba, follar por dinero sólo era un poco mejor, pero hasta el momento exacto en que me había hundido dentro de ella, no había encontrado mierda que en realidad se comparara. Claro, había sido impulsado por el dinero y el sexo. Me puse a hacer dinero y doblar a las mujeres a mi voluntad, pero, ¿estar dentro de ella? ¿Estar con ella? Era tan jodidamente diferente, no podía categorizarlo. No quería hacerlo. Sólo quería más. Se quedó quieta, pero sus manos se apretaron en mis brazos. La expuse. —Veo la mirada en tus ojos cuando estoy dentro de ti. Sé cómo responde tu cuerpo al mío. Oí cada palabra cuando me hablaste sobre tu hermano. No eres casual, Olivia Toussaint y no estoy jodiendo contigo. —Alex —susurró. No le di una oportunidad de responder. —Ambos queremos lo que está pasando aquí, pero quiero más. —Sostuve su mirada para que ella supiera lo serio que era. Entonces hice algo que casi jodidamente me mató—. Ponte los zapatos y ven a cenar conmigo o sal ahora mismo. —Retrocedí. —Pero yo no...
—No te conozco. Dejé caer la máscara que mantuve firmemente en su lugar y la miré.
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Su pecho subió y bajó dos veces.
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—Decide.
Cruzó sus brazos protectoramente frente a sí misma. —Estás pidiendo mucho. No hice ningún comentario. La miré fijamente. Esta era la única vez que iba a verme así porque yo no rogaba. Nunca. Su cabeza cayó hacia atrás y suspiró. —No sé quién está más loco, tú o yo. —Me miró antes de ir a su armario—. Y no estoy usando tacones altos porque me lo dijiste. —Se puso un par de sandalias sexys que la hicieron doce centímetros más alta—. Estos simplemente van con el vestido. Mi corazón late como si hubiera estado corriendo con una carga completa de armas, no sonreí. —¿Lista? —Mi cabello es un desastre, me estás haciendo usar un vestido ajustado sin ropa interior, y tengo una resaca por un somnífero. ¿Luzco lista? Se veía exactamente como quería que luciera, follada y tomada. —Sí. —Eres un pervertido. Ya estaba pensando en hacerla venirse en el restaurante.
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—No tienes ni idea.
ra oficial. Estaba fuera de mi siempre amorosa mente. Empujé mis pies en zapatos que me arrepentiría en tres segundos y fingí que no estaba goteando de mí mientras me dirigía a la puerta principal. Llena de bravuconería que entraba en contraste directo con las náuseas que estaban a punto de hacerme vomitar mis inseguridades por todo el pasillo delantero, arrojé un poco de actitud porque era todo lo que me quedaba. —Mejor que sea un restaurante espectacular. Un lado de su boca se levantó, pero si no supiera un poco mejor, diría que parecía casi conmocionado. Por otra parte, el conjunto de su mandíbula podría ser sólo un reflejo de su temperamento mandón-como-el-infierno. ¿Cómo podría saberlo? No sabía nada de él excepto que estaba dotado como una leyenda y follaba como una estrella de rock. ¿Y yo acababa de estar de acuerdo con qué? ¿Cena y una vida de sexo sumiso? Oh Dios mío. Estaba fuera de mi maldita mente. Me sacó de mi apartamento y cerró la puerta detrás de nosotros. —Pietra’s.
Sus enormes manos rodearon mi cintura mientras su aliento tocaba mi oreja.
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—No voy allí de comando. —El restaurante más caro de Miami y no sólo él tenía reservas que supuestamente tomaban seis meses para conseguir, sino que, ¿él acababa de llamar y exigir cambiar nuestro tiempo de reserva? ¿Y yo iba allí sin ropa interior?
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Al segundo que oí el nombre, me congelé en el escalón superior.
—Sí, lo harás. Me estremecí, pero luego dejé que me guiara abajo porque parecía que perdía todas mis células cerebrales cada vez que se volvía mandón sobre mí. Su traje estaba perfectamente cortado, su cabello no parecía todo despeinado, me guió a su coche ridículamente caro con una mano en mi espalda. Cada movimiento que hacía era tan practicado que no tenía que pensar en ello o él era el hombre más confiado que había conocido. De cualquier manera, sólo verlo abrir una puerta de coche era suficiente para mojarme. Y eso sacó mi actitud. Le sonreí dulcemente y subí el dobladillo de mi vestido a una altura casi indecente. —Voy a hacer un lío en todos tus bonitos asientos de cuero. —Me metí en el asiento del pasajero, estúpidamente pensando que había ganado una ronda, pero se agachó en la puerta abierta. Su enorme mano cogió mi barbilla y mi mandíbula mientras un lado de su boca se inclinó hacia el problema. —¿Sabes lo que les pasa a las sexy zorritas que me ponen a prueba? Presioné mis muslos juntos y amplié mi sonrisa azucarada. —¿Qué pasó con la dulzura? —Lo retiro, dulzura. —En un movimiento grácil, se levantó a toda su altura y silenciosamente bajó la puerta. El olor picante de él y cuero nuevo me rodeaban y sabía que estaba tan fuera de mi liga. Se puso al volante y entró en el tráfico como si hubiera nacido para conducir. Apoyé mi cabeza contra el asiento y suspiré. Recogió mi mano como si fuera mi novio. —¿Cansada? —Te odio un poco. Su risa fue inesperada. Profunda y rica, sonaba demasiado como una vida que quería. Él llevó mi mano a sus labios y plantó un beso sobre mis nudillos.
Me soltó la mano, pero era demasiado casual para decir si fue a propósito.
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—Eres demasiado perfecto. —Conducía como follaba y como hacia todo lo demás, con habilidad.
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—¿Por qué es eso?
—¿De qué estás insegura, dulzura? Eché un vistazo a su perfil en los faroles que pasaban. Era tan perfecto como todo lo demás. —Haces eso mucho, responder una pregunta con otra pregunta. —Estás evitando contestarme. Tal vez fue porque su coche era como un capullo para el mundo exterior, tal vez fue porque nada en las últimas veinticuatro horas se sentía real, pero le contesté honestamente. —No soy insegura. No he tenido tiempo para serlo. He pasado los últimos dos años trabajando mi culo para poner en marcha mi caridad y todavía pagar el alquiler en mi apartamento de mierda. Cuando no estoy muerta de cansancio, pienso en mi hermano. Y de vez en cuando solía preguntarme por qué Jesse no me quiso como yo lo quise. ¿Pero ahora? —¿Estando con Alex?—. No me importa una mierda. —Y si era honesta conmigo misma, lo cual no era, reconocería que estaba enojada con Jesse. Alex estuvo callado un momento, y pensé que me preguntaría por qué no me importaba una mierda, pero en vez de eso se concentró en algo de lo que no quería hablar. —¿Por qué no tienes un perro? La respuesta practicada salió de mi lengua. —No puedo tener mascotas en mi casa. Me miró de soslayo. —Estás mintiendo. Cambié mis muslos desnudos contra el cuero suave y lamenté subir mi vestido. —Pregúntale a mi casero si no me crees.
Una cálida mano envolvió mi nuca.
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Miré por la ventana a las luces coloridas de South Beach. No sabía cómo Alex se había dado cuenta, pero tenía razón. Quería un perro. Quería muchos perros. Me llevaría a casa cada uno en el refugio si pudiera. Pero mi hermano no podía tener un perro y había querido uno. Él me había pedido que fuera a la sociedad protectora de animales con él antes de que muriera y yo había preguntado por qué. Yo estúpidamente, egoístamente, ignorante pregunte por qué.
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—No es lo que quise decir. Hay un montón de lugares que podrías haber alquilado que lo permitirían.
—Oye. Me estremecí y me di cuenta tardíamente que habíamos parado en frente del restaurante. —¿Qué? Me soltó el cuello, me agarró de la barbilla y me volvió hacia él. Por tres latidos del corazón, buscó mi cara. Luego asintió una vez. —Puedes decirme lo que pasó después de comer. —Me besó. Sin lengua, sin insinuaciones, sólo el roce de sus labios contra los míos. Mi vulnerable corazón tomó el gesto y entregó peligrosamente más a ello que a cualquier otra cosa en los últimos dos años. Todavía estaba tratando de empujar todas mis emociones abajo cuando Alex le ganó al valet en mi puerta y la abrió. Tan discretamente como pude, tiré del dobladillo de mi vestido y, como un caballero, Alex me ayudó a salir del coche. Pero al segundo en que estaba en vertical, me soltó para estrechar manos con el valet. No sabía si era el sexo o la pastilla para dormir o no haber comido, pero la pérdida repentina de contacto destruyó mi equilibrio y una ola de mareo me hizo tropezar. —Olivia. —La serenidad tranquila de su voz desmintió la fuerza con la que su mano golpeó la parta baja de mi espalda. Excepto que no tiro de mí en un abrazo. Su brazo no me rodeó los hombros. Él no agarró mis brazos para estabilizarme. Su mano tomó mi cintura y se acercó contra un lado de mi cuerpo como un escudo. Empujándome hacia él, usando su fuerza para apoyarme, miró hacia abajo y vociferó una pregunta que exigió una respuesta. —¿Te vas a desmayar? El aire se agrietó y la humedad se apretó contra mi piel como si hubiera un cambio repentino en la presión barométrica. —Olivia.
Su mano rozó mi cara y metió el cabello en su lugar. —¿Cuándo fue la última vez que comiste?
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—Estoy bien.
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El viento se arremolinó alrededor de nosotros y tiró mechones de mi cabello en mi cara.
Todo lo que hacía era ensayado. —No sé. —¿Por qué era tan bueno en esto? El viento dio un puntapié a las palmeras con un estruendo y luego un relámpago destelló en el cielo. El estruendo bajo de un trueno fue creciendo hasta alterar mis nervios y me estremecí. Su mirada fija se posó en mí, Alex ni siquiera miró al cielo. —Dentro. Ahora. La anfitriona asintió discretamente hacia Alex y nos condujo inmediatamente a una mesa. Mi estómago gruñó y el trueno sacudió las ventanas delanteras. Las conversaciones ni siquiera se detuvieron en el restaurante lleno. Los cubiertos sonaron, la gente se rió, los camareros se apresuraron a pasar por una ajetreada cena, pero nadie miró el cielo siniestro ni supo que mi hermano estaba muerto. Un camarero de aspecto estudioso nos recibió en nuestra mesa ya que la anfitriona nos acomodó. —Buenas noches, Sr. Vega. Señora. —Abrió mi menú y me lo dio—. Gracias por enfrentar la tormenta para unirse a nosotros esta noche. ¿Les apetece vino? Alex recitó a toda prisa una orden de whisky escocés para sí y vino blanco para mí. El camarero se retiró con un asentimiento. Un relámpago iluminó el espacio y eché un vistazo alrededor de un restaurante que nunca podría permitirme pagar con mis salarios por hora. Alex no abrió su menú. —¿Por qué no comiste hoy? —Realmente comí. —Debo haberlo hecho. Su mirada fija estaba más cargada que la tormenta avecinándose. El camarero se mostró de nuevo. Colocó el vino delante de mí y whisky escocés y un vaso de hielo delante de Alex. —Les daré un momento para mirar el menú. Por favor háganme saber si tienen preguntas.
La alarma se extendió por mi piel como un escalofrío helado. —¿Qué?
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—Levanta tu vestido. —Vertió el hielo en su servilleta.
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Alex lo despidió con un movimiento de cabeza y cogió el vaso de hielo.
—Extiende tus piernas. —Enroscó la servilleta. Miré nerviosamente las mesas de los alrededores. Nuestras espaldas estaban contra una pared y el mantel cubría de sobra mis piernas, pero santo infierno. —No voy a… Agarró mi muslo, extendió mis piernas y puso el hielo entre ellas. Inhalé una respiración mientras el frío golpeó mi cuerpo adolorido. Con su mano aún generando calor en mi pierna, Alex empujó el hielo contra mi entrada. —Tienes hambre, estás cansada y estás adolorida. Voy a alimentarte, entonces te llevaré a mi casa y te recostaré. La emoción se alojó en mi garganta. —Antes de que te duermas, vas a decirme lo que pasó en el auto. —Me apretó el muslo, me soltó y luego tomó el menú—. ¿Qué te gusta comer? Parpadeé y entonces la respuesta cayó de mi boca porque no sabía qué hacer con alguien cuidando de mí. —Cualquier cosa excepto carne roja. —¿Vegetariana? —No, simplemente no como carne roja. Asintió y cerró el menú. —¿Cuánto tiempo? —¿Qué? —Con mis nervios de punta, no sabía cómo actuar a su alrededor. —¿Cuánto tiempo no has comido carne roja? —preguntó con paciencia. —Un rato. —Yo tenía ocho años. Mi hermano me dijo que la carne era realmente carne de perro porque mamá no podía permitirse una vaca. Me estudió. —¿Qué pasa?
Se deslizó más cerca de mí y ahuecó mi cara. Esta vez, cuando su boca tocó la mía, su lengua atravesó mi labio inferior, como si pidiera permiso.
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—¿Cómo supiste sobre el hielo?
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Empujé la idea de mi hermano y dejé caer mi mirada sobre mi regazo, apenas refrenándome de presionar el hielo contra mí. Una vez que el choque de la frialdad había desaparecido, se sentía bien, muy bien.
Mi corazón y mi cuerpo respondieron. Me derretí contra él y dejé que me besara. Lento y lánguido, poseyó mi boca con un dominio no menos que su intrusión caliente de anoche. Expertamente burló mi lengua para que se encontrara la suya entonces barrió a través de mi boca como si supiera cada manera de hacerme suya. La segunda vez que mi coño pulsó contra el hielo entre mis piernas, se retiró. —Deja de estar nerviosa. Mis labios hormigueaban, mi piel estaba febril de su toque, no estaba nerviosa. Estaba cayendo tan fuerte que estaba aterrorizada. Desesperada, eché un vistazo alrededor del restaurante y me agarré a un cambio de tema. —Nunca he estado aquí. Él guiñó. —La comida es espectacular. Hice caso omiso de su broma de mi declaración anterior porque los hilos de celos se retorcieron en mis entrañas. —¿Vienes mucho aquí? —Me odié a mí misma por pensarlo, pero era imposible no reconocer que esto se trataba de una cita de restaurante. El camarero se acercó, pero Alex no quitó sus ojos de los míos. —Necesitamos unos minutos. Tomé el menú. —Olivia. Mis ojos se cerraron y, por un segundo, aspiré la forma en que dijo mi nombre. No era una petición o una pregunta. Era dominante e imponente y nada me hizo sentir más como una mujer. Y necesitaba ignorarlo. —¿Qué es bueno? —Baja el menú. —Estoy de humor para pasta. —No había ni siquiera precios listados. Supongo que, si tenías que preguntar, no podías permitirte el lujo de comer aquí.
La marea de alivio fue socavada por la realidad. —Excepto cuando escoltas a mujeres mayores para recaudar fondos.
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—Nunca he traído a una mujer aquí. No salgo con nadie.
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El menú fue arrancado de mis manos y su mirada atravesó mis defensas.
Su mandíbula se tensó. —Fue una excepción. Recogí mi copa y arremoliné el vino pálido. —Seguro que mentir a alguien constituye joder con ellos. —Tomé un sorbo. Helado y ácido, perfecto. Esperó hasta que bajé mi copa. —No salgo en citas. Lo entendí. Él jodía. Probablemente mucho. —Pero aquí estamos. Su mano aterrizó en la parte trasera de mi cuello, se inclinó hacia adelante y su voz se volvió más grave.
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—No voy a salir contigo, Olivia Toussaint. —Su mirada de ojos azules me perforó con una advertencia—. Voy a poseerte.
ada maldito centímetro. Iba a dominar ese coño apretado, lamer esas tetas exuberantes y probar cada curva de su cuerpo. La poseería. Porque ella me pertenecía. —¿Cómo sabes mi apellido? —Sin aliento, nerviosa, su voz todavía era sexy como el infierno. —Tu teléfono. Ella asintió. —Hola, sargento. Miré hacia arriba. Maldita. Mierda. Joder. Iba a matarlo. —Jared —dije su nombre entre dientes e incliné la barbilla mientras lo miraba. Tenía la mano todavía posesivamente en Olivia, me negaba a mirar a dos de mis clientes a cada lado de él—. ¿Qué estás haciendo aquí? Su perezosa sonrisa se extendió. —Una pequeña cena. —Revisó a Olivia—. Un poco de diversión. Mi cliente tímida habló. —¿Estuviste en el ejército?
Mi cliente robacunas de las 10:00 p.m. bajó su mirada a mi regazo.
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—Sargento Alexander Vega, Batallón de Reconocimiento Blindado de Segunda Luz, Cuerpo de Marines de Estados Unidos. Están mirando a un héroe en persona, señoras. Él me salvó la vida. —Soltó la última oración con cero gratitud.
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La mitad de la sonrisa de Jared cayó.
—Oh, él es un héroe perfecto. —Se lamió los labios—. Lástima que no esté trabajando esta noche. —Su mano frotó el pecho de Jared—. Él se está perdiendo toda la diversión. La mierda tocó fondo en mi estómago y miré a Olivia. Su rostro palideció, se alejó de mí. —Disculpen. —Se levantó. Mierda. —Olivia. —La alcancé, pero ella ya se estaba alejando. Mirando a Jared, saqué algunos billetes de mi cartera y los arrojé sobre la mesa. —Hablaremos mañana. —Sí. —Su sonrisa regresó—. Pero no demasiado temprano. —Él besó a mi cliente tímida en la mejilla y luego mordió a mi cliente robacunas bajo la oreja—. De un modo u otro, tengo la sensación de que va a ser una noche larga. —Rió entre dientes. Me importaba una mierda su trío. Era un idiota por sacarlo del dormitorio y por cada complicación que acababa de traer sobre sí mismo, pero ese era su maldito problema. Estaba demasiado ocupado enfurecido porque él hizo desfilar esa mierda delante de Olivia, sabiendo que estaría aquí. Caminé hacia afuera y miré hacia arriba y abajo de la calle, pero ella se había ido. —¿Qué dirección tomó? —le grité al aparcacoches. Señaló hacia el sur. —Ella tomó la primera a la izquierda. Corrí por la esquina cuando un relámpago iluminó el cielo como un maldito presagio, pero la encontré. Sus hombros orgullosos, sus largas piernas moviéndose deprisa, la contemplé como un hombre hambriento y el alivio golpeó mi pecho. No pensé. Fui tras ella. —¿Qué estás haciendo? —Mordaz, acusatorio, enojado con Jared, enojado conmigo, no contuve mi tono.
Ella aceleró el paso. —No voy a ser la tonta de nadie, especialmente no la tuya.
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—Detente —comencé.
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—Lárgate —dijo.
Completamente fuera de mis cabales, la agarré y la empujé contra un costado del edificio y mi boca descendió sobre la suya. Su jadeo fue tragado por mi dominio, ella no me empujó hacia atrás. La devoré. Con las manos apretadas, la lengua buscando, le acaricié la boca con una desesperación que nunca había experimentado antes. Forcé una pierna entre las suyas, apoyé mi cuerpo en el de ella y frenéticamente, la besé con determinación. Quería borrar los últimos tres años y olvidar la escena en el restaurante. Quería deshacer la mierda que había causado en su recaudación de fondos y quería ser cualquier cosa excepto lo que era. Pero ella no me devolvió el beso. Su cuerpo no se fundía en el mío. Sus brazos no me rodearon el cuello. Ningún sonido salió de su garganta. Y yo era quien era. Tenía el pecho apretado y retrocedí mientras la tomaba de la nuca. Estaba desintegrándome y ella era el hilo. Sabía lo que venía, pero mi única opción era tomarlo de frente. —Háblame. Tan cruda, casi sin emoción, habló. —¿De qué trabajas? Inversiones. Estaba en la punta de mi lengua. La mentira era tan practicada, que casi me había convencido a mí mismo. Tres años de esta vida. Los chicos me envidiaban. Las mujeres me querían. Me estaba ahogando en efectivo y coños. No necesitaba una maldita cosa, hasta hace veinticuatro horas atrás. Ahora estaba mirando a la única cosa que quería más que salir de los marines con las dos piernas a salvo, y no hablaba. No podía. —Ella... —Su pecho se elevó con una inhalación—. Dijo que no estabas trabajando esta noche. El aire de alguna manera logró entrar y salir de mis pulmones. —No lo estoy.
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Me quedé mirando a sus hermosos ojos. Podría mentir, decirle que me desnudaba, que trabajaba en un bar, diablos, decirle la verdad y decirle que solía follar por dinero. Tenía inversiones, tenía dinero. Ya no necesitaba a mis clientes. Ni siquiera las quería. Podría alejarme de esa vida ahora. Pero no dije nada de eso. Porque estúpida, idiotamente, pensé que teníamos algo especial y quería más. La quería sin tener que mentir.
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—Pero trabajas por las noches.
—Soy un escolta. Su garganta se movió mientras tragaba y su voz cayó a un susurro. —¿Qué clase de escolta? Mi corazón latía con fuerza. Mi boca se secó. —Las mujeres me pagan por sexo. Ella se echó hacia atrás. La solté. Pero el recuerdo de cada momento de estar dentro de ella parecía que fue arrancado de mi alcance. —Olivia. Una mano se levantó y empezó a sacudir la cabeza. Abrí la puta boca. —Cada‖palabra‖que‖dije,‖lo‖dije‖en‖serio.‖Esto‖no‖es‖casual… —¿Casual? —Ella golpeó mi pecho, duro—. ¡Me has follado! Sin un condón. El disgusto de su voz, en toda su cara, me destrozó. Entonces los últimos tres años se convirtieron en desafío y presionaron los malditos botones. —Estoy limpio. Te dije eso. No soy una polla irresponsable como el idiota que te dejó caminar a casa sola. —¡Oh, Dios mío! —Las lágrimas resbalaban por su rostro—. ¿Te estás comparando con él? Eres el mentiroso. ¿Te vendes a alguien dispuesto a pagar por eso y piensas que Jesse es un idiota? ¡Te estás mintiendo si piensas que eso no es jodido! Podría haber ocultado información, sin follarla. Ella no sabía qué diablos hacía yo, ni qué me decía a mí mismo. —Nunca he mentido. Ella perdió la calma.
—¿Me estás llamando un maldito drogadicto? ¿Crees que pongo la polla en mujeres enfermas y follo a los clientes sin protección? ¿Qué mierda?
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Mi genio estalló.
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—¡Debiste decírmelo! No vas por ahí follando con mujeres sin decirles que eres un prostituto. —Escupió la última palabra como si me estuviera equiparando con un asesino—. Debería haber tenido una opción. —Ella golpeó su pecho—. Yo. Mi elección. Pero no dijiste ni una mierda. ¡Eso es como un adicto que no advierte a alguien que se pincha con agujas en el brazo!
—Oh, OH. ¿Clientes? ¿Es así como lo llamas? Buena justificación. Como si fueras un abogado de alto precio que tiene clientes. Mi risa fue amarga. —Gano más en una hora que cualquier abogado, dulzura, no te engañes. —OhmiDios, voy a vomitar. —Giró y empezó a alejarse. Sólo alimentó mi ira. —Eso es todo —me mofé—. Aléjate. Es la única cosa en la que eres buena. Ella giró y lo soltó. —No me conoces. Ni una sola cosa. No sabes en lo que soy buena o lo que no. Si quieres hablar de alejarse, mírate en el puto espejo, maldito hipócrita. No tiré la intimidad sólo para desperdiciarla con algún cliente. No soy un maldito pervertido enfermo que se excita cobrando dinero por sexo. Así que vete a la mierda. Tú hiciste esto, no yo. Me follaste sabiendo exactamente quién eras. ¡Te alejaste antes de que yo pusiera un pie en el partido! Ella atinó en el blanco, pero la odiaba por tener razón. En el momento en que la vi en ese penthouse, supe que era diferente. Simplemente no me importaba. Quería que mi pene se mojara en ella y eso era todo lo que me interesaba porque no había sentido nada como eso durante años. —Yo no soy el que se aleja de una caridad totalmente financiada. —Y estoy segura como el infierno que ningún idiota piensa que soy tan buena chupando pollas que puedo hacer que un prostituto masculino se enderece. Así que mantén tu jodido dinero. Una fundación de perros de servicio para personas con estrés postraumático respaldada por un escolta masculino es la última cosa de la que quiero formar parte. —Entonces no te asocies conmigo. Toma tu puto dinero y haz algo útil con él. Y para que conste, nunca me chupaste el pene. —Esta vez, me di la vuelta y me alejé de ella. Estaba furioso, pero si me detenía por medio segundo a pensar en ello, me daría cuenta de que sólo estaba enfadado conmigo mismo. Un relámpago parpadeó, un trueno sonó, e irrumpí de nuevo ante el valet. —El McLaren.
Corrió por la calle hacia el garaje y mi cliente robacunas salió del restaurante sin Jared.
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—Enseguida, señor. Lo puse en el garaje por la tormenta. Será un minuto, señor.
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El valet se apresuró en atenderme.
Ella miró alrededor. —¿Dónde está tu novia? —Ella no es mi novia. —Novia. ¿En qué mierda estaba pensando? —Ah, por la forma en que salió disparada pensé... —se interrumpió. La ignoré. Ella se acercó a mí. —Me pasaste a tu joven amigo. —Él se ocupará de ti. Su mano bajó por mi brazo. —Me gusta la forma en que tú te ocupas de mí. Le gustaba cualquier hombre que se ocupara de ella. —Estoy seguro de que sobrevivirás. —¿Dónde diablos estaba el valet? —Tal vez deberías llevarme a casa y liberar algo de la tensión que estás enfrentando. Estaba lo suficientemente enfurecido como para mirar a su coño y, a continuación, sus tetas. —Tal vez debería. Ella sonrió. —Ahora estás hablando mi idioma. —Su mano se enganchó debajo de mi brazo. La miré fijamente. —Pero no voy a hacerlo. ¿Quieres saber por qué? —No me importaba perderla como cliente. Jodidamente lo tenía. Dejó caer el falso fingimiento de coqueteo y mi brazo y suspiró. Su voz bajó a su cadencia natural y sacudió la cabeza.
—Ve tras ella. Su rostro no palideció así porque no tuviera sentimientos por ti. Una mujer sólo se ve tan molesta cuando está enamorada. —Negó con la cabeza y se fue—. Chica estúpida.
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—Tienes sólo cuarenta años, no eres lo bastante mayor como para ser mi madre, pero adelante. —Dios sabe, nunca recibí ni una mierda de consejo de mi propia madre.
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—Mira, ¿quieres el consejo de una mujer lo suficientemente mayor como para ser tu madre?
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El valet se detuvo con mi coche.
omité. Mi estómago se revolvió y me eché hacia adelante, pero no quedaba nada. Me había acostado con él. Había follado un prostituto, sin condón, y me había enamorado de él. Enamorado de todo lo relacionado con él, incluso sabiendo que no debería haber confiado en él. Oh Dios mío, había confiado en él. Otra ronda de náuseas arrastró por mi garganta mientras mi teléfono vibraba en mi bolso y me dio una arcada. Me aferré detrás de un basurero en un callejón, maldije mi estupidez. Un relámpago iluminó el cielo y los truenos siguieron mientras el universo estaba haciendo un juicio. Asqueada ante el olor a comida en mal estado, orina y quién diablos sabe qué más, busqué en mi bolso un pañuelo de papel. Pero lo que realmente necesitaba era volver atrás. Quería rebobinar todo el estúpido fin de semana y deshacer cada decisión que había tomado. No quería saber cómo se sentía tenerlo dentro de mí. No quería escuchar su voz profunda y dominante en mi cabeza. No quería saber lo que significaba ser tomada por un hombre así. Quería mi ignorancia. Quería que las paredes de dolor que habían protegido mi corazón regresaran.
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Me dije que era un error, que era sólo una recaída. Pero en el segundo que pensé esas las palabras, me dolió el corazón. No quería que ese idiota fuera un error. Quería que todas las maneras que me había sostenido fueran reales. Una gota de lluvia aterrizó en mi hombro y salí del callejón justo cuando un auto deportivo familiar se acercaba.
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Las lágrimas goteaban por mi cara y el trueno rugió más fuerte.
—Mierda. —Mierda, mierda, mierda. Con el corazón latiendo, me hice hacia atrás de un salto mientras Alex cruzaba. Escudriñando el otro lado de la calle, no me vio. Mi teléfono volvió a sonar. Haciéndole caso omiso, esperé hasta que giró la esquina y luego me puse de pie tan rápido como pude en mis estúpidos tacones. La mayoría de las tiendas eran almacenes, y tuve que caminar dos cuadras antes de encontrar un bar. Cuando entré, las grandes gotas de lluvia que se burlaban de mí dieron paso a un torrencial aguacero. Fui directamente al baño y me encerré en un cubículo. Tomando mi celular, ignoré las siete llamadas perdidas de Alex y llamé a una compañía de taxis. Contestaron al primer tono. —Hola, necesito un taxi en... El operador me interrumpió. —Lo siento, señora, pero hemos resguardado a todos nuestros conductores. Espera. —¿Qué? —La tormenta tropical fue pronosticada como huracán. Cuídese, señora. — Finalizó la llamada. ¿Un huracán? Abrí la aplicación de Uber. Apareció un mensaje automatizado. Debido a los vientos fuertes huracanados, los servicios de Uber se suspenden temporalmente en su área... Un trueno sacudió el edificio. Abrí mi aplicación del clima. ¿Cómo demonios había ignorado esto? La tormenta tropical había aumentado la velocidad y fuerza e, inesperadamente, cambió de rumbo en el último minuto. Un huracán de categoría dos se dirigía directamente hacia Miami y la proyección a tierra sería a medianoche. Esta noche. Oh Dios mío. Los perros.
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—Oye, um, soy yo. Sé‖ que‖ las‖ cosas‖ est{n…‖ mierda. Sé que las cosas están mal entre nosotros ahora mismo, pero, ¿me preguntaba si podrías llevarme a la perrera? Lamento molestar, pero los taxis no están disponibles y es demasiado tarde para tomar un autobús y estoy preocupada por los perros. Así que, um, sí, es
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No tuve elección. Llamé a Jesse. Seis tonos y fue a correo de voz.
probable que estés ocupado, pero ya sabes, por si escuchas esto. —Joder. Colgué y dos segundos más tarde llamó. —Oye…‖—La lluvia y el viento aullaban en el fondo—. Estoy ocupado ahora, Liv. ¿Qué necesitas? Excepto que no sonaba como si necesitaba. Sonaba molesto como el infierno.
realmente
quisiera
saber
qué
—Um, no importa, estás ocupado. Lo entiendo. —Comencé a colgar. —Liv —espetó. —No, está bien, no importa. —Un trueno volvió a estallar. Su voz se suavizó ligeramente. —Cuando termine de asegurar este sitio en construcción, iré a buscarte y llevarte a mi casa. Es más segura que la tuya. —Hizo una pausa—. Jennifer ya está allí. Ah, sí, no gracias. De ninguna manera. Crecí en Florida. No tenía miedo de esperar un huracán. —Voy a la perrera. Los perros se asustarán solos. —Te despidieron. No necesitaba recordármelo. Pero aún tenía las llaves y mi jefa nunca había puesto un pie en ese lugar, así que puede irse a la mierda por lo que importaba. De todos modos, no le importaban los animales. Nunca sabría que fui allí, y pasar tiempo con los perros sería mil veces mejor que mirar a Jennifer y Jesse en la oscuridad. A la mierda. —Todavía tengo mis llaves y voy a revisarlos. Tengo que ir. —Iba a ser horrible caminar todo eso, pero tenía que empezar ahora antes que los vientos realmente fueran fuertes. —No tienes auto. —Lo resolveré. Hizo una pausa. —Dame dos horas. Te llevaré.
—Maldita sea, Liv. No regresé con ella. Odié que estuviera al borde de las lágrimas.
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—No te preocupes por eso, sólo cuida a Jennifer.
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Podría estar allí para entonces.
—Es tu vida. Suspiró como lo hacía cuando estaba muy cansado, y me dolió el corazón. —Le preguntaré a Talon si puede llevarte. Te llamo de vuelta en un segundo. —Colgó antes de que pudiera protestar. Miré fijamente la pared del baño, contando mentalmente los bloques a mi apartamento y preguntándome por qué diablos había vendido mi auto por un sueño. Jesse volvió a llamar en menos de un minuto. —Talon estará en tu apartamento en quince minutos. —No estoy en casa. Se detuvo. Entonces dijo: —Por favor, dime que no estás en la casa de él. —Estoy en un bar. El suspiro fue más fuerte esta vez. —¿Se aproxima un huracán y vas a un bar? —Tenía sed. —Sonaba mejor que decir que no sabía de la tormenta porque estaba ocupada follando un prostituto. —Sólo dime dónde estás, Olivia —dijo mi nombre como si fuera una niña. Le dije el nombre del bar. —Le diré a Talon. ¿Necesitas suministros? Puedo pasar por la perrera de camino a casa. —No. —No era un completo fracaso en la vida. Tenía unas velas... en algún lugar—. Estoy bien. —Está bien, te hablaré más tarde. Talon estará allí en un rato. No sabía por qué nunca pensé en ello antes, pero me di cuenta entonces que Jesse siempre me estaba rescatando. Nunca lo ayudé a colgar fotos, llevarlo a algún lugar o cocinarle. ¿Qué hice por él? Exhalé. —Gracias.
—Nada. Gracias por conseguir que me buscaran. —Oye.
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Era una persona de mierda.
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—¿Qué sucede?
—¿Qué? —Mi teléfono vibró con otra llamada entrante, pero la ignoré. El ruido de fondo de su extremo se tranquilizó. —Aún quiero que vengas conmigo a Ocala. Esta vez, una lágrima cayó por mi mejilla. —No podemos regresar, Jesse. —Ya no era esa chica de dieciséis años que creía en los héroes. ¿Y su beso? Por mucho que quisiera, no fue como el de Alex. Amaba a Jesse, de verdad, pero ahora me di cuenta que no estaba enamorada de él. —No quiero volver, Liv. Quiero un futuro. —Y tú mereces uno. —Con alguien mejor que yo. —Liv. Me limpié la mejilla. —Te amo, Jesse, siempre lo haré, pero Jen es una chica agradable. Deberías darle una segunda oportunidad. Hablaré contigo más tarde. Voy a esperar al frente por Talon. —Colgué antes de que tuviera la oportunidad de decir algo más porque estaba demasiado expuesta para hablar con él. Si no fuera por los perros, probablemente huiría a Ocala con él y arruinaría las vidas de ambos. Me dirigí a la parte delantera de la barra, justo cuando Talon entró. A diferencia de Jesse, él era todo un espectáculo. Ambos eran rubios, altos y musculosos, pero Jesse era el tipo de chico decente, Talon era el jugador del que tu madre te advertía. Y me recordó a Alex. Si le pusieras un traje a Talon, tendría la misma fanfarronería que Alex. Tal vez más. Cada mujer en el lugar se volteó para mirar a Talon. Su cabello estaba mojado por la lluvia, me llamó la atención y sonrió. —¿Qué pasa, querida? —Se inclinó y me besó en la mejilla como si fuéramos viejos amigos, luego tomó mi mano y sostuvo mi brazo—. Jodeeeer. —Me dio la vuelta—. Es una vergüenza desperdiciar este vestido en un huracán, luciérnaga. —¿Qué mejor momento para usarlo? —pregunté secamente.
—¿Luciérnaga?
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—Llena de fuego también. No es de extrañar que tuvieras a Vegas tan ocupado. —Miró alrededor—. ¿Dónde está? —Su sonrisa no vaciló, pero el brillo en sus ojos pasó de juguetón a sospechoso en menos de medio segundo.
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Su risa hizo sonreír a la gente a nuestro alrededor.
—Brillante e inalcanzable. —Dejó de pretender y sonreír—. ¿Dónde está Vegas? Había algo duro en él que lo hacía parecer militar. —Ni idea, no soy su guardián. Talon me miró. —¿Te dejó aquí? —¿Qué te hace pensar que saldría con él? —No iba a admitirle a nadie que había dormido con un prostituto. Lento y calculado, asintió. —Tú lo descubriste. —¿Descubrir qué? —No juegues conmigo, cariño. —¿Has venido a interrogarme o llevarme? Porque tengo que irme. No se movió. —Sé dónde tienes que ir, pero te hice una pregunta. Mis manos fueron a mis caderas. —En realidad, no me hiciste una pregunta. Hiciste una declaración. Echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. —Mierda, cariño, vamos. —Se quitó la chaqueta y la puso alrededor de mis hombros—. Vamos a sacarte de aquí antes de que decida embriagarte. El olor a cocos, playa y hombre me rodearon mientras miraba su cabello demasiado rubio y piel bronceada. —Surfeas. —Sí, señora. Cada oportunidad que tengo. —Entonces, ¿por qué vives en Florida? —¿California o Hawái no era el lugar para vivir si fueras un intrépido surfista? —¿Quién dijo que vivo aquí?
Con su brazo seguro alrededor de mí, Talon nos llevó a un nuevo Dodge Challenger negro y me abrió la puerta. Entré y el olor a playa y cocos se
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—No en Miami. Vamos, la lluvia estaba peor cuando llegué aquí. Vamos al auto antes de que empeore.
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—¿No?
multiplicaron por mil. Se deslizó detrás del volante cuando una ráfaga de lluvia prácticamente inundó el auto. —No sabía nada de la tormenta —admití. —La mayoría de la gente tampoco. —Encendió el motor y se pasó las manos por el cabello—. El sucio diablo se escabulló en Florida. La buena noticia es que se supone que pasará rápidamente. Observé que las palmeras se balanceaban drásticamente por el viento. —¿Crees que será muy fuerte? —No lo sé. Creo que hará lo que quiera. —¿De dónde eres? —Su acento no era del todo sureño, pero tampoco era texano. —Un poco de todo, cariño. ¿Tú? —Nací y crecí en Florida. ¿Texas? Asintió. —He vivido allí. —Ah, la fuente del acento agudo. Se adentró a la carretera vacía, pero me miró y sonrió. —¿No te gusta mi acento agudo, luciérnaga? Talon era todo encanto, pero no tenía el cabello sedoso oscuro o una mirada azul profunda que me dejaba sin aire para respirar. Cambié de tema. —¿Cómo conociste a Jesse? —De la misma manera que conozco a Vegas. Asentí. —Los marines. Algo nubló su expresión, pero luego desapareció rápidamente. —Una vez un marine, siempre un marine. —¿Así que conociste a Jesse y a Alex, pero ellos no se conocieron? —Nop.
—¿Estás siendo cauteloso a propósito? —¿Vas a decirme qué estabas haciendo con Vegas? ¿Además de lo obvio?
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—Síp.
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—Pero sirvieron juntos.
Calor ardió en mis mejillas. —¿Lo obvio? —Oh, cariño. —Se rió entre dientes—. ¿Toda esa actitud defensiva? Me dijiste todo lo que quería saber. Crucé los brazos. —Yo no le pagué. Su expresión se volvió seria. —No creí que lo hicieras. —No le digas a Jesse. —No lo haré, querida, pero tienes que entender cómo piensan los hombres. El segundo en que vio a Vegas coqueteando, ya lo sabía. Lo tenías tan encantado, que no pudo esperar dos horas para alejarte de él. —No estaba con Alex cuando llamé a Jesse. ¿Y qué importa de todos modos? Jesse y yo solo somos amigos. —No es así como él lo ve. —¿Entonces te envió a buscarme sólo porque pensaba que estaba con Alex? Talon sonrió como si esto fuera divertido para él. —Síp. —¿Y justo estabas sentado esperando algo que hacer? —Oh. —Se rió entre dientes—. Estaba ocupado. —Miró mi vestido de nuevo, y luego a mí y guiñó un ojo—. Pero pensé que serías más divertida. —Sonrió—. Tenía razón. Oh Dios mío. —¿Estás coqueteando conmigo? —Cariño, si tienes que preguntar, entonces estoy haciendo un trabajo de mierda. —Tu trabajo no consiste en coquetear conmigo.
—Adelante, avergüénzame.
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Dios mío, odiaba a Alex por hacerme llevar este vestido. Y a mí misma por haber aceptado. Y a Talon, porque estaba aquí y Alex no.
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—No, eso es sólo para romper el hielo, luciérnaga. Por cierto, ¿y eso de no llevar ropa interior? —Bajó su mirada a mis tetas y luego a mi regazo—. Sexy, querida.
Talon se echó a reír. —No te preocupes, luciérnaga, estoy seguro de que Vegas amó cada minuto. —Estoy segura de que lo hizo. —Me volví hacia la ventana y me di cuenta que nunca le había dicho a Talon dónde vivía—. ¿Sabes a dónde vas? —Me atrapaste. —Aceleró a través de la lluvia—. ¿Qué pasó esta noche? —Nada. —Cincuenta dólares dicen que no terminaste en ese bar a propósito. Suspiré. Debía tener una condición psicológica jodida, algo acerca de contarle mi mierda interior a extraños, porque mi boca se abrió y todo salió. —Estaba en una cita con Alex. —¿Te llevó a ese basurero? —No, a Pietras. Tuvimos‖un…‖desacuerdo. Me fui. —¿De qué discutieron? —Un tipo entró con dos mujeres. Las mujeres parecían... —Mierda—. Conocían a Alex. —Celos devastadores surgieron y odié a Alex de nuevo—. Digamos que realmente lo conocían. —¿Alguna vez has salido con un hombre con pasado? —preguntó Talon casualmente. —¿Qué se supone que significa eso? No soy una mojigata. —Nunca dije que lo fueras. Pero, ¿cuál es la diferencia entre dormir con alguien que ha estado con cien mujeres diferentes y dormir con un hombre que mantiene una docena de mujeres felices de manera regular? ¿Una docena? ¿Todo el tiempo? Como, ¿a la semana? Mi corazón fue aplastado sólo pensando en ello. Y el miedo que había estado burbujeando desde que él me había dicho lo que hacía para ganarse la vida se convirtió en un hervor completo. —Estoy segura que es mucho más de una docena. —¿Cómo demonios él iba a estar satisfecho con una mujer? Tenía la resistencia de un maldito guerrero. —¿Estás segura de eso? ¿Hablaste con él? —No hablé con él. —Él me mintió.
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—Eso no es asunto tuyo —dije.
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—Entonces, lo juzgas. ¿Con cuántos hombres has dormido?
—¿Yo? —Ignoró mi actitud—. Perdí la cuenta hace mucho tiempo. Pero todas quedaron contentas. —Me miró y sonrió—. ¿Soy diferente porque nunca me compensaron? —¿En serio? ¿Estás justificando la prostitución? Se encogió de hombros. —Es la profesión más antigua en el negocio. —¿Y qué negocio es ese? —El negocio de la vida, cariño.
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Lo odié un poco.
odeé su bloque dos veces, pero no había luces en su apartamento. El viento se estaba levantando, estaba lloviendo a mares y sabía que los taxis no estaban pasando. ¿Dónde mierda estaba? Llamé a Neil. Ese Bob el Constructor al que Olivia llamaba mejor amigo decía que había construido mi condominio, pero no lo hizo, Neil Christensen lo hizo. Pero tal vez Bob trabajaba para él. Neil contestó al primer tono. ―Ja. Había conocido a Neil, un ex militar de operaciones especiales danés en Afganistán cuando nuestras unidades habían trabajado juntas para desmantelar una célula terrorista. Él era jodidamente brutal en combate y letalmente callado bajo cualquier otra circunstancia. Si su presencia no te aterrorizaba, había algo mal contigo. Pero él había sido más que decente conmigo. Vino a los Estado Unidos después de su servicio y se hizo contratista comercial. Y me había hecho un buen trato por el penthouse y las otras cinco unidades en el edificio durante la reconstrucción. Los tuve durante un año y cuando vendí el primero, había ganado uno coma dos millones. Ya le había dicho que quería estar en su próximo proyecto. ―Soy‖Alex.‖Necesito‖un‖favor.
Silencio. ―Vamos,‖no‖tengo‖ninguna‖queja‖de‖él.‖Solo‖necesito‖su‖número.
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―Una‖mierda,‖me‖vendiste‖seis‖condominios‖a‖precio‖de‖coste.‖Pero‖este no es ese tipo de favor. El marine rubio con el que tú y Talon estaban hablando en la recaudación de fondos, ¿trabaja para ti?
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―No‖hago‖favores.‖―A‖pesar‖de‖llevar‖años‖en‖los‖Estados‖Unidos,‖su‖acento‖ todavía era marcado.
―No‖me‖voy‖a‖ver‖envuelto‖por‖una‖mujer. Maldita omnisciencia. Le lleva a saber que esto era sobre Olivia. ―Solo‖ quiero‖ hacerle‖ una‖ pregunta.‖ ―Y‖ golpearlo‖ jodidamente―.‖ ¿Es‖ tu‖ capataz o algo? Debes de tener su número. ―El‖ jefe‖ de‖ proyecto.‖ Construyó‖ tus‖ unidades.‖ Si‖ prestases‖ atención,‖ ya‖ tendrías su número. Maldición. ―¿Nombre?‖―Probablemente‖tendría‖su‖número‖entre‖los contactos. Neil me había dado un número al que llamar para cualquier problema durante la construcción, pero nunca había necesitado usarlo. ―La‖mujer‖es‖demasiado‖buena‖para‖ti.‖―Colgó. ―Joder.‖ ―Golpeé‖ el‖ volante‖ y‖ la‖ llamé‖ de‖ nuevo,‖ pero‖ esta‖ vez‖ dejé‖ un mensaje―.‖No‖me‖importa‖una‖mierda‖lo‖que‖pienses‖sobre‖mí‖ahora‖mismo.‖Est{s‖ fuera en medio de un maldito huracán. Llámame.‖―Colgué‖y‖mi‖teléfono‖sonó.‖No‖ miré‖el‖identificador‖de‖llamada―.‖¿Dónde‖est{s?‖―grité. Talon se rió. ―¿Me‖echas‖de‖menos? Debería haberle llamado a él primero. ―Quiero‖ el‖ número‖ del‖ marine con el que estabas hablando en la recaudación de fondos. ―¿Fixer? Maldición. ―Tú‖ y‖ tus‖ malditos‖ apodos.‖ No‖ me‖ importa‖ una‖ mierda‖ cómo‖ se‖ llama.‖ Dame su número. ―¿Qué‖tal‖si‖hago‖algo‖mejor? ―No‖tengo‖tiempo‖para‖esto‖ahora‖mismo‖―advertí. Se rió. ―Si‖no‖tienes‖tiempo‖para‖una‖excitante‖morena‖con‖un‖cuerpo‖de‖infarto… Estacioné.
La rabia fue instantánea. ―Si‖la‖tocas, estás muerto.
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―Luciérnaga, qué lengua tiene.
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―¿Tienes‖a‖Olivia?‖―¿Cómo‖cojones había sucedido eso?
Estalló en carcajadas. ―Bastante‖seguro‖de‖que‖no‖le‖interesan‖los‖surfistas. ―Deja‖de‖joderme‖―mascullé―.‖¿Dónde‖est{? ―En‖una‖perrera‖al‖sur‖de‖Miami. ¿Qué demonios? ―¡¿Se‖est{‖acercando‖un‖hurac{n‖y‖la‖llevaste‖a‖una‖maldita‖perrera?! ―Es‖donde‖quería‖ir. ―¿Y‖pensaste‖que‖eso‖era‖jodidamente‖seguro? ―No‖es‖mía,‖hermano.‖No‖voy‖a‖decirle‖a‖tu‖mujer‖qué‖hacer. Joder. ―Dame‖la‖dirección.‖―No‖le‖dije‖que‖no‖era‖mía. Recitó una dirección que estaba a veinticinco minutos. ―Te‖advierto‖que‖esto podría volverse en tu contra. Distraído por el golpeteo de la lluvia, giré el auto. ―¿De‖qué‖demonios‖est{s‖hablando? ―Las‖mujeres. Que le diesen. ―No‖todos‖hemos‖nacido‖con‖una‖cuchara‖de‖plata‖en‖la‖boca,‖hermano. Su tono se volvió más agudo. ―¿Piensas que vengo de una familia de dinero? No era la primera vez que lo había escuchado molesto, pero era la primera vez que decía algo sobre su pasado. ―¿Qué‖diferencia‖hace?‖Tú‖tienes‖dinero.‖Yo‖no.‖Así‖que‖lo‖gané.‖―No‖sé‖por‖ qué demonios estaba justificando mi mierda con él, excepto por la mirada azul asesinada con dolor que se repetía una y otra vez en mi cabeza y que me estaba matando. ―G{nalo‖de‖otra‖forma.
―Tiene‖clase,‖Vegas.‖―Se‖rió―.‖Incluso‖si‖no‖lleva‖ropa‖interior. Si alguna vez lo veía mirándola, iba a destrozarle el maldito rostro.
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Me ignoró.
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―¿Te‖ pedí‖ algún‖ consejo,‖ maldito‖ mujeriego?‖ Al‖ menos‖ me‖ pagan‖ por‖ esa‖ mierda.
―Que‖te‖jodan,‖Talerco. ―Estoy‖muy‖bien.‖―Dejó prolongarse el muy y luego colgó. El McLaren derrapó y me maldije por no regresar a casa para conseguir el SUV, pero estaba en una misión con un propósito. Diecisiete minutos después, estacioné junto a una mierda de edificio de cemento de estilo búnker. La mitad del estacionamiento ya estaba inundado y los viejos listones de las ventanas parecían que fuesen a romperse por un fuerte soplido de viento, mucho menos un huracán. Eso si primero no se convertían en proyectiles. Estacioné tan cerca como pude y permanecí bajo lo que quedaba de una marquesina mientras golpeaba la puerta delantera de cristal. Las luces estaban encendidas en la parte de atrás, pero no había señal de otro auto en el estacionamiento. ―¡Olivia!‖ ―Golpeé‖ m{s‖ fuerte‖ para‖ ser‖ escuchado‖ por‖ encima‖ del‖ viento,‖ pero no hubo respuesta. Maldición. Corrí al auto y toqué la bocina numerosas veces hasta que una luz se encendió en el frente. Volví corriendo bajo la marquesina mientras ella se acercaba a la puerta con dos perros pequeños siguiéndole los pasos. Tomé mi primera bocanada de aire completa desde que se había marchado del restaurante. Se detuvo a menos de treinta centímetros y se cruzó de brazos. ―¿Qué‖quieres? ¿Iba jodidamente en serio? ―Abre‖la‖puta‖puerta. ―No‖ le‖ abro‖ la‖ puerta‖ a‖ los‖ mentirosos.‖ ―Su‖ voz‖ amortiguada,‖ bajó‖ la‖ mirada mientras uno de los perros se sentaba a sus pies. Viéndola con sus vaqueros y la camiseta sin mangas, me di cuenta tardíamente de que se había cambiado de ropa y los celos irracionales golpearon. Con fuerza.
Le di un puñetazo al marco de la puerta. ―Abre‖esta‖puta‖puerta‖ahora mismo.
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Miró a los perros, dijo algo que no puede escuchar y se giró para marcharse.
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―¿Dejaste‖ que‖ el‖ maldito‖ Talon‖ entrase‖ en‖ tu‖ apartamento?‖ ―De él no le preocupaba quién se follaba.
Se detuvo y me miró. ―¿O‖qué? Pateé el desastre de cerradura y la puerta se abrió de golpe. Furioso, desesperado, me apresuré hacia ella. Saltó hacia atrás y uno de los perros corrió hacia mí. Cinco kilos de furia ladrando y gruñendo se desataron. ―Ll{malo‖―advertí. ―¡Rompiste‖la‖puerta! No lo vi la primera vez que ella apareció, pero lo veía ahora. Tenía los ojos enrojecidos,‖el‖maquillaje‖manchado,‖la‖nariz‖rosa…‖se‖me partió el corazón. ―Estabas‖llorando. Levantó al peligroso perro y pasó a mi lado para cerrar la puerta. ―Ahora‖ ni‖ siquiera‖ puedo‖ asegurarla.‖ ―Su‖ voz‖ se‖ elevó‖ un‖ tono―.‖ ¿Cómo‖ demonios voy a mantener fuera la lluvia? Me detuve detrás de ella y pasé el pestillo que ella no podía alcanzar. Su olor me golpeó y no pude detenerme. Estiré la mano por ella. ―Olivia… El pánico mezclado con dolor llenó su voz: ―No‖ te‖ atrevas‖ a‖ tocarme.‖ ―Mantuvo‖ al pequeño perro contra el pecho mientras el otro le rodeaba los pies. Tenía el cabello húmedo, le temblaba el labio, parecía increíblemente asustada. Fue una dosis de realidad y suavicé el tono: ―No‖voy‖a‖hacerte‖daño. ―Ya‖los‖has‖hecho‖―contestó.
Inhaló. ―Dije‖que‖no me toques.
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―He‖ acabado.‖ ―Ya‖ no‖ me‖ preocupaba‖ por‖ el‖ dinero.‖ No‖ me‖ importaba‖ mi‖ plan a cinco años. Miré a la única mujer que me había hecho querer más y le di lo que‖tenía‖para‖dar―.‖Estoy‖fuera.‖―No‖tenía‖ninguna duda. Este momento iba a llegar. Podía encontrar otro modo de hacer dinero, pero no encontraría a otra como ella. No me importaban una mierda todas esas mujeres. Solo la quería a ella.
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A la mierda esto. Tomé ambos lados de su rostro, hundí los dedos en su cabello y luego lancé el único movimiento que tenía:
Bajas y controladas, a sus palabras les llevó un momento penetrar. Pero cuando lo hicieron, golpeó. Con fuerza. La mierda se clavó en mi pecho, apreté la mandíbula, pero entonces mi entrenamiento surtió efecto. Estiré la espalda con precisión militar, dejé en blanco mi expresión y bajé las manos. ―No‖vas a quedarte aquí. Se movió hacia atrás con nerviosismo. ―Los‖perros‖me‖necesitan.‖Est{n‖asustados. Me incliné y tomé al patético chucho de sus pies. ―Tr{elos‖contigo.‖―Me‖giré‖hacia‖la‖puerta. ―No‖puedes‖decirme‖qué‖hacer. Me giré y me puse justo sobre su rostro. Usando mi altura como arma y mi tono como munición. ―El‖viento‖est{‖empeorando‖y‖esas‖malditas‖ventanas‖no‖resistir{n‖otra‖hora.‖ ―No‖ hay‖ forma‖ de‖ que‖ vaya‖ a‖ quedarse‖ aquí―.‖ Tienes‖ un‖ minuto‖ para‖ salir‖ de‖ este basurero o voy a cargarte hasta fuera.‖―Lo‖que‖fuese‖que‖tuviese‖que‖hacer. ―No‖me‖vas‖a‖cargar a ningún lado. Y no solo están estos dos perros. Maldita sea. ―¿Crees‖ que‖ voy‖ a‖ dejar‖ que‖ los‖ perros‖ se‖ interpongan‖ entre‖ tú‖ y‖ tu‖ seguridad?‖¿Cu{ntos?‖―exigí. Se estremeció y dejó su actitud. ―Uno más. El otro asistente pasó toda la tarde sacando los demás perros, pero Charlie todavía está en la parte de atrás. No puedo moverlo. Lleno de cicatrices, medio pelado, una bestia de animal estaba postrado en una cama improvisada. Jadeando, viéndose como si estuviese esforzándose por respirar, unos gigantes ojos marrones me miraron y supe que estaba jodido. ―Jesucristo.‖¿Qué‖le‖sucedió? Ella se movió hacia él y le acarició suavemente la cabeza.
―Toma‖ esos‖ dos.‖ ―Dejé‖ en‖ el‖ suelo‖ el‖ perro‖ que‖ todavía‖ estaba‖ sosteniendo―.‖Lo‖llevaré.
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La gente era una jodida mierda.
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―No‖grites.‖Fue‖golpeado‖por‖un‖auto‖y‖dejado‖por‖muerto.‖―Le‖dio un beso en‖ el‖ pelaje‖ sarnoso‖ de‖ su‖ oreja―.‖ Est{s‖ bien,‖ dulce‖ niño.‖ ―Él‖ ni‖ siquiera‖ alzó‖ la‖ cabeza.
―No‖puedes‖moverlo‖ahora‖mismo.‖Tiene dolor. Hijo de puta. ―O‖ viene‖ con‖ nosotros‖ o‖ lo‖ dejas‖ aquí.‖ Decide‖ ahora‖ mismo‖ porque‖ el‖ estacionamiento está casi inundado y no hay forma de que vaya a dejarte aquí. ―Frente‖al‖mar‖tampoco‖es‖m{s‖seguro‖―argumentó,‖pero‖su‖tono‖decía‖que‖ no iba a forzarlo. ―Hormigón‖ armado,‖ cristal‖ contra‖ impactos‖ y‖ roturas.‖ ―Recité‖ la‖ lista‖ de‖ medidas contra huracanes con la que estaba equipada mi casa como un maldito agente‖de‖ventas―.‖Es‖muchísimo‖m{s‖seguro‖que‖este‖lugar.‖Toma‖los‖dos‖perros‖ y‖ve‖al‖auto.‖―Señalé a‖la‖bestia‖con‖la‖barbilla―.‖Pondré‖a‖este‖en‖tu‖regazo.‖―No‖ podía creer que fuese a meter a tres malditos perros en mi auto. ―No‖entraremos todos. Otra ráfaga de viento rugió en el exterior y agitó las ventanas. ―Haremos‖que‖funcione.‖Ve. Tomó la cabeza vendada del animal. ―Sé un‖chico‖valiente‖por‖mí,‖Charlie.‖Vamos‖a‖dar‖una‖vuelta.‖―Lo‖arropó‖ suavemente con la manta, envolviéndolo cuidadosamente, luego me miró mientras se‖levantaba―.‖No‖dejes‖que‖se‖moje‖mucho. La tormenta, nuestra pelea, toda la mierda en mi cabeza, se quedó en silencio y la miré. La zorra bocazas con curvas lujuriosas estaba ahí, pero ahora había algo más. Una mujer más allá del dolor por la pérdida de un hermano, se levantó y puso un bote de pastillas del mostrador en su bolsillo trasero antes de tomar a los dos perros. Sujetándolos debidamente contra su pecho, tomó un enorme impermeable del respaldo de la silla y lo puso por encima de los tres. Determinada y competente, me miró con expectación. ―¿Preparado? Era tan jodidamente hermosa que me dolía el pecho. ―Sí‖―respondí,‖con‖voz‖dura.‖Levanté‖con‖cuidado‖a‖la‖bestia‖y‖dejó‖salir‖un‖ gemido‖patético―.‖Shh,‖chico grande. Te tengo.
El maldito perro aparentaba tener cien.
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―Solo‖tiene dos años.
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Olivia apagó las luces y mantuvo la puerta abierta para mí.
l estaba aquí. Con mi corazón en la garganta, mis manos temblando, sostuve a Merry y Sparks contra mi pecho y me dije que no mirara. Su mandíbula estaba tensa con determinación, su cabello mojado, su camisa medio empapada y pegándose a sus grandes bíceps, Alex era el hombre más hermoso y sexy en que había puesto mis ojos jamás. El dolor en mi corazón me hizo querer llorar, pero cuando recogió a Charlie como si fuera un niño, quise olvidar lo que hacía para vivir. No queriendo que sacudiera a Charlie o sus puntos, empujé una silla de escritorio hacia la puerta principal y me subí para quitar el pestillo. El viento sopló en ráfagas y empujó la puerta como si no pudiera esperar a entrar. Alex sostuvo su pie contra la parte inferior para asegurarla hasta que me bajé, luego pateó la silla a un lado. La puerta inmediatamente se abrió y la lluvia entró. Alex se paró contra la puerta así no se cerraría sobre mí o los perros. —El auto está abierto. Agarré las tres correas y miré a la cerradura inútil en la puerta de vidrio de la perrera. —No podré asegurar la puerta después de que nos vayamos.
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Corrí a su auto de lujo y tuve que abrir la puerta en contra del viento. Merry luchó contra mí y Sparks se quejó mientras me deslizaba en el asiento de cuero. Al segundo en que puse los dos perros más pequeños a mis pies, Alex estuvo ahí.
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—No importa. Si el viento no rompe las ventanas, el agua pasará por la puerta de todos modos. —Hizo señas a su auto—. Ve.
Agachado sobre Charlie para protegerlo de la lluvia, dejé al Golden retriever en mi regazo. El peso de él se hundió en mis muslos y aulló. —Está bien, muchacho. Ya casi nos vamos. —Acuné su cabeza y Alex cerró la puerta. Para cuando cruzó el frente del vehículo y se puso tras el volante, estaba empapado. Echando su cabello hacia atrás y pasando sus manos por sus músculos igual de mojados, encendió el motor. —Lamento mojar tus asientos. —Mire hacia Charlie, mientras Merry y Sparks se juntaban a mis pies—. Y los perros en tu auto. —Tendría pelos por todas partes. Rodeando la creciente inundación en el estacionamiento de la perrera, no respondió. Expertamente maniobró el auto alrededor de una rama caída tan gruesa como mi muslo y salió al camino de acceso. La tensión llenaba el pequeño interior del auto y los perros estaban en silencio mientras Alex salía por el camino principal que iba directo a su condominio. Las capas de lluvia contra su parabrisas, el aire frío penetrando el auto, Alex llegó a la última curva del camino y de repente piso los frenos para evitar un árbol caído. Agarré a Charlie cuando el auto se sacudió, pero no fue suficiente. Su pobre cuerpo roto se sacudió en mis brazos y aulló de dolor. —Mierda, lo siento. —Alex dio vuelta al auto y miró el mapa del GPS en el centro de la consola. Luchando contra el pánico, acaricié la cabeza de Charlie. —Hay‖otra… —La veo. Agárrate. —Apretó el acelerador y el carro sin esfuerzo avanzó por el camino.
Ignorando las luces del tráfico que todavía tenían energía mientras se movían dramáticamente, Alex aceleró hacia la barrera de la isla sin detenerse.
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El agua aumentaba en los costados del camino, y Alex mantuvo el McLaren sobre el centro de la carretera. Tratando de no entrar en pánico para no asustar a los perros, no me di cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que llegamos al final del camino y vi que el giro hacia el camino estatal estaba transitable. El aire escapó de mis pulmones mientras salía a la vía principal.
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No le dije que el otro lado del acceso era bajo, porque no teníamos opciones. Mientras acelerábamos más allá de la perrera, lo último del estacionamiento ya estaba sumergido y la puerta principal colgaba en un extraño ángulo. Estábamos quedándonos sin tiempo para salir de la zona de inundación.
A medio camino entre la perrera y su casa, rompió el tenso silencio. —¿Cómo está? Froté la oreja de Charlie. —Ahora bien. Sus heridas están sanando bien, pero todavía tiene las costillas rotas. Alex no dijo nada más. Girando hacia el norte en la Autopista US 1, maniobró alrededor de las áreas bajas inundadas y fue hacia el puente sur por la barrera de la isla. Pero mientras nos acercábamos, un auto de policía con las luces encendidas estaba estacionado de lado, bloqueando el acceso. Alex estacionó justo en la patrulla y bajó la ventanilla. El policía bajó su ventana unos centímetros. —El puente está cerrado, señor. —Soy un residente de la isla. Las Torres La Mer. Debo ir a casa. —Lo siento, el lado este del puente está inundado. —Miró su reloj—. Cerrarán el puente norte en quince minutos. Puede que tenga tiempo. Alex asintió y subió la ventana. Retrocediendo, dio vuelta al auto. Nerviosamente miró el reloj en la consola. —¿Lo lograremos? —Seis minutos —dijo. —¿Has tomado el tiempo antes? —Me gusta conducir. —Aceleró. Mi espalda se presionó en el asiento y observé el reloj en lugar del furioso y agitado huracán. Cinco minutos después, salió al camino del acceso hacia el puente norte. Los autos de la policía estaban estacionados en la calle, pero no estaba bloqueando el puente todavía. Alex pasó volando junto a ellos. Subimos la cima del puente y una gigante ráfaga de viento movió el auto al siguiente carril. —Alex. —Agarré a Charlie cuando la barrera se acercó a mi puerta.
Mi corazón palpitaba mientras visiones de nosotros cayendo por un costado del puente y estrellándonos contra el canal Intracostero volaban por mi mente.
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—Estamos bien.
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Giró el auto al otro carril.
—Por favor, baja la velocidad —rogué. Desaceleró, pero sólo un poco. —Debiste haber contestado —dijo mientras bajábamos la pendiente del puente. Me aferré a Charlie y miré nerviosamente por la ventana. —¿Contestado qué? —Si hubieras respondido mi llamada hace dos horas, ya estaríamos en el penthouse. No discutí, porque ahora mismo, con las calles casi completamente inundadas y los vientos sacudiendo el auto, tenía razón. Excepto que nunca habría querido salir en un huracán con él. Hace unas horas, no me habría sentido a salvo en ninguna otra parte. ¿Pero ahora? Me dije que solo estaba aquí por los tres perros sin dueño que no se merecían estar en un huracán en una dilapidada perrera con ventanas de mierda que una perra rica fue demasiado tacaña para arreglar. Una perra‖rica‖con‖la‖que‖Alex…‖tomé‖aire‖y‖aparté‖ese‖pensamiento. —¿Por qué llamaste a Talon? La abrupta pregunta me tomó fuera de guardia. —No lo hice. Jesse lo llamó. Giró hacia el sur hacia la A1A. —Déjame adivinar. ¿En lugar de cuidar de ti, te pasó con Talon? No podía negarlo, tenía razón. Pero después del estrés y la ansiedad de las últimas horas, pensando en todas las mujeres con quien había estado íntimamente y que no significaba nada para él, junto con su actitud de ahora, me molesté. En serio enfadada.
—Nunca te obligaría a hacer algo. No estabas a salvo en la perrera.
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Su mandíbula se apretó y tomó una curva cerrada hacia su complejo de apartamentos. La puerta del garaje se abrió mientras nos acercábamos y estacionó en su punto y apagó el motor. Con su mano en la manija de la puerta, me miró.
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—No te pedí que vinieras por mí. No te dije que trajeras tres perros sin hogar. Te apareciste y me dijiste que entrara en tu auto. Ni siquiera me diste opción. Así que corta con la mierda de actitud de macho alfa. No voy a estar en un huracán con un imbécil, y estos perros no se merecen más estrés en sus vidas. —Merry ya estaba temblando a mis pies. Probablemente era porque tenía frío, pero, aun así. Ella no pidió esto. Ninguno de ellos lo hizo.
Mi corazón se retorció mientras bajaba del auto. El silencio del garaje después del viento aullante sólo intensificó el hecho de dónde estaba y con quién estaba. Cuando Alex abrió mi puerta, Sparks alzó su cabeza y gruñó. —Silencio. —Su orden autoritaria hizo que Sparks se callara de inmediato, y Alex se estiró hacia Charlie—. Tranquilo muchacho. —Lo levantó de mi regazo tan suave como pudo—. Agarra a los otros dos. Se me ocurrió en ese momento que Alex no era tan mandón como autoritario. Dando órdenes como alguien que solía estar a cargo. La curiosidad se llevó lo mejor de mí. —¿Cuál era tu trabajo con los militares? —Reconocimiento —dijo vagamente. Levanté a los dos perros y salí del auto mientras Alex iba a las escaleras. —¿No vamos a tomar el ascensor? —Si la luz se va, quedaremos atrapados. —Abrió la puerta con su pie. Miré el elevador y suspiré. Veinte pisos. Mierda. Tomé el primer tramo hacia arriba y bajé a Sparks. —Vamos, Sparks. Arriba. —Lo empujé y él se puso en acción. Tres segundos después iba un piso arriba de mí. En silencio subí con Merry, moviéndola de un brazo al otro cada pocos pisos. A medio camino me quité la chaqueta y miré sobre mi hombro. —¿Estás bien? —Bien. —Sin sudar siquiera, con una máscara sin expresión en su cara, ni siquiera hizo contacto visual. —Genial. No hablamos el resto del camino. El único sonido en la escalera era la respiración de Sparks y la mía y el distante rugido del viento. Para cuando llegamos arriba, mis muslos ardían. Sostuve la puerta para Alex y él salió de costado.
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—Lo tengo. —Presionó un código en un tablero al lado de la puerta. Un clic y la puerta se abrió—. Hay un armario con ropa de cama al fondo del pasillo. Agarra unas mantas. —Entró en la sala de estar con Charlie.
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—¿Quieres‖que‖abra…?‖ —Comencé a ofrecer abrir su puerta, pero ya se me había adelantado.
Dejé a Merry en el suelo y Sparks entró. Notando que las pinturas de la recaudación de fondos no estaban, avancé por el pasillo con Merry detrás de mí. Un armario del tamaño de mi cocina tenía estantes ordenadamente apilados con toallas, sábanas, mantas y un edredón. Agarré dos mantas y el edredón y fui rápidamente hacia la sala de estar con mis zapatos mojados chillando en el suelo. Esperando por mí, Alex apuntó a la chimenea. —Ahí. Apartando a Merry, dejé mi chaqueta y las mantas y bajé el edredón. —Las pinturas no están. —En el cuarto de huéspedes. —Bajó a Charlie y este se quejó. Acariciando su cabeza, ajustó las mantas a su alrededor—. ¿Ya comieron? Me quité los zapatos y luego puse dos camas improvisadas al lado de Charlie. —Sí, los alimenté y los saqué antes de que aparecieras. —Tropecé con las dos últimas palabras. Alex había ido por mí, a través de la lluvia y la fuerza de los vientos de un huracán, había ido por mí. Quise ignorar lo que eso le hizo a mi corazón, pero no pude. Tomando aire profundamente, sabiendo que estábamos a salvo ahora, luché contra el nudo en mi garganta mientras Merry se acomodaba en la manta cerca de Charlie, y silbé para llamar al otro perro—. Sparks, ven. —Se acercó trotando y toqué su cama—. Acuéstate. —Miré a Charlie—. ¿Estás bien? — Lamió mi mano y sonreí—. También te quiero, muchacho. —Me levanté y miré a Alex. Con sus manos en las caderas, estaba mirándome. Justo como en la perrera, mi corazón se detuvo y las emociones se arremolinaron en mi cabeza. La tensión entre ambos era tan densa, que podía saborearla, pero mi cuerpo no sabía que era un mentiroso que se vendió a sí mismo, y no le importaba. La necesidad pulsaba entre mis piernas y la percatación se disparó por mi espalda. Peor, mi pecho dolía sólo por sentir sus manos alrededor. Sparks gruñó. Miré sobre mi hombro y tres colas saltaron. No pude evitarlo, sonreí.
—¿Sparks? Asentí.
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Alex no sonrió.
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—Compórtate, Sparks. —Su cola se movió más rápido. Todavía sonriendo, miré a Alex—. Ignóralo, cree que es un tipo rudo.
—Es bastante enérgico. Y Merry es la pequeña terrier. Fue dejada en la perrera el día antes de Navidad. —Merry movió su cola cuando escuchó su nombre—. Y Charlie ya sabes. —Tomé aire y me dije que podía hacerlo. Podía hablar de los perros, una conversación casual, pasar la tormenta, luego me iría en la mañana. Mentalmente asintiendo para mí, me puse manos a la obra—. Necesito conseguirles agua. —Hay tazones en la cocina. Voy a cerrar las persianas. —Sin sonrisa, sin emoción, fue al balcón. Exhalando, lo miré a través de la pared de vidrio que encerraba su sala de estar. Los músculos de sus hombros se tensaron mientras jalaba el cordón de las persianas a lo largo de la longitud del balcón, y miré a los perros. —Si tenemos suerte, una gran ráfaga lo mojara antes de que vuelva. —Sparks gruñó en acuerdo—. Exactamente lo que pensé. Busqué en las alacenas de la cocina y llené tres tazones para cereal con agua. Alex volvió dentro y el ruido ahora era menos notable mientras agarraba un control remoto de la pared y apretaba una serie de botones. Persianas automáticas empezaron a bajar por las ventanas. Bajé los tazones junto a los perros. —¿Quieres que prepare un baño? —Asumiendo que había terminado. —¿Por qué? —Volvió a dejar el control mientras su condominio quedaba en una oscuridad antinatural. —Por agua. —Si la luz se iba, era probable que también se fuera de donde viniera el suplemento de agua, y cuando ese pasaba, la ciudad ponía una alerta por agua en marcha. Por no mencionar que, si la luz se iba, quería ser capaz de vaciar el retrete. —Tengo embotellada. —Desapareció por el pasillo. —Ohh bien. —Me agaché junto a Charlie—. Vamos, muchacho. —Sostuve el tazón de agua junto a su hocico—. Bebe por mí. —Su lengua con desaliento tomó un poco y luego volvió a bajar su cabeza—. Lo sé, apesta, pero en unas horas, puedo darte más medicina. —¿Qué le estás dando?
En pantalones secos y una camiseta, me extendió unas prendas.
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—Medicinas para el dolor. —Traté de limpiar el suelo con mi bolsa ya mojada, pero sólo esparció el agua.
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Sorprendida, salté y un poco de agua salió del tazón.
—Dame tus pantalones. Los meteré en la secadora antes de que se vaya la luz. Mi blusa se pegaba a mí, mis jeans estaban empapados de sacar a los perros a orinar antes de que él llegara a la perrera, me estremecí y tomé las ropas extendidas. —¿Dónde‖debería…? —El baño en el pasillo. Intimidada por su estado de ánimo, simplemente asentí. Llegué al baño y cerré la puerta. Incluso con todas las persianas cerradas de su fortificado castillo, podía escuchar el viento y sentir un ligero balanceo del edificio. Pasé mi mano sobre el suave granito del mostrador del baño y me pregunté qué tan seguro era su apartamento. No crecí con nada parecido a las elegantes persianas que se cerraban con el toque de un botón. Mi hermano simplemente ponía la madera contrachapada que almacenábamos en el garaje sobre todas las ventanas y la casa tendría una nueva serie de agujeros de clavos por sus esfuerzos. Llenábamos la bañera y mi mamá compraba cereal, mantequilla de maní y pan. Añade un par de velas de la tienda y grandes jarrones con fotos de Jesús en estos, y esa era nuestra preparación para huracanes. Mi hermano y yo jugábamos a las cartas y juegos de mesa, mi mamá tejía y sudábamos hasta que la luz volvía. Pero el penthouse de Alex no era sofocante. Ni siquiera era cálido. Se sentía como si hicieran dieciocho grados y no había ni una esquina que‖no‖tuviera‖un‖diseño‖bien‖pensado.‖Diseño‖que‖fue‖pagado‖por… Sacudí mi cabeza y susurré para mí misma. —No. —No iría allí. Un golpe sonó en la puerta y aparté los pensamientos de lo que él hizo para vivir y la justificación de Talon para esto profundamente. —¿Sí? —Dame la ropa. Si quieres bañarte con agua caliente, deberías hacerlo antes de que se vaya la luz.
—Los perros. —Bien.
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—¿Niños? —Su voz sonaba rara. Tensa.
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—Un segundo. —Rápidamente me desnudé y doblé mi camisa y ropa interior entre los jeans. Agarrando una toalla del estante, la envolví alrededor de mí y abrí la puerta un poco—. Aquí tienes. Y gracias. —Estiré mi brazo, pero no tomó la ropa—. ¿Qué pasa? ¿Los niños están bien?
Mi brazo estirado, mis músculos empezaron a ceder. —¿Alex? Cuando no respondió, abrí más la puerta. Ojos azules dolorosamente hermosos me miraron. —¿Te tocó? No tuve que preguntar quién. —No. —Talon me había acompañado a mi apartamento y me miró con un silencio que me recordó a mi hermano mientras agarraba un cambio de ropa y el cargador de mi teléfono. Luego me había llevado a la perrera, miró el lugar y dijo que no debería quedarme ahí. Le dije que no iba a trasladar a Charlie, y me había dejado a regañadientes. El aliento exhalado de Alex rozó mi piel y un escalofrío subió por mi cuello. Por un momento imposible después, lo sentí. Una herida invisible envuelta con fuerza alrededor de mi corazón, terminaba y empezaba con él. No estaba viviendo de verdad hasta que lo conocí. Estaba ahogándome en el dolor y la culpa, y la vida que había estado respirando, terminó cuando me besó por primera vez. Pero ahora que sabía lo que él era, no podía ver un futuro, y mi pasado de repente estaba muy enterrado para darme consuelo. Estaba a la deriva. Y el hombre parado a mi lado no era el ancla.
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Alex Vega era la tormenta.
o lo hagas. Aléjate. Toma la jodida ropa y camina. Lejos. Jodidamente no caminé. Abrí la boca como un maldito marica y la mierda en la cabeza se desangró. —Juzga todo lo que quieras. No me disculparé por lo que soy. —No a ella, ni a nadie. Ella parpadeó. —No te estoy juzgando. —Eso es exactamente lo que estás haciendo. En el segundo que te enteraste que me acostaba con mujeres por dinero, me condenaste. —Acostaba. Pasado. Jodido pasado, porque eso es lo que ella me había hecho. —Estaba enojada porque me habías mentido. —No mentí. No me lo preguntaste. —Nunca le había mentido. Ella bajó el brazo. —Alex...
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—El tamaño de mi polla y billetera fueron lo suficientemente buenos para ti la otra noche. —Implacablemente, sostuve su mirada—. Entonces descubriste que no eras la única mujer que se había corrido en mi polla. —Maldita sea, estaba enfadado—. ¿No puedo tener un pasado? ¿Eres la única que tiene permitido tener uno?
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No fueron las cuatro letras que dijo cuando estaba empapando mi polla al correrse. Ni siquiera era un nombre. Fue un jodido insulto condescendiente, y perdí el control.
—Detente. —Sostuvo la toalla en su pecho. —¿Detener qué? Deja de preguntarte por qué te parece bien que hayas follado a otros hombres antes de que nos conociéramos, pero no está bien que yo haya follado a otras mujeres. —Estás siendo un idiota, y eso no es lo que preguntaste, ni se trata de eso. —¿No? —Estaba cansado de reprimirme. ¿Qué mierda tengo por perder ahora?—. ¿Puedes follarte a Talon o a tu amigo idiota, pero yo no podía follar a tu jefa? Ella se encogió y se puso aún más pálida. —¿Qué parte te molesta más? ¿Que tu jefa pagó tres mil dólares para chupar mi polla? ¿O que me corrí mientras lo hacía? —Maldita sea, estaba jodidamente enojado. —¡Vete a la mierda! —Retrocedió y trató de cerrar la puerta de un golpe. Empujé mi pie hacia adelante y la puerta voló de nuevo abierta cuando agarré su brazo. —¿Crees que eres demasiado buena para alguien como yo? ¿Crees que estoy jodidamente dañado? ¿Contaminado? ¿Enfermo? —Mi ira iba a toda velocidad y no se detuvo. —¡Déjame ir! —gritó ella. —¿Adivina qué? —La empujé hacia atrás hasta que su trasero golpeó la pared—. ¡No soy un puto príncipe, pero eres la única mujer que me ha importado un infierno! —Solté su brazo, le quité la ropa de su mano y jodidamente exploté. Arrojé su ropa en la secadora y prácticamente tropecé con un terrier de cuatro kilos que parecía una maldita rata. —¿Qué mierda estás haciendo fuera de la cama? La pequeña perra se encogió. —Dios, maldita mierda. Ella empezó a temblar. Pasé mis manos a través de mi cabello mojado.
Jodida mierda, mierda, mierda. Levanté a la perra.
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Ella se acostó. Justo ahí.
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—Ve a acostarte.
—Es por eso que no jodo con las mujeres. —Ella se presionó contra mí y me lamió la mano, esa pequeña perra. Levanté el maldito cajón en el que guardaba la mierda para huracanes y lo llevé al mostrador de la cocina. Enfadado con ella, conmigo mismo, por decir la mierda que había dicho, puse al maldito perro en el fregadero de la cocina y tomé un cuenco de agua de la despensa. Caminando por la cocina con mi camiseta y pantalones de chándal que había enrollado alrededor de sus caderas, Olivia fue al lavabo. —No puede bajar de ahí. Dejé el agua en el mostrador junto al cuenco. —Lo sé. —La pequeña rata veloz podría jodidamente quedarse allí. Estaba sobre toda mi mierda. Olivia se inclinó y rascó a la perra detrás de sus orejas. —Esto es demasiado alto para ti, cariño, ¿no? Eres demasiado pequeña para saltar. Su perfecto culo de mierda estaba dirigido a mí y gruñí de frustración. —Entonces bájala. Recogió al perro y la sostuvo hasta su rostro. —Papi es malo. —El perro le lamió el rostro y ella se inclinó para bajarla. Jodido papi. Volví a decirle cosas de mierda. —Ella no me paga para ser su papi. Olivia se quedó inmóvil. Luego inhaló, dejó al perro y se enderezó. —No, supongo que no. Resoplé. —Adelante. —Ser cortés no le quedaba—. Haz la jodida pregunta. —Mi celular vibró en mi bolsillo, pero lo ignoré y encendí el horno. —No sé de qué estás hablando. —Cruzó los brazos protectoramente alrededor de sí misma.
Ni siquiera pretendió pensar en ello.
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—No juegues con esa mierda. Sabes exactamente a lo que me refiero. —Saqué el pollo y el tocino de pavo de la nevera—. Pregunta lo que quieras.
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Eso me molestó como la mierda.
—¿Es eso lo que hacen tus clientes? ¿Te pagan para fingir que eres su papi? — La pregunta no salió de su boca con la suficiente rapidez. Arrojé la carne sobre el mostrador y luego la atrapé a ella. Agresivo, dominante, la miré. —¿Quieres saber por qué me pagan mis clientes? —No esperó una respuesta—. ¿Quieres saber cómo gano mi cuota? Trató de inclinarse hacia atrás. Me acerqué más. —Las hacía sentirse especiales. —Tracé la línea de su mandíbula—. Hacía que se sintieran queridas. —Agarré su barbilla y bajé la voz—. Las hice sentirse bien consigo mismas. —Luego, tomaba su jodido dinero, porque ninguna de ellas sabía lo que significaba crecer como yo o llegar a casa desde Afganistán con la cabeza tan jodida que querías volver. —¿Por qué? —susurró apenas. No era su hermano. No estaba a dos metros bajo tierra. Tenía todas mis partes del cuerpo y estaba aquí, así que no iba a lamentarme. —Porque puedo. Su mirada quedó fija en la mía. —Hay más. Eso fue todo. Justo en ese jodido momento. Los clientes tomaban lo que querían, cada último orgasmo. No les importaba una mierda. ¿Pero esta mujer? Casi de metro cincuenta, desafiando mis mentiras cuando ni siquiera acepta mi ayuda durante un huracán, por no hablar de mi dinero. Negué. —No deberías haber intentado recuperar esas pinturas. —No tenía idea de lo que había puesto en marcha. Sus hombros se enderezaron.
Ella respiró hondo.
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—Lo haría mil veces si eso significaba que tenía que ver que te enojabas por eso. —Porque ahí es cuando jodidamente caí por ella, y estaba lo suficientemente desesperado para decirle eso—. ¿Quieres saber por qué? —Presioné mis caderas contra las suyas y arrastré mi pulgar a través de la suave piel de su cuello, porque eso es lo que hacía. Hacía que las mujeres me quisieran. Cada movimiento estaba coreografiado. Cada toque tenía un propósito. Mi cuerpo era el arma y mi actitud el gatillo.
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—No deberías haberlas comprado todas.
—¿Qué estás haciendo? Buena jodida pregunta. ¿Qué estaba haciendo? Porque por primera vez en tres años, no tenía ni jodida idea. Respiré y me alejé de ella. —Haciendo la cena. —Mi celular vibró de nuevo, y estúpidamente no miré la pantalla antes de contestar—. ¿Qué? —No puedo quedarme sola aquí. Hay un huracán. Cristo. —Esa casa está construida como un puto bunker. Estás bien. —El viento es demasiado fuerte. Romperá las ventanas. Los árboles caerán. —Baja las persianas. —No voy a salir en estas condiciones. Suspiré. —No tienes que hacerlo. Ve a la cocina, junto a la pared del fondo. ¿Ves el mando a distancia? —Miré a Olivia mientras sacaba cosas de la ensalada del refrigerador, pero estaba jugando con la perra. —No lo veo. Jesús. —Mira a tu alrededor, Irina. No estás jodidamente desamparada. —No‖veo‖el‖mando…‖oh.‖¿Qué‖se‖supone‖que‖debo‖hacer‖con‖esto? Jesucristo, ¿esto soportaba su marido? —Busca en los ajustes hasta que diga todo. Luego, pulsa el botón inferior. Las persianas se cerrarán. —Mi celular zumbó con otra llamada—. Espera. —Miré la pantalla. Dane—. ¿Dónde estás? El viento rugió en el fondo. —Todas las luces están encendidas en mi casa. Jodida mierda. —Dijiste que podía usarla durante tres días. ¿Qué estás haciendo de pie afuera? —Locura de mierda, ni más ni menos.
—Irina. —La clienta.
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Miré a Olivia, pero estaba de espaldas a mí ahora.
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—En la entrada. ¿Quién es?
Olivia estaba escuchando, lo sabía. No tenía mierda para esconder en este punto, pero tampoco quería transmitirle eso. Elegí mis palabras. —Estoy fuera. —Dane lo entendería. Pausa.‖Luego… —Dejaste de hacerlo. —Sí. —¿Por la mujer en mi casa? —No está relacionada. —Otra mujer —dijo. No lo negué. —Pensé que estabas fuera de la ciudad por unos días. —Los planes cambiaron. Jodidos secretos. —Ella está en la otra línea. ¿Qué quieres que le diga? —¿Es estable? Cualquier otro negocio, cualquier otra persona preguntando, habría pensado a qué mierda quiere llegar. Desafortunadamente, sabía exactamente lo que quería decir. Todos teníamos clientes inestables. —Sí. Sólo estropeada como la mierda. Tú lidia con esto, te lo debo. —Ya me lo debes. Entiendo. No le gustaba gente en su casa, no mientras estaba allí. Éramos similares en ese caso. Nuestras casas eran nuestros santuarios, y ahora el mío tenía una mujer y tres perros. —Le diré que tiene veinticuatro horas. —Copiado. ¿Parámetros?
—Dile que voy por el garaje.
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—Ninguno.
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Dane había dejado el ejército, pero siempre sería un infante de marina. Hablaba en código la mitad del tiempo, y la vida era una serie de tareas ejecutables para él. Sabía lo que estaba preguntando, y podía follarla durante veintitrés de esas veinticuatro horas por todo lo que me importaba.
—Hecho. Gracias. —Volví a Irina—. El dueño de la casa está allí. Está entrando por el garaje. No le dispares. —Dudo que tuviera un arma, pero, ¿quién lo sabía? —¿Qué? ¡No! Me lo prometiste, Alex. Dijiste que vendrías a buscarme. —No —le advertí—. Nunca dije eso. Te estoy haciendo un favor, luego tienes que lidiar con tu propia mierda. —Pero... —Dio una respiración sorprendida—. ¿Quién eres tú? —espetó. —Dane. —La voz áspera de Dane atravesó el teléfono—. Dile a Vega que todo claro. Casi sentía lástima por ella. Dane era un gran hijo de puta. —Lo escuché. No seas un dolor en el culo. Te está haciendo un favor. —Alex —dijo mi nombre con pánico. —Estás bien. Estarás a salvo con él. En su mayor parte. —Cuelga —dijo Dane. Sonreí. —Adiós, Irina. —Terminé la llamada y guardé mi teléfono en mi bolsillo. —¿Amiga? —Olivia no levantó la mirada del perro que acariciaba. Exhalé. —Ex-cliente. —Suena‖como…‖que‖eres‖amigo‖de‖ella. —No amigos. —Saqué una cacerola. Olivia frunció el ceño. —¿Pero te llama? No iba a mentirle, pero tampoco sentía que tuviera que explicarlo. —Su marido la echó. Necesitaba un lugar para quedarse. Un amigo mío estaba fuera de la ciudad, así que la llevé a su casa. —¿Está casada y es tu cliente?
—¿Entonces eso hace que esté bien? Es adulterio. —No es mi problema. —Ya no.
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—Su marido era mayor y lo sabía.
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Su juicio estaba atado a través de su pregunta, más grueso que el tocino que estaba envolviendo alrededor del pollo.
—¿Te entrometiste entre un matrimonio y crees que no es tu problema? Envolví la última pechuga de pollo, me lavé las manos y coloqué la sartén en el horno. —Un chico en una dieta va a un lugar de comida rápida y ordena una hamburguesa. ¿Es culpa del restaurante? No. Ellos simplemente proveyeron la mercancía. No le dijeron al chico que incumpliera su dieta. Se mantuvo firme en sus tonterías. —Bien podrían haberlo sabido. —¿Cómo? ¿Vendiendo necesidad humana básica? —Tomé una tabla de cortar y un cuchillo y los arrojé delante de ella—. Haz la ensalada Ella no se movió. —¿Estás comparando comida con sexo? —Necesitamos comer para vivir y follar para procrear. —Ambas necesidades. Medí un poco de arroz y agua, y lo metí en el microondas. Observó mis movimientos. —¿Ahora vendes esperma? —No. No es que alguna vez lo haya considerado. —Menos rentable. Lo cual es una triste reflexión sobre la sociedad. Crucé los brazos y me incliné sobre el mostrador opuesto a ella—. La ensalada no se va a hacer sola. Miró mis brazos y luego inhaló. —Así que, la ayudaste. Yo era lo suficientemente vanidoso como para flexionar mis bíceps. —Sí. —Quería que me mirara. —Eso fue... amable de tu parte. —Bajó la mirada. Cerré la distancia entre nosotros porque no podía jodidamente dejarla sola. —No soy un idiota. Sus brazos se tensaron y su voz se hizo más suave. —Lo sé.
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Tomó todo lo que no tenía evitar tocarla.
e tomó todo lo que tenía no alcanzarlo. Olía tan bien, como jabón y promesas, y quería esos brazos ridículamente enormes a mi alrededor. Cada segundo que pasaba, era más difícil aferrarse a mi indignación, y si estuviera siendo honesta, entiendo por qué no me había dicho lo que era. Borracha o no, venganza o lujuria, nunca hubiera dormido con él después de la recaudación de fondos. Le di la espalda y miré la tabla de cortar. Odiaba que una clienta lo llamara. Lo odiaba mil veces peor que nada que hubiera sentido cuando vi a Jesse con Jennifer. —¿Me vas a contestar? Mis ojos se cerraron e inhalé. Incluso su voz era sexy. Profunda, pero no estruendosa, podía conmigo con simplemente susurrar mi nombre. —¿Cuál era la pregunta? —Yo sabía cuál era. Sus manos aterrizaron a cada lado de mí en el mostrador y su aliento me rozó el cuello. —¿Sabes cuál es tu problema? ¿Además del hecho que me había enamorado de él, tanto que dolía? —¿No sé cocinar? Inhaló.
—¿Por qué yo? —Recogí el cuchillo—. Podrías tener a cualquier mujer que desearas.
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Lo estaba. Y tenía demasiadas preguntas para contarlas, pero una se destacaba más que ninguna.
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—Estás celosa.
Me quitó el cuchillo y me dio la vuelta. —¿Estás preguntando seriamente por qué te quiero? ¿Después de sentir cómo éramos juntos? El calor incendió mis mejillas y dejé caer la mirada. Bajó la voz. —Mírame, Olivia. Titubeante y vulnerable, miré hacia arriba. Su profunda mirada azul sostuvo la mía. —¿Sabes lo que se siente al estar dentro de ti? Me mordí el labio inferior y sacudí la cabeza. —Como si estuviera jodidamente en casa. Aspiré una bocanada de aire y combatí las lágrimas, pero no había terminado. —Como que cada uno de los otros momentos de mierda de mi vida es energía desperdiciada. Cuando estoy dentro de ti, el resto desaparece. Sé que sientes esa conexión. Esto es mucho más que todas las formas en que puedo hacer que te vengas. He follado a suficientes mujeres. Conozco la diferencia. El sexo es el sexo. ¿Pero contigo? —Su expresión era tan intensa que se veía enojado, sacudió la cabeza—. Es como volver a casa. Levantó la mano, pero luego cerró el puño y la dejó caer. —Te dije que no estoy jugando —dijo—. No estoy renunciando a mis clientas por ti. Las dejó porque no las necesito. —Sus fosas nasales se ensancharon con una inhalación—. Sabía que llegaría este día. Lo planeé. ¿Pero el plazo? —Me miró fijamente—. Eso es todo tuyo. No voy a volver. No quiero volver. Era todo y nada que quisiera oír. Mi corazón se quebró tanto como se disparó, pero no sabía qué decir. Ni siquiera sabía qué pensar. Me sentía culpable por estar enojada con él por su pasado, pero Dios, quería caer en sus brazos porque se sentían más como en casa que cualquier cosa en los últimos dos años. Sin embargo, cuando no dije nada, sacudió la cabeza y dio un paso atrás. Entré en pánico.
—Lo que quieras.
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Sacó el arroz del microondas.
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—¿Qué quieres que te diga?
Ahora estaba a la defensiva. —Eso no es justo. —No podía creer que estuviera teniendo esta conversación. Lo conocía hace horas, horas, pero la parte loca era que ni siquiera parecía raro—. Tengo derecho a estar confundida. Tengo derecho a sentir lo que quiera. —No soy la jodida policía de las emociones. —Él abrió el horno y utilizó las pinzas para darle vuelta al pollo. El aire se llenó con olor al tocino de pavo en el que había envuelto el pollo. —No, pero actúas como si todo lo que tienes que hacer es decir unas palabras y todo debería estar bien. La vida no encaja de esa manera. —Nunca lo hizo. Mi hermano estaba muerto, mi madre estaba en otro estado fingiendo que nunca tuvo hijos, y yo había follado a un tipo que les cobró a las mujeres por sexo. —No voy a aguantar más mierda de ti. Quieres complicarlo, eso es cosa tuya. —Cerró la puerta del horno y me empujó a un lado para alcanzar la lechuga. Rápido y metódico, cortó la lechuga, los tomates y los pepinos, luego los tiró en dos tazones. Ahora estaba enojada. —¿Qué quieres que te diga? ¿Te perdono? ¿No me importa tu pasado? Aunque dijera todas esas cosas ahora, no importaría. Estás enfadado porque no te he dado la respuesta que esperabas. —Mi voz fue quejumbrosa, soné patética y necesitada. Sacó dos platos del armario y prácticamente los estrelló sobre el mostrador, pero no dijo nada. Siguieron los cubiertos y sacó dos cervezas de la nevera. Hizo saltar ambas tapas y me tendió una botella sin mirarme. La tomé. —¿Vas a decir algo?
Confundida, todavía enfada, y con cerca de mil otras emociones, me acomodé para mirar mientras sacaba el pollo del horno y lo emplataba junto con el arroz. Salvo que no sólo lo puso en un plato, se movía como si cada paso estuviera
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Abrí el cajón. Lino, servilletas de lino real, todas cuidadosamente dobladas y perfectamente planchadas, esperaban en el cajón. Tomé dos y resistí el impulso de arrugar el infierno fuera de ellas, antes de agarrar los cubiertos que había sacado. Puse dos taburetes al otro lado de la isla de la cocina, entonces me senté y tomé un sorbo de cerveza. Tenía alguna estúpida etiqueta belga y por supuesto era la mejor cerveza que había tomado.
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—La cena está casi lista. Las servilletas están en el cajón junto a la nevera. — Comprobó el pollo otra vez.
coreografiado para verse como el dios del sexo que era. Sus músculos flexionados, sus hombros extendidos, incluso el apretón en su mandíbula era sexy. Luego deslizó nuestros platos a través de la isla como si fuera un espectáculo profesional de cocina y puso un cuenco de ensalada para cada uno de nosotros con una floritura. Cada segundo de su pequeño acto me ponía más enojada. —Sé lo que estás haciendo —le acusé. Se sentó a mi lado y tomó un sorbo de cerveza, pero no respondió. Imbécil arrogante. —¿Dónde está el aderezo? Tomó otro trago de cerveza. —No tengo. Nunca lo uso. ¿Quién diablos no usaba aderezo para la ensalada? —Es comer o consumir, no usar. ¿Sal, pimienta? —No los necesitas. —Tomó su cuchillo y tenedor y cortó su carne—. Sazoné el pollo antes de hornearlo. —Tranquilamente tomó un bocado. Di un tirón a su servilleta en el mostrador y la sostuve delante de él, luego arrugué a esa desgraciada en una pelota. Una vez que había diezmado el trabajo de planchado que había sufrido la servilleta, la sacudí y la arrojé en su regazo. —No te olvides de tu servilleta. Con su segundo bocado casi en la boca, hizo una pausa sólo una fracción de segundo. —Gracias. —Luego se metió el pollo y masticó. No la reacción que había estado esperando, clavé el tenedor en la carne y corté un trozo con el cuchillo. —¿Cómo sabías dónde estaba? —De repente, hambrienta, me metí el trozo en la boca. Santa mierda, era bueno. —Talon.
—No quieres que responda eso. ¿Cómo está tu pollo? —Sabes que está delicioso. Y sí, quiero que respondas.
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—¿Por qué viniste a buscarme? —Corté otro trozo demasiado grande y lo comí.
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Lo había imaginado.
—Bien. —Se comió tres tenedores de ensalada seca. —¿Por qué no usas el aderezo? —Calorías vacías. —Dos bocados enormes más y acabó con su ensalada. Dejé el tenedor. —¿En serio? —¿Era uno de esos tipos? Asintió hacia mi plato. —Come. Y sí, en serio. Desanimada, recogí mi tenedor. —De todas maneras, entre los dos, nunca hubiera funcionado. —Me encantaba la comida. Toda clase de comida. —Funcionará perfectamente. —Funcionado, tiempo pasado. —Probé un poco de ensalada. Era una mierda. —Funcionar. Tiempo presente —argumentó—. Te lo dije, no querías saber por qué. El viento arreció y uno de los perros lloró. Eché un vistazo detrás de nosotros, pero todos estaban en sus cobijas. —¿Por qué, qué? —Por qué fui por ti —Comió el último trozo de pollo y se zampó el arroz en tres bocados. —¿Porque estás loco? —La gente normal no iba conduciendo en huracanes.
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—No, porque eres mía. —Se levantó para limpiar su plato y la luz se fue.
no de los perros empezó a llorar y el tenedor de Olivia golpeó el mostrador un segundo antes de que su taburete se arrastrara por el suelo. Estaba completamente oscuro, y no podía ver ni una mierda. —Espera. —Voy con los perros. Están asustados. Santo Dios, era terca. —Estarán más asustados si tropiezas con ellos. Espera un segundo. —Saqué mi teléfono y usé la luz de la pantalla para llegar al cajón de la cocina. Tres segundos después, tenía las linternas a pila encendidas—. Toma. —Le pasé una—. Coloca esta con los perros mientras limpio. Tomó la linterna, y limpié los platos. El viento aumentó y sonaba como si un maldito tren de carga estuviera estrellándose directamente contra el edificio. Rápidamente enjuagué, y cuando quité las servilletas, sonreí. Había tomado un acto de Dios no carcajearme cuando había arrugado esa mierda frente a mí. Agarré nuestras cervezas y otra linterna y fui a la sala de estar, pero estaba al teléfono.
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—¿El novio? —Dejé su cerveza y la linterna sobre la mesa de noche y me hundí en el sofá—. ¿No quisiste decirle con quién estabas? —La pequeña perrita se levantó y fue a mis pies.
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—Se te‖ escucha‖ entrecortado.‖ No‖ puedo‖ oírte…‖ dije‖ que‖ estoy‖ bien.‖ Los‖ perros‖y‖yo‖estamos‖en‖La‖Mer…‖lo‖sé…‖lo‖sé…‖¿qué?‖—Miró el teléfono y maldijo, y entonces colgó.
—Sabe con quién estoy, y por centésima vez, no es mi novio. Ya tiene una novia. —Tomó su cerveza y se bebió la mitad. —¿Y te besó? —Me reí, incluso aunque me estaba enojando—. ¿Quién es el mujeriego ahora? —Miré a la patética perrita a mis pies. Su cola se meneaba. Olivia se burló de mí. —Al menos tiene sólo una novia. —¿A diferencia de mis muchas clientas? —Sabía que quería saber, pero no iba a ponérselo sencillo. Ya había dicho demasiado. Podía trabajar por eso, si de verdad quería saber de mí. La perra acarició mi pierna, y la levanté dejándola en el sofá a mi lado. —Tú lo dijiste, no yo. Se subió a mi regazo y se acomodó. La rasqué detrás de la oreja mientras terminaba mi cerveza, pero no me molesté en responder. Debería haberme dicho a mí mismo que era un error ir tras ella, pasar la noche, y luego dejarla a ella y a sus mugrosos. Pero incluso sabiendo que probablemente no había ni una jodida oportunidad con ella, aun así, prefería sentarme aquí en la oscuridad con los tres apestosos perros y discutir con ella que estar en cualquier otra parte. Y no se me escapó que, así como yo, ella habría pasado esa tormenta sola si no hubiera ido por ella. La tormenta arreció y nos quedamos en silencio. Hace dos días, no sabía que había un huracán ni una Olivia Toussaint. Justo en este momento eran uno y lo mismo. Mierda, estaba cansado. —¿Qué hiciste después de tu primera clienta? Alcé la cabeza y la miré. La linterna proyectaba sombras en los ángulos de su cara, era tan jodidamente hermosa, podría ser una modelo. —¿Qué quieres decir? —Sabía lo que quería decir. Se encogió de hombros como si fuera una pregunta casual. —No lo sé. Después, ¿estabas molesto o algo?
—No soy una idiota.‖ No‖ creo‖ que‖ hayas‖ llorado‖ como‖ un‖ bebé.‖ Sólo…‖ — Suspiró—. Como sea, olvídalo.
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—No soy un jodido documental de la PBS. Tomé mi dinero y me compré un traje. —¿Qué demonios creía que había hecho? ¿Mecerme en una esquina?
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Me chuparon el pene. Dos veces.
Incliné mi cabeza hacia atrás, preguntándome por qué demonios le había dicho que podía preguntarme lo que quisiera. El peor error del mundo. —Conseguí un traje a medida porque la mierda de los almacenes nunca me quedaba, luego pagué mi renta. —¿Eso fue todo? —Compré zapatos y un cinturón. —Había supuesto que lo recuperaría en una noche, y lo hice. Diez de los grandes. Ella se rió. —Eres tan vanidoso. A las mujeres les gustaba mirarme. Siempre fue así. Sólo les di una razón para apreciarme. Esa era la diferencia. Cambié el tema. —¿Por qué Bob el Constructor no compró en tu subasta? ¿O donó? —Ahora que sabía quién era, sabía que tenía dinero. No tanto como yo, pero suficiente para ayudarla. Inhaló y lo dejó salir despacio, y casi pude sentir su respiración. Mierda, quería tocarla. —Le dije que no lo hiciera —admitió. —¿Y te escuchó? —Síp. —Que jodido cobarde. —¿Por qué? ¿Porque hizo lo que le pedí? Ser decente no lo convierte en un cobarde. Sí, lo hacía. —Es un jodido cobarde por no hacer lo que era correcto por ti. —¿Desde‖cu{ndo‖que‖alguien‖pague‖por‖tu‖sueño‖es‖“hacer‖lo‖correcto”?‖ — Hizo comillas en el aire alrededor de hacer lo correcto. —¿Quería acostarse contigo, quería quedarse contigo, pero dio un paso atrás y observó desde las gradas como un espectador? —Esta conversación era jodidamente absurda—. Es un cobarde. —No podía explicarlo mejor que eso.
—Habría hecho algo para ayudar. —Acaricié la cabeza de la estúpida rata que estaba dormida en mi regazo como si fuera lo mejor del mundo.
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Tal vez. Pero no la hubiera dejado a la deriva.
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—Eres un idiota.
Olivia frunció el ceño. —Claro. Porque limpiar perreras es de tus actividades favoritas. —Hay más de una forma de ayudar a una mujer además de palear mierda. — Pero si me lo hubiera pedido en este punto, podría haberlo hecho. —Estoy segura de que todas tus clientas aman tu ayuda. Maldición. —Te dije que estaba fuera. —Bien por ti. A la mierda esto. —¿Con cuántos hombres te has acostado? —No es tu asunto. —Estiró sus piernas frente a ella como una bailarina. —Dame el jodido número, dulzura. —Maldición, me encantaba verla moverse. —No puedes llamarme así. —Te llamo como quiera. ¿Cuántos? —Buen intento. —Se cruzó de brazos. Significaba una de dos cosas. O estuvo sacándole provecho a sus años universitarios o era bastante cerrada. Y ya que sabía exactamente qué tan cerrada era, tenía mi respuesta. —Dos —adiviné. —¿Qué va a probarte si sabes con cuántos hombres me he acostado? —No probará nada. —¿Entonces por qué preguntar? —¿Por qué no responder? —Fueron menos de cinco, apostaría mi McLaren por eso—. Tres. —No. Insistí. —¿Estás avergonzada?
—¿Qué edad tenías cuando perdiste la virginidad? —Oh Dios mío, ¿qué demonios? No te lo diré.
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Ni de cerca. Odiaba a esos cuatro hijos de puta.
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—Fueron cuatro, bien, cuatro. ¿Feliz?
—¿Dieciséis? Parecía enojada. Mierda. —¿Quince? —Maldición. —Tenía diecinueve, imbécil. —Un chico por año en promedio. —Tomé un sorbo de mi cerveza—. Follé a Kristie Peterson después de un partido de fútbol cuando tenía diecisiete. Sus ojos se ensancharon con curiosidad. —¿Jugabas fútbol? Dios, ella era todo un viaje. —Sí, jugaba. —Mis notas eran una mierda. Necesitaba ser bueno en algo—. Pero ese no es el punto. Me enlisté después de la secundaria, y por los siguientes tres años, me acosté con Kristie cada vez que estaba de permiso. Tomamos caminos separados cuando ella quiso más. Pasé los siguientes seis años metido hasta el cuello con los marines, luego salí y comencé a tener sexo por dinero. ¿Sabes cuántas clientas en total tuve? —No esperé una respuesta—. Veinticuatro. Añade un par de mujeres con las que me acosté después de Kristie y son treinta y una. Dos punto ocho mujeres al año. —Dejé que eso se asentara un momento—. Quieres condenarme por tener sexo por dinero, bien. Pero no actúes como si me hubiera pasado la vida follando cientos de mujeres. Parpadeó. Lo sabía. Pensaba que era un prostituto, y lo era, pero sólo en el sentido literal. Sacudí mi cabeza, dejé al pequeño perro en el suelo y me levanté. —Alex. Mierda. Odiaba como mi corazón saltaba cada vez que decía mi nombre. —¿Qué? —No respondió, así que me giré y la miré. Excepto que no era sólo ella, tres pares de ojos estaban mirándome. —¿Por qué? Su voz era baja, el tono demasiado cerca a la simpatía y el consuelo, así que solté una respuesta.
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—Podrías haberlo ganado de otra forma. —No había ni una pizca de juicio en su tono, pero lo tomé de esa forma.
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—Dinero.
—No me hables de dinero a menos que vengas de la nada. —El dinero siempre era el fondo de todo, en especial si no tenías nada. Inhalando, ella sintió como si entendiera. —Una red de seguridad, un nido, lo entiendo. No, no lo hacía. Pero eso era mi culpa porque sólo le conté media verdad. No estaba compartiendo el resto de esa mierda. De ninguna forma. Fui por otra cerveza y Merry me siguió, bailando a mis pies todo el maldito camino. Cerré el refrigerador y Olivia estaba ahí, sosteniendo al perro rata cerca como si necesitara protección. —Probablemente debe salir. Abrí la cerveza, tiré la tapa al mostrador y la miré mientras bebía. Sostuvo mi mirada por medio segundo y luego miró alrededor de la cocina. —Entones… Miré sus labios. Los lamió. —No podemos salir todavía. El viento chocaba con las persianas y las sacudía demasiado. Miré su cuello. Ella tragó y su voz se volvió más baja. —Probablemente no por un rato. Mi mirada pasó por sus pechos. Ella movió al perro a la otra cadera. —Di algo. La estudié con una mirada. —Terminé de hablar. —Oh… bien, bueno, eso va ser todo por‖un‖largo… —Baja al perro. Se agachó e hizo lo que pedí, pero cuando se enderezó, cruzó sus brazos.
—Confías en mí —declaré. Su boca se abrió.
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No me importaba si la maldita cosa se orinaba en el suelo. Acababa de darme cuenta mi error con ella, e iba a probar mi maldita teoría.
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—Necesita orinar.
—Yo…‖—Se detuvo como si tuviera que pensarlo. La tenía. —Adelante. No es una pregunta, pero responde. Sus muslos se presionaron juntos y su pecho subió y cayó dos veces y luego sus manos fueron a sus caderas. —Nunca dije que no confiara en ti, pero mentiste. Bajé mi cerveza. —Date vuelta. —¿Qué? —Manos sobre la encimera. —Si‖piensas‖por‖un‖minuto‖que‖voy‖a‖dejarte… —Ahora. Se giró. Se dio la maldita vuelta. Mi pene ya se tensaba en mis pantalones cortos, di un paso hacia su espalda, pero no la toqué. —¿Qué más dije? Sus manos fueron a la encimera. Mis ojos se cerraron, el aire llenaba mis pulmones y un alivio como nunca había conocido me golpeó en el pecho. Pero esta no era la victoria que quería. Una fracción de aire de distancia, mi boca tan cerca de su piel que podía saborearla, hablé. —Quieres que te toque, que te dé órdenes. Quieres lo que puedo hacer por tu cuerpo. Tus muslos están apretados, tu pulso se está acelerando, estás adolorida por esto. Me quieres enterrado tan jodidamente profundo, que olvidarías tu nombre. —Pero ese nunca fue el problema —Alex. —Sin aliento, mi nombre no era una orden, era una súplica. El huracán arreciando afuera, la confusión retorciéndose en mis entrañas, lancé el ultimátum. —Si te toco ahora, es para quedarme contigo. —Di un paso hacia atrás.
—La vida no es justa. Decide.
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—Eso no es justo.
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Su pecho se elevó, sus hombros se tensaron, y sus manos agarraron el mostrador de granito.
Olas chocaron contra la costa, vientos de cientos de kilómetros por horas golpearon el edificio, pero no dijo nada.
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Tomé mi cerveza y una de las linternas y me marché.
i corazón palpitando, mi cuerpo dolorido, temblé. Lo quería. Lo quería más de lo que jamás había deseado nada. La forma en que me tocaba, la forma en que me sostenía, su voz, su fuerza, me hacía sentir que importaba. Que era más valiosa que su pasado. Lo sabía. Estaba de pie antes de darme cuenta de que me había levantado. Estaba caminando antes de saber que mis pies se movían. Estaba siguiendo la luz. Al otro lado de la sala de estar, al final del pasillo, un suave brillo se filtraba fuera de la sala de lavandería. Me detuve en la puerta. La vulnerabilidad cayó de mi boca. —¿Qué ocurrirá cuando otra clienta llame? Mi ropa en sus manos, se detuvo. —Confías en mí. —¿Qué pasa si no sé cómo? —Todo el mundo en quien había confiado siempre me había defraudado. Metódico y preciso, dobló mis vaqueros.
Se dio la vuelta. Las sombras proyectadas en todos los ángulos de su cara, el huracán soplaba fuera, y mi mundo se concentró en una sola cosa. —Quiero que esto sea real —susurré.
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—¿Qué haces tú?
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—Lo haces de todos modos.
Sus manos ahuecaron mi cara, su calor corporal me rodeó y sus labios cubrieron los míos. Estrellándose, cayendo en espiral en la profundidad de mis miedos, me dejé llevar. Y él me atrapó. Dolorosamente tierno, me sostuvo. Buscando el calor de mi boca, como si me necesitase para respirar, se ofreció. Reverencia, deseo, necesidad, me dio lo que tenía para dar. Con una verdad que ninguna palabra podía tocar, me dio un beso hasta que el miedo se fue y una nueva verdad sembró en el fondo de mi alma. Sus labios contra los míos, me dio esperanza. —Es real. —Alex —rogué. —Eres mía. —Se echó hacia atrás lo suficiente para que viera su intensa mirada—. Soy tuyo. Necesitaba más que palabras. —Muéstramelo. Él me alzó en sus brazos y tomó la linterna. Sin hablar, me llevó a su habitación. La linterna fue rápidamente dejada en la cómoda mientras las largas sombras desaparecían en rincones oscuros, y un hombre que nunca soñé que robaría mi corazón me puso sobre su cama. Quitando su camisa por su cabeza, y luego dejando caer sus pantalones cortos, me quitó mi ropa y se arrastró sobre mi cuerpo con desesperada necesidad. Un Alex que nunca había conocido abrió mis piernas y resurgió. Me enjauló, apresurándome, agarrando dos puñados de mi cabello, hundió su lengua en mi boca. Y más volátiles que la tormenta afuera, chocamos. Sus manos, su boca, su lengua por todo mi cuerpo, robó mi corazón y silenció mis miedos. Agarré los músculos tensos de su culo y tiré. Un gruñido salió de su pecho mientras la cabeza de su pene se encontraba con mi apretado calor. Luego se quedó completamente inmóvil.
—Por favor —le rogué. Sus ojos azules del color de medianoche me miraron con ferocidad.
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—Olivia. —Como si se estuviera arrastrando por la grava, mi nombre fue un gruñido de una orden que no entendí.
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Flotando, suspendido en mi entrada, contuvo una respiración dificultosa, y luego otra.
—Decide. Mi respiración se detuvo. Esto era todo. Ésta era mi esperanza. Éste era mi miedo. Ésta era mi oportunidad. La felicidad no era una opción. Era una oportunidad. La vida me había robado el corazón, pero el destino me estaba dando este momento para tomarlo de nuevo. Para tomarlo a él. Para dejar que me tomase. Sólo había una condición. Todo o nada. No tuve que pensar en ello. Respirando, mis rodillas se levantaron y mis pies se apoyaron sobre la cama. Mi corazón se aceleró, mis movimientos lentos y deliberados, elevé mis caderas hasta que nuestros cuerpos se convirtieron en uno y Alex se hundió dentro de mí. Aspirando el aire más allá de sus dientes, su dura longitud empujó dentro de mi cuello uterino. Agarró mi cadera y me mantuvo inmóvil. —Eres tan hermosa. Quiero estar dentro de ti para siempre. Las palabras que nunca pensé que iba a decir de nuevo dolían por salir, pero me contuve. —No rompas mi corazón —susurré. Su mano sostuvo mi rostro y su mirada inquebrantable cortó mi alma. —Nunca. —Se retiró y luego empujó adelante, profundo y lento, moviendo sus caderas contra las mías. Me aferré a sus fuertes brazos. —Alex. —Justo aquí, dulzura, aquí mismo. —Acarició muy dentro de mí—. ¿Sientes eso? Oh Dios mío. Empecé a desmoronarme. —Sí.
—Cristo —se quejó.
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Remolinos de deseo lamieron mi columna vertebral, construyéndose hasta que mis músculos comenzaron a estrecharse en torno a él y mi cabeza cayó hacia atrás. Mis ojos se cerraron y la necesidad se arrastró fuera de mi pecho.
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—Eso es todo, hermosa. —Besó mi cuello, mi garganta—. Déjalo ir. —Rítmica y controladamente, entró y salió de mí.
Mis brazos y piernas comenzaron a temblar. Me estaba hundiendo y estaba volando, pero no podía caer sobre ese borde. No sin él. —Te necesito —jadeé—. Conmigo. —Oh Dios. Enormes manos agarraron mi rostro. —Mírame —exigió. Miré hacia arriba. Oscura, encapuchada, feroz, su mirada penetrante me robó el aliento. —Me miras cuando te corras. El orgasmo comenzó a estallar en mil puntos de placer tan intenso que era doloroso. —Alex. —Siente cómo me corro dentro de ti. —Su mirada fija en la mía, empujó con fuerza una vez más, luego se quedó quieto.
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Liberó su deseo dentro de mí, y juntos, caímos sobre el borde.
l huracán soplando, su cuerpo envuelto apretado en mis brazos, la observé conciliar el sueño. Todo el puto mundo podría desaparecer fuera y no le daría una sola maldita mirada. La tenía a ella. Tenía a la mujer que nunca supe que quería. E iba a mantenerla. Puse mis labios en su frente, y ella inocentemente se volvió hacia mí. Mis ojos se cerraron, y se sintió como si sólo me hubiera dormido por unos segundos cuando algo frío y húmedo tocó la parte posterior de mi brazo. Abrí un ojo. La linterna seguía encendida, miré por encima del hombro. La pequeña perra estaba en la cama, moviendo la cola. Gemí y ella lamió mi cara antes de tocarme otra vez. Nunca había tenido un perro, pero entendía la puta esencia. Lentamente, para no despertarla, me desenredé de Olivia y salí de la cama. Me puse unos pantalones cortos y miré el reloj al lado de la cama, pero la luz todavía no había vuelto. Me puse la camiseta por la cabeza y me di cuenta de que el sonido del viento había disminuido a ráfagas.
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Cogí una linterna de la caja de la cocina y miré a los otros dos perros, pero ambos estaban durmiendo. Tomé a Merry, fui a la puerta delantera agrietada y corrí las veinte escaleras. Llegamos al vestíbulo, y mientras todavía estaba oscuro, me di cuenta de que el huracán estaba acabando. Escogí el trozo de hierba más cercano y dejé a la pequeña perra en el suelo.
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—Vamos —le dije en voz baja a la perra.
Inmediatamente hizo pis. Luego saltó sobre mi pierna con sus patas delanteras. —¿Has acabado? Tienes que cagar o algo, hazlo ahora. No volveré en una hora. —Jesucristo, estaba hablando con una maldita perra. Movió su cola, y juró a Dios que jodidamente me sonrió. Negué y la levanté. Unos minutos más tarde, estábamos de vuelta al penthouse y la dejé en el suelo. —Ahora ve a la cama. —Señalé su manta. Trotó y se dejó caer, después se hizo un ovillo. Tomé una botella de agua, agarré una para Olivia, y luego fui de regreso a la cama y tiré de ella en mis brazos. —¿Alex? Dios, me encantaba el sonido de su voz. —Justo aquí, hermosa. Vuelve a dormir. Se giró hacia mí y su respiración se niveló. La paz se instaló en mi corazón y estuve dormido en cuestión de minutos. La segunda vez que me desperté, fue por mi teléfono vibrando en la mesita de noche. Mi reloj estaba parpadeando, la luz había vuelto, miré el identificador de llamadas y suspiré mientras respondía. —Espera. —Miré a regañadientes a las curvas exuberantes y la piel suave mientras me levantaba de la cama. No tenía ninguna mierda que esconderle a Olivia, pero tampoco quería tener esta conversación delante de ella. En silencio cerré la puerta detrás de mí y me dirigí a la cocina—. Maldito idiota, lo hiciste a propósito. Jared se rió. —Tienes razón. Tenía que ver por qué mujer lo estabas dejando. Quería odiarlo, pero yo no era un puto maricón. Era quién era. —No voy a renunciar a nada. —Olivia no era un sacrificio.
Ni en sueños.
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—¿Así que vas a tomar clientas de nuevo?
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Él sonrió.
—No, tú lo harás. —Utilicé el control remoto para abrir todas las persianas, excepto las que estaban en el dormitorio principal. Se rió de nuevo. —Me estoy tomando el día libre, hermano. Después de anoche, voy a necesitar Astroglide durante una semana. Cristo. —Encuentra tu propio ritmo. —Salí al balcón y abrí las contraventanas de acordeón. —Fui a mi ritmo, durante ocho horas seguidas a través de un maldito huracán. Prácticamente podía ver su sonrisa de suficiencia. Idiota de mierda. —Te enviaré mi horario y mi lista de contactos. No esperes para contactar con todas‖las‖clientas.‖Confirma‖las‖fechas‖y‖hazles‖saber‖que‖eres… —Espera, espera, espera, hermano. Tengo mis propias clientas. —Ahora tienes más de veinte. —Si las mantenía, que no lo haría—. Todas pagan en efectivo, así que tienes que recoger tu mierda. Silencio. Los escombros cubrían la playa, pero sorprendentemente ninguna de las palmeras de alrededor de la piscina estaba caída. —¿Jared? —¿Hablas jodidamente en serio? —se burló—. ¿Estás enviado esto a la mierda por qué? ¿Amor? La mera palabra, entre dientes como si fuera el Santo Grial de los putos pecados me golpeó. Jared no esperó a que respondiera.
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—No sabes de lo que estás hablando. Cállate. —Una rabia impotente se apiló sobre la duda. En el momento en que Olivia y yo estuviéramos en algún lugar y nos encontramos con alguna de mis clientas anteriores, ¿se iría corriendo? Fui a la cocina. Tres pares de ojos me observaban desde sus camas en la sala de estar como si supieran que tenían que estar alejados.
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—¿Piensas que esa mierda va a durar? Dos semanas, máximo, y la luna de miel se ha acabado.
—Sé exactamente de lo que estoy hablando. Si sacaras tu cabeza de tu culo, también lo harías. Tómate una semana, joder, tómate dos, montar en la jodida ola, pero no te ahogues. La ira, fuerte y concentrada, apuntó directamente. —No soy tú. Dos semanas no es nada. La risa que resopló fue amarga y bien ganada. —No significa que al pedazo de culo en tu cama le importes una mierda a largo plazo. —Colgó. Mi puño conectó con la pared. Mi frente le siguió y el dolor latió en mis nudillos. Esto no era real. No era una locura soñar con un maldito coño apretado y una boca inteligente veinticuatro siete. ¿Qué pensaba que pasaría al momento en que saliéramos de estas paredes y mi pene no estuviera delante y en el centro de su universo? ¿Que ella querría a un maldito estafador a su lado, recaudando dinero para su caridad? —Oye. —Suave y vacilante, era la voz que había dicho mi nombre en medio de la noche. Aspiré una bocanada de aire e ignoré mis putos nudillos. —¿Café? —Puse una taza debajo de la máquina. —¿Qué pasa? —Los dos perros más pequeños trotaron a su lado. —Nada. —Enérgicamente besé su frente y fui a la nevera. La luz sólo se había ido durante doce horas, la mierda todavía estaba fría. —¿Leche? Ella no respondió. Agarré la caja de cartón. —No tengo crema, tengo leche. Se quedó mirándome. Sostuve la caja. —¿Liv?
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Maldición. Dos semanas eran un jodido sueño imposible. Odiaba a Jared. Me odiaba por haberle permitido entrar en mi cabeza.
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En el segundo en que su rostro palideció supe por qué.
—Es un apodo. —Enojado conmigo mismo, no había ni una pizca de disculpa en mi tono. —Voy a la ducha. —Su tranquila, apacible y delicada voz dijo exactamente lo que sus palabras no hicieron. Autodestructivo, probándola, fui más allá. —¿No te puedo llamar así? Se detuvo el tiempo suficiente para mirarme con dolor en sus ojos. —No es que no me puedas llamar así. Es que no lo haces. —Se alejó.
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Tomé el teléfono y le envié a Jared mi horario y contactos, para las siguientes dos semanas.
uería llorar. El agua caía en cascada sobre mi cuerpo dolorido y todas las palabras que habían caído de sus labios anoche iban en un bucle en mi mente para torturarme. Eres tan hermosa. Quiero estar dentro de ti para siempre. Usando de su jabón y su champú, ni siquiera podía quitarme su olor. Cuanto más me fregaba, más olía a él. Era una tonta. Nunca debería haberme dejado creer que esto iba a funcionar. No sabía quién había llamado, pero había cambiado todo. Nuestra burbuja de huracanes no iba a durar para siempre, sabía eso, pero no creía que una sola llamada telefónica revertiera las cosas antes de que las bandas externas de la tormenta hubieran pasado. Y es por eso que era una tonta. ¿Qué pensaba que sucedería cuando una de sus clientas llamase? ¿Que las ignoraría porque yo era suficiente para satisfacerle? Mi corazón se aplastó sobre sí mismo y me dije que me lo merecía. No era la chica que podía enamorarse y vivir su feliz para siempre. Era la chica que dejaba morir a su hermano y arruinaba todo con su mejor amigo. Miserable, cerré el agua y salí de la ducha, pero luego me quedé helada. Con los brazos cruzados, sus calzoncillos ajustados mostrando exactamente de qué estaba hecho, Alex estaba apoyado en el tocador.
—¿Y eso te hizo enfadar y ser distante?
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Consciente de mí misma, envolví una toalla a mi alrededor.
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—No sabía cómo tomas tu café. —Asintió a la taza sobre la encimera—. Le puse leche.
Observó mis movimientos con la misma hambre en sus ojos que la noche anterior, pero ahora había algo más. Tristeza, pesar, resolución, no sabía lo que era. Se apartó de la mesada y dio dos pasos. Sus nudillos elevaron mi barbilla y sus labios encontraron los míos una vez. —No hay distancia. —Su casto beso cubrió mis labios una vez más—. No hay enfado. No quería preguntar qué había sucedido. Quería deshacer esa llamada y vivir en nuestra burbuja para siempre. —Bueno. Merry abrió la puerta del baño y entró. Bailó alrededor de los pies de Alex hasta que él la miró y negó. Una risita se me escapó llena de tensión. —Me vestiré y saldré con ella. Alex suspiró. —Sólo quiere mi atención. La llevé fuera hace unas horas. —¿En serio? —Ni siquiera le oí levantarse. —Sí, la pequeña perra saltó sobre la cama y lamió mi cara hasta que cedí. Me reí. No pude evitarlo. La visión de una terrier de cinco kilos consiguiendo lo mejor de un hombre del tamaño de Alex no tenía precio. —Bueno, ella piensa que es tu perra ahora. Se inclinó y la cogió con una mano. Con el ceño fruncido, la reprendió. —Eres una molestia, ¿lo sabes? Ella lo besó. Alex me miró como si estuviera totalmente asqueado. —¿Está en celo o algo? Sonreí. —Te está reclamando. Merry movió su cola como confirmación. Alex maldijo.
Mi sonrisa vaciló, pero me dije que no estaba tratando de deshacerse de mí. —No tendrás un secador de cabello, ¿verdad?
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casa.
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—Vístete. Iremos por comida para los perros, después iremos a comprobar tu
Él negó otra vez, pero besó mi sien. —Piso de soltero, bebé. —¿Bebé? —Cristo. —gruñó—. Vístete, mujer, antes de que decida darte palmadas hasta que te sometas. Mis pezones se endurecieron y mi coño se estremeció. —Ya querrías —bromeé. Su mirada cayó sobre mis pechos y luego entre mis piernas. —Tienes razón. Un calor inmediato que no tenía nada que ver con la ducha que acababa de tomar llenó el cuarto de baño. Me preguntaba exactamente qué implicaría que me azotara hasta someterme cuando mi teléfono sonó. Los dos miramos la pantalla. Jesse. Apreté la toalla a mí alrededor mientras sonaba de nuevo. —¿Vas a responder? No quería responder. —Mis manos están mojadas —mentí. Alex cogió el teléfono y contestó. —¿Qué pasa? Me mordí el labio. —Soy Vega. Está indispuesta... Está bien. Los perros y ella salieron... ¿Cómo de malo?... ¿Algo rescatable?... Yo me encargo. —Sus ojos fijos en un punto lejano más allá de mí, Alex frunció el ceño—. Te lo dije, yo me encargo... ¿Quieres saber por qué no voy a tener esta conversación contigo? Porque la cagaste. Traté de tomar mi teléfono. Alex se inclinó hacia atrás. —Esa es la diferencia entre tú y yo. Yo no la habría dejado. Escuché a Jesse gritar a través de la línea.
—Jesse. Su voz se suavizó inmediatamente.
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Alex me pasó el teléfono.
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—Ponla al teléfono en este momento.
—¿Estás bien? —Bien. ¿Cómo está tu casa? —Esto no se sentía bien. Sutilezas con mi mejor amigo enfrente de mi... ¿qué? Ni siquiera sabía lo que era Alex. —Estoy bien, pero Liv, tu casa no está tan bien. Mi respiración se cortó y mi corazón se hundió. —¿Qué quieres decir? ¿La has visto? —He estado comprobando los edificios. Conduje por el lado de tu casa. Liv, no serás capaz de permanecer allí. Agarré el borde del tocador. —¿Qué pasó? —La mitad del techo ha desaparecido. Ya he hablado con el propietario. Reembolsará tu último pago de alquiler, y conseguirá que lo arreglen, pero hasta entonces... —Se detuvo—. Puedes quedarte en mi casa. Quería vomitar. —¿Qué pasa con todas mis cosas? —Todo, excepto los muebles debería estar bien. Oh Dios. No podía mirar a Alex. Las lágrimas brotaron. Como si Jesse supiera que estaba desmoronándome, su voz se suavizó. —¿Necesitas que vaya por ti? La desesperación salió. Como había salido desde el momento en que el toque de Alex había doblado todo en lo que alguna vez había creído. —¿Como viniste a buscarme anoche? Jesse exhaló. —Tengo trabajo que hacer, Liv. Lo sabes.
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Tracé una línea con el dedo del pie en el frío suelo de baldosas y sentí los ojos de Alex sobre mí como sentí el primer frío del invierno. El aire estaba cargado de frío, pero templado por la humedad mientras se arrastraba por mi piel y sentí mis nervios apretarse.
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No sabía por qué le estaba atacando. Ni siquiera estaba enojada por eso. Podría encontrar un nuevo apartamento. Podría lavar mi ropa. Odiaba mi sofá de todos modos. Puse todas las razones juntas y contuve el aliento. No iba a desmoronarme. Estaba entera y los perros estaban bien, eso era todo lo que importaba. Eso y no desmoronarme delante de Alex.
—Iré a recogerte ahora y podremos sacar tus cosas de tu casa. Si no deseas quedarte conmigo, puedes estar en uno de los condominios de Carolina del Norte hasta que averigües qué hacer. Se me ocurrió con tanta claridad, que me sorprendió nunca haberlo visto antes. Jesse no me quería, en realidad no. Lo impulsaba la culpa por mi hermano. —No te culpo —solté. Silencio. —¿Jesse? —Gracias. —Sencillo y limpio, lo dijo como si lo hubiera estado esperando. Yo lo había estado esperando. —Nunca‖te‖lo‖dije.‖Pensé‖que‖deberías… —Liv, no pasa nada. Lo entiendo. —Gracias. —Nada se movía, pero mi mundo cambió, y sentí a Jesse escapar con tanta seguridad, así como la mano que se extendió y me agarró los dedos me daba calor—. Gracias por la oferta de ayuda, pero estoy bien. Averiguaré lo del apartamento. Tengo que irme. —Liv, espera. Colgué. No estaba triste. Podía respirar. Mis pulmones se llenaron, mis hombros se levantaron, el huracán había pasado. ¿Era así como se sentía el perdón? Dejé mi teléfono. Alex apretó su agarre en mi mano. —¿Estás bien? Se me ocurrió que no había mucha diferencia entre el perdón y la aceptación. Uno significaba dejar ir y el otro significaba que vivías con la mano que te había tocado. Miré a Alex y las piezas encajaron. —Las mujeres, no eran sólo por dinero, ¿verdad? —Él había llegado a casa de la guerra cambiado, pero había aceptado esa diferencia y encontró la manera de hacerle frente hasta que no lo necesitó más. Había dicho que no renunciaba a sus clientas por mí. Había dicho que ya no las necesitaba.
Mi corazón se hundió.
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—Que me paguen por tener sexo me coloca.
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Su mirada fija no se inmutó.
—¿Es lo que necesitas, colocarte? No dudó. —No. ¿Cómo se suponía que iba a confiar en eso? —¿Por qué? Su pecho subió y bajó dos veces, luego su expresión se cerró. —También se trataba de distancia. —¿De qué? —pregunté, pero pensé que ya sabía la respuesta. Mi hermano había querido distancia. —No quería sentir. —Medidas y vigiladas, las palabras fueron pronunciadas sin emoción—. El estilo de vida, las mujeres, podía controlarlo. —Buscó en mi cara—. No tenía que sentir. —¿Y ahora? —Apenas susurré. —Es diferente. El aire llenó mis pulmones y un peso aplastante se levantó de mi pecho mientras la esperanza llenaba mi corazón. —¿Por mí? Cortante, asintió una vez. —Gracias a ti. —¿Siempre me dirás la verdad? —Sí. —Miró mi teléfono—. ¿Has acabado con él? —Nunca estuve con él. —No es lo que pregunté. Estaba loca. Él estaba loco. Esta conversación era de locos, y no me importaba. Mi mundo encajaba mejor con él dentro, así que dije: —Él no tiene mi corazón.
—Tu puntería es horrible. Suspiré falsamente.
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—Estaba apuntando a tu cabeza —admití.
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—Nadie ha tenido nunca el mío. —Se acercó y la máscara sin expresión cayó mientras la esquina de su boca se elevaba—. Hasta que una morena de boca inteligente me tiró una botella de vodka.
—Lo sé. Volvió a ponerse serio. —Te quedarás conmigo.
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Abrí la boca para protestar y sus labios aterrizaron sobre los míos.
ueron las mejores dos semanas de mi vida. Tuvimos sexo. Nos reímos. Ella me dio su confianza. Le sonreí mientras Charlie cojeaba al elevador detrás de mí. La correa todavía en una mano, la tomé en mis brazos y la encerré. Con mi aliento en su oreja, mis palabras salieron de un lugar que nunca supe que existía, susurré: —¿Sabes qué te haré en el momento en que estemos arriba? La cola de Charlie chocó con nuestras piernas. Ella se rió. —Nada si no recuerdas presionar el botón. Había estado tan distraído por su sexy trasero, que lo había olvidado. Con una sonrisa engreída, presioné la clave para el penthouse. —Te gusta cuando presiono tus botones. —Tienes razón. Sonrió como si fuera feliz, y eso me hizo jodidamente feliz. Acuné su rostro, pero cuando me incliné por un beso, Charlie me empujó, con fuerza. Olivia contuvo una sonrisa.
—¿De verdad crees que será el perro auxiliar de alguien? —Ella había empezado a entrenarlo al segundo en que estuvo de pie. Era amable, pero firme
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Acaricié su mejilla.
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—Charlie, siéntate.
con él, y él respondía. Así como yo, estaba totalmente embelesado por eso—. Él tiene ojos para una sola dueña, dulzura. Ella rascó su cabeza. —Se adaptará. —¿Por qué no te lo quedas? —Los tres perros se habían convertido más en una familia de la que alguna vez tuve. Una media sonrisa curvó sus labios, pero no alcanzó sus ojos. —El techo está casi arreglado en mi apartamento. No puedo tener perros ahí. Las puertas del elevador se abrieron y en silencio nos dejé entrar al penthouse. Incluso aunque le había dado su código, nunca lo usaba. Todavía actuaba como un huésped en mi casa. No dejaba nada sobre el mostrador del baño. Mantuvo su ropa pulcramente doblada en su maleta. Nunca dejó un plato en el lavabo ni una media en la secadora. Era como si estuviera esperando a irse. Y estaba esperando decirle lo que había hecho. Exhalé mientras pasábamos por el pasillo de la entrada. —Olivia. Sparks y Merry corrieron hasta nosotros y exigieron atención. —Siéntense —ordené. Los tres perros fueron a sus camas mientras Olivia me miraba sorprendida. —Sólo querían saludar. Tomé su brazo y la llevé al sofá. Luego la senté sobre mi regazo. —Te compré algo. Se tensó. —¿Qué clase de algo? Respondí rápidamente. —Tierra. Aire salió de sus pulmones. —Bien.
sido. Su mano aterrizó en mi pecho.
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—¿Cuál habría sido la respuesta incorrecta? —Supe exactamente cuál habría
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Mis ojos se entrecerraron.
—Nada. ¿Qué tierra? —Sonrió dulcemente. Era falsa. —¿Te preocupaba que te comprara otra cosa? —¿Qué? —Parpadeó con sorpresa—.‖ No.‖ sólo‖ estaba…‖ no‖ sabía qué ibas a decir. Lo solté de inmediato porque ahora estaba irritado. —Pensaste que diría un anillo. —No. —Sacudió firmemente su cabeza—. Sabía por completo que no harías eso. ¿Qué demonios? —¿Por qué no? Tomando aire profundamente, intentó bajarse de mi regazo, pero la sostuve en el sitio. —Alex, han pasado dos semanas. Dos semanas, dos meses, dos años, no necesitaba otro jodido segundo. Sabía lo que esta chica era al segundo en que me hundí en su interior. —¿Y? —No puedes hablar en serio. ¿Vamos a tener esta conversación? Muy en serio. —Ya la estamos teniendo. —No, dijiste que compraste una tierra. Estamos hablando de eso. —¿Por qué demonios crees que lo hice? ¿Crees que estoy jugando a la casita? La rabia tiñó sus mejillas y su tono. —No sé qué estás haciendo. —Se apartó de mi regazo y se alejó un paso. Agarré su mano y me dije que la dejara ir, pero ya estaba de pie. —Sabes lo que quiero. Nunca lo he ocultado de ti. —Se lo había dicho cada noche que me hundía dentro de ella, que era mía.
Mis pensamientos se fracturaron.
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—¡Ni siquiera nos diste dos semanas!
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Se dio vuelta y las lágrimas en su voz aplastaron mi corazón, pero cuando habló, aplastó mi esperanza.
Trece días desde el huracán. Un día más antes de las dos semanas. Había estado tan hundido en Olivia, mi agenda todavía estaba en mi teléfono. Mis contactos todavía listados. Había olvidado pasarle el resto a Jared. Me había alejado de esa vieja vida sin mirar atrás. Con una misión, había comprado la tierra. Había contratado a Neil. Había hecho un plan. Olivia era mi mundo. Ella era todo en ese plan. Pero ella lo sabía. Sabía de las dos semanas. ¿Cómo lo sabía? —Te escuché —acusó, respondiendo mi pregunta silenciosa—. Te escuché al teléfono la mañana después del huracán. Un alivio prematuro inundó mis venas, y sonreí. —No nos estaba dando dos semanas. —Eso fue Jared—. ¿Pensaste que teníamos una fecha de expiración? —Dijiste que podías hacerlo dos semanas. Inapropiadamente, y con una horrible sincronización, me reí. —Puedo hacer mucho más que dos semanas contigo, dulzura. —La acerqué a mis brazos—. Ven aquí. —Esto no es gracioso. —Se derritió contra mí de todos modos. Retrocedí lo suficiente para agarrar su barbilla. —Tienes razón. No lo es. Deberías haberme dicho algo. Te dije lo que quería. Te dije que no estaba jugando. Pensé que lo entendías. —Apenas y te conozco, Alex —admitió en voz baja. —Me conoces mejor que nadie. —Era la simple verdad. No dejaba entrar a nadie. Nunca. Pero quería que ella entrara, así que le dije lo que había hecho—. Compré una tierra y contraté a Neil para que construyera unas instalaciones de entrenamiento y un refugio para perros. También habrá instalaciones para crianza. Si hubiera pensado que aceptarías, habría comprado un anillo también. Sus ojos se abrieron y su boca formó una O. —¿Cuál parte es la sorprendente? Parpadeó, luego lo hizo de nuevo y luchó contra las lágrimas llenando sus ojos.
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Luché contra una sonrisa y sacudí mi cabeza. Por supuesto que era por los perros. Siempre era por los perros con ella, pero no podía enojarme porque la verdad era, que no la querría de otra forma. Era jodidamente perfecta.
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—¿Compraste un lugar para entrenar perros?
—Compré un lugar para que tú entrenes los perros —corregí. —¿Por qué? Miré a la mujer más hermosa que había visto jamás y le dije lo que quise decirle desde la primera vez que la tuve en mis brazos. —Porque te amo. Lágrimas cayeron. Mierda. —Olivia. —Mis pulgares pasaron por sus mejillas. —No, no, está bien. Estoy bien. Digo, también te amo. —Sus ojos brillaban de alegría, se rió—. Estoy tan, oh Dios mío. —Se rió de nuevo mientras apartaba mis manos y se limpiaba la cara. Luego intentó y falló en parecer seria—. Puede que me haya enamorado de ti al segundo en que dijiste que podías hacerme venir dos veces con cubos de hielo. Mi cabeza cayó hacia atrás y me reí a carcajadas. —Pequeña atrevida, es todo sobre sexo contigo, ¿verdad? Sonrió. —¿Sí? —Gracias a Dios. —La besé. —Espera. —Se echó hacia atrás—. ¿Entonces, mmm, es siquiera eso posible?
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Le quité la ropa y le mostré exactamente qué tan posible era.
Jared No soy tu novio. No soy el tipo de al lado. Ni siquiera juego agradable. Mis manos se retuercen en tu cabello, mi susurro demanda en tu oído. Soy la fantasía que te gustaría nunca haber tenido. Cuando termine contigo, cada centímetro de tu cuerpo sabrá dónde he estado. Tu único pensamiento será el dolor insaciable entre tus piernas mientras mi nombre se arrastra por tus labios. No anhelarás por más, suplicarás por ello. Porque no soy sólo una sonrisa arrogante con músculos militares endurecidos por quien pagaste cinco mil... soy la experiencia que nunca olvidarás.
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Una noche conmigo y sabrás exactamente por qué las mujeres me pagan por ser rudo.
Sybil creció en el norte de California con la cabeza en un libro y los pies en la arena. Solía soñar con convertirse en pintora, pero el olor embriagador de las bibliotecas con sus estanterías llenas de libros sobre los días de verano melancólicos y los primeros amores la atrajo al mundo de la narración. Sybil ahora reside en el sur de Florida y mientras ella no consigue leer tanto como le gustaría, todavía entierra sus dedos del pie en la arena. Si no está escribiendo o luchando para contener la plantación de plátanos en su patio trasero, puedes encontrarla gastando su tiempo con su esposo hermosamente tatuado, su hijo brillantemente práctico y un boxeador en miniatura travieso... ¿Pero en serio? Aquí hay diez cosas que realmente quieres saber sobre Sybil.
O echa un vistazo a su página de Facebook, si, ya sabes, te sientes más curioso.
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Para obtener más información sobre Sybil, visita su Twitter para ver lo que está haciendo. Fóbica ante el compromiso hasta que conoció a su marido, ama esos pequeños fragmentos de 140 caracteres.
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Ella creció como una mocosa de facultad. Puede jurar como un marinero. Ama a los hombres de uniforme. Odia que le digan qué hacer. Puede hacer sus impuestos (pero no preguntes). El Mercado de Aves en Hong Kong la asustó. Su palabra favorita es desesperada, o sucia, o ambas, no puede elegir. Tiene una cosa por los autos musculosos. Pero nunca confíes en ella para direcciones de conducción, nunca. Y tiene un nuevo novio cada semana, no le digas a su marido.
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