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Título del libro

1.a edición, xxxx de 2023

© Xxxxx xxxx

Edición:

Diseño de interior y tapa:

Corrección: Ficha de catalogación

1.a impresión, xxxxxx ejemplares

ISBN 978-987-86-xxxx-x

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723. Impreso en Argentina. Printed in Argentina

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

Este libro se terminó de imprimir en el mes de xxxx de 2023, en xxxxxxxx, xxxxxxxxx, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Título del libro

Nombre del autor

Ilustraciones

A través de tantos años infinitos de tu ausencia, resurge y aprecio aún más que nunca, el placer de haber compartido tu vida cotidiana. Tus ojos tristes, caídos por sueños imposibles. Tu humor. Tu amor por la historia, las letras, el periodismo, la música; por este diario tan querido que acompañaste hasta el final. Las anécdotas plagadas de enseñanzas. Tu especial amor por el hombre criollo, por toda la gente sin referencia de clases ni dineros. Los recorridos por el campo, mientras compartíamos interminables paseos a caballo, abriendo tranqueras del alma. Gracias papá, por haber recibido de vos tu misteriosa sensibilidad, la verdadera sencillez de los hombres sabios, tu manera tan sutil de apasionarte por la vida.

Aunque hayan pasado muchos años sin desde nuestro último encuentro, recuerdo, con mucho cariño, nuestras charlas en las fiestas de la adolescencia y en los veranos de Mar del Plata. Para muchos de tus amigos y amigas eras un verdadero líder.

Índice Palabras preliminares Poesías Vínílico 17 Cáncer de estrellas 19 A Verónica 21 Es necesario a veces 23 Una noche 25 Tribulaciones 27 Surfers 29 La página 31
Apuntes 33 Recuento (Resurrección) 35 A nito 37 Más que las palabras Historias Viaje hacia el otro 48 Un extraño juego II 53 Entre cristales 61 La muerte en borrador 75 Una cosa por otra 83

Palabras preliminares

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Poemas

Vinílico

Contorno oscuro el vinílico se derritió con la luna liberaron las arrugas músicas ordenadas.

En un pacto de secretos (o de silencio) se mezclaron esas pausas confundiéndose el sonido hacia una causa difusa. Los chillidos dolorosos secretos, conjeturas, confesiones mezclas benevolentes.

En algún aire sin suerte picos inalcanzables ¿por dónde pasan?

¿Y qué pasa?

Se emitieron las señales de algún bing bang muy distante universo de señales sin alcances

esperanzas tan maltrechas si no por vos, para alguien contorno oscuro el vinílico ningún ejecutante.

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Cáncer de estrellas

Cayeron sin pulirse hacia un lado. Entre astros las miró un no astrónomo. Luces mal paridas destellaban. El universo. Negro. Las vio ese astrónomo perplejo e inocente. Creyó ver hacia abajo la desaparición del sueño aventurero. Bajaron lágrimas que el límite de la tierra borró entre polvos somnolientos de la noche.

Había circuitos. Energías visibles. De las otras. Se miraban los zapatos. Uno a otro.

Ni había naves extrañas Sólo las reglas no regladas para nadie aparente.

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Ni siquiera para el iris del indio muerto. Estallaban más fugaces otras cosas. Brisas de sistemas bostezaban intranquilas. Así surgió otra vez la composición de otra historia. Del discurso de un sueño, apareció el otro. Lloraron de nuevo lágrimas salpicadas de sonrisas para ver agonizar otra vez más el infinito.

¿Adónde el iris?

¿Adónde el ojo? Se revelaron ante el paisąje las nostalgias del astronauta silencioso.

Firmes sus caderas. Rojos sus sentidos. Radioterapias de hospitales. No solares.

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A Verónica

Hay amores que surgen de noche; leopardos negros, copas anchas en bolsos desnudos, tiffany´s negros, negrísimos saliendo de establos. Entreactos. Y el Colón omnipotente.

Hay amigos que se trenzan sin saberlo y a sabiendas en la trama salvaje del aullido del quejido de las voces ahogadas que construye el destino hay amores hay pasiones hay tristezas intercambios. Solo, para esos dos.

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Es necesario a veces

Es necesario a veces escupir oscuras resacas vomitar el sueño dulce de un pozo agudo del espíritu. Aparecen así las termitas que se bañan en el sudor de lo perecedero.

¿Qué viento vendrá en contra? El del disfrute de las semillas que germinan o el de las lágrimas de los difuntos que circulan por los cuerpos apagados para siempre.

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Historias

Viaje hacia el otro

Al andar, el pelo rubio-rojizo se deshacía en mechones que mucho destacaban sus ojos; inquietos, grandes, marrones. Se detuvo a la altura mía. También yo dejé de caminar. Desde su vereda comenzó a reírse detonadamente.

—Hola mago, —(de nuevo).

La chica con la peluca roja, lacia, larga, pasó por el medio de la calle, entre él y yo.

—Hola, —dije a mi nuevo amigo, al que en ese instante me costaba distinguir entre los mechones rojos de ella.

Uno de los dos (no sé cual) cruzó a la otra vereda. Cambiamos manos. De pronto estábamos riendo. Sin prisa.

Reparé en que, a pesar del calor inusual, las ventanas de las casas que nos rodeaban parecían empañadas. Es que se advertía un tono invernal definido en todo aquel sector de la ciudad. Especialmente en la gente, que se desplazaba con pasos gigantes, como acostumbrada prematuramente a la nieve que pronto vendría.

Recorrimos varias veces la calle Saint Mark’s, desprolijamente.

Aparecieron los primeros trazos de su historia en forma de cuento; (los decía en forma salteada, creo, para descolocarme). Me agradó saber que Jan era dinamarqués. No sé la razón, pero puso mucho asombro al conocer mis cosas. Dijo

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Al East Village de Nueva York

sentirse honrado de compartir un momento en las vacaciones de un detective-mago, como me denominó entonces.

Fue curioso. Al pasear con él por el East Village creí sentirme en una ciudad de Dinamarca. A nuestro alrededor, teenagers aparentemente invulnerables, con camperas dramáticas, negras y de colores violentos, mostraban complicidad con aquel barrio de motos y jóvenes de pelos teñidos.

Alguien pasó a mi lado con una capa de estrellas.

—Debió haber sido mía, —dije a Jan. Simuló no escuchar, creo.

En nuestro camino desprendió tantas ideas. Frases. ¡Qué sé yo!

Sabía que sus declaraciones, aparentemente didácticas, eran solo un estilo para 1legar a mí. 0bservé que lo que daba mayor sentido a sus palabras eran las expresiones extrañas, las poses satíricas con que las acompañaba.

—Regreso mañana, —dijo de pronto.

—¿Adónde?

—Copenhaguen. —Lo pronunció con un acento exageradamente nativo; pensé que para marcar diferencias.

De Saint Mark’s fuimos a un bar de vidrios sucios. Muchos entraban allí en actitud de refugiados. Sin embargo, la calle parecía ofrecer una protección inusual para mí en aquellas horas.

Cuando salimos pasamos el resto de la noche en una deriva feliz. Al otro día, Jan se fue.

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Desperté muy tarde a la mañana siguiente. Por la cuadriculada ventana abierta de mi cuarto se colaba un frío lluvioso que parecía desmentir el calor de un tiempo atrás.

Aún no tenía pensamientos nítidos cuando comencé a ver imágenes salteadas de la vida de Jan. Reales pero confusas, aparecieron escenas que indudablemente yo desconocía. Deduje que surgían de sueños aún frescos, inducidos por la charla con él. Así pude verlo en un parque de Copenhaguen bajo árboles afiebrados, andando en una curiosa bicicleta con la bocina desafinada. También lo vi recorriendo un pequeño pueblo con muchas panaderías y fábricas con forma de juguete, que probablemente traducían su pequeña infancia, antes del peregrinaje familiar a la ciudad.

Varias otras escenas sacudieron a estas. Jan hablaba conmigo, con otros, con él mismo.

Recordé luego, con precisión, conversaciones de la noche anterior. Llenas de claves y de trampas. Con satisfacción advertí que, si quería, estaba en condiciones de reproducir su voz desafinada y segura. Extrañé entonces por primera vez nuestros diálogos con fondos ocultos, la capa estrellada, la peluca larga, lacia, roja.

¡Sentí tanto frío! La urgencia por cercar su recuerdo me dio una sensación congelada de desamparo. Sabía que por causa de Jan arrastraría a partir de entonces algo muy vivo y algo muy fúnebre. Imaginé mi cuerpo agujereado, con líquidos espesos volcándose por las perforaciones. ¡Ni pude llorar!

Me apresuré a vestirme. Mi “uniforme” negro (lo vi negrísino, tan patético) me hizo asumir exteriormente la congoja. Salí a recorrer nuevamente el East Village. Esta vez teniendo en cuenta ciertos datos imprecisos que Jan me había dado antes. Existían lugares bien suyos allí. Debería comenzar una

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