RESILIENCIA Editado por
María Paula Becerra González
TÍTULO Resiliencia DISEÑO E ILUSTRACIÓN María Paula Becerra González ISBN 978-1-56581-231-4
© 2017, Editorial Claroscuro Bogotá, Colombia. Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sin autorización previa y por escrito del editor.
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INTRODUCCIÓN
MEMORIA OLVIDADA
FRAGMENTO DE IMPERFECCIÓN PÁGINA 31 | 48
FRACTURAS DEL ALMA PÁGINA 49 | 60
LA REPARACIÓN PÁGINA 61 | 74
LO DEBIL SE HACE BELLO Y FUERTE PÁGINA 75 | 82
ÍNDICE
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Para todos los que tenemos la esperanza en un verdadero cambio social, desde la conciencia, la igualdad de oportunidades y la educaciรณn de calidad sin distinciรณn econรณmica.
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INTRODUCCIÓN
a resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. El término resiliencia, inexistente en el Diccionario de la RAE, procede del latín “resalire”, volver a saltar. En los 60 la psicóloga norteamericana Emmy Werner lo acuñó para la psicología al publicar los resultados de sus trabajos durante más de 30 años en Hawai con niños que no tenían familia, no iban a la escuela y vivían en una gran pobreza. Werner encontró que un tercio de los niños se las apañaba para aprender a leer y escribir. Tras ello, eran capaces de salir de la desviación, como dicen los sociólogos, e insertarse en la sociedad. Boris Cyrulnik retoma el trabajo de Werner pero en un contexto mucho más amplio. Si la mitad de la población del planeta ha sufrido algún tipo de trauma psíquico, como indica la OMS, es evidente que existe un buen número de personas capaces de superar cualquier experiencia traumática y construir, no ya una vida normal sino una existencia exitosa. La noción de resiliencia ha de entenderse en este texto de Cyrulnik como la capacidad de una persona de hacer frente a terribles problemas individuales o sociales y salir airoso. No obstante, el término ha tenido un éxito enorme y se ha incorporado al lenguaje cotidiano de países como Holanda o Alemania. Ahora mismo, en EE.UU, tras el 11-S a las torres del World Trade Center se las denomina “torres gemelas resilientes”. Los niños maltratados tienen esperanza para Boris Cyrulnik, su vida puede no sólo ser normal sino magnífica. De lo que se trata es de conseguir que exista para el niño un otro significativo bajo la forma de amigo o pariente.
Si se considera que el niño es una pequeña persona y se le proporciona la ocasión de convertir su accidente traumático en una narración se está en la buena vía. En ningún caso se debe reducir al niño o a la persona a su trauma. La resiliencia es un proceso interno que puede ser estudiado y enseñado de tal modo que el daño de los traumas a los que puede ser sometido un niño sea aliviado hasta el punto de dejar de ser un obstáculo en su desarrollo personal y social. El segundo aspecto se refiere a que, si bien la familia o las instituciones han de dar ocasión a la victoria del niño, ésta la debe conseguir él aportando su propio esfuerzo.
«Se dirigió entonces hacia ellos, con la cabeza baja, para hacerles ver que estaba dispuesto a morir. Y entonces vio su reflejo en el agua: el patito feo se había transformado en un soberbio cisne blanco... » —Hans Andersen EL PATITO FEO
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PRÓLOGO
a resiliencia ha sido vista desde distintas disciplinas como; la educación, la psicología, y el área del trabajo social, lo cual quiere decir que existe una preocupación por investigar a profundidad este tema, donde existen propuestas para estimular y fomentarla. En la década de los 80, se ubica a quien se ha denominado el padre de esta teoría, el psiquiatra francés de origen rumano, Boris Cyrulnik., quien inicia en Francia y Latinoamérica, sus primeros pasos sobre la construcción conceptual de esta teoría, observando y analizando la capacidad de cada individuo para adaptarse y superar un entorno hostil, capacidad que en su criterio puede aprenderse, pues considera que el comportamiento humano no está sujeto a un determinismo, sino que puede ser favorablemente modificable mediante el aprendizaje adecuado. Con las bases conceptuales de resiliencia, esta teoría comienza a introducirse en las ciencias sociales para entender su expresión como la capacidad del ser humano a resistir las dificultades o situaciones adversas que en un momento dado pueden presentarse en su entorno; es decir, los sujetos presentan diversas maneras de asumir las circunstancias difíciles; aquellos que son capaces de superar tales situaciones conforman en la sociedad una parte importante en el desarrollo de las comunidades, pues son los que pese a lo adverso, son capaces de generar actitudes de cambio, de buscar en las dificultades las oportunidades de mejora y salir adelante superando las situaciones difíciles. Estas características, según estudios sobre el tema, plantean que por lo general lo desarrollan individuos
que en su entorno han tenido relaciones de cuidado y apoyo familiar, lo cual conduce a pensar que solo si se dan estas condiciones se puede posibilitar que un individuo posea las características propias de la resiliencia; es decir el estar rodeado de relaciones que crean apoyo y confianza, permiten construir el modelo, estimulan y contribuyen a afirmar la resiliencia en una persona. Esta teoría se contrapone a la de otros estudiosos sobre la materia, que consideran que desde la psicología se pueden proponer cambios de conducta en los individuos, posicionando el fenómeno de la resiliencia, en el ámbito de la educación, como la capacidad de sobreponerse a la adversidad fomentando la resiliencia en los individuos, a partir del estímulo de distintos factores propiciadores tales como la autoestima, la autonomía, fomentar habilidades sociales, incentivar la creatividad, entre otros. Esta línea de pensamiento es la que permite, en mi concepto, que las sociedades como la nuestra, que ha venido inmersa en situaciones continúas de violencia social, alienten el espíritu de transformación para la búsqueda y construcción de paz; si nos detenemos a observar la realidad en que viven actualmente los jóvenes de nuestro país, claramente se advierte que son muchas condiciones las que influyen negativamente en su desarrollo, tales como la falta de redes de apoyo familiar o social para enfrentar las dificultades, muchos a temprana edad tienen que incursionar en el mundo laboral en trabajos marginales, en condiciones precarias sin ninguna protección de su salud o de sus derechos laborales, con las consecuencias lógicas de espacios prolongados de desocupación, fracaso, deserción escolar, condiciones que son cultivo propicio para ingresar al mundo de la indigencia, la delincuencia, la adicción a las drogas y al alcohol, etc. Este tipo de condiciones desde luego se traduce en una baja autoestima, un proyecto de vida futura de extremas necesidades. Ante este panorama, la teoría de la resiliencia adquiere un valor invaluable, si se asume como una herramienta para fortalecer y estimular capacidades de transformación para sobreponerse frente a la adversidad. Lo que se encuentra a continuación es una recopilación de textos sobre estudios a poblaciones que han vivido situaciones adversas, en donde el concepto de resiliencia esta presente.
MEMORIA
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“La idea de la resiliencia acaba de
nacer, pero existe probablemente en la realidad desde el origen de la humanidad.”
—Boris Cyrulnik
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EL RECUERDO COMO PODER
urante mucho tiempo la ciencia sicológica coadyuvo de una forma directa a que la victima siguiera siendo víctima. El paradigma de la victimologia se constituye en el modelo dominante en la forma de tratar a las personas que sufrían cualquier problema. Prácticamente se hace una carrera de víctima: “En consecuencia, no se trata de decir: “usted está herido, por lo tanto esta perdido”, si no “usted está herido: ¿Qué va a hacer con esta herida? ¿Va usted a gemir, a llorar? ¿Va usted a permanecer prisionero del pasado? ¿Va usted a buscar la manera de vengarse? ¿Va usted a buscar el modo de hacer una carrera de víctima, tal y como lo proponen casi todas las sociedades? O por el contrario, con nuestra ayuda y su trabajo, ¿vamos los dos a comenzar a poner en obra un proceso de reparación y de reanudación del desarrollo?”.
De ahí la importancia de des-victimizar y de transcender la condición misma de víctima. Empoderar a la victima a través de sus propios relatos para que sea capaz de asumir su condición y a partir de ella proyectarse y reinventarse a sí mismo, es decir hacer resiliencia a través de los relatos de la memoria. Visto desde esta óptica, la resiliencia es una apuesta por el
“La hipermemoria de los que han conocido un trauma constituye en unos casos una secuela y en otros un punto fuerte de la personalidad, dependiendo del uso que permitan darle los contextos familiares y culturales. Cuando el entorno impide reorganizar esta memoria, los sujetos se ven aprisionados por el pasado. Las imágenes que quedan impregnadas en sus cerebros, debido a la extrema emoción provocada en su día por el acontecimiento, explican la reactivación de las figuras aterradoras en las que piensan durante el día y que regresan por la noche en forma de pesadillas. Sin embargo, cuando la familia, el barrio o la cultura dan al herido ocasión de expresarse, esa hipermemoria alimenta con precisión ciertas representaciones de ideas, de producciones artísticas o de compromisos filosóficos que, al dar sentido a su vida de hombres magullados, les brindan un precioso factor de resiliencia” (Cyrulnik). El recuerdo narrado es instaurado como una sublimación del sujeto que tiende a generar una resiliencia. Las narraciones resignifican el presente y le dan poder a la víctima. El recuerdo es instaurado como un mecanismo de poder que brinda autonomía y autoelección. Aquí cumple un papel destacado la narración, la voz de la victima que rememora, como lo plantea nuevamente Cyrulnik: “No solo hablo, sino que tengo el dominio de mi palabra y me convierto progresivamente en sujeto de mi palabra; soy capaz de decir: “Yo soy aquel que conoció tal adversidad, sufrió de tal manera y supero ese infortunio de este modo”. En ese momento se constituye la identidad narrativa de aquel que fue herido. Constatamos que hay allí un enorme tutor de resiliencia muy eficaz que es la narratividad. Yo tengo el traumatismo: la resiliencia no dice que el traumatismo no tiene ningún valor; el traumatismo es una muerte psíquica parcial de la cual se puede volver metamorfoseado”.
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Sobre la conexión entre resiliencia y memoria:
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“La capacidad que tiene un ser humano (niño, adolescente, adulto), a pesar de sus dificultades personales (físicas, mentales y psíquicas), para intuir y crear, en circunstancias desfavorables o en un entorno destructor, respuestas que le hacen posible no dejarse atrapar por las circunstancias y dificultades personales ni por las condiciones del entorno sino por el contrario, proponer y realizar comportamientos que le permiten una vida con menos sufrimiento y encontrar un lugar en su medio ambiente, lo cual le permite desarrollar sus capacidades y anhelos” (Cyrulnik).
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poder de renovación interior que poseen las personas. Conceptualmente la resiliencia es entendida como:
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Finalmente, se enfatiza en que el recuerdo que se convierte en un poder personal, se direcciona a la parte externa, al mundo de la vida del sujeto, para refundar de forma resiliente, el poder del recuerdo. Veamos el siguiente fragmento: “Yo, ahora después de eso que yo tuve, yo le he pedido fuerzas a Dios para acabar de ayudar a mis hijos, yo hago dulces, esas fueron mis primeras terapias, yo tenía bastante amigas ahí en el mercado porque yo vendía pescado, me puse a vender unos pescaitos y ya después que pasó lo que pasó me puse a vender los pescaos y las amigas me decían…pero…un día que fui porque yo no salía a ninguna parte, y me decían, pero este a ti sola no te ha pasado eso hermana, o sea me daban consejos, como dárselos yo a ella, nunca les decía como a ellas nunca les ha pasado, sino que yo también puedo darle consejos, yo estoy en lo mismo y yo le he dado consejos a personas que también les ha pasado lo mismo, a mi sola no me ha pasado esto y yo siento cuando a una madre le pasa un caso de éstos ¿porque a mí me ha pasado? y antes de pasarme yo me condolía bastante y decía: ¿será que a mí me va a pasar Señor, perdóname? Porque yo me condolía mucho de las cosas que pasan, ya después yo empecé a regar dulces y los pelaos decían que no, pero ya él tenía como 5 años de estar desaparecido, tengo como 3 años de estar trabajando ya el dulce otra vez de nuevo”.
RECORDAR TRANSFORMA George Orwell (1993) en su distopia, “1984”, había planteado los peligros que enfrenta la memoria, en particular el problema de la reescritura de la memoria y sobre todo la desaparición de la misma. En su metáfora de los agujeros de la memoria, Orwell es claro al mostrarnos como los detentadores del poder pueden alterar significativamente el pasado y destruir los rastros de este, en un proceso de reescritura de la memoria constante: “Este proceso de continua alteración no se aplicaba solo a los periódicos, sino a los libros, revistas, folletos, carteles, programas, películas, bandas sonoras, historietas para niños, fotografías…, es decir, a toda clase de documentación o literatura que pudiera tener algún significado político o ideológico”. Orwell es enfático en mostrarnos el problema del
“Rememorar es reconocer en la condición humana, una particularidad
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Este palimpsesto es escrito desde múltiples perspectivas pero es claro que la dominante es la de los bloques hegemónicos, que a través de las diversas posibilidades mediáticas, nos terminan mostrando, distorsionando y recreando, una sola historia: la de los vencedores. La mayoría de las ocasiones esta historia se divide en dos: buenos y malos. De ahí que cada época construya sus propios fantasmas, construya en los imaginarios sociales un fantasma con el cual todos debemos enfrentarnos para lograr la cohesión social: comunismo, narcotráfico, guerrilla, terrorismo y demás. Estos fantasmas posibilitan que la memoria se pierda en los hornos crematorios de los agujeros de la memoria. A pesar de la moda de los estudios de la memoria, y de las incesantes reescrituras, el palimpsesto de la memoria de las víctimas del conflicto permanece y se niega a desaparecer, algunas veces alimentado por el dolor y algunas veces postergada. Pero al adentrarnos en este estudio, lo que se persigue es una lectura hermenéutica de este palimpsesto, para trabajar con las víctimas de la violencia, ese pasado presente. Cuando se instaura el discurso de la modernidad, se erige el gran metarrelato del futuro. La sociedad occidental se invento sobre los futuros posibles, sobre el mejor mundo por venir, hoy, después de la gran crisis de los grandes metarrelatos, tenemos el imperativo en la postmodernidad o mejor aún, la tardo modernidad, de rehacer el pasado y de presentificar las huellas simbólicas del mismo, que como marcas alimentan el dolor de las víctimas del conflicto armado, en el Departamento del Magdalena. Esta presentificación es entendida como la posibilidad de rehacer el pasado desde el sujeto mismo, de rememorar, no solo por rememorar, sino por rebelarse a la historia oficial, tal y como lo ejemplifica Saramago con el corrector editorial, que solo con el cambio de una palabra, transforma la historia, y se resignifica así mismo. Es decir la memoria se debe presentificar para construir resiliencia. En la perspectiva de Diaz y Amador:
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palimpsesto: “Toda la historia se convertía así en un palimpsesto, raspado y vuelto a escribir con toda la frecuencia necesaria”.
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que opera mediante el deseo del recuerdo, pero también, a través del inocultable sufrimiento de presentificar lo ocurrido. En ambos casos, las memorias oficiales inciden en la imagen del mundo que habita las subjetividades que se encuentran en medio de fuerzas históricas, cuyas posibilidades de sostenerse en el tiempo dependen de procesos narrativos, en tanto ser y estar en el momento y que requieren de una particular reafirmación ontológica en la que la vida y lo humano se correspondan. Frente a la persistencia contemporánea de los arrebatos fundamentalistas se hace necesario contribuir a generar mecanismos para tramitar la memoria que posibiliten controvertir y conmover las practicas y representaciones que continúan permitiendo la vorágine de sangre que padecemos en Colombia ”.
LA RESIGNIFICACIÓN DE LA MEMORIA COMO UNA CATARSIS DE LAS VÍCTIMAS Es común que los medios tiendan a generar invisibilidad en las víctimas de la violencia. Bourdieu, señala este proceso como propio del accionar de los periodistas y en particular como propio de la televisión. Él denomina el proceso como un ocultar mostrando y un mostrar ocultando. “La televisión puede hacer que una noche, ante el telediario de las ocho, se reúna más gente que la que compra todos los diarios franceses de la mañana y de la tarde juntos. Si un medio de esas características suministra una información para todos los gustos, sin asperezas, homogeneizada, cabe imaginar los efectos políticos y culturales que de ello pueden resultar. Es una ley que se conoce a la perfección: cuanto más amplio es el público que un medio de comunicación pretende alcanzar, más ha de limar sus asperezas, más ha de evitar todo lo que pueda dividir, excluir, más ha de intentar no escandalizar a nadie, como se suele decir, no plantear jamás problemas o sólo problemas sin trascendencia”.
Estos procesos sutiles de enmascaramiento de la realidad ya habían sido señalados por autores como Mcombs (1995) con el concepto de Agenda Setting, al referirse a los diversos mecanismos mediante el cual los medios masivos de comunicación
“La violación de los derechos básicos de las victimas es solo una parte de su situación, porque también es importante reconocer en ellas la particularidad de su cultura y de su dolor. Los prejuicios, los estereotipos y el desconocimiento de la victima hacen que no se respete su pluralismo, sino que se tenga una visión uniforme, fortalecida por el manejo que de ellashacen los medios de comunicación. Esto conlleva a desdibujarla, y finalmente su olvido por parte de la sociedad”.
Frente a esto no queda más que la memoria como posibilidad de catarsis y de trascendencia. Así mismo la memoria como una opción de visibilizar lo invisibilizado. Como lo planteaba Fals Borda (1986), es necesario confrontar la historia oficial con la historia desde los protagonistas, desde abajo, en canales que se confrontan, que discurren pero que se cuestionan. Es claro que si “en la cartografía oficial de la memoria ya no queda espacio para la muerte, la rabia y el dolor ”, se
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organizan los contenidos de lo que debe ser visto. Este orden, y el tiempo dedicado a cada fragmento de la realidad (que no necesariamente se corresponde on lo que es real), organiza los asuntos que deben ser atendido por los políticos y por el pensamiento de los públicos. Así mismo Ana María Miralles, demuestra como lo público es enmarcado en lo publicable y se confunde lo públicocon lo relacionado con el Estado, pero lo púbico que debe emanar de los públicos, no se tiene en cuenta a la hora de abordar las realidades. En ultimas lo público no es publicable, no se adapta a las exigencias del marketing, en pocas palabras las victimas no son un producto fácil de mercadear, solo cuando las victimas se convierten en victimarios, se produce una transformación en las condiciones del producto a vender. José Antonio Camargo demostró mediante una investigación de análisis de contenido en los periódicos más importantes del Magdalena, que cada vez que los desplazados eran reseñados por estos medios, la figura de la víctima no aparecía en el medio como tal, es decir siempre aparecía el funcionario público, lo que hacía parecer que la víctima como tal no existía. Siempre el tema era mostrado desde lo que hacia el Estado para la víctima y casi nunca desde los requerimientos de la victima hacia el estado. El investigador Ismael Roldan, es tajante cuando afirma:
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deben reinventar esos espacios, donde la historia no narrada, la historia no contada, la silenciada, la que no vende por televisión y la que no sale en los reinados de belleza, emane del relato de la víctima y se proyecte para hacer trascendencia con resiliencia. Los hallazgos de la investigación nos permitieron agrupar a las víctimas en tres grandes categorías, todas ellas producto del análisis de los relatos. La primera categoría la denominadas el infierno. Existe la idea general que el infierno es un lugar geográfico y en verdad es un estado emocional. Las victimas que no han trascendido su tragedia, que viven aun en el mundo del dolor y la exclusión, son una especie de zombies postmodernos, algo así como muertos en vida, personas que no solo han perdido los lazos de pertenencia a su lugar de origen, sino que también han perdido sus derechos, su ideal de vida, sus sueños y esperanzas. Aunque es una categoría bastante fuerte lingüística y conceptualmente, no es para nada comparable con el dolor y el trauma con el que actualmente conviven las víctimas de la violencia en el Departamento del Magdalena. Este infierno, se describe como la imposibilidad de asumir un horizonte de sentido y en algunas ocasiones como lo podemos colegir del análisis de las historias, a la impotencia frente a la tragedia y a que las personas “están como muertas en vida”. Desanimadas, asesinadas emocionalmente, el recuerdo sencillamente alimenta el dolor, y la muerte no deja dormir, por que los esesperados, no duermen. Una víctima evoca su tragedia: Se metieron los hombres en 2 carros con unos 30 hombres armados y eran de las autodefensas, yo les vi el brazalete que tenía como una U y ellos tocaron, como nosotros no abrimos enseguida, ellos empujaron la puerta, y como la puerta era casi un palito lo que tenía puesto, eso se abrió y entraron y sacaron a mi esposo, pero ellos decían que eran y que de la Fiscalía, ¡somos de la Fiscalía! decían ellos, entonces ahí sacaron a mi esposo y un señor que se ponía las manos en la cara decía ¡si él es! Entonces nosotros asustados nos le agarrábamos, mi hijo, cuando eso mi hijo mayor tenía 10 años, lo agarramos a él ¿Qué porque se lo iban a llevar? Si él era un hombre dedicado a sus hijos, al trabajo, me dijeron fue: él no lo vamos a llevar, él viene ahora, y nosotros corrimos, ¡y usted da un paso allá hacia ese
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carro y de allá le disparamos a usted!, decían ¡no se vaya a mover, quédese aquí quieta!, pero usted sabe que uno en un desespero de esos, uno no piensa que lo van a matar a uno también y nosotros lo halamos, y un hombre de esos me pegó un estrellón, y hubo uno que le apuntó a la cabeza a mi hijo de 11 años, si yo no me estaba quieta, él le tenía la cabeza apuntada con un arma. El hijo mío, el que presencio como mataron al papa. Él llora, imagínese él tiene momentos que se pone sus manos en la cabeza y yo a veces lo encuentro con lágrimas y me dice ¡ay mamá nos da tanta rabia, como tanta impotencia, ya nosotros todavía grandes y mire la situación todavía está…!, sentimos que esa gente nos acabó, -lágrimas-, … por lo menos yo la semana pasada desde la madrugada pensando con una lloradera que me levanté, con una lloradera y temprano me dice la hija mía: mamá pero ¿usted que tiene?, mija yo se no si es que siento que cada día me hace más falta mi familia y me dice ella: no mamá la situación que tenemos, es la que la tiene a usted tan desesperada. Otra víctima nos cuenta: Cuando yo llego donde el cuñao mío, la mujer de él sale y me dice: ¡ya lo encontraron!, yo le pregunto ¿está vivo?, ella me contesta no está muerto, yo le dije: ¿cómo?, ¡si está muerto! Y ¿dónde lo encontraron?, no en el caño, ¿dime en cuál caño?, en el caño de los mangos, ¡ah ya no me digas más nada yo sé donde está!, y entonces nosotros llorando, y entonces ella cogió al pelao y me cogía a mí y yo le dije: niño no nos vamos a subir por toda la trocha, sino por la quebrada que él está en tal parte le dije yo al pelao, y nosotros si nos subimos por el caño arriba. Apenas él vio el mosquero me grito ¡mami mírelo ahí donde está!, él no estaba ahí donde él dijo, subimos el salto por donde yo le dije a él, ahí estaba metido. Por el caño, no como dijeron, está cerquita de la casa en un caño, ya dijeron el caño de los mangos, ya yo sabía que era ese, que es el caño de la llegada de aquí para allá, ahí lo encontramos boca abajo, metió ahí. El segundo grupo, pertenece a los que esperan. Esta espera es para nosotros categorizada como el purgatorio, es un punto intermedio y estático, no movible entre la no resiliencia y la resiliencia. La mentalidad de la espera, es sentarse a esperar a que alguien
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o algo, un ser mítico mágico (mesías religioso o político) solucione los problemas, a que la suerte cambie de pronto, o que un golpe de suerte haga que “los papeles de justicia y paz” logren su objetivo: la reparación por vía administrativa. Todavía no he superado el dolor. No, todavía no –voz entrecortada, se pone a llorar-, ¡uf! Yo lloro en silencio, escondido de mis hijos, y para no darle a ellos como más resentimiento. ¡Ay! lo que yo digo, es que la vida de él no tiene precio, pero que me paguen lo que se robaron, todo lo que se robaron, porque eso fue trabajado por sus padres, eso fue herencia de ellos y que él también estaba trabajando, eso es lo único que yo deseo; Otra víctima señala: Ahoritica solo queda olvidar. Será olvidarse uno, reír será, porque la verdad que si uno se pone a recordar los momentos que uno pasó. Porque yo soy muy risueña, o sea yo con cualquier cosa me rio, y eso charlando con los hijos míos, jugando con ellos. Así es que he hecho, ahora estoy tranquila y hablando con usted más tranquila todavía. En el tercer grupo agrupamos a las personas que a nuestro juicio presentan resiliencia, adaptación emocional y liderazgo transformador, esas personas nos dan una gran lección de humanidad, entendiendo que en el ser humano puede coexistir lo más degradante con lo más sublime. Nos dice una víctima: En mi futuro me veo que tengo que seguir hacia delante, que mañana más tarde tengo que ser otra persona. Tengo que estar mejor. Ya te diste cuenta cómo vivimos nosotros, y esa es una de las cosas que pienso ¿Será que yo no voy a alcanzar a encontrar unas capacidades para que a nosotros nos arreglen éstas viviendas? Eso yo lo pienso. Y otra afirma: Lo que quiero es tener un mejor vivir, y que mis hijos tengan la comodidad, que sigan adelante porque como uno pasa tanta necesi dad, tener como cualquier negocio que yo quiera tener o cualquier trabajo así que vea que yo pueda, para sacarlos a ellos adelante principalmente. Pero esta resiliencia implica empoderar a la victima para que inicie procesos desde la sociedad civil, que conlleven a una lucha por desenterrar la verdad para poder construir una verdad jurídica que posibilite un verdadero resarcimiento, una justicia y una reparación. Nos dice Uprimny:
El derecho a la memoria es equivalente al derecho a entender y elaborar el pasado. Se trata de la posibilidad de reconocimiento de la temporalidad humana como condición existencial, pues la memoria es el ámbito en el que podemos rescatar el pasado como eje referencial de la vida.
La memoria es, por lo tanto, un horizonte de sentido, fuente de respuestas y actitudes concretas frente a preguntas que inquietan al ser humano desde el fondo de su fuero interno:
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Esto es así porque el derecho a la verdad, en su dimensión tanto individual (propia de las víctimas) como colectiva (propia de la ociedad entera), es el presupuesto básico de cualquier proceso transicional que pretenda respetar los derechos de las víctimas y garantizar que las graves violaciones de derechos humanos no se repetirán en el futuro. Sólo si se conoce la verdad de las circunstancias en las que ocurrieron los crímenes atroces habrá fundamentos suficientes para castigar a los victimarios y para reparar a las víctimas. Además, sólo así podrá la sociedad enteraconstruir un relato histórico colectivo sobre lo sucedido, con miras a repudiar esas conductas atroces y a implementar mecanismos para garantizar que no volverán a suceder. Esa construcción colectiva que se nutre de relatos y que por ende aporta a la instauración de una memoria jurídica seria y solida capaz de aportar a la reparación de la víctima. De ahí que los procesos de reconstrucción de memoria vayan tomados de los procesos de revisión del derecho, o mejor que toda presentificación de la memoria termine en un derecho de la memoria, como lo plantea Cepeda. Ante las técnicas del olvido la memoria debe plantearse, en consecuencia, no sólo como una dimensión cultural necesaria, sino a la vez como un legítimo derecho individual y colectivo reconocido jurídicamente y, por ello, tratado como cualquier otro derecho fundamental. “Toda persona o comunidad tiene derecho a la memoria, a recordar y ser recordada sin distingos ni discriminaciones de ningún tipo”, así debería ser enunciado.
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la incógnita de los orígenes, las identidades y las historias. Esa función orientadora aparece con claridad en la esfera de las relaciones sociales, en la de los vínculos que establecen entre sí los seres humanos. Allí la memoria contribuye en tres campos esenciales. En primer lugar, la reconstrucción del pasado es indispensable en sentido ético. Toda elaboración axiológica implica la dimensión temporal del juicio moral de cara hacia el pasado, ya como consideración de la experiencia práctica pretérita, ya como la reminiscencia de la norma, la ley o la escala de valores aceptada. En segunda instancia, la memoria posee también un sentido político al afianzar la conciencia de pertenencia a la comunidad y su historia compartida. Por último, la memoria es insoslayable en el campo de la justicia, pues del conocimiento de la verdad del delito, de su difusión pública y de la preservación del recuerdo de la víctima depende en alto grado que la impunidad no se prolongue indefinidamente en el tiempo. En ste sentido, el derecho a la memoria trasciende los límites de la vida en términos biológicos y hace parte de los derechos que continúa teniendo el individuo después de su muerte. Esto último se hace patente en el campo de las violaciones al derecho a la vida, porque la víctima, sus familiares, amigos y en general la sociedad oseen derechos que atañen al momento posterior a la muerte: el derecho a homenajear a la persona en el momento de su muerte de forma justa y digna (Antígona), el derecho al duelo y el derecho a ser objeto y sujeto de memoria, es decir, a recordar y a ser recordado. Por eso el Estado debe proteger los derechos que van más allá de la muerte física, y la justicia reparar el daño que contra ellos se ejerza. Los trabajos sobre la memoria son oportunos para resarcir a las víctimas y para resignificar el dolor. Para que la catarsis que produce la narración se materialice en transformación del sujeto y de su entorno. Para que la víctima no se quede siendo víctima y sea capaz de trasformar, desde la resiliencia, su condición de víctima. Al hacer investigación sobre la memoria, visibilizamos a los tradicionalmente invisibilizados, para que estos grupos excluidos puedan tener una voz y ser escuchados. Esta es la condición clave de resignificar la memoria, recordar para reconfigurar y reordenar.
Es decir, los trabajos sobre la memoria dan instrumentos simbólicos para que los sujetos sean capaces de asumir de una forma contra-hegemónica su lucha contra el olvido del estado, contra la amnesia colectiva y contra la posible repetición de su tragedia en otras escalas y niveles. Cyrulnik es bastante enfático cuando insta a:
“Todas las personas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas”.
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Esta investigación se centro en esa perspectiva, la de sensibilizar a la opinión pública visibilizando a las víctimas, empoderandolas y a través del relato, de la comunicación de su relato personal, de la palabra, de la exploración de sus sentimientos y tragedias, se intenta encontrar el brillo de la fuerza de la resiliencia como liberación personal y social. Y como recordar es cuestión de poder, es bueno tener presente la cita que hace Hannah Arendt tomada de Isak Dinesen:
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“Quien ha sufrido un trauma se somete o se libera de su historia utilizándola. Esa es su disyuntiva: o se ve obligado a repetir o forzado a liberarse”.
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“El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos.” —Ernest Hemingway
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enet tiene siete años. La seguridad social lo ha entregado en custodia a dos campesinos de la región de Morvan: «Yo morí siendo un niño. Llevo en mí el vértigo de lo irremediable... El vértigo del antes y el después, de la alegría y la recaída, de una vida que apuesta a una sola carta... ». Un simple acontecimiento puede provocar la muerte, basta con muy poco. Pero cuando se regresa a la vida, cuando se nace una segunda vez y surge el oculto tiempo del recordar, entonces el instante fatal se vuelve sagrado. La muerte jamás es una muerte ordinaria. Abandonamos lo profano cuando nos codeamos con los dioses, y al regresar con los vivos, la historia se transforma en mito. Primero morimos: «Terminé por admitir que me había muerto a la edad de nueve años... Y el hecho de aceptar la contemplación de mi asesinato equivalía a convertirme en un cadáver». Después, «cuando para mi completo asombro, la vida comenzó a alentar de nuevo en mí, me quedé muy intrigada por el divorcio entre la melancolía de mis libros y mi capacidad para la dicha». La salida que nos permite revivir, ¿sería entonces un paso, una lenta metamorfosis, un prolongado cambio de identidad?
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Cuando uno ha estado muerto y ve que la vida regresa, deja de saber quién es. Es preciso descubrirse y ponerse a prueba para probarse que uno tiene derecho a la vida. Cuando los niños se apagan porque ya no tienen a nadie a quien querer, cuando un significativo azar les permite encontrar a una persona -basta con una- capaz de hacer que la vida regrese a ellos, no saben ya cómo dejar que su alma se reconforte. Entonces se manifiestan unos comportamientos sorprendentes: corren riesgos exagerados, inventan escenarios para sus ordalías, como si deseasen que la vida les juzgase y lograr de este modo su perdón. Un día, el niño Michel consiguió escapar del sótano al que le arrojaba su padre tras darle una paliza. Al salir al exterior, le extrañó no sentir nada. Se daba perfecta cuenta de que el buen tiempo hacía que la gente sonriese, pero en lugar de compartir su dicha, se sentía extrañado por su propia indiferencia. Una vendedora de frutas fue la encargada de reconfortar al niño. Le ofreció una manzana y, sin que llegase siquiera a pedírselo, le permitió jugar con su perro. El animal se mostró de acuerdo y Michel, en cuclillas bajo las cajas de frutas, inició una afectuosa riña. Tras unos cuantos minutos de gran deleite, el muchacho sintió una mezcla de felicidad y crispación ansiosa. Los coches corrían por la calzada. El niño decidió rozarlos como roza el torero los cuernos del toro. La frutera le lanzó mil denuestos y le quiso corregir llenándole la cabeza con unas explicaciones tan racionales que en nada se correspondían con lo que sentía el niño. «Conseguí superarlo», dicen con asombro las personas que han conocido la resiliencia cuando, tras una herida, logran aprender a vivir de nuevo. Sin embargo, este paso de la oscuridad a la luz, esta evasión del sótano o este abandono de la tumba, son cuestiones que exigen aprender a vivir de nuevo una vida distinta. El hecho de abandonar los campos no significó la libertad. Cuando se aleja la muerte, la vida no regresa. Hay que ir a buscarla, aprender a caminar de nuevo, aprender a respirar, a vivir en sociedad. Uno de los primeros signos de la recuperación de la dignidad fue el hecho de compartir la comida. Había tan poca en los campos que los supervivientes devoraban a escondidas todo lo que podían encontrar. Cuando los guardianes de la mazmorra huyeron, los muertos en vida dieron unos
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cuantos pasos en el exterior, algunos tuvieron que deslizarse bajo las alambradas porque no se atrevían a salir por la puerta y después, una vez constatada la libertad por haber palpado el exterior, volvieron al campo y compartieron unos cuantos mendrugos para demostrarse a sí mismos que se disponían a recuperar su condición de hombres. El fin de los malos tratos no representa el fin del problema. Encontrar una familia de acogida cuando se ha perdido la propia no es más que el comienzo del asunto: «Y ahora, ¿qué voy a hacer con esto?». El hecho de que el patito feo encuentre a una familia de cisnes no lo soluciona todo. La herida ha quedado escrita en su historia personal, grabada en su memoria, como si el patito feo pensase: «Hay que golpear dos veces para conseguir un trauma». El primer golpe, el primero que se encaja en la vida real, provoca el dolor de la herida o el desgarro de la carencia. Y el segundo, sufrido esta vez en la representación de lo real, da paso al sufrimiento de haberse visto humillado, abandonado. «Y ahora, ¿qué voy a hacer con esto? ¿Lamentarme cada día, tratar de vengarme o aprender a vivir otra vida, la vida de los cisnes?» Para curar el primer golpe, es preciso que mi cuerpo y mi memoria consigan realizar un lento trabajo de cicatrización. Y para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe, hay que cambiar la idea que uno se hace de lo que le ha ocurrido, es necesario que logre reformar la representación de mi desgracia y su puesta en escena ante los ojos de los demás. El relato de mi angustia llegará al corazón de los demás, el retablo que refleja mi tempestad les herirá, y la fiebre de mi compromiso social les obligará a descubrir otro modo de ser humano. A la cicatrización de la herida real se añadirá la metamorfosis de la representación de la herida. Pero lo que va a costarle mucho tiempo comprender al patito feo es el hecho de que la cicatriz nunca sea segura. Es una brecha en el desarrollo de su personalidad, un punto débil que siempre puede reabrirse con los golpes que la fortuna decida propinar. Esta grieta obliga al patito feo a trabajar incesantemente en su interminable metamorfosis.
Me habían pedido que examinase a un chico de 15 años cuyos comportamientos parecían sorprendentes. Vi llegar a un pequeño pelirrojo de piel blanca, vestido con un pesado abrigo azul con cuello aterciopelado. En pleno junio, en Toulon, resulta una prenda sorprendente. El joven evitaba mirarme directamente a los ojos y hablaba tan quedamente que me fue difícil oír si su discurso era coherente. Se había evocado la esquizofrenia. Al hilo de las charlas, descubrí a un muchacho de carácter muy suave y a la vez muy fuerte. Vivía en la parte baja de la ciudad, en una casa con dos habitaciones situadas en pisos distintos. En la primera, su abuela se moría lentamente, víctima de un cáncer. En la segunda, su padre alcohólico vivía con un perro. El pequeño pelirrojo se levantaba muy temprano, limpiaba la casa, preparaba la comida del mediodía y se marchaba después al colegio, lugar en el que era un buen alumno, aunque muy solitario. El abrigo, cogido del armario del padre, permitía ocultar la ausencia de camisa. Por la tarde, hacía la compra, sin olvidar el vino, fregaba las dos habitaciones, en las que el padre y el perro habían causado no pocos estragos, comprobaba los medicamentos, daba de comer a su pequeña tropa y, ya de noche, al regresar la calma, se permitía un instante de felicidad: se ponía a estudiar. Un día, un compañero de clase se presentó ante el pelirrojo para hablarle de una emisión cultural, emitida por France-Culture.
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LA MÓRBIDA AMABILIDAD DEL PEQUEÑO PELIRROJO
LA FRAGILIDAD
Sólo entonces podrá llevar una existencia de cisne, bella y sin embargo frágil, pues jamás podrá olvidar su pasado de patito feo. No obstante, una vez convertido en cisne, podrá pensar en ese pasado de un modo que le resulte soportable. Esto significa que la resiliencia, el hecho de superar el trauma y volverse bello pese a todo, no tiene nada que ver con la invulnerabilidad ni con el éxito social.
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Un profesor que enseñaba una exótica lengua les invitó a una cafetería para charlar del asunto. El jovencito pelirrojo volvió a casa, a sus dos cochambrosas habitaciones, atónito, pasmado de felicidad. Era la primera vez en su vida que alguien le hablaba amistosamente y que le invitaban a tomar algo en un café, así sin más, para charlar sobre un problema anodino, interesante, abstracto, completamente distinto de las incesantes pruebas que saturaban su vida cotidiana. Esta conversación, aburrida para un joven inserto en un entorno normal, había adquirido para el muchacho pelirrojo la importancia de un deslumbramiento: había descubierto que era posible vivir con amistad y rodeado por la belleza de las reflexiones abstractas. Aquella hora vivida en un café actuaba en el como una revelación, como un instante sagrado capaz de hacer surgir en la historia personal un antes y un después. Y el sentimiento era tanto más agudo cuanto que el hecho de disfrutar de una relación intelectual no sólo había representado para él la ocasión de compartir unos minutos de amistad, así, de vez en cuando, sino que había su puesto, sobre todo, una posibilidad de escapar al constante horror que le rodeaba. Pocas semanas antes de los exámenes finales de bachillerato, el chico pelirrojo me dijo: «Si tengo la desgracia de aprobar, no podré aban donar a mi padre, a mi abuela y a mi perro». Entonces, el destino hizo gala de una ironía cruel: el perro se escapó, el padre le siguió támbaleándose, fue atropellado por un coche, y la abuela moribunda se apago definitivamente en el hospital. Liberado in extremis de sus ataduras familiares, el joven pelirrojo hoy en día un brillante estudiante de lenguas orientales. Pero cabe imaginar que si el perro no se hubiese escapado, el muchacho habría aprobado el bachillerato a su pesar y, no atreviéndose a abandonar a su miserable familia, habría elegido un oficio cualquiera para quedarse junto a ellos. Nunca se habría convertido en un universitario viajero.pero es probable que hubiese conservado unos cuantos islotes de felicidad triste, una forma de resiliencia. Este testimonio me permite presentar este libro articulándolo en torno a dos ideas. En primer lugar, la adquisición de recursos internos hizo posible que
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se moldeara el temperamento suave y no obstante duro frente al dolor del muchachito pelirrojo. Quizá el medio afectivo en el que se había visto inmerso durante sus primeros años, antes incluso de la aparición de la palabra, había impregnado su memoria biológica no consciente con un modo de reacción, un temperamento y un estilo de comportamiento que, en el transcurso de la prueba de su adolescencia, habría podido explicar su aparente extrañeza y su suave determinación. Más tarde, cuando el chico pelirrojo aprendió a hablar, se constituyeron en su mundo íntimo algunos mecanismos de defensa, mecanismos que aparecieron en forma de operaciones mentales capaces de permitir la disminución del malestar provocado por una situación dolorosa. Una defensa de este tipo puede luchar contra una pulsión interna o una representación, como sucede cuando experimentamos vergüenza por sentir ganas de hacer daño a alguien o cuando nos vemos torturados por un recuerdo que se impone en nosotros y que llevamos a donde quiera que vayamos. Podemos huir de una agresión externa, filtrarla o detenerla, pero en aquellos casos en que el medio se halla estructurado por un discurso o por una institución que hacen que la agresión sea permanente, nos vemos obligados a recurrir a los mecanismos de defensa, es decir, a la negación, al secreto o a la angustia agresiva. Es el sujeto sano el que expresa un malestar cuyo origen se encuentra a su alrededor, en una familia o en una sociedad enferma. La mejoría del sujeto que sufre, la reanudación de su evolución psíquica, su resiliencia, esa capacidad para soportar el golpe y restablecer un desarrollo en unas circunstancias adversas, debe procurarse, en tal caso, mediante el cuidado del entorno, la actuación sobre la familia, el combate contra los prejuicios o el zarandeo de las rutinas culturales, esas creencias insidiosas por las que, sin darnos cuenta, justificamos nuestras interpretaciones y motivamos nuestras reacciones. De este modo, todo estudio de la resiliencia debería trabajar tres planos principales: 1. La adquisición de recursos internos que se impregnan en el temperamento, desde los primeros años, en el transcurso de las interacciones precoces preverbales, explicará la forma de reaccionar
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ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de guías de desarrollo más o menos sólidas. 2. La estructura de la agresión explica los daños provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo, será la significación que ese golpe haya de adquirir más tarde en la historia personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma. 3. Por último, la posibilidad de regresar a los lugares donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone en ocasiones alrededor del herido, ofrece las guías de resiliencia que habrán de permitirle proseguir un desarrollo alterado por la herida. Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significación cultural y un sostén social, explica la asombrosa diversidad de los traumas.
LA CREATIVIDAD DE LOS DESCARRIADOS Cuando el temperamento está bien estructurado gracias a la vinculación segura a un hogar paterno apacible, el niño, caso de verse sometido a una situación de prueba, se habrá vuelto capaz de movilizarse en busca de un sustituto eficaz. El día en que los discursos culturales dejen de seguir considerando a las víctimas como a cómplices del agresor o como a reos del destino, el sentimiento de haber sido magullado se volverá más leve. Cuando los profesionales se vuelvan menos incrédulos, menos guasones o menos proclives a la moralización, los heridos emprenderán sus procesos de reparación con una rapidez mucho mayor a la que se observa en la actualidad. Y cuando las personas encargadas de tomar las decisiones sociales acepten simplemente disponer en torno a los descarriados unos cuantos lugares de creación, de palabras y de aprendizajes sociales, nos sorprenderá observar cómo un gran número de heridos conseguirá metamorfosear sus sufrimientos y realizar, pese a todo, una obra humana.
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Pero si el temperamento ha sido desorganizado por un hogar en el que los padres son desdichados, si la cultura hace callar a las víctimas y les añade una agresión más, y si la sociedad abandona a las criaturas que considera que se han echado a perder, entonces los que han recibido un trauma conocerán un destino carente de esperanza. Esta forma de analizar el problema permite comprender mejor la frase de Tom: «Hay familias en las que se sufre más que en un campo de exterminio». Dado que hay que golpear dos veces para que se produzca un trauma, no logramos comprender que el sufrimiento no tiene la misma naturaleza. En los campos de concentración, lo que torturaba era lo real: el frío, el hambre, los golpes, la muerte visible, inminente, fútil. El enemigo estaba allí, localizado, exterior. Se podía retrasar la muerte, desviar el golpe, atenuar el sufrimiento. Y la ausencia de representación, el vacío de sentido, el absurdo de lo real hacía que la tortura fuese aún más fuerte. Cuando el joven Marcel, con diez años, regresó de los campos de concentración, nadie le hizo la menor pregunta. Fue amablemente recibido por una familia de acogida en la que permaneció sin decir palabra durante varios meses. No le preguntaban nada, pero le reprochaban que se callase. Entonces decidió contar su historia. Se detuvo muy pronto, al ver en el rostro de sus padres adoptivos los gestos de disgusto que provocaba su historia. Tales horrores existían, y el niño que hablaba de ellos los hacía revivir en sus mentes. Todos podemos reaccionar de ese modo: vemos un niño, nos parece gracioso, habla bien, hablamos alegremente con él, y de pronto nos espeta: «¿Sabes?, nací de una violación, por eso mi abuela me ha detestado siempre». ¿Cómo podríamos mantener la sonrisa? Nuestra actitud cambia, nuestra mímica se apaga, arrancamos a duras penas unas cuantas palabras inútiles para luchar contra el silencio. Eso es todo. El encanto se ha roto. Y cuando volvamos a ver al niño, lo primero que nos vendrá a la mente serán sus orígenes violentos. Quizá le adjudiquemos un estigma, sin querer. El simple hecho de verle evocará la representación de una violación y el sentimiento que esa visión provoque hará nacer en nosotros una emoción que no lograremos entender.
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Inmediatamente después de su relato, Marcel constató que su familia de acogida no le miraba ya con los mismos ojos. Le evitaban, le hablaban con frases cortas, le mantenían a distancia. Ese fue el sitio en el que tuvo que vivir durante los más de diez años que siguieron, inmerso en una relación sombría y asqueada. El campo de concentración había durado un año, y el miedo y el odio le habían permitido no establecer lazo alguno con sus verdugos. Esos hombres constituían una categoría clara, fascinante como un peligro al que no se pueden quitar los ojos de encima pero del que es un alivio apartarse. Sólo más tarde descubre uno que incluso cuando por fin nos liberamos de nuestros agresores, nos los llevamos a todos en la memoria. Poco a poco, su familia de acogida se fue volviendo agresiva, o más bien despreciativa. Marcel lo lamentaba y se sentía culpable, no habría debido hablar, era él quien había provocado esta situación. Entonces, para hacerse perdonar, se volvió amable en exceso. Y cuanto más amable era él, más le despreciaban: «Saco de grasa», le decía la abuela al niño esquelético, y le abrumaba con tareas inútiles. Un día en que el niño se lavaba desnudo en la cocina, quiso verificar si, con once años, un chico podía tener una erección. La provocó a conciencia y después se fue, dejando a Marcel alelado. Unos días más tarde, fue el padre el que intentó hacerlo. En esta ocasión Marcel se atrevió a rebelarse y rechazó al hombre. En semejante entorno tuvo que vivir el niño en lo sucesivo, oía a los vecinos cantar alabanzas hacia la familia que le acogía, que «no tenía obligación de hacer todo eso» y que cuidaba mucho al niño: «Lo que ellos han hecho por ti no lo habrían hecho nunca tus verdaderos padres». Marcel se volvía taciturno y lento, él que había sido tan charlatán y vivaracho. ¿A quién podía contarle todo aquello? ¿Quién podría salvarle? La asistenta social era recibida con cortesía. Se quedaba en el descansillo, hacía dos o tres preguntas y se iba pidiendo excusas por las molestias. Marcel dormía sobre un lecho de campaña, debajo de la mesa de la cocina y trabajaba mucho. Ahora le pegaban todos los días, y le insultaban a cada paso, pero lo que más le hacía sufrieran las observaciones humillantes: «Estúpido... Cara de burro... » eran los apelativos con los que sustituían su nombre. En realidad, se trataba de
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un extraño sufrimiento, o más bien de un abatimiento doloroso: «Eh, estúpido, ve a limpiar el cuarto de baño... Eh, cara de burro, ¿aún no has terminado?». Para no sufrir demasiado y seguir siendo amable con esas personas que tanto hacían por él, era preciso aplicarse y consegir volverse indiferente. Aproximadamente por la misma época, Marcel volvió a pensar en el campo de concentración que creía haber olvidado. Curiosamente, el recuerdo se había reorganizado. Se acordaba del frío, pero ya no lo sentía. Sabía que había tenido un hambre horrorosa, pero su memoria no evocaba ya la enorme tenaza helada del hambre. Comprendía que había escapado a la muerte, pero ya no tenía miedo y hasta le divertía haberla esquivado. Cada vez que le humillaban con un empujón despreciativo o con un mote envilecedor, cada vez que sentía que su cuerpo se volvía pesado a causa de la tristeza y que sus párpados se hinchaban con lágrimas internas, evocaba el campo. Entonces, experimentaba una sensación de extraña libertad al pensar en los horrores que había tenido la fuerza de superar y en las hazañas físicas que su cuerpo había sido capaz de realizar. El campo que, en la realidad, le había hecho sufrir tanto, se volvía soportable en su memoria, y le permitía incluso luchar contra el envilecedor sentimiento de desesperación que le provocaba en el presente el insidioso maltrato. No se sufre más en determinadas familias que en los campos de la muerte, pero cuando se sufre en ellas, el trabajo de la memoria utiliza el pasado para impregnar el imaginario y hacer que lo real actual se vuelva soportable. La representación del pasado es una producción del presente. Lo que no quiere decir que los hechos de la memoria sean falsos. Son ciertos del mismo modo que son ciertos los cuadros realistas. El pintor, sensibilizado en relación a determinados puntos de lo real, los reproduce sobre el lienzo y los realza. Su representación de lo real habla de una interpretación en la que todo es cierto y sin embargo ha sido reorganizado. Los lisiados por el pasado pueden darnos lecciones. Cuando murió el padre de Richard, su madre desapareció. No se trataba de que hubiese abandonado a sus hijos, sino de que, cuando se
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tienen ocho, es preciso salir muy temprano por la mañana para hacer todo lo que la casa necesita, y al regresar por la noche se encuentra una agotada. Así que tuvo que ser la hermana mayor la que debió ocuparse de llevar la casa durante el día. Una vez que se habían atendido los pagos mayores como el alquiler o la ropa, la cena dejaba de estar asegurada. La única solución que encontró esta mujercita de catorce años fue la de organizar un coro. Toda la familia, antes de caer la noche, salía a cantar en los patios de los edificios del distrito XX de París. La coral caía simpática y los más pequeños se precipitaban para recoger las monedas que iban a permitir la cena. Cuarenta años más tarde, la hermana mayor se ha convertido en una gran dama que se muere de risa al recordar el suceso. Los niños conservan el recuerdo de una circunstancia festiva, pero hay una hermana que, aún hoy, sufre por la humillación de haberse visto obligada a mendigar pese a que su madre se matara trabajando. Sería interesante comprender de qué modo la historia de cada uno de estos dos niños, el desarrollo de su personalidad, ha podido utilizar un mismo hecho para desembocar en representaciones tan distintas. Elaborar un proyecto para alejar el propio pasado, metamorfosear el dolor del momento para hacer de él un recuerdo glorioso o divertido, explica sin duda el trabajo de la resiliencia. Este alejamiento emocional se hace posible mediante mecanismos de defensa costosos pero necesarios, como por ejemplo: - la negación: «No creáis que he sufrido»; - el aislamiento: «Me acuerdo de un acontecimiento que se encuentra despojado de su afectividad»; - la huida hacia adelante: «Vigilo constantemente para impedir que se repita mi angustia»; - la intelectualización: «Cuanto más intento comprender, más domino la emoción insoportable»; - y, sobre todo, la creatividad: «Experimento la indecible gracia de la recompensa de la obra de arte». Todos estos medios psicológicos permiten regresar al mundo cuando uno ha sido expulsado de la humanidad. La tentación de la anestesia disminuye el sufrimiento, pero aletarga nuestro modo de ser humanos; no es más que una protección. Basta con encontrar una sola vez a alguien que signifique algo para que se avive la llama y pueda uno regresar con los
J’ai marché, les tempes brülantes Croyant étouffer sous mes pas Les voix du passé qui nous hantent Et reviennent sonner leglas. (He caminado con las sienes ardiendo, Creyendo ahogar con cada paso las voces del pasado que nos dan torm ento Y regresan para tañer el fúnebre compás).
Desde que cumplió los 14 años, en plena guerra, Barbara no ha dejado de escribir. Recita sus poemas y ya canta bastante bien. En plena clandestinidad, mientras la gente muere a su alrededor, la adolescente descubre algunos placeres minúsculos: «[... ] la partida de cartas, a escondidas, en la habitación del fondo, y la excitación de tener que salir a toda prisa, de verse sacudida por los gritos de “que viene la Gestapo”».
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hombres a su mundo, palpable, dotado de sabor y angustioso. Y es que regresar al propio hogar no es una vuelta al dulce hogar, es una prueba añadida. La vergüenza de haber sido una víctima, el sentimiento de ser menos, de no ser ya el mismo, de no ser ya como los demás, quienes, a su vez, también han cambiado durante el tiempo en que ya no pertenecíamos a su mundo. ¿Y cómo decírselo? A su regreso del gulag, Chalamov escribió a Pasternak: «¿Qué iba a encontrar? Aún no lo sabía. ¿Quién era mi hija? ¿Y mi mujer? ¿Sabrían ellas compartir los sentimientos que me desbordaban y que habrían bastado para hacerme soportar otros 25 años de prisión?». Se necesita mucho tiempo para estudiar la resiliencia. Cuando se observa a alguien durante una hora o cuando lo tratamos durante tres años, resulta posible predecir sus reacciones. Pero cuando se estudia el largo desarrollo de una existencia, se pueden pred ecir... ¡grandes sorpresas!. La noción de ciclo de vida hace posible la descripción de capítulos diferentes de una sola y misma existencia. Ser un bebé, no es ser un adolescente. En cada franja de edad somos seres totales que viven en mundos diferentes. Y sin embargo, el palimpsesto que despierta los vestigios del pasado hace resurgir los acontecimientos que considerábamos enterrados. Nunca se consiguen liquidar los problemas, siempre queda una huella, pero podemos darles otra vida, una vida más soportable y a veces incluso hermosa y con sentido.
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Enfrentados a la misma situación, otros muchos se derrumbaron, quedaron marcados de por vida. ¿Por qué misterio pudo Barbara metamorfosear su magulladura en poesía? ¿Cuál es el secreto de la fuerza que le permitió recoger flores en el estiércol? A esta pregunta, responderé que la confección precoz de las emociones impregnó en la niña un temperamento, un estilo de comportamiento que le permitió, al ser puesta a prueba, sacar fuerzas de sus recursos internos. En la época en que todo niño es una esponja afectiva, su entorno supo estabilizar sus reacciones emocionales. Su madre, sus hermanos y hermanas, y tal vez incluso su padre que, en esta fase del desarrollo de la chiquilla aún no se había vuelto un agresor, dieron al recién nacido unos hábitos de comportamiento, un estilo en sus relaciones que, en la adversidad, le permitió no dejarse desarbolar. Tras los dos fracasos del incesto y la guerra, fue inevitable que la jovencita pusiese en marcha algunos mecanismos de defensa: ahogar con cada paso las voces del pasado que le dan tormento, robustecer la parte de su personalidad que el entorno acepta, fortalecer su alegría, su creatividad, su pizca de locura, su generosa pizca de locura, su aptitud para provocar el amor. Su sufrimiento ha de quedar mudo para no hacerse patente ante sus allegados. No es posible ser la que no se ha sido, pero es posible dar de uno mismo aquello que hace felices a los demás El hecho de haber sido herida la vuelve sensible a todas las heridas del mundo y la invita al lecho de todos los sufrimientos. Avec euxj’ai eu mal Avec euxj’étais ivre. (Con ellos sufrí, Con ellos me emborraché. )
Esa fuerza que permite a los que viven la resiliencia superarlas pruebas confiere a su personalidad un tono particular, caracterizado por un exceso de atención a los demás y, al mismo tiempo, caracterizado también por el temor a recibir el amor que suscitan: C’est parce queje t’aime Queje préfere m’en aller. (Justamente porque te amo Prefiero marcharme.)
Estos heridos victoriosos experimentan un asombroso sentimiento de gratitud: «Todo se lo debo a los hombres, ellos me han parido>> último regalo que puedo hacerles, es el don de mí
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misma y de mi aventura: «Salí bien parada, puesto que canto». Los lisiados por el pasado pueden darnos lecciones. Pueden enseñarnos a restañar nuestras heridas, a evitar determinadas agresiones y quizás incluso a comprender cómo hay que hacer para conseguir que todos los niños se desarrollen risueños. Hay que aprender a observar para evitar la venenosa belleza de las metáforas. El simple hecho de constatar que es posible salir bien parado nos invita a abordar el problema de otro modo. Hasta el momento, la cuestión era lógica y fácil. Cuando la existencia asesta un violento golpe, podemos valorar las consecuencias físicas, psicológicas, afectivas y sociales. El problema de esta reflexión lógica es que recibe su inspiración del modelo de los físicos, del modelo que se encuentra en la raíz de toda iniciativa científica: si aumento la temperatura, el agua hervirá; si golpeo esta barra de hierro y si la presión que ejerzo supera un determinado umbral, se romperá. Esta forma de pensar acerca de la existencia humana ha dado sobradas muestras de su validez. Durante la guerra de 1940, Anna Freud, al recoger en Londres a los niños cuyos padres habían sido destrozados por los bombardeos, ya había percibido la importancia de las alteraciones del desarrollo. Rene Spitz, por la misma época, había señalado que los niños, desprovistos de una estructura afectiva, dejaban de desarrollarse. Fue sin embargo John Bowlby quien, a partir de los años cincuenta, consiguió despertar las más vehementes pasiones al proponer que el paradigma de la relación entre la madre y su hijo viene definida en todos los seres vivos, ya sean humanos o anímales por el concepto de vínculo afectivo. En esa época, sólo la Organización Mundial de la Salud se atrevió a dar una pequeña beca de investigación para poner a prueba esta sorprendente hipótesis. En el contexto cultural de la época, el crecimiento de los niños se concebía con la ayuda de metáforas vegetales: si un niño crece y va ganando peso, ¡es señal de que es una buena simiente! Esta metáfora justificaba las decisiones educativas de los adultos. En realidad, las buenas simientes no necesitan familias ni sociedades para desarrollarse. El aire puro del campo y unos buenos alimentos bastarán. Y por lo que se refiere a las malas
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simientes, es preciso arrancarlas para que la sociedad recupere su virtud. Desde la perspectiva de semejante estereotipo cultural, el racismo resultaba fácil de concebir. Los nacientes círculos feministas se indignaban con la teoría de los vínculos debido a la cercanía que establecía entre las mujeres y los animales, mientras que la gran antropóloga Margaret Mead se oponía a esta hipótesis sosteniendo que los niños no tenían necesidad de afectividad para crecer, y que «los estados de carencia se relacionan sobre todo con el deseo de impedir que estas mujeres trabajen». La existencia de una causalidad lineal es no obstante incontestable: maltratar a un niño no le hace feliz. Sus desarrollos se detienen cuando es abandonado. Alice Miller, Pierre Strauss y Michel Manciaux fueron los pioneros de la iniciativa tendente a demostrar algo que hoy nos parece evidente, cuando lo cierto es que hace treinta años provocaba incredulidad e indiferencia. Los estudios sobre la resiliencia no refutan en modo alguno estos trabajos, que aún hoy en día son necesarios. De lo que se trata en la actualidad es de introducir observaciones de largo alcance, ya que los determinismos humanos se producen a corto plazo. Sólo en éste se pueden constatar causalidades lineales. Cuanto más largo es el plazo de observación, tanto más probable será que la intervención de otros factores venga a modificar los efectos observados. Nos pasamos la vida luchando contra los fenómenos de la Naturaleza, quebrando nuestro sometimiento a lo real, y llamamos «cultura», «trascendencia» o «metafísica» a nuestra tarea de liberación. ¿Por qué en el Hombre habría de ser el determinismo una fatalidad? Un golpe de la fortuna es una herida que se inscribe en nuestra historia, no un destino. Esta nueva actitud amenaza con trastornar por completo «las concepciones mismas de la psicología infantil, de nuestros modos de enseñanza y de investigación, de nuestra visión de la existencia». En el pasado fue necesario evaluar los efectos de los golpes, hoy en día es preciso analizar los factores que permiten que un determinado tipo de desarrollo se reanude. La historia de las ideas en psicología ha sido concebida de tal modo que partimos de lo orgánico para avanzar hacia lo impalpable. Aún hay personas entre nosotros que piensan que el sufrimiento psíquico es un signo de debilidad, una degeneración.
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Si creemos que sólo los hombres de buena factura pueden superar los golpes de la fortuna mientras que los cerebros débiles han de sucumbir a ellos, nos encontraremos con que la actitud terapéutica que semejante representación justifique consistirá en reforzar el cerebro mediante sustancias químicas o descargas eléctricas. Pero si concebimos que un hombre no puede desarrollarse más que tejiéndose con otro, entonces la actitud que mejor contribuirá a que los heridos reanuden su desarrollo será aquella que se afane por descubrir los recursos internos que impregnan al individuo, y, del mismo modo, la que analice los recursos externos que se despliegan a su alrededor. El simple hecho de constatar que un cierto número de niños traumatizados resisten a las pruebas que les toca vivir, utilizándolas incluso en ocasiones para hacerse más humanos, no puede explicarse en términos de superhombre o en términos de invulnerabilidad, sino asociando la adquisición de recursos internos afectivos y de recursos de comportamiento durante los años difíciles con la efectiva disposición de recursos externos sociales y culturales. Observar cómo se comporta un niño, no es etiquetarlo ni matematizarlo. Al contrario, es describir un estilo, una utilidad y una significación. Describir cómo un niño en una etapa preverbal descubre su mundo, lo explora y lo manipula como un pequeño científico, permite comprender «esa formidable resiliencia natural que todo niño sano manifiesta al tener que enfrentarse a los imprevistos que inevitablemente deberá encontrar en el transcurso de su desarrollo». Ya no tiene sentido hablar de degeneración cerebral, de detención del desarrollo en un nivel inferior, de regresión infantil o de inmadurez, se trata más bien de intentar comprender la función adaptativa momentánea de un comportamiento, así como la reanudación evolutiva que sigue siendo posible cuando las guías internas y externas de la resiliencia se han planteado adecuadamente. Es una ventaja razonar en términos de degeneración: implica que yo, neurólogo, no soy un degenerado puesto que tengo un título. Resulta reconfortante observar al otro desde la noción de inmadurez: quiere decir que yo, observador, soy un adulto maduro puesto que cobro un salario. Estos puntos de vista técnicos
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reconfortan a Jos titulados y a los asalariados, pero descalifican las relaciones simplemente humanas, afectivas, deportivas y culturales, de tan elevada eficacia. Por el contrario, si nos instruimos en un razonamiento efectuado en términos de «ciclo de vida», de historia de una vida entera, descubrimos fácilmente que, en cada capítulo de su historia, todo ser humano es un ser total, terminado, con su mundo mental coherente, sensorial, pleno de sentido, vulnerable e incesantemente mejorable. Sin embargo, en este caso, todo el mundo debe participar en la resiliencia. El vecino debe inquietarse por la ausencia de la señora mayor, el joven deportista debe ponerse a jugar con los chavales del barrio, la cantante debe reunir un coro, el actor debe poner sobre el escenario un problema actual, y el filósofo ha de engendrar un concepto y compartirlo. Sólo entonces podremos «considerar que cada personalidad avanza en el transcurso de la vida, siguiendo su propio camino, que es único». Esta nueva actitud ante las pruebas de la existencia nos invita a considerar el traumatismo como un desafío. ¿Existe alguna alternativa que no sea la de aceptarlo?.
FRACTURAS DEL ALMA
“En medio de la dificultad reside la oportunidad.” –Albert Einstein
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A
sí es como me propongo abordar el concepto del nuevo temperamento^jSi_adiriitimos^uejun^objetp, un
comportamiento o una palabra adquieren un significado que depende de su contexto, entonces ese temperamento, adquiere sentido! El temperamento es, sin duda, un comportamiento, pero es también un «cómo» del comportamiento, una forma que tiene la persona de ubicarse en su medio. Este estilo existencial, desde sus primeras manifestaciones, se presenta ya completamente configurado. La biología genética, molecular y del comportamiento viene forjada por las presiones del medio, que son otra forma de biología. Sin embargo, esta biología viene de los otros humanos, de las personas que nos rodean. Y los comportamientos que adoptan respecto del niño constituyen una especie de biología periférica, un elemento sensorial material que dispone en torno del niño un cierto número de guías, guías a lo largo de las cuales deberá desarrollarse. Lo más sorprendente es que estos circuitos sensoriales, que estructuran el entorno del niño y guían su desarrollo, resulten materialmente construidos por la expresión de comportamiento de las representaciones de los padres.
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Si pensamos que un niño es un pequeño animal que es preciso adiestrar, le dirigiremos comportamientos, mímicas y palabras que se encontrarán ordenados por esa representación. Si, por el contrario, pensamos que las imposiciones de nuestra infancia nos hicieron tan desdichados que es preciso no prohibir nada a un niño, lo que dispondremos a su alrededor será un medio sensorial totalmente diferente. Lo que equivale a decir que la identidad narrativa de los padres provoca un sentimiento cuya emoción se expresa por medio de los comportamientos que se dirigen al niño. Estos comportamientos, provistos de sentido por efecto de la historia de los padres, constituyen el entorno sensorial que guía los desarrollos del niño. Al llegar las últimas semanas del embarazo, el feto deja de ser un receptor pasivo. Se convierte en un pequeño actor que va a buscar en su medio las guías que más le convienen. Para analizar un temperamento, habrá que describir por tanto una espiral de interacción en la que el bebé, que ya ha adquirido sensibilidad hacia determinados acontecimientos sensoriales, se desarrolla preferentemente siguiendo dichas guías. Sucede que, materialmente compuestas por los comportamientos dirigidos al niño, la forma de esas guías se explica en función de la historia de los padres. Es probable que este nuevo modelo de temperamento resulte sorprendente ya que une dos fenómenos de naturaleza diferente: la biología y la historia. Podemos simplificar esta exposición teórica en una sola frase: hacer que nazca un niño no basta, también hay que traerlo al mundo. La expresión «hacer que nazca» describe los procesos biológicos de la sexualidad, del embarazo y del alumbramiento. «Traerlo al mundo» implica que los adultos disponen alrededor del niño los circuitos sensoriales y de sentido que le servirán como guías de desarrollo y le permitirán tejer su resiliencia. De este modo podremos analizar el encadenamiento de las fases en el transcurso del crecimiento del niño v a lo jareo del proceso de andamiaje de los temperamentos, el cual se levanta durante el período de las interacciones precoces. Nadie pensaría en dar comienzo a la historia de un bebé el día de su nacimiento. «El feto no constituye la prehistoria, sino el primer ca-
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pítulo de la historia de un ser, el primer capítulo del misterioso establecimiento de su narcisismo primario. » Ahora bien, esa historia comienza mediante un proceso totalmente ahistórico: el de la genética, a la que sigue el desarrollo biológico de las células y los órganos. Desde hace algunos años, nuestros aparatos de exploración técnica, como el que facilita la geografía, nos han permitido observar cómo, a partir de las últimas semanas del embarazo, los bebés personalizan sus respuestas de comportamiento. Hace ya mucho tiempo que se venía planteando esa hipótesis, pero sólo en época muy reciente ha podido confirmarse: «La vida intrauterina y la primera infancia se hallan mucho más imbricadas en una conexión de continuidad de lo que induce a pensar la impresionante cisura del acto del alumbramiento», decía Freud a principios del siglo pasado. Hoy en día, la ecografía permite sostener que las últimas semanas del embarazo constituyen el primer capítulo de nuestra biografía. ¡La observación natural de la vida intrauterina hecha finalmente realidad gracias a un artificio técnico! El desarrollo intrauterino de los canales de comunicación sensoriales ha sido bien establecido en la actualidad. El tacto constituye el canal primordial a partir de la séptima semana. A partir de la undécima semana, el gusto y el olfato funcionan como un único sentido cuando el bebé deglute un líquido amniótico perfumado por lo que come o respira la madre. Sin embargo, a partir de la vigésimo cuarta semana, el sonido provoca una vibración del cuerpo de la madre y viene a acariciar la cabeza del bebé. El niño reacciona a menudo con un sobresalto, una aceleración del ritmo cardíaco o un cambio de postura. A Freud le habría gustado observar en la ecografía, y más tarde a simple vista, tras el nacimiento, que existe, en efecto, una continuidad en el estilo de comportamiento. Pero habría destacado que se trata de una adquisición de comportamiento cuyo efecto no dura lo que duran las primeras páginas de una biografía. Otras muchas presiones intervendrán posteriormente para proseguir la configuración. Las hipótesis de la vida psíquica prenatal siempre han provocado por igual reacciones entusiastas o sarcásticas. Hoy en día, la observación pertenece al orden
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del «no-hay más-que». No hay más que sentar se en un sillón mientras el especialista, en el transcurso de la segunda ecografía legal, pide a la madre que recite una poesía o que pronuncie algunas palabras. Las cintas que se analizarán más tarde no registrarán, en beneficio de la claridad del análisis, más que algunos ítems: aceleración del ritmo cardíaco, flexión-extensión del tronco, movimiento de los miembros inferiores y de los miembros superiores, movimientos de succión y movimientos de cabeza. Da la impresión de que cada bebé manifiesta un tipo de respuesta que le es propio. Algunos prefieren brincar como pequeños Zidane; otros se centran en el lenguaje de las manos, apartándolas o apretándolas contra el rostro o contra el corazón como pequeños cantantes; otros aún responden a la voz materna chupándose el pulgar; mientras que una minoría apenas acelera los latidos de su corazón y permanece con los brazos y las piernas cruzados. Estos últimos probablemente piensen que aún tienen entre seis y ocho semanas por delante para demorarse sin ningún problema en este alojamiento uterino y que ya tendrán tiempo para responder a estas estúpidas indagaciones de los adultos. Las respuestas intrauterinas representan ya una adaptación a la vida extrauterina. Al final del embarazo se manifiestan incluso movimientos defensivos que prueban que el niño sabe ya tratar ciertos problemas de orden perceptivo: retira la mano al notar el contacto con la aguja de la amniocentesis o, por el contrario, viene a pegarse contra la pared uterina cuando el especialista en háptica* aprieta suavemente el vientre de la madre. Mucho antes de que se produzca el nacimiento, el bebé deja de estar dentro de la madre y pasa a estar con ella. Comienza a establecer algunas interacciones. Responde a sus demandas de comportamiento, a sus sobresaltos, a sus gritos o a su sosiego mediante cambios de postura y aceleraciones del ritmo cardíaco. En donde se aprecia que la boca del feto revela la angustia de la madre verdaderamente, hay personas que poseen una misteriosa forma de inteligencia. Se denomina háptica, según un término introducido por el filósofo alemán Max Dessoir, a la rama de la fisiología y la psicología empírica que se ocupa del estudio de las sensaciones
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táctiles. (N. d. t. ) ción directa de los bebés con una serie de suaves experimentos. Hablar fente al rostro de un bebé provoca su sonrisa. Volver la cabeza mientras se le habla o ponerse una máscara no le divierte en absoluto. Estas observaciones experimentales no excluían el trabajo de la palabra, que confiere a la persona una coherencia interna. ¿Cómo se las arregló este psicoanalista para describir, ya en 1958, los comportamientos de un feto que no podía ver? ¿Cómo hizo para observar el «prototipo de la angustia [... ], el origen fisiológico del desarrollo del pensamiento humano», y cómo pudo apreciar el efecto autoapaciguador de los comportamientos de la boca, a la que llamaba «cavidad primitiva»? Cincuenta años más tarde, los médicos que realizan ecografías confirman sin dificultad este efecto apaciguador. Cuantos más movimientos hace el feto con la boca, menos se agita su cuerpo. Realiza ya los prototipos de comportamiento correspondientes a los actos de lamer, comer, besar y hablar que constituirán el eficaz tranquilizante que le acompañará de por vida. No ha nacido uno aún y ya se está uno tejiendo. La memoria de cortoplazo que surge en ese momento permite los primeros aprendizajes. Se trata de una memoria sensorial, una especie de sabiduría del cuerpo que conserva las informaciones llegadas desde el exterior y da forma a nuestros modos de reaccionar. Una situación natural permite observar a simple vista de qué modo los fetos de siete meses y medio adquieren las estrategias de comportamiento que ya empiezan a caracterizarles. Cuando los bebés prematuros vienen al mundo con varias semanas de antelación, se constata que no se desplazan al azar en el interior de las incubadoras. Casi todos brincan y ruedan sobre sí mismos hasta lograr algún contacto. Algunos se calman tan pronto han tocado algo, que puede ser una de las paredes de la incubadora, su propio cuerpo o un estímulo sensorial proveniente del entorno humano, como una caricia, el acto de cogerlo en brazos, o incluso, simplemente, la música de una palabra. Otros bebés, poco dados a la exploración, apenas se mueven, mientras que algunos son difíciles de calmar. Parece que los bebés prematuros capaces de moverse hasta entrar en contacto con lo que les tranquiliza son aquellos que
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han estado en el seno de una madre sosegada. Por el contrario, los mocosos que se mantienen prácticamente inmóviles o los que se comportan de un modo frenético y resultan difíciles de calmar serían los pertenecientes a madres desdichadas o estresadas, madres deseosas de abandonar al niño o, al contrario, tendentes a ocuparse de él en exceso. Por consiguiente, ¿podría actuar un determinado contenido psíquico de la mujer encinta sobre el estado del comportamiento psíquico del recién nacido? Formulada de este modo, sin más explicaciones, la cuestión corre el riesgo de evocar una suerte de espiritismo, si no supiéramos que la transmisión psíquica es materialmente posible. Basta con asociar el trabajo de una psicoanalista con las observaciones de comportamiento que realizan los obstetras para hacer visible el hecho de que el estado mental de la madre puede modificar las adquisiciones de comportamiento que efectúa el bebé que alberga. Por mucho que digamos que el embarazo no es una enfermedad, no por ello deja de ser una dura prueba. Pese a los inauditos progresos del seguimiento de las mujeres encintas, «sólo el 33% de las mujeres embarazadas están psíquicamente sanas, el 10% sufren trastornos emocionales notables, el 25% presenta alguna patología asociada, y el 27% ha tenido antecedentes ginecológicos y obstétricos responsables de situaciones de angustia». El contenido psíquico, ya sea de euforia o desesperación, se halla constituido por una representación mental que pone en imágenes y palabras, en el escenario interno, la felicidad de tener un hijo o su dificultad. El contexto afectivo y social es justamente el que puede atribuir un sentido opuesto a un mismo acontecimiento. Si la madre está gestando el niño de un hombre al que detesta, o si el simple hecho de convertirse en madre como su propia madre evoca recuerdos insoportables, su inundo íntimo será sombrío. Ahora bien, las pequeñas moléculas del estrés atraviesan fácilmente el filtro de la placenta. El abatimiento o la agitación de la madre, su silencio o sus gritos cuajan en torno al feto un medio sensorial materialmente distinto. Lo que equivale a decir que las representaciones íntimas de la madre, provocadas por sus relaciones, ya sean éstas actuales o pasadas, sumergen al niño en un entorno sensorial
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de formas variables. Cuando los estímulos biológicos respetan los ritmos del bebé, permiten el aprendizaje de los comportamientos de apaciguamiento. Sin embargo, cuando la desesperación materna vacía el entorno del bebé o lo inunda con las moléculas de su estrés, el niño puede aprender a aletargarse o a volverse frenético. La historia de la madre, sus relaciones actuales o pasadas, participan de este modo en la constitución de ciertos rasgos de temperamento en el niño que va a nacer o que acaba de nacer. Antes de la primera mirada, antes del primer aliento, el recién nacido humano se ve engullido por un mundo en el que la vida sensorial tiene ya una historia. Y en ese medio es en el que deberá desarrollarse. Los recién nacidos no pueden ir a parar a ningún otro sitio que no sea la historia de sus padres. Ciertos padres tienen la dicha de acoger a niños de temperamento fácil. Estos recién nacidos manifiestan desde su llegada al mundo unos ciclos biológicos regulares y previsibles. Los padres se adaptan sin dificultad, lo que les permite no experimentar el nacimiento del bebé como la llegada de un pequeño tirano. Todo acontecimiento nuevo alegra a este niño que se despierta sonriente y se calma al menor contacto familiar. Sin embargo, la mayoría de los determinismos humanos no son definitivos. Esta trama temperamental es tan fácil de tejer que muchos padres se sienten libres a pesar de la presencia del recién nacido. Al desarrollar su intensa vida social de muchachos jóvenes, desorganizan este prometedor punto de partida. Un niño demasiado fácil corre el riesgo de verse solo, lo que altera el eslabón siguiente. Y al revés, un pequeño problemático que obligue a los padres a una mayor vigilancia puede reparar el trastorno y mejorar el tejido del vínculo. Otros bebés son lentos, linfáticos. Se echan para atrás y se repliegan ante toda novedad. Sólo una vez que se sientan seguros se atreverán a explorar la novedad y a retomar su desarrollo. Si este rasgo temperamental se expresa en una familia de estilo existencial apacible, el vínculo se tejerá con lentitud y el niño se desarrollará bien. Por el contrario, este mismo estilo de comportamiento en una familia de velocistas podría exasperar a unos padres impacientes: «¡Vamos, muévete!». Al asustar al niño, estos padres agravarán su lentitud. Los
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lactantes difíciles representan el 5% de la población de recién nacidos. Siempre de mal humor, con despertares ariscos, protestan ante cualquier cambio y se sienten mal cuando no los hay. No pudiéndoseles consolar sino a duras penas, resultan agotadores para los padres. Este temperamento es ciertamente la consecuencia de un tejido prenatal trabajoso; y, al igual que todos los demás rasgos del comportamiento, será interpretado por los padres. Si viven en unas condiciones sociales y afectivas que les concedan una gran disponibilidad, si su sentido del humor les permite desdramatizar esta prueba realmente fatigosa o prestarse la suficiente ayuda mutua como para poder descansar, en unos cuantos meses el temperamento difícil se calmará y el niño, al sentirse más seguro, cambiará de estilo de comportamiento. Sin embargo, según cuáles sean las circunstancias de su propio contexto o de su propia historia, los padres no siempre conseguirán superar esta prueba. Un padre agotado por sus condiciones de trabajo o entristecido por el significado que adquiere el niño («Me impide ser feliz, viajar, continuar mis estudios»), una madre aprisionada por este pequeño tirano, vivirán sus chillidos nocturnos o su carácter intratable como una voluntad persecutoria. Exhaustos y decepcionados, se defienden agrediendo al agresor que, sintiéndose inseguro, chilla y aumenta más aún su temperamento arisco. Los niños excesivamente activos se lanzan sobre todo lo que pueda constituir un acontecimiento. Tan pronto como aprenden a gatear, tiran de los manteles, meten los dedos en los agujeros peligrosos, se lanzan sin miedo abajo y arriba de los peldaños de la escalera. Algunos años más tarde, provocarán el rechazo de las personas de su entorno. En el colegio, donde la obligación de permanecer inmóvil es inmensa, se comportan como inadaptados, lo que explica su mal pronóstico social. Sin embargo, en otro contexto, en el campo o en una fábrica, lugares en donde la motricidad posee un valor de adaptación, este frenesí de acción hace de ellos unos compañeros muy solicitados. La organización cultural interviene muy pronto en la estabilización de un rasgo temperamental. En China, cuándo la vida del hogar es tranquila, ritual e imperturbable, los recién nacidos se estabilizan enseguida. Por el
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contrario, en Estados Unidos, unos padres agitados y ruidosos alternan el huracán de su presencia con el desierto de sus reiteradas ausencias. Los niños se adaptan a esta situación desarrollando unos rasgos de comportamiento que alternan el frenesí de la acción con la ceba a que se los somete, a través de los ojos y la boca, con el fin de colmar el vacío de su desierto afectivo. Las estrategias de socialización se diferencian muy pronto. Un rasgo de temperamento impregnado en el bebé antes y después de su nacimiento debe encontrar una base de seguridad en los padres. Sobre el cimiento de esta seguridad se levantarán los andamios de la primera planta del estilo de relación. La base inicial reposa sobre un triángulo. El recién nacido aún no sabe quién es y quién no es él mismo, ya que en esta fase de su desarrollo un bebé es lo que percibe. Ahora bien, en su primer mundo, percibe un gigante sensorial, una base de seguridad a la que llamamos «madre» y en torno a la cual gravita otra base menos pregnante a la que denominamos «padre». En este triángulo, todo recién nacido recibe las primeras impresiones de su medio y descubre quién es gracias a los primeros actos que efectúa en él. Este bebé sometido a la influencia de sus cuidadores habita los sueños y las pesadillas de sus padres. Será la asociación de sus mundos íntimos la que disponga en torno del niño el mundo sensorial de sus guías de desarrollo. Cuando Carmen vino al mundo, ya se había visto un tanto sacudida por las pruebas médicas de su madre, que había padecido mucho y se había visto obligada a permanecer en cama durante todo su embarazo. «Tan pronto como la vi, me dije: “me gustaría que siempre fuese pequeña”. » Por la misma época, el padre había estado a punto de quedar en bancarrota. Ahora bien, un fracaso social de esa magnitud le habría vuelto a supeditar a su mujer, que poseía un buen nivel universitario mientras que él sólo había podido contar con su arrojo para montar una empresa. Psicológicamente, su éxito le había colocado en situación de igualdad con su mujer, pero la posibilidad de una quiebra amenazaba con ponerle nuevamente en situación de inferioridad. Además, cuando llegó el bebé y la madre, fatigada, tuvo dificultades para ocuparse de él, el padre restableció el precario equilibrio
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haciéndose cargo de la recién nacida. Los que observaban la escena decían: «Qué padre tan amable y protector. Ayuda a su mujer a pesar de sus dificultades económicas». En realidad, este comportamiento del padre transmitía a la madre lo siguiente: «Ni siquiera eres capaz de ocuparte de ella. Yo te enseñaré lo que hay que hacer. Tú limítate a cuidarte». La madre se vio muy sorprendida al constatar la hostilidad que sentía hacia este bebé que le acaparaba al marido y hacía surgir en ella un sentimiento de incompetencia. «No sé por qué Lucien (mi primer hijo) fue tan fácil de criar. Aquel bebé me dio confianza en mí misma, mientras que Carmen me hizo vulnerable. » Los actores de este triángulo representan unas escenas permanentemente cambiantes que definen unos entornos bien perfilados y quedan impregnados en la memoria del niño, constituyendo el andamiaje cuyas líneas maestras seguirá el temperamento del bebé para construir la siguiente planta. He aquí algunos ejemplos de andamiaje: «Yo no quería ese niño. Lo hice por mi marido. Tan pronto lo vio, dio media vuelta y huyó como un ladrón. El sereno tuvo que salirle al paso... En ese momento, todo se vino abajo, quise estampar contra el suelo la cabeza de mi hija. Él me lo impidió». Veinte años después, el marido vuelve a marcharse, esta vez definitivamente, abandonando a la madre y a la hija, que habían establecido una deliciosa complicidad. «El primer día fue maravilloso», me dice otra señora. «Pero tan pronto volví a casa, comprendí que por causa de esa niña, jamás podría abandonar a mi marido. Sólo quise a mi hija unos pocos días. » Diez años más tarde, la chiquilla decora toda la casa con dibujos y declaraciones de amor a su madre. «Marietta siempre ha tratado de rebajarme. Cuando era un bebé, se negaba a aceptar el pecho pero tomaba el biberón con una gran sonrisa en brazos de su padre. Tenía celos de ella. No conseguía que nuestra relación fuese más próxima. » Hoy en día, la muchacha no deja pasar una sola ocasión de humillar a su madre. «Quiero al bebé para mí sola. Detesto a los hombres. Sueño con vivir encerrada con mi hija. Nos haríamos compañía en nuestra soledad. » Cinco años más tarde, la fusión entre ambas es extrema. La madre llora cuando la chiquilla tiene un catarro y la niña se niega a ir al colegio,
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temerosa de que su madre muera durante su ausencia. Los escenarios son infinitos. La escena del teatro familiar está compuesta por los relatos de cada uno, por las historias que precedieron al encuentro, y, más tarde, por el contrato inconsciente de la pareja y las modificaciones que se introducen en él con la llegada del bebé. Este conjunto de narraciones, no siempre armoniosas, constituye el campo de presiones gestuales y verbales que moldea al niño. El sentido que los padres atribuyen al bebé arraiga en su propia historia, como una especie de animismo que atribuyese al niño un alma emanada. de su pasado adulto. Sin embargo, sometidas al efecto de la siempre imprevista afloración de los acontecimientos, las historias se reorganizan sin cesar. De este modo, un riesgo vital puede transformarse en un elemento vigorizador. Évangélia gritó en 1923, viendo a su hija en la maternidad del Flower Hospital de Nueva York: «¡Lleváosla, no quiero verla!». Esta frase expresaba su desesperación por haber dejado Grecia y encontrarse sola en Nueva York. Su marido, abatido, había olvidado inscribir a la niña en la oficina del Registro civil. Los primeros años del desarrollo de la pequeña Maria fueron difíciles, volviéndola lenta y frágil a causa de su aislamiento afectivo. Algunas décadas más tarde se convertiría en la magnífica Maria Callas, cuyo talento y personalidad conmocionaron el mundo de la lírica. Las alteraciones iniciales debidas a la desdicha de los padres, la difícil historia de la pareja y su pasado personal, explican sin duda la compensación bulímica de la joven María, que trataba de colmar así su vacío afectivo. Sin embargo, más adelante, el encuentro con el círculo operístico, al colmarla de una forma distinta, añadió un nuevo elemento determinante que le dio una asombrosa voluntad de trabajar y adelgazar.
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‘‘Cada adversidad, cada fracaso, cada angustia, lleva consigo la semilla de un beneficio igual o mayor.’’
—Napoleón hill.
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l interés por comprender y explicar cómo el ser humano hace frente a las experiencias traumáticas siempre ha existido, pero ha sido tras los últimos atentados que han conmocionado al mundo cuando este interés ha resurgido con fuerza. Más allá de los modelos patogénicos de salud, existen otras formas de entender y conceptualizar el trauma. Durante los primeros momentos de una catástrofe la mayoría de los expertos y la población centran el foco de la atención en las debilidades del ser humano. Es natural concebir a la persona que sufre una experiencia traumática como una víctima que potencialmente desarrollará una patología. Sin embargo, desde modelos más optimistas, se entiende que la persona es activa y fuerte, con una capacidad natural de resistir y rehacerse a pesar de las adversidades. Esta concepción se enmarca dentro de la Psicología Positiva que busca comprender los procesos y mecanismos que subyacen a las fortalezas y virtudes del ser humano. La aproximación convencional a la psicología del trauma se ha focalizado exclusivamente en los efectos negativos del suceso en la persona que lo experimenta, concretamente, en el desarrollo
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del trastorno de estrés postraumático (TEPT) o sintomatología asociada. Las reacciones patológicas son consideradas como la forma normal de responder ante sucesos traumáticos; más aún se ha estigmatizado a aquellas personas que no mostraban estas reacciones, asumiendo que dichos individuos sufrían de raras y disfuncionales patologías (Bonanno, 2004). Sin embargo, la realidad demuestra que, si bien algunas personas que experimentan situaciones traumáticas llegan a desarrollar trastornos, en la mayoría de los casos esto no es así, y algunas incluso son capaces de aprender y beneficiarse de tales experiencias. Al focalizar la atención de forma exclusiva en los potenciales efectos patológicos de la vivencia traumática, se ha contribuido a desarrollar una “cultura de la victimología” que ha sesgado ampliamente la investigación y la teoría psicológica (Gillham y Seligman, 1999; Seligman y Csikszentmihalyi, 2000) y que ha llevado a asumir una visión pesimista de la naturaleza humana. Dos peligrosas asunciones subyacen en esta cultura de la victimología: 1. El trauma siempre conlleva grave daño 2. El daño siempre refleja la presencia de trauma (Gillham y Seligman, 1999). En el campo de la salud mental, es habitual la presencia de ideas esquemáticas sobre la respuesta del ser humano ante la adversidad (Avia y Vázquez, 1999), ideas preconcebidas acerca de cómo reaccionan las personas ante determinadas situaciones, basadas generalmente en prejuicios y estereotipos y no en hechos y datos comprobados. Ejemplo de ello es la creencia ampliamente arraigada en la cultura occidental de que la depresión y la desesperación intensa son inevitables ante la muerte de seres queridos, o que la ausencia de sufrimiento ante una pérdida indica negación, evitación y patología. Estas ideas han llevado a asumir que existe una respuesta unidimensional y de escasa variabilidad en las personas que sufren pérdidas o experimentan sucesos traumáticos (Bonanno, 2004) y a ignorar las diferencias individuales en la respuesta a situaciones estresantes (Everstine y Everstine, 1993; Peñacoba y Moreno, 1998). Un estudio pionero de Wortman y Silver (1989) recopila datos empíricos que demuestran que tales suposiciones no son correctas:
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la mayoría de la gente que sufre una pérdida irreparable no se deprime, las reacciones intensas de duelo y sufrimiento no son inevitables y su ausencia no significa necesariamente que exista o vaya a existir un trastorno. Y es que las personas suelen resistir con insospechada fortaleza los embates de la vida, e incluso ante sucesos extremos hay un elevado porcentaje de personas que muestra una gran resistencia y que sale psicológicamente indemne o con daños mínimos del trance (Avia y Vázquez, 1998; Bonanno, 2004). La Psicología Positiva recuerda que el ser humano tiene una gran capacidad para adaptarse y encontrar sentido a las experiencias traumáticas más terribles, capacidadque ha sido ignorada por la Psicología durante muchos años (Park, 1998; Gillham y Seligman, 1999; Davidson, 2002). Numerosos autores proponen reconceptualizar la experiencia traumática desde un modelo más saludable que, basado en métodos positivos de prevención, tenga en consideración la habilidad natural de los individuos de afrontar, resistir e incluso aprender y crecer en las situaciones más adversas (Calhoun y Tedeschi, 1999).
REACCIONES ANTE LA EXPERIENCIA TRAUMÁTICA La reacción de las personas ante experiencias traumáticas puede variar en un continuum y adoptar diferentes formas: TRASTORNO La Psicología tradicional se ha centrado mayoritariamente en este aspecto de la respuesta humana, asumiendo que potencialmente toda persona expuesta a una situación traumática puede desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT) u otras patologías (Paton et al., 2000) y elaborando estrategias de intervención temprana destinadas a todos los afectados por un suceso de esta índole. Sin embargo, el porcentaje de personas expuestas a sucesos traumáticos que desarrollan patologías posteriores es mínimo. Además, no hay que olvidar que, del porcentaje de individuos
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que en los primeros meses pueden ser diagnosticados con alguna patología, la mayoría se va recuperando de forma natural y en un breve espacio de tiempo recupera el nivel normal de funcionalidad. En un estudio realizado tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York se muestra que, si bien en una primera evaluación realizada un mes después de los atentados, la prevalencia de TEPT en la población general de Nueva York era de 7.5%, seis meses después este porcentaje había descendido a un 0.6% (Galea, Vlahovm, Ahern, Susser, Gold, Bucuvalas y Kilpatrick, 2003), de forma que la gran mayoría de personas había seguido un proceso de recuperación natural donde los síntomas desaparecían y volvían al nivel de funcionalidad normal. Es importante resaltar, aunque no sea un tema a tratar aquí, que resultados como éste ponen en tela de juicio la utilidad real del diagnóstico del TEPT, yaque estaríamos frente a un trastorno que se desvanece con el paso del tiempo. En este sentido, puede que sea más adecuado pensar que esa prevalencia de 7.5% es el reflejo de un conjunto de reacciones iniciales normales ante un suceso extremadamente adverso, que erróneamente se han considerado como síntomas patológicos y se han agrupado para convertirlos en un trastorno psiquiátrico. No es extraño que una persona expuesta a un acontecimiento traumático, directa o indirectamente, experimente pesadillas, recuerdos recurrentes, sintomatología física asociada, etc. La gran mayoría de las respuestas de aflicción y sufrimiento experimentadas y comunicadas por las víctimas son normales, incluso adaptativas. Insomnio, pesadillas, recuerdos intrusivos (algunas de las conductas y pensamientos tomados como síntomas de PTSD) reflejan respuestas normales frente a sucesos anormales (Summerfield, 1999). TRASTORNO RETARDADO Algunas personas expuestas a un suceso traumático y que no han desarrollado patologías en un primer momento, pueden hacerlo mucho tiempo después, incluso años más tarde. Sin embargo, la aparición de este tipo de casos es infrecuente. RECUPERACIÓN Desde la Psicología tradicional se ha tendido a ignorar el proceso
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de recuperación natural, que, si bien al principio lleva consigo la experiencia de síntomas postraumáticos o reacciones disfuncionales de estrés, con el paso del tiempo se desvanecen. Los datos apuntan a que alrededor de un 85% de las personas afectadas por una experiencia traumática sigue este proceso de recuperación natural y no desarrolla ningún tipo de trastorno (Bonanno, 2004). RESILIENCIA O RESISTENCIA La resiliencia (del inglés resilience) es un fenómeno ampliamente observado al que tradicionalmente se ha prestado poca atención, y que incluye dos aspectos relevantes: resistir el suceso y rehacerse del mismo (Bonanno, Wortman et al, 2002; Bonanno y Kaltman, 2001). Ante un suceso traumático, las personas resilientes consiguen mantener un equilibrio estable sin que afecte a su rendimiento y a su vida cotidiana. A diferencia de aquellos que se recuperan de forma natural tras un período de disfuncionalidad, los individuos resilientes no pasan por este período, sino que permanecen en niveles funcionales a pesar de la experiencia traumática. Este fenómeno se considera inverosímil o propio de personas excepcionales (Bonanno, 2004) y sin embargo, numerosos datos muestran que la resiliencia es un fenómeno común entre personas que se enfrentan a experiencias adversas y que surge de funciones y procesos adaptativos normales del ser humano (Masten, 2001). El testimonio de muchas personas revela que, aún habiendo vivido una situación traumática, han conseguido encajarla y seguir desenvolviéndose con eficacia en su entorno.
CRECIMIENTO POSTRAUMÁTICO Otro fenómeno olvidado por los teóricos del trauma es el de la posibilidad de aprender y crecer a partir de experiencias adversas. Como en el caso de la resilencia, la investigación ha mostrado que es un fenómeno más común de lo que a priori se cree, y que son muchas las personas que consiguen encontrar
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recursos latentes e insospechados (Manciaux, Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik, 2001) en el proceso de lucha que han tenido que emprender. De hecho, muchos de los supervivientes de experiencias traumáticas encuentran caminos a través de los cuales obtienen beneficios de su lucha contra los abruptos cambios que el suceso traumático provoca en sus vidas (Tedeschi y Calhoun, 2000). En definitiva, lo que se deduce de las investigaciones actuales sobre trauma y adversidad es que las personas son mucho más fuertes de lo que la Psicología ha venido considerando. Los psicólogos han subestimado la capacidad natural de los supervivientes de experiencias traumáticas de resistir y rehacerse (Bonanno, 2004). Los motivos por los que se viene ignorando la cara positiva del afrontamiento traumático merecen ser considerados. Algunos autores afirman que existe un proceso social de carácter cognitivo, denominado amplificación social del riesgo, que muestra la tendencia general a sobreestimar la magnitud, generalización y duración de los sentimientos de los demás (Paton et al., 2000; Brickman, Coates y Janoff-Bulman, 1978). Esta tendencia puede explicar en parte la victimización a la que se ven sometidas aquellas personas que sufren experiencias traumáticas. Los mismos profesionales de la salud mental cuando aplican indiscriminadamente instrumentos diagnósticos como el TEPT reflejan una concepción del ser humano desprendido del mundo y buscan en él todas las claves del trastorno. Se omite la influencia de factores externos en el origen y mantenimiento del llamado trastorno de estrés postraumático, es decir, la dimensión psicosocial del trauma que ubica a la persona que sufre en un contexto social (Blanco y Díaz, 2004), y se funciona como si las categorías diagnósticas fueran realidades negativas que deben ser explicadas. Estas creencias explicarían las elevadas tasas de incidencia del TEPT, halladas en algunos estudios. En este proceso se considera también que las personasque sufren una experiencia traumática, al ser invadidaspor emociones negativas como la tristeza, la ira o la culpa, son incapaces de experimentar emociones positivas. Históricamente, la aparición y potencial utilidad de las emociones positivas en contextos adversos ha sido considerada
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como una forma poco saludable de afrontamiento (Bonanno, 2004) y como un impedimento para la recuperación (Sanders, 1993). Sin embargo, recientemente, la investigación ha puesto de manifiesto que las emociones positivas coexisten con las negativas durante circunstancias estresantes y adversas (Folkman y Moskowitz, 2000; Calhoun y Tedeschi, 1999; Shuchter y Zisook, 1993) y que pueden ayudar a reducir los niveles de angustia y aflicción que siguen a la experimentación de dichas circunstancias (Fredrickson, 1998). En este sentido, algunas investigaciones ofrecen resultados novedosos y concluyentes. En 1987 un grupo de personas que sufría lesiones medulares fue entrevistado en diferentes momentos tras haber sufrido la lesión incapacitante. Los resultados mostraron que la experiencia de emociones positivas se daba desde los primeros días tras el accidente, siendo estos sentimientos positivos más frecuentes que los negativos a partir de la tercera semana (Wortman y Silver, 1987). En dos estudios llevados a cabo por Keltner y Bonanno en una misma muestra de 40 individuos que había sufrido la muerte de su pareja, se mostró que las personasque exhibían sonrisas genuinas (aquellas en las que se activa el músculo orbicular del ojo) cuando hablaban sobre su reciente pérdida presentaban un mejor ajuste funcional, un mejor estado de sus relaciones interpersonales y menores niveles de dolor y angustia 6, 14 y 25 meses después de la pérdida (Keltner y Bonanno, 1997; Bonanno y Keltner, 1997). En otro estudio realizado con 29 supervivientes de accidentes con daños en la médula espinal, se encontró que aunque los accidentados percibían su situación como relativamente negativa, referían paralelamente que su sentimiento de felicidad no había desaparecido y que era bastante mayor del que habrían esperado (JanoffBulman y Wortman, 1977). En un trabajo más reciente sobre los atentados en Nueva York del 11 de septiembre (uno de los pocos estudios sobre el 11-S que no se han centrado en estudiar la patología y la vulnerabilidad), se explica que experimentar emociones positivas como gratitud, amor o interés, entre otras, tras la vivencia de un suceso traumático, aumenta a corto plazo la vivencia de experiencias subjetivas positivas, realza el afrontamiento activo y promueve la
El concepto de crecimiento postraumático hace referencia al cambio positivo que un individuo experimenta como resultado del proceso de lucha que emprende a partir de la vivencia de un suceso traumático (Calhoun y Tedeschi, 1999). Para la corriente americana, este concepto, aunque está estrechamente relacionado con otros como hardiness o resiliencia no es sinónimo de ellos, ya que, al hablar de crecimiento postraumático no sólo se hace referencia a que el individuo enfrentado a una situación traumática consigue sobrevivir y resistir sin sufrir trastorno alguno, sino que además la experiencia opera en él un cambio positivo que le lleva a una situación mejor respecto a aquella en la que se encontraba antes deocurrir el suceso (Calhoun y Tedeschi, 2000). Desde la perspectiva francesa, sin embargo, sí serían equiparables crecimiento postraumático y resiliencia. La idea del cambio positivo consecuencia del enfrentamiento a la adversidad aparece ya en la Psicología existencial de autores como Frankl, Maslow, Rogers o Fromm. Además, la concepción del ser humano capaz de transformar la experiencia traumática en aprendizaje y crecimiento personal ha sido un tema central en siglos de literatura, poesía, filosofía… (Saakvitne, Tennen y Affleck, 1998), pero ignorada por la Psicología clínica científica durante muchos años. Es importante recordar que cuando se habla de crecimiento postraumático se hace referencia al cambio positivo que experimenta una persona como resultado del proceso de lucha que emprende a partir de un suceso traumático, que
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desactivación fisiológica, mientras que a largo plazo,minimiza el riesgo de depresión y refuerza los recursos de afrontamiento (Fredrickson y Tugade, 2003). Todos estos estudios muestran la incuestionable presencia de las emociones positivas en contextos de adversidad y dan cuenta de los potenciales efectos beneficiosos que éstas tienen.
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no es universal y que no todas las personas que pasan por una experiencia traumática encuentran beneficio y crecimiento personal en ella (Park, 1998; Calhoun y Tedeschi, 1999). Las investigaciones se han centrado en delimitar qué características de personalidad facilitan o impiden un desarrollo o un cambio positivo a raíz de experiencias traumáticas. Optimismo, esperanza, creencias religiosas y extraversión son algunas de las características que de forma más frecuente aparecen en los estudios como factores de resistencia y crecimiento. Calhoun y Tedeschi (1999; 2000), dos de los autores que más han aportado a este concepto, dividen en tres categorías el crecimiento postraumático que pueden experimentar las personas: cambios en uno mismo, cambios en las relaciones interpersonales y cambios en la espiritualidad y en la filosofía de vida. Cambios en uno mismo: es un sentimiento común en muchas de las personas que afrontan una situación traumática el aumento de la confianza en las propias capacidades para afrontar cualquier adversidad que pueda ocurrir en el futuro. Al lograr hacer frente a un suceso traumático, el individuo se siente capaz de enfrentarse a cualquier otra cosa. Este tipo de cambio puede encontrarse en aquellas personas que, por sus circunstancias, se han visto sometidas a roles muy estrictos u opresivos en el pasado y que a raíz de la lucha que han emprendido contra la experiencia traumática han conseguido oportunidades únicas de redireccionar su vida. Estas ideas son consistentes con los trabajos que indican que las convicciones políticas e ideológicas son el principal factor positivo de resistencia en presos políticos y torturados (Pérez-Sales y Vázquez, 2003). Cambios en las relaciones interpersonales: muchas personas ven fortalecidas sus relaciones con otras a raíz de la vivencia de una experiencia traumática. Suele ser común la aparición de pensamientos del tipo “ahora sé quienes son mis verdaderos amigos y me siento mucho más cerca de ellos que antes”. Muchas familias y parejas enfrentadas a situaciones adversas dicen sentirse más unidas que antes del suceso. En un estudio realizado con un grupo de madres cuyos hijos recién nacidos sufrían serios trastornos médicos, se mostró que un 20% de estas mujeres decía sentirse más cerca de sus familiares que
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antes y que su relación se había fortalecido (Affleck, Tennen y Gershman, 1985). Por otro lado, el haber hecho frente a una experiencia traumática despierta en las personas sentimientos de compasión y empatía hacia el sufrimiento de otras personas y promueve conductas de ayuda. Cambios en la espiritualidad y en la filosofía de vida: las experiencias traumáticas tienden a sacudir de forma radical las concepciones e ideas sobre las que se construye la forma de ver el mundo (Janoff-Bulman, 1992). Es el tipo de cambio más frecuente. Cuando un individuo pasa por una experiencia traumática cambia su escala de valores y suele apreciar el valor de cosas que antes obviaba o daba por supuestas. Aunque se tiende a suponer que la mayoría de la evidencia empírica sobre la existencia de resiliencia y crecimiento postraumático se ha basado en estudios de caso único de personas excepcionalmente fuertes o extraordinarias (Masten, 2001), existen estudios sistemáticos queanalizan muestras grandes y que encuentran resultados favorables que apoyan el hecho de que son fenómenos comunes. Así por ejemplo, en un estudio realizado con 154 mujeres que en su infancia habían sufrido abuso sexual, casi la mitad de ellas (46.8%) informaron haber encontrado algún beneficio de la experiencia vivida, beneficios que pudieron agruparse en cuatro categorías: capacidad de protección de los niños frente al abuso, capacidad de auto-protección, incremento en el conocimiento del abuso sexual y desarrollo de una personalidad más resistente y autosuficiente. Este estudio viene a contradecir la tradicional creencia de que la mayoría de las personas que sufren abuso sexual en la infancia desarrollan un sentimiento de indefensión que les hace vulnerables y sugiere que muchas de las mujeres abusadas parecen salir fortalecidas de su experiencia y con mayores herramientas para protegerse a sí mismas y a sus hijos (McMillen, Zurvain y Rideout, 1995). En la línea de lo que afirman los autores antes citados sobre la coexistencia de emociones positivas y negativas, un 88.9% de las mujeres que percibieron beneficio de la experiencia de abuso sexual informaron también de percepción de daño (Calhoun y Tedeschi, 1999; 2000). En un estudio retrospectivo realizado
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con 36 supervivientes de una catástrofe en una plataforma petrolífera,a los que se entrevistó 10 años espués del suceso, se encontró que un 61% de los entrevistados percibía algún beneficio resultante de su trágica experiencia, como mejora en sus relaciones personales, crecimiento emocional y seguridad económica (Hull, Alexander y Klein, 2002). Otras investigaciones se han centrado en individuos enfrentados a enfermedades graves y hospitalizaciones delarga duración. En este senti o, numerosos estudios evidencian de forma sólida la existenia de procesos de crecimiento o aprendizaje. En el trabajo de Taylor, Lichtman y Word (1984) se preguntó a personas a las que se les había diagnosticado de cáncer, si su vida había experimentado cambios y qué cambios concretos experimentaron. El 70% contestó afirmativamente a la primera pregunta, y de ellos un 60% consideró positivos los cambios. En la mayoría de los casos los pacientes informaron de haber aprendido a tomarse la vida de otra formay a disfrutar más de ella. Otro estudio realizado con madres cuyos hijos recién nacidos habían permanecido un largo período de tiempo en una unidad de cuidados intensivos, encontró que el 70% de estas mujeres afirmaba que su matrimonio había salido fortalecido de la experiencia vivida (Affleck y Tennen, 1991). Igualmente, se ha puesto de manifiesto que muchas personas infartadas perciben beneficios de su mala experiencia (Affleck, Tennen, Croog y Levine, 1987). Un estudio realizado con 287 hombres que habían sufrido un ataque cardíaco, y en el que se pretendía evaluar la atribución causal y el beneficio percibido a las de sietes emanas de haber sufrido el infarto y a los ocho años, mostró que aquellos individuos que habían percibido beneficios tras el primer ataque, tenían menos posibilidades de sufrir un segundo ataque y exhibían una mejor recuperación ocho años después. Quizá la supuesta explicación sea que los pacientes comprendieron las ventajas de llevar una vida saludable, pero los beneficios percibidos no se quedaron sólo en esto. Muchos de los pacientes encontraron que el infarto les había hecho reconsiderar sus valores, prioridades y sus relaciones interpersonales. Los hombres que habían sufrido un nuevo ataque cardíaco en ese período de ocho años tendían a encon-
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trar más beneficios que aquellos que no habían recaído (Affleck et al. 1987)Las personas que experimentan crecimiento postraumático también suelen experimentar emociones negativas y estrés (Park, 1998). En muchos casos, sin la presencia de las emociones negativas el crecimiento postraumático no se produce (Calhoun y Tedeschi, 1999). La experiencia de crecimiento no elimina el dolor ni el sufrimiento, de hecho suelen coexistir (Park, 1998, Calhoun y Tedeschi, 2000). En este sentido, es importante resaltar que el crecimiento postraumático debe ser entendido siempre como un constructo multidimensional, es decir, el individuo puede experimentar cambios positivos en determinados dominios de su vida y no experimentarlos o experimentar cambios negativos en otros dominios (Calhoun, Cann, Tedeschi y McMillan, 1998). Para muchas personas, hablar de un crecimiento después del trauma, de una ganancia personal, es algo inaceptable e incluso obsceno. Sin embargo, la exitosa lucha por la supervivencia de la especie humana ha debido seleccionar mecanismos de adaptación a circunstancias sumamente ingratas que conllevan tanto beneficios como costes (Saakvitne et al., 1998). La naturaleza del crecimiento postraumático puede ser interpretada desde dos perspectivas diferentes. Por un lado, el crecimiento postraumático puede ser considerado como un resultado: el sujeto pone en marcha una serie de estrategias de afrontamiento que le llevan a encontrar beneficio de su experiencia. Por otro, el crecimiento postraumático puede ser entendido como una estrategia en si misma, es decir, la persona utiliza esta búsqueda de beneficio para afrontar su experiencia, de forma que más que un resultado es un proceso (Park, 1998). Las teorías que defienden la posibilidad de crecimiento o aprendizaje postraumático adoptan la premisa de que la adversidad puede, a veces, perder parte de su severidad a través de, o gracias a, procesos cognitivos de adaptación, consiguiendo no sólo restaurar las visiones adaptativas de uno mismo, los demás y el mundo, que en un principio podían haberse distorsionado, sino también fomentar la convicción de que uno es mejor de lo que era antes del suceso. Así, se ha propuesto que el crecimiento postraumático tiene lugar desde la cognición, más que
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desde la emoción (Calhoun y Tedeschi, 1999). En esta línea, la búsqueda de significado y las estrategias de afrontamiento cognitivo parecen ser aspectos críticos en el crecimiento postraumático (Park, 1998). Cabe preguntarse en este punto cuál debe ser el papel del psicólogo. Teniendo en cuenta que, al menos de momento, el crecimiento postraumático no puede ser creado por el terapeuta bajo una fórmula o procedimiento establecido, es necesario asumir que éste debe ser descubierto por el propio sujeto. El psicólogo debe ser capaz de descubrir y percibir en cada persona los distintos signos del despertar de este crecimiento para encauzarlos y ayudar en su desarrollo (Calhoun y Tedeschi, 1999). No todas las personas serán capaces de aprender de su experiencia traumática, pero algunas sí lo harán y admitir esta posibilidad ya es un avance. En la práctica clínica, sin embargo, hay que ser sumamentecauteloso, pues la presión hacia la percepción de beneficio puede conllevar sentimientos de frustración en personas que son incapaces de encontrar dicho beneficio (McMillen, Zuravin y Rideout, 1995). La posibilidad de incrementar los niveles de resiliencia y de crecimiento, tras pasar por situaciones ciertamente dversas, es aún una gran incógnita para la Psicología (Bartone, 2000). De hecho, si somos capaces de entender cómo y por qué algunas personas resisten y se benefician de experiencias extremadamente adversas y somos capaces de enseñar esta habilidad, los beneficios para el sistema sanitario mundial serían inconmensurables (Carver, 1998). Es necesario, por tanto, un gran volumen de investigación empírica que lleve a clarificar la naturaleza de los procesos de resistencia y crecimiento.
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FUERTE Y BELLO “La permanencia, perseverancia y persistencia a pesar de todos los obstáculos, desalientos e imposibilidades: es eso lo que distingue las almas fuertes de las débiles.” —Thomas Carlyle
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partir de aquí ¿será el medio en el que vive el sujeto o serán sus capacidades las que determinan el enfrentar y el superar una situación adversa?. Se trata entonces de considerar que hay factores específicos que influyen recíprocamente en el ámbito social y en el ámbito individual, fomentando un desarrollo exitoso en las personas que por estar sometidas a situaciones de alto riesgo son consideradas como personas con un desarrollo desfavorable o deficiente, estos factores que fomentan un desarrollo exitoso pueden ser externos e internos, los externos se refieren a condiciones del medio que apoyan el desarrollo del sujeto, y que pueden estar presentes en una situación dada, entre estas condiciones están las fuentes de apoyo y afecto, como la familia, los grupos de pares, las redes de apoyo psicosocial, las personas que dan seguridad y estima, un clima emocional positivo para el desarrollo que, en términos de Silva, “permita crecer en armonía, promoviendo el juego, la recreación, el aprender a sentir placer y satisfacción por lo que se va logrando”. Estos factores externos o condiciones del medio facilitan enfrenar situaciones estresantes. Los factores internos, que según Munist Et al “se refieren a atributos de la propia persona”, dan cuenta de las fortalezas y
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capacidades cognitivas y emocionales que tiene la persona para superar la adversidad, entre ellos está la estima, que indica en qué medida el individuo se siente capaz, eficiente y exitoso, Branden afirma que “este factor actúa como el sistema inmunológico de la conciencia, dándole resistencia, fortaleza y capacidad de regeneración, de tal modo que cuando baja disminuye la resistencia ante las adversidades de la vida”, también está la autoconfianza, la capacidad para relacionarse, la autonomía con la cual es capaz de elegir y vivenciar su mismidad. Así es como estos factores se refieren a las condiciones capaces de favorecer el desarrollo de individuos, y de disminuir la posibilidad de desarrollar desajuste psicosocial o vulnerabilidad frente a la presencia de factores de riesgo, que puedan llevar a un desajuste individual y social. Estos factores protectores de un desarrollo deficiente o de un desajuste social están en constante interacción, lo que posibilita una combinación sinérgica entre factores ambientales o fuentes de apoyo y factores o fortalezas individuales, para generar así un buen desarrollo, Reichters y Weintraub plantean: “los mecanismos protectores son tanto los recursos ambientales que están disponibles para las personas, como las fuerzas que éstas tienen para adaptarse a un contexto”. Por lo tanto, hay factores protectores tanto ambientales como individuales que determinan o que posibilitan el enfrentar y superar una condición adversa o estresante. Sin embargo, estos factores protectores tienen la característica de no ser estáticos, pues varían a través del tiempo y de acuerdo a los acontecimientos, esto conduce a decir que si bien la persona puede comportarse de forma competente ante una situación de riesgo, puede también ser vulnerable a otra situación de este tipo, de esta manera “el grado de resistencia no es estable, sino que varía a lo largo del tiempo y de acuerdo a las circunstancias”, pero, ¿qué hace que algunas personas sean vulnerables a situaciones de riesgo e invulnerables a otras situaciones de este tipo?. Se puede decir que los factores protectores tanto internos como externos tienen la característica de ser específicos para situaciones especificas, es decir, el sujeto tiene habilidades sociales, cognitivas y emocionales-(ver anexo)
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-específicas para manejar una situación adversa determinada, lo que implica, como lo expresan Wolin y Wolin, “una fuerza interna que hace que el individuo enfermo encuentre su resistencia interna para sobreponerse a la enfermedad”. –Habilidades sociales –Habilidades cognitivas –Habilidades para el control de las emociones El desarrollo humano en este contexto se da en la relación o combinación de factores estresantes, fortalezas individuales, vulnerabilidad y factores protectores, entendiendo que se puede generar capacidad de resistencia a la adversidad pero que también se puede dar un desarrollo deficiente tanto en lo individual como en lo social, que obstaculiza las reacciones resilientes en situaciones adversas. Desde esta perspectiva se puede considerar la condición de estrés como potencializador de competencia en el desarrollo humano, pero también puede ser considerada como obstaculizadora en el desarrollo de habilidades cognitivas, sociales, emotivas, lo que se puede traducir en un efecto iatrogénico, donde el estrés posibilita el bienestar, pero también puede posibilitar la interferencia de capacidades en el desarrollo, en este ámbito, Rutter plantea que “una misma variable puede actuar bajo distintas circunstancias, tanto en calidad de factor de riesgo como de protector”. De otro lado, el enfoque de la resiliencia no debe restringirse solamente a la caracterización de aquellas personas que, a pesar de vivir en condiciones desfavorables, se desarrollan exitosamente, se puede decir que la resiliencia hace parte de la condición humana ya que, si se parte del concepto de resiliencia de Grotberg que se fundamenta en ser la “capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o incluso ser transformado por ellas”, la resiliencia se encuentra en los escenarios públicos, privados e íntimos en los que se desenvuelve el sujeto diariamente, por lo que toda situación adversa o estresante que viva el ser humano en estos espacios trae inherentemente factores protectores, que básicamente se han fundamentado y fortalecido en el proceso de socialización y de interacción, y que llevan a superar esas situaciones dependiendo de los vínculos establecidos por par-
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te de los agentes socializantes como la familia, los medios de comunicación, el grupo de pares, la escuela, así pues, “...todo ser humano posee el potencial resiliente... la resiliencia implica la presencia de recursos y la posibilidad de desarrollarlos para hacer frente a la adversidad y prevenir sus efectos devastadores...puede desarrollarse gracias a una serie de factores y procesos “protectores” que la sostienen”. El ser humano puede ser resiliente cuando supera una situación angustiante gracias a los vínculos dados por las redes sociales, por los agentes socializantes, y sobre todo, por las características de la personalidad o factores protectores internos. Así es como a partir de este enfoque teórico de la resiliencia el ser humano tiene la posibilidad de orientar su desarrollo hacia una expansión de sus potencialidades que le permitan abrir paso a las posibilidades de bienestar, de calidad de vida y de superación. Así, para este abordaje de la resiliencia como perspectiva de desarrollo humano, las necesidades no solo cumplen el papel de carencia sino también de potencia, lo que le permite al ser humano ser actor y agente social con miras a un desarrollo participativo que integre la iniciativa individual y la eficacia social. No obstante, la teoría de las libertades humanas de Amartya Sen permite visualizar una perspectiva dentro del desarrollo humano con énfasis en la resiliencia, puesto que las libertades humanas que plantea en su abordaje teórico como las políticas, los servicios económicos, las oportunidades sociales, las garantías de transparencia, le permiten al ser humano aumentar sus oportunidades para lograr una calidad de vida que le propicie bienestar y satisfacción, y le posibiliten fortalecer habilidades y factores protectores internos alrededor de factores protectores externos, Sen considera que “La expansión de las libertades que tenemos razones para valorar no solo enriquece nuestra vida y la libera de restricciones, sino que también nos permite ser personas sociales más plenas, que ejercen su propia voluntad e interactúan con - e influyen en - el mundo en el que viven”. En este sentido, no solo es indispensable, para el presente abordaje,, un conceptodiferente de necesidad, sino que también se necesita una libre agencia del individuo para que genere un desarrollo exitoso, especialmente en situaciones de alto estrés
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o en condiciones desfavorables de vida, y para que permita además ejecutar actividades que fomenten y fortalezcan las habilidades cognitivas, sociales y emotivas. Teniendo en cuenta esto, se estaría posibilitando un desarrollo humano capaz de ser fin y motor de desarrollo social y a la vez, se le estaría posibilitando al ser humano generar un desarrollo íntegro en condiciones favorables y desfavorables, potencializándose como ser humano que es, a partir de una búsqueda y un mejoramiento constante de la calidad de vida, de desarrollo humano y desarrollo social. De esta manera, la connotación que proporciona la resiliencia como perspectiva de desarrollo humano implica la potencialización de lo que hace al ser humano humano, como su capacidad simbólica de reflexión, auto reflexión, crítica, autocrítica, su capacidad de ser constructor de desarrollo y de asumir conscientemente su condición humana. Para el desarrollo de esta construcción es indispensable tener como eje central la educación, la que sería posible por la expansión de las libertades y por la libre agencia del individuo, la cual es optimizada por la oportunidad que tiene de acceder a bienes y servicios. Este eje central debe promover factores para la formación de comportamientos y actitudes resilientes, como la capacidad de afrontamiento de situaciones desafiantes, el establecimiento de vínculos afectivos, seguros y sólidos, la capacidad para comprender y analizar situaciones, la habilidad de resolución de problemas o para establecer lazos íntimos y satisfactorios con otras personas, la capacidad de hacerse cargo de los problemas y de ejercer control sobre ellos, la capacidad de encontrar el humor en la tragedia y de crear, como lo dicen Wolin y Wolin,”... orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden”, la capacidad para generar una alta autoestima. Entre las estrategias más importantes para generar una alta autoestima está la de brindarle a las personas la posibilidad para que desarrolle la responsabilidad, para que elija y tome decisiones o para que acepte errores y fracasos, hay otros factores que influyen en la formación de comportamientos y actitudes resilientes, uno de esos es la autonomía, la cual tendría en cuenta la responsabilidad de los actos y ¡a toma de decisiones. Otro de los factores es la creatividad, ¡a cual construirá el poder
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de crear, producir y cambiar algo, un objeto, una situación, etc. En este sentido se puede ver que la educación, como medio para lograr una perspectiva de desarrollo humano desde la resiliencia, permite la construcción de la identidad del ser humano, la cual le posibilita reconocerse a sí mismo, reconocer a los demás y reconocer las diferencias que existen en los otros, articulando así la mismidad, la comunidad, y la alteridad que son componentes básicos de la identidad de un sujeto. Se puede decir que esta identidad al permitirle al ser humano reconocerse así mismo le está posibilitando también reconocer sus condiciones de vida y asumir que a pesar de que existen situaciones adversas hay competencias y habilidades por potencializar y libertades por desarrollar. Cabe aclarar que no se debe limitar el término educación a una escuela, a un colegio o a una universidad solamente, sino que también se le debe ver desde aquellas instancias de socialización o ámbitos educativos como la familia, el trabajo, los grupos de pares, los medios de comunicación y la comunidad, en donde se dan constantemente interacciones y lecturas de la realidad que permiten darle significado a lo que se ve y se observa. En estas instancias o ámbitos educativos es donde el ser humano se forma como tal, donde se apropia de aprendizajes que le permiten aprehender su vida para comprenderla, vivirla, conocerla y para promover procesos de desarrollo que le posibiliten un bienestar y una calidad de vida satisfactoria a partir de la interacción histórica y cultural. Para Max-Neef la educación es “...un satisfactor sinérgico”, es decir, no solo satisface la necesidad de entendimiento, sino que también estimula y contribuye a la satisfacción de protección, participación, creación, identidad, libertad. Finalmente, la consideración central, es que el desarrollo humano y social hace parte de las personas, ellas son medio, fin y objeto del desarrollo, son el reflejo del desarrollo y éste a su vez es reflejo del pensar, sentir y actuar en el contexto socio-históricocultural. Cabe considerar que se necesita, para expandir las libertades humanas, posibilitar condiciones mínimas de vida satisfactoria que permitan la emergencia del potencial humano de las personas para desarrollar, fomentar y fortalecer sus actitudes resilientes,
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factores protectores y habilidades para vivir, ello implica una praxis social, política y estatal que garantice recursos para la salud, el bien-estar de los agentes sociales y especialmente para la educación, que se podría constituir como el dispositivo articulador de la resiliencia como perspectiva de desarrollo humano.
EL CABALLO ESTABA DENTRO Cuentan que un pequeño vecino de un gran taller de escultura entró un día en el estudio del escultor y vio en él un gigantesco bloque de piedra. Y que dos meses después al regresar, encontró en su lugar una estatua ecuestre. Y volviéndose al escultor le preguntó: ¿ Y cómo sabias tú que dentro de aquel bloque había un caballo? —Martín Descalzo
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Este libro se termino de imprimir el 21 de Febrero de 2017. Impreso en Studio Selection Carrera 28 # 10 -71 Ricaurte, Bogotรก.