Yo me quedo con la esperanza, de otra forma no podría vivir Por: Maribel Balaguera Las “noticias malas vuelan” eso decían mis abuelas y también dice mi madre al referirse a la prontitud con la cual se conocen algunos evento y acontecimientos tristes, nefastos o desfavorables. No me percaté sino mucho tiempo después y digo mucho, porque debí advertirlo antes, que los eventos nefastos que ocurrían en otras latitudes estarían directamente relacionados con la mía, esta vez estaba distraída del vuelo de aquellas noticias. Creo que no fue hasta el mes de mi cumpleaños que comencé a avistar la rigurosidad de lo que se nos avecinaba, veía la muerte muy lejos; al parecer la realidad de esos otros, tan distintos, no sería la nuestra, pero me equivoqué. Esas noticias malas venidas de otro continente, hoy parecen historias salidas de cuentos de Howard Phillips Lovecraft o de Edgar Allan Poe, asuntan de verdad, y cree uno que esa realidad tan nefasta no puede tocarle ni herirle, ni a uno, ni a su integridad, ni a su propia cordura. Estamos inmersos en nosotros mismos como en una urna de cristal que nada puede atravesar, y eso nos hace fuertes con solo pensarlo. Con desgraciada frecuencia nos permitimos sentirnos superiores y dueños acérrimos de gran parte de todo lo que no rodea, y aquello que hace parte de ese paisaje nos debe el favor de su existencia y continuamente le ignoramos, creemos tan propio muchas cosas que terminamos por ignorarlas. De esta manera volaron las malas noticias y se posaron muy rápido sobre aquello que conozco: mi país, mi ciudad, la gente y todo el ejercicio de vida que preciso, llegaron con ellas la enfermedad y la muerte, pero incluso cosas peores como la desidia, la falta de empatía, deshonestidad, desahucio, desespero, tristeza y la soledad, también el odio y el sentimiento de extrañar lo cercano y extrañarse a uno mismo, esas vainas que van matando más despacio que el mismo virus que nos aguarda; esas cosas son la muerte lenta que nos deja podridos en vida, pero así hemos caminado; quiero decir, los humanos llevamos muchos años repartiendo podredumbre y creo que es la forma en que nuestra propia naturaleza nos hace entender que siempre y para todo, hay un límite. De modo similar habitantes de todo el mundo de ciudades que ni conocemos, de lugares impronunciables se encuentran en aislamiento preventivo obligatorio, el gobierno de mi país por ejemplo a determinado desde hace un mes ya, que debemos estar en casa resguardados, con prohibiciones de salir a cumplir con las tareas cotidianas: laborar, estudiar, realizar actividades sociales, deportiva, qué sé yo… sólo con posibilidad de abastecernos con alimentos en un día o dos en la semana. Este confinamiento en casa, en familia, en espacios compartiendo con personas que sólo veíamos de reojo por culpa de los afanes del día, se ha convertido en una constante, así mismo, comprender el realismo cínico desde la “comodidad” de casa ha sido una cosa muy jodida. ¿cómo estamos entendiéndonos
como sociedad?, ¿están dadas las condiciones para todos permanecer en confinamiento voluntario?, y ¿aquellos que no tienen casa para estar seguros?, ¿qué ha pasado en esas otras latitudes?, el que estudia desde casa ¿cómo y con qué estudia?... ¿si aprende?, y el que enseña, ¿cómo enseña?, ¿qué enseña?, de la misma forma el que vive del diario ¿cómo sobre vive con su familia?, ¿qué hacen los gobiernos? ¿Cuál ha sido el respaldo de tantos años de capitalismo siniestro? Esta pregunta tan trascendental dirá usted que me lee, y aunque quizá me lea ahora o después de haber acabado con esta pandemia, pueda aún estar o no estar yo, quisiera que se las haga también, así sea para usted, en otros momentos o en otras distancias, pero hágaselas. En todo caso me confiné en casa con el objetivo de protegerme a mí y a los míos contra el virus que se había posado ya en mi entorno, y este mismo confinamiento nos ha demostrado como sociedad lo poco que sabemos de nosotros mismos, pone en evidencia que nuestro discurso no son más que síntomas de nuestras particularidades personales, del tipo de sociedades en que vivimos, del poco tiempo que tenemos para reconocernos, de lo frecuente que obviamos las cosas hermosas que nos están costando la vida, de la ineptitud de dirigentes, de los insipientes sistemas productivos; del valor del campesino y el médico; de lo importante que es salir a marchar y protestar por lo importante, o lo que es lo mismo, por mantenernos educados y unidos. En estas circunstancias adversas se aflora el deseo de volver a estar juntos para abrazarnos y besarnos, y nos damos cuenta lo indispensable que es el otro para ser nosotros mismos, el deseo de abrazar, ver y sentir (ejercicios que hemos olvidado por el afán de estar inter-conectados) se hace evidente, y al no poder hacerlo, porque siempre estaba a la mano, nos desconcierta; porque los seres humanos nos vemos en los otros, por que mirarse al espejo más allá de los párpados y la piel es realmente atemorizante, y más con esta desgraciada frecuencia, junto al otro uno se ahorra la angustia y los síntomas en la condición humana son males menores. Sucede pues que, en esta apocalíptica situación, la tierra (que también respira sin nosotros en la calle) nos invita a asumir las consecuencias de nuestras acciones, a repensar nuestro papel natural. Adoptar la posibilidad de generar mejores relaciones en el ejercicio responsable de vivir, porque creo que muchos como yo aman vivir incluso en este carnaval de miseria que ha sido tan palpable por el egoísmo, el despotismo y la poca empatía de gran número de personas. Yo siento el calor de tiempos mejores para todos, y aunque la desilusión de ver la realidad de todos los días, la mía, la de los cercanos, de quienes no conozco, de quienes veo en la calle, de quienes tienen que salir por disposiciones superiores, pienso que volveremos a ser felices, estaremos menos solos y más consientes; y
así como en “la isla del doctor Moreau” de Herbert George Wells: yo también tengo esperanza o podría no vivir.
33 años y un montón de pretextos invertidos: el rugby, el amor, el rock y los libros; unas cuantas penas y el nombre Maribel que me representa. De vocación y profesión la gestión del conocimiento, porque creo firmemente que éste es el único que verdaderamente nos hace libres.