Paseo por una mente bipolar 09.13
Nocturno en que nada se oye Xavier Villaurrutia
2
Se plantea pues, una sencilla cuestión Amos Oz
4
Difracción sencilla Mariela Mezquita
6
El horizonte Josteein Garder
8
El alma del rostro Tullio Pericoli
10
El sexo de los ángeles Mario Benedetti
12
Crónicas de un pellizco Mariela Mezquita
14
El mito de Sísifo Albert Camus
16
Nocturno en que nada se oye 2
Xavier Villaurrutia
En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen sin respirar si quiera para que nada turbe mi muerte en esta soledad sin paredes al tiempo que huyeron los ángulos en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre para salir en un momento tan lento en un interminable descenso sin brazos que tender sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible sin más que una mirada y una voz que no recuerdan haber salido de ojos y labios ¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios? y mi voz ya no es mía dentro del agua que no moja dentro del aire de vidrio dentro del fuego lívido que corta como el grito y en el juego angustioso de un espejo frente a otro cae mi voz y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura y mi voz quema dura como el hielo de vidrio como el grito de hielo aquí en el caracol de la oreja el latido de un mar en el que no se nada en el que no se nada porque he dejado mis pies y brazos en la orilla siento caer fuera de mí la red de mis nervios más huye todo como el pez que da cuenta hasta siento en el pulso de mis sienes muda telegrafía a la que nadie responde por que el sueño y la muerte no tienen nada ya que decirse.
Se plantea, pues, una sencilla cuestión 4
Amos Oz
Cuando estoy muy ocupado, fumo un cigarrillo tras otro, corro de acá para allá intentando resolver diversos asuntos apuntados en una lista, tacho los problemas resueltos, anoto en la misma lista los nuevos problemas que han surgido y, al mismo tiempo, contesto sin demora cartas, peticiones y llamadas telefónicas, desmonto un grifo que gotea, le cambio la goma que se ha podrido, lo ajusto bien, sin olvidar que tengo que pasar a tiempo por la lavandería, redactar la solicitud de traslado para hacérsela llegar con la mayor brevedad posible al ministro de Educación y Cultura, agradecerle a tía Tischka la preciosa tarta, aclarar el asunto del cheque, y todo ello entre reunión del plan de paz y el encuentro con la profesora de Montevideo,
y sin que se me olvide mudarme de camisa, porque la que llevo tiene el cuello agrio de sudor, y además no puedo perderme las noticias de la tarde, porque en la parada de autobús han estado hablando de una concentración de fuerzas del ejército, y además tengo que arreglarme un empaste, tirar la leche de principios de semana, cambiar la hebilla de una sandalia, encontrar al electricista para que arregle la nevera, fumar un poco menos, ser un poco más diligente, porque el tiempo vuela, decidir finalmente el asunto de la encuadernación, tomar partido respecto a los caprichosos cambios de situación, pasar a consolar a Zelig y a Slava sin cargar con la tarea de prepararles el libro conmemorativo, hojear el periódico, devolverle o no la ofensa al despreciable doctor Schuster, pedir hora para el radiólogo, tratar con cuidado al anciano dirigente de los kibbutz que primero me acompaña hasta la esquina de una calle, luego hasta otra y después un poco más, abstraerme del dolor de muelas que va a peor, y pasar, por fin solo, junto a un perro atropellado cuyos sesos se desparraman por la calzada, darme cuenta de repente de que me he perdido el cambio de colores del cielo —la mañana ha sido azul y blanca, ardiente, mientras que el atardecer es gris, oscuro y húmedo, y ha empezado a soplar el viento desde
el mar—, entonces me pregunto cuándo habrá sucedido todo esto. En el recuadro de una ventana, en una callejuela, una mujer se ha quitado el vestido por encima de la cabeza, y yo he cruzado por delante de la ventana fumando, con aspecto ocupado y respetable. No me he detenido, he pasado junto a sus muslos y no he sentido nada. Seguro que se han cruzado pájaros aquí y allá en mi camino, pero no los he oído; seguro que en algún lugar han tañido las campanas, sin mí, seguro que me esperan. En alguna casa cercana una mujer casada, con cuatro hijos ha decidido que ya bastaba, que nada tenía sentido, y se ha suicidado con unas tijeras corrientes, esto pone el periódico que estoy leyendo de pie en el autobús, los ojos llorosos por el humo de los cigarrillos de los demás y por el mío propio. El periódico también dice que la situación puede deteriorarse. Enseguida oiremos las noticias de las 6. Quizás la artillería siria ha iniciado un fuego masivo y los aviones de nuestra fuerza aérea han sido abatidos y borrados del mapa, o nuestro ejército, siguiendo las oportunas advertencias de nuestro servicio de información, ha arrasado las posiciones enemigas y está a las puertas de Bagdad. ¡Silencio! ¡Dejadme oír! La situación se está deteriorando y algo tiene que suceder.
Difracción sencilla 6
Mariela Mezquita
Cosas Domésticas grifo goma podrida preciosa tarta camisa cuello agrio leche hebilla de sandalia nevera libro conmemorativo ventana puertas campanas tijeras corriente fuego
Situaciones Buenas principios de semana reunión encuentro primero de repente cambio atardecer delante respetable iniciado bastaba de pié enseguida las 6 masivo posiciones ardiente
Malas solo tarde dolor peor atropellado desparraman perdido oscuro húmedo ocupado abatidos borrados sentido sin mi llorosos deteriorarse caprichosos
Externas cigarro lista cartas solicitud de traslado cheque sudor noticias encuadernación tarea periódico cielo viento aviones nada humo mapa advertencias algo empaste
Lugares Concisos lavandería autobús esquina calle calzada mar callejuela encima camino Siria Bagdad parada de autobús
Verbos Infinitivos suceder tachar contestar cambiar redactar aclarar arreglar cambiar encontrar arreglar fumar decidir pasar consolar cargar hojear pedir tratar acompañar pasar soplar olvidar mudar
Relativos junto aqui alla algún lugar alguna casa cercana
Seres vivos Conjugados pone leyendo dice oiremos siguiendo arrazando llamada telefónica corro hablando ser diligente tomar partido prepararles devolverle darme cuenta pregunto quitado vestido cruzado fumando detenido perderme abstraerme oído tañido esperan decidido tenía suicidado
Generales ejército perro mujer pájaros cuatro hijos los demás fuerza aérea enemigas Partes del cuerpo muelas sesos muslos
Específicos Ministro de Educación y Cultura tía Tischka profesora de Montevideo electricista Zelig Slava doctor Schuster radiólogo anciano dirigente una mujer casada servicio de información
El horizonte 8
Josteein Garder
Siempre leo detenidamente las notificaciones oficiales. Estudio con particular atención los avisos de los servicios de información del Estado. A fin de cuentas los escriben para mí; el Estado intenta comunicarse con uno de sus hijos. Como cuando un padre o una madre inicia con cierta reticencia una conversación seria con uno de sus vástagos. Y no voy a ser yo quien se oponga.
Voy a dejar de fumar. Voy a beber menos. Voy a comprender por qué debo pagar impuestos. Voy a mantenerme informado sobre convenios y reglamentos. Y voy a votar cada cuatro años. De esta forma tendré respuesta a todas las exhortaciones que reciba. En mi opinión, todo funciona tal como debe funcionar. Es como un folletón algo árido y enrevesado en el que mi humilde personaje tiene derecho a participar y que incluso puede en parte coescribir. El horiztonte -creo que ésta es la palabra adecuada-, el horizonte de esta constante e interminable compaña de información puede parecerme a veces, sin embargo, restringido y trivial. Es agradable que Hacienda devuelva dinero, y probablemente es acertado instalar alarmas de humo y extintores de incendios. No se trata de esto. Pero las estrellas, por ejemplo, o el misterio de la vida, o un libro
importante que debería leer, nada de esto es asunto del Estado. No tengo que preocuparme por este tipo de cuestiones. La tierra sigue su curso al rededor del sol sin mi ayuda. Echo en falta un recuerdo ocasional de que existo. Por que estoy aquí solamente eta vez y no he de volver nunca. También esto puede resultar fácil de olvidar. Yo lo sé, es obvio que lo sé todo el tiempo, sólo con que me pare a pensarlo. Pero nadie me impulsa a hacerlo. Aquí no rige ninguna pública confidencialidad. Si en medio del flujo de la información olvido que estoy vivo, es problema mío. Puedo imaginar el siguiente comunicado oficial a la población en los principales periódicos del país: <<Aviso importante a todos los ciudadanos y ciudadanas. ¡El mundo está aquí y es ahora!>>
El alma del rostro 10
Tullio Pericoli
Si pensamos que en la pequeña superficie de un rostro podemos ver infinitas formas diversas y reconocerlas, esto quiere decir que hay en ella una retícula tan infinitesimal de signos, de relaciones entre signos, la cual conforma un mapa casi inexplorable por su extensión. En este mapa, las relaciones son más importantes que las formas, pero sobre todo, en este mapa son importantes los signos. Cuando miro un rostro, recibo de él una emoción y me dejo invadir por ella, pero luego debo traducir mis impresiones a signos. Debo leer las «palabras» pintadas en el rostro, las cuales, todas juntas, a través de su entramado de relaciones, hacen nacer dicha impresión. Debo por tanto, ver los signos de esos sentimientos. ¿Dónde está escrito que un rostro sea antipático? ¿Dónde está la palabra «dulzura», dónde están «firmeza», «ambigüedad»? Mirar bien quiere decir tener siempre ante los ojos una lente de aumento que hace visible lo que en un primer momento no conseguimos ver a simple vista (o con vista no entrenada, o apresurada, o no educada, o perezosa). El rostro está formado por dos partes, nunca totalmente simétricas. Tenemos tendencia casi por una especie de educación mental, a mirar por simetrías. Pero el rostro no es nunca simétrico. No hay un rostro que tenga una mitad igual a la otra. Unas veces, las dos partes están en total contradicción; otras, parecen construidas para equilibrarse. Como si un ojo se desviara para compensar al otro, que acaso es demasiado fijo.
Creo que lo primero que hay que mirar en un rostro, cuando se hace un retrato, es la rela-ción entre sus dos partes: la derecha y la izquierda. Es preciso trazar mentalmente una línea de separación entre ambas. El rostro, indudablemente, está hecho de relaciones, pero de unas relaciones que están situadas a la izquierda y de otras tantas relaciones que está situadas a la derecha; y estas relaciones, a su vez, no pueden dejar de relacionarse entre sí. Se pueden encontrar desequilibrios, conflictos, adiciones. Si uno tiene un ojo un poco convergente y el otro no, nos hallamos ante un tipo de estrabismo; pero si tiene los dos convergentes, nos hallamos ante un «carácter». Si miramos bien, y si pensamos en ello, nos damos cuenta de que cada elemento está compuesto de varias partes. Conrad habla del «pliegue de los párpados». No es fácil pensar en el pliegue de los párpados. A veces se habla del pliegue de los labios. Pero lo de que los párpados tengan pliegues es una intuición de Conrad. Los párpados tienen pliegues. Un pliegue hacia arriba o hacia abajo. Pueden tener arrugas. Todos los componentes del rostro contienen una suma de detalles. Y todos estos detalles entran a formar parte del sistema de relaciones a que aludíamos antes. El rostro es una especie de microcosmos, donde todo está en equilibrio. En equilibrio precario, sin embargo. Porque participa el movimiento. Debajo de la piel hay una trama de músculos que activa el movimiento y da expresión al rostro. Y estos músculos, como ocurre en el gimnasio, se desarrollan, crecen, se hacen
más fuertes cuanto más se les estimula. A menudo hablamos de cuerpos de gimnasio. Son los de quienes hacen gimnasia. Hacen crecer sus bíceps o sus hombros. También nuestro rostro es una superficie ejercitada en el gimnasio, en el sentido de que los músculos que más se estimulan son los que se hacen más visibles. Pero ¿quién manda a los músculos que se muevan? Es el alma, nuestra parte más íntima y secreta, que quiere expresarse u ocultarse; que quiere salir de su envoltura: de esa especie de edificio en el que está confinada. El alma tiene dominio sobre los músculos. Los estimula a expresar de lo que ella cree, o lo que en ese momento desea. El cuerpo, en ocasiones, padece el malestar del alma.Yo tengo una pena, un dolor psíquico. Estoy mal. El cuerpo enferma. Para Groddeck, podemos incluso considerar una carie en un diente como un mal psíquico. Por lo tanto, la psiquis manda sobre el cuerpo. Puede ocurrir asimismo lo contrario. Sucede que si yo tengo algo que no funciona en mi cuerpo mi malestar somatiza al alma. Concreto: si tengo una nariz que no me gusta, mi alma sufre por ello. El sufrimiento se transmite de vuelta al cuerpo, entonces; y todo empieza de nuevo, haciéndose más complicado. Debajo del rostro, en suma, hay siempre un cuerpo. Cuando reflexiono sobre los paisajes —tema que, junto con los retratos, es el que más me interesa
en este momento— con frecuencia acude a mi mente una imagen de Stevenson. En la Tierra de la colcha, Stevenson, con la cabeza apoyada en el cojín, observa los pliegues del cubrecama, que se transforma en paisaje, montes, ríos, colinas, donde flotas y ejércitos y jinetes se cruzan en choques y batallas. Pero ¿qué es lo que Stevenson no dice, dejándonos la tarea de imaginarlo? Que debajo de las mantas de la cama hay un cuerpo que crea ese paisaje, que modula y transforma su superficie. Allí debajo están los miembros muy sensibles de un poeta, con sus sentimiento tos, su historia, su vida. El paisaje, la superficie del mundo en que vivimos, es un mórbido y delicado cubrecamas sobre el cual debemos movernos de puntillas. El paisaje ha tenido un papel importante en mi vida, sobre todo en aquel fatigoso período de la adolescencia, al que he hecho alusión anteriormente. Es la visión más bella que tengo del pasado. El paisaje, el de mis colinas, naturalmente, fue la escenografía de los momentos de soledad en aquellos años, y por ende el lugar, el escenario, en el que me sentí actor solitario y grato. Este paisaje ha reaparecido ahora en mi pintura, aunque lo que hoy indago no es su pura y simple representación, sino un muro que me permite garabatear y escribir otras cosas, mezcladas con otros recuerdos. Por seguir con la metáfora teatral, es una escenografía hecha para un espectáculo que se actualiza continuamente. Pero, al margen de esta breve disgresión, si nos detenemos a reflexionar sobre ello, el rostro y el paisaje tienen todo un vocabulario que los asemeja. Tienen una anatomía y una fisiología que los aproxima. Hablamos de arrugas en relación con el rostro y de “arrugas” en relación con el paisaje; tanto en relación con el rostro como con el paisaje podemos hablar de etapas, depresiones, cortes, hoyos, hundimientos... Podríamos multiplicar las afinidades léxicas. Yo miro un paisaje como miro un rostro. Y viceversa. En reciprocidad, hablo de “mapas” en referencia a rostros, al igual que hablo de rostros en referencia a mapas. Más allá de las metáforas, hay una única profundización visual. Tal vez el paisaje no tiene propiamente un alma, sin embargo percibo dentro de él una fuerza que determina las líneas de su superficie. Cuando miro un paisaje, automáticamente me viene a la cabeza la pregunta de por qué están allí aquella arruga, aquella colina, aquella forma montañosa; qué impulso las ha hecho aparecer de la manera en que han parecido. Exactamente como hago con un rostro.
El sexo de los ángeles 12
Mario Benedetti
Una de las más lamentables carencia de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato nunca confirmado de que los ángeles no hacen el amor, quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada, pero más verosímil sugiere que, si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón que carecen de erotismo lo celebran, en cambio, con palabras, vale decir, con las orejas. Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y sentarse mediante el intercambio de miradas, que, por supuesto, son angelicales. Y si Ángel para abrir el fuego dice “Semilla”, Ángela para atizarlo responde “Surco”. El dice “Alud” y ella tiernamente “Abismo”. Las palabras se cruzan vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos, Ángel dice “Madero” y Ángela “Caverna”. Aletean por ahí un ángel de la guarda misógino y silente y un ángel de la muerte viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe. Sigue silabeando su amor. El dice “Manantial” y ella “ Cuenca”. Las sílabas se impregnan de rocío y aquí y allá, entre cristales de nieve, circula en el aire, sus expectativas. Ángel dice “Estoqueo” y Ángela radiante, “Herida”, el dice “Tañido” y ella dice “Relato”. Y en el preciso instante del orgasmo intraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos se estremecen, entremolan, estallan y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.
Crónicas de un pellizco 14
Mariela Mezquita
Gracia es una cara llena de tonos claros y pastel, colores de mucha luminosidad, se mantiene estática dentro de los tonos cafés, azules y rosas. Sin embargo debo decir, si tuviera que describir lo que sus expresiones me transmiten, diría que son del curioso color de verde olivo.
Es cierto que sus ojos grandes y azules son la parte más llamativa de su cara, siempre observando y analizando a su alrededor, moviéndose de un lado a otro, de arriba hacia abajo, a lo cercano y a lo lejano. Intrigados e interesados por el mundo exterior, sus ojos son un catálogo de movimientos. Sin embargo, en lo personal me parece mucho más interesante y característico su nariz, pues jamás en mi vida he visto una nariz tan chiquita y tan respingada como la de Gracia (y eso que he buscado). Cuenta que sus amigas de la primaria la molestaban respecto a éste atributo, decían que a Dios se le había olvidado ponerle nariz, entonces la pellizcó, y como resultado, quedó el pequeñito relieve por el cual hoy en día respira. A pesar que Gracia podría ser confundida con un bebé Gerber, destilando alegría cada vez que toca el Ukelele, a veces puede llegar a ser un monstro silencioso. No me olvido de aquella vez que le cerré la computadora sin su permiso y me hizo unos ojos intimidantes, dominantes y amenazantes. Ella les llama los ojos “pantera” y dice que los heredó de su mama
y de su abuela. En realidad dan miedo y harían que cualquiera diera 2 pasos atrás. Yo al verlos, tuve que alejarme y luego disculparme por mensaje, pues no me atreví a regresar. Me parece que el cambio más radical que he vistoen Gracia fue cuando le arreglaron un colmillo picudo que tenía, pues un dentista se lo había limado, y como resultado, tenía un colmillo en forma de triángulo al revés. Sin embargo un día decidió que quizá era hora de recuperar la forma normal de su colmillo, y se lo reconstruyó a como era originalmente. Creo que no cambia mucho pues le gusta su apariencia actual, o en todo caso no le preocupa demasiado. Siempre tiene el mismo peinado con el mismo broche, el mismo estilo de ropa y nunca usa maquillaje. Creo que Gracia es una persona de contraste, con grandves ojos y nariz pequeña, con pensamientos curiosos pero apariencia rutinaria, con transmitir tanta serenidad como intrusión dependiendo de lo que desee. Definitivamente, un verde olivo que puede ser tan claro o tan oscuro como le plazca.
El mito de Sísifo 16
Albert Camus
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reproch a, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla,
de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio. Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome
a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní. Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievskwy, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda
la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra. Lamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
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多Fin?
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Mariela Mezquita Septiembre 2013 Éste fue un único ejemplar, se imprimió digitalmente y utilizó la tipografía Nimbus. Centro de diseño, cine y televisión Sierra Mojada 415 Lomas de Chapultepec México D.F. 11000 52018870 www.centro.edu.mx
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