Editorial
La guerra del año 1982, que enfrentó a nuestro país con Gran Bretaña en el Atlántico Sur en una fase dramática del histórico reclamo sobre las Islas Malvinas, constituye el tema de este cuarto número de Cuadernos Argentina Reciente, al cumplirse un cuarto de siglo de su desarrollo. En tanto suceso histórico decisivo para la caída de la última dictadura militar el conflicto bélico de 1982 constituye, en sí mismo, un hecho de interés político y académico de considerable envergadura, que lo transforma en objeto casi inevitable de una publicación como la que presentamos, constituida en función del interés de dar cuenta de los procesos, acontecimientos y decisiones históricas que han conformado el presente que vivimos los argentinos. La guerra de Malvinas no solamente significó el final de la dictadura iniciada en 1976, sino que fue ella misma producto de tal régimen, de su dinámica interna y de su lógica histórica. En este sentido el final dictatorial, el del Partido Militar y el de su autonomía, está indisolublemente ligado a la guerra de Malvinas, resultado de un cálculo con corolario no esperado: pensada como carta salvadora del régimen, sólo se convirtió en la manifestación final de su trágica monstruosidad. Por ello, la génesis de la guerra y su inscripción en la dinámica del régimen que la concibió ha sido uno de los enfoques principales en el sumario de este Cuaderno. Otro aspecto central estuvo constituido por el estudio de las consecuencias principales, inmediatas y mediatas que la cuestión Malvinas generó a partir de su ocurrencia, en los veinticinco años posteriores, en el escenario de la democracia abierta a partir de 1983. Temas diversos como el problema militar tomado en varios planos, la continuidad de la situación colonial de Malvinas y las políticas para enfrentar la etapa posterior a la derrota nacional y los registros políticos y culturales de la cuestión en la sociedad, pueden ser estudiados como aspectos de un recorrido que tiene a la guerra como bisagra histórica y punto de referencia. El Cuaderno se estructura, entonces, en tres secciones, la primera de las cuales se titula 1982. Gestación, desarrollo e impactos del conflicto del Atlántico Sur, y pretende dar cuenta de las causas
históricas del conflicto, de su sentido en el marco de la dictadura militar y de las distintas dimensiones en que puede descomponerse en tanto episodio histórico trascendente. En la segunda sección, Veinticinco años después. La guerra de Malvinas en la política, la sociedad y la cultura, además de los artículos que normalmente integran nuestra publicación, apelamos a la utilización de la entrevista como un instrumento útil para la obtención de puntos de vista, opiniones y valoraciones de personalidades relevantes para el tema. En este sentido, destacamos el diálogo con notorios diplomáticos y analistas, contando este número con una extensa conversación con el actual canciller argentino, lo cual permite brindar, de primera mano, material para la comprensión y evaluación de la situación actual de la cuestión Malvinas. Finalmente, la sección Documentos ha sido confeccionada a partir del esfuerzo de relevar una importante cuantía de textos, publicaciones y comunicados de la época. Como venimos intentando en los números previos de los Cuadernos Argentina Reciente, esta unidad está destinada a publicar material que pueda resultar de utilidad para estudiosos y analistas del tema o período en cuestión. En este caso, la notable cantidad de material ha sido acotada con el criterio de relevar los posicionamientos que adoptaron frente a los acontecimientos, en la época del conflicto, las principales organizaciones sociales, políticas y económicas de nuestro país. Está a disposición de la comunidad profesional y periodística el resto del material que por razones estrictamente vinculadas con el espacio no ha podido ser publicado. Con la esperanza de acercar a nuestros lectores materiales, análisis e interpretaciones que puedan resultar de utilidad en la comprensión de uno de los episodios históricos más significativos e impactantes de nuestra historia reciente nos despedimos hasta el próximo número en el que pasaremos revista a los resultados de las elecciones generales de este año. Miguel Talento
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La sección de apertura del presente Cuaderno Argentina Reciente, titulada 1982. Gestación, desarrollo e impactos del conflicto del Atlántico Sur ha sido estructurada para dar cuenta de la guerra de Malvinas como episodio histórico complejo, desde tres perspectivas diferentes y complementarias. En primer lugar, como emergente final del tortuoso derrotero de las Fuerzas Armadas en la política argentina del siglo XX; en segundo lugar, como expresión del régimen militar iniciado en 1976, que es necesario caracterizar; y finalmente, como hecho militar, sociopolítico y cultural específico. El artículo de Miguel Talento que inicia el apartado, presenta una interpretación general del rol de las Fuerzas Armadas en la historia política de nuestro país, identificando la naturaleza y evolución de su constitución y desarrollo como actor político. Estos contenidos
son complementados por un enfoque más específico en el artículo de Ricardo Sidicaro, que realiza un racconto profundo de las fracturas y tensiones que signaron al Proceso de Reorganización Nacional como configuración política puntual. Esa especificidad, requiere del desarrollo de la segunda de las perspectivas señaladas: el Proceso como régimen del cual emergió la guerra. El artículo de Pablo Bustos analiza la política económica del mismo, mientras que el texto de Alberto D`Alotto se aboca a precisar la evolución de los principales temas de la política exterior de la dictadura, en un contexto internacional como el de la Guerra Fría, en tanto, el trabajo de Lilian Alurralde refiere la historia del derrotero del diferendo con Gran Bretaña en el marco del sistema interamericano. El análisis del conflicto bélico en sí mismo y de sus ante-
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1982.Gestación, desarrollo e impactos del conflicto del Atlántico Sur
cedentes e impactos inmediatos, se realiza a partir de un conjunto de artículos, cuyo primer grupo se concentra en la evaluación del desempeño militar. Reconocidos profesionales del área se dan a esta tarea como Martín Balza, José Luis García y Juan Jaime Cesio. Por su parte, Horacio Ballester reseña la temprana ingerencia de los Estados Unidos en el Atlántico Sur, mientras que Augusto Rattenbach advierte sobre la suerte aviesa de la evaluación más completa producida sobre los eventos bélicos de 1982 -y hasta el momento no publicada por el Estado argentino-: El Informe Rattenbach. La investigadora, Patricia Bonatti, completa esta serie, aportando una novedosa lectura de los hechos desde la teoría de la decisión. En el plano sociopolítico, otros especialistas dan cuenta de las posiciones adoptadas por las principales organizaciones y actores frente a la guerra. Diego Raus analiza
las posturas de los partidos políticos integrantes de la “Multipartidaria”, en esos meses, y Hugo Chumbita hace lo mismo con los dilemas del exilio argentino y de la dirigencia europea frente a las acciones de la Junta. El movimiento obrero es tratado por Arturo Fernández, la Iglesia católica por Martín Obregón y Hugo Cañon efectúa una semblanza desde los Derechos Humanos. Finalmente, los artículos de Andrew Graham-Yooll remiten al complejo clima social de la época, desde el registro de un experto periodista británico y argentino, que Verónica Rímuli extiende a la reemergencia del Rock nacional como testimonio de los efectos inmediatos de Malvinas en la cultura.
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Miguel Talento Malvinas como punto de quiebre. Origen, desarrollo y consecuencias de la autonomización militar en la Argentina Miguel Talento Abogado, Docente universitario y Legislador de la Ciudad de Buenos Aires
1. De la “reserva moral” a la revolución “Libertadora”. La república tutelada Uno de los rasgos característicos de la constitución de los Estados modernos en América Latina ha sido la específica configuración de las relaciones entre las Fuerzas Armadas, los partidos políticos, los grupos de interés y el aparato estatal. En Argentina, describir la historia de las Fuerzas Armadas en términos de su carácter de aparato estatal, o sea, de una burocracia especializada en la tarea de desarrollar la política de defensa del Estado, es insuficiente e irreal. La subordinación de los militares y sus armas, delegadas por la Nación, al poder civil -legal en tanto constitucional y legítimo en tanto emanado de la soberanía popular- ha sido producto de un proceso complejo, tortuoso y sangriento, desarrollado a lo largo de todo el siglo XX y cuya etapa final comenzaría con el dramático acto de Malvinas. Esa falta de acatamiento institucional de las FF.AA, ha sido expresión de otra insubordinación más grave y de consecuencias estratégicas: la protagonizada por los sectores económicos hegemónicos y sus acompañamientos técnico-burocráticos, históricamente refractarios a la idea de una comunidad nacional democrática, organizada y participativa, abarcadora de los intereses y aspiraciones de las restantes capas sociales respecto del ordenamiento de la Constitución. Puede rastrearse en otros artículos publicados en este Cuaderno el proceso histórico a partir del cual las Fuerzas Armadas, desde las prime-
ras décadas del siglo pasado, desarrollaron diversas imágenes de sí mismas que justificaban su articulación con sectores de la dirigencia civil y su intervención en la política.1 En lo que respecta al proceso histórico en el marco del cual es posible interpretar adecuadamente la decisión de la dictadura militar de realizar la operación Malvinas en 1982, resulta pertinente ubicar esta tendencia y vincularla a las crisis del sistema político argentino, originada en las complejas luchas por su expansión y en el papel creciente que jugaron las instituciones militares en las políticas represivas y limitantes de los derechos políticos y sociales de los argentinos. La histórica y fundacional doctrina intervencionista de las Fuerzas Armadas argentinas, que puede ser caracterizada como la doctrina de la reserva moral de la Nación, orientó y justificó el golpe militar en 1930 para desplazar al radicalismo del poder y garantizar que la crisis económica de aquellos años fuese afrontada en una dirección acorde con los intereses de los tradicionales grupos dominantes agroexportadores. Esa concepción autocomplaciente que locutores oficiales recitaban en las galas militares señalando el paso de los diversos regimientos creados en ocasión del rechazo de las invasiones inglesas de comienzos del siglo XIX, presentados como el ejemplo incontestable del rol fundacional que los militares habían cumplido en el surgimiento mismo de la nacionalidad, se hacía extensiva a todas las Fuerzas Armadas definiéndolas por carácter transitivo como “anteriores a la Patria misma”. Ttal homologación completaba una operación
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ideológica de envergadura: legitimar, desde ese lugar anterior y superior, vigía, soporte y garante de la Nación misma, un rol tutelar sobre ella en carácter de reserva moral, de último aseguramiento, de valla final y garantía eterna, de interventora correctiva y excepcional ante los peligros que podían acecharla. Semejante discurso volvía homogénea la historia de las Fuerzas Armadas, escondiendo detrás de las glorias libertarias del ejército sanmartiniano y de otras gestas memorables, las miserias de las intervenciones pro oligárquicas de sus posteriores conducciones ocasionales.2 Aquella primera intervención militar en 1930, sobre un sistema político que se encontraba en proceso de ampliación desde 1912-1916, y que abriría la década infame, sería el preludio del largo ciclo de ingerencia militar pro oligárquica3 iniciado en 1955, con el golpe de Estado que derrocó al segundo gobierno constitucional del peronismo y culminado con la derrota militar de Malvinas en 1982 y la consecuente transición a la democracia de 1983. Las Fuerzas Armadas aparecían entonces, recubiertas con el manto legitimador de aquella doctrina de la reserva moral, como garantes reales (ya no discursivos) y excepcionales del rumbo político del Estado y de la gestión económica del capitalismo argentino, todo lo cual no hacía sino resaltar la incapacidad política de los sectores dominantes para consolidar una hegemonía sin tutores. Por otro lado, los avances en la construcción ciudadana abiertos por los procesos de incorporación de las masas populares al sistema político, en términos de la ampliación real de derechos sociales y políticos, se volvían objetivamente inevitables, pero indeseables y resistidos ferozmente por las elites tradicionales, en tanto entrañaban peligrosas potencialidades respecto del orden social establecido y de sus intereses. Tanto la extensión pactada de la participación electoral de 1912-16 como más agudamente la movilización popular en torno al programa de 1945, pueden ser entendidas en esta clave interpretativa. El golpe de Estado de 1955 adquiere entonces, en perspectiva histórica, el carácter distintivo de
un golpe reaccionario, revestido discursivamente por una justificación que lo presentaba como una intervención excepcional y correctiva que estaba destinada, según sus exegetas, a enmendar los excesos de una demagogia autoritaria y extraviada. Su carácter objetivo, por el contrario, se manifestó en el fuerte bloqueo, cuando no regresión lisa y llana, que buscó operar sobre la ampliación de las dimensiones política, social y económica de la ciudadanía, aunque este último y oscuro designio no fue compartido ni comprendido plena y lúcidamente por todos aquellos que se sumaron al bloque opositor al peronismo. La naturaleza más cruda y real del golpe del ’55 se desnudaría con el desplazamiento de los sectores nacionalistas liderados por Lonardi -que levantaban un programa “moderado”, de resonancias urquicistas, sintetizado por la consigna “ni vencedores ni vencidos”-, a manos de los fuertemente antiperonistas encabezados por Aramburu y Rojas, que enarbolaban el “vencedores y vencidos” con su carga de liberalismo económico y sesgo autoritario y represivo, presentes desde el origen mismo de la “organización nacional”. La rápida descomposición del bloque golpista fue la demostración más clara de la unidad circunstancial de críticos múltiples de la experiencia peronista, pero que carecían de un programa preciso de alternativa, salvo el que portaban los sectores más autoritarios del golpe -curiosamente autodenominados democráticos-, y que buscaba, por diversas vías, la reversión del sistema de derechos políticos, sociales y económicos instaurado en el primer peronismo. El desgajamiento temprano del bloque opositor -durante 1956 se dividen todos los partidos principales en torno al problema de peronismo y de cómo encarar la salida al golpe de Estadollevó a la constitución de un sistema político débil e inestable, que puede caracterizarse como un régimen político tutelado, en la medida en que su fragilidad sostenía y acrecentaba la importancia de las FF.AA y de los sectores más reaccionarios dentro de ellas, que brindaban la garantía de fuerza para la efectiva proscripción del peronismo, estableciendo una república, -si
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Gral. Pedro Eugenio Aramburu. Discurso después de juramento como presidente de facto de la Nación. 13 de diciembre de 1955. (AGN)
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cabe el término- restringida a los actores políticos tolerados por los intereses convergentes de las élites locales dominantes y las potencias e inversores internacionales. Durante los años de la república restringida o tutelada, una alianza política entre los militares y los sectores civiles más duramente antiperonistas procuraba estabilizar gobiernos con endebles soportes sociales e insuficientes niveles de adhesión electoral para legalizarlos, apoyados en la garantía final de la intervención de las FF.AA. La disolución de la regla democrática como principio rector de la vida colectiva se verificaba a nivel de partidos políticos con apoyo social relevante pero insuficiente, dispuestos a sacrificar la plenitud institucional en aras de la proscripción del peronismo. La vieja doctrina de la reserva moral aparecía crecientemente materializada como un mero tutelaje político sobre la sociedad civil, cada vez más necesario en la medida que la ruptura de la regla democrática dejaba en claro que la supuesta excepcionalidad de la intervención militar se convertía en habitualidad, en un régimen artificialmente restringido. En este sentido, la convicción militar mayoritaria 4 de constituir el reservorio moral de la Nación, se articularía con naturalidad a las tesis profesionalistas 5 y a los postulados de la Doctrina de la Seguridad Nacional, en un contexto de creciente preocupación norteamericana por los procesos de activación popular en el hemisferio, con la Guerra Fría como telón internacional, conforme avanzaba la década del ‘60. Los sucesivos fracasos en el objetivo de estabilizar gobiernos civiles en el marco de la república tutelada, la recurrencia y rutinización de la intervención militar en el sistema político, las divisiones no superadas entre los partidos mayoritarios y por ende su incapacidad para limitar la creciente participación militar, provocarían un giro en el proceso de ampliación de la autonomía de las Fuerzas Armadas como corporación con intereses políticos propios, como sector en condiciones de pensarse a sí mismo con un rol histórico destinado a la dirección franca de la sociedad argentina. Todo ello por
cuanto resultaba necesaria, desde el punto de vista de su cúpula, una intervención militar de largo aliento que permitiera reordenar a fondo el país, dislocando de modo duradero a los sectores populares que el peronismo había movilizado previamente, desmontando su potencial político y electoral y mellando en forma decisiva su capacidad de demanda económica y social. Ese giro, interpretable como una fuga hacia adelante, cristalizó en el golpe de junio de 1966, que abriría una nueva y crucial etapa en este proceso: el pasaje de la intervención militar excepcional sobre el sistema político, justificada en la doctrina de la reserva moral, a la idea de que las Fuerzas Armadas podían y debían, nada menos, que refundar la Nación. Resulta relevante caracterizar el cambio de naturaleza operado entre los golpes de 1955 y de 1966 porque permite comprender el trayecto recorrido por las Fuerzas Armadas, entre la condición de reserva moral e interventor correctivo y excepcional en el régimen político (1930-1966),, respondiendo al llamado de sectores civiles y partidos políticos, hacia la constitución abierta de un verdadero Partido Militar, cada vez más autónomo y distante de las distintas fracciones sociales y políticas (1966-1976),, que se establecería como el actor central de dos intentos diversos de reordenamiento nacional, decididos en base a diagnósticos propios, objetivos, políticas y plazos autodefinidos, sin preocupación por los procesos de legitimación del poder en una sociedad compleja que había conocido experiencias amplias de participación previa.
2. De la revolución “Argentina” al “Proceso”. El Partido Militar se autonomiza El gobierno del Partido Militar iniciado en 1966 tuvo, entonces, un carácter fundacional. Se pensó a sí mismo, y se planteó ante la sociedad, como una ruptura tajante con el pasado inmediato y procuró fundar una institucionalidad alternativa al programa constitucional de 1853. En este sentido, a diferencia de la etapa de la república tutelada, el gobierno encabezado por Onganía
pretendió suprimir de modo inmediato y posponiéndolo hacia un lejano e indeterminado “tiempo político”, todo canal institucional republicano, buscando producir por mecanismos burocráticos y verticales el disciplinamiento directo de la sociedad argentina, en función de la reproducción socioeconómica de un modelo capitalista que procuraba la modernización orientándose hacia la apertura a las inversiones directas del extranjero.6 La característica central de esta etapa radica en el hecho de que, por primera vez en la historia argentina, las FF.AA pretendían ejercer sin mediación constitucional alguna el poder estatal en el largo plazo, en aras de un proyecto de Nación definido autónomamente en su propio seno, contando en todo caso con una alianza social difusa, beneficiaria imaginaria en última instancia del proceso de reconversión económico, una alianza no definida ni cristalizada en los términos clásicos de un sistema político republicano. En tanto partido de facto en el gobierno, los militares intentaban reordenar autoritariamente a la sociedad contando con los intereses estructuralmente dominantes como apoyo. El fracaso de tal intento de disciplinamiento vertical y burocrático se produjo en la medida en que una reacción capilar, descentrada y masiva comenzaba a resistir al gobierno de Onganía, articulando una diversidad de experiencias populares en un vasto movimiento de masas que combinaba los imaginarios del reciente pasado peronista con los nuevos vientos políticos de la década del ’60. Las rebeliones populares urbanas de 1969 constituyeron el hito que marcó el proceso de emergencia, desde la sociedad civil, de un poderoso movimiento de masas en el que se integraban trabajadores, estudiantes, artistas, científicos e intelectuales -una novedosa alianza entre los trabajadores y los sectores medios de la sociedad en términos generales- que rechazaban el proyecto autoritario del Partido Militar, simultáneamente con la defección de las diversas dirigencias nacionales ante la embestida del poder militar. Semejante movilización producía, como uno de sus rasgos más salientes, la curiosa y poten-
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te amalgama ideológica del programa del peronismo originario con las aspiraciones libertarias del socialismo para el tercer mundo y el cristianismo comprometido con los pobres y desheredados predicado por la Teología de la Liberación. El más masivo, rico y formidable movimiento de participación política y cultural de la historia argentina, surgido de la sociedad civil y en resistencia a los intentos de obturar la participación ciudadana libre, crecía y jaqueaba a las FF.AA, logrando producir su retiro incondicionado del poder y derrumbar la proscripción del peronismo luego de dieciocho años. La experiencia autoritaria de 1966 se cerraba, entonces, con un “tiempo político” que no era el que habían imaginado sus generales.7 La evolución de ese movimiento de masas y de la sociedad argentina antes del triunfo electoral popular de 1973 y su complejo y dramático desarrollo posterior excede los límites de esta nota.8 Sin perjuicio de ello, es fácil convenir que su análisis constituye uno de los puntos centrales de la interpretación histórica necesaria para una caracterización adecuada del golpe de 1976 y la evolución posterior del sistema político argentino, inclusive y fundamentalmente en la etapa democrática abierta a partir de 1983. De modo sintético es válido señalar que la frustración del movimiento popular que tenía como núcleo a los sectores más dinámicos y transformadores del peronismo y sus aliados, se hace comprensible desde su doble significado de fracaso y de derrota popular. Fracaso por la sustancial incapacidad y miopía de sus conducciones para interpretar adecuadamente las necesidades políticas del período democrático abierto con el retorno de Perón. Esa tremenda incapacidad para estar a la altura de las circunstancias históricas y un amateurismo soberbio y desenfocado se manifestaron crecientemente en la exacerbación militarista y en la consecuente debilidad y raquitismo político de las respuestas articuladas frente a la violencia desatada por los diferentes encuadramientos de la reacción anti popular, que intentaban frenar, mellar y aniquilar esa acumulación social estratégica, base de sustentación indispensable para
cualquier programa popular viable en el largo plazo. Derrota porque la voluntad genocida de la derecha argentina no encontró diques, ni suficientes ni eficaces, ni en el movimiento popular ni en el conjunto de la sociedad argentina que -salvo honrosísimas excepciones- observó, consintió y calló frente al terrorismo de Estado, frente al cercenamiento de los derechos ciudadanos más elementales y frente al disciplinamiento brutal del conjunto nacional a los intereses económicos dominantes.9 El reflujo reaccionario de las derechas dentro y fuera del peronismo, agudizado luego de la muerte de Perón al adoptar formas paramilitares, encontraría facilidades para su triunfo sobre la movilización popular, ya que el contexto de creciente debilidad institucional favorecía la violencia en desmedro de la profundización de la organización democrática y participativa de los sectores populares. La tremenda combinación entre una represión eficaz en su escalada hacia el objetivo de la aniquilación de los millares de militantes populares, la enorme fragilidad institucional y la desmovilización y el aislamiento que habían provocado las desgraciadas e incorrectas políticas militaristas, tanto en la militancia más comprometida como en el resto de los sectores populares, fueron el terreno donde se consumó el drama del terrorismo de Estado y la dispersión y derrota de esa enorme acumulación de fuerzas, ilusiones, ideales, pasiones y entrega que animaba a buena parte de la sociedad nacional y a sus sectores más dinámicos a comienzos de la década del ‘70. El golpe de Estado de 1976 que abría el Proceso de Reorganización Nacional, resultaba entonces, por un lado, el producto directo, como se ha dicho, de la frustración y derrota de la activación popular expresada centralmente por el peronismo en 1973. Por otro lado, requiere ser comprendido como el punto culminante de aquel desarrollo histórico de las Fuerzas Armadas hacia una creciente corporativización y autonomización,, que no era sino la manifestación de la inviabilidad política de los sectores sociales
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Contralmirante Isaac Francisco Rojas, vicepresidente de facto de la Nación, en acto oficial. 20 de enero de 1958. (AGN )
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antipopulares, cuyo frente venían articulando de diverso modo desde 1955, ya fuera procurando sostener el marco de las formas de Estado “normales” desde el punto de vista constitucional en la fase tutelada, ya fuera asumiendo de modo directo la gestión estatal como en 1966, en los sueños fundacionales. En 1976 la autonomización militar manifestaba como nunca su origen, sentido y consecuencias, ya que venía a aplastar con ferocidad la movilización popular como respuesta y reconocimiento de la impotencia política de los sectores e intereses que eran perturbados por ella y a erigir, como secuela de tal función, su autonomía más plena. En el Proceso, el Partido Militar tomó de nuevo por su propia cuenta la tarea de recomponer la estructura económico-social y política de la sociedad argentina sin mediación civil alguna, misión que en su primera fase suponía “aniquilar la subversión”, desplegando para ello un baño de sangre y terror en una escala inédita en la historia nacional, pero cuyos antecedentes podían rastrearse en las experiencias represivas anteriores y en el viejo espíritu genocida de la oligarquía argentina. Encarnando en la cima del poder del Estado los intereses de un conjunto de sectores locales y externos incompatibles con los derechos políticos y sociales de las mayorías populares y fundamentalmente contrarios a cualquier modelo de desarrollo económico que pudiera orientarse por objetivos de industrialización auto sostenida, integración social, distribución del ingreso a favor de los sectores asalariados o por parámetros macroeconómicos compatibles con el fortalecimiento del mercado nacional interno, el Partido Militar se repartía áreas de influencia entre las tres armas y entretejía, además, su penetración orgánica e inorgánica en los distintos planos de la vida nacional, desde los directorios de empresas privadas, nacionales y filiales de extranjeras, hasta las universidades públicas y privadas. En su seno, por otro lado, desarrollaba sordas pujas intestinas, con modalidades crecientemente irracionales y violentas: cual partido, manifestaba la existencia de líneas
internas constituidas en torno a cortes ideológicos o a proyectos grupales e individuales. En tanto Fuerzas Armadas en el gobierno del Estado, tales líneas internas se superponían con la existencia institucional misma de cada arma y con el ejercicio del gobierno, generando una creciente autonomización de los liderazgos y procesos caóticos de toma de decisiones, desdibujamiento de las cadenas de mando y contradicciones e incoherencias flagrantes en su desempeño político. La guerra contra la subversión, contra el “enemigo interno” y la “guerrilla industrial”, pretendió revestir de legitimación el inicio de la gestión económica de Martínez de Hoz, la cual revelaba objetivamente, por su parte, el carácter del régimen en tanto coalición de intereses específicos. El Partido Militar produjo un golpe contra el conjunto de la sociedad argentina: en sus manifestaciones más directas, a través de los secuestros, torturas y asesinatos de personas; en sus formas económicas estratégicas y generales, en la implementación de un programa de reestructuración social y económica, sólo viable por aquel Terror. Sus impactos sobre el tejido social se esperaban contundentes en términos del disciplinamiento definitivo de la fuerza de trabajo a un nuevo patrón de acumulación de riquezas, resultado que no había conseguido el régimen burocrático autoritario de 1966. El modelo económico implementado por la dictadura se asentó en la apertura externa, básicamente en la política de endeudamiento masivo que se impulsó aprovechando las excepcionales circunstancias internacionales de liquidez de la segunda mitad de la década del ’70. Por esta vía, el Proceso facilitaba el acceso del Estado y de los grupos económicos más concentrados a divisas baratas, generando una trabazón en general delictiva entre funcionarios del sector público y del sector privado a efectos de aceitar el tráfico de recursos, influencias e información, camino que desembocaría finalmente, por la vía de la estatización de las deudas privadas, en la mayor estafa de la historia perpetrada contra la sociedad argentina toda.10 El desguace del aparato productivo local, provo-
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cado por la apertura indiscriminada de las importaciones, complementaría los efectos del endeudamiento externo, en un mayúsculo proceso de transferencia de riqueza en favor de grupos económicos externos e internos, generando caída de la actividad productiva nacional, de los salarios reales y aumento del desempleo. Un modelo de economía especulativa, de valorización financiera del capital como modalidad predominante -basado en un conjunto de medidas entre las que se destacaba el aseguramiento sistemático de tasas de interés positivas frente a la inflación- que se completaba con la consolidación de los grupos empresarios cómplices que brindaban diversos servicios al Estado, servicios onerosos, de mala calidad y sin ninguna clase de control sobre sus precios y condiciones. La ideología de la “libre empresa”, la “competitividad internacional”, la “integración al mundo occidental” y la “subsidiaridad del Estado”, encubría un proceso de rapiña institucionalizada sin precedentes y de penetración y saqueo del aparato estatal por parte de intereses privados diversos. En el plano estrictamente político, el análisis de este período permite una conclusión fundamental: el apogeo de la autonomía del Partido Militar coincidía con su máximo poder sobre la sociedad argentina y, al mismo tiempo, con su máximo aislamiento respecto de apoyos sociales orgánicos y estructurados, salvo en lo que respecta a los grupos técnico-políticos de los que se nutría para colonizar el Estado. En otros términos, las FF.AA expresaban un arco de intereses objetivos, pero su poder no descansaba en -ni contribuía a- vertebrar poder social alguno que sustentase su reproducción en tanto Partido en el largo plazo, a pesar de los diversos proyectos alentados en su seno. Su propia autonomía que procedía de las armas, posibilitaba su poder y su gobierno, pero enajenaba y debilitaba su reproducción futura. Las ideologías configuradas ad hoc, como el discurso de la guerra interna en salvaguarda de los valores occidentales “cristianos y anticomunistas”, comenzarían a revelarse insuficientes como vectores capaces de construir legitimidad en la sociedad, conforme se hacía evidente su triunfo en la guerra sucia -consumiendo la lógica de su funcionalidad- y
se volvían manifiestos los efectos del programa económico liberal y el aislamiento político. Luego del borbotón nacionalista generado con el mundial de fútbol, los preparativos del llamado Operativo Soberanía, para la guerra con Chile mostrarían el rostro belicista que el régimen comenzaba a adoptar en su nueva fuga hacia delante, en la búsqueda por resolver la cuestión de su dramático aislamiento de la sociedad. El militarismo, fuertemente disfuncional respecto de la inscripción ideológica y hemisférica general del Proceso, en el marco de la lucha contra el comunismo encabezada por los Estados Unidos,11 era la fórmula política con la que los sectores más irresponsables y aventureros del régimen pretendían volverse viables frente a una sociedad cada vez más lejana, recurriendo de modo tosco y manipulador a sentimientos nacionales y populares genuinos.
3. 1982, punto máximo de la autonomización militar, desastre y caída La legitimidad de una forma de dominación proviene de la validez y aceptación que los discursos, narrativas, sistemas ideológicos y justificaciones diversas, esgrimidas por los gobernantes, despiertan como adhesión y creencias positivas en los gobernados. Desde esta conceptualización ya clásica, podemos comprender la operación iniciada el 2 de abril de 1982 como el punto de condensación -ejecutando un proyecto erróneo desde varios puntos de vista- de una trayectoria desesperada por parte de la élite del Partido Militar, en torno al problema de cómo generar legitimidad ante la sociedad argentina, luego de la violencia represiva desatada y de las consecuencias de una política económica nociva para los intereses nacionales más elementales. Una narrativa nacionalista fundacional, en la cual la recuperación de las Islas Malvinas sería algo así como su proemio, su emblema introductorio y su guía, intentaba ser colocada por los gobernantes del Proceso en el lugar del vacío político al que se enfrentaban luego de consumar su sangrienta funcionalidad pretoriana y de hacerse patente su fracaso político y económico. Como se señaló en 1982 el Partido Militar alcan-
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zaba la cima de su autonomía respecto de la sociedad civil y paradójicamente, el máximo punto de su aislamiento y debilidad política. Sin horizontes verosímiles que ofrecer respecto del desarrollo económico y la normalización institucional, sin capacidad para articular alguna clase de frente político con posibilidades de realizarse en el marco de un formato republicano -no por carecer de contrapartes civiles, sino por lo impopular de su propuesta- y con una creciente percepción local e internacional relativa al carácter genocida y aberrante de su guerra interna, pretendió encontrar en Malvinas el proyecto de salvación y reorientación de su futuro. Los atisbos de reacción social y política manifestados en la conformación de la Multipartidaria, y en un sostenido malestar sindical que se expresaba en una cierta recuperación de la capacidad y voluntad movilizadora de la CGT, constituían elementos preocupantes en el panorama político interno que los militares enfrentaban. En este sentido, la idea de que las FF.AA “ya habían ganado una guerra” y que ahora “iban por otra”, cobra su dimensión de auténtico despropósito: imaginaban la operación de Malvinas concibiéndola principalmente como una artimaña para la manipulación de la opinión pública interna, en lugar de otorgar importancia a los aspectos políticos, técnicos y organizativos ante el riesgo de una auténtica guerra con otro Estado. La liviandad irresponsable de la decisión adquiere así su dimensión plena, la de constituir una nueva fuga hacia adelante como la de 1966, pero ahora en la forma de una guerra externa que enfrentaría peligrosamente a la Nación bajo la dictadura, con una de las potencias imperiales más poderosas del planeta. Inscribiéndola en este contexto histórico la guerra de Malvinas puede analizarse de modo conciso a partir de dos grandes dimensiones: a) el plano estratégico-político y b) el plano profesional-militar. a) En el plano estratégico-político resalta el tipo de evaluación, apresurada y errónea, que la cúpula militar realizó sobre aspectos sustanciales involucrados en el conflicto. Ejemplos que pueden mencionarse: la subestimación de la
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voluntad inglesa de afrontar el conflicto en el plano bélico a partir del hecho consumado; la hipótesis de la neutralidad norteamericana una vez producida la recuperación y frente a la decisión de su aliado británico de resistir el avance en las Islas; el absurdo supuesto del bloqueo automático soviético o chino -por el ejercicio de la capacidad de veto- de resoluciones en contra de Argentina en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sin acuerdos previos;12 la distorsionada y desproporcionada percepción del valor estratégico que se le podía asignar a la Argentina dictatorial en el marco de un hemisferio occidental cohesionado en la lucha anticomunista liderada por los Estados Unidos, entre otros. El cúmulo de errores analíticos y de interpretación del marco regional y mundial se revelaría rápidamente y el Partido Militar se vería en el trance de tener que adoptar una sorprendente posición tercermundista y anticolonialista, cristalizada en el pasmoso saludo entre Nicanor Costa Méndez y Fidel Castro, cuando el canciller de Galtieri visitó Cuba actuando el remedo increíble y ridículo de una política de reversión estratégica de alianzas internacionales. En suma, la endeblez de la dirección político estratégica del conflicto, su carencia de realismo y su profundo desconocimiento de las condiciones internacionales objetivas, constituyen razones básicas para condenar la decisión dictatorial de recuperar las Malvinas, agravada además por la falta de profesionalismo militar exhibido en la ausencia de un plan coherente de ocupación de las Islas, claramente subordinado a una estrategia negociadora viable y que permitiera evadir a tiempo la confrontación bélica directa con Gran Bretaña. b) En el plano profesional-militar, la conducción militar se reveló tan desoladoramente ineficiente e incapaz como en el plano estratégico político, cuestión llamativa y condenable por el hecho de tratarse específicamente del medio profesional y técnico de quienes habían tomado aquella decisión política. La incapacidad global de las FF.AA para afrontar el conflicto armado, las gruesas fallas de coordi-
nación entre las tres armas y los errores de carácter táctico deben ser señalados, analizados y recordados. Desde luego corresponde mencionar los aciertos puntuales -sobre todo de la aviación y de algunas unidades de combate de ejército e infantería de marina- y las muestras de heroísmo, capacidad y abnegación de aquellos cuadros militares que estuvieron a la altura del desafío y de los jóvenes ciudadanos conscriptos movilizados al teatro de operaciones que, con poco entrenamiento, peor vestimenta y pésima conducción, combatieron con entrega, pasión y orgullo nacional. El Partido Militar, que se había revelado apto para el pillaje interno, para someter a la sociedad civil argentina a un programa de saqueo económico sin precedentes -por la vía del terror de Estado, de los secuestros, la tortura y la implementación clandestina de la violencia-, se mostraba completamente incapaz de desarrollar su misión profesional específica en la primera guerra de la historia argentina en el siglo XX, la que por otro lado, había declarado autónomamente en nombre de la Nación toda. Basta la lectura del conocido informe Rattenbach para cerciorarse de los desatinos cometidos en el teatro de operaciones, en el plano estrictamente profesional. La rápida derrota por las armas provocaría la caída de la dictadura y el ocaso definitivo del Partido Militar. El hecho de que se clausurara irreversiblemente su viabilidad política, debe adjudicarse más a sus propios errores que a la existencia de un conglomerado social y político, vertebrado y en condiciones de imponerle una salida democrática sin limitaciones, tal como había ocurrido en 1973 frente al intento lanussista de condicionar el traspaso del poder. Aislado, derrotado, completamente desacreditado frente a la sociedad, pero conservando las armas y la ventaja estratégica que le otorgaba la desarticulación del campo popular por los efectos de la feroz represión, el Partido Militar pautó su salida estableciendo una larga transición de año y medio, en la que buscó garantizar la impunidad de sus actos terroristas y de sus tremendas acciones de gobierno –los “ilícitos”, como llamaron sin pudicia los diversos actos perpetrados
durante su gestión- y limitar en forma decisiva la posibilidad de que la naciente democracia ejerciera con plenitud la potestad de juzgar el pasado. La Junta militar emitió el Documento Final sobre la Lucha contra la Subversión y el Terrorismo en abril de 1983, y finalmente en septiembre, la ley Nº 22.924, de auto amnistía, por la cual intentaba cerrar cualquier indagación sobre sus crímenes, sin que semejantes actos encontrasen inicialmente en el conjunto de la sociedad una resistencia significativa. Sin embargo, la herencia de la dictadura se constituyó en un elemento de posicionamiento central para los partidos políticos en la campaña electoral de 1983, a tal punto que la vergonzosa aceptación de la auto amnistía por parte de Lúder y la dirigencia del justicialismo le posibilitaría al radicalismo diferenciarse adecuadamente del pasado y producir la primer derrota del peronismo en elecciones libres desde su fundación.13 Los intentos de la cúpula militar por condicionar la transición democrática no evitarían el hecho de que la guerra de Malvinas resultara una bisagra histórica en la comprensión social acerca de la peligrosidad del Partido Militar y de la enorme disfuncionalidad de su autonomía. La evidencia del aventurerismo militarista sin sostén profesional, la noción creciente de la magnitud del riesgo nacional corrido en el enfrentamiento con una superpotencia atómica, el peso de las bajas argentinas, el conocimiento de las historias sobre el comportamiento de buena parte de la oficialidad en el tratamiento de las tropas y en combate, la herida inferida al orgullo nacional, el conocimiento -en aquel entonces todavía difuso- sobre los crímenes de la dictadura pero la incómoda conciencia de su monstruosidad y el hastío ante un poder absolutista, disfuncional y peligroso fueron algunos de los elementos que moldearon un inédito, masivo, definitivo rechazo al Partido Militar, su accionar, sus crímenes, su estética y su tiempo. Sin embargo tal consenso “negativo”, lamentablemente no tenía el mismo carácter ni la misma extensión en relación a otros aspectos esenciales para el restablecimiento incondicionado y pleno del funcionamiento democrático.
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Como se ha dicho, el proceso de autonomización militar no expresaba ni más ni menos que el reverso de la imposibilidad histórica entre los argentinos para canalizar por vías institucionales y democráticas un pacto social extenso para la ampliación de la ciudadanía, la contra cara de la histórica y feroz renuencia de los sectores oligárquicos para someterse al juego democrático y consensuar fórmulas amplias de democratización social, política y económica. La extensión y profundidad de este inédito consenso democrático de 1983 se haría visible en la gran reacción social frente a las diferentes crisis militares acaecidas durante el gobierno radical de Alfonsín, apoyando con energía la institucionalidad democrática, oponiéndose en las calles a los intentos por condicionar la capacidad del Estado democrático de revisar el pasado y juzgar y condenar a los culpables del terrorismo de Estado y reclamando a la dirigencia política sostener la vigencia de la ley y la Constitución. A más de una década de las enormes movilizaciones políticas de los `70 y luego del aplastante disciplinamiento del terrorismo de Estado, hacía su aparición un difuso movimiento social que mostraba la existencia de marcas indelebles en la memoria social y un aprendizaje colectivo expresado en el incipiente resurgimiento de la capacidad de movilización popular en defensa de las instituciones básicas de la democracia y en la firme voluntad de cerrarle el paso a cualquier clase de intromisión militar en la política. Se cerraba el capítulo de las intervenciones militares en el escenario político nacional y se abriría la larga lucha por el juzgamiento de sus actos criminales y por liberar al pacto democrático de los límites y condicionamientos que distorsionarían su funcionamiento en las décadas siguientes, lucha que con avances importantes continúa hasta el presente. 14
4. A 25 años de la guerra: desenvolvimiento democrático y expectativas futuras Como ha intentado demostrarse hasta aquí, la decisión de ocupar las Islas y el desarrollo pos-
terior del conflicto, sólo alcanza su inteligibilidad histórica en el largo recorrido de las Fuerzas Armadas en su proceso de autonomización e intervención crecientes sobre una sociedad en conflicto, actuando como la herramienta principal de contención de la activación popular y expresión de la resistencia oligárquica a someterse y ser parte de un sistema político democrático estable, con un conjunto de derechos amplios y garantizados para todos los ciudadanos El acto final de su exorbitancia lo constituyó la declaración de una guerra por sus propios y espurios intereses a una potencia atómica, en nombre de la Nación toda, librándola y perdiéndola de modo ignominioso, malogrando los esfuerzos diplomáticos de generaciones sobre Malvinas y, finalmente, juzgándose a sí mismas sin rigor alguno, intentando diluir su responsabilidad en la reivindicación de la “gesta de Malvinas”, discurso detrás del cual se encolumnarían como “héroes” algunos genocidas que buscaban -y buscan- eludir sus responsabilidades. La guerra de Malvinas entonces significó un punto de quiebre histórico, con variadas consecuencias, inmediatas y mediatas: entre otros aspectos, determinó el fin de la dictadura, el fin del Partido Militar y por ende de su autonomía, dañó en forma duradera la causa nacional de Malvinas, produjo la cristalización de un amplio consenso democrático y abrió camino al incipiente proceso de reconstitución del sujeto popular. En lo que sigue se buscará sintetizar aquellas cuestiones que pueden considerarse más significativas en relación con la evolución democrática de los últimos veinticinco años. a) En relación a la lucha por la soberanía sobre las Malvinas, la guerra significó un claro cambio en la situación histórica, ya que a partir de ella se condensaron y resignificaron viejos aspectos vinculados con la cuestión de las Islas: en lo interno, aumentaría y se consolidaría la percepción de Malvinas como “cuestión nacional”, instalándose en tal sentido como tópico recurrente de la política doméstica; en lo externo, la presencia de la cuestión en la agenda internacional,
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Gral. Pedro Eugenio Aramburu y Contralmirante Isaac Francisco Rojas., en acto oficial. 20 de enero de 1958 (AGN)
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quedaría fuertemente condicionada por el previsible endurecimiento de la posición británica y su cerrado rechazo a discutir el problema de la soberanía. La utilización que hizo el Partido Militar de la reivindicación histórica de Malvinas como posible fuente de una nueva legitimidad que favoreciera su permanencia en el poder institucional de la Nación y potenciara su giro autónomo, obturó las vías diplomáticas que se encontraban en marcha y produjo un daño irreversible en el corto y el mediano plazo a la causa nacional de la recuperación por la vía pacífica y diplomática. Dio excusa, por largos veinticinco años, a la empecinada negativa inglesa para abordar una discusión razonable sobre la soberanía de estos territorios ocupados por un acto de violencia, manifiestamente ilegítimo, desde 1833 y comprometió el impecable prestigio y consenso internacional de la causa Malvinas, que venía instalándose desde hacía décadas en los foros internacionales como un caso típico de colonialismo.15 Ya en democracia la posición argentina en el tratamiento de la cuestión Malvinas sufrió un giro relevante y aún más negativo en el marco del gran realineamiento de política exterior efectuado por el gobierno de Menem. Ese replanteo que debe ser apuntado como uno de los nudos notables de la cuestión, desde la guerra hasta el presente, implicó el reestablecimiento de las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña y la postulación del famoso “paraguas” que suspendía la discusión sobre la disputa de fondo sobre Malvinas. La política de seducción sobre los isleños, practicada durante aquellos años en el marco de las relaciones de alineamiento automático con los Estados Unidos, constituyó la línea de acción diplomática de prácticamente toda la década de los ’90, sin generar en la materia avance alguno, más bien retrocesos notorios vinculados con el menoscabo general del albedrío nacional en materia de política exterior y con el debilitamiento de la histórica posición argentina de reclamo sistemático e inclaudicable sobre la soberanía del archipiélago así como de las restantes Islas ocupadas, Georgias y Sandwich del Sur.
b) La guerra de Malvinas significó el fin de la dictadura y del Partido Militar, hizo aflorar una coincidencia amplísima sobre las reglas del juego democrático y abrió un lento proceso de reconfiguración de los actores sociales. Para los sectores dominantes, un nuevo consenso democrático con condicionamientos era posible y aceptable por dos razones básicas. En primer lugar, por la peligrosidad que había demostrado el Partido Militar -y por el universal desprestigio social que había adquirido-, lo cual lo clausuraba fatalmente como opción política futura, como herramienta institucional para la realización/garantía de los objetivos de dichos sectores. En segundo lugar, el drástico cambio en la correlación de fuerzas sociales -producto del terrorismo estatal y de las debilidades populares-, había consumido su funcionalidad más estratégica ya que tal modificación dificultaba o esterilizaba por un plazo amplio la posible constitución de movimientos políticos capaces de desafiar con eficacia la estructura socioeconómica que había adquirido el capitalismo argentino luego de la recomposición operada bajo el Terror. c) El tema de la transición democrática puede plantearse, entonces, como la pregunta respecto de “¿qué tipo de democracia?” emergió en 1983. En otro trabajo,16 se ha caracterizado como “democracia condicionada”, aquel régimen político signado, entre otros tópicos, por la incidencia profunda y perdurable que la política económica de la dictadura -reverso del disciplinamiento sociopolítico operado por el terror-, produjo sobre el Estado y la capacidad de decisión de los diferentes actores sociales y populares. El peso del endeudamiento externo, la pérdida de centralidad del Estado y correlativamente el inédito poder de los grupos económicos surgidos al calor de dictadura, establecían un novedoso desafío a una capacidad estatal deliberadamente menguada, incapaz de ejercer la orientación, control y regulación de la actividad económica. Los planes de ajuste sucesivos, desde el “rodrigazo” de 1975 en adelante, el predominio que el sector financiero adquirió sobre la producción, la especulación financiera apoyada en altas tasas
de interés, el endeudamiento externo y la transferencia al erario público de la deuda privada, la inflación y el continuo deterioro de los salarios reales, la colonización del Estado por intereses vinculados a distintos actores económicos, internos y externos, la debilidad de las políticas públicas en relación a los sectores populares, entre otras expresiones de la política económica dictatorial, generaron condicionamientos estructurales con incidencia en el largo plazo y acotaron en forma decisiva la capacidad del nuevo acuerdo democrático. En este sentido, la restauración institucional de 1983 sobrellevó por casi dos décadas tales limitaciones, agravadas durante el apogeo del neoliberalismo menemista, hasta la implosión del modelo de la convertibilidad, en diciembre de 2001 y el comienzo de la reconstrucción de la capacidad estatal para establecer políticas en materia económica y social, profundizadas a partir del 25 de mayo de 2003. En el marco de este tipo de democracia condicionada es que puede comprenderse la evolución específica de la cuestión militar, que luego del fracaso de Malvinas y la caída de la dictadura quedaría compuesta por tres cuestiones decisivas: la subordinación efectiva de los militares al poder civil, el juzgamiento de los crímenes del período dictatorial y la redefinición del rol de las FF.AA en el Estado argentino. d) La cuestión militar post Malvinas, mostró un desenvolvimiento de alternativas tensas y complejas, desde los ya reseñados inútiles esfuerzos de los dictadores en retirada por auto amnistiarse, antes de la entrega del gobierno a Raúl Alfonsín en diciembre de 1983, hasta la lucha en el marco del Estado democrático por lograr la efectiva subordinación de las FF.AA a la autoridad civil, y centralmente por ejercer la plenitud de la potestad estatal en el juzgamiento de los crímenes de la dictadura, -limitación que constituía un obstáculo central sobre la calidad institucional de la democracia argentina. Además, en tanto aspecto de la política pública de cualquier Estado-Nación moderno, la cuestión del diseño institucional de las Fuerzas
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Armadas, la reorientación de sus objetivos, las modalidades y proporciones de su financiamiento en términos de la renta nacional entre otros temas, serían asuntos enmarcados y resueltos en la tensión entre un poder democrático condicionado y una corporación que conservaba una capacidad de veto que quedó plasmada a partir de 1987. En la primera crisis militar en la nueva etapa democrática, las FF.AA demostraron que, a pesar de su descrédito y aislamiento de la sociedad, eran todavía capaces de utilizar su posición privilegiada en tanto aparato bélico del Estado, como recurso para el reclamo político, reclamo de carácter insubordinado, amenazando con alterar el orden institucional en función de objetivos de tipo sectorial y corporativo. La utilización de Malvinas como tópico de identificación nacionalista, resignificaba la cuestión de la soberanía ahora en términos del heroísmo militar, para legitimar intentonas destinadas a paralizar causas judiciales, condicionar al poder civil y dirimir cuestiones internas entre sectores del ejército. De esta forma, se sumaba un nuevo condicionante al sistema político democrático, recortando la potestad estatal para hacer funcionar la justicia y sujetar a la corporación militar al Estado de derecho. Expresión concreta de tales presiones fueron las leyes sancionadas por el poder legislativo números 23.492 (“de Punto Final”) y 23.521 (“de Obediencia Debida”) que intentaban aplacarlas, en tanto el gobierno de Alfonsín no lograba enfrentar con acierto el desafío corporativo al poder democrático, pese al enorme apoyo popular a la continuidad institucional y al presidente en ejercicio.17 La década de los ‘90, en la cual el menemismo asumía los condicionantes heredados del Proceso y elegía abiertamente profundizar sus consecuencias generalizando el modelo neoliberal, se abriría con la crisis del mes de diciembre de ese año, la que revelaría que, a partir de los acuerdos establecidos con el gobierno, la conducción de las FF.AA se subordinaba definitivamente al poder civil, otorgándole al gobierno el poder de fuego suficiente como para reprimir
la sublevación de los sectores del ejército enrolados en el liderazgo carapintada.18 Los indultos menemistas, cuya primera andanada se produjo a poco de asumir el gobierno, venían a ser la consecuencia de la anunciada política de “pacificación nacional” que durante la campaña electoral venía esgrimiendo el futuro presidente, jugaron un papel decisivo en la negociación por la subordinación militar y en la profundización de la política de impunidad y olvido, haciendo ostensible la claudicación mayoritaria de la dirigencia política frente al imperativo constitucional de realización de una justicia plena. La redefinición del rol de las FF.AA. en el nuevo marco democrático distó de ser producto de una única, sólida y consensuada política institucional y se fue componiendo a golpe de circunstancia, como corolario de definiciones en otros planos y como políticas parciales. Hitos de este proceso fueron: acuerdos parlamentarios significativos como la ley Defensa Nacional que distinguió con claridad las tareas de las fuerzas de seguridad de las correspondientes a las fuerzas armadas nacionales; el impacto de lógicas extrínsecas que modificaron el panorama de inscripción regional del país y anularon viejas hipótesis militares de conflicto, como el tratado que llevó a la asociación con Brasil y por ende con Uruguay y Paraguay, o los acuerdos limítrofes con Chile que sellaron de modo definitivo la extensa frontera común; el resultado de premisas de política económica que entrañaron una reducción presupuestaria severa a los que no pudo escapar la corporación militar y su sistema de empresas vinculadas; el alineamiento automático con los EE.UU que supuso roles internacionales para las fuerzas armadas en intervenciones dirigidas por Naciones Unidas pero también en la primer guerra del Golfo; la política exterior norteamericana que no iba a permitir en América Latina que un país manejara simultáneamente dos tecnologías de punta como la nuclear y la de misiles y que llevó a que Menem decretara la liquidación de la cohetería desarrollada en Falda del Carmen en el marco del Proyecto Cóndor; el impacto del crimen del sol-
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Dr. José María Guido. Firma de acta de asunción como presidente de la Nación. 12 de octubre de 1963. (AGN)
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dado conscripto Carrasco en la unidad militar a la que estaba destinado que catalizó el repudio de la opinión pública sobre la vieja disfuncionalidad del servicio militar obligatorio, convertido en un tránsito inútil y vejatorio para la mayoría de los jóvenes reclutas, y condujo a su anulación por Menem. La desarticulación general operada sobre el Estado nacional en los años ’90 a partir de la venta de empresas estatales y el achicamiento de la producción de bienes y servicios públicos intentaría cierta compensación a través de la habilitación de erradas políticas de exportación de armas a zonas en conflicto -Ecuador, Croacia, que terminarían en rápida exposición pública y conflictos diplomáticos. La resolución de la cuestión militar, operada por el menemismo y continuada con matices hasta el 2003, a partir de la subordinación de las FF.AA al poder civil, la resignación de la persecución y el castigo de los crímenes dictatoriales resumidos en la consigna de pacificar sobre la base del olvido del pasado, el alineamiento exterior con los Estados Unidos y el achicamiento del gasto en defensa, entraría en un marco de definiciones diferente caracterizado por el cuestionamiento social al Estado neoliberal y a la impunidad en materia de derechos humanos que emergió con fuerza en diciembre 2001, producto de la crisis general del modelo socioeconómico y de las instituciones políticas. La política hacia las FF.AA a partir de 2003 ha cobrado un rumbo distintivo toda vez que la política de memoria, verdad y justicia ha cristalizado en la recuperación de la autonomía del Estado democrático para ejercer plenamente su potestad de juzgar los crímenes dictatoriales impulsando la reapertura de las causas cerradas mediante la anulación de las leyes que bloqueaban esta posibilidad y de los indultos de los años ’90, que fundaban la política de olvido e impunidad.19 Esa nueva política ha impactado en lo simbólico y en lo material reclamando la exclusión de la nomenclatura militar de los responsables del terrorismo de Estado y disponiendo que los lugares emblemáticos de la represión como la ESMA en la Ciudad de Buenos Aires o
“La Cacha” en Córdoba y otros tantos en el todo el país sean destinados a museos de la memoria que permitan comprender a las nuevas generaciones y a la sociedad en general las circunstancias, procesos, decisiones, discursos y acciones que llevaron a la de-saparición y muerte a miles de personas. También se ha planteado una reestructuración de las FF.AA con el objetivo de profundizar en la adquisición de una percepción democrática de sí mismas, tomando distancia de discursos o doctrinas que pudieran asemejarse a la de la reserva moral de la nación, ejerciendo un rol pedagógico en la difusión e internalización de los valores republicanos y pluralistas que prevengan potenciales comportamientos corporativos o autonómicos como los registrados en el pasado y que sitúen a las FF.AA. en el conjunto armónico de las instituciones nacionales, subordinadas al poder constitucional de la república, observantes rigurosas de los derechos humanos, y parte activa en el esfuerzo colectivo por construir una inserción productiva, eficaz y prestigiosa en el mundo. e) Finalmente algunas observaciones respecto del momento histórico actual y acerca de cómo proyectar Malvinas en nuestro presente y futuro. El planteamiento de una política exterior soberana y autónoma de los intereses de otros Estados nacionales, aún de aquellos que dominan el continente, permite un replanteo de la cuestión de la soberanía argentina sobre las Islas, en el marco global de la recuperación de las capacidades estatales nacionales para fijar la política de defensa, la política económica y la política internacional. En términos generales, la vía pacífica para la recuperación de las Islas, única vía posible para una nación plenamente democrática y respetuosa del derecho internacional, tendrá mayor viabilidad conforme se acreciente la importancia nacional por el despliegue y desarrollo de un rol propio en el contexto internacional.20 El crecimiento económico de una sociedad más equilibrada, el respeto y fortalecimiento de las instituciones republicanas y democráticas y la
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presencia activa de un Estado asentado en el respeto a los derechos humanos y promotor de la justicia en todas sus dimensiones, constituyen los cimientos firmes de una nación moderna proyectada al mundo. Hacer justicia respecto de los responsables de los crímenes cometidos por la dictadura, pero también hacer justicia en términos del desarrollo de un orden social integrado, demostrar que es posible armonizar el crecimiento económico con el funcionamiento pleno de las instituciones de la república, y que es posible desarrollar la autodeterminación nacional en el marco de relaciones maduras con las potencias, componen aspectos de la larga y estratégica apuesta en el contexto de la cual, en el futuro y como resultado de este esfuerzo, las Islas serán restituidas a su legítimo dominio. En el plano internacional, la construcción de un marco regional en el cual se privilegie el fortalecimiento de los lazos bilaterales y multilaterales con los países latinoamericanos puede constituir la constante estratégica capaz de condicionar los intereses británicos -y los de sus aliados- en Sudamérica. La pertenencia argentina a la región y el desarrollo de una política activa que la potencie, no pueden volver a colocarse en un plano secundario como en otras épocas históricas. En este sentido, tal vez uno de los legados más duraderos de la guerra de 1982 lo constituya la solidaridad regional con la Argentina, frente al silencio, cuando no la franca hostilidad, de las referencias internacionales que los sectores dirigentes tradicionales habían percibido como los apoyos de nuestro país, sea en los Estados Unidos, sea en las potencias europeas.
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Será ampliando, en definitiva, la capacidad económica y el espacio de incidencia político de nuestro país, en la continuidad y profundización democrática de gobiernos legítimos, que las Malvinas, territorio irredento y cristalización simbólica del interés nacional, serán recuperadas. Con inteligencia, perseverancia y voluntad. Sin estridencias ni aventuras. Con el peso de un país serio y viable que persiga con tesón y con pasión sus objetivos, -sin dejar que esa pasión nuble su inteligencia-, estaremos en condiciones de recuperar las Islas en el plazo de dos o tres generaciones, y señalar un hito necesario respecto de otra recuperación mucho más importante: la del sentido de pertenencia colectiva a un proyecto nacional democrático viable en el largo plazo, más justo, integrador y moderno. La aventura irresponsable e imperdonable de Malvinas cerró el ciclo del Partido Militar, en tanto las Fuerzas Armadas dejaron de ser viables como la expresión política de grupos sociales dominantes renuentes a aceptar formas de construcción nacional democráticas, integradoras, distributivas y justas. A veinticinco años de la guerra y a punto de cumplirse la misma distancia del reestablecimiento democrático, la reaparición del sujeto popular mutilado por ese Partido Militar, su reconstitución y movilización, sigue resultando una tarea acuciante. Ese país moderno capaz de desempeñar en la región y en el mundo un papel relevante, surgirá en gran medida cuando se complete la rearticulación histórica, cultural y política del pueblo argentino.
Notas 1 Ricardo Sidicaro: “La política procesista y la guerra de las Malvinas” y Ernesto López: “Malvinas y su impacto en las relaciones civiles-militares en la Argentina” 2 En una pieza excepcional dirigida al Jefe del Ejército
Videla, el 24 de marzo de 1976 y a horas de ser secuestrado, el mayor Bernardo Alberte, escribió: “Nosotros no consideramos a las FF.AA como una institución poseedora de valores inmutables, sino como una institución humana que actúa para bien o para mal, de
acuerdo a los hombres que circunstancialmente las dirigen. No son mejores ni peores que los hombres que la componen, y por consiguiente, no existe la continuidad histórica que iguala a todos los militares a través del tiempo con un mismo sello de excelencia, des-
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interés o patriotismo; tampoco el mérito de una época alcanza a los protagonistas de otra, salvo que la revaliden con su propia conducta. Y lo mismo en lo que atañe a conductas infamantes. Los méritos de San Martín no apañan a Quaranta, ni Fernández Suárez infama a Belgrano, a Dorrego o a Güemes. Podemos admirar al Alte. Brown y negar al mismo tiempo a Rojas y a Benigno Varela. Podemos sentirnos deudores y herederos de tantos milicos que regaron con su sangre el suelo de América y de la Patria y no por ello atenuar nuestro juicio sobre los oficiales cómplices, ejecutores y consentidores de vejámenes y torturas”. 3 Debe señalarse en lo relativo a este punto el carácter excepcional de la intervención militar de 1943, que tomó un curso diferente con la acción política de Perón desde el Estado y la defensa obrera y popular de la misma, en las jornadas de octubre de 1945. 4 Corresponde señalar que las diversas y masivas purgas practicadas en el Ejército por la “Revolución Libertadora”, cambiaron radicalmente la correspondencia numérica de su composición ideológica, a favor, claro está, de sus posiciones. 5 Las tesis profesionalistas fueron una respuesta al “estado deliberativo” de las Fuerzas Armadas, producto de su intervención sistemática en el plano político y a las consecuencias lógicas que tal exposición al juego político producían en los cuadros militares, generando divisiones y cristalización de líneas políticas diversas. Durante 1962 y 1963, esos enfoques se dirimieron en los cruentos enfrentamientos entre los llamados bandos “azules” y “colorados”. 6 Ver la obra clásica de Guillermo O`Donnell: El Estado burocrático autoritario. Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1982. 7 La movilización de los sectores obreros y populares que la política de Perón desencadenó durante los años
`44 y `45, fue estimulada por una enérgica acción desarrollada desde el Estado y validada tanto por la manifestación popular en las jornadas de octubre de 1945 como por el triunfo electoral contra la Unión Democrática el 24 de febrero de 1946. El movimiento de masas de los `60 y `70 resulta impensable sin la existencia previa de la experiencia de masas del primer peronismo, pero es claro que el rechazo a la dictadura del Partido Militar se produjo desde abajo, desde el espacio de la sociedad civil, a diferencia de la experiencia movilizadota del `45 que constituyó el nuevo sujeto popular en diálogo con el poder estatal. 8 Próximamente nos ocuparemos en extenso del proceso del `73 al que dedicaremos un número especial. 9 En tal sentido, el fenómeno de las Madres de Plaza de Mayo es un indicador preciso de la defección general de las instituciones nacionales ante el Terror. Ellas desafiaron el aislamiento social y político con su testimonio y sus denuncias, convirtiendo en públicas las consecuencias criminales del Terror, que tenía, además, la pretensión perversa de tratar su ejercicio punitivo -muertes, desapariciones, detenciones, exacciones y castigos diversos-, como una cuestión privada, limitada a la víctima y a cada entorno familiar. 10 Ver fallo del juez Ballesteros en la causa iniciada por Alejandro Olmos en 1982. 11 Debe señalarse que la posición norteamericana en lo relativo al respeto por los derechos humanos en las dictaduras latinoamericanas, había variado entre las administraciones de Nixon-Ford, Carter y Reagan. Para los años 1977-80 el Proceso sufría la presión de la presidencia demócrata de Carter por las violaciones a los derechos humanos, recibiendo el apoyo de la URSS en los foros internacionales para ocultar el tema. El retorno de los republicanos con Reagan en 1980, abriría en los “duros” del Proceso la expectati-
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va de contar con un respaldo mayor para diversos planes, habida cuenta, por otro lado, del apoyo argentino para la intervención norteamericana en América Central, a partir de 1981. En este mismo Cuaderno, el artículo de Alberto D’Alotto describe adecuadamente el tema y la conexión de estos cambios con la decisión de la operación militar en Malvinas. 12 La resolución 502 del Consejo de Seguridad sancionada el 3 de abril de 1982, declaró preocupación por “los informes sobre la invasión del 2 de abril por fuerzas armadas de la Argentina…” de las Islas y dispuso el retiro argentino, sin que soviéticos ni chinos utilizaran su capacidad de veto de la resolución. Como consecuencia de los tardíos intentos diplomáticos de la Junta, sólo el voto de Panamá -representando la región- se opuso a la resolución. 13 Sin duda la derrota del justicialismo en 1983 fue la consecuencia de un conjunto diverso de causas, entre las que pueden mencionarse el desastroso gobierno protagonizado por Isabel Perón a la muerte del líder, la aplicación en un gobierno justicialista de un programa económico ajeno a los intereses populares, el rodrigazo –preanunciando las debilidades que permitirían años más tarde la experiencia menemista-, los crímenes cometidos por las Tres A con el indisimulable apoyo de derecha peronista más recalcitrante, la consolidación de los sectores más conservadores en la cúpula partidaria como resultado de la lucha interna con la Tendencia, , y la actitud jactanciosa de dirigentes nominados sin ningún tipo de ejercicio democrático interno, que se declaraban vencedores de la lucha electoral por el sólo hecho de ser candidatos del justicialismo. 14 Ver mi artículo “El 2001 en perspectiva histórica”. En Cuadernos Argentina Reciente Nº 3, diciembre de 2006. 15 El gravísimo daño a la vía diplomática resultó más
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dramático y perverso por lo avanzadas que se encontraban las negociaciones bilaterales con el Reino Unido, al momento de decidirse el operativo militar Malvinas por Galtieri, Anaya y su elenco. Ver a este respecto Cardoso, Oscar, Kirschbaum, Ricardo y Eduardo Van der Kooy: Malvinas, la trama secreta. Sudamericana Planeta, 1983; y la entrevista realizada al embajador Carlos Ortiz de Rozas publicada en este mismo número. 16 “El 2001 en perspectiva histórica”. Op. cit. 17 La inadecuada resolución de estas presiones, leídas mayoritariamente como una concesión excesiva y un retroceso inadmisible, constituyeron un punto de quiebre en el consenso que sostenía al gobierno radical desde 1983 y precipitaron su crisis, primero electoral y luego económica y política dos años después. 18 Sector interno del Ejército con el cual el menemismo había establecido lazos políticos sólidos durante la etapa previa a su acceso a la presidencia y durante los primeros meses de la misma, apoyándose en él para la designación del general Isidro Cáceres como jefe del arma. 19 El Parlamento argentino derogó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, en agosto de 2003 mediante la Ley 25.779, mientras que la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró en junio de 2005 que “ningún efecto de las leyes 23.492 (Punto Final) y 23.521 (Obediencia Debida) y cualquier acto fundado en ellas…puede oponerse al avance de los procesos” que instruye la Justicia “ni obstaculizar las investigaciones por crímenes de lesa humanidad cometidos en el territorio de la Nación Argentina”. También fueron anulados judicialmente los indultos dictados por Menem. 20 Véase en este sentido, la entrevista realizada al canciller Taiana en el presente volumen.
Gral. Juan Carlos Onganía. Juramento como presidente de facto de la Nación. (AGN)
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Ricardo Sidicaro La política procesista y la guerra de las Malvinas Ricardo Sidicaro Sociólogo. Investigador Principal Conicet. Profesor, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
Introducción La Guerra de las Malvinas tuvo significativas consecuencias políticas e ideológicas y aquí destacaremos la generalizada conciencia antimilitarista generada por la derrota en la opinión pública. Ese hecho produjo un cambio sustancial en la cultura política nacional y fue un factor que se halló en la base de la reconstrucción de las instituciones políticas democráticas. Durante muchos años, la politización de las instituciones castrenses había llevado a la creciente desintegración del marco burocrático que debía regular la disciplina, el respeto a las jerarquías internas y la subordinación al orden constitucional. La situación de anomia reinante en la esfera castrense, la debilidad de las convicciones institucionales de los partidos políticos y las ideas de la sociedad proclives a aceptar como legítimas las intervenciones militares en el sistema político fueron, sin duda, los elementos que se combinaron en varias oportunidades para frustrar las continuidades de los gobiernos civiles. Si con Max Weber se puede pensar que la tensión entre la burocracia y el parlamentarismo constituye un componente de cualquier régimen democrático, dado que los intereses corporativos de la primera tienden a entrar en conflicto con las modalidades de gobierno propias de la democracia de partidos, en el caso argentino la situación fue mucho más compleja. Esa tensión, que alcanzó niveles extremos, provino de las iniciativas de la burocracia militar, es decir de aquellos funcionarios encargados del empleo de los medios de la violencia legítima del Estado.
Esa burocracia militar distaba de la caracterización planteada por Max Weber, un “ejército moderno de masas es un ejército burocrático, y el oficial es una categoría especial de funcionario, en contraste con el noble, el condottiere, el cabecilla o los héroes homéricos. La fuerza efectiva del ejército descansa en la disciplina”.1 La legitimidad del parlamentarismo con el que los actores castrenses se enfrentaron era, por otra parte, débil por tener un origen condicionado por el mismo sistema de dominación castrense y sus partidos políticos poseían estructuras deterioradas por las periódicas prohibiciones de sus actividades. En su conjunto, los dirigentes partidarios no formaban una clase política capaz de aunar esfuerzos para preservar sus cargos y funciones ante el avance de las facciones politizadas de la burocracia militares. Muchos actores que tenían un cierto peso en la conformación de la opinión pública participaban de creencias ambivalentes con respecto al origen legal de la autoridad como fuente de su legitimidad política, modo de evaluación que no era, por cierto, desconocido en otras latitudes. El sociólogo norteamericano Irving Louis Horowitz propuso el concepto la norma de ilegitimidad, para caracterizar la idea bastante difundida en Latinoamérica que consideraba al Estado como una agencia de poder de la que cabía juzgar los resultados de sus políticas con independencia del modo legal o no por el que sus autoridades alcanzaban sus cargos.2 De los factores que contribuyeron a modificar el lugar ocupado por los militares en el sistema político nacional, nos centraremos en la gran novedad que incorporó la cuestión mal-
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vinense: el surgimiento de una conciencia antimilitarista en amplios sectores de la población.
El sistema de dominación castrense 1955-1983 Es obvio recordar que entre 1955 y 1983 los aparatos estatales fueron directamente controlados por los militares durante unos diecinueve años y en los nueve restantes, dos gobiernos civiles (1958-62 y 1963-66) funcionaron bajo tutela castrense y, si bien, el gobierno de los años 1973-76 se constituyó contra la voluntad de los uniformados, éstos comenzaron muy pronto a avanzar políticamente y finalizaron por destituirlo. Las facciones de la burocracia castrense que en esas tres décadas dominaron el sistema político, no consiguieron, en ningún momento, imponer una dictadura estable; y ninguno de los generales-presidente se mantuvo en su cargo más de cuatro años. Todos los regímenes de facto, al igual que las experiencias civiles, fueron removidos o condicionados por las facciones politizadas de las Fuerzas Armadas que defendían objetivos propios, de círculo o personales, asociados más o menos estrechamente a sectores civiles, y que deterioraban primero la autoridad de los gobiernos y luego los derrocaban. Las minorías activas que disputaban la dirección del sistema de dominación castrense no sólo no pudieron establecer una dictadura prolongada sino que con su acción fueron disolviendo las propias instituciones militares. Por otra parte, tanto los gobierno de facto como los de los cor-
tos períodos civiles, fueron, por su inestabilidad, introduciendo una creciente desorganización de los aparatos estatales al superponer de modo desordenado, en sus estructuras administrativas y legales, las “innovaciones institucionales” solicitadas por los actores o sectores cuyos intereses privilegiaban. Así, fuese por la acción de las coaliciones golpistas o por los más disímiles agentes que participaron de los intermedios democráticos, fueron muchísimos los sectores que entre 1955 y 1983 influyeron sobre las políticas públicas: desde grandes empresarios hasta dirigentes sindicales, incluyendo a los partidos de casi todas las sensibilidades ideológicas, a la Iglesia, al movimiento estudiantil, a los órganos de la prensa “seria”, a agrupaciones profesionales, etc., los que incorporaron sus demandas cuando sus interlocuciones con los gobernantes se lo posibilitaron. Si la permanencia del poder militar no siempre fue visible se debió, justamente, a que en distintos momentos los procedimientos políticos se rigieron por pautas constitucionales. En esas condiciones, las Fuerzas Armadas perdían el manejo directo del gobierno, pero el sistema de dominación militar en cuanto tal seguía presente, a modo de tutela y de veto castrense sobre las decisiones que podían afectar negativamente los intereses de sus miembros más influyentes.
La circunstancia como ideología Entre 1955 y 1983, las facciones castrenses, sin una planificación meticulosa, actuaron como una especie de partido atrapa todo que, dentro
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Gral. Roberto Marcelo Levingston. Acto de asunción como presidente de facto de la Nación. 18 de junio de 1970. (AGN)
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de ciertos límites, ofrecía satisfacciones simbólicas a distintos -y contradictorios- actores y sectores sociales, presentándose como corporativistas o liberal-democráticos en materia de sistemas de representación, proteccionistas o librecambistas, agraristas o industrialistas en economía, “colorados represivos” o “azules democráticos”, según las coyunturas políticas. A todos esos matices se sumaban aquellos que se derivaban de supuestas “ideologías históricas” o “sensibilidades sociales” de las distintas unidades funcionales de las Fuerzas Armadas. Las referencias a las amenazas del comunismo internacional y a la defensa del llamado “modo de vida occidental y cristiano” fueron, probablemente, los componentes ideológicos globales más repetidos desde inicios de los años sesenta, pero en tanto en el país no había partidos fuertes que bregaban por transformaciones de la sociedad en esa dirección, esos fueron pretextos para perseguir a cualquier crítico del sistema de dominación castrense. Si bien los militares no mostraron mayor coherencia en sus ideas, es evidente que el antiperonismo constituyó la verdadera ideología práctica de la mayoría de los jefes de las minorías politizadas de las Fuerzas Armadas y eso se plasmó en el común acuerdo de todas las facciones castrenses de excluir al peronismo de la arena electoral por casi dos decenios. Sin embargo, el contenido netamente pragmático de dicha opción lo reveló el hecho de que cuando los altos jefes castrenses con alguna participación relevante en el derrocamiento de Perón o en el mantenimiento de la proscripción de su movimiento político culminaron su carrera burocrática y completaron el generalato aceptaron el retorno al poder del exiliado caudillo y de sus seguidores. Las prácticas proscriptivas de los jefes castrenses se habían fundado más en intereses personales y de círculo que en concepciones ideológicas medianamente elaboradas. Por otra parte, si las afinidades antiperonistas habían creado coincidencias entre las minorías activas militares y el gran empresariado, en 1973 se hizo notorio que los aliados patronales tenían muy poco que ganar con el retorno de los pero-
nistas -ahora más heterogéneos y radicalizados que antes-, al manejo de los aparatos estatales, pero ese peligro para el capital no perturbó la decisión aperturista de los ya tranquilizados altos jefes castrenses. En síntesis, la falta de ideologías consistentes en el seno de las Fuerzas Armadas reflejaba el nivel de disolución de sus estructuras institucionales. Al actuar fuera de los marcos de regulación de la vida constitucional, habían surgido facciones al servicio de jefes cuya capacidad de suscitar adhesiones era efímera. Sin mayores referencias unificadoras, los intereses de armas, cuerpos y facciones castrenses, se convirtieron en el motor de conflictos internos liderados por quienes conseguían imponerse por breves períodos; luego, otros grupos los desplazaban y con las luchas por los ansiados ascensos burocráticos se deterioraba aún más los niveles ya deteriorados de profesionalismo.
El “Proceso” y la guerra malvinense Los estudios sobre las transformaciones políticas que siguieron a la guerra y la derrota argentina en el conflicto del Atlántico Sur parecen tener entre sus obstáculos las dificultades ineludibles que existen para objetivar los pasados recientes particularmente trágicos. Por otra parte, las interpretaciones más difundidas en nuestras ciencias sociales para explicar la dictadura 1976-83 adoptaron ópticas conceptuales de escaso o nulo poder heurístico para analizar un enfrentamiento armado, como fue el de Malvinas, con una de las principales naciones del capitalismo occidental. En la mayoría de los abordajes al estudio del régimen militar primaron los supuestos que veían a las Fuerzas Armadas como un actor político-ideológico consistente y unificado, consideraban a sus altos jefes como reproductores, tanto en lo militar como en lo gubernamental, de los proyectos de las principales naciones occidentales y que sus políticas públicas respondían a los intereses de los grandes empresarios nacionales y extranjeros. Temas tales como la autonomía del Estado, la formación de intereses propios de las buro-
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cracias castrenses, las luchas entre facciones militares, la conformación y los cambios de las coaliciones civiles golpistas que acompañaban la instauración de los regímenes autoritarios, los efectos de los conflictos sociales sobre los gobiernos de facto, tenían muy poca -o ningunacabida en esos esquemas interpretativos. Ese estilo de reflexiones sobre la dictadura parece preferir ajustarse a las cosas de la lógica sin dejar entrar en el campo de indagación aquellas informaciones empíricas que las contradicen o, dicho de otro modo, a la lógica de las cosas. Así, las eventuales preguntas comprensivas sobre el sentido de la acción de los jefes castrenses son remplazadas por ideas que sostienen el necesario carácter funcional de sus conductas con respecto a la maximización de la ganancia empresarial y a las estrategias de los países hegemónicos. Más allá de la adecuación que podía tener ese esquema interpretativo para el análisis de dictaduras anteriores y aún de la etapa previa a la guerra de las Malvinas, entendemos que este hecho bélico revela la insuficiencia de las ópticas instrumentales y economicistas. Desde esos puntos de vista, el conflicto del Atlántico Sur sería un accidente inexplicable y no una anomalía que estimula la revisión de los conceptos.
La fisura que reveló la estructura En tanto el sistema de dominación castrense, a cuya opacidad social contribuían numerosos factores, estalló a la luz pública con la guerra y la derrota de 1982, cabe tomar ese acontecimiento como la fractura que reveló su estructura. La Guerra de las Malvinas, valga la metáfora geológica, fue como un terremoto que puso a la vista aspectos estructurales no fácilmente perceptibles en las condiciones previas, proporcionando observables empíricos muy útiles para la reflexión sobre los patrones de desenvolvimiento político del sistema de dominación militar. En la medida que los diferendos con Gran Bretaña por las Islas eran una situación que venía de lejos, reavivados, es cierto, con el incidente de las Islas Georgias, mal podría afirmarse que fue la historia de la usurpación territorial
la causa de la guerra. La voluntad política de reocuparlas, es obvio, no salió de un idílico despertar de una conciencia nacional o de un compromiso moral con la sociedad de los dictadores castrenses. Es de señalar que entre marzo de 1976 y el inicio de dicha contienda, los altos jefes militares demostraron carecer de visiones ideológicas de tipo nacionalista o, simplemente, de alguna preocupación por el fortalecimiento de la soberanía económica, cultural o política frente a los países centrales. En realidad, para los círculos gobernantes, la cuestión malvinense fue resignificada en el marco de la situación de crisis en que se hallaba la dictadura y la salida pergeñada supuso hacer de la guerra una continuación de la política por otros medios, poniendo el evento al servicio de sus intereses burocráticos, corporativos y personales. La inteligibilidad de las motivaciones de los altos jefes castrenses, no puede separarse del carácter y de la situación coyuntural de la dictadura procesista en la etapa en que había perdido la cierta legitimidad social que había acompañado su instalación.
La política procesista Las Fuerzas Armadas se hallaban en condiciones de evidente descomposición institucional cuando se inició el “Proceso” y las políticas que emprendieron agudizaron su crisis. Para citar algunos aspectos claves, digamos que el modus operandi de la represión emprendida contra los más disímiles actores políticos y sectores sociales aumentó el deterioro del orden jerárquico y de la disciplina interna indispensable para la existencia y reproducción de los aparatos militares. La distribución del poder entre las tres armas no hizo sino reforzar la falta de articulación entre las mismas y la manera en que los intereses corporativos y prebendarios de sus integrantes se colocaban por encima de cualquier otro objetivo. La ausencia de iniciativas concertadas se reveló en múltiples dominios. En realidad, cuando se piensa la etapa procesista, se corre el riesgo de que el término Fuerzas Armadas funcione como una categoría zombi que encubre el verdadero desorden reinante en
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el mundo castrense de esos años. Como suele suceder en las situaciones de descomposición de instituciones, los conflictos por los predominios de intereses, sea de los jefes o de los miembros más activos de sus clientelas, amplían la situación de disolución. Sobre el fracaso del gobierno del “Proceso”, el general Lanusse escribió que: “Muchas pueden haber sido las causas que llevaron a ese ‘desemboque’, pero asigno una gravitación especial a la circunstancia que en ningún momento, durante esos seis años, las autoridades militares de la conducción del llamado Proceso de Reorganización evidenciaron tener la coherencia y cohesión necesarias como para compatibilizar sus diferentes criterios y llegar a concretar una verdadera plataforma política para su gestión de gobierno”.3
La guerra La pregunta sobre el sentido de la acción de los jefes militares que impulsaron la guerra malvinense no puede, entonces, disociarse del carácter de la política procesista. Esa acción bélica debió concebirse como un recurso extremo para recuperar apoyos sociales susceptibles de contrarrestar las crecientes críticas a la dictadura. La buena acogida de la acción bélica en gran parte de la población, seguramente, reforzó la creencia castrense de que el éxito, en el plano vernáculo, estaba al alcance de la mano. Ante la algarabía del día de la recuperación de las Islas, los jefes militares debieron suponer que se prolongaría el régimen dictatorial y, por ende, los beneficios que con el mismo obtenían. Los hechos posteriores mostraron que la anomia reinante en las organizaciones castrenses generaba pésimas condiciones para emprender una guerra internacional. La Comisión Rattenbach, encargada de analizar lo sucedido en los escenarios bélicos redactó un Informe en el que se mencionan repetidamente las incompetencias técnicas de muchos de los encargados de operaciones y subraya el incumplimiento de deberes castrenses, atribuyendo a los individuos faltas personales: “Rindió su tropa al enemigo, sin efectuar la debida resistencia”. Desde una perspectiva so-
ciológica, esas conductas reflejaban la prolongada desintegración de la institución a la que pertenecían. Sin embargo, no por ello dejaron de existir numerosos actos heroísmo, verdaderas conductas altruistas generadas en las circunstancias bélicas, protagonizadas más como compromiso personal que como obligación institucional. Se puede sostener que dada la motivación estrechamente corporativa que había impulsado a la guerra a los altos jefes procesistas, las conductas éticas de arrojo de sus cuadros subalternos debieron suscitarles temores y hacerlos intuir la posibilidad de motines y sublevaciones cuando tuviesen que aceptar la rendición incondicional que exigía Gran Bretaña. Es de subrayar que el Informe Rattenbach mostró que en ningún momento quienes dirigían la guerra abandonaron los habitus -o sistemas de predisposiciones adquiridos-, que los llevaban a privilegiar intereses político-corporativos y facciosos, aún para tomar decisiones que podían afectar negativamente la empresa bélica: “Los comandos operacionales se asignaron más por razones políticas interfuerzas que por necesidades funcionales, y se crearon comandos específicos y conjuntos que no obedecían a reales necesidades operacionales de problemas que se debía resolver”.4 Mientras esto sucedía, en las calles se expresaba el creciente antiimperialismo de la población movilizada que, como efecto no buscado de la iniciativa bélica, había suturado la atomización generada por las prácticas represivas. La mayor integración social derivada por una causa común, lejos de producir el plebiscito de la dictadura, precipitó su fin a la hora de la rendición.
Conclusión y antimilitarismo Los discursos y proclamas iniciales de Galtieri correspondieron al género retórico propio para las circunstancia guerreras, definiendo un horizonte con temas afines a las visiones antiimperialistas que solían concitar apoyos y emociones populares. Sin embargo, existía una diferencia sustancial entre aquellos discursos y los de los jefes procesistas. En los imaginarios civiles anteriores había sido habitual establecer nexos
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entre los “enemigos externos” y los “socios internos” o los usualmente denominados “traidores de adentro”, verdaderas figuras imprescindibles para construir las narrativas políticas antiimperialistas capaces de impulsar reivindicaciones nacionales. Si, en principio, las alocuciones y proclamas militares contra la alteridad británica concitaron los apoyos de un heterogéneo conglomerado social cuyos integrantes se movían en nombre de valores, el nosotros antibritánico se hizo insuficiente a la hora de la derrota. Se pasó, entonces, como cumpliendo con los pasos inexorables de una matriz ideológica conocida, a la búsqueda de los culpables domésticos y el “enemigo interno” o, con la fórmula más apropiada que nunca, los “mariscales de la derrota”. No fue difícil encontrarlos: los militares. La situación de descomposición de las instituciones castrenses había llegado en 1982 a un tal punto que sus altos jefes, en caída libre, hasta
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decidieron desvincularse de la responsabilidad de conducir el último tramo del ya desquiciado gobierno procesista. La opinión pública antimilitarista no fue un resultado de la propaganda de mentores políticos o ideológicos, tampoco salió de asambleas deliberativas: fue el producto espontáneo de una efervescencia social de la que participaron personas de todos los orígenes sociales y filiaciones políticas. No es arriesgado suponer que sin esa nueva opinión pública, las altas dirigencias de los partidos políticos hubiesen dudado sobre si cabía impulsar los juicios a las Juntas Militares. En fin, el antimilitarismo, convertido en una creencia generalizada, proveyó durante los dos decenios recientes, el espejo atroz que valoró, por contraste con el pasado, al funcionamiento de un sistema democrático que estuvo por debajo de las expectativas de muchos. Las creencias y memorias antimilitaristas fueron, en sentido amplio, garantes decisivos del pluralismo democrático.
Tte. Gral. Alejandro Agustín Lanusse. Acto de asunción como presidente de facto de la Nación. 26 de marzo de 1971. (AGN)
Notas 1 Weber, Max : Economía y Sociedad. F.C.E, México, 1999. p.1.060. 2 Horowitz, Irving Louis: “The Norm of Illegitimacy: The Political Sociology of Latin America”. En Horowitz, Irving Louis, Josué de Castro and John Gerassi (eds.): Latin American Radicalism. Vintage Books, New York, 1969.
3 Lanusse, Alejandro A.: Protagonista y testigo (Reflexiones sobre 70 años de nuestra historia). Marcelo Lugones S.A Editores, Buenos Aires, 1989. p. 366. 4 Informe Rattenbach. El drama de Malvinas. Editorial Espartaco. Documentos Históricos. La Plata, 1988. p. 248.
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Pablo Bustos La economía política del Proceso y la guerra de Malvinas: crónica de un desenlace anunciado Pablo Bustos Economista. Profesor, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires
La guerra de Malvinas de 1982 fue un acontecimiento de singular trascendencia en la evolución posterior de Argentina y el Cono Sur, con repercusiones en el resto de América Latina. Para la Argentina, significó el principio del fin del protagonismo de medio siglo de las Fuerzas Armadas en su vida política y económica. La Argentina de principios de los ochenta era ya un país con una alta dependencia financiera y tecnológica respecto al mercado mundial, que comenzaba a esbozar rasgos propios de una potencia regional emergente, pero que estaba sacudida por un profundo proceso de militarización, de agotamiento de la forma de desarrollo adoptada cinco décadas atrás y una aguda crisis social y política. Bajo un régimen de terrorismo de Estado, la legítima demanda argentina de recuperación de las Islas Malvinas no era prioritaria para su sociedad, y cedía en importancia frente a otras tales como la recuperación de la soberanía popular y el establecimiento de formas de vida democrática -momentos fugaces desde mediados de los años cincuenta-, precondiciones para procurar superar la crisis económica y social. En este trabajo procuramos mostrar que la ocupación de Malvinas por las Fuerzas Armadas argentinas respondió a otra escala de prioridades, que expresaba tanto los intereses coyunturales de consolidación del gobierno militar como los estratégicos de dichas fuerzas y los grupos económicos nacionales crecientemente concentrados. Desde principios de los años sesenta se fue gestando una estructura económica que estableció nuevas lazos con la economía
mundial y que en los años setenta acrecentó su presencia en el comercio y la inversión en la región sudamericana. Sobre esas bases el Estado argentino, bajo el gobierno de las Fuerzas Armadas, proyectó su influencia en países vecinos y centroamericanos a través del apoyo a gobiernos de su mismo signo y la presencia de asesores militares en actividades represivas. Para ello, a continuación intentaremos sintetizar los principales rasgos del contexto histórico.
El capitalismo argentino desde 1960 A partir del gobierno desarrollista de Arturo Frondizi (1958-1962), la economía argentina experimenta una transformación cualitativa, basada en el reemplazo de la industrialización orientada desde los gobiernos de Perón hacia la expansión del consumo, por otra que priorizaba la inversión en grandes proyectos de infraestructura y en las industrias pesadas productoras de maquinarias y equipos de producción y transporte. La economía argentina siguió un curso compartido por otras grandes economías latinoamericanas, como Brasil y México, pero a un ritmo mucho menor. En 1950 la economía argentina era la más grande de la región, representando un cuarto del PIB latinoamericano, con un nivel de producción de un 10 % más grande que el de Brasil y un 25 % mayor que el de México. Hacia 1990 Brasil y México juntos representan casi tres quintos del PIB latinoamericano y la producción argentina sólo cerca de un tercio de la brasileña y la mitad de la mexicana (French Davis, Muñoz y Palma, 1997).
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No obstante su deficiente desarrollo relativo que preocupaba a su clase dominante, la Argentina alcanza un grado de desarrollo capitalista con rasgos similares a los de aquellos países, en las tres décadas posteriores a la segunda posguerra. Éste es cualitativamente distinto al de los años treinta y los cuarenta. Por entonces, el desarrollo del capitalismo en Latinoamérica pasaba por el impulso a un conjunto de reformas sociales e institucionales profundas, tales como la instrumentación de reformas agrarias, la conformación de un mercado interior de carácter nacional, la creación de instituciones públicas financieras y comerciales que permitieran al Estado controlar y redistribuir productivamente la renta agrícola y minera y el establecimiento de una industria ligera de bienes de consumo. Esta última tarea, a su vez, no requería de grandes inversiones, tecnología avanzada, materias primas o componentes importados o fuerza de trabajo altamente calificada, porque la complejidad productiva era reducida -lo que suponía menor intensidad de capital-, la tecnología a utilizar era relativamente simple y madura -como la textil, cementera, o metalúrgica elemental-, las materias primas existían internamente -algodón o lana, minerales no metálicos y ferrosos-, y los requerimientos de calificación de la fuerza de trabajo no eran muy altos. Estas necesidades de desarrollo se expresaron en una estructura fundamentalmente agraria, una burguesía industrial y comercial en formación, una clase obrera que no había perdido sus lazos con el campo y un Estado paternalista-reformista que actuaba esencialmente en el plano regulatorio y distributivo. El capitalismo latinoamericano de fines de los años setenta era profundamente diferente, aunque algunos países no habían terminado de superar la fase anterior. Se trataba -se trata- de un capitalismo monopolista y financiero fuertemente trasnacionalizado, basado cada vez más en el desarrollo de industrias pesadas intensivas en capital, crecientemente dependiente de tecnología e insumos importados y mano de obra más calificada, al mismo tiempo que de mercados externos para los propios productos industriales. El Estado se había convertido en un aparato
monopolista sumamente complejo, que había tomado en sus manos el desarrollo de industrias e infraestructura básica en estrecha asociación con el capital monopolista nacional y extranjero. Este pasaje a un capitalismo intensivo fue sólo posible por el elevamiento de la tasa de acumulación lo que, a su vez, fue el resultado de importantes modificaciones en la estructura del capital y las relaciones entre las clases. En la Argentina, si bien la inversión extranjera cumplió un papel relevante, los esfuerzos de inversión fundamentales fueron posibles por el retroceso de la participación de los salarios en la distribución del ingreso, el progreso en la centralización de los capitales y el creciente papel del Estado y la empresa pública -que pasa a ocupar el lugar central en el desarrollo de las industrias pesadas básicas. El elevamiento del esfuerzo de acumulación y financiamiento por parte del Estado se expresa no sólo en un drástico cambio en la composición de la inversión -por el que la inversión pública tiende progresivamente a igualar y sobrepasar en importancia a la inversión privada- sino también en el incremento del endeudamiento público externo e interno, y en un aumento de las cargas fiscales de todo tipo. En cuanto a la estructura del capital privado, el elevamiento en los niveles de concentración y centralización se manifestó en el surgimiento de nuevas industrias monopolistas y grupos financieros, aunque a un nivel menos profundo que en México y Brasil. El programa nacional desarrollista, desde fines de los años cincuenta, procuró superar la dependencia del capitalismo argentino en relación al mercado mundial en el plano comercial, financiero y tecnológico y avanzar en un desarrollo más autónomo. Por el contrario, desde entonces se acentuó su dependencia financiera y tecnológica y la orientación de su industria hacia el mercado interno, aunque comenzó a desarrollar desde la segunda mitad de los años sesenta una industria de exportación en base a fuertes subsidios, a recuperar su papel como exportador de granos y a fortalecer su presencia como exportador de capitales a nivel regional. Simultáneamente, los doce años de gobiernos militares durante los quince previos a la guerra
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de Malvinas dejaron su impronta: se fue forjando una máquina militar bajo la Doctrina de Seguridad Nacional que fue proyectando su acción hacia otros países del Cono Sur y de Centroamérica y sus aspiraciones de dominio hacia el Atlántico Sur.1 Bajo las condiciones de vida impuestas por las dictaduras militares estos procesos fueron convergentes: los intereses comerciales, financieros y militares se funden en el llamado “interés nacional”, que se confunde con el de su clase dominante, como parece evidenciarlo el papel de Roberto Alemann como ministro de Economía y de Nicanor Costa Méndez como canciller del gobierno que llevó a cabo la ocupación de las Malvinas. Se trata de un “interés nacional” distinto al que postulaba el nacionalismo argentino en los decenios de los años treinta o cuarenta cuando el Estado y la burguesía argentina tenían tareas por realizar que no se contraponían a los intereses nacionales de otros países y pueblos.
La política económica del gobierno militar. 1976-1981 En abril de 1976, a pocos días del golpe militar, el ministro de Economía Alfredo Martínez de Hoz dio a conocer el “Programa de Recuperación, Saneamiento y Expansión de la Economía Argentina”. Sus primeros pasos, según el propio ministro, se proponían reducir drásticamente la espiral inflacionaria, centrando su acción en cuatro líneas fundamentales: congelamiento de salarios nominales, eliminación del control de precios internos, devaluación de los tipos de cambio oficiales y reconstitución de las reservas internacionales. Los obstáculos políticos a su aplicación fueron removidos con la disolución de la CGT, la supresión de toda actividad política y la represión abierta y sin límites legales a los grupos armados y al activismo sindical y político en general. Las medidas procuraban revertir el deterioro de la situación económica de fines de 1975 y principios de 1976, es decir, en el último tramo del gobierno peronista derrocado. Al final del primer año, conforme a los lineamientos básicos de la política de liberación de precios, congelamiento de salarios y devaluación, se registró un fuerte
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aumento de las exportaciones y similar caída tanto de las importaciones como del consumo, en un grado menor, disminuyó la producción industrial y aumentó el desempleo, en tanto que el salario real cayó un 60% de su valor comparando los datos de los últimos trimestres de 1976 y 1975. Desde sus primeros pasos, el proyecto económico de la dictadura retomó los lineamientos que moldearon el cambio de estructura productiva desde los años sesenta: la generación de fondos de acumulación de capital en base a una drástica redistribución regresiva del ingreso y la búsqueda de una mejor integración de la economía argentina en el mercado mundial, pero debió enfrentar un fenómeno nuevo por su magnitud desconocida: un proceso inflacionario siempre por encima del 100 % anual. Es en el plano de la política industrial donde la continuidad es más evidente: en los dos primeros años se mantienen los rasgos de una economía semicerrada introduciendo modificaciones en la legislación de promoción industrial, tecnología, inversión extranjera y fomento de exportaciones no tradicionales, para básicamente eliminar los cambios “estatistas” realizados por el gobierno peronista precedente. Se prometen nuevos beneficios fiscales, arancelarios y de orden financiero, y no se menciona un eventual ajuste de aranceles, pero sí se explicita que no se pensaba modificar o eliminar el régimen de licencias de importación, que agregaba restricciones cuantitativas específicas a esos aranceles aumentando la protección. Tampoco se hacía referencia alguna a las tasas de interés reales que eran fuertemente negativas. La participación del gran capital industrial en el nuevo bloque de poder queda reflejado en este intento de mantener las bases de funcionamiento de una economía semicerrada, el que se abandonó en 1977 cuando fracasó el intento de alcanzar tanto la estabilización como el crecimiento. Desde entonces, con la sanción de nuevas leyes de promoción industrial, de tecnología y de inversiones extranjeras, la eliminación virtual de todos los prestamos bancarios a tasas de fomento -incluso el tradicional apoyo de los bancos
oficiales a las actividades agropecuarias, industriales y de construcción de viviendas- y la reducción de aranceles de importación, más el control de salarios, se definían las nuevas relaciones entre el gobierno y el sector privado, a las que debería acomodarse el proceso de acumulación. A partir de estos cambios se verifica una política más coherente con el pensamiento liberal del equipo económico y una transformación sustantiva de las reglas vigentes desde mediados de los años cincuenta compatible con otras políticas aplicadas. Desde el inicio del Proceso, el cambio de orientación se verificó en la política de apoyo a las exportaciones agropecuarias por medio de la devaluación, medida que no estuvo acompañada -como durante la gestión económica de Krieger Vassena en la segunda mitad de los sesenta durante el anterior gobierno militar- con la apropiación por el Estado de parte de la renta agraria mediante retenciones. Un giro copernicano se produjo con la reforma financiera de 1977 que da curso a una economía de especulación, mediante la cual se trató de favorecer la conformación de un sistema bancario y financiero moderno y eficiente -en términos capitalistas- a través de su concentración y centralización. Estas políticas fueron acompañadas por una política de inversión pública extremadamente ambiciosa en el desarrollo de la infraestructura económica -planes energéticos, de transportes y comunicaciones- y de un notable esfuerzo por impulsar la industria bélica y siderúrgica. La inflación de tres dígitos que acompañó a toda la experiencia y el fracaso en restablecer un crecimiento sostenido hizo que el gobierno ensayara distintas variantes de política para reducirla -acuerdos de precios con los empresarios, mayor apertura económica, “tablita” cambiaria, etc.-, además de la amenaza de represalias a los empresarios díscolos. Pero a pesar de todos los avatares y fracasos, la tendencia principal de desarrollo de la economía argentina en el período se mantiene: la consolidación de un capitalismo nacional monopólico, que descansa en una profunda imbricación de los grupos económicos nacionales -asociados al capital extranjero- y el
Estado, y que intenta modernizar y racionalizar el conjunto de la estructura capitalista para hacerla mas competitiva a nivel internacional. En ese camino, la dictadura militar actúa con pragmatismo en el plano de las relaciones internacionales: estrecha relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética y se mantiene en el Movimiento de Países No Alineados, procura compatibilizar ésto con la tradicional alianza con los EE.UU. colaborando en la lucha contrarrevolucionaria en el Cono Sur y Centroamérica (Dabat y Lorenzano, 1982).
La situación previa a la guerra El plan económico y de refundación de la sociedad argentina sobre nuevas bases, iniciado en 1976, había ingresado a fines de 1980 en una profunda crisis de alcances globales y en acelerada descomposición. Sus metas medulares crecimiento y estabilización no fueron alcanzadas (ver Cuadro 1). El fracaso de la propuesta de modernización de la economía argentina, a través de una profunda reorganización de sus bases de funcionamiento y una mayor inserción en el mercado mundial, sólo podía exhibir algún logro parcial desde la perspectiva de sus inspiradores. Los grupos económicos nacionales se fortalecieron en el mercado nacional y lograron una mayor autosuficiencia financiera, consolidándose en particular las industrias productoras de maquinarias y equipos pesados proveedores del Estado así como el complejo industrial militar.2 Los grupos económicos, con la “bicicleta” financiera que posibilitó la “tablita”, acumularon enormes masas de activos dinerarios que se reprodujeron en base a la especulación y que alimentaron la fuga de capitales atraídos por el elevamiento de la tasa interés a nivel mundial en los últimos años setenta (ver Cuadro 2).. El costo fue el virtual desmantelamiento de ramas enteras de la producción, llevando a la quiebra a una gran cantidad de empresas productoras de bienes de consumo para los trabajadores. En particular, se vieron afectadas la industria textil, de alimentos y bebidas y la metalurgia liviana,
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Tte. Gral. Jorge Rafael Videla. Firma de acta de juramento como presidente de facto de la Naci贸n. 29 de marzo de 1976. (AGN)
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producciones regionales como la vitivinícola o fruti-hortícola, actividades que se habían expandido aceleradamente en la fase inicial de la “sustitución de importaciones” en las décadas de los años treinta y cuarenta. También se vieron afectadas grandes empresas con dificultades financieras (como Sasetru) e incluso trasnacionales de la industria automotriz (ver Cuadro 3). El fuerte retroceso de los sectores productores de bienes de consumo no sólo significa el desmantelamiento de ramas tradicionales sino también la remoción del fundamento material de la representación política ejercida por los grandes partidos nacionales y populares en las décadas anteriores, así como una regresión en las pautas de distribución del ingreso en la Argentina dada la pérdida de horas-obrero trabajadas en el total de la industria manufacturera e incluso una disminución absoluta de la población ocupada en la industria (ver Gráfica 1 y Gráfica 2). Todo esto indica claramente que se estaba operando una reestructuración global de la economía argentina, a costa de los sectores requeridos de subsidios y protección y del consumo de los trabajadores. La reconversión no podía avanzar sin un enorme costo social, agravado por el peso desmesurado que adquirieron los gastos específicamente militares (ver Cuadro 4). Hacia 1980 comienzan a manifestarse los límites del proyecto, agudizándose la declinación en 1981 -como muestra el Cuadro1-, la que se prolonga en el primer trimestre de 1982 con una baja de -5.7% del PIB. El derrumbe del producto industrial alcanzó el –16% en 1981 y –9.4% durante los tres primeros meses de 1982 previos a la ocupación de las Islas, siendo generalizado porque alcanza a la industria automotriz, también maquinaria y equipos, metalmecánica, química y textil. El producto industrial pasa de representar 29% del PIB en 1975 a sólo el 22% en 1981. Por otro lado, la sobrevaluación del peso desde la implantación de la “tablita”, provoca un explosivo aumento de las importaciones de todo tipo de bienes de consumo y en particular de suntuarios, que crecieron en 1979 y 1980 a un ritmo de 183% y 140% respectivamente, desplazando a la anteriormente protegida producción nacional.
Esta evolución se prolongó hasta límites críticos apoyada en un desenfrenado crecimiento de la deuda externa, que pasa de aproximadamente 3.200 millones de dólares en 1975 a 39.000 millones en 1982, por medio de la cual se financió el consumo, la especulación frente a las altísimas tasas de interés internas, la fuga de capitales y los gastos militares, los que antes de la guerra de las Malvinas ascendían a más de 12.000 millones de dólares. En parte, el fracaso económico del “Proceso de Reorganización Nacional” se potencia por un contexto internacional desfavorable que amplificó las inconsistencias y contradicciones de las sucesivas variantes que intentó el plan Martínez de Hoz. A mediados de los años setenta llegaba a su fin el cuarto de siglo de boom económico comenzado en la posguerra. Los problemas estructurales que presentaban las economías más avanzadas -crisis del “fordismo”, protesta social, inflación creciente, agudización de la competencia por la presencia en la arena mundial de Japón, los futuros “tigres asiáticos” y otros países semiindustrializados, y la crisis del petróleofueron reducidos conceptualmente a uno sólo: exceso de estatismo y la necesidad de la vuelta a las sanas prácticas de libre mercado que las políticas keynesianas habían reemplazado. Las dictaduras terroristas iniciadas en Chile en 1973 y en Argentina en 1976, brindaron la oportunidad de anticipar los primeros ensayos en América Latina. En ambos casos, la metodología fue la de ensayo y error. Y aunque Pinochet pudo una década después corregir el rumbo y encauzar la situación económica, la dictadura argentina debilitada por rupturas internas y acorralada por la protesta social creciente, ensayó la fuga hacia adelante con la ocupación de Malvinas. Esta aventura la alentaron los ganadores de la gran transformación, aquellos que habían podido competir eficazmente bajo las nuevas condiciones en el mercado mundial: la burguesía terrateniente, los financistas que canalizaban la vinculación entre las finanzas internas y externas, los pocos sectores industriales competitivos regional o mundialmente, los magnates de la especulación y los contratistas del Estado, en particular
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los proveedores de la industria militar. No obstante, desde un año antes las organizaciones corporativas de terratenientes (Sociedad Rural Argentina) e industriales (Unión Industrial Argentina) comenzaron a pedir un cambio de rumbo, recogiendo las demandas de sus fracciones más débiles y avizorando que una economía basada en la especulación erosionaba la propias bases de sustentación de sus actividades productivas.3 Por efecto de la crisis económica, la cúpula monopolista y financiera comenzó a quedar cada vez más aislada de los segmentos empresariales más débiles. Ello devino paulatinamente en crisis política por la oleada de protestas de productores regionales y cámaras de la producción y del comercio (apagones de vidrieras, paros patronales), la reactivación de las luchas del movimiento obrero y el regreso de las declaraciones críticas al rumbo económico de parte de las cúpulas partidarias. En ese marco, hasta la Iglesia católica expresa su crítica a los excesos de la represión y a “la usura, anatemizada por la Biblia” en la declaración de la Conferencia Episcopal Argentina titulada Iglesia y Comunidad Nacional, de mayo de 1981. Este síntoma de crisis en el bloque de poder se ve ratificado por el golpe militar al interior del propio Proceso que reemplaza a un presidente débil y vacilante como el Gral. Viola por el decidido y “majestuoso” Gral. Galtieri. Es así como, en los meses previos a la ocupación de Malvinas, convergen una agudización acelerada de la crisis económica, fracturas en las Fuerzas Armadas y el bloque de poder que le daba sustento al Proceso, aislamiento de la cúpula militar y monopólica-financiera en relación al grueso de la sociedad civil y una reactivación de la lucha democrática y del movimiento popular.4 Frente a la posibilidad de un estallido social, la respuesta de las Fuerzas Armadas es el relanzamiento del proyecto original, nombra a Roberto Alemann como ministro de Economía y en la búsqueda desesperada de revertir el aislamiento respecto a la sociedad se lanza a la aventura malvinense en procura de una nueva base de consenso social y político.5 La crisis terminal del
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proyecto original no los induce a una salida negociada con la dirigencia política como en experiencias anteriores, sino a un fuga hacia delante y a un nuevo intento de restablecer las condiciones de dominación iniciales, utilizando una reivindicación sentida por el pueblo como quedó en evidencia por la respuesta favorable que concitó. Con su acción desesperada, la dictadura militar y la fracción monopolista-financiera aliada reflotaron la ideología de la “gran Argentina”, con un destino hegemónico en Sudamérica y par de las grandes potencias, que anidó en su clase dominante desde la organización nacional. En épocas más cercanas, de reiterados gobiernos militares, ésto se traducía en la expresión “Argentina Potencia” que no era ajena a la dirigencia política y sindical. Esta idea nutrió el proyecto estratégico del Proceso de Reorganización Nacional y condujo a la tragedia de la guerra de Malvinas.6
Después de la guerra de Malvinas La tragedia de Malvinas fue la culminación de sueños de grandeza de larga data y de prácticas derivadas de esas aspiraciones. El mismo provincianismo de la clase dirigente que soñaba con la Argentina Potencia se expresó en la provocación militar a una de las potencias mundiales, creyendo que su decadencia imperial la ponía en el mismo plano de una supuesta potencia emergente en el Atlántico Sur. Más aún, se pensó que la principal potencia capitalista abandonaría la tradicional y estratégica alianza anglosajona (la última muestra es Irak) para apoyar un gobierno imprevisible. La misma lógica que condujo al intento de destrabar los problemas estructurales del capitalismo argentino -que le hicieron perder posiciones en el concierto regional y mundial- mediante el terrorismo de Estado -el gran porcentaje de activistas sindicales entre los detenidos desparecidos así lo indica-, sustentó la búsqueda de expansión y dominio del Atlántico Sur mediante la ocupación de Malvinas, sacrificando la vida de soldados casi adolescentes. La misma ignorancia que sin dar cuenta de los fundamentos débiles de la econo-
mía argentina pretendía su posicionamiento relevante en el mercado mundial, dominó los preparativos militares para la ocupación y eventual enfrentamiento con un miembro calificado de la OTAN. La violación de los derechos humanos como herramienta para imponer la disciplina social a todo un pueblo se trasladó a las Islas para imponer la disciplina cuartelera mediante el vejamen a los jóvenes soldados, delitos que volvieron a la luz en este veinticinco aniversario. El fracaso del Proceso y su derrumbe final en Malvinas posibilitó a la sociedad argentina liberarse de la tutela militar de décadas, hecho que, cual onda expansiva, debe haber tenido algún efecto positivo en los países vecinos y centroamericanos donde incursionó la dictadura argentina. Junto con ese curso revivificador se produjo una profunda reorganización de la economía, en particular en los años noventa, que desembocó en la más profunda crisis económica y social de la Argentina moderna. Pero para entonces la presencia militar había retrocedido en toda América Latina y el Consenso de Washington había desmontado gran parte de los viejos nexos entre capital monopolista y Estado, recreando al primero sobre nuevas bases y reconfigurando al segundo en nuevas funciones. El capital monopolista llegó para quedarse, pero la democratización de las sociedades latinoamericanas en un mundo más abierto y globalizado, tanto en lo económico como en lo político y cultural, estrecha los márgenes para arrebatos belicistas en la región -como los que rechazó el gobierno de Lula en su frente interno ante los conflictos por la cuestión energética con la Bolivia de Evo Morales-. Las mismas condiciones posibilitan un control más cercano de la acción estatal, para evitar que vuelva a las andadas y los esfuerzos y sacrificios de los trabajadores sólo sirvan para alimentar a los grupos económicos y alentar los cantos de sirena de sus intelectuales orgánicos.
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Bibliografía French-Davis, R., O. Muñoz y J.G. Palma: “Las economías latinoamericanas, 19501990”. En Historia de América Latina. Cambridge University Press/Crítica, 1997. Dabat, A. y L. Lorenzano: Conflicto Malvinense y crisis nacional. Libros de Teoría y Política, México,1982.
Notas 1 La dictadura argentina intervino: apoyando el golpe militar de García Meza en julio de 1980 en Bolivia; a partir de 1981, abasteciendo de armas y municiones y enviando oficiales de las Fuerzas Armadas a entrenar y asesorar a las Fuerzas Armadas de países centroamericanos; coordinando acciones de contrainsurgencia con los países vecinos; proveyendo gratuitamente de armamento a los regímenes dictatoriales de Paraguay y Uruguay; fortaleciendo la alianza con el Ejército peruano para cercar a Chile por las disputas limítrofes (Dabat, A. y L. Lorenzano: Conflicto Malvinense y crisis nacional. Libros de Teoría y Política, 1982). 2 Pese a los años de crecimiento negativo, el conjunto del PIB aumentó a un ritmo aproximado del 1 por ciento anual. Ello se explica porque el franco descenso de las ramas industriales de bienes de consumo, fue compensado por la expansión de la agricultura de exportación, la energía y la infraestructura física, como muestra el Cuadro 2. Específicamente, un rubro como “Maquinarias y equipos” tuvo un crecimiento del 12
por ciento entre 1976-1980. Por su parte, el PIB per cápita, o sea los bienes y servicios disponibles por habitante, declinó a una tasa del 0,5 por ciento anual en el mismo período. 3 Comunicado de la SRA del 28 de marzo de 1981 y declaraciones de la Unión Industrial de la misma época. (Dabat y Lorenzano: Op. cit.). 4 Días antes de la ocupación de Malvinas, el almirante retirado Emilio Massera, miembro de la Junta de Comandantes que encabeza el golpe en 1976, afirma: “Si la revolución no se hace desde el poder, se hará desde la calle (...) este país verá un estallido social del que participe no sólo la clase trabajadora y la clase empresaria de la ciudad y el campo, sino también la clase media”. (Diario La Nación, 20 de marzo de 1982. Citado por Dabat y Lorenzano: Op.cit.). 5 Días después de la ocupación, el Gral. Héctor Iglesias, secretario de la Presidencia de Galtieri, enumeró los “tres logros que otorgan legitimidad histórica al proceso militar iniciado en 1976: la derrota de la sub-
Almirante Emilio Eduardo Massera. Suscripción de acta del Gral. Videla como presidente de facto de la Nación. 29 de marzo de 1976. (AGN)
versión, la recuperación de las Islas Malvinas y, en función de lo anterior, el establecimiento de bases para una perdurable unidad política nacional”.(Diario La Nación, 12 de abril de 1982. Citado por Dabat y Lorenzano: Op. cit.). 6 Martínez de Hoz lo expresó con claridad: “La Generación del 80 tuvo éxito y pasó a la historia porque tenía una clara conciencia de sus objetivos y de la clase de país que quería (...) hizo del país un país joven y pujante que asombró al mundo a comienzos del siglo. A nosotros nos toca terminar este siglo que empezó tan brillantemente, pero que ha tenido tantos altibajos en su transcurso (...) La Argentina se presenta ante el mundo como un interlocutor válido, como un país cuya presencia en el mundo internacional empieza a ser nuevamente reconocida (...) De manera que tiene todo a su alcance para nuevamente volver a formar parte de aquella constelación de países que valen en el mundo por su acción de presencia y sobre todo por su acción de ejemplo” (Discurso del 26 de marzo de 1980. Citado por Dabat y Lorenzano: Op. cit.).
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Alberto D´Alotto El Proceso y su lectura de las relaciones internacionales Alberto D´Alotto Abogado y Diplomático
La evolución de la posición argentina en el contexto internacional de los años del Proceso, debe analizarse básicamente con referencia a la Guerra Fría. Para los militares argentinos se trataba de una “tercera guerra mundial”, entre el mundo occidental, liderado por los Estados Unidos y las fuerzas del comunismo, encarnadas en la Unión Soviética, donde la Argentina claramente debía inscribirse como “bastión” del primer término. Esa posición comenzó a sufrir contratiempos con la victoria de los demócratas en 1976 y la llegada a la presidencia de Carter. Aunque si se analizan los documentos y entrevistas existentes en el período anterior de administración republicana, bajo la presidencia de Ford, entre el canciller Guzetti y Kissinger por ejemplo, es posible ya observar advertencias, en el marco de una actitud mucho más complaciente respecto de la cuestión de los derechos humanos. En este sentido, es suficiente con recordar la frase de Kissinger, quien dice a los militares argentinos “hagan lo que tengan que hacer, pero háganlo rápido”. La dirigencia del Proceso estaba cegada ideológicamente, de modo que no estuvo en condiciones de percibir el cambio de política que implicó la llegada de Carter, ésto es, que el “realismo” de Nixon-Kissinger estaba en retroceso y que se abría una nueva visión estratégica respecto del enfrentamiento principal con la URSS, según la cual el nuevo gobierno demócrata entendía que la desestabilización de su contrincante debía fundamentarse en demostrar que los valores que defendía occidente eran superiores a los de un modelo autoritario que no respetaba
los derechos humanos básicos. Es decir, la lucha Oeste-Este se situaba como una lucha entre los polos de “democracia y libertad” versus “dictadura y autoritarismo”, respeto por los derechos humanos versus avasallamiento de los mismos, etc. Frente a este panorama, la dictadura argentina queda descolocada. Al respecto, hay muchas expresiones de jefes militares, por caso el ministro del Interior Harguindeguy, que hablaban de cierta claudicación norteamericana, dando a entender que Occidente estaba “dormido”, que no comprendía la gravedad de lo que se estaba enfrentando y que la Argentina era un país que había vivido particularmente la agresión del “enemigo comunista”. La posición de la dictadura argentina puede sintetizarse como la búsqueda por erigirse en “cruzados” solitarios de la causa anticomunista. Esta es una visión completamente sesgada e ideológica, por la cual los militares pretendían saber mejor cómo llevar el enfrentamiento que el presidente de Francia, el de los Estados Unidos o del Reino Unido. Un caso de dogmatismo y de fanatismo ideológico, resultado de su propia formación y de su incomprensión de la naturaleza de las tensiones políticas y sociales que vivía la Argentina. Por otro lado, es central recordar que, paradójicamente, el comunismo internacional era un aliado objetivo del Proceso de Reorganización Nacional, como está ampliamente demostrado por la posición adoptada por la URSS y sus aliados en los foros en los cuales existía alguna posibilidad de que se debatiera la cuestión de la violación a los derechos humanos en la Argentina. Esto está completamente probado y
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figura en los archivos de las Naciones Unidas en Ginebra, en las actas resumidas de las reuniones confidenciales de la Comisión de Derechos Humanos y de la Subcomisión de Derechos Humanos, donde se pone de manifiesto que los delegados soviéticos protegían al gobierno militar argentino de manera constante, no a través de una reivindicación del régimen de la dictadura, por supuesto, sino a través de argucias de tipo procesal para bloquear el tratamiento de la cuestión Argentina frente a las críticas y a los cuestionamientos que generalmente provenían de los delegados europeos, básicamente de los delegados de los Países Bajos, entre los países más activos, y Francia, que contaban con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos. Puede resultar pertinente recordar que en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU existía una instancia pública y otra confidencial, la que sólo cuenta con la presencia de sus miembros, quedando excluidos de ella otros observadores y el público en general. La Unión Soviética bloqueó cualquier posibilidad de que el caso argentino saliera del marco del procedimiento confidencial, a diferencia de Chile, dictadura frente a la cual la posición de la URSS fue completamente diferente, básicamente a causa de la represión de la izquierda comunista en Chile, en contraste de lo que ocurría con el PC argentino, cuyas condiciones de semilegalidad eran respetadas por la dictadura,1 debido a su posición de “apoyo crítico” a Videla y al sector que consideraba “moderado” dentro del Ejército”. En la ONU nunca se pudo obtenerse una resolución pública que condenara los crímenes y la represión genocida que estaba llevando a cabo el régimen militar argentino, posibilidad bloqueada por la potencia que encarnaba el “mal” que ese mismo régimen decía combatir a través de la práctica de la desaparición de personas.
Antecedentes belicistas del Proceso El gobierno del Proceso, por otro lado, tenía componentes de lo que podríamos llamar un “nacionalismo territorialista”, que además de la
visión de “cruzado en la lucha anticomunista”, proveía de toda una gama de posibles acciones bélicas reparadoras de la sensación de “retroceso argentino” que tal ideologismo propagaba. La idea de que la Argentina está en retroceso y que hay enemigos externos que avanzan sobre ella, estaba presente en el pensamiento militar más reaccionario, ideas típicamente ejemplificadas con el discurso sobre la pérdida territorial ocurrida desde el Virreinato del Río de la Plata, como mito original. La primera expresión de este belicismo tuvo que ver con el enfrentamiento con Chile. El laudo arbitral al que se había sometido nuestro país en época del gobierno militar de Lanusse, en manos de la corona británica y respecto de la cuestión del Beagle y las islas Picton, Nueva y Lennox, favorecía a Chile. Frente a ésto, el gobierno de Videla tiene un comportamiento primitivo, actuando como quien se considera al margen de la ley internacional, rechazando el laudo arbitral al que se había obligado el país. Es decir, el gobierno de Videla actuaba al margen de cualquier legalidad internacional y no se sometía a ningún tipo de regla. Ésto derivó hasta una situación extrema con Chile, con manifestaciones desaforadas de algunos generales que decían que “íbamos a entrar en Santiago” y otras bravuconadas por el estilo. Afortunadamente eso no ocurrió y, a partir de allí, se inició el proceso de mediación papal que luego culminó de manera exitosa, al principio del gobierno de Raúl Alfonsín. Respecto del Brasil, es pertinente recordar que había muchos teóricos militares que planteaban una situación de confrontación, de fuerte rivalidad. Sin embargo, a partir de 1980 se inicia un proceso de acercamiento, distensión y búsqueda de acuerdos, fundamentalmente desde la embajada argentina en Brasilia, a cargo de Oscar Camillión. Quizás allí pueda ubicarse la génesis de lo que, más adelante, fueron los acuerdos Alfonsín-Sarney, y más adelante la conformación del Mercosur. Por otro lado, este tipo de actitudes no pueden ser encuadradas en el marco de una política exterior coherente, sino que se desarrollaban más como iniciativas relativamente autónomas de personas o grupos más pragmáti-
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Tte. Gral. Jorge Rafael Videla junto a James Carter, presidente de los EE.UU. en la Casa Blanca. Washington, 9 de septiembre de 1977. (AGN)
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cos, no necesariamente progresistas, pero que entendían que era conveniente avanzar en un proceso de acercamiento y de cooperación con los vecinos. En síntesis, podemos plantear que en el Proceso se cruzaban diversas líneas y concepciones, desde aquellos sectores nacionalista-fascistas a otros que tenían aproximaciones más realistas. Agrupamientos internos, no obstante, con una comunidad de intereses en la destrucción de la insurgencia y, por supuesto, con una misma concepción respecto de la metodología: no encontraremos matices, salvo rarísimas excepciones que después se conocieron, respecto a la metodología seguida para la destrucción de lo que ellos denominaban “la subversión”.
El despliegue del conflicto en el plano diplomático. Consecuencias En el marco del belicismo que hemos señalado antes, la Armada tenía sus propios planes. Respecto de una operación sobre Malvinas, el almirante Anaya era uno de los principales impulsores. La idea de que la operación de 1982 fue decidida porque el régimen militar estaba agotado y que fue, de alguna manera, calculada como una operación oportunista para “fugar hacia delante” y construir consenso en la sociedad, no está probada, sino que es sólo una hipótesis. Evidentemente, cálculos de ese tipo deben de haber operado entre quienes tomaron la decisión. No hay que se conozca, sin embargo, un documento que indique de modo inequívoco cómo fue que efectivamente se decidió la operación pero puede intuirse que se inscribió en una combinación de esos factores y de la serie de ideas territorialistas extremas que manejaban los militares, así como su completa incomprensión de la existencia de reglas escritas y no escritas que regulan las relaciones internacionales Para inicios de 1982 existían claros indicios de que los comandantes pensaban iniciar una acción ofensiva en Malvinas, a contramarcha y en desmedro de algunas señales británicas, más o menos claras respecto de la posibilidad de avanzar en el diálogo sobre la cuestión de la
soberanía. Inclusive, en algunos sectores de la dirigencia británica y en el parlamento, había por aquel entonces quienes pensaban que podía avanzarse en un proceso de transferencia de la soberanía, cosa que han confirmado al autor diplomáticos de alto rango, en aquel entonces en actividad. El reemplazo de Camillión por Nicanor Costa Méndez, un hombre de formación nacionalista católica de derecha y mucho más proclive a las orientaciones duras que se entronizaban con la presidencia de Galtieri, venía a confirmar el cambio de tendencia en lo atinente al manejo de las relaciones exteriores. En el plano internacional, comenzaba a cristalizarse un sentimiento de alivio por parte de los militares con la presidencia de Reagan. El triunfo republicano abría la sensación de que se desplegaba una etapa diferente, que la blandura y claudicación de los demócratas se había superado en favor de un sector mucho más duro frente al enemigo comunista y que Reagan no iba tener esa persistencia fastidiosa que había tenido Carter con el tema de los derechos humanos. En este contexto, se desarrollaba rápidamente en los militares una errónea lectura respecto de la extensión del apoyo norteamericano, en el marco de la colaboración argentina en la intervención contrainsurgente en América Central. Interpretaciones recientes sostienen, inclusive, que los Estados Unidos habrían jugado un papel relevante en la caída de Viola, justamente porque en el contexto de la presidencia de Reagan y de la intervención que se desarrollaba en América Central, los norteamericanos tenían interés en apoyar a generales latinoamericanos más afines al Pentágono y a las políticas agresivas de los Estados Unidos. Esto último no era muy fácil de impulsar con Viola, según dice Moniz Bandeira, en su trabajo “La formación del imperio americano”.2 Es posible, entonces, que Galtieri fuera un hombre promovido por un fuerte apoyo norteamericano, porque a partir de su ascenso podían obtener la cooperación argentina, que efectivamente existió en América Central. En este contexto, cobran sentido expresiones risibles como la de “general majestuoso”, que habrían provocado las superficiales lecturas respecto de que el servicio que la
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Argentina le estaba prestado a la “causa de occidente” enfrentando al comunismo en América Central podía facilitar el apoyo norteamericano para una acción como la de Malvinas, en contra de Gran Bretaña. La decisión de lanzar la operación sobre las Islas ha sido, por otro lado, de elaboración netamente militar. Su carácter improvisado y maximalista quedó de manifiesto ante la negativa a aceptar propuestas como la elaborada durante el conflicto por el presidente peruano Belaunde Terry, consistente en compartir la soberanía y abrir un compás de negociación con Reino Unido. Los militares iban por todo, sin una conciencia clara de la relación de fuerzas internacional, ni del rol que jugaban los actores principales. Las consecuencias tremendamente negativas de una decisión tan obnubilada se han plasmado en el hecho de que las posibilidades de retomar la discusión sobre el tema con Reino Unido han quedado seriamente dañadas, habida cuenta además de la debilidad relativa de nuestro país. Luego de la guerra, la situación desde el punto de vista diplomático quedó bloqueada. El gobierno de Bignone obtuvo una resolución sobre el tema en la ONU pero lo cierto es que cada vez ha venido siendo más costoso desarrollar la estrategia diplomática. Por un lado, la presión británica obligaba a que muchos países fueran cada vez más reticentes a apoyar las posiciones argentinas, lo cual exigía un gran esfuerzo diplomático a nuestro país. Como consecuencia, la práctica de promover resoluciones en Naciones Unidas, en la Asamblea General, se llevó a cabo hasta el año 1988. Luego vinieron los acuerdos de Madrid, en los primeros tiem-
pos del gobierno de Menem, estableciéndose la idea del “paraguas de soberanía”. No se presentaron más resoluciones ante la Asamblea General y la cuestión se trasladó al marco del Comité de Descolonización. En el Comité, la Argentina ha logrado el apoyo de la resolución, manteniéndose, en ese marco, la vigencia del tema en un foro internacional. Cada año, el Ministro de Relaciones Exteriores concurre al Comité, como acaba de hacerlo el canciller Taiana, para reafirmar el reclamo argentino. En la actualidad -y recordando que la primera resolución importante que se aprobó en Naciones Unidas sobre Malvinas en el año 1965 y en otras subsiguientes, se habla de una función de “buenos oficios” del secretario general respecto de convocar al Reino Unido al diálogo-, nuestro país se encuentra abocado a retomar esa línea de acción, solicitando al nuevo secretario general de la ONU su intervención en tal sentido. Finalmente, y como consecuencia duradera del conflicto -consecuencia no menor ni buscada por los militares, por supuesto-, deben señalarse las implicancias que tuvo, en tanto cambio cultural para la Argentina respecto de la valoración de pertenecer a la región latinoamericana, cambio operado a nivel de la propia sociedad y de la clase política. Percibir como aliados naturales, en estas y en otras cuestiones, a los países latinoamericanos es una de las consecuencias más importantes de la guerra de 1982. En este sentido, el apoyo recibido de la región fue algo que contribuyó a crear un marco de cooperación y de integración en la década siguiente, proceso abierto aún y que hoy nos encontramos transitando en una nueva y más profunda etapa.
Notas 1 No obstante lo cual, militantes comunistas sufrieron detención, torturas y, en algunos casos, desaparición. 2 Moniz Bandeira, Luiz Alberto: La formación del Imperio Americano. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2007.
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Tte. Gral. Jorge Rafael Videla junto a Gral. Augusto Pinochet, presidente facto de Chile. s/f. (AGN)
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Lillian Alurralde La cuestión de las Islas Malvinas en la comunidad internacional. La experiencia del sistema interamericano a veinticinco años del conflicto bélico de 1982 Lillian Alurralde Embajadora. Presidenta de la Comisión Nacional para la Conmemoración del Cincuentenario de la Organización de los Estados Americanos. Ex Directora del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN).
Próximos a cumplirse los ciento setenta y cinco años de la usurpación británica de las Islas Malvinas, los apenas veinticinco que nos separan del episodio bélico de 1982 han dado ya lugar -y lo seguirán dando- a una catarata de presentaciones, libros, seminarios, memorias, evocaciones, editoriales y hasta de lo que aún queda de las entrañables charlas de café que fueron alimento necesario del entrenamiento intelectual de mi generación. Al referirse circunstancialmente a este despliegue, el embajador Vicente Berasategui, cuya impecable carrera profesional culminó con el ejercicio de la titularidad de la Embajada argentina en Londres desde el año 2000 al 2003, se pregunta, en un artículo de reciente publicación, si en lugar de concentrarse en la conmemoración de actos de fuerza, no valdría más hacerlo en “fechas más gratas” como aquéllas en las que los gobiernos de ambos países encontraron vías de entendimiento para mutuo beneficio -desde el Tratado de Paz, Amistad y Navegación entre las Provincias Unidas y el Reino Unido hasta los tan amplios intercambios políticos, económicos y culturales que lo sucedieron, incluida la importante reunión celebrada en Buenos Aires en enero de 1966 entre los cancilleres de ambos países para proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por la Resolución 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero los veinticinco años están aquí y son ahora, y es sin duda imposible -o casi imposible- sustraerse a lo que un ocurrente periodista argentino ha llamado el “magnetismo de los aniversarios”. Y por cierto que no se han resistido a él
los vencedores en la contienda de 1982, quienes prácticamente día a día evocan en actos y eventos varios las circunstancias ocurridas entonces, rescatan memorias y documentos, y cumplen regular y respetuosamente con los ritos conmemorativos acuñados en el emblemático estilo que los identifica entre los grandes protagonistas de la historia occidental -cruelmente atravesada por una cuota no desdeñable de enfrentamientos armados-: duelo por los caídos, honor a los veteranos, fastos de la victoria, sin duda más discretos que aquellos celebrados en 2005 en conmemoración del bicentenario de la batalla de Trafalgar que al principio del siglo XIX marcó el declive de la España extraterritorial que la guerra de Cuba sellaría al finalizar el mismo siglo. Y por ese mismo “magnetismo de los aniversarios” y extendida con esta evocación la mira de nuestro visor de “ciclo largo” hasta el siglo XIX, ¿por qué no recordar que así como se cumplen en 2007 los veinticinco años de la guerra de las Malvinas por la que Gran Bretaña volvió a retomar por la fuerza las Islas que por la fuerza había ocupado en 1833, se cumplen este mismo año a su vez los doscientos de la Defensa de Buenos Aires que clausuró efectiva y definitivamente la presencia colonial británica en nuestro territorio continental? Son ciertamente típicos acontecimientos decimonónicos, avatares de ese fascinante siglo que siguió al de las Luces y nos vio nacer a la vida independiente, de cuyo cofre de tesoros podemos extraer maravillas y atrocidades sólo igualadas en el siglo siguiente. Y de ese siglo XIX, por qué no recordar, nobleza obliga, otro bicen-
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tenario “más grato” que el Reino Unido celebra este año -incrustado contemporáneamente en la era de su dramática expansión colonial-, el de la aprobación por el Parlamento británico de la ley que abolió la trata de esclavos en Inglaterra, que había cobijado en sus puertos algunos de los más activos centros negreros del mundo, abolición que sólo se extendería a las colonias británicas en 1833, -oh, magia de los aniversarios- el mismo año que la marina británica ocupaba las Islas Malvinas. Así, de luces y sombras está hecha la historia y el buen historiador no podrá esquivar ni las unas ni las otras. Por eso, si confiamos -como no podemos más que confiar quienes jugamos en ello, al decir de Martí, el “ejercicio de sí propio”- en el progreso continuado de la convivencia entre los hombres, cualesquiera sean los tropiezos con que se enfrente la historia, no podemos dejar de observar que si el siglo XIX terminó con la lacra moral de la esclavitud, y el siglo XX, después de las dos cruentas guerras que lo asolaron, reaccionó con ímpetu contra el drama del colonialismo, y reinos y repúblicas fueron abandonando más o menos pacíficamente las conquistas coloniales acumuladas en el pasado, la subsistencia del enclave colonial de Malvinas es para la comunidad internacional, y en especial para los dos protagonistas principales, una asignatura pendiente que debiera resolverse sin demora. Y aquí retornamos a nuestro punto de partida, la efemérides que nos ocupa. En este contexto, Cuadernos Argentina Reciente, alerta a los complejos componentes que integran cualquier análisis serio de la cuestión Malvinas en sus distintas vertientes, ha emprendido la tarea de dedicarle un número de la Revista a esa cuestión y en ese empeño ha tenido la amabilidad de solicitar mi colaboración. Consciente de la seriedad de su compromiso en el estudio de la realidad nacional, he optado por enfocar la cuestión de las Islas Malvinas desde la perspectiva de la comunidad internacional y, en especial, desde la particular experiencia del sistema interamericano. ¿Y por qué el sistema interamericano, se preguntará el abrumado lector que seguramente desde sus años juveniles está acostumbrado a reaccio-
nar ante la mera mención de la OEA como el tradicional gauleiter ante la de la cultura, si de él ni siquiera forma parte el Reino Unido? En primer término, porque si los jueces no hablan sino a través de sus sentencias, la comunidad internacional -cuya opinión tanto nos interesa y tan favorable nos ha sido- no se pronuncia sino por intermedio de las instituciones que ella misma se ha dado, empezando por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a partir de su creación protagonista principal de las relaciones internacionales, en virtud de su competencia política, jurídica e institucional; y, siguiendo, dentro del ámbito regional que le compete y que la Carta de las Naciones Unidas así reconoce, por la Organización de los Estados Americanos (OEA), que como organismo regional ofrece a través de un aparato institucional sólidamente constituido el medio adecuado por el cual los Estados miembros manifiestan su opinión, elaboran consensos y expresan su voluntad colectiva. De modo que, una vez establecidos estos organismos, la relación con el Reino Unido, que por más de cien años se desarrolló en el exclusivo plano bilateral, reconoce además ahora la vía multilateral y, principalmente, las dos arriba nombradas como rutas ineludibles en el tratamiento de este prolongado diferendo. Una y otra Organización han coincidido en reconocer la existencia de una disputa sobre la soberanía de las Islas, que el Reino Unido se empeña en eludir, han instado e instan a las partes a resolverla por la vía pacífica y condicionan esa solución al exclusivo respeto de los intereses de los habitantes de las Islas y no de sus deseos, como ellos mismos proponen, categoría anímica objetivamente imposible de calibrar. Cualquier estudiante de Derecho aprende al principio de su carrera que el interés es la medida de las acciones, y no otra. Y sí, entonces, la OEA. Porque además es llamativo el desconocimiento que no sólo el público en general sino también el ilustrado tiene sobre la vigencia de la cuestión Malvinas en el foro regional más allá de las dramáticas actuaciones del Consejo Permanente y la Vigésima Reunión de Consulta en 1982. Lo cierto es que esa presencia, como veremos, antecede incluso a la
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firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y a la Carta de la OEA y se mantiene permanentemente activa en las reuniones de sus principales órganos de gobierno, independientemente de nuestras expresas reservas de derechos de soberanía sobre las Islas. En forma tácita o en forma explícita, la situación de las Islas Malvinas aparece en textos, debates y decisiones de la Organización: en la propia Carta, que privilegia el principio de integridad territorial, en las reiteradas manifestaciones de repudio al colonialismo, y en la distinción entre colonias y territorios en litigio que singularizan una y otra vez la situación de las Islas Malvinas, en las declaraciones del Comité Jurídico Interamericano, que avalan los derechos argentinos; y finalmente, después de haber llevado a la Organización al borde de su disolución a raíz del conflicto bélico de 1982, con la ruptura del principio de la solidaridad continental, nervio mismo del sistema de seguridad pactado, en la incorporación de la cuestión Malvinas como tema de interés hemisférico permanente que la Asamblea General de la Organización reafirma anualmente, haciendo suya nuestra disputa por la soberanía, que el Reino Unido se empeña en desconocer. A ellos nos referiremos en el limitado espacio a nuestra disposición en la seguridad que cualquier reflexión útil sobre la cuestión Malvinas no puede sino beneficiarse del conocimiento cabal de las circunstancias de su desarrollo, en especial de la exposición de nuestros propios puntos de vista en distintas instancias y del de nuestros interlocutores en la comunidad internacional -los mayores, los menores, los solidarios, y los que no lo son tanto-. El pasado es prólogo. La frase, inscripta en letras de oro en el frente del edificio de los Archivos Nacionales de Washington es una clave de La tempestad, la última obra de la dramaturgia shakespeariana y la única que transcurre en el continente americano. Interpretada como metáfora al final del siglo XIX y reinterpretada al promediar el XX -fuimos Próspero, seremos Calibán, o viceversa- no dejemos de tenerla presente, porque ¿con qué otros hilos tejeremos el futuro sino con los hilos heredados que debemos saber recoger,
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interpretar, si es necesario, desechar, y si es posible transformar, para completar la trama aún irresuelta de nuestra historia?
La consolidación del sistema interamericano La firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Río, 1947) y de la Carta de la Organización de los Estados Americanos (Bogotá, 1948). La histórica resolución anticolonial de 1948, sus antecedentes y proyección en las décadas siguientes. Malvinas, territorio ocupado I Concluida la Segunda Guerra Mundial y establecida la Organización de las Naciones Unidas, las nuevas circunstancias indujeron a los gobiernos de la región a fortalecer la relación interamericana a través de la institucionalización y consolidación del sistema. La firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947 y la adopción de la Carta de la Organización de los Estados Americanos en 1948, constituyen los hitos principales que cimientan el acuerdo hemisférico. La adopción del TIAR, en el marco de las alianzas regionales de seguridad colectiva propiciadas por Estados Unidos al comienzo de la Guerra Fría incluyó, como uno de los temas principales, el de la delimitación del área de protección abarcada. Se encomendó a un Comité conformado por Argentina, Chile y Estados Unidos la redacción del artículo pertinente que se incorporó como Artículo 4° del Tratado, de acuerdo con cuyo texto y con el mapa que lo integra: las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur quedan incluidas en la zona de seguridad protegida por el TIAR. Vale la pena señalar que cuando en 1975 se procedió a su reforma, y aun cuando en esa oportunidad se utilizaron parámetros diferentes a los de 1947 para la definición de la zona de aplicación, la inclusión se mantuvo y fue naturalmente esgrimida cuando en 1982 y a instancias del gobierno argentino, el
Consejo Permanente de la Organización convocó la Vigésima Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores a la luz de lo estipulado en el Artículo 6° del Tratado. Por cierto que la inclusión del archipiélago en la zona de seguridad no implicaba en sí el reconocimiento de la soberanía argentina y así lo expresó el canciller Juan Atilio Bramuglia, quien sin embargo, observó que se trataba de uno de los puntos fundamentales de la reunión y constituía una acción que deberá ser continuada en lo sucesivo porque da sentido a la solidaridad continental. Veremos enseguida que al tratarse al año siguiente este tema en Bogotá, esa persistencia daría importantes frutos. Existían, sin duda, antecedentes inmediatos del Tratado en las relaciones continentales y en el aún embrionario sistema que precedió a la consolidación de la alianza regional sobre seguridad hemisférica, vinculados a la existencia de colonias europeas en territorio americano -a raíz de los acontecimientos que se desarrollaban en el teatro europeo-; y además, otros antecedentes más lejanos, que abarcaban desde la Doctrina Monroe y el Congreso Anfictiónico, convocado por Bolívar en Panamá, hasta los sucesivos cónclaves reunidos en América Latina en el curso del siglo XIX ante los reiterados peligros de avanzadas europeas sobre las nuevas repúblicas. Durante esta etapa coexisten y coinciden en las sucesivas conferencias interamericanas la preocupación por dicha presencia y la actuación argentina, que se caracterizó por su activa participación en esta materia y la formulación de declaraciones formales en las que se destacó la existencia de la controversia con el Reino Unido y se dejó constancia de la correspondiente reserva de derechos. Cuando, en seguimiento de las reuniones efectuadas en Buenos Aires (1936), Lima (1938) y Panamá (1939), la Segunda Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores reunida en La Habana en 1940 adopta la Convención sobre Administración Provisional de Colonias y Posesiones Europeas en América y establece una Administración Provisional de dichas
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colonias, los Cancilleres americanos acuerdan expresamente que los territorios que fueran materia de litigio o reclamación entre potencias de Europa y países americanos quedarían excluidos de los alcances de dicha administración y de la eventual tutela del Comité de Emergencia que se constituía a tal efecto. Se perfila allí, pues, la distinción fundamental entre colonias y territorios en litigio entre naciones americanas y potencias europeas, como es el caso de las Islas Malvinas, distinción que se mantendrá y profundizará al consolidarse el sistema en Bogotá y cuya vigencia permanece porque es parte del patrimonio jurídico del sistema. Quedaba así instalada la cuestión Malvinas en el marco interamericano. Sin perjuicio de ello, en cada oportunidad la representación argentina salvaguardó expresamente su derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas, como lo haría más adelante en cada una de las instancias que diera lugar al tratamiento del tema. II La Novena Conferencia Internacional Americana que sesionó en Bogotá entre los meses de marzo y mayo de 1948,, desarrolló una tarea de singular relevancia, tanto de orden político como institucional. No sólo dio nacimiento a la Organización de los Estados Americanos, adoptando su Carta constitutiva, sino que emitió otros importantes documentos, como la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre, que precedió a la de las Naciones Unidas sobre el mismo tema, el Pacto de Bogotá, sobre soluciones pacíficas, y dos Convenciones sobre Derechos de la Mujer. Se discutieron además las primeras propuestas sobre la creación de un banco interamericano, se afirmó el principio de no intervención y, muy fundamentalmente para el tema que nos preocupa, se retomó la cuestión relativa a las posesiones europeas en América, ya en el marco del proceso de descolonización que tenía por escenario principal el foro de las Naciones Unidas. La Carta, al reconocer el principio de integridad
territorial de los Estados, proclamar que la victoria no da derechos y articular un plexo de valores que otorga primacía al orden jurídico como rector de las relaciones entre los Estados, refuerza la tesis argentina sobre las Islas Malvinas. Pero la Conferencia de Bogotá incluía un punto específico que le daría mayor protagonismo al reclamo argentino y que unió a los latinoamericanos en el más profundo rechazo al colonialismo -el coloniaje en el lenguaje de la Conferencia- y su presencia en el continente. El canciller argentino expresó ese rechazo en nombre de su gobierno y, persistiendo en el propósito que se había planteado el año anterior, se refirió a las Islas Malvinas, sumando sus palabras a los planteos que la delegación argentina venía desarrollando en la Comisión de colonias. Un episodio curioso y generalmente olvidado le dio a su intervención aún mayor relieve y subraya, por si cupiera alguna duda, sobre la importancia del foro regional en relación con la cuestión Malvinas, cuál era el punto de vista de la diplomacia británica al respecto. Efectivamente, y sin que el Reino Unido fuese Estado participante en la Conferencia, su Embajada en Bogotá hizo circular a través de la Secretaría un memorándum que se distribuyó entre las delegaciones, que contenía comentarios adversos a los derechos de la República Argentina sobre las Islas Malvinas y sostenía que los derechos británicos habían quedado firmemente establecidos en 1771. A la vez que tildaba de harto incorrecto el decreto del 10 de julio de 1829 del gobierno de Buenos Aires, el memorándum pretendía crear una cuña en el consenso hemisférico a través de un relato deformado del incidente entre ciudadanos norteamericanos y el gobernador Vernet e insinuaba la debilidad de la posición argentina haciendo referencia a su neutralidad en la Primera Guerra Mundial y la mayor parte de la Segunda, que por cierto nada tenía que ver con la aventura británica de 1833. El canciller Bramuglia no sólo respondió con contundencia al ardid británico, sino que anunció que respondería detalladamente al memorándum y pidió que dicha respuesta constara en actas, como efectivamente se hizo. Se trata de un
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documento del mayor interés por la exposición orgánica de nuestros derechos y la altura con que responde a las críticas recibidas. Como conclusión del tratamiento del tema del colonialismo, la Novena Conferencia adoptó la histórica Resolución XXXIII titulada Colonias y Territorios ocupados en América y creación de la Comisión Americana de Territorios Dependientes, que declaró que es justa aspiración de las repúblicas de América que se ponga término al coloniaje y a la ocupación de territorios americanos por países extra-continentales y resolvió crear una Comisión Americana de Territorios Dependientes para centralizar el problema y hallarle una solución adecuada. La Comisión reunida al año siguiente en La Habana, en cumplimiento del mandato emanado de la Novena Conferencia, redactó un cuidadoso informe, en el que distinguió entre territorios coloniales y territorios ocupados que listó separadamente, incluyendo a las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur en esta última categoría. Lo que es más, la IV Resolución adoptada por la Comisión el 21 de julio de 1949 con el título de Solidaridad por las reclamaciones justas y legítimas de las naciones americanas en relación con los territorios ocupados, referida a las reclamaciones sobre la soberanía de territorios ocupados entre países americanos y Gran Bretaña, entiende que todo reclamo legítimo y justo de cualquier nación americana debe tener la solidaridad de las demás Repúblicas. En su único párrafo resolutivo esta Resolución expresa su simpatía por toda reclamación justa y legítima de cualquier nación americana, a la vez que establece como consigna la solución pacífica de todas las controversias en función de la justicia y el derecho internacional. La Comisión emitió separadamente otra Resolución sobre colonias que explícitamente excluía a los territorios ocupados objeto de litigio. Aunque no puede concebirse mayor armonía entre las aspiraciones argentinas y el consenso expresado por la Comisión, la delegación argentina procedió a registrar una vez más una declaración por la que hacía reserva sobre sus derechos sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, reserva que reiteró en la Cuarta Reunión de Consulta celebrada en Washington en mayo de 1951 y en la Décima Conferencia Interamericana reunida en Caracas en 1954. En Caracas, el Canciller argentino, Dr. Jerónimo
Remorino al referirse a la Emancipación integral de América, agradeció la labor desempeñada por la Comisión Americana de Territorios Dependientes y obtuvo la inscripción del tema en la agenda de la Conferencia con el título de Colonias y Territorios ocupados en América e Informe de la Comisión Americana de Territorios Dependientes que figuró con el numeral 2. La Conferencia de Caracas, la primera celebrada después de la de Bogotá, tomó conocimiento del informe de 1949, hizo suyo el texto de la Resolución de la Comisión Americana de Territorios Dependientes y adoptó dos resoluciones sobre esta materia, la Resolución XCVI relativa a Territorios ocupados y la Resolución XCVII sobre Colonias. A pesar de cierta ambivalencia en el tratamiento de este tema, y en pleno rigor de la Guerra Fría, la OEA reiteraba en Caracas su firme posición respecto de la cuestión colonial, reafirmaba lo dispuesto en Bogotá al sancionar la Resolución XXXIII y mantenía la vigorosa redacción que sobre territorios ocupados había elevado la Comisión Americana de Territorios Dependientes. III Cuando el proceso de descolonización que se había puesto en marcha con el mayor vigor poco después de concluida la Segunda Guerra Mundial alcanzó en la década de 1960 a algunas de las antiguas colonias británicas establecidas en el Caribe, en primer término a Trinidad y Tobago y a Jamaica, la OEA, que desde un principio había propiciado la liberación de las colonias, debía abordar la cuestión relativa al eventual ingreso de los nuevos Estados independientes librados del yugo colonial. A ese efecto, se reunió en Washington en diciembre de 1964 la Primera Conferencia Interamericana Extraordinaria que presidió el canciller argentino Miguel Ángel Zavala Ortiz. El objeto de la Conferencia fue, precisamente, el de honrar la vocación anti-colonialista de América, precisando la sustancial diferencia entre excolonias y territorios sujetos a litigio entre un Estado miembro y una potencia extra-continental. El Acta de Washington sancionada por esta Conferencia, tomó en cuenta las arriba mencionadas Resoluciones XCVI y XCVII de la Décima Conferencia Interamericana, aprobadas diez años antes, estableció que las ex-colonias que
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aspiraran a formar parte de la Organización podrían incorporarse con el voto de las dos terceras partes del Consejo y excluyó de dicha competencia el caso de los territorios en litigio mientras no se haya puesto fin a la controversia mediante procedimiento pacífico. El Canciller Zavala Ortiz, que abrió, presidió y cerró la Conferencia, dio la bienvenida a los nuevos Estados americanos, señalando que nunca fuimos los únicos de América, fuimos solamente los primeros libres. Sin perjuicio de haber obtenido el objetivo buscado, se registró una declaración que ratificó nuevamente los derechos sobre las Islas Malvinas con el, para entonces, ya canónico texto según el cual forman parte del territorio argentino y están comprendidos en su dominio y soberanía. Un año después, la diplomacia argentina obtendría ya en el ámbito de las Naciones Unidas la aprobación -por noventa y cuatro votos afirmativos, incluidos todos los latinoamericanos y los únicos dos caribeños de habla inglesa, seis europeos, el bloque socialista y un buen número de afroasiáticos, sólo catorce abstenciones y ningún voto en contra- de la Resolución 2065 por la cual la Asamblea General de la ONU reconoció la existencia de la disputa sobre la soberanía de las Islas y e instó a ambas partes a entablar negociaciones para resolverla por la vía pacífica. Inmediatamente después, en enero de 1966, reunidos en Buenos Aires ambos Cancilleres concuerdan en iniciar sin demora la negociación estipulada en la Resolución 2065. Se inicia así una serie de reuniones bilaterales que privilegian ese espacio por sobre el multilateral, sin perjuicio de mantener una alerta atención sobre los desarrollos en ambos organismos. Conjuntamente con las discusiones a nivel bilateral, y dentro de la Organización de los Estados Americanos, la Tercera Conferencia Interamericana Extraordinaria reunida en Buenos Aires en 1967 con el propósito de reformar la Carta de la Organización reestructurando sus órganos de gobierno, incorporó en su Artículo 8° el texto del Acta de Washington, y de acuerdo con la nueva estructura aprobada, hizo extensiva a la Asamblea General la restricción impuesta al Consejo en relación con los territorios sujetos a
litigio. La misma Conferencia de Buenos Aires aprobó una declaración sobre Solución de controversias territoriales en la que expresó su confianza en el resultado positivo de las negociaciones entabladas entre la República Argentina y el Reino Unido, tomando como base la pertinente Resolución de la Décima Conferencia Interamericana, cuyos términos hemos registrado más arriba. Casi veinte años después, en diciembre de 1985, a tres años del conflicto bélico de 1982, una nueva reforma de la Carta recogió este mismo principio al vedar por precepto constitucional el ingreso como miembros de la Organización a los territorios que no se ajusten a las restricciones que impone el Artículo 8°. La Organización volvía a pronunciarse sobre la cuestión Malvinas singularizándola por exclusión. Antes de abordar la dramática participación de la Organización con motivo del conflicto desencadenado en 1982, interesa dirigir nuestra atención más allá de los órganos políticos del sistema a la intervención del Comité Jurídico Interamericano, principal organismo consultor de la Organización, que se ocupó de la cuestión Malvinas con anterioridad a dicho conflicto y nuevamente algunos años después.
El Comité Jurídico Interamericano y el “inobjetable derecho de soberanía” argentina sobre las Islas Malvinas La reconocida tradición jurídica de América Latina en materia de derecho internacional, a la que contribuyeron juristas de la talla de Carlos Calvo y José María Drago, avala la tarea del Comité Jurídico Interamericano, que goza de merecido prestigio por la calidad de sus trabajos y la jerarquía intelectual y erudición de sus integrantes. Expresión de la conciencia jurídica continental en las palabras de uno de sus miembros más destacados, el Dr. Jorge Caicedo Castilla, el Comité se pronunció en dos ocasiones sobre los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas, en enero de 1976 y en febrero de 1987. El primero de esos pronunciamientos se originó en la tensión generada en las relaciones argentino-británicas como resultado del envío de la
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Gral. Leopoldo Fortunato Galtieri, presidente de facto de la Nación. En acto oficial. s/f. (AGN)
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misión dirigida por Lord Shackleton, a cuya actividad exploratoria la Cancillería argentina se opuso, sin que las gestiones bilaterales emprendidas alcanzaran resultado positivo. El dictamen, cuidadosamente fundado, recoge como antecedentes, tanto las anteriores resoluciones relativas a territorios ocupados por potencias extranjeras en el continente americano, como los justos títulos argentinos a la soberanía sobre las Islas Malvinas que describe en forma sumaria; hace referencia a las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas que instan a la negociación de la disputa sobre la soberanía a partir de la Resolución 2065 y considera que la resistencia británica a proceder en ese sentido importa tanto como retrotraer la cuestión a la antigua tesis, sustentada por aquel gobierno en la nota diplomática de 1887, en donde expresaba al gobierno argentino que daba por cerrada la discusión. La Declaración que expresa que constituyen amenazas a la paz y la seguridad del continente, así como flagrantes violaciones a las normas de no intervención, la presencia de navíos de guerra extranjeros en aguas adyacentes a Estados americanos, fue adoptada por unanimidad y establece en su parte dispositiva que las actividades a desarrollar por la Misión Shackleton constituyen una conducta hostil y afirma fundamentalmente que la República Argentina tiene inobjetable derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas por lo que la cuestión fundamental a resolver es el procedimiento a seguir para el reintegro de su territorio. En 1986, una década más tarde y a cuatro años de los episodios bélicos que enfrentaron a los ejércitos de ambos países -aún no restablecidas las relaciones entre las partes- el Reino Unido emitió una Declaración sobre Pesquerías en el Atlántico Sudoccidental por la que extendía al respecto en forma unilateral una zona de exclusión y conservación en el mar adyacente a las Islas Malvinas. El Comité Jurídico Interamericano en su Declaración reiteró el inobjetable derecho de soberanía argentina sobre las Islas Malvinas y calificó el acto unilateral británico como atentatorio no sólo contra el derecho sino también contra la paz y la seguridad internacionales señalando
que, siendo contraria a derecho la ocupación de las Islas Malvinas por el Reino Unido lo es igualmente toda pretensión de ejercer actos de jurisdicción o de fuerza en las zonas marítimas circundantes o de disponer de los recursos naturales que ellas contienen. La falta de operatividad de las decisiones del Comité Jurídico Interamericano no disminuye en modo alguno la contundencia de sus manifestaciones, que fueron recordadas en numerosas oportunidades por los representantes de los Estados miembros en las sesiones de los órganos del sistema en el tratamiento de la cuestión Malvinas, en apoyo de la justa reclamación de la República Argentina en defensa de su integridad territorial.
El conflicto bélico de 1982 Actuación del Consejo Permanente y de la XX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores. Solidaridad latinoamericana y crisis del sistema Es evidentemente imposible en un trabajo de esta dimensión registrar ni siquiera someramente los importantes desarrollos a que dieron lugar los dramáticos sucesos generados a partir del desembarco argentino en las Malvinas de abril de 1982. Protagonistas principales en el sistema interamericano lo fueron el Consejo Permanente de la Organización y la Vigésima Reunión de Consulta convocada por el Consejo a petición del gobierno argentino, bajo el Artículo 6° del TIAR, que aún permanece abierta. En maratónicas sesiones de ambos órganos se produjo el más amplio -a veces erudito, a veces apasionado- intercambio de opiniones, se informó sobre las gestiones de mediación emprendidas primero por el Secretario de Estado Alexandrer Haig y después por el Secretario General de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuéllar, se circularon las numerosas notas de adhesión recibidas de los gobiernos y organismos solidarios y se registraron por un lado, las actuaciones en el seno de las Naciones Unidas y por el otro, los desarrollos en el teatro de operaciones en el Atlántico Sur -el desembarco argentino, el avance de la flota británica, su proximi-
dad a la zona de seguridad definida en el Artículo 4° del TIAR, el ataque del 25 de abril en las Islas Georgias del Sur, el bloqueo impuesto por el Reino Unido el 29 de abril, el ataque aéreo a Puerto Argentino el 1° de mayo, el hundimiento del General Belgrano el 4 de mayo y así hasta la conclusión del enfrentamiento bélico. En dos volúmenes de reciente edición publicados por el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) se transcriben la totalidad de las actas de las reuniones celebradas en este periodo y las múltiples notas de los distintos actores circuladas al respecto como documentos oficiales de la Organización y a ellos remito al lector interesado. Esta recopilación documental, que abarca la totalidad de las actuaciones sobre las Malvinas en el sistema interamericano, está precedida por un importante estudio que lleva la firma del Embajador Raúl Quijano, quien presidía la representación argentina ante la Organización durante el desarrollo del conflicto. Estos son los términos con que el autor evalúa el resultado de esas dramáticas jornadas que nos permitiremos transcribir. Dice el Embajador Quijano: La Vigésima Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores constituyó en sí el más sólido testimonio de la solidaridad latinoamericana con la causa argentina sobre las Islas Malvinas. Dicha solidaridad no se expresó exclusivamente en su seno o en las manifestaciones registradas en esta documentación. Numerosos organismos latinoamericanos en el ámbito de su competencia manifestaron asimismo esa solidaridad, que la representación argentina transmitió puntualmente al Presidente de la Vigésima Reunión. A la vez la misma decisión de no clausurar la Vigésima Reunión de Consulta se convirtió en un símbolo de la vocación de la Organización por mantener viva la cuestión de las Islas Malvinas hasta la solución definitiva y pacífica del diferendo de soberanía. Ciertamente que las actuaciones registradas en la OEA a raíz del conflicto bélico de 1982 desde su iniciación hasta su dramático desarrollo y finalización, constituyeron la prueba más dura a la que quedó sometido el principio de solidaridad continental y los institutos y procedimientos adoptados en su nombre. Desde la percepción latinoa-
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mericana, Estados Unidos, pese a los esfuerzos desempeñados fuera y dentro de la Organización, había priorizado la Alianza Atlántica y fundamentalmente su relación especial con el Reino Unido por sobre el compromiso asumido con la región. América Latina se había solidarizado con la Argentina y la Argentina, sin querer desconocer los vínculos establecidos a nivel hemisférico, había apelado reiteradamente a la solidaridad latinoamericana, tanto en la retórica como en los hechos, aún en el caso de Cuba, cuyo gobierno había sido excluido de la Organización y de cuyo sistema político el gobierno argentino se diferenciaba sustancialmente. Por otra parte, se habían estrechado los vínculos entre la OEA y las Naciones Unidas y Estados Unidos contemplaba con la mayor preocupación lo que aparecía como el inevitable debilitamiento del sistema regional. La restauración del consenso hemisférico -la misma vigencia de la relación interamericanaparecía tan seriamente comprometida que no faltaron voces que daban por inviable la subsistencia de la Organización, ni intentos de generar vínculos regionales alternativos para paliar las peores consecuencias de la crisis político-institucional que afectaba al sistema. En todo caso, la percepción general estimaba que la reconstrucción de dicho consenso comprometería a los Estados Americanos a largos años de esforzada labor, cuyo éxito no podía darse por asegurado. Pero los hechos desmentirían esta visión pesimista y la Organización retomaría y muy rápidamente su rumbo original. Al tiempo de la Asamblea General celebrada en noviembre siguiente, su desempeño se normalizó y la OEA reafirmó, como veremos enseguida, su voluntad de pacífica solución del diferendo sobre la soberanía de las Islas Malvinas, que en su momento crítico, no había logrado encauzar. Y efectivamente así ocurrió, no sin cierta desazón para la diplomacia británica que vio como su socio atlántico priorizaba el equilibrio de sus relaciones hemisféricas por sobre sus tradicionales y cada vez más exigentes lazos.
Los últimos 25 Años Las actuaciones en el Sistema Interamericano posteriores al conflicto bélico. El Consejo Permanente y la Asamblea General. La Cuestión Malvinas, tema de Interés Hemisférico Permanente Las difíciles jornadas de 1982 no permitían descuido alguno de nuestra presencia internacional. Derrotados, hostigados, e interrumpidas las relaciones con Gran Bretaña, el campo multilateral se convertía en la única vía disponible para la defensa de nuestros legítimos derechos, y esa vía debía mantenerse activa y despejada para evitar que el Reino Unido se viera naturalmente tentado a desconocer aun más frontalmente esos derechos contabilizándolos a partir del triunfo obtenido. En la OEA, aunque la Vigésima Reunión se había mantenido abierta, no volvió a reunirse. El gobierno argentino continuó informando sobre los distintos episodios de hostigamiento que se seguían desarrollando en el Atlántico Sur. El campo de acción se trasladó al Consejo Permanente, que asumió la responsabilidad de considerar la información recibida y se reunió en las tres oportunidades que se juzgaron de mayor gravedad: en 1985, con motivo de la instalación de un aeropuerto militar estratégico; en 1986, a raíz de una declaración unilateral del Reino Unido sobre pesquerías en el Atlántico Sur -que es la que provocó la declaración del Comité Jurídico Interamericano mencionado más arriba; y en 1988, a causa de la realización de ejercicios militares en las Islas Malvinas. Durante este periodo y hasta la reanudación de relaciones con el Reino Unido, la información sobre diferentes actos de hostigamiento se reitera regularmente, a la vez que todos los años, al conmemorarse en el mes de enero el aniversario de la usurpación británica de 1833, se remite el comunicado que al respecto publica la Cancillería argentina y se pide su distribución, práctica ésta última que se continúa hasta el presente . Pero, en realidad, es la Asamblea General de la
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Organización la que se convertirá en estos 25 años en la vía principal para el tratamiento de la cuestión Malvinas. El proceso se inició en septiembre de 1982 cuando la representación permanente de la República ante la Organización solicitó por nota dirigida al Presidente de la Comisión Preparatoria del XII periodo ordinario de sesiones la inclusión en la agenda de la Asamblea General del tema titulado La cuestión de las Islas Malvinas. La solicitud argentina fue aprobada por unanimidad y en torno a este tema se estimó que giraría la Asamblea General en lo que aparecía como una etapa decisiva para resolver el dilema que la Organización enfrentaba. No sólo se trataba de la gravedad de los acontecimientos ocurridos en el Atlántico Sur y de la persistencia de la amenaza a la seguridad continental a través de la multiplicación de actos de provocación en el área, sino de calibrar la magnitud del daño producido por la crisis institucional que amenazaba con descompaginar la cuidadosa arquitectura del sistema regional. Sin embargo, la ansiosa expectativa generada por el tratamiento del caso Malvinas había perdido, al tiempo de reunirse la Asamblea General en el mes de noviembre, gran parte de su anterior dramatismo político. Esta mutación se produjo por el giro de la política de Estados Unidos que, por un lado acompañó en las Naciones Unidas la aprobación de la Resolución 37/9 que recogía la posición y los objetivos argentinos, apoyados por América Latina, reconociendo la existencia de la disputa sobre soberanía que una vez más el Reino Unido quería soslayar, y, por el otro, por el anuncio del presidente Reagan quien, con el ánimo de restañar las heridas que habían quedado pendientes, realizaría una visita a varios países latinoamericanos con el propósito de distender el clima existente. En este contexto, la Asamblea General de la OEA adoptó el proyecto de Resolución sobre la cuestión Malvinas que presentó la delegación argentina con el co-patrocinio de 19 Estados, instando, como lo había hecho la ONU, a los gobiernos de la República Argentina y el Reino Unido a encontrar una solución pacífica a la disputa sobre soberanía.
Al año siguiente, e inscripto nuevamente el tema a solicitud del gobierno argentino, la Asamblea General de la OEA resolvió que por propio y voluntario imperio continuaría examinando anualmente la cuestión hasta su solución definitiva, asumiendo así como propio de la región el diferendo argentino. Año a año el tema se inscribe en la agenda de la Asamblea, el titular de la delegación argentina hace una exposición al respecto y después de las intervenciones de los representantes de los gobiernos interesados, se han ido adoptando una serie, primero de Resoluciones y luego de Declaraciones, cada una de las cuales mantiene este reconocimiento. El texto de estos pronunciamientos ha ido naturalmente evolucionando con las circunstancias y reconoce algunos importantes puntos de inflexión: la recuperación democrática en 1983, la reanudación del diálogo en 1989 y de las relaciones bilaterales en 1990 y la Reforma Constitucional que en 1994 incorporó una cláusula especial sobre las Islas Malvinas. La Asamblea General de la OEA celebrada recientemente en Panamá acaba de refrendar una nueva Declaración sobre la cuestión Malvinas -y suman ya veinticinco desde aquella primera, que en noviembre de 1982, inmediatamente después del conflicto bélico reafirmó su respaldo a la posición argentina, reconociendo la existencia de la disputa de soberanía de las Islas Malvinas que el Reino Unido se había resistido por tantos años a aceptar y que, después del enfrentamiento armado de 1982, pretendió desechar definitivamente, negándose a aceptar el diálogo que la comunidad internacional le insta a desarrollar. Lo cierto es que a través de su más alto órgano de gobierno la Organización de los Estados Americanos ha ido afianzando progresivamente un consenso cada vez más firme sobre la cuestión Malvinas, como tema de interés hemisférico permanente que la compromete en el plano fundamental de los principios, fines y propósitos para los que fue creada. Y es particularmente importante tener presente que a través de las reuniones periódicas de la Cumbre de las Américas, máxima expresión política de los Estados miembros, la Organización recibe un
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mandato continuamente actualizado sobre sus responsabilidades, y la Argentina, en consecuencia, un respaldo de sustancial envergadura para la histórica reivindicación de su integridad territorial.
Reflexiones finales No parece necesario insistir en la significación del sistema interamericano para el tratamiento de la cuestión Malvinas ni ha sido el objeto de este trabajo convencer al lector de esa significación. Su propósito se habrá logrado si ha permitido despertar una mayor curiosidad al respecto y percibir las serias limitaciones de información con que nos manejamos habitualmente y la necesidad de afincar cualquier acción en el conocimiento preciso y sistemático de la realidad. La alternativa no es entre inspiración y transpiración: las dos son necesarias para alumbrar las nuevas realidades que la imaginación creadora puede vislumbrar y la voluntad llevar a cabo. Solo en los cuentos de hadas basta frotar una lámpara para que el genio obediente se haga presente, y ya sabemos lo poco propicia que finalmente resulta su conducta. Los argentinos, pueblo y gobierno, tenemos por delante una tarea importante y compleja. Del episodio de 1982 -y es un episodio, desgarrador, pero episodio al fin en la larga historia de este diferendo- hemos ya cosechado los frutos amargos de la impaciencia y la improvisación, así como las consecuencias fatales que se derivan
de un diagnóstico político equivocado. En estos años hemos aprendido los beneficios de la labor ordenada y democráticamente consensuada. Debiera estar claro que no podemos permitirnos otro error de la misma magnitud, aun cuando no acarreara las trágicas consecuencias de 1982. Son los actuales tiempos de diplomacia activa, informada e inteligente, sin excesos y sin desmayos. Tiempos de estudio, reflexión y acción, para alcanzar consensos de mayor densidad y creciente firmeza. Si, como alguna vez señaló Max Weber, el padre sociólogo en el que todos abrevamos, aun en nuestros disentimientos, la política requiere pasión y perspectiva, pongamos en ella perspectiva y pasión, para generar el circuito virtuoso que por la doble vía bilateral y multilateral nos lleve a la pacífica negociación de la cuestión Malvinas que la comunidad internacional empeñosamente nos ha encomendado. Una opinión pública bien informada y libre de estereotipos que coartan la facultad de escuchar, razonar y perseverar en su propio ser, constituye un arma fundamental para el éxito de esta tarea. Por eso la iniciativa de Cuadernos Argentina Reciente merece el mayor apoyo y reconocimiento, particularmente porque aspira a no disociar valores y técnicas creando abismos artificiales que sólo favorecen la parálisis del pensamiento y la inanidad de la acción, un limbo que deteriora las capacidades individuales y colectivas bajo la falsa adversativa entre profesionalidad y política.
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Martín Balza Guerra de Malvinas. Reflexiones estratégicas y operacionales*
Martín Balza Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina en Colombia. Teniente General (R) Ejército Argentino. Jefe del Estado Mayor General del Ejército Argentino (1992-1999)
*En la redacción del presente artículo me he basado en el libro, de mi autoría: Malvinas, Gesta e Incompetencia. Editorial Atlántida, Buenos Aires, 2003.
“No importa quien empezó la guerra. Siempre es el soldado el que la pelea.”
I Una inepta dictadura militar -usurpadora del poder constitucional y vinculada al terrorismo del Estado- tomó la decisión de recuperar las Malvinas con la espúrea finalidad de intentar legalizar y prolongar su ilegítimo régimen. Se tenía la capacidad de ocupar las Islas -defendidas por un destacamento de infantes de marina que no superaba los noventa hombres y un grupo de voluntarios civiles, todos dotados de armamento liviano- pero se carecía de la capacidad de mantenerlas ante la previsible reacción británica. Los responsables de la absurda e inédita aventura fueron el general Leopoldo Galtieri, el almirante Jorge Anaya y el brigadier Basilio Lami Dozo, asesorados por el canciller Nicanor Costa Méndez y un séquito de obsecuentes y complacientes. En 1985, los altos mandos operativos de las Fuerzas Armadas durante el conflicto fueron juzgados, pero sólo Galtieri, Anaya y Lami Dozo fueron condenados. Recibieron penas de doce años de reclusión, destitución y baja. Tres años después -en octubre de 1989- el presidente Menem los indultó. Mantuvieron su estado y grado militar y fueron -o serán- enterrados con todos los honores, que no tuvieron los seiscientos cincuenta muertos en el conflicto ni los cientos de veteranos que pelearon por un sentimiento. Nunca asumieron, ni ellos ni los altos mandos, su responsabilidad ante la derrota.
Confundieron -con premeditada intencionalidadun objetivo circunstancial, subalterno y bastardo, como la necesidad de revitalizar una alicaída y desprestigiada dictadura militar, con una causa justa, una gesta aglutinadora y la legítima reivindicación de algo incuestionablemente argentino.
II La Operación Rosario, como se denominó a la recuperación de las Islas, podría haberse explotado de manera muy positiva si el 3 de abril se hubiera acatado la Resolución 502 de las Naciones Unidas, retirado las Fuerzas Armadas y mantenido una guarnición de alrededor de 400 hombres de las Fuerzas de Seguridad -Gendarmería Nacional y Prefectura Naval-, lo que hubiera evidenciado una seria actitud negociadora por parte de la Argentina. Difícilmente el Reino Unido hubiera movilizado la fuerza expedicionaria más importante desde la Segunda Guerra Mundial -28.000 hombres y más de 100 buques- ni recibido el apoyo de otros Estados. Los principales países del mundo hubieran reconocido la legitimidad de nuestros derechos, y de este modo se hubiesen originado discusiones, publicaciones y, muy probablemente, pronunciamientos favorables para terminar con un anacrónico colonialismo. Hasta ese momento habíamos demostrado profesionalidad y eficiencia, sin derramamiento de sangre británica, pero, como dice el Talmud:1 “la ambición destruye a su poseedor” y, si bien destruyó la dictadura militar, lamentablemente dejó en la turba malvinera y en
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las gélidas aguas del Atlántico Sur a jóvenes vidas cuya pérdida podría haberse evitado.
III El planeamiento estratégico -en lo político y en lo militar- no se basó seriamente en lo que el Reino Unido se hallaba en capacidad de hacer como respuesta a la ocupación de las Islas. En ningún documento se encontraron “los supuestos”2 para encarar la confección de un plan o una directiva. Sin embargo, resulta claro que la Junta Militar aceptó, erróneamente, dos supuestos que afectaron todo tipo de decisiones posteriores al 2 de abril. Estos fueron: • que el Reino Unido sólo reaccionaría por la vía diplomática ante la ocupación de las Islas. En caso de recurrir al uso de su poder militar, lo haría en forma disuasiva, sin llegar a su empleo real; • que los Estados Unidos apoyarían a la Argentina o serían neutrales. Nunca permitirían una escalada militar del conflicto y obligarían a las partes a negociar. El proceder de la Junta Militar marginó las más elementales normas de planificación contenidas en los reglamentos para el trabajo de los Estados Mayores. Ello se puso en evidencia antes, durante y después del conflicto y fue condicionante para que los comandos subordinados confeccionaran planes superficiales, incompletos, y más aún, de imposible cumplimiento. No se previó ni se planificó qué hacer ante la reacción británica de emplear su potencial militar recibiendo apoyo de otros países, muy espe-
cialmente de los Estados Unidos, y se pasó del “ocupar para negociar” al “reforzar e ir a la guerra”. Sustancial diferencia y máxima insensatez, al descartar lo posible buscando lo inalcanzable. Se gestó un conflicto inédito y pusimos a los ingleses en evidencia ante el mundo, pero lo hizo una dictadura militar incompetente y acusada de gravísimas violaciones a los Derechos Humanos, con lo que sólo se logró realzar y estimular el orgullo británico.
IV La Inteligencia Estratégica -nacional y militarcareció de solidez, pues desde décadas anteriores, y particularmente a partir de los años setenta, estuvo orientada al “caso Chile” en lo externo y, prioritariamente, a la intervención en el marco interno. Los jefes de inteligencia de las Fuerzas Armadas sólo tomaron conocimiento de la “Operación Rosario” cuando ésta se inició. Un ejemplo de ello es que el Jefe de Inteligencia del Ejercito, general Alfredo Sotera, que se encontraba en los Estados Unidos, fue alertado de los acontecimientos por nuestro agregado militar en Washington, general Miguel A. Mallea Gil. Las debilidades y falencias más salientes en tal vital área de la conducción se pusieron de manifiesto al buscar cada Fuerza atender sus propias necesidades, sin coordinación entre ellas, lo que originó superposición en los esfuerzos de reunión de información. Además, en muchos aspectos, recurrieron a datos elementales, fuentes desactualizadas y, peor aún, influidas por los británicos.
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La contrainteligencia -que es la acción que consiste en negar información al enemigo- fue desatendida, lo que posibilitó que los británicos dispusieran de información útil y oportuna a sus propósitos durante todo el conflicto.
V La Batalla tuvo dos fases: la primera, predominantemente aeronaval, entre el 1° y el 20 de mayo; y la segunda, predominantemente terrestre, entre el 21 de mayo y el 14 de junio. Durante la fase aeronaval los efectivos en tierra fuimos sometidos a un desgaste psico-físico en las húmedas y frías trincheras, esperando el desembarco británico. La fase terrestre la iniciamos conscientes de nuestras propias limitaciones, de haber cedido totalmente la iniciativa al enemigo y de la imposibilidad de recibir apoyo del continente. Nuestras Fuerzas fueron eliminadas por partes: primero, nuestra flota, que se automarginó del conflicto sin ni siquiera intentar disputar el espacio marítimo; segundo, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval, debido a las importantes pérdidas sufridas, a pesar de los reconocidos éxitos iniciales y la excelente profesionalidad evidenciada; por último, los efectivos terrestres del Ejército y de la Infantería de Marina, cuando el estrangulamiento terrestre cerró definitivamente el previsible cerco total que condujo a la inevitable rendición.
VI El primer conflicto de la era misilística, así calificaron algunos autores a la guerra; pero es muy importante destacar que, pese a los adelantos tecnológicos, en el combate se puso de manifiesto el rol decisivo de la infantería y la artillería de todos los tiempos. La guerra tuvo casi la misma duración que la del Golfo, en 1991, en la cual la campaña aérea estadounidense duró 38 días y la terrestre sólo 4 días -42 días-, con un saldo de 144 norteamericanos muertos en combate. En Malvinas, la campaña aérea y naval británica duró 20 días y la terrestre 24 días -en total, 44 días-, con un saldo de alrededor de 300 ingleses muertos en acciones bélicas.
El adversario empleó simultáneamente una estrategia de desgaste y estrangulamiento. La primera, a partir del 7 de abril, consistió en la amenaza marítima, sanciones económicas junto con sus aliados de la OTAN, gestiones diplomáticas y un efectivo empleo de la acción psicológica. La segunda buscó la batalla decisiva mediante un cerco completo.
VII La batalla de cerco que condujo al aniquilamiento perfecto se vio facilitada por la ejecución de una defensa lineal carente de profundidad, movilidad y reservas. Esta fracasó históricamente, aun en los casos de fortificaciones sólidas y consideradas infranqueables, como la famosa línea Maginot,3 que “no sólo privó a los franceses de toda iniciativa, sino que puso esa iniciativa en manos del enemigo. En tal forma, Hitler pudo atacar donde quiso, cuando quiso y con las fuerzas que quiso. Los franceses no percibieron que la defensa […] debe ser dinámica; […], como no se dieron cuenta de ello, planearon una guerra de inmovilidad, en lugar de prever una estabilidad dinámica”.4 La línea Maginot, preparada en nueve años, fue perforada sin mayor resistencia por los alemanes en mayo de 1940. La defensa nuestra en Malvinas se preparó apresuradamente en menos de veinte días; era una “tela de cebolla”. Ni los franceses en 1940 ni nosotros en 1982 respetamos lo que expresó Clausewitz en 1830: “Aun el más débil debe disponer de algo que le permita golpear a su adversario y amenazarle […]. Si consideramos el agotamiento real de las fuerzas, el defensor está en desventaja”.5 En junio de 1982 no disponíamos de nada para golpear seriamente a los ingleses; a pesar de la amenaza que significó nuestra aviación, el agotamiento de las fuerzas era más que evidente.
VIII La organización para el combate de la Guarnición Militar Malvinas -a las órdenes del general Mario Benjamín Menéndez- evidenció dispersión de esfuerzos, unidades asignadas en forma no proporcional, poco correcto aprovechamiento del
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terreno, superposición del mando e inadecuada acción conjunta de las Fuerzas. De los nueve regimientos de Infantería disponibles en las Islas, sólo cuatro combatieron en forma efectiva -RI 4, RI 7, RI1 12 y BIM 5- y parcialmente sólo dos -RI 6 y RI 25-. Se desaprovechó la total capacidad de los últimos regimientos citados, y no participaron en las acciones el RI 3, RI 5 y RI 8 -los dos últimos aislados en la Isla Gran Malvina-. Ésto facilitó a los británicos aplicar su táctica metódica y doctrinaria: “concentración del ataque en el punto más débil”, aprovechando su mayor poder de combate, movilidad y libertad de acción.
conjunto de las Fuerzas Armadas, para lo cual es necesario un desarrollo armónico, racional y balanceado de dichas fuerzas. De nada sirve que alguna de ellas prevalezca sobre las otras. La cohesión se logrará eliminando disputas estériles, desarrollando una doctrina militar conjunta y un sistema logístico compatibilizando, delimitando ámbitos de competencia y efectuando ejercitaciones conjuntas en el gabinete y en el terreno. Es imprescindible -para lograr esta transformación- modificar disposiciones legales para dotar al EMC de facultades para comandar las Fuerzas Armadas, y prestigiarlo con la asignación de los medios humanos y materiales necesarios.
IX X El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (EMC) evidenció, tanto antes de las operaciones como durante ellas, ser un organismo inoperante y burocrático. Tuvo la responsabilidad primaria de planificar y coordinar los esfuerzos de las Fuerzas Armadas, así como la de instrumentar el planeamiento, la dirección, la ejecución y la evaluación de la Acción Sicológica (AS); en ninguno de estos casos estuvo al margen de la incompetencia que se evidenció en otros niveles de la conducción superior. Desconoció la importancia que tiene en la guerra moderna un sensible recurso de la conducción como es la AS, que incide no sólo sobre las tropas que combaten, sino también sobre otros países y el propio enemigo que, por el contrario, hizo un por demás efectivo empleo del citado recurso. En tal sentido, el EMC no utilizó la aceptable organización y equipamiento de que disponía la Secretaría de Información Pública, a cargo del embajador Rodolfo Baltiérrez. Como en otras áreas, también en ésta se trabajó en compartimentos estancos, lo que impidió la coordinación entre los pocos especialistas existentes que, al igual que todos los organismos a que pertenecían, habían acentuado la desnaturalización de su misión desde el inicio de la dictadura, al priorizar todo lo relacionado con el marco interno. La guerra moderna exige la integración a nivel
Los miembros de la Junta Militar y otros altos mandos que visitaron las Islas y se fotografiaron en ellas antes de que se iniciara la guerra se “borraron” cuando comenzó el ruido de combate y silbó la metralla. No asumieron su responsabilidad ante la derrota, iniciaron un proceso de “desmalvinización” y no rescataron los valores de la gesta. Buscaron chivos expiatorios entre los jefes que combatieron disponiendo el relevo inmediato de todos ellos a su regreso al continente. Muchos generales olvidaron que no podían justificarse y eludir sus responsabilidades por la batalla perdida, e invocaron estériles argumentos, como decir que, contrariamente a su voluntad, tuvieron que “cumplir órdenes” de Galtieri. En ese caso, les quedaba el camino de la “desobediencia debida”, que no se produjo.
XI El síndrome de estrés postraumático es también conocido como “neurosis de guerra” o “fatiga de combate”. Se manifiesta en forma de psicosis, neurosis, ansiedad, depresión, alucinaciones, angustia, insomnio, disfunciones sexuales y otros síntomas, que pueden aparecer durante la guerra y también tiempo después. Cientos de veteranos -oficiales, suboficiales y soldados- lo padecieron, y muchos aún hoy continúan sufriéndolo.
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Alrededor de 300 veteranos de Malvinas han llegado al suicidio. Un número aproximado se ha detectado entre los veteranos británicos del conflicto. Como antecedente comparativo, los Estados Unidos tuvieron los siguientes índices de afecciones psiquiátricas en sus Fuerzas Armadas: en la Segunda Guerra Mundial (1939-45), 23%; en Corea (1950-53), 6%; en Vietnam (1965-75) 5% -que llegó al 60% al incrementarse la drogadicción entre sus soldados, en 1972. En Malvinas, nosotros tuvimos aproximadamente el 3% y los ingleses, el 2%, de combatientes afectados por traumas similares. En nuestro caso, ello guarda directa relación con la ausencia de la correspondiente, e imprescindible, revisión psicosomática, que debió haberse practicado, sin excepción, a todos los combatientes a nuestro regreso al continente. También influyó la carencia de médicos psiquiatras en la zona de operaciones.
XII ¿Constituimos un ejército en Malvinas? No en mi opinión, en el estricto sentido conceptual. En realidad constituimos un agrupamiento de unidades y de entusiastas hombres armados, sin haber tenido la oportunidad de adiestrarnos previamente en conjunto, con las otras Fuerzas Armadas. Numéricamente se empleó menos del 10 por ciento de la capacidad operativa que tenía el Ejército. Algunas unidades -no todas- poseían un bajo nivel de instrucción; aun así, no se dudó en enfrentar a un enemigo experimentado, con moderno equipamiento y alto grado de adiestramiento.
XIII Los británicos fueron un digno adversario, valiente y buen profesional que, en la victoria, respetó y valoró al derrotado. Fuentes estadounidenses reconocen nuestro comportamiento y con sinceridad crítica observaron: “Muchas unidades argentinas pelearon demostrando eficiencia profesional y valentía. Otras interrumpieron el combate y se replegaron rápidamente. ¿Por qué? Debido a diferencias en la selección de sol-
dados, adiestramiento, liderazgo de los jefes y experiencia de combate”.
XIV Sólo a partir de los años noventa se dio importancia en el Ejército al adiestramiento integrado entre los elementos de maniobra -tanques e infantería mecanizada- con la artillería y con las otras armas, así como a la real relevancia del sistema logístico y la psicología del soldado en las operaciones. Durante mucho tiempo existió en la Fuerza una tendencia separatista entre infantería, caballería, artillería y demás armas, servicios y especialidades. Esta estúpida pugna por el poder muchas veces nos serruchó la rama del árbol sobre la que estábamos sentados.
XV El ritmo de las operaciones durante la guerra demostró la inutilidad de la burocracia papelera a la cual son tan adictos algunos Estados Mayores. En el combate, muchas órdenes de operaciones y administrativas “duraban menos que un huevo en una canasta”, antes de que las circunstancias las tornaran obsoletas. En el combate se aprendió a trabajar en forma expeditiva, sin máquinas de escribir y con órdenes verbales, marginando lo superfluo y retardatario. Valoramos por qué el mariscal Von Manstein6 conducía Grupos de Ejércitos, durante la Segunda Guerra Mundial, con órdenes que no superaban una hoja de papel. Lamentablemente, años después, cuando era Jefe del Ejército, comprobé algunos casos de oficiales que, habiendo demostrado coraje, rapidez y pragmatismo en la guerra, obraban en forma timorata en oficinas del Estado Mayor, respetando con exceso retardatario aspectos doctrinarios, por el temor de apartarse, en sus asesoramientos, de normas cambiantes y burocráticas. Estoy convencido de que el estar sometido a presión o estrés, destilando una buena dosis de adrenalina, nos enseña y capacita para enfrentar situaciones riesgosas, para autocontrolarnos, para reaccionar y, por consiguiente, para un correcto ejercicio del mando.
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XVI El militar debe combinar la formación profesional con la humanística, pues la conducción -en particular en los altos niveles- no debe hacernos sentir fuertes, extasiados e invencibles sino, por el contrario, sensibles, receptivos, meticulosos y considerados. Por algo Platón, a quienes deseaban ingresar en la Academia, les exigía conocimientos de matemáticas y de música, porque quería hombres exactos y sensibles.
XVII En conflictos actuales -Balcanes, Afganistán, Irak y otros- se cometieron y cometen crímenes de guerra. En cambio, en la guerra del Atlántico Sur se observaron las leyes y los usos de la guerra, se peleó sin odio y “con notable respeto a las normas morales por parte de los dos bandos”.7 En Malvinas, argentinos y británicos cumplimos con el precepto sanmartiniano: “La Patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes”.
XVIII El Reino Unido tuvo impensadas pérdidas en el campo táctico: 14 aviones derribados por la artillería antiaérea emplazada en las Islas; 4 ó 5 naves hundidas y 2 ó 3 averiadas como consecuencias de ataques de la Fuerza Aérea y Aviación Naval; alrededor de 30 helicópteros
destruidos en distintas circunstancias y entre 250 y 350 soldados de distintas jerarquías, la mayoría en los combates terrestres.
XIX Los combates del 13 de junio fueron definidos por el periodista inglés Bob Mc Gowan, del Daily Express, como “un episodio terrorífico, desesperado y al mismo tiempo trágico, que aparejó un número importante de muertos y más de cincuenta heridos entre los ingleses”. El comandante terrestre británico, general Jeremy Moore, reconoció que tropezó con tropas “bien armadas, atrincheradas y aguerridas”. Por su parte otro general británico, Julian Thompson, Comandante de la Brigada 3 de Comandos, expresó que el combate “no fue un picnic”. Finalmente, entre tantos reconocimientos del enemigo a las tropas argentinas, destaco el del general Anthony Wilson, Comandante de la Brigada 5 de Infantería, “No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron eran soldados tenaces y competentes y muchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres”.
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en el conocido, serio y valorado Informe Rattenbach, que sintetiza el comportamiento de las mismas, en los siguientes términos: “Es importante señalar que hubo Comandos Operacionales y Unidades que fueron conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado. Tal el caso, po r ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur, la Aviación Naval, los medios aéreos de las tres Fuerzas destacados en las Islas, el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería de Ejército y de la Infantería de Marina; la Artillería de Defensa Aérea de las tres Fuerzas Armadas, correcta y eficazmente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5, el Escuadrón de Caballería Blindada 10, las Compañías de Comandos 601 y 602 y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de sus mandos”.
XX Las fuerzas argentinas -al margen de la incapacidad e incompetencia de quienes actuaron en los niveles estratégicos (en el continente)- merecieron, en el campo de batalla, una especial mención
Notas 1 Talmud: Recopilación de la tradición oral judía que interpreta la Ley de Moisés y constituye el código civil y religioso del pueblo de Israel. Explica y aclara la Torá (Pentateuco). 2 Un supuesto es una condición, proposición o principio que es aceptado con el objeto de obtener sus secuencias lógicas o encauzar y/o facilitar el trabajo de un Estado Mayor, y por ese camino comprobar su acuerdo o desacuerdo con los hechos.
3 Sistema de fortificaciones construido por iniciativa de André Maginot, Ministro de Guerra francés, entre 1927 y 1936, en la frontera franco-alemana en territorio francés. 4 Fuller, J.Ec.: La Segunda guerra mundial. Editorial Rioplatense, Buenos Aires, 1972. p. 101. 5 Clausewitz, Karl Maria Von (1780-1831). General y teórico militar prusiano; luchó contra Napoleón. Su tratado de la guerra tuvo gran influencia en la doctrina alemana y en la concepción marxista de la guerra.
6 Von Lewinski, Enrico. Conocido como Erich Von Manstein (1887-1973). Militar alemán, participó en la Primera y Segunda Guerra Mundial. En esta última se destacó en la campaña de Francia (1940), la conquista de Crimea (1941) y la victoria de Charkow(1943). 7 Hastings y Jenkins: La batalla por las Malvinas. Emecé Editores, Buenos Aires, 1984. p. 343.
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José Luis García La guerra del Atlántico Sur. Su gestación, desarrollo y epílogo parcial José Luis García Coronel (R) Ejército Argentino. Oficial de Estado Mayor. Perito militar de las Naciones Unidas en Argentina, El Salvador, Haiti, Italia, Francia y EE.UU. Secretario General del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA)
Corrían los primeros días del año 1982. La dictadura militar argentina que había agotado el empleo de todos los medios lícitos e ilícitos a su disposición en su llamada “lucha contra la subversión”, avizoraba una crisis en la que parecía naufragar: moralmente quebrada, la economía en el peor desastre, sin apoyos políticos y una incipiente oposición general de los distintos sectores sociales, a los que no tardaron en sumarse grupos que conspiraban dentro del Ejército. En la Armada se veía que el peso político acumulado durante los años de la dictadura sería muy difícil de conservar en el futuro. El golpe que preparaban miembros del Ejército no respetaría el tercio de poder que arbitrariamente el llamado “Proceso” había reconocido y la Armada no tenía fuerzas para imponer sus condiciones. Los sectores económicos y financieros, principales beneficiarios de la dictadura, buscaban la forma de prolongar esos beneficios en el tiempo y evitar que un brusco viraje político pusiese fin a su influencia y peor aún, se investigara el manejo financiero, que no admitía ningún tipo de análisis, y se descubriera quiénes fueron los verdaderos culpables de las miles de víctimas ocasionadas para implantar el sistema económico neoconservador globalizado que debería seguir funcionando en el futuro. Los sectores políticos mayoritarios negociaban en secreto, a través de la llamada “Comisión Multipartidaria”, las condiciones del fin de la dictadura. Ésta exigía, como condición para otorgar elecciones, la candidatura de su jefe. Peronistas y radicales estaban propensos a aceptar la condición, esperando que el tiempo evidenciara la imposibilidad de
esa candidatura, tal como había ocurrido con el dictador Lanusse, que vio naufragar sus objetivos burlado por Perón. Pero ahora ya no existía ningún general Perón. Además, ambas conducciones partidarias tenían que superar el problema que ocasionaría la simple mención de lo que se negociaba o tramaba para que no se produjera el motín en sus bases. El candidato propuesto por la dictadura resultaba tan impopular que no posibilitaba el acuerdo. Ante esta situación, los negociadores militares se aferraban a una consigna críptica: “esperen hasta fin de mes”. El mes era marzo de 1982. Para el gobierno militar resultaba claro que cada día se hacía más imposible la aspiración de detentar el poder sin contar con ninguna base política de sustento. Durante 1981 se había producido un acercamiento a los sectores más reaccionarios del gobierno norteamericano, que les parecía exitoso. El asesor de Seguridad del presidente Reagan había llamado “majestuoso” al general Galtieri. Éste y otros indicios llevaron a la dictadura a sustituir a Viola por Galtieri y retomar duramente la línea de la economía mal llamada “liberal”, y que fue en realidad, la conservadora más reaccionaria, con la esperanza de que el gobierno estadounidense los considerara aliados fundamentales. Este acercamiento se afianzó con las visitas a nuestro país del embajador de EE.UU. ante las Naciones Unidas y del Jefe del Estado Mayor del Ejército de ese país, que dejando de lado temas tan importantes como la sistemática violación a los derechos humanos, acordaron levantar la veda para la compra de armas como contrapartida de la acti-
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vidad clandestina argentina de apoyo a la dictadura de El Salvador y a la agresión de los llamados “contras” en Nicaragua. Prometieron además, encabezar una especie de cruzada anticomunista en el Hemisferio. Parecían eliminarse así los inconvenientes exteriores para la prolongación del régimen militar utilizando a Galtieri como candidato; pero quedaba en pie el problema interno de cómo hacerlo potable. Había que inventar algo para que la opinión pública no reaccionase en forma violenta ante la sola mención de esa especie de contubernio. No existía el hombre de la gloria indiscutida. No había ningún general Perón disponible. Había entonces que fabricarlo. La fábrica se llamó Malvinas y aquél que las restituyese contaría con el apoyo popular merecido, todo lo pasado quedaría perdonado y todo el sistema seguiría funcionando, ahora en forma “legal”. Los organismos de planeamiento de la Defensa Nacional habían trabajado hasta entonces sobre la base de una hipótesis de guerra excluyente: la lucha contra la “subversión interna”, “guiada” por parte del comunismo y sus aliados. Todos los medios del poder nacional se dispusieron para esa lucha que se convirtió finalmente en el llamado “Terrorismo de Estado”. En ningún momento la recuperación de las Islas del Atlántico Sur, usurpadas por el enemigo inglés, fue una hipótesis de guerra probable. Sólo la Armada había efectuado aproximaciones teóricas sobre este problema mediante un ejercicio de planeamiento que denominaron “Toco y me voy”. Consistía en recuperar con un golpe de mano sorpresivo las islas del archipiélago y luego retirarse dejando un pequeño contingente en ellas con la finalidad de obligar a los ingleses a negociar la soberanía, a lo que siempre se habían opuesto. Como consecuencia, ni el CONASE, organismo previsto en la Ley de Defensa Nº 16.970, había elaborado estrategias en el campo de política interna, externa y económica en relación con el conflicto ni el Estado Mayor Conjunto había elaborado ningún plan ni ejercicios previos, ni establecido necesidades de instrucción, equipamiento, armamento, transporte, comunicaciones, etc., imprescindibles para este
tipo de operaciones en latitudes extremas, tal cual las denomina el Reglamento de Conducción para las Fuerzas Terrestres, para el Ejército, y sus equivalentes para la Armada y la Fuerza Aérea. La situación militar aconsejaba evitar la guerra. El Ejército terminaba de incorporar conscriptos que no tenían dos meses de instrucción. La Armada necesitaba dos años más para completar su equipamiento con la entrega de fragatas y submarinos. La cantidad de misiles Exocet, luego protagonistas del conflicto, era de seis unidades y diez más encargados a Francia que no fueron entregados. La Fuerza Aérea contaba sólo con veinticinco aeronaves modernas, ninguna equipada con misiles sino con los ya obsoletos cohetes. Sus aviadores no tenían experiencia en volar sobre el agua y combatir contra un enemigo naval. La racionalidad en el empleo del poder militar fue reemplazada por la irracionalidad, basada en una absurda esperanza. Los ingleses, por su parte, consideraron que era muy poco probable que los argentinos cumplieran sus amenazas de invasión. No pecaron de ingenuidad ya que el gobierno de los EE.UU. les había garantizado que intervendría para disuadir a la Argentina de una invasión a las Malvinas. Las dos partes, sintiéndose respaldadas por el gobierno norteamericano, endurecieron posiciones. Las negociaciones no avanzaron y la flota argentina zarpó. Intervino entonces Reagan para exigirle al gobierno argentino que no intentara la invasión, ofreciéndose como mediador. Las suposiciones básicas de los tres protagonistas habían resultado falsas. El ministro inglés Carrington fue el único que reconoció su error y renunció. Si no hubiera creído en las palabras de EE.UU. y de la Argentina, hubiera enviado refuerzos a las Islas impidiendo la invasión. Había cometido ese error y se fue. La Argentina concurrió a la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU y ahí se enteró de que no contaba con el apoyo de EE.UU.; más aún, este país había volcado toda su influencia a favor de Inglaterra, incluyendo a la OTAN en ese apoyo. Pero aquí, en Argentina, pese al error de apreciación, nadie se fue. El Consejo de Seguridad ordenó desocupar las Islas e Inglaterra
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preparó un contingente para desalojarnos de ellas. A esta altura se aceptó la mediación de EE.UU., antes rechazada, pese a que su votación en la ONU lo presentaba como el mejor aliado de Inglaterra. Algo inexplicable. El gobierno argentino seguía confiando en el apoyo final norteamericano y para ello había prometido instalar una base militar de ese país en Malvinas, una vez recuperadas. Pero los norteamericanos no entendían que el objetivo real de la invasión no había sido la recuperación del Archipiélago sino apuntalar a un gobierno que tambaleaba y asegurar así el mantenimiento futuro de su política de aliado anticomunista a cualquier costo. La promesa de guerra limitada se esfumó convertida en guerra total que sería llevada a cabo con nuestros escasos recursos militares: jóvenes pilotos manejando aviones obsoletos, marinos en buques de cuarenta años que no se atrevían a navegar por carecer de defensa antisubmarina, ejército con efectivos con dos meses de instrucción y equipamiento obsoleto. Cuando advirtiéramos el número de víctimas acumuladas, quizás nos acordáramos de que la liquidación de cualquiera de las financieras delincuentes que medraron durante el Proceso, le costaban al Banco Central lo mismo que mil misiles Exocet; que con la décima parte de lo que iba a costarle al país la liquidación del sistema financiero, hubiésemos podido comprar cien Mirages, que colocarían a la Argentina a cubierto de cualquier agresión. Nunca se consideró que la defensa de las Islas contra una flota inglesa sería posible sólo cuando se impidiera a esa flota aproximarse a las mismas. Si ésta se acercaba, la guerra estaba perdida porque enfrentaría tropas profesionales contra conscriptos recién ingresados y cuadros sin ninguna experiencia de combate y con su mente prostituida por lo que se llamó “lucha contra la subversión”. La flota de mar, como se dijo, carecía de defensa antisubmarina, de manera que la lucha contra la flota inglesa quedaba a cargo de la Fuerza Aérea, cuya inferioridad de condiciones era total. No disponían de aviones armados con misiles. Técnicamente el enfrentamiento estaba perdido antes de comenzar. Prodigios de valor e impro-
visación cambiarían la ecuación con actuaciones heroicas y exitosas. Para darle alguna oportunidad mejor en ese enfrentamiento, era esencial trasladar su base de operaciones a las Islas y ello exigía prolongar la pista de aterrizaje existente en unos setecientos metros. Además, llevar a las Islas los depósitos de combustibles, repuestos y munición para operar. Cabe acotar que estas tareas hubieran requerido quince días de trabajos intensos. Como la guerra no iba a ser en serio, no se hicieron. El peligro real para la flota inglesa en el mar eran el portaaviones 25 de Mayo y el crucero General Belgrano. Los aviones del 25 de Mayo podían establecer una superioridad aérea sobre la aviación enemiga y el General Belgrano, si lograba ponerse a tiro de la flota enemiga, la hundiría por el mayor calibre y alcance de sus cañones. Al carecer de defensa antisubmarina, la opción era instalarse en Malvinas, en el espacio que separa ambas Islas, el Estrecho de San Carlos, que podía ser interdicto al ataque submarino. Desde esa posición se reforzaba significativamente la defensa aérea y los cañones del General Belgrano interdictaban la posibilidad de desembarcos ingleses en un 75% de la costa malvinense, simplificando la defensa del 25% restante a las fuerzas terrestres. Esta decisión requería el acarreo del combustible y materiales de guerra para la flota. Como la guerra no era en serio, se tomó la opción de dejar la flota en el puerto. El General Belgrano, mientras se dirigía al puerto como el resto de la flota, fue hundido arteramente por un submarino nuclear inglés fuera de la zona de exclusión. En el Ejército todo fue improvisación. Se embarcó tropa sin los víveres que iban a requerir. Por azar del destino, felizmente había ovejas en la zona. No se dispuso de vestimenta ni equipo adecuado para el combate en latitudes extremas. Se embarcaron los fusiles pero no la cantidad de munición necesaria. La causa: no existía en las cantidades requeridas. Se tramitó su compra, nunca llegó. Pero como la guerra no era en serio, no importaba. Pero la guerra real llegó con el ataque a las Georgias del Sur. La guarnición de la Armada se rindió antes de sufrir la primera baja. Con ella
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uno de nuestros submarinos anclado en la costa. Episodio sin explicación razonable. Luego el hundimiento del General Belgrano con sus casi cuatrocientas víctimas. ¿Quién fue el responsable del movimiento tardío del Crucero exponiéndolo a ese desastre? Después, el accionar de nuestra Fuerza Aérea, que aún teniendo que decolar desde el continente y al límite de sus posibilidades logísticas, logró éxitos memorables con derroches de valor e improvisación. Su personal combatiente era totalmente profesional, con niveles de adiestramiento elevados y comandados por aviadores con experiencia en vuelos militares. Era la única arma en condiciones permanentes de librar combate, tal como debió ser obligación de las dos restantes. Pareciera que los pilotos quisieron borrar con su coraje y hazañas el rol desempeñado por su fuerza en el terrorismo de Estado. Pero la Fuerza Aérea no pudo sola impedir el desembarco inglés: con lo poco que tenía hizo lo que nadie podía haber esperado. Con cincuenta Mirages más, con misiles, la historia podría haber sido otra. Pero la guerra no perdona la improvisación, y aquí todo fue improvisado y armado por una falsa apreciación sobre una realidad evidente. Nunca podía esperarse el apoyo de un sistema de dominación imperial que se hiciera en detrimento de uno de sus actores principales. Mientras tanto, y pese a saberse que luego del desembarco todo estaba perdido, sin apoyo aéreo ni naval, y pese a los prodigios de valor de tantos jóvenes mal equipados, mal instruidos, mal alimentados y maltratados, se siguieron desarrollando operaciones terrestres sin esperanzas, ofrendando la vida de tantos jóvenes inútilmente y retardando el momento de la rendición, por la inoperancia de los mandos que no querían asumir una responsabilidad que los abrumaba. Así fue que se informaba que cada día traía su victoria mientras que en el terreno era visible el repliegue. Los jóvenes muertos, caídos en el campo de batalla, eran enterrados a escondidas. Los heridos eran ocultados hasta para sus familias. Los prisioneros que volvieron de la guerra fueron segregados del periodismo y recibían instrucciones de ocultar todo lo que había pasado, salvo algún maltrato
recibido de las tropas inglesas. Si estábamos ganado la guerra, ¿por qué tanto sigilo? Porque la guerra, desde su bochornoso comienzo diplomático hasta su trágico y vergonzoso final militar, estaba perdida antes de comenzar. Además fue política y militarmente injustificable. Las cuentas aún no han sido saldadas. Los pocos que fueron considerados responsables de las acciones someramente aquí narradas y que fueron sometidos a juicio y condenados por esas responsabilidades, fueron rápidamente perdonados con el indulto del cómplice poder político, que a su vez nunca fue juzgado por sus propias responsabilidades. Ya rescatamos lo heroico del poder aéreo. Nos resulta inexplicable la ausencia casi total del poder naval: la Armada sólo participó con sus aviones unidos con el poder aéreo y con su Batallón de Infantes de Marina mancomunados con el poder terrestre. Cabe destacar que la batalla terrestre por las Islas, integrada fundamentalmente por los sucesivos combates de San Carlos, Darwin, Goose Green y Puerto Argentino, si se los estudia sistemáticamente, puso de manifiesto la resistencia de nuestros soldados. Como así también señalamos que la derrota que se produjo ocurrió sin menoscabo alguno del honor militar, que renacería luego del eclipse del maldito terrorismo de Estado. Finalmente, si bien esta acción militar no puede engrosar la larga nómina de sus triunfos históricos, sí debe ser considerada como un revés ocasional, consecuencia inevitable de la relación del poder de combate de las fuerzas en presencia. Sin embargo, debe quedar claro que la derrota no significó en modo alguno, un fracaso total. La gesta emprendida no ha acabado.
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Juan Jaime Cesio The silly war o “la guerra tonta” Juan Jaime Cesio General de Brigada (R) Ejército Argentino. Oficial de Estado Mayor. Miembro del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Miembro Fundador del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA). Agregado Militar en Francia
Aún antes de que nos enteráramos que gracias a ella, “la Thatcher”, se recobró de la impopularidad y obtuvo su reelección; aún antes de que supiéramos que las Islas Malvinas se encontraban en franca regresión por falta de incentivos -cada año aumentaba el número de pobladores que la abandonaban- y ahora sus habitantes tienen un ingreso per cápita de los más altos del mundo, ¿qué se hubiera dicho de una guerra anglo-argentina? Lo de tontos es un calificativo piadoso. Al cumplirse un cuarto de siglo de la guerra se afirmó que los argentinos podríamos haberla ganado si sus conductores no se hubieran singularizado por su impericia. No es así, porque una mediana potencia como la nuestra enfrentó no solamente al Reino Unido sino a todos los signatarios del Pacto del Atlántico Norte (OTAN). Galtieri y los suyos, en su ceguera impúdica, quisieron ignorar que iban a privilegiarlo a costa del Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR), concebido por los EE.UU. para enfrentar la guerra fría. El TIAR, aún en revisión, compromete a sus Estados miembros -todos los países del continente-, a repeler juntos la agresión de una potencia ajena: la Unión Soviética de entonces. Todos los años tenían lugar las conferencias de ejércitos americanos donde se actualizaban las previsiones para hacer frente a tal eventualidad. En Caracas, en 1973, tuvo lugar la X Conferencia a la que asistí acompañando al entonces Comandante General del Ejército, Tte. General Jorge Raúl Carcagno. Las diferencias con la delegación argentina comenzaron no bien el protocolo cedió su lugar a la tarea que nos congregaba. En su discurso inicial el comandante argen-
tino lamentó “la ausencia de la hermana república de Cuba” ante el azoramiento y perplejidad de los representantes allí reunidos que hasta incluían a los de Trinidad-Tobago. La delegación de EE.UU., aunque también se eximió de aplaudir, no perdió su circunspección hasta que Carcagno se mostró en desacuerdo con la determinación del enemigo: el comunismo internacional según los trabajos previos. Sostuvo que el principal enemigo de los países del Cono Sur, la América Central y el Caribe era la explotación inicua de las potencias centrales y que debía denunciarse al TIAR. Quiso retirarse de la Conferencia y finalmente quedó como observador por los buenos oficios de los venezolanos. A su regreso, pasados tres meses, tuvo que dejar su cargo, no sin antes proponer que dejáramos de ser parte del Tratado. ¿Cómo pudieron pensar los jerarcas del llamado Proceso que América del Norte iba a permanecer neutral ante el intento de recuperar nuestras Islas? El combate es la última ratio en un conflicto bélico. Antes de él hay que valorar al enemigo en los aspectos políticos, económicos y diplomáticos. A la Segunda Guerra Mundial la perdió Alemania cuando denunció el Pacto Von Ribentrop, y sus ejércitos triunfantes, en su ofensiva hacia el oeste, se encontraron con un nuevo enemigo a sus espaldas. Por tal razón atribuyo al entonces canciller Nicanor Costa Méndez una de las mayores responsabilidades en el desastre. Aunque no haya sido consultado previamente, omisión impensable, producido el hecho debió operar en consonancia y aprovechar las mediaciones que no
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faltaron. A una de ellas se la conoció como la de las tres banderas: el cese de hostilidades a cambio de que se levantaran en las Islas las enseñas de las Naciones Unidas, la Argentina y Gran Bretaña. Ningún esfuerzo de la imaginación se necesita para advertir las ventajas de la propuesta. Durante el statu quo hubiera sido posible discutir la posesión de las Malvinas sin “paraguas”. Los estados mayores de todos los países del mundo fundan su quehacer en el estudio y actualización de sus planes de operaciones según las hipótesis de conflicto que pueden transformarse en hipótesis de guerra. Nuestro país, sin pretensiones territoriales ni de ninguna otra índole con relación a los países vecinos y menos todavía con respecto a otro, históricamente barajó hipótesis ofensivas. Piadoso manto de olvido para Menéndez, que se soñó San Martín cruzando los Andes, jinete de un caballo blanco. Nuestras hipótesis se fundaron en la posibilidad, desaparecida ahora, de que alguno de nuestros vecinos quisiera invadirnos. Nunca se consideró una acción bélica para recuperar las Islas. Por consiguiente faltaron los estudios del enemigo a enfrentar, características del terreno, variaciones del clima, equipos de combate adecuados, asistencia logística, financiamiento de la guerra y decenas de otras previsiones. Basta recordar que algunos de nuestros soldados se murieron de frío a la par que otros se alimentaban de limosnas de los propios pobladores. ¿Cómo puede concebirse que fuera la población la que debía tejer guantes y bufandas para la tropa? ¿O que se tuviera que recurrir a las donaciones de la sociedad argentina para sostener el conflicto? Tampoco había planes de acción psicológica al punto tal que interesaba más el campeonato de fútbol que el desarrollo de las operaciones. Locutores desinformados y triunfalistas no hacían más que transmitirnos imágenes de victorias. Según la peregrina idea de quienes quisieron mantener la popularidad del Gobierno a costa de la sangre de argentinos, bastaba que izáramos nuestra bandera en Puerto Argentino para que Gran Bretaña nos entregara las Islas con la complacencia del resto del mundo. Nada más era necesario para que el león británico se rindiera
una colonia. Cuando EE.UU., según sus compromisos de la OTAN, cede la Isla Ascensión, Gran Bretaña acorta su línea logística -demasiado extensa y una de sus vulnerabilidades-, pudiendo entonces, operar su Armada, antes sin combustible para llegar al Teatro de Operaciones. Con ello se vislumbraba, más claramente, la derrota, aunque la quimera, la que llevó a nuestra gente a vivar a Galtieri en la Plaza de Mayo, persistía aún. No se necesitaba saber de la ominosa traición de Pinochet (no de los chilenos). La experiencia fue costosa, demasiado, pero sirvió para rescatar la valentía e intrepidez de nuestros combatientes: aviadores que tan bajo volaban para escapar al radar que las olas mojaban sus aviones, artilleros que disparaban con sus cañones hundidos en el barro, infantería en la defensa de posiciones insostenibles, heroísmos anónimos, coraje de una tropa sin la debida instrucción -los cuchilleros correntinos derrotarían a los gurkas, experimentados mercenarios coloniales-, marineros sobre la cubierta roja del General Belgrano. Las autoridades militares quisieron saber de la derrota y ordenaron al General Benjamín Rattenbach, prestigioso oficial superior, que investigara las causas. El “Informe Rattenbach” puntualizó uno a uno los errores y propuso la pena de muerte para los responsables mayores. Ni siquiera mereció el archivo. Se lo destruyó. Gloria y honor para nuestros combatientes. “Informe Rattenbach” para los conductores de la guerra.
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Horacio Ballester Continuidad de la política exterior de Estados Unidos contra la soberanía argentina en las Islas Malvinas. El ataque estadounidense en el año 1831
Horacio P. Ballester Coronel (R) Ejército Argentino. Presidente del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA)
Poco antes de consumarse el despojo inglés de nuestras Malvinas en 1833, los Estados Unidos, por intermedio de su corbeta de guerra Lexington al mando del Capitán Silas Duncan, atacó y destruyó el incipiente establecimiento en las Islas y expulsó a sus habitantes -6 de los cuales estuvieron detenidos durante varios meses-, por estar en desacuerdo con las medidas adoptadas por el Gobernador Vernet contra naves estadounidenses dedicadas a la pesca y a la caza depredatorias, en violación de las reglamentaciones fijadas al respecto por la Gobernación de las Provincias Unidas del Sur. Durante las reclamaciones argentinas ante tan cobarde acción -los pobladores casi no tenían armas y fueron sorprendidos pues la corbeta entró arteramente al puerto enarbolando la bandera francesa y pidiendo práctico, que fue desaprobada por la Corte Federal del Estado de Massachussets, los Estados Unidos, entre otras cosas, se permitieron: • Negar la soberanía argentina sobre las Islas. • Pedir que se les entregara el Gobernador Vernet y sus colaboradores inmediatos, para ser juzgados en Estados Unidos como los autores de los delitos de “piratería y robo contra súbditos de ese país”. • Reclamar a Gran Bretaña que ejerciera sus derechos de soberanía sobre las Islas como para
“evitar que una horda de piratas” se estableciese allí con el objeto de perturbar el comercio de los Estados Unidos. • Ante la fundada reclamación argentina por indemnizaciones morales y materiales por los daños sufridos, Estados Unidos contestó que en definitiva la respuesta final, sería postergada hasta tanto Argentina solucionase su conflicto de soberanía sobre las Islas con Gran Bretaña. El ataque estadounidense contra las instalaciones argentinas en las Malvinas ocurrió el 10 de diciembre de l831. Como se puede apreciar, la posición de Estados Unidos no ha variado a través de cerca de dos siglos. En el desarrollo de las acciones militares de 1982, alentó y con ayuda de todo tipo -económica, diplomática, castrense, de inteligencia, etc.-, posibilitó el triunfo británico, sustentando la legitimidad de la soberanía inglesa en la zona en razón de su continuidad durante casi 150 años. El criterio estadounidense es, por supuesto, consecuente con su propia historia: en 1848, 15 años después de la ocupación británica de Malvinas, en guerra de conquista contra México, le arrebató más de la mitad de su superficie territorial, que actualmente constituyen los Estados de Texas, California, Nevada, Utah, Arizona,
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Nuevo México y parte de Colorado; en 1898 en guerra contra España se apoderó de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. Con el mismo concepto debe incluirse el genocidio de todas las naciones piel-rojas que fue encontrando en el avance de su frontera hacia el Oeste. ¿Cómo hubiera podido aceptar, entonces, que en l982 un país del Tercer Mundo recuperara
por la fuerza de las armas territorio propio que le había sido arrebatado en acción guerrera? A pesar de ello, en el inicio del conflicto, el canciller de EE.UU, Douglas Haig, fue el mediador -¿imparcial?- y su embajadora ante las Naciones Unidas, Jeanne Kirkpatrick, dijo que su nación jamás podía avalar conquistas territoriales producidas por la fuerza de las armas.
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Vemos entonces que en 151 años, las armas estadounidenses destruyeron los establecimientos argentinos en Malvinas, en las dos únicas oportunidades en que ocupamos soberanamente las Islas. En 1831 fueron más sinceros, ellos mismos manejaron sus propias armas; en l982, en cambio, se las hicieron accionar a sus secuaces británicos.
Síntesis cronológica del ataque estadounidense de 1831 y de las pertinentes reclamaciones diplomáticas argentinas A partir de la información contenida en Fitte, Ernesto J.: La agresión Norteamericana a las Islas Malvinas. Emece, Buenos Aires, 1966. 10 de Diciembre de 1831. Luego de esperar dos días a que mejoraran las condiciones climáticas, la Lexington enarbolando bandera francesa y pidiendo práctico entra en Puerto Luis, desembarca fuerzas que, amparadas por la sorpresa, arrasaron cuanto encontraron a su paso, tomaron prisioneros a los representantes de Vernet, Sres. Brisbane y Metcalf, así como a 25 pobladores, puso centinelas en las casas, clavó los cañones, inutilizó la pólvora y las pocas armas existentes, arrasó las huertas, vació los almacenes, mató el ganado, etc. Todo ello según el capitán Duncan en represalia por las medidas tomadas por el Sr. Vernet contra los pesqueros estadounidenses. Ninguna de estas acciones aparece en el libro de bitácoras de la Lexington. Un historiador del problema, Julius Goebel J.R., expresó: “Tal vez Duncan se sintió avergonzado por lo que había hecho o quizás temió por el efecto que sus actos causarían sobre el gobierno”. 26 de Enero de 1832. El presidente de EE.UU, Andrew Jackson, ignorando aún las depredaciones de la Lexington en Malvinas, designa como encargado de negocios en Buenos Aires a Francis Bailéis, a quien el canciller Edgard Livingston le da, entre otras, las siguientes instrucciones: a) lo previene contra un cierto Luis Vernet que alega o realmente tiene, autoridad del gobierno de Buenos Aires para establecer una colonia en Malvinas y exigir allí el cumplimiento de las leyes de las Provincias Unidas; b) le da instrucciones para refutar las atribuciones argentinas para dictar leyes que regulen las actividades económicas que se realicen en territorios bajo su soberanía; c) niega que la Patagonia pertenezca al gobierno de Buenos Aires; d) niega la soberanía de cualquier nación sobre las islas situadas al Sur del Río Negro por estar “totalmente desiertas o habitadas por tribus salvajes”; e) lo autoriza a levantar el establecimiento argentino en Malvinas y detener a Vernet para ser juzgado. 6 de Febrero de 1832. Llega la Lexington a Montevideo donde en forma clandestina desembarca a los colonos argentinos que había apresado en Malvinas. Mantiene prisioneros al inglés Mateo Brisbane y otros 6 hombres más. Febrero de 1832. En base de las declaraciones de los colonos llegados a Montevideo, el gobierno nacional ordena la confección de un sumario. La prensa también manifiesta su sorpresa por los desmanes cometidos; con ingenuidad supusieron una acción personal e irresponsable del capitán Duncan. 14 de Febrero de 1832. El cónsul Slacum es declarado persona no grata, acción nunca aceptada por EEUU. 15 de Febrero de 1832. El Departamento de Marina de EE.UU. vuelve a aprobar el accionar de Duncan en Malvinas.
Nuevas instrucciones al cónsul Bailéis: el establecimiento en Malvinas debe ser destruido “no importa que el gobierno de Buenos Aires tenga o no un título a la jurisdicción”. 24 de Abril de 1832. La masa de las fuerzas navales de EE.UU en el Atlántico Sur llega al Puerto de Buenos Aires quizás con fines intimidatorios. La Lexington permanece en Montevideo. La circunstancia es aprovechada para liberar a Brisbane, un súbdito inglés, y a los otros 6 argentinos que aún permanecían detenidos por EE.UU. 20 de Junio de 1832. Nueva presentación del cónsul Bailéis: reitera el criterio de negar nuestra jurisdicción sobre Malvinas; defiende los derechos de Gran Bretaña; pide indemnizaciones para las naves depredadoras de EE.UU Todo ello con la flota de EE.UU en el puerto de Buenos Aires. 14 de Agosto de 1832. El ministro Maza comunica al cónsul Bailéis que las tratativas no pueden seguir adelante mientras EE.UU no de satisfacción por los desmanes de la Lexington y Vernet y sus colonos sean indemnizados por las pérdidas sufridas. 18 de Agosto de l832. El cónsul Bailéis abandona su cargo informando a sus superiores: “hemos intentado suavizar, conciliar y encauzar a estos díscolos y petulantes necios por demasiado tiempo. Debe dárseles una lección, o si no los Estados Unidos serán vistos con desprecio a través de Sud América”. 10 de Octubre de 1832. La colonia argentina es nuevamente ocupada. El nuevo gobernador Mestivier es puesto en funciones por el comandante de la “Sarandí” teniente coronel de marina José María Pinedo. 2 de Enero de 1833. La colonia argentina en Malvinas es ocupada por la Corbeta británica “Clio”. 4 de Diciembre de 1841. Luego de largas y difíciles tratativas, el gobierno de EE.UU comunica al Gral. Alvear que encontrándose las Malvinas en poder de Gran Bretaña suspende las tratativas sobre el tema hasta tanto se solucione la disputa argentino-británica sobre el Archipiélago. 8 de Diciembre de 1885. El presidente Grover Cleveland (el mismo que otorgó a Brasil, en laudo arbitral el 100% de las tierras en disputa en la Provincia de Misiones) en su mensaje anual al Congreso de la Unión expresó: “El Gobierno Argentino ha revivido la largamente inactiva cuestión de las Islas Malvinas, por el reclamo a los EE.UU de una indemnización por su pérdida atribuida a la acción del comandante de la corbeta Lexington al destruir una colonia de piratas en esas islas en 1831, y su subsiguiente ocupación por Gran Bretaña. En vista de la amplia justificación de los actos de la Lexington, y de la desamparada condición de las islas antes y después de la alegada ocupación por parte de los colonizadores argentinos, este gobierno considera la reclamación totalmente desprovista de fundamento”. La refutación del embajador argentino en Washington Vicente G. Quesada a tales afirmaciones, nunca fue contestada.
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Augusto Rattenbach El Informe Rattenbach. Su contenido divulgado y el que se trató de ocultar Augusto Rattenbach Coronel (R) Ejército Argentino. Ex-Profesor de Estrategia, Escuela de Defensa Nacional
El llamado Informe Rattenbach fue confeccionado entre el 7 de diciembre de 1982 y el 30 de septiembre de 1983, fecha en la cual se da por finalizada la comisión CAERCAS (Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades Políticas y Estratégicas del conflicto del Atlántico Sur). En ese mismo momento, la Junta Militar recibió las conclusiones del trabajo ordenado, en una ceremonia de carácter “privado” a la cuál no pudieron asistir ni periodistas ni invitados especiales. Acto seguido, el trabajo fue archivado en el Estado Mayor General del Ejército (Jefatura Operaciones), en un lugar destinado a los documentos más secretos de la Fuerza Ejército. Muy pocos tomaron conocimiento oficial del Informe y, virtualmente, éste desapareció de la memoria general del país y del análisis profesional de los militares argentinos o extranjeros. ¿Cuál fue el motivo por el que el Informe fue virtualmente ocultado como si fuera un compendio de actos vergonzosos y dignos de ser ocultados? La respuesta es simple: las conclusiones del trabajo apuntaban a responsabilizar directamente a funcionarios civiles y militares que -al momento de ser elevado el Informetodavía estaban en funciones o acababan de ejercerlas durante el Proceso Militar. Es muy posible que los que ordenaron la constitución de la comisión CAERCAS hayan pensado en recibir un documento anodino, característico de la mejor literatura castrense destinada a eludir responsabilidades.
Para su sorpresa, el Informe no cumplió un formulismo sino que -conciente de su trascendencia histórica- volcó en el mismo todas las observaciones y anomalías que encontró tanto en el nivel más alto como en el operativo o estratégico. Evidentemente la comisión CAERCAS se volvió un organismo que -al no poder ser anulado- había que neutralizar, desviándolo hacia el limbo de tantos documentos oficiales que fueron confeccionados para cumplir una mera formalidad. Más aún, poco sabido es que el Tte.Gral. Rattenbach evidenció, desde un comienzo, un criterio distinto al que sustentaban la Junta Militar y -coincidentemente- todos los otros integrantes de la comisión CAERCAS. El Tte. Gral. Rattenbach opinaba que la Junta Militar tenía la obligación histórica y moral de dar una inmediata explicación al país sobre lo actuado en Malvinas y sobre las consecuencias y responsabilidades puestas en juego. Por eso, al promediar la tarea, el 14 de junio de 1983, en su carácter de presidente del CAERCAS elevó a la Junta Militar un borrador personal con un proyecto de comunicado al país, destacando en el mismo las implicancias históricas, políticas y militares de la campaña de Malvinas. Obviamente, el mismo fue ignorado -ni siquiera fue formalmente contestado- porque ya en ese momento la Junta Militar había dado las espaldas al tema Malvinas y no quería despertarlo, con miras a una salida menos comprometida del pantano político en el cuál se encontraba el agónico Proceso Militar.
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Pero la historia del Informe no acaba ahí. En el año 1984, ya elevado dicho documento, el Tte.Gral. Rattenbach fue involucrado en un sumario que tenía relación con él. Con tal motivo, solicitó al Estado Mayor General del Ejército que le devolviera su ejemplar para poder contestar el requerimiento jurídico. Al leerlo, comprobó que en el ejemplar habían reemplazado hojas, las cuales comprometían la actuación en las Georgias del Sur. Lamentablemente, poco tiempo después el Tte. Gral. Rattenbach falleció y con su muerte se perdió la posibilidad de verificar las modificaciones introducidas en el documento. De todas maneras, adulterado o no, queda pendiente una gran deuda que tienen todos los gobiernos desde 1982 hasta la fecha: la publicación oficial del Informe de CAERCAS. Hasta el momento, ningún organismo del Estado se ha hecho cargo de su publicación y divulgación. Contrasta esa actitud con el Informe publicado por el gobierno británico pocos meses de finalizado el conflicto y que resaltan errores y virtudes
de ambas partes por igual. Sin embargo, y por razones que desconozco, existen en el país dos ediciones clandestinas del Informe. Ellas son: • Una edición debida al Centro de Ex-Combatientes de Malvinas de la Ciudad de la Plata y prologada por la prestigiosa abogada Mirta Mántara. • Otra edición posterior, similar a la primera y prologada por el célebre escritor Osvaldo Bayer. Nadie puede -oficialmente- certificar la autenticidad de ambas ediciones; nadie, desde el gobierno, ha salido al cruce de ambas ediciones para confirmarlas o para rechazarlas. ¿Habrá que esperar más tiempo para que los argentinos contemos con un documento oficial? Las autoridades gubernamentales tienen la palabra: el país necesita contar cuanto antes con un documento oficial sobre la gesta de Malvinas y sobre las responsabilidades que se asumieron al ordenar las operaciones militares y diplomáticas. La Historia no se escribe tapando el sol con un arnero.
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Patricia Bonatti La ocupación de las Islas Malvinas. Análisis desde la teoría de la decisión
Patricia Bonatti Doctora en Administración, Universidad de Buenos Aires. Profesora Titular de Teoría de la Decisión, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. Profesora de Maestría y Doctorado en la Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Rosario, Escuela de Defensa y Dirección de Inteligencia Estratégica Militar
Introducción Existen, en la historia de la humanidad, ejemplos paradigmáticos de situaciones de decisión estratégica que han sido objeto de análisis. El trabajo de Neustadt y May (1986) fue un estudio pormenorizado de ese tipo de situaciones extraidas de la historia de los Estados Unidos (1950, 1960, 1970, y 1980). En su mayoría, esas historias fueron calificadas como “historias de terror”, es decir, en las que los participantes mismos entiendieron que algo anduvo muy mal. Entre éstas, pueden contarse: el asunto de Bahía de Cochinos, la norteamericanización de la guerra de Vietnam, el esfuerzo de Gerald Ford por proteger al país de una epidemia de gripe porcina que nunca se produjo, varios episodios de la administración Carter y el revés del régimen de Reagan con las reducciones en seguridad social. Sobre la tópica, por otra parte, existe abundante producción de relatos anecdóticos que describen decisiones supuestamente exitosas pero que no van mas allá que destacar algunos rasgos de la personalidad del decisor o algunos criterios ad hoc adoptados por el mismo (por ejemplo, Peters y Waterman, Heller o Levy y Wilensky). En nuestro país, el caso de la guerra de las Islas Malvinas ha generado una extensa bibliografía de registro diverso. Historiadores, hombres de las Fuerzas Armadas, políticos, periodistas, cada uno desde su profesión y visión del mundo, han desmenuzando y analizando actos, situaciones y razones, pero no han existido trabajos que abordaran la cuestión desde el campo de la Teoría de la
decisión. La ausencia de una tradición disciplinaria que ausculte situaciones de decisión trascendentales en la historia argentina, en general, y la mencionada respecto a Malvinas, determinaron la elección del proceso decisorio que desembocó en el conflicto del Atlántico Sur como tema para una tesis doctoral realizada por la autora en el Area Administración de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Desde esta perpectiva teórica, Malvinas contenía todos los elementos de una situación paradigmática -situación en un sistema totalmente abierto, con conflicto, perteneciente al mundo de la estrategia y la política, con altos niveles de incertidumbre y ambigüedad-, para la cual propusimos un abordaje desde el punto de vista prescriptivo del modelo normativo de la Teoría de Decisión, buscando confirmar o refutar la existencia de sesgos (enfoque psico-físico). Ese enfoque permitió realizar un análisis más objetivo, desprovisto de los sesgos profesionales mencionados, cuyos resultados tuvieron un efecto desmitificante sobre ciertos estereotipos acerca de la cuestión, como asimismo, revelador de elementos y/o variables no observadas hasta el momento.
Contribución del Análisis Decisorio En función del objetivo central, se validaron algunos supuestos del modelo normativo y algunas fallas detectadas, que fueron la base para la presentación de un modelo más amplio, integrador -conteniendo en sí mismo los para-
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digmas de aquel modelo y el modelo que lo contrasta, base de las investigaciones en la práctica (modelo descriptivo). Nos aproximamos a una explicación sobre la llamada “irracionalidad” de las personas y también a comprender lo que en las teorías descriptivas llaman “sesgos de personalidad”, demostrando su existencia aun en un tema tan trascendental y con alto grado de complejidad y conflicto como el elegido, con multiplicidad de actores y factores externos y con información quizás contradictoria o ambigua. La tesis propuso a partir de la información objetiva de los hechos, tal como fueron sucediendo y relevados en las fuentes documentales en mayor medida, y en la bibliografía, la generación de un enfoque que integre a los diferentes ejes presentes en el modelo general de la decisión (Objetivos y Subjetivos). Además de analizar entonces, la situación de decisión de ocupar las Islas Malvinas con el esquema normativo de la Teoría de Decisión, para determinar su concordancia o discrepancia, el objetivo central se fue ampliando en la línea del armado de un esquema completo en el que se pudieran incorporar los elementos centrales que la práctica indique como tales, hoy ausentes en este modelo. La Teoría de Decisión tiene hoy un fuerte desarrollo como lo demuestran prestigiosos Journals y una abundante literatura, cuando se trata de decisiones tomadas a niveles operativos, en un mundo de acontecimientos cerrados dominado por leyes físicas y repeticiones, constituyéndose en base de la Investigación Operativa, de amplia y universal aplicación. Pero el problema reside en las decisiones no operativas, no repetitivas, en situaciones abiertas y esquivas, especialmente de conflicto con otros decisores. Y es aquí donde existe un vacío de comprobación, que debe llenarse con la sistematización de la Teoría de Decisión, si fuera validada. En otros términos, este análisis logró que el núcleo teórico se integre con proposiciones empíricamente validadas sobre la conducta de individuos en condiciones de variada y significativa complejidad e incertidumbre. Validación
que surgió de la confrontación con las evidencias recogidas y analizadas minuciosamente de esta situación de decisión. De esto se trataba, de indagar en la historia elegida, las causas primarias, el origen que da inicio a la decisión en la mente primero y en la realidad luego.
Base Documental/Empírica En los inicios de la investigación, se realizó un profundo análisis de la literatura bibliográfica y documental, que era muy vasta y de divulgación masiva. Durante la investigación, fuimos descubriendo más datos de los que esperábamos al consultar a los expertos, pese a que en el proyecto original se dijo que había poca información que fuera considerada objetiva. También se recurrió a fuentes británicas, conocidas e inéditas, sobre todo en aquellos casos en los que era necesario para dilucidar algún aspecto conflictivo y/o contradictorio que surgía del análisis de la información, o de las propias evidencias, o sólo como parte del proceso de verificación. Se visitaron, entre otras, las siguientes instituciones: Círculo Militar, Archivo Histórico de La Nación, Escuela Superior de Guerra, Academia Nacional de Historia, Cancillería, Biblioteca Central del Ejército, Instituto del Servicio Exterior de La Nación, Archivo Gral. del Ejército, que nos permitió en esa instancia inicial dar comienzo a la primera etapa de exploración bibliográfica y fuentes documentales, su lectura, análisis y depuración. Si bien el material era muy vasto y diverso, histórico y/o actual, y de distintas y variadas fuentes, era prácticamente imposible asegurar la total y absoluta imparcialidad y la objetividad de la base que serviría para desarrollar la Tesis. La subjetividad y los sesgos propios del escritor, del historiador, investigador, etc., estaban siempre presentes y se hacía imposible anularlos o soslayarlos. Tuvimos acceso al núcleo de la decisión, a los documentos originales, que sirvieron como base
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para la toma de decisiones que se pretende analizar, manuscritos en muchos casos. Se nos permitió tenerlos a nuestra entera disposición para efectuar el análisis exhaustivo de la información y así poder asegurar la imparcialidad y objetividad necesarias para conformar la base de tal análisis. Estos documentos forman 22 biblioratos que fueron la base de defensa en el Juicio a los comandantes de las fuerzas responsables de la decisión de la guerra de Malvinas: “PProducido por: Galtieri, Anaya y Lami Dozo. Para Información de: Los miembros del Comité Militar: teniente general D. Cristino Nicolaides, almirante D. Ruben Oscar Franco y brigadier general D. Augusto Jorge Hugues.” Las primeras carpetas son cuatro capítulos ordenados cronológicamente, en las que se detallan los sucesos relatados especialmente por los integrantes de la Junta Militar, para la defensa en el Juicio que debieron enfrentar, ayudados por Virginia Gamba1 y coordinado por el almirante Carlos Busser (confirmado en las entrevistas efectuadas con Carlos Busser- 1.058 hojas). Las 18 carpetas restantes son anexos varios de documentación argentina y británica oficial y periodística mundial (1.840 anexos). Este análisis documental fue el que posibilitó el real y efectivo cumplimiento de los objetivos de la Tesis, sin los cuales hubiera sido muy difícil extraer y neutralizar el carácter subjetivo de toda investigación particular posterior sesgada por el historiador y/o investigador en cuestión. Gracias a esta fuente documental a la que se tuvo amplio acceso, se pudieron analizar de manera rigurosa y precisa las hipótesis planteadas, refrendadas también por las entrevistas a los personajes clave, protagonistas de los hechos de la historia. Se trató en esencia de un trabajo basado en un análisis sistémico e integral, a fin de obtener respuestas que explicaran las causas y las motivaciones de las decisiones realizadas, basándonos en hechos objetivos, de primera mano.
Sesgos y Fallas detectados
Presentaremos en este artículo, algunos de los sesgos, algunas fallas que estuvieron presentes en la decisión estudiada por orden de importancia, calificados en relación con la magnitud del perjuicio al proceso decisorio, de mayor a menor. Los ejemplos que citaremos no son taxativos, ni mucho menos los únicos en los que se verificaron los sesgos estudiados, sino que fueron resaltados como los más significativos en la investigación efectuada y los consideramos paradigmáticos. Los que deciden, aun los individuos “más racionales y escrupulosos”, se sienten atrapados no sólo por las pasiones generadas por los intereses, sino también por la necesidad de actuar sobre la información incompleta, contradictoria, y a menudo irremediablemente confusa. Se prefiere la acción a la planificación. La imprevisibilidad domina las mentes, potenciando a la acción. Son los sesgos que actúan haciendo trampas a la hora de decidir. El mundo percibido se aleja más y más del mundo objetivo. 1. Sesgo de la “dominancia fáctica” Tiene que ver con aferrarse a la primera acción posible, en lugar de reflexionar sobre todas las acciones factibles. Este efecto produce la “dominancia” de una alternativa que anula el proceso decisorio. Por eso se llama “dominancia” (axioma que forma parte de todas las teorías normativas que buscan la dominancia real de una alternativa sobre otra). Pero en el caso del sesgo que estamos explicitando, la dominancia no es real, es inventada por el decisor. Esta dominancia fáctica la produce el decisor en su mente, en su propia visión del mundo. No es una dominancia real de los hechos y de las circunstancias. Es una de las fallas más peligrosas, ya que anula todo el proceso de decisión posterior (y este efecto fue determinante en la decisión objeto de análisis en la Tesis). No contemplar todas las posibilidades implica, en el peor de los casos, quedarse sin elección; y en el mejor, elegir la alternativa que nos llevará al fracaso. En todos los documentos de planificaciones y de análisis, en los documentos resúmenes de reu-
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niones, declaraciones y/o reportajes, etcétera, aparece como elemento dominante la mención de un único curso de acción (Ocupación) para cumplir con el objetivo de consolidar la soberanía argentina en las Islas Malvinas (Objetivo). Objetivo Político: Consolidar la soberanía argentina en las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y conducir a afirmar el pleno ejercicio en el Atlántico Sur. Objetivo Estratégico: La consideración del objetivo mediante el uso del Poder Militar (en lo posible en forma incruenta) como único medio estratégico para lograr el objetivo político planteado. Esta “dominancia” de otros posibles cursos de acción (no analizados) fue una de las causas determinantes de la elección tomada, ya que en función al rigor del análisis, trabajar con una sola alternativa invalida en sí el proceso decisorio.2 Y decimos determinante porque al plantear un único curso de acción como factible para el logro del objetivo, el proceso de decisión se torna innecesario, inútil, vacío de contenidos, porque implica inexistencia de elección. No se tuvieron en cuenta otras opciones, porque se consideraba (sin un análisis pormenorizado y/o consideración y/o reflexión) que todas las demás opciones no llevarían al objetivo propuesto de recuperación de las Islas Malvinas.3 Ratificado, además, por el supuesto erróneo de la no reacción bélica de Gran Bretaña. Esta dominancia fáctica fue el resultado de considerar que la posibilidad de reacción militar del enemigo no existía. Se operó en un mundo de certeza, suponiendo sólo una reacción de queja de Gran Bretaña ante los foros internacionales. En este contexto inventado, no real, ajeno incluso a la información que se recibía (como veremos en los puntos siguientes), el curso de acción de ocupar se volvía el único factible para forzar las negociaciones. Es necesario resaltar que no puede determinarse si la dominancia fáctica fue la que llevó a considerar el escenario de certeza o fue la suposición errónea del mundo de certeza el que dio origen a la dominancia fáctica. Lo cierto es que estos dos supuestos fueron determinantes, los causantes primordiales del fracaso de la decisión.
¿Por qué el decisor Galtieri (o Junta Militar) no consideró otras opciones? ¿Por qué el canciller, el protagonista válido en el entorno decisorio con las capacidades profesionales adecuadas, insta a la ocupación militar, alternativa contraria a su permanente prédica e inclinación a negociar? ¿Por qué no presentó otras alternativas factibles?4 En el caso del Gral. Galtieri (o Galtieri/Anaya), podemos agregar que el curso de acción elegido como dominante se adaptaba perfectamente a la visión del mundo de un militar, por ser justamente ésta su profesión. Era un militar cumpliendo además tareas de político, de presidente de un país. Si sólo hubiera cumplido su rol de militar, se habría confrontado con el presidente del país y otras opciones podrían haber surgido. Anaya, en su declaración testimonial ante la Comisión Rattenbach, expresa (Revista Gente 8/12/1983, p. 17): “En la Armada yo siempre escuché que si no se hacía una operación con fuerza, para obligar a los ingleses a que tengan un susto tremendo sobre Malvinas, las Malvinas jamás iban a ser entregadas por los ingleses”. En su libro (Anaya, 1992: p. 288) relata: “En las circunstancias expuestas, ello importaba admitir oficialmente la calidad de extranjeros de los argentinos en las Georgias, claudicación intolerable, que ni el más pusilánime de los gobiernos hubiera resignado aceptar”. En los trece días de octubre de 1962 en los que el presidente Kennedy tuvo que decidir acerca de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, varios fueron sus enfrentamientos con la única opción de invadir que le ofrecían sus militares. La visión política pacifista y negociadora que tuvo Kennedy, al prever el desastre que ocurriría, preguntando y preguntándose en varias ocasiones qué otras opciones existían para poder analizarlas, y que a simple vista y reflexión no aparecían, fue lo que evitó la Tercera Guerra Mundial. “Están tratando de empujarme a la Tercera Guerra Mundial”, decía Kennedy, a lo cual los jefes militares respondían: “No vemos otra opción más que atacar” (Razonamiento típico de los militares). Y las opciones no aparecían. Fue necesario mucho debate, mucha reflexión, ejercicios de
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”tormenta de ideas”, consultas varias a diferentes protagonistas para que salieran a la luz otros cursos de acción. Y gracias a esta apertura mental que tuvo en ese caso el presidente Kennedy, que permitió la propia deliberación y consulta a otros asesores, fueron surgiendo distintas alternativas, que mejoradas y modificadas dieron a luz el curso de acción que luego fue elegido como el mejor. Esa opción óptima finalmente resultó un trueque de desmantelamiento de misiles de EE.UU. en Turquía a cambio de los misiles de Rusia en Cuba, que inicialmente había sido calificado como “imposible” por los distintos militares y que al inicio parecía no ser factible de implementar. En la ocupación de las Islas Malvinas no existíó esta posibilidad. Los roles estaban en cabeza de personas, educadas y formadas como militares, con un razonamiento lineal y propio de su profesión (como los militares norteamericanos). Es por eso que este sesgo fue además influido por otros (obediencia, exceso de confianza, anclaje, etcétera) que, en su interacción, resultaron más que la sumatoria de las partes y dieron como resultado el considerar desde el inicio sólo un curso de acción. Cuando la realidad objetiva nos muestra una sola opción, serán necesarios esfuerzos extremos en la creación de nuevas alternativas, nuevos cursos de acción, ya que en este caso no tenemos elección. Este ejercicio estaba también anulado por considerar e imaginar únicamente el comportamiento menos peligroso de Gran Bretaña. No existía en mente alguna la reacción militar. Quizás había dudas, pero se acallaban prontamente, para reducir así la incertidumbre, tan difícil de manejar y operar en un mundo dócil de certeza. En el caso de las Islas Malvinas, esta “dominancia fáctica”, ajena a la realidad, dominó las mentes de los protagonistas: Junta Militar, con el Gral. Galtieri y el almirante Anaya, y el canciller Costa Méndez. Existían sí otras alternativas, pero no en la mente de los que decidían. Ese momento fue el más cercano en la historia para que la República Argentina tuviera algún mecanismo de reconoci-
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miento, de ingerencia sobre las Islas Malvinas (arriendo, acuerdo, soberanía compartida, etc.). Nunca antes las condiciones habían sido tan propicias. Era el momento de afirmar la paciencia y disposición que los argentinos venían demostrando a lo largo de tantos años. Pero, en la mente del decisor, no existían otras opciones; además porque el ejemplo siempre utilizado eran los 149 años de negociación infructuosa. Recordemos el llamado “punto de inflexión”, disparador del inicio del conflicto que fue el texto unilateral de Galtieri -luego de la ronda de negociaciones del 26 y 27 de febrero 1982- que evidencia aún más esa elección ya efectuada. No estaban presentes las fallas de emoción, exceso de confianza, situación creada y/o la de los costos hundidos. ¿Cuál fue el mecanismo que disparó ese comunicado que tendría sin lugar a dudas la consecuencia inicial de alertar a los británicos? ¿Por qué luego de una ronda de negociaciones, quizás más favorable todavía a la República Argentina que las anteriores, el decisor implementa una comunicación de ese estilo? ¿Por qué luego de la reacción totalmente adversa, inmediata, de Gran Bretaña frente al incidente de las Georgias, se siguió adelante? ¿Cómo se pudo pensar que frente a un incidente de magnitudes mayores, la reacción sería más débil? Si adherimos a otra visión del pasado y valoramos al incidente de las Georgias como escalado y magnificado por otros intereses británicos: ¿Cómo no se analizaron otras alternativas para no caer en la trampa? La respuesta es que el Plan de ocupación de las Islas Malvinas ya dominaba la mente del Gral. Galtieri a instancias propias o a instancias de su amigo personal Anaya (Pacto pre-existente). Y que los sesgos que veremos a continuación actuaron en el mismo sentido, eliminando los elementos objetivos que hubieran podido mostrar atisbos de la realidad diferente de la que se estaba considerando, operando fundamentalmente en la consideración errónea de la posible reacción británica que, a su vez, fue determinante del sesgo de dominancia fáctica y viceversa.
2. Efecto de comprobación Esta falla nos empuja a buscar información que ratifique la opinión o el instinto que tenemos y, al mismo tiempo, a evitar la información que puede contradecirlo. No sólo afecta la fuente a la que recurrimos en busca de la prueba, sino también al modo en que interpretamos la prueba que recibimos. Ésto nos conduce a atribuirle mucho peso a la información de confirmación y muy poco a la información contradictoria. El origen de esta trampa psicológica está basado en dos factores: uno de ellos es nuestra tendencia a decidir inconscientemente lo que queremos hacer antes de saber el por qué; y el otro es nuestra inclinación a sentirnos más comprometidos por las cosas que nos gustan que por las que no nos gustan. En la Batalla de Pearl Harbour, el almirante Kimmel, comandante en jefe de la flota americana del Pacífico, recibió advertencias de Washington sobre la posibilidad de guerra con Japón. Cinco horas antes del ataque, un submarino japonés fue hundido y el mensaje llegó a Kimmel: en lugar de adoptar medidas inmediatamente, esperó la confirmación de que el submarino era japonés, mientras la flota americana era destruída. El almirante fue sometido a Consejo de Guerra y degradado. Si hubiera declarado el estado de alerta total, es prácticamente seguro que habría salvado a casi toda la flota. La dificultad de renunciar a las propias opiniones es característica de todas las profesiones y condiciones sociales. Es por ésto que, con demasiada frecuencia, existen datos notables que están disponibles y no son valorados. La razón es que se trata de probar que las hipótesis que se sostienen son las correctas, para lo cual se elige sólo la información que las confirma, sin buscar la información que las refuta. Este sesgo fue el más frecuente en toda la historia estudiada y así fue indicado a medida que realizábamos el análisis del conflicto. Las consecuencias de esta falla son graves, ya que anulan y/o distorsionan en la visión del decisor toda la información disponible, contraria a los supuestos y a las creencias originales. La elección de la alternativa que se llevaría a
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cabo ya estaba tomada en la mente del decisor, en oportunidad de su acceso a la Presidencia de la Nación,5 además de estar convencido de la falta de interés británico por las Islas Malvinas. Todos los sucesos, las declaraciones, la información en general y particular, adversa al cumplimiento de la misma, no fueron considerados y/o analizados. El ejemplo paradigmático es el “Diálogo Reagan-Galtieri del 1/04/82, 22:10 hs (Anexo 33): Presidente Reagan. “Si hay desembarco, habrá resistencia y la violencia continuará (...) Conozco a la Sra. Thatcher y sé que es muy decidida, contestará todo acto de fuerza con más fuerza (...) No podré evitar que mis conciudadanos no posibiliten el mantenimiento de nuestras relaciones (...) Lamento mucho esto; vamos a ver un conflicto armado. Le ofrezco mis buenos oficios en Naciones Unidas o donde Uds. lo deseen. (...) Creo que será una trágica situación de guerra en el Hemisferio Sur. (...) Sabe tenemos una relación muy cercana con el Reino Unido. (...) Si hay fuerza, Gran Bretaña responderá con la fuerza y nuestras relaciones serían difíciles por la Opinión Pública adversa de mi país. (...) Estoy también en proceso de acercar los países de Centro América y esto lo haría fracasar. (...) He creído que debía llamarlo para buscar una alternativa al uso de la fuerza. Le pido que se lleve el problema a las Naciones Unidas, al Consejo de Seguridad, pero que no se use la fuerza.” Sólo la falla de no considerar la información que desmiente las creencias anteriores pudo estar presente como factor determinante en la mente del decisor, el presidente general Galtieri, en su propia y particular visión del mundo, para implementar la decisión sin duda alguna, como lo evidencia su comportamiento posterior.6 No consideró la información de fuente fidedigna de la reacción militar de Gran Bretaña, no tuvo en cuenta que EE.UU. no sólo no oficiaría de mediador, sino que también ayudaría a Gran Bretaña. Si algunas de las declaraciones, comunicaciones, hubieran sido analizadas detenidamente pero con la mente predispuesta, si se hubiera querido considerar la información confiable y oportuna que se recibía tanto del gobierno de Gran Bretaña, en Londres, como de las Islas
Malvinas, sin dudas la conclusión no habría sido acelerar la ocupación, sino detenerla y proceder a crear nuevos cursos de acción. 3. Sesgo de distorsionar las pruebas Esta falla opera en combinación con la anterior. Partiendo de una opinión, de una elección ya efectuada en la mente del decisor, las pruebas (así como la información contraria a la misma) son distorsionadas, descalificadas, anuladas. Sólo valen aquellas que apoyan la elección y/u opinión inicial. El fenómeno de distorsionar las pruebas que no concuerdan con las propias creencias ya fue reconocido por Francis Bacon quien escribió (citado en Nisbett y Ross, 1980): “La razón humana, cuando ha adoptado una opinión, hace que todo lo demás la apoye y concuerde con ella. Y aunque haya mayor número de ejemplos, y de mayor peso, en el lado opuesto, los desatiende y desdeña o, mediante una distinción, los aparta y rechaza, para que, por esta perniciosa predeterminación, la autoridad de su primera conclusión permanezca inviolada.” Uno de los desastres innecesarios del Ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial fue la Batalla de Amhem, por el Gral. Montgomery (Dixon, 1991), quien después de haberse decidido por un plan que, en el mejor de los casos era arriesgado y en el peor estúpido, no tuvo en cuenta la información posterior que demostraba que estaba destinado a fracasar. Calificó a la información de ridícula y que, por lo tanto, se negaba a creerla. Su Estado Mayor, como es habitual (Sesgo obediencia), lo apoyó en su decisión (locura). Encontramos varias situaciones (generales y particulares) en el incidente de las Georgias del Sur, que evidencian la existencia de distorsiones en las pruebas contrarias a las creencias y los supuestos ya existentes: • Discurso del ministro Luce del 23 de marzo en la Cámara de los Comunes y su traducción errónea. • Documentos oficiales que se recibían de Gran Bretaña.. El incidente de las Georgias del Sur en sí
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mismo, en toda su dimensión y ocurrencia, demuestra la existencia de esta falla en la percepción de la situación. En una mente carente de sesgos de esta naturaleza, éste habría significado el ejemplo ideal para analizar el comportamiento del enemigo. Si la reacción de Gran Bretaña fue tan inmediata, sostenida y significativa en este incidente menor, ¿cómo podía suponerse que frente a la ocupación de las Islas Malvinas la reacción habría sido menor? La única respuesta válida es considerar la existencia de estos dos sesgos combinados, alejando toda posibilidad de ver e interactuar con la realidad de los hechos. 4. Efecto de pertenencia e interacciones entre grupo. Pérdida de capacidad de autocrítica Cuando un líder elige un comité de asesoramiento, es poco probable que se incline por personas con ideas muy distintas de las suyas o por quienes sean más inteligentes o tengan más argumentos a la hora de discutir con él. El líder se suele rodear de acólitos. Los miembros desean agradarle. Se arma un círculo vicioso característico. El dirigente, el jefe de gobierno, director de una empresa, etc., sufren una falta de críticas. La capacidad de autocrítica se daña irremediablemente. El presidente Johnson, de EE.UU., decidió intensificar la guerra de Vietnam, con el apoyo de sus colaboradores, a pesar de los informes de los servicios secretos sobre la imposibilidad de ganarla.7 En los días previos al derrocamiento de Viola, Galtieri definió la nueva estructura del Ejército, confeccionada a imagen y semejanza de sus intereses, que no tenía mucho que ver con la que había crecido desde 1976 bajo las sucesivas sombras de Videla y Viola. Ésto no significó un cambio ideológico, sino una consecuencia de estilos de conducción, ambiciones y lealtades personales. Galtieri se deshizo de cinco generales, algunos de ellos parecían clave: 1) Antonio Bussi, 2) Rogelio Villareal, 3) Reynaldo Bignone, 4) Eduardo Crespi y, 5) Carlos Martínez. Optó por rodearse de hombres como Cristino
Nicolaides y Juan Carlos Trimarco. Ninguno de estos personajes se caracterizó por su habilidad política. El cuartel, los mandos naturales, el esquema lineal y rígido eran sus referencias. Y dada la multiplicidad de roles, este militar no podía enfrentarse en la reflexión, el diálogo y la previsión con otro que no fuera él mismo. Este sesgo determinó aún más y potenció las dos fallas mencionadas anteriormente. En la crisis de los misiles en Cuba, ya referida, se enfrentan en varias situaciones límites los jefes de las Fuerzas Armadas con el poder político del presidente Kennedy . “Los jefes quieren atacar (…) Quieren guerra y están manipulando para tenerla”, diría en varias reuniones el presidente a su hermano Robert, quien oficiaba de consultor privilegiado. También la capacidad de autocrítica de la primera ministra Thatcher era escasa o nula, defecto que se exacerbó al prescindir de quienes, de forma imprudente, se atrevían a disentir. El presidente Reagan, por el contrario, era consciente de la falta de disposición de sus colaboradores a criticarlo. En su autobiografía, escribe: “Cuando se ocupa un puesto superior, se corre el riesgo del aislamiento. Los demás te dicen lo que quieres oír y son reacios a mencionar que alguien no cumple con su deber o perjudica al gobierno. No hay mucha gente de tu círculo cercano que te diga: “te equivocas”. Aunque no haya pruebas experimentales, parece evidente que recibir un exceso de adulación implica perder la capacidad de autocrítica y tomar decisiones equivocadas e inflexibles”. La incapacidad de autocrítica también puede verse potenciada en el acompañamiento sin retaceos de la población a la decisión tomada por la Junta Militar, más el efecto multiplicador de los medios masivos de comunicación, que contribuyeron a la falta de objetividad generalizada. 5. Analogías con el pasado Toda decisión debe basarse siempre en la situación actual, mirando hacia el futuro y sólo observar el pasado para aprender de él. Lo único que importa son los resultados futuros (ganan-
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cias o pérdidas). Las analogías con hechos históricos no asimilables sólo pueden llevar a análisis incorrectos, defectuosos que indicarán la alternativa equivocada. El pasado nos puede ayudar a predecir el futuro, pero nunca perdiendo de vista y/o desenfocando el futuro, en el que operará la decisión que estamos analizando. Un caso paradigmático de fracaso por analogías del pasado fue relacionar la gripe en EE.UU. de 1976, con la mayor epidemia de influenza de 1918 que mató a mayor cantidad de personas que la misma Primera Guerra Mundial (Neustadt y May, 1986: p. 82). En la mente del canciller las analogías del pasado británico y de EE.UU. le brindaron los argumentos que dominaron su mente para convencer al Gral. Galtieri y a la Junta Militar que el único curso de acción posible era la ocupación de las Islas Malvinas, que las negociaciones no se acelerarían de otra manera. Es decir, la secreta esperanza de iniciar un conflicto que, por la intervención de las superpotencias, llevara a las partes a forzar la negociación, considerando ínfima la posibilidad de un enfrentamiento bélico. Este argumento, el de Suez, también surgió en los análisis norteamericanos del problema. Si en Londres se apelaba al recuerdo, era precisamente de manera opuesta: “Porque ya hubo un Suez, no puede haber otro”.8 La humillación que el ex presidente Eisenhower impuso entonces a Gran Bretaña había dejado un saldo de resentimiento en los ingleses, un complejo de culpa histórico en la política exterior estadounidense. Al recordar la importancia que Costa Méndez dio a este antecedente cuando hizo sus previsiones políticas, Szule señaló que para los funcionarios norteamericanos la lectura era de sentido completamente opuesta a la que había hecho el canciller argentino. Los análogos suelen ser aparentes. Como en este caso, además, que cada oponente puede percibir el hecho en diferentes sentidos. Una mejor toma de decisiones implica “tomar” la historia para formular preguntas más agudas y hacerlo de manera sistemática, un poco más profunda. En otro sentido, también podemos indicar que en
todos los documentos originales aparece con una insistencia desmesurada el pasado de negociaciones infructuosas con Gran Bretaña justificando la ocupación (149 años). Puede inferirse también que el sesgo del pasado actuó y sumó para no reconocer que el escenario era distinto, que había grupos en Gran Bretaña que estaban dispuestos a la negociación efectiva; por eso el desarme en el Atlántico Sur era ya un hecho, etc., es decir, las condiciones eran distintas, más favorables para la Argentina y sus pretensiones a la soberanía. Esta analogía de la “paciencia argentina”, en los 149 años pasados, fue el argumento más utilizado por los protagonistas de la decisión y sirvió para que descalificaran alguna otra opción diferente de la alternativa de la ocupación militar. 6. Efecto situación creada Los seres humanos tendemos a tener una predisposición por las alternativas que no implican una ruptura, es decir, perpetuar el statu quo, la situación creada que es, muchas veces, lo más seguro, la situación de menor riesgo psicológico. Se lo conoce como el “efecto de ser conformista”. El origen de esta trampa está oculto en nuestra mente. Está muy relacionado con el deseo de proteger nuestro ego de un posible daño. La ruptura del statu quo significa llevar a cabo una acción, lo que acarrea la asunción de responsabilidades, la exposición a recibir críticas y a arrepentirnos. Esta realidad cobra cada vez más fuerza cuantas más alternativas existan. Es por eso que resulta natural buscar justificaciones para no actuar. El objetivo inicial de la planificación original era “Ocupar en Día D+5, para forzar la negociación”, con el supuesto de no reacción bélica de Gran Bretaña. • El 3 de abril: Resolución 502 del Consejo de Seguridad adversa a las aspiraciones argentinas. • El 3 de abril: Gran Bretaña anuncia públicamente una fuerte reacción armada, para recuperar las islas mediante el empleo de una Fuerza Naval. Reacciones. • Se ordenó al futuro comandante del TOAS que actualizara las capacidades del enemigo, y que
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citara al Gral. García para definir los refuerzos necesarios para llevar a las Islas Malvinas. • Se ordena no evacuar tropas (Lombardo despacha mensajes navales9 a fin de retener tropas necesarias que ya se encontraban rumbo a Puerto Belgrano). • Los 500 hombres iniciales llegarán a 3 brigadas. • Se modifica el objetivo inicial: “Reforzar para disuadir a Gran Bretaña de recuperar las Islas por la fuerza y obligarla a negociar”. El sesgo de la situación creada (la ruptura ya se había producido), sumado a lo emocional y al exceso de confianza, más el “efecto Plaza de Mayo”, sustentados con el supuesto fuerte de la analogía errónea del pasado en cuanto a Gran Bretaña y a EE.UU., fueron, a nuestro juicio los responsables que los obligaron a lanzarse a una carrera de improvisaciones para cubrir apresuradamente la alternativa bélica. • 4 de abril: EMC informó al comandante del Teatro de Operaciones Malvinas que se había decidido reforzar (mensaje militar Nº 041010).10 • 5 de abril: Zarpa desde Londres la flota británica. • 6 de abril: El Gral. de División García expuso, en una reunión del COMIL, las previsiones que debían tomarse para su posterior defensa en las Islas Malvinas. • 7 de abril: Facilidad otorgada por EE.UU. a Gran Bretaña, sustentada en acuerdos existentes, para la utilización de las instalaciones militares de la Isla Ascensión. Reacciones. • Desactiva el teatro de Operaciones Malvinas y se crea el teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS). • Decreto PEN Nº 688: se convoca total o parcialmente al personal de reserva de las Fuerzas Armadas. • 8 de abril: anuncio del bloqueo por parte de Gran Bretaña que se hará efectivo a partir del 12 de abril en el círculo de las 200 millas marítimas alrededor de las Islas Malvinas. Reacciones. • En reunión del COMIL, se enfoca que sólo en el caso de retorno de la flota británica, la República Argentina reducirá los efectivos de la isla. El Plan Original que se estaba implementando se
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modifica al cambiar el supuesto que lo sustentaba. Los hechos resumidos fueron los argumentos para reforzar en vez de desafectar, pero no son argumento para que los protagonistas no comprendieran la necesidad de una planificación global frente al nuevo escenario que se iba perfilando. Escenario totalmente contrario al que ellos habían imaginado. A partir de aquí, y hasta el final, es una sucesión de acciones frente a hechos que se fueron sucediendo sin una planificación total, exhaustiva y completa de la situación creada. En la entrevista que mantuvimos con algunos protagonistas, nos indicaron la voluntad del Gral. Galtieri, en los primeros días luego de la ocupación, de retirar las tropas de las Islas, es decir cumplir con la Resolución 502 del Consejo de la ONU. Galtieri plantea esta idea en la Junta Militar, se opone el almirante Anaya y se abstiene el brigadier Lami Dozo. Llamado a definir el canciller Costa Méndez, también se opone, a lo que se desestima esta opción, ya que las decisiones se tomaban por unanimidad. Confirmamos esta versión en Montenegro y Aliverti, 1982: p. 36: “¿Hubo quién planteara la necesidad de volver las tropas a territorio continental y aceptar la 502? Al igual que con EE.UU. no previmos que Gran Bretaña llegaría tan lejos. Nadie lo previó y, por lo tanto, no hubo cargos de imprevisión sobre nuestras espaldas ni hubo cargos sobre las espaldas de Galtieri ni éste las cargó sobre la de otros. Hubo sí, de su parte, la sugerencia de retirar las tropas y acatar la resolución, contrariamente a lo que él mismo pensaba en un principio -como ya le he dicho- ante el peligro que se cernía. Pero Costa Méndez, Anaya y Lami Dozo insistieron en que el frente interno no asimilaría jamás esa decisión, con un pueblo mentalizado totalmente para no aceptar y volver a la situación existente antes del 2 de abril. Y se optó por esa opinión mayoritaria”. Fue el sesgo de la situación creada, las emociones, la seguridad de que Gran Bretaña no llegaría a la guerra, de que EE.UU. no permitiría el enfrentamiento, sumado al costo político que hubiera significado para esos protagonistas
replegar las fuerzas, que operaron en conjunción -en este caso en las mentes del canciller y de Anaya- para desechar esta opción tan válida que había surgido en la mente del Gral. Galtieri. 7. Efecto costos irrecuperables Las personas tenemos la inclinación a adoptar decisiones que justifiquen nuestras propias decisiones anteriores, aunque éstas ya no resulten válidas. Si nos detenemos a pensar un minuto, es fácil entender que los costos irrecuperables son irrelevantes para las decisiones actuales; sin embargo, nos afectan y nos llevan a tomar decisiones erróneas. Es natural comprometerse con la decisión que uno toma y querer que resulte exitosa. Se trata de la negativa a abandonar un proyecto que ya resulta inútil, porque se ha invertido mucho en él (dinero, vidas, etc.). Los generales son famosos por insistir, a través de la historia, en emplear estrategias cuya inutilidad estaba claramente demostrada. Esta insistencia, muchas veces, lleva a que para sacar adelante una decisión propia, se sigan comprometiendo recursos. La razón de este comportamiento es la dificultad que implica para una persona el admitir un error (más aún si este error le puede costar su reputación, no entendiendo que puede estar ocasionando consecuencias todavía más negativas). En la Primera Guerra Mundial (Dixon, 19761991), era evidente, aunque sólo fuera por la Batalla de Verdún, en la que se perdieron 800.000 vidas. En la guerra de trincheras, los ataques directos no estaban únicamente condenados al fracaso, sino que además suponían más pérdidas para los atacantes que para los defensores. Sin embargo, en la Batalla del Somme, el Gral. Haig, quien ya había perdido en las primeras horas a 57.000 hombres, siguió atacando las posiciones alemanas, muy bien defendidas, con nuevas y terribles pérdidas para sus tropas.11 Quien ha iniciado una acción cree que debe continuarla para justificar su decisión inicial. Este sesgo estuvo presente desde la modificación del plan original hasta el final de la guerra, el 14 de junio.
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Una vez que se refuerzan las tropas, en vez de evacuarlas, se inicia una serie de decisionesreacciones frente a los hechos y las acciones del enemigo que van configurando los costos hundidos, ya implementados que van a influenciar fuertemente las decisiones posteriores. A medida que se iba avanzando, a partir del 8 de abril, los costos hundidos se fueron tornando más importantes, más significativos (hundimiento del Gral. Belgrano) y este sesgo fue incrementando su influencia. Revertir la situación con tantas vidas inocentes se tornó imposible, los costos hundidos eran demasiado significativos y, además, se perderían los propios objetivos personales del decisor. Es aquí donde se confunden los objetivos del país con los propios del decisor, tornando aún más impracticable la vuelta atrás. El comandante en jefe expresó: “Tengo 400 muertos en las espaldas -dijo después del hundimiento del Belgrano- y si hace falta voy a tener 4.000 y también 40.000 más” (Reportaje a Menéndez el 3 de mayo de 1982). 8. Emociones Todas las personas sometidas a una intensa emoción pueden pensar y actuar erróneamente, distorsionando la realidad, la visión del mundo y hasta sus propias preferencias. Los impulsos12 que originan, en mayor o menor medida (codicia, ambición, poder desmedido), también influyen, tanto como un estado de estrés en el pensamiento, reflexión y deliberación necesarios para llevar a cabo el proceso de decisiones. Emociones que superan el análisis objetivo. Se ha descubierto, por ejemplo, que un grado elevado de emoción se opone a un examen cuidadoso de las distintas alternativas que tiene a su disposición el decisor. El estrés también influye sobre la memoria que se halla estrechamente ligada a nuestra capacidad de razonamiento, disminuyendo la flexibilidad de pensamiento. Además de todo lo expresado en la presentación del sesgo anterior, esta falla de existencia de emoción profunda tiene su mejor compro-
bación en las palabras del Gral. Galtieri frente a la multitud en Plaza de Mayo el 10 de abril. La emotiva reacción popular en dicha plaza le hizo sentir al gobierno un fuerte apoyo popular. El presidente hizo públicas manifestaciones de compromiso con el pueblo, que significaron la pérdida de los grados de libertad que tenía inicialmente, de acuerdo con el objetivo enunciado. “Si quieren venir, que vengan; les presentaremos batalla”, dijo el Gral. Galtieri en el balcón de la Casa Rosada. Así se comenzó a escribir en la historia los 74 días de conflicto bélico en las Islas Malvinas. Los sondeos de la opinión pública, efectuados por el gobierno, no hicieron más que brindar el marco de aceptación a estas decisiones tomadas sin análisis, sin planificación y contrarias al plan original. El primer sondeo especial sobre las actitudes en relación con la decisión del Gobierno de recuperar las Islas y la oportunidad en la que lo hizo, se dio a conocer el 8 de abril. La evaluación de dicho estudio arribó a estas conclusiones: “Apoyo unánime a la decisión del gobierno de recuperar las Malvinas no sólo por considerarla acertada sino también oportuna (negando que haya debido esperarse un momento económico más propicio) y porque la decisión fue tomada como un acto de soberanía inevitable (sin atribuir intenciones políticas en la decisión). Moderada creencia de que Gran Bretaña seguirá insistiendo por la vía diplomática en vez de adoptar decisiones bélicas; pero si la alternativa última es devolver las Islas, Argentina debe ir a la guerra para conservarlas. Las Islas no deben ser devueltas a ningún precio, aun a costa de la guerra. Generalizada creencia de que los EE.UU. intervendrán neutralmente para terminar el conflicto sin apoyar a la Argentina, apoyo que sí se espera de la mayoría de los países de América. Es decir, la opinión pública espera más ayuda concreta de los aliados latinoamericanos que de los EE.UU. Moderado estado de alegría por la recuperación de las Islas; en cierto modo empañado por la negativa incidencia que este hecho tendrá en
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nuestra economía y por el temor a una guerra como consecuencia de esa recuperación”. Cálculos erróneos. Supuestos totalmente equivocados. Producto de errores de percepción, distorsiones de la realidad, trampas de la propia mente, conjugándose todos en un círculo que se auto-alimenta y potencia. Son las fallas que operan en forma individual e interactuando entre sí, en la mente del decisor, haciendo trampas y potenciándose unas y otras (Keeney, Haciendo trampas,1993). En esta decisión tan particular además se conjugaron las variables de tal manera que los sesgos tomaron una dimensión significativa dada la ausencia de interlocutores válidos y/o ambiente autoritario en el que se desarrollaron, donde imperaba la obediencia, la sumisión, y que siendo tan trascendente selló el destino de las Islas Malvinas en la República Argentina. Estos errores sistemáticos y tan variados en las apreciaciones configuran un mundo, un universo decisorio, una serie de hechos que sólo existen en la mente del decisor, en la que los sesgos actúan de tal manera que no le permiten ver la realidad, no le permiten oír la información verdadera, ni considerar otros cursos de acción, ni otras salidas a la situación problemática planteada. Justamente por esta consecuencia, son tan dañinos y perjudiciales: desfiguran totalmente la realidad, convenciendo al decisor de que esa distorsión es la realidad. Se necesita una reflexión seria y un análisis sincero y profundo para lograr neutralizarlos en alguna medida, ya que existen como parte de la propia mente. Por eso, creemos que la única manera de filtrar en esa mente sus efectos perniciosos y lograr acercamientos sucesivos a la realidad será aplicando una serie de técnicas que favorezcan el auto-examen, la reflexión seria y minuciosa del decisor, previa a la aplicación del proceso decisorio.
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9 Mensajes navales 031545 y 031809. 10 “Decisión de reforzar la defensa a las Islas PD no desafectar más medios terrestres CMM aéreos y de infantería de Marina PD informar cantidad efectivos y material actualmente en área Malvinas PD.” 11 En este claro caso, no era Haig quien sufría sino sus hombres. 12 Recordemos que los actos impulsivos, sin deliberación, no forman parte de la Teoría de Decisión.
Notas 1 Virginia Gamba fue colaboradora del canciller Costa Méndez durante 1983 y 1984, y es Profesora del Departamento de Estudios de Guerra en la Universidad de Londres. 2 A partir de esta afirmación siempre elegiremos ese curso de acción. 3 Tomando como ejemplo los 149 años anteriores de inútiles negociaciones. 4 El análisis del canciller lo planteamos al final del capítulo.
Anaya. 7 Aquí también está presente el sesgo de no considerar la información contraria a sus creencias. 8 Diálogo con el periodista norteamericano Tad Szule, conocedor de la política exterior norteamericanaWashington, mayo de 1983. En Cardoso, O., R. Kirschbaum y R. Van der Kooy (1983): Malvinas: La trama secreta. Editorial Planeta, Buenos Aires. p. 174.
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Diego Raus La política entre dos fuegos. La Multipartidaria frente a la guerra de Malvinas Diego M. Raus Director, Carrera de Ciencia Política y Gobierno, Universidad Nacional de Lanús. Profesor, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
La Multipartidaria fue un acuerdo político entre los principales partidos políticos de la época - al menos así se consideraron entre ellos en el momento del acuerdo- integrado por el Partido Justicialista (PJ), la Unión Cívica Radical (UCR), el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Intransigente (PI). El objetivo de la Multipartidaria fue instituirse y legitimarse como un interlocutor válido ante el gobierno militar iniciado en marzo de 1976. A la oposición implícita a la dictadura militar -que se hace explícita en el apoyo permanente a movilizaciones de protestas sindicales y de organizaciones por los derechos humanos- se le agrega la intención concreta de asumir la representación política de la sociedad civil, o gran parte de ella, en un diálogo con el gobierno juzgado como necesario a pesar de la oposición, por principios, mencionada. Si bien ese diálogo estaba determinado por la voluntad de la dictadura (es recordable la frase de un general y ministro: “las urnas están bien guardadas”), la presencia formal de la Multipartidaria constituía un elemento de presión sobre aquélla, a la vez que era indicativa de una progresiva debilidad de la gestión autoritaria. En esa dinámica, hasta el 2 de abril de 1982, el tema Malvinas estuvo absolutamente ausente. El último gran suceso político había sido la movilización del 30 de marzo, convocada básicamente por la CGT de Ubaldini pero apoyada por un gran arco opositor, en el cual estaba la Multipartidaria, de gran repercusión no sólo por la masividad de la protesta sino por la tenacidad con que gran parte de la sociedad civil había
intentado lograr el objetivo de la convocatoria -llegar a Casa de Gobierno- a pesar de una ciudad plagada de fuerzas de seguridad y elementos represivos de civil. El 2 de abril las tapas de los diarios todavía revivían y analizaban los hechos, dado que parecían predecir un punto de inflexión en la relación entre el gobierno dictatorial y la gran mayoría de la sociedad argentina. Por la mañana el gobierno anunciaba la “recuperación de las Islas Malvinas”. La coyuntura abierta por la entrada de las Fuerzas Armadas argentinas en Malvinas expresó una disyuntiva de no fácil resolución para las partidos políticos democráticos. La sociedad argentina respondió en gran parte con entusiasmo y excitación a la novedad. El cariz nacionalista con que el gobierno militar anunció la toma de Malvinas logró el efecto buscado de encontrar eco y apoyo en la sociedad civil. Por otro lado, toda una serie de pequeños partidos conservadores, a los que la dictadura había intentado infructuosamente convertir en ariete de una renovación del sistema de partidos en Argentina, a la vez que constituirlos como la base política de apoyo al intento refundacional del proceso, no tuvieron ninguna dificultad en articular la causa Malvinas con el proyecto político de la dictadura, hacerlo uno y plantear, desde ahí, una nueva etapa histórica signada por la convergencia cívico-militar. El problema mayor que la coyuntura ofrecía era para los partidos políticos opuestos a la dictadura, básicamente los que componían la Multipartidaria, dado que por su carácter histórico de partidos democráticos y por el rol opositor con que convergían en la Multi-
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partidaria, les significaba un difícil camino entre el apoyo a una causa revestida de nacionalismo y patriotismo y su relación con el actor -las Fuerzas Armadas en el gobierno- que con esa causa intentaba legitimarse y utilizarla como sustento de un apoyo político que menguaba fuertemente en la Argentina de comienzos de 1982. El gobierno militar, hábilmente, intento involucrar de manera rápida a los partidos políticos en la nueva situación. Por supuesto que el gobierno no confería ningún estatus especial a los grandes y tradicionales partidos ni a su novedosa alianza -la Multipartidaria-. En sus convocatorias y menciones, a partir de ahora mucho más frecuentes, a los partidos, el gobierno ponía en pie de igualdad a estos partidos con pequeñísimos y prácticamente insignificantes partidos “procesistas”. Éstos eran básicamente partidos conservadores provinciales1 que habían tenido un pequeño momento de fulgor en la política provincial, por supuesto siempre en el marco del ciclo democracia-autoritarismo que caracteriza la política argentina desde los años ´50, y pequeños partidos liberales con sede en la Capital Federal2 que no pasaban de ser un acta fundacional y un pequeño comité directivo. En el intento de comprometer al arco político, el 3 de abril el ministro del Interior, uno de los generales “duros” del Proceso, Ibérico Saint Jean, convoca e informa a los partidos acerca de los hechos militares y de la nueva situación. La reunión no pierde su carácter de informativa a pesar de que muchos dirigentes políticos estaban más preocupados por evaluar los alcances de la acción militar y, sobre todo, la estrategia a seguir una vez desplegada aquella. La posición de Saint Jean fue altiva y propia de una línea militar dentro del Proceso que entendía a las Malvinas como el recupero del protagonismo militar en la sociedad argentina. La Multipartidaria entra en esa semana en un cono de silencio por dos razones: la primera es para evaluar los hechos, la reunión con Saint Jean, la repercusión internacional, sobre todo en EE.UU., y la respuesta social a la acción emprendida. La segunda razón, más importante, residía en la convocatoria de apoyo a la intervención en
Malvinas que el gobierno militar había efectuado para el sábado 10 de abril. Indudablemente esa convocatoria se iba a constituir en el “termómetro” de la sociedad civil ante los hechos y, por lo tanto, la Multipartidaria entiende como una estrategia racional, antes de expedirse fuertemente, esperar ese día. Mientras tanto suspende una marcha de protesta por la represión del 30 de marzo que había fijado para el 22 de abril en San Juan, mediante la cual quería recuperar el protagonismo opositor que la CGT de Ubaldini había logrado desde tiempo atrás y consolidado el 30 de marzo. En la misma declaración de suspensión de la jornada, Antonio Troccoli (UCR) declara: “la soberanía es indivisible. El gobierno debe implementar un proceso de normalización institucional”. El sábado 10 de abril la manifestación de apoyo a la intervención militar en Malvinas resulta un éxito para el Gobierno no sólo por la cantidad de personas que literalmente desbordaron la Plaza de Mayo, sino porque esa multitud y su estado de excitación guerrera y de apoyo incondicional convencieron a la Junta Militar de la validez de la acción militar así como de un recupero de la legitimidad del gobierno. Quizás ese apoyo multitudinario haya también operado en los militares como un incentivo a seguir con el hecho militar hasta las últimas consecuencias, leídas éstas entre los más prudentes como la intervención pacificadora de los EE.UU y no como la reacción militar de Gran Bretaña. Para la Multipartidaria la manifestación del 10 de abril constituyó un dilema: cómo establecerse entre el apoyo a Malvinas investido de una lógica militar sin que el mismo sea entendido como un puente tendido al Proceso. En un primer momento la dirigencia política -nos referimos básica aunque no únicamente a políticos miembros de partidos componentes de la multipartidaria- reaccionó de manera dispersa, sea en tanto dirigentes políticos o representantes de algunos de los partidos más importantes. En el primer sentido son visibles en las fotos periodísticas del 10 de abril3 la participación en la Plaza de Mayo de dirigentes como Ubaldini, Menem, Lorenzo Miguel, entre otros. En el se-
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gundo, tema más sustancial, en tanto algunos dirigentes sindicales y políticos parten a EE.UU, Europa y países de América para informar la posición respecto a los hechos de las distintas organizaciones -sindicatos, partidos- en particular, o de la Argentina en general.4 Este último aspecto, si no implicaba ser portavoces civiles del gobierno militar, algo que la mayoría de los dirigentes políticos no aceptaron, era sin embargo una misión acordada con el gobierno. Declara Vicente Saadi (PJ): “Viajamos a pedido de nuestro partido para esclarecer a la opinión mundial sobre las consecuencias del nefasto colonialismo inglés”. Antonio Cerro (Democracia Cristiana): “caminamos hacia la reconciliación de los argentinos, hacia el reencuentro con la democracia (...) Si el gabinete de coalición acelera los pasos de la democratización del país, bienvenido sea”. José Allende (DC): “todo lo obrado en relación con las Malvinas desde el gobierno, cuenta con el aval integral del país”. Estas declaraciones evidenciaban que la prudencia y cautela hasta ahí esgrimida por la Multipartidaria no se condecía con las acciones y declaraciones de dirigentes de partidos que conformaban a la misma, si bien muchas de esas manifestaciones de entusiasta apoyo no diferían de las expresiones colectivas en casi todo el país. Sin embargo, el 12 de abril, el Consejo de presidentes de la Multipartidaria (integrado por los presidentes de los partidos miembros) expresaba institucionalmente el apoyo a las Fuerzas Armadas por la recuperación de las Malvinas a la vez que examinaba “con preocupación” la situación económica y social del país. En el mismo documento se descarta la participación de la multipartidaria en un Consejo Civil por Malvinas que se había creado desde el impulso de partidos y organizaciones sociales y corporativas afines al gobierno militar. Se entendía en dicho Consejo que involucrar a la Multipartidaria constituiría un salto cualitativo en términos de apoyo al gobierno. Es importante ver en ese documento que, nuevamente, la Multipartidaria trata de consolidar un equilibrio delicado entre el apoyo a la causa Malvinas, definida como una causa nacional y popular, y la crítica a la acción del gobierno mili-
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tar que, en definitiva, había constituido ese acuerdo interpartidario. Por otra parte debe notarse que en el documento se apoya a las Fuerzas Armadas como actor que debe sostener una acción política por vía armada, pero no se menciona en esa función al gobierno militar. Es decir, se apoya la acción reivindicativa y no los objetivos amplios que en dicha acción inscribe la dictadura. El 16 de abril, un documento del Partido Justicialista señalaba que “si generosamente el pueblo argentino acudió al llamado de la República no es menos cierto que ya, sin dilaciones, debe reestablecerse la normalidad político-institucional”. Adviértase la gaffe de asimilar “la República” a la convocatoria de un gobierno militar precisamente constituido en la supresión de la República. Pero adviértase también que, contrariamente a los propósitos políticos del gobierno militar, permanentemente la multipartidaria y/o sus partidos miembros cada vez que invocan la causa Malvinas la vinculan a la necesidad de recuperar el orden institucional y el régimen democrático. Como señala contundentemente el mismo día Carlos Auyero (DC): “la adhesión al rescate de nuestra soberanía territorial no debe confundirse con una redención del gobierno de los graves males que para el país significaron las políticas del proceso autoritario vigente”. El 18 de abril, en el editorial del diario Clarín se sostenía que “La Multipartidaria busca diferenciarse del gobierno sin restarle apoyo a la decisión adoptada respecto a Malvinas”. El mismo día Felipe Bittel, presidente del PJ declaraba que “el futuro gobierno constitucional ratificará la recuperación del archipiélago”, queriendo, es de suponer, dejar en claro que ni el potencial éxito que significaría recuperar definitivamente las Islas Malvinas impediría el reclamo de la Multipartidaria por el reestablecimiento institucional. En ese sentido la Multipartidaria y la CGT advierten que el apoyo a Malvinas no debe redundar en ningún beneficio propio, es decir beneficiar a quienes conducen el hecho, las Fuerzas Armadas en el gobierno. El 19 y 20 de abril, el ministro del Interior Gral. Ibérico Saint Jean volvía a convocar a los partidos políticos para informar sobre la marcha de
los sucesos en Malvinas y sobre las febriles negociaciones internacionales que se sostenían con EE.UU. como “intermediario”. Esta convocatoria antecedía a la reunión del Consejo de presidentes de la Multipartidaria -Felipe Bittel (PJ), Carlos Contin (UCR), Américo García (MID), Oscar Alende (PI) y Martín Dip (DC)- en la cual se esperaba aprobar un plan con el que la Multipartidaria proponía afrontar la actual situación. Este documento se presentaría no como esencialmente crítico sino como “… un aporte a la grave emergencia nacional”. A fines de abril la relación entre el gobierno militar y la Multipartidaria era “cordial pero diferenciada” como señalaba el editorialista del diario Clarín. Sin embargo, se empezaba a hablar de una convocatoria a elecciones para mediados de 1983. La versión, de origen no reconocible, podía leerse, por un lado, como un intento de la Multipartidaria de presionar sobre la agenda del gobierno o, por otro lado, como el comienzo de la búsqueda de apoyo ampliado por parte del gobierno antes las dificultades que las negociaciones internacionales empezaban a mostrar para resolver el conflicto antes de una potencial acción militar de Gran Bretaña. Con el comienzo de la guerra se generó un escenario social en donde sólo cabía el apoyo a la misma. Sin embargo, entre los actores sociales y políticos opuestos a la dictadura, entre ellos la Multipartidaria, el apoyo a la guerra de Malvinas se manifestó invocando el carácter nacional de la causa, la cuestión de la soberanía inscripta en la misma y la solidaridad con los soldados convocados al frente de batalla. Se trataba de evitar cualquier manifestación que vinculara Malvinas con las Fuerzas Armadas en tanto institución de facto en el gobierno del país. Definitivamente, el fragor de los primeros combates y una opinión pública estremecida por la vivencia de una guerra a la vez que sensibilizada por las causas de la misma, implicaba para los partidos políticos democráticos un delicado equilibrio y una prudencia política y comunicacional que se mantuvo firme durante el mes de mayo. El 2 de mayo la Unión Cívica Radical realiza una reunión de carácter informativo en su sede
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nacional para sus dirigentes, para lo cual invita a militares retirados y en actividad. El mismo día Isabel Perón, cuyos derechos políticos están interdictos, encomienda a Italo Lúder que realice una misa por Malvinas. El 3 de mayo algunos dirigentes políticos a título personal, entre ellos algunos representantes de partidos de la Multipartidaria como Jose Allende, Marcelo Sánchez Sorondo entre otros, dan su “solidaridad irrestricta” a la acción emprendida en una reunión sostenida en el ministerio del Interior. El mismo día el Partido Justicialista, en un documento, señala que “en las actuales circunstancias, por una razón de elemental prudencia y patriotismo, es necesario observar una actitud responsable evitando declaraciones y cuestiones que requieren de un momento sumamente adecuado para realizarse”. Indudablemente la invocación era a miembros del partido para que no sean llevados por la situación a realizar manifestaciones públicas sin consultar a las estructuras políticas orgánicas. La política del equilibrio imperaba en el seno de la Multipartidaria. La razón que la había constituido -la oposición política a la dictadura- entraba en estado de latencia. La política estaba ahora entre dos fuegos militares, pero uno de ellos recogía un amplísimo consenso social. A fines de mayo empezó a ser claro en los ámbitos políticos más relevantes que la suerte militar en Malvinas comienza a ser definitivamente adversa. Para los análisis políticos “intramultipartidaria”5 la apuesta de los militares era a la intervención de los EE.UU. para impedir cualquier reacción militar de Gran Bretaña, dada la disparidad de fuerzas militares para un enfrentamiento bélico. Por ende, no era extraña a la Multipartidaria la posibilidad de una derrota militar y, de ahí, la imperiosa necesidad de tomar posición política ante el inevitable desgaste y pérdida de legitimidad que esa derrota iba a inferir a las Fuerzas Armadas y al gobierno de facto. El 1 de junio una columna de opinión del diario Clarín firmada por Oscar Alende, presidente del Partido Intransigente, se titulaba: “La crisis de la Argentina va más lejos que las Malvinas”. Comenzaba una toma de posición diferente de la
Multipartidaria, no sobre la cuestión Malvinas, sino sobre el Proceso Militar. Hacia el 6 de junio la inminencia de la derrota militar instala definitivamente en la Multipartidaria la idea de que la política de la hora es la discusión sobre la transición a la democracia. El 7 de junio se reunía la Multipartidaria para continuar una serie de encuentros de análisis de la situación, con un objetivo preciso que era elaborar un Programa de Emergencia Económico y Político. Este objetivo marcaba definitivamente un giro en la relación de la Multipartidaria con el gobierno de facto, dado que recuperaba su sentido original -oposición a la dictadura- y “despejaba” de la misma la cuestión Malvinas. Por otra parte esta toma de posición firme obedeció a un temor entre los principales partidos políticos acerca de la reacción del gobierno cuando tuviera que asumir la derrota militar, respecto a la continuidad, y en que términos, de la dictadura. Ésta, sin embargo, y a pesar de las profundas divisiones internas que Malvinas iba a profundizar, declaraba, a través del ministro de Trabajo Gral. Porcile, que “urge en la Argentina recuperar el orden democrático”. Declaración llamativa, pues si bien no expresaba al conjunto de la dictadura y menos a los sectores “duros”,6 era un indicio relativamente contrario a lo que esperaba gran parte del arco político respecto al gobierno, es decir que la derrota acelerara la transición. El 11 de junio llegaba el Papa Juan Pablo II en una misión que es entendida por gran parte de la Multipartidaria como un intento de generar calma ante la derrota. Efectivamente, el 14 de junio se anuncia el “cese del fuego”, lo que equivalía a decir que la Argentina salía derrotada del campo de batalla. Se suceden una serie de furiosas protestas en las principales ciudades del país. El 16 de junio la Multipartidaria rechazaba, dos veces en el término de un día, reunirse con el ministro del Interior Gral. Saint Jean. La reunión era convocada para conversar sobre la situación del gobierno y del país luego de la guerra. En el rechazo a la misma se entiende una posición ya definitivamente inflexible de la Multipartidaria. A partir de ahí todo contacto con el gobierno militar debía hacerse con una sola agenda: la transi-
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ción institucional democrática. Comenzaban a aparecer declaraciones en los medios de representantes de los partidos de la multipartidaria: Antonio Troccoli (UCR): “El gobierno de facto no tiene fuerza, no tiene coherencia para encarar con un mínimo de eficacia la grave emergencia”; Oscar Alende (PI): “Reconocer una derrota pero mantener bien alta la bandera de la soberanía (…) en la Constitución a la que hay que volver”; y M. Dip (DC): “Este régimen de excepción que lleva seis años debe cambiar de naturaleza y de sistema. Es tiempo de girar a una democracia”. El 21 de junio una columna del diario Clarín firmada por Tróccoli se titulaba: “Necesidad de una autoridad legítima”. El 22 de junio la Multipartidaria en conjunto declaraba: “El pueblo no tolerará la prolongación de una experiencia que degradó severamente su nivel de vida y sumió a la Argentina en la crisis más grave como Nación organizada”. Para los tiempos políticos las Malvinas habían quedado atrás. Era el momento, “ahora o nunca” de enfocar toda acción política en el debilitamiento de un régimen de facto ya débil y dividido.7 A este respecto decía la Multipartidaria: “no tiene sentido que se convoque a la civilidad sobre la base de la desunión de las Fuerzas Armadas”. Evidentemente dichas divisiones eran una excelente excusa para desoír cualquier convocatoria de parte del gobierno, a la cual de cualquier manera no se pensaba o juzgaba conveniente aceptar. El 24 de junio la Multipartidaria daba a conocer el “Programa para la Reconstrucción Nacional”, pensado y escrito como un programa de emergencia para ser implementado en un régimen democrático juzgado como necesario e inminente. El 25 de junio, el presidente de facto Gral. Bignone declaraba su acuerdo con el enfoque económico que la Multipartidaria desarrollaba en su documento. El 25 de junio el Partido Justicialista reclamaba elecciones para julio de 1983. Raúl Alfonsín exigía de las FF.AA. “que asuman clara y completamente sus responsabilidades si quieren apoyo en esta etapa. (…) Será indispensable luchar por la conformación de un poder democrático que sea fuerte”. A fines de junio la Multiparti-
daria se proponía institucionalmente seguir avanzando y retomando contactos con sectores sociales y políticos para un plan de movilizaciones de protesta. Señalaba la necesidad de preservar a la Multipartidaria como una “herramienta política expresión de la civilidad”. Si bien los ánimos y el desaliento postderrota continuaban en la sociedad argentina, el tiempo político había virado de Malvinas hacia la recuperación democrática y los actores dominantes pasaban a ser los partidos políticos por sobre las Fuerzas Armadas. Algo había decididamente cambiado. Muchas cuestiones emergen de esta coyuntura. Por una parte, pensar si la transición democrática comenzada a fines de 1983 se debió básicamente a la derrota militar en Malvinas o a las divisiones, y de ahí la ineficacia política del Proceso. Por otra parte, analizar el papel de la Multipartidaria, a priori estratégico y lúcido, dado que no se llevó por el fervor nacionalista y guerrero que envolvió a gran parte de la sociedad argentina y pudo pivotear bien entre la cuestión de la soberanía y la ilegitimidad de una dictadura, equilibrio que al cabo le otorgó un fuerte consenso para pilotear la transición. Por último, evaluar el recupero de la política y del rol de los partidos políticos cuando más de siete años antes -24 de marzo de 1976- parte de la sociedad argentina, hastiada de un juego político burdo, no se había inmutado por el golpe de Estado. En fin, una primera y rápida evaluación permitiría observar un papel importante, en términos de lógica política, por parte de la Multipartidaria en la coyuntura de Malvinas, a la vez que una excelente utilización de los tiempos para acelerar, una vez la derrota, la transición democrática. No obstante no es tiempo todavía, creo, para la historia minuciosa y final.
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Notas 1 El Movimiento Popular Jujeño de los Guzmán, el Partido Renovador de Salta, el Partido Demócrata de Mendoza que “aportó” el gobernador, el Movimiento Federal Pampeano, entre otros. 2 La Unión Liberal de Centro, el Partido Línea Federal de Acuña Anzorena, desprendimientos del Partido Federal de Manrique, entre otros. 3 Este trabajo está realizado en base al relevamiento de los diarios Clarín, La Nación y La Prensa. A ellos se debe recurrir cuando se mencionen declaraciones o datos de periódicos. 4 Parten dirigentes como Triacca, Papagno, Saadi, Ca-
fiero, Corach, Jorge Vazquez, Cerro, Jose Allende, etc. 5 En realidad, esos análisis emanaron de reuniones de la cúpula de la Multipartidaria y de documentos muy reservados que utilizaron los partidos políticos que la componían. La consigna siempre fue elaborar una serie de declaraciones “para afuera” pero relevar cotidianamente la situación con criterios realistas “hacia adentro”. Por supuesto esta dinámica era un resultado de la absoluta desconfianza respecto a la información militar, incluso aquella de carácter reservada. 6 Generales Nicolaides, Menéndez, Saint Jean, etc. 7 La división de la dictadura se hace explícita con el
“retiro” de la Armada del gobierno, descontento con los resultados de la sucesión post-Galtieri. Cabe también una disquisición teórica que aquí, por supuesto, sólo se menciona: en términos objetivos la condición de “éxito” de una dictadura reside en la unicidad del proyecto dictatorial, programático e institucional. La historia no registra casos en donde una dictadura dividida fuertemente en su interior haya logrado ser “exitosa”, es decir, llevar a cabo el objetivo que la instituyó como dictadura. Esta disquisición es un buen eje de comparación entre la dictadura del Proceso en la Argentina y la dictadura de Pinochet en Chile.
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Hugo Chumbita Memoria y dilemas de la guerra Hugo Chumbita Historiador e Investigador. Doctor en Derecho, Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional de La Matanza
“La decisión de recuperar las Islas Malvinas afectará decisivamente la posición de nuestro país en el mundo. Los factores que determinan la ubicación de las naciones en el sistema internacional no son, en definitiva, los dichos sino los hechos, y es imposible subestimar la recuperación de las Malvinas como un hecho revolucionario por sus proyecciones sobre la perspectiva internacional en la Argentina”. “Al recuperar las Malvinas por medios militares, la Argentina hizo mucho más que completar la posesión de un vasto espacio terrestre y marítimo: rompió definitivamente con un pasado, con una inserción en el mundo. Ya no somos ‘Europa en América’. Después de esto, nunca más. La figura paterna, colonial, ha sido cuestionada”. “Digamos, por lo pronto, que ni el Reino Unido ni, lo que es mucho peor, los Estados Unidos, nos consideran parte de Occidente. ‘Occidente’, para ellos, es la comunidad de las democracias desarrolladas del Atlántico Norte. Tampoco América Latina forma parte de Occidente: ¿cómo explicar si no que Reagan haya desconocido pura y simplemente las obligaciones emanadas de el TIAR después de la votación en que una mayoría de países americanos legalmente más que suficiente (17 a 0, con cuatro abstenciones; son necesarios sólo dos tercios para que las resoluciones sean obligatorias para los Estados miembros) apoyó a la Argentina contra Gran Bretaña?” “Los latinoamericanos, los argentinos, hemos sido notificados formalmente, con el desprecio por el TIAR, de que no formamos parte de Occidente”. “‘El enemigo’ es hoy, para los argentinos, el Reino Unidos apoyado por los Estados
Unidos. A partir de esta evidencia, la idea misma de ‘Occidente’ se desvanece de nuestra perspectiva, al menos como una idea estratégica”. Esta caracterización del drama que dio un vuelco en la historia de la Argentina reciente fue escrita, al calor de los sucesos, por el influyente analista político Mariano Grondona.1 Reconocido occidentalista y admirador de las instituciones del “mundo libre”, el autor calaba en las contradicciones ideológicas que trastocaron el escenario: habíamos sido expulsados del paraíso occidental al que creímos pertenecer. No éramos los europeos de América. También se caían las máscaras de la OEA, la doctrina Monroe, el panamericanismo y otras ficciones, a la luz de la violación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, supuesto escudo de solidaridad continental contra la ingerencia externa, que era desconocido por el gobierno norteamericano cuando se trataba de defender la posición de un país subalterno. Pirueta irresponsable de la dictadura militar, aventura demagógica, huída hacia adelante de un régimen reaccionario y criminal, la ocupación de las islas australes era no obstante un gesto que encendía el entusiasmo general, capaz de concitar multitudes en la Plaza de Mayo, voces y voluntades de adhesión que corporizaban la presencia plebiscitaria del pueblo argentino. He ahí la paradoja de un gobierno antipopular que de pronto suscitaba el fervor de las masas, una causa anticolonial puesta en acto por los mismos agentes de la doctrina contrainsurgente del imperio, de la que hasta el día anterior habían sido ejecutores -aquí y en otras regiones del
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continente- para aplastar a los enemigos del capitalismo occidental. “Era el mundo al revés” decía el liberal Grondona en abril de 1982. E incluso en sus enfoques desapasionados y doctorales del tema es posible encontrar el testimonio de una recuperada conciencia nacional que se sobreponía a las filiaciones partidarias. Cuando los misiles y cañones anglonorteamericanos comenzaron a segar vidas de soldados argentinos, en el mes de mayo, su reflexión era que nuestras tropas resistían, “con el apoyo unánime de la población”, porque luchaban “por la Nación”. “Es la idea pura y simple de la Nación. En ella nos reunimos aquellos que fuimos ingenuamente prooccidentrales y anglófilos y aquellos que son también ingenuamente antioccidentales. La Nación nos unirá”. Mientras las pantallas de los televisores y las portadas de los periódicos mostraban tremendas escenas bélicas en los mares y cielos australes, el público asistió a otros virajes insospechados: los finos casimires ingleses de Costa Méndez estrujados por el abrazo hercúleo de Fidel Castro, los editoriales del diario La Nación exaltando el movimiento de los países No Alineados, y hasta la profesión de fe antibritánica del almirante Rojas. A la izquierda del espectro político, no podía sorprender a nadie que el Partido Comunista saludara esta operación militar que conducía a estrechar los lazos con la Unión Soviética, o que los ideólogos del marxismo nacionalista creyeran ver la oportunidad de restablecer la relación pueblo-ejército. La conducción de Montoneros también ofreció apoyo, pero lo más sintomático fue que incluso los trotskistas internacionalistas tomaron partido y pidieron “armar a los trabajadores” para afrontar el conflicto que enfrentaba a un país oprimido contra una potencia colonial. Comentando estas definiciones, Horacio Tarcus ha recordado las afirmaciones del propio León Trotsky en la hipótesis de un caso similar, la posible guerra entre la “democrática Inglaterra” y el “Brasil fascista” de Getulio Vargas: los revolucionarios debían estar del lado del Brasil, pues no se trataba del dilema aparente entre democracia o fascismo, sino de una situación en la que el
eventual triunfo brasileño asestaría un golpe al imperialismo y “daría un poderoso impulso a la conciencia nacional y democrática del país” para poder derrocar la dictadura.2 Desde otros países sudamericanos, donde resonaban importantes manifestaciones de adhesión a la posición argentina, se hacían oir los grupos de exiliados que aunaban la reivindicación de la soberanía sobre Malvinas con la exigencia del fin de la dictadura. En Europa, en un contexto menos favorable, otros desterrados intentábamos lo mismo -con la consigna “las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”-, reclamando que la opinión pública rechazara la expedición de reconquista de las islas. Los perseguidos y expatriados por el régimen no podíamos permanecer indiferentes al conflicto, aunque no todos estábamos de acuerdo en la actitud a asumir. Existían precedentes de este dilema. Más de un siglo atrás, entre los emigrados del tiempo de Rosas hubo quienes apoyaron las agresiones de la flota anglofrancesa en el Río de la Plata y hubo quien se empeñó en oponerse al atropello en defensa de la integridad nacional. En un foro auspiciado, en Barcelona, por la Asociación de Amigos de las Naciones Unidas, dirigentes políticos del partido gobernante y de la oposición acompañaron nuestro planteo, sin dejar de denunciar las maniobras de la dictadura: el fondo del problema era un caso de descolonización, como lo había resuelto oportunamente la ONU, y los gobiernos europeos no debían respaldar la intervención militar británica.3 Jordi Borja, del eurocomunista Partido Socialista Unificado de Cataluña, sostuvo que: “de la misma forma que se ha hablado con toda razón de la utilización de las Malvinas por parte de la Junta argentina, también hay una utilización del caso por un gobierno antipopular como el de la señora Thatcher”. “Desde Europa no habría que apoyar en ningún caso, al contrario, habría que aislar una tentativa militarista recolonizadora de Inglaterra.” Joan Andreu Iglesias, por los Centristas de Cataluña-UCD, expresó en tal ocasión que, no obstante la complejidad de la situación que limitaba la capacidad de acción oficial de España, “desde el punto de vista afectivo, emocional, el pueblo
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español no duda demasiado respecto hacia quién van sus simpatías. El pueblo sabe distinguir perfectamente entre las naciones y los gobiernos, lo que es accesorio de lo permanente; y como decía un prohombre argentino, los países tienen amigos y aliados variables pero tienen intereses permanentes. Uno de esos intereses permanentes de España es la solidaridad con los pueblos de América Latina, haciendo abstracción si es preciso, y ésta es una circunstancia en que es preciso hacerlo, de la coyuntura de un gobierno que no participa de los mismos principios que informan al gobierno español desde la implantación de la democracia”. Una declaración del obispo de Mallorca, Teodoro Ubeda, sostenía: “La actual situación colonial de las Malvinas debería eliminarse por medios pacíficos, ya que la guerra es siempre la peor de las soluciones. Pero también es profundamente injusto esconder la falta de voluntad de descolonización bajo la capa de las negociaciones pacíficas, y alargar así indefinidamente la situación colonial. Argentina tiene todo el derecho a las Malvinas, que le fueron arrebatadas por la fuerza en el siglo pasado. Inglaterra tenía que haber acelerado el proceso de descolonización propugnado por las Organización de las Naciones Unidas. Por eso, se comprende la impaciencia e irritación del pueblo argentino”. “Inglaterra y otros países se han excedido, con una ligereza increíble, agravando la situación bélica, que está costando vidas humanas y recursos ingentes. Los Estados Unidos se han inclinado por sus padres, los británicos, en contra de los derechos del pueblo sudamericano.”4 Aunque la mayoría de los gobiernos y los grandes medios de difusión europeos se alineaban con la reacción británica, hubo notables disidencias que hacían esperable otra actitud de los pueblos, militantes e intelectuales críticos de Occidente. El socialista francés Guy Claisse escribía en un diario de esa orientación: “¿Qué valores defienden los ingleses en las Malvinas? Hay que decirlo con claridad: unos valores y un derecho internacional heredados de la gran época colonial. Europa se ha comprometido a un apoyo incondicional a esta pésima y mortífera
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aventura, en lugar de intentar frenar los ardores belicosos de la Sra. Thatcher. Los argumentos de aquellos que defienden ahora esos valores, hacen pensar en los que se oían en Francia en tiempos de las guerras de Indochina y de Argelia (...) Como dice Francois Mitterrand: ‘No se pueden solucionar todos los problemas del mundo a la antigua’ ¿Qué cara pondríamos nosotros si los ingleses estuvieran todavía en Calais? Que Gran Bretaña sea el país del hábeas corpus y la Argentina esté gobernada por torturadores no cambia nada: la moral de los pueblos está por encima de los regímenes. La actitud de los intelectuales argentinos está aquí para recordárnoslo”.5 Incluso algunos laboristas ingleses se opusieron a la guerra. Aunque el jefe del partido, Michael Foot, se había manifestado en forma ambigua, otros, como Tony Benn, se expresaron claramente: “Todos aquellos que se opongan a la guerra con Argentina deben elevar enseguida su voz de protesta (...) La existencia del fascismo en Argentina no puede ser usada como justificación de la guerra (...) En este momento es necesario gran coraje para sostener la causa de la paz y no acomodarse a la corriente belicista alimentada por el gobierno y los medios de información. Millones de personas en Gran Bretaña quieren la paz y no aceptan la misión de guerra de la task force. Los hombres y las mujeres de buena voluntad, cualquiera que sea el partido a que pertenezcan, deben ahora unirse, espero que también con las máximas autoridades religiosas, para detener la máquina de la guerra y sostener la propuesta de un acuerdo patrocinado por las Naciones Unidas. Antes de que sea demasiado tarde”.6 Pero la irreductible decisión del gabinete inglés, en línea con su tradición colonialista, clausuró las puertas de la negociación, y las potencias noratlánticas fueron a su modo coherentes al estrechar filas. Los generales del Proceso iban a quedar atrapados en un callejón sin salida, ya que en realidad no estaban dispuestos ni preparados para la guerra. Las relaciones con la Unión Soviética y con los demás Estados sudamericanos o del Tercer Mundo no pasaban de ser una política oportunista carente de principios. La
dictadura militar, instrumento de la “guerra contrarrevolucionaria”, no podía concebir la ruptura con Occidente de la que hablaba Grondona, y menos librar una verdadera guerra anticolonialista. Vale citar aquí la conclusión de un análisis de Julio Godio: “La rendición argentina puso fin a una operación militar esencialmente errónea, que violó la primera regla de las guerras de liberación nacional, ésto es, que la superioridad militar de la potencia colonial sólo puede ser compensada con una política internacional que aisle al país imperialista y con una política interior que movilice al pueblo para una guerra de carácter nacional”.7 Después de trillar todos los lugares comunes de la retórica guerrera y prometer la resistencia viril “hasta la última gota de sangre”, los jefes militares terminaron rindiéndose con pena y sin gloria. El momento patriótico quedó atrás, y tras la derrota sobrevino el derrumbe del Proceso. No sería justo agradecérselo a la señora Thatcher. Era la consecuencia inexorable de un poder militar que había dejado de ser funcional a su mandato y había osado volver las armas contra sus mentores. Comenzaba entonces otro debate que se ha ido desarrollando con altibajos a lo largo de un cuarto de siglo. Vueltas las cosas a la “normalidad”, las consecuencias de la guerra no dejaron de incidir en la crisis del Ejército. Y en el seno de la sociedad, la problemática de los ex combatientes se convirtió en un recordatorio inquietante de los costos humanos de la tragedia. Se fue articulando, asimismo, el discurso de la desmalvinización. En rigor, un espectro de opiniones que van desde el punto de vista decididamente “occidentalista”, como el “realismo periférico” tendiente a la reconciliación con las potencias dominantes, que tuvo su apogeo oficial durante el menemismo,8 hasta las posiciones de izquierda moderada o radical que recusan la “paranoia” malvinera, deplorando los extravíos atribuibles al inveterado “populismo” o al “nacionalismo territorial”9 -lo cual nos evoca la conocida sentencia de Esteban Echeverría de que la patria no es el territorio sino las libertades. En términos severos, el filósofo León Rozitchner increpa a la mayoría popular que, víctima de una
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alucinación, habría resignado el antagonismo con el régimen y traicionado sus intereses de clase: “Los argentinos -dice- aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban: cuando recordando las islas idealizadas de la escuela primaria alcanzaron la posesión terrenal alucinada más tonta, fetichista y abstracta”.10 Sin embargo, las memorias de aquellos días sugieren que la multitud callejera no era tan torpe como para dejarse engañar. Con motivo de la visita del Papa, tumultuosas manifestaciones coreaban “queremos la paz”, sin dejar de gritar “queremos las Malvinas”, y agregaban: “queremos libertad”. La vox populi clamaba por una paz justa, sin escindir los términos de la patria como hiciera Echeverría, sino integrándolos en su reclamo. Desde afuera de la plaza, es decir, para el observador distante de la explosión del sentimiento popular y de la experiencia de una larga cadena de movimientos históricos, es posible despreciar el acontecimiento, reprochar a un pueblo aquella virtual unanimidad en torno a la recuperación de las islas o censurar el sacrificio de la guerra que costó tantas vidas y sangre. Pero este tipo de análisis resulta incompleto, estéril y en definitiva erróneo. Incompleto porque no valora la enorme significación que adquiere en nuestro
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país y en todo el ámbito sudamericano actualizar la causa de la integridad nacional, desafiando al colonialismo y al imperialismo de las potencias “rectoras”. Estéril porque contraviene el anhelo profundo, persistente, frustrado pero siempre renovado de nuestra sociedad por constituir la nación, ese quimérico ideal que incluso un articulista liberal escribía con mayúsculas en el fragor de la contienda, cuando urgía la solidaridad para afrontar al enemigo. Erróneo porque el populismo y el nacionalismo no son enfermedades sociales, sino expresiones de lucha por las conquistas que falta alcanzar, y porque el discurso pacifista, “realista” o contemporizador, dirigido a los pueblos agraviados (antes que a las metrópolis) implica predicar la indefensión o el conformismo frente a las agresiones imperiales. Desmalvinizar la conciencia pública deviene así una pretensión tan antihistórica como inútil, semejante a la que en otro plano pide tender el olvido sobre los crímenes del terrorismo estatal. Las heridas del pasado reciente difícilmente se podrán superar por otro camino que no sea el de una debida reparación. Lleve el tiempo que sea, cuando se salden todas las cuentas y desaparezcan las causas de tales efectos. Sólo entonces los vivos y los muertos podrán descansar en paz.
Notas 1 Artículos firmados con el seudónimo Guicciardini en El Cronista Comercial, 7 de abril y 5 de mayo de 1982. En Blaustein, E. y M. Zubieta: Decíamos ayer. Colihue, Buenos Aires, 2006. 2 Tarcus, Horacio: “Los dilemas de la izquierda en la guerra de Malvinas”. En Diario Página/12, 2 de abril de 2007. 3 Crónica del acto del 28 de abril de 1982. En Revista
Testimonio Latinoamericano, N° 14, Barcelona, mayo -junio de 1982. 4 “La voz de un obispo”. En Revista Testimonio Latinoamericano, N°14, Barcelona, mayo-junio de 1982. 5 Artículo de Guy Claisse en Diario Le Matin, París, 29 de mayo. 6 Publicado en Revista Pace e Guerra, N°7, Roma, mayo de 1982.
7 “Reflexiones post Malvinas”. En Revista Testimonio Latinoamericano, N° 15/16, Barcelona, octubre de 1982. 8 Por ejemplo, ver artículo de Carlos Escudé en el Diario Perfil, 9 de mayo de 1998. 9 Por ejemplo, ver Vicente Palermo: “Ya es hora de desmalvinizar la política exterior”. En Diario Clarín, 19 de julio 2005. 10 Artículo en Diario Página/12, 2 de abril de 2007.
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Arturo Fernández El sindicalismo argentino frente a la guerra de las Malvinas Arturo Fernández Investigador del Conicet, Universidad Nacional de San Martín y Universidad de Buenos Aires
La guerra por la recuperación de las Islas Malvinas marcó los alcances y los límites del nacionalismo argentino. Ésta fue la ideología dinamizadora de la vida política del país desde los años veinte, conformando un “partido clerical-militar” que se tornó dominante desde 1966 hasta la fallida recuperación del territorio que había sido usurpado por el Imperio Británico en el siglo XIX como parte de sus necesidades geopolíticas. Para un movimiento obrero que abrazó ese nacionalismo desde 1945 bajo la seductora influencia de un profundo reformador social como el Coronel Perón, la recuperación del irredento territorio colonizado por una gran potencia mundial también generó una corriente de simpatía hacia los líderes militares que iniciaron la aventura. Sólo ello explica que dirigentes sindicales apresados el 30 de marzo de 1982, tras una masiva manifestación contra una dictadura antisocial, participaran por propia decisión de la investidura del Gobernador General Menéndez en el llamado (por poco tiempo) Puerto Argentino, capital de las Islas Malvinas (Falkland para la geografía universal). Este patético acto fue apoyado por la mayoría de los argentinos y de su clase política, y considerado como la realización de un proyecto nacional que se confunde con los orígenes de la argentinidad. Los movimientos obreros del mundo entero abrazaron las causas nacionales desde 1914, abandonando el “internacionalismo proletario” de los anarquistas y de Marx. Por ello, ¿qué tuvo de extraña la conducta de los dirigentes de la CGT argentina frente a la siniestra encrucijada
de abril de 1982? Sus dirigentes fueron manipulados por la audaz maniobra del dictador Galtieri, pero ¿era fácil oponerse a la pasión nacionalista desatada por la realización de uno de sus máximos ensueños? ¿Cuántos grupos dirigentes nacionales se opusieron a la errónea aventura política de la cúpula castrense? ¿No eran (y son) las Islas Malvinas parte indisoluble de nuestro territorio que debe recuperar la nación argentina para ser ella misma? Frente a los nacionalismos exaltados, de resonancia universal, las clases subalternas de todos los países capitalistas han preferido alinearse con sus grupos dirigentes. Aun en un mundo cada vez más globalizado, la pasión nacionalista predomina sobre los intereses socioeconómicos. Podrían darse múltiples ejemplos, extraídos de la Política Comparada. Los sucesos de 1982 determinaron tendencias aún vigentes en la dinámica del país y del movimiento obrero, así como de su proyección política. Enumeramos algunos factores que coadyuvaron a la conducta sindical en 1982 y continúan operando sobre ella: a. En primer lugar, los profundos cambios operados en la estructura económica argentina, como resultado del fallido ensayo liberal de Martínez de Hoz, tendieron a debilitar el poder sindical, particularmente como consecuencia de la desindustrialización que redujo la mano de obra industrial y, por lo tanto, los efectivos sindicalizados. En segundo lugar, la pérdida de valor del salario real y el incremento del desempleo entre 1976 y 1983 contribuyeron a restar prestigio a los diri-
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gentes sindicales en el área específica de su accionar, en la cual habían tenido éxito significativo entre 1955 y 1973. En este largo período, pese a la proscripción del peronismo, la CGT había podido negociar exitosamente el mantenimiento del poder adquisitivo de los asalariados y los niveles relativamente altos de empleo, pese a las políticas de estabilización entonces practicadas periódicamente. Ello no sucedió después del golpe de 1976. En tercer lugar, los efectos sociales de una crisis económica como la vivida por nuestro país después de 1975 son universalmente conocidos; sobre todo ante el temor a la desocupación, las bases sindicales se repliegan y limitan sus demandas. Ello se confirma en el caso argentino puesto que, después de la agitación social de 1979, disminuyó el número de conflictos en 1980 y 1981 y cambió la naturaleza de los mismos, ya que las bases sindicales se movilizaron mucho más por el mantenimiento de las fuentes de trabajo que por la defensa del salario o por el mejoramiento de las condiciones de trabajo. Todo ello se reprodujo y se amplió extremadamente en los años noventa, con la nueva apertura y ajuste neo-liberal de la economía. b. Las prácticas sociales de los dirigentes sindicales nacionales y de las propias bases obreras fueron limitadas y condicionadas por el clima de intimidación impuesto a partir de la puesta en ejecución del terrorismo de Estado. Este dato es esencial para comprender el desarrollo de la vida sindical entre 1976 y 1982. A partir de esta realidad he constatado en un estudio hecho en 1984 que la organización sin-
dical, aunque dividida desde antes de 1976, fue la principal fuerza opositora al “Proceso”, aún reconociendo las limitaciones de su accionar durante las peores épocas represivas porque sus dirigentes reconocían el temor de ser desaparecidos por la dictadura. No faltarían indicadores para probar esta afirmación; por un lado, las incesantes declaraciones críticas contra la política económica del “Proceso”, las gestiones a nivel internacional para combatir las medidas antisindicales de la dictadura y la “confrontación” practicada por un sector gremial importante demostrarían que el sindicalismo, a nivel dirigente, fue un decidido adversario del régimen instalado en 1976. Sin embargo, la percepción externa de este hecho no fue clara, aun dentro de la base obrera. Las prácticas sindicales opositoras fueron oscurecidas por la división de la dirigencia sindical y las actitudes “participacionistas” de una parte de ella, por la escasa vinculación entre las luchas de las bases sindicales y los dirigentes nacionales y por el confuso discurso ideológico de una parte significativa de los voceros sindicales más escuchados a través de los censurados medios de comunicación. Estas distorsiones, sólo en parte atribuibles a la mala conducción de una parte de los gremialistas, les fueron quitando legitimidad respecto a sus propias bases y a los sectores medios, también castigados por la política económica (después de 1979) y por la ola represiva sin precedentes que inundó el país desde 1976. c. Respecto al tema de la división sindical, los sucesos reseñados confirman la hipótesis de una profundización de las diferencias y los enfrenta-
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mientos entre el ala “participacionista” , un grupo negociador y el ala “confrontacionista” del movimiento gremial -las dos tendencias se unieron contra el llamado “Proceso”. Esto lo corroboran las declaraciones de dirigentes que mantuvieron esa línea opositora a la dictadura; por ejemplo, Roberto Digón, Secretario General del Sindicato de Empleados del Tabaco y uno de los fundadores de la “Comisión de los 25” -que decretó el paro general del 27 de abril de 1979, por lo cual fue detenido largos meses-, decía en abril de 1983: “Las bases están unidas, los cuadros medios, los delegados están unidos. Las diferencias están en los dirigentes. Pero éste no es un problema de caprichos; acá hay dos proyectos políticos distintos. Con esto no quiero decir que en cada una de las CGT todos acompañen estos proyectos políticos; en los que encabezan están las diferencias. Quienes encabezan lo que se ha llamado la CGT Azopardo (“Participacionista”) están unidos desde el comienzo al proyecto que tenía el general Viola, es decir, un sindicalismo reivindicativo, profesionalista, que sólo actuase en política el día que quedaran como los “herederos del Proceso”. Por otro lado, está el sindicalismo que planteamos nosotros, que es el sindicalismo tradicional desde el año ‘46, donde decidimos que tenemos que participar totalmente en política porque los trabajadores somos los que creamos las fuentes principales de riqueza del país y por lo tanto tenemos que estar en las grandes decisiones. Éstas son las diferencias de los puntos principales en los dos proyectos. Unos quieren un movimiento obrero amarillo y los otros, los “25”, un movimiento obrero revolucionario.”1
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En entrevistas con algunos dirigentes medios de la tendencia “confrontacionista” se recogieron apreciaciones que, con matices, corroboran la dureza de los juicios de Digón respecto a los dirigentes “complacientes” con la dictadura durante los años ‘80. Estas opiniones se fueron escuchando en público cada vez menos cuando las alternativas políticas posteriores a las elecciones democráticas de octubre de 1983 determinaron una aproximación del “participacionismo”, los “negociadores” y el “confrontacionismo” que condujo a una reunificación de las dos CGT . Es cierto que una minoría de dirigentes “combativos”, de ideología peronista de izquierda, marxista independiente o cristiana de izquierda, tuvo un común denominador digno de ser subrayado: la Dictadura de 1976 buscó y, en parte logró, aniquilarlala a través de años de cárcel, de exilio, de persecuciones implacables y de la desaparición de miles de miembros de las comisiones internas de las empresas. d. La mayor burocratización de la cúpula sindical es una consecuencia querida por el “Proceso” que prorrogó sin término el mandato de los dirigentes sindicales, no convocó a elecciones gremiales y, después de1982, realizó una normalización parcial de los sindicatos intervenidos, cargada de irregularidades, sospechas, denuncias y conflictos irresueltos. Si a ello se agrega la presunción respecto a que los interventores (militares o civiles) de los grandes sindicatos intervenidos usaron de forma indebida los fondos sindicales, con o sin complicidad de algunos gremialistas, tenemos un panorama de agudización de la burocratización, proceso que se remonta hasta 1960. Por ello, la separación creciente entre la cúpula dirigente y sus bases se debe a un proceso complejo que deriva de, al menos, tres factores: • Las tendencias preexistentes a 1976, producto de la naturaleza de toda organización social y de las características de los sindicatos obreros, en particular de aquéllos que se han desarrollado al impulso de Estados capitalistas dependientes. • Las medidas antisindicales adoptadas por el “Proceso” militar a partir de marzo de 1976, con la finalidad de generar una elite gremial dócil, complaciente y que pudiese ser manipulada de
forma conveniente al cumplimiento de los objetivos económicos y antisociales del proyecto instaurado por la dictadura de Videla. • La represión que diezmó los cuadros intermedios del sindicalismo y cortó la comunicación entre la cúpula dirigente y las bases obreras. La burocratización está indisolublemente ligada a la división gestada, en parte, por la acción del gobierno militar. e. Respecto al discurso ideológico de los dirigentes sindicales, cabe destacar un hecho coyuntural que contribuyó a hacerlo confuso y poco claro: la cuestión de los derechos humanos. Pocas veces en la historia social argentina, la clase obrera sufrió un embate tan sangriento como el desatado entre 1976 y 1980. Ese drama no fue cabalmente expresado por la dirigencia sindical mayoritaria, incluida el ala “confrontacionista”. Esta “indiferencia” se revelaba en la relativa moderación de las declaraciones del movimiento obrero cada vez que tocaban el tema de los propios gremialistas detenidos y desaparecidos, aun después de la gradual liberalización de la dictadura; y en la total desvinculación entre los sindicalistas y las organizaciones de derechos humanos, vanguardia social de la dignidad y el coraje cívico de un pueblo humillado. Por más repudio que mereciera a la conducción gremial la acción de la guerrilla que abatió varios dirigentes obreros y por más desconfianza que le provocasen las posiciones extremas de los sindicalistas clasistas, víctimas principales de la represión, sólo la estrechez ideológica y la falta de una visión política de esa conducción gremial pudo ignorar la importancia creciente del problema de los derechos humanos, violados por el “Proceso”, para el propio destino histórico de la clase obrera argentina y de quienes pretendiesen dirigirla. Dejando de lado, el caso de una minoría de sindicalistas cómplices de los crímenes de las fuerzas de seguridad encargadas de combatir la guerrilla, la mayoría de los gremialistas como otros dirigentes sociales de nuestro país -obispos, políticos, magistrados, etc.-, “pecaron” por callar, teniendo la posibilidad de denunciar con más vigor o de unirse a aquéllos que lo hacían;
aun desde un punto de vista corporativo, es difícil entender la pasividad de la dirigencia gremial puesto que la represión golpeaba a “su” grupo social más que a ningún otro. Es cierto que la desaparición de un miembro de la cúpula de la CGT, Smith, fue un mensaje demasiado claro para el resto pero aun así no explica totalmente silencios ulteriores. Los efectos de esta omisión pesaron sobre la credibilidad ideológica y política de los grupos dirigentes sindicales mayoritarios, en una medida difícil de determinar en un país donde la sociedad entera calló. Por otra parte, este hecho coyuntural reveló una crisis político-ideológica del modelo sindical argentino imperante desde fines de la Segunda Guerra. Obviamente que esa crisis se agudizó por la derrota electoral del peronismo, en octubre de 1983, y por la responsabilidad que en ella tuvo el ala gremial del Partido Justicialista. La presunta pertenencia de la ideología peronista a la matriz social cristiana no significó para los sindicalistas una actividad internacional alineada con el gremialismo de ese signo, pero los acercó a la Iglesia argentina, incapaz de denunciar los crímenes del “Proceso” y de enfrentarlos. La razón de ser de la realidad ideológica del grupo dirigente sindical mayoritario hay que rastrearla en la historia de la base económica del país y, más concretamente, en la de la organización sindical y sus vinculaciones políticas. Si bien la evolución sindical no puede comprenderse desligada de la estructura económica, es importante analizar sus formas organizacionales y sus vinculaciones con el Estado y los partidos políticos; este análisis permitirá determinar su componente político e ideológico. La ideología peronista, interpretada por los gremialistas, adquirió una forma de pragmatismo ubicuo; a medida que los dirigentes formados en la militancia sindical antes de 1945 fueron siendo relevados, esa ideología “pragmatista” conspiró contra las orientaciones de las nuevas camadas de gremialistas. El predominio de una conciencia nacional sobre la de clase y la carencia de un horizonte utópico movilizador, confundió las prácticas de ciertos dirigentes y dificultó la for-
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mulación de un proyecto político viable o, al menos, coherente de la clase obrera, sobre todo después de 1970. Sin embargo, el peronismo hubiera sucumbido a la proscripción y a las persecuciones operadas entre 1955 y 1982 sin la notable consistencia organizativa y el pragmatismo ideológico de la organización sindical. Ello se reprodujo después del triunfo del Dr. Alfonsín en 1983: el eje articulador de la subsistencia justicialista fue la CGT. Al mismo tiempo, el poder sindical, aun debilitado, se mantuvo en pie por la fuerza aglutinante del peronismo, así como por su capacidad de mantener en funcionamiento las Obras Sociales y de establecer relaciones con otros grupos de poder como la Iglesia y los propios empresarios; finalmente el imperium de la ley que, otorgándole la personería gremial, obliga a los patrones a negociar con los representantes obreros, fue creando una nueva mentalidad social que parece irreversible. Concluyo con algunas reflexiones ambivalentes. Por una parte, los terribles sucesos que marcaron la vida nacional y sindical entre 1976 y 1982 acentuaron los rasgos negativos de la estructura político-ideológica del gremialismo surgido después de 1945, empujándolo a un maridaje no siempre querido con grupos militares que conducían la dictadura y generando un discurso ideológico sindical ambiguo, a veces temeroso de las represalias (caso de los derechos humanos) y pu-ramente inmediatista. Sobre todo, la imagen de la cúpula gremial “moderada”, seriamente deteriorada por su accionar entre 1973 y 1976, empeoró en el seno de la propia clase
Notas 1 Declaración de la publicación Frente, marzo de 1983.
obrera y entre vastos sectores medios, por lo que no pudieron hacer y decir durante la Dictadura y pese a todo lo que intentaron hacer y publicar. En realidad, ello mar-ca una cierta paradoja histórica: el sindicalismo fue el más numeroso movimiento social que se opuso a la Dictadura y a su proyecto económico-social, pero no supo ni pudo capitalizar ese accionar. La CGT contribuyó decisivamente a la supervivencia del justicialismo pero quedó marginada en su estructura partidaria después de 1985-1986, en función de su propio desprestigio. Luego, en los años noventa, oponiéndose al mo-delo neoliberal, un sector minoritario de la CGT la abandona y crea una central sindical no-peronista (CTA) mientras un 40% de los sindicatos cegetistas conforma la más numerosa oposición al nuevo modelo neo-liberal bajo la conducción de Hugo Moyano. La proyección política de estos hechos sociales vuelve a ser escasa o confusa, al menos hasta el presente, pese a la aguda crisis de representación de los partidos políticos manifiesta desde 2001. La limitación del accionar sindical es un fenómeno universal, quizás determinado por las nuevas tendencias del capitalismo mundializado. Esa li-mitación quizás estuvo simbolizada en un patético episodio de abril de 1982: los dirigentes gremiales que se habían movilizado contra la Dictadura aceptaron estar presentes en la toma de de posesión del fugaz gobernador militar de las Islas recuperadas y no osaron criticar la acción gubernamental. Naturalmente la gran mayoría de la sociedad argentina tuvo la misma conducta.
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Martín Obregón La Iglesia católica durante la guerra del Atlántico Sur
Martín Obregón Docente e Investigador, Universidad Nacional de La Plata
Introducción Desde las primeras décadas del siglo XX, la Iglesia argentina consolidó una matriz ideológica que asociaba el catolicismo con la nación. Esta concepción, que poco a poco empezó a ser compartida por el Ejército, sostenía que la identidad nacional se definía a partir de un conjunto de pautas sociales, culturales y religiosas fuertemente arraigadas en nuestra sociedad, entre las cuales el catolicismo ocupaba un lugar central. Esa centralidad que adquiría la fe católica al momento de definir la nacionalidad era producto, desde la perspectiva nacional-católica, de los más de cuatro siglos de evangelización que la Iglesia había llevado adelante en América Latina. Así como la Iglesia católica encontró en la conquista el acontecimiento que la ligaba con los orígenes de la nación, el Ejército se remontó hasta las guerras de independencia para demostrar que también había nacido junto con ella. Las míticas ideas de una “Argentina católica” y de un “ser nacional” que podían ser definidos en función de la observancia de ciertas tradiciones sociales y culturales del pueblo argentino ocuparon el centro del imaginario político de la Iglesia y de las Fuerzas Armadas. A lo largo de décadas, la construcción de esta lógica identitaria entre nación, Iglesia y Fuerzas Armadas se tradujo en una concepción totalizadora de lo social, que subordinaba las diferencias a lo que era considerado el núcleo constitutivo de la nacionalidad: la religión católica.1 La utopía de una sociedad desprovista de con-
flictos y homogeneizada por el peso de la tradición católica requería, como mecanismo de reafirmación de esa identidad, de la figura de un “enemigo”, configurado por todos aquellos individuos o grupos que no compartían esos valores y pautas culturales sobre los que se fundaba la nación y que, por eso mismo, ponían en peligro su propia existencia. Esta matriz ideológica, que la Iglesia compartía con las Fuerzas Armadas, estuvo en la base del apoyo que la jerarquía eclesiástica brindó al golpe militar del 24 de marzo de 1976. El ideario nacional-católico conoció momentos de esplendor y de reflujo, pero nunca desapareció del imaginario político argentino. En todo caso, se mantuvo latente durante algunos períodos, para salir con mayor vigor a la superficie en determinadas circunstancias históricas. En este sentido, no fue casual su virulenta reaparición a mediados de la década del setenta, en el contexto de un severo cuestionamiento a los fundamentos del orden social. Durante los dos primeros años de la dictadura, amplios sectores de la jerarquía católica apoyaron con entusiasmo lo que consideraban una cruzada restauradora que los militares estaban llevando adelante contra los “enemigos de la patria”. Incluso algunos obispos -como el provicario castrense, monseñor Bonamín- consideraban que la acción represiva de las Fuerzas Armadas “estaba en los planes de Dios”, otorgándole a la “lucha antisubversiva” un carácter de “guerra santa”.2 Desde luego, esta lógica de hierro condicionó la posición de la Iglesia frente a la dictadura militar,
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impidiendo una toma de posición clara frente a la violación sistemática de los derechos humanos por parte del régimen.3 Desde una perspectiva que se centra en este particular modo de concebir la nacionalidad y que intenta no perder de vista la coyuntura política y social en que se produjo la ocupación del archipiélago, este artículo propone algunas consideraciones en torno al papel de la jerarquía católica durante la guerra de las Malvinas y los primeros meses que siguieron a la derrota militar, signados por el derrumbe de la última dictadura.
La Iglesia católica ante la guerra Desde fines de 1981 el régimen militar mostraba signos de agotamiento. Para esa fecha, la revista Humor entregaba a sus lectores un almanaque para el año entrante que estaba ilustrado con una lámina a todo color, donde un barco denominado “El Proceso” se iba a pique con todos sus personeros a bordo. En efecto, la dictadura se encontraba a la deriva. A las disputas facciosas que atravesaban a la corporación militar se sumaban ahora los efectos de la recesión y la crisis económica. La sociedad civil, poco a poco comenzaba a manifestar su descontento. Los organismos de derechos humanos empezaban a ganar las calles y las protestas sindicales, como la del 30 de marzo de 1982, se hacían cada vez más frecuentes. Fue en este contexto que los militares decidieron la ocupación de las Islas Malvinas. Desde la perspectiva del gobierno de facto, esa acción contaría con un respaldo unánime de la población y al mismo tiempo permitiría unificar a la totalidad de las Fuerzas Armadas detrás de un objetivo común.4 Como sostiene María de los Angeles Yannuzzi, para los argentinos “en Malvinas se resumía y se encarnaba en el orden de lo simbólico la percepción nacionalista del mundo”.5 Levantando la bandera de la soberanía argentina sobre las Islas, el “Proceso” buscaba recuperar la legitimidad perdida ante una sociedad civil manifiestamente inconforme. También en la sociedad las cosas se encontraban lo suficientemente maduras como para abrazar decididamente la “causa Malvinas”. Como observa
Vicente Palermo, desde mediados de los años setenta la sociedad argentina venía sufriendo una sucesión de experiencias traumáticas que la habían arrastrado a un estado de resignación y pérdida de confianza en sus posibilidades transformadoras. En este contexto, la recuperación de las Islas aparecía en el horizonte como un “talismán regenerador”, capaz de redimir a los argentinos de tantos fracasos y frustraciones.6 En efecto, la decisión de las Fuerzas Armadas de ocupar militarmente el archipiélago contó con la adhesión de casi todos los partidos políticos, grupos empresariales, sindicatos y personalidades de la cultura. También alcanzó una magnitud inédita la movilización entusiasta y espontánea de amplísimos sectores sociales. La recuperación de las Islas contó incluso con el apoyo de las fuerzas políticas de izquierda y de los círculos de exiliados, los que -como señaló temprana y lúcidamente León Rozitchner- tampoco pudieron eludir la fuerza de atracción del mito nacionalista.7 En este marco, y como era de esperar, la jerarquía católica no constituyó una excepción. El desembarco de las tropas argentinas fue decididamente apoyado por un episcopado particularmente sensible a las apelaciones nacionalistas. Aunque minoritarios, los sectores más tradicionalistas del mundo católico se sintieron a sus anchas y volvieron a sacar a la luz todo su repertorio de metáforas en torno a la “nación católica”. Sin embargo, la adhesión entusiasta de la Iglesia argentina a la “gesta malvinense” no resultó para nada incompatible con lo que Vicente Palermo ha denominado una “retórica pacifista”.8 En los hechos, el aval a la intervención militar no dejaba lugar a dudas, y las apelaciones a la paz quedaban subordinadas a lo que la Iglesia considera un reclamo justo. El mismo día de la ocupación de las Islas, la Comisión Ejecutiva del Episcopado brindó su apoyo a la iniciativa del régimen militar a través de un breve comunicado que llevaba la firma del cardenal Primatesta: “En este momento crucial en que la patria, guiada por sus autoridades, ha afirmado sus derechos, buscando asegurar su mantenimiento, la Conferencia Episcopal Argentina exhorta vivamente a todo el pueblo de Dios a expresar su unión en una per-
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manente y constante súplica, para que el Señor abra muy pronto aquellos caminos de Paz que, asegurando el derecho de cada uno, ahorren los males de cualquier conflicto”.9 El apoyo de la jerarquía católica se puso también de manifiesto durante la ceremonia de asunción del flamante gobernador militar del territorio, general Mario Benjamín Menéndez, a la que concurrieron el nuncio apostólico y ocho obispos.10 La mayor parte de las voces episcopales retomaron los trazos gruesos del comunicado firmado por Primatesta. Por un lado, se justificaba plenamente la ocupación de las Islas en función de la justicia del reclamo y se celebraba la potencialidad que demostraba tener el acontecimiento para unir al pueblo argentino en torno a un objetivo común: la defensa de la integridad territorial. Por otro lado, la adhesión a la “gesta de las Malvinas” iba acompañada por constantes referencias a la gravedad de la situación y a la necesidad de evitar el conflicto armado. El obispo de Mar del Plata, monseñor Rómulo García, expresaba su deseo de que “esto que comenzó como un acto de firme fuerza militar no desemboque en la violencia ni en enfrentamientos bélicos”, para lo cual era necesario “agotar todos los medios diplomáticos”.11 “Como argentinos y cristianos no queremos la guerra”, señalaba el obispo marplatense, advirtiendo sin embargo que “tampoco queremos las negociaciones que se basen en mentiras o en intereses ajenos a la verdad que nos asiste por derecho y a la justicia que surge de una realidad histórica”.12 Para quienes venían oponiéndose a la dictadura, la recuperación de las Malvinas supuso una verdadera encrucijada. Muchos optaron por reivindicar la recuperación de las Islas (en tanto acto de soberanía frente a una potencia imperialista) y denunciar al régimen político que lo había llevado a cabo.13 A diferencia de ellos, la Iglesia no tenía que lidiar con tamañas contradicciones: los sectores hegemónicos aprovecharon la ocasión para resaltar los méritos del gobierno militar, reafirmando la alianza conservadora en el preciso momento en que la movilización social se cernía como una amenaza sobre el horizonte. A pocos días de los episodios de violencia que
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rodearon a la marcha del 30 de marzo de 1982, algunas de las figuras más notorias de la cúpula de la Iglesia argentina destacaban el clima de unidad que se había generado luego del 2 abril. El arzobispo de Buenos Aires afirmaba, durante su homilía del Viernes Santo, que “ha surgido en el país entero una histórica hora de unanimidad de sentimientos, de objetivos y de adhesión a nuestras Fuerzas Armadas (...) Nuestro país se encuentra en este momento conmocionado por un hecho que está basado en sólidos fundamentos jurídicos, pero que no deja de ser actualmente serio y grave: es el hecho de la integridad de su soberanía territorial.” El cardenal Aramburu observaba como un “grato fenómeno” el hecho de que en momentos de “impaciencias”, “tensiones” y “apetencias sectoriales”, el país haya aparecido “unánimemente unido” ante el problema concreto de la soberanía.14 Para muchos obispos, el conflicto con Inglaterra podía contribuir a la unidad del cuerpo social en un momento en que parecían recrudecer los antagonismos sectoriales. Al mismo tiempo, a la Iglesia se le presentaba una inmejorable oportunidad para presentarse como símbolo de la unidad nacional. En los días que siguieron al desembarco, monseñor Zazpe elogió la capacidad de “unidad solidaria del pueblo argentino”,15 en tanto que monseñor Di Stéfano reivindicaba ciertos éxitos que no eran sólo “materiales”, sino de otra índole: “nos estamos uniendo, nos estamos volviendo más solidarios”.16 En torno a esta posición dominante, y en el marco de un apoyo casi unánime a la decisión de la Junta Militar de recuperar militarmente el control de las Islas, se desplegaron ciertos matices dentro del cuerpo episcopal. Algunos eran prácticamente individuales y pasaron casi desapercibidos en medio de la euforia nacionalista. A través de un documento, la diócesis de Neuquén agradecía a Dios “que las Islas argentinas del Atlántico Sur hayan vuelto al dominio de nuestra Patria”, para inmediatamente pedir que “este hecho de justicia y las negociaciones posteriores sean conducidas por ambos países con tal cordura política que impida una guerra”.17 El obispo de Neuquén también subrayaba que la recuperación de las Islas no debía ser utilizada “para
excitar los ánimos con fines belicistas” ni como “una pantalla para sofocar, olvidar y desviar la atención de los graves problemas internos de desocupación y hambre”. Sobre el final del documento, el clero neuquino y su obispo solicitaban a los que “hoy recuperan para nuestra soberanía la parte sur del territorio” que sepan también “mantener la soberanía de una industria expuesta a la expoliación por un sistema contrario a los intereses de la Patria”, advirtiendo que “la mayor riqueza y soberanía de la Argentina es nuestro pueblo, al que se lo hace padecer las consecuencias de una economía que lo empobrece y se lo reprime violentamente cuando quiere hacer sentir su descontento”.18 Se trataba, sin duda, de una toma de posición disonante dentro de la Iglesia argentina, pero que no dejaba de reivindicar la iniciativa del gobierno militar al recuperar las Malvinas. En el extremo opuesto del arco episcopal, el apoyo a la decisión de la Junta Militar adquirió ribetes más entusiastas en los sectores más tradicionalistas de la Iglesia católica, los que encontraron en la “gesta malvinense” una oportunidad inmejorable para recuperar las posiciones perdidas desde fines de la década anterior y para reeditar el mito de la nación católica. En el casi unánime coro de voces episcopales que se levantaron para festejar el inesperado “golpe de mano” de la Junta Militar, las notas más altas correspondieron a algunos obispos cuya identificación con el “Proceso” era a todas luces evidente y que incluso no tenían inconvenientes en dejar de lado la retórica pacifista. Desde La Plata, monseñor Plaza expresó que “no puede haber ningún argentino que no piense en estos momentos que la recuperación de las Malvinas no solamente es un acto de justicia, sino también un acto que servirá para unir al pueblo en busca del destino feliz para el cual Dios ha creado a la patria argentina”.19 Por su parte, monseñor Bolatti expresaba desde la catedral de Rosario que “Dios defenderá nuestra causa, la causa que ha sido motivo de este acto de las Fuerzas Armadas argentinas al ocupar territorio que era y es nacional, parte integrante de nuestra patria”.20 Para monseñor Jorge
Mayer, arzobispo de la conservadora y militarizada ciudad de Bahía Blanca, la acción militar del 2 de abril había sido “una gran noticia que conmovió al país” liberando al archipiélago de las Malvinas de una “injusta y humillante usurpación”.21 Durante los febriles meses de abril y mayo los ecos del viejo mito nacional católico resonaron con fuerza, multiplicándose la liturgia cléricomilitar que había dado el tono de los dos primeros años del “Proceso”. Algunas manifestaciones de esta renovada unión entre la cruz y la espada pudieron observarse, como señalamos, durante la ceremonia de asunción del nuevo gobernador militar de las Islas, que fue presenciada por una comitiva especialmente enviada desde el continente y que reunía a diversas personalidades del ámbito político, eclesial, empresario y sindical.22 En la capital del archipiélago, rebautizada Puerto Argentino, el general Menéndez juró sobre una Biblia que le dedicara especialmente monseñor Collino, obispo de Lomas de Zamora, quien bendijo para la ocasión ocho crucifijos y una imagen de la Virgen de Luján, “que ha querido venir a tomar posesión de esta tierra tan cara a los argentinos y que también es su tierra”.23 En el continente, la liturgia clérico-militar también encontraba terreno fértil: en la Basílica de Santo Domingo -lugar que evocaba la reconquista de Buenos Aires en 1807 sobre el invasor británico- se llevó a cabo desde el lunes 12 de abril el “Operativo Espiritual Rosario”, que consistía en oraciones que se sucedían sin interrupción a lo largo de toda la jornada, y que tomaba ese nombre porque no era otra cosa que “una colaboración religiosa a la acción militar” según expresó a la prensa el padre Daniel Zaffaroni, uno de sus organizadores, quien agregaba que dicho operativo duraría hasta “obtener la victoria en esta causa justa y noble de defender a nuestra patria”.24 En este de clima de fervor nacionalista, no quedaban tan fuera de foco las palabras de monseñor Bonamín, quien seguía sosteniendo a seis años del golpe que la llegada de los militares al gobierno había sido “una obra de Dios”, o las del flamante vicario castrense, monseñor José Miguel Medina, quien acompañado de los capellanes mayores de las tres armas sostenía que las
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Fuerzas Armadas eran una institución “necesaria” luego del pecado original y volvía a agradecer a los militares por su actuación en la “lucha antisubversiva”.25 Como contrapartida, el discurso y el accionar de las Fuerzas Armadas también se revistió de elementos religiosos, como se desprende de los numerosos testimonios de los soldados y pilotos que intervinieron en la guerra. Los oficiales de la Fuerza Aérea salían al combate bajo el lema “Por Dios y por la Patria”, rezaban antes de cada misión y llevaban sobre sus pechos rosarios y medallas con la figura de la Virgen.26 En el Ejército, todas las unidades contaban con sus capellanes militares, quienes se acercaban hasta las primeras líneas para dar la comunión a los soldados y bendecir las posiciones de la defensa.27 Muchos oficiales del Ejército y de la Aeronáutica llamaban “infieles” a los soldados ingleses y estaban convencidos de que Dios estaba de su lado, ya que estaban librando una guerra entre católicos y protestantes.28 Sin embargo, en el seno del episcopado católico las voces más beligerantes no hallaron mayores ecos. La posición mayoritaria no se distanció del primer comunicado emitido por la comisión ejecutiva (en ese entonces integrada por el cardenal Primatesta, el cardenal Aramburu y monseñor Zazpe) el mismo día del desembarco militar en las Malvinas. A mediados de abril, cuando todavía no se habían agotado los intentos de mediación (el más serio de los cuales estuvo a cargo de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos) y mientras continuaba el envío de tropas y pertrechos a las Islas, tuvo lugar la primera asamblea anual del episcopado argentino. En dicha asamblea se dio a conocer un documento titulado “Exhortación episcopal a la Paz”, donde los obispos reafirmaban, por un lado, la soberanía argentina sobre el archipiélago y, por otro lado, dejaban traslucir su preocupación por una guerra de “consecuencias imprevisibles”, enfatizando la necesidad de evitarla por todos los medios. Haciéndose eco de las palabras de Juan Pablo II -quien una semana antes había enviado un mensaje pidiendo por la paz- los obispos afirmaban que “la guerra es el medio más cruel
e ineficaz de resolver los conflictos” y que la paz debía ganarse “en la mesa de negociaciones, como pide el Papa en carta al Presidente”.29 A lo largo de los meses de abril, mayo y junio, la posición de la jerarquía católica giró en torno a la fórmula “paz con justicia”, una ecuación que permitía, por un lado, no quedar al margen de la corriente de adhesión popular que había generado la “gesta malvinense”, con la cual la Iglesia se sentía plenamente consustanciada y, por otro lado, no apartarse de los lineamientos del Vaticano. “La paz debe estar fundamentada por la justicia y el honor, ya que si no es así, será endeble y por injusta no podrá durar”, sostenía a fines de abril el cardenal Aramburu.30 Un mes después, monseñor Zazpe opinaba que “una paz auténtica no brota de un pacifismo a ultranza, sino de la negociación honorable y justa”.31 Dos de los voceros más habituales del episcopado coincidían en ratificar la fórmula que anteponía la justicia a la paz, lo que en la práctica -y debido a la forma en que se habían desencadenado los acontecimientos- no podía ser otra cosa que la guerra.32
Juan Pablo II en Argentina El conflicto por las Islas Malvinas y una serie de circunstancias fortuitas colocaron a la Iglesia argentina frente a la inesperada visita del Papa Juan Pablo II. A mediados de mayo, las informaciones en torno a la inminente visita del Santo Padre al Reino Unido generaron un marcado malestar en el seno de las Fuerzas Armadas y provocaron la inquietud del episcopado local. A lo largo y a lo ancho del país se puso en funcionamiento una usina generadora de todo tipo de rumores.33 La situación era tan delicada que los cardenales Primatesta y Aramburu viajaron a Roma llevando las inquietudes y preocupaciones derivadas de que la máxima autoridad de la Iglesia católica visitase a una potencia protestante que estaba en guerra con la Argentina. El Vaticano sostuvo con firmeza su decisión de mantener una prudente distancia entre ambas partes. A instancias de Juan Pablo II los cardenales argentinos firmaron junto con sus pares
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ingleses un breve documento donde se pronunciaron por la “paz y la reconciliación en la búsqueda de una solución justa del conflicto del Atlántico Sur”.34 En realidad, la visita del Papa al Reino Unido estaba prevista desde hacía casi dos años (lo repentino, a decir verdad, había sido el golpe de mano de los militares) y no podía ser modificada. Sin embargo, las gestiones de los vértices de la Iglesia argentina rindieron sus frutos: el día 25, a través de un mensaje enviado al país, Juan Pablo II anunció su decisión de visitar Argentina, aclarando que el viaje a Inglaterra estaba previsto desde mucho tiempo atrás y que tenía un carácter “exclusivamente pastoral y no político”. El Papa expresaba su deseo de encontrar una “solución honrosa por medio de una negociación pacífica” y pedía al episcopado nacional que sea, “aun dentro de las justas exigencias del patriotismo, portavoz de esta unidad que abraza a todos los pueblos y naciones”.35 A partir de este anuncio, la Iglesia argentina dispuso una rápida movilización de todos sus recursos organizativos para un evento que tendría una enorme repercusión pública. A comienzos de junio, el sector más combativo del sindicalismo, agrupado en la CGT-Brasil, llamó a los trabajadores a un cese de actividades a partir de las 17 horas del día 10 de junio, con el objetivo de concentrarse en la Iglesia de San Cayetano para marchar desde allí a la Basílica de Luján.36 El Papa llegó a la Argentina en la mañana del viernes 11 de junio. Desde el aeropuerto de Ezeiza se dirigió a la catedral metropolitana y luego a la casa de gobierno, donde mantuvo un breve encuentro con la Junta Militar.37 Por la tarde, se dirigió hasta la Basílica de Luján, donde ofició una misa ante una multitud estimada en más de un millón de fieles.38 En todas sus intervenciones el Papa recalcó que su visita tenía un “exclusivo carácter pastoral” y exhortó a la paz entre Argentina y Gran Bretaña. Durante la mañana del sábado 12, mantuvo un encuentro con todos los obispos argentinos en la curia metropolitana y luego ofreció una misa en Palermo, ante más de dos millones de personas.39 La inmensa concurrencia y la escenografía del acto
-una enorme cruz levantada sobre un altar abierto- no podían dejar de evocar los días del Congreso Eucarístico Internacional realizado en 1934. La llegada al país de Juan Pablo II, que esa misma tarde emprendió su regreso al Vaticano, tuvo como objetivo compensar una visita a Inglaterra que los acontecimientos del Atlántico Sur volvieron muy poco oportuna y al mismo tiempo, como ha señalado Luis Albero Romero, “preparar los ánimos para la derrota”.40 También demostró hasta que punto la Iglesia argentina había dejado atrás la crisis institucional que la había desgarrado a mediados de los años setenta: las multitudes que aclamaron al Papa a lo largo de los dos días que estuvo en la Argentina daban cuenta de la formidable capacidad del catolicismo para movilizar a las masas, así como de la imponente estructura organizativa de su Iglesia.
La Iglesia católica ante el derrumbe del poder militar El 14 de junio de 1982, con la rendición de las tropas argentinas, finalizó la guerra por las Islas Malvinas y se produjo una rápida modificación del escenario político, caracterizado a partir de ese momento por el repentino derrumbe del “Proceso” y por la ascendente movilización de una sociedad que se sentía doblemente defraudada debido a la derrota militar y a la forma en que las Fuerzas Armadas habían manipulado la información a lo largo del conflicto.41 Durante las semanas que siguieron al desenlace de la guerra con Gran Bretaña, las tensiones en el interior de las Fuerzas Armadas no hicieron más que agudizarse, desembocando en una crisis institucional que alcanzó su punto más alto a fines de junio, con la disolución de la Junta Militar. Para la jerarquía eclesiástica, la situación política y social de la inmediata posguerra adquiría características inéditas y preocupantes, ya que a la descomposición del poder militar se sumaba la incapacidad de la sociedad civil para tomar las riendas de la transición, generando un “vacío de poder” cuyas consecuencias eran difíciles de prever. El 16 de junio de 1982, mientras los
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mandos superiores de las Fuerzas Armadas se encontraban inmersos en un estado deliberativo permanente y se sucedían en distintos lugares del país manifestaciones de repudio en contra del régimen, el episcopado dio a conocer un breve comunicado en el que intentaba poner paños fríos a un clima político cada vez más enrarecido. El texto, firmado por la flamante comisión ejecutiva del episcopado (presidida ahora por el cardenal Aramburu e integrada también por el cardenal Primatesta y monseñor Jorge López) tenía como objetivo no hacer leña del árbol caído y resaltaba nuevamente “el sentimiento de unidad nacional” que se había generado durante la guerra y que los argentinos no “experimentábamos desde hace largos años”, algo que también sostenían por esos días muchos dirigentes partidarios que habían acompañado con fervor la iniciativa del gobierno militar.42 Sin embargo, la cúpula de la Iglesia iba mucho más allá al hacer referencia al “valor y la pericia de quienes defendieron a la Patria”, audaz afirmación que carecía de consenso no sólo en la sociedad sino también en algunos ámbitos de las Fuerzas Armadas43 y que ponía en evidencia el propósito de la jerarquía de sostener a sus viejos aliados militares y colaborar con ellos para que su salida del gobierno fuera lo menos costosa posible. Al menos en parte, el entusiasmo casi unánime con que el episcopado había apoyado lo que apenas unas semanas atrás era considerado por toda la sociedad como una “gesta nacional” no dejaba mucho margen para una mirada crítica de lo que había ocurrido en el Atlántico Sur. Sin embargo, lo que más preocupaba a la cúpula de la Iglesia era la situación de repentina debilidad en que se encontraban las Fuerzas Armadas (un hecho inédito en los seis años transcurridos desde el golpe) y las consecuencias políticas y sociales que podía tener ese virtual “vacío de poder”. A fines de junio, ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con el Ejército, la Marina y la Aeronáutica decidieron retirarse de la Junta, poniendo públicamente en evidencia la fractura del frente militar. Esta repentina modificación del contexto político encontró a las organizaciones partidarias escasamente preparadas para exigir el inme-
diato restablecimiento del orden constitucional; por el contrario, la estrategia predominante consistió en ejercer una moderada presión sobre el régimen con el objeto de garantizar en el mediano plazo la “salida política” mediante el llamado a elecciones. Los partidos tradicionales, nucleados en la “Multipartidaria”, consideraban que de esta manera podrían evitar una eventual reacción de los sectores más “duros” de la corporación militar, que se resistían todavía a entregar el poder a los civiles, y al mismo tiempo adecuar sus estructuras organizativas en vistas a la no muy lejana normalización institucional. Sólo los organismos de derechos humanos y algunos sectores sindicales apelaron a la movilización popular durante los meses posteriores a la guerra de Malvinas para presionar al régimen y obtener una rápida “salida política”. A decir verdad, la estrategia de los partidos políticos mayoritarios durante el período de transición a la democracia encontró puntos de contacto con la desplegada por los integrantes del episcopado católico, aunque las motivaciones y los condicionamientos de unos y otros fueron bien diferentes.44 Una vez que el proceso de descomposición del régimen militar se tornó irreversible, el objetivo fundamental de la jerarquía católica consistió en asegurar una transición ordenada al nuevo orden democrático -por el que tan oportunamente se habían manifestado los obispos en “Iglesia y comunidad nacional”, un documento de mediados de 1981-, garantizando al mismo tiempo una “salida política” que implicara el menor costo posible para las Fuerzas Armadas. Como se ha señalado, la fractura de la Junta Militar, la ausencia de una alternativa civil que pudiera ocupar el vacío dejado por los militares, la profundización de la crisis económica y la situación de aislamiento en que se encontraba el país en el plano internacional, eran elementos que configuraban un panorama inquietante para los obispos. El 1º de julio de 1982 la comisión ejecutiva del Episcopado dio a conocer un documento titulado “La unidad del país”, donde se señalaba que la nación estaba atravesando un momento “delicado” de su historia, “portador de gérmenes de consecuencias no siempre previsibles”.45 Por
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esa razón la Iglesia juzgó necesario dirigirse a los distintos sectores de la sociedad desde un lugar pretendidamente neutral, que le garantizara al mismo tiempo un rol privilegiado como institución moderadora en el proceso de la transición democrática. Entre los destinatarios del mensaje de la Iglesia se encontraban, desde luego, las Fuerzas Armadas, a las que no solamente se les recordaba los peligros inherentes a “una posible fragmentación del poder” sino que también se las instaba a la recomposición institucional, debido a la importancia que adquiría en esos momentos la “unión de los responsables de la conducción y construcción del país”.46 La vocación arbitral de la Iglesia, así como su afán por ubicarse en un lugar neutral entre militares y civiles aparecía con claridad en este documento episcopal. Los vértices de la Iglesia se dirigían a los jefes militares, a la dirigencia política y a los líderes sindicales con el objetivo de que la transición a la democracia sea acordada por todos los participantes, dejando por sentado que todo proceso de negociación implicaba algún tipo de renuncia. En este sentido, a los partidos políticos, “instrumentos necesarios de la vida democrática”, se les pedía que “ejerciten la renuncia a todo lo que impida la unidad y la búsqueda apropiada del bien común”, ya que de esa manera sería más fácil obtener la “imprescindible reconciliación de los argentinos”.47 Sin embargo, desde la perspectiva episcopal, también las Fuerzas Armadas debían contribuir, mediante el esclarecimiento de lo actuado en la “lucha antisubversiva”, a ese proceso de reconciliación que debía comenzar “a partir de la verdad, aceptada y valientemente asumida”.48 La posición de la comisión ejecutiva era representativa de una amplia mayoría de obispos que se mostraban partidarios de no revisar lo actuado por las Fuerzas Armadas en el terreno de la represión ilegal. Un eventual juzgamiento de los crímenes cometidos por los militares, impulsado por diferentes sectores de la sociedad civil, constituía un horizonte preocupante -aunque todavía lejano- para los vértices de la Iglesia argentina, ya que no sólo dejaría a las Fuerzas Armadas en una situación de extrema debilidad sino que pondría también “en la picota” a la Iglesia católica,
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Bibliografía como había advertido años atrás monseñor Zazpe.49 A diferencia de lo que ocurría en el frente militar, donde a pesar de la catástrofe malvinense seguían siendo muy importantes los sectores que planteaban un cierre unilateral del tema de los derechos humanos, la Iglesia se inclinaba por una solución pactada entre los partidos políticos tradicionales y las Fuerzas Armadas, dejando de lado, deliberadamente, a los organismos de derechos humanos. Con un profundo conocimiento de las expectativas de los actores, como así también de lo que cada uno de ellos podía ofrecer, la jerarquía eclesiástica proponía una ecuación que se resumía básicamente en la siguiente fórmula: impunidad a cambio de elecciones. Si a la dirigencia partidaria se le solicitaba implícitamente que dejara a los militares encontrar un cierre para el tema de los desaparecidos garantizando la no revisión de lo actuado durante la “lucha contra la subversión”, a los uniformados se les pedía, en contrapartida, que brindaran algún tipo de información con relación al tema y que dieran pasos concretos en dirección a una salida política en torno a la cual existían aún serios interrogantes en 1982, debido a la presencia de sectores “duros” dentro de la corporación militar que persistían en su oposición a entregar el poder a los civiles.50 Por su parte, durante los primeros meses posteriores a la guerra, la estrategia de los partidos políticos no parecía ser muy diferente a la planteada por la Iglesia. El primer documento dado a conocer por la Multipartidaria ponía el énfasis en el restablecimiento del Estado de Derecho pero casi no mencionaba la cuestión de los desaparecidos, con el objetivo de no irritar a los sectores más duros del Ejército, desde los cuales se alentaban los rumores sobre un posible golpe palaciego que terminara con la débil administración del general Bignone.51 Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, se fueron agotando las posibilidades de alcanzar una solución negociada en torno al tema de las “secuelas de la guerra sucia”. En primer lugar, porque a medida que se aproximaba la convocatoria a elecciones y se profundizaba la competencia entre los partidos resultaba cada vez menos tentador para la dirigencia
política aceptar las condiciones que el régimen pretendía imponer. Por otro lado, las diferencias existentes en el seno de la corporación militar con respecto a la estrategia a seguir también contribuyó al fracaso de la negociación que planteaba el episcopado católico, obligando a las Fuerzas Armadas a ensayar, de manera unilateral, un intento de cierre para el tema de los derechos humanos. Como vimos, el episcopado católico apoyó con entusiasmo la recuperación de las islas Malvinas. Una larga tradición que asociaba el catolicismo a la nación y la nación al principio de territorialid ad contribuyó fuertemente a que la Iglesia argentina exaltara la “causa Malvinas” y antepusiera “los derechos soberanos sobre las Islas” a la paz con Inglaterra. Luego de la derrota militar, la cúpula eclesiástica advirtió antes que nadie los peligros que podían derivarse de la descomposición del poder militar y orientó todos sus esfuerzos a amortiguar la caída del gobierno de las Fuerzas Armadas, que seguían constituyendo, para el pensamiento católico, un resguardo frente a los peligros que amenazaban a la nación. En el futuro inmediato, esos peligros no estarían vinculados al “enemigo interno”, como en marzo de 1976, ni tampoco al “enemigo exterior”, como en la guerra que acababa de concluir, sino más bien con la democracia política.
García, Prudencio: El drama de la autonomía militar. Editoria Alianza, Madrid,1995. Mignone, Emilio: Iglesia y dictadura. El papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar. Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1986. Obregón, Martín: Entre la cruz y la espada. La Iglesia católica durante los primeros años del “Proceso”. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2005. Palermo, Vicente y Marcos Novaro: La dictadura militar (1976-1983). Del golpe de Estado a la restauración democrática. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2003. Palermo, Vicente: Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2007. Quiroga, Hugo: El tiempo del “Proceso”. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares. 1976-1983. Editorial Fundación Ross, Rosario, 1994. Romero, Luis Alberto: Breve Historia Contemporánea de Argentina. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994. Rozitchner, León: Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia”. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1985. Verbitsky, Horacio: Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2002. Yannuzzi, María de los Angeles: Política y dictadura. Los partidos políticos y el “Proceso de Reorganización Nacional”.1976-1982. Editorial Fundación Ross, Rosario, 1996. Zanatta, Loris: Del Estado liberal a la Nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal,1996. Zanatta, Loris: “Religión, nación y derechos humanos: el caso argentino en perspectiva histórica”. En Revista de Ciencias Sociales, Nº 7/8, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 1998.
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Notas 1 Para una descripción exhaustiva de la conformación de esa lógica identitaria entre el catolicismo y la Nación, véase Zanatta, Loris: Del Estado liberal a la Nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal,1996. 2 Obregón, Martín: Entre la cruz y la espada. La Iglesia católica durante los primeros años del “Proceso”. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2005. p. 68. 3 Cfr. Mignone, Emilio: Iglesia y dictadura. El papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar. Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires 1986, y Zanatta, Loris: “Religión, Nación y derechos humanos. El caso argentino en perspectiva histórica”. En Revista de Ciencias Sociales, Nº7/8, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1998. 4 Romero, Luis Alberto: Breve Historia Contemporánea de Argentina.. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,1994. p. 345. 5 Yannuzzi, María de los Angeles: Política y dictadura. Los partidos políticos y el “Proceso de Reorganización Nacional” 1976-1982. Editorial Fundación Ross, Rosario, 1996. p. 497. 6 Palermo, Vicente: Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2007. p. 209. 7 Rozitchner, León: Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia”. CEAL, Buenos Aires, 1985. 8 Palermo, Vicente: Sal en las heridas. Op. cit. 9 “El conflicto de Malvinas. Comunicado del presidente de la Conferencia Episcopal Argentina”, 2 de abril de 1982. 10 Además del cardenal Aramburu y el provicario del Ejército, monseñor Bonamín, se hicieron presentes los obispos Collino, Galán, Menéndez, Villena, Canale y Di Monte, quien envió 10.000 rosarios para los soldados, La Nación, 8 de abril de 1982. 11 Diario La Nación, 3 de abril de 1982. 12 Diario La Nación, 7 de abril de 1982. 13 Este fue el caso de los partidos políticos de izquierda o de algunos círculos de exiliados, como el Grupo de Discusión Socialista, que elaboró un documento titulado: “Por la soberanía argentina en las Malvinas. Por la soberanía popular en Argentina”. 14 Diario La Nación, 11 de abril de 1982. 15 Diario La Nación, 19 de abril de 1982. 16 Diario La Nación, 11 de mayo de 1982.
17 San Sebastián, Juan: Don Jaime de Nevares. Del Barrio Norte a la Patagonia. Ediciones Don Bosco, Buenos Aires, 1997. p. 271. 18 Ibídem. 19 Diario La Nación, 3 de abril de 1982. 20 Diario La Nación, 17 de abril de 1982. 21 Diario La Nación, 12 de abril de 1982. 22 A la ceremonia de asunción del Gral. Mario Benjamín Menéndez asistieron representantes de la mayoría de los partidos políticos -entre ellos Bittel y Contíndirigentes gremiales como Triaca y Ubaldini y representantes de entidades empresariales como Jacques Hirsch (UIA) y Federico Zorraquín (ADEBA). Cfr. Quiroga, Hugo: El tiempo del “Proceso”. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares. 1976-1983. Editorial Fundación Ross, Rosario, 1994. p. 403. 23 Diario La Nación, 8 de abril de 1982. 24 Diario La Nación, 16 de abril de 1982. 25 Diario La Nación, 15 de abril de 1982. 26 Cfr. Carballo, Pablo: “Dios y los halcones”, Buenos Aires 1983, citado por Verbitsky, Horacio en Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2002. p. 245. 27 Verbitsky, Horacio: Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial. Op. cit. p. 246. 28 Verbitsky, Horacio: Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial. Op. cit. p. 247. 29 “Exhortación episcopal a la Paz”, 20 de abril de 1982. 30 Diario La Nación, 25 de abril de 1982. 31 Diario La Nación, 26 de mayo de 1982. 32 Cfr. con el tratamiento que hacen de este tema Palermo, Vicente y Marcos Novaro: La dictadura militar (1976-1983). Op. cit. pp. 436 y ss. 33 Diario La Nación, 26 de mayo de 1982. Incluso algunos jefes militares decidieron no concurrir a una homilía a cargo del obispo de Comodoro Rivadavia, ofendidos ante el viaje de Juan Pablo II al Reino Unido. 34 Diario La Nación, 23 de mayo de 1982. 35 Diario La Nación, 23 de mayo de 1982. 36 La marcha, que congregó a una multitud, fue convocada bajo el lema “Por una paz justa, digna y con soberanía en las Malvinas: paz, pan, trabajo y libertad”. Cfr. Diario La Nación, 3 de junio de 1982. 37 Diario La Nación, 12 de junio de 1982. 38 Cfr. Juan Pablo II en la Argentina. Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1982.
39 Ibídem. Cfr. también Diario La Nación, 13 de junio de 1982. 40 Cita de Romero. 41 Palermo, Vicente y Novaro, Marcos: La dictadura militar (1976-1983). Op. cit. pp. 462 y 463. 42 “El conflicto de Malvinas: mensaje de la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina”, 16 de junio de 1982. 43 En diciembre de 1982 se conforma la llamada “Comisión Rattenbach”, debido al nombre del teniente general que la presidía. El informe dado a conocer por la comisión estableció de manera concluyente las deficiencias en que incurrieron los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Cfr. García, Prudencio: El drama de la autonomía militar. Alianza, Madrid, 1995. pp. 236 y ss. 44 La cuestión de los derechos humanos afectaba directamente a los partidos políticos en términos de posibles costos electorales, mientras que para la Iglesia esa presión era significativamente menor. Si bien en un comienzo las posiciones fueron similares, con el paso del tiempo y al calor de la competencia electoral las diferencias entre la jerarquía católica y la dirigencia partidaria se fueron profundizando. 45 “La unidad del país: Mensaje de la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina”, 1 de julio de 1982. 46 Ibídem. 47 Ibídem. 48 Ibídem. 49 Cfr. Mignone, Emilio: Iglesia y dictadura. Op. cit. 50 A comienzos de octubre, el almirante Franco, que reemplazaba a Anaya en la jefatura de la Marina de Guerra, sostenía que “no habrá revisión de la lucha antisubversiva”. Cfr. Diario Clarín, 2 de octubre de 1982. En esos días generaron un fuerte impacto en la opinión pública las declaraciones del jefe de la Fuerza Aérea, brigadier Lami Dozo, quien hizo referencia a la“continuidad del Proceso”. Cfr. Quiroga, Hugo: El tiempo del “Proceso”. Op. cit. p. 435. 51 El documento de la Multipartidaria llevaba el título de “Programa para la Reconstrucción Nacional”.
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Hugo Cañón Malvinas
Hugo Cañón Fiscal General ante la Cámara Federal de Bahía Blanca. Presidente de la Comisión Provincial por la Memoria
Ha transcurrido un cuarto de siglo de aquel hecho denominado “Conflicto del Atlántico Sur”, o más sencillamente,“Guerra de Malvinas”. Su consideración y análisis -pese al tiempo transcurrido- no resulta sencillo, pues se cruzan cuestiones muy diversas y las numerosas contradicciones pueden impedir conclusiones certeras. Por eso estimo necesario realizar diversos abordajes del tema los cuales, sin agotar la problemática, permitirán contar con algunos elementos de juicio que ayuden a repensar un poco más la cuestión. ¿Cómo se puede armonizar un derecho soberano plenamente reconocido por la diplomacia multilateral con una acción equivocada e inoportuna? ¿Cómo puede pretender asimilar una conducción inoperante y soberbia, con la conducta de aquellos soldados que fueron traicionados, marginados de las decisiones y utilizados como mano de obra esclava? Muchos más son los interrogantes y muchas más las contradicciones, pero sirvan las enunciadas como disparador de algunas miradas que en esta nota quiero dejar planteadas. Al momento de realizarse el desembarco en Malvinas no se podía sostener que se tratara de un acto de legítima defensa. Esta requiere una acción inmediata frente al ilegal acto agresor, y el transcurso de los 150 años desde la usurpación británica de 1833 impide sostener tal fundamentación. Los “títulos” argentinos sobre las Islas tienen plena validez más allá de toda discusión. No sólo las razones geográficas y geomorfológicas que demuestran la pertenencia de las Islas al continente americano, sino las razones históricas que remontan el dominio en tanto formaban
parte del Virreynato del Río de La Plata, avalan dicha titularidad. Por lo demás existió un legado histórico de España a la República Argentina, poseyendo aquélla derechos soberanos indiscutibles y Argentina, al momento de la usurpación, ejercía efectivo control político de las Islas. No advirtiéndose la legítima defensa en esas condiciones, podría argumentarse que ante el fracaso de las negociaciones pacíficas, quedaba legitimado el uso de la fuerza. Esa eventual afirmación permite decir dos cosas. En primer lugar, creo que más allá de los avances y retrocesos de las negociaciones, la vía pacífica tenía (y tiene) una sólida fundamentación de respaldo a la posición Argentina. Es el medio idóneo para conseguir el respaldo del conjunto de las naciones. Naciones Unidas tuvo intervención en el tema desde 1945 cuando se formuló la “Declaración relativa a territorios no autónomos”, haciendo la Argentina todas las reservas necesarias para preservar la soberanía sobre todo su territorio que, obviamente, incluía a las Islas Malvinas. El 16 de diciembre de 1965, por 94 votos a favor, ninguno en contra y 14 abstenciones, la Resolución 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, “invita a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la Declaración sobre la concesión de la Independencia a los países y pueblos coloniales a fin de encontrar una solución pacífica al problema, teniendo debidamente
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en cuenta las disposiciones y los objetivos de la Carta de las Naciones Unidas y de la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea General, así como los intereses de la población de las Islas Malvinas (Falkland Islands)”. Ese triunfo diplomático argentino marcó un camino que no se debía desandar y el tiempo jugaba a favor de la República Argentina. Todo obstáculo, negativa o traba que pusiera el Reino Unido demostraría su mala voluntad y consolidaba la legitimidad del reclamo argentino. Esa era la vía y así se fue recorriendo. Desde 1965 más de 40 resoluciones de Naciones Unidas siguen la misma línea de recomendación para encontrar una solución pacífica, justa y directa de la controversia sobre la soberanía relacionada con la cuestión de las Islas Malvinas, teniendo en cuenta “los intereses de la población de las Islas”, estableciendo que “la manera de poner fin a la especial y particularidad colonial (…) es la solución pacífica y negociada de la controversia sobre la soberanía que existe entre los gobiernos de la República Argentina y del Reino Unido”. En segundo lugar, aún suponiendo la hipótesis de un agotamiento de la vía negociadora y la irreversibilidad de la postura británica (hipótesis contraria a la evolución histórica), cabe preguntarse si procedía el uso de la fuerza y, en su caso, en qué condiciones. La propia junta militar de aquel entonces consideró formalmente distintos modos de acción (26 de marzo de 1982), los que consistían en: a) continuar las negociaciones con Gran Bretaña; b) someter el caso ante el Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas; c) ocupar las Islas (Malvinas). Después de un análisis muy rápido se decidió adoptar la última de las modalidades de procedimiento que condujo a esta guerra fatal. Es decir que se pretendió adoptar el uso de la fuerza como si este camino fuera legítimo y sin evaluar adecuadamente las posibilidades de un resultado favorable. Sabido es que muchos Estados, legítima o ilegítimamente, utilizan el uso de la fuerza para cumplir políticas de ocupación, sometimiento de otros pueblos o de liberación de los mismos. Pero en cualquiera de los casos la pregunta esencial es si se cuenta con un poderío como para encarar ese cometido. Estados Unidos cuando ocupa Granada o desembarca en Irak realiza actividades inmorales e ilegales, pero contando con un poder suficiente como para -al menos- pretender un resultado afín con sus intereses. También muchos pueblos, sobre todo en la década de los sesenta, iniciaron procesos de liberación nacional -con ayuda de otros Estadosque condujeron a la independencia de sus países, como fue el caso de muchos de los Estados africanos nacidos por aquel entonces. Pero nada de esto se dio en el caso de las Islas Malvinas. Porque más allá del derecho soberano sobre el territorio, quedó dicho que no podía argumentarse un acto de legítima defensa debido al tiempo transcurrido desde la ocupación británica de 1833, y si se pretendía desalojar al intruso por la fuerza es de un elemental cálculo estratégico considerar las posibilidades de un resultado con alta probabilidad de éxito. La visión del mundo desde una consideración
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norte-sur evidentemente es desfavorable para nuestros países, pues siempre en estos tiempos ha de prevalecer la alianza estratégica de los países poderosos del norte. Es una conclusión obligada advertir que Estados Unidos (la mayor potencia de la tierra) jamás iba a jugar a favor de su aliado del “sur”, pequeño país periférico aliado en las luchas de baja intensidad contra el ideado enemigo del “comunismo”, sino que iba a respaldar incondicionalmente a su aliado estratégico tradicional, esto es el Reino Unido. Éste, después de la Primera Guerra Mundial se ve obligado a ceder el primer puesto a los Estados Unidos, pero siguiéndolo y acompañándose recíprocamente, sin confrontar jamás entre ellos. Se suele decir que la intención no era permanecer en las Islas, sino ejercer un acto de presión potente para luego negociar, pero de haber sido esto así, el manejo y la falta de oportunidad política para la toma de decisiones, descalifica a los dictadores que encararon este conflicto inútil, que hizo retroceder la posible salida negociada. El informe Rattenbach da clara cuenta de la inoperancia de los altos mandos y de sus responsabilidades por el manejo político y estratégico (y aún táctico) de este conflicto. Por eso es necesario destacar que en última instancia estos “juegos de guerra”, que tanto atraen a los militares, y que no sólo fue el conflicto con Gran Bretaña sino el intento de desatar una guerra con Chile, confirman el delirio de esos grupos usurpadores del poder y que intentaban en otros terrenos continuar con lo que ellos denominaron la “guerra sucia” contra el pueblo argentino destinada al exterminio sistemático y
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clandestino de un sector nacional. La violencia y la muerte como bandera, privilegiando los medios a los fines, o al menos equiparándolos. La dictadura militar para 1982 se resquebrajaba, y una fuerte explicación de este “juego de guerra” desembarcando en Malvinas es el intento de fuga hacia adelante, para intentar perpetuarse en el poder en el supuesto de obtener algún resultado positivo en esa aventura. La dictadura estaba en crisis, y el fracaso de esa guerra posibilitó la restauración de un esquema institucional de transición a la democracia. El resultado jugó en sentido simétricamente opuesto al objetivo buscado. Un aspecto fundamental que no debe dejar de tener un primer plano en este análisis, es el tratamiento de los soldados que participaron obligadamente de este conflicto bélico. Fueron víctimas, aún cuando cumplieron muchas veces un papel protagónico trascendente sostenido desde la legitimidad del derecho sobre las Islas Malvinas, más que por un afán de acompañamiento a los dictadores que impulsaron el conflicto. En vísperas del desembarco en Malvinas, hecho producido el 2 de abril de 1982, se realizó en la Plaza de Mayo la máxima manifestación de repudio a la dictadura instaurada en 1976 y de reclamo por los derechos fundamentales avasallados. Luego ante el hecho consumado de la ocupación se generó una conmoción intensa en la población argentina que desde el poder pretendieron leer como un respaldo hacia ellos. Cargadas de simbolismo, las Madres de Plaza de Mayo marchaban con un cartel que reflejaba el sentimiento más profundo. El mismo decía: “LAS MALVINAS SON ARGENTINAS Y NUESTROS HIJOS TAMBIEN”. La aludida frase descifra la incógnita de este tema. Nadie discute el derecho soberano, y frente a la realidad de la guerra no era momento para la discusión del método, pero el tiempo demostró que se lo cuestionaba, porque en el fondo se asentaba sobre mecanismos similares a los que llevaron a la desaparición forzada de personas por miles, a lo ancho y a lo largo del país, y por cuya aparición con vida luchaban las Madres. Reclamaban: ¡Aparición con vida! y, ¡Juicio y
Castigo a los culpables! Esos responsables de la desaparición de personas, de las torturas, de los secuestros, eran los mismos que luego fueron a protagonizar la llamada “gesta de Malvinas”. No podemos prescindir de algunos nombres que permiten colocarnos frente a esa cruel realidad. Víctor Basterra fue secuestrado en su casa de Valentín Alsina el 10 de agosto de 1979, fue golpeado en esa oportunidad y torturado en la ESMA. Tuvo dos paros cardíacos y por indicación de los médicos “navales” lo pudieron seguir torturando “pero con prudencia”. En el campo de concentración permaneció hasta una semana antes de la “restauración democrática”, hecho ocurrido el día 10 de diciembre de 1983. Relató Basterra que reconoció entre sus captores al teniente de fragata Alfredo Astiz y que dentro de la ESMA, entre otros torturadores, había uno que llevaba el alias de Pablo. Éste no era otro que el capitán Pedro Edgardo Giacchino. Esos dos nombres nos dan la pauta de estos personajes con activa participación en la represión ilegal, que luego tuvieron su cuota de protagonismo en la Guerra de Malvinas. El primero, Alfredo Astiz, siendo teniente de navío, fue el Comandante de los efectivos en Puerto Leith (Georgias del Sur) y como se indica en el Informe Rattenbach: “Rindió su tropa al enemigo, sin efectuar la debida resistencia” por lo que señala que resultaba procedente “la instrucción del pertinente sumario” (Cap. XII, párrafo 837, inciso g, y Cap. XIII, párrafo 850, inciso p del aludido informe). El segundo, capitán Giacchino, muere al producirse el desembarco en Malvinas el 2 de abril de 1982, y la literatura oficial lo menciona como el “primer Héroe de Malvinas caído por su recuperación”. La calidad de torturador clandestino se la transfigura por la de héroe público. También fueron los “Héroes de Malvinas” los embetunados carapintadas que produjeron el alzamiento de Semana Santa de 1987 para lograr la segunda ley de impunidad del gobierno de Raúl Alfonsín conocida como “Ley de Obediencia Debida”, norma jurídica inmoral e inconstitucional, tal como lo planteé en mi calidad de
Fiscal de Cámara, logrando fallo favorable de la Cámara Federal de Bahía Blanca, y que luego fuera revocado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación por cuatro votos a uno (el del Dr. Jorge Bacqué). A esos “Héroes de Malvinas”, como Aldo Rico, Ernesto “Nabo” Barreiro, Luis Polo, Enrique Venturino o Gustavo Breide Obeid, se le suman otros reconocidos involucrados en el plan de exterminio desde el General Leopoldo Fortunato Galtieri al Vicealmirante Juan José Lombardo, por sólo mencionar a dos figuras del máximo nivel de responsabilidad. Los militares del plan criminal de exterminio no olvidaron sus métodos y por eso los soldados no fueron tratados -como regla (salvo excepcionalidades concretas)- como pares argentinos, como ciudadanos, sino como una subclase, como mano de obra esclava, que debían cumplir los designios de los “señores de la guerra”. Recuerdo que un alumno de la escuela secundaria que tuve durante 1982, hijo de gente de campo de la zona de Tres Arroyos, al volver de Malvinas no hablaba. En el aula se lo recibió con el mayor de los afectos y reconocimiento, pero no hablaba. Pude estar a solas con él, y llorando me dijo que tenía prohibido hablar porque, bajo amenazas, así se lo había indicado un superior cuando volvieron a Comodoro Rivadavia. También me dijo que ellos estaban en pozos inundados de agua, con un frío intenso, mientras “ellos” (refiriéndose a los oficiales) “andaban por lo calentito” y, después de la rendición, cuando “comíamos desesperados abriendo latas de dulce de batata apiladas en un galpón, lo que hacíamos con la mano”, pasaban los oficiales (“¡ellos sí que comían bien!”) y nos decían que “parecíamos animales” y que esa no era imagen para darle a los ingleses. Este relato simple y particular es un reflejo del sentido de casta con que se manejaron los autócratas de la guerra, tratando como subclase a los argentinos que combatieron pese a la falta de preparación, de armamentos adecuados, y de condiciones logísticas mínimas para afrontar una actividad militar como la desplegada. Fue una forma de comportamiento brutal que
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importó continuar, con variantes, el ataque al pueblo argentino llevado adelante mediante el plan de exterminio. No se había superado la consideración del “otro” como virtual “enemigo interno”. Y se impone una reflexión que siempre realizo. Si la llamada “guerra sucia” hubiera sido realmente una guerra, y los militares se hubiesen sujetado a las convenciones de Ginebra, miles de personas, después de “finalizado el combate”, tendrían que haber vuelto a sus hogares o en su caso ser juzgados como legalmente correspondiera. Pero el plan de exterminio importó la muerte no de combatientes exclusivamente (pequeña minoría) sino de actores sociales, luchadores populares, y aún de los “tibios” e “indiferentes”, que no acompañaron con entusiasmo la “cruzada occidental y cristiana” que, con complicidad explícita de la jerarquía eclesiástica católica, debían ser eliminados. Se puede asociar que si de una guerra se hubiera tratado la llamada “guerra sucia”, al finalizar el conflicto con el mismo criterio los ingleses, una vez rendidos los argentinos, tendrían que haber tomado a los prisioneros y arrojarlos vivos al mar o les tendrían que haber hecho cavar fosas comunes para luego pegarles un tiro en la nuca y enterrarlos en ellas. Por eso el argumento de la “guerra sucia” se advierte como tremendamente falaz. No fue una guerra sino -insisto- un plan sistemático de exterminio, que como se calificó en el fallo a Etchecolatz, llevó a cometer crímenes de lesa humanidad en el marco de un genocidio. Aún, transcurridos 25 años, media una asignatura pendiente: conocer la verdad y hacer justicia por los hechos de Malvinas. Algunos jefes superiores fueron condenados y luego indultados, medida que debe ser revisada. Y se impone encarar un “Juicio por la Verdad” para desentrañar qué sucedió, cuáles son las responsabilidades de cada uno, para que los hechos no queden impunes y para que se registre en la memoria histórica la cabal dimensión del drama. En el archivo de la ex Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA), del
que es depositaria la Comisión Provincial por la Memoria que presido, se encuentran constancias que resultan muy elocuentes. Algunas agrupaciones de ex combatientes están calificados como “subversivos” y se refleja cómo eran vigilados y seguidos mediante ese espionaje interno montado contra el pueblo argentino. Ese esquema represivo, de control social, de disciplinamiento, refleja la virtual calidad de ejército de ocupación de su propio territorio encarado por las Fuerzas Armadas y de seguridad. Los soldados de Malvinas interpretan ese pueblo oprimido y marginado y toda voz crítica resultaba peligrosa para el Estado gendarme. Toda esta realidad debe adquirir formas institucionales de recuperación de la verdad, para construir memoria. La memoria de las víctimas sospechadas como “enemigas”. Y fueron víctimas los desaparecidos, los prisioneros en los campos de concentración, como también, con otro matiz, los soldados utilizados como mano de obra para la guerra. Los argentinos nos debemos este debate y el mismo puede encararse desde una actividad del Estado que busque la verdad mediante la autoridad jurisdiccional. Hoy no hay dudas que la vía pacífica es el camino para la recuperación de las Islas Malvinas que pertenecen a la Argentina, tal como lo acaba de demandar por aclamación la Organización de Estados Americanos en reunión celebrada en el corriente mes de junio, cuando pidió que se vuelva a la negociación entre los dos países involucrados para la resolución definitiva de esta ocupación colonial que lleva más de 150 años. Pero ese camino de reivindicación para la recuperación soberana estaría incompleto si no tenemos aquella mirada profunda sobre el hecho iniciado el 2 de abril de 1982 y rescatamos a las víctimas de un olvido recubierto de una política de gloria para tantos criminales preparados para reprimir a su pueblo. El conflicto de Malvinas, como los crímenes de la dictadura, debe resolverse en base a la Verdad, la Justicia y la Memoria.
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Andrew Graham-Yooll Angloargentinos* Andrew Graham-Yooll Periodista y Escritor. Director del Buenos Aires Herald. Director de las revistas South (1985-1988) e Index on Censorship (1989-1993). Miembro de Redacción de The Daily Telegraph (1976-1977) y The Guardian (1977-1984). Fellow, Wolfson College, Cambridge University. Ha publicado más de 20 libros editados en inglés y castellano
*Angloargentinos y Misiles y Rumores pertenecen al libro de reciente aparición Buenos Aires, Otoño 1982. La guerra de Malvinas según un corresponsal inglés. Cuadernos Argentina Reciente agradece muy especialmente al Sr. Andrew Graham-Yooll, la enorme generosidad con que facilitó el acceso a este material cuando aún no se había publicado. Asimismo, hace extensivo este agradecimiento a la Editorial Marea
Cuando éramos jóvenes, los pibes en la escuela algunas veces nos preguntaban a los “angloargentinos”: “Si Gran Bretaña estuviera en guerra con Argentina, ¿de qué lado estarías?” Era una pregunta tan tonta que no le prestábamos atención. “Sí, pero ¿y si…?”, insistían ellos. No merecía respuesta. Durante doce semanas, desde comienzos de abril hasta fines de junio de 1982, mis colegas, otros corresponsales de la prensa mundial en Buenos Aires, muchas veces me preguntaban: “¿Qué lado quieres que gane?” “Escocia, en el Mundial…”, contestaba. Esa evasiva no duró mucho. Escocia fue derrotada bien al comienzo del campeonato mundial. La Argentina también. No fue una época fácil para los angloargentinos. ¿Cómo podían sentirse aquellos que habían participado en las escuelas inglesas, irlandesas y escocesas de la Argentina de la celebración del Día del Imperio todos los 24 de mayo, y que habían celebrado con el mismo fervor a la mañana siguiente la fiesta nacional de la Argentina? Una forma de vida estaba amenazada. Los sentimientos ataban las entrañas del angloargentino a Buenos Aires, a la Pampa y a la Patagonia, con la misma fuerza que los anudaba a Londres, Liverpool o Leith. Algunos amigos afirmaban que había dos pruebas seguras para determinar el país y el idioma de origen de un hombre. “¿En qué idioma cuentas? ¿Cuál usas para la aritmética elemental?” Inglés y español. “¿Y en qué lenguaje haces el amor?” Inglés y español; el amor de mi bienamada necesitaba del vocabulario de ambos. Nuestras fantasías
estaban en Gran Bretaña, las mías en la ciudad de Edimburgo de mi finado padre, de donde provenían nuestras familias. Nuestra vida estaba en la Argentina, donde nuestros padres habían encontrado la tierra más rica del mundo, donde los inmigrantes italianos habían alterado el idioma español hasta darle un tono metálico sin ritmo ni cadencia al porteño, y la herencia debilitada de la cultura hispánica había sido dividida en una miríada de modismos europeos. Pero dentro de esa herencia deformada había una enorme riqueza cultural de la que éramos parte. Otro problema era explicar dónde estaban nuestras raíces. Este aspecto esquizoide no era exclusivo de los angloargentinos. La sociedad inmigrante se había preocupado más por usufructuar todo lo posible a la burocracia estatal que por asimilarse a la nacionalidad. Ésto hacía que todos tuvieran un pedacito de su persona arraigada en otra parte, nadie estaba aquí del todo. Todos éramos voyeurs, viviendo en el nuevo país que aún se organizaba, y no podíamos volverle la espalda al viejo, cuya cultura y cuya historia tiraban con fuerza. La Argentina era, todavía lo es, un país de exiliados voluntarios, expatriados y desplazados que trataban de ser cobijados por la generosidad del joven Estado y querían romper con la avaricia del Viejo Mundo. En un tiempo pasado no muy lejano, todo el país parecía haber estado dirigido por los ingleses, desde el túnel del ferrocarril Trasandino hasta los frigoríficos sobre el Río de la Plata. Los peones rurales escoceses habían trabajado en armonía junto a los irlandeses: mano de obra barata. Los galeses habían tratado de crear un país pro-
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pio en la Patagonia en el cual preservar sus costumbres y formas de vida. La comisión directiva del Consejo de la Comunidad Británica de la República Argentina se preguntaba cuál sería su rol, aparte de mantener un perfil bajo. El bajo perfil ya se había decidido que constituía la mejor política, junto con un silencio total, en la Anglo-Argentine Society (Sociedad Angloargentina), en Canning House en Londres. En Buenos Aires, un siglo y medio de actividad comercial británica se veía amenazada por una alteración más grave que la declaración de la Segunda Guerra europea en septiembre de 1939. Esa había sido una buena guerra, ésta era una tragedia. La gente hablaba como si Buenos Aires fuera Singapur en las semanas que precedieron a la caída de la colonia a manos de los japoneses en febrero de 1942. No había habido nada que los conmoviera tan hondamente desde la nacionalización de los servicios públicos británicos en la Argentina de 1948. El Consejo de la Comunidad Británica en la Argentina (en adelante, para quedar bien, ABCC) envió un telegrama a la primera ministra Margaret Thatcher (7 de abril de 1982): “En nombre del Consejo de la Comunidad Británica, que centraliza las actividades culturales, filantrópicas y caritativas de los británicos nativos y los descendientes de británicos que viven en la Argentina, cuyo número excede las 100.000 personas, respetuosamente deseamos señalar que sentimos que no se ha contemplado nuestra situación en el difícil problema surgido entre la Argentina y Gran Bretaña. La Argentina siempre ha mostrado toda clase de consideraciones hacia la comunidad británica
permitiéndole mantener sus propias escuelas, iglesias, hospitales, geriátricos, etc. Además, los miembros de la comunidad británica se han integrado en todos los aspectos de la vida argentina, desempeñando un papel prominente, especialmente en los círculos comerciales y de la agricultura. A pesar de los momentos difíciles que estamos pasando, el Presidente de la República enfatiza continuamente que la comunidad y sus instituciones estarán a salvo, y no ha habido ningún signo de animosidad hacia la comunidad de parte de la población. Por lo tanto, rogamos a usted encarecidamente que busque una solución pacífica a esta situación y preste la debida atención a la importante presencia británica en la Argentina y al tamaño de la comunidad residente aquí. Rogamos que el Señor guíe a usted en estos tiempos difíciles y que la bendiga como pacificadora”. La apelación no tenía fuerza. Se dirigía a un gobierno que pocos meses antes ya estaba dispuesto a vender las Malvinas, incluidos sus dos mil campesinos, al igual que había hecho con la isla Diego García, vendida a Washington para que allí se construyera una gran base aeronáutica. Claro, los habitantes de Diego García eran descendientes de franceses, más fáciles de vender que ingleses exportados a Malvinas en el siglo XIX. Le tocó luego a la Asociación de Estancieros Británicos y Descendientes de Británicos en Argentina, una sociedad cuya existencia nadie conocía pero que de aquí en más decía “representar los intereses de los estancieros de nacionalidad británica o sangre y cultura británicas” y
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cuya comisión incluía nombres tales como Pendril Cunningham, Alistair Henderson, Stephen Kennard, Murray Stallard, Timothy Lough, Robin Willans, y otros que parecían conformar una lista de socios de un club de ex alumnos de una escuela del sur de Inglaterra. Todos ellos enviaron un telegrama a la Sra. Margaret Thatcher (12 de abril de 1982): “Nosotros, hijos británicos de agricultores británicos en la Argentina, queremos informar al gobierno de Su Majestad que durante años, en algunos casos durante generaciones, hemos vivido y trabajado con felicidad bajo gobiernos argentinos de diversas tendencias. Hemos llevado nuestra forma de vida británica tradicional sin ningún inconveniente y nuestra experiencia nos lleva a creer que los habitantes de las islas Falkland no tienen nada que perder y sí mucho que ganar acogiéndose a la soberanía argentina. Creemos que un intento [británico] de recuperar las islas por la fuerza provocaría un final irrevocable de la forma de vida de los isleños y no ofrecería ninguna perspectiva de una vida futura de paz y seguridad. Causaría un daño desproporcionado al valor de las Islas no sólo para la Argentina sino en toda Latinoamérica. De la comunidad británica de la Argentina 2.280 hombres se ofrecieron y fueron aceptados como voluntarios en las Fuerzas Armadas británicas en la Segunda Guerra Mundial y 204 murieron por Inglaterra. Nosotros, sus descendientes y los que los sobrevivimos, solicitamos al gobierno de Su Majestad que se abstenga del uso de la fuerza y que negocie las condiciones necesarias para que los isleños continúen trabajando en paz y tran-
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quilidad como verdaderamente lo hacen ya 17.000 súbditos británicos en la Argentina”. Era un buen argumento, si bien no tenía futuro. El gobierno británico había abandonado ya su política de vender las Malvinas y los malvinenses. Luego de clasificarlos como ciudadanos de segunda, habían sido promovidos a ciudadanos de primera, “gracias a Galtieri”. Hay que decirlo. Si los estancieros británicos en la Argentina no hubiesen sido tan amigos de tantos gobiernos, y más aún de los déspotas uniformados, no tendrían ahora que vérselas con un tirano de carnaval. Pero parecía grosero señalar la parcialidad de la colectividad británica hacia las dictaduras. Nadie quería hablar ahora de los desaparecidos, nada más que de las islas, y ni siquiera demasiado de los isleños, cuya forma de vida ya había sido arruinada por la invasión argentina (perdón, desembarco). La izquierda pragmática, esa patética especie que citaba a Das Kapital, como curas putañeros a la Biblia, también había olvidado, por ahora, por necesidad se entiende, a las víctimas de la dictadura. El obispo anglicano, Richard Cutts, comisionado episcopal del arzobispado protestante de Canterbury en las islas, que encabezaba la Comisión de Emergencia de la Comunidad Británica en la Argentina, asistido por un grupo de hombres cuyos nombres iban seguidos de las siglas OBE (Oficial de la Orden del Imperio Británico) y MBE (Miembro de la Orden del Imperio Británico), conferidos por primeros ministros presentes y pasados, ofrecieron: “…presidir una delegación a las Malvinas para reafirmar ante los isleños la afinidad que tenían con ellos en la Argentina, y para aplacar los temores que pudieran albergar sobre el resultado de la presente situación”. El uso de la palabra “Malvinas” (y no “Falkland”) por parte de la Comisión hundía cualquier promesa que pudiera ofrecer tal delegación antes de que sus miembros empezaran a hablar. La buena intención estaba, pero mal dirigida. También mandaron un telegrama sobre el tema a la Sra. Margaret Thatcher (12 de abril de 1982). Nunca antes habían estado los miembros de la comunidad británica de Buenos Aires colectivamente en una situación tan difícil. Bueno, por
supuesto, no dentro de lo que se podía recordar. Un recorte de The Times del viernes 24 de octubre de 1845 mostraba que había existido un precedente. La noticia de un siglo y medio antes estaba fechada en los comienzos del bloqueo anglofrancés al Río de la Plata. El diario reproducía una carta al conde de Aberdeen, ministro de Relaciones Exteriores en Londres, escrita por “Comerciantes, chacareros, artesanos, y otros súbditos británicos que residen en la ciudad y la provincia de Buenos Ayres, de la Confederación Argentina”: “[… ] habiéndose publicado en esta ciudad un aviso y enviado mensajes a los distritos del interior que ofrecían a los que no se consideraran -ellos y sus familias- seguros bajo la protección de este Gobierno [se ofrecían] los medios de embarcación ya que, como consecuencia de la negativa del gobierno argentino a retirar sus fuerzas de la Banda Oriental, se esperaba que tuviera lugar una interrupción del intercambio diplomático entre este país y Gran Bretaña, el próximo 13 de julio o antes de esa fecha, después de cuyo periodo cesaría la protección civil hasta ahora dispensada a nosotros por el gobierno de Su Majestad ya que el ministro plenipotenciario partiría en esa fecha. Hemos considerado justo y apropiado presentar nuestro caso particular ante Su Señoría con la esperanza de que la súplica de nuestra petición sea atendida y que, como súbditos británicos, nuestra residencia en este país pueda ser pacífica, y que a cada uno se le permita atender con seguridad sus asuntos legales. Es casi innecesario que expresemos a Su Señoría que la situación antes mencionada ha producido la mayor alarma en todas las clases, y que es completamente imposible para nosotros abandonar el país en que estamos, donde muchos de nosotros estamos dedicados a comerciar con Gran Bretaña, tenemos grandes existencias de mercadería británica que nos ha sido consignada para la venta, mantenemos pesadas obligaciones en una moneda que se deprecia día a día por los acontecimientos políticos que nos rodean, otros tienen su fortuna completa en la ciudad y en los departamentos rurales, y si adoptamos un curso extremo cualquiera la ruina y el infortunio pue-
den caer sobre nosotros. Algunos de nosotros hemos residido aquí por un gran número de años y a todos nosotros durante el periodo de residencia en este país nos ha sido concedida la más amplia, generosa y eficiente protección, y especialmente durante la administración de Su Excelencia el brigadier general don Juan Manuel de Rosas, gobernador y capitángeneral de la provincia, encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina contra la cual nosotros no tenemos motivo de queja. Los privilegios que tenemos en el comercio, en nuestras tareas pastoriles o agrícolas, la navegación interior, o cualquier otra rama de la industria que queramos adoptar, nos colocan en una mejor situación que la de los propios nativos, ya que disfrutamos de sus mejores derechos sin ninguna de sus severas cargas; y por lo tanto consideramos nuestro deber ineludible protestar contra cualquier medida calculada a empeorar la posición de que gozamos en este momento. Sus peticionarios no podemos sino deplorar la intervención armada del gobierno de Su Majestad en las diferencias políticas o disputas de estos estados, particularmente puesto que tal paso aparentemente ha sido dado sin la debida consideración de los grandes intereses que conciernen a los súbditos británicos en este país, y la absoluta imposibilidad de que se realicen por un periodo indefinido, por la depreciación de la moneda y la consecuente suspensión del comercio, dos actitudes que surgen de la adopción de las medidas ya citadas. Por lo tanto, humilde y respetuosamente solicitamos que toda intervención de fuerza en los asuntos de estos países pueda terminar y que se permita que las diferencias políticas de Buenos Ayres y Monte Video sean resueltas por sus propios habitantes, y que respeten los derechos de todos justa y legalmente”. El lenguaje de las peticiones de 1982 -conflicto de Malvinas-, era tan similar al texto de 1845 -bloqueo anglofrancés de Buenos Aires-, que podrían haber sido parodias. The Times de 1845 llamó renegados a los peticionantes y dijo que estaban dirigidos por Thomas George Love, quien publicaba un diario oficialista. Se referían
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a The British Packet and Argentine News, semanario fundado en 1826. En aquella ocasión la circunstancia era el comienzo de las hostilidades en el Río de la Plata, dirigidas a forzar a Buenos Aires, gobernada por el dictador Juan Manuel de Rosas, a poner fin al aislamiento del Paraguay y permitir que las cargas internacionales navegaran por el Paraná. Aquella disputa duró cuatro años, hasta el Tratado Arana-Southern, del 24 de noviembre de 1849. Habían pasado 137 años hasta el conflicto de Malvinas y el discurso no había cambiado. En Londres, en 1982, The Times publicó en un artículo editorial: “Ahora somos todos Falk- landers”. En Buenos Aires la comunidad británica tenía el Buenos Aires Herald, que había adoptado una posición oficialista en su crítica a la primera ministra británica y su Fuerza de Tareas. El diario había sufrido una prohibición de distribución por estar impreso en inglés. La prohibición o boicot no era una disposición gubernamental. El entonces jefe de los distribuidores, Ángel “Cholo” Peco, había optado por el boicot como mal menor, ya que oficiales del Ejército, Aeronáutica y Armada argentinos le habían propuesto volar las rotativas del Herald en la calle Azopardo, alegando que el diario era un reducto del espionaje inglés. La empresa, en realidad, era propiedad en un sesenta por ciento de una empresa norteamericana desde 1968. La “inteligencia” era algo deficiente (El 30 de abril de 1998 se anunció la compra del 99 por ciento de las acciones del Buenos Aires Herald por el Evening Post Publishing Company, de Charleston, Carolina del Sur). Como resultado de la propuesta de boicot de los distribuidores, el Herald había adoptado el curso más seguro así como el más pragmático: apoyar la soberanía argentina. Pero el Herald, ansioso de no ofender a nadie, se convirtió así en un pálido reflejo de lo que había sido alguna vez, entre 1976 y hasta 1980, en los primeros años de la dictadura. El del general Galtieri era, al fin, el mismo gobierno militar que había obligado a uno de los directores a buscar el exilio y muchas veces había amenazado con cerrar el periódico. A pesar de todo, nunca cerró. Se siguió editan-
do durante los diez días que duró el boicot que hicieron los distribuidores. El daño a las ventas fue considerable. El Café de la Paix, un bar terriblemente elegante cercano al cementerio de Recoleta, estaba lleno. Allí no había temores de guerra. Se sentía un ligero frío en el aire, pero no era causado por ningún malestar. Más bien un soplo de inseguridad. El editor de Le Courrier des Francophones estaba furioso con los británicos. Su familia había sufrido a manos de los ingleses a través de los siglos. Venía de una familia francesa muy antigua cuya residencia en Velay, el Château de Mauvezin, inaugurada por Carlomagno a su regreso de España en 778, había sido atacada por Wellington en 1814. “Asi que puede ver usted...”. “¿Qué?”. “Que los británicos viven atacando a todo y a todos…”.
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Misiles y rumores El taxista (todos los periodistas citan o inventan un taxista porque son ellos, los taxistas, no los periodistas, quienes hacen los comentarios más citables) dijo que no existía una solución civilizada. Dijo que nadie había hecho todavía la única pregunta civilizada: “¿Cómo mierda pudieron estos dos países meterse en una guerra en 1982 y seguir llamándose civilizados? Usted, ¿se lo ha preguntado, señor?”. Máximo Lafert (1924-92) -viejo amigo, novelista a veces y otras escritor de cuentos cortos, conferenciante en economía, ex oficial naval y que decía ser el único hombre de quien se sabe que fue pasado a retiro sospechado de ser marxista, por una novela titulada El comandante a pique (1968), que se burlaba del comando naval y del golpe de 1955 contra Perón- rememoraba sus días en la Armada en el Círculo Naval, un palacio de principios de siglo en Florida y avenida Córdoba, donde se reunía dos veces por día para intercambiar chismes con todos sus viejos contemporáneos, ya intrascendentes e inoperantes camaradas. “No puedo trabajar, leer, comer, dormir o hacer el amor. Ésto se ha adueñado de mi vida”. Luego el cáncer se adueñó de su hígado, y no discutió más. El Almirante de la Junta de Comandantes en Jefe celebró el Día de la Armada, el 19 de mayo, con un discurso patriótico y el capellán celebró misa. En Londres, el Departamento de Publicaciones de Su Majestad (HMSO) publicó The Falkland Islands: The Facts (Las islas Malvinas: Los hechos), un título pretencioso para un folleto de doce páginas que daba la cronología de los acontecimientos a partir del 18 de marzo. Ese era el día en que treinta y nueve empleados de un
chatarrero argentino (Davidoff) habían sido desembarcados en las Georgias del Sur, con el agregado de un par de oficiales navales, en una operación comercial intencionalmente apoyada por el comando naval para ver hasta dónde podían provocar a Whitehall o al Foreign Office. Y así le habían dado un toque de acción a esta disputa tan aburrida. El capellán naval rezó por la victoria o la paz, cualquiera de las dos. Un arreglo ya no era probable, aunque siempre fuera posible. “Métanselo en la Junta” (Shove it up your Junta) había bramado The Sun en la primera página. “¡Todo listo para la invasión!”, gritaba el titular de The Sun, el 15 de mayo. ¿Por qué sería esa basura lo único que se recibía en Buenos Aires? Los viajeros lo traían como curiosidad, las agencias transmitían fotos de sus primeras páginas. En todas partes la gente quería cerciorarse de cuán bajo podía caer la prensa británica. “En nombre de la Cámara de Comercio Británica en la República Argentina, es un placer invitar a usted a un cocktail party en el Club Inglés, 25 de mayo 586, el lunes 17 de mayo de 1982, de 19.00 a 21.00. RSVP: Guillermo T. Murchison.” La reunión era para periodistas británicos. El Club Inglés había sido fundado como escondite social para hombres y sus orígenes databan de 1893. Todo el mundo era sumamente cortés, lo que parecía forzado. Todos tenían presente la acusación de traición disparada por la prensa popular británica contra los angloargentinos por pensar que el derecho de Argentina a las Islas era correcto, y por ofrecer enviar una misión encabezada por el obispo anglicano de la Argentina
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para explicarles a los kelpers las costumbres de los nuevos gobernantes. Ya no había honores para angloargentinos en el día del cumpleaños de la Reina. ¿Fue The Sun o el Sunday People? Bueno, The Sun acusó de traición a tantos que era un consuelo que la imputación sólo viniera de The Sun. Ser acusado de deslealtad al país, al Gobierno o a un partido, en un asunto como el de las Falkland resultaba mucho más terrible. Los hombres de traje gris en el Club Inglés despreciaban notoriamente los acentos “vulgares” de los cronistas británicos y la inclinación de los articulistas a tratar la disputa como si fuera un partido de fútbol en Torremolinos. Lamentos y estrujones de las manos reemplazaban a la conversación. Los hombres de la Cámara de Comercio ofrecían a esos pobres tipos de la prensa ayudarlos con información y una comisión de damas de la comunidad estaba a su disposición para mostrarles los entretenimientos decentes de la gran ciudad. La ocasión terminó con la publicidad de otra carta a “La Tácher”: “A la Honorable Margaret Thatcher MP. Prime Minister. En representación del Concejo de la Comunidad Británica de la República Argentina, me dirijo a Usted solicitando la colaboración de su Gobierno para permitir la evacuación durante el conflicto de todos los niños que actualmente residen en las islas. Para hacer ésto, pensamos que será necesario declarar un cese de fuego temporario y permitir que un barco neutral los retire bajo los auspicios de la Cruz Roja. Estamos abiertos a cualquier sugerencia alternativa que usted pueda hacer a este respecto.
Es nuestra intención alojar a los niños en los hogares de miembros de la comunidad, donde serán atendidos y llevarán una vida tan normal como sea posible en las actuales circunstancias. Nos hemos puesto en contacto con el presidente Galtieri para que nos permita llevar a cabo esta operación, y esperamos de usted una pronta respuesta para proceder a salvaguardar la vida de estos niños. Continuamos orando por la paz y para que este conflicto no produzca más pérdida de vidas. Firmado: G. T. Murchison, presidente del Concejo de la Comunidad Británica en la Argentina.” El gesto quedó sin respuesta, como era de esperar. ¿Qué familia confiaría sus niños a la custodia de gente que vivía en suelo enemigo? Los angloargentinos no se concebían enemigos, ni en territorio ajeno. En realidad a la prensa inglesa no le preocupaban los residentes británicos, a menos que fueran descuartizados en las calles de Buenos Aires. Eso sí sería nota. Realmente a la prensa tampoco le preocupaban demasiado los chiquillos de los mil ochocientos isleños. Si fueran a ser evacuados y torpedeados y si se rescatara a unos pocos y se los internara en la Patagonia… bueno, eso también sería una nota. Por ahora, la vida de los isleños parecía tan aburrida como la existencia de los angloargentinos. El comunicado número sesenta y dos desde el inicio de las hostilidades -comienzo que se marcaba con el bombardeo desde un Harrier al aeropuerto de Stanley- refutó el informe proveniente de las agencias noticiosas de Londres de que los aviones argentinos habían ametrallado al portaaviones HMS Hermes. La crónica oficial del conflicto se haría mediante los comunicados telegráficos cuya veracidad había sido sorprendente, su
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sinceridad increíble. Su mensaje podía resumirse en algo de este orden: “Todavía no ganamos, nos estamos defendiendo, pero ellos siguen viniendo”, cita inventada por el periodista (luego político del partido radical) Rodolfo Terragno. El problema era que ni siquiera estaba claro qué era lo que se defendía. Las declaraciones oficiales se adornaban con rumores, que era la única industria en desarrollo pujante en la Argentina a pesar de que el comunicado número treinta y seis había prohibido los rumores. Un oficial de la Fuerza Aérea de la oficina del presidente en la Casa Rosada transmitió a las revistas Gente y La Semana que había sido hundido el Hermes y dañado el Invincible, que habían sido hundidos cinco barcos de la Fuerza de Tareas y averiado un número desconocido. También se habían derribado trece jump-jets Harrier. Los hombres de prensa locales fueron al hotel Sheraton y les contaron las novedades a los periodistas extranjeros (que recibían un buen rumor con alegría para no tener que inventar los propios y los pagaban en dólares, cerveza y diversión). Los corresponsales telefonearon a París, a Chicago, o Londres, o Moscú. TASS, la agencia noticiosa soviética, informó del hundimiento de HMS Hermes. En Londres, el Ministerio de Defensa tenía voceros que no podían comentar las informaciones recibidas, y así se creó la duda, y los diarios publicaron el rumor y la falta de comentario oficial, y con esa duda dieron credibilidad a la posibilidad de un desastre. Las agencias de noticias tradujeron las notas y las devolvieron a Buenos Aires, donde la agencia oficial Télam las dio a publicidad como si vinieran de sus corresponsales en Londres, aunque no
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tenía corresponsales en Londres. Los diarios argentinos publicaron los hundimientos y las averías en sus primeras planas y fueron desmentidos por el comunicado número 62. Los comunicados eran asombrosos por su veracidad. Todos los días eran así. ¿Dónde comenzaba el rumor? Quizás en revistas como Gente, que publicó el dibujo de un artista de cómo se vería el HMS Hermes si se estuviera hundiendo después de ser alcanzado por un misil francés Exocet. La televisión venezolana reprodujo la imagen de Gente en pantalla y los periódicos de Caracas la recogieron y la gente aseguraba que era verdad porque lo había leído en los diarios, o visto por la televisión. O quizás las historias comenzaban en la publicación de la Armada argentina, el diario Noticias, que publicaba los hundimientos de los barcos británicos en forma de tarjeta de puntaje en un juego de batalla naval en la primera página. Un redactor lo inventaba todo. O quizás era la Revista 10, que reprodujo en la tapa una foto del HMS Invincible con una nube de humo que envolvía la cubierta. La agencia de noticias Reuters reprodujo el anuncio de la publicación de la foto y así le dio cierta credibilidad. Al fin de cada día, después de que los periodistas habían disparado sus propios Exocet cargados de imaginación, o rumores, o bajas reales, se iban a cenar a restaurantes elegantes y bebían buenos vinos y comían unos bifes de costilla gigantescos. La caída vertiginosa del valor del peso frente a las monedas extranjeras permitía lograr milagros económicos en la gastronomía porteña. En el agradable restaurante Flo, en la calle Reconquista, se podía disfrutar de una buena cena para varias personas por unos cinco dólares. Diez dólares en Flo alcanzaban para pagar la cena para seis, con buen y abundante vino. En Los Chilenos, en la calle Suipacha, el camarero estableció una amistad que duraría décadas con algunos cronistas y un fotógrafo. Los corresponsales luego buscaban acostarse con una azafata que
hacía escala en el Sheraton Hotel, o iban a bailar al club nocturno Regine, o a Mau Mau, o Hippopotamus, que eran los mejores. El hombre de la Independent Televisión News aseguró que había reservado Hippopotamus para celebrar la Nochebuena. En los clubes el aire tenía el mismo olor que el aire de los clubes nocturnos de todo el mundo: una mezcla penetrante del aire acondicionado, perfume caro y humo de cigarrillo. Algún día terminaría la guerra, o expirarían las visas, y se acabaría la diversión. Tarde, muy tarde por la noche, los más borrachos entre los corresponsales se reunían en el bar de Sedon en la calle Reconquista y contemplaban a la camarera de la cara hermosa: Silvia. Ella los ignoraba, de modo que ellos llegaban a la conclusión de que era muy petisa, que fumaba demasiado y trabajaba de noche y que su hermoso cutis se ajaría antes del alba. Los hombres de prensa entonaban: “Galtieri ¿quién te pensás que sos…?”, al ritmo de la música de El puente sobre el río Kwai, o sin ninguna música. “El jefe británico de la Sección de Intereses Británicos de la Embajada Suiza y su esposa esperan que, como miembro del cuerpo de prensa actualmente en Buenos Aires, pueda usted unirse a ellos para un buffet-lunch en la Residencia, Gelly y Obes 2.301 a la 1 de la tarde el sábado 22 de mayo. RSVP. Por favor presente esta invitación al llegar.” La invitación era un papelito hecho con carbónico. Ya no había sobrias tarjetas, con letras en alto relieve. Al terminar estas recepciones, por más pequeñas que fueran, siempre había algunos vecinos en la vereda. A cada persona que salía el grupito de gente preguntaba: “¿Alguno de ustedes sabe qué pasa?” Las señoras, que se movían entre nubes de Chanel Nº 5 o perfumes de Givenchy, hablaban por teléfono con sus sobrinas de París que les contaban que la Argentina iba perdiendo. La Argentina seguiría luchando, todavía se tenía fe, respondían las tías. Las medidas económicas de emergencia devaluaron el peso a 14.000 por dólar y lle-
gó al doble de eso en el mercado negro. Para los otros, la vida se volvía cada vez más oscura en Buenos Aires. La “París de Sudamérica” llena de oportunidades y de lujos era un mito. El centro de la ciudad estaba oscurecido casi por completo y las veredas llenas de baches, interminablemente excavadas por cuadrillas de cada uno de los servicios públicos en franca competencia, se volvían todavía más peligrosas después del cine o de una noche de teatro. La oscuridad era una decisión “para responder adecuadamente a las demandas de la defensa nacional ocasionadas por la recuperación de las Islas Malvinas”, informó Télam. La ciudad se volvió lúgubre, parecida al grano gris de una escena nocturna de una película de la década de los años treinta. Quizás no fue una película, no fue una ciudad, sino la escenografía de una remake de la década del treinta en los ochenta. Como en los treinta, ahora también se desarrollaban muchas guerras pequeñas y crisis financieras por todas partes, tal vez como preparación para una gran guerra y la ruina económica total. La década del ochenta tuvo la misma falta de objetivo, la misma ausencia de dirección que la del treinta. Volver a casa, la película sobre los veteranos de Vietnam que regresaban a los Estados Unidos, con Jane Fonda y John Voigt, ganadora del Oscar, fue levantada. Y lo mismo pasó con Z, de Costa Gavras, reciente e intencionadamente reestrenada después de diez años. “Las condiciones del país” hacían desaconsejable su exhibición. Télam, la agencia noticiosa oficial, informó que en Puerto Argentino los conscriptos argentinos habían aprovechado una tregua en el combate para darse un baño caliente. Cuatro mil se habían bañado el 8 de mayo, afirmó la agencia, y 1.400 tomaban una ducha todos los días:“La buena disposición contagiosa que existe en el frente de combate es reflejada en la formación de los jóvenes, de entre dieciocho y veinte años, para llegar a la ducha. Limpios de alma, limpios de
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cuerpo, los jóvenes soldados cumplen con su deber histórico”. A nadie le importaba un rábano ya si los voceros de los dictadores militares eran mentirosos, ni siquiera buenos mentirosos. En la Organización de Estados Americanos, el canciller argentino, Nicanor Costa Méndez (1923-92), logró el máximo que podía esperar de los diplomáticos de América latina: un voto de adhesión. También recibió el máximo posible esperable de la Cuba comunista: un voto de adhesión. El ataque verbal del ministro de Relaciones Exteriores contra Inglaterra logró generosos aplausos. La adhesión y el apoyo llegaron en variadas formas. No era fácil saber dónde terminaba la fantasía y comenzaba la realidad. Cuba ofreció 2.500 milicianos. La oferta fue rechazada por los funcionarios de los servicios argentinos, a quienes les disgustaba la idea de tener que entenderse con tantos “espías comunistas”. La desconfianza ocultaba el temor de que los profesionales cubanos, aunque desfavorecidos por el frío del Sur, pudieran superar en eficacia a los oficiales argentinos. Libia retiró todas las restricciones al intercambio de material bélico a cambio de sementales árabes criados en la Argentina. Los franceses habían despachado un manual del tipo “Ármelo usted mismo” para el ensamblaje de los misiles Exocet, pero lo enviaron a la dirección equivocada, o algo así. La Argentina nunca llegó a entender cómo montar los complicados cohetes, fracaso de los franceses que esperaban anotarse unos puntos favorables para su armamento en detrimento del material británico. Venezuela ofreció su solidaridad. En protesta contra la agresión británica, los venezolanos organizaron un oscurecimiento simbólico de la capital: apagaron todas las luces, durante el día. Y ahí se acabó la solidaridad. El Dr. Costa Méndez no tuvo mucho para elegir entre todo lo que se le ofreció. Cómo había pasado el tiempo. Un recorte del diario La Nación, del 26 de marzo de 1980, titulado “Diez días en Oxford” decía: “Pensé en esta maravillosa Inglaterra, cuyas reflexiones y cuyos ensayos todavía siguen
guiando al Occidente, y en esta Oxford, humanista hasta la médula, que dio origen a una infinita literatura cuya influencia es tal que ha provisto la mayor parte del gabinete de la Sra. Thatcher y que de esta manera, ha contribuido a la renovación política y económica más interesante de la Europa actual. Así contemplaba a Oxford, que por seis siglos había defendido y afirmado los grandes valores de Occidente, la cristiandad, el humanismo y la libertad del hombre”. Así escribió el Dr. Nicanor Costa Méndez, un anglófilo, ministro de Relaciones Exteriores de la Junta de Comandantes en Jefe de la Argentina, que estaba en guerra con Gran Bretaña y con la fundadora de esa renovación económica, canciller de dictaduras anteriores, representante legal de compañías británicas que operaban en Argentina, acerca de su permanencia en St. Antony’s College, Oxford. Allí se lo recordaba por su gran debilidad por las mujeres jóvenes y la buena comida. Parecían intereses naturales en un hombre que había jugado al rugby en el Club Pucará hasta los treinta años, cuando la polio lo dejó inválido. No dejemos escapar una risa irónica. ¿Acaso el gobierno británico y su administración, siempre atenta a incrementar las exportaciones, no había afirmado las cosas más hermosas sobre el gobierno militar? El régimen militar, que ahora según la propaganda británica tenía las manos manchadas con el producto de sus matanzas y el aliento cargado del hedor de la sangre de miles de opositores desaparecidos, era el mismo que en diciembre de 1980 fue bienvenido cuando el ministro de Economía de la Argentina había visitado Londres. Como si Whitehall se hubiese preocupado en algún momento por los crímenes cometidos en suelo extraño. ¡Cómo pasó el tiempo!
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Verónica Rímuli Guerra de Malvinas. El rock nacional sale a escena
Verónica Rímuli Periodista
A 25 años de aquella guerra mal parida, las grietas del recuerdo -esas que permiten mixturas, glorifican banalidades, o, a menudo, nos hacen ver las cosas más bellas o buenas de lo que realmente fueron-, esas grietas permitieron que se instalara como un dato de la realidad que aquella guerra, la mal parida, terminó impulsando o incluso haciendo resurgir al rock nacional. Como tantas cosas, ésto implica su porción de verdad y una serie de paradojas que al fin, quizá, no sean tales. Vamos pues por partes. La última dictadura militar fue altamente eficaz en varios aspectos, dos de los cuales le permiten instalarse cómodamente en la cima de los golpes militares latinoamericanos del siglo XX. Su represión feroz, cuyos efectos pedagógicos la sobrevivieron casi dos décadas, y el modelo económico que vino a implantar, ese que todavía no se termina de desarticular. Pero como todo proceso al fin y al cabo humano -en especial los comandados por militares-, tuvo sus arbitrariedades y dislates. Como según cuenta la mitología urbana de la época, la prohibición de emitir por radio grabaciones de Carlos Gardel en las que “el Zorzal” no hubiera sido acompañado por orquesta, debido a que a la esposa de uno de los capitostes uniformados no le gustaba “el chingui chingui de las guitarritas”. Otro mamarracho de índole radiofónica fue, una vez inaugurado el conflicto bélico con el Reino Unido, impedir la difusión de cualquier música cantada en inglés. Acabábamos de entrar en guerra con Los Beatles, Bob Dylan, Clash, Janis Joplin... Así, de buenas a primeras, los progra-
madores de las emisoras se vieron enfrentados al problema de qué ofrecerle a la audiencia joven, de enorme peso en determinadas franjas horarias, en reemplazo del pop y el rock anglosajón. Y echaron mano a lo que había. Que en verdad era mucho. El por entonces llamado “rock nacional”.
Las raíces El rock -entendido en su concepto más ampliohabía empezado a sonar con letras cantadas y escritas en nuestro idioma en la década del ’60, y se había fogueado al frío de otra dictadura, la encabezada por Juan Carlos Onganía. Tenía su himno, pergeñado por un pibe de Caseros, José Alberto Iglesias, a quien sus amigos del barrio habían bautizado “Tanguito” por su destreza para bailar... rock’n’roll. “Estoy muy triste y solo acá en este mundo abandonado...”. Así arrancaba La balsa, el tema que completó Lito Nebbia. Buena síntesis para una vida desangelada, la de “Tanguito”, un cabeza que buceó en profundidades que por clase no le correspondían. En junio de 1967, Los Gatos, -el grupo liderado por Nebbia- había logrado grabar un disco simple con La Balsa y Ayer Nomás, que se convirtió en un éxito impresionante para la época, ya que vendió más de 200 mil placas. Sus siguientes trabajos, ya en LP, también obtuvieron suceso. Tanto, que en 1969 Nebbia protagonizó el largo metraje El extraño de pelo largo, a partir de un hit que sonaba en todos los medios. A lo largo de esos años, antes de marzo del 76,
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artistas como Manal, Almendra, Sui Generis, León Gieco, Moris, Pedro y Pablo, Vox Dei, Pappo, Miguel Abuelo, Arco Iris, la Cofradía de la Flor Solar, Piero, Alma y Vida, Gabriela, Billy Bond y la Pesada del Rock’n’roll, Aquelarre, Pescado Rabioso, entre los más destacados, habían llenado teatros y estadios. Y, de la mano de Jorge Álvarez y su sello Mandioca, habían grabado placas exitosas. Las “fuerzas del orden” y gran parte de los medios de comunicación los caracterizaban básicamente a partir de su apariencia, sobre todo sus melenas, como versiones locales del hippismo, y desde esa perspectiva eran atacados. Pero la persecución se reducía entonces a una pasada por “un coiffeur de seccional”, como cuenta la canción de Pedro y Pablo. Algunas expresiones de su masividad sorprendían hasta a sus mismos protagonistas. Adiós Sui Generis fue la mayor convocatoria del rock, ya que al recital en dos funciones del 5 de septiembre de 1975 llevaron a 25.600 personas. En el diario La Opinión, Roberto García, escribió un comentario que afirmaba “Un grupo de rock convoca en el Luna Park a treinta mil jóvenes: ¿Qué figura en Buenos Aires puede convocar a 30 mil personas? (y que además paguen seis mil pesos viejos por cada localidad). Ese viernes, los rutinarios de la zona del Luna Park, ignorantes del festival, nada entendían; mucho menos los noctámbulos tangueros que, a las tres de la mañana del sábado, vieron desfilar a ese río de muchachos y muchachas por una fría avenida Corrientes, cada vez más triste, cada vez más decadente. ¿Quiénes son?, preguntó un porteño veterano. ¿Gardel?, se contestó bromeando...1
Resistir, siempre resistir A partir del Golpe del 24 de marzo de 1976, aparentemente contra toda lógica, el rock siguió vivo. Y más, fue creciendo en cantidad y calidad, a la par que se llenaba de otros sentidos. Aunque algunas de sus figuras abandonaron el país transitoria o definitivamente, surgían nuevos grupos, nuevos nombres y se grababan discos. Los artistas seguían llenando teatros, el Luna
Park y lo que con el tiempo se convertiría en la “catedral” del género, el estadio de Obras Sanitarias. Pero el fenómeno más relevante estaba dado por el carácter de la convocatoria, la actitud de los asistentes. En el hecho de ir a un recital había mucho más que el simple disfrute de un par de horas de la música preferida; era un lugar de encuentro, una suerte de colectivo de pertenencia, el módico recreo de los exiliados del placard. En definitiva, un centro de resistencia. El “se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar” atronaba al comienzo y al final. Final que, se sabía, culminaba también casi ritualmente con los ómnibus de la Policía Federal en las puertas de salida, manoteando al azar a las decenas -o cientos- que pasarían esa noche en la seccional. Gesto vano, pues el público no se amilanaba y seguía acudiendo. Actitud que se hizo más notoria a partir de 1980: en febrero se llevó a cabo el primer Festival de La Falda, al que concurrieron 8.500 personas convocados por León Gieco, Serú Girán (el nuevo súper grupo de Charly García), Nito Mestre y los Desconocidos de Siempre, Raúl Porchetto, Raíces, Vox Dei, Mousse, Redd y Nave. “Diciembre marcó la consagración absoluta de Seru Girán y demostró la gran convocatoria del rock, mucho antes de la Guerra de las Malvinas del ‘82. Como conciertos navideños, el 26 y 27 llenaron dos Obras (10 mil personas) en el marco de la escenografía de Renata Schussheim. Y el martes 30, con el apoyo de ATC, hicieron un recital gratuito en La Rural, al que estimaban llevar unas 20 mil personas. Pero el tratarse de un evento gratuito arrojó por la borda todo cálculo previo: fueron más de 60 mil personas y la cola llegaba hasta puente Pacífico”.2 En 1981, a modo de respuesta a la visita de Frank Sinatra armada por Palito Ortega, la revista Humor organizó en Obras, con gran afluencia de público, un Festival de Música Nacional. Allí pusieron por primera vez el pie en Buenos Aires Juan Carlos Baglietto y la llamada “trova rosarina”. Por fin, en febrero del 82, además de la tercera edición de La Falda, se concretó el regreso al país de Mercedes Sosa, quien llenó las 10 fun-
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ciones programadas en el teatro Ópera. En ellas, invitó a compartir el escenario a figuras como Charly García, León Gieco, Piero; incluyó obras de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y se instaló con fuerza en el ámbito de la música joven.
Algo de paz Un hito que desata pasiones encontradas -acusaciones que van desde el oportunismo a la traición a su esencia, refutaciones que apelan a la síntesis simbólica que terminó teniendo el evento- fue el denominado Festival de la Solidaridad Latinoamericana, que se llevó a cabo el 16 de mayo de 1982. Lo cierto es que las autoridades militares querían la participación del rock, y los productores Daniel Grinbank, Piti Yñurigarro y Alberto Ohanian se abocaron a la organización. El lugar finalmente elegido fueron las canchas de rugby del club Obras Sanitarias, y la entrada consistía en ropa de abrigo, comestibles perecederos, cigarrillos. Más de 60 mil personas acudieron a la cita. “Aunque algunos esperaban escenas al mejor estilo Woodstock, con músicos quemando sus libretas de enrolamiento, no ocurrió nada de eso, y el festival transcurrió con emoción y un mensaje implícito, apenas aclarado por Cantilo y Spinetta, quienes dijeron que era un evento por la paz (y no apoyando a la guerra). Duró 4 horas y por el escenario desfilaron el Dúo Fantasía, Ricardo Soulé con Edelmiro Molinari, CantiloDurietz (con el elocuente La gente del futuro), Dulces 16 (con Pappo), Rubén Rada, Oscar Moro con Beto Satragni, Litto Nebbia, Tantor, Spinetta, y un final con Charly, David, Porchetto, León, Nito y Tarragó... cerrando con Rasguña las piedras luego de haber coreado entre todos un elocuente Algo de paz.3 Más tarde, músicos y organizadores revelarían sus sensaciones sobre el acontecimiento. Así, Daniel Grinbank, productor y empresario de rock, planteó que “el de Malvinas, contrariamente a lo que se supone, fue un festival pacifista. Ningún músico habló de soberanía ni de imperialismo. Yo sabía que querían utilizarlo, y sabía lo que podía ganar y lo que podía perder. Pero acceder
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a la Cadena Nacional diciendo ‘Algo de paz´ en plena euforia belicista me pareció muy valioso”.4 Por su parte, León Gieco, un artista de permanente compromiso con las causas sociales y políticas, contó: “Lo del Festival de la Solidaridad fue un invento de los managers del rock para hacer algo con el tema. Todo el mundo estaba participando pero el rock no quería formar parte del circo que fue lo de la guerra. Hasta que en un momento se decidió que había que aportar, pero no desde el triunfalismo sino desde la paz. Al menos esa era mi posición. Me llamaron para cantar Sólo le pido a Dios, un tema que los colimbas cantaban en las Malvinas, y solamente por eso fui. Pero me sentí muy mal, es el único recuerdo que tengo. No me acuerdo de los detalles ni de los otros músicos ni de la gente que fue. Solamente me acuerdo de una sensación horrible y de los pibes de 18 años. Por lo demás, siempre me importó un carajo el tema del nacionalismo planteado en estos términos o la preocupación por dos islitas de mierda perdidas en el mar. Lo único en lo que pensaba mientras cantaba Sólo le pido a Dios era en los pibes que estaban pasando hambre y frío sin posibilidades de hacer nada. Cuando terminó la guerra y supe que la comida no les llegaba, que los torturaron por robar un poco de comida o que los chocolates que la gente donaba en Buenos Aires aparecían en kioscos de Rosario confirmé todo lo que sospeché en ese momento. Me di cuenta de que los militares argentinos no sirven para nada, ni siquiera para la guerra. Y que la única vez que consiguieron un triunfo, por así decirlo, fue cuando torturaron y mataron a los indefensos, a los que no tenían más armas que la palabra o las ideas: los desaparecidos”.5
No bombardeen Buenos Aires Sin duda, el factor Malvinas le dio un espaldarazo al rock local en materia de difusión mediática. No masividad, que como se ha visto ya tenía. Quizá, sí, avispó a los gerentes de las disqueras, que no estaban totalmente convencidos de esto. Pero, ¿qué huellas dejó en la música popular aquella guerra tan lejana? Porque, a fuerza de ser
sinceros, Buenos Aires vivió el conflicto al estilo yanqui previo al 11 de septiembre; algo que ocurría a miles de kilómetros, despertaba al mariscal de campo que cada uno llevaba escondido adentro, se discutían tácticas de operaciones del mismo modo en que se discute la formación del seleccionado de fútbol... Pero los cines, restoranes, discotecas, seguían llenándose, el ritmo febril de la ciudad no se aquietaba. En uno de sus antes tan frecuentes raptos de lucidez extrema, Charly García escribió algunas de las canciones que mejor reflejaban todo ésto. En una, No bombardeen Buenos Aires, dice: No bombardeen Buenos Aires, no nos podemos defender, los pibes de mi barrio se escondieron en los caños, espían al cielo, usan cascos, curten mambos escuchando a Clash, escuchando a Clash -¡Sandinista! Estoy temiendo a un rubio ahora, no sé a quién temeré después, terror y desconfianza por los juegos, por las transas, por las canas, por las panzas, por las ansias por las rancias cunas de poder, cunas de poder -¡Margarita! Si querés escucharé a la BBC, aunque quieras que lo hagamos de noche, y si querés darme un beso alguna vez es posible que me suba a tu coche ¡Pero no bombardeen Buenos Aires! (Ay, tengo miedo y estoy en casa y no quiero salir porque me van a tirar una bomba) No quiero el mundo de Cinzano no tengo que perder la fe quiero treparte pero no pasaba nada ni siquiera puedo comerme un bife y sentirme bien, sentirme bien, ¡tengo hambre, tengo miedo! Los ghurkas siguen avanzando los viejos siguen en TV, los jefes de los chicos toman whisky con los ricos mientras los obreros hacen masa en la plaza
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como aquella vez. Si querés escucharé a la BBC, aunque quieras que lo hagamos de noche, y si querés darme un beso alguna vez es posible que me suba a tu coche ¡Pero no bombardeen Barrio Norte!” El tema está incluido en su primer disco solista, que escribió de un tirón en plena guerra, otras de cuyas canciones también aluden al clima de época: Inconsciente colectivo, Canción del 2 por 3, Yendo de la cama al living. Como señala la investigadora Cecilia Flachsland en Una banda de sonido para Malvinas: “la mirada que García tiene sobre la guerra de Malvinas está en sintonía con la que Néstor Perlongher desarrolló a la par del conflicto en el artículo ‘Todo el poder a Lady Di’. En medio de tanta insensatez, la salida más elegante es el humor: si Borges recomendó ceder las Islas a Bolivia y dotarla así de una salida al mar, podría también proclamarse: “Todo el poder a Lady Di” o “El
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Vaticano a las Malvinas” para que la ridiculez del poder que un coro de suicidas legitima, quede al descubierto. Como propuso alguien con sensatez, antes que defender la ocupación de las Malvinas habría que postular la desocupación de la Argentina por parte del autodenominado Ejército Argentino”.6 Con el correr de los años, más allá de algunos temas aislados de los rockeros pop más conocidos -Gieco, Lerner, Porchetto-, Malvinas desapareció de la escena musical del género. De la misma manera, tal vez, en que la sociedad sepultó en el olvido a los combatientes que sobrevivieron al conflicto. Porque fue una guerra malparida, pero a esos soldaditos los mandaron a pelearla. Y lo hicieron en las peores condiciones, con los peores jefes. Volvieron, y los trataron como parias. Como los pobres, los excluidos, los ex combatientes también son perdedores. Y los perdedores rara vez tienen quién les cante.
Notas 1 Fernández Bitar, Marcelo: Historia del rock en la Argentina. Editorial Distal, Buenos Aires, 1987. 2 Fernández Bitar, M: Op. cit. 3 Fernández Bitar, M: Op. cit.
4 Sánchez, Fernando y Daniel Riera: Virus una generación. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1994. 5 Finkelstein, Oscar: León Gieco Crónica de un sueño . AC Editora, Buenos Aires, 1994.
6 Flachsland, Cecilia: “Una banda de sonido para Malvinas”. En Revista Persona, N°12, 1982.
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Veinticinco años después. La guerra de Malvinas en la política, la sociedad y la cultura Esta segunda parte de la publicación tiene como objetivo editorial producir lecturas sobre los efectos y procesos que, desde una mirada contemporánea, ha tenido la Guerra de Malvinas en los diversos planos de la vida social argentina. Partimos, entonces, con los artículos de Carlos Floria y Ernesto López. En el primer caso, para reseñar los singulares contrastes que acompañaron la transición democrática y, en el segundo, para auscultar el devenir de las relaciones cívico-militares, en ese marco. Más focalizado, Alejandro Corbacho, refiere las mutaciones de las políticas de defensa nacional en contexto del nuevo sistema institucional, en tanto, el especialista Thomas Scheetz, hace una evaluación del área en los últimos veinticinco años, desde una perspectiva económica. Estos artículos se continúan con un conjunto de entrevistas -modalidad editorial que inauguramos en este número- a destacados diplomáticos y expertos en relaciones internacionales, que intentan presentar un balance de lo hecho por nuestro país en materia del diferendo bilateral, desde la salida democrática de 1983, como asimismo, acercarnos las claves de una resolución a futuro. Integran este grupo: el canciller argentino Jorge Taina, el académico Alejandro Simonoff, el diplomático Pablo Tettamanti, el experto y asesor Angel Tello y el embajador
Carlos Ortiz de Rozas, protagonista y testigo privilegiado además, de etapas significativas del diferendo. Por último, los ecos de la guerra se indagan en sus registros en la cultura. Horacio González y Rosana Guber, interrogan, desde diferentes perspectivas, las tensiones silenciosas que construyen los significados y memorias de Malvinas, con la intención de promover nuevos sentidos. Silvia Bleichmar, en cambio, revisa la aún pendiente elaboración social de la figura de los ex combatientes. Desde la historia del teatro, Liliana López, rastrea la temática del conflicto austral en la dramaturgia nacional producida desde la posguerra hasta la actualidad. El director cinematográfico “Bebe” Kamín, efectúa ese mismo recorrido en la producción audiovisual argentina y, cerrando la sección, Federico Urioste, comenta sus impresiones como exiliado en Gran Bretaña en 1982 y las peripecias de su película Hundan al Belgrano, desde una perspectiva crítica de los hechos y las interpretaciones históricas plasmadas en el cine documental y de ficción. Este apartado ha contado con la valiosa colaboración del Director de la Maestría en Defensa Nacional, Dr. Tomás Varnagy, a quien agradecemos su generosa orientación sobre especialistas en las temáticas tratadas.
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Carlos Floria Malvinas y la turbulenta transición
Carlos Floria Doctor en Derecho, Historiador y Analista Político. Profesor Titular, Universidad de Buenos Aires y Universidad de San Andrés
I Para uno de los mejores historiadores militares contemporáneos -John Keegan- el único conflicto militar convencional de los últimos años del siglo pasado que expone un cuadro completo de la influencia de la inteligencia en operaciones en toda su complejidad fue la guerra de las Malvinas (the Falkland War) de 1982 entre Gran Bretaña y la Argentina.1 Para muchos argentinos, fue una amarga mezcla de emociones nacionalistas, admiración hacia comportamientos heroicos, comprobación de ambigüedades humanas y padecimiento de las consecuencias de la militarización y la violencia en una cultura política en plano inclinado desde hacía décadas. Como nos enseñara Raymond Aron en ejercicios de lucidez propios de un clásico contemporáneo, hay cuestiones en las que la naturaleza del objeto es endemoniada. Se refería al colaboracionismo y a la guerra de Argelia en la experiencia francesa. Los argentinos lo comprobaríamos en la guerra interna y en la guerra internacional, habitados por muchos más de “dos demonios” aludidos en una probablemente frívola e impresionista “teoría”, cuyos rastros, una lectura de la historia sin apetencias de historias oficiales va esfumando en beneficio de una mejor explicación política y ética.
II Mi propósito es procurar una explicación sucinta de la forma en que una cuestión yacente en la
historia profunda de la Argentina pero ausente entre las motivaciones manifiestas del golpe de Estado de 1976, se transformaría en un factor conmocionante dentro de una sociedad bloqueada, cuya explotación política comenzó en un delirio de poder y culminó en la crisis del régimen militar y sus secuelas. Estas secuelas incluyen factores que harían de la transición a la democracia un cambio turbulento y en buena medida equívoco, en cuanto no hubo una estrategia de cambio deliberada y gobernada para compensar y encuadrar un poder militar en crisis por la humillación de la derrota y la incompetencia política internacional. Tampoco hubo disposición suficiente para el debate público sobre qué significaba “el retorno a la democracia” en una sociedad que debía interrogarse qué tramo de su historia contemporánea contuvo una experiencia de democracia pluralista suficientemente arraigada como para constituirse en la base de partida de una cultura política congruente. Cuando la democracia pluralista es un fenómeno cultural, no un hecho de la naturaleza.
III Desde una perspectiva cada vez más amplia y comprensiva de nuestra historia contemporánea, el derrotero del poder militar descendió al militarismo, el de la militancia a la militarización -como ha descrito con autoridad Pilar Calveiro en Política y/o Violencia- y la fragua de la sociedad civil hacia una sociedad incivil. Por polémicas que sean estas comprobaciones, testimo-
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nios ahora frecuentes como se recogen en los debates que contiene la publicación periódica Lucha Armada y memorias breves o extensas de actores e intelectuales de los años 60 y 70, las convierten cuando menos en interpretaciones plausibles o debatibles. Desde otra ladera de la revisión histórica e institucional, un ensayo como el de Jon Elster sobre la justicia transicional en perspectiva,2 demuestra que las lecciones de la transición en la España posfranquista fueron más bien excepcionales en una lectura comparativa con las que sucedieron a los totalitarismos nazi, stalinista y otros del perverso siglo XX. Y que el juzgamiento de las Juntas militares decidido en su momento por el presidente Alfonsín fue un testimonio también excepcional, por cuestionado que sea en sus alcances por los “cátaros”de la política, los miembros del “partido de los puros”, en expresión de Jean Guitton, negadores del hecho tan humano de la mezcla de trigo y cizaña que compone nuestra naturaleza y que en los evangelios cristianos -y no sólo en ellos- expone al hombre como un ser puro/impuro, y lo que se desprende de ello. El propio ex presidente parece a menudo desconcertado frente a mucha frivolidad crítica, con cierta dosis de cinismo en casos varios, sobre la ladera de tránsito más difícil en su gestión, empedrada al cabo por un pésimo pavimento económico.
IV Una explicación política razonable supone, pues, una secuencia de “lecturas” que necesitan de la comprensión de la historia -en una revisión suficiente-, de la sociedad, de las instituciones y de los valores. En breve, una lectura no “revisionista” de la historia (el “revisionismo” fue una suerte de ideología de la revisión de los nacionalistas) no contiene a la cuestión Malvinas entre los objetivos explícitos y los antecedentes invocados como relevantes por los golpistas del 76. En un editorial publicado en la revista Criterio en marzo de 1976, en el que se expresaba fundada oposición al golpe anunciado con anterioridad a su ocurrencia, no consta argumentación contra una causa no invocada. Dicho editorial coincidió con la posición asumida por el diario Buenos Aires Herald, y ambas publicaciones fueron testimonios críticos solitarios, cuando la mayoría se inclinaba por describir la crisis, o cambiaron de posición en horas, invocando la legitimidad (¿?)
del golpe militar. Cito ambos testimonios el primero de los cuales me contaba entre los miembros del consejo de redacción de la revista, y el segundo lo constatamos y lo retomé a propósito del libro reciente de Andrew Graham-Yooll , a los 25 años de la guerra austral.3 El diálogo con Borges no tiene desperdicio. Ni el libro en su integridad. Una revisión no “revisionista” de la escena y la obra en el trágico año 82, pues, conduce a recordar que la cuestión Malvinas forma parte de un elenco de issues -en término anglosajón más o menos equivalente- y no sólo de problemas. Problemas hay muchos, en la vida personal y en la vida colectiva. Cuestiones hay pocas, pero del acierto en su selección y tratamiento suelen depender los rumbos de vida, individual o comunitaria. En esa clave, era entonces y hasta ahora -y en un futuro previsible- impensable que un dirigente nacional, un presidente, pudiese eludir un pronunciamiento más o menos espectacular, dejando constancia de su adhesión a “una gran causa: la recuperación de nuestras Malvinas, Georgia del Sur e Islas Sándwich del Sur”-la frase pertenece en este caso al presidente Carlos Menem en su mensaje inaugural de 1989... La política exterior de un país no se elabora ni expresa en un vacío. El examen en cada tiempo debe tener en cuenta el estilo de los líderes, sus percepciones de las fortalezas, debilidades e intereses de su país en el mundo, sin ignorar que hay tendencias y constantes que gravitan y afectan el contexto de las decisiones. Y todo esto va dicho no sólo para la Argentina. De donde conviene tener presente qué lugar ocupa en la agenda británica la cuestión Malvinas, qué sitio ocupaba en el tiempo de la decisión argentina del 82, y qué margen tiene un líder británico frente a un conflicto que comprometa la suerte de las Falkland. Desde ya sucede que el margen disponible para la negociación, el desafío o la respuesta es, en esta cuestión, acotado también para el líder británico que sea. En este punto ingresa la personalidad del hombre (o la mujer) de Estado. Nadie es tan conciente como el historiador o el analista político de la infinita diversidad de las personalidades humanas. Siempre habrá elementos inexplicables e imprevisibles que hacen inseguras las predicciones, máxime si deben considerarse rasgos personales, constantes nacionales, factores internacionales y la interacción entre todos.4 La sutileza mental suele ser más adecuada que una mentalidad geométrica o la
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rigidez ideológica para los esfuerzos de conocimiento que los casos demandan. ¿Es el líder un doctrinario o un oportunista? El primero es un Lenin, un Hitler. El segundo tiene como ideal la sucesión continuada de éxitos, cualesquiera sean éstos. ¿Es un luchador o un conciliador? Hay temperamentos marcianos y temperamentos venusianos... ¿Es un idealista o un cínico, en fin, rígido o imaginativo, jugador o prudente, culto o inculto?
V Combínense aquellos factores con las tendencias y constantes de la política exterior argentina, así como las que caracterizarían -según debates académicos y políticos persistentes- las políticas exteriores de los otros. Gustavo Ferrari, Carlos Escudé, José María Ruda, Roberto Russell, Francisco Corigliano, Carlos Pérez Llana, Lucio García del Solar, han examinado tendencias y constantes con aplicaciones relativamente variadas pero en general concurrentes respecto de la política exterior argentina: tendencia hacia el aislacionismo, tendencia hacia el desempeño de un rol de liderazgo en América Latina, tendencia a un “latinoamericanismo moderado”, “antiyanquismo”, ”europeismo”, “principismo”. El inventario no significa aplauso intelectual a todas esas tendencias. El debate está abierto, porque el lector puede ser ganado por la perplejidad tan pronto aplica aquellas comprobaciones a comportamientos pasados y presentes de la Argentina en su política exterior, y un cierto tufillo a inconsistencia invade el análisis, y uno puede preguntarse si tal comprobación no se extiende a una manera de ser -si se cree en la existencia de “caracteres nacionales”-, hacia fuera, pero tambien hacia adentro.
VI Hay, tal vez, “códigos operacionales” que sugieren una política, o una constante en políticas sucesivas. Para todo observador de la política mundial la suerte del Estado-nación es una cuestión crítica, aún en medio de la influencia de la globalización. Los Estados nacionales persisten como unidades fundamentales pese a que expresan el dilema entre una forma de organización social de pertenencia e identidad, pero con frecuencia un factor de no-integración internacional. El mundo es amenazado por el estado de naturaleza hobbesiano mientras no encuentre una autoridad internacional legítima y no sólo
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un poder hegemónico sin autoridad como factor de certidumbre. Conviene tener presente al estado de opinión y sentimientos de la sociedad argentina en el triunfalismo suscitado -como la experiencia universal indica- por una decisión de guerra, que aliena la opinión pública y la opinión popular y, al cabo, las lecciones de la derrota, para comprender mejor uno de los obstáculos mayores que debió enfrentar la frágil y turbulenta transición hacia una democracia nueva, como los que prevalecieron en las vísperas de la crisis del régimen del Proceso.
VII En el principio de los años 90, la Johns Hopkins University’s Paul H. Nize School of Advanced International Studies (SAIS) convocó a una reunión entre académicos británicos y argentinos para exponer y conversar sobre la disputa de Falkland/Malvinas, en la sede de SAIS en Washington DC, reunión coordinada por el diplomático norteamericano Wayne S. Smith.5 ¿Cuáles eran las percepciones y respuestas registradas por dos muestras muy representativas acerca de la cuestión Malvinas, prevalecientes en la sociedad argentina hacia 1988 -cerca del final del mandato del presidente Raúl Alfonsín- según una relevante encuesta conducida por Edgardo Catterberg, y una consulta análoga dirigida por Manuel Mora y Araujo y Felipe Noguera en la Argentina junto a investigadores de Gallup en Gran Bretaña?. Ése fue el punto de partida de mi exposición y me parece útil resumirlo en este lugar para concluir luego con algunas lecciones de la guerra que conviene tener presentes para procurar una explicación política de la transición todavía, tal vez, pendiente. La consulta de Edgardo Catterberg -sólo cito unos pocos indicadores- dio por resultado que la reacción de la opinión pública en centros urbanos de la Argentina consideraba “parcialmente incorrecta” la decisión en un 18 por ciento y totalmente incorrecta el 56 por ciento. Sólo el 9 por ciento estaba por la “total corrección” de la invasión juzgando la decisión y su conduc-
ción. Las razones que invocaron quienes manifestaron su desacuerdo fueron desde la opinión de que “la guerra nada resuelve” hasta los errores tácticos, con mayoría relativa de opiniones que se inclinaron al argumento de la “inferioridad de las fuerza argentinas (37 por ciento). Sólo un 6 por ciento se inclinó por la opinión de que la invasión respondió a la intención del gobierno militar de distraer la atención respecto de “sus problemas internos”. Las razones de las minorías que aceptaron la mayor o relativa corrección de la decisión militar invocaron sobre todo la “defensa de la soberanía” (67 por ciento). Cuando se preguntó sobre el “mejor camino” para resolver el problema de Malvinas, el 80 por ciento afirmó que debía negociarse con los británicos y que la mejor ayuda para hacerlo era la “presión de los Estados latinoamericanos” (34 por ciento), de los Estados Unidos (28 por ciento) y de las Naciones Unidas (17 por ciento). En julio de 1990, el 62 por ciento consultado por los mismos encuestadores se manifestó de acuerdo con la política del presidente Menem hacia Gran Bretaña y el 57 por ciento con el manejo de la cuestión Malvinas. La experiencia indicaba, pues, que la Argentina “interior” en términos de Eduardo Mallea,6 la Argentina “secreta” en los nuestros de entonces, guarda distancia entre el sentimiento popular y la acción de los líderes nacionales. En el pasado la política exterior no capturó la imaginación del público -como sigue sucediendo- lo que permitió y permite sustraer del debate público temas y cuestiones que explicaban y explican por qué la manipulación de las decisiones internacionales es parte del comportamiento desaprensivo de la mayoría de los dirigentes.7 En marzo de 1990, Mora y Araujo y Felipe Noguera, integrantes entonces de la consultora Socmerc de Argentina junto a Gallup en Gran Bretaña, realizaron una consulta simultánea en ambos países examinando la reacción popular hacia el establecimiento de relaciones entre Argentina y Gran Bretaña y otros acuerdos eventuales. Los resultados son muy interesantes. En resumen impresionista, diremos que consultados conservadores y laboristas en Gran Bretaña,
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peronistas y radicales en la Argentina hasta pequeños partidos de izquierda, no hubo diferencias relevantes o significativas entre ambos públicos. La cuestión de la soberanía, es cierto, afectó más a los argentinos que a los británicos. En ambos países la mayoría de los consultados sostenían las políticas de sus gobiernos, pero sólo el 33 por ciento de los británicos se manifestaron partidarios de la soberanía permanente de Gran Bretaña sobre las Fackland, mientras un 66 por ciento de los argentinos consultados se manifestaron a favor de la soberanía nacional sobre las Malvinas.
VII Fue dicho: la victoria tiene muchos padres; la derrota es huérfana. Sólo que, entre nosotros, al menos para la sociedad civil, la derrota tuvo padres naturales y la victoria de Gran Bretaña, madre y padrino. La cuestión Malvinas ingresó al período confuso de la transición a la democracia con todas las neblinas de las posguerras, proclives a los reproches cruzados en el campo del vencido. Triunfalistas de ayer solían ser quienes hablaban con mayor soltura acerca de lo que habían “previsto”,
de las advertencias que habían callado con extraña sabiduría. Quienes tenían mayor derecho a hablar eran, en cambio, discretos en la crítica y prudentes en los reproches. En tales situaciones -el examen comparativo lo demuestra- estos manifestaban espíritus delicados, porque la delicadeza en momentos críticos es la fineza llevada al dominio del sentimiento y, ante todo, el respeto por el sentimiento de los otros. Son tiempos de tacto, de ese sentimiento innato de lo que conviene decir o callar, para no caer en la soberbia o la pedantería. Lo que ingresó a la turbulenta transición hacia una democracia difícil fue la comprobación de que la guerra es cosa demasiado seria para dejarla sólo en manos de los militares. Pero los argentinos en general hemos debatido poco no, nada, sobre lo que suele llamarse el sentimiento o la conciencia nacional, sobre la situación nacional, sobre el interés nacional y, al cabo, la relación entre el Estado-nación y el mundo, pues no estamos desde hace tiempo en cambios en el mundo, sino en cambios de mundo. La guerra de Malvinas fue, pues, uno de los legados más críticos para encarar una transición por otro lado poco elaborada, pese al ejemplo español y, con el tiempo, el chileno y el irlandés, si se
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mira en clave comparada. Como sostenían los británicos, “no ventilemos los errores, si los ha habido y los hay, pero guardemos los papeles para discutir cuando lo peor de la crisis haya pasado...”.8
VIII Breve y cara lección. La turbulenta transición y sus secuelas padecieron las consecuencias de un poder militar vencido en su papel profesional y en el plano del poder moral, de un régimen presuntuoso y a la postre fracasado. El arte político fue gravemente dañado, la cultura política desdeñada y el objetivo de un sistema democrático pluralista legítimo, postergado. La experiencia dirá si podremos construir una legitimidad democrática pluralista, ausente de nuestras tradiciones contemporáneas en su plenitud. Una precondición, por decirlo así, para encarar con autoridad la cuestión Malvinas, entre otras cuestiones abiertas y pendientes. Como escribe el poeta, “el hombre cuando camina debe saber si pisa una semilla, o un despojo...” No sólo el hombre, sino la comunidad.
Notas 1 Keegan, John: Inelligence in War. The value -and limitations- of what the military can learn about the enemy. Vintage Books, New York, 2002. 2 Elster, Jon: Rendición de cuentas. La justicia transicional en perspectiva histórica. Katz, Buenos Aires, 2006. 3 Graham-Yooll, Andrew: Buenos Aires. Otoño 1982. Ed. Marea, Buenos Aires, 2007. El editorial de Criterio se titula “¿Qué pensar?” 4 Cfr. Reouvin, Pierre y Jean-Baptiste Duroselle: Introducción a la Política Internacional. Ed. Rialp, Madrid, 1968. 5 Smith, Wayne S. (ed.): “Toward Resolution? The
Falkland/Malvinas Dispute”. Lynne Rienner Pub, Colorado, USA, 1991. Cfr. Floria, Carlos: “The Argentine Perspective”. 6 Mallea, Eduardo: Historia de una pasión argentina. Buenos Aires. 7 Léase con provecho la inteligente nota de Llach, Juan José: “El mundo que nos espera”.. En Diario La Nación, 14 de junio de 2007. La reflexión crítica hecha con libertad intelectual nos advertirá que hasta el presente no mucho o nada ha cambiado en cuanto a la calidad de los procesos de decisión en la materia. 8 Keegan, John: Op.cit. Examina con natural autoridad
y excelente información no sólo los errores de inteligencia de información de los argentinos, sino pocas pero graves defecciones de inteligencia en la task force brtánica (ver esp. pp. 295-334). Incluye (p. 300) la dramática consulta de la Primer Ministro Margaret Thatcher -cuyo deseo de recapturar las islas fue siempre indudable al First Sea Lord, Admiral Sir Henry Leach sobre la marcha del conflicto en vista de estropicios producidos por la capacidad y audacia de argentinos, especialmente en acciones aéreas. Thatcher leyó la señal de su almirante: “The task force is to be made ready and sailed...” con alivio...
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Ernesto López Malvinas y las relaciones civiles-militares en Argentina Ernesto López Sociólogo. Embajador de la República Argentina en Haití (Desde 2005). Jefe de Gabinete del Ministro de Defensa (2003-2005). Profesor Titular Regular y Director del Programa de Investigación Fuerzas Armadas, Seguridad y Sociedad (PIFAS), Universidad Nacional de Quilmes
1. Un giro de 180 grados Hacia finales del período de gobierno del entonces todavía general Jorge Rafael Videla, comenzó una tímida apertura política. En busca de una siempre evasiva legitimidad -me refiero a esa reiteración relativamente poco registrada en trabajos académicos y de otro tipo: todos los golpes militares habidos en Argentina desde 1930 en adelante fracasaron a la hora de intentar construir dicha legitimidad y generar descendencia- hicieron una discreta convocatoria. Quizá influidos por la simultáneamente audaz y prudente iniciativa desarrollada por el Gral. Ernesto Geisel en Brasil,1 los militares argentinos procuraron una vez más escapar a la sabia máxima establecida por Talleyrand: “las bayonetas sirven para muchas cosas menos para sentarse sobre ellas”. En efecto, en diciembre de 1979 Videla dio a conocer un documento titulado “Bases Políticas”, a partir del cual convocó a un grupo de dirigentes a dialogar con él. Puso sus límites: ninguno de ellos estaba invitado en virtud de los cargos de conducción que hubiera desempeñado en el pasado, sino a título estrictamente personal. Los “corruptos y los subversivos” -según el lenguaje oficial de la época- quedaron expresamente excluidos. Los encuentros debían centrarse en la “consideración de las cuestiones estructurales, ya que su importancia y trascendencia requieren un debate sólido”, indicaba la convocatoria de Videla.2 Y las conversaciones debían orientarse a buscar coincidencias con el modelo de país en marcha,
haciendo una contribución a “la indispensable convergencia que materialice la unión de todos los argentinos”. Recién entonces, homogeneizados los espíritus, sería “posible la reimplantación de las actividades políticas”, imaginaba el hoy ex general.3 La propuesta tuvo eco entre los dirigentes de los partidos históricos. El 6 de mayo de 1980, Ricardo Balbín, jefe de la Unión Cívica Radical (UCR) hasta el golpe 1976,4 concurrió a entrevistarse con el Gral. Albano Harguindeguy, por entonces, ministro del Interior. Y el 19 de agosto -aunque desautorizados por Felipe Deolindo Bittel, que, como Vicepresidente Primero del Partido Justicialista (PJ) al momento del golpe, había quedado a su cabeza debido a la detención de Isabel Perón- lo hicieron los dirigentes Raúl Matera, Delia Parodi, Rodolfo Tecera del Franco, Alberto Iturbe y Raúl Osella Muñoz. En este primer período de módica apertura, toda la iniciativa se hallaba en las manos de los militares. Los dirigentes políticos civiles tuvieron un rol subordinado, a la espera de una apertura mayor. El 28 de marzo de 1981 asumió la presidencia el todavía entonces Gral. Eduardo Viola, de acuerdo a las pautas de rotación establecidas por los propios uniformados. Con él llegó un nuevo impulso. El 16 de junio, la Conferencia Episcopal hizo un llamamiento a la “reconciliación nacional”. Y al día siguiente, la UCR lanzó una convocatoria a partidos, sectores sociales, militares e intelectuales para elaborar en conjunto una estrategia que permitiese rescatar la vida republicana. Se dio así el primer paso para la formación de lo
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que poco después se llamó la Multipartidaria, que con sus pros y sus contras terminaría jugando un papel destacado en la transición. El 1° de julio la Junta Militar entregó al presidente Viola las pautas para continuar el diálogo político, pero esta vez admitiendo que debía realizarse con las autoridades partidarias remanentes de la etapa anterior. Y al día siguiente se realizó una reunión de la UCR, el PJ, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), el Partido Intransigente (PI) y la Democracia Cristiana (DC), preparatoria de la ya mencionada Multipartidaria, cuya primera reunión oficial se realizó el 28 de julio. Como resultado de este primer encuentro se dio a conocer una “Convocatoria al país” en la que se llamaba a superar las antinomias del pasado, elaborar un proyecto nacional, preparar un plan político para el retorno a la democracia (con cronograma incluido), restablecer el Estado de derecho y elaborar un programa económico de emergencia. Aunque el trágico drama de los desaparecidos era ya por aquel entonces imposible de soslayar, evitó pronunciarse sobre las propuestas que el PI y un sector de la DC presentaron al respecto. Dada la serie encadenada de sucesos que se acaba de evocar no resulta difícil inferir que la acción del gobierno militar, la de los partidos mencionados y la de la Iglesia se hallaba concertada. Merece destacarse que el protagonismo de los sectores políticos, en comparación con el tibio inicio de los tiempos de Videla, había crecido. Y que una leve autonomía pareció despuntar entre los políticos de la Multipartidaria, amparada quizá por las desinteligencias y tensiones que comenzaba a mostrar el frente militar. Pero también cabe decir que se delineó ya con nitidez la dilemática situación típica de ésta y de otras transiciones argentinas: la participación subordinada a los militares de algunos actores políticos podía resultar funcional a una apertura. Pero resultaba también condescendiente y legitimante de lo actuado por los uniformados. Sólo que esta vez aquella forma de participación se desarrollaba, como nunca antes había sucedido, a la ominosa sombra del terrorismo de Estado y de sus escalofriantes y terribles consecuencias, que por
entonces eran ya suficientemente conocidas. Quedó configurada así una opción ética de fondo: ¿debía pactarse con los militares una transición que condujese con el tiempo a una recuperación de la vida republicana, a pesar de que el terrorismo de Estado se había ensañado con la sociedad argentina, o había que evitarlo? Regularmente toda práctica política -lo sepa o no, lo explicite o no- se liga a un encuadre moral que le fija modalidades y limitaciones. Sin ninguna pretensión de profundidad puede decirse que, por ejemplo, las cuatro familias políticas que han ocupado el gobierno nacional desde 1983 en adelante (radicalismo, menemismo, alianza y kirchnerismo) tuvieron, cada cual, su contexto e incluso su élan ético. En situaciones límite como lo fue la que se está examinando, los principios éticos y/o los juicios de valor a los que se da prioridad adquieren una importancia extraordinaria y resultan decisivos.5 Debo en lo que sigue abandonar la interesantísima problemática que he bosquejado apenas más arriba para ceñirme al propósito de este trabajo: el impacto de Malvinas sobre las relaciones civiles-militares en Argentina. Antes, sin embargo, es necesario agregar algunos trazos al esbozo que acabo de realizar de lo ocurrido durante 1981 y 1982 (hasta la invasión de las Islas).6 El diálogo entre la Multipartidaria y Viola continuó hasta su elegante deposición. Golpe dentro del golpe, fue sacado del poder por sus propios camaradas en el transcurso del mes de noviembre de 1981. Su reemplazante, el Gral. Leopoldo Fortunato Galtieri le puso distancia y frialdad a la distensión y al diálogo. Seguramente barruntaba ya su insensato propósito de invadir las Islas. Con cautela, la Multipartidaria continuó actuando y mostró cierta mesurada voluntad por defender la apertura iniciada por Viola. Se dibujaron en su interior dos tendencias, una moderada y otra proclive a convertirla en “multisectorial”, es decir, a impulsar su ampliación para dar lugar también a organizaciones sindicales y sociales. Este sector proponía, asimismo, acentuar la crítica al gobierno militar y a alentar la movilización social y política. Con este debate en su seno, la Mul-
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tipartidaria convocó a una marcha en Paraná, el 19 de marzo de 1982, paso inicial de un plan de movilizaciones a escala nacional. Hubo también otras prácticas políticas y otras formas de articular ética y política. De un lado, la enfebrecida -y políticamente tan irresponsable como ruinosa- “contraofensiva” de los Montoneros. De otro, las establecidas por diversas organizaciones sindicales y de base, que culminaron en el exitoso acto convocado por la CGT el 30 de marzo de 1982, al que adhirió un amplio espectro de organizaciones aunque no la Multipartidaria. Todo esto sucedía en las vísperas de la invasión que permitió la temporal recuperación de las Islas Malvinas. Lo que importa destacar a los efectos del presente trabajo es que la transición argentina, como muchas otras de la región -entre las que podemos anotar las de Brasil, Chile y Uruguay- se inició como una transición pactada, como se acaba de ver, que se transformó, luego de la derrota en Malvinas, en una transición por colapso.7 El grupo de generales que apoyó a Galtieri y depuso a Viola desconfiaba del camino emprendido por éste. Imaginó, en cambio, una desatinada maniobra legitimadora: la recuperación de las Islas Malvinas. Con una marcada torpeza en materia de apreciación estratégica, terminó embarcando a la Argentina en una guerra contra Gran Bretaña, cuyo final es por todos conocido. La derrota precipitó el colapso de la dictadura militar y se convirtió así en el episodio que invirtió el signo del proceso político iniciado -como se ha indicado- a finales del mandato de Videla. Conviene mencionar que la transición argentina terminó siendo peculiar. No hubo finalmente pacto pero tampoco una entera derrota política de los militares y una plena ocupación de los espacios y recursos de poder por parte de los civiles, que los ubicara en una sólida posición de predominio y control con respecto a los militares. Como consecuencia de ésto, los uniformados, aún en medio de una debilidad política muy marcada, condujeron el proceso de reinstitucionalización democrática hasta el final. Hubo finalmente, entonces, una transición por colapso, pero con las par-
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ticularidades que se acaba de sumariar.8 No es del caso desarrollar aquí la historia política de este complejo período. Basta con señalar que, como ha conceptualizado con razón Guillermo O´Donnell, de las alternativas de transición la de colapso es la que “con mayor probabilidad conduce a un tipo más completo, menos restringido, de la democracia”.9 A su modo de ver, la ausencia de pactos abría la posibilidad de avanzar más rápido y con menores restricciones hacia la democracia política. Pero, también, en ausencia de acuerdos que amarraran compromisos, las transiciones por colapso se presentaban como las más afectables en términos de estabilización y las que corrían más riesgos de reversión. Malvinas implicó, entonces, un giro de 180 grados en la naturaleza de la transición, que tuvo diversos impactos sobre el decurso de las relaciones civiles-militares, sobre el proceso de recuperación y reconstrucción de la democracia y sobre las propias instituciones militares.
2. Clivajes entre las Fuerzas Armadas y la sociedad Las derrotas militares siempre pagan mal. El fracaso en la guerra de Malvinas no fue una excepción. Rápidamente se puso en evidencia que tanto los niveles más altos de la conducción política y de la conducción estratégico-militar habían rayado en la irresponsabilidad. Por abajo, en quioscos y almacenes, vino también a descubrirse que se había lucrado con las donaciones que la población había efectuado con miras a favorecer a los chicos-soldados y no a sus superiores corruptos. Tampoco tardó mucho en conocerse que una disciplina mal entendida, abusivamente ejecutada -que más tarde convertiría en víctima al soldado Carrasco- se había practicado, en ocasiones, de una manera más que desaprensiva. También se supo de la valentía, la generosidad y la responsabilidad con la que muchos oficiales y suboficiales se habían comportado. Pero en estos casos, los balances se realizan mirando a la cabeza. Y lo que se observaba a ese nivel era consistente con lo que se veía en diversos planos de los niveles inferiores. Para decirlo claramente,
la irresponsabilidad del comando (político, estratégico), su mezquino propósito manipulador, su falta de competencia, sus improvisaciones de variado tipo eran congruentes con los casos de corrupción y abuso en los niveles medios y bajos de la jerarquía. De modo que los buenos comportamientos -que los hubo- no alcanzaban para contrapesar la tónica dominante. La valoración, finalmente, a nivel de opinión pública, fue altamente negativa. Vino a agregarse como una cuenta más a los sufrimientos tenidos durante la dictadura del Proceso. Cuenta, a su vez, de una rosario mayor: el de la larga serie de desencuentros entre civiles y militares que no le ahorraron a la ciudadanía y al pueblo padecimientos, represiones y violencias, resultante de un ciclo de recurrentes golpes militares (exitosos o infructuosos). Usualmente se marca el año 1930 como el origen del ciclo golpista. Tengo mis reparos al respecto ya que el mencionado año indicaría sólo el comienzo de los golpes exitosos: es bien conocido que en el país hubo importantes intentos de golpe militar en 1874, 1880 y 1890. Y que hubo intentos menores de golpes militares y otras formas de intervencionismo militar, durante el primer tercio del siglo XX. Por la homogeneidad política que presenta el período en que el peronismo fue la fuerza electoralmente predominante, es posible distinguir un ciclo corto (o subciclo) al interior de aquel ciclo más largo, cuyo inicio puede datarse en 1951, año en el que ocurre la frustrada intentona del Gral. Benjamín Menéndez de voltear a Perón. Curiosamente, el subciclo se abre con un Menéndez y se cierra con otro:10 el jefe de las fuerzas militares argentinas en Malvinas fue también un Menéndez. Ambos eran parientes entre sí. A aquella primera y fallida intentona, le siguió la de junio de 1955 con el bombardeo de la Plaza de Mayo y alrededores; el golpe exitoso de septiembre del mismo año, con los condenables fusilamientos de 1956 luego del intento de contra-golpe del Gral. Valle; el derrocamiento de Arturo Frondizi en 1962; el de Arturo Illia, en 1966 y el de Isabel Perón, en 1976, iniciador del terrorismo de Estado.
La imagen de la gota que rebalsa el vaso, con Malvinas, acude como posible para graficar la situación. Pero es, me parece, demasiado piadosa -salvo que se trate del “agua de la espada”, como llamaban los antiguos islandeses a la sangre, según nos cuenta Borges con maestría, en las Kennigar- e imprecisa. La ruptura entre Fuerzas Armadas y sociedad no quedó contenida hasta un momento en que sobrevino el desborde; parece más bien haberse ido produciendo por quiebres sucesivos, progresivamente, hasta alcanzar el punto culminante en el que se instaló el terrorismo de Estado, cuyo broche final fue la guerra de Malvinas. A poco de instalado el gobierno de Alfonsín, hizo su aparición en los medios una expresión que se difundió rápidamente: revalorización de la democracia. Indicaba, entre otras cosas, la dirección en la que la mayoría de la sociedad había saldado la dura experiencia del Proceso y, tal vez, el subciclo intervensionista al que se ha aludido más arriba. Esa expresión me parece reveladora del quiebre que se viene examinando. De un lado quedaron los militares y del otro una mayoritaria civilidad, dispuesta a recobrar el orden democrático, sus valores, sus leyes y sus prácticas. Puede decirse entonces que así como Malvinas produjo el colapso de la dictadura, precipitó también una fractura. Después vino la democracia y un sólido consenso alrededor de ella, que fue vital a la hora de protegerla tanto como de definir qué lugar y qué papel debían tener los militares en los nuevos tiempos.
3. La redefinición doctrinaria y sus consecuencias La derrota motivó un extendido y hondo reclamo a favor de revisar qué era lo que había pasado, qué había conducido a un resultado negativo. Como consecuencia de ello, Malvinas colocó a la guerra convencional en el centro de una vitrina. Aunque los más altos jefes militares procuraban evitar el debate interno y preferían soluciones cosméticas, no pudieron impedir que aquella recuperara el sitial que había perdido durante la vigencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional
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(DSN). Pero también, una vez arribada la democracia, el debate sobre las cuestiones de la defensa y de la seguridad, impulsado originariamente por especialistas, involucró también a dirigentes políticos y a legisladores. Se fue instalando así una amplia discusión en torno de la conveniencia de revisar la DSN y regresar a la Doctrina de la Defensa Nacional: Malvinas había mostrado cómo la vigencia de una doctrina volcada hacia la vigilancia interna y el cuidado de la seguridad interior -la DSN- había favorecido el desarrollo de capacidades represivas pero había desestimulado las vinculadas a las formas convencionales de la guerra. La DSN, como se sabe, con su propósito general de defensa del “Mundo Libre”, su simplista interpretación de la bipolaridad que caracterizó al período que va de la inmediata posguerra a la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, y su obtusa lectura de la lucha ideológica y de la defensa de las “fronteras interiores” condujo a una fusión de las misiones de seguridad interior y defensa, que proyectó el quehacer militar hacia la vigilancia (y el castigo) de sus connacionales y encuadró conceptualmente -en el caso argentino- la travesía represiva de los hombres de armas hacia el abominable summum del terrorismo de Estado.11 La sencilla pregunta que colocó el retorno de la democracia: ¿qué hacer con los militares? originó y dio impulso a un debate -que en rigor fue más bien una dura controversia- tanto en medios civiles como castrenses, sobre la DSN. Parte del mismo fue una larga discusión -como se acaba de mencionar- sobre la conveniencia de regresar a la Doctrina de la Defensa Nacional y de separar las funciones de defensa y las de seguridad interior. Por otra parte, es posible decir que prácticamente todo el andamiaje jurídico e institucional desarrollado en Argentina a propósito de las relaciones civiles-militares y la política de defensa está permeado por aquella discusión, desde 1983 a la fecha. En efecto, las leyes de Defensa, de Seguridad Interior, y de Inteligencia Nacional que se sancionaron, respectivamente en los años 1988, 1992 y 2001, reposan sobre principios y criterios derivados de aquel debate. Entre los más importantes: a) la distinción clara entre las nociones de defen-
sa nacional y la de seguridad interior; b) la virtual descalificación de la DSN y la condena de las barbaridades y abusos a los que dio lugar; c) la práctica exclusión de que se pudiera usar indistintamente las expresiones defensa nacional y seguridad nacional; d) la conveniencia de delimitar el campo de actuación de las Fuerzas Armadas estrictamente a la defensa nacional, es decir, a la defensa frente agresiones de origen externo; e) el retorno a la DDN; f) la responsabilidad de comando efectivo de la dirigencia civil sobre las Fuerzas Armadas -implícito en la DDN- que se deriva del obvio entendimiento de que quienes resultan elegidos para gobernar en un sistema democrático los son para hacerlo sobre todos los órdenes de la vida nacional y no solamente sobre algunos..12 De manera que es posible sostener que Malvinas, de un modo u otro, pesó a la hora de redefinir las relaciones civiles militares con el propósito de restablecer el control civil sobre las Fuerzas Armadas. Proveyó principios, criterios y experiencia práctica que ayudaron a pensar y resolver las dos cuestiones que están implicadas en la problemática del recién mencionado control civil en un orden republicano: quién manda y qué actividad. Es decir, quién y cómo comanda a las instituciones militares con la mira puesta en conseguir y sostener la subordinación de aquellas a los poderes cívico-políticos. Y qué misiones les corresponde desempeñar a esas instituciones, y quién y cómo debe definirlas.
4. La eclosión de una crisis de identidad El fracaso político del Proceso, el abismo ético por el que se desbarrancó la dictadura arrastrando consigo a las instituciones militares estragadas por el ejercicio del terrorismo de Estado y la consecuente comisión de delitos atroces y aberrantes, y la derrota de Malvinas que expuso la falta de preparación profesional -especialmente en el Ejército- para la guerra convencional abonaron el terreno para la aparición de una crisis de la identidad militar. Aquellas tres dimensiones enhebradas pusieron en cuestión la profesión militar.
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Los jefes militares, desde 1983 en adelante, estuvieron mucho más interesados por preservar los cuestionados márgenes de autonomía de las instituciones militares y por sostener mediante procedimientos apenas cosméticos la imagen de aquellas, severamente afectada por el desarrollo de los juicios contra las tres primeras Juntas Militares dispuestos por Alfonsín, que por aprender las lecciones de la guerra. Entre la oficialidad media y joven había molestia y descontento por la liviandad con que la superioridad trataba la cuestión Malvinas e inquietudes profundas -y en buena medida sinceras- sobre el moribundo estado de la profesión militar. La crisis de la identidad militar eclosionó en abril de 1987 cuando se produjo el primer levantamiento “carapintada”, liderado por Aldo Rico. Inicialmente, este movimiento se estructuró sobre dos ejes: a) la defensa corporativa de los oficiales jóvenes y medios sujetos a juicio; y b) la crítica a los “generales de escritorio” y a los jefes burocráticos que impedían un procesamiento serio de la experiencia de Malvinas y, por lo tanto, obturaban la reconstrucción de una fuerza militar eficaz que retomara los fundamentos de la profesión militar, renovara su espíritu de combate y recuperara capacidad operativa. El primer eje poseía un voltaje político alto y negativo pues implicaba imponerle decisiones al poder civil, como se puso de manifiesto, como se recordará, inmediatamente después del primer levantamiento, cuando se sancionó la ley de Obediencia Debida. A mi modo de ver, los alzamientos “carapintadas” no fueron golpes militares strictu sensu pues no cumplieron con un rasgo fundamental de aquellos que es el del derrocamiento de algún gobierno, civil o militar (las caídas de Levingston y de Viola ilustran esto último). Fueron, en todo caso, formas impositivas de intervencionismo militar sin voluntad de derrocamiento, como los “planteos” que sufriera Arturo Frondizi durante su inconcluso mandato. Desde esta vertiente, puede decirse que los alzamientos “carapintadas” formaron parte de los movimientos de resistencia a la subordinación militar y, por lo tanto, intentaron jugar a favor de la autonomía castrense. El segundo eje motivó una corriente de simpatía
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amplia en el interior del Ejército, especialmente de oficiales que, sin embargo, prefirieron no comprometerse con el levantamiento. Enfocada la cuestión desde el punto de vista estrictamente de la profesión militar, los alzamientos “carapintadas” fueron una débâcle. Se ejerció la insubordinación, se cortó la cadena de mandos, floreció la indisciplina y se politizó el accionar cotidiano de las instituciones militares entre otras inaceptables desmesuras que acompañaron la cuestión de base: la puesta en entredicho de lo que significaba ser militar. Malvinas, entonces, está presente de manera múltiple en la maduración y la eclosión de la crisis de la identidad militar. Como ya se ha mencionado, la derrota motivó un extendido y hondo reclamo a favor de revisar qué era lo que había pasado, qué había conducido a un resultado negativo. Por contraposición a lo ocurrido en las Islas, Malvinas volvió a colocar a la guerra convencional en el centro de las preocupaciones militares, sitial que había perdido durante la vigencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN). Cabe decir, también, que proporcionó un sustrato para la construcción de la identidad “carapintada”. Buena parte de ellos, especialmente sus cabecillas, habían servido en las Islas durante la guerra. A eso hacía referencia, al fin y al cabo, el betún en sus caras.
5. Final Como se ha tratado de exponer, Malvinas impactó de diversas maneras y en distintos planos de la vida nacional. Atendiendo exclusivamente a su influjo sobre las relaciones civiles militares y al propósito de alcanzar la subordinación de las instituciones militares a las autoridades civiles, propio de cualquier régimen republicano, pueden consignarse los cuatro asuntos que siguen. Primero. Cambió el signo de la apertura política y de la transición hacia la democracia, que había comenzado a desarrollarse en nuestro país a fines de 1979, al determinar el colapso de la dictadura militar de aquel entonces. Segundo. Profundizó/consumó el quiebre de los vínculos entre Fuerzas Armadas y sociedad, que
en su momento contribuyeron a cultivar inconvenientes fantasías como el “sueño del coronel propio”, y deletéreas actitudes como la de “golpear las puertas de los cuarteles”, típicas de lo que más arriba se ha denominado subciclo golpista 1951-1982. Dicho quiebre permitió, por contraposición a lo que canceló, colocar condiciones para que se fraguara un solidísimo consenso sobre la valor de la democracia. Tercero. Motivó un amplio debate que dio origen a una reforma doctrinaria, del que se derivaron principios y criterios que resultaron cruciales a la hora de redefinir las relaciones civiles militares con la mira puesta en la superación de la autonomía castrense y la obtención de la subordinación de los uniformados a las autoridades civiles. Estos principios y criterios resultaron claves también para darle forma a las leyes que reglaron aquella redefinición (Leyes de Defensa Nacional, de Seguridad Interior, y de Inteligencia Nacional). Cuarto. Alimentó una crisis de la identidad militar que constituyó uno de los dos elementos centrales desencadenantes de los levantamientos “carapintadas”. Como todo fracaso de una gran empresa a la que se convoca a la sociedad desde la política, la derrota en Malvinas dio paso a una profundísima crisis nacional. Si bien había ya, a escala regional, hacia finales de los 70, aires que insinuaban la posibilidad de la distensión, la transición y la apertura, aquel fracaso acarreó resultados y consecuencias peculiares en comparación con lo que terminó ocurriendo en el vecindario (Brasil, Chile y Uruguay). Contribuyó a amasar de una manera sumamente original el tiempo que hoy nos toca vivir.
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Notas 1 El Gral. Geisel fue el responsable de la apertura política de Brasil. Su fino olfato político le advirtió que convenía iniciar una “distensión lenta, gradual y segura”, que puso en marcha no sin oposiciones internas durante su período de gobierno (1974-1978). Fue el padre de la transición brasileña que, vista desde la óptica de los militares, resultó un éxito completo. Véanse, entre otros: D´Araujo, Maria Celina y Celso Castro: Geisel. Fundación Getulio Vargas, Río de Janeiro, 1998. También, Rizzo de Oliveira, Eliézer: De Geisel a Collor. Papirus, Campinas, 1994; y Costa Couto, Ronaldo: Historia indiscreta da Ditadura e da Abertura. Brasil: 19641985. Record, Río de Janeiro, 1998. 2 Diario Clarín, 7 de marzo de 1980. 3 Ibidem. 4 Como quizá se recordará, la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, prohibió la actividad política como tal y congeló los bienes de los distintos partidos. 5 El dilema ético que colocó la convocatoria al diálogo emprendida por los militares en aquel entonces y la calidad de las respuestas que suscitó no ha sido suficientemente estudiado/a y/o trabajado/a. Estuvo y si-
gue estando notoriamente ausente -salvo contadas excepciones- en estudios y publicaciones, a pesar del florecimiento que, con el advenimiento de la democracia, se vivió (y se vive aún) en materia de actividad editorial y de publicación de revistas académicas o de índole cultural. Un mero reflejo defensivo, pasteurizante de una situación histórica tan difícil como impiadosa, se materializó en la -a mi juicio- absolutamente insuficiente “teoría de los dos demonios”. Esta, se divulgó durante el gobierno de Alfonsín y reaparece, cada tanto, elíptica o aligerada, en el discurso oficial de la Iglesia (notoriamente, en los últimos tiempos, en los pronunciamientos de Mons. Jorge Bergoglio). 6 He trabajado más ampliamente algunas de las características de la transición argentina a la democracia en un libro al que remito: Ni la Ceniza ni la Gloria. Actores, sistema político y cuestión militar en los años de Alfonsín. Ed. de la Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1994. 7 Ambos conceptos -transición pactada y transición por colapso- son de Guillermo O´Donnell. Véase O´Donnell, G., P. Schmitter y L. Whitehead: Transiciones desde un gobierno autoritario, Vol 2. pp. 21 y s. 8 Véase Ni la ceniza ni la gloria....,Op. cit. pp. 46 y ss.
9 Op. cit. p. 23. 10 Considero que si Malvinas desencadenó el colapso de la dictadura y, tras ésta, se recuperó un orden republicano que se sostiene hasta ahora, es razonable datar el cierre del ciclo golpista (tanto del ciclo largo como del subciclo aludido arriba) en 1982. 11 He trabajado con amplitud sobre los orígenes y el desarrollo inicial de la DSN en la Argentina en mi texto Seguridad Nacional y Sedición Militar. Legasa, Buenos Aires, 1987. Remito a él a quienes se interesen por el tema. 12 En experiencias históricas como la argentina y otras del marco latinoamericano, la recuperación del comando efectivo de las autoridades civiles sobre las Fuerzas Armadas se vincula a la superación de la llamada autonomía militar. Como es sabido, luego de la entrega del poder por parte de los militares y de la reaparición de gobiernos civiles, aquellos intentan conservar “prerrogativas”, como en su momento las denominó Alfred Stepan, o márgenes de autonomía, como ha sido evidente en el caso argentino, con el objeto de sustraerse al control civil. La autonomía castrense opera así como antídoto frente a la subordinación de las instituciones militares a los poderes civiles, como correspondería.
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Alejandro Corbacho Malvinas y su impacto en las políticas de defensa nacional en la democracia* Alejandro L. Corbacho Doctor en Ciencia Política, Universidad de Connecticut, EE.UU. Director del Departamento de Ciencias Políticas, Universidad del Cema
*Parte de este trabajo fue elaborado a partir de la conferencia “Defensa Nacional: Marco jurídico y politico”, Escuela de Defensa Nacional (29-05-07). Agradezco a los alumnos de la Maestría en Defensa Nacional (1º año, turno tarde, año 2007) por participar en la discusión y enriquecer los borradores del mismo.
Las políticas de defensa se ocupan de cómo alcanzar un cierto grado de seguridad para el Estado y sus habitantes. En su elaboración se conjugan apreciaciones acerca del contexto internacional, la distribución interna de poder entre los grupos gobernantes y las experiencias acumuladas que marcan a la sociedad y sus actores relevantes. Este trabajo se centra en el impacto de este último factor en la elaboración del andamiaje normativo de la defensa en la Argentina. Entre abril y junio de 1982 la Argentina se trabó en un conflicto armado con Gran Bretaña por la posesión del archipiélago de las Malvinas. El conflicto fue caracterizado como una pequeña guerra convencional interestatal que produjo casi 1.000 muertos, entre ellos 650 argentinos. Malvinas fue el único conflicto externo armado en el que nuestro país combatió en más de un siglo. La decisión del gobierno militar de recuperar las Islas por la fuerza llevó a las Fuerzas Armadas, preparadas para luchar contra un adversario del Cono Sur, a enfrentarse contra las Fuerzas Armadas del Reino Unido y en forma indirecta contra la OTAN. El resultado fue la derrota militar argentina que hasta ese momento ostentaba la posición de no haber sido nunca vencida. La derrota de Malvinas marcó un punto de inflexión en muchas dimensiones de la Argentina. Este artículo se ocupará de las lecciones aprendidas para la defensa nacional e incorporadas en su marco jurídico.
1. Cambios en el escenario político: el papel de los militares en la política y la valorización de la democracia por parte de la sociedad A partir del golpe de Estado que derrocó a Hipólito Irigoyen el 6 de septiembre de 1930, los militares pasaron a intervenir directamente en la política del país y se transformaron en un importante factor de poder. En los años posteriores pasaron a conformar lo que algunos historiadores llamaron el “partido militar”.1 Su papel como interventores en el sistema político se ha conocido también como “pauta moderadora”, es decir, intervenir para ordenar al sistema político y después de un tiempo devolver el poder a los civiles. Diversos mitos sirvieron para justificar esta intervención en la política. Entre ellos se pueden mencionar que las Fuerzas Armadas, en particular el Ejército, “nació con la patria” y que se veía asimismo como “guardián de la nación”: “la misión del Ejército es custodiar los intereses superiores de la Nación. El Ejército constituye uno de las más elevadas reservas de la vida espiritual del país”. Por último, sustentados en la “doctrina de la seguridad nacional”, los militares ampliaron la base de aplicación de la seguridad, más allá de la defensa externa y abarcaron las relaciones exteriores, la economía, las influencias políticas externas y el liderazgo político”. Bajo estas circunstancias, la estrategia militar se vio dominada por la necesidad de prevenir o impedir los movimientos revolucionarios de izquierda dentro del país. De este modo, tanto las Fuerzas Armadas como la sociedad termina-
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ron visualizando a las primeras como un grupo aparte, no contaminado por la política partidocrática a las que se podría recurrir cuando la política fallaba. La descripción más cabal de esta situación es quizás la del “juego imposible” desarrollado por Guillermo O´Donnell.2 De acuerdo con este modelo, a partir de 1955 los militares se posicionaron como árbitros en la arena política y tenían la capacidad para vetar las políticas de los gobiernos civiles que se apartaran del curso deseado por ellas. El conflicto del Atlántico Sur demostró que las instituciones militares pagaron un precio muy alto por los años dedicados a la política en detrimento de su desempeño profesional. Su atención había estado ocupada en otros quehaceres y cuando fue necesario que cumplieran con su rol específico sufrieron toda clase de carencias, tanto materiales como doctrinarias. La derrota en Malvinas tuvo serias consecuencias para la cohesión interna y la moral de las instituciones militares. Según un observador, “la guerra de Malvinas ayudo aún más que la experiencia militar en el gobierno y la guerra antisubversiva a la incipiente ruptura entre los altos mandos y los mandos medios en el interior de las fuerzas armadas”.3 Un capitán veterano de Malvinas afirmó en una entrevista en 1989 que la guerra había tenido “un efecto terrible en las Fuerzas Armadas, porque una vez terminada, y habiéndose perdido, los que combatieron fueron recibidos en el país como delincuentes, pero no por la población, sino por aquellos miembros de las Fuerzas Armadas que dirigían el Proceso de Reorganización Nacional”.4 A partir de esa situación, quedó claro para
los integrantes de las mismas, que el inmiscuirse en la política del país los había dañado y que los mitos que sustentaban esa postura no eran más que eso, mitos. De ahora en adelante abandonarían la postura intervencionista y se concentrarían en la dimensión profesional. Los levantamientos carapintadas producidos entre 1987 y 1990 no se dirigieron a cambiar el régimen, sino que su apoyo se basaba en demandas profesionales o corporativas.5 Según unos de sus conductores más activos, el teniente coronel Aldo Rico, el “levantamiento nada tuvo que ver con desalojar al gobierno sino con encontrar una solución final a los problemas creados por la guerra antisubversiva”. A lo largo de la historia política del siglo XX las Fuerzas Armadas no actuaron solas. En todas las oportunidades contaron con el apoyo de una parte de la ciudadanía que alentó su participación en la política y participó de los gobiernos así constituidos. La facilidad con la que se derrocó al gobierno constitucional en 1930, y el hecho que en distintos momentos se apoyara la proscripción de expresiones políticas diversas, muestra una ciudadanía que no estaba muy imbuida de los valores y creencias de la democracia. Frente a este panorama pre Malvinas, una vez restablecido el régimen democrático, la sociedad mostró su apoyo al mismo. Ante sucesos mucho más graves que los de 1930, como lo fueron la crisis del 2001 y 2002, la democracia se mantuvo. Costaron un gobierno, pero no el régimen democrático. La sociedad buscó soluciones políticas a los problemas y no buscó soluciones externas provistas por grupos “impolutos” o
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“saltos al vacío”. Veinticinco años más tarde, puede decirse que la derrota militar de Malvinas cambió esa postura para siempre. Tanto las Fuerzas Armadas como la sociedad revalorizaron a la democracia, es decir la solución de los conflictos políticos a través de la lucha democrática en las urnas, bajo reglas de juego iguales para todos.
2. Conducción civil de la defensa La conducción civil de la defensa se expresa en las leyes correspondientes debido a la lógica del diseño institucional del régimen constitucional y democrático. La Constitución Nacional establece el control civil de la defensa. El artículo 75 inciso 16 determina que al Poder Legislativo le compete “proveer a la seguridad de las fronteras”, “fijar las fuerzas armadas en tiempos de paz y guerra, y dictar las normas para su organización y gobierno” (inciso 27) y “permitir la introducción de tropas extranjeras en el territorio de la Nación, y la salida de las fuerzas nacionales fuera de él” (inciso 28). El artículo 99 determina que el Presidente “es Comandante en Jefe de todas las fuerzas armadas de la Nación” (inciso 12), “provee los empleos militares de la Nación” (inciso 13), “dispone de las Fuerzas Armadas, y corre con la organización y distribución según las necesidades de la Nación” (inciso 14). Por último, “declara la guerra y ordena represalias con autorización y aprobación del Congreso” (inciso 15). La Ley de Defensa Nacional refleja esta disposición al establecer que “compete al Presidente de la Nación en su carácter de jefe supremo de de la misma y
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comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, la dirección de la defensa nacional y la conducción de las fuerzas armadas, en los términos establecidos por la Constitución Nacional”.6 En el marco de las instituciones democráticas, el presidente de la Nación ejerce la conducción civil de las Fuerzas Armadas a través del Ministerio de Defensa. Al mismo tiempo participan el Congreso y otros organismos del Estado. El Ministerio de Defensa es el organismo ejecutivo central del Sistema de Defensa, en particular, en los niveles de decisión de organización y comando estratégico. El Estado Mayor Conjunto y los Estados Mayores Generales de cada Fuerza se ocupan del manejo de la estrategia operacional conjunta, del adiestramiento y de las operaciones tácticas. La reglamentación de la Ley de Defensa afirma que “el control político democrático sobre los asuntos militares se revela decisivo”.7 Para lograr una adecuada interrelación civil-militar, el gobierno considera fundamental la capacitación de cuadros civiles y el desarrollo de una carrera profesional de funcionarios para la defensa: “A los efectos de asegurar el control político integral sobre los asuntos de defensa, el Ministerio de Defensa debe propiciar la profesionalización de los funcionarios civiles y del personal militar, asegurando eficiencia en la administración superior y gestión integral de los recursos del sistema de defensa”..8 La vuelta a la normalidad institucional permite que las políticas de defensa sean diseñadas por el conjunto de actores involucrados en las decisiones de la política pública, las Fuerzas Armadas, por una parte, y el gobierno, como representante legítimo de los ciudadanos.
3. Separación de la defensa nacional de la seguridad interior Según algunas interpretaciones, la separación entre defensa y seguridad interior se encuentra enunciado en el preámbulo mismo de la Constitución Nacional cuando menciona “consolidar la paz interior” y “proveer a la defensa común” y lo repite en el artículo 23 cuando enuncia los requisitos para la declaración del estado de sitio: “en caso
de conmoción interior o de ataque exterior que pongan en peligro el ejercicio de esta Constitución y de las autoridades creadas por ella”.9 Como producto de esos supuestos diferentes, y como resultado de la experiencia histórica reciente, los legisladores establecieron en la ley de Defensa Nacional que “para dilucidar las cuestiones atinentes a la defensa nacional, se deberá tener permanentemente en cuenta la diferencia fundamental que separa a la defensa nacional de la seguridad interior”.10 Para ello se define a la Defensa Nacional como “la integración y la acción coordinada de todas las fuerzas de la Nación para la solución de aquellos conflictos que requieran ejemplo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva o efectiva para enfrentar las agresiones de origen externo”.11 Su finalidad es la de “garantizar de modo permanente la soberanía e independencia de la Nación Argentina, su integridad territorial y capacidad de autodeterminación; proteger la vida y la libertad de sus habitantes”.12 Es por ello, que para diferenciar las tareas de la defensa de las de seguridad interior, la reglamentación de la ley de Defensa Nacional considera que el sistema de defensa “debe orientarse estructural y organizativamente hacia la conjuración de situaciones de agresión externa perpetradas por fuerzas armadas de otro Estado (…) dejando fuera de órbita del mismo, ya sea en sus aspectos doctrinario, de planeamiento y adiestramiento, así como de producción de inteligencia, toda cuestión que haga y/o refiera a la seguridad interior”. Para no dejar lugar a dudas, el decreto de reglamentación de la ley de Defensa Nacional subraya que “deben rechazarse enfáticamente todas aquellas concepciones que procuran extender y/o ampliar la utilización del instrumento militar hacia funciones totalmente ajenas a la defensa, usualmente conocidas bajo la denominación “nuevas amenazas”, responsabilidad de otras agencias del Estado organizadas y preparadas a tal efecto; toda vez que la intervención regular sobre tales actividades supondría poner en severa e inexorable crisis la doctrina, la organización y el funcionamiento de una herramienta funcionalmente preparada para asumir otras responsabilidades distintas
de las típicamente policiales”.13 Por lo tanto, en vista de esos considerandos, el artículo 1º del decreto de reglamentación de la Ley de Defensa establece que “las Fuerzas Armadas, instrumento militar de la defensa nacional, serán empleadas ante agresiones de origen externo perpetradas por Fuerzas Armadas pertenecientes a otro/s Estado/s, sin perjuicio de lo dispuesto en la ley N° 24.059 de Seguridad Interior (…) en lo concerniente a los escenarios en los que se prevé el empleo del instrumento militar y a las disposiciones que definen el alcance de dicha intervención en operaciones de apoyo a la seguridad interior”.14 Como consecuencia de ello, el Artículo 3° declara que “el sistema de Defensa Nacional no podrá contemplar en su formulación doctrinaria, en la planificación y adiestramiento, en la previsión de las adquisiciones de equipos y/o medios, como así tampoco en las actividades relativas a la producción de inteligencia, hipótesis, supuestos y/o situaciones pertenecientes al ámbito de la seguridad interior, conforme la misma aparece delimitada en la Ley Nº 24.059 de Seguridad Interior”.15 La Ley de Defensa Nacional pretende impedir la “policialización” de las Fuerzas Armadas. Para ello existe la Ley de Seguridad Interior que define a la misma como “la situación de hecho basada en el derecho en la cual reencuentran resguardadas la libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus derechos y garantías y la plena vigencia de las instituciones (…) que establece la Constitución Nacional”.16 La ley de Seguridad Interior contempla específicamente el empleo subsidiario de elementos de combate de las Fuerzas Armadas en el título VI: “Sin perjuicio del apoyo establecido en el art. 27, las Fuerzas Armadas serán empleadas en el restablecimiento de la seguridad interior dentro del territorio nacional, en aquellos casos excepcionales en que el sistema de seguridad interior descrito en esta ley resulte insuficiente a criterio del Presidente de la Nación para el cumplimiento de los objetivos establecidos en el art. 2º”.17 “A los efectos del artículo anterior, el Presidente de la Nación, en uso de las atribuciones contenidas en el art. 86, inc. 17 de la Constitución
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Nacional, dispondrá el empleo de elementos de combate de las Fuerzas Armadas para el restablecimiento de la normal situación de seguridad interior, previa declaración del estado de sitio”.18 Asimismo, el artículo 32 también considera al empleo de las Fuerzas Armadas en seguridad interior como excepcional, sólo para situaciones de extrema gravedad, por lo tanto señala que “la misma no incidirá en la doctrina, organización, equipamiento y capacitación de las Fuerzas Armadas, las que mantendrán las características derivadas de la aplicación de la ley 23.554”.19 No es este el lugar para debatir acerca de las ventajas o desventajas de esta división. Sólo se puede agregar que en Malvinas las distracciones en la política tuvieron un costo para la eficiencia operativa. La división entre defensa nacional y seguridad interior permite que las Fuerzas Armadas se concentren y se ocupen de modo específico de la guerra. Esta es una tarea compleja que requiere un alto grado de preparación. En las guerras del futuro parece no habrá tiempo para corregir errores o falencias iniciales. Para las tareas de seguridad interior puede recurrirse a otras organizaciones intermedias.
4. Acción militar conjunta En este aspecto es donde más claramente se refleja la experiencia de Malvinas. Muchos analistas coincidieron en señalar como uno de los problemas más salientes que mostraron las Fuerzas Armadas argentinas durante el conflicto fue que cada fuerza peleó su propia guerra. Al respecto, el Informe de la Comisión Rattenbach que analizó el desempeño de las Fuerzas Armadas durante Malvinas señaló las responsabilidades, destacó como fallas de conducción lo siguiente: “No existió, durante el desarrollo del conflicto, una conducción que centralizara, en forma orgánica, continua y eficiente, el ejercicio de un comando unificado”. Puesto que, “Al no existir una verdadera preparación para la acción conjunta, nuestras Fuerzas Armadas enfrentaron una guerra contra Gran Bretaña con desconocimien-
to de la doctrina conjunta, acción que influyó negativamente en la conducción de todos los niveles involucrados”.20 “El no haber ejercitado con anterioridad la conducción conjunta, constituyó una debilidad decisiva para nuestras FF.AA…”.21 Es claro que no existió un accionar conjunto en los niveles estratégico o doctrinario. No obstante, vale la pena señalar que existieron numerosos ejemplos de accionar conjunto de las Fuerzas Armadas argentinas en los niveles operacionales y tácticos. En cada caso que ello ocurrió se debió más que nada a la iniciativa y buena voluntad de los oficiales que dejaron de lado la rivalidad entre las distintas fuerzas y se juntaron para enfrentar al enemigo común. Sin embargo, estos comportamientos no alcanzaron para cambiar el resultado final.22 Los legisladores recogieron estas apreciaciones y la normativa de defensa asigna un lugar destacado a la importancia y necesidad de la acción conjunta. Al respecto, la Ley de Defensa Nacional establece: “Las Fuerzas Armadas estarán constituidas por el Ejército Argentino, la Armada de la República Argentina y la Fuerza Aérea Argentina. Su composición, dimensión y despliegue derivarán del planeamiento militar conjunto. Su organización y funcionamiento se inspirarán en criterios de organización y eficiencia conjunta, unificándose las funciones, actividades y servicios cuya naturaleza no sea específica de una sola fuerza”.23 Una de las finalidades del Sistema de Defensa Nacional es “asegurar la ejecución de operaciones militares conjuntas de las Fuerzas Armadas y eventualmente las operaciones combinadas que pudieran concretarse”.24 Más tarde la reglamentación de la ley afirmó que: “la única experiencia bélica convencional por la cual atravesara nuestro país en el Siglo XX, la Guerra por las Islas Malvinas (1982), demostró fehacientemente y sin lugar a duda la relevancia del planeamiento estratégico y del accionar militar conjunto”. 25 En el nuevo esquema de defensa, cada fuerza debe enmarcar sus acciones en términos de conjuntes aun cuando se trate de operar por sí sola: “Tanto a nivel estratégico y operacional, como en
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los referidos a la doctrina, planificación y adiestramiento, la actividad militar deberá entenderse necesariamente como integrada; incluso en los casos en los que por el ámbito en que ésta se desarrolle y/o por las características propias de la operación, la misma deba ser ejecutada por una Fuerza de manera exclusiva”.26 El accionar conjunto no sólo debe desarrollarse al interior de las Fuerzas Armadas del país, sino en relación con el ámbito subregional. Por ello, la normativa de defensa establece que el proceso de reconversión y modernización institucional “se asienta en la necesidad de proyectar un Sistema de Defensa Subregional que fomente y consolide la interdependencia y la interoperabilidad de sus integrantes”.27 De acuerdo con estos lineamientos, la Directiva sobre Organización y Funcionamiento de las Fuerzas Armadas especifica que: “Un desarrollo de las capacidades militares necesarias para afianzar la contribución nacional con el sistema de seguridad colectiva a través del alcance y del mantenimiento de estándares mínimos requeridos para la interacción militar multilateral, como asimismo necesarias para avanzar en los niveles de interoperabilidad subregional y para progresar también en términos de cooperación y complementariedad militar efectiva con los países de la subregión en propósitos de interés mutuo”.28
5. Coordinación de la defensa con la diplomacia Esta dimensión parece obvia pero estuvo ausente o no fue lo suficientemente tenida en cuenta durante el conflicto del Atlántico Sur. La política exterior es parte de la defensa nacional cuando ayuda a mejorar o empeorar el ambiente internacional para avanzar o sostener los intereses del país en relación con otros. Al respecto el informe de la Comisión Rattenbach señaló que,“La Junta Militar fue responsable de “no adoptar en el campo de la política militar las necesarias acciones diplomáticas precautorias y conducentes al logro del objetivo político que se perseguía, o la neutralización de los efectos que previsiblemente se pro-
ducirían, en caso de no lograrse aquél”.29 “La actuación del Canciller en el conflicto tuvo una importancia relevante y vital, ya que el objetivo político se obtendría, fundamentalmente, como corolario de una acción diplomática oportuna y eficaz.”30 Para la Comisión Rattenbach al canciller le cupieron las siguientes responsabilidades: “a) no adoptar las previsiones para producir los movimientos adecuados de su personal. b) No apreciar debidamente la reacción internacional que podía producirse en el caso de ocupación de los archipiélagos, en particular por parte de Gran Bretaña y Estados Unidos…”31 En un documento producido por el Ministerio de Defensa en el año 2003 se enuncia la importancia de la armonía y coordinación de ambas políticas: “La política de defensa es inseparable de la política exterior de la Nación. Ambas políticas deben complementarse dado que comparten el objetivo de contribuir a la salvaguardia de los intereses vitales de la Nación, interactuando con actores externos. Además, el ámbito de aplicación de la política de defensa debería ser amplio y buscar relaciones cooperativas regionales, con los Estados Unidos, Canadá y la OTAN”.32 La Ley de Defensa Nacional promulgada en 1988 asignó al sistema de defensa la elaboración de las hipótesis de confluencia que debe tener en cuenta una dimensión exterior: el espectro de alianzas externas posibles. Por lo tanto, la finalidad del Sistema de Defensa es “establecer las hipótesis de confluencia que permitan preparar las alianzas necesarias suficientes, para resolver convenientemente la posible concreción de la hipótesis de guerra”.33 Más tarde, se asignó como misión subsidiaria al instrumento militar la función de construir un Sistema de Defensa Sub-regional.34 Entre los principios y características generales de la política militar y el diseño de las Fuerzas Armadas se encuentra que el diseño de la estructura orgánico funcional del instrumento militar deber estar sustentado en la “necesidad de evitar posicionamientos contradictorios con la política y los objetivos de cooperación regional”.35
Conclusiones El trabajo ha mostrado las dimensiones de la defensa nacional en las que se han incorporado las experiencias de Malvinas en 1982. Las consecuencias del conflicto han dejado una profunda huella en la conceptualización de la defensa nacional. Los cambios en la orientación de los militares y de la sociedad así como en la valoración de la democracia repercuten sobre la defensa nacional y tienden a mejorarla porque permite a las Fuerzas Armadas dedicarse a las tareas profesionales específicas en base a pautas legales reconocidas y democráticas. La conducción civil de la defensa permite introducir una visión más amplia frente a los desafíos de la defensa nacional. Por último, la separación de la defensa nacional de la seguridad interior, la acción militar conjunta y la coordinación de la defensa con la diplomacia fueron aspectos claramente señalados en los análisis del conflicto que afectaron el desempeño operativo de las Fuerzas Armadas para el cumplimiento de su rol específico. Por lo tanto, la experiencia Malvinas ejerció una gran influencia en la políticas de defensa de la era democrática.
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Bibliografía Comisión Rattenbach: Informe Rattenbach: El drama de Malvinas. Ediciones Espartaco, Buenos Aires,1988. Floria, Carlos y César García Belsunce: La Argentina política. Una nación puesta a prueba. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2005. Huser, Herbert: Argentine Civil-Military Relations. From
Alfonsín to Menem. National Defense University Press, Washington DC, 2002. Norden, Deborah: Military Rebelion in Argentina. Between Coups and Consolidation. University of Nebraska Press, Lincoln, 1996. O´Donnell, Guillermo: “El juego imposible: competición
y coaliciones entre partido políticos de Argentina 1955 y 1966”. En Autoritarismo y Modernización. Paidós, Buenos Aires, 1972. Cap. IV. Scheina, Robert: “Argentine Jointness and the Malvinas”. En Joint Force Quarterly, Nº 5, Summer 1994.
16 Artículo 2, Ley de Seguridad Interior Nº 24.059 (17/01/1992). 17 Artículo 31, Ley de Seguridad Interior Nº 24.059. El artículo 27 precisa la complementación de otros organismos del Estado para la seguridad interior. En particular acerca del Ministerio de Defensa establece que éste “dispondrá en caso de requerimiento del Comité de Crisis que las Fuerzas Armadas apoyen las operaciones de seguridad interior mediante la afectación a solicitud del mismo, de sus servicios de arsenales, intendencia, sanidad, veterinaria, construcciones y transporte, así como de elementos de ingenieros y comunicaciones, para lo cual se contará en forma permanente con un representante del Estado Mayor Conjunto y Control de la Subsecretaría de Seguridad Interior.” 18 Artículo 32, Ley de Seguridad Interior Nº 24.059. Con posterioridad, la Directiva sobre la Organización y Funcionamiento de las Fuerzas Armadas estableció como una de las misiones subsidiarias del instrumento militar a la “participación de las Fuerzas Armadas en operaciones de seguridad interior prevista por la Ley de Seguridad Interior Nº 24.059.” (Decreto Nº 1691/2006, 22/11/2006) 19 Artículo 32, Ley de Seguridad de Interior Nº 24.059. 20 Comisión Rattenbach: Informe Rattenbach: El drama de Malvinas. Ediciones Espartaco, Buenos Aires,1988. p. 248. 21 Comisión Rattenbach: Informe Rattenbach. Op. cit.
p. 249. 22 Scheina, Robert: “Argentine Jointness and the Malvinas”. En Joint Force Quarterly, Nº 5, Summer 1994. 23 Artículo 21, Ley de Defensa Nacional, Nº 23.554. Ver también artículo 22. 24 Artículo 8 inc. h, Ley de Defensa Nacional, Nº 23.554. 25 Considerandos, Decreto Nº 727/2006. 26 Artículo 25, Decreto Nº 727/2006. 27 Considerandos, Decreto Nº 727/2006. 28 Anexo I, Decreto Nº 1691/2006 (22/11/2006). 29 Comisión Rattenbach: Informe Rattenbach. Op. cit. p. 256. 30 Comisión Rattenbach: Informe Rattenbach. Op. cit. p. 259. 31 Comisión Rattenbach: Informe Rattenbach. Op. cit. p. 259. 32 Decálogo de la Política de Defensa Nacional, Ministerio de Defensa, 2003. 33 Art. 8 inc. i, Ley de Defensa Nacional, Nº 23.554. 34 “En el marco de los intereses que hacen a la Defensa Nacional, deberán considerarse como misiones subsidiarias del instrumento militar a [la] (…) participación de las Fuerzas Armadas en la construcción de un Sistema de Defensa Subregional” (Anexo I, Decreto Nº 1691 /2006) 35 Anexo I, Decreto Nº 1691/2006.
Notas 1 Floria, Carlos y César García Belsunce: La Argentina política. Una nación puesta a prueba. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2005. 2 O´Donnell, Guillermo: “El juego imposible: competición y coaliciones entre partidos políticos de Argentina 1955 y 1966”. En Autoritarismo y Modernización. Paidós, Buenos Aires, 1972. 3 Norden, Deborah: Military Rebelion in Argentina. Between Coups and Consolidation. University of Nebraska Press, Lincoln, 1996. p. 75. 4 Norden, Deborah: Op. cit. p. 75. 5 Semana Santa en 1987, Monte Caseros en 1988, Villa Martelli en 1988 y Operación Virgen de Luján en 1990 (Ver Norden, D: Op. cit. y Huser, Herbert: Argentine Civil-Military Relations. From Alfonsín to Menem. National Defense University Press, Washington DC, 2002. ) 6 Artículo 10, Ley de Defensa Nacional, Nº 23.554 (1988). 7 Considerandos, Decreto Nº 727/2006 (12/06/2006). 8 Considerandos, Decreto Nº 727/2006. 9 Énfasis agregado. 10 Artículo 4, Ley de Defensa Nacional, Nº 23.554. 11 Artículo 2, Ley de Defensa Nacional, Nº 23.554. 12 Idem. 13 Considerandos, Decreto Nº 727/2006. 14 Énfasis agregado. 15 Decreto Nº 727/2006.
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Thomas Scheetz El conflicto del Atlántico Sur y las políticas de defensa nacional desde una perpectiva económica Thomas Scheetz Profesor de “Economía de Defensa”, Escuela de Defensa Nacional. Correo electrónico: scheetz@mail.retina.ar
Cuando uno estudia la historia de las guerras, es una constante que los países que las han perdido revisan las causas de la derrota y reforman sus Fuerzas Armadas. Pero en Argentina después de Malvinas, no. La institución militar argentina, ya bajo el control civil democrático, no fue reformada como consecuencia de la derrota, aun después de innumerables promesas políticas y después de que repetidas llamadas de atención señalaran su necesidad. Aquí presento, primero, un brevísimo recuento de las oportunidades perdidas por las autoridades argentinas. Luego, escuetamente, describo la evolución histórica -desde una perspectiva económica- de la situación de las instituciones armadas desde la transición democrática. Y finalmente haré algunos comentarios respecto al “control civil objetivo” necesario para que los gobiernos democráticos conduzcan a las Fuerzas Armadas.
Una sucesión de oportunidades perdidas En las elecciones de 1983 una parte fundamental de la plataforma Radical fue su “Plan General de la Reforma Militar” (el así llamado “Proyecto Cáceres”), hecho público el 30 de julio de 1983.1 Este “Plan General de Reforma Militar” entraba en detalle sobre la unidad de mando (“conjuntez”) en “un escalón superior de planeamiento, comando y control, integradas fuerzas terrestres, navales y aéreas en un sólido equipo de empleo conjunto a nivel estratégico, operacional y táctico, un escalón logístico y administrativo de organismos de apoyo y sostén, [...]
todo ello en el marco de nuevas estructuras jurídico-legales…”. Sin embargo, cuando con sorpresa Raúl Alfonsín ganó las elecciones a fines de octubre de 1983, sólo demoró una semana para repudiar su propia plataforma, descreyendo afirmaciones y demostraciones de Cáceres de que suficientes elementos en las Fuerzas Armadas estaban abiertos a una profunda reforma militar. Un temeroso Alfonsín escuchaba a voces civiles como la de Raúl Borrás que preveía un golpe militar si su gobierno promovía una reforma. Este retroceso marcó los seis años del gobierno alfonsinista, y en buena medida, conllevó al fracaso de su gobierno en la cuestión militar, entre otras. Los problemas reales en defensa fueron descriptos con mucha claridad en esos momentos. Las llamadas de atención han sucedido una tras otra en la historia reciente del país. Hasta el día de hoy, ningún presidente ha respondido. Veamos algunos hitos de esa historia. Una segunda oportunidad desperdiciada tuvo origen en “El Informe Rattenbach”2 -un análisis pedido por las propias Fuerzas Armadas- que juzgaba la actuación militar en todos los aspectos del conflicto del Atlántico Sur. El análisis de las responsabilidades militares de la derrota están hechas con lujo de detalle, junto con las recomendaciones para cambios -por cierto, muy coincidentes con mucho de lo expresado en el “Plan Cáceres”. El Cnl. (R) Augusto Rattenbach, el hijo del General, recién dijo recientemente que: “La Junta Militar ordena su confección, pero ni los usa, ni lo difunde, ni siquiera lo da a conocer a las Fuerzas Armadas. Hasta hoy, el Estado no ha publicado el Informe: metió las trece
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copias que hubo en un armario del Estado Mayor General del Ejército. Y el “Informe” desaparece”.3 Ni el gobierno de Alfonsín, ni ningún gobierno posterior ha insistido en hacerlo público. El “Informe” juzgaba responsabilidades legales y éticas con severas penas recomendadas, junto con cambios profundos en las instituciones militares. Los sucesivos ministros alfonsinistas preferían ignorar su existencia, a la vez que el Presidente ensayaba su conocido “doble discurso” con los militares. El 5 de julio de 1985, en un momento álgido del juicio a las juntas, en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, Alfonsín “habló de la subordinación, modernización y democratización de las formas de inserción de las Fuerzas Armadas en la política de defensa del gobierno constitucional”.4 El punto de quiebre para el gobierno de Alfonsín ocurrió con los levantamientos “carapintadas” que se iniciaron durante la Semana Santa 1987 y luego continuaron con Monte Caseros en enero de 1988, Villa Martelli en diciembre de 1988; terminando con su derrota definitiva en diciembre de 1990. Aunque estos levantamientos sin duda representaban un desafio a la democracia, su significado sobrepasa una interpretación simplista como intentos de golpes de Estado tradicionales o cuestionamientos de los juicios por violaciones de derechos humanos. Marcelo Saín5 lo describe así: “Para los rebeldes, la conducción del Estado Mayor General del Ejército era la cúpula militar que había dirigido al Ejército durante el fracasado Proceso y, en especial, durante la derrota político-militar de Malvinas, incapaz de contener y neutralizar los juicios contra militares iniciados en 1984, ineficiente a la hora de impedir la caída del gasto militar y autor de iniciativas de reforma militar meramente cosméticas sin que mediara un proceso de ‘reprofesionalización’ de la institución...”. Si bien el grupo de carapintadas representaba un grupo muy minoritario en el Ejército6 que no entendía la nueva correlación de fuerzas en la democracia, sin embargo, constituia una señal a gritos (desoída) de que la conducción militar, en connivencia con los políticos, simplemente evi-
taba las reformas que eran tan evidentes para todos. Una vez más, ni Alfonsín, ni Menem hicieron nada. En 1994 el asesinato del conscripto Omar Carrasco llevó a la eliminación del servicio militar obligatorio al comienzo del año siguiente. Este cambio brusco a una fuerza de menor escala (ver Cuadro 2, “Suma de uniformados”) tenía implicancias evidentes para todos. El diseño de fuerzas -tanto capital físico como oficiales y suboficiales- debía haberse adecuado a la nueva escala de soldados. Sin embargo, una vez más, no hubo reacción por parte de la conducción civil. Por cierto, la conciencia de los desequilibrios en las Fuerzas Armadas existía. En 1998 el ex -y futuro- ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, promovió una Ley de Reestructuración -Ley 24.948- que efectivamente señaló muchas de las falencias -la falta de “conjuntez” o rol central del Estado Mayor Conjunto, la falta de capacidad operativa, la depreciación del equipo anticuado, entre otras. Pero hecha la ley… no fue reglamentada hasta 2006, ni siquiera por el mismo Dr. Jaunarena cuando fue nombrado ministro de Defensa en dos oportunidades más, bajo las presidencias de Fernando de la Rúa y luego de Eduardo Duhalde. Durante la campaña electoral de 1999, la Alianza -entre la UCR y el FREPASO- formó un “Instituto Programático de la Alianza” para elaborar su plataforma electoral y planes de gobierno. Más de mil técnicos y políticos trabajaron en este esfuerzo durante dos años. Específicamente en la plataforma de defensa, unas treinta personas bajo la conducción del Dr. Jaunarena- elaboraron una plataforma en la cual se sincera que:“Es conocida la inexistencia de una capacidad operativa proporcional al gasto militar. Bajo la gestión del actual gobierno [menemista], el presupuesto existente está dedicado en una proporción excesiva a cubrir gastos de personal, sin asignar fondos suficientes para un adecuado adiestramiento, ni para mantener, reponer y modernizar el material. La ausencia de política de defensa del actual gobierno llevó a la pérdida de la capacidad de conducción del Ministerio de Defensa”.
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Cuando la Alianza victoriosa asumió el Ministerio de Defensa -primero bajo la conducción de Ricardo López Murphy y luego bajo Horacio Jaunarena- se olvidaron de su plataforma. En mayo de 2003, sin siquiera avisar previamente a su ministro de Defensa José Pampuro, el Presidente Nestor Kirchner sorprendió a todos con una purga de 52 generales, almirantes y brigadieres -75 por ciento de los activos. Muchos pensaban que este acto señalaba el comienzo de la largamente esperada reforma militar. Pero a pocos días se aclaró: resultó ser sólo una movida para encumbrar a un general de su confianza como Jefe del Ejército, el General Roberto Bendini. Fue su primer desencuentro y una provocación para la profesionalización de los uniformados. Por último, en el Decreto 727 del 12 de junio de 2006, la ministra de Defensa, Nilda Garré, finalmente reglamentó la Ley de Defensa Nacional (1988), y anunció una reforma militar. Después de 18 años de espera, por fin se instrumentó el Consejo de Defensa Nacional (CODENA) y el poder preeminente del Estado Mayor Conjunto. Y luego, el 15 de junio la ministra Garré sentó como política oficial la actitud estratégica defensiva que propuso las Naciones Unidas:7 “seguridad defensiva”. Estos tres elementos serían centrales al cambio esperado. Sin embargo, hasta la fecha ninguno ha avanzado mucho más que en los papeles. El fracaso definitivo parece haber sido el intento, a fin de junio de 2006, de aplicar la conjuntez a la formación de todos los pilotos de las tres fuerzas en Córdoba, cerrando la escuela de aviación naval de Punta Indio. Evidentemente la ministra no tuvo suficiente aval político para realizar este relativamente simple, pero importante, ejemplo práctico de conjuntez. Su posterior marcha atrás implicó el fin de la reforma militar necesaria, y se quedó con reformas en “pequeñas dosis”, principalmente en el área educativa. Cada uno de estos doce hitos tuvo mucha resonancia pública en su momento. Cada uno sirvió para reforzar el así llamado “control civil” sobre las Fuerzas Armadas, donde los civiles se ubica-
ban en la cima del organigrama burocrático. Sin embargo, esta preocupación constante por las relaciones cívico-militares, muy importante de por sí, nunca se traducía en “conducción objetiva” de las fuerzas. Parecería que los políticos de turno creyeran en la existencia de una cierta “inercia” institucional, donde la no injerencia y la no toma de decisiones, no afectaría la calidad institucional, que las Fuerzas Armadas podrían seguir eternamente sin reforma. Es como hubieran derogado la ley de entropía, o eliminado la depreciación económica sobre bienes de capital y “decretado” el no envejecimiento de la pirámide escalofonal.
Una visión a partir de datos económicos Después de Malvinas y la dictadura era más que evidente que las fuerzas tenían que cambiar. También era aceptado que las decisiones para realizar dicho cambio tenían que venir de la conducción civil. Pero los presidentes nombraron ministro tras ministro sin conocimiento de temas militares. Ha habido trece ministros desde octubre de 1983. Sólo Camilión -con una breve experiencia con los “peacekeepers” en Chipre- y Garré -habiendo sido miembro de la Comisión de Defensa en el Congreso- tenían algo en su haber. El resto no tuvo item relevante alguno en su curriculum vitae antes de pisar el Ministerio por primera vez. Si bien en el Ministerio de Economía hacía falta un ministro economista, en Justicia un abogado, en Defensa no importaba su preparación. El resultado de tanta desidia podría verse con un análisis de la evolución del equipo bélico y el diseño de fuerzas; podría verse con una serie cronológica de encuestas de los uniformados sobre aspectos profesionales, o con datos económicos. Consciente de que el nuestro no es el único enfoque posible, presentaremos una visión económica de la evolución de las Fuerzas Armadas Argentinas. El Cuadro 1 marca la reducción del gasto militar después de la derrota en Malvinas y la transición
democrática. Sin duda el nivel de gasto militar de la dictadura era insostenible, tanto en términos absolutos como en porcentaje del Producto Bruto Interno. También me atrevo a decir que en la actualidad los votantes no apoyarían un porcentaje mayor del 1 ó el 1,5 por ciento. En este área la conducción civil en defensa ha sido, sí, “objetivo” -en el sentido huntingtoniano-,8 llevando el gasto militar del 4,4 por ciento del PBI en 1980 al 1,1 por ciento hoy. En cambio, la falta de “conducción objetiva” se nota en cómo se reparte ese gasto dentro de las instituciones armadas. Examinando el Cuadro 2 sobre la evolución de la pirámide de oficiales, suboficiales y soldados -en 1984 y 1991 conscriptos y luego voluntarios-, lo primero que salta a la vista es el creciente peso de “coroneles” en el cuadro de oficiales. Esto es aun más alarmante si notamos que año tras año esta misma categoría de oficiales en las fuerzas estadounidenses (por ejemplo) representan solo el 19 por ciento de los oficiales, y el 16,5 por ciento en las fuerzas británicas. En términos absolutos, en 1984 aun con fuerzas mucho más grandes (188.000), aquí había 3.042 “coroneles”; y ahora, en 2007, con sólo 75.000 uniformados, hay 3.625 “coroneles”. Ésto implica que la pirámide9 de oficiales está muy distorsionada, con muy pocos tenientes, capitanes y mayores. Sin embargo, problemas aún más serios se encuentran en el grupo de suboficiales. Los suboficiales principales y sargentos ayudantes han pasado de ser el 14 por ciento de los suboficiales en 1984 a ser el 40 por ciento en 2007. En Gran Bretaña este grupo representa sólo el 21 por ciento. Los suboficiales más jóvenes (cabo y cabo 1º) eran el 52 por ciento en 1984 frente al 29 por ciento hoy. Otra manera de ver esta misma distorsión es preguntar por la edad promedio de oficiales y suboficiales. En 1999, según datos de nuestro Estado Mayor Conjunto, la edad media de los oficiales y suboficiales en conjunto era 41 años. Este mismo grupo en Estados Unidos promediaba 28 años. Dado que han pasado 8 años desde la fecha del dato oficial del Estado Mayor, y dado que existe una tendencia a evitar el paso a retiro
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y el poco peso de oficiales jóvenes, es dable pensar que esa edad media ahora podrá rondar los 45 años, una edad que ciertamente no es apta para el combate. Las fuerzas han envejecido y se han burocratizado año tras año durante el último cuarto de siglo. Además, se está armando una bomba de tiempo para el pago de los retiros militares futuros. Viendo esto, la conducción política no ha hecho nada. El Cuadro 3 completa este escenario lamentable. Si bien no tenemos datos cronológicos que se extienda en hacia atrás, los datos del último lustro abonan las siguientes conclusiones: siendo el gasto militar el 100 por ciento, conceptualmente se divide en costos laborales (uniformados -activos y pasivos- y civiles), bienes de capital (planta y equipo -bélico y no bélico-) y bienes de uso (operaciones y mantenimiento). Pues bien, de ese 100 por ciento, aproximadamente entre el 40 y el 60 por ciento deberían gastarse en costo laboral (comparar el costo laboral argentino con
ese rubro en España, el Reino Unido o Estados Unidos). En Argentina llevamos décadas gastando el 80 por ciento del presupuesto militar en mano de obra. Esto de por sí explica por qué los aviones no vuelan, por qué no existe capacidad operativa, por qué los barcos no están mantenidos. Luego, cuando comparamos adquisiciones bélicas, notamos que pasamos del 4,9 por ciento en 1999 a 0,4 por ciento en 2005 -último año con datos devengados disponibles. Los países serios dedican entre entre el 15 y el 25 por ciento de su presupuesto militar a este rubro. Lo nuestro ni siquiera llega a cubrir la depreciación del equipo -calculado en un 3 por ciento anual aproximadamente-. El equipo envejece, tal como los hombres. Además, el poco porcentaje que queda no alcanza para mantener y operar. Nuestro gasto militar termina siendo gasto en personal, o prácticamente “asistencia social” a uniformados. Los ciudadanos no reciben el servicio público por el cual están pagando.
La necesidad de control civil objetivo, hoy ausente Los accidentes que presenciamos semana tras semana no son simples fallas de la conducción civil actual. Son la herencia de un cuarto de siglo de desidia política. Las sugerencias para una política militar correctiva estuvieron presentes desde 1983 en el “Plan Cáceres” y en el “Informe Rattenbach”. Las caídas de aviones hoy son el resultado inevitable de que los políticos han elegido no prestarle atención a sus obligaciones de gobernar. Argentina no ha avanzado, para usar términos huntingtonianos, más allá de este minimalista “control subjetivo de las Fuerzas Armadas” por parte de los civiles. Esto implica que, en la práctica, son las mismas Fuerzas Armadas las que han estado definiendo la política militar, que los civiles en cuestiones relativas al instrumento militar han sido incapaces de conducir, que sus decisiones en la política de defen-
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sa no han sido siempre coherentes con la política militar -que de todas maneras los civiles no comprendían. En la actualidad, la conducción civil en defensa requiere mucho más que el -sí necesario- respeto a los derechos humanos o la mera superioridad protocolar en el organigrama ministerial. Bruneau y Goetze10 dicen: “Nosotros vemos las relaciones cívico-militares como una trinidad. La primera parte de la trinidad es ‘control civil democrático de las Fuerzas Armadas’. Este es un concepto relativamente sencillo, concierne al poder, y debe ser implementado a través de instituciones tales como los ministerios de defensa, las comisiones de control en el congreso, el control civil de ascensos de oficiales y educación militar, y cosas por el estilo. Los otros dos
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elementos de la trinidad son ‘eficacia’ y ‘eficiencia’. Por eficacia, queremos decir que las fuerzas exitosamente implementan los roles y misiones que les son asignadas por los gobernantes elegidos. La eficiencia implica que cumplen con estas misiones con el menor gasto posible.” [traducción propia] Ninguna asignación de misiones puede hacerse sin conocer la capacidad operativa de las fuerzas, su nivel de alistamiento, los costos de mantener tal o cual capacidad, y los problemas institucionales que pueden existir. En la Argentina de hoy todas estas áreas sufren de severos problemas, y un desconocimiento casi total por parte de la conducción civil.
Notas 1 Una amplia discusión de este documento y las coincidencias programáticas entre el Radicalismo y el Partido Justicialista a mediados de 1983 se encuentran en Druetta, Gustavo: “Herencia militar y lucha parlamentaria: Hacia una concepción democrática de defensa”. En Nuevo Proyecto, Nº 5-6, Centro de Estudios para el Proyecto Nacional, Buenos Aires, 1989. pp. 185-202. La plataforma militar del UCR tenía como principal autor el Cnl. (R) Gustavo Cáceres, de allí que se conociera como se hizo en llamar el “Proyecto Cáceres”. 2 Aunque se insiste en que las versiones que circulan no son del todo legítimas, sin embargo contienen una
cualidad literaria militar innegable. Ver Informe Rattenbach. El drama de Malvinas. Ediciones Espartaco, Buenos Aires,1988. 3 Diario Clarín, 7 de abril de 2007. p. 9. 4 Ver Druetta, Gustavo: Op. cit. pp. 190-191. 5 Saín, Marcelo: Levantamientos carapintada: 19871991. Vol. 2. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. p. 212. 6 Saín estima que “nunca fue superior al de mil” de los 35.000 cuadros militares. Op.cit. p. 219. 7 Naciones Unidas, Oficina de Asuntos de Desarme, Informe del Secretario General: Estudio sobre concep-
tos y políticas de seguridad con fines defensivos. Nueva York, 1993. p. 20. 8 Ver Huntington, Samuel P.: The soldier and the state: The theory and politics of civil-military relations. Harvard University Press, Cambridge, 1957. pp. 80-97. 9 Las fuerzas argentinas son top heavy y han sufrido décadas de grade creep. 10 Ver Bruneau, Thomas y Richard Goetze Jr.: “Civilianmilitary relations in Latin America”. En Military review, Fort Leavenworth, September-October 2006. p. 70.
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Jorge Taiana Jorge Taiana Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina
¿Cómo caracterizaría las estrategias seguidas por la Argentina en el diferendo por Malvinas, desde la restauración de la democracia? Una primera etapa fue la recorrida bajo la presidencia del Dr. Alfonsín. Éste fue un período básicamente de pos guerra donde no hubo relaciones diplomáticas bilaterales con el Reino Unido y, por ende, donde las acciones de la Argentina se canalizaron principalmente a través de ámbitos multilaterales. A pesar de esas limitaciones, estas acciones tuvieron como resultado positivo la continuidad en el reconocimiento internacional de los derechos soberanos argentinos en relación con la Cuestión de las Islas Malvinas, reconocimiento que ya había sido confirmado por las Naciones Unidas a finales del '82 y que se sigue obteniendo hasta hoy. Durante el gobierno de Alfonsín, creo que el principal logro democrático fue consolidar el reconocimiento de la comunidad internacional de la existencia de la disputa de soberanía y la necesidad de que sus dos partes reanuden, a la mayor brevedad, las negociaciones de soberanía a fin de alcanzar una solución justa, pacífica y duradera. Pese a la correlación de fuerzas desfavorable a raíz del conflicto, quedó claro que nuestro reclamo y la vigencia del mandato de la comunidad internacional seguían intactos. Por eso, nosotros insistimos este año en que se cumplen no sólo veinticinco años del conflicto del Atlántico Sur sino, al mismo tiempo, ciento setenta y cuatro años de ocupación ilegal de parte del territorio nacional argentino. Es decir, que no se puede entender el aniversario, la conmemoración o el recuerdo del conflicto, sin tener presente el 3 de enero de 1833. La segunda etapa, la del Dr. Menem, es la etapa del restablecimiento de las relaciones bilaterales con el Reino Unido, del establecimiento de la fórmula de salvaguardia de soberanía conocida como "paraguas" y de la adopción de una serie de entendimientos bilaterales provisorios bajo dicha fórmula referidos a la cooperación sobre aspectos prácticos en el Atlántico Sur. Esa serie de entendimientos provisorios se suponía que debía beneficiar a las dos partes en la disputa en materia de cooperación. El supuesto último en que se desarrollaron, a mi entender, es que si la Argentina actuaba de alguna manera conciliadora, el resultado iba a ser positivo y ellos iban a avenirse a extender el diálogo bilateral a la cuestión de fondo, tal como insta la comunidad internacional, frente a una Argentina que se "portaba bien". Esto es lo que se llamó la política de "seducción". La verdad es que, sin entrar en juicios valo-
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rativos, el resultado concreto de esa política no fue exitoso. Por dos razones. Una, porque, obviamente, nada movió a los británicos a acercarse a la mesa de negociaciones y poder dar cumplimiento al mandato internacional. Dos, porque la forma en que los británicos interpretaron los entendimientos fue una continua, reiterada y permanente desnaturalización de los mismos a través de acciones unilaterales ilegítimas y contrarias a los entendimientos y a las resoluciones de las Naciones Unidas. Es decir, por más que la Argentina presentara las protestas formales del caso, el Reino Unido fue progresivamente vaciando de contenido la cooperación acordada bajo fórmula de soberanía en violación no sólo de lo pactado sino del mandato de la comunidad internacional. En realidad, desde nuestra perspectiva, la gran mayoría de estos entendimientos no sirvió a dichos fines y, mucho menos, para acercarnos a la mesa de negociaciones. En conclusión, el Reino Unido se sirvió de esa política para procurar transmitir que "todo estaba bien" y que la Argentina estaba relativamente satisfecha con cómo iban las cosas. Desde la asunción del presidente Kirchner, podemos afirmar que esta perspectiva ha cambiado. Se ha iniciado una política distinta. Nosotros la llamamos una política de firmeza que consiste en hacer presente, en reiterar, tanto a nivel bilateral como multilateral, los legítimos derechos de soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes, que la disputa de soberanía continúa pendiente de solución y que hay un llamamiento vigente de la comunidad internacional para reanudar el diálogo bilateral sobre la cuestión de fondo que no se puede cumplir porque, a pesar de la permanente disposición de la Argentina, el Reino Unido se resiste a sentarse a la mesa de negociaciones. Entendemos que reclamar ese comportamiento para el cumplimiento de esa obligación es también cumplir con el mandato que nos impone la comunidad internacional. El comportamiento del Reino Unido es verdaderamente contrario al que cabe esperar de un país miembro permanente del Consejo de Seguridad frente a los llamamientos de dicha comunidad, con responsabilidades en materia de paz y seguridad internacionales.
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¿Cómo se manifiesta ese unilateralismo del Reino Unido? La Declaración Conjunta sobre actividades costa afuera en el Atlántico Sudoccidental de 1995 que la Argentina dio por terminada en marzo pasado es un ejemplo típico. Este entendimiento se firmó el 27 de septiembre de 1995, bajo fórmula de soberanía y, desde el día que se firmó, hubo un desacuerdo acerca de su contenido, una divergencia interpretativa. Los británicos sostenían que se había firmado una cosa y los argentinos decíamos que se había firmado otra. Esta grave divergencia llevó a que en el año 2000 se decidiera paralizar las reuniones de la Comisión bilateral establecida por el entendimiento porque no se lograba un acuerdo respecto del alcance de dicho acuerdo. Mientras tanto, contra protestas de nuestro país, los británicos llevaron a cabo actos unilaterales ilegítimamente convocando a licitaciones para explorar el área y autorizando actividades varias de investigación, pretendiendo argumentar que esas acciones eran factibles ya que estaban comprendidas en el entendimiento alcanzado con la Argentina y que la existencia de la disputa de soberanía no crearía inconvenientes. Eso es lo que nosotros llamamos la utilización, desvirtuación y desnaturalización absoluta del entendimiento. Porque nada se hizo de la cooperación conjunta que establecía el entendimiento; teóricamente se realizarían actividades conjuntas de exploración y explotación en el área sujeta a una disputa de soberanía y jurisdicción. Pero nada de eso ocurrió y solo sirvió para que los británicos pretendieran presentar una situación de aparente normalidad en una cuestión donde no había, ni hay, tal cosa. Entonces, si el entendimiento en la práctica no existe, decidimos darlo por terminado. Mantener un "cascarón" vacío lo único que hacía era permitir que los británicos continuaran pretendiendo utilizarlo para su beneficio, a pesar del constante reclamo y protesta de la Argentina. Esta decisión argentina de darlo por terminado fue unánimemente apoyada por los Jefes de Estado que asistieron a la Primera Cumbre Energética Sudamericana celebrada en Isla Margarita, Venezuela, en abril pasado. Estas actitudes, también se reflejaron en el tema de la pesca... El estado de la cooperación bilateral en materia de conservación de recursos pesqueros en el Atlántico Sur atraviesa una situación compleja desde el momento en que los británicos anunciaron, y luego ilegítimamente adoptaron, un sistema de pretendidos derechos de propiedad para disponer a largo plazo, por veinticinco años, de recursos pesqueros en espacios marítimos argentinos. Otra decisión unilateral ilegítima reiteradamente protestada por nuestro país. Junto con otros actos unilaterales, esta nueva decisión unila-
teral británica desnaturaliza y vulnera la cooperación bilateral establecida, bajo fórmula de soberanía, en la Declaración Conjunta sobre conservación de recursos pesqueros de 1990, así como las resoluciones de las Naciones Unidas ¿Estamos, entonces, presuntamente cooperando en la conservación de recursos? Por el momento, las reuniones de la Comisión de Pesca del Atlántico Sur están paralizadas. Lo que ha habido son dos reuniones diplomáticas especiales para analizar el mandato de esa Comisión, para conversar sobre el sentido o el alcance del entendimiento, donde todavía no se ha llegado a ningún resultado, y está prevista una tercera reunión. Más interesante es que fueron los británicos, cuando se incrementaron las dificultades en este tema, los que plantearon la posibilidad de una reunión diplomática. A nosotros nos pareció muy positivo, y les respondimos: "bueno, hagamos una reunión diplomática. Pero ya que hacemos una reunión diplomática, por qué no hacemos una reunión para analizar el estado de situación de todos los entendimientos provisorios, veamos cómo estamos y qué pensamos sobre cómo marchan". Ellos se negaron. Se negaron a discutir sobre la totalidad de los entendimientos. Ese fue el planteo reiterado por la Argentina a lo largo del 2006, donde además de la conservación de recursos pesqueros estaba, entre otros, el entendimiento sobre hidrocarburos. Ellos se negaron, insistiendo en que sólo se podía conversar sobre conservación de recursos pesqueros. Por eso es que no tuvimos posibilidad, espacio o ámbito para discutir lo que queríamos sobre hidrocarburos y no tuvimos espacio para realizar un balance, una apreciación de cómo estaban todos los entendimientos y cómo podemos hacer para, en todo caso, tener lo que entendemos debe ser una cooperación equilibrada que contribuya a crear las condiciones propicias para reanudar las negociaciones para solucionar la disputa de soberanía pendiente. Porque, para la Argentina, los entendimientos son de interés en la medida en que, además de que la cooperación sea mutuamente beneficiosa, tienen que tener un elemento positivo que favorezca el acercamiento al diálogo sobre soberanía y dar cumplimiento al mandato de la comunidad internacional que nos exige a los dos países sentarnos a la mesa de negociación y resolver esta disputa. Tienen que acercarnos a una mesa de negociaciones. Hay un mandato, hay un pedido reiterado de la comunidad internacional y nosotros queremos acercarnos al cumplimiento del mismo. En este momento, ¿existe algún área de cooperación que pueda decirse esté funcionando? Sí, por ejemplo, la realización de un estudio de factibilidad sobre el desminado de las Islas. Es el único de los entendimientos alcanzados con el Reino
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Unido, bajo fórmula de soberanía, donde ha habido grandes avances. De hecho hubo a finales del año pasado oficiales de las Fuerzas Armadas argentinas que participaron en un estudio de campo en las Islas monitoreando las actividades que realizaron expertos técnicos que analizaron las áreas minadas que todavía subsisten desde el final del conflicto bélico. Este es un tema en el que ha habido muy buena colaboración, pero es un tema muy complejo desde el punto de vista técnico -teniendo en cuenta, entre otros factores, las características particulares del terreno, ya que han ocurrido movimientos de suelo que produjeron desplazamientos, etc.-, y también desde el punto de vista político y jurídico, que exige grandes precisiones. ¿El rescate internacional? Hubo un par de ejercicios de búsqueda y rescate en el Atlántico Sur, en el marco de un entendimiento bilateral provisorio bajo fórmula de soberanía. Pero lo más importante de eso, y es lo verdaderamente difícil de comprender, es que existiendo ese entendimiento para la creación de medidas de confianza en el ámbito militar, las reuniones del Grupo de Trabajo del Atlántico Sur no se realicen desde 1994 porque los británicos se niegan a reunirse. Esa negativa sólo es entendible porque, obviamente, la reunión y el avance en las medidas de confianza a lo único que pueden conducir es a levantar restricciones que aún mantienen contra la Argentina. Esa actitud también se refleja en la negativa británica en otro tema, como establecer, bajo fórmula de soberanía, servicios aéreos regulares directos entre las Islas y el territorio continental argentino operados por empresas aerocomerciales argentinas. Al respecto, existe el entendimiento de 1999, por el cual se estableció un vuelo semanal de LAN que sale de Punta de Arenas, Chile, y va hasta las Islas. Ese vuelo semanal, hace escala en Río Gallegos dos veces por mes, una en cada dirección. Nosotros queremos una segunda frecuencia de vuelos regulares directos operados por una empresa argentina ¿Por qué no establecer un vuelo que parta de territorio continental argentino una vez por semana, un vuelo de una empresa comercial argentina, que vaya y venga de las Islas? La respuesta es: "No". Esto es inconcebible veinticinco años después del conflicto. Pero el caso es que los británicos se niegan a aceptar una segunda frecuencia y pretenden que autoricemos libremente la realización de vuelos charter, es decir, que les solucionemos sus problemas sin ningún compromiso de su parte. A esta intransigencia, el Reino Unido agrega la presión de los isleños...
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Lo que se observa es que los británicos pretenden intentar cambiar un balance que jurídicamente les es desfavorable, ya que es obvio que ellos no tienen títulos jurídicos e históricos que avalen su ocupación ilegítima, por más que pretendan forzar la idea de la autodeterminación, que todo el mundo sabe que sólo les es aplicable a pueblos sometidos, sojuzgados y subyugados por potencias coloniales. Pero, en la Cuestión Malvinas, esa situación nunca existió. Es decir, se trata de una situación colonial pero sin pueblo colonizado; al contrario, los habitantes de las Islas son una población transplantada de súbditos británicos, instalada por la fuerza luego de desalojar a los habitantes y autoridades argentinas que residían en las Islas en 1833, impidiendo su retorno mediante una política colonial activa y sistemática. Por lo tanto, no existe en la Cuestión Malvinas un pueblo sino un territorio colonizado, pero efectivamente Gran Bretaña utiliza a los habitantes de las Islas para justificar su negativa a avanzar en el diálogo bilateral sobre la cuestión de fondo al que reiteradamente insta la comunidad internacional hasta el día de hoy. En este sentido, ¿cómo evalúa la razonabilidad de las tesis que plantean que el Reino Unido estaría avanzando o estimulando la formación de un mini Estado autónomo como salida de mediano a largo plazo? No creo que Gran Bretaña esté estimulando ese proyecto porque no puede estimularlo y, por eso, nunca podría ser exitoso. Es cierto que hay varios mini Estados en el mundo pero la verdad es que tienen características muy diferentes a la situación de Malvinas. A diferencia de otros casos, en la Cuestión de las Islas Malvinas existe una disputa de soberanía que ha sido reiteradamente reconocida por toda la comunidad internacional, que insta a sus dos únicas partes a solucionarla mediante la reanudación de las negociaciones y a la que debe aplicarse el principio de integridad territorial. Se ha descartado expresamente la aplicabilidad del principio de autodeterminación a esta situación colonial por su carácter "especial y particular", tal como la definen las Naciones Unidas. ¿Qué evaluación hace la Cancillería del diferendo de Malvinas en relación a otras situaciones conflictivas del Reino Unido como Gibraltar, Hong Kong, etc.? De los dieciséis territorios no autónomos a consideración del Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas, diez de ellos involucran al Reino Unido. Pero son situaciones muy distintas a la nuestra en la que sí existe una disputa de soberanía reconocida por la Organización. La
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más cercana podría ser el diferendo por Gibraltar, pero tiene raíces históricas y jurídicas diferentes. Porque tenemos la impresión que en la medida que el interés estratégico de un espacio va disminuyendo, las posibilidades de una flexibilización en la posición británica es más factible. Porque es claro que en el caso de Hong Kong, además de un valor estratégico militar, se sumaba un valor político, comercial, etc., que no observamos claramente en el caso de Malvinas, un territorio semi desértico... Las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur son parte del territorio nacional argentino. Ello se relaciona, además, con la proyección de nuestro territorio, incluyendo por supuesto los espacios marítimos circundantes. Se trata de un área muy extensa que involucra ricos recursos pesqueros de la Zona Económica Exclusiva Argentina, recursos hidrocarburíferos de la plataforma continental, ventajas estratégicas en términos de circulación del transporte y proyección hacia la Antártida, entre otros aspectos. Hay un conjunto de elementos, entonces, que permiten hablar de las calidades del área que no sólo se relacionan con el componente terrestre. ¿Qué medidas o instrumentos de política exterior está utilizando la Argentina para mejorar nuestras posibilidades? Por una parte, la continuidad del reclamo ante los organismos y foros internacionales por la restitución del ejercicio pleno de nuestra soberanía sobre los archipiélagos australes. Entre varios otros, el Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas donde nuestra situación es bien clara. Allí, anualmente la Argentina recuerda a las demás naciones que se trata de un caso de colonialismo especial y particular, tal como lo definen las Naciones Unidas, en el que existe una disputa de soberanía entre la Argentina y el Reino Unido y al que debe aplicarse el principio de la integridad territorial. Ese es el punto que nosotros presentamos y eso tiene un amplio apoyo y una sólida fundamentación histórica, jurídica y política. Por otra parte, en el marco de una revitalización de la actividad diplomática ante los distintos foros multilaterales como una de las prioridades de nuestra política en el tema Malvinas, específicamente, tenemos una particular actividad en la región. Quiero decir que hoy tenemos un apoyo muy importante del Mercosur, de la Unión de Naciones Sudamericanas, de la Cumbre Iberoamericana, del Grupo de Río, y también, a nivel hemisférico, en las declaraciones de la OEA. Para nosotros esto es muy importante porque fortalecer el bloque regional da una dimensión completamente distinta a nuestro legítimo reclamo. Una cosa es que parezca un reclamo que plantea la Argentina sola -un viejo conflicto con Gran Bretaña- y, otra cosa, es que esté claro que al lado, detrás o junto a la Argentina, están todos los países
de la región en un reclamo sentido y compartido como auténticamente legítimo. En eso creo que hemos avanzado exitosamente. Si uno revé varios de esos pronunciamientos, observa que hay una mayor presencia de la Cuestión Malvinas y hay un comportamiento más coordinado de los países de la región. Además, hemos avanzado en otros foros. Recientemente, y yo estoy muy satisfecho con eso, se realizó en Angola una nueva reunión del foro Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur, donde participaron Brasil, Uruguay y Argentina, por nuestra región, y catorce países africanos. En esa reunión, donde participaron diferentes Estados con intereses en el Atlántico Sur y que cuenta con el auspicio de Naciones Unidas, la Argentina logró que la Declaración Final de Luanda incluya un párrafo en relación a la Cuestión Malvinas. Se trata de un párrafo que llama a la reanudación de las negociaciones entre la Argentina y el Reino Unido a las que instan las Naciones Unidas para encontrar una solución a la disputa de soberanía. De la misma manera, logramos introducir por primera vez, un llamado de similar naturaleza en la Declaración de Brasilia de la Cumbre de Países Sudamericanos y Países Árabes hace dos años Respecto a la reunión del Atlántico Sur que mencionó, hay quienes piensan que una consolidación en este sentido puede ser la clave para facilitar la resolución del diferendo, es decir, algún tipo de espacio que fuera mucho más amplio, que incluyera más naciones…¿Qué valoración le merecen estas opiniones? Si uno habla de todo el Atlántico Sur, el asunto es muy complejo. Porque los países que integrarían el área tienen una amplia diversidad de intereses. Lo cierto es que nosotros alentamos la cooperación. Pero también el reconocimiento de la existencia de la disputa de soberanía y la necesidad de resolverla y cumplir con la obligación que nos impone la comunidad internacional. Además, una mayor atención sobre el tema necesita de una acción continuada y más extendida en el tiempo, ya que entendemos que es con la persistencia de reivindicar nuestros legítimos derechos que países como los africanos, por ejemplo, ponderan la real dimensión e importancia que la recuperación del ejercicio efectivo de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes tiene para la Argentina. En relación a los países del Asia ¿cómo estamos? Muy bien. Existe una relación muy estrecha con China en particular y contamos con su apoyo a nuestro reclamo. China brinda un acompañamiento y reconocimiento muy fuerte a los derechos soberanos argentinos. Esa es una base sólida. Asimismo, hemos desplegado una intensa acción en los
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foros multilaterales regionales o semiregionales de la zona, incrementando nuestra presencia, enviando delegaciones, actualizando a los gobiernos del área sobre el estado de situación. ¿Qué balance final haría de lo hecho hasta el momento y cuáles serían las perspectivas a futuro? Si hacemos un recorrido extenso, quiero destacar que en ninguna circunstancia la Argentina ha dejado de presentar su reclamo insistiendo en la necesidad de resolver la disputa de soberanía y denunciando las acciones unilaterales y la intransigencia del Reino Unido a cumplir con el mandato de la comunidad internacional. Eso me parece que es lo importante porque, como ya dijimos, hubo diferencias en la estrategia para encarar el problema, pero, me parece, que el punto central es que, a pesar de esas diferencias, la Argentina nunca consintió la ocupación ilegal y nunca dejó de reclamar. En este sentido, cualquier observación crítica respecto a tal o cual medida o instrumento utilizado corre el riesgo de hacernos perder el hilo respecto al patrimonio más sólido que tenemos como Nación en este diferendo desde el mismo momento de la usurpación en 1833 hasta el momento: el carácter continuo y pacífico del reclamo. Este último aspecto se quebró sólo una vez, siendo una excepción en la posición histórica de la Argentina, pero su continuidad siempre se mantuvo firme. Parte de la referida política de firmeza consiste en destacar esta continuidad y persistencia en nuestra pacífica reivindicación soberana. El objetivo de esta etapa es claro: mostrar a la comunidad internacional y a los británicos, que el pueblo y el Estado argentino, van a continuar con su legítimo reclamo soberano, que éste no es un tema que se cierra. En ese sentido, creo que estamos siendo exitosos. Me parece que el mundo, los países de la región claramente, pero también los británicos, van comprendiendo que el legítimo reclamo por la recuperación del ejercicio pleno de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes está y estará presente, y ciertamente nuestra firmeza y voluntad es hacerlo presente en los distintos foros, y mostrar que el Reino Unido sigue manteniendo una arcaica situación colonial que no se corresponde ni con el mundo en que vivimos ni con la posición de la comunidad internacional sobre este tema y mucho menos, con un país que por sus obligaciones como miembro permanente del Consejo de Seguridad debiera ser más respetuoso de las decisiones de toda la comunidad internacional. En síntesis, una estrategia de reclamo pacífica y firme, consistente y continua. Nos asiste la justicia. Eso es lo que estamos haciendo y, por supuesto, en un país que mejora esos atributos potencian sus posibilidades.
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Alejandro Simonoff Alejandro Simonoff Doctor en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de La Plata. Coordinador del Centro de Reflexión en Política Internacional (CERPI), Instituto de Relaciones Internacionales (IRI), Universidad Nacional de La Plata
Le proponemos realizar una descripción de las diferentes acciones diplomáticas respecto a la cuestión Malvinas llevadas a cabo por la Argentina desde el final del conflicto hasta la actualidad. El gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) intentó primero una vía de negociación bilateral que fracasó en la reunión en Berna (1984), por la irreductible posición británica a tratar el tema de la soberanía, cuestión que hacia imposible cualquier diálogo. Luego, el tema tuvo un perfil poco privilegiado y pasó a discutirse en foros internacionales como el Comité de Descolonización y la Asamblea General de Naciones Unidas, donde se buscó sostenerlo en la agenda internacional. La mejora de las relaciones con Estados Unidos permitió al gobierno radical buscar la mediación de éste, y con ella se avanzó en el diseño desde 1987 de la teoría del “paraguas de soberanía” que se plasmó posteriormente en los Acuerdos de Madrid (1989). Por otra parte, la firma del acuerdo pesquero con la URSS (1986) implicó el reconocimiento por ese Estado de nuestra soberanía en la zona en disputa. Este instrumento generó una respuesta británica, la ampliación del área de exclusión. En esta etapa legisladores laboristas se comprometieron a tratar el tema cuando fuesen gobierno en la llamada Declaración de París de 1986. A pesar del tono belicista de la campaña electoral, la gestión menemista (1989-1999) privilegió la negociación bilateral. De este proceso se destacó la aplicación de la fórmula del “paraguas de soberanía” en los Acuerdos Madrid I y II. En el primero de ellos, de octubre de 1989, se estableció esa fórmula que además de señalar la voluntad de normalizar vínculos diplomáticos; anunció el cese de hostilidades, la formación de área de preservación pesquera y la continuidad de las negociaciones. En febrero del año siguiente se firmó el Madrid II, donde se reestablecieron las relaciones diplomáticas y consulares, además la zona de exclusión fue sustituida por un sistema de información y consulta para el movimiento de unidades navales y aéreas. La fórmula de “paraguas” consistió en proteger los derechos de cada parte, en lo que respecta a los archipiélagos y espacios marítimos circundantes, pero a su vez permitió la reanudación de las relaciones diplomáticas, consulares y económicas. Las negociaciones económicas con Gran Bretaña generaron críticas, sobre
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todo en el ámbito de los hidrocarburos y los recursos pesqueros, temas prioritarios en la agenda inglesa. Con respecto a los primeros, se firmó una Declaración Conjunta sobre Cooperación en actividades petroleras en el Atlántico Sud-occidental y además sendas declaraciones interpretativas de cada una de las partes. La primera sostuvo el compromiso mutuo de no extender el conflicto, se creó una Comisión Conjunta de Hidrocarburos, se promovió la participación de empresas de ambos en la exploración y explotación de ese recurso y la abstención de realizar cualquier acción que pueda frustrar estos emprendimientos. Nuestra declaración unilateral sostuvo que dicho instrumento no significaba el reconocimiento argentino del reclamo británico en la zona, que se abstendría de tomar medidas discriminatorias de los derechos de las empresas que trabajasen en la zona, y que este mecanismo no implicaba la aceptación del derecho británico a convocar a una licitación. La concreción de esta declaración generó una dura polémica sobre los beneficios y los alcances obtenidos con tal instrumento ya que a pesar de reconocer el pago voluntario de un canon para la Argentina por parte de las empresas licitantes, a la zona de explotación se incorporaron áreas que no estaban en litigio. El gobierno no supo aprovechar el interés británico por restablecer el comercio y las inversiones en nuestro país apostando todo a un viaje que, más allá de un innegable valor simbólico, no sirvió para obtener avances palpables para nuestra posición. La gestión de Menem incorporó una nueva estrategia denominada de “seducción” hacia los kelpers. Pero, qué fue la estrategia de seducción, fue una forma de acercamiento a los isleños que tiene un lado simpático -el envío a fin de año de libros como El Principito o Winnie The Pooh- y otro riesgoso, ya que proporcionaba toda una serie de señales para involucrar a los isleños en la discusiones. En este marco es preocupante el grado de avance de los kelpers en el manejo de algunas cuestiones relativas a las Islas, incluso la idea de la independencia se muestra más firme por los recursos que se explotan. Existió un dato positivo en esta cuestión, la autorización de los viajes a familiares de los caídos argentinos en la guerra de 1982. Hacia 1996 la política de seducción entró en un período de estancamiento. El gobierno evaluó la decisión de volver a los foros internacionales y empezó a barajar otras estrategias como la idea de indemnizar a los kelpers, o la sobe-
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ranía compartida, la opción judicial para promover nuevamente el tema. El nuevo impulso no provendría de las acciones del gobierno argentino, tampoco por la llegada del laborismo al gobierno sino del encarcelamiento del dictador Pinochet -ya que Chile suspendió los vuelos regulares hacia las Islas dejándolas incomunicadas. Este suceso permitió el inicio de nuevas conversaciones para regularizar la situación que concluyeron con los Acuerdos sobre vuelos aéreos de 1999, donde además de este tema se permitió la visita de argentinos a las Islas con la utilización de pasaporte. Además coincidió con la visita de Menem a Londres, para la cual el gobierno había hecho una fuerte apuesta y reduciéndola a una gira protocolar. Un dato más fue que en la Reforma de la Constitución Nacional de 1994 se incorporó, como una disposición transitoria, el mandato de considerar legítima e imprescriptible nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares pero además se planteó que la recuperación de dichos territorios constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino. El gobierno de la Alianza (1999-2001) continuó con un planteo bilateral, iniciado tras los Acuerdos de Madrid, pero abandonó la política de seducción del menemismo, y también se retomó el camino multilateral, reimpulsando la Resolución 2065/64 en la Asamblea General de la ONU. En el plano bilateral existieron varios encuentros entre el presidente argentino y el primer ministro inglés, Tony Blair. El primero fue en noviembre del 1999, antes de la asunción de De la Rúa, en la Conferencia de los partidos socialdemócratas realizada en París, donde sólo se mencionó el tema. Existieron varias reuniones más, una fue en Iguazú en donde los laboristas ingleses sostuvieron que fue un punto más del proceso de normalización definitiva de las relaciones bilaterales tras la guerra de 1982. Se trataron temas comerciales de interés, tanto para los británicos con respecto a las inversiones en el país (lo acompañaron representantes de compañías como Jaguar, British Petroleum, Shell, Rolls-Royce , entre otras) como para argentinos, por la crisis doméstica y la depresión económica, que sirvieron, según los británicos, para mantener al margen el espinoso problema del futuro de las Islas Malvinas. Pero para el gobierno argentino, el encuentro generaría un ámbito de confianza con los ingleses que permitiese avanzar en este tema. Así fue que temas como los de las inversiones o las posiciones
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similares en la OMC permitiesen un acercamiento que a la larga facilitaría un diálogo sobre la cuestión de soberanía. Mientras tanto los kelpers llaman nuevamente a licitación petrolera en febrero y abril de 2000, lo que motivó el rechazo argentino con la afirmación de la soberanía y un llamado a Gran Bretaña a negociar. En el 2000 existieron varios incidentes con buques pesqueros argentinos en la zona de exclusión. En el plano multilateral, en el año 2000 y 2001 se realizan las presentaciones ante el Comité de Descolonización de Naciones Unidas, donde se reclamó la soberanía y la voluntad de saldar la controversia mediante una negociación pacífica. Además de los pasos señalados en la Cancillería, se creó la Secretaria de Asuntos del Atlántico Sur, a cargo de la embajadora Susana Ruiz Cerruti, para recopilar y analizar la posibilidad de llevar el diferendo a la Corte Internacional de Justicia, como forma de explorar una nueva alternativa al asunto. Este planteo se dio por terminado en junio de 2001. Un logro importante de la gestión De la Rúa fue terminar con el veto de Gran Bretaña, producto de la disputa territorial, para que la sede de la Organización del Tratado Antártico funcionase en Buenos Aires. Durante la presidencia provisional de Eduardo Duhalde (2001-2003) se pudo observar una continuidad de la política exterior llevada a cabo por el gobierno anterior. Se reivindicó la soberanía sobre las Islas, y se continuó con la política de negociaciones tanto bilaterales como multilaterales. En el ámbito bilateral se aprobó la construcción del monumento a los caídos en la guerra. Es necesario tener en cuenta que este gobierno debió enfrentar situaciones delicadas tanto en el plano interno (situación política, económica y social) como externo (la guerra en Irak, negociaciones con los organismos internacionales de crédito, etc.), por lo que se comprende el reducido accionar del país en la materia. El día de su asunción, 25 de mayo del año 2003, el presidente Néstor Kirchner planteó que reclamaría la soberanía tanto en el ámbito bilateral, como por ejemplo, durante la XXIII Reunión de la Comisión de Pesca del Atlántico Sur (2003), como en el ámbito de foros internacionales, ya sea el caso del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, como en otros foros internacionales (OEA, MERCOSUR, etc.). Pero el accionar del gobierno argentino debió enfrentar varios temas, como la renuencia de los kelpers de permitir vuelos de bandera nacional hacia las Islas, la explotación indiscriminada a través de las licencias de pesca que llevó a la escasez de recursos ictícolas. Otro tema que entorpeció la relación entre el gobierno argentino y el de Reino Unido fue la incorporación de las Islas como territorio de ultramar dentro de la Constitución de la Unión Europea. La cuestión de los vuelos, se centró principalmente en el deseo del gobierno argentino de que sea una empresa de bandera nacional, la que realice los vuelos semanales y charteres hacia las Islas, propuesta que se enfrentó con la negativa del comité kelper. Se logró la construcción y posterior instalación del monumento a los caídos en Malvinas, ubicado en el cementerio de Darwin, que si bien se terminó en abril del año 2005, aún espera su inauguración.
El Gobierno argentino comunicó al del Reino Unido su decisión de dar por terminada la Declaración referida a exploración y explotación de hidrocarburos en el área sujeta a la disputa de soberanía (1995). La decisión argentina de ponerle fin se basó en las graves divergencias de interpretación sobre la aplicación de este instrumento, que enfrentaron a las partes desde el momento mismo de su celebración. Éste es un signo novedoso, ya que busca reemplazar los términos en los cuales la relación bilateral se mantuvo desde 1990. Habrá que ver qué elementos aporta el gobierno para seguir la evolución de este rumbo. En estas últimas dos décadas, ¿qué prioridad ocupó la cuestión en la agenda exterior de la argentina? ¿Podrían señalarse algunas continuidades sustantivas? Si las hubiere, ¿en qué planos? Es evidente que este tema es de altísimo impacto en la agenda interna, más que en la externa. Por ello, si hacemos un repaso de la política exterior desde 1983 en general la preocupación giró en torno a los problemas de la inserción del país, y más recientemente de la hecatombe política y económica del 2001. Por eso la cuestión Malvinas ocupa un lugar marginal en la agenda internacional argentina. Incluso las respuestas que se ensayaron hacia el problema estuvieron en sintonía con ellas. El autonomismo de Alfonsín conformó una respuesta multilateral e institucionalista, mientras por otro lado buscó en los polos de poder internacional cambiar la situación de posguerra. Las presidencias de Menem con su acercamiento a los poderes mundiales, trataron el tema en sintonía con los deseos de los poderosos, y en este caso británico, donde los intereses económicos y políticos del Reino Unido fueron muy valorados a la hora de tomar las decisiones. Los gobiernos posteriores a esta gestión buscaron un alejamiento progresivo de esta estrategia, primero de la política de seducción, y recientemente con Kirchner, de la forma en que la relación bilateral tenía. En las diversas estrategias de inserción internacional en general, y con respecto a Malvinas en particular, salvo en los años posteriores a Menem, encontramos escasa continuidad, o lo que más ampulosamente se llama “Políticas de Estado”. Aunque existe cierta continuidad instrumental: el ámbito multilateral e institucional fue utilizado por el país con anterioridad a la guerra, desde la aprobación de la Resolución 2065 (XX) de la Asamblea General de las Naciones Unidas; la bilateral con los Acuerdos de Madrid de 1989 y 1990. Reitero lo señalado en la anterior respuesta, habrá que observar cómo el actual gobierno le da forma a esta última cuestión, tras la denuncia de la Declaración sobre Explotación de Hidrocarburos. En su opinión, ¿en qué aspectos, hasta el momento, hemos avanzado y en cuáles no se han observado modificaciones relevantes? Es muy difícil hablar de avances parciales en esta cuestión, ya que lo único significativo sería que Gran Bretaña y la Argentina se sienten a resolver la disputa, y hasta ahora los distintos gobiernos británicos no mostraron el menor inte-
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rés. El esfuerzo de nuestro país debe ser lograr un cambio de actitud de la potencia ocupante. ¿Cómo caracterizaría la política respecto a la cuestión Malvinas llevada a cabo por el Reino Unido desde el final del conflicto hasta la actualidad? ¿Cuáles serían sus prioridades y qué “lectura” de la Argentina como contraparte en el diferendo podría derivarse de las acciones realizadas por el Reino Unido? El Reino Unido buscó desde la finalización del conflicto el reestablecimiento de las relaciones bilaterales, eso lo logró con los Acuerdos de Madrid en 1989 y 1990. A partir de allí buscó conseguir seguridad jurídica para las inversiones en el área de disputa, que era una preocupación británica manifiesta desde el Informe Shackleton (1977), cosa que también alcanzó con los acuerdos pesqueros y petroleros en los noventa. Este punto fue clave para lograr la sustentabilidad económica de las Islas y su actual bonanza. El problema que debieron enfrentar fueron los excesivos gastos de defensa para las Islas que implicaba construir una fortaleza militar (cuyo costo ascendió a varios miles de millones de dólares) y el mantenimiento de una fuerza para repeler cualquier agresión (donde hasta épocas muy recientes, la población militar superaba a la población civil que defendían). En cuanto a las negociaciones, los británicos continuaron con la idea de una negociación tripartita (argentinos, británicos e isleños) contra la bilateral propuesta por la Argentina. Donde sí existieron cambios fue en las posiciones partidarias, ya que los laboristas que en los primeros años de la posguerra accedían a una negociación sobre el tema, en base a tener en cuenta los intereses de los isleños, como lo muestra la Declaración de París de 1986 (firmada por el entonces presidente Alfonsín y el líder laborista, Neil Kinnock), cuando llegó Blair y su Nuevo Laborismo adoptó las tesis thatcheristas. En base a su anterior respuesta, ¿qué continuidades y modificaciones podrían esperarse del Reino Unido hacia el futuro? La modificación en la posición británica podría provenir de la necesidad de disminuir el gasto militar en las Islas, por la existencia de otros compromisos más relevantes en su agenda. Ésto nos da dos opciones: o negocia con la Argentina (con lo cual el gasto, y el problema desaparecerían) o encuentra una forma de financiamiento provista por los kelpers (cosa que éstos tratan de evitar). Pero para la evolución futura del problema creemos que tenemos hasta ahora tres escenarios posibles que nos remiten a situaciones del pasado: la fórmula del Belice, la de Hong Kong y la de Gibraltar. De las tres, dos han concluido y proporcionan escenarios diferentes. En la situación del Belice, la declaración de su independencia volvió abstractos los planteos territoriales guatemaltecos; la Argentina posee algunas diferen-
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cias con ese asunto, entre ellos el propio reconocimiento del conflicto. La otra, la fórmula Hong Kong: aquí los británicos se comprometieron en 1984 a la entrega del territorio a la República Popular China, sobre la base de un acuerdo donde se reconocen las particularidades de esa ciudad y sus habitantes por cincuenta años a partir de la transferencia, producida en 1997, cuando fue restituido el territorio (aquí la confianza mutua y el largo plazo fueron fundamentales para el acuerdo). En el caso de Gibraltar, el gobierno español desde 1982 privilegió la promoción económica a la discusión de la soberanía y la integración de los habitantes de la Roca a las discusiones. Estos últimos rechazaron abrumadoramente en 2002 cualquier compromiso con España por la soberanía. El último punto de ésto fue la sanción de una Constitución gibralteña que afirmó la soberanía británica y la autodeterminación de sus habitantes y alejó aún más las pretensiones españolas. ¿Cuál es su evaluación del actual escenario internacional respecto al reclamo argentino: es favorable o no? ¿Qué modificaciones cabría esperar en los próximos años? Más allá de los tres escenarios descriptos, otro elemento para tener en cuenta es la globalización. Ésta ha viabilizado entidades políticas que distan mucho de ser los Estado-Nación de otrora y podrían reforzar la posibilidad de una independencia de las Islas. La Argentina no debe desatender esta cuestión, y por ello no debe facilitar la posibilidad de desarrollo económico que permita la sustentabilidad de dicho enclave colonial. Esta situación es una complicación marginal al eje del debate, no un nuevo eje, como se pretende recientemente. La cuestión sigue siendo la violación de nuestra soberanía por parte del Reino Unido en 1833. Pero en algunos temas económicos de la globalización, como las discusiones por los subsidios agrícolas en la OMC, la Argentina y el Reino Unido tienen posiciones similares y eso es bueno para la generación de confianza. Lo mismo puede decirse de las Misiones de Paz de Naciones Unidas, donde ambas naciones han desarrollado prácticas conjuntas y eso también es sumamente positivo. La globalización puede ser una calamidad o una desgracia, depende de qué estrategias nuestro país resalte para sacar el mayor provecho posible. En base a su opinión sobre el escenario internacional, ¿cómo inciden los actuales alineamientos y presencia internacional de la Argentina? La Argentina con posterioridad a la crisis de 2001 ha desarrollado un perfil internacional donde privilegió dos planos: uno geográfico y otro conceptual. El primero es claramente conosureño, y de alineación con las naciones de la periferia; el otro es multilateral y de afirmación del Derecho Internacional. Estos dos aspectos, multilateralismo y la condición periférica, son muy realistas y ayudan en muchos foros a la comprensión del problema de Malvinas pero resultan insuficientes.
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Necesitamos que nuestro país involucre en su causa a otros jugadores relevantes del escenario internacional, como lo hizo oportunamente con Rusia o China. La Unión Europea y los Estados Unidos son determinantes en ello. Las Naciones Unidas proveen el marco para disminuir las asimetrías existentes entre ambos países en las negociaciones, y con un arco tan variado e importante de apoyos no será extraña una solución acorde a nuestros intereses. ¿Qué modificaciones considera serían pertinentes para un avance en las negociaciones, tanto respecto a la perspectiva como a los instrumentos políticos con que hasta el momento se han llevado las negociaciones? El problema no es instrumental, sino de manejo de los tiempos. Para los distintos gobernantes de nuestro país, la solución estuvo siempre en el corto plazo. Antes del conflicto los gobiernos argentinos desaprovecharon valiosas oportunidades por esta cuestión, recuérdese el non paper de 1968 donde existió el compromiso británico más explícito sobre la transferencia de las Islas que fue desaprovechado por la Revolución Argentina. Los ingleses siempre especularon con esta cuestión y por eso plantean soluciones en el mediano y largo plazo porque saben que serán rechazadas, o muy mal manejadas por lo gobernantes argentinos. Si sabemos administrar el mediano y largo plazo, lograremos una solución satisfactoria; de lo contrario, fracasaremos. Visto desde el presente y de cara al futuro, ¿qué otras dimensiones (económicas, políticas, sociales, internacionales, etc.) considera ud., hacen relevante al archipiélago, además de los fundamentos históricos para el reclamo de soberanía? Es decir, ¿qué otras consecuencias desfavorables para la Argentina podrían esperarse, más allá de la actual fractura territorial, de no modificarse la actual situación? La pregunta es muy amplia, por eso quiero referirme al impacto interno que esta situación generaría y volver a la cuestión del manejo del tiempo. Nuestra formación colectiva fue, y en gran medida sigue siendo, territorialista. Nuestra idea de pérdida territorial es muy fuerte, aunque no necesariamente verdadera pero muy real para el conjunto de la población. Más allá de la justicia que nos asiste en este caso, donde nuestra sensación se condice con la realidad, sería realmente muy perjudicial la falta de resolución prolongada, o una mala solución, ya que fomentará apoyos de la población a sectores extremistas, que como lo vimos en la guerra, presentan soluciones casi mágicas. Estos sectores representan no sólo un proyecto ilusorio, sino perjudicial para nuestro reclamo, y para la Argentina en general, ya que impulsan el autoritarismo y el belicismo por sobre todas las cosas. No hay magia, sólo hay que trabajar paciente y constantemente en pos del objetivo, si queremos llegar a buen puerto. Sino nuestras expectativas serán defraudadas.
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Pablo Tettamanti Pablo Tettamanti Ministro de Primera. Funcionario del Servicio Exterior de la Nación. Miembro la Embajada de la República Argentina en el Reino Unido (1998-2006)
Le proponemos realizar una breve descripción de las diferentes acciones diplomáticas respecto a la cuestión Malvinas llevadas a cabo por la Argentina desde el final del conflicto hasta la actualidad. Si partimos del año 1982, recordemos que la Argentina y el Reino Unido tenían suspendidas sus relaciones diplomáticas y ésto, tratándose de un diferendo bilateral, es clave. Puede decirse entonces que, desde el final del conflicto, se realizaron esfuerzos dirigidos a encontrar una forma aceptable de reanudación de esas relaciones porque sin ellas hubiera sido imposible entablar algún diálogo sobre Malvinas. A la vez, después de un conflicto armado donde la Argentina salía militarmente derrotada, era de vital importancia conseguir que la comunidad internacional emitiera una opinión favorable sobre el tema Malvinas, es decir, que ratificara que el diferendo seguía siendo, jurídicamente y políticamente, el mismo que antes del conflicto. En este sentido, si uno lee la resolución adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas del año 1982, tal vez no le encuentre mayor importancia, dado que reitera una serie de conceptos ya expuestos en resoluciones anteriores. Sin embargo, justamente es ese contenido lo que la torna relevante, ya que vuelve a sostener que se trata de una situación colonial que adopta la forma de un diferendo de soberanía, el cual debe ser negociado entre las partes. En lo sucesivo, la Argentina obtendrá resoluciones similares de la Asamblea General, que variaron levemente hacia un llamado directo a las partes a negociar. Un poco el objetivo que aún hoy estamos procurando: volver a sentar al Reino Unido en la mesa de negociaciones para hablar sobre el diferendo de soberanía. Lo dicho básicamente describiría la etapa que va desde 1982 hasta 1989. Ese año hay un cambio importante: las reuniones bilaterales celebradas en Madrid, donde se reestablecen las relaciones consulares con el Reino Unido, comprometiéndose, ambas partes, a analizar el reestablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas, cosa que ocurrió muy pocos meses después, ya en el año 1990.
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¿Qué condicionó el lapso de siete años para que se produjera un encuentro? Por un lado, habíamos tenido un conflicto armado, por ende, había un aspecto que estaba relacionado con los tiempos lógicos de una situación posbélica. Por otro lado, está claro que el Reino Unido pretendió que se consolidara una situación de hecho a su favor, como marco para ese reestablecimiento; estrategia que la República Argentina no iba a aceptar. Entonces, debió pasar un tiempo hasta que las partes fueron aceptando que había una manera de sentarse para reestablecer relaciones. De hecho, hubo un clima internacional favorable para eso, dado que la Argentina había efectuado una serie de esfuerzos internacionales que permitieron modificar una percepción asociada a una dictadura, a la de una nación democrática; y esto es un dato fundamental. Es decir, la evolución institucional argentina fue un factor clave ya que, en ese momento, el estándar internacional exigía que los Estados fueran sumándose a una escala de valores que incluía la democracia, los derechos humanos, mercados abiertos y demás, cuestiones que entonces se entendían como condiciones pero que además habían sido los valores permanentes de la República Argentina. En este sentido, podría decirse que no hubo innovación respecto a la Argentina histórica sino, si se quiere, un regreso de la Argentina a sus valores y alianzas tradicionales, tanto en la región, como con América del Norte y con Europa, que han sido básicamente los tres ámbitos con los que Argentina ha tradicionalmente interactuado. Todo esto, de alguna manera, generó una presión sobre el Reino Unido, porque la comunidad internacional es reacia a aceptar conflictos. Todo conflicto, todo diferendo, potencialmente es un problema para cualquiera, no se sabe nunca cuáles pueden ser las repercusiones que puede tener. Cuando no hay mucho justificativo para que se mantenga, la comunidad internacional tampoco entiende una reticencia, por ejemplo una del Reino Unido a no tener relaciones con la Argentina. Llega un momento en que eso no es sostenible. Por lo tanto, se van generando condiciones donde finalmente el Reino Unido se dispone a un reestablecimiento de las relaciones diplomáticas. A partir de las reuniones del ’89, ¿cómo se despliega ese restablecimiento de relaciones diplomáticas? En el ’89 se reestablecen relaciones consulares y se establecen una serie de condiciones para seguir reuniéndonos. Así se acuerda algo que después se ha mencionado muchas veces sin que se valore su verdadero alcance: el “paraguas de soberanía”. El “paraguas de soberanía” es una fórmula que se incluye en la declaración conjunta del ’89 que se inspira en una fórmula similar ya utilizada con los británicos en la década del ’70, cuando tuvimos una política de comunicación con las Islas. Esa fórmula, básicamente, sostiene que ninguna de las acciones, declaraciones, trabajos o reuniones que celebremos en ámbitos particulares, pueden ser tomadas como un reconocimiento tácito de la posición de una de las partes. En otras palabras, nada de lo que hagamos podrá ser utilizado como antecedente que abone reconocimiento tácito de derechos. Eso juega para las dos partes, protege a la Argentina y también al Reino Unido al tiempo que define la existencia de la disputa de soberanía y hace explícito el ámbito de la misma. Esta fórmula, que se utilizó nuevamente en la reunión de Madrid de 1990 en la que se reestablecen las relaciones diplomáticas, fue reiterada durante toda la década de los ´90 cada vez que hubo un entendimiento, haciendo men-
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ción explícita de su aplicación a cada uno de ellos. Entonces, a partir de estos acuerdos de Madrid se inicia una nueva etapa en la relación bilateral donde la Argentina se orientó a generar las condiciones propicias para empezar a negociar soberanía. Ésto comprende, en primer lugar, el desarrollo de una relación bilateral. Si dos países no se sientan a dialogar se hace muy difícil abordar el tema de la soberanía, de manera que hay que iniciar un diálogo, y uno que comprenda toda la relación bilateral. Por lo tanto, por un lado está el reestablecimiento de las relaciones que conlleva, entre otras cosas, la apertura de embajadas y volver a analizar los acuerdos en todos los ámbitos que uno pueda imaginar de una relación normal. En segundo lugar, en lo que hace a la disputa de soberanía, que es la parte anormal de la relación, intentamos encontrar algunos ámbitos donde pudiéramos avanzar en algunos entendimientos provisorios para cooperar en algunos temas de interés común o que fueran directamente necesarios para mantener una situación más o menos vivible y, a partir de allí, ir generando un clima favorable a la reanudación de las negociaciones sobre soberanía. Lo cual no es fácil, porque creo que es importante no olvidar nunca que el Reino Unido solamente aceptó sentarse a la mesa de negociaciones con la República Argentina entre 1965 y 1982. Más allá de la evaluación que uno haga de ese período, antes y después de esos años, el Reino Unido se negó siempre, persistentemente, a negociar soberanía con la Argentina. Está claro, entonces, que esa negociación solamente se podrá dar en contextos que hay que favorecer. Como mencioné, en la década de los `90 se plantea esta política de impulsar algunos entendimientos en aspectos particulares con el objetivo de generar este clima propicio. Se abordaron aspectos económicos, se habló de hidrocarburos, de pesca, de comunicaciones. Asimismo, se trataron otros aspectos relacionados con cuestiones prácticas como delimitación de la plataforma continental o como medidas de fomento de la confianza. No olvidemos que en aquel momento, por ejemplo, seguíamos teniendo dos Fuerzas Armadas que se miraban como rivales, lo cual hace importante que se diseñen todas las medidas preventivas para evitar situaciones que deriven en consecuencias no deseadas. Esa etapa avanzó y se establecieron una serie de acuerdos teniendo algunos mejor suerte que otros. Si uno mira la historia y cada uno de los acuerdos que se firmaron advierte ahí una evolución dispar. El del petróleo, por ejemplo, nació mal. El entendimiento del tratado sobre hidrocarburos lo que decía era que se establecían algunas áreas específicas para iniciar la cooperación y que, a posteriori, se establecerían otras, en todo el ámbito sometido a disputa. Los británicos inmediatamente quisieron congelar esa situación solamente a las áreas que habían sido identificadas en ese primer paso y nosotros dijimos que no, sino no tendría sentido haber dicho que íbamos a “empezar” con eso, en la intención que hubiera una evolución posterior. Ésto, que puede parecer un tecnicismo, trajo aparejado que el Reino Unido, en las áreas que consideró no cubiertas por el entendimiento, promoviera una serie de medidas unilaterales, como la promoción de inversiones, lo cual provocó la réplica por nuestra parte. Hubo que salir a plantear nuestra interpretación de ese entendimiento, protestar cada uno de estos actos y advertirles a cada una de las empresas involucradas: “miren que acá hay un problema, el acuerdo no dice lo que sostiene el Reino Unido y nosotros no vamos a reconocer las consecuencias de lo que pretenden hacer ya que viola la soberanía de la República Argentina”; porque los británicos les decían: “no se preocupen porque hay un acuerdo con la República Argentina”.
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¿Los temas con los que se inició el diálogo con el Reino Unido surgieron de una agenda abierta o, en realidad, podría decirse que desde el origen fueron limitados?
Creo que uno podría decir las dos cosas. Por una parte, los temas sobre los que se fueron avanzando son producto de los entendimientos conjuntos alcanzados, a partir de los intereses que cada país planteó pero, por otra parte, no había ninguna intención de limitarlos. Lo que pasa es que la evolución posterior hizo que no aparecieran muchos otros campos en donde pudiéramos haber avanzado y de hecho, en algunos de los campos que ya habían sido identificados, después se empiezan a manifestar dificultades. Señalamos al petróleo como un ejemplo, pero en algo necesario como las medidas de fomento de la confianza, el Reino Unido consideró, en un momento, que las medidas eran suficientes y se negaron a continuar con las reuniones del Grupo de Trabajo del Atlántico Sur que se había creado con este propósito, a pesar de la existencia de problemas de orden práctico, incluso de interés de los británicos, que justificaban el seguimiento y extensión de sus acciones. Los mismos británicos de vez en cuando aparecen con la intención de trabajar sobre temas que hacen al área y al interés internacional como pueden ser tareas de búsqueda y rescate. La Argentina es responsable internacional en toda el área del Atlántico Sur, y de hecho hay una subestación satelital en Malvinas y eso requiere cierta coordinación, es decir, un caso típico para poder tratarlo dentro del marco que corresponde. Sin embargo, el Reino Unido pretende avanzar por afuera del Grupo de Trabajo. En otro orden, mencionábamos la pesca. Esta es un área donde el entendimiento alcanzado comprendía la colaboración para evitar la depredación de los recursos. No estamos hablando de cooperación en la explotación, ya que hay una disputa de soberanía, nosotros no reconocemos la presencia de los británicos y, por lo tanto, no puede haber un acuerdo como si acá no pasara nada. Pero sí reconocimos ambos un interés mutuo en que no se explotaran los recursos en forma depredadora e intentamos, durante muchos años, avanzar en este campo. El Reino Unido, también aquí, vuelve a tomar medidas de carácter unilateral que nos obligan a protestar. De una serie de acciones, tal vez la más significativa sea la decisión del Reino Unido de modificar su legislación sobre licencias de pesca, que consiste en conceder ciertos derechos de propiedad sobre áreas de explotación, pasando de un otorgamiento por temporada a otro que puede extender licencias hasta veinticinco años. Más allá de que ninguna de estas licencias son reconocidas por la Argentina, esta modificación fue entendida por nosotros como una decisión que claramente viola el espíritu con el que estábamos tratando de colaborar, ya que eso presupone que el Reino Unido entiende que en los próximos veinticinco años no va a pasar nada, y eso es algo inaceptable para nuestro país. Además le recordamos en éste, como en otros casos, que la Asamblea General aprobó hace muchos años la Resolución 31/49, por la cual le pedía a ambas partes que nos abstuviéramos de introducir modificaciones unilaterales que complicaran la situación de la disputa y ésto claramente complica la situación. Nosotros le advertimos al Reino Unido que ésto no era lo que debía hacer, le recordamos cual era el espíri-
tu con el que nos habíamos embarcado en este proceso de entendimientos provisorios y advertimos que nos iban a obligar a tomar acciones si ellos persistían con ésto. De nada sirvió, ellos emitieron de todas maneras su legislación de pesca y nosotros tuvimos que plantearles que, en estas condiciones, teníamos que rever el marco del entendimiento y el funcionamiento del instrumento que se había creado para este tema, esto es, una comisión que se reunía dos veces por año, donde se intercambiaban una serie de datos científicos, donde se analizaba como andaba el recurso general, que servía a ambas partes para saber más o menos que tipo de captura podía haber sin con eso provocar un deterioro del recurso. Hace dos años que la comisión de pesca no se reúne. Como alternativa hemos celebrado ya dos reuniones diplomáticas especiales en donde estamos tratando de ver si hay manera de volver a reencauzar este tema en el espíritu con el que se había generado. Hasta el momento no hemos llegado a un acuerdo. En fin, con lo dicho, lo que estoy tratando de afirmar es que creo que esta política, iniciada en los ’90, orientada a generar, a través de los entendimientos, un clima propicio para reestablecer las negociaciones sobre soberanía, no alcanzó el objetivo que había perseguido. El Reino Unido insistió en tomar medidas de carácter unilateral, sin preocuparse por las consecuencias que esto iba a traer, generando consecuencias negativas para los entendimientos en particular pero, en general, para todo el resto del clima del ejercicio que se estaba haciendo. Hace más de un año que Argentina le propuso al Reino Unido reunirse y evaluar el conjunto de los esfuerzos que se iniciaron en Madrid. Incluso, en un momento dado, se llegó a acordar consultas de alto nivel, en principio anuales, para conversar sobre toda la relación bilateral, de las cuales se celebró una reunión preliminar y una primera reunión formal sin que luego se volviera a reunir este foro. Estos antecedentes han hecho pensar a la Argentina que las acciones del Reino Unido conforman un patrón de comportamiento que busca eludir el problema principal que es la disputa de soberanía, sobre la que debemos sentarnos a negociar y que, por otra parte, pretende consolidar sus pretensiones en este status quo. Respecto a esta actitud del Reino Unido, ¿qué acciones podría pensarse que obedecen a consideraciones coyunturales y cuáles no? Creo que es importante, a veces, obviar en el análisis general la lectura coyuntural porque, a veces, se distorsiona la imagen general de la situación cuando uno focaliza en determinado acto y le trata de dar explicaciones coyunturales, porque eso le saca el entorno y, además, uno puede encontrar un sinnúmero de lecturas coyunturales. Me parece que uno debiera analizar cada uno de los actos en el marco del mediano plazo. Si claramente el acto en cuestión estuviera en desacuerdo con la lectura del mediano plazo entonces, tal vez, la lectura debiera ser coyuntural. Pero en la medida en que el acto forma parte de una lectura coherente más amplia, yo sería reacio a hacer ahí una lectura coyuntural. Los británicos, por el contrario, tienen una tendencia grande a tratar de atri-
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buir las actitudes argentinas siempre a lecturas coyunturales, pero ésto no es una casualidad. Esto responde al interés de subrayar que todas las actitudes que adopta la Argentina en un momento determinado no están bien reflexionadas, no forman parte de una política permanente, son transitorias, durarán lo que dure tal o cual autoridad y eso, por supuesto, fortalece a la posición británica. Por ejemplo, si uno analiza el anuncio de la terminación de los acuerdos sobre hidrocarburos, uno podría intentar una lectura coyuntural y discutir por qué fue hecho este día y no este otro día, etc. Pero si uno relee en qué consiste el entendimiento del petróleo; sabe cómo nació; que la última vez que se reunieron el Reino Unido y la Argentina fue en el año 2000, para ver si podíamos hacerlo despegar, cosa que nunca se había logrado; que ese mismo año se acordó que deberíamos iniciar un período de reflexión para ver si se podía reflotar algo de todo esto; que a posteriori le proponemos a los británicos sentarnos a evaluar la situación del conjunto de los entendimientos y el Reino Unido responde insatisfactoriamente; y que finalmente la Argentina termina diciendo en el año 2007: “ésto no va más”; yo no sé si la lectura tiene que ser “porque fue dicho en este mes o en este día”. Creo que la lectura debiera consistir en observar toda la serie de acciones y preguntarse “cuándo ha pasado un tiempo razonable de esfuerzos para tratar de reavivar un entendimiento que había nacido mal”. Desde esta perspectiva creo que uno puede advertir la continuidad mayúscula de nuestra política exterior, en el sentido de lo que se ha denominado una política de Estado. Este concepto es un latiguillo que se ha usado para muchas cosas, pero francamente, si uno lee el texto de la protesta del Gobierno de Buenos Aires a la toma por la fuerza de las Islas Malvinas en el año 1833, salvo por algunas formas un poco alambicadas, uno no sabría determinar en qué momento de los últimos 170 años fue escrito. Uno lee las sucesivas protestas y las presentaciones de la posición de la Argentina, y uno tiene la certeza que esta política no tiene una lectura coyuntural. ¿Esta continuidad de la Argentina puede ser entendida como acumulativa o no, es decir, ha generado avances desde la situación inicial? Si uno se plantea que la posición de la República Argentina es establecer un ejercicio pleno de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes, mientras eso no se logre, nosotros no hemos alcanzado el objetivo. Si uno lo plantea desde ese objetivo, que es muy claro, es evidente que nosotros tenemos que sentarnos a negociar con el Reino Unido. Mientras no nos sentemos a negociar con el Reino Unido, la lectura puede ser muy subjetiva respecto a lo que se haga sobre la cuestión. Y eso sí responde a veces a distintas tácticas, a distintos momentos, donde uno trata de ajustar las acciones a las circunstancias que está viviendo. Nosotros estamos tratando de revertir una situación de hecho que no responde a nuestros objetivos, no responde a nuestros intereses, y que no nos favorece. Si uno lo mira desde el punto de vista del Reino Unido, ellos están tratando de mantener una situación de hecho que los favorece. Si se quisiera especular sobre esto tendríamos que preguntar-
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nos: ¿hemos logrado conmover al Reino Unido para que se siente en una mesa de negociaciones? Esta es la lectura que, yo digo, es más subjetiva, pero es a partir de la cual uno puede medir las distintas tácticas que adopta la República Argentina al respecto y que tienen que ajustarse a cada momento histórico. El mundo de hoy no es el mismo que el del año 1982. Desapareció el bloque socialista. Los países miembros de las Naciones Unidas han aumentado de alrededor de ciento sesenta a casi doscientos. Hay una serie de actores nuevos en este campo. Los propios territorios que fueron sometidos por ex metrópolis coloniales a las Naciones Unidas como territorios no autónomos, entre los que el Reino Unido incluyó a las Islas Malvinas, hoy sólo llegan a dieciséis. Son situaciones que van cambiando y uno tiene que adaptarse a esos cambios y adoptar una política que esté de acuerdo con esas circunstancias. Ésto, sin entrar a detallar políticas de un gobierno determinado, es una lectura que uno tiene que hacer en forma permanente para entenderlas. A partir de ahí uno puede pasar a juzgar cada política en particular. Ahora bien, mirando el juego del Reino Unido, uno podría tener la sensación de que no se trata solamente de una posición que en los últimos años se haya mantenido sino que, de alguna manera, ha avanzado, en términos de profundizar la situación de hecho. Lo que usted mencionaba sobre las modificaciones en las licencias de pesca es muy sugerente… Obviamente que cuando uno inicia una táctica determinada lo hace con el objetivo de lograr beneficios para uno, pero nada de eso está garantizado. Si uno advierte que en lugar de conseguir los objetivos que estaba buscando, está apareciendo algo de improviso, que es un avance para la otra parte, tiene que variar la táctica. Sería un error mantener la táctica que no ha dado los frutos buscados. Mucho más si uno empieza sospechar que lejos de conseguir los objetivos que buscaba, en realidad, está alimentando los objetivos del otro lado. Y sobre la cuestión podría transitar por un sinnúmero de datos. Pero esto hace que el tema de Malvinas que pareciera estático, desde el punto de vista de lo que pretende cada una de las partes, tiene una dinámica permanente. Uno tiene que estar sometiendo permanentemente las decisiones, incluso las que uno mismo ha adoptado, para ver si está acercándose al objetivo. Está claro que la Argentina, hoy, ha tomado la decisión, el presidente Kirchner y el gobierno actual, de reafirmar inequívocamente el objetivo que tiene la República Argentina con respecto al tema de Malvinas, y hacerlo en forma firme y en todos los foros y oportunidades en que ésto se logre. Ésto no es enunciativo. Trae aparejado un mensaje: que han pasado ciento setenta y cuatro años desde que empezó este conflicto y acá no hemos avanzado. Estamos pasando el mensaje: que hace cuarenta y dos años que se aprobó la Resolución 2065, en donde por primera vez Naciones Unidas nos insta a negociar a la mayor brevedad para resolver este diferendo de soberanía, y ésto está sin resolverse. Es más, uno podría retrotraerse a los antecedentes
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de la 2065. En 1945 protestamos en Naciones Unidas la inclusión de Malvinas como territorio no autónomo por parte del Reino Unido, insistiendo en reiteradas oportunidades hasta que finalmente en 1965, con el famoso alegato del Dr. Ruda, por primera vez la Asamblea General escucha a la República Argentina y dice: “ésta es una situación colonial”, pero que adopta la forma de una disputa de soberanía, en la que se está rompiendo la integridad territorial de la República Argentina, entonces la solución para el problema es que el Reino Unido y la Argentina negocien, a la brevedad, una solución. Ésto es el contenido de la mencionada la resolución 2065 que las Naciones Unidas vienen repitiendo desde entonces sin que el Reino Unido haya aceptado sentarse a negociar, salvo durante el período ya mencionado, alegando diversos motivos. Más cerca del presente, el Reino Unido ha promovido la idea de la autodeterminación de los isleños como un nuevo argumento, porque el Reino Unido ha cambiado, a lo largo de la historia, el argumento por el cual tratan de retener las Islas. El principio de autodeterminación, al que no han hesitado en dejar de lado en otras situaciones cuando así les convino, lo impulsaron en Naciones Unidas en el año 1985 a través de dos enmiendas al proyecto de resolución sobre Malvinas de ese año donde hacen una mención específica del mismo, y la Asamblea General votó en contra de esas enmiendas. Fue la única vez que se presentó y fue derrotado en votación en la Asamblea General, que reiteró su llamado a las partes a negociar. Éste es el cuadro, ésto es lo que dice la comunidad internacional y es lo que nosotros decimos permanentemente. Éste es nuestro objetivo y nosotros, para lograr eso, estamos dispuestos a negociar con el Reino Unido sobre este tema y es lo que estamos volviendo a plantear con firmeza. Simultáneamente, al tiempo que estamos diciendo: “acuérdense que ésto no está resuelto, que acá hay una situación anormal para la comunidad internacional, acá hay un mandato que las partes han recibido de todos los países y hay una que no lo quiere respetar”, insistimos en definir con acciones concretas la defensa de nuestra posición. El Reino Unido ha calificado las acciones mencionadas como una política agresiva, una política nacionalista. Creo que todos son argumentos fácilmente rebatibles y, en el fondo, ésto tiene más que ver con propaganda porque ni siquiera ellos mismos lo creen. Difícilmente se puede acusar de nacionalista a un Estado que defiende su territorio. Obviamente es una posición nacional, es una verdad de perogrullo. Pero lo que ellos tratan de instalar es otra cosa: que se trata de un tipo de nacionalismo inaceptado por el concierto internacional, siendo que lo que Argentina plantea es una defensa de sus derechos. De la misma manera, ellos tratan de endilgar el refortalecimiento de los reclamos a posiciones coyunturales, como ya comentáramos. Incluso últimamente, han hablado de posturas agresivas contra los isleños. Argentina nunca, a lo largo de su historia, tuvo una posición agresiva con respecto a los británicos que habitan las Islas. La Argentina tiene una estructura institucional que permitiría algún tipo de solución cuando llegue el momento, para que ellos sientan que tienen garantías. De hecho, con el Reino Unido habíamos llegado a un memorando de entendimiento en la década del ’60, donde reconocían la posibilidad de restitución de la soberanía, en la medida que tuvieran garantías suficientes de que la Argentina iba a poder respetar sus compromisos para mantener el modo de vida de los británicos en las Islas. Después, el Gobierno británico, como producto de
presiones internas, no se animó a presentarlo su Parlamento para que fuera aprobado. Pero llegamos a ese punto. Entonces, esta posición pacífica es algo que nosotros siempre hemos mantenido. Eso no quiere decir que tengamos que permitir que el Reino Unido adopte las medidas unilaterales que toma y no reaccionar. Nos están perjudicando. El objetivo no es ir a perjudicar a los británicos, el objetivo es preservar lo que es nuestro. Usted ha señalado una política de reafirmación del reclamo en los foros internacionales, ¿cómo evalúa la receptividad internacional respecto al reclamo? Creo que como en todo se puede decir que hay cosas que nos favorecen y hay cosas que no nos favorecen. No puede hacer una lectura lineal y creer que todo brilla a favor nuestro. Evidentemente hay ciertas situaciones que son más problemáticas. Por ejemplo, antes había un bloque de países socialistas que favorecía nuestra posición. Ésto era casi permanente, porque el bloque socialista tenía una posición muy firme respecto a lo que consideraban políticas imperialistas. Hoy ese bloque no existe, entonces, los apoyos deben promoverse Estado por Estado. Hay nuevos Estados, algunos de los cuales no necesariamente mantienen las políticas de lo que había sido su antigua capital. Es el caso de las nuevas repúblicas que surgieron de la desaparición de la Unión Soviética o de la ex Yugoslavia, por mencionar algunos casos, que eran dos países que siempre apoyaban a la República Argentina en su reclamo. Esto no significa necesariamente que estos nuevos Estados nos serán desfavorables, pero hay que trabajar con cada uno de ellos. Asimismo, se podría decir que el hecho de que la Unión Europea se haya ampliado, que el Reino Unido forme parte de la Unión Europea y nosotros no, es algo que nos tendría que jugar en contra, pero del mismo modo uno puede establecer que la Unión Europea tiene una serie de países que siempre han apoyado a la República Argentina como Francia, Italia y España, como también algunos nuevos integrantes que nos han apoyado cuando no lo eran. En el caso de América Latina, el apoyo de la región respecto al reclamo ha sido importante. A pesar de las diferencias que puedan surgir con alguno de ellos sobre cuestiones puntuales, que diría forman parte de cualquier relación de vecindad, en las cuestiones profundas e importantes los vínculos se mantienen y, en los últimos años, hay una clara política de estrecharlos. La Argentina, en el tema Malvinas, tiene una deuda con América Latina por el apoyo que nos han dado, situación que, creo, el gobierno reconoce. En este sentido, no hay que perder la visión del largo plazo. La región permanentemente ha estado a nuestro lado y la Argentina necesita de este apoyo porque claramente es una lectura importante para otras regiones, ver que no hay una polivisión en la región y que el apoyo a la posición Argentina ha sido permanente y constante. En síntesis, creo que la situación, si bien presenta desafíos, también presenta oportunidades. Además, en un contexto internacional en el que ha desaparecido la Guerra Fría resurge lo que ha sido la historia de la humanidad, un mundo de alianzas cambiantes y situaciones localizadas, difíciles de resolver. En este sentido, uno diría que el período de la Guerra Fría, que parecía dar una vara para medir absolutamente todos los conflictos, fue una situación absolutamente anómala. Por lo general la situación internacional ha sido de más difícil lectura.
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En este clima, lo que sí hay es un avance claro de la comunidad internacional en contra del uso de la fuerza, favorable a poner fin a los conflictos y evitar situaciones que puedan derivar en situaciones enojosas. En ese campo, el Reino Unido es un país que tiene una responsabilidad muy particular por ser un miembro permanente del Consejo de Seguridad, que es necesario que reconfirme, porque hoy en día la gente se pregunta cada vez más cómo es esto de un Consejo de Seguridad que nació de la Segunda Guerra Mundial, que tiene cinco miembros permanentes con poder de veto, lo que se entendía en el ’45 pero en el año 2007, empieza a entenderse menos. Hay muchas opiniones sobre ésto. ¿Se justifica esta situación? ¿Cuál es la actitud de estos países? ¿Cuál es la actitud del Reino Unido frente a un mandato de las Naciones Unidas que ellos desoyen porque no les conviene en su faz nacional? ¿Qué tipo de mensaje está tratando de trasmitir el Reino Unido a la comunidad internacional? Esto claramente es una situación que nos favorece. Nosotros no podemos creer que el Reino Unido pueda mantener este silencio sobre el tema de fondo de este diferendo. Respecto del Consejo de Seguridad, también hay una situación complicada para el Reino Unido porque, respecto al reclamo Argentino, se podría pensar que tiene una situación de juez y parte… El Consejo de Seguridad prevé específicamente las maneras en que puede o no intervenir el Reino Unido, como parte interesada, en caso de tratarse el diferendo por Malvinas. De todas maneras, el hecho de integrar permanentemente un Consejo que define cuándo una agresión es tal, cuándo la comunidad internacional va a tomar medidas contra alguien que arrostre la seguridad internacional, cuándo hay un país que está generando una situación de potencial conflicto, genera obligaciones. Es decir, cuando se está tratando de ser juez de esos casos, es muy difícil sostener esta dicotomía del Reino Unido que es juez de los diferendos de los demás y no le interesa el diferendo que lo involucra. De alguna manera, muestra una falta de continuidad en los valores que supuestamente está proponiendo en esta coyuntura sin Guerra Fría, donde hay una clara tendencia a disminuir estos conflictos. Que queden dieciséis territorios no autónomos hace también que aumente la presión para ver qué pasa con este diferendo, qué es lo que se va a hacer y cómo se va a hacer. La comunidad internacional manifestará que resulta lamentable que no nos sentemos a negociar. ¿Existe alguna expectativa respecto a que el estrechamiento de relaciones que se está intentando con Oriente, en los últimos años, tenga alguna repercusión a nivel internacional sobre el tema, por ejemplo, con el caso de China o no es tan lineal? No es tan lineal. Está claro que, en la medida que la República Argentina registra en los últimos cuatro años un crecimiento económico arriba del 8 o 9 por ciento de nuestro producto bruto, es un país que atrae la atención de una manera positiva, en contraste con un país que había declarado el default de su deuda externa y venía de cuatro años de recesión económica. Entonces, en la medida que la Argentina atrae un interés positivo, ésto actúa a favor nuestro, ahí reside el interés de algunas economías de Oriente. Mientras podamos mantener ésto, mientras podamos seguir recuperando la salud de nuestra población, nuestro tejido social, habrá una mejor predis-
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posición a escuchar a un país que se levanta positivamente cuando tiene un problema. Dicho esto, respecto al reclamo de soberanía, China permanentemente ha apoyado la posición de Argentina y esto no ha cambiado. No hay forma que China nos apoye más y no vemos que esa posición vaya a cambiar. Sí se puede decir respecto a las chances de que el Reino Unido acepte volver a sentarse con nosotros a negociar el tema de la soberanía que está ligado, de algún modo, a que la República Argentina sea un país percibido de la mejor manera posible a nivel internacional. Es más fácil desoír y hacer que desoigan a un país que está aislado, que no responde a los cánones previsibles. Hoy la Argentina es un país que está inserto en su región, cuya presencia internacional es cada vez más presente, y creo que es algo que nos va a ir ayudando mucho. Para este año, ¿qué cuestiones de agenda podrían tener alguna significación o generar alguna expectativa respecto a la evolución del diferendo? Hay un dato que es muy importante y es que el Reino Unido próximamente estará en proceso electoral. Previsiblemente, uno puede esperar que haya una continuidad entre el primer ministro saliente y quien se presenta por su partido, para sucederlo. Pero ésto termina en la elección general, donde asumirá una nueva conducción. Entonces, en los próximos meses, es difícil esperar que el Reino Unido quiera hacer muchos cambios pero pasado un tiempo, sea cual fuere el nuevo gobierno, es esperable que tenga la oportunidad de revisar la situación de este expediente que está abierto y que requiere la atención del gobierno británico. ¿Respecto al mediano plazo? Creo que nosotros tenemos que seguir afirmando nuestra posición, construyendo las alianzas que estamos construyendo, y marcando que esta situación sigue sin que se resuelva. No quiero entrar en detalles pero, básicamente, así como intentamos en la década del ’90 crear condiciones favorables a la mesa de negociaciones, tenemos que tratar de ayudar a alimentar un clima internacional favorable para que el reclamo de la Argentina sea cada vez más escuchado. Eso en líneas generales. Después se verá, coyuntural y puntualmente, como tratar que el Reino Unido, con respecto a Malvinas, termine aceptando que la situación de hecho no es aceptable para la República Argentina y que esta posición de la Argentina no es una posición coyuntural, que vaya a desaparecer, sino que responde a lineamientos permanentes y que, por lo tanto, tienen que sentarse a dialogar. Porque un problema que no se resuelve es un problema, y uno nunca sabe cuáles pueden ser sus efectos.
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Angel Tello Angel Tello Director de la Maestría en Inteligencia Estratégica, Universidad Nacional de La Plata. Viceministro de Defensa (1999-2001). Vicepresidente Universidad Nacional de La Plata (M.C)
Le proponemos realizar una breve descripción de las diferentes acciones diplomáticas respecto a la cuestión Malvinas llevadas a cabo por la Argentina desde le final del conflicto hasta la actualidad. El conflicto de Malvinas para la dictadura militar fue un corte importantísimo. El efecto interno que tuvo sobre las Fuerzas Armadas quizás fue mucho más importante que el de la represión. Porque podríamos decir que así como la represión -si bien hubo dentro de las Fuerzas Armadas sectores que se opusieron-, más o menos unifica a las Fuerzas Armadas, les genera una cohesión importante; Malvinas, en cambio, las parte en pedazos. En primer lugar, porque hubo tres guerras. Cada fuerza hizo su propia guerra, no hubo una planificación conjunta. En segundo lugar, porque fue un desastre político, más allá de un pésimo despliegue bélico donde, por otra parte, hubieron algunos hombres con una actitud heroica: tenemos muertos, heridos y ex combatientes. Es decir, creo que el núcleo de la cuestión fue lo político porque lo que hay que condenar es la acción política como una acción absolutamente insensata dado el marco interno e internacional. Fue una guerra pensada para adentro peleándose con un enemigo de afuera. Entonces, hubo una mala política, una mala estrategia, y una pésima táctica. En ese momento, la Argentina da un viraje desde el punto de vista diplomático. Recordemos la famosa reunión de Costa Méndez con los No Alineados en Cuba, a partir de la traición que, según la lectura de la Junta, le había hecho su principal aliado, los Estados Unidos que, por otra parte, le había advertido que no iba a apoyar a la Argentina. Recuerdo que en una reunión que tuvimos en Francia, donde yo estaba exiliado y trabajando con Solari Yrigoyen, nos encontramos con Deolindo Bittel, recién llegado de Washington, y él nos contó que los americanos le habían dicho que Estados Unidos iban a apoyar a Gran Bretaña. Ésto fue a los pocos días del desembarco argentino en las Islas. Entonces, los norteamericanos plantearon desde el inicio cual iba a ser su posición. Este viraje diplomático creo que generó una profunda desorientación al interior de las propias Fuerzas Armadas. Veníamos absolutamente alineados con Occidente, siendo los mejores alumnos y, de golpe, terminamos alineados del otro lado. Ésto creó una situación compleja. En este marco, asume el presidente Alfonsín a quien se lo acusa, por dife-
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rentes razones, de promover una política de “desmalvinización”, acusación que considero injusta. Alfonsín reclama a nivel regional, en las Naciones Unidas, en el movimiento de Países No Alineados, foro éste último, que funciona más o menos hasta el año ’89 cuando se cae la Unión Soviética. Alfonsín adopta una posición muy firme e, incluso, una acción de hostigamiento relativo, porque los ingleses han instalado una fortaleza en Malvinas. En realidad, el objetivo diplomático de todo eso era después sentarse a negociar. Asimismo, hubo la famosa reunión en Suiza donde se plantearon a los británicos algunos temas importantes. En esos años, también, sale un trabajo muy interesante de Rodolfo Terragno que nos advierte que el Reino Unido ha otorgado a los isleños la ciudadanía británica plena, a diferencia de su estatus anterior, lo cual da por tierra con la idea de la autodeterminación, ya que al ser ciudadanos británicos se trata de población no autóctona, condición que la Argentina históricamente había postulado.
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yar a la Argentina. Es decir, había una división del mundo donde ellos no intervenían de este lado y los Estados Unidos se habían comprometido, de alguna manera, a no intervenir del otro, si bien todos intervenían indirectamente. Creo que éste fue otro de los errores de la Junta Militar argentina, pensar que los soviéticos, los chinos, podían dar una mano a la Argentina en esta situación. Los únicos que, más o menos, tuvieron una posición más favorable a Argentina fueron los peruanos, los venezolanos y Brasil, que tuvo una posición más discreta pero que también entorpeció desde el punto de vista marítimo la llegada de los británicos. Con Chile sabemos lo que pasó, porque lo han dicho públicamente: le dieron ayuda a los británicos. Respecto a la política seguida bajo el gobierno de Alfonsín, ¿había objetivos de máxima o ésto iba siendo construido? Iba siendo construido. Objetivo de máxima fue siempre recuperar la soberanía…
¿Qué alternativas tiene el camino de la recomposición diplomática con el Reino Unido? El camino de acercamiento se realiza vía Suiza. Aquí, entre otros factores que condicionaron el tránsito hacia el año 1989, estuvo la reiterada pretensión británica por avanzar hacia alguna forma de reconocimiento de la situación de hecho en las Islas, sea a través de la delimitación de una zona de exclusión, de un área marítima, de atribuciones sobre la pesca. Frente a ello, Argentina siempre se sostuvo en no reconocer cualquier medida que fuera en ese sentido. Incluso, en algún momento se planteó la posibilidad de recurrir a La Haya porque obviamente los derechos argentinos eran contundentes, histórica y políticamente. Finalmente, este camino fue desestimado, un poco, por desconfianza a la Corte de La Haya y, otro poco, porque las condiciones políticas a nivel internacional no eran las más apropiadas. Porque lo que hay que decir también es que cuando se saca la famosa Resolución 502 del Consejo de Seguridad en plena guerra, los soviéticos y los chinos, que hicieron un encendido discurso sobre la ocupación británica, votaron en contra pero no la vetaron, y esta Resolución 502, de alguna manera, legitimó la intervención británica. Estas posiciones son explicables en el contexto de un mundo bipolar, de un mundo fragmentado en dos pedazos donde era prácticamente imposible pensar que esos países iban a apo-
Por supuesto, pero, por ejemplo, ¿se planteaba como objetivo la recomposición, por lo menos, de relaciones bilaterales u otras…? No, de relaciones bilaterales no, por eso se hacía todo vía Suiza. Digamos, los británicos venían de ganar la guerra, nosotros de perderla, entonces obviamente, ellos tenían una ventaja considerable en lo que hacía a la presión diplomática. Incluso porque persistía la imagen de la dictadura a nivel internacional: las violaciones de los derechos humanos, las desapariciones, todos los problemas que conocemos que hubo en la Argentina. Entonces, todo lo que era la dictadura militar tenía muy mala prensa en el exterior; incluso, a veces, hasta sectores progresistas nos corrían con el tema de: “ustedes están defendiendo una dictadura” Había que explicar que no se trataba de defender la dictadura, sino de un derecho legítimo de la Argentina. En algunos lugares del mundo decían: “en definitiva le tienen que agradecer a Margaret Thatcher que, a través de la derrota militar, volteó a la dictadura”. Era muy complicado dar vuelta este discurso, incluso cuando se estaba juzgando y condenando a las Juntas. En ese contexto, la Argentina ejercía básicamente la presión diplomática discutiendo las zonas de exclusión, las zonas de pesca, advirtiendo sobre la posición Argentina a las empresas que estaban interesadas en la explotación
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petrolera, ya que, en ese momento, se suponía que había una reserva petrolera muy importante que, en realidad, no fue tal. Se creía que al este de las Islas existían grandes reservas petroleras cuando se comprueba que esa zona está hacia el oeste, es decir, de Malvinas hacia la orilla continental. La idea, entonces, era efectuar presión diplomática para de esa forma debilitar la economía de las Islas y obligar al Reino Unido a que su sostenimiento le resultase caro. ¿Qué continuidades y diferencias podrían señalarse del período Alfonsín al período Menem? La continuidad fue respecto del reclamo de soberanía. En ésto hubo una continuidad importante, nunca se discutió. Las diferencias aparecen en cuanto a los instrumentos. La famosa cuestión de los Winnie Pooh de Guido Di Tella, el restablecimiento de relaciones con Gran Bretaña, una serie de acciones de acercamiento, que además tenían que ver con el alineamiento de Menem con Estados Unidos. El opta por alinearse con Estados Unidos, se mandan los buques al Golfo en la guerra ’90 -’91 contra la invasión de Kuwait, etc. Durante el gobierno de Menem, si bien la Argentina siguió presionando con el tema del comercio, de la pesca y de la exploración petrolera, no hubo avances significativos. Es más, tal vez, hubo un retroceso relativo en los organismos internacionales. Aunque el Comité de Descolonización de Naciones Unidas todos los años se pronunció a favor de Argentina, en la Asamblea General bajaron un poco los apoyos, a pesar que siempre hubo una cantidad importante de votos como para que se promoviesen resoluciones en favor de la soberanía argentina, básicamente, por el peso numérico de los países No Alineados que, por otra parte, se encontraban bastante debilitados e, incluso, formulaban algún reproche a la Argentina: “ustedes nos piden apoyos para el tema de Malvinas y no vienen a las reuniones”. Es decir, con el alineamiento incondicional con Estados Unidos, las relaciones carnales de Guido Di Tella, Argentina bajó mucho el perfil en este tipo de foro internacional. ¿Usted entiende que sin ese alineamiento la recomposición de relaciones bilaterales hubiera sido factible? ¿Fue determinante? No. Creo que la recomposición de relaciones con el Reino Unido, tarde o temprano, se hubiera dado igual, porque no tenía sentido mantener ese corte con Gran Bretaña. Uno puede tener diferencias, pero la relación bilateral era necesaria recomponerla, además, en parte, resultaba una recomposición de relaciones con Europa, si bien estaban las relaciones con España, Francia e Italia, que fueron buenas, tanto bajo el gobierno de Alfonsín como el de Menem. Pero insisto, más allá de eso, creo que las relaciones hubieran llegado igual, quizás hubieran tardado más. Sin embargo, me parece que hubo una serie de gestos innecesarios, de excesos, como los ositos, las relaciones carnales con Estados Unidos, que no produjeron ningún resultado en el campo de la disputa que la Argentina estaba llevando adelante.
Algunos entienden que, más allá del instrumento, hay en esta idea de “la seducción” con los isleños una perspectiva no del todo errada ¿cuál es su opinión? Si, en su momento, había una teoría que sostenía que en el Reino Unido existían algunos sectores que estaban dispuestos a negociar sobre la soberanía y que los isleños eran la piedra en el zapato. Los isleños eran la traba porque cada vez que surgía una tendencia en Gran Bretaña favorable a resolver el diferendo, los isleños presionaban para que se diera marcha atrás y no hubiera ninguna negociación acerca de soberanía con la Argentina. Ésto, en parte, es cierto y daría cierta razón a la política de seducción. Pero lo que pasa es que la política de seducción tuvo algunos problemas. Primero, confundió a nivel internacional a los aliados tradicionales de la Argentina y, segundo, confundió al frente interno. El frente político interno, la relación con los ex combatientes, la relación con la sociedad, en general, la complicó. Porque, por ejemplo, yo creo que ahora Kirchner tiene una política de darle más importancia a lo que fue la guerra de Malvinas, por lo menos a nivel de opinión pública, lo cual no impide una negociación con Gran Bretaña. Es cierto, que las épocas son distintas, pasaron muchas cosas en el medio, incluso pasaron muchas cosas en Gran Bretaña… Al respecto, ¿cómo describiría la evolución del Reino Unido respecto al diferendo y la lectura que hacen de la Argentina como contraparte? Creo que hay todo un sector en Gran Bretaña, sobre todo los laboristas, el propio Blair, que tienen una posición más abierta a la discusión. Ellos tienen, por otro lado, la interna establecida con los isleños que no es una cuestión menor y que tiene cierta repercusión en la opinión pública británica. Una posición más abierta consistiría, por ejemplo, en replicar la fórmula de Hong Kong con China, para la devolución de la soberanía. Porque además, a pesar de que hoy Malvinas a ellos les da algún beneficio con el tema de la pesca, tienen un destacamento militar importante que han mostrado generosamente por televisión, el último 2 de abril. Amablemente, mostraron tropas, misiles, etc. como para que los argentinos se anoticien que están allí. De todas maneras, creo que en el Reino Unido hay opiniones divididas ya que ellos mismos se empiezan a dar cuenta que ésto es una rémora colonial que no tiene demasiado sentido. En términos estratégicos, tal vez, podría interesarles la cercanía de las Islas con la Antártida o mantener cierta presencia en el Atlántico Sur, pero en la medida en que la Argentina garantice el control efectivo de esta zona del planeta, no creo que ellos tengan mayor dificultad. Respecto a la Antártida, la situación actual podría generar reclamos de algún tipo, avances en lo jurídico... No, porque los reclamos están congelados por el Tratado Antártico. En la Antártida sólo hay tres países que reivindican soberanía que son Argentina,
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Chile y Gran Bretaña y no creo que el Tratado Antártico se modifique. Hubo un intento de modificación en los años ’80 impulsado por soviéticos y norteamericanos que, a este respecto se pusieron de acuerdo, planteando una declaración de la Antártida como patrimonio del mundo, con lo cual se abría la posibilidad para explotar los recursos a los países con disponibilidad de medios, situación que era desfavorable a la Argentina. Por eso, frente a la propuesta, la Argentina se atrincheró en el Tratado Antártico, posición que fue mayoritaria y, por eso, no prosperó la modificación. El Tratado Antártico tiene sus inconvenientes pero, en todo caso, tiene sus grandes ventajas en la preservación de la Antártida, porque el día que ahí se pueda llevar adelante alguna explotación económica, va a ser una catástrofe. Sobre todo porque se supone que en el subsuelo antártico hay importantes reservas petroleras, pero su explotación equivaldría a la destrucción de todo el ecosistema. El Tratado Antártico, desde hace dos años, tiene sede en Buenos Aires, y su defensa en este contexto globalizado, es fundamental. El otro señalamiento respecto a cierto interés estratégico en términos internacionales, ¿qué alcance tendría? En su momento, se pensaba que una posición en el Atlántico Sur era importante por la debilidad del Canal de Panamá, de hecho hoy se está hablando de su ampliación porque los actuales buques son más anchos y están encontrando dificultades para atravesar el Canal. Entonces, si uno toma esta referencia, podría pensarse que cualquier trasporte más o menos importante tendría que cruzar de un océano a otro por el Cabo de Hornos o por el Estrecho de Magallanes, por lo que una posición en Malvinas puede llegar a controlar el pasaje por el sur. Por ejemplo, en una época, los submarinos nucleares franceses que iban al Pacífico cruzaban por el sur, en aguas internacionales, ya que les resultaba más directo pasar por aquí que ir vía África y el océano Indico. Esta hipótesis que se manejaba en la década de los ’80, hoy ¿sigue teniendo vigencia? Yo creo que tiene menos vigencia por las actuales condiciones del mundo. A pesar que hoy podría decirse que Rusia está resurgiendo en la escena internacional, no constituye una amenaza como lo fue en su época la Unión Soviética, una amenaza de las dimensiones que pueda significar una reacción a nivel de grandes flotas y demás. Hoy los que tienen la mayor capacidad de proyección naval son los norteamericanos y los tipos de amenaza que uno ve evolucionar no pasan por desafíos importantes desde el punto de vista militar clásico. Pasan por desafíos como el nuclear, el bacteriológico, el químico, o de acciones terroristas, más que por una gran confrontación de carácter convencional, con una superpotencia. Pero bueno, qué va a pasar con China dentro de veinte o treinta años, qué va a pasar con Rusia, uno puede prever tendencias pero no concretamente lo que va a pasar. Entonces, para los británicos mantener una instalación militar permanente
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de control en la zona puede tener una cierta importancia. Por otro lado, si Argentina, Brasil y Chile garantizan -no digo que esto signifique aliarse incondicionalmente con los británicos ni con los norteamericanos-, si ofrecen ciertas garantías de un control razonable y pacífico de la zona, creo que se generan las mejores condiciones para negociar soberanía. Es decir, que los británicos comprendan que ésto no va contra ellos. Garantías de control y de transmisión de la información, desde ya, en ciertas condiciones, sin resignar los intereses argentinos. Últimamente se ha sostenido la posibilidad de una política promovida por el Reino Unido que avance en el otorgamiento de una mayor autonomía de los isleños y desemboque en la conformación de un nuevo Estado ¿Le parece factible ese desenlace? Yo no lo veo. Ésto encontraría muchas resistencias a nivel internacional debido a la campaña de reclamo de soberanía que la Argentina viene haciendo desde hace muchos años y que, incluso, en el momento de las relaciones carnales y los Winnie Pooh, quizás con un perfil más bajo, se continuó. Además, un Estado de estas características no tendría reconocimiento internacional. Los únicos que lo reconocerían, en todo caso, serían los británicos, porque me parece, que ni la Unión Europea lo haría. En este momento, la Unión Europea está más favorable a una conversación con Argentina, creo que está más inclinada a pensar: “pasaron muchos años, hay que resolver ésto, Argentina tiene una parte de la razón en el reclamo, vean como pueden hacer”. Asimismo, por lo que antes señalé respecto a que el principio de autodeterminación no se aplica, ya que no se trata de población autóctona, es más, ahora son ciudadanos británicos. Terragno advierte eso: “cuidado que no son más kelpers, son ciudadanos británicos”. Ciudadanos británicos que se trasladaron de Gran Bretaña a estas Islas, no es población del lugar, no es una etnia que estaba desde hace veinte siglos instalada ahí y llegaron los británicos y los controlaron, y reclaman el derecho de independencia de Gran Bretaña. No se trata de una población autóctona como India o Pakistán. ¿Qué evaluación hace del actual escenario internacional respecto al diferendo? A nivel internacional parece que el mundo está mirando para otro lado. Digamos que ésta es una desventaja, pero también puede ser una ventaja. La desventaja es que la presión podría ser menor, en tanto, podría considerarse muy subalterno el interés por una zona que desde la mirada de los países que forman opinión internacional queda casi en los confines del mapa, y más si se toma en cuenta que tenemos un territorio de 2.800.000 kilómetros cuadrados, que es el octavo del mundo, y poco poblado. Esta opinión podría considerar espúreo este reclamo, en el sentido de que a la Argentina, justamente, lo que le sobra es territorio. Entonces, en comparación con los problemas que hay en Medio Oriente, en Asia Central, el desafío que significa China a futuro, India, Centroamérica, Colombia con el tema de la gue-
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rrilla y el narcotráfico, Malvinas ¿qué importancia tiene? Ésta es la desventaja que, de todas maneras, creo que es relativa porque cada vez que Argentina presenta el tema en organismos internacionales todos estos países apoyan a la Argentina. Por su parte, la ventaja es que América Latina, por lo menos el Cono Sur, se ha declarado zona de paz, libre de armas nucleares, químicas, bacteriológicas. Se ha avanzado bastante en lo que es la conformación de un espacio regional. Si uno compara nuestros problemas con los que hay en Medio Oriente, Asia Central, África, o incluso Europa, como Kosovo o el anuncio del despliegue de misiles por parte de Rusia, éstos parecen muy menores. En este sentido, ésto puede resultar una ventaja ya que la zona puede hacerse atractiva al mundo. Aquí hay posibilidades de crecimiento, hay recursos naturales fenomenales, todavía en gran parte inexplotados, países más o menos homogéneos porque no hay disputas raciales o étnicas importantes, etc. Esta es la ventaja que tienen la región y Argentina, para negociar a nivel internacional. ¿Cuáles serían los canales apropiados para que el reclamo argentino sea más escuchado o extienda sus apoyos? Lo primero es la región. Respecto al reclamo vamos a recibir el apoyo de la región. Fíjese que, incluso, cuando Chile bajo el gobierno de Pinochet cooperaba con los británicos, a la vez, nunca dejó de respaldar el reclamo de soberanía argentina en Naciones Unidas y, terminada la guerra, continuaron con esa posición. Creo que la situación en Chile ha cambiado, aparte del retorno de la democracia, entiendo que Michelle Bachelet tiene una posición muy firme al respecto. Y hablo de Chile porque podría constituir el caso más complejo para la Argentina. Respecto a Uruguay, no hay inconvenientes, a Brasil, tampoco. Creo, entonces, que una posible salida para Argentina sería ofrecer también algunas ventajas a la región, sea desde el punto de vista económico o estratégico, en Malvinas. Respecto a lo económico, me parece que habría que ofrecer quizás una explotación conjunta que pueda beneficiar a los socios de la región, ésto me parece que sería una propuesta interesante. Respecto a lo estratégico, en todo caso, ofrecer ciertas capacidades de control del Atlántico Sur o, por lo menos, si ésto, lo llevase adelante solamente Argentina, compartir información con los socios ribereños, en
este caso, Uruguay y Brasil. A la vez, creo que la Argentina tiene que hacer un esfuerzo de medios, en este momento no estamos en buenas condiciones para ejercer el control del Mar Argentino. Tenemos problemas de medios, faltan recursos. Creo que una presencia argentina mayor sería muy importante, como una forma de afirmar ésto. Sobre todo porque hay riquezas muy importantes, en particular la pesca. Todavía el Atlántico Sur, a pesar de la pesca furtiva, sigue siendo una zona virgen, con muy poca explotación, se podría hacer mucho más. La Argentina necesita ejercer el rol de policía del mar. Me parece que ésto es fundamental y para esto hay que tener medios. Por los pocos medios que se tienen, hasta ahora la relación con Brasil, en lo que es el control sobre el mar, es buena. Se hacen maniobras con ellos, ejercicios con mucha frecuencia… Es decir, que implicaría alguna forma de coordinación o de planteo más global en términos de seguridad. Eso existe. Pero básicamente, la cuestión de la seguridad se dirime en la posibilidad o no de proyección de las fuerzas argentinas, que es una discusión en la Armada que tiene algún tiempo. Porque si uno mira el mapa desde abajo o con centro en el Polo Sur, todo aplastado en el norte, nos vamos a dar cuenta que estamos en un hemisferio oceánico. La Argentina para sacar los productos que vende al mundo tiene que necesariamente salir por el agua, es decir, para ese mundo -extremo Oriente, Asia, Europa o África- que hoy demanda alimentos y otros bienes que nosotros producimos, la vía de salida es el mar. Allí necesitamos tener vías abiertas de navegación y cualquiera que nos complique eso, nos daña gravemente. Argentina tiene que tener una presencia importante en toda la zona, de medios y de recursos, y ejercer el rol de policía del mar. ¿Cómo sintetizaría los pasos a seguir? En primer lugar, diría, continuar con toda la acción internacional. Insistir con el reclamo de soberanía en las Naciones Unidas, en la OEA, en la región. Con ésto presionar muy fuerte. En segundo lugar, habría que avanzar muy rápido hacia la consolidación de
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la región, incluso a la conformación de una estructura política del Mercosur. No puede ser que cualquier problema necesite de una reunión de presidentes. Tiene que haber mecanismos de resolución de controversias, con reglas claras de funcionamiento, como tiene la Unión Europea. Por eso, me parece importante avanzar en la consolidación de un parlamento del Mercosur. En tercer lugar, me parece que hay que seguir con una política que haga costoso a los británicos lo que pasó, que fue un poco la política de Alfonsín, en su momento, que ésto les cueste muy caro desde el punto de vista económico y desde el punto de vista militar. No con provocaciones pero si con una presencia militar argentina en el Atlántico Sur, cuyo objetivo central sea controlar la pesca pero que, por otra parte, mande señales. Insisto, sin provocaciones, sin pretender ir a las Islas, adentrarse en su zona de exclusión; es decir, respetando lo que hasta ahora ellos han fijado unilateralmente como su zona de influencia, pero mostrando que allí estamos. Ésto significa incrementarles el costo. Por último, creo que hay que jugar mucho con la Unión Europea. Me parece que la posición de la Unión Europea en ésto puede dar resultados interesantes desde el punto de vista de presión a los británicos, vía España, vía Francia. Alemania es un país importante de la Unión Europea y puede ser favorable a la posición argentina. Italia, Rusia, que no está en la Unión Europea pero que está incrementando su presencia. Entendiendo, desde luego, que para ellos ésto es una cuestión marginal, no es el objetivo central de su política exterior. En fin, intentando por varios caminos al mismo tiempo. Un poco para arrinconar a los británicos y que entiendan que a esta altura del siglo XXI no tiene sentido seguir manteniendo esta ocupación colonial. Que hubo una guerra, que fue un error, pero que es una etapa cerrada, y que no podemos seguir en esta situación.
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Carlos Ortiz de Rozas Carlos Ortiz de Rozas Abogado y Diplomático. Vicecanciller (1990). Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la Argentina en Estados Unidos (1991-1993), en Francia (1984-1989), en el Reino Unido (1980-1982) y en Austria (1967-1970). Embajador-Representante Permanente de la República Argentina ante Naciones Unidas (1970-1977).
¿Qué antecedentes sustantivos podrían describir la evolución de la cuestión Malvinas, antes del conflicto bélico? Si uno recorre los antecedentes diría que la persistente y exitosa campaña realizada por la Argentina en los organismos internacionales, especialmente en las Naciones Unidas, finalmente, dio como resultado que el Reino Unido se aviniera a hallar una solución negociada al diferendo por las Malvinas, culminando, en 1971, en el llamado “Acuerdo para las Comunicaciones entre las Islas y el Territorio Continental Argentino”. Este acuerdo fue la aplicación práctica de la política que los británicos denominaban la conquista de los hearts and minds - los corazones y las mentes- de los isleños. Ellos partían del presupuesto que, tarde o temprano, las Islas pasarían a la soberanía argentina pero que, para facilitar una solución sería conveniente que la Argentina hiciera esfuerzos para que los kelpers apreciaran las ventajas de incorporarse a nuestro país. El acuerdo de comunicaciones de 1971 dio resultados muy positivos en ese sentido aunque, por supuesto, los sectores argentinos más ultra, lo criticaron muy duramente porque no se incluía en él el reclamo de la soberanía. Sin embargo, en pocos años, las Malvinas pasaron a ser dependientes de la Argentina en múltiples e importantes aspectos. Fue mucho lo que se hizo a raíz del acuerdo de comunicaciones. Por ejemplo, se construyó una pista de aterrizaje y LADE inició servicios aéreos bisemanales. Ésto permitió traer isleños a estudiar en colegios argentinos de habla inglesa como así también un buen servicio hospitalario ya que en Malvinas lo único que había era un dispensario donde no se podían practicar operaciones importantes. A partir de entonces se pudo trasladar enfermos al Hospital Británico de Buenos Aires o al hospital de YPF en Comodoro Rivadavia. Incluso permitió el envío de dinero, porque las libras que tenían en las Malvinas no tenían posibilidad de utilizarlas más allá de las Islas y, a través de LADE, se giraban para que fueran depositadas en el banco de Londres y América del Sur. El combustible lo proporcionaba YPF y dos maestras argentinas impartían la enseñanza del español. En apenas tres años casi dos mil personas viajaron en ambas direcciones. De manera que, a partir de 1971, se fue creando una relación de dependencia muy grande de las Islas con la Argentina.
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Creo que debido al éxito de ese programa el gobierno británico, a través de su embajada en Buenos Aires, le propuso a nuestra Cancillería la creación de un condominio anglo-argentino sobre las Malvinas, lo cual significaba reconocerle a nuestro país, al menos, una soberanía parcial sobre el archipiélago. Contenía cláusulas muy interesantes, entre otras, la vigencia de dos idiomas oficiales, el español y el inglés; la supresión de todas las trabas a las comunicaciones recíprocas; el gobernador de las Islas sería designado alternativamente por la reina y por el presidente argentino; la legislación sería adaptada a los fines del condominio; y por supuesto, las dos banderas flamearían en pie de igualdad. Lamentablemente el Gral. Perón, que era presidente y que había dado su consentimiento a la propuesta, falleció pocos días después, y ante las reticencias de su viuda, la Sra. Martínez de Perón, que no se sentía con el mismo poder de su marido para viabilizar la cuestión ante la opinión pública, Gran Bretaña no insistió con el ofrecimiento, perdiéndose ahí, una gran oportunidad. Según me contó el canciller Vignes, Perón, con todo su pragmatismo, le dijo: “Hay que aceptar la propuesta. Una vez que pongamos pie en las Malvinas no nos saca nadie y, al poco tiempo, tendremos la soberanía plena”. Estaba bien pensado, hubiera sido así. Pero en esos tiempos muchos sectores argentinos no habrían aceptado una soberanía parcial. Exigían no solamente el reconocimiento pleno de la soberanía, sino también el desagravio a la bandera por la ocupación ilegal. Era el todo o nada. Y fue nada. Por último, y lo menciono sin entrar en mayores detalles, el gobierno de la Sra. Thatcher elaboró una nueva iniciativa que se llamó de lease-back, o de retroarriendo. Aquí quiero decir con claridad que el Sr. Ridley, que era ministro de Estado para Asuntos Exteriores del Reino Unido, con quien yo trabé muy buena amistad, cuando me explicó los alcances de esta propuesta, me dijo: “Pero, la cuestión es que ustedes quieren las Islas y los que tenemos que buscar la manera de resolver el problema somos nosotros. ¿Por qué no presentan ustedes una fórmula para que la analicemos en el Reino Unido? A lo mejor nos ponemos de acuerdo”. Ni hablar, nadie en esa época se animaba siquiera a insinuar una posibilidad que no fuera la devolución lisa y llana de las Islas. El que entendiera que pudieran seguirse otros caminos incluso podía ser considerado poco menos que un traidor a la patria. De manera que había, en la Cancillería...
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República Argentina. La duración de ese período de administración británica transitoria era lo que había que negociar. Hasta el 1º de marzo de 1982, fíjense ustedes la fecha, estamos hablando de un mes y un día antes del desembarco en Malvinas, se estuvo discutiendo ese aspecto. Un mes más tarde sobrevino la guerra que, de más está decir, dio por concluida toda relación bilateral con el Reino Unido. ¿Podría decirse entonces que, previo a la guerra, los avances argentinos en la situación convivieron con rigideces, y aventuramos aquí una adjetivación, usted nos corregirá, de un nacionalismo poco lúcido, que desechó sistemáticamente el sentido estratégico de los canales de negociación abiertos? Efectivamente así fue. En las épocas de negociaciones en las Naciones Unidas, donde estuve siete años, había por parte del Foreign Office un enfoque realista. Sabía que de una forma u otra había que resolver el problema. Recuerdo que en una reunión aquí, en Buenos Aires, pocos meses antes de la guerra, el embajador del Reino Unido, Anthony Williams me dijo: “Ustedes tienen que darse cuenta que las Islas les van a caer en las manos como una pera madura. Pero deben ir paso a paso y tener paciencia, y ya poco va a faltar para que eso ocurra”. Es más, en un programa de la BBC, el ministro Ridley frente a la pregunta sobre la cuestión Malvinas decía con toda candidez: “Pero ¿qué quiere que haga? Cuando voy a Naciones Unidas o cuando veo a otros gobiernos, me dicen: por qué no terminan de arreglar de una vez el tema de las Malvinas”. La Argentina tenía peso internacional y eso hacía presión sobre el gobierno inglés. En el mismo programa se podía constatar que el nivel de conocimiento sobre Malvinas entre los británicos comunes era escacísimo. Ahora, de más está decir, la situación ha variado, porque después de la guerra y con doscientos cincuenta y dos muertos ingleses, ellos recuerdan la cuestión. Como dijo hace poco Blair: hubieron más bajas en Malvinas que en lo que va del conflicto en Irak. Ya el tema va a ser mucho más difícil, porque el público va a estar en alerta. ¿Cómo caracterizaría la política respecto a la cuestión Malvinas seguida por el Reino Unido desde el final del conflicto hasta la actualidad?
Límites desde el inicio... ¡Enormes! La Cancillería estaba cohibida en ese aspecto. Nadie se animaba. El hecho es que tenía razón Ridley. Como la Argentina no proponía nada, él ideó la alternativa del “lease-back” o retroarriendo. Lo importante de ésto es que no era sólo una iniciativa del Sr. Ridley, sino que tenía el respaldo de la Sra. Thatcher, es decir, era una política del gobierno británico. El retroarriendo, sintetizando, consistía en reconocer la soberanía argentina a cambio de que el gobierno argentino, en ejercicio de esa soberanía, le solicitase al gobierno británico que administrara las Islas por un período de años al término del cual, las Islas pasarían a la soberanía plena y total de la
Desde el final de la guerra, Gran Bretaña adoptó una posición de gran dureza. Decidió que el conflicto armado, que caracterizó de ilegal y una violación de las resoluciones de las Naciones Unidas, cuya responsabilidad atribuyó a la Argentina, hacía imposible reanudar cualquier tipo de negociación para dirimir la disputa de soberanía. Concluida la guerra se dio un hecho sumamente importante que, curiosamente, los diarios argentinos no revelaron. A finales del ’82, el Parlamento británico, donde había mayoría conservadora, decidió constituir una comisión especial para estudiar los títulos de soberanía que se tenían sobre las Islas Malvinas. El gobierno de la Sra. Thatcher trató de disuadir a los parla-
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mentarios de no reabrir ese tema puesto que acababan de ganar la guerra. Sin embargo, el comité especial siguió adelante con la investigación y finalmente se pronunció -creo que fue a mediados del ’83-, diciendo que los títulos esgrimidos por Gran Bretaña no arrojaban derechos concluyentes sobre las Islas Malvinas y, por ende, que la República Argentina estaba justificada en reclamar las Islas. A reglón seguido agregaban, desgraciadamente, que la guerra ilegal iniciada por la Argentina hacía que la cuestión fuese irrelevante. Es decir, ya no se discuten los títulos porque la guerra ha creado un hecho nuevo. Estos pronunciamientos los reconoce puntualmente la Historia Oficial británica sobre las Islas Malvinas, elaborada por Sir Lawrence Freedman a pedido del gobierno del Reino Unido. En una palabra, desde la conclusión del conflicto, Gran Bretaña ignoró todos los precedentes que le he mencionado y muchos otros, cerrando por completo las puertas a la diplomacia. Sostiene ahora que sólo harán lo que quieran los isleños respecto de su futuro. Entonces, ¿qué continuidades y modificaciones podrían esperarse del Reino Unido hacia el futuro? Como mencioné, el Reino Unido, desde 1982, no quiere saber absolutamente nada de ninguna conversación formal o informal sobre la soberanía de las Islas. Se mantiene firme en esa posición. Por nuestra parte, entonces, habrá que armarse de paciencia porque como ellos tienen la soberanía de hecho y están instalados en las Malvinas y, por otra parte, desde la guerra a los malvinenses les va estupendamente bien desde el punto de vista económico, será difícil que haya modificaciones en el corto plazo. Recientemente se ha especulado con la posibilidad de que Gran Bretaña pudiese optar por convertir a las Islas Malvinas en un mini-Estado independiente, como sucedió con otros territorios bajo dominio británico. En mi opinión, no creo que ésto suceda, porque ninguna de las ex colonias o territorios de esas características, a los que el Reino Unido les concedió la independencia, estaban sometidos a una disputa de soberanía. Las Malvinas es un caso único, donde no solo hay una disputa de soberanía sino que ella ha sido reconocida por las Naciones Unidas en innumerables resoluciones que recomiendan la solución negociada del conflicto. Y esa situación ha merecido el apoyo abrumadoramente mayoritario de los países que integran la organización mundial. De manera que me parece muy difícil, por no decir imposible, que Gran Bretaña piense en desafiar a la comunidad internacional en algo que no le reportaría ningún beneficio particular y le traería aparejado controversias en muchos planos. Lo que puede ocurrir es que los ingleses sigan sosteniendo la autodeterminación de los isleños y esto se traduzca en una mayor autonomía. Por cuanto conviene estar siempre vigilantes y seguir atentamente lo que ocurre en las Islas.
¿Pueden señalarse matices o posiciones diferenciadas en el Reino Unido, en función de alineamientos partidarios o ideológicos, frente a la cuestión Malvinas? En el momento actual yo no creo que en el Parlamento británico se discuta el tema. En este sentido, dada la situación de hecho y para no crearse problemas inútiles con el electorado o con la opinión pública, su posición es la vía fácil: mantenimiento del status quo y respetar los deseos de los isleños. La evaluación de la intervención en Irak y el debilitamiento del gobierno de Blair, ¿pueden propiciar una evaluación de los costos que demanda el sostenimiento de la base militar en Malvinas, los subsidios que se brinda a las Islas, que incida en una modificación del panorama actual? Podría ser, pero creo que su incidencia sería mínima. Antes de la guerra, los ingleses tenían que solventar a las Islas pero como me dijo el ministro Ridley: “Sí, nos cuesta, pero no es una cifra que el Reino Unido no pueda afrontar”. Hoy en día, las Islas son autosuficientes en materia económica, de manera que no es el Reino Unido el que tiene que solventarlas. Así pues el factor costos no juega en la actualidad. Sí pesa el mantenimiento de una guarnición militar, pero además de la defensa ante una presunta agresión le sirve para base de entrenamiento de sus Fuerzas Armadas. Está en un lugar estupendo, nadie los molesta, tienen un clima duro que los obliga a mantener un rígido grado de entrenamiento y los van relevando constantemente. Los cambios internos en el Reino Unido pueden, eventualmente, tornarlos más inclinados a la búsqueda de una solución diplomática, no en un sentido activo, sino que por pasividad se avengan a escuchar soluciones diplomáticas. Podría ser, porque los cambios de gobierno en el Reino Unido siempre pueden traer aparejado algún cambio, pero parece poco probable. Más allá de lo dicho, ¿qué evaluación de la Argentina como contraparte, entiende, hace el Reino Unido? Podría decirse que el Reino Unido sigue los acontecimientos argentinos casi por curiosidad, para ver qué está pasando en nuestra casa. No porque quieran ver la punta de un hilo que permita vislumbrar la posibilidad de un acercamiento o de un principio de conversación, no ya de negociación. Sino, más bien, porque la Argentina fue durante muchísimos años un buen socio comercial y Londres no desecharía para nada una oportunidad de renovar lazos que en el pasado le fueron muy positivos. En la relación bilateral si hubo algo que pudo haber aportado a un mejoramiento fue la tan criticada política de “seducción” que llevó a cabo el can-
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ciller Guido Di Tella durante la presidencia de Carlos Menem. A mi modo de ver, mal instrumentada pero la intención de esa política era admitir que no se podía prescindir de los isleños, que estaban allí e iban a estar siempre y que era lógico e importante contar con su buena voluntad para el día en que la Argentina asumiera la soberanía plena. Por ende, que iban a ser un factor a tener en cuenta para la solución del problema y, en consecuencia, no se los podía ignorar. La clave de la seducción era tratar de dar algunos pasos que les hiciera ver que los argentinos no son unos ogros que se los iban a comer vivos, sino que eran gente como ellos, que comprendían su situación y que podrían mejorarla. En una palabra: tratar de retraer la situación a la que existía durante el acuerdo de comunicaciones. Ese fue, creo yo, el cambio más significativo de parte de la Argentina que pudo haber hecho pensar a los ingleses y a los isleños un poco más. Hay un concepto muy interesante que fue publicado el periódico Penguin News de las Malvinas según el cual “Los argentinos son realmente peligrosos cuando se ponen razonables”. Es decir, a los argentinos furiosos ya los conocemos y hoy tenemos como defendernos con una fuerte presencia militar. Pero, cuando se ponen razonables y tratan de comprendernos, ahí sí son verdaderamente peligrosos. ¿Cuál es su evaluación del escenario internacional en los últimos años respecto del reclamo argentino? Si tomamos a las Naciones Unidas como la expresión más conocida del escenario internacional, yo diría que la Argentina allí ha ido perdiendo terreno. ¿En qué sentido? En que el reclamo por las Islas Malvinas se manifiesta únicamente en el Comité de Descolonización, mientras que antes, todos los años, era debatido en el plenario de la Asamblea General, traduciéndose en una resolución del organismo. La Argentina ha obtenido, con las resoluciones del órgano más representativo de la organización mundial, un verdadero cuerpo de doctrina y pronunciamientos políticos que son muy favorables a nuestros intereses. A tal punto que en el mismo año de la guerra, en noviembre del ’82, la Asamblea General aprobó una resolución que a los ingleses los sacó de casillas porque pedía a Gran Bretaña y a la Argentina que reanudaran cuanto antes las negociaciones con vista a la solución pacífica del problema, como asimismo, la intervención del secretario general. Es decir que, a pesar de la guerra, la Argentina estaba presente y lo estaba con una resolución contundente. Resolución que incluso, por primera vez en el tema de Malvinas, votaron a favor Estados Unidos y otros países significativos, lo cual a los ingleses les causó un considerable disgusto. Que los Estados Unidos, el principal aliado, que los había ayudado tanto durante la guerra, votara en favor de una resolución que les pedía que negociaran la solución pacífica del conflicto por la disputa de soberanía, era demasiado. Hoy en día, desgraciadamente, abandonamos el escenario de la Asamblea General. Nos limitamos al Comité de los Veinticuatro donde quedan muy pocos casos de descolonización, a tal punto, que circula la idea de supri-
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mirlo tanto en el secretariado de Naciones Unidas como en otros países miembros en tanto consideran que, prácticamente, el único asunto importante que aún gestiona es Malvinas. Las resoluciones del Comité de los Veinticuatro, por supuesto, son favorables a la Argentina, pero eso es lo único en materia de presencia en las Naciones Unidas. En otros organismos como la OEA, ¿podría describirse la misma evolución? La OEA es cien por ciento Argentina. Cualquier propuesta de resolución Argentina sobre Malvinas que vaya a la OEA, cuenta con su apoyo. De todos los países. Salvo algún país caribeño de habla inglesa que sea muy presionado por Gran Bretaña, sería muy extraño no encontrarse con un apoyo casi total. Antes, todas las decisiones de la OEA en esta materia eran trasmitidas a las Naciones Unidas para ser incorporadas en sus resoluciones. Ésto no sé si se continúa haciendo. Es un factor gravitante que ese organismo regional apoye a la Argentina sin retaceos. ¿Cómo inciden los actuales alineamientos y presencia internacional de la Argentina? Si observamos un escenario internacional más vasto creo que la Argentina ha ido perdiendo posiciones y que las sigue perdiendo más todavía, en la actualidad. Desde fines de la gestión Duhalde hasta la actualidad, prácticamente, nos hemos concentrado en América Latina y, más precisamente diría, en América del Sur. Porque América Latina incluye a México y con México hemos tenido roces inexplicables -en la Cumbre de Mar del Plata, por ejemplo-, y México es un país que cuenta mucho en Centroamérica. Asimismo, con los países de esa región no hemos tenido una política de presencia con la fuerza de años anteriores. Nos concentramos en América del Sur, pero tendemos a olvidar el resto del mundo. Casi no hay presencia argentina en Europa. Con Francia tuvimos una situación que pudo haberse mejorado con el presidente Chirac, pero que quedó resentida a raíz del problema con las inversiones de la firma Suez. Con España tenemos una buena relación a nivel presidencial con el señor Rodríguez Zapatero, que justo ahora no la está pasando tan bien. Con Italia misma, no tenemos, como siempre hemos tenido, una relación extraordinaria debido a diferencias ideológicas con los partidos de la derecha que hasta hace poco ejercían el poder. Con los demás países europeos, que yo sepa, la relación prácticamente es mínima. Con los países de Europa central, Austria, Suiza, con los países escandinavos, se trata simplemente de relaciones formales y algún intercambio comercial no muy relevante. Lo mismo podría aplicarse a los países del este europeo que, por otra parte, cuando formaban parte del bloque Soviético tenían una fuerte posición anticolonial y, entonces, siempre apoyaban a la Argentina en materia del Malvinas.
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ENTREVISTA
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De la presencia argentina en Asia ni hablemos. Estamos haciendo esfuerzos tratando de poner el pie en Asia, pero Asia no es solamente China, es Japón, segunda potencia económica del mundo, es Vietnam, que ahora está siguiendo los mismos pasos de China, es Tailandia, Filipinas, Corea, etc. No hay una política, lo que hay es la veleidad de ver si podemos hacer grandes negocios con China pero como es sabido las expectativas creadas no se vieron satisfechas. Lo mismo puede observarse con África, el continente olvidado. Los países del norte y los Estados árabes, en general, apoyaron muchísimo a la Argentina en su reclamo por las Malvinas. No veo que haya políticas realmente estructuradas hacia los países árabes o hacia los países africanos que en Naciones Unidas pesan enormemente, por el número. Hemos tenido políticas, pero ahora las hemos abandonado. En síntesis, respecto a la cuestión de Malvinas creo que se va a requerir un esfuerzo diplomático serio, constante, hecho con cada uno de los países con los cuales mantenemos relaciones, para que sepan que seguimos activamente con nuestro reclamo. Este diagnóstico, ¿lo entiende como una consecuencia de discontinuidades en los últimos veinte años o sería producto de los últimos años? Creo que, tal vez, es consecuencia de la enorme crisis interna que sufrimos a partir del 2001, lo cual ha motivado que tanto el gobierno de Duhalde como el gobierno de Kirchner, francamente, se desinteresaran de la política exterior. Especialmente en el Sr. Kirchner, uno no ve un involucramiento activo en esa materia de política exterior. Tiene posiciones erráticas. Por ejemplo, con Estados Unidos. Donde más o menos ha habido continuidad, como les dije, ha sido especialmente con Brasil, Venezuela y, ahora, Bolivia. Con Chile las cosas están formalmente bien. Con Uruguay tenemos este ridículo pleito que no se soluciona. Pero, más allá de América del Sur, ¿cuál es la política exterior argentina? ¿Qué modificaciones considera serían pertinentes para un avance en las negociaciones, tanto respecto a la perspectiva como a los instrumentos políticos con que hasta el momento se han llevado las negociaciones? En principio, esta cuestión no va a tener un fin en un plazo más o menos cercano. He llegado a la conclusión triste de que vamos a tener que armarnos de mucha paciencia para ver cómo se soluciona. Hay que pensar en términos de muchos años y hay que empezar a pensar en muchas cosas. Por empezar, tendríamos que tener realmente una política de Estado en materia del Atlántico Sur, no solamente de Malvinas. El Atlántico Sur es una gran vastedad en donde hay intereses británicos, de los isleños y, por
supuesto, argentinos, como de Chile y Brasil. Asimismo, hay intereses antárticos y muchos otros factores que demandarían una buena política de Estado, consensuada y con continuidad en su aplicación. La Argentina ha tenido continuidad, pero no ha tenido política de Estado. ¿Cuál ha sido la continuidad? La continuidad ha sido proclamar que las Malvinas son argentinas y que queremos su devolución. En eso ha habido continuidad desde que fueron apropiadas ilegalmente por los británicos. Pero una cosa es querer la devolución de las Islas, y otra es estructurar una política que plantee qué podemos hacer para obtener ese objetivo. Eso, desde ya, no existe. La Argentina en ese aspecto no tiene nada. Tiene esfuerzos un poco indisciplinados, un poco erráticos, pero no hay una concepción de lo que debe ser una política de Estado. ¿Usted plantea algo así como impulsar una convocatoria para una organización, un espacio, de los países con potenciales intereses, por ejemplo, en un tratado del Atlántico Sur? Eso podría estar muy bien, pero lo primero es alcanzar un acuerdo entre nosotros. Una política de Estado no tiene que ver con un gobierno cuyas iniciativas finalizan cuando éste termina. El gobierno ahora, por ejemplo, ha impulsado el observatorio de Malvinas en el Parlamento que es una buena iniciativa, muy loable, y puede llegar a contribuir como un factor más para la elaboración de una política de Estado pero que no es substitutiva de ella. Política de Estado implica que el gobierno de turno, sea el que fuere, convoque a todos aquellos que tienen algo que decir sobre una cuestión que concierne a todos para la formalización de un consenso alrededor de puntos básicos importantes. El consenso se logra con el apoyo y la convocatoria a los partidos políticos, a sus dirigentes -cualquiera sea su ideología-, a profesionales, empresarios, Fuerzas Armadas, etc. sin desdeñar a nadie, sin objetar a nadie; viendo cómo se pueden estructurar puntos básicos. Eso es factible, perfectamente factible. Una vez que estemos de acuerdo con una política de Estado para con el Atlántico Sur, entonces muy bien, podemos tener la iniciativa de convocar a eventuales participantes que tuvieran realmente interés en el desarrollo de esa vastedad oceánica. De ahí en más podremos englobar en una movilización mucho más importante a las Islas Malvinas como uno de varios factores. Éste es un punto de vista que sostengo hace mucho tiempo, aunque creo que sin mayor éxito. ¿Puede vislumbrarse diseños que apunten a una convergencia en los interesados regionales sobre la cuestión? No lo veo como una manifestación pública, pero sé que hay intereses latentes. Los intereses latentes lo único que necesitan es ser convocados y movilizados alrededor de una propuesta.
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Pero, por ejemplo, contrastando con Chile o Brasil, quienes ha señalado con intereses en el Atlántico Sur, ¿podría observarse una mayor solidez en sus posiciones o comparten una actitud, si se quiere demorada, en términos de una estrategia un poco más importante? Creo, en general, que el interés está latente, aunque todavía no es manifiesto. A modo de ejemplo, últimamente, las Malvinas se han convertido en un centro de turismo. Hoy el turismo internacional es una fuente inmensa de recursos. ¿Quiénes hacen turismo a Malvinas? Los mismos que hacen turismo en la Argentina a través de compañías inglesas, francesas, americanas, noruegas, etc. Es decir, a todos les interesa el turismo. Además, el turismo que va a Malvinas va a Ushuaia, va a la Antártida y demás. Entonces, ese es un sector donde podría haber convergencia de intereses y, por ende, donde haría falta una política. Y ésto es una ínfima parte de un plan, de un proyecto para el Atlántico Sur. Respecto al transporte aéreo los malvinenses quisieran tener vuelos más frecuentes. Dejamos a los chilenos que vayan una vez por semana con una parada en la Argentina. Hay empecinamiento de los isleños que no quieren permitir operar a líneas argentinas o desde la Argentina. El tema es susceptible de un mayor análisis y también podría pensarse en una modificación, siempre y cuando hubiese ventajas recíprocas. Son varias las cuestiones que al propio gobierno británico le llamaría la atención y buscaría la forma de compatibilizar nuestras propuestas e intereses con sus propios intereses, que sin duda tienen en el Atlántico Sur. Además, sería una manera de cultivar una mayor vinculación con el Reino Unido que, eventualmente y con inteligencia, podría redundar en un enfoque positivo hacia nuestra reivindicación nacional. ¿Cómo sintetizaría el camino a seguir? Desde ya, hay que continuar los esfuerzos en todos los espacios, en Naciones Unidas, en las relaciones bilaterales. Todo eso hay que seguirlo sin descanso. Asimismo, como acabo de manifestar, sería importante tener una política hacia el Atlántico Sur que enmarque todas las cuestiones pendientes. Por último, creo que debemos abandonar la política de frialdad para con el Reino Unido y tratar de impulsar un acercamiento más extenso. El Reino Unido ha sido un tradicional cliente de la Argentina y le diría, a partir de mi experiencia diplomática, es el país que más y mejor conoce a la Argentina. Todo eso ha ido disminuyendo después de la guerra, por una posición argentina, no hostil, pero diría de frialdad para con Gran Bretaña. Entonces, a mi juicio, tendríamos que cambiar el rumbo y tratar de promover un acercamiento real y provechoso para ambas partes. Por ahí va a venir la cosa. Es decir, una política que finalmente signifique una mayor presencia de la Argentina en el Reino Unido. Recuerde que a los supuestamente “enemigos” son a los que más hay que conocer y cultivar. Los amigos, ya sabemos como reaccionan.
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Horacio González Malvinas: la doble paradoja Horacio González Director de la Biblioteca Nacional. Investigador y Docente, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
Se ha cumplido un aniversario más de la guerra de Malvinas. Un cuarto de siglo ha pasado desde el intento de recuperarlas y el debate no ha cesado. La decisión militar de invadirlas siempre ha estado en el centro de la discusión. Como toda decisión en la que se mezclan razonamientos de vieja data con los dramáticos condicionamientos de una encerrona de época, se presta al debate clásico respecto a una causa histórica fundamentada cuyas banderas son tomadas por un grupo político ilegítimo. Para quienes condenan con razón el gesto de la Junta Militar de concurrir en son reparatorio a las Islas, los eventos subsiguientes aparecen alcanzados por los síntomas de una locura política, costosa e injustificable. En efecto, los esfuerzos diplomáticos de las décadas anteriores, alcanzaban para acercar lentamente las posiciones jurídicas argentinas -y sus títulos consiguientes-, a la necesidad de los nativos de las Islas de contar con una referencia primero geoeconómica y luego hasta nacional, para realizar su vida. ¿Por qué, entonces, la opción militar? Sin embargo, era necesario atender a la complejidad del momento. El gobierno de la dictadura militar quizás percibió antes que la silenciosa sociedad argentina sobre la cual habían lanzado sus planes reconstructivos, que la drasticidad fundadora que habían puesto en práctica había superado la mera proporción de una “cultura del orden” para pasar a convivir con secretos y no tan secretos crímenes de guerra. La expresión “guerra sucia” ya se había impuesto antes de que el gobierno militar cesara en su aventura, por lo que no se puede desdeñar el
deseo de las Fuerzas Armadas de mostrar un espacio bélico convencional en el que las formas de guerra coincidieran con un deseo colectivo, pedagógico y transparente. A las Malvinas, pues. Lo que una vez concretado, dio la oportunidad para el otro rostro del debate. Se trataba de quienes cuestionaban cualquier resultado político emanado del gobierno militar, aun los que se basaran en una compartida raíz cultural. Esas expresiones condenaban cualquier razonamiento patriótico de la Argentina tradicional, por no implicar resultados que serían diferentes a la cultura aciaga de los oscuros gabinetes que los habían gestado. Si lo hacía el gobierno de la represión clandestina y el terror de Estado, lógicamente no tendría ningún valor aceptable el acto de concurrir a la histórica cita malvinera. He allí la razón de un debate que desgarró la conciencia colectiva y que fue resuelto de muy diversas maneras. Las controversias que tuvieron lugar entre exilados argentinos en México permiten comprobarlo. Es conocida una declaración firmada por muchos intelectuales que, precedida por hondas críticas al gobierno de Galtieri, expresaban sin embargo la justicia de la recuperación de Malvinas. La respuesta, también muy conocida, a cargo de León Rozitchner, indicaba que el autor de la recuperación era el mismo Ejército argentino, en su explícita continuidad con su interior práctico corroído por el crimen. Si el sujeto de la acción era así, no había paradoja capaz de extraer consecuencias positivas de lo realizado. De todas maneras, al entenderse que las Fuerzas Armadas de la época toman la decisión malvine-
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ra como un intento de airear la asfixia interna que produce cargar con una victoria militar en los subterráneos de la sociedad -sin crónica ni conmemoración, sin narración posible en torno a las desapariciones fatales-, parecería que abruptamente marchaban hacia el sur para salvar el alma con un conflicto clásico, a cielo abierto y fácil de definir. Las cosas no podrían darse de un modo tan ajustado, pero es evidente que un posible triunfo en las Islas podría reencaminar el régimen militar hacia una salida institucional controlada, regida por una suerte de patriotismo militar cerrado, aunque administrado por variantes civiles y partidarias rehechas. La guerra tiene su lógica oscura, su carga de simbolismos aciagos. Así como una victoria “da derechos”, la derrota genera una situación diferente, abismal y resquebrajada. Los hilos del poder se hacen volátiles, se parten en innumerables fragmentos. La derrota se nota en el ejército que vuelve en silencio, sin fanfarria, con la sociedad de espaldas -con su culpa pedagógica, así como fue de cuño escolar el entusiasmo masivo-; pero más que nada, se nota en el sinsentido que toma a las fuerzas gobernantes. Se desarticulan políticamente, más allá de lo que pudieron imaginar sobre la importancia del papel cohesivo que juegan las expectativas del lenguaje público emanado de una autoridad presuntamente épica. No pudieron ejercer la épica y se prepararon rápidamente para que la sociedad argentina no pasara del lenguaje de la reparación y del enjuiciamiento a la crueldad sistemática y secreta. Las Malvinas están en el enclave entre la salvación por la gesta y la reconstrucción por la reparación moral, no con una lógica en la soberanía política sino enraizadas en la vida como valor único, más allá de la política y la historia. Esta cuestión es fundamental, pues no dejaba de tener sentido la paradoja anterior, vivida por los críticos de la dictadura que sin embargo compartían el tejido fundador de la escolaridad heredada, “Malvinas argentinas”. Si se pudiera escribir de qué modo un río interno de la pedagogía nacional podía contener una única corriente con dos alas contrapuestas -desear la recuperación y al mismo tiempo el fin del régimen militar-, da-
ríamos un paso para desentrañar el alma contradictoria de la hora. La turbación de este pensamiento imposible -victoria con fracaso del victorioso- se resolvió en el fracaso militar con implícita victoria de los que no derrotaron más que moralmente a los expedicionarios malvineros. De ahí que los capítulos posteriores de la política nacional no estaban aceptablemente habilitados para resolver las secuelas de una guerra, cuyo fracaso sin embargo había abierto otro futuro para el país. Los ahora veteranos, aquellos conscriptos sufrientes que se veían en fotos que golpeaban la sensibilidad nacional -filas de prisioneros ateridos de frío, entregando las armas en inútiles pilones sarcásticos-, debían tener lugar en una democracia reconstruída, pero su propia presencia, ligada a un dolor compartido, no podía ser absorbida simbólicamente. Era un efecto de la paradoja. Ellos eran testimonio de lo que era necesario olvidar y a la vez juzgar con indulgencia respecto a lo que Malvinas había significado para desmantelar la base y la expectativa ideológica del régimen. Si el papel de Malvinas fue, si pudiéramos decirlo así, un indecidible en la memoria nacional de las últimas décadas, no podemos decir ahora que el problema que las Islas cargan haya dejado de representar una fuerte tensión en nuestra conciencia argumental. Se despliegan a partir de la paradoja inicial, otras tantas encrucijadas políticas. No podemos hacer como si la guerra no hubiera ocurrido, con su planteo geopolíticamente erróneo pero con su corte de sacrificios y desolación. La recuperación debe plantearse por vías, maneras y lenguajes que no aparecen claramente en la conciencia pública democrática, luego de procedido el doble descarte de las maniobras de guerra y la acumulativa y laboriosa vía diplomática anterior a los años 70. Proponemos un horizonte de reflexión diferente, también paradojal, pues implica unas “Malvinas” capaz de revisar a fondo la historia nacional. Los intelectuales de las Islas, ligados a su situación de archipiélago ligado al expansionismo británico, en los tiempos posteriores a la guerra, resolvían de un modo fácil pero atractivo
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la paradoja. Se trataba simplemente de que ellos fueron ocupados por un ejército asesino, proveniente de experiencias históricas similares, como la campaña del desierto, de clara índole genocida. Cierto, es una forma nítida de romper de un sablazo la historia paradojal. Las Malvinas sirvieron para el reintegro democrático y a la vez para alojarlas definitivamente dentro de las líneas de fuerza de la globalización, esos nuevos registros territoriales de la Unión Europea y esa advertencia general respecto a que no hay que revisar la historia expansiva del imperialismo mercantil desde el siglo en que las Islas fueron visualizadas por los diagramadores del viejo poder británico. Pero hay que revisar esa historia, sí. Es la historia -la misma historia- que llevó a la construcción de los Estados Unidos de América, fruto de similar expansionismo, pero con volúmenes histórico-territoriales distintos y diferentes itinerarios nacionales. En esas vastas extensiones, que no eran un peñasco olvidado de la corona, hubo una compleja nación que se expandió por las conocidas razones de su poderosa lógica interna. ¿Y Malvinas? ¿Cómo revisaremos la historia? ¿Hay cosas aún sin decir? Si las hay, hay también que buscarlas. Están en la historia paralela entre Malvinas y Argentina. Sostenemos Malvinas argentinas. Pero por poco que nos inclinemos a analizar esta propia expresión linguística, veremos que la inclusión de esas dos palabras en un mismo enunciado no puede ser simplemente una adjudicación que surja de un adosamiento automático. En Malvinas hay una historia falkland, una historia de peregrinos, de hombres y mujeres de tradición anglicana, hablantes de otro idioma y con escasa tradición inmigratoria. Vinieron una vez, entraron como invasores y se quedaron. Son más antiguos que la inmigración argentina del siglo XX. Es una población conservadora y reacia, ahora, a cualquier contacto con la tierra que les es más cercana. La posición británica fue siempre la de tener escasamente en cuenta a la población, pero ahora casi inevitablemente intentan defender una oportunista posición en torno a la “autodeterminación de los pueblos”,
consigna descolonizadora de las décadas anteriores, pero utilizada ahora como un espolón globalizador y neoliberal. Pues bien, la posición argentina no debe ser menos en cuanto el respeto a la población y sus compromisos culturales propios. No sólo respeto, también se debe avanzar un poco más en el reconocimiento: se trataba de un enclave frente a las costas argentinas, que era testimonio de la historia universal por medio de guerras marítimas y ocupaciones comerciales en términos de factoría, que originan identidades complejas, hoy descifrables perfectamente. La historia argentina debe abrirse entonces a la comprensión de esta otra historia que nos compete, nos es familiar, la hemos cuestionado, desde luego, pero hoy nos permite decir que si eventualmente, y por medio de excluyentes gestiones políticas, culturales e intelectuales que revisen toda la historia regional desde el siglo XVIII -como los hizo Paul Groussac-, extraemos conclusiones de mutua reflexión y crítica, es posible llegar al núcleo del dilema malvinero. Se trata de otra paradoja. No tendremos Malvinas si tenemos Argentina con argumentos en una sola dirección, argumentos clausewitzianos -digámosle así-, por los cuales lo que no se puede por la guerra se puede por la política, su continuadora del derecho o del revés. No, es preciso usar argumentos más creativos. Y ya que en nuestro país hay un nuevo interés por la divulgación histórica, siempre al borde de la banalización total, sería bueno interpelar ese sentimiento de asombro y revisión del pasado de otro modo. En cuanto a las Malvinas, revisando precisamente una paradoja semejante a la que llevó a las discusiones de comienzos de los 80, en las inmediaciones de la guerra “justa” o de la guerra “alienada”. Con otros criterios de justicia y alienación, que sirvan para realizar ejercicios introspectivos más profundos sobre la historia argentina, que lleven a tener derechos culturales universales para recibir a las Malvinas en nuestro seno -de hecho, cambiarían de estatus de un modo que jurídicamente hoy no podemos prever, pero que debe ser también beneficioso para ellos-, al
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mismo tiempo que esa recepción se elaboraría desde los pliegues internos de la sociedad argentina en términos de una convivencia -con creaciones linguístico culturales que pueden ser fascinantes aunque no podamos ahora entreverlas con nitidez-, que necesitará de otras articulaciones históricas, conceptuales y epistemológicas (me permito esta grandilocuente palabra nada más que para sugerir las exigencias superiores que este tema reclama) para quedar apta frente a semejante incorporación mutuamente porosa. Malvinas, como una palabra clave, imantada, de nuestro destino nacional. Sin provocaciones ni astucias, baratijas que no merecemos. De la historia, bien interrogada, sale una sabiduría efectiva. Malvinas pueden ser argentinas si Argentina abre en su seno otras posibilidades de diálogo consigo misma, sobre la guerra, la paz, el estado de conflagración en el mundo, los acuerdos entre lenguas históricas diferentes y un juicio sobre las civilizaciones mercantiles y las dictaduras militares del siglo veinte -y también por qué no- sobre las ideas de liberación nacional por las que transcurrió nuestro pensamiento más conocido. Toda conmemoración sobre Malvinas debe servir hoy para abonar el deseo justificado -Malvinas argentinas, sueño de la paideia nacional- pero también para el desgarramiento interno, nuestro desgarramiento autoreflexivo, que sirva para que esa palabra que nos pertenece, también nos indique el rumbo de cómo y qué es lo que debe fundamentar lo que nos pertenece y lo que debe llevarnos a crear conceptos amplios y diversos sobre la pertenencia y la copertenencia. Si Argentina recorre este camino crítico, Malvinas argentinas estará en nuestra lengua de un modo no sólo alusivo a la buena ilusión territorial y escolar, sino a un cambio de signo en nuestra propia producción histórica, con cambios de lenguaje y simbolismos incluídos. Serán símbolos patrios, pero quizás refundacionales, con la base de la formación nacional revisitada y revisada en sus cimientos.
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Rosana Guber Una paradoja irresoluble*
Rosana Guber Antropóloga social, Conicet-Ides. Miembro del Observatorio Parlamentario de Malvinas. Publicó De chicos a veteranos. Memorias argentinas de la guerra de Malvinas (Antropofagia 2004), ¿Por qué Malvinas? De la causa justa a la guerra absurda (FCE 2001) y numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras
*Este artículo desarrolla las ideas expuestas en “Malvinas: sin respuestas fáciles” publicado en Suplemento Ñ, 29 de abril, 2007. Sección: La Cátedra, Héctor Pavón.
Frecuentemente, nuestros debates en torno de Malvinas, la guerra, hablan de su memoria: que si la hubo, que si no, que si la hay o si merece haberla. ¿A qué se refieren los interlocutores, pues, con eso de “memoria”? Se refieren mucho más que a la existencia de su recuerdo. Es fácil de constatar que los argentinos sabemos que hubo una guerra por las Islas Malvinas movilizada por la reivindicación de soberanía territorial que vienen sosteniendo sucesivas administraciones de este país desde hace mucho tiempo. En todo caso, lo que se discute no es si la gente individualmente sabe que hubo una guerra entre la Argentina y Gran Bretaña; se discute qué tipo de recuerdo Malvinas ha dejado, o más precisamente, qué tipo de memoria hemos sido los argentinos capaces de elaborar acerca de aquella serie de hechos que hoy llamamos “la guerra de Malvinas”. Preguntarse por qué tipo de memoria pudimos forjar de todo aquello parece un sinsentido: la memoria debe duplicar lo ocurrido pues de no hacerlo faltaría a la verdad histórica. Sin embargo, la experiencia de los pueblos es prolífica en memorias discordantes que registran una misma cadena de hechos a los que atribuyen distinta significación. La memoria social no duplica lo ocurrido: lo recrea. En nuestro caso, todos sabemos que Malvinas fue una guerra contra los británicos, emprendida por un régimen militar argentino, tras la recuperación del archipiélago tomado por Gran Bretaña en el siglo XIX; que se trató de una contienda bélica de la que participaron cuadros militares de las tres Fuerzas Armadas y hombres civiles varones de aproxi-
madamente 19 ó 20 años que cumplían con la conscripción en cada una de esas fuerzas. Sin embargo, la lectura que se sigue de estos “hechos duros” es, o mejor dicho, podría ser sumamente diversa. Lo notable es, precisamente, que pese a su amplia gama de lecturas posibles, las interpretaciones plausibles en la Argentina y los posicionamientos que resultaron de dichas interpretaciones, fueron demasiado pocas y muy persistentes. ¿Cuáles fueron esas interpretaciones?, ¿cuáles los posicionamientos y a qué puede deberse tamaña pertinacia? Una de las razones por las cuales Malvinas, la guerra del 82, es un hecho sumamente fructífero para ser pensado, es su carácter inédito para los argentinos. En primer lugar, fue el único conflicto armado internacional entre dos fuerzas regulares de dos Estados nacionales, que protagonizó nuestro país en todo el siglo XX. Nuestra experiencia bélica más próxima databa de 1870 en la llamada “Guerra de la Triple Alianza” contra la República del Paraguay, contienda que operaba paralelamente a la constitución y centralización política y territorial de la Argentina moderna. Por lo tanto, las condiciones administrativas, sociales y bélicas eran muy distintas a las de 1982. La otra referencia habitual, la guerra con la República de Chile en 1978, fue movilizada por el mismo régimen autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (19761983), aunque no llegó a estallar gracias a la mediación papal del Cardenal Samoré. Este primer dato -única guerra internacional del siglodiferencia a Malvinas, la guerra, de otras opera-
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ciones militares, incluso desde la perspectiva de las Fuerzas Armadas de entonces que solían referirse a la “antisubversiva” como una guerra contra fuerzas irregulares integradas por otros argentinos. La segunda novedad fue el enorme apoyo popular que suscitó la iniciativa político-militar de recuperar las Malvinas. Basta revisar los diarios de la época y los archivos fílmicos para constatar que los más diversos sectores políticos, partidarios y sociales de la Argentina pusieron de manifiesto su respaldo emotivo y material al emprendimiento. La reunión del Fondo Patriótico y de la gente en las calles, las solicitadas en los diarios, los listados de entidades de apoyo, la Multipartidaria reuniéndose con el ministro del Interior y enviando a sus delegados al exterior para explicar la acción argentina, además de las declaraciones colectivas e individuales de exiliados en Europa, EE.UU. y América Latina, son algunas pruebas. La tercera novedad fue la participación de hombres jóvenes varones civiles en calidad de conscriptos, en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur. En su mayoría nacidos en 1962 y 1963, acababan de obtener la baja o de ingresar al servicio militar obligatorio establecido por ley nacional en 1901. Era ésta la primera promoción de soldados que participaba de un conflicto internacional entre dos fuerzas regulares, y en el mismo bando que las Fuerzas Armadas argentinas. La última novedad es que el conflicto sudatlántico fue el hecho que precedió, casi inmediatamente, a la apertura democrática del régimen militar. Esto es: por primera vez el paso de una dictadura a una democracia estaba mediado por una guerra. Cada una de estas novedades puede interpretarse con distintos signos y explicarse en forma diferente. Suele objetarse el apoyo popular con que contó la iniciativa oficial, que uno no estuvo allí en la Plaza, que aquello no fue una guerra justa sino absurda, que los soldados fueron alistados y llevados por la fuerza, y que la guerra nada tuvo que ver con la caída del régimen que ya venía en picada. Pero difícilmente pueda rechazarse que estos cuatro elementos existie-
ron e impusieron a los argentinos de un nuevo hecho político-social de magnitud nacional que comprometió, se quiera o no, a todos sus habitantes dentro y fuera del país. Cierto es que las novedades no son fáciles de integrar, digerir y caracterizar, menos todavía en un escenario tan connotado como el que vivíamos los argentinos por entonces. Pero las novedades existen en la historia de las personas y de los pueblos. La pregunta es, a 25 años, cómo integramos, digiriéndola y caracterizando a la novedosa especificidad de Malvinas, la guerra, como parte de nuestro pasado. A juzgar por los ríos de tinta periodística y, hasta ahora, las escasas y acaso recientes reflexiones académicas fundadas en estudios empíricos, el conflicto debe ser leído siguiendo ciertos preceptos: 1) Malvinas fue un acto más de barbarie de una bárbara dictadura militar; 2) si la dictadura militar vandalizó y violó la integridad humana de los ciudadanos argentinos y extranjeros residentes en nuestro territorio desde 1976, es lógico que la lógica prexistente y vandálica se extendiera al Atlántico sur; 3) las Fuerzas Armadas habrían llevado así su lógica terrorista (para con sus connacionales) al archipiélago y mares adyacentes; 4) si el principal enemigo de las Fuerzas Armadas venían siendo los civiles y especialmente los jóvenes argentinos, para las Fuerzas Armadas argentinas en operaciones el lugar de enemigo y potencial víctima debía ser ocupado por los conscriptos; 5) el único móvil que podía perseguir el Proceso con la iniciativa del 2 de abril era su propia perpetuación, no una causa patriótica; 6) todo apoyo que se expresara en el transcurso de la iniciativa procesista, significaría automáticamente el apoyo al Proceso y a sus planes; 7) por consiguiente, los móviles que supuestamente conducían a recuperar las Malvinas, y que instaban a la población a expresar su apoyo a la recuperación, deben ser leídos según su consonancia con los planes oficiales; 8) el maltrato a los soldados, el deficiente equipamiento bélico y logístico, la propaganda
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periodística en forma de noticias sesgadas, confirman que el declamado patriotismo por la recuperación fue tan sólo un engaño a una sociedad civil y política que se dejó embaucar. Estos preceptos fácilmente reconocibles en las numerosas reflexiones acerca de los hechos de 1982 enunciadas después del 14 de junio, día de la rendición argentina, tiene varios puntos interesantes. El más importante desde una perspectiva analítica es que subsume la lógica de un hecho político-social bajo la lógica de otro. Tal desplazamiento interpretativo se justifica en que Malvinas y el terrorismo de Estado eran la obra del mismo régimen y de sus mismos protagonistas (pues aunque en 1982 reinaba la tercera Junta del Proceso, sus integrantes habían tenido un destacado desempeño en la represión y supresión de argentinos y extranjeros residentes en nuestro territorio, desde el 24 de marzo de 1976). ¿Es válido este procedimiento de comprender un hecho con el formato de otro, con sus implicancias y moralejas? Claro. Lo que hacemos los pueblos con nuestros pasados y cómo los convertimos en Historia es algo mucho más abierto y dinámico, que suele exceder el estrecho marco con que los académicos abren sus juicios y sacan sus conclusiones; los procesos sociales de historización siguen sus propios caminos, los comprendan o no los analistas. Y lo que suele suceder es que comprenden poco, sobre todo cuando han sido sus contemporáneos y los rumbos no coinciden con sus propios valores morales. Así, los analistas más duros hacen sus sentencias en términos morales absolutos, aunque su intención de condenar lo ocurrido no mejore un ápice su grado de comprensión sobre lo que pasó. Ahora bien: si se trata de entender qué y por qué los pueblos hacen lo que hacen (apoyar la iniciativa de Galtieri, por ejemplo), quizás convenga tratar de entender cómo y por qué los procesos de historización populares cobran sentidos que a los analistas pueden parecernos deleznables. En consecuencia puede producirse, como fue con Malvinas, una brecha profunda entre quienes protagonizaron aquel pasado y quienes (muchas veces los mismos) desde el presente desean convertirlo en parte de
la historia. Esta brecha no sólo separa a las generaciones entre sí, sino también a los conjuntos sociales de su propio pasado. Que desde su finalización, nuestra única guerra comenzara a leerse desde el otro legado del Proceso, el “terrorismo de Estado” y “su masiva violación a los derechos humanos”, encuadra a los protagonistas directos (quienes estuvieron en operaciones) e indirectos (quienes permanecieron en el continente) como actores de otro escenario y de otro drama cuya traducibilidad es necesario examinar. Y ese examen debe hacerse no sólo, o no tanto, desde el juicio moral observado desde el presente sino desde los valores que empuñaban esos protagonistas en el contexto de 1982. Esto es: si vamos a tratar de entender a Malvinas, la guerra, como un hecho social ocurrido en 1982 debiéramos cuidarnos de aplicarle a quienes la protagonizaron -civiles y militares- los valores del presente, so pena de caer en el pecado capital del historiador: el anacronismo. Y si vamos a tratar de entender a Malvinas, la guerra, como un hecho socio-cultural protagonizado por sectores sociales distantes y distintos de aquéllos a los que predominantemente pertenecemos los cientistas sociales, debiéramos cuidarnos también de aplicarle a quienes lo protagonizaron nuestros valores morales de analistas e intelectuales, so pena de caer en el pecado capital del antropólogo: el socio/etno-centrismo. Que el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur empezara a leerse como un nuevo campo clandestino de detención, nos fuerza a ubicar a los soldados como puras víctimas de oficiales y suboficiales torturadores. Esta posición es tan insostenible hoy por los mismos ex soldados como es insostenible que todo aquél que en 1982 estuvo de acuerdo con la recuperación de las Islas apoyaba, ipso facto, a la dictadura militar y todos sus desmanes. Esta perspectiva también se aplica a los partidos políticos de la Multipartidaria, a personalidades como el cardiólogo René Favaloro y el gremialista Saúl Ubaldini (CGT), y a todos aquéllos que dieron su respaldo a la recuperación asistiendo, por ejemplo, a la asunción del Gral. Mario B. Menéndez
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como gobernador de las Islas Malvinas y del Atlántico Sur. Este sesgo dualista que moraliza el pasado entre probos y réprobos no es nuevo en la historiografía argentina. También se encuentra en los análisis que concluían que las masas peronistas eran puras marionetas de un tirano demagogo sediento de poder. Las similitudes entre el fenómeno del 45 y del 82 han sido recurrentes en los relatos sobre Malvinas no sólo porque Galtieri hubiera querido reencarnar a Perón desde el balcón histórico; también porque la iniciativa malvinera de la tercera Junta Militar logró arrebatar, más fugazmente que Perón, las banderas del nacionalismo popular a la izquierda y a un amplio sector de nuestra intelectualidad. Que haya logrado para su “aventura” un apoyo tan masivo pese a haber destrozado miles de vidas por las utopías que muchos de nuestros intelectuales vivieron, se exiliaron o murieron, no es un dato menor. Sin embargo, lo que la “aventura” de Galtieri y Anaya demostró, al cabo de su caída, fue la paradoja que hizo, hace y hará de Malvinas, la guerra, una herida que, quizás necesariamente, deba permanecer abierta. ¿Cuál es esa paradoja? Una causa históricamen-
te justa para la gran mayoría de los argentinos de entonces, fue encarnada por un régimen indigno, cruel y antipopular. Nuestras memorias de Malvinas se erigen sobre la tensión entre estos dos términos, y estos términos sobreviven pese a nuestra firme voluntad de eliminar a uno de ellos. Así, hay quienes suprimen el dato del régimen indigno, cruel y antipopular, alegando que la causa era justa más allá de quien la impulsara. No es ésta la postura corriente en los ámbitos académicos, que prefieren suprimir el ingrediente patriótico para subrayar el carácter inmoral y opresivo de quienes llevaron a cabo la iniciativa. Tanto una salida como la otra conducen a una simplificación de uno de los hechos sociales y políticos más complejos y menos estudiados de nuestra historia reciente. Eliminar lo que los argentinos de entonces (y también de ahora) entendieron como una reivindicación justa, subsumiendo nuestra única experiencia bélica internacional como otro caso de represión interna, significa perder de vista las especificidades de Malvinas. En esas especificidades se incluye la capacidad de agencia de sus protagonistas, la multiplicidad de sus móviles para la acción, y los múltiples desenlaces posibles para un episodio
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en el cual los objetivos de las dirigencias son un dato importante pero no el único. Y es que en los hechos sociales hay muchos actores, perspectivas y motivos. Empeñados en clausurar nuestra sangrante paradoja de Malvinas, no habrá nada que un ex soldado pueda contarnos que no escuchemos como la triste experiencia de “aquellos pobres chicos”. Tampoco habrá nada que alguien pueda esgrimir en defensa de un símbolo de nación como las Islas Malvinas, sin ser tachado de colaboracionista y genuflexo procesista o, algo apenas mejor, de idiota útil de una redención fascista. En esta línea, la única perspectiva válida debe provenir desde una exterioridad incontaminada dirigida a sanitarizar la historia. Pero esta verdad propia de una moral revelada no pertenece al dominio humano ni a la historia de los pueblos, y si bien la reflexión filosófica es un patrimonio que nos beneficia y nos concierne, no alcanza para plantear ni para responder los interrogantes que los cientistas sociales podríamos tratar de responder empíricamente para comprender más y mejor por qué Malvinas fue parte, y no una desviación, de nuestra política y nuestra sociedad argentinas.
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Silvia Bleichmar Nuestra responsabilidad hacia los ex combatientes
Silvia Bleichmar Doctora en Psicoanálisis. Ensayista y Docente Universitaria
Debo confesar que sólo hace algún tiempo pude captar, no sólo de manera intelectual sino profundamente vivencial, la tragedia de los ex combatientes de Malvinas. No me fue sencillo durante años, separar a las jóvenes víctimas de esa guerra, de mi rechazo global a las formas con la cual la sociedad argentina se embarcó en una ilusión restitutiva del patriotismo, con los personajes dictatoriales que hicieron usufructo -hasta su derrota escandalosa no sólo militar sino también moral- del engaño con el cual recibieron un apoyo popular que parecía querer echar por tierra años de dominio de terror y perversión. Mi dificultad no estaba asociada, como ocurrió con muchos argentinos, con la renegación de una participación entusiasta y de carácter maníaco en la promesa de recuperación del honor nacional, sabiendo desde el principio que este honor había sido profundamente lesionado no desde el exterior sino desde interior mismo del país. Años de sometimiento esperanzado generó en muchos compatriotas no sólo la obediencia sino la aquiescencia hacia los represores, y el discurso, aplaudido y coreado, en el cual Galtieri, con los ojos borrosos de un borracho y no de un general emocionado, dijo “morirán trescientos, morirán tres mil, morirán treinta mil”, fue no sólo heridas sino una vergüenza profunda que no ha recibido aún suficiente denuncia respecto a los alcances de la infamia. Reconozco que no tengo certeza respecto a las cifras de ese discurso de Galtieri. Sí lo recuerdo, pero el error matemático bien podría ser, de mi parte, una fusión entre los treinta mil desaparecidos que se han convertido en símbolo de la
resistencia y las cifras que el personaje realmente empleó. Si es así, esta superposición, este error de memoria, este “recuerdo encubridor”, como acostumbra a llamarlo el psicoanálisis, constituya tal vez el modo con el cual incluir, de modo íntimo, a los combatientes en el orden de los Derechos Humanos, y de su necesario reconocimiento por parte de todos. Cuando relatan la historia, son muchos los que no saben cómo explicarle a sus hijos el hecho de haber estado en la Plaza de Malvinas, el haberse ilusionado y haber apoyado no el reclamo justo por las Islas sino la esperanza de que tremendos delincuentes pudieran conducir a su recuperación, cuando ellos mismos habían formado parte del saqueo del país que proponían defender. Es posiblemente esta vergüenza la que impidió darle a los combatientes el apoyo que merecían, es posiblemente el silenciamiento de la propia complicidad la que se depositó en quienes sufrieron hambreamiento, estacada y frío generado por sus superiores, oficiales entrenados en el maltrato y la tortura, en el desprecio por su propia tropa, en la depositación de su propio horror en el otro humano. Al igual que ocurrió con la guerra de Vietnam en EE.UU, la sociedad se cobró en los ex combatientes su propia aquiescencia, y quienes no se opusieron a la guerra no pudieron recoger los restos dañados de sus semejantes, barriendo bajo la alfombra sus propias responsabilidades junto con los fragmentos de una historia canallesca de la cual se sintieron partícipes. En descargo de esta sociedad podríamos decir que Malvinas fue también el lugar donde resti-
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tuir, imaginariamente, la dignidad perdida en esos años. Humillados, sometidos no sólo por la dictadura sino por esa mezcla perversa que invadió al país de terror y supuesta bonanza económica, el escenario de la guerra se mostró como el lugar ideal de reconciliación frente al enemigo exterior. La presencia de un enemigo exterior ha sido siempre el modo con el cual los seres humanos hacen tabla rasa con sus propios conflictos intratribu, unificando muchas veces lo inunificable, dando coherencia a contrarios y adversos imposibles de reunir de otro modo. El enfrentamiento a ese enemigo es paliativo del sentimiento de impotencia con el cual se soportan vejaciones y despojos en las dictaduras, y no es entonces casual el hecho de que gran parte de ellas hayan explotado los modos espurios de un supuesto orgullo convocante. Muy diferente es el enfrentamiento justo a un dominador extranjero, enfrentamiento que no puede realizarse de manera eficaz sin compromiso moral y sacrificio de todos los implicados en ello. Por eso las guerras que arrasan con la ética, que se proponen como ajenas a las convicciones profundas, que empujan a lo peor de nosotros mismos, son guerras vergonzosas, cuyo recuerdo quisieran borrar los hombres junto con el recuerdo de quienes combatieron en ellas. Por eso Malvinas fue una paradoja enloquecedora: un reclamo justo llevado a cabo por canallas, algo así como salir con el jefe de la mafia del pueblo, que nos viene robando y sometiendo durante años, a reclamar al vecino los objetos de los cuales despojó a nuestra familia hace una centuria, sin exigir, al mismo tiempo, la devolu-
ción del televisor, el equipo de sonido, e incluso las ollas que acaban de sustraernos. Canallas que nunca asumieron su responsabilidad respecto a las muertes que dejaron en el país, y que aún hoy se siguen produciendo. Una guerra perdida no deja durante tantos años un saldo de suicidios como los que se vienen produciendo en los ex-combatientes. Hay suicidios desesperados y otros desesperanzados. Desesperanzados quiere decir silenciosos, que no toman una forma pública de denuncia, que no se ejercen bajo la forma enloquecida de una respuesta al agravio o la impotencia, que se sienten ausentes de interlocutor a quien dirigir el mensaje último. Como ocurrió con los refugiados de la Segunda Guerra Mundial, no se trata de rebeldes enloquecidos que lanzan su desafío al mundo, que intentan matar en sí mismos a todo el universo...1 Desesperanzado o desesperado, el suicidio implica generalmente un mensaje. Es la forma última de expresar lo que no ha sido oído, lo que nunca fue recibido. Se trata siempre de la persistencia del ser: se sigue siendo aún cuando se haya dejado de vivir, se pretende sea conservar una imagen de sí mismo ante los ojos de los otros o los propios -caso de la elección de la muerte en casos desesperados de degradación física o moral-, sea hacer saber el enorme dolor soportado por el mal recibido. En los casos de traumatismo severo como son las guerras, el paliativo no sólo lo constituye el tejido familiar que genera una corriente aliviante y ligadora del sufrimiento atravesado, sino el tejido social que reivindica las acciones realizadas, lo cual no se reduce a la victoria esperada u obte-
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nida, sino fundamentalmente a la identificación con los combatientes en el sacrificio realizado. Los combatientes de Malvinas relatan el aterrizaje brusco que implicó la llegada al país, el modo con el cual la sociedad silenció su presencia, la desconoció o la ocultó, y la enorme desilusión que acompañó no sólo la derrota sino también el desconocimiento. Casi niños, habiendo sido tratados por su propia oficialidad como prisioneros de guerra aún cuando estuvieran en combate aparentemente por la misma causa, no estando preparados para el combate, lo único que aliviaba ese sufrimiento físico y moral era la esperanza del reencuentro con un país que supuestamente los recibiría como héroes. Trescientos cincuenta suicidios, a los que se suman los de tres adolescentes, hijos de ex combatientes, sobre seiscientas cuarenta y nueve bajas ocurridas en la guerra, muestran que el efecto desmantelador no es sólo de los traumatismos sufridos durante la guerra sino de aquellos producidos cuando la sociedad argentina negó su responsabilidad y obligaciones hacia quienes no rescataron ni en el momento adecuado ni a posteriori, lo cual, con breves paliativos, continúa hasta el presente. La no repatriación de los cuerpos de los muertos -bajo pretexto de que hacerlo implicaría renunciar a la consideración de que las Islas constituían parte del territorio argentino, y el horror de que fueran enterrados en su mayoría en fosas comunes bajo el anonimato y un sitio de difícil acceso para los familiares, no es un hecho menor del horror de esta historia. La indiferencia ante el sufrimiento es vivida por
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los seres humanos como la forma extrema de la crueldad, por eso las víctimas de vejaciones históricas tardan tanto en poder relatar sus sufrimientos, temen encontrar la incredulidad o la indiferencia en los ojos del otro. A los SS se los formaba para considerar que el lamento de las víctimas eran formas de manipulación sobre sus emociones, trampas en las cuales no se debía caer y en razón de ello se los convocaba a redoblar el castigo. El llanto, el primer desborde de sufrimiento en la cría humana recién nacida, deviene mensaje para el adulto y a partir de esto se convierte en comunicación, en convocatoria que impulsa la acción del otro que reconoce al bebé como su semejante. Por eso la incapacidad de leer el mensaje del sufrimiento, si da cuenta en algunos casos de una patología grave, en otros pone de manifiesto cómo el egoísmo puede llevar, por el sólo hecho de “la no respuesta”, al redoblamiento del sufrimiento quien padece. La ausencia de tratamientos adecuados, cuya responsabilidad, se supone, cabe a los organismos médicos del ejército, fue denunciada reiteradamente y en algunos casos de modo elocuente. Tal el texto de Cristian Alarcón2 ya en 1999, cuando las muertes por suicidio alcanzaban el número de doscientas ciencuenta: “Las imágenes de la guerra regresaban con la frecuencia de las bombas inglesas en esos setenta días del ‘82. En el último mes, en estos días que rodean al siniestro 2 de abril como el frío fango a los pies en la trinchera, había intentado suicidarse dos veces y había estado internado cuatro días en el Pabellón de Salud Mental del Hospital de Campo de Mayo. Finalmente, Luis Alberto Lopresti, 37 años, veterano de Malvinas, un hijo de 12, se colgó en la soledad de un departamento porteño, el domingo de Pascua, después de haber perdido su trabajo como remisero. Así pasó a engrosar la lista de 265 ex combatientes que se han quitado la vida desde el conflicto armado en las islas. Ayer, sus familiares y el presidente de la Federación de Veteranos de Guerra de la Argentina, Héctor Beiroa, responsabilizaron al Ejército Argentino por “las pésimas condiciones en que son atendidos los sobrevivientes de la guerra en Campo de Mayo. Se los
dopa, se los encierra, y se los devuelve a la calle sin ningún tratamiento. Desde 1983 que Lopresti pasaba por el Hospital Militar, en el deambular de quienes no disponen de servicios de atención alternativos. Si bien existe un programa de atención para veteranos de guerra dependiente del PAMI, no son muchos, de los 16 mil ex combatientes, quienes conocen las vías institucionales para llegar a él. ‘Desde que salió de la guerra terminó siempre volviendo a ese lugar, quizás porque es más directo. Pero no lo trataban bien. Lo dopaban y no le daban contención, pero además los mezclaban con psicóticos y enfermos peligrosos. El contaba que las enfermeras no les decían el nombre, sino que los llamaban ‘loquitos’. A ver loquito, de aquí, o loquito de allá. Nunca por el nombre’, le dijo a Karina Lopresti, una de sus hermanas. Los veteranos de guerra continúan denunciando, después de 16 años, la poca contención social y estatal para quienes regresaron con serios traumas de Malvinas. Las pesadillas, el alerta permanente -confundido a veces por los psiquiatras con la paranoia esquizofrénica-, el adormecimiento emocional, o las evocaciones de escenas de la guerra que aceleran el ritmo cardíaco y generan angustia y ansiedad son algunos de los síntomas que pueden culminar en los casos severos con el suicidio. Consultada por Página/12, la psicóloga Cristina Solano, a cargo del servicio de salud mental de PAMI para Veteranos de Guerra, explica que la salida al trauma ‘ha sido casi siempre individual. Por parte de la sociedad y del Estado no hubo ninguna contención. Casi todos los supuestos tratamientos que se implementaron fueron solamente para hacerlos callar. Los tratan en general como psicóticos y cuadros delirantes con terapias represivas, terapias de silenciamiento’. Según los datos del servicio, que se desprenden de un testeo a nivel nacional, el nivel de suicidio de veteranos de guerra es alarmante: uno por mil por año. Lo que significa un promedio de 15 suicidios anuales.” Sí, indudablemente, el Estado ha sido muy poco retributivo, muy poco continente, muy poco responsable, y sus organismos no han dado sostén psicológico suficiente, no se han hecho cargo.
¿Pero por qué habríamos de suponer que un ejército que no ha podido aún sentir culpa ante sus acciones criminales cometidas haría una excepción con un sector de sus víctimas? ¿Por qué no ha sido la sociedad civil, la misma que cantó con entusiasmo e irresponsabilidad “que venga el principito, lará lará lará…”? ¿quién tomará en sus manos el derecho de los ex combatientes a no ser considerados parte de los represores, parte del Ejército que transformó, antes que a los ingleses, en enemiga a gran parte de la Nación? Sabemos por los relatos que muchos de los combatientes, que esperaban ser recibidos calurosamente por sus vecinos y amigos, representantes en su fantasía de la Patria misma, no encontraron a nadie en la calle que recorrieron para llegar a su casa, salvo a sus propias madres, a su familia más íntima. Esos niños tenían dieciocho, diecinueve años, y habían llenado su cabeza de representaciones paliativas mientras soportaban el frío, el hambre, la tortura a la que se veían sometidos en el estaqueo, por esos superiores indiferentes al sufrimiento y crueles en el ejercicio del mismo. Y mientras ellos fueron piezas de una historia en la cual el Ejército que los arrastró a la muerte no sólo fue derrotado sólo militar sino moralmente, bajo la condena a la dictadura se oculta también la vergüenza de la sociedad de haber ejercido la complicidad sin haber protegido a sus jóvenes una vez más. El hostigamiento silencioso se caracterizó, principalmente, por la ausencia de respuesta, por el silenciamiento que llevó al colmo de que el número de suicidios no escandalizara sino a algunos pocos. En una sociedad, por otra parte, atravesada por “la fatiga de la indignación”, por la naturalización de la muerte, por la resignación ante la pérdida de los niños. Un mensaje sólo es tal cuando llega a destino. Puede estar ausente el emisor -caso de la lluvia interpretada como mensaje divino-, pero no puede faltar el elemento material portador ni el receptor. De este último se espera la interpretación, la respuesta, la conmoción, el alerta, el reconocimiento del daño ejercido, la ausencia de respuesta anhelada. El mensaje de los ex combatientes no devino tal
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porque no encontró destinatario. Sus formas no más violentas sino más rotundas se expresaron en los suicidios que ya trascienden las generaciones. En su texto Suicidio en el Monumento a la Bandera: las otras muertes que dejó la guerra, Alberto Amato3 escribe: “Era un chico y ya soñaba con el mar. Sabía, con la intuición disparatada y certera de los chicos, que más allá del río tumultuoso que besaba la costa rosarina, había otra agua, de otro color, de otro sabor, de otra profundidad. Otro mundo a descubrir. A los 15 años, Eduardo Paz se alistó en la Armada. A los 17 sirvió en el destructor “Seguí”. Después pasó por el portaaviones “25 de Mayo”. Llegó a ser cabo artillero. Cumplió 21 años en Malvinas. Volvió de la guerra. Pidió su baja. Intentó seguir viviendo. Se casó. Crió seis hijos. Sintió que su matrimonio se desbarrancaba. El lunes 22 de noviembre de 1999 dejó sobre una mesa su agenda, un teléfono celular que le habían prestado y las llaves de su casa. Mintió ir al Centro de Veteranos de Guerra de Rosario. Caminó hasta el Monumento a la Bandera. Subió por el ascensor los veintitrés pisos, hasta el mirador, hasta lo más alto. Miró el río. Volvió a intuir el mar, como cuando era chico y soñaba con palabras que ignoraba como pañol, amarras y sotavento. Se las ingenió para remover una reja de quita y pon para que la televisión registre los actos oficiales.
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Después se arrojó a la muerte desde setenta metros. Eduardo Adrián “Tachi” Paz cayó desmadejado cerca de la efigie de la Patria Abanderada. No dejó una sola línea que explicara su decisión. Su familia cree que, antes de dar ese salto a la nada, pasó por una iglesia del culto evangelista. Las autoridades impidieron que la mamá de “Tachi” y la hermana vieran el cadáver. No dejó entrever su decisión. Ocultó su agonía y se la llevó a la tumba. Lo último que vio fue el agua que era parte de su vida. Dicen que en la mano derecha llevaba aferrada una foto de sus hijos”. Este mensaje no fue recogido en el país, porque se pretendía silenciar lo que realmente expresaba: víctimas los combatientes mismos de las formas del terrorismo de Estado cuyos autores continuaron en la guerra sus métodos brutales -el hambre, el saqueo de los envíos, el hecho de que no llegaran ni siquiera los alimentos que mandaba la familia, el maltrato y hasta la tortura. Pero la sociedad argentina, lejos de asumir su propia responsabilidad hacia las víctimas, se cobró en los combatientes su complicidad con esa guerra, sin que se haya hecho hasta el presente un balance que nos obligue a una reflexión sobre nosotros mismos. La actitud renegatoria de la complicidad, que se extendió a la renegación de los chicos de la gue-
rra, es de alguna manera el modo con el cual la sociedad también se lavó las manos de esa guerra que avaló, sabiendo que restituía durante su transcurso el supuesto prestigio de un Ejército que a lo largo del siglo XX sólo había ejercido la represión y la tortura y nunca el combate abierto. Y aunque no nos quepa la menor duda acerca de nuestro derecho a la recuperación del territorio reclamado, es necesario diferenciar el carácter perverso en el cual ésta se gestó, siendo los soldados sus propias víctimas. Ellos no la declararon, fueron apresados en su interior, deviniendo el exponente paradigmático del modo con el cual los sectores más carenciados de nuestro país son instrumentados para los proyectos perversos del poder. Por eso la deuda mayor de la sociedad argentina consigo misma y con los combatientes es la restitución de un tejido simbólico que engarce esta experiencia y analice responsabilidades y deudas, generando condiciones que paren el pendular enloquecedor que va de la heroicidad a la inexistencia, reconociendo, una vez más, que la vergüenza nacional pasa por complicidades y alianzas que van dejando un profundo desgaste moral en el conjunto de los argentinos.
2 Alarcón, Cristian: “Un soldado acosado por el fantasma de la guerra”. En Diario Página 12, 8 de abril de 1999 .
3 Amato, Alberto. En Diario Clarín, 6 de abril de 2002.
Notas 1 Ver Arendt, Hanna “Nosotros los refugiados”. En Arendt, Hanna: Tres escritos en tiempos de guerra. Ed. Bellaterra, Barcelona, 2000.
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Liliana López La Guerra de Malvinas en el imaginario teatral argentino Liliana B. López Doctora en Letras, Universidad de Buenos Aires. Docente e Investigadora, Instituto Universitario Nacional del Arte. Miembro del Instituto de Artes del Espectáculo, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Ha publicado numerosos trabajos en el país y en el extranjero.
A veinticinco años de la guerra de Malvinas, repasar la presencia de ese acontecimiento histórico en el imaginario teatral argentino reafirma, una vez más, el rol del teatro en la sociedad. Entre otras cosas, el teatro es un campo estético privilegiado para exponer los conflictos sociales irresueltos, a causa de su específico modo de relación “cuerpo a cuerpo” entre la escena y los espectadores. Sin embargo, la guerra de Malvinas como acontecimiento puntual no apareció inmediatamente en los escenarios argentinos, que sí dieron cuenta con amplitud de la última dictadura militar, con especial referencia a la desaparición de personas. Pero también hay que remarcar que a partir del momento en que ese acontecimiento histórico surgió como “posible dramático”, su presencia ha sido constante hasta la actualidad en los escenarios y en la dramaturgia aún no estrenada: esa misma persistencia resulta indicadora de que la problemática, lejos de estar agotada, impulsa a los teatristas (y sobre todo a los que pertenecen a las generaciones siguientes) a realizar una revisión constante. Muchos de estos trabajos dramatúrgicos ofrecen una visión reparadora de la memoria individual y colectiva, asumiendo voces que no les pertenecen, pero que son, precisamente, las que tampoco tuvieron la posibilidad de hacerse oír: me refiero a la voz de los ex combatientes y de sus familias. El teatro se hace cargo de la historia de los vencidos (las microhistorias) a partir de la experiencia elaborada estéticamente. De ello, resulta una articulación entre memoria histórica y ficción, que desoculta la macrohistoria colectiva.
Necesariamente, la guerra aparece como telón de fondo de cada una de estos relatos individuales, revelando desde otro enclave histórico el contexto de la dictadura con amplitud. Se pueden distinguir dos etapas en la representación del acontecimiento: la primera, resulta una alusión de carácter metafórico, indirecta y oblicua. En las obras que integrarían esta serie, la recepción de la crítica ha leído alguna referencia de tipo metafórico al conflicto de Malvinas: es el caso de Del sol naciente (1984) de Griselda Gambaro,1 La soga (1991) de Beatriz Mosquera, Crónica de la caída de uno de los hombres de ella (1991) de Daniel Veronese 2 y Mar en calma (1992) de Alfredo Rosenbaum.3 En una segunda etapa, los textos dramáticos y/o las puestas en escena presentaron una mayor referencialidad respecto del conflicto bélico, aunque la estética desborde el realismo y tienda hacia el grotesco, el humor negro o al expresionismo. Este es el caso de la puesta en escena de Bar Ada (1997) de Jorge Leyes en el Teatro San Martín y dirigida por Daniel Marcove. Como trasfondo de una historia de amor “imposible”, la experiencia de la guerra atraviesa los personajes: un ex combatiente (Titino) se encuentra luego de mucho tiempo con la dueña de un bar (Ada), quien le escribió una carta (porque así le dijeron que lo haga) durante el conflicto bélico. Aunque no de manera directa, la pieza expone la “situación de olvido” en la que se encontraron los ex combatientes una vez finalizada la guerra: “Titino: ...¿Qué hacés? ¿Vas a hacer como todos que cada vez que saco el tema me dan vuelta la cara o ponen cara de circunstancia o dicen que
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se calle este boludo, que la corte, que ya fue? ¡A vos te estoy hablando! Ada: No tengo ganas de deprimirme.” La metáfora es muy transparente, el ex combatiente no puede ser escuchado, se convirtió en una molestia, en un mal recuerdo. Finalmente, Titino es descuartizado y devorado por Ada, esa mujer obesa que simboliza hasta en un nivel icónico el “cuerpo social” de la nación argentina. Titino, un exponente de la derrota, ya no tiene lugar en la sociedad, que lo deglute “amorosamente”. Entre las obras teatrales de referencialidad más directa, podemos mencionar a Casino, esto es una guerra (1998) de Javier Daulte. Fue estrenada en el teatro Payró y dirigida por Diego Kogan, y había sido publicada un año antes en Libros del Rojas, dentro del denominado Grupo Carajají. En el ámbito bonaerense, responde a este mismo grado de referencialidad directa la pieza El rancho viejo (un episodio de la guerra de las Malvinas), de Alberto Oteiza, estrenada en La Plata en noviembre de 1995. Sin embargo, aquí el nivel de la “realidad” se entrecruza con una dimensión poética y hasta fantástica, ya que el personaje de “El chico” (un soldado de Malvinas muerto en acción) “revive” para sus abuelos y su novia, quienes se niegan a aceptar la realidad y el relato de un cabo enfermero que lo vio morir. En 1999 se presentó Ceibo y Taba de Alejandro Ocón;4 aunque el centro temático de la pieza no es la guerra en sí, sus delirantes personajes (un profesor de historia y un contador) planean la recuperación de las Islas, adoptando los respectivos alias de Ceibo y Taba para tal fin. En clave de policial negro, el autor construyó otra metáfo-
ra de la clase media argentina que intenta recuperar un pasado -al que recuerda como glorioso- aunque sea por medios absurdos. En 1998, un muy joven autor comenzaba a estrenar para el teatro y desde una experiencia singular: Federico León presentaba Museo Miguel Ángel Boezzio (investigación sobre el museo aeronáutico), enmarcado en el “Proyecto Museos III” a cargo de Vivi Tellas.5 Aunque sólo se presentó dos veces, generó una gran polémica, ya que en la experiencia se puso en juego el mismo estatuto de lo teatral: Miguel Ángel Boezzio, supuesto ex aviador que participó en Malvinas, internado en ese momento en el Borda, se “museificaba” en vivo. Las crónicas dan cuenta de la indignación de buena parte del público (algunos de ellos, directores teatrales) quienes consideraron al proyecto una experiencia límite, en la medida en que transgredía el estatuto de lo ficcional: precisamente, eso es lo que Federico León estaba poniendo en cuestión, el límite entre realidad y ficción. Por ello, además de la presencia performática de Boezzio (que además es actor), el espacio estaba poblado de certificados, fotografías y objetos que remitían a la guerra de Malvinas: con esta manipulación en la exposición de las “fuentes”, al mismo tiempo se practicaba una operación crítica sobre la función del museo como preservador de la memoria, a la que se le oponía la “memoria viva” del ex combatiente. Esta modalidad que cruza la ficción teatral con la realidad, aparece en la base de los Biodramas, que desde hace varios años se vienen realizando en Buenos Aires. En los últimos años resulta casi lógico que los
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proyectos teatrales partan de una investigación sobre la problemática de la guerra de Malvinas, ya que muchos de sus productores eran niños o muy jóvenes en 1982. Este es el caso de Malvinas, grito sagrado (2002),6 que surgió como resultado de un trabajo de investigación grupal, que integró entrevistas a ex combatientes y militares más la revisión de films y otros documentos. La dramaturgia fue realizada por Marcelo Strupini, y la dirección correspondió a Fernando Sureda. Presenta una estructura fragmentaria, en forma de breves cuadros con un elemento en común, un tablero de ajedrez, lo que construye una metáfora de la guerra como un “juego” de alianzas y estrategias. Tiene como peculiaridad que es una de las pocas piezas que integra la posible visión de los ingleses sobre la guerra (tanto de los máximos responsables políticos, como de los soldados, constituyendo una visión sumamente crítica de la guerra y del rol de las respectivas sociedades implicadas): “Soldado Argentino: Ellos dicen que son la tercera potencia. Acaso la tercera no es siempre la vencida. En las trincheras uno la pasa mal. Lo único que quiero es que se animen y vengan. Los voy a bajar uno por uno. (Pausa). Dios, Patria o Muerte. Silencio Soldado Argentino: Borges Soldado Inglés: Shakespeare Soldado Argentino: Dulce de leche Soldado Inglés: Piece Cake Soldado Argentino: Truco Soldado Inglés: Poker Soldado Argentino: Maradona Soldado Inglés: Lineker Soldado Argentino: Obelisco Soldado Inglés: Big Ben Soldado Argentino: Gardel y Lepera Soldado Inglés: Lennon and Mc Cartney Soldado Argentino: Galtieri Soldado Inglés: Thatcher Soldado Argentino: El Belgrano Soldado Inglés: El Invencible Soldado Argentino: Puerto Argentino Soldado Inglés: Port Stanley Silencio”.
Las construcciones discursivas identitarias funcionan a modo de slogans a partir de los cuales se construyen las antinomias que atraviesan toda la pieza. Además, esta visión brechtiana está atravesada por el eje de la “desmemoria” individual y colectiva, incluyendo entre sus víctimas a los excluidos del sistema socio-económico imperante, tal como puede verse en la última acotación: “En el centro del escenario cae una bandera celeste y blanca. Sobre ella comienzan a proyectarse imágenes de la verdadera guerra de Malvinas (30 diapositivas). Sobre la diapositiva final de un excombatiente con su mujer y su hija, con su pecho cargado de medallas, vemos detrás de ellos una precaria vivienda símbolo del olvido”. En 2003 se estrenó la obra Mal…vino, escrita y dirigida por Alejandro Magnone,7 con un propósito didáctico. En ella se enfrentaban un soldado raso y un militar de rango, unidos solamente por recuerdos y el compartir una cantimplora. Con proyección dentro y fuera del país, podemos mencionar la obra de Vicente Zito Lema titulada Gurka, un frío como el agua seco, fue galardonada en la Fiesta Regional del Teatro 2004.8 En ese mismo año, se estrenó en Buenos Aires Puerto Argentino de Gerardo David Cristante.9 En octubre de 2005 se estrenó El baile del pollito de Pablo Iglesias,10 que obtuvo el segundo premio German Rozanmacher de nueva dramaturgia otorgado por el Festival Internacional de Buenos Aires y el Centro Cultural Ricardo Rojas. Su autor y director planteaba lo siguiente:“Con esta obra busqué dos objetivos. El primero -de orden dramatúrgicofue relatar una historia a partir de sólo dos personajes, en un esquema de diálogo en la cual el espectador pueda encontrar reflejadas algunas de sus propias contradicciones. La idea fue crear un mundo cuya singularidad sea verosímil por la contundencia de sus imágenes y lograr un sistema de progresión y digresión dramática de un modo particularmente estructurante.” Dentro de este esquema, los dos personajes (Moreno, un ex combatiente de Malvinas, y Colo, un ex integrante de la policía bonaerense) aparecen unidos en un aguantadero por un
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hecho grave (tienen como rehén herido al príncipe de Inglaterra) y por una pasión rockera, la banda Rolling Stones. En otro registro, el dramaturgo salteño Rafael Monti presenta una visión de la guerra desde el tiempo presente en su pieza En un azul de frío; este drama en un acto entrecruza la vida de un ex soldado de Malvinas (Coco) y un periodista (Martín) cuya pareja está desaparecida desde 1978; cuando irrumpe en sus vidas una mujer: se enfrentarán sin que haya victoriosos tampoco en el amor. Los cruces entre las historias individuales y la política son permanentes: “Martín: (pausa cargada) Nunca había entrado una mujer desde que se llevaron a Laura en el 78. Yo había viajado de corresponsal a España y cuando volví ya no estaba. Nunca entendí por qué carajo no me llevaron a mí. Primero la busqué y después aprendí a llorarla. La noche que llegó Coco con un pedido del mercado, me preguntó por qué estaba llorando y sin pedir permiso se quedó… hasta ahora. Se instaló en mi vida con toda su pena a cuestas. Aceptar un dolor ajeno era menos doloroso que ocuparme de mi propio dolor. Los primeros días yo no paraba de hablar de Laura ni él de contarme el desembarco del dos de abril. Por eso no se olvida y la nombra como si estuviera acá… Pero en el fondo, los dos sabemos que vamos a estar solos siempre. La vida es muy corta, Alba. Andate. Así por lo menos, vamos a tener un recuerdo dulce para las noches de lluvia.” Apegada a la estética del realismo costumbrista, la pieza se presentó en el Festival Regional 2004 y luego se representó en varias provincias del norte argentino. En conmemoración de los veinticinco años de la guerra de Malvinas, el importante grupo cordobés La Cochera, dirigido por Paco Giménez, acaba de presentar recientemente un proyecto denominado Los que no fuimos. Es una creación colectiva, a partir de la no-experiencia personal con el acontecimiento, según relata el director: “En realidad nosotros hemos creado una obra como si estuviésemos alucinando que fuimos a Malvinas. Porque, por ejemplo, yo en la época de la guerra no estaba en el país, vivía en
México, había otros actores de La Cochera que estaban haciendo el servicio militar y habían sido trasladados al sur, pero no estuvieron en el campo de batalla...es decir, a mí me pareció que el título debía ser ése por una cuestión de sinceridad, porque lo cierto es que nosotros no partimos de una experiencia personal, alucinamos con involucrarnos con nuestro propio cuerpo en aquella circunstancia. Partimos un poco de nuestras fantasías”. Para su construcción, abordaron materiales muy heterogéneos: la experiencia (y la iniciativa) de un médico psiquiatra especialista en traumas de guerra, diarios, revistas, archivos, novelas (la ineludible Los pichiciegos de Rodolfo Fogwill) y testimonios, con un propósito que bordea lo terapéutico a nivel de lo social: la práctica del teatro performático y de entrecruce artístico, a modo de ejercicio para desbloquear la memoria. Un modo diferente de apropiación temática es la realizada por el Hamlet de William Shakespeare, de Luis Cano, dirigida por Emilio García Wehbi.11 El trabajo de Cano consiste en una reescritura del texto shakesperiano, acentuando aspectos que están poco desarrollados en el original. Uno de ellos es el de la “guerra”, en diversos ámbitos: el terreno familiar, amoroso, social, político. La puesta en escena de Emilio García Wehbi acentuó este concepto, al construir escénica y poéticamente una máquina de guerra: “El desarme de instalaciones fabriles. La compra de chatarra de compañías balleneras, de instalaciones abandonadas. El desmantelamiento de viejas construcciones. Operarios emplazados para el desguace. Carga de suministros; cuadrillas; buzos tácticos entre los obreros. La fuerza de tareas y las flotas de mar”. En dicha puesta en escena, un crimen preexistente prepara una guerra, aunque no se pueda precisar contra quién. El anacronismo (buzos tácticos, ametralladoras, silencio de radio) reenvía el sentido hacia el futuro del siglo XX (que ya es pasado, para el espectador del siglo XXI): “Marcelo: Se murmura la guerra. Dinamarca, costra de tierra manchada de sangre. Barrosa y maldita. Donde uno toca ¿Cómo vinimos a parar acá? ¿Qué se prepara? ¿Para qué este trabajo?
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Algo grande se viene. Nos dieron una ametralladora. “Tal vez la necesites” nos dijeron. “En este instrumento hay mucha música”. ¿Alguien puede explicármelo? Se acercan barcos en silencio de radio. Una armada que no supera al viejo barro. ¿Quién ordenó todo esto y se envuelve con grasa de cordero?” Por ejemplo, Fortimbras aparece en la escena durante buena parte de lo que dura la obra, dando vueltas a una gigante rueda giratoria. Pero quizás lo más sorprendente, es la alusión a la guerra de Malvinas en el “contexto isabelino”: el príncipe Hamlet será alejado del reino de Dinamarca para evitar que descubra al autor del asesinato de su padre y por haber matado a Polonio. Su “preparación” consiste en disparar a efigies de cartón con aspecto de ingleses, con lo que la asociación referencial ya no deja lugar a dudas: “Hamlet: Acabo de volver de una práctica de tiro. Fallé todos los disparos. Me es igual. Pero el tiroteo da miedo. Intenté explicar que estaba muy nervioso. Me dijeron que por más tartamudo que quede, tengo que disparar. Pusieron unos ingleses de cartón para que acuchille. Uno calza la bayoneta y se tira contra el títere. Hace de cuenta que pelea. Los destrocé. Todo esto no me gusta. ¿Quién va a leer nunca en ninguna parte estas palabras? Futilidad.” En la escena del arribo a las “Islas”, las referencias al Crucero General Belgrano o a Leopoldo F. Galtieri, son inequívocas: “Horacio: Ayer hundieron el barco que flotaba que nadie podía hundir.
Hamlet: Habíamos jugado a las cartas en el avión, el mismo avión nos trajo en diferentes viajes. Amigos muertos todavía los veo, en mi mente cubiertos con idéntica frazadita. Pero, ¿y los demás? Horacio: El Jefe arribó de visita, siempre borracho llegó en paracaídas y diciendo... Rey: ¿Dónde pondremos el casino de oficiales? ¿Dónde estarán el comedor, los baños y todas las habitaciones que llamamos rancho? ¿Dónde cavarán las zanjas los soldados? Y después de haberlas hecho, ¿a quiénes pondrán en ellas? ¿Qué ratas vivirán debajo?” En esta escena, se colocaron en primer plano bolsas de plástico negro, simulando cadáveres, y mientras los personajes pronunciaban estos diálogos, iluminaban al público con sus linternas y se escuchaba en off una arenga de Galtieri. Sin embargo, para buena parte de los espectadores jóvenes,12 la referencia a la guerra de Malvinas en este espectáculo pasó desapercibida. Este hecho revela que aún hoy existe un profundo desconocimiento social sobre el acontecimiento histórico, aunque desde el teatro -y por medios muy diversos, como espero haber demostrado- se intente reconstruir los fragmentos de la memoria colectiva. Este registro (no exhaustivo) da cuenta de la apropiación de la problemática de los setenta y ochenta por la generación siguiente de un modo más subjetivo, precisamente a causa de la conciencia de que la historia es un relato que elige el sujeto de enunciación cada vez que se la quiera contar.
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Bibliografía Cano, Luis: Hamlet de William Shakespeare Edición digital. 2004. León, Federico: Registro. Teatro Reunido y otros textos. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2005. Leyes, Jorge: Bar Ada. Ediciones Sol en X, Buenos
Aires, 1996. Monti, Rafael: Caja de resonancia y búsqueda de la propia escritura. Instituto Nacional del Teatro, Buenos Aires, 2006. Oteiza, Alberto: El rancho viejo (un episodio de la gue-
rra de las Malvinas). Ediciones Olimpo, La Plata,1996. Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
5 Se estrenó en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Participó en el Wiener Festwoche 2000 (Viena). 6 Se estrenó en El Ombligo de la Luna. Actuaron: Erica Alvarez, Inés Argarañaz, Carolina Barreto, Agustín Bestoso, Romina Bruno, Nacho Ciatti, Djequi, Catalina Ducos, Valeria Jofré, Alejo López, Agustín López Paván, Diego Marcote, María Soledad Noel, Mariana Paiavonskins, Ana Ponce, Florencia Quercetti, Gustavo Ramírez, María Victoria Rodríguez Ojeda, Nicolás Salinas, Iván Schwetz, Florencia Solari Larrarte, Ignacio Sureda, Lucila Sureda, Gaspar Tessi, Agustina Toso, y Mariana Turiacci. 7 Se estrenó en el Club de las Artes. Formó parte del evento Todos al Teatro 2004 y del Primer Festival de Teatro Independiente Fray Mocho. 8 Actores: Alejandro Sebastián Cardozo, Luis Ignacio Serradori y Darío Alberto Lobato. 9 En el Teatro de la Fábula, con dirección de Emilio
Urdapilleta. Actores: Juan Manuel Fiori, Fernando Javier González, Eliana Kopiloff y Carla Pessolano 10 Actores: Mauricio Minetti y Martín Paladino.Diseño de Escenografía y Vestuario: Gabriela Fernández. Dirección: Pablo Iglesias. En Colectivo Teatral Puerta Roja. 11 Estrenada en 2004 en la Sala Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires. Actores: Maricel Alvarez, Guillermo Angelelli, Guillermo Arengo, Blas Arrese Igor, Gabo Correa, Ricardo Díaz Mourelle, León Dogodni, Luis Herrera, Norberto Laino, Marta Lubos, Horacio Marassi, Osmar Nuñez, Fernando Rubio, Marcelo Subiotto; Músicos: Zelmar Garin, Claudio Koremblit, Martín Terente; Vestuario: Mirta Liñeiro; Escenografía: Norberto Laino; Iluminación: Alejandro Le Roux; Coreografía: Fe-licitas Luna; Dirección musical: Claudio Koremblit. 12 Este hecho fue comprobado mediante conversaciones con parte del público.
Notas 1 Dirigida por Laura Yusem. 2 Estrenada en agosto de 1992 en el Teatro Municipal San Martín, con dirección de Omar Grasso. 3 Estrenada el 7 de mayo de 1992 por el Equipo La serie en la sala Cunill Cabanellas del Teatro Municipal General San Martín de Buenos Aires. Reparto: Sofía Ballvé, Isabel Spagnuolo, María de Cousandier, Mona Courtis, Maria-no Runoya, Juan Maiztegui, Mirna Suárez, María Elena Mobi, Daniel Wakstein, Fernando Tellategui, Sandra Fiorito, Magalí Farías, Alejandro Lombardía. Entre-namiento musical: Hiro Nakamura. Música original: Aníbal Zorrilla. Coreografía: Ita Scaramuzza. Maquillaje: Juan Maiztegui. Vestuario: Mirna Suarez y Juan Maiztegui. Escenografía: María de Cousandier. Iluminación: Marcelo Rembado. Producción ejecutiva: Equipo La serie. Dirección: Ita Scaramuzza y Alfredo Rosenbaum. 4 En el Complejo Teatral Margarita Xirgu.
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“Bebe” Kamín Registros de la guerra. Malvinas en la producción cinematográfica argentina “Bebe” Kamín Director Cinematográfico
Introducción1 Estoy asociado al tema Malvinas debido a que en el año 1984 dirigí la película Los Chicos de la Guerra. Esa experiencia fue para mí un punto de inflexión en varios órdenes. Sin embargo, nunca dejé de ser conciente que lo realizado fue sólo una manifestación, entre muchas otras, sobre un hecho que había impactado profundamente en la vida de quienes fuimos sus testigos más o menos cercanos. En un hecho de esa naturaleza, nadie que habite el territorio del conflicto está liberado de involucrarse. Si bien esa tarea exigió internarse en los senderos que se bifurcan en múltiples y diversas experiencias -en verdad todo empezó en una tarea de investigación que desarrolló Daniel Kon entre un grupo de ex combatientes y sus familiares, a quien recurrí para trabajar en un posible guión para una película sobre el tema- nunca me consideré un experto, ni mucho menos, en la cuestión. Es cierto que, cuando un director cinematográfico decide abordar algún tema resuelve, al mismo tiempo, incluirse en un espacio más vasto: se interna en un campo donde lo que produce, y hasta él mismo, será uno de los referentes públicos a los cuales estará vinculada la trama de opiniones sociales. Quizás esa haya sido una de las experiencias más fascinantes, y misteriosas, de la película. El corolario de todo ese proceso de producción fue algo más que lo que convencionalmente se espera de una película ya que entre los resultados que produjo -un amplio espectro de respuestas que abarcó desde la adhesión conmovida hasta el indignado rechazo de diversos secto-
res- colocó a la película en un lugar más icónico que fílmico. Más referido a un signo referencial de un imaginario social que a una manifestación narrativa o estética. Una prueba de ello es que, a más de veinte años de su estreno, la película sigue proyectándose periódicamente en diversos medios y aún hoy soy convocado por entidades culturales de todo el país o emprendimientos como el presente. Es por ello que el carácter de mis reflexiones no pretenden afirmar verdades ni analizar con clarividencia el rol del cine en este tema. Lo que sigue es más un cúmulo de ideas resultado de la suma de intuiciones con experiencias que la conclusión de una serie lúcida de doctrinas.
Algo de historia Los rodajes llevados a cabo por Raymundo Gleyzer -cineasta desaparecido en el comienzo de la dictadura militar- en 1966 como camarógrafo de Canal 11 donde se registraban a los habitantes y la vida cotidiana de las Islas, resultaron un verdadero documento sobre un tema -muy presente en la educación y la mitología argentina- que daba forma, y cierto contenido, a un paisaje brumoso y desconocido. Dichas imágenes presentaban los rostros, voces, calles, casas y paisajes de un territorio que todos consideraban propio pero que, curiosamente, era habitado por ciudadanos, paisajes, lenguajes y hábitos francamente extraños. Las facciones noreuropeas de los habitantes, el clima marítimo y duro de la zona, las ovejas y sus corrales castigados por el viento y ciertos objetos -manteles,
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teteras, muebles- en los interiores de las casas de madera daban sentido concreto, y estético, a las Islas Malvinas tan presentes e insistentes en los discursos educativos y de formación cívica. El cine había cumplido uno de sus objetivos: registrar la materialidad de una realidad concreta que llenaba de contenido el vacío en el imaginario colectivo. A partir de esas imágenes, reproducidas durante días en el canal de televisión, la idea de las Islas tomó otra dirección: la de un lugar argentino, lejano y extraño al concepto nacional en tanto sus pobladores nada tenían que ver con el perfil de los nacionales. La paradoja fue el sentimiento que primó: esos kelpers habitaban suelo argentino como si lo alquilaran, ocupando un territorio en forma natural pero sin alterar la clara pertenencia de las Islas al territorio nacional. Era como si en el futuro momento hipotético en el que las Islas fuesen definitivamente argentinas dichos ciudadanos sólo iban a cambiar su nacionalidad. Todo lo demás permanecería igual. No tengo registro de nuevos intentos de filmar en las Islas hasta que se decide la invasión de las mismas por parte de las Fuerzas Armadas argentinas, aunque seguramente, algún equipo de la National Geographic o la BBC pudo haber grabado en las Falkland Islands, nombre inglés que para Argentina era inexistente.
La guerra Es a partir de 1984 -centrando la temática en los acontecimientos bélicos y sus consecuenciascuando el cine se hace presente en ese territorio
austral en sus dos vertientes clásicas, ficción y documental; y con una característica que tiñe la mayoría de las producciones: la contrainformación, en tanto reacción a la propaganda oficial que durante el conflicto bombardeaba la conciencia de los argentinos. La información que habían generado la dictadura militar y los medios de comunicación masiva era tan miserable y mentirosa, repugnante en sus manifestaciones más groseras, que había que recrear el discurso de lo verdadero, de lo que realmente había sucedido. Así en los documentales se escucharon las voces de los que habían estado censurados durante la guerra -referentes y analistas políticos, pensadores de diversos signos ideológicos- mientras que las ficciones se centraron en las miserias e injusticias, los dolores y experiencias extremas desmintiendo el triunfalismo simulado de los locutores oficiales o los comunicadores militares. El resultado fue dispar: mientras algunas pocas películas eran recibidas por el conjunto social, la mayoría de ellas eran marginadas o ignoradas por los espectadores. Se ha publicado mucho en relación al tema de la guerra de las Malvinas como un componente de la vida cotidiana; o mejor, de la ausencia de su inscripción en el quehacer nacional. Las manifestaciones que acompañan el hecho quedan limitadas a la evocación de la fecha del comienzo de las acciones bélicas (2 de abril de 1982) y las escasas manifestaciones vinculadas con el 14 de junio, el día de la rendición. También, recordando la dolorosa experiencia de la guerra, los medios dan cuenta periódicamente de los sistemáticos suicidios de ex combatientes cuya
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frecuencia no cesa a pesar de los años transcurridos. En ese sentido, la inscripción de una situación trágica, donde la muerte fue protagónica, reaparece en forma despiadada y brutal actualizando los sentimientos de frustración y pérdida que la guerra imprimió en la conciencia de los argentinos. Ese tópico estará presente en las películas de ficción: casi ninguna evitará mostrar la muerte de uno de los protagonistas, casi ninguna evitará el horror de una guerra que devoró la vida de tantos jóvenes. Más allá de las acciones reivindicativas o los actos de reconocimiento a quienes fueron protagonistas reales del hecho histórico, lo cierto es que el conflicto puso de manifiesto las ambigüedades y cambios que se producen en el plano cultural y que reflejan un sentimiento de complejas aristas contradictorias. Por un lado, se detecta una actitud de reivindicación de los viejos sentimientos de pertenencia nacional y, en su dimensión institucional, la inscripción soberana de los territorios. Por el otro, un evitar profundizar los contenidos ideológicos del problema ya que es en ese terreno donde se habrían de manifestar las oposiciones que caracterizan a una sociedad de opiniones más alternativas que contradictorias, más agresivas que reflexivas. El cine no escapa de esta realidad sino que sus expresiones son el reflejo de tales condiciones socioculturales. En el contexto de la producción cinematográfica se han podido detectar unas veinte películas referidas al tema2 o que contienen una mención significativa sobre Malvinas en su desarrollo. Casi la mitad escogieron el género documental y, generalmente, se trata de testimonios, puntos de vista, opiniones e ilustraciones sobre diversos episodios de la guerra. La ficción, en cambio, tiene diversas inscripciones aunque priman aquéllas que refieren más a los acontecimientos “terrenales”, vinculados a experiencias individuales, que a visiones de amplio panorama aun cuando a través de esas historias es posible realizar una lectura del contexto social y político del momento. La dimensión del hecho ofrece una gama muy extensa de posibilidades narrativas. Es así que, en algunas de ellas, se reconstruyen historias en base a relatos de los
protagonistas anónimos de la guerra (Los chicos de la guerra, Iluminados por el fuego) intentando un reflejo más o menos realista de los hechos que se desarrollaron en el devenir histórico de la Argentina. El abordaje refleja una visión tradicional en lo narrativo con situaciones reconocibles que no pretende profundizar los motivos y las consecuencias de la guerra. A través de una crónica que sigue a determinados personajes se recorren los hechos que de por sí hablan con suficiente elocuencia de los resultados humanos y sociales de la contienda. Guarisove, en cambio, un cortometraje realizado por Bruno Stagnaro en 1995, recurre a la sátira ironizando sobre la identidad de ciertos arquetipos locales que, aún en el mismo campo de batalla, no se enteran que la guerra ha terminado (Guarisove es una deformación de war is over expresión que utiliza un pastor malvinero que resulta ser el único representante del “enemigo”). En Malvinas, historia de traiciones (1984), un documental dirigido por Jorge Denti, se recogen las opiniones de personalidades argentinas e inglesas -entre otros Adolfo Pérez Esquivel, Gregorio Selser, Anthony Buck y E. P. Thompsondonde se analizan los antecedentes históricos y las razones políticas que determinaron la irrupción del hecho bélico. Hundan al Belgrano (1996) de Federico Urioste, es un documental de los antecedentes históricos en la relación entre Argentina e Inglaterra, derivando en la situación bélica con profusión de datos e ilustraciones. Fuckland, en cambio, es una ficción ácida y poco respetuosa que tuvo manifestaciones de rechazo en la Argentina y cierto interés entre la intelectualidad contestataria inglesa. Pozo de zorro de Miguel Mirra, ofrece una versión dura de las vivencias de un grupo de combatientes aislados. Quizás, una de las más eficaces presencias del conflicto Malvinas, sea en una película en cuyo desarrollo no interviene el hecho mismo de la guerra. En La deuda interna de Miguel Pereyra, se relatan las alternativas de un educador en una remota población del noroeste argentino. Su joven protagonista será uno de los soldados que desaparecieron con el hundimiento del crucero
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General Belgrano, condición que se revela al final de la película. Quizás, alegóricamente, se refiera a que el impacto del torpedo inglés en la nave argentina haya logrado sumergir una de las manifestaciones más genuinas, y humildes de la identidad nacional. Lo cierto es que, entre la diversidad de propuestas, fueron pocas aquéllas que lograron penetrar en un espacio de difusión adecuado aun cuando no necesariamente masivo. Es conocido que quienes deciden qué y cómo se exhiben los productos audiovisuales no son ajenos a ciertos intereses económicos e ideológicos, para abrir o cerrar los accesos a las pantallas. No está ausente la calidad, técnica y artística, de los materiales en cuanto al destino de su figuración pública. Pero es de destacar que la multiplicidad de puntos de vista, de encuadres, hace posible reflejar de manera más plural las distintas lecturas y sus sentidos latentes. La ausencia de estas manifestaciones es otro de los síntomas del conjunto social en relación a Malvinas. El cine tiene una relación profusa y diversa con el tema de la guerra. Películas como La Patrulla Infernal (Paths of glory) o Dr. Insólito (Dr. Strangelove) -ambas dirigidas por Stanley Kubrick, aunque ubicadas en extremos opuestos en cuanto a género y tono narrativo- así como muchas de las películas del neorrealismo italiano o una importante cantidad de títulos franceses, norteamericanos, soviéticos y polacos, etc., dan cuen-
ta de la diversidad y riqueza de sus propuestas y narrativas; y han tenido una presencia importante en el procesamiento de la experiencia colectiva al que un conflicto armado obliga a una sociedad. Se puede concluir que, todavía, no se han realizado todas las películas que el hecho Malvinas merece. Son muchos los temas, historias y personajes que faltan retratar para poder obtener una imagen más calidoscópica y completa, de un suceso único en la historia contemporánea argentina. Quizás, porque el tema no es fácil de abordar para los cineastas argentinos. Tal vez, porque en los proyectos de política cultural no se estimula lo suficiente la producción de tales manifestaciones. Sin duda las necesidades materiales -capitales e inversiones- y los apoyos institucionales necesarios -organismos oficiales y de las Fuerza Armadas- son de difícil acceso. Y también es posible que el conjunto social no tenga una demanda lo suficientemente decidida para la materialización de tales productos culturales. Sin embargo, por los contenidos en juego, por las preguntas aún sin responder, por la deuda que cada uno de los habitantes de este país ha generado con los que dieron todo por una causa que consideraron justa, es que sería más que deseable que los responsables políticos de la Nación se decidan a generar los materiales que mantengan este hecho como un referente dentro de la cultura nacional.
Notas 1 Deseo expresar mi agradecimiento a los responsables de Cuadernos Argentina Reciente por haberme invitado a participar en el presente número de su revista.
2 Se estima que desde el año 1984 se produjeron más de seiscientos títulos de cine nacional.
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Federico Urioste Federico Urioste Sociólogo. Director Cinematográfico
¿Por qué abordar el tema de Malvinas? Fue muy casual ésto. En ese momento, yo vivía en Inglaterra, había estado casi cinco años por toda la cuestión del Proceso acá. Estaba terminando un curso de cine, de dos años, y ahí nos conocemos con Miguel Pereyra y nos hacemos amigos. Con él, ya en la Argentina, haríamos un primer documental juntos, previo a La Deuda Interna. Cuando estalla el conflicto yo no entiendo nada: eso de una dictadura que había asolado al país lanzada a una guerra de liberación ¡era kafkiano! Al mismo tiempo, me llaman la atención otras cosas, porque el hecho moviliza a toda Europa. Por ejemplo, el IRA estaba del lado de la Argentina y hacía pintadas en Irlanda poniendo: “Malvinas Argentinas”. Si uno se encontraba con un irlandés, éste le daba un abrazo y decía: “háganlos mierda a los británicos”. Los sudafricanos también apoyaban a la Argentina porque como me contaba un periodista español, amigo mío, éstos recordaban lo que habían hecho los ingleses en la guerra de los Boers con sus prisioneros. Hasta salían cosas de la Segunda Guerra Mundial, como las declaraciones de Margaret Thatcher: “si los que defienden Malvinas son descendientes de los españoles, van a combatir hasta el último hombre. Si son descendientes de los italianos, se van a rendir”. Por otra parte, empiezo a escuchar algunas declaraciones que casi pasaron desapercibidas pero que me resultaron alarmantes. En una entrevista por televisión se le pregunta a un alto funcionario del gobierno si la Task Force llevaba armas nucleares, y él responde: “no voy a poder contestar esa pregunta”; le preguntan si la Armada o el gobierno británico estaría dispuesto a utilizar armas nucleares en el Atlántico Sur, y contesta: “tampoco le puedo contestar esa pregunta”. Asimismo, si no me equivoco, en el Observer o en el Times, aparece una declaración que presenta una mirada más siniestra sobre el problema, porque decía que: “científicos nazis en la Argentina habían desarrollado armamento nuclear en todos estos años”. Entonces, yo sentía como que se estaba preparando a la opinión pública para algo que podía ser cierto y que después, en la entrevista que le hago al diputado laborista, Tam Dalyell, en cierto sentido, se confirma. El sostiene que de haberse producido una situación militar humillante, Thatcher hubiese contemplado la posibilidad de uso de armas nucleares. Todo eso está en la
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película. Cuando entrevisto sobre el tema a Virginia Gamba, ella me dice off the record: “sí, era probable, pero el costo político hubiera sido tremendo. Lo que sí podrían haber hecho es producir una explosión nuclear sobre el océa-no, como advertencia”. La cuestión me preocupaba porque, para darles una idea de ese momento, cuando llego a Inglaterra me instalo en la casa de un amigo y recuerdo que, en una oportunidad, me llama para vea por televisión como estaban preparando a la población británica contra un posible ataque nuclear soviético, y me dice: “mirá dónde estás viniendo”. Esto era en el año 1980. La Guerra Fría había llegado a su cénit. Además, bajo un estilo de gobierno que Tam Dalyell señala como sumamente agresivo. Es interesante la diferencia que hace con otros gobiernos conservadores, antes y después de Thatcher. Exacto, se notaba que era muy agresiva, gobernaba al país con puño de hierro, cerró todas las minas de carbón, en fin, realizó todo un programa de privatizaciones como veríamos nosotros en los ´90. Y al igual que aquí, eso trajo como consecuencia un aumento inusitado de la desocupación que generó conflicto social. En línea con esta perspectiva, Thatcher quiere desmantelar la flota de superficie y reemplazarla por los submarinos nucleares tipo Trident, ajustando gastos y la función estratégica de Inglaterra en la NATO, que era algo que impulsaban los EE.UU. Sin embargo, el clima social comienza a herir su legitimidad. A esto se suma un recambio en la elite dirigente del partido laborista que con posiciones más radicalizadas que la generación saliente, plantea la salida de la NATO, su oposición al desmantelamiento de la flota de superficie y a la instalación de los misiles crucero en territorio inglés. Además promueve un proyecto de disolución de la Cámara de los Lores. Entonces, cuando aparece el conflicto de Malvinas, ella lo fogonea porque le permite retomar el poder, ya que su situación era tambaleante. ¿Cómo se instala el conflicto en la opinión pública inglesa? Al principio, veo un día en el diario que habíamos invadido las Malvinas. Eso sale el 26 de marzo. Después veo que no, que había un conflicto en las Islas Georgias y que no era una invasión sino que era un conjunto de obreros que estaban trabajando, el famoso episodio con la pesquería en Puerto Leigh. Esos cambios los ingleses no los explican. También, en general nadie sabía siquiera donde estaban las Malvinas. ¡Algunos decían que estaban en el norte de Inglaterra, ni idea! Pero ésto tiene algunos antecedentes que presento en la película y que, básicamente, tienen que ver con la detección, a través de diferentes vías, de grandes reservas petrolíferas en la zona. Cuando se inicia el conflicto, uno de los miembros del lobby de Malvinas, que era un oficial de alto rango retirado de la Fuerza Aérea, dice a la prensa: “este conflicto tiene olor a petróleo”. Desde mediados de los ´70 los británicos se dan cuenta que había que llegar a un arreglo diplomático para explotar eso, y necesitaban un punto de apoyo en el continente. Eso obligó a una negociación con la Argentina. En 1979, Lord Carrington ve que la
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situación de Malvinas es insostenible. El mismo le decía a sus pares: “nosotros estamos provocando una guerra, porque estamos manipulando la negociación, que es lo que hemos hecho toda la vida” y presenta una minuta con tres salidas posibles: transformar a Malvinas en una fortaleza, negociar directamente con los argentinos algún arreglo sin reconocer soberanía, o negociar reconociendo soberanía y realizando algún acuerdo de administración temporal; a ésto se llamó el lease-back. El apoyaba la última y respecto a los kelpers, entendía que no debían intervenir. Carrington seguramente vería que era medio indefendible la situación británica desde el punto de vista jurídico, a nivel internacional y que si había un lease-back se abrirían toda una serie de situaciones económicas interesantes. Una vez que se instala el tema en la opinión pública ¿cuál es la respuesta? Unifica a todo el pueblo detrás. ¿Una legitimidad real? Sí. Porque el pueblo británico es muy nacionalista. Yo me acuerdo que en una conversación posterior con Alan Fountain, que era el gerente de coproducciones internacionales de Canal 4, un hombre de izquierda, con todo un acercamiento a los países del tercer mundo, él me decía: “cuando yo iba con algún grupo de laboristas y otra gente a las movilizaciones contra la guerra, éramos muy pocos. La gente de izquierda nada más”. Es interesante porque en un clima social tenso, además de otros problemas, la salida vía la apelación a la vuelta del “león británico”, funciona. 1982 y seguía funcionando… Tanto que Thatcher usa una frase de la reina Victoria, algo así como: “no hay posibilidad de fracaso”. Ella plantea la cuestión como si se tratase de una armada victoriosa al estilo del siglo XIX. Claro, estaba muy jaqueada, esto es lo que poco se conoce acá. Los primeros días del conflicto hay debates parlamentarios que le piden la renuncia. En el Parlamento se desata un pandemonio. Hay mucha oposición a la guerra. Por un lado, por la crisis económica, por otro, porque quería desmantelar la flota y ésto no agradaba a muchos sectores del partido conservador. Además, estaba el partido laborista que también se le oponía. Estaban todos en contra y la querían echar. Ella muy hábilmente dice: “marchamos a la guerra y mandamos la Task Force”. En ese momento, yo le pregunto a un dirigente del partido laborista cómo es que el laborismo finalmente termina apoyándola y él me dice: “mirá, hay una razón”. La razón era que Michael Foot, que en ese momento era el gran líder del partido laborista, un hombre de izquierda y que había vivido la Segunda Guerra Mundial, veía en Galtieri a Mussolini. Si hubiese sido un gobierno civil, por ahí él no hubiera dado el apoyo que necesitaba Margaret Thatcher para ir a la guerra.
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Esa es otra línea que se explota para la legitimación de la acción. Se decía: la democracia inglesa frente a la dictadura argentina Ellos plantean eso, es la democracia inglesa que va a luchar contra el fascismo. Lo usan como elemento de propaganda. Al mismo tiempo ellos estrechan su alianza con Pinochet, mandándole armas y bloqueando los reclamos contra el régimen en el Comité de Derechos Humanos en Naciones Unidas. Ya es público que hubo cooperación entre ambos países, hasta el punto que hoy día se dice, con bastante fundamento, que la posición del Belgrano, los ingleses no la reciben vía satélite sino por información del comando de la armada chilena. Ésto lo sostiene, con más detalle, uno de los entrevistados de Hundan al Belgrano. También, desde otra perspectiva, Tam Dalyell afirma que el hundimiento del Belgrano fue netamente una maniobra política de Thatcher que le permitió allanar la posibilidad de una salida diplomática vía la propuesta del gobierno de Belaúnde Terry. Quería una victoria bélica y estaba dispuesta a todo. Entonces, ¿es a partir del desarrollo del conflicto que piensa en una película? No, éstas son las cosas que yo vivo Inglaterra. Al promediar el conflicto paso por España y tomo contacto con mis compañeros que estaban ahí y me llama la atención el grado de movilización que tenían. Era enorme: imprimen carpetas, hacen actos, imprimen obleas y forman comisiones para explicar la situación. Porque nadie entendía cómo los exilados estaban del lado de la recuperación. Finalmente, antes de que termine la guerra, vuelvo a la Argentina y, como señalé, en noviembre de ese año, nos vamos a Jujuy a trabajar con Miguel Pereyra en un documental sobre la vida de un maestro y músico de la Quebrada. A eso le sigue otro proyecto con Miguel sobre la vida de Gardel para la televisión hispano parlante de Estados Unidos. Hasta ese momento, no tenía ningún proyecto sobre Malvinas. Lo que dispara mi interés es la experiencia que tengo cuando trabajo en la República Perdida II. Miguel Pérez, que era el director, me convoca a trabajar en el proyecto donde, entre otras cosas, tengo que revisar y seleccionar material documental para la película. Volver a recorrer esa galería de horrores me impactó tanto que era como volver a revivir todo eso. Era una cosa atroz. Al punto que yo llegaba a las diez de la mañana y cuando volvía a mi casa eran las cuatro de la madrugada y no podía dormirme. De pronto, en el transcurso del proyecto, comienzo a ver que la crítica que se hacía a Malvinas no era la crítica que había que hacer desde acá. Esa crítica era la que hacía sutilmente el imperio. Me empecé a dar cuenta cómo estábamos asumiendo todo el aparato de propaganda del imperio y entonces, empiezo a percibir cómo, cuando uno no tiene una identidad o está dominado, otros terminan escribiendo la historia por uno, que es el problema de los países colonizados. Terminamos adoptando los valores de los países dominantes. A raíz de ésto, me empieza a venir mucha bronca. Cuando veo todo lo que pasa en La República Perdida II, toda la denuncia del Proceso y como ahí se aborda el
tema de Malvinas, me digo: “voy a ponerme a trabajar.” Me junto con el periodista Luis Lázaro y con la historiadora Analía Payró y, los tres, armamos un equipo. Un equipo, con vistas a trabajar con plazos largos. Nos juntábamos una vez por semana e íbamos recavando información. Empezamos con la información oficial, los diarios de la época, las revistas Gente y Siete días, bibliografía había muy poca. Tenía, por suerte, amigos en Inglaterra que me empezaron a mandar desde libros hasta recortes periodísticos, material documental, cualquier cosita que saliera sobre el tema. Estoy hablando del año 1987, si no me equivoco. En ese momento, yo no tenía ninguna hipótesis. Lo que sí, estábamos muy influenciados por lo que se decía de acá pero cuando iba a Inglaterra me daba cuenta que el conflicto no era como se planteaba en la Argentina. Había sido mucho más duro. Por ejemplo, me daba cuenta que la versión que sostenía la disparidad de armamento como una de las explicaciones de la derrota, no era absoluta. Que allí donde se enfrentaron tropas argentinas bien entrenadas contra efectivos ingleses, que en general eran tropas de elite, la cuestión fue casi pareja. También, que unas Fuerzas Armadas que habían oprimido a su pueblo desde el golpe de 1930 y que habían sido el brazo armado del imperio y de la oligarquía, no podían transformarse de la noche a la mañana en un ejército que dirigiera una guerra de liberación. Estos contrastes hicieron que, básicamente, utilizara la información que se producía en Gran Bretaña, que estimé muy reveladora. Un documento que a mi me impactó mucho fue, por ejemplo, el de una comisión investigadora que arma Margaret Thatcher con miembros del Parlamento y el servicio de inteligencia, bajo la dirección de Lord Franks. El informe abarca desde el 1965 hasta 1982 y es publicado por el gobierno británico en 1983. Aquí, en la Argentina, lo edita Jorge Abelardo Ramos, con un prólogo imperdible. ¿Por qué el cine documental? A mí me interesa mucho el documental como punto de partida porque, de alguna forma, sintetizaba mi experiencia a través de la sociología. También, personalmente, me influyó mucho Pino Solanas. Yo pertenezco a esa generación. Yo veía la potencia que tenía su cine. Ahora bien, el documental tiene un antecedente que es un poco oscuro porque también está relacionado con la antropología en su primera época, fue un instrumento de los imperios. La antropología era una forma de conocer a los países a los cuales se estaba dominando; por eso los antropólogos están muy relacionados con los países imperiales. Los antropólogos alemanes, los ingleses, los franceses, y a partir de la Segunda Guerra Mundial, los americanos, están muy asociados a la dominación. Por ejemplo, uno de los grandes trabajos sobre el Japón de Ruth Benedict, que es El crisantemo y la espada, es un gran estudio antropológico que es encargado por el gobierno americano, porque se trataba del Japón que ellos iban a ocupar, o estaban ocupando. En la misma perspectiva, el documentalismo surge como cine etnográfico, como un cine que las potencias imperiales utilizaban como forma de registrar y conocer sus imperios, como forma de propaganda muchas veces o como forma tam-
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bién de penetración. Con el tiempo, ésto comienza a modificarse porque este cine se politiza. También aparecen otros tratamientos como el “docudrama”, que partiendo de hechos de la vida real, se dramatizan con actores. Incluso el lenguaje ha variado enormemente y se ha avanzado muchísimo. Hay toda una escuela que se ha desarrollado en Francia, con Raymond Depardon, donde ni siquiera hay voz en off. El trabaja con una cámara que va registrando y va mostrando el mundo de su interés que, en general son instituciones, y no hay nunca una voz en off, ni hace entrevistas tampoco; después edita todo el material. En esta línea, aquí en la Argentina, está el trabajo de Carmen Guarini, Tinta Roja, que muestra la vida en la redacción del diario Crónica. También está lo que hace, al revés, Mariana Rutti en Trelew, que partiendo de una serie de entrevistas, las presenta como si fuera una película de Hitchcock, porque es un thriller sobre el escape de la cárcel. No sé, quizás a mi me gustaba el género, el documentalismo, o el llamado documentalismo, porque yo no sé si ya es una mala palabra o una palabra que no es exacta, porque lo que uno hace es cine. Son distintas formas de cine.
zar. En principio yo pensé que era conmigo pero no, me encuentro con otros directores y también los habían cancelado. Lo llamo a Alan Fountain y le digo lo que me pasaba. El estaba furioso y me dijo: “mirá, si yo te prometo algo, yo voy a cumplir con mi palabra. Además, tu proyecto estaba aprobado por Televisión Española, yo voy a hablar con ellos”. Después me comunica que no se puede hacer nada y le contesto que iba haber que hacía. Me junté con el equipo y les comento que nos daban la mitad del dinero para hacer la película y que la única forma que trabajáramos es con ese presupuesto, y el equipo aceptó. Lo único que suprimí de la película era el transfer a treinta y cinco milímetros, que era lo caro, pero a los británicos nos les importaba porque iba para televisión, aunque yo estaba pensando en salir a los cines. Entonces, resuelvo realizar todo en video. Cuando se termina, en 1993, se manda a Inglaterra y allí queda. Después en 1996, Aleph aporta los recursos para realizar el transfer a treinta y cinco milímetros.
En el ’87 empieza la investigación ¿cuándo es que empiezan a editar?
Teóricamente debería haber sido así. Pero en Inglaterra empiezan a cambiar mucho las cosas. El Canal 4 comienza a transformarse en un canal de derecha y a Alan Fountain no lo echan pero le empiezan a sacar presupuesto. Entonces, la película se cajonea y no se da nunca. Después, yo me encuentro con él, ya retirado del canal y me sorprendía porque tenía esa cosa ingenua de los ingleses que cree en la honestidad, que no podía tratarse de censura, pero la película nunca se estrenó allá. Se vendió a Australia, a Irlanda, pero la financió un canal inglés que nunca la emitió. Incluso, con los años, me devolvieron los derechos, porque con las nuevas autoridades empezaron a limpiar un poco su archivo. A raíz de eso le envío una carta con la película a Tony Benn que era el más crítico de los diputados laboristas y estaba en el Parlamento. Como a los veinte días recibí una contestación manuscrita, una nota, diciendo que le había parecido una película muy fuerte y que después de haberla visto entendía por qué el Canal 4 no la había querido emitir; de todas maneras él opinaba que igual deberían proyectar el documental en Gran Bretaña y, entonces, por qué no intentaba con los cines. Pero ésto es bastante difícil en Europa, sobre todo con el cine documental. Así que Hundan al Belgrano recién se estrenó en Gran Bretaña en el año 2004, en el marco de un festival latinoamericano de mucho prestigio. Sin embargo, aquí también se sucedieron hechos extraños. Respondiendo a la invitación, envio con bastante anticipación toda la información con las respectivas copias en DVD, de la película. Después de quince días me llaman diciendo que no habían llegado. Empiezo a rastrear y la película no aparecía. Hice la denuncia acá, nadie sabía nada, allá tampoco, el asunto es que la película desapareció. Entonces, ya sobre mi partida al festival, decidí llevar conmigo copias, pidiendo eso sí, que los organizadores estuvieran atentos por si se presentaba algún problema en aduana, o de otro tenor. Pasé con el material. No hubo problema.
El problema es éste. En el ’90, si no me equivoco, presento el proyecto acá, en el Instituto de Cinematografía. El proyecto me lo bochan diciendo que no ameritaba. Sabiendo como es nuestro país, presenté un proyecto más aguado. Oficiosamente averiguo por otros lados y me entero de la razón del aplazamiento: era ideológica. En esa situación, Miguel Pereyra me dice que lo mande al Canal 4. Le digo: “¿el Canal 4?¿Los ingleses? Esto jamás lo van a aprobar”, y él me dice: “no, el Canal 4 es otra cosa, es un canal de izquierda, que tiene una apertura muy grande al tercer mundo, incluso participan de los festivales en La Habana, es otra cosa”. Lo traduzco al inglés y lo mando. Ellos al mes ya tenían la contestación: les interesaba. Me fui a hablar con Alan Fountain, el gerente del Canal 4, que era muy buena persona, muy comprometida con el tercer mundo, un tipo tan humilde que después me entero que tenía un doctorado en historia de Oxford. En esa reunión, el me empieza a señalar cuestiones que sería interesante que extendiera, por ejemplo, el tema del petróleo, el tema de Margaret Thatcher, etc. Empieza a decirme lo que yo había disimulado en la versión para la Argentina, es decir, en vez de censurarme, al contrario, me decía que los desarrollara más. Después de cuarenta minutos de conversación, llama a la secretaria y le dice: “vamos a poner en este proyecto tanto dinero”, me hace hacer una carta de intención para que yo la pudiera usar con otros canales, y me dice: “mirá, ahora ésto entra en una cosa burocrática, tiene que ir al comité del canal pero ellos aceptarán este proyecto”. Con esa carta, me voy a España donde el proyecto les interesa mucho y, al mes, toman contacto conmigo y resuelven hacer un emprendimiento conjunto. Se hacen los contratos, hacemos las correcciones y los ingleses me mandan los contratos definitivos, en tanto, los españoles se atrasan. En unos meses, me entero que habían cancelado todos los contratos con América Latina porque había un problema muy grave en la Televisión Española, porque daba pérdidas y la querían privati-
¿Es decir que primero se estrena en Gran Bretaña en el ’93?
¿Qué impacto tuvo?
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Fue mucha gente, se llenó de gente. En los festivales hay películas a las que va mucha gente y a otras menos. Esta era una película que estaba cerrando el festival junto con otra de Pino Solanas. Llamó mucho la atención y hubo muchas preguntas. Respecto a las repercusiones fuera del festival, no sé qué pudo haber salido en los diarios, yo me vine enseguida para Buenos Aires. Pero no es fácil, porque la prensa inglesa maneja estas cosas de forma muy sutil, sobre todo cuando se trata de cuestiones muy cercanas a ellos. Por ejemplo, ultimamente, salió mucha bibliografía y documentación sobre el nazismo y la complicidad de los países europeos. Uno de los casos que me impactó fue el de un servicio de inteligencia británico que realizó un trabajo de investigación donde sostuvo que el Reino Unido salvó a Martin Borman de la muerte, a la mano derecha de Hitler, para acceder a unas cuentas millonarias de los nazis en Suiza. Según el escritor, Borman fue rescatado en Berlín por comandos británicos antes de la debacle y traido a suelo inglés, donde vivió y murió de incógnito a cambio de las claves que éste tenía de esas cuentas. Lo más importante de la cuestión es que me entero a través de una nota aparecida en el Times, donde el autor denuncia que al enviar los manuscritos para que se los editara una conocida firma inglesa, los servicios británicos presionaron para que el libro no saliera y, en su momento, no salió. Un año después de la nota en el Times se publicó el libro. Todas estas cosas se tapan, como algo de lo que nadie quiere hablar. ¿Qué opinión le merecen las otras producciones audiovisuales que se han hecho sobre el tema Malvinas? Vi Iluminados por el fuego y Los chicos de la guerra, y sobre esta última, tengo una mirada encontrada, porque cuando uno habla con ex combatientes, no les gusta nada que les digan “chicos”. Yo escuché a un soldado decir: “yo soy un conscripto que combatí y no soy un chico, soy un soldado”. No por casualidad a esa película se la llevó a Inglaterra, porque es lo que quieren los británicos escuchar: “los argentinos los arriaron como ovejas”. La que está muy bien hecha es Iluminados por el fuego. Está hecha con una buena producción y las escenas son muy realistas, son tremendas. Toda esa cosa de los soldados, que se los estaqueaba, brutal. Aunque respecto a la brutalidad, los ingleses también tuvieron lo suyo. Hay un libro de un cabo, paracaidista de combate, que denuncia lo terrible que fue la guerra y además, que había en las fuerzas inglesas oficiales y suboficiales que trataron muy mal a sus tropas, entonces, eran muy odiados. En el libro, dice: “cuando entrábamos en combate, siempre esos tipos desaparecían y se encontraban con otros oficiales de otras unidades que hacían lo mismo. Desaparecían porque tenían miedo que nosotros, en el combate, los matáramos”. También hubo un escándalo con una película llamada Tumbledown, que es el nombre una de las batallas más sangrientas de la guerra. La película se hace en base al libro de un oficial de los guardias escoceses, que combate, y que afirma que en Tumbledown se mataron prisioneros argentinos que se habían rendido. También cuenta cómo a los heridos graves de la
guerra, por ejemplo, los que estaban en silla de ruedas, jamás se los mostraba en los actos oficiales o se trataba que pasaran desapercibidos. Por último, dice una cosa que es muy grave y que en la película no salió. Salió en los diarios porque se armó un despelote monumental. Resulta que un capitán del Ejército británico ordena un ataque sobre las posiciones argentinas. Parece que la respuesta argentina era tan dura que se asustó, y le ordenó a la compañía retroceder con la siguiente orden: “retrocedan, y si nuestros camaradas nos lo impiden, hagan fuego sobre ellos”. Eso estaba en la película y se cortó. ¿Qué otra cosa podría destacar de algún otro material que haya visto en este tiempo? Del material inglés que se dio, vi casi todo. De las argentinas voy a decir que lo único que vi fueron las que mencioné y no creo que haya visto algo más. De documentales ingleses, en particular, uno me llamó la atención por lo tramposo que es. Aparentemente se presenta como una película antibélica, porque va haciendo entrevistas a los soldados que combatieron, que quedaron mutilados o con el cuerpo quemado, en fin, toda una cosa que es muy conmovedora y es como un alegato contra la guerra. Pero tiene un testimonio que depende dónde uno lo ponga, modifica el contexto de toda la película. Se trata de una señora bonachona, en su casa, mostrando la foto de su marido, que dice: “pensar que cuando mi marido se fue a la guerra, yo creí que lo iba a volver a ver y nunca más lo ví. Ni tengo su cuerpo porque está en el fondo del mar, con el buque”, y se quiebra. Vuelve a mostrar la foto de su marido y se queda en silencio, corta la cámara, vuelve, y la mujer ya sobrepuesta dice: “a pesar de ésto, valió la pena. Porque somos lo que somos porque hemos sabido luchar”, hablando ya de la historia. Eso, puesto al final y con un cierre de Margaret Thatcher en una comida con todos los oficiales que combatieron, transforma a la película en absolutamente belicista. Ahora que recuerdo, también me llamó la atención otro documental inglés que se llama Detrás de la Estela del Sheffield, que es un documental sobre la guerra más técnico, donde se muestra que la eficacia de los ataques aéreos argentinos sobre las naves británicas, que se atribuía a que los aviones volaban muy bajo, etc. era una cuestión más compleja. Según los ingleses, la Armada argentina había desarrollado un sistema de contaminación electrónica por la cual embarullaban a los radares británicos y esto mejoraba la sorpresa de los ataques aéreos. El sistema antiaéreo que tenía la flota inglesa es el mismo que tenían los buques argentinos, por eso los argentinos sabían cuáles eran los puntos ciegos, etc. Ambos bandos creían que esos sistemas eran fantásticos pero en la guerra se demostró que tenían muchos problemas. Cuando termina la guerra los ingleses, por supuesto, no hicieron público eso porque se lo habían vendido a muchos países. Entonces, modernizaron los sistemas, sin decir nada y, en la Argentina, pasó lo mismo. Por eso la debacle de nuestra Fuerza Aérea se produce cuando los Estados Unidos le proveen a los ingleses unos misiles aire-aire, de últi-
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ma generación, no como resultado de los sistemas antiaéreos ingleses. Vista desde hoy, ¿cambiaría algo de Hundan al Belgrano? No. No le agregaría ni le sacaría nada. Incluso, respecto al final de la película, que yo termino en 1993, y es una reflexión sobre el mundo que viene, mis compañeros opinaban que mi lectura era casi apocalíptica. Sin embargo, ese final parecería un pálido reflejo al lado de lo que está pasando, en aquel momento parecía un delirio.
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Documentos, continua el espacio diseñado en cada número de los Cuadernos destinado a reproducir fuentes primarias o secundarias que, por su relevancia, puedan ampliar las posibilidades de análisis de los núcleos temáticos tratados, a través de la interpelación directa del lector con las producciones textuales de época. En este caso, habida cuenta de la numerosa información producida sobre la Guerra de Malvinas en las últimas dos décadas y media, se propuso realizar una selección de materiales que permitiera efectuar un recorrido acotado, pero diverso, por las posiciones que los diferentes actores políticos, sociales y culturales adoptaron frente al conflicto, en los tres meses de su desarrollo. Esa selección priorizó las calidades de testimonio institucional o corporativo de esos textos y sus capacidades para mani-
festar las claves interpretativas puestas en juego en ese período de nuestra historia donde, cabe recordar, la opinión sufría la doble mordaza de la censura: la del régimen en sí mismo y la relativa a una situación de guerra. En función de estos objetivos y de la vastedad de las declaraciones públicas registradas en dicho lapso, se optó por ceñir nuestro relevamiento a los dos diarios de cobertura nacional de mayor tirada: La Nación y Clarín, efectuando una exhaustiva revisión de los discursos, solicitadas, declaraciones, notas de opinión y editoriales publicados en los meses de abril, mayo y junio de 1982 que decantó en la compilación que presentamos. Para facilitar la lectura, por último, organizamos el material por mes de publicación y, al interior de cada mes, por actor y fecha de publicación.
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Abril de 1982 MENSAJE DEL PRESIDENTE DE LA NACIÓN, TTE. GRAL. LEOPOLDO F. GALTIERI, EMITIDO EL 2 DE ABRIL POR LA CADENA NACIONAL DE RADIO Y TELEVISIÓN Publicado en La Nación el Sábado 3 de abril Compatriotas: En nombre de la Junta Militar y en mi carácter de Presidente de la Nación hablo en este crucial momento histórico a todos los habitantes de nuestro suelo, para trasmitirles los fundamentos que avalan una resolución plenamente asumida por los comandantes en jefe de las FF.AA., que interpretaron así el profundo sentir del pueblo argentino. Hemos recuperado, salvaguardando el honor nacional, sin rencores pero con la firmeza que las circunstancias exigen, las islas australes que integran por legítimo derecho el patrimonio nacional. Esta decisión obedeció a la necesidad de poner término a la interminable sucesión de evasivas y dilaciones instrumentadas por Gran Bretaña para perpetuar su dominio sobre las islas y su zona de influencia. Esta actitud fue considerada por el Gobierno Nacional en las actuales circunstancias como prueba concluyente de su falta de buena voluntad para entablar negociaciones serias y en el corto plazo sobre el objeto central de la disputa y reconocer, de una vez y para siempre, que sus supuestos derechos no tienen otro origen que un acto de despojo. La situación que se planteó se refería al virtual emplazamiento, a un grupo de argentinos para que abandonaran las islas Georgias, donde este grupo desarrollaba legalmente un trabajo común, siendo que su situación jurídica estaba protegida por acuerdos establecidos oportunamente por los dos países. El envío de una fuerza naval y el término perentorio que se quiso imponer son demostraciones claras de que se persiste en encarar la cuestión con argumentos basados en la fuerza y sólo se ve la solución en el desconocimiento liso y llano de los derechos argentinos. Frente a esa inaceptable pretensión, el Gobierno Argentino no puede tener otra respuesta que la que acaba de dar en el terreno de los hechos. La posición argentina, no representa ningún tipo de agresión para los actuales habitantes de las islas, cuyos derechos y modo de vida serán respetados con la misma hidalguía con que lo fueron los pueblos liberados durante nuestras gestas libertadoras, pero no hemos de doblegarnos ante el despliegue intimidatorio de fuerzas británicas que, lejos de haber usado las vías pacíficas de la diplomacia, han amenazado con el uso indiscriminado de esas fuerzas Nuestras fuerzas sólo actuarán en la medida de lo estrictamente necesario. No perturbarán en modo alguno la vida de los habitantes de las islas y, bien por el contrario, protegerán a las instituciones y personas que convivan con nosotros, más no tolerarán desmán alguno en tierra insular o continental. Tenemos clara la importancia de la actitud asumida, y para su defensa, se levan-
ta la Nación Argentina, íntegra, espiritual y materialmente. Sabemos muy bien que es nuestro el respaldo de un pueblo consciente de su destino, conocedor de sus derechos y obligaciones y que desde hace mucho tiempo aspiraba a reintegrar las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y zona de influencia al Territorio Nacional. El paso que acabamos de dar se ha decidido sin tener en cuenta cálculo político alguno. Ha sido pensado en nombre de todos y cada uno de los argentinos, sin distinción de sectores o banderías y con la mente puesta en todos los gobiernos, instituciones y personas que en el pasado, sin excepciones y a través de 150 años, han luchado por al reivindicación de nuestros derechos. Sé, y lo reconocemos con profunda emoción, que ya el país entero vive el alborozo de una nueva gesta y que se apresta a defender lo que les es propio, sin reparar en sacrificios, que es posible debamos realizar, o en problemas sectoriales que, por comprensibles que sean, jamás podrán anteponerse al supremo interés nacional, donde se juega el ser o no ser de la Patria. Ruego con fe cristina que quienes hoy son nuestros adversarios comprendan a tiempo su error y reflexionen profundamente antes de mantener una postura que es rechazada por los pueblos libres del mundo y por todos los que han sufrido el cercenamiento de su territorio, el colonialismo o la explotación. Ruego con fe cristiana por nuestros hombres en el mar austral, por vuestros hijos, esposos, hermanos, padres, por los conscriptos, suboficiales y oficiales, que son avanzada de un esfuerzo argentino que no cejará hasta la victoria final. Invocando la protección de Dios y su Santa Madre, comprometámonos todos los argentinos a cumplir con nuestro deber, como lo hicieron las generaciones del siglo pasado, que no repararon en la rudeza del clima, en las distancias, en la enfermedad o en la pobreza, cuando se trató de defender la libertad. Ellas, al integrar la misión libertadora de Belgrano, al Paraguay, las del Alto Perú, allende la cordillera, por el Pacífico con el General San Martín a su frente, o en el desierto, no vacilaron en abandonar la familia, comodidades, lo poco o mucho que tenían. Esta nuestra generación de hoy, es capaz de emularlas. ¿O no somos capaces de hacerlo? Yo creo en vosotros. Debemos todos creer en nosotros mismos y levantar todos unidos, muy en alto, nuestra bandera, como emblema de la libertad, para que flote soberana y definitivamente en nuestra Patria Grande. Ello no obsta para que persistamos en nuestra tradición de país amante de la paz y el respeto a todas las naciones del orbe, ni impedirá que con gestos de amistad que nacen de nuestra hidalguía natural, retomemos, en un plano de dignidad, la vía diplomática, que asegure institucionalmente la situación que hemos alcanzado, en clara salvaguarda de legítimos intereses, que siempre hemos sabido respetar. Nuestros brazos siempre están abiertos para sellar compromisos nobles y para olvidar agravios del pasado en pos de un futuro en paz que deseamos para el mundo civilizado. Al gran pueblo argentino, salud Dios así lo quiera
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DIARIO CLARÍN Editorial Sábado 3 de abril
La reconquista de las Islas Durante 149 años y 3 meses territorio argentino irredento, las Malvinas fueron reintegradas ayer a la soberanía de la Nación. La fuerza expedicionaria que cumplió el operativo militar dejo atrás una larga y compleja historia de gestiones diplomáticas que, a la postre, resultaron estériles. Aunque Londres y Buenos Aires mantuvieron durante varias décadas una estrecha asociación económica y se ajustaron siempre a las formas rituales de la amistad estrecha, el Reino Unido nunca aceptó retirarse del archipiélago que capturó por la fuerza en 1833. Las protestas de sucesivos gobiernos argentinos, las razones históricas, jurídicas, geográficas y hasta geológicas que abonan nuestro derecho fueron desconocidas. El clima de descolonización que reina en el planeta con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial fue ignorado en el caso de las Malvinas y sus dependencias. Las exhortaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, a fin de que ambos países negociaran pacíficamente su diferendo no tuvo andamiento: el Reino Unido eludió siempre aceptar que la discusión debía centrase en su núcleo: el tema de la soberanía. Así se llegó al clima de tensión de estos días, originado en la intolerancia británica ante el hecho de que un grupo de argentinos izaran la enseña nacional en la isla San Pedro, una de las Georgias del Sur, esto es, en territorio propio. De ahí en más las acciones se aceleraron, culminando con la decisión que antes fuera largamente postergada: reconquistar las islas Malvinas por los mismos medios por los cuales un 3 de enero infausto fueron capturadas. En realidad, nadie ignoraba -y los británicos menos que nadie- que hubiera resultado insoportable llegar al 150º aniversario de aquella ocupación sin la clara perspectiva de una solución política al antiguo pleito. (...) Esa acción -cualesquiera sean las especulaciones que puedan hacerse sobre su gravitación interna, en los aspectos político-sociales, llama a la cohesión de los argentinos. Es un claro ejemplo de las decisiones que provocan adhesión y son susceptibles de motivar un apoyo activo. Sin necesidad de declinar por ello ninguna convicción legítima, ni ninguna discrepancia fundada, esta acción de la política exterior reclama unidad nacional. Cada ciudadano en condiciones de hacerlo debe poner su grano de arena para que no sea preciso retroceder un solo paso a partir de lo actuado. Ello en lo interno. En el plano internacional, la acción argentina no puede llamar a la sorpresa. Tal sentimiento podía acompañar a la larga paciencia exhibida durante casi una centuria y media. Si algún fundamento tuvo esa paciencia fue ciertamente el de no romper la amistad tradicional con la potencia ocupante. Esa actitud puedo haber sido correspondida con una comprensión equivalente. El Reino Unido estaba en condiciones de ponderar la importancia que las Malvinas
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tienen para el sentimiento patriótico argentino. Más que los intereses materiales, para los cuales siempre puede hallarse alguna forma de canalizarlos armoniosamente, lo que realmente motivó siempre el sentimiento público es a la reconquista de un fragmento de la Patria, cuya ausencia era una mutilación. Por ello puede esperarse legítimamente del gobierno de Londres que acepte la terminación del tiempo histórico en que pudo enseñorearse de fragmentos territoriales ajenos y evite nuevos hechos cruentos en la región austral. Los intereses de los pobladores actuales de las Malvinas serán respetados, lo mismo que sus costumbres y sus formas culturales. Con el tiempo, ellos o sus hijos aprenderán a amar al país en el que habitan, mas allá de las ilusiones anteriormente vividas, tan fuera del tiempo como que se hallaban revestidas de formas victorianas. Esa aproximación comenzó hace ya muchos años, con los servicios que la Argentina les brindó. Ahora no hará sino completarse y perfeccionarse. La acusación de Londres ante el Consejo de Seguridad es un reflejo automático de la diplomacia, pero solamente puede motivar una sonrisa melancólica. Ningún país puede ser agresor de su propio territorio. Y las islas Malvinas no se hallan ciertamente en el archipiélago británico. La Argentina, por su parte, no ha deseado ni enfrentar ni combatir al Reino Unido. No solamente porque tiene en cuenta su fuerza militar y marítima, sino porque su finalidad estricta ha sido la reconquista de un fragmento de su territorio. Tampoco ha buscado causar efecto alguno en los asuntos propios de aquel país. El gobierno de la señora Margaret Thatcher; como cualquier otro, actúa sobre al realidad de nuestro tiempo y no puede vulnerar sus leyes. Pues bien, la época del uso impune de la fuerza contra naciones más débiles ha concluido. Habrá que esperar el desarrollo de los acontecimientos. Pero cabe afirmar con mesura, pero enfáticamente, que ayer, en el Atlántico Sur se cerró un capítulo en la abolición del colonialismo decimonónico.
DIARIO LA NACIÓN Editorial Sábado 3 de abril
El pabellón argentino en las Malvinas El pabellón argentino ondea desde ayer en las Malvinas. Este hecho de significación histórica asume una trascendencia espiritual en la vida de todos nosotros. El regocijo nacional es tan grande como explicable. No conviene, sin embargo que la gozosa imagen de nuestra insignia celeste y blanca -evocada en la oración sarmientina como una bandera que no ha sido jamás atada al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra- agitándose en el duro viento de aquellas latitudes, nos impida ver las dificultades que todavía se vislumbran en el camino hacia una confirmación estable de este suceso de primera magnitud. Por lo pronto, nadie tiene la certeza absoluta de que en la faz estrictamente militar
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haya quedado excluida la posibilidad de nuevas acciones. En las que hubo, los soldados argentinos ya han pagado su tributo de sangre y merecen por ello el conmovido homenaje de la nación entera. Los acontecimientos producidos en el archipiélago malvinense constituyen la culminación de una serie de tramos históricos. En ellos, la Argentina no abandonó nunca la exigencia reivindicatoria. La sordera obstinada de Gran Bretaña, que desde hace tiempo ha pretendido hacerse la desentendida en cuanto a las razones por las cuales la usurpación territorial no admitía nuevos plazos, ha conducido a una situación a la cual pudo llegarse por vías menos extremosas. La soberanía argentina sobre las islas Malvinas y sus adyacencias se asienta en derechos que provienen de los ámbitos jurídicos, geográficos e históricos. En todos los foros internacionales la secular voz declamatoria de la Argentina ha encontrado el eco que sólo suscitan las causas justas y honestas. De ahí que la misma resolución de las Naciones Unidas indicativa de un cauce de negociación, haya tenido la validez de un reconocimiento implícito de la razonabilidad de la exigencia argentina. El cuadro internacional en el cual se ha desarrollado la reivindicación objetiva de nuestra soberanía en las Malvinas, merece ser observado con atención. La interdependencia de las naciones es hoy un fenómeno ostensible. La mayoría de las naciones americanas han mostrado una gama de definiciones que va desde la comprensión hasta la solidaridad. La actitud de los Estados Unidos, expresada verbalmente al general Galtieri por el presidente Reagan a través de una comunicación telefónica, entraña la influencia de una falsa perspectiva de estimación. Sería lamentable, en verdad, que los Estados Unidos se aislasen de América al visualizar el problema, pues con ello no harían más que empujar a la Argentina -decidida a no retroceder- a acogerse a las interpretaciones favorables brindadas por aquellos cuyos intereses generales están en pugna con las posiciones del gobierno de Washington. Gran Bretaña ha ensayado todas las argucias posibles para prolongar su presencia en ese trozo insular de nuestra patria. Si es verdad que ha contado con la largueza de la paciencia argentina -paciencia hecha con voluntad de entendimiento y probado amor a la paz- también debió advertir que todos los gobiernos, cualquiera fuesen sus componentes, han pugnado con similar decisión para obtener la restitución de las islas al dominio de nuestra nación. El desembarco de las fuerzas nacionales en las islas ilegalmente ocupadas por Gran Bretaña, es el paso concreto que la potencia intrusa ha intentado demorar con amplia variedad de recursos. Hubiera sido deseable que tantos recursos tomados de fuentes diplomáticas y estratégicas condujeran a una devolución pacífica del territorio usurpado, pero el gobierno británico ha cometido el error de insistir en los manejos típicos de la era colonial en tiempos sujetos a pautas menos unilaterales. La bandera que ondea ahora en las Malvinas es la que abriga el corazón de los argentinos. Un poderoso sentimiento de júbilo cruza por todo el país simultáneamente con al aceptación unánime de responsabilidades que no pueden ser transferidas. Tenemos conciencia de la empresa que implica recobrar esos fragmentos de patria y no olvidamos, por cierto, que las vidas y los bienes de los
pobladores malvinenses implican un compromiso de respeto, tal como previenen nuestras leyes. Con la mayor serenidad, pues, sentimos todos el orgullo de ser los contemporáneos de un rescate que ha vivido en la sangre colectiva en calidad de un mandato de nuestros gloriosos antepasados argentinos.
DIARIO CLARÍN Panorama Político Domingo 4 de abril
El desembarco del consenso POR JOAQUÍN MORALES SOLÁ Vertientes internas de Gobierno están apurando la decisión de acelerar una concertación política, tras la semana decisiva, en la que la relación de fuerzas en la Argentina cambió. Cambió también la relación entre el poder y la sociedad por el efecto de características disímiles y cambió la situación de la Argentina en el mundo al producir un hecho con vastas repercusiones universales. Cambió todo, pero vale la pena reflexionar sobre si se trata del fin o del principio de un ciclo. El régimen de los militares argentinos, que venía vacío de consenso, como ellos mismos lo aceptaban, vivió una semana en la que debió reprimir con dureza inusual los repudios y gozó luego de la adhesión popular por haber reconquistado las tierras irredentas del extremo austral del país. Sectores del mismo Gobierno aceptaban hasta el jueves pasado que la frustrada marcha de la CGT había sido un “fracaso” para el Gobierno, aunque reconocían -preocupados- que no todo el esquema militar pensaba lo mismo, lo que dejaba al poder político con escasa capacidad de maniobra para recuperar el apoyo popular. Mas allá de las cifras de los participantes en el despliegue sindical -siempre incalculable, siempre arbitrario- aquel “fracaso” al que aludían se refería más que nada a la imagen del gobierno militar. Había usado con desproporción la fuerza, había golpeado con violencia a culpables e inocentes y había llenado las comisarías de Buenos Aires con más de 2.000 detenidos. Fue una decisión que dañó al Gobierno aquí y afuera, sobretodo porque anunciaba una actitud sindical diferente, ya no en el lenguaje sino en la realidad de los hechos. Hasta el último momento se había debatido en el Gobierno dos líneas distintas. Para una de ellas era conveniente permitir la concentración gremial, porque tenían información de que no llenaría la Plaza de Mayo, ni mucho menos, y porque así en última instancia, se restaba un elemento más de fricción entre el Gobierno y los sectores sociales. Esta línea sostenía que la actitud permisiva hubiera dejado abiertos los canales del diálogo con el sector gremial, que hasta la concentración del martes eran frecuentes y se encaminaban hacia distintas franjas gremiales.
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La otra línea, la que al final triunfó, apuntaba que había que prever no sólo esa concentración en sí misma sino también el precedente. Cómo permitir la primera concentración y desautorizar la segunda o la tercera? ¿C ¿Cómo permitir esta clase de manifestaciones en un país con un gran porcentaje de desocupados y con sueldos congelados? ¿Cómo hacer todo esto si no estaba dispuesto a negociar líneas fundamentales del Gobierno? Tales los interrogantes del sector oficial que al final impuso la represión a los manifestantes. Lo que no se previó fue el inevitable realineamiento que se daría en el espectro sindical. En otras palabras, si la marcha le había significado un importante rédito político a la CGT, la otra vertiente, la CNT, no podía dejarse ganar el espacio propio en el liderazgo gremial. En efecto, al día siguiente ya los dirigentes de esta corriente habían decidido un paro nacional inminente, oficializado cuando otros acontecimientos se precipitaban sin freno sobre el tablero político. El desembarco argentino en las Malvinas conmovió por otras razones al país en un tema en el que, como dijo Contín, “no hay dos opciones”. Las jornadas del martes y del viernes fueron los contrastes más notables de la política de los últimos tiempos. Los que antes gritaban su repudio, después gritaron su apoyo, la policía brava de un día se convirtió, 72 horas después, en pacífica cuidadora del orden. Pero en esas 72 horas habían cambiado también algunas cosas. Por ejemplo: El Gobierno, que se hallaba huérfano de adhesión, había encontrado una razón de ser, con el consiguiente fortalecimiento de la figura del presidente Galtieri. Los partidos políticos y los dirigentes sindicales, divididos en moderados y duros pero cohesionados en la crítica a los rumbos fundamentales del régimen, aceptaban -hasta los más intransigentes- una reconciliación, y el Gobierno, por su lado, no hacía diferencias entre réprobos y elegidos. En el terreno internacional, el gobierno argentino, que se había aliado con Estados Unidos en las principales cuestiones de Occidente, encontró en la URSS cierto apoyo a su decisión y vio a Washington desplegando una feroz oposición a la reconquista del archipiélago malvinense. Empecemos por el final. La dura actitud norteamericana se reflejó en tres hechos: 1.El llamado telefónico personal efectuado por el presidente Reagan a su colega argentino. 2.La declaración del Departamento de Estado pidiendo el retiro de las tropas argentinas y el voto de Estados Unidos apoyando la posición británica en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. 3.El patético diálogo registrado entre el Gral. Haig, secretario de Estado, y el embajador argentino en Washington, Esteban Tackacs, en el que le manifestó la enérgica oposición de Estados Unidos a la decisión argentina. El diálogo entre Reagan y Galtieri, en la noche del jueves, fue cordial y ambos se trataron de “querido presidente”. Reagan le pidió “reflexión” y obviamente la paralización de las operaciones militares, apelando a la “nueva relación” que une a ambos países. Galtieri se manifestó satisfecho por esa “nueva relación”, pero le respondió que
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la decisión de recuperar las Malvinas “está tomada y es irreversible”. Le señaló también que tal resolución se había adoptado “ttras 150 años de ocupación británica y 17 años de negociaciones estériles”. Reagan habría insistido una vez más en la postergación de las operaciones, pero encontró la misma respuesta “la decisión es irreversible”. Paralelamente, según versiones oficiales, la URSS habría hecho gestos concretos e importantes, en esas horas, de solidaridad con la Argentina, aunque los observadores pusieron ayer en duda esta aseveración tras la abstención de Moscú en el Consejo de Seguridad. Se esperaba, en realidad, un veto soviético a la resolución. Llamó la atención, con todo, el envío del embajador argentino a Nicaragua, donde se lo había retirado hacia algunos meses, y el almuerzo del presidente Galtieri, el mismo viernes, con el vicecanciller de Hungría -país del bloque socialista-, que se convirtió en la primera nación en apoyar a la Argentina. En fin, más allá de la obvia reacción británica, lo que parece haber fallado es la apreciación argentina de que la operación contaba con un “paraguas” norteamericano. No tuvo en cuenta que el adversario de la Argentina en estos sucesos es el principal aliado norteamericano en la OTAN, la organización militar del Atlántico Norte. Pero tampoco hay que desesperarse: la Argentina es también un aliado importante de los Estados Unidos en el continente americano, por lo que la actitud previsible de Washington será mediar entre unos y otros y no dejar que las cosas abandonen su cause natural. Mientras tanto, la Argentina ha reconquistado las Malvinas y eso convierte al 2 de Abril en un día histórico, no sólo para el país -que recuperó sus tierras usurpadas-, sino también para la historia de la decadencia del colonialismo. Los militares argentinos afirman ahora que dos hechos concretos -lla derrota subversiva y la devolución de las Malvinas al país- legitimiza históricamente su irrupción en el poder. Los políticos se han cansado de reconocerles la lucha contra la subversión y no hay necesidad de mencionar el apoyo que les han dado para la operación de las Malvinas. Los militares señalan que ahora pueden sentarse a conversar con los políticos con un respaldo -aquellos dos hechos- distinto y mejor. Pero la cosa no termina ahí. Las presiones diplomáticas, como ha quedado visto ayer en el Consejo de Seguridad, tendrán un alto voltaje. Hay quienes no descartan tampoco duras presiones militares británicas, aunque otros las descartan en sus formas bélicas. Sea como fuere, el régimen ha tomado conciencia de que es necesario preservar la unidad interna lograda ahora, para no cometer por segunda vez el error en que incurrió en tiempos del Mundial de Fútbol: dejar que la unidad y el consenso se le escurra como arena entre los dedos. La pared que dividía al Gobierno de los partidos políticos se derrumbó el viernes, cuando los dirigentes de todos los partidos ingresaron en la Casa de Gobierno, incluidos lo más duros, como Oscar Alende y Abelardo Ramos. Las distancias están superadas y no tendría valor ahora un pretexto para dilatar el diálogo que se refiera a la posición de dirigentes aislados. La actitud de los dirigentes políticos moderados, que se había debilitado tras la dura represión del martes, ahora resultó fortalecida.
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La repercusión interna de lo acontecido en el extremo sur del país tiene connotaciones distintas en el tiempo. Ejemplos: El problema de los derechos humanos durante el lustro pasado, que hasta hace pocos días era un tema importante en cualquier mesa de negociación entre civiles y militares, ahora -tras el despliegue profesional de los hombres uniformados- verá decrecer, tal vez sin medida en el tiempo, su influencia, en tanto obviamente- el estado de derecho sea reimplantado íntegramente. En cambio, las dificultades que arrastra el rumbo económico seguirán existiendo en la inminencia, como que las únicas expresiones opositoras de la multitud de Plaza de Mayo, el viernes, fueron hacia el Palacio de Hacienda. Los principales dirigentes políticos y sindicales no dejaron de tirar sus dardos contra el ministro Alemann, aun en las declaraciones de apoyo irrestricto al Gobierno por al victoria de las Malvinas. Ese será también un condicionante en la tarea de consolidar la unidad interna. Difícilmente los dirigentes se prestarán a un acercamiento que, como una cortina de humo, encubra la política reinante desde hace seis años. Importantes sectores del espectro castrense piensan que el Gobierno debe echar mano a un gabinete de unión nacional para consolidar su situación internacional. Ese gabinete, sostienen, debería incorporar a figuras que representen oficialmente a las principales corrientes políticas argentinas. Otros sectores, menos entusiasmados, señalan que el Gobierno puede modificar el gabinete con figuras más simpáticas para el mosaico político, mientras acuerda un rumbo diferente y la salida democrática. Estos últimos, no obstante, apoyarían un gabinete de unión nacional si la realidad externa así lo exigiera. “El proceso ha resucitado”, se entusiasmó un empinado hombre de gobierno. Ha creado también algunos precedentes decisivos. La reconquista de las Malvinas -que requirió, por lo que se sabe, un muerto argentino, el primero por balas extrajeras desde la guerra con el Paraguay- fue el hecho internacional más importante de los últimos años y el consenso de los políticos fue expresamente pedido. ¿Cómo hará el Gobierno para abstenerse de pedirles el mismo consenso si piensan elegir otro presidente militar, la decisión más importante que se puede tomar internamente en una nación? La naturaleza de las cosas ha hecho casi imposible que el próximo presidente no sea concertado. El 2 de abril se cumplían dos aniversarios. Hace 19 años el Ejército y la Armada se enfrentaban en una lucha intestina entre azules y colorados. Ahora la Armada, aquella vez derrotada por fuerzas superiores, encontró su reivindicación histórica. Las especiales características del operativo de la madrugada del viernes la colocaron a la cabeza de la ofensiva. Hace 6 años el doctor Martínez de Hoz informaba públicamente de su programa económico que llevó con el tiempo al proceso militar, entonces un párvulo de 8 días, a una de sus más serias frustraciones. El viernes pasado -también 2 de abril- empezó otro ciclo en la política argentina. La raza política -cciviles y militares- sabe ahora, después de esta semana desmesurada, lo que el país quiere y lo que no quiere, conoce las fuerzas y las debilidades
de la Argentina; reconoce que las naciones son poderosas o anémicas no por sus alianzas internacionales sino por la vitalidad de su propio organismo. ¿Servirá este 2 de abril para reparar al país de los argentinos?
DIARIO LA NACIÓN Sábado 10 de abril
La reducción de la influencia británica POR VIRGINIA GAMBA La recuperación de las islas del Atlántico Sur ha venido a suceder en un momento crucial para Gran Bretaña. Ese país ha sufrido la traumática experiencia de pasar -en un lapso de 50 años- por todos los espectros políticos, diplomáticos, económicos y militares entre potencia mundial y país de segundo rango: se encuentra atrapado indefectiblemente en un proceso de reducción de influencia. Malparada al final de la Segunda Guerra Mundial, basa toda su política de defensa de la posguerra sobre la mantención de un status privilegiado sin tener la capacidad para ello. Por razones económicas y físicas -en lo que respecta a las obligaciones en el residuo de su “Imperio”-, Gran Bretaña trata de “hacer mucho con poco”. Este proceso se deriva en una fijación de constantes, a saber: 1) retroceder y abandonar su posición de “Imperio”. 2) cumplimiento (y verdadero sacrificio económico) por mantener su compromiso en la NATO, y 3) mantención de una fuerza nuclear vigente. A estas constantes se podría agregar una más, pues el proceso forzado de reajustes de papeles, en sí, constituye una constante. Este proceso de reajuste está caracterizado por la ambivalencia entre capacidad y compromisos militares, falta de dirección política coherente, falta de coordinación entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas y dentro de las Fuerzas Armadas entre sí, y por la falta de cambios en los organismos burocráticos civiles, que aún funcionan con cánones imperiales. No debemos restarle importancia al aspecto psicológico, pues muchas veces se toman decisiones nacionales con mentalidad imperial. Si bien Gran Bretaña se encontraba en plena declinación al comienzo de la década de los años 50, es sólo en Suez (1956) donde política y práctica chocan entre sí y generan una conciencia popular y europea de la disminución palpable del poder británico. Suez fue un golpe duro. No sólo hizo tambalear al gobierno local sino que quitó el elemento “bluff” que aplicaba Gran Bretaña a sus relaciones de posguerra con Europa occidental y los EE.UU. Años más tarde, el aspecto de Suez también influiría en la dificultad que encontró Gran Bretaña en ser miembro del Mercado Común Europeo. A partir de Suez se registran rápidas y constantes pérdidas de influencia y territorios, proceso que aún no termina. La salva sólo su voluntad y diplomacia en cuestiones nucleares, lo cual la lleva a formar parte del “Club nuclear”, asegurando así su puesto privilegiado en los foros mundiales. Gracias a ser un poder nuclear relativo opina sobre las políticas mundiales en general, lo cual la lleva -entre otras cosas- a desalentar a otras naciones para que no desarrollen una fuerza nuclear propia. Por eso firma incluso tratados como el de
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Tlatelolco para hacer de América latina un área donde está prohibido el uso de poder nuclear con fines militares.
Prioridades de la defensa Sin embargo, la década de 1970 se caracterizó por una aguda crisis económica en Gran Bretaña que aceleró las reducciones del esfuerzo militar británico. Por esta razón se ordenaron estudios complejos para facilitar la identificación de las verdaderas prioridades de defensa. Los estudios probaron que Gran Bretaña, para mantener su status, debía ser nuclear para mantenerse cerca del “Club nuclear”, debía ser convencional para cumplir con los países europeos de la NATO, debía ser capaz de mantener su territorio nacional comprendido en aguas europeas, debería ser capaz de controlar con efectividad cualquier remanente del Imperio si deseaba continuar siendo poder imperial. El estudio aconsejó que se abandonaran todas las obligaciones extracontinentales y que se concentrara el esfuerzo británico en Europa occidental sin perder la alianza diplomática con los Estados Unidos. Este debate de defensa y de prioridades nacionales se concreta año tras año en el presupuesto de defensa británico. El presupuesto se ha convertido en el escollo más peligroso para políticas locales y partidistas. Incluso dentro de las Fuerzas Armadas, la asignación de partidas da origen a enconados debates. Los gobiernos se tambalean con los debates públicos sobre la misión británica en el mundo contemporáneo: la principal pregunta es si el presupuesto debe servir a la posición nacional de defensa o si esta última debería elaborarse en torno a un presupuesto. Las Fuerzas Armadas se dividen en cuatro partes: la Marina, la Fuerza Aérea, el Ejército y la Fuerza Nuclear. El presupuesto alcanza sólo para escoger entre las fuerzas convencionales o la nuclear. Mientras tanto en el presupuesto anual de defensa se notan constantes reducciones de las tres armas, mantencion de la fuerza nuclear y del compromiso con la NATO, sin embrago, la lista de obligaciones extracontinentales de Gran Bretaña sigue prácticamente igual que a fines de 1968.
Submarinos nucleares El Gobierno debe escoger: lo hace en 1980-81 con una nueva generación de submarinos nucleares (Trident) y, por primera vez, se decide a darle el golpe de gracia a una de las tres Fuerzas Armadas: se escoge a la Marina. En 1981, el tradicionalismo inglés de ser potencia naval se resiente, surgen problemas y “caen cabezas”. El Gobierno se defiende explicando que puede cumplir con todos sus compromisos por variados que sean aunque la reducción de la fuerza sea drástica. El portaaviones HMS Invencible es también blanco de ataques y burla; se dice que fue un gesto innecesario para mantener feliz a la Marina en otros tiempos. Se prueba que un barco de este tipo es muy vulnerable y lento en un escenario bélico contemporáneo en el Atlántico Norte. Otros dos portaaviones en proyec-
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to se cancelan y casi todos los proyectos de la Marina se congelan. Llegamos así a 1982. Es en un ambiente de creciente descontento laboral y económico, con problemas internos agudos en el partido, y dentro de una situación confusa e insegura cuando Gran Bretaña se ve amenazada una vez más. ¿Se repite Suez? ¿Se están poniendo en práctica por primera vez las políticas de defensa de los últimos veinte años y se va a volver a descubrir el “bluff” inglés? Política y estratégicamente este momento es importante para Gran Bretaña y para Occidente.
Problemas del Reino Unido La recuperación por la Argentina de las islas del Atlántico Sur cae en un momento en que Gran Bretaña no ve a las islas como territorio perdido y olvidado, de segunda categoría, sino como la encarnación del problema inglés: un problema que viene arrastrando durante los últimos treinta años. La crisis actual es quizás la única que logró plasmar en forma real y concreta la caótica situación británica. En otro momento, es seguro, el conflicto hubiera dado paso a un reconocimiento británico y a negociaciones directas por vías diplomáticas a largo plazo, pero la pregunta es: ¿qué está en juego en el conflicto del Atlántico Sur? ¿Es acaso, como dice el Foreign Office, la protección de 1.800 ciudadanos de segunda clase? ¿Es esta razón suficiente para despachar la mejor -y única en su género- flota británica con nada menos que el único portaaviones importante que posee? Estamos sufriendo las consecuencias de varios problemas internos británicos (con derivaciones europeas y occidentales) que de forma inmediata están concretándose en torno a las Malvinas, Georgias y Sandwich del Atlántico Sur: 1) el ataque tradicional de los partidos políticos británicos hacia el Gobierno como culminación de graves problemas económicos, 2) la protección del “bluff” inglés frente al mundo y en particular sus aliados europeos pues debe demostrar que tiene peso militar dentro de la NATO, y el último golpe de una Marina moribunda y condenada que ve en el conflicto lejano, isleño, y austral el único y milagroso tronco del cual aferrarse para probar su utilidad ante un gobierno que ya no la considera. La Marina inglesa (no la fuerza nuclear) se encontraba hasta el 2 de abril de 1982 condenada a una virtual desaparición, además de ser por añadiría afectada por causa de la construcción de navíos como el HMS Invencible. Ahora, el conflicto isleño es la única oportunidad presente de demostrarle al gobierno inglés, a las otras armas británicas y al mundo su utilidad, ya que esta fuerza es la única adecuada para intentar una confrontación en el área. Resumiendo: Gran Bretaña debe demostrar política, diplomática y militarmente que aún puede ocuparse de sus asuntos -por ende de los asuntos aliados- en forma eficaz. Dentro de Gran Bretaña, el Gobierno de Thatcher debe defender sus posturas ante los opositores que reclaman la renuncia. Dentro de las Fuerzas Armadas de Gran Bretaña, la Marina debe justificar con todo su razón de ser. Por todos estos el conflicto generado por la recuperación de las islas argentina del Atlántico Sur trasciende las verdaderas magnitudes del hecho y demuestra una vez más la complejidad de las relaciones internacionales en el mundo actual.
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DIARIO CLARÍN Editorial Jueves 8 de abril
La unidad nacional Una comitiva de cuarenta y un políticos, gremialistas, dirigentes empresarios y representantes de distintas actividades acompañaron ayer al ministro del Interior, Gral. Alfredo Saint Jean, en el vuelo que lo condujo a las islas Malvinas, donde puso en posesión de puesto de gobernador al Gral. Mario Benjamín Menéndez. De tal manera, y en un marco de unidad nacional, se llevó a cabo un nuevo acto formal en el reintegro al territorio patrio del archipiélago capturado por el Reino Unido en 1833 y restituido ahora a la integridad geográfica de la Nación, junto con sus dependencias, por las Fuerzas Armadas. No es necesario destacar que esto entraña un mensaje interno y otro externo. El interno consiste en que las pasiones deben ser depuestas cuando están en juego los objetivos superiores de la Nación. Cada una de las personalidades invitadas para viajar al archipiélago es vastamente representativa; todas juntas simbolizan el país entero puesto de pie para defender sus derechos inalienables. Surge así el otro aspecto del mensaje. La propaganda británica ha presentado la operación de reconquista de las Malvinas como obra de un gobierno dictatorial, el cual obraría en términos de expansión territorial. La misma primera ministra, señora Margaret Thatcher, ha presentado el envío de la tropa inglesa a las Malvinas como si se tratara de un capítulo de la lucha eterna entre la democracia y las dictaduras, algo así como el epílogo nunca escrito de la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, en lugar de los fantasmas que evoca, la opinión pública británica se encuentra ante una realidad muy distinta. Los dirigentes obreros que hasta ayer participaron en estruendosas manifestaciones públicas contra la política económico-social del Gobierno y que por ese motivo visitaron la cárcel, o aquellos otros que estaban dispuestos a lanzar un paro general de actividades, se hicieron ayer presentes en la capital malvinense. El abrazo en el que se confundieron es suficientemente explícito acerca del hecho de que las dos fracciones en que se expresa el movimiento obrero confluían en el momento histórico que estaban viviendo, sin deponer seguramente sus convicciones, pero supeditándolas a la visión global de los acontecimientos. El caso se repite, ampliado, en lo que se refiere a los partidos políticos. Todos los reconocidos se hicieron presentes a través de sus autoridades. Estaban los que habían protagonizado hasta ahora alguna suerte de diálogo con el poder y los que no lo habían concretado. Todos juntos eran la prueba garantizada de que la recuperación de las Malvinas es un hecho anhelado por el pueblo argentino, el cual está dispuesto a defender ese patrimonio histórico por todos los medios a su alcance. Los tropos de propaganda intimidatorio de Londres quedaron así desmentidos por los hechos, de la manera más elocuente. Podrá afirmarse que los problemas del país permanecen. Es cierto. Y -desde luego- cada una de las personalidades que convalidaron con su presencia la reconquista de las Malvinas está seguramente dispuesta a retomar su discurso
sobre los problemas del país en el momento mismo en que ello sea posible. Entretanto, forjaron en la práctica un instrumento de unidad nacional que ha de servir para esta ocasión y para cualquier otra acechanza. Para el diálogo de hoy y para el necesario y franco diálogo del mañana. Pues el patriotismo es el bien común sobre el cual se levanta el edificio de la sociedad, para el bien común de quienes la componen. Mientras ayer el ministro de Defensa inglés declaraba “zona de guerra” a las aguas que rodean el archipiélago, dando una vuelta de tuerca adicional en el conflicto, y mientras la cancillería soviética señalaba que el Reino Unido “ha boicoteado” el proceso de descolonización al negarse a negociar el reintegro de la soberanía de las Malvinas, a pesar de que las Naciones Unidas lo instaran a hacerlo durante diecisiete años, mientras todo ello ocurría el grupo de representantes de todos los partidos políticos y las sectores sociales que consolidó ayer con su presencia la instalación del primer gobernador argentino con asiento en la capital malvinense desde 1833, exhibió ante el mundo la decisión y la unidad de un pueblo en torno a una causa justa.
DIARIO CLARÍN Editorial Domingo 11 de abril
“Vox populi, vox Dei” El multitudinario acto realizado ayer en la Plaza de Mayo requiere una cuidadosa lectura. En primer lugar, se confirmó el vaticinio formulado desde estas columnas, en el sentido de que el pueblo expresaría cohesionadamente su apoyo a los efectivos que el día 2 recuperaron para la Nación las islas Malvinas y sus dependencias. Y -además- que lo harían sin perjuicio de continuar sosteniendo sus ideas en cualquier otro capítulo de la vida interna de la Argentina. Puede decirse, entonces, que el Gobierno obtuvo un apoyo plebiscitario para su gestión malvinense, en los dramáticos momentos en que se encontraba en tratativas con el secretario de Estado de la Unión, empeñado en una gestión de buenos oficios entre Buenos Aires y Londres. El general Haig y los miembros de su comitiva habrán podido evaluar perfectamente el sentido de ese acto. La voluntad de defender las Malvinas es activa y congregante. Todos los actos de los gobernantes que apunten a ese objetivo serán sostenidos por los medios idóneos. El fervor estaba muy lejos del patrioterismo, era la expresión madura y serena de un pueblo que sabe perfectamente que cada vez que se pone en movimiento hace historia. La primera observación que habrá podido hacer el visitante surge de la comparación entre la reacción de la opinión pública inglesa, que toma el caso Malvinas como algo marginal para sus intereses y en muchos casos ni siguiera conocía la ubicación geográfica de las islas, y la actitud militante del pueblo argentino, que superó todas las opiniones contrapuestas para unirse en una firme, entusiasta y
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a la vez serena manifestación en pro de la integridad territorial y de la soberanía. Cuando ayer, a la hora señalada para la entrevista presidencial con el secretario de Estado de la Unión, o sea a las once en punto, el pueblo que rebasaba la Plaza de Mayo comenzó a corear -casi diríamos a gritar- las estrofas del Himno Nacional, el país entero estaba galvanizado. Fue una suerte de inmensa comunión colectiva que emocionó hasta las lágrimas a los hombres de prensa que cubrían el acto, según pudo advertirse en las imágenes de la televisión. Y ese grito unánime resonaba en las plazas de las restantes ciudades de la República, donde otras multitudes se habían reunido a su vez, para manifestar desde todos los rincones de la Patria el sentir de un pueblo que, cuando está reunido en torno a las grandes consignas nacionales, se siente invencible, a la manera de la frase legendaria de Domingo Faustino Sarmiento: “La bandera argentina, Dios sea loado…” La Bandera argentina no ha sido uncida jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra, y ello ha sido así porque en cada momento crítico de la historia el pueblo se ha manifestado y ha ofrecido el don de su sabiduría y su sacrificio. Ese pueblo raramente se equivoca en sus manifestaciones colectivas. Las consignas que salen de sus labios tienen una profunda raigambre en los estratos profundos de la sociedad. Ello no constituye un epifenómeno de la vida comunitaria sino la raíz misma del árbol de los acontecimientos, cuyos grandes desarrollos, como ramas, reciben su savia, su color y su sustancia. Escuchar al pueblo. Tal parece ser la simple fórmula de la democracia. Mientras los hombres de las Fuerzas Armadas estaban prestos en los confines australes a mantener en lato el honor nacional, las imágenes de la televisión llevaban a todos los confines de la tierra el inequívoco mensaje, al que nada puede reemplazar en elocuencia, de la ciudadanía movilizada en torno de objetivos claros y explícitos, que no son momentáneos sino que están profundamente arraigados en la tradición argentina, y que no son oportunistas pues se expresan con la lucidez del futuro compartible. Ayer se trabó ese diálogo complejo, difícil, directo, entre gobernantes y gobernados que es, en última instancia, mutuamente enriquecedor. La posición de los negociadores argentinos se vio ampliamente robustecida y el pueblo sintió que su aporte resulta invalorable en los momentos de peligro para la nacionalidad. La reconquista de las Malvinas, emprendida por sus hombres de armas, marca el fin de una época. En lo externo concluye el intento colonialista. En lo interno quedan atrás los contrastes, las inhibiciones, los desgarramientos, para hacer paso a una actitud a la vez firme y serena. Tal es la lectura que puede hacerse del acto multitudinario de la Plaza de Mayo.
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DIARIO LA NACIÓN Editorial Domingo 11 de abril
Significado de una presencia colectiva Para estimar con exactitud la trascendencia en el tiempo de la concentración popular efectuada ayer en la Plaza de Mayo habrá que hacer una distinción entre su influencia sobre lo que ocurría dentro de la Casa de Gobierno y su significado en el espíritu de los que se agolpaban afuera de ella. En el interior de la Casa de Gobierno se han desarrollado negociaciones de carácter diplomático para cuya evaluación exacta faltan aún datos concretos. Es difícil precisar si la temperatura de la calle ha favorecido tales negociaciones. Pero más allá de los muros del antiguo fuerte se ha producido una manifestación popular que habilita al Gobierno para forjar un tramo decisivo sobre el hecho cierto de que existe una unión nacional alrededor de la cuestión de las Malvinas. La radiografía de la plaza podrá demostrar cómo algunos pocos, pero estratégicamente distribuidos núcleos prosoviéticos se esforzaron, con la ya clásica técnica de los comunistas, para desviar el ánimo popular hacia la senda estrecha del interés de facción. Mostrará, también, de qué manera otros lunares pintados por el activismo pugnaron por dar relieve a expresiones banderizas. Pero, por sobre todo, mostrará cómo esos intentos menguados se diluyeron en una presencia colectiva que se sintió identificada exclusivamente con la idea de la afirmación de la soberanía, colocada por encima de las limitaciones partidistas ocasionales. Es esa mayoría la que sugiere un horizonte más alentador, tendido sobre la línea de un acuerdo de voluntades a fin de alcanzar las metas más imperiosas. Quizá parezca prematuro el intento de extraer conclusiones acerca de las posibilidades que ofrece tal acuerdo en relación con la búsqueda de una solución integral de los problemas políticos, pero no es aventurado suponer que han quedado echadas las bases para la estructuración de un sistema de gobierno que proyecte hacia el futuro la trayectoria luminosa de Mayo. Si las Fuerzas Armadas pertenecen al pueblo, como lo ratificó el presidente de la República en un momento crucial, las posibles divergencias, por severas que parezcan, a la larga no pueden ser sino circunstanciales, dada la vital interconexión de las partes componentes en el mecanismo de un todo indivisible. Acaso fue ésta una de las razones determinantes de un gesto colectivo de conciliación nacional, surgido en un momento en apariencia poco propicio, pero apoyado también por la clara dis-
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ASOCIACIÓN DE BANCOS DE LA REPÚBLICA ARGENTINA
tinción entre lo coyuntural y lo histórico, lo temporal y lo permanente, lo episódico y lo esencial. Desde su propio nacimiento a la vida independiente y aun en medio de las peores tormentas, la historia del país admite la definición crociana de “aventura de la libertad”, de manera tal que la Nación concluyó siempre por emerger a la luz al cabo de sus períodos más sombríos. Nunca ha perdido vigencia el mensaje de 1810 y, en el presente turbulento de un mundo inmerso en incertidumbres, la conciencia ciudadana se orienta hacia una nueva conjunción de anhelos, en el espíritu tradicional de “Unión y Libertad”. Excepción hecha de las totalitarias, de recorrido tortuoso y, en ocasiones, críptico, las distintas corrientes de opinión suelen encauzarse por variadas vertientes hacia el río caudal de la democracia. Esta confluencia no conlleva, necesariamente, la dilución de las respectivas identidades en una impersonal uniformidad, una abdicación de principios o una subordinación de los propios intereses a los ajenos. Simplemente, conduce a un entendimiento susceptible de plasmarse en una convergencia de aspiraciones en torno de un objetivo común, tal como está ocurriendo en las actuales circunstancias. Con serena decisión, el país acudió puntualmente a la cita con su destino histórico y todo induce a pensar que cuando llegue la hora afrontará con el mismo ánimo su destino político, puesta la mirada en millones de jóvenes necesitados de las banderas ejemplares que encabecen la marcha hacia el futuro.
Hace público su testimonio de indeclinable adhesión a la actitud asumida por las Fuerzas Armadas y que traduce la inquebrantable voluntad argentina de reivindicar para la soberanía nacional las islas Malvinas, Georgias y otros territorios y mares del Atlántico Sur.
UNIÓN INDUSTRIAL ARGENTINA
BOLSA DE CEREALES DE BUENOS AIRES
Resolución Publicado en La Nación el Martes 6 de abril
Solicitada (2 de abril) Publicado en La Nación el Sábado 3 de abril
El Consejo de la Unión Industrial Argentina resuelve: Se haga conocer al Excelentísimo Señor Presidente y a los Comandantes en Jefe del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea la posición de solidaridad activa de los industriales argentinos; Que dada la función trascendente que tiene la industria argentina y para que esa solidaridad activa se manifieste en forma decisiva resuelve: a) la formación de una comisión ad hoc de industriales, integrada por partes iguales por representantes de las regiones y de los sectores, la que estudiará de inmediato las medidas conducentes a sus fines; b) invitar a las demás entidades empresariales a acompañar a la UIA en esa iniciativa. Invitar a las regiones y sectores representados en la Unión Industrial Argentina a materializar también la solidaridad activa de los industriales para la afirmación de la soberanía del país en los territorios recuperados, con la donación de bienes y productos que puedan ser necesarios tanto para el mejor éxito de las operaciones militares como para el diario vivir de los hombres que están custodiando la soberanía argentina en las islas del Atlántico Sur, y aun de los civiles de cualquier origen que habiten esas tierras. Que para el mejor cumplimiento de los puntos contenidos en esta Resolución del Consejo General de la Unión Industrial Argentina, se soliciten inmediatas audiencias a las autoridades nacionales para informarlas al respecto”.
Ante la recuperación de las Islas Malvinas
Solicitada Publicado en Clarín el Miércoles 7 de abril Expresa al Superior Gobierno Nacional y a las Fuerzas Armadas su patriótica satisfacción por la recuperación de las Malvinas Asimismo hace votos por la unión de los argentinos y la consolidación del país en paz y fraternal relación con todos los pueblos. ABRA.
BOLSA DE COMERCIO DE BUENOS AIRES Solicitada Publicado en La Nación el Sábado 3 de abril
En relación a los hechos que son de notorio conocimiento, la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, en su carácter de entidad empresarial más antigua del país, manifiesta: I. Que el territorio, como uno de los elementos esenciales que conforman el concepto de soberanía debe ser resguardado por los gobiernos en total sostenimiento de la dignidad nacional. II. Que la República Argentina desde siempre ha sostenido su derecho de soberanía y ha ejercitado por la vía diplomática su formal reclamo ante el avasallamiento de su territorio en las islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur, por parte de la corona británica III. Que no obstante la permanente posición conciliadora de nuestro país a efectos de dirimir pacíficamente la cuestión territorial planteada sobre islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur el desconocimiento de nuestra soberanía sobre tales islas ha provocado el justo ejercicio de los derechos que legítima, natural e internacionalmente nos corresponde como Estado Soberano. Por tanto el Honorable Consejo Directivo de la Bolsa de Cereales, en representación de sus asociados, frente al decisivo acto de recuperación de las islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur, declara:
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I. Su total adhesión a la gesta militar realizada por el Proceso de Reorganización Nacional, en pos del cabal y justo ejercicio del derecho de soberanía que por este medio ejerce la República Argentina sobre nuestras islas australes. II. Que indudablemente, situaciones como las que vive en país en la actualidad, constituyen hitos que coadyuvan sustancialmente a reivindicar, no sólo el derecho natural de soberanía sobre el territorio nacional, sino también el enaltecimiento de los derechos individuales de su población toda. III. Finalmente, cabe enunciar que el paso dado requerirá de la firmeza y prudencia del gobierno en su accionar, que en la hora e instancia, a no dudarlo, cuentan con el consenso de la población toda, ello, en el entendimiento de que por la acción iniciada la República Argentina afirmará su postura en el concierto internacional, y que en su ámbito interno robustecerá los lazos entre los argentinos en pos de su identidad hacia el ser nacional.
CÁMARA DE LOS AGENTES DE BOLSA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
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esta serena decisión del gobierno, acompañado material y espiritualmente por todo el Pueblo Argentino, no cabe sino una sola actitud: la unidad y la solidaridad activa de todos los sectores. Por estas razones nuestra Cámara ha resuelto participar con un aporte de $2.000.000.000 (Dos mil millones de pesos) e invita a colaborar en este Fondo de Contribución Nacional. Depósitos en cualquier sucursal del país del Banco de la Nación Argentina cuenta Fondo Patriótico Malvinas Argentinas - Secretaria de Hacienda. Fotocopia del depósito a la Cámara Argentina de Casas y Agencias de Cambio para su posterior publicación.
XLIV ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA Comunicado (20 de abril) Publicado en La Nación el Miércoles 21 de abril
Exhortación Episcopal a la Paz Solicitada Publicado en Clarín el Miércoles 14 de abril “Anhelo sólo el bien de mis semejantes: procuro el término de la guerra; y mis solicitaciones son tan sinceras a este sagrado objeto como firme mi resolución de no perdonar sacrificio por la libertad, por la seguridad y por la dignidad de la Patria”. Gral. José de San Martín. En unión con todos los ciudadanos de la República Argentina, la CAMARA DE LOS AGENTES DE BOLSA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES celebra la recuperación del Territorio Nacional y, acompañando el voto de adhesión y cooperación popular, se solidariza en este momento histórico que vive nuestro país, aunándose con su contribución al FONDO PATRIOTICO MALVINAS ARGENTINAS; a la vez que en sus expresiones hace partícipe de los deseos de que el reconocimiento en el derecho, que sin lugar a dudas corresponde a la Soberanía Argentina, se concrete con la Paz.
CÁMARA ARGENTINA DE CASAS Y AGENCIAS DE CAMBIO Solicitada Publicado en Clarín el Martes 13 de abril
A la Banca, al Comercio, a la Industria y a la Opinión Pública La Cámara Argentina de Casas y Agencias de Cambio celebra, junto con toda la ciudadanía, la recuperación del territorio de las islas Malvinas. Se logra así, mediante una acción sustentada en las más inobjetables razones jurídicas e históricas, cumplir un imperativo impostergable de la Nación Argentina. Frente a
Los Obispos de la Argentina nos hemos reunido en Asamblea anual Estatutaria. Lo hacemos en un momento que en nuestro comunicado anterior llamamos “crucial” para el País. Es evidente que nuestro Pueblo vive días particularmente tensos. La Argentina está de nuevo en posesión de la soberanía de sus Malvinas, con un derecho que ha venido reclamando durante ciento cuarenta y nueve años; y que ha obtenido en forma casi incruenta. Compartimos la alegría con nuestros ciudadanos por la integridad de nuestro suelo pero también el temor de todos: la preocupación de una guerra de consecuencias imprevisibles. Para evitarla; Gobernantes y Gobernados deberán empeñarse en trabajar con decisión, magnanimidad, humildad y sentido del bien común. Los argentinos que hoy vivimos no conocemos la guerra; pero quienes la han sufrido comprenden cuanta razón tiene la Iglesia cuando dice que “la guerra es el medio más cruel e ineficaz de resolver los conflictos”(Juan Pablo II); y por lo tanto que “nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”(Pío XII); o el llamado vibrante en la ONU “Nunca jamás la guerra” (Paulo VI). Por eso hoy los Obispos reiteran a los fieles: sigamos construyendo la paz para ganar la paz. Se la ganará en la mesa de negociaciones, como lo pide Juan Pablo II en su carta al Señor Presidente de la Nación, esperando que se aprovecharán todas las posibilidades para que, dentro de la justicia, pueda encontrarse una solución pacífica. Además, los cristianos sabemos que la paz se gana de rodillas ante el Señor de la paz; ante el Señor que en su Resurrección nos trajo como saludo su deseo de paz; quien para merecérnosla soportó la ignominia de la muerte en cruz y salió victorioso del sepulturero. Si seguimos la voz del que inició la reconciliación de los pueblos, obtendremos que dos pueblos cristianos, a pesar de sus divergencias, lleguen a ser pueblos
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hermanados que encuentren caminos conducentes a una solución pacífica. Por ello en todo ambiente: templo, hogar, escuela, hospital, lugar de trabajo, se reza fervientemente por la paz; se pide al Señor prudencia y fortaleza para que nuestros Gobernantes sepan y puedan ganar la paz. Los Obispos seguimos alentando esta plegaria, que también debe estar acompañada de penitencia y conversión; libre de todo odio, aún hacia aquellos que hoy aparecen como adversarios, pero que son nuestros amigos y hermanos porque son hijos del mismo Padre Dios. Esta oración ayudará a plasmar la unión fuerte y permanente que necesitamos; y ayudará también a rescatar valores muy nuestros que tal vez perdimos en parte a lo largo del camino, como la fraternidad, la austeridad, la esperanza. Alentamos, asimismo, todas las actitudes, expresiones y obras que nutran el auténtico patriotismo. Queremos también significar pastoralmente en estos momentos, como siempre, que estamos al lado, de un modo especial, con los que sufren y peligran, de los que perdieron a alguien y de aquéllos a quienes la movilización llevó lejos de sus familias. Pedimos a todos: hombres y mujeres, jóvenes y niños, que sepan compartir con los que sufren su afecto y su pan, si fuere necesario. Ponemos esta exhortación y estas esperanzas en las manos de María, Reina de la Paz, para que las presente a Jesucristo, Príncipe de la Paz, quien, siendo Dios, nada le es imposible.
ADOLFO PÉREZ ESQUIVEL. PREMIO NOBLEL DE LA PAZ Declaración. Fragmentos Publicado en Clarín el Sábado 17 de abril (...) “el reclamo histórico a favor de la restitución de las Islas Malvinas al territorio nacional se instala en la perspectiva de justicia que anhelamos para la organización del mundo”. “Sabemos que este gobierno tiene aún que responder por los legítimos reclamos existentes hasta días antes del conflicto”. “Debe responder por la vida de los miles de desparecidos, por la situación de los dirigentes políticos y gremiales detenidos y por la vigencia de una estructura represiva que permanece intacta”. [Respecto de la posición de EE.UU. en el conflicto]: “es contradictoria, porque por un lado se busca un acuerdo y por el otro se da apoyo logístico a la flota británica”. (...) “no se debe olvidar que Inglaterra es el aliado número uno de Estados Unidos en Europa y que entre ellos subsisten pactos militares que permiten -a Londres-, por ejemplo, utilizar la base de la isla Ascensión”. (...) “también preocupa la presencia de la Unión Soviética en este conflicto. Esto reafirma una vez más que ya no son posibles los hechos aislados y que toda acción armada en cualquier rincón del mundo puede poner en peligro la paz mundial”.
ASAMBLEA PERMANENTE POR LOS DERECHOS HUMANOS Solicitada Publicado en Clarín el Viernes 16 de abril
Soberanía, Paz y Derechos Humanos Frente a la grave agresión por la que atraviesa el país, LA ASAMBLEA PERMANENTE POR LOS DERECHOS HUMANOS, defensora de la Soberanía Nacional -
uno de los fundamentos sobre los que se asienta la necesaria vigencia de los Derechos Humanos- considera: 1º que es legítima la restitución de las islas Malvinas a la soberanía territorial argentina, después de 149 años de usurpación. 2º que en las tratativas diplomáticas, el valor de la vida y el respeto de los derechos humanos deben guiar las conversaciones en las cuales la PAZ constituya su valor supremo 3º que sólo en la convivencia pacífica y democrática es posible la real y cierta participación del pueblo en la solución de los problemas que le atañen. 4º que la soberanía territorial y la soberanía popular, conforman una unidad indivisible en la autodeterminación de los pueblos, como contempla el PACTO INTERNACIONAL DE DERECHOS CIVILES Y POLITICOS de las Naciones Unidas. 5º que para que el pueblo argentino pueda “disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales” -tal como establece el referido pacto- es urgente la concreción de un “ser humano libre” al cual se le aseguren “sus libertades civiles y políticas” y se lo libere “del temor y de la miseria”. 6º que para que tal cosa ocurra, deben crearse las condiciones que “que permitan a cada persona gozar de sus derechos civiles y políticos, tanto como de sus derechos económicos, sociales y culturales”. 7º que, a su vez, sin soberanía popular no existe soberanía nacional. En consecuencia, el gobierno debe restablecer la plena vigencia de la Constitución Nacional y del Estado de Derecho. La APDH entiende que la prolongación del estado de sitio, la no liberación de los presos políticos, el no esclarecimiento de los casos de las miles de personas desaparecidas y la no supresión de la estructura represiva -intacta e impune- no conducen a la unión del pueblo argentino, tan necesaria en estos precisos momentos. ASAMBLEA PERMANENTE POR LOS DERECHOS HUMANOS
ACTA DISPONIENDO EL CONTROL DE LA INFORMACIÓN POR RAZONES DE SEGURIDAD NACIONAL Comunicado (29 de abril) Publicado en La Nación el Viernes 30 de abril Visto la situación planteada con el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y, considerando: Que resulta necesario adoptar medidas que hacen a la seguridad nacional, la Junta Militar estatuye: Artículo 1º - Todos los informes y noticias del exterior, cualquiera sea su procedencia y medio utilizado, y toda información relacionada con aspectos que hacen al desarrollo de las operaciones militares y de la seguridad nacional quedan sujetos al control del Estado Mayor Conjunto, previo a su difusión por los medios informativos, sean éstos orales, escritos o televisados. Artículo 2º - El Estado Mayor Conjunto ejercerá el control de la información dispuesta en el artículo anterior instrumentando los medios y adoptando medidas adecuadas para el mejor cumplimiento de su cometido. Artículo 3º - Los directores o editores de los diferentes medios de difusión serán responsables, directa y personalmente, de toda transgresión a lo dispuesto en el Artículo 1º y a toda otra norma que al respecto dicte el Estado Mayor Conjunto. Artículo 4º - Toda transgresión a lo dispuesto en la presente Resolución será sancionada con la clausura del medio por el cual se hubiera publicado la información y la detención personal del director o editor responsable del mismo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional por tiempo indeterminado, sin perjui-
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cio de otras sanciones penales o civiles que pudieran corresponder. Artículo 5º - De forma.
SOCIEDAD DE DISTRIBUIDORES DE DIARIOS, REVISTAS Y AFINES (SDDRA) Comunicado (6 de abril). Fragmentos Publicado en La Nación el Miércoles 7 de abril “La comisión directiva de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines, dispuso en el día de la fecha, 6 de abril de 1982, suspender hasta la total solución del diferendo de las Islas Malvinas y archipiélagos australes, la distribución del diario Buenos Aires Herald, por defender intereses británicos en la Argentina.”
ASOCIACIÓN DE ENTIDADES PERIODÍSTICAS ARGENTINAS (ADEPA) Comunicado (8 de abril). Fragmentos Publicado en La Nación el Viernes 9 de abril [ADEPA calificó a la actitud de los distribuidores como] “…un peligroso precedente, ya que por esta vía se podría llegar fácilmente a impedir el normal funcionamiento de aquellas publicaciones que no estuvieran de acuerdo con la opinión de la sociedad distribuidora o de quienes la dirigen o intervienen”. “(…) la libertad de prensa que consagra nuestra Constitución Nacional quedaría burlada, ya que aunque no hubiera censura previa, al impedir su venta al público lector se estaría igualmente atentando contra la libertad de prensa.” “(…) el diario asociado Buenos Aires Herald prueba que no pertenece a capital británico, sino que el 60 por ciento de sus acciones son de origen norteamericano y el 40 por ciento restante, de capital argentino.”
SOCIEDAD DE DISTRIBUIDORES DE DIARIOS, REVISTAS Y AFINES (SDDRA) Solicitada (8 de abril) Publicado en Clarín el Viernes 10 de abril El sentir de los miembros de la comisión directiva de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines, en el diferendo con el diario Buenos Aires Herald, no es un sentimiento como simples distribuidores de diarios. Es el sentimiento de argentinos que son concientes de los momentos graves que vive la República. En ningún momento nuestra entidad hizo mención de los capitales que integran la editorial Buenos Aires Herlad, nuestro diferendo fue motivado por su permanente acción disociadora hacia el hombre argentino con su material periodístico
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ambiguo y capcioso que constituye un problema ideológico y político de graves consecuencias en los momentos difíciles por los que atraviesa nuestra Patria. Si hay argentinos que están despistados, que Dios los ilumine para que se reencuentren con el camino de la verdad, que no es otro que el de defender la causa argentina con todo lo que podamos aportar desde cualquier lugar que ocupemos dentro de la Nación. En estas difíciles circunstancias, se está con el país o se está en contra. “NI TAN OBTUSOS NI TAN MAL INFORMADOS” De ninguna manera abdicaremos de nuestras profundas convicciones en bien de la República expuestas en nuestro primer comunicado. Alberto Salvado (Secretario de Prensa SDDRA) Adolfo Marino (Secretario General SDDRA)
SOCIEDAD DE DISTRIBUIDORES DE DIARIOS, REVISTAS Y AFINES (SDDRA) Solicitada Publicado en Clarín el Viernes 17 de abril La comisión directiva de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines informa a sus asociados y a la opinión pública en general que las autoridades de la entidad han realizado en el día de la fecha una reunión con los miembros de la Asociación de Editores de Diarios de Buenos Aires (AEDBA) representada por su presidente, doctor Manuel J. Campos Carlés, su vicepresidente, doctor José Antonio Aranda, y su secretario, doctor Marcos Santiago Flexer, para considerar la situación existente con el diario “Buenos Aires Herald. Que ante el especial requerimiento de los directivos de dicha asociación y a los motivos expuestos con el fin de no dañar con nuestra actitud la imagen argentina en el interior y exterior del país, en lo que respecta a la libertad de prensa principio que de ninguna manera se ha querido violar con la actitud asumida por nuestra organización- y para evitar tergiversaciones que pueden aprovecharse para poner en tela de juicio la actuación del gobierno argentino -cuya firmeza en la defensa de la soberanía y el honor de la Patria ha estado constantemente presidida por la mesura y el respeto, aun hacia la vida y derechos de aquellos a quienes hubo de enfrentar con las armas-, la comisión directiva de esta entidad ha resuelto: Dejar sin efecto la medida dispuesta con fecha 6-4-82 de suspender la distribución del diario “Buenos Aires Herald” y normalizar dicha distribución a partir del día de la fecha. Expresar nuestro público agradecimiento a todos cuantos nos han hecho llegar su total adhesión y reiterar nuestra irreductible determinación de brinar los servicios de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines en apoyo a la recuperación y defensa de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Dejar constancia que esta revisión no significa de manera alguna abdicar de nuestras profundas convicciones. Por el bien de la República y que no ha sido otra la intención de nuestros comunicados.
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Mayo de 1982
DIARIO CLARÍN Editorial Domingo 2 de mayo
Todo el País apoya a sus soldados Durante todo el día de ayer y durante la noche, mientras esta edición de Clarín era escrita, compuesta, impresa y distribuida, los hombres de nuestras Fuerzas Armadas han estado combatiendo denodadamente en los confines australes para evitar que el colonialismo vuelva a poner su pie en América. Es necesario decir, con la autoridad que nos otorga la moderación con que durante todo este tiempo hemos comentado los acontecimientos, que esos soldados no están solos. La Nación entera los acompaña en su lucha y en su sacrificio. Los hechos desatados por la incalificable agresión británica a las islas Malvinas han conmovido a nuestro pueblo, que se acongoja por la suerte de sus hijos. Pero no ha doblegado su valor ni disminuido su decisión de resistir y contrariar los ataques hasta las últimas consecuencias. La experiencia mundial dice que los poderosos de este mundo nunca han podido doblegar a los pueblos que se sentían unidos por su condición nacional. La indignación levantada por la guerra austral, desatada por el gobierno de Londres, es hoy una invariante en toda nuestra América y está destinada a tener sus consecuencias inevitables. La compactación de nuestro pueblo en torno a una causa legítima y hondamente sentida, cual es la reconquista de las Malvinas para la integridad territorial de la Nación, es visible en la expresión de las grandes muchedumbres pero también en los gestos silenciosos y anónimos. En estos días, la gente sencilla ha contribuido con alimentos y abrigos, ha escrito a los soldados, ha enseñado a sus hijos el valor de las Malvinas, ha entonado los cantos de la Patria, ha hecho todos los gestos a su alcance para canalizar la emoción y poner en obra la solidaridad, para protagonizar de alguna manera la historia de la que forma parte, aunque no la decidan ni la ejecuten. Y la multiplicación de esos gestos, el clima todo de acercamiento y hermandad que ha prevalecido entre las gentes, la comunión de pensamiento en torno a los muchachos destacados para defender nuestros derechos en latitudes distantes, constituye un signo adicional de la activa y decidida disposición para defender el patriotismo nacional en todas sus formas y, especialmente, ese fragmento territorial que por segunda vez se nos pretende arrebatar. La Argentina -un país pacífico- ha decidido enfrentar una guerra impía. La Argentina -un país con aptitud negociadora de sus conflictos- ha debido alejarse de la mesa del diálogo para empuñar con decisión las armas. Así ha sido en todo el día de ayer. Así ha sido esta noche. Así será por todo el tiempo que resulte necesario. Pero es evidente que ha llegado el momento de que la comunidad internacional cobre conciencia del desatino que significa la
reanudación de las políticas coloniales. Es preciso poner en la balanza las formas de la violencia que se han aplicado en el Sur, que resultan inconmensurablemente desmedidas con respecto a la naturaleza de los protagonistas y a las relaciones que venían sosteniendo hasta hace muy poco. Es necesario -en suma- el gesto de detener la guerra. No cejaremos, pues, en recomendar el camino de la negociación en cuanto ella sea posible y en cuanto exista alguna garantía de que ella conducirá por vías honorables. Los fines nacionales terminan por obtenerse siempre, cuando tras ellos se alinea un pueblo con nítida conciencia y sólida firmeza como es el nuestro, abarcando en ese término a las fuerzas armadas. Pero los estragos de la guerra no se reparan nunca y en ello deben pensar quienes tienen la posibilidad de la decisión en todas partes. La firme disposición a repeler la agresión por los medios existentes no está reñida -por el contrario- con la aptitud dialogante, siempre que ella esté asistida por la comunidad internacional en forma decorosa y razonable. La responsabilidad, a la altura a que han llegado los acontecimientos, es ya de todos: del gobierno, desde luego, pero también del pueblo, a través de los canales políticos y de todo orden por los cuales se expresa. Es un país profundamente unido el que combate. Debe ser un país decididamente cohesionado el que exprese al mundo que la voluntad de paz y de diálogo permanece en un pueblo que no necesita subrayar -porque en estas horas lo está demostrando- la decisión con que encara un combate que no ha buscado y que le es impuesto.
DIARIO LA NACIÓN Editorial Domingo 2 de mayo
Sangre y fuego “…aunque nadie deja de hablar del deseo de negociar, la forma más cruda de la guerra proyecta su sombra en el Atlántico Sur”: estas palabras, con las cuales cerramos el editorial de nuestra edición anterior, sirven para comenzar el comentario editorial de hoy. Los sucesos definidamente bélicos ocurridos en el ínterin establecen la continuidad lineal del mismo pensamiento. Las fuerzas británicas, en efecto, urgidas por el tiempo dentro del cual deben realizar sus operaciones, iniciaron ayer los bombardeos a las Malvinas, como parte de un frustrado intento de invasión terrestre. Sin duda, la decisión norteamericana de alinearse junta a la ponencia agresora precipitó el primero de los golpes de la guerra activa. Por eso mismo resulta extraño que el presidente Reagan se haya mostrado sorprendido ante el ataque que consumó Gran Bretaña. A través de este episodio podría inferirse que el primer mandatario de la Unión ha sido permanentemente mal informado en una
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variada gama de aspectos relativos al conflicto. En lo mediato, las informaciones deficientes y las evaluaciones erróneas han aproximado la situación a una quiebra de los instrumentos de conexión entre las Américas. Los Estados Unidos, al marginarse de una resolución aprobada en su presencia por la mayoría de los Estados latinoamericanos acaban de herir en el corazón mismo al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Siempre se ha entendido que una reunión como la del TIAR, aun el voto contrario al de la mayoría sujeta la conducta de los Estados miembros a un acatamiento a la decisión aprobada. Pero el gobierno de Washington ni siquiera se opuso a tal resolución sino que simplemente se abstuvo de votar. La trascendencia de la actitud parcial proclamada oficialmente en Washington hace cuarenta y ocho horas es, por aquel motivo, enorme. Significa que los Estados Unidos no se sientes obligados a cumplir no ya con la palabra que empeñaron, sino con los tratados y acuerdos subscriptos por sus representantes. Entre las cosas desgraciadas que van desprendiéndose de esta gravísima emergencia anotemos aquella triste comprobación. Ella afecta el principio del crédito a disposiciones de derecho internacional y estropea los caminos por los cuales deben avanzar en el futuro las relaciones entre todas las naciones. Sobre la base de la anterior conclusión, insistimos en lo que hemos venido afirmando: el déficit de raciocinio con que Gran Bretaña -y quienes se identifican con su tesis de prolongación de un estatuto colonial para las Malvinas- ha encarado este problema, está destinado a debilitar en profundidad todo el campo de las naciones de Occidente. En ese sentido hay que apreciar lo que ya se está perdiendo en el orden ético. A ello sumamos la desarticulación del sistema interamericano. Y aún hay ver la expansión lenta de los efectos de esa lucha en el continente europeo. La preocupación de Alemania occidental y del desgano progresivo con que Italia mantiene su solidaridad con el Reino Unido en lo que concierne a sanciones económicas son datos significativos. Pero lo que ya es un hecho de magnitud no pequeña, en lo concerniente a las reacciones europeas, es la declaración efectuada ayer por el gobierno español. Madrid lamenta que “no se haya tenido en cuenta el problema colonial de fondo, origen del conflicto, en el que España ha apoyado siempre la posición tradicional de la Argentina, de conformidad con la doctrina de las Naciones Unidas”. La claridad de estas palabras es meridiana. Los sucesos de naturaleza exclusivamente militar producidos ayer tienen, más allá de sus inevitables alternativas trágicas, una esencia de cuya consideración no pueden prescindir las naciones que asisten a este duelo: la Argentina no ha empuñado las armas con un designio superficial. Está plenamente convencida de que su causa es justa y está dispuesta a sostenerlo a sangre y fuego. No está sola en la certidumbre; pero, además, está deseosa de que la sangre y el fuego sean reemplazados por las palabras de la negociación fructífera.
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CONFEDERACIÓN GENERAL DEL TRABAJO Solicitada Publicado en Clarín el Martes 14 de mayo
Mensaje ante el Comité Ejecutivo de la CIOSL reunido en Bruselas los días 13 y 14 de mayo de 1982 La CONFEDERACIÓN GENERAL DEL TRABAJO DE LA REPUBLICA ARGENTINA aceptando la invitación cursada por los compañeros de la CIOSL está aquí presente en la reunión de su Comité Ejecutivo. Se solicitó nuestra intervención anticipándonos que en el orden del día de la reunión estaría incluido el tema de la situación internacional que actualmente afecta a nuestro país. También se nos hizo conocer por anticipado la posición de la afiliada británica a esta organización quien ya se expidiera públicamente sobre los asuntos, considerados esos elementos, estudiados con detenimiento sus antecedentes y consecuentes, la Confederación General Del Trabajo De La República Argentina estima que manifestaciones como las que hasta ahora han circulado por estos lugares indican que existe un desconocimiento profundo acerca del tema en cuestión Islas Malvinas problemática general del Atlántico Sur o, lo que es peor aun un grado de manipuleo y distorsión informativa que puede llegar a comprometer seriamente la capacidad de comprensión de los compañeros trabajadores y crear entre ellos fricciones y falsos enfrentamientos, con los cuales únicamente se benefician sus amigos de siempre. Por esto es que con respeto pero también con convicción y firmeza, los trabajadores argentinos queremos presentar aquí nuestra palabra, objetivizar la información disponible y discutir con todos ustedes una estrategia adecuada en estas circunstancias. Con esto seguramente se beneficiarán tanto los trabajadores argentinos como los británicos, al igual que saldrá favorecida esta organización internacional, evitando así ser instrumentada por intereses europeos a los auténticamente laborales sindicales.
I. El problema Malvinas es un problema colonial Lo primero para discutir un problema es presentarlo en sus justos términos, y no según el capricho de algunas de las partes o las presiones y conveniencias del momento, en el problema Malvinas esto está absolutamente claro, el caso Malvinas es un resabio colonial inglés que usurpó un pedazo de suelo argentino por la fuerza en 1833 y que se negó a devolverlo durante 149 años, hasta tal punto esto es así, que no sólo lo decimos los argentinos, sino hasta la propia organización de las Naciones Unidas -a través de resoluciones de su Asamblea General y de su Comité de Descolonización- ha encuadrado el tema Malvinas como un problema de descolonización y ha invitado a las partes (hace ya 17
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años) a resolver las cuestiones dentro del alto ideal de la moderna comunidad internacional: la terminación definitiva de las oprobiosas situaciones coloniales y la comprensión, por parte de las viejas y nuevas potencias imperialistas, que en el mundo contemporáneo ya no hay lugar para sometimientos de esa naturaleza. El colonialismo es hoy universalmente admitido como una afrenta a la humanidad y causa legítima para la liberación y dignificación de los pueblos que los padecen. Por supuesto que el siglo XX ha asistido -sobretodo a partir de la última posguerra- a un creciente proceso de descolonización donde los pueblos y nacionalidades oprimidas de los cinco continentes han sacudido el yugo de los imperialismos y comenzado el difícil pero siempre prometedor camino de su reconstrucción nacional. Acaso ésta sea una de las pocas realidades de este siglo -ya en su último tramo- que pasará a la historia como algo positivo para los pueblos y para los trabajadores. Si el siglo XIX eliminó la esclavitud, el XX terminará sin dudas con el colonialismo (al menos en sus formas más groseras). Sin embargo, no todas las potencias coloniales parecen aceptar su final y el imperio británico se empecina en actuar a contramano de la comunidad internacional. Compañeros, con esta caracterización ya tenemos un primer encuadre del problema que hoy atrae la preocupación mundial, tal cual lo vemos los argentinos: 1) Las Islas Malvinas eran posesión colonial inglesa (arrebatada por la fuerza a la República Argentina en 1833) que hoy han sido recuperadas por el pueblo argentino para su heredad territorial. 2) La potencia colonial invasora es Inglaterra (la cual tomó por la fuerza hace un siglo y medio y que la quiere retomar por la fuerza hoy mismo) 3) La Nación agredida es la República Argentina, quien mediante un acto de liberación recupera y busca retener lo que de hecho y por derecho le pertenece. Pido entonces muy especialmente a los compañeros trabajadores aquí presentes y a los millones que representan en todo el mundo QUE TOMEN DEBIDA CUENTA DE LA IDENTIDAD DE LOS ACTORES DE ESTA DISPUTA Y NO SE DEJEN CONFUNDIR POR QUIENES QUIEREN HACERLO. HAY UN PAIS COLONIAL QUE LUCHA POR CONSERVAR TERRITORIO QUE NO LE PERTENECE Y UN PAIS AGREDIDO QUE DEFIENDE SUS LEGITIMOS DERECHOS. NO CONFUNDAMOS TAMPOCO EL SENTIDO RADICALMENTE DIFERENTE DE LA ACCION DE AMBOS CONTENDIENTES: LA FLOTA INGLESA QUE HOY ATACA NUESTRAS MALVINAS ES PIRATA EN EL SENTIDO LITERAL DE ESA EXPRESIÓN (BUSCA UN BOTIN Y UNA POSESION COLONIAL); EL PUEBLO ARGENTINO TODO SE HA ENCOLUMNADO EN ESTA OCASIÓN DETRÁS DE LA CAUSA DE LA LIBERACIÓN. Mientras unos por la Nación, encarnando la voluntad de su pueblo, otros desgraciadamente pierden la vida por una causa que ya carece de justificación histórica. Sintetizando, ESTA GUERRA COLONIAL ES CONTRARIA A LOS AUTENTICOS INTERESES DE LOS TRABAJADORES DEL MUNDO Y CONTRIBUYE A ETERNIZAR EL PODER COLONIALISTA DE LAS GRANDES POTENCIAS. LOS VERDADEROS INTERESES HISTORICOS DE LOS TRABAJADORES PUEDEN Y DEBEN COINCIDIR CON LOS DE LOS PUEBLOS QUE LUCHAN POR SU LIBERACIÓN Y
SU INTEGRACIÓN TERRITORIAL. De aquí que los argentinos aprovechamos en esta oportunidad para llamarlos a la reflexión y comprometer toda nuestra ayuda en la doble batalla que la clase trabajadora universal debe iniciar sin dilaciones. Sacudir el yugo colonial, del cual no puede esperar sino nuevas penurias para sus hogares, y señalar a Inglaterra que el positivo progreso del siglo XX consiste en abandonar ridículas posturas coloniales y un pasado imperial que más valdría poner en el desván de los trastos inútiles. Los trabajadores argentinos y latinoamericanos con ansiedad que la clase trabajadora inglesa en particular y europea en general, manifiesten su CLARO REPUDIO AL COLONIALISMO Y NO CONFUNDA SU HONOR NACIONAL, NI SUS INTERESES HISTORICOS CON EL DE LAS POTENCIAS COLONIALISTAS.
II. Razones por las cuales podemos decir sin titubeos que las Islas Malvinas son argentinas Si todo lo anterior fuera poco (y creemos que no lo es porque hemos probado claramente la circunstancia colonial que rodea el hecho), hay razones históricas, geográficas y políticas que avalan plenamente la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. Traemos a colación algunas de esas razones fundamentales ya que, otro de los recursos habituales del colonialismo ha sido siempre adornar la fuerza bruta invocando supuestos derechos. Conservamos en nuestra memoria las excusas de “misiones civilizadoras” que se arrogaban, todavía a fines del siglo pasado, las operaciones militares más escandalosas y sangrientas llevadas a cabo en todos los continentes en función de bastardos intereses económicos. En el caso Malvinas esa postura tampoco resiste mucho. a) Los argentinos hemos HEREDADO ESAS ISLAS DE ESPAÑA ( en 1810 año de nuestra Libertad nacional), las cuales formaban parte del entonces Virreinato del Río de la Plata. Es decir que, emancipado nuestro territorio del dominio español, las islas pasaron a las esfera de la soberanía territorial argentina. b) Como los españoles en su momento, los argentinos desde los primeros días de nuestra existencia como Nación, ocupamos efectivamente las Islas llevando el trabajo de nuestra gente y la administración de nuestro gobierno. c) Tanto es así que en 1833 -cuando Inglaterra ocupó por la fuerza las islasestas tenían un gobernador (el Sr. Luis Vernet), un comandante militar (el Mayor Estaban Mestivier) y una activa población estable de trabajadores argentinos que esquilaban ovejas, levantaron saladeros para faenar ovinos, se dedicaban a la pesca y extendían sus actividades a las islas vecinas. d) Queda así probado que la ocupación inglesa en Malvinas fue un acto consumado por la fuerza militar que desalojó a trabajadores y familias argentinas arraigadas en ellas y que se hizo por sobre autoridades legítimamente constituidas. A estos indiscutibles títulos históricos se pueden agregar los que aportan la geografía, tan objetivos e indiscutibles como aquellos a) Las Islas Malvinas se encuentran dentro de la plataforma continental argentina (de la que constituye un plegamiento, junto a las Georgias del Sur y Sandwich
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del Sur que también son indiscutiblemente parte de la soberanía territorial argentina). Es decir que son UNA PORCION DEL TERRITORIO CONTINENTAL ARGENTINO QUE EMERGE EN EL MAR A 600 KM DEL MISMO. Es menester tener en cuenta que la metrópolis colonial que las ha usurpado se encuentra a 14.200 Km. de distancia b) El estudio detenido de su flora, su fauna y minería prueba también sin dudas las similitudes de la naturaleza de las islas con la de territorio argentino, tanto como su clásico clima patagónico. Finalmente, a los títulos que nos da la historia y a los argumentos objetivos de la geografía, debemos agregar la indiscutible capacidad y voluntad política de la Argentina sobre su territorio a) Nuestro país jamás aceptó la ocupación por la fuerza de esa porción de su territorio nacional y desde el mismo año de la usurpación (1833) reclamó diplomática y públicamente su devolución. A lo que el Reino Unido contestó con maniobras dilatorias y un olímpico silencio de 149 años. b) A pesar de ese territorio colonialmente ocupado por Inglaterra nuestro país jamás se desentendió del destino de sus habitantes, proporcionando todos los servicios a su alcance, asistencia medica y social y la plena integración a la comunidad nacional argentina. Mientras que la potencia colonial agresora los consideró siempre como ciudadanos “de segunda”, sin pasaporte ni moneda sana, sin posibilidades de considerarse integrados a la metrópoli y condenados al monopolio comercial y laboral de una compañía explotadora para quienes trabajaban en condiciones denigrantes. En síntesis, compañeros, si los derechos de luchar contra el colonialismo agresor no son suficientes títulos también podemos decir que las ISLAS MALVINAS SON ARGENTINAS: -por RAZONES HISTORICAS: la herencia de España, la ocupación permanente argentina y el trabajo y la administración de las mismas, hasta la usurpación inglesa de 1833 -por RAZONES GEOGRAFICAS: se encuentra a 600 Km. de nuestro territorio continental y son un plegamiento de su plataforma, tiene símil estructura natural que nuestro país. -Por RAZONES POLITICAS: Argentina jamás aceptó el hecho de la ocupación inglesa y la reclamó permanentemente en todos los tiempo y en todos los ámbitos que correspondiera durante los últimos 150 años, Argentina jamás se desentendió del destino de su población (cosa que sí hizo Inglaterra) proporcionándole toda la estructura de confort y servicio de que hoy gozan sus habitantes (los que sí fueron considerados por Inglaterra como “ciudadanos de segunda clase”). Por lo tanto, compañeros trabajadores, aquí no es pertinente la propuesta efectuada por la central inglesa respecto de un supuesto referéndum a su habitantes, porque tal como lo han determinado Organismos Internacionales como las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, los habitantes isleños son producto del proceso colonizador, que expulsó a los pobladores naturales y legítimos a quienes reemplazó por extranjeros traídos como empleados de sus empresas británicas. Lo que sí compartimos plenamente, es la voluntad de nuestros compañeros ingleses de llegar a una solución pacifica del conflicto (Argentina es un país
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esencialmente pacífico y sin oprobioso pasado colonial o imperial que defender); tanto como apoyamos sus deseos de otorgar a las Naciones Unidas el papel de mediador en el conflicto. Lo que si queremos reiterar es la voluntad de la clase trabajadora argentina -representada por la CGT- y de todo el Pueblo argentino (sin distinción de clases, banderías o partidos políticos): LA DECISIÓN DE HACER VALER INCONDICIONALMENTE LA SOBERANIA ARGENTINA SOBRE LAS ISLAS MALVINAS, GEORGIAS Y SANDWICH DEL SUR. Somos un pueblo pacífico -lo reiteramos- pero si nos fuerzan a luchar por lo que es nuestro CADA TRABAJADOR ARGENTINO DARA SU VIDA POR LA NACION. No olvidemos que el actual enfrentamiento entre el sur argentino empezó por un ATAQUE INGLES A TRABAJADORES ARGENTINOS EN LAS ISLAS GEORGIAS A QUIENES AHORA ALGUNOS FUERON DESALOJADOS Y RETENIENDO PRISIONEROS AL RESTO. Quiere decir que esta potencia colonial agresora tiene hoy como rehenes obreros argentinos Y SOLICITAMOS FORMALMENTE QUE LOS COMPAÑEROS TRABAJADORES DEL MUNDO PIDAN AL GOBIERNO INGLES LA LIBERTAD DE ESOS TRABAJADORES ARGENTINOS, INTERESANDOSE POR SU SALUD Y POR SU TRATO HUMANITARIO. Les recordamos que los argentinos hemos recuperado nuestro territorio en un operativo militar ejemplar, sin derramar una sola gota de sangre inglesa; que no hemos tomado represalias de ninguna naturaleza contra los miles de británicos que viven en nuestro país (antes bien custodiamos y preservamos sus bienes), que desde entonces venimos defendiéndonos de los sucesivos ataques y bloqueos ingleses, MIENTRAS QUE EL IMPERIO INGLES TIENE PRESOS A NUESTROS OBREROS Y SE BURLA TANTO DEL DERECHO INTERNACIONAL COMO DE LAS DECISIONES DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS Y DE LAS PROPIAS NACIONES UNIDAS. Más aún -mientras redactábamos estas líneas- nos enteramos de la noticia oficial del hundimiento de un pequeño pesquero argentino, próximo a Malvinas y el posterior ametrallamiento de las balsas salvavidas en otro hecho criminal inglés contra trabajadores argentinos. ¿Es que estos no tienen Derechos Humanos?
III. Respaldo mundial a la causa argentina: la lucha contra el colonialismo Compañeros, hasta aquí no hemos hecho sino enmarcar el problema en sus justos términos y plantear la lógica y los fundamentos argentinos. Sin embargo, nuestra exposición no estaría completa si no mostráramos de que manera la causa de los trabajadores y del Pueblo argentino que hoy luchan contra la prepotencia colonial en Malvinas ES LA CAUSA DE LOS PUEBLOS DE TODA AMERICA LATINA, DISPUESTOS A ERRADICAR PARA SIEMPRE TODA PRESENCIA COLONIAL DE NUESTRO CONTINENTE. También es la causa de los pueblos y naciones de otras latitudes que comprenden que los imperios ya han perdido el tren de la historia y que -por más que algún otro bostezo colonial sacuda al mundo- HA LLEGADO LA HORA DE LOS PUEBLOS. El respaldo latinoamericano -expresado indiscutiblemente en el voto mayoritario de la OEA- para la posición argentina, es expresión de un BLOQUE HISTORICO
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MADURO que ha comprendido claramente aquello de que “si razona el caballo, se acabó la equitación”. Los trabajadores argentinos queremos aprovechar además este foro mundial que es la CIOSL para reiterar públicamente nuestro agradecimiento a los países hermanos de América y darles la seguridad de que no cejaremos ante la prepotencia colonial británica, como no han cejado ellos en sus respectivas luchas nacionales de consolidación de sus patrias. Creemos además que la solidaridad de las Centrales de trabajadores de todos esos países hermanos -representantes de millones de obreros libres y organizados- son el mejor testimonio de la justa causa de los trabajadores argentinos. Esta América latina será la barrera infranqueable que deberá enfrentar el colonialismo en caso de que pretenda persistir en su anacrónica actitud. También por eso los juzgará la historia.
IV. Postura de la CGT de la República Argentina ante la actual situación que vive la patria Hasta aquí creemos haber descrito cuál es la situación que vive nuestro país y la naturaleza de lo que está en juego para la clase trabajadora argentina -y para toda América Latina- en el Atlántico Sur. Desearíamos precisar ahora porque la Confederación General del Trabajo de la República Argentina -que como es público y notorio ha sido y es crítica para con el gobierno militar de su país- ha tomado partido en la causa de las Malvinas que es la de todo el Pueblo argentino. En primer lugar, LA RECUPERACION DE LAS ISLAS MALVINAS ES UNA CAUSA NACIONAL QUE LOS ARGENTINOS PERSEGUIMOS DESDE HACE SIGLO Y MEDIO Y QUE HEMOS IDO INCULCANDO Y TRANSMITIENDO DE GENERACION EN GENERACION, ante ella nosotros no hacemos banderías ni diferencias de ningún tipo. Tanto es así que los gobiernos argentinos de todas las épocas y de todas las ideologías la han hecho propia. En consecuencia, con su actitud actual la CGT APOYA ESA CAUSA NACIONAL. En segundo lugar, LA AGRESIÓN COLONIAL ES UNA AGRESIÓN AL PUEBLO ARGENTINO, por eso no debe extrañar a los compañeros de la CIOSL la actitud de la CGT. Esta -a pesar de haber sido prohibida por el actual gobierno militar de nuestro país- es históricamente legítima en el corazón de la clase trabajadora argentina que, desde hace ya décadas, viene peleando bajo esa sigla por la Independencia económica, justicia social y soberanía política del país. Nuestras tres banderas son altas y claras. Quienes las sigan estarán de nuestra parte y quienes las ataquen serán nuestros enemigos. Exigiremos -ya en el nivel interno de nuestro país- que la sangre de nuestros trabajadores vertida en las Islas Malvinas y Georgias del Sur no sea negociada ni traicionada. La defensa de la soberanía es un programa integral y que exige además del territorio, se defienda la economía nacional, se proteja el desarrollo social de nuestro pueblo y se garantice la prosperidad de nuestra Nación y la soberanía del Pueblo, en síntesis, la vigencia de una democracia social PERO AHORA PARA HABLAR DE TODO ESO ES MENESTER QUE LA NACION EXISTA Y POR ESO LUCHAMOS AHORA UNIDAD NACIONAL. Creemos que ahora el panorama está completo y los compañeros de la CIOSL aquí reunidos conocen entonces POR QUE SE LUCHA EN MALVINAS Y POR QUE LA CGT DE LA REPUBLICA ARGENTINA LO HACE JUNTO AL PUEBLO. Frente a tamaña agresión colonialista y estando aclarados los motivos de la respuesta obrera argentina, estimamos que la CIOSL no puede permanecer indiferente y consideramos conveniente que este Comité Ejecutivo aquí reunido dé a conocer una inmediata declaración internacional que contenga al menos los
siguientes puntos: 1) El rechazo de toda política colonial e imperialista en cualquier parte del mundo como contrario a los intereses de la clase trabajadora. 2) En consecuencia con lo anterior, una moción de censura por la agresión colonialista a las Islas Malvinas y por haber atentado contra trabajadores argentinos en las Islas Georgias del Sur al haber ordenado el bombardeo indiscriminado en ambas islas, constituyendo una verdadera violación de los Derechos Humanos de civiles nativos y obreros argentinos. 3) Exigir la inmediata liberación de los obreros argentinos presos de las fuerzas armadas inglesas. 4) Reconocimiento del derecho argentino de ejercer integralmente su soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. 5) Exhortación a la cesación de hostilidades , teniendo en cuenta todas las resoluciones de las Naciones Unidas. 6) Exhortar a todos los países de la Comunidad Económica Europea, a terminar con el bloqueo impuesto a nuestro país -que condena al hambre a los pueblosperjudicando la fuente de trabajo y profundiza aún más la quebrada economía nacional y por ende a todos nuestros hermanos de América latina. Con esto la CIOSL no haría sino continuar con su reconocimiento y solidaridad a la CGT DE LA REPUBLICA ARGENTINA, manifestado anteriormente su apoyo a la huelga de protesta realizada por nuestra Confederación el 22 de julio de 1981 y sus reclamos ante la represión que sufriera la CGT el último 30 de marzo en nuestra marcha a la Plaza de Mayo. Los trabajadores argentinos continuaremos nuestra lucha hasta que la independencia económica, la justicia social y la soberanía política sean realidad en nuestro país. CONSEJO DIRECTIVO DE LA CGT.
CONSEJO DE RECTORES DE UNIVERSIDADES NACIONALES Solicitada Publicado en Clarín el Domingo 19 de mayo
El Consejo de Rectores de Universidades Nacionales, reunido en sesión plenaria, Declara: 1º La recuperación de las Malvinas y demás Islas del Atlántico Sur, que pertenecen a la República Argentina conforme a títulos jurídicos, históricos y geográficos incontrovertibles, constituye una epopeya que ha suscitado la adhesión unánime de docentes, alumnos y personal administrativo de las Universidades Nacionales 2º La pretensión de restaurar un perimido régimen colonial que se prolongó en el archipiélago durante un siglo y medio, no obstante los incesantes reclamos argentinos, configura una actitud anacrónica violatoria de principios fundamentales que sirven de sustento a la comunidad internacional. 3º El reconocimiento de la soberanía argentina, formulada por los gobiernos y pueblos de América latina, obliga a estrechar los vínculos de hermandad existentes entre nuestras Naciones y a preservar hasta sus últimas consecuencias los ideales de justicia y libertad forjados durante las guerras de la Independencia. 4º La sangre vertida con generosidad por los soldados argentinos en el curso de la gesta histórica que constituye la culminación del proceso emancipador inspi-
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ra sentimientos de conmovida gratitud hacia quienes inmolaron su vida en el servicio heroico de la Patria. 5º El Consejo de Rectores de Universidades Nacionales deplora y manifiesta públicamente su profundo dolor y su decepción ante la inobservancia por los Estados Unidos de América de los compromisos asumidos como parte integrante del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y Miembro de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la violación del principio esencial según el cual las tierras de América sólo pertenecen a las Naciones Americanas. 6º Ante la agresión ejecutada por Gran Bretaña con menosprecio de las normas elementales observadas por los países civilizados, las Universidades Nacionales continuarán cooperando con todos los medios disponibles en la lucha ejemplar emprendida por la Nación Argentina. 7º Expresamos el más vivo reconocimiento de las Universidades que ya han manifestado su solidaridad con nuestro país y reclamamos la adhesión de las demás Universidades, en especial las del Continente Americano, para que la legitimidad de nuestra causa sea proclamada desde sus claustros entre los pueblos que integran la comunidad internacional. 8º Rogamos a Dios infunda fortaleza en el pueblo argentino para que afronte con valor la injusta agresión, ilumine a las Naciones del mundo para que nuestros derechos irrenunciables sean por todas reconocidos, y nos conceda la paz, fundada en el honor, la justicia, el derecho y la integridad territorial de la República. Buenos Aires, mayo de 1982 Firmas: Dr. Guillermo Gallo (Pte. del CRUN, Rector Universidad Nacional La Plata), Alberto Rodriguez Varela (Rector Universidad de Buenos Aires) Dr. Raúl Roque Cruz (Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires), Carlos Antonio Lucre Colombres (Universidad Nacional de Córdoba), Luis Alberto Barnada (Universidad Nacional de Entre Ríos) CPN Jose Ariel Nuñez (Universidad Nacional de La Pampa), Dr Jorge Douglas Maldonado (Universidad Nacional del Litoral), Dr. Jose Alvarez (Universidad Nacional de Mar del Plata), Prof. Héctor Enrique Tamburini (Universidad Nacional del Nordeste), Arq. Eduardo Mario Caputo Videla (Universidad Nacional de San Juan), Dr. Ariel Alvarez Valdés (Universidad Nacional de Santiago del Estero), Ing. Roberto R. Guillán (Universidad Tecnológica Nacional), Dr. Humberto Alfredo Riccomi (Vicepresidente del CRUN, Rector Universidad Nacional de Rosario), Prof. José Luque (Universidad Nacional de Catamarca), Ing. Jorge César Laurent (Universidad Nacional del Comahue), Prof. Enrique Zuleta Alvarez (Universidad Nacional de Cuyo), Dr. Salvador Cosentini (Universidad Nacional de Jujuy), Lic. Norberto Sorrentino (Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco),Dr. Carlos Mario Storni (Universidad Nacional de Lomas de Zamora), Dr. Carlos Alberto Roko (Universidad Nacional de Misiones), Ing. Agrónomo M. Jorge Dimitri (Universidad Nacional de Rio Cuarto), Dr. Genaro Neme (Universidad Nacional de San Luis), Lic. Ricardo Enrique Baza (Universidad Nacional del Sur), Dr. Carlos Raúl Landa (Universidad Nacional de Tucumán), Dr. Agustín Gonzalez del Pino (Universidad Nacional de Salta).
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MADRES DE BAHÍA BLANCA Y ZONA Solicitada Publicado en Clarín el Jueves 2 de mayo
Semana del Detenido-Desaparecido En momentos en que jóvenes argentinos defienden nuestra Patria, nosotros que sufrimos el dolor de la ausencia de nuestros hijos, Detenidos y Desaparecidos, aguardamos que regresen, con la misma esperanza con que aguardamos todos los días, la vuelta e información de nuestros hijos desaparecidos, conforme lo ha prometido el Gobierno Nacional. Madres de Bahía Blanca y Zona
DIARIO CLARÍN Panorama Político Domingo 30 de Mayo
La conmoción y el replanteo POR JOAQUÍN MORALES SOLÁ Durante muchos años -tal vez décadas- las Malvinas estarán en la cabeza y en el corazón de los argentinos. Estaban antes también, pero de una manera diferente: eran un valor entendido más emocional que racional, eran una posesión teórica que no se discutía, pero cuyo despojo se toleraba. La crisis de esas islas perdidas en el mundo conmoverá a la Argentina por muchas razones, aunque luego puedan discutirse todos sus componentes, desde la conducción política del conflicto hasta las decisiones previas al 2 de abril. Pero es posible suponer que, más allá de los hombres y las circunstancias, las islas serán un ingrediente sustancial de la política interna y externa de los próximos lustros. Retornarán al primer plano de las plataformas políticas de los partidos, las secuelas económicas de la guerra serán un larga estela en el mar político argentino, las relaciones exteriores sufrirán seguramente un giro importante y hablarán de las Malvinas el recuerdo de los muertos y la vivencia trágica de los mutilados. Sea como fuere el final del conflicto bélico, entonces, el archipiélago será una enorme presencia en la política y en la sociedad de la Argentina. El conflicto ha derrumbado también viejos mitos y ha colocado al país frente a sensaciones irreductibles. Difícilmente podrá volverse a hablar, como antes del segundo día de abril, de una política exterior que no sea la que represente los intereses nacionales; más difícil aún será propiciar la alianza incondicional con las potencias de dominio universal, comprometiendo a la Argentina con estrategias que no son propias. La crisis bélica ha dejado al descubierto también los seis años de política eco-
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nómica del régimen y la debilidad sustancial con que el país debió enfrentar el conflicto con una de las principales naciones del planeta. En los últimos días se hablaba mucho de que la Argentina podría pedir ayuda militar a la Unión Soviética, para tratar de compensar el fluido canal de reabastecimiento con que cuenta Gran Bretaña. El hombre común, acostumbrado a las simplificaciones, supone que aquel pedido puede solucionar todo y que se resolverá expeditivamente. Valen dos aclaraciones: No son muchos -ni importantes- los armamentos que la URSS puede ofrecer de fácil aplicación a los equipos con que cuentan las fuerzas militares argentinas. Moscú es la cabeza política de un sector del mundo y habría que averiguar, primero, si le conviene participar del conflicto o sólo permanecer en una amistosa prescindencia, traducida sólo en solidaridades diplomáticas con la Argentina. Pero además está el frente interno militar. Hay muchos hombres uniformados que postulan un acercamiento con la URSS, “como Churchill lo hizo en la Segunda Guerra Mundial”, esto es, sin resignar los principios políticos de la franja más amplia del tinglado político. Hubo también una reunión del jefe de Estado Mayor del Ejército, general Vaquero, con todos los ex comandantes en jefe, en la que les pidió su opinión sobre el tema. Solo uno -el general Carcagno- habría estado de acuerdo en recurrir a Moscú; todos los demás -LLanusse, Pistarini, Viola, Videla, Laplane, entre otros- se manifestaron abiertamente en contra de tal operación política. La Argentina, más flexible que Londres en estos días, está dispuesta a que las Naciones Unidas se hagan cargo de las islas durante un perí odo de negociación. G ran Bretaña, en cambio, solo habla de reconquistar las Malvinas y restituir su gobernador. Sabe que el mantenimiento posterior le puede ser oneroso e inútil y ya habría propuesto, por eso, el emplazamiento allí de una base militar anglo-norteamericana o de la OTAN. En cualquiera de los casos, la faena diplomática que le aguarda al país es enorme, ya sea para conseguir de la negociación la posesión definitiva del archipiélago o para evitar que se asiente en parte de su suelo una base militar supranacional. Este fárrago de acontecimientos por venir -economía, política, relaciones exteriores- ha recalentado la cabeza de la dirigencia argentina pensando en la pos guerra. En los principales exponentes de la política argentina puede advertirse hoy cierta renuencia a proponer un presidente civil de transición, sea cual fuere el balance postrero de la conflagración. Ese Karamanlis argentino que imaginó el dirigente radical Raúl Alfonsín, haciendo un parangón con la gestión que terminó con el régimen de los coroneles griegos, tendría aquí algunos obstáculos serios, aunque las figuras civiles no han sido descartadas ni por los propios militares. En el frente civil han surgido hasta ahora dos candidatos: el ex presidente Arturo Illia, levantado por el ala alfonsinista de su partido, y el ex presidente provisional peronista Italo Luder, sostenido por sus más íntimos colaboradores. En las carpetas de algunos jefes militares figuran otros dos candidatos: el canciller Nicanor Costa Méndez, y el ministro de Defensa, Amadeo Frugoli.
Aunque todo esto es por ahora un vano ejercicio de la retórica, vale la pena recoger algunas opiniones del frente político. Empecemos por el peronismo. El justicialismo ha tenido siempre una relación especial con los militares: han pasado con relativa facilidad del amor al odio. El amor estuvo dado siempre por el mutuo reconocimiento de que el creador de ese partido fue un general, que no se olvidó jamás de que su primer noviazgo fue con el Ejército. El odio surgió de la proclividad del peronismo en recorrer sin mucha sutileza el mosaico político de la derecha a la izquierda, y también porque sus postulados eran coyunturalmente contrarios a las filosofías que predominaban en la cúpulas militares. Esto sirve para explicar que la conducción de Bittel se fortaleció desde que mejoró sus relaciones con los jefes militares. El Bittel de hoy no es, en efecto, aquel que ante la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, en 1979, los acusó de gruesas violaciones a los derechos civiles argentinos. Sus amigos y consejeros han cambiado también: el ex senador Vicente Leonidas Saadi, su principal colaborador en aquellos tiempos y líder actual de la izquierda peronista, estaá ahora más lejos que cerca de Bittel. En el mejoramiento de sus relaciones con los jefes militares habría intervenido también el ex ministro de Economía, Antonio Cafiero, hoy tal vez el hombre más cercano a Bittel. También contribuyó su aceitada relación en este momento con el ex ministro Angel Federico Robledo, cuya condición de hombre moderado fue reconocida siempre por tirios y troyanos. Por otra parte, Bittel ha ido adoptando una actitud de prescindencia en el pleito gremial, desdibujando el compromiso con la CGT dura que antes lo eliminaba como mediador, y ha consolidado su situación en la poderosa liga de gobernadores peronistas, que nuclea a los principales líderes provinciales del justicialismo. Por lo que se sabe, Bittel no cree que “una salida electoral apresurada” signifique en ningún caso una solución para la Argentina. Esta más bien de acuerdo con una concertación entre civiles y militares para una transición, aunque sostiene que el acuerdo debe rondar no solo en torno del programa sino también de los hombre que lo ejecutarán. El jefe justicialista está seguro de que no es viable en este momento ni un gobierno de coalición nacional ni un presidente civil de transición. En la conducción justicialista se desconoce qué actitud tomarán en los próximos días los sectores ultraverticalistas, liderados por Lázaro Rocca y Humberto Martiarena, y la izquierda que capitanea Saadi. No sería extraño, con todo, que en estos momentos haya líneas tendidas hacia esos grupos para acordar un “modus viviendi”que haga posible la convivencia. Los dirigentes de uno y otro sector de la dirigencia gremial habrían asegurado, por su parte, que están dispuestos a “firmar la unidad en 72 horas” si una especial situación política interna nacional se lo reclama. No hace falta un civil para presidir un período de transición hacia la democra“N cia, hace falta un gobierno simpático a la clase política y con un programa nacional”, exclamó ayer un notable dirigente del radicalismo. Obviamente no pertenece al sector de Raúl Alfonsín, para quien -a esta altura del
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proceso militar- solo un civil puede garantizar la restauración democrática. Para la conducción radical el planteo es distinto: Illia no puede ser por su trayectoria un presidente de facto y, en cambio, son los propios militares los que deben concluir con el régimen . Los que manejan los resortes del poder en el radicalismo piensan, sí, que durante la transición el gobierno no puede quedar con un cheque en blanco en cuanto a su programa, porque éste condicionaría la futura administración democrática. Es posible, por eso, que en los próximos días tome aire en el radicalismo una iniciativa para juntar a los principales partidos políticos -¿tal vez el renacimiento de la multipartidaria?- para requerile a las Fuerzas Armadas un urgente programa de gobierno más cercano a las corrientes nacionales. Para ese planteamiento pedirían una audiencia al presidente de la Nación o a la Junta Militar. En la cresta radical se considera que el conflicto originado por la posición de Alfonsín comenzó a superarse y eso se habría reflejado en una entrevista que mantuvieron el jueves pasado Carlos Contín y el ex presidente Illia, donde éste -según se asegura- habría hecho un virtual retiro de su candidatura. Sin embargo, es posible que en la reunión de la mesa ejecutiva del comité nacional del 18 de junio próximo Illia resulte elegido como presidente de la comisión de acción política del radicalismo, un órgano prestigioso del partido que nuclea a los notables. Ya en épocas de Balbín el ex presidente aspiró a ese cargo, pero la conducción consideró entonces que no era oportuna la imagen de una dirección bicéfala en el radicalismo. Al alfonsinismo le desagradó que la reunión plenaria del comité nacional haya sido convocada recién para fines de julio. “¿Por qué no antes? ¿Por qué esta dilación si solo hace falta una resolución de la Presidencia? ¿Por qué remitirse a una veda que en la práctica no existe?”, se interrogan las huestes de Alfonsín. El balbinismo responde: si el Gobierno cumple con su palabra, en julio la veda no existirá; y si no cumple será la oportunidad para denunciar que el Gobierno mintió. No se explica tampoco el balbinismo que la fecha influya en algo: entonces Alfonsín contará -afirman- con el mismo número de adherentes que tiene ahora. Pero el Gobierno no está seguro si podrá cumplir con la promesa de alumbrar el Estatuto de los Partidos Políticos a fines de junio. Exponentes importantes del régimen sostienen que los papeles llegarán a la Junta Militar en tiempo y forma, pero dudan que ésta pueda considerarlos en medio de los efectos bélicos. Por lo pronto, en el radicalismo será relanzada mañana la agrupación balbinista que lleva el nombre de “Línea Nacional”, con un comité ejecutivo que integrarán entre otros, Juan Carlos Pugliese, Antonio Troccoli y Cesar García Puente. La inclusión de García Puente es significativa porque venía distanciado de los principales exponentes del balbinismo y porque se lo vinculó en algún momento con la candidatura de Illia. En este marco, un hombre que mantiene aceitados contactos con los políticos y los militares, el ex subsecretario general de la Presidencia, Ricardo Yofre, pidió ayer un referéndum llevado a cabo a la brevedad para legitimizar el período de transición. Sostuvo que pasada la guerra hay que producir de inmediato una “gran concertación”,, iniciar un diálogo “breve y sustancial” con los dirigentes políticos par-
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tidarios y con los sectores sociales, para acordar un programa de gobierno para la transición, y concertar un plan político con un cronograma que deberá comenzar con la sanción del Estatuto de los Partidos Políticos. También afirmó que el acuerdo debe incluir a los hombres que llevarán a cabo ese programa, quienes “si no militan en los partidos, al menos deben gozar de la confianza de estos y de las Fuerzas Armadas”. Consideró conveniente una “actitud solidaria” de las fuerzas políticas en la solución del problema de las Malvinas y un “ccorte definitivo político- legal” al problema de la lucha contra la subversión. Antes del referéndum, debería formalizarse -puntualizó- un “AActa de Compromiso Institucional”, firmada por todos los sectores. En torno a estas cuestiones, actuales y futuras, en la última reunión de altos mandos del Ejército se habrían formado dos comisiones, una para analizar la situación presente (integrada por el general Guañabens, Nicolaides, Varela Ortiz) y la otra de posguerra (formada por los generales Trimarco, Calvi, Reston y Wehner) No se conoce ninguna de las conclusiones de estas comisiones que marcan -de todos modos- una diferencia con el procedimiento de la Armada que recurrió para tratar estos temas a almirantes retirados. Se sabe, en tal sentido, que el jefe de la Armada habría advertido a los miembros de las comisiones de su fuerza que no pueden tomar contacto con dirigentes políticos, porque para eso ya existen los canales orgánicos de la fuerza. Los almirantes retirados se habían reunido con varios dirigentes políticos y tales contertulios habría algún estremecimiento en ciertos sectores de la Armada. Tales estremecimientos no alcanzaron, con todo, la profundidad que tuvo la conmoción provocada en los medios militares por la primera confirmación de la visita del Papa a Gran Bretaña. Esa especial sensación fue rápidamente superada tras conocerse aquí la conmovedora carta de Juan Pablo II a la Argentina, en la que -en un gesto inusitado de humildad- se ocupa de explicar detalladamente las razones de su viaje. No obstante, hubo tiempo para que los habituales voceros del poder gobernante y algunas expresiones del mismo gobierno -como el mandatario sanjuanino Leopoldo Bravo- lanzaran críticas contra una figura que ha tenido repetidos gestos de amor hacia la Argentina. La madurez política consiste en comprender las razones de los demás y debe entenderse que el Papa no es propiedad de la Argentina ni las Malvinas son el único conflicto, actual o histórico, en la cabeza de una autoridad moral universal. De cualquier forma, el país recibirá al Papa y a quienes afirman que la misa campal que oficiará en Palermo será la concentración más grande que se haya registrado en la historia argentina. El delegado personal del Pontífice, Monseñor Silvestrini, habló aquí con algunos dirigentes políticos y les planteó su preocupación por el final de todo esto y por sus consecuencias durante la posguerra. Le habrán dicho que a ellos los aflige también la guerra y la paz, pero compartieron la idea de que primero, antes que nada, la Argentina debe superar la cotidiana y crucial opción de elegir entre la vida y la muerte.
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Junio de 1982 DIARIO CLARÍN Panorama Político Domingo 13 de junio
Entre la oración y la guerra POR JOAQUÍN MORALES SOLÁ País de contraste al fin y al cabo, la Argentina vivió ayer un claroscuro notable: la más grande multitud que se haya concentrado aquí invocaba por la paz junto al jefe del catolicismo mientras, en el sur austral, se desataba el tramo más feroz y encarnizado de la guerra por las Malvinas. A pesar de tales apariencias, no hay en realidad mucha contradicción: después de todo, el Papa estuvo aquí porque aquella lucha existía, porque el fuego del belicismo se había encendido en esta América tan cara a la Iglesia de Roma. Todo el tránsito del Pontífice por la Argentina estuvo coloreado por la conflagración. Las muchedumbres que lo recibieron aquí -y que lo conmovieron hasta las lágrimas- no era la multitud alegre, eufórica y ruidosa que lo esperó en Brasil cuando visitó este país; tampoco fue la muchedumbre excitada y familiar que lo acogió en su patria, Polonia, para hablar de los dos únicos países que reunieron concentraciones parecidas a la de la Argentina. Esta fue la expresión de un país sacudido por el flagelo de la guerra y por eso el Papa tampoco fue en Buenos Aires el peregrino alegre y jovial que recorre el mundo repartiendo la esperanza. La expresión de las multitudes y los gestos del Papa fueron, cada uno a su manera, patéticos. Este Pontífice tiene una relación especial con la Argentina: sacó al país de un conflicto bélico con Chile cuando el enfrentamiento era ya inminente y le habló de derechos humanos y de reparaciones sociales y políticas en los momentos más oportunos de la difícil historia reciente. Esto obliga a advertir el contacto eminentemente protocolar que Juan Pablo II tuvo con las autoridades argentinas. Hay razones contingentes para explicarlo: el Papa, por ejemplo, no quiere tomar partido en el asunto de las Islas Malvinas, porque prefiere hablar de la paz y la negociación “que podía evitar la guerra”, como dijo en un claro mensaje destinado a combatir intransigencias. Pero hay otras razones también: la gestión mediadora entre la Argentina y Chile no tiene el ritmo que él le quiso dar y tampoco coincide, según los que conocen sus pensamientos más íntimos, con el sistema político que gobierna la Argentina. Sostienen esos hombres que saben de sus ideas que él siente visceralmente la necesidad de la participación política y social en el gobierno de los países, tal vez porque viene como viene, de su país a orillas del Báltico, donde la participación es una lucha cotidiana liderada por la propia Iglesia. Por lo que se sabe, durante los pocos minutos que estuvo a solas con las autoridades argentinas -con la Junta o con el Presidente- habló de la paz “como un bien y un deber supremo de los cristianos”, y para conseguirla -habría dicho“deben hacerse todos los esfuerzos posibles, aunque sea a costa de sacrificios”.
La única opinión más o menos concreta del Pontífice habría sido expresada así: “Si se hubiera logrado -o se lograra aun ahora- un alto el fuego, se habría recorrido la mitas del camino hacia la paz”. El Papa habría dicho varias veces que “está dispuesto a hacer todo lo posible por conseguir la paz”, aunque no entró en precisiones, como dejando la iniciativa hacia las partes en conflicto. Las multitudes que lo siguieron sorprendieron al jefe de la Iglesia Católica, pero también a las mismas autoridades locales. Nunca nada en la Argentina reunió a más de dos millones de personas en un solo acto, lo que demuestra -por un lado- que no hay organización social o política en el país que tenga la capacidad de convocatoria de la Iglesia Católica, y -por otroque el Papa es, para los argentinos, la más alta autoridad moral del planeta. Esto viene a cuento porque alguna vez se sostuvo, con exceso de simplificación y desde despachos oficiales, que el mediador con Chile no era el Papa, sino el jefe del Estado vaticano. En realidad, una cosa y la otra son inseparables, porque el Vaticano, diminuto Estado, existe solo como albergue independiente del Papa. La sorpresa y conmoción de Juan Pablo II quedaron patentizadas no sólo en sus gestos, sino también en los agregados que él, personalmente, dictó a sus discursos, en referencia directa al recibimiento que se le tributó. En uno de esos párrafos que él ordenó hay un ferviente llamado a la juventud, que advirtió engrosando todas las columnas, para que se convierta en la “constructora de la paz y de un mundo mejor”. Durante poco más de 30 horas el Papa mencionó, al menos 25 veces, la palabra “paz” en público, sin contar las innumerables veces que habló de ella en privado. Lo hizo en un país que lleva casi una década escuchando sólo el lenguaje del belicismo: desde la explosión subversiva, en los primeros años de la década del ’70, hasta la guerra por las Malvinas ahora, pasando por la lucha contra la insurgencia y los aprestos guerreros contra Chile. El Papa habló con serenidad desde una autoridad igualmente serena, pero ante un país que ha perdido la noción de lo que es la serenidad. Lleva décadas saltando de una punta a la otra del arco ideológico, avanzó y retrocedió mil veces, cambió la alegría populista por la represión política y social, pasó del blanco al negro y del negro al blanco, sin detenerse en los tonos grises, que hacen posible la convivencia política. Un poco de todo esto -y muchas otras cosas que corresponden a la intrincada psicología de la sociedad- movilizó a esa multitud multifacética detrás del Papa Wojtyla, pastor cuyo mensaje reconoce tres bases sólidas: paz, derechos humanos y dignidad política y social. Pero la paz estaba ayer más lejos que nunca en las destempladas islas del sur argentino. Todo indicaba que había comenzado la batalla final por el dominio de Puerto Argentino, aunque nadie podía precisar cuántos días llevaría esa lucha ni cuántas vidas tendrán que apagarse para que uno de los dos ejércitos consiga sus objetivos. La dignidad social de un país, por otro lado, está, obviamente interrelacionada con su fuerza económica y los datos de la recesión conocidos en la última sema-
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na han tenido una evidente carga alarmante. Son los datos del primer trimestre del año, es decir, anteriores al comienzo de la conflagración, lo que advierte sobre la gravedad que pueden registrar las cifras del trimestre actual. La existencia de tales signos de depresión económica no son, por supuesto, culpa de las autoridades económicas y políticas, que asumieron en los últimos días de diciembre pasado. Sin embargo, debe reconocerse que la línea económica actual es la misma que gobernó durante el último lustro. En este primer trimestre del ’82 la actividad económica cayó estrepitosamente en casi todos los rubros, pero conviene al margen de ello asumir una visión histórica del problema. Entre los años 1970 y 1981 el Producto Bruto Interno creció al debilísimo ritmo del 1,7 por ciento anual. Todos los planes de desarrollo formulados durante ese período, aun los más modestos, postulaban una meta de crecimiento económico del 4 al 6 por ciento anual y decían que menos era imposible en un país que cuenta con los recursos que posee la Argentina. En ese mismo lapso -11970/1981- la industria decreció el 0,1 por ciento: en síntesis, tenemos el mismo país industrial que teníamos en 1970, parálisis que aquejó a muy pocos países en el mundo y solo a los que enfrentaron guerra civiles o externas muy traumáticas. Pero no quiere decir esto que estamos igual que en 1970, porque ahora la Argentina tiene tres millones más de habitantes que en aquel año. La caída industrial en 1980 fue del 3,8 por ciento en 1981, del 16 por ciento, y en el primer trimestre de 1982, del 9,4 por ciento. Las previsiones del segundo trimestre no permiten ningún indicio de mejora, con el agregado que ahora sí hay un elemento nuevo: la guerra. En este marco bélico y económico, la dirigencia política se apresta a lanzar un programa de emergencia nacional, cuyo destinatario aún se desconoce. La cúpula de la multipartidaria analiza la posibilidad de pedirle una entrevista a la Junta Militar o al presidente de la Nación para entregarle el trabajo. Sin embargo, en las últimas horas parecía imponerse el criterio de colocar al país como destinatario del plan: “Que le gobierno se entere por los diarios”, pontificó un encumbrado dirigente peronista. El plan estaría listo el martes, porque mañana se reunirán los representantes de los cinco partidos con la intención de no levantar la cabeza hasta terminar el documento. Cada partido tiene ya su proyecto y en muchas cosas coinciden. Es posible, por eso, que el documento pida que en marzo de 1984, cuando termina el período del presidente Galtieri, el gobierno sea entregado a un gobierno civil, constitucionalmente elegido. Para ello, propondrá elecciones generales para fines de 1983.
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Tales requerimientos surgirán en un momento en que la dirigencia política está consternada por las palabras del general Galtieri, en las que afirmó que no hay cronograma ni plazos. Hombres cercanos al Presidente han aclarado que esas afirmaciones se debieron a un extremo gesto de sinceridad: en realidad, no hay cronograma. No lo había antes del conflicto con Gran Bretaña y los militares creen que la situación nacional no ha cambiado tanto como para dar un giro en ese estratégico flanco del régimen. “Esto no significa que, después del conflicto, cuando se acallen todas sus connotaciones bélicas, evaluemos la situación y cambiemos de opinión; pero por ahora no lo hemos hecho”, consideró un empinado hombre del poder. En eso radica la fundamental discrepancia con los dirigentes políticos: éstos sí creen que las circunstancias han cambiado como para apoyar un cronograma electoral que restituya la democracia. Piensan que no se puede pedir unión y madurez a la sociedad para alcanzar un objetivo bélico, y luego subestimar aquellas condiciones cuando se trata de reabrir las urnas. Por lo que se sabe, el documento multipartidario -que ha tenido ya un afanoso y arduo trámite de negociación interna- hará una impiadosa descripción de la situación actual, en la que el principal blanco será la conducción del doctor Roberto Alemann. Es posible también que haya una explícita expresión de solidaridad con las Fuerzas Armadas en la lucha por las Malvinas, y que contenga una propuesta de programa económico que se dará de patadas con la política reinante desde 1976. También contendría un proyecto de política exterior y una crítica implícita a la línea anterior al 2 de abril. En esta materia utilizarían el término “desideologizar las relaciones exteriores” en referencia a la necesidad de no atar la suerte de la Argentina al carro de ninguna de las superpotencias. Los dirigentes políticos querían tener el documento listo para antes de que el Papa llegara a la Argentina, pero no pudieron hacerlo: la negociación, al fin y al cabo, es un mecanismo sutil y lento. Muchos de ellos creen que la visita del Papa dejará importantes réditos internos. Ha permitido, por ejemplo, que la sociedad pueda reunirse y manifestarse en una proporción que ya asumió categoría histórica. Ha permitido revalidar a la Iglesia Católica como un punto de referencia ineludible de la Argentina y permitió también, que la sociedad nacional y el Papa renovaran un contrato de amor que ya existía, cuando aún no se habían visto frente a frente. Pero seguramente todo esto que pasó en los últimos dos días dejó también una impresión nueva en los conductores de la guerra, si de algo valen los gritos clamando por la paz que se levantaron desde la muchedumbre o la expresión patética de muchos, tensa y desesperada, con los ojos arrasados por las lágrimas.
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DIARIO CLARÍN Sábado 4 de Junio
Una propuesta para la transición a la Democracia POR RAÚL ALFONSÍN Luego de más de un siglo, la Argentina está en guerra. Pero la lucha para defender nuestra soberanía en las Malvinas no se ha planteado en un país próspero y políticamente estable sino en una sociedad que se debate en la incertidumbre sobre su futuro. El acontecimiento dramático que vivimos nos solidariza con nuestros oficiales y soldados en el esfuerzo heroico que realizan contra el imperialismo y compromete nuestro agradecimiento para siempre. Pero ese acontecimiento también nos acerca a una encrucijada trascendental: en tiempo muy próximo se definirá el país que tendremos para nosotros y nuestros hijos. Ningún argentino -y mucho menos los dirigentes políticos- puede permanecer ajeno o indiferente ante el doble desafió al que estamos sometidos. La defensa de la soberanía territorial necesita de nuestra unanimidad para oponernos a quienes la vulneran y de nuestra solidaridad con quienes ofrendan sus vidas para afirmarla. Pero todos esos esfuerzos serían vanos si no comprometemos también nuestras energías y nuestra dedicación para que todos los argentinos, y particularmente aquellos que, desoídos y postergados, no dudaron un instante en acudir a la defensa de la Patria, puedan participar activamente de la decisión y construcción de su destino. Todos sabemos cuáles son las necesidades y cuáles son nuestros deberes frente a lo que está sucediendo en las Malvinas. Es mucho menos evidente y claro lo que hay que hacer para participar y colaborar en la determinación de lo que la Argentina será durante las dos próximas generaciones. Mi deber como dirigente político, como el de todos los dirigentes políticos, es plantear con toda crudeza en qué situación estamos, qué es lo que está en juego y qué sería lo mejor para nuestra Nación. Un pueblo que ofrece su sangre por la Patria tiene la madurez y el derecho de conocer lo que pasa y lo que puede depararle el futuro. ¿Cuál será el rostro de la Argentina después de la guerra? ¿Comprenderán todos los sectores que solo en la democracia encontrará el país la esperanza de su renacimiento? Si nos limitáramos a la historia de los últimos lustros y a los acontecimientos que vivimos en estos días probablemente nuestro juicio sería negativo. Nos atreveríamos a afirmar, con todo lo que nos cuesta decirlo, que la democracia no sería la consecuencia lógica. No la imaginamos como el resultado automático de una sociedad expuesta a fuerzas tan intensas y contradictorias como las que están presentes en la Argentina. Y será precisamente sobre esas dos cuestiones, las dificultades y las esperanzas de la Argentina, que versarán las reflexiones que siguen. 1.- La pérdida de la práctica social de la democracia. La democracia no es sólo una forma de elección de los gobernantes. Es, antes que nada, una manera de organizar social y políticamente un país; se concreta a
lo largo del desarrollo de las sociedades. Requiere de la historia para funcionar. Lo grave de la situación argentina es que hemos desandado el camino de la democracia. El último medio siglo ha deteriorado la organización democrática de nuestro país. La capacidad de nuestra sociedad para generar la democracia ha disminuido año a año, y hoy nos encontramos en un punto crítico. Sin embargo, y precisamente por esas dificultades, la necesidad de poner en marcha un proceso de democratización es absolutamente perentoria. Pero construir la democracia no puede ser solo reemplazar un equipo de gobierno. Ella no se asegura por el mero hecho de que sean civiles y no militares los que ejerzan el poder. En ese sentido debemos afirmar que uno de los sistemas que más atenta contra la democracia es aquel que se le parece pero no lo es. Y a esta altura de la historia del país, luego de la experiencia autoritaria de los últimos años, sería un error trágico que la alternativa fuera algo parecido a la democracia, vestida con sus ropas pero superficial y tramposa. La democracia no es la lucha de los civiles para recuperar puestos públicos que ocupan los militares. Tampoco es la salida para un grupo, militar en esta ocasión, que ve deteriorada por el ejercicio del poder su imagen o unidad institucional. No puede ser ni una frivolidad civil ni una salida militar. Sin embargo, estos dos elementos suelen combinarse, y cuando lo hacen ponen en marcha procesos que culminan en la decepción, la confusión y la irritación del pueblo. Nuestro problema actual, es consecuencia, es advertir que es necesario poner de inmediato en marcha un proceso de democratización, para lo que hay que encontrar en nuestra sociedad las capacidades que aún quedan y apoyarnos en ellas para realizar ese proceso de construcción democrática. Al mismo tiempo hay que evitar la trampa, que hoy puede ser más nefasta que nunca, de hacer algo que se parece a la democracia, pero que no lo es. Y que, por eso mismo, está condenado a fracasar. Todo esto debe ser hecho rápidamente, a pesar del pasado y a pesar de las trampas. 2.- La desinstitucionalización de la Argentina. Durante los últimos seis años se impuso al país una política económica que demolió su aparato productivo y que nos hizo contraer una gigantesca deuda externa, la mayor del mundo por habitante. El costo social de esa política ha sido tremendo y se traduce en una realidad cotidiana que todos conocemos y sufrimos. Hay otra consecuencia de estos años, menos visible y tan grave como la anterior: el deterioro de la organización política e institucional de la República. La veda a la actividad de los partidos, la represión al funcionamiento de los gremios y sindicatos y la rígida vigilancia impuesta sobre los medios de difusión masiva eliminaron los mecanismos de control social que deben ejercerse sobre el gobierno. Esto es gravísimo, ya que al destruirse los canales de expresión y articulación de las demandas del pueblo se ha desorganizado políticamente la Nación. Es cierto que la vida política institucional estaba deteriorada antes de 1976, pero no es menos cierto que de ahí en adelante casi se la anuló totalmente. Esa vida política es la que en cualquier país civilizado constituye la columna vertebral a partir de la cual se organizan la economía y la sociedad, con conflictos y discrepancias pero en paz. Cuando el régimen militar la suprimió no la reemplazó: hoy
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la República prácticamente carece de instituciones a las que los argentinos puedan apelar para expresar sus necesidades y aspiraciones. Políticamente el país ha dejado de ser un cuerpo organizado, ha perdido las estructuras que lo mantenían en pie. Corremos el riesgo de la disolución nacional. Entonces, ¿cuál es la conducta apropiada frente a estas circunstancias? ¿Decir que ese riesgo no existe? ¿Evitar el compromiso y el costo personal que implica advertir esta situación? ¿Refugiarse en un verbalismo patriótico y rehuir nuestra responsabilidad en el frente político? ¿Cuál es nuestro deber? ¿Callar o luchar? Si eludimos la lucha aumentaríamos otra vez las dificultades que debemos superar: el escaso protagonismo de las organizaciones políticas. 3.- La responsabilidad de las organizaciones políticas y democráticas. Para comprender la gravedad y profundidad del derrumbe de la Argentina no es suficiente describir la agresión que sufrió nuestra sociedad por parte de una minoría ni analizar el rol que jugaron las Fuerzas Armadas. Es cierto que las sucesivas interrupciones a la vida institucional debilitaron y atentaron contra la estructura democrática de nuestra sociedad, pero también hay que señalar que han existido falencias en nuestras organizaciones políticas que deben preocuparnos centralmente. Su pérdida de protagonismo no sólo afectó el pasado sino que podría comprometer el futuro. ¿Qué puede pasar en una sociedad que no canalice sus proyectos y expectativas a través de las organizaciones democráticas, convertidas en ornamentos rituales? ¿Cómo se van a expresar las necesidades y aspiraciones de una clase media empobrecida y las de la clase trabajadora llevada al límite de la subsistencia? Que no le quepa duda a nadie que las aspiraciones van a expresarse, y pronto. ¿Entonces qué? ¿Hay que suponer que todo pasará en el reino de la concordia, el diálogo y la democracia? ¿Así, automáticamente, está escrito en el destino de la Argentina? ¿Un simple voluntarismo podrá evitar la amenaza cierta de la disolución nacional? La quiebra súbita de una escala de valores puede traducirse en la ausencia de términos de referencia políticos, sociales, culturales y morales. Una sociedad no resiste esa mutilación. Y por eso tratará de lograr un fuerte componente cohesivo, que si no nace de la sociedad a través de la propuesta democrática será encarnada por una minoría que buscará la expresión más crudamente autoritaria del Estado. Frente a estas urgencias dramáticas no tiene sentido esperar el permiso del gobierno, que precisamente nos ha llevado a esta situación, para actuar en cumplimiento de nuestro deber. 4.- El comienzo de una solución. En esta realidad, con estas dificultades, se inserta la guerra; y no las supera sino que las agrava. En esa guerra Estados Unidos ve cuestionada su posición hegemónica en el continente y además advierte la posibilidad de un realineamiento de la Argentina y de la región. Sería una ingenuidad pensar que los Estados Unidos no luchará contra estas consecuencias. Igualmente sería ingenuo pensar que poderosos sectores de interés locales, tradicionalmente subordinados a los grandes centros internacio-
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nales, que en estos días se han sumado a la retórica antiimperialista, no estén seriamente preocupados por el curso de los acontecimientos futuros. La pasividad de estos actores es impensable. Ni Estados Unidos concede graciosamente zonas de influencia ni su servidores domésticos volverán las espaldas a sus intereses. Unos y otros buscarán recuperar influencia y poder, sobre todo cuando constaten que las actitudes que se manifestaron en la Argentina a partir del 2 de Abril pueden ser el comienzo de un proceso de afirmación nacional. ¿Cómo reaccionarían esos intereses imperiales y oligárquicos si vieran delinearse en el futuro cercano un proyecto que resumiera las demandas de amplios sectores populares, que consolidara las banderas nacionalistas que se han levantado en estos días? No nos cabe duda de que resurgirá la alianza entre los intereses de los Estados Unidos y sus socios locales. Tendrán de su lado todas las fuerzas del status quo. No se expresarán crudamente, porque no se puede violentar a un pueblo que ha dado su sangre en la lucha anticolonialista. Posiblemente, si pueden, se exhibirán como demócratas. ¿Si se han vuelto antiimperialistas en tan pocos días, por qué no habrían de volverse súbitamente democrático? Convocarán así a algunos sectores, que confundidos por la fachada democratizante ayudarán a concretar un nueva frustración:: la pseudo democracia estará en marcha. Pero si el otro proyecto llegara a tomar fuerza, el rostro amable de la pseudo democracia se desvanecerá con rapidez. Las formas de la convivencia dejarán paso a la energía de la represión. Porque la otra alternativa no sólo alteraría la situación de las minorías locales sino que -e insistimos sobre esto porque es un dato- haría peligrar seriamente la posición hegemónica de Estados Unidos. ¿Cómo sería ese segundo proyecto? Muy probablemente buscaría las esperadas rectificaciones económicas y una nueva inserción de la Argentina en el mundo, pero no me cabe duda que también asumiría algunos elementos del autoritarismo que subyace en nuestra sociedad. Y no se sumarían a él solo los bien intencionados porque habría allí también una ocasión para los aventureros, de adentro y de afuera, que ganan con la conmoción. Necesariamente este proyecto será aprovechado por la otra superpotencia, no precisamente para impulsar el socialismo en nuestra tierra sino para hostigar a Estados Unidos. Si los elementos autoritarios se imponen, ese proyecto perderá el control de su destino. Nosotros conocemos muy bien los peligros de un poder que carece de frenos: desvía sus intenciones iniciales y queda sujeto a la influencia de fuerzas externas. En Medio Oriente hay más de un ejemplo de regímenes autoritarios que oscilan entre las presiones de las grandes potencias a raíz de la pugna inconciliable entre proyectos opuestos. La Argentina no puede, no debe, reservarse ese destino. Pero hay que saber que si estos proyectos tan incompatibles fueran los únicos, en la sociedad argentina no habrá indiferentes. Nadie podrá escapar. En definitiva, será una cosa o la otra. Estaremos otra vez encerrados. La presencia de esta disyuntiva nos ratifica en nuestra afirmación de que la democracia, que es hoy la condición de la salvación nacional, no será necesariamente la resultante de la historia reciente, de los intereses que están en juego y, mucho menos, de las convivencias de gobierno.
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Si en la lucha política y reivindicatoria que se avecina no se ponen en marcha los mínimos mecanismos de control y conciliación, es decir los primeros elementos de una convivencia pacífica, el futuro será incierto y sombrío. Para poner en marcha esos mecanismos mínimos, de cuya existencia depende el futuro del país, será necesario romper los bretes históricos y actuales. No podemos engañarnos sobre la magnitud de la tarea que habrá que realizar para reconstruir políticamente al país. Debemos saber que las instituciones políticas vivas y eficientes no son el punto de partida con el que podemos contar para llevar adelante esta empresa sino el punto de llegada al que aspiramos arribar. Sin embargo, es imprescindible contar con un punto de apoyo mínimo indispensable para iniciar esa reconstrucción. Esa apoyatura no puede ser ofrecida por el gobierno militar, tanto por lo que ha hecho durante estos años como por su incapacidad para comprender las necesidades políticas del país. Ese punto de apoyo, aunque precario y provisorio, debe ser una esperanza de democracia. Para tener éxito será necesario que quede claro para todos que constituye una rotunda opción al continuismo. No es una transición para que un equipo, y en este caso una institución, salga del gobierno. No es una salida para encubrir errores del pasado. Es el inicio de una democracia cierta lo que convocará al pueblo, permitirá el diálogo y facilitará el acuerdo para una etapa que, si bien provisoria, definirá el futuro argentino. Para iniciar esta reconstrucción apenas queda tiempo. Pronto se desatará la confrontación inédita de fuerzas de enorme gravitación. Si la Argentina quedara a la deriva, si careciera de un impulso vital para su reconstrucción, sería presa de intensos y desastrosos vaivenes. Tenemos un solo camino: comenzar de inmediato la búsqueda de la democracia a partir de un gobierno civil de transición. Debe ser civil por todo lo que hemos dicho: este es un instrumento precario que debe quedar fuera de toda sospecha de continuismo si es que se quiere reunir toda la capacidad del pueblo y de sus dirigentes que aún queda viva en el país. Debe ser de transición porque no es imaginable un paso instantáneo a la democracia plena, y porque debe asegurar y acelerar la puesta en marcha de sus mecanismos vitales. Pero también debe ser producto del esfuerzo de la civilidad en su conjunto porque ha de requerir la capacidad necesaria para concertar los intereses en pugna y conciliarlos con las necesidades del país para alcanzar las bases mínimas de la reconstrucción. Esas bases deberán consistir en: a) La concreción de un compromiso político que defina las reglas de juego del conjunto de las fuerzas políticas, sociales, económicas y militares para: b) La afirmación de un estado de derecho. c) La concertación de un pacto social que fije las pautas de la distribución y acumulación durante el período de emergencia económico-social. d) Iniciar la búsqueda de una nueva inserción internacional de la Argentina que profundice la relación con América latina y su ubicación política en el campo de los No Alineados. e) Sentar las bases de una revolución industrial y de una rápida expansión de la producción agraria, y para: f) Concretar las etapas de la urgente institucionalización. Sabemos que no tenemos los partidos preparados, y sin embargo precisamos la
fuerza de nuestros partidos. Hemos olvidado la democracia y precisamos perentoriamente la democracia. Hemos ido perdiendo protagonismo, pero si alcanzamos a darle al pueblo una esperanza tendremos el recurso de la fuerza que nos queda: los argentinos. No podemos improvisar una elección para hoy. No podemos revitalizar los partidos políticos y los sindicatos en un día. Pero precisamos ya mismo esta insospechable transición hacia la democracia, y la única posibilidad actual es recurrir a la fuerza moral, al prestigio universalmente reconocido, a la experiencia probada de los hombres ilustres de nuestro país. El radicalismo tiene un nombre: Arturo Illia. Basta con mencionarlo. No hay ninguna explicación que dar, no hay ninguna trayectoria que demostrar, no hay ninguna sospecha de ambición personal que haya que borrar. Allí está. El que fue presidente de un país libre y próspero. De un país que alcanzó a ver como podía ser: que puede hoy comparar con lo que fue. Esa Argentina es posible porque alguna vez la tuvimos. Si la recuperamos, tendríamos un país que dejaría de añorar su pasado simplemente porque su futuro será mejor. Es por esa esperanza que hay que luchar. Cada cual en su puesto, todos al mismo tiempo.
ULTIMO MENSAJE DEL GRAL. MARIO BENJAMÍN MENÉNDEZ AL ALTO MANDO MILITAR ARGENTINO. 14 DE JUNIO, 9:55 HS Publicado en La Nación el Viernes 17 de junio Informo situación Puerto Argentino a 9:30 horas: hasta las 5 horas la situación estaba controlada, a partir de ese momento un tercer ataque enemigo con ocho regimientos de infantería, cinco grupos de artillería, una compañía de tanques y aviación desalojó a propias tropas de las alturas Alfa y Bravo con muchas pérdidas propias. El regimiento de infantería Zulú también fue desalojado de las posiciones que ocupada. Tanto los refuerzos que se enviaron como un contraataque que lanzó el regimiento de infantería Wisky fueron rechazados con pérdidas importantes. A partir de 8:30 horas la situación se fue agravando progresiva y rápidamente. El grupo de artillería Azul ya no existe, no le queda ninguna pieza; todas fueron destruidas por fuego de contrabatería guiado por radares láser mientras tiraba hasta agotar munición. El batallón de infantería de marina Alfa ha sido diezmado luego de los tres ataques resistidos y al tener que replegarse bajo el fuego del enemigo y luz diurna hacia colina Charlie, el comandante del batallón sólo pudo contraatacar localmente con una sección. Perdí contacto. El regimiento de infantería Víctor está seriamente afectado y fuera de sus posiciones al pasar al contraataque, ellas han sido ocupadas precariamente por elementos
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de apoyo logístico e ingenieros. Constituyo última reserva con dos compañías del regimiento de infantería Romeo y una del regimiento de infantería Sierra. El grupo de artillería Amarillo aún tiene nueve piezas pero muy poca munición sin destruir por los ataques aéreos. La tropa está agotada físicamente luego de 36 horas de combate, muchos perdieron los equipos en los repliegues y contraataques. Las baterías antiaéreas han sido puestas fuera de combate en un 70 por ciento. En este momento continua nevando lo que se inició anoche. Contraatacaré a 10:00 horas con la última reserva. Quemo clave y códigos, seguimos combatiendo, destruyo equipos de comunicaciones a partir de este mensaje.
MENSAJE DEL PRESIDENTE DE LA NACIÓN, TTE. GRAL. LEOPOLDO F. GALTIERI, EMITIDO EL 15 DE JUNIO POR LA CADENA NACIONAL DE RADIO Y TELEVISIÓN Publicado en La Nación el Jueves 16 de junio El combate de Puerto Argentino ha finalizado. Nuestros soldados lucharon con esfuerzo supremo por la dignidad de la Nación. Los que cayeron están vivos para siempre en el corazón y la historia grande de los argentinos. No tenemos sólo el bronce de las antiguas glorias. Tenemos nuestros héroes de carne y hueso del presente. Nombres que serán esculpidos por nosotros y las generaciones venideras. Los pueblos solidarios de América latina y todos aquellos capaces de olvidar sus intereses ante el coraje y el sacrificio, también los guardarán en su memoria. Pelearon contra la incomprensión, el menosprecio y la soberbia. Enfrentaron con más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de las Estados Unidos de Norteamérica, sorprendentemente enemigos de la Argentina y de su pueblo. Combatieron para desplazar de nuestro suelo el último vestigio de coloniaje. Combatieron por la misma esencia de nuestra identidad nacional y americana. Combatieron por las mismas causas que presidieron el nacimiento glorioso de nuestra patria. Nuestra Nación ha luchado por su integridad espiritual y material, convencida de que las afrentas infinitamente toleradas quiebran el alma de los pueblos y de los hombres. Quienes hasta ahora no quieren o no pueden admitir la verdad de nuestra causa, tendrán que escuchar a sus conciencias y comprender que deben existir profundas razones de justicia para que una nación pacífica empuñe las armas hasta el heroísmo. Puerto Argentino, Puerto Argentino no será el último jalón de la empresa nacional que comenzamos en 1833 y continuamos el pasado 2 de abril. Gran Bretaña deberá ahora resolver su actitud frente al conflicto, para lo cual tiene las siguientes posibilidades:
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Aceptar que la situación de las islas jamás volverá a ser lo que era antes del 2 de abril, en cuyo caso mantendremos nuestra actitud de negociar un camino para la recuperación de nuestra soberanía. O proceder a la restauración del régimen colonial, con lo que no habrá seguridad ni paz definitiva, y recaerá sobre Gran Bretaña la responsabilidad por profundizar el conflicto. En todos los casos, la Nación unida, puesta de pie, al impulso y sentimiento de una sola causa, seguirá marchando hacia su superación y fortaleza. No permitamos que esa unidad lograda a través de una causa justa y esperada, que respaldó más de medio mundo y que estuvo reconfortada por la visita de Su Santidad, sea perturbada y dañada por la actitud disociadora de una minoría descalificada. Con el mismo denuedo con que lucharon nuestros hombres, trabajaremos sin pausa y sin descanso para adelantar lo postergado. Han luchado para que vivamos plenamente. Hay un cambio en la Nación, y nadie podrá eludirlo. Juntos diremos NO a los rencores, prevenciones y prejuicios, porque ya fueron olvidados al formar codo a codo en el frente de batalla. Teniendo en cuenta la opinión de los distintos sectores del quehacer nacional revisaremos y corregiremos todo lo que sea necesario en política interna y externa. Rescataremos la República, reconstruiremos sus instituciones, restableceremos la democracia sobre bases inconmovibles de equidad y de respeto. Y encenderemos con antorchas los valores más altos de nuestra argentinidad. Hay honor y habrá justicia. Nadie apartará su conducta del esfuerzo colectivo para alcanzar la Patria imaginada en sus mejores sueños por nuestros soldados. No habrá lugar para la especulación ni el engaño. El ocio será una estafa; el aprovechamiento de la situación, una injuria a la sangre de los que combatieron, y el derrotismo será traición. Juntos pondremos la Nación en fuerza y juntos buscaremos el objetivo final que perseguimos: seremos dueños totales de nuestra Nación y su destino. Que nadie trate de perturbar o interponerse en el camino de los argentinos. Que nadie trate de jugar con nuestras heridas y nuestras emociones. Que nadie se confunda creyendo que somos duros en la pelea, pero débiles del alma. El mundo sabe que no somos un pueblo que haya forjado su existencia al calor de las guerras de conquista y es testigo que jamás nos negamos a la paz. La mayoría de los Estados reconoce el legítimo título de nuestras aspiraciones sobre las Malvinas. Lo que defendemos nos pertenece. Estará siempre a nuestro alcance y, más temprano o más tarde, lo vamos a conseguir. Contengamos el dolor. Levantemos bien alta la frente. Nuestro pueblo es y se siente fuerte, y lo acompañan sus hermanos latinoamericanos. Es hora de asumir hasta las últimas consecuencias nuestra identidad y madurez de argentinos. Quien no contribuya a hacerlo será apartado y calificado de traidor. Pidamos a Nuestra Señora de Luján que abogue ante Dios Nuestro Señor por las vidas y el triunfo de sus fieles y agradezcámosle que nuestras almas estén reconfortadas por la reciente presencia de Su Santidad. La dignidad y el porvenir son nuestros, y ello nos dará la paz y la victoria.
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UNIÓN INDUSTRIAL ARGENTINA Declaración Publicado en Clarín el Jueves 16 de junio
argentinos a brindar el máximo esfuerzo para ello. Afirma, además, que los productores brindarán el suyo, utilizando los recursos disponibles para producir los bienes que puedan procurar a la Nación las divisas que le son necesarias.]
Unidad y responsabilidad
FEDERACION AGRARIA ARGENTINA
En estos momentos difíciles y trascendentales que vive el país, se torna necesaria la reflexión profunda. Nuestra comunidad vivió con responsabilidad la causa de nuestra soberanía sobre las islas Malvinas. Todos los sectores del país manifestaron su ferviente adhesión a esta causa; ella permanecerá irrevocablemente enraizada en los sentimientos de los argentinos que jamás renunciaremos a esos legítimos derechos. El conflicto puso de manifiesto las virtudes de alta civilidad de todo el pueblo, su unidad por encima de diferencias sectoriales o partidarias y, especialmente, el coraje y amor por la Patria de quienes defendieron la decisión en el campo de batallas y la asumieron en la vida ciudadana. La visita de Su Santidad Juan Pablo II evidenció asimismo el firme anhelo de fe y la vocación de paz que embarga a todo el país. La exteriorización de estos principios tan firmemente sostenidos durante el conflicto debe conservarse independientemente de la suerte de las armas. Para eso, todos los argentinos, y fundamentalmente los que de alguna manera tienen en cualquier ámbito de la responsabilidad de dirigir, deben en las actuales circunstancias asumir sus obligaciones con espíritu positivo, con racionalidad y con serenidad para que estos anhelos generales puedan ser cumplidos. Como industriales y como obligada manifestación de nuestra responsabilidad, comprometemos nuestro apoyo y convocamos a todos los sectores de la comunidad al fortalecimiento y progreso de los medios de producción que aseguran el trabajo y los bienes necesarios para lograr el bienestar general, base indispensable de paz y justicia.
Documento. Fragmentos Publicado en La Nación el Lunes 20 de junio
SOCIEDAD RURAL ARGENTINA
[Las acciones bélicas en el Atlántico Sur han dejado para el país] “una nueva frustración en la ya larga lista de desaciertos e incomprensiones que confunden y conmueven las fibras más íntimas del sentimiento patriótico de nuestro pueblo”. Dice luego que en este clima se ha lanzado una campaña de siembras masivas para atender las imperativas necesidades del país pero que nada concreto han hecho los responsables del área para coadyuvar el logro de ese fin, dejando librados los productores a su suerte. Agrega que tampoco se ha tenido en cuenta el Plan mínimo propuesto por las FF.AA para aumentar la producción agrícola. Expresa finalmente que “la ciudadanía no aceptará bajo ningún argumento que los verdaderos responsables de la postración nacional pretendan mantenerse como supuestos salvadores de la patria y como abanderados del cambio, presentándose como una alternativa, desde ya provocativa por lo audaz, y que no podrá engañar a nadie por la falsa. El pueblo, concluye, reclama cambios reales y no un remozado gatopardismo orientado siempre a la obediencia de intereses minoritarios y objetivos foráneos”.
CONFEDERACIÓN GENERAL DEL TRABAJO Documento Publicado en Clarín el Sábado 11 de junio
Declaración. Fragmentos Publicado en La Nación el Lunes 20 de junio
Santo Padre Padre: Los trabajadores argentinos queremos la paz con justicia, de la que está rebozante nuestros corazones
(...) “el país ofrendó la sangre que los hijos heróicos combatientes en el Atlántico Sur entregaron, por devolverle la posesión de las islas que le fueron usurpadas” (...) “la superioridad del potencial bélico del enemigo impidió que el sacrificio de nuestros hombres se plasmara en la consolidación de nuestra recuperación territorial” (...) “la situación que al epílogo de este conflicto debe afrontar la Nación, debe considerarse con la seriedad y responsabilidad que merece” (...) “el trabajo, la austeridad y al sobriedad, con la disposición de construir una nación grande, son los caminos a transitar para lograrlo” [y convoca a todos los
Los trabajadores argentinos, inmensa mayoría de nuestro Pueblo, celebramos alborozados vuestra presencia en vuestra tierra porque (nosotros, que en vos vemos a uno de los nuestros) nos hemos acostumbrado a recordaros como el Papa de los trabajadores. Padre: los trabajadores argentinos hemos sido fieles, frente a todas las adversidades, a la doctrina social de la Iglesia, antes que ningún otro movimiento obrero de la tierra. No podemos olvidar la ejemplaridad de vuestras enseñanzas cuando definisteis ante
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el mundo moderno el carácter sagrado del trabajo humano y afirmasteis el derecho a su protección y a su defensa a través de la libre asociación de los trabajadores. Por eso os vemos como nuestro Pastor, a identificamos en esta filiación, os decimos con toda propiedad, Padre, y levantamos nuestro espíritu para recibir vuestra visita. No podemos olvidar tampoco vuestras exhortaciones a los poderosos, a los administradores internacionales de la riqueza humana, para que abandonando la soberbia y la codicia den tratamiento equitativo a todos los pueblos de la tierra. Hoy, el precio de nuestra sangre, está revelando toda la iniquidad de la trama de intereses y prepotencias asociadas que caracteriza al orden mundial vigente y ha abofeteado a la conciencia universal porque naciones, que se dicen defensoras de la democracia, han usado el inaudito privilegio del veto para prolongar, sin sentido, la crueldad innecesaria de la guerra. Por eso, venimos hoy, a deciros que no podemos creer en quienes se arrogan excluyentemente la calificación de occidentales y cristianos, porque sabemos que están cometiendo escándalos contra Dios y que sólo en Dios -que vos encarnáis en esta hora de prueba- podemos creer ya los argentinos, y con nosotros, en todas las latitudes, todos los pueblos de este mundo. Por eso transidos de dolor, pero también revestidos de serenidad y fortaleza, estamos vertiendo nuestra sangre como mártires, como testigos, para que el mundo vuelva a la razón, al derecho y a la justicia. Para que los hombres sean sagrados para los hombres y los pueblos sean sagrados para los pueblos. Para que la iniquidad y el derecho del más fuerte no sigan siendo la ley entre las Naciones bajo el dominio de un súper gobierno de cinco potencias, acordado en las tinieblas sobre el derecho de los pueblos, en Yalta, para imponer la voluntad de los mas fuertes a toda la humanidad. Padre: estamos ofrendando la vida de nuestros hermanos y nuestros hijos para conseguir la única Paz que puede llamarse así: La Paz con igualdad y con justicia. La Paz sin explotación y sin violencia. La Paz de la que está rebozante vuestro corazón. En esta certidumbre, y con esa conciencia, alzamos nuestros ojos a Dios, implorándole su protección y su ayuda y pedimos, una vez más, vuestra bendición. Buenos Aires, 11 de junio de 1982 CGT Azopardo 802
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CONFEDERACIÓN GENERAL DEL TRABAJO Documento Publicado en La Nación el Lunes 20 de junio
Los trabajadores en la hora actual Los trabajadores argentinos queremos fijar nuestra posición en la misma hora en que la confrontación de las armas, nos obliga otra vez, a posponer la recuperación geográfica de nuestro archipiélago del Sur La claridad de nuestra palabra se funda en que nuestro primer compromiso, al que supeditamos cualquier otra reivindicación, es el compromiso con la Patria. Nuestra serenidad deriva, en que tenemos una larga escuela para absorber la adversidad, porque es precisamente en la adversidad adonde templamos nuestro espíritu, endurecemos nuestra decisión para servir a las grandes causas nacionales, entre las cuales la soberanía ocupa el primer lugar. Los subrayamos, porque la claridad y serenidad es lo que necesita el pueblo argentino en esta hora trascendental. No sólo para enfrentar al oportunismo de los falsos profetas, sino también, para evitar servir al enemigo, derrotándose a sí mismo, en el arrebato pasional que lo desvié de los grandes objetivos nacionales. Hacemos esta prevención, porque los aliados internos del colonialismo y el imperialismo, que forman el elenco estable del entreguismo, están al acecho hoy más que nunca. Este cipayaje que se adueñó del aparato económico del país durante estos últimos seis años, es el mismo que sirviendo a los intereses que tuvieron que enfrentar nuestros soldados, con falsos slogans de desestatizar y desinflacionar, hicieron capitular a dos millones de trabajadores y abatieron a la industria nacional en la guerra más devastadora y sofisticada, que mata lo más elemental que el hombre tiene para defenderse: EL TRABAJO. Nuestra primera afirmación, entonces, está destinada a preservar la Unión Nacional, que es la condición básica de la emancipación argentina. Nosotros queremos que el 2 de abril, siga siendo un punto de partida del reencuentro de las fuerzas nacionales. Podemos perder, circunstancialmente, batallas militares, pero lo que no podemos perder, a ningún precio, es la Unidad Nacional, que más temprano que tarde, nos conducirá a la victoria definitiva. Pero la Unidad Nacional que nosotros exigimos, apela directamente a la inteli-
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gencia de los argentinos. Los argentinos hemos herido de muerte al colonialismo, sus personeros y los organismos internacionales que le sirven, provocando la solidaridad de nuestra América y de los Países del Tercer Mundo: ahora, más que nunca, la unión que debemos preservar a toda costa, debe fundarse en una clara política nacional, que no se agota solo en la mera restauración de las instituciones constitucionales sino que las asegure para siempre como instrumento de los objetivos irrenunciables del pueblo argentino. La segunda precisión que queremos fijar, en esta hora, es la orgullosa convicción de que nuestros hombres de armas, enfrentados a una lucha desigual, lucharon mas allá del límite de sus posibilidades. En el fondo del Océano yace gran parte de la flota británica abatida por nuestra aviación y hoy sabemos que sino hubiese concurrido en auxilio de los colonialistas agresores los EE. UU. y la OTAN, la misma suerte hubieran corrido sus fuerzas de tierra. En esas condiciones de tremenda inferioridad y aún mordiendo nuestra indignación no deberíamos convertir en un holocausto innecesario el valor indomable de los combatientes argentinos. La primera consigna es controlar las emociones y proceder con inteligencia. No hacer lo que nuestros enemigos y sus potenciales aliados quieren: convertir a una batalla desigual, en nuestra derrota definitiva, a través de la vietnamización de nuestro territorio continental. Procediendo con inteligencia, la cabeza fría y el corazón caliente, forjaremos las condiciones en nuestro país y en nuestra América, hoy más unidos que nunca para que llegue el día de la revancha. El día que nadie, podrá arrebatarnos lo que es nuestro. Ese día, elegiremos los argentinos y no nuestros enemigos. Ese día otra vez, los trabajadores seremos la vanguardia auténtica de las reivindicaciones de nuestro pueblo y de los pueblos de nuestra América. Ese día, es una promesa que contraemos ante la sangre derramada de nuestros soldados. Ese día es una fecha precisa que nos impone realizar una marcha, inmediata, sin dilaciones, todos juntos, mediante la concertación de todos los sectores nacionales, sin privilegiados, ni oprimidos, hacia la Argentina soberana, democrática y socialmente justa, que es la meta y el anhelo de todos los trabajadores argentinos. CONFEDERACIÓN GENERAL DEL TRABAJO - CGT Azopardo 802 - Buenos Aires - Secretaría de prensa Juan Angel Perrone, Pedro Goyeneche y César Serrano
COMISIÓN EJECUTIVA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA Documento. (16 de junio) Publicado en La Nación el Viernes 17 de junio La comunidad nacional enfrenta hoy un particular momento de su historia, en el que la adversidad pone a fuerte prueba la mente y el corazón de los argentinos. Hoy más que nunca debemos encaminar nuestros pasos en la búsqueda del sendero de la luz y la esperanza. Los hechos que son de público conocimiento, sirvieron para subrayar dos circunstancias en la vida argentina: el sentimiento de unión nacional por encima de las diversas instituciones y grupos de muy distinto tipo que convocan a los argentinos en su vida ordinaria, unidad que quizá no experimentábamos desde
hace largos años; y también el valor y la pericia de aquellos a quienes se confió el cumplimiento de un deber de defensa de la Patria, en el que no pocos de ellos dejaron heroicamente la propia vida, cumpliendo a la letra lo que nos recordaba hace pocos días Juan Pablo II: “la Universalidad, dimensión esencial en el pueblo de Dios, no se opone al patriotismo ni entra en conflicto con él. Al contrario, lo integra, reforzando en el mismo los valores que tiene; sobre todo el amor a la propia Patria, llevado, si es necesario, hasta el sacrificio (…) Hoy nos es necesario recoger esa lectura, y entender que el bien de la Patria se busca y se defiende no sólo cuando aquélla es atacada, sino que debe ser considerado cada día, sabiendo hacer del bien común celosamente procurado, una expresión práctica del mandamiento del amor que nos enseñó el Divino Maestro. Por eso, así como no es del caso renunciar al legado territorial que nos dejaron los fundadores de la Patria, tampoco podemos renunciar al anhelo y esperanza de constituir una nación grande y sobre todo justa en la trabazón de las relaciones internas, y, como reflejo de ese justicia interior, también justa en su comunicación con los demás pueblos. No podemos, además, en éste momento de humana adversidad, con reacciones irreflexivas, deshacer los valores de unión comunitaria, bien común, paz y del progreso de la Patria, con lo que quedaría negativamente afectado todo nuestro porvenir. Debemos a nuestra conciencia como nación y a la hermandad que tan brillantemente nos han probado los países latinoamericanos, la afirmación concorde de los valores argentinos, los de la fundación de la Patria, que han de ser los de hoy y los de mañana. Demostremos para ello la conjunción de miras, la unión de voluntades y la capacidad de colaboración que hemos tenido en el enfoque del problema malvinense, y así construiremos con fortaleza y esperanza la Patria soñada, en la que no faltará la solución en paz y justicia de aquella cuestión, en un ulterior ambiente de serenidad dentro de negociaciones diplomáticas. Comprometamos para ello nuestro esfuerzo sin egoísmos, y los argentinos que gozamos del don de la fe, nuestra oración, invocando la protección de Dios por medios de nuestra señora de Luján. Tengamos muy en cuenta y recibámoslas como dichas a todos nosotros las palabras del Sumo Pontífice en Palermo, el 12 de junio: “No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan dentro. Hagan con sus manos unidas una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra. Así serán jóvenes y preparadores de un futuro mejor, así serán cristianos.
DIARIO LA NACIÓN Miércoles 23 de Junio
El fin del Proceso Las decisiones adoptadas ayer en el más alto nivel gubernativo parecen una respuesta apresurada para superar una situación no prevista. Por lo tanto, cabe considerar que el contraste militar en las Malvinas ha tenido un efecto explosivo en un ámbito hasta ahora preservado de las connotaciones capaces de fracturarlo. Lo que ha concluido no es el gobierno organizado por el teniente general Galtieri, sino un sistema establecido en 1976 por las Fuerzas Armadas. En aquel
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año, para cubrir un vacío de poder cuya conversión en caldo de cultivo de la subversión terrorista colocó a la Nación al borde de su disgregación, las Fuerzas Armadas instituyeron un sistema que, en sus aspectos funcionales, pudo considerarse como una “República militar”. La existencia de esa república descansó sobre unos pocos documentos básicos encabezados por el Estatuto del Proceso, los cuales no sólo fijaron la finalidad de la acción política del poder militar, sino determinaron la forma en que habría de renovarse la Junta, encargada ésta de designar al Presidente. El propósito de eludir la vieja tentación hacia una personalización del Proceso impuso varios recaudos. Entre otros, el principal fue el de una distribución igual de las responsabilidades de las tres fuerzas. Por lo que se sabe, las tres fuerzas acometieron en áreas separadas la tremenda tarea de afrontar la guerra al terrorismo de acuerdo con los métodos elegidos por los propios agentes de la subversión. Sin duda, no había en la Argentina posibilidades optar por métodos diferentes, al menos si se quería cerrar el camino a la subversión marxista-leninista de un modo tan rápido y absoluto como el que ella concibió para conquistar el poder. No es un misterio, por cierto, que la inmensa mayoría de la población comprendió la fatalidad de los recursos empleados. Así lo subrayó la opinión pública argentina frente a una campaña desarrollada en el exterior al son de los compases favorables a las organizaciones batidas aquí con genuino respaldo colectivo al gobierno militar. Como las tres fuerzas tomaron igual cuota en los riesgos de esa oscura guerra, aplicaron un procedimiento similar para el manejo de los mecanismo estatales, si bien siempre estuvo claro que, teniendo el Ejército una composición cuantitativa superior, trasladaba el peso del número a una preeminencia operativa en la misma fuente del poder. Esa fue la lógica explicativa de que todos los presidentes, desde 1976 hasta aquí, hayan sido altos oficiales del Ejército. Pero los términos que articulaban esa lógica se desprendían de una aceptación del máximo de autonomía de cada una de las tres fuerzas en su relación con las restantes. El resultado político de esa autonomía fue la configuración del poder militar con apreciables analogías a las de los gobiernos constituidos sobre una coalición de partidos. Tal analogía valió como una fuerza positiva para afrontar todos los problemas en los cuales estuvieron expuestas a riesgo las causas de unión. Inversamente, la virtual coalición de partidos ha sido una debilidad mayúscula en el trance en que un penoso fracaso bélico ha obligado a asumir separadamente responsabilidades de índole militar. Alrededor de esas responsabilidades, evaluadas con cartabones diferentes, afloraron las distintas tesis destinadas a decidir quien habría de suceder al general Galtieri. La irreductibilidad del Ejército en cuanto a sostener la candidatura de un general seguramente ha estado abonada, entre otras razones, en la necesidad de apagar los fuegos internos, encendidos en esa institución por el hecho de que el ex presidente Galtieri habría pagado con su renuncia el precio de una derrota en la cual no caben sino responsabilidades colectivas. De tal forma, pues, ha quedado abierto el interrogante en cuanto a si el Ejército habría insistido en la candidatura de un general, en los términos rotundos con que lo hizo, en el caso de haberse producido, antes del debate sobre la vacancia presidencial, la renuncia conjunta de los miembros de la Junta Militar, y no sólo la de su representante en ella. Arribamos, entonces, a este punto cargado de incertidumbre porque hemos atravesado una guerra cuyo resultado fue adverso a la Argentina. El sentimiento de frustración de nuestra comunidad es perceptible. Los instrumentos que la civilidad requiere para dar a su presencia una energía constructiva padecen aún las
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secuelas de un largo congelamiento. En las esferas militares no se han definido con claridad convincente los medios con los cuales el país estará libre de recurrencias en el dramático juego pendular de gobiernos constitucionales y gobiernos de facto. Si bien el eclipse del Proceso se insinuó con nitidez en el pasaje en el que el teniente general Viola fue sustituido por el teniente general Galtieri, sin ninguna vacilación cabe afirmar que el Proceso ha terminado absolutamente en el momento en el cual es necesario volver a redactar el Estatuto primigenio porque una sola de las tres fuerzas militares impone sus decisiones, con prescindencia de la opinión de las otras dos. Podrá argüirse que la Armada y la Fuerza Aérea se reservan aún un papel de asistencia consultiva en determinados aspectos de la marcha del Estado y que, por lo tanto, subsiste un margen de participación, pero es incuestionable la visión de una distancia separadora. Dijimos al comienzo que estábamos asistiendo a respuestas apresuradas para problemas no previstos. Hemos procurado señalar la pendiente por la cual se rodó hasta una situación fuera de cálculo. Precisamente porque se han producido hechos desgraciados en el terreno militar y porque la búsqueda premiosa de fórmulas aceptables ha significado desacuerdos y discusiones entre posiciones poco flexibles, es necesario invocar, otra vez, a la serenidad como un auxilio para los que ejercen el poder. Ellos deben estar serenos para apreciar que el país no es un testigo frío de las desinteligencias militares. Deben estar serenos para pensar que el hallazgo de una solución a nuestros problemas fundamentales es una tarea más compleja que la de fabricar una simple salida. Sobre todo, deben apelar a la serenidad para evitar que la crisis del gobierno cabalgue sobre una fractura de la disciplina castrense, es decir la línea en la cual comienzan las perspectivas de enfrentamientos en el campo de los hechos.
ASOCIACIÓN DE ENTIDADES PERIODÍSTICAS ARGENTINAS (ADEPA) Comunicado. (21 de Junio). Fragmentos Publicado en La Nación el Miércoles 22 de Junio Respecto del Acta disponiendo el control de la información por razones de seguridad nacional, 29 de abril de 1982. “(…) fue acatada por elementales razones de prudencia [aunque] mucho más lógico hubiese sido que los medios asociados a ADEPA y otros órganos periodísticos informaran con la única cortapisa de la propia responsabilidad de los editores” “(…) el hecho de que unicamente se diera a publicidad la información oficial creó un verdadero vacío, dado que la población no tuvo acceso a versiones periodísticas que pudieran no coincidir con lo que las autoridades estimaban conveniente a las circunstancias.” “Indudablemente que esta desinformación ha sido una de las causas concomitantes que hicieron eclosión el día 15 del actual frente a la Casa Rosada, donde las fuerzas del orden reprimieron con suma dureza a quienes hasta pocas horas antes creían, y de buena fe, que la marcha del conflicto sobre las islas Malvinas favorecía ampliamente a nuestro país.”
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Nº 1 / Diciembre 2005 Elecciones 2005. Resultados, análisis y perspectivas
El Congreso nacional Rosendo Fraga - José Luis Di Mauro
Sumario de temático y de autores
Partidos, fuerzas y espacios políticos Ricardo Sidicaro - Diana Maffía - Jorge Mayer Hugo Cortés y Sergio De Piero - Horacio Ramos
Elecciones 2005. Procesos, lecturas y escenarios a futuro Miguel Talento - Roberto Bacman - Ricardo Rouvier - Luis Tonelli - Carlos Campolongo
La Capital Federal Artemio López - José Ignacio LLadós
Las campañas Raúl Barreiros y Gastón Cingolani - Adriana Amado Suárez - Néstor Pan
Anexo Elecciones 2005. Diputados y Senadores nacionales (resultados definitivos y provisorios)
Nº 2 / Julio 2006 Norberto Ivancich: compromiso y reflexión. Escritos y memoria de un intelectual del Peronismo
Documentos e intervenciones de la Función Pública Conferencias y ponencias de Norberto Ivancich como Subsecretario de la Función Pública de la Nación
Sumario de secciones y autores
Memoria Semblanzas de Norberto Ivancich, escriben: Miguel Talento - Alberto Fernández - Oscar Valdovinos - Roberto Marafioti - Juan Pablo Cafiero - Hugo Barcia - Marcelo Saín - Lucia Maisonnave - Javier Févre -Norberto Aguirre Equipo de la Función Pública - Cátedra de Argentina Reciente
Escritos de militancia Selección de artículos de Norberto Ivancich aparecidos en Revista Unidos de 1983 a 1990 Escritos académicos y universitarios Selección de artículos y textos de Norberto Ivancich publicados en cuadernos y libros universitarios
Nº 3 / Diciembre 2006 A 5 años del 19 y 20 de diciembre Sumario de secciones y autores Antecedentes y sentidos de la crisis del 2001. Procesos, rupturas y continuidades Miguel Talento - Mario Rapoport - Jorge A. Todesca - Ricardo Aronskind - Norberto Aguirre Ricardo Sidicaro - Roberto Marafioti - Héctor Recalde - Héctor Palomino - Héctor Angélico Horacio González - Stella Martini - María Cristina Reigadas - Carlos Campolongo - Raúl Barrieros
A cinco años. Registro, tendencias y balance Mercedes Marcó del Pont - Orlando J. Ferreres Mario E. Burkun - Eric Calcagno - Daniel García Delgado - Rosendo Fraga - Diego M. Raus Daniel Arroyo - Artemio López - Víctor Abramovich - Alberto D’Alotto Documentos Compilación de Editoriales y Opiniones publicadas por los principales diarios argentinos del 16 al 23 de Diciembre
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