Viaje a la Nación Al-UCÍ

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Viaje a la Nación Al-UCÍ



Viaje a la Nación Al-UCÍ Yo no estoy nunca enferma. Yo no estaba nunca enferma. En más de 30 años de trabajo mis días de ausencia por enfermedad no deben llegar ni a cinco. Hasta ahora. El 3 de octubre de 2013, a las cuatro de la mañana, un dolor opresivo en el pecho, una fuerte tos y mi respiración sibilante me despiertan. Acudo a urgencias a la Clínica C, donde me diagnostican bronquitis aguda, me dan un tratamiento y me dicen que haga vida normal. A las 10 estoy en la oficina. Dos días de obediente medicación, no mejoro. Cada vez me noto más cansada. El 5 por la noche, tras interrumpir un fin de semana en la Cerdanya, vuelvo a urgencias. Con el mismo diagnóstico me cambian el tratamiento, después de tenerme un rato con un broncodilatador. Para casa con un nuevo stock de recetas. La noche del 8 la paso tosiendo, y, tras conseguir un par de horas de sueño despierto sin poder casi caminar, respirar, funcionar. El mínimo esfuerzo de dar unos pasos me deja sin aliento. Vuelvo a acudir a urgencias. Como en las visitas anteriores, me hacen pruebas y me informan: es bronquitis aguda, y está deviniendo en neumonía. El corazón está bien. Debo permanecer ingresada. Perra suerte. No hay ni una cama libre allí ni en otras clínicas de la ciudad. Bastantes horas después consiguen una en la Clínica P. Allí, en la habitación 309, me paso tres días medicada con broncodilatador, antiinflamatorio y antibiótico.

Curiosidades:

Ahora sé para qué sirve la pinza que te ponen en el dedo cuando estás en urgencias: mide la saturación de oxígeno en sangre. Ahora sé que ese valor debe de estar entre 95 y 100 (yo estaba en 91). De la clínica C a la clínica P me llevan en ambulancia, conectada a una bombona de O2. Tenía experiencia como acompañante; es mi primera vez como paciente. Al llegar a la 309 veo que hay un crucifijo en la pared. Y al día siguiente viene una monja que busca al anterior ocupante de la habitación, un tal Francisco.

Me dan el alta con más recetas y una cita para la revisión final el miércoles 23. Nuevamente el informe habla de bronquitis aguda. Postergo un viaje que tengo programado el día 20, cambio los billetes para el 3 de noviembre. Los días siguientes parece que mejoro con el tratamiento, pero me sigo notando cansada, me falta el aire al menor esfuerzo.


¿El destino? El 23 el Dr. G me revisa y se dispone a darme el alta definitiva. Está terminando de auscultar los pulmones diciendo que todo está OK cuando se sorprende al oír un soplo. Me indica que debo ver un cardiólogo, y cruza el pasillo para pedirme una visita urgente. La clínica es la sede del centro cardiovascular SJ, un buen lugar donde tener un corazón enfermo. La visita al cardiólogo, el Dr. O, es para el día siguiente, jueves. Todo se precipita. No pone buena cara cuando me examina y me pide pruebas con la máxima premura: un holter de 24 horas que me ponen allí mismo (lo llevo puesto al día siguiente en la oficina), analítica, ecografía que me programan para el lunes 28 y nueva hora al cardiólogo con los resultados para el martes 29. Le comento que viajo el 3 de noviembre y me contesta con un lacónico ya veremos. Así y todo, el fin de semana lo dedico a los preparativos del viaje. no concibo que no se vaya a realizar.

Lo tengo planeado desde el verano y

El 29 la visita con el Dr. O es a las 20:30. Q me acompaña, para luego ir desde allí al aeropuerto a buscar a A. La carpeta con los resultados de las pruebas está en la mesa mientras le esperamos. La visita es muy breve y casi un monólogo: tiene Ud. una insuficiencia severa, hipertensión pulmonar, prolapso de la válvula mitral con rotura de las cuerdas tendinosas y su ritmo está acelerado. Esto sólo tiene una solución y es quirúrgica.

Curiosidades: En la habitación 409 no hay crucifijo. En todo lo demás es idéntica a la 309: decoración setentera, suelo de terrazo, sofá-cama de falsa piel, un pequeño escritorio en el rincón. La vista es la misma, sólo que desde un poco más arriba. No hay crucifijo pero sí que viene la monja. Entra en mi habitación sin haber sido invitada y a mi pregunta de que qué hace allí me dice que se ocupa de la pastoral, de visitar a los enfermos. Le digo, educadamente, que no vuelva a venir. Los días que siguen la veo por los pasillos: visita a los enfermos y, cuando no hay nadie en el mostrador de enfermería, fisgonea las historias clínicas. En un impreso que me han dado al ingresar escribo una queja, hasta hoy sin respuesta.

Esa válvula se ha de reparar o sustituir. -

¿Es urgente? Se queda Ud. ingresada ahora mismo Pero es que vamos al aeropuerto Ud. no va al aeropuerto ¡Y viajo el día 3! Ud. ¡NO PUEDE VIAJAR!

Así quedo ingresada nuevamente, habitación 409, para pruebas, preparación y cirugía. Sin alternativas y sin opción ni de ir a hacer la maleta. Mi condición debe de ser crítica sin yo saberlo. Ahora comprendo que el soplo detectado en el último minuto y la premura en diagnosticar me han salvado la vida. De haber viajado lo más probable es que

no estaría aquí para contarlo.


Desde el 29 de octubre hasta el 9 de noviembre habito la 409 Al tercer día, viendo lo que me espera, decido deshacerme de la melena. Q consigue que una peluquera acuda a la clínica el sábado y, en el baño, me corta casi todo el pelo. Me siento mucho más ligera. Mi amiga P viene, desde lejos, a acompañarme. Son largas jornadas donde todo mi mundo es la planta cuarta, con ocasionales excursiones (siempre en silla de ruedas) para someterme a alguna prueba: radiografía, ecografía transesofágica, cateterismo.

antes y después Curiosidades: La planta cuarta está dedicada exclusivamente a cardiología y tiene una norma estricta: todo el pipí se ha de guardar para medirlo y compararlo con los líquidos ingeridos, de los que hay que tomar nota. Esa obligación es engorrosa y requiere algunos equilibrios y trasvases que tras un par de días domino. Mi dieta es radicalmente sin sal. Además de sosa alguna de las especialidades es incomestible, como la tortilla-zapatilla o el pescado-cartón a la plancha. Un plato especialmente memorable fueron los canelones, que esperé con ilusión, para comprobar que la bechamel tenía consistencia de engrudo. En el desayuno, mi peor pesadilla: taza con leche caliente y sobre de café soluble descafeinado. Cuando viene Q cada mañana sube del bar un café de contrabando que sabe mejor que a gloria.

dibujo las horas para hacerlas pasar


La cirugía

El día 9 me dejan ir a casa, a hacer reposo y con dieta sin sal. El 13 por la mañana, víspera de la cirugía, vuelvo a ingresar. En ayunas, pues he de hacerme un análisis de sangre para preparar una posible transfusión. Cuando termino los trámites previos me dicen que si quiero desayunar ya es demasiado tarde para hacerlo en la habitación. Contesto que subo, dejo las cosas y después bajo a la cafetería, sin problema. Pues no, una vez que has ingresado YA NO PUEDES DEJAR LA PLANTA si no vas acompañada y en silla de ruedas o camilla. Acordamos que me guarden la maleta mientras voy rápidamente a desayunar y después me acompañan arriba. Habitación 418. Allí paso horas y nervios acompañada de mi amiga P. No me quito la ropa de calle hasta la noche. Así me parece que todo es más normal. A partir de la cena ya no puedo beber ni comer nada, la cirugía está prevista por la mañana.

Curiosidades: Antes de la cirugía hay que estar muy limpio. Después de cenar me traen un camisón azul desechable, que debo usar para dormir. Antes me he de duchar y lavar el pelo con un jabón yodado de fuerte olor y lavarme los dientes con un producto especial. Por la mañana nueva limpieza, interior y exterior. Otra vez duchada me pintan todo el cuerpo con yodo, me eliminan algunos vellos, y me ponen otro camisón azul y cobertores para el pelo y los pies. Las gafas y las joyas quedan atrás. Me preguntan si llevo dentadura postiza. No. Con toda esa preparación ya me puede venir a buscar el camillero.

Llega la noche, me quedo sola. La paso ayudada por un valium, pero duermo poco. Entretengo el insomnio escribiendo. El día 14 a primera hora vienen mis tres hombres a despedirme cuando me llevan a quirófano, con otro valium bajo la lengua para el trayecto. No tengo memoria de ese corto viaje al subterráneo acostada en la camilla. A poco de llegar desaparezco de la consciencia. La cirugía dura unas cinco horas, larga espera para mi gente. Para mí no han existido.

La UCI

El siguiente recuerdo es un vago malestar cuando me retiran la intubación. Me dicen que todo ha ido bien. Pregunto si han podido reparar la válvula: no, llevo una artificial. Eso es el jueves 14 a media tarde. Estoy mareada, débil, y medio dormida, pero no siento dolor.

Curiosidades:

Está claro que en la UCI hay control. Para conseguirlo utilizan, según recuerdo, unos cuantos ingenios: dos tubos que drenan la herida, una sonda conectada a la vejiga, una vía que va a la arteria femoral en la ingle izquierda (le llaman paquirri), otra vía conectada a la vena subclavia a la que van conectando tubitos con la medicación o la transfusión, dos cables muy finos que salen del corazón, tubos de oxígeno por la nariz (gafas), un manguito en el brazo izquierdo que se va inflando a intervalos para medir la presión arterial, un pulsioxímetro en el dedo, y unos cuantos electrodos en pegatinas repartidas por el pecho conectados a los monitores situados a mi espalda. Además de las frecuentes mediciones de temperatura, radiografías y ecografías.

En la UCI se permiten visitas, de una en una, a las 7:00, 12:30 y 20:00 horas. El viernes me levantan y les recibo en una silla. Me traen comida pero no puedo con ella.

La UCI es un lugar inhóspito

, sin ventanas, donde oigo todo lo que sucede a los enfermos de alrededor, de los que me separan unas cortinas. Las horas parecen no avanzar, las luces están permanentemente encendidas. Paso la noche en duermevela. Cuando duermo el tiempo adelanta, en la vigilia parece detenerse. Me salen tubos del cuerpo. Sigo sin ser capaz de comer, la sola idea me da arcadas.


Fibrilación auricular

Curiosidades:

Llega el sábado y sucede algo. Empiezo con una arritmia (fibrilación auricular) y ya no me vuelven a levantar. ¡Tan bien que íbamos! A partir de ahí todo sucede en la cama. El pipí sale por una sonda. La comida viene en bandeja cuatro veces al día. Los enfermeros y auxiliares me asean y me cambian las sábanas. Pido mis gafas, mi móvil, una radio. El móvil no tiene cobertura, me sirve para comprobar la hora y mirar la foto de mis bebés que tengo de salvapantallas. La radio no consigo oírla, me canso. Me canso con todo. El médico de guardia se dispone a corregirme la arritmia. Se pone delante de la cama con un enfermero y una auxiliar, armado con unos cuantos recursos. Primero intenta un marcapasos. varios intentos me hacen saltar

algunas maniobras que no comprendo, para después decirme que probará con Es una caja gris a la que conecta los cables que salen de mi pecho. Hace de conexión y ninguno da resultado, más allá de unos latidos extremos que el pecho derecho como un dibujo animado.

Por razones obvias no sé qué se siente al morir, pero puedo decir que, cuando me introdujeron aquello en la vena, sentí con toda certeza la muerte. Días después el Dr. T, el segundo cirujano, me cuenta que lo que me han puesto es adenosina. Esa medicación puede parar el corazón durante unos segundos, a efectos de corregir el ritmo. No iba tan desencaminada. Según wikipedia, hay maniobras de estimulación vagal que pueden solucionar la arritmia. Entre ellas: - La estimulación del reflejo de náuseas - La maniobra de Valsalva, que consiste en taparse muy bien la nariz y la boca y soplar fuerte por la nariz sin dejar escapar el aire - Sumergir la cara en agua helada - Cubrirse los párpados con los dedos y hacer presión suavemente - Masaje del seno cartotídeo -Toser

Como no funciona, me dice que me va a inyectar, en la vía que tengo conectada a la vena subclavia, una medicación que me dará un ligero calor en el pecho. Tal como me la inyectan tengo una sensación de muerte inminente nunca antes experimentada, sé que estoy muriendo, grito y digo que me estoy muriendo. Me dicen ¡tranquila!, pero yo sé que estoy muriendo. Me dicen, ¡tosa, tosa! y yo toso y toso, pero nada funciona. Por suerte todo pasa rápidamente y pronto vuelve la serenidad. Entonces el médico, en un último intento de quedar como un héroe, inicia una maniobra en la que presiona con dos dedos la arteria carótida (o algo cerca de ahí), describiendo su actuación a los ayudantes y sin darme mayor explicación. Me produce un intenso dolor del que me defiendo intentando arrancarme su mano del cuello. No funciona. Me queda de recuerdo el dolor, que persiste en los días siguientes. Después de esa función de actuaciones fallidas me dejan descansar. Vuelvo al infierno de la UCI, sin noción del tiempo, sin luz natural, sin comunicación exterior, sólo con las horas que no quieren avanzar. Al menos mientras realizaban las maniobras frustradas pasaba algo. El domingo amanece, la arritmia sigue. Aparece un nuevo médico intensivista, y decide, también, corregirla. El método, la cardioversión eléctrica. Para ello coloca en dos puntos de mi pecho unos parches con dibujitos, conectados a cables. Acompañado de dos médicos más, se dispone realizar la maniobra, que consiste en aplicar electricidad sincronizada con las ondas del corazón. Me informan de que me anestesiarán con un producto que apenas me dormirá unos segundos, los necesarios para la descarga, que es la parte dolorosa del operativo. Me dicen que esta anestesia es como un chupito. O algo así. Tengo la sensación de estar despierta durante todo el proceso, pero no siento la descarga, por unos segundos he estado anestesiada.


Veo a los tres médicos que observan las pantallas que monitorizan mi estado y adivino que no ha funcionado. La arritmia sigue. El médico que está a mi izquierda toma entonces un destornillador y comienza nuevamente a conectar el marcapasos a los cables que salen de mi pecho. Le digo que ni lo intente pues ayer ya lo hicieron y no funcionó. Pero insiste, me dice que está haciendo un máster en marcapasos en el Hospital C, que no me preocupe. Se repite la escena de ayer, unos saltos exagerados de mi pecho derecho y la arritmia sigue. Esta condición se expresa, entre otras cosas, en un ritmo de más de 130 pulsaciones por minuto, que habrá de bajar y hacerse estable (sinusal) para darlo por solucionado. El resultado es que cuando mi familia viene a visitarme ya no me miran a la cara, sólo miran el monitor, y a cualquier movimiento mío o aparente excitación me recriminan que las pulsaciones suben. El monitor está detrás, no lo veo, sólo veo sus caras que miran por encima de mi cabeza. Raro.

Curios

Pasa otra noche interminable, aderezada con imágenes que veo cada vez que cierro los ojos, además de sueños muy intensos con argumentos delirantes. Yo lo achaco a la anestesia-chupito, y no me gusta. Al lle Es cerrar los ojos y empezar a ver personajes rarísimos en 3D cinematográfico, que se me acercan hasta ga i d éntic r a la ha verles detalles ínfimos como los poros de la piel o la textura de los labios. Inquietantes. a en enc todo bitación

idades

Llega el lunes y la arritmia sigue. Así las cosas me comunican que no me iré a una habitación hasta que se solucione, y eso puede llevar varios días. Esa noticia me hunde. Aparece el cirujano, el Dr. S, de vuelta del fin de semana. Me dice que estoy muy nerviosa, y que eso no es bueno para mi problema. Que debo estar tranquila, y que en la UCI estoy muy bien controlada. Le digo en que si estoy nerviosa es precisamente por estar ahí, que por favor me deje salir. Se habrá apiadado de mí, porque decide subirme a una habitación donde me controlarán con telemetría e intentarán solucionar la arritmia con medicación. Llego a la 457 donde, a pesar de estar confinada a mi cama y conectada a sondas y vías, me vuelve el alma al cuerpo. Recupero el apetito y me tomo mi almuerzo con ganas, ayudada también por los dos filetes (bolsa de sangre en la jerga) que me han transfundido. Qué fácil es llegar al cielo cuando se viene del infierno. Las imágenes 3D siguen acompañándome cuando cierro los ojos, y al tenerlos abiertos empiezan a venir otras.

:

uen a las 457, a Mi a tro otra legría vez ¡ nteriores , el cru la UC de h c I a auxili no me im ber salid ifijo! a o de pide p que l res que me a edir a las o reti ren co do en el arm . Queda mpañan ence ario. rra-


Es entonces cuando empieza el viaje: Los siguientes días convivo con imágenes que no me dejan ni un momento. Las veo con los ojos abiertos y totalmente consciente de que no son reales. No me producen ni miedo ni inquietud, sólo cansancio. El repertorio es rico y variado. A pesar de estar en mi mente, al cerrar los ojos desaparecen. En esos momentos vuelven las imágenes 3D que venían conmigo de la UCI. Confinada a mi cama, todo queda dentro de los límites de la habitación. En el rincón se sitúa una gran planta de hojas compuestas, parecida al cannabis. A veces está quieta y por momentos crece delante de mis ojos, hasta alcanzar el techo. A mi izquierda éste se cubre de una celosía por la que una enredadera crece, avanza y retrocede en una actividad sin pausa.

Curiosidades: Cuando en las películas un personaje tiene alucinaciones, estas aparecen en pantalla sin diferenciarlas de las imágenes que el relato presenta como realidad. Siempre pensé que era una licencia o un recurso. Creía que cuando alguien alucina lo que ve está en otra dimensión, con menos verosimilitud. Me imaginaba que el fenómeno sucede en un estado semiconsciente, y que al despertar se confunde el sueño con la alucinación. Pues no. Las alucinaciones son tal cual, como en las películas. Suceden cuando estás en un estado de plena consciencia, y las ves con la misma claridad con que estoy viendo mis manos sobre el teclado.

A mis piernas y brazos les salen pelos gruesos y de color rojo que crecen a bastante velocidad, y las enfermeras lucen barbas que también crecen y se modifican. La tele tiene movimiento, con desplazamientos de trayectoria rectangular, y está orlada de plantas, a modo de guirnalda navideña. La pared tiene toda ella una textura de gusanitos de color rojo que por momentos adquieren volumen y se convierten en enjambres que se me acercan para pasar de largo, casi siempre por mi derecha. Esos movimientos se producen de manera aleatoria, pero tras unas horas soy capaz de provocarlos.

En esa misma pared hay imágenes que se deslizan, siempre de derecha a izquierda, proyectadas desde la pared a mi espalda. El contenido es variado, ya no soy capaz de recordarlas todas. Unas son abstractas: formas y colores. Otras son escenas campestres, batallas, multitudes. Algunas tienen detalles que puedo observar fijando la vista: en ese momento el trozo observado hace zoom y puedo comprobar la enorme riqueza que contiene. Destaca un gran cuadro con lo que parecen guerreros a pie y a caballo que se dirigen hacia la derecha, dibujado con un trazo infantil. Las figuras son blancas y el fondo de un amarillo intenso. Curiosamente van armados con palos y escobas. Hay momentos en que la imagen grande tiene contenida otra menor con movimiento, como pequeñas películas. Recuerdo una con un mercado callejero, poco más. La imagen más recurrente es el plano de una ciudad que, por más que miro, no logro identificar. Las calles y plazas tienen textos pero las letras son demasiado pequeñas. Cuando acerco un fragmento para leerlas, se mueven y apenas alcanzo a distinguir que los caracteres son árabes. La ciudad tiene parques y grandes edificios claramente delineados que no relaciono con ninguno que conozca. Además de ser el más recurrente, este dibujo proyectado me impacta especialmente Además de las alucinaciones plásticas, hubo otra: Q se levanta del por la desazón de no conseguir identificar el trazado.

Curiosidades:

sillón y se acerca al baño. Yo no veo la puerta ni conozco el interior de ese recinto, ya que no he salido de mi cama. Lo que veo, parcialmente, es a Q de pie, mirando hacia el baño y según parece orinando. - ¿Estás haciendo pipí? - Sí - Pero, ¿es tan pequeño el baño? ¿Por qué lo haces desde fuera? - Pero ¡si estoy dentro, con la puerta cerrada! PROMETO QUE LO VI.

Pasadas bastantes horas de este espectáculo me doy cuenta de que todas estas proyecciones , incluyendo el plano urbano, tienen algo en común. A pesar del gran detalle y la mucha información gráfica que contienen, una observación detenida revela que están compuestas de una imagen de menor tamaño repetida hábilmente. Como una manipulación informática para aparentar más trabajo del que realmente hay. Si todo esto fue o no producto de la anestesia-chupito, no lo sé. Pero algo muy potente había en mi sistema que me hizo ver lo que vi.


El día 25 me ven ahora es un poco el cumpleaños de email me dice que vez es un flúter.

La vaca en brazos.

Curiosidades:

En los días siguientes desaparecen las imágenes y la arritmia remite con medicación. Viene C a relevar a P, he estado siempre bien acompañada. Cuando me permiten levantarme noto como si llevase una vaca en brazos. El más mínimo esfuerzo es una hazaña: sentarme en la silla, llegar al baño, ducharme, salir al pasillo, son etapas que voy avanzando trabajosamente. Compruebo que cualquier cosa produce cansancio: oir la radio, hablar, ver una película, escribir, dibujar. La actividad mental que más me cansa, la que he tardado más en retomar, es la lectura.

Algunas habitaciones de la clínica están recientemente remodeladas. La última que ocupo, la 424, es una de ellas. Es moderna y con muchos detalles de arquitecto, no muy acertados.

bien y me envían a casa, donde hago una vida limitada por la vaca, que más delgada. El 29 estamos preparados para cenar todos en casa pues es S cuando compruebo que estoy a 130 pulsaciones. Consultado el Dr. O por vaya a la clínica. Me examinan y ¡maldición! ha vuelto la arritmia. Esta

Ingreso en la habitación 424. Como la arritmia no remite con medicación el miércoles 4 me vuelven a hacer una cardioversión eléctrica. Pido que no me den el chupito, y me la hace el Dr. O con sedación. Me ponen algo en la vía, me dicen que cuente de 100 para atrás, y al poco ya no me entero de nada. Despierto descansada cuando todo ha terminado. Y esta vez funciona. Me dejan allí hasta el lunes 9 de diciembre. Tras 34 noches en 5 habitaciones distintas de la clínica P y unos meses de descanso y recuperación, lo peor ya está olvidado. Poco a poco voy llegando a la vida normal, con el clic-clic de la válvula para no olvidar.

En el baño hay un espacio detrás de la encimera por el que se caen las cosas. Y cuando dejas algo allí, a poco que te descuides se acciona el dispensador automático de jabón. Más de una vez la ropa limpia queda con un churrete. La mesilla de noche se mueve por un riel a lo largo de la pared. Eso hace que cuando incorporas la espalda de la cama sea imposible acceder a ella. Así que no sirve para nada. El armario, con unas puertas correderas la mar de aparentes, es tan poco profundo que no da ni para un par de zapatos aparcados en batería. Junto a la puerta del baño, a ras de suelo, hay una luz brillante que no se puede apagar ni de noche ni de día. La tapo con un cartón para poder dormir. El detalle más llamativo es que la pared frente a la cama está toda cubierta por una foto del mar, con las olitas en primer plano y una isla en el horizonte. Desde el primer momento me recordó las proyecciones que les ponían a los ancianos (antes de matarlos y convertirlos en galletas) en aquella película distópica de 1973 protagonizada por Charlton Heston. Es claramente una habitación Soylent Green.

Ha sido un recorrido iniciático, siempre acompañada por toda la gente que me quiere. Mi gente. No hay palabras para dar las gracias, sobretodo a mis tres hombres Q, S, A, sobretodo a mis queridas amiga P y hermana C, también a los doctores O, S y T y a los demás profesionales que me sanaron. Y muy especiales a todos los lejanos y cercanos que, con sus visitas, correos, whatsapps, sms, llamadas, flores, chocolates y mensajes telepáticos, me mantuvieron con energía positiva.

Gracias, gracias, gracias.

Me queda la visión del mapa de la ciudad desconocida.

Para mí ha pasado a ser

la capital de la Nación Al-UCÍ.



Barcelona, febrero de 2014 Š Omara Igualdú


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