EL ARROZ Y LAS FLORES

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PRIMERA PARTE

LA PUERTA Aunque sean llamados por nombres diferentes, Tao y Su Creaci贸n son, en sustancia, Uno. Ambos son sagrados. Y el paso que existe entre 茅stos es la puerta a todo lo Verdaderamente milagroso. Lao Tse


Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo. Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huida y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave. Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex–guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron. (La historia del cerrajero. Cuento tradicional sufí.)

LA PUERTA “Francisco de Asís, creador de las órdenes mendicantes, acabó de introducir al pueblo en la religión; al revestir al pobre con un hábito de monje, obligó al mundo a la caridad; elevó al mendigo ante los ojos del rico y estableció en una milicia cristiana proletaria el modelo de aquella fraternidad que será el cumplimiento de aquella parte política del cristianismo que todavía queda por desarrollar, y sin la cual jamás habrá libertad y justicia completa sobre la tierra. François Rene de Chateaubriand. Ya se estaba quedando sin aliento, pero no podía detenerse.Sus perseguidores no tardarían en darle alcance. Corre por los largos pasillos, atraviesa varios cuartos y cuando llega al último, presa de desesperación se desploma en una silla y rompe en llanto... Se da cuenta de que está perdida. Ya no tiene donde ir. Entonces aparece él, como un ángel caído del cielo. Se


acerca con una sonrisa comprensiva y sin preguntar ni decir nada, descuelga unos cuadros de la pared, descorre una cortina y descubre una puerta. Iba a pasar pero ante su asombro sale el primero. Pensaba que le estaba indicando el camino. Pero no, también huía como ella, y se pone a caminar a tal velocidad que no podía alcanzarle. De pronto se interna por una larga e interminable alameda bordeada de árboles que entrecruzan sus copas en el cielo formando una perfecta bóveda verde Pero a ella lo que más le impresiona era la soledad y la oscuridad que se iba haciendo más densa y profunda a medida que avanzaban. Quería darle las gracias pero él no paraba de hablar y de darle consejos y caminaba a una velocidad que no correspondía con sus años… Y ella no caminaba, sino que corría detrás. Hasta que sin detenerse le ordena en tono imperioso: ¡Regresa! ¡Tienes que entrar por la puerta principal! Se queda helada. No sabe qué hacer, sentía que tenía que acompañarle. Le veía tan solo por ese sendero tan largo e incierto. Pero por otro lado no se siente capaz de desobedecer, había tanta angustia y tanto apremio en su voz. Así que se para y cuando lo hace lo ve alejarse lentamente hasta esfumarse en la distancia. Con ese hábito blanco parecía más un etéreo que un ser de carne y hueso. Con inmensa tristeza emprende el camino de regreso cabizbaja y asolada por un sentimiento de soledad infinita porque a la suya se sumaba la de él. Camina a lo largo de la larga muralla buscando la puerta de entrada. Al fin la encuentra, pero se da cuenta de que está cerrada. Con congoja piensa que no tiene las llaves. Lágrimas de dolor e im10 potencia ruedan por sus mejillas. Y ya iba a emprender el camino de regreso cuando las puertas, como por arte de magia, se abren solas de par en par. Mira hacia adentro y ve un prado verde y un carruaje a toda velocidad que viene justo en dirección hacia ella. Se queda maravillada mirando esos briosos corceles blancos que galopaban con las crines al viento. Estaba tan absorta contemplando la imagen que ni se fijó en el carruaje. De todos modos no dudaba de que el cochero desviaría su rumbo al verla. Cuando lo hace, con horror se da cuenta de que no había ninguno, ¡el pescante estaba vacío! Se queda paralizada de terror. Piensa en huir pero ya era tarde, no tenía donde ir, el carruaje estaba a escasos metros, venía hacia ella. Siente el aliento de los caballos, el aire que sale de las fosas calientes resoplando en su cara, le moja la espuma y ya siente el dolor en todo su cuerpo cuando los caballos se paran en seco… Y despierta agitada con el corazón batiendo como un tambor descontrolado. Caminaban por un sendero bordeado de rosas encarnadas y de lirios blancos. El viento travieso jugueteaba entre las viñas, enredaba la melena de fuego de Teresa, agitaba la sotana de Cristóbal y despeinaba su cabello blanco. Era una tarde de estío, una de esas tardes donde el sol calienta como queriendo derretirlo todo, y ese aire era una bocanada de aire fresco y vivificante, una bendición del cielo que nos aliviaba del sofocante calor… Hablaban animadamente, sus voces se entremezclaban con el fluir constante de las aguas del río que susurraba entre las piedras y se detenía curioso en cada recodo como no queriendo perderse ni una palabra de la cálida conversación.

–Te pasó eso porque no tenías las llaves. Creo que fue un aviso.Al menos yo lo veo así– . Le dice Cristóbal pensativo. Teresa replica: –Pero si las puertas se abrieron solas de par en par ¿Para qué necesitaba una llave? –Las llaves no solo sirven para abrir sino también para cerrar las puertas.


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