A Isaac e Ismael, dos hermanos que se perdieron en el desierto y que a pesar de todos los intentos para separarles y que no se reencuentren se tendrรกn que reencontrar inexorablemente y construir juntos una nueva tierra y unos cielos nuevos.
PRIMERA PARTE BUSCANDO LAS LLAVES
Muy tarde por la noche Nasrudín se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino. –¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa? –Le pregunta–. –Sí, estoy buscando mis llaves. El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina. –¿Qué estáis haciendo? –les pregunta–. –Estamos buscando las llaves de Nasrudín. Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar. Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta: –Nasrudín, hemos buscado tus llaves durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar? –No, dice Nasrudín. –¿Dónde las perdiste, pues? –Allí, en mi casa. –Entonces, ¿por qué las estamos buscando aquí? Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
LA PUERTA DEL CIELO Apretaba el paso como queriendo huir de sus recuerdos. Cada tanto hacía un alto para retomar aliento. Los nardos, los alelíes, las adelfas, las azucenas, las caléndulas, los lirios y todas las �lores silvestres y todos los arboles y las plantas aromáticas exhalaban en la tarde su fragancia. Pero para Ariel todas las fragancias eran una sola, la de Azahara, su lor de naranjo, su jardín de balsameras, la más bella entre todas las �lores del campo... Llevaba sus caricias en su piel, el sabor de su boca en su boca y
hasta el viento parecía susurrarle al oído su nombre... todo le hablaba de su ausencia... tan bella, tan radiante, tan dulce... y ahora tan lejana... Iba al encuentro de su primo Ariel al que todos llamaban el Ari. Oír su voz pausada, serena, era como un bálsamo para sus heridas. Y hablar con él le daba paz, esa paz que tanto anhelaba y que hoy, más que nunca, necesitaba...Mira hacia arriba y ve la ciudad celestial suspendida en el aire, sujeta a una nube como por hilos mágicos. De pronto le pareció ver una escalera apoyada en el suelo por donde subían los ángeles y bajaban. Pensó en el sueño de Jacob. Nunca entendió como podían subir y luego bajar, cuando lo contrario habría sido lo más lógico, pero ahora no solo lo comprendía sino que lo veía, y no solo que subían desde la tierra sino que lo hacían tomados de la mano. Se frota los ojos y la visión desaparece de su vista pero no de su alma. Por fin llega, se adentra por callejuelas serpenteantes, sube escaleras de piedra que hablan de un pasado medieval. Recorre casas antiguas con puertas de hierro forjado, fuentes y aljibes interiores, pérgolas con parras entrelazadas, enredaderas, madreselvas, hiedras, que escalan los muros y las tapias como si no quisiesen perderse nada desde lo alto. Y en verdad era un espectáculo de lo más surrealista cruzarse con esos seres de largas barbas, tirabuzones, caftán, y sombrero que iban ensimismados absortos en sus plegarias y cada tanto miraban al cielo y sonreían como si se cruzasen con algún ser alado. A decir verdad a él le producían gracia, admiración, respeto y ¿por qué no confesarlo?, también algo de envidia. Parecía que habían encontrado en la vida su razón de ser. El hubiese querido conocer ese éxtasis. O simplemente ser como el Ari y su familia que para el eran como un árbol con raíces profundas, muchos frutos sabrosos y anchas ramas donde anidaban no solo sus pajarillos sino todas las aves del campo. Pero hoy estos personajes además de pintorescos estaban transfigurados y rebosantes de alegría. Y toda la ciudad era un gran carnaval, las calles engalanadas con luces y guirnaldas eran un mosaico de colores y la recorrían murgas y
comparsas enmascaradas. En el cielo azul cada tanto estallaban cohetes y fuegos artificiales, y no había un solo sitio donde no se respirase una atmósfera festiva. De pronto un viento huracanado, enloquecido, que parece querer arrasar todo a su paso se pone a soplar con furia inusitada, y todos esos curiosos personajes salen volando por los aires como en un cuadro de Chagall. O eso es lo que le pareció .Se recupera de la visión, se acomoda la ropa, espera que cese el viento, y apresura el paso a la casa del Ari antes de que le sigan asaltando más visiones en el camino y la noche se le eche encima. Por fin llega, toca la puerta y sale un enjambre de niños revoloteando por doquier que se cuelgan a su cuello. Imposible no reírse al ver esas caritas luminosas pintarrajeadas y con ridículas caretas. Hoy es un día especial, el día más alegre y entrañable que les vincula a todos y les habla de su propia existencia como pueblo. Un día que les recordaba que la única manera de sobrevivir era mantenerse unidos. Y era además la única fiesta que se podía celebrar sin tantas reglas ni protocolos, y se podía reír, y comer y beber hasta hartarse o hasta llegar a confundir los nombres de Mordehai y Haman. Parecía que estaban todos los niños del barrio en la casa de su primo. Raquel estaba con las mujeres atareadas en la cocina. El Ari se funde en un abrazo. –Llegaste a tiempo Los niños comenzaban a impacientarse. No hacían más que preguntar por ti y por... e iba decir Azahara, pero se para en seco, se da cuenta que venía solo, y por su aspecto no hacían falta más palabras... ¿para qué echar más sal a las heridas? Y menos hoy que era un día de alegría, un día que celebraba el triunfo de la vida sobre la muerte y no se podía estar triste. Un día que no pertenecía al pasado, a un tiempo irrepetible, sino el eterno presente. Los hijos del Ari le secuestran y entre todos le disfrazan. La verdad es que se sentía ridículo con esas enormes orejas, ese bonete puntiagudo, y esos ojos saltones. Y hay que decir que eso de ser Haman no le gustaba mucho pero al ver la alegría de los chiquillos se deja hacer. Hoy era un día de reírse de todo y de todos y ¿por qué no también de uno mismo?
Después de la lectura del libro de Esther, se realiza las ofrendas, se envían los presentes y se intercalan dichos, anécdotas, cuentos cómicos, bromas, parodias. En fin, era un día que se daba rienda suelta a la imaginación y esta cuando cobra alas parece no tener límites. La fiesta continúa en la casa del Ari que palpita y se ensancha y llegan gente de todas partes ataviados del modo más rocambolesco. Todo era una gran algarabía, los rabinos venían en racimos y con sillas y mesas, y el jardín del interior de la casa se había llenado de sillas y mesas y más mesas que solo faltaba gente dentro de la fuente porque hasta en el tejando había violinistas. Comen y beben. Y siguen bebiendo mientras se caldea el ambiente,………………. Mas en la web
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