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Mario Romero
Preguntó Julia Gis al comandante Conejero, que batallaba por sobreponerse a una resaca demoledora. Tenía el teléfono en la mano y no quería hacer ningún movimiento. Si lo hacía, el cuerpo iba a resquebrajársele, a convertirse en un montón de añicos que, tarde o temprano, serían chupados por la aspiradora de la asistenta. O cuando menos ese era el miedo que tenía.