Introducción Palma escribió desde antes de los quince años y hasta prácticamente los últimos de su larga existencia de ochenta y seis calendarios. Hombre que tuvo que ganarse el pan con su trabajo administrativo, periodístico y, sobre todo, literario, debió desempeñarse en muchos medios laborales, pero sobre todo en las redacciones de los periódicos y las revistas, y, cuando su fama de tradicionista se afianzó, en la soledad de su gabinete, ambiente propicio a las sutiles creaciones del espíritu. La obra literaria de Palma es vasta y diversa; se compone de poesía, teatro y prosa, y en cuanto a ésta de artículos críticos, ensayos y, sobre todo, «tradiciones». También incursionó en la historia y, como tantos intelectuales del siglo XIX, en el periodismo. Por otro lado, su preocupación nacionalista le impuso la tarea de recopilar voces provinciales -americanismos, peruanismos, limeñismos, etc.- que publicó en sendos volúmenes probatorios de su interés lingüístico -Neologismos y americanismos (1896) y Dos mil setecientas voces que hacen falta en el Diccionario. Papeletas lexicográficas (1903); además, fue un caudaloso y entretenido epistológrafo.
La «tradición» Perfil y esencia Muchos estudiosos -críticos y lingüistas de diversa formación e interés- han
abordado el estudio de la «tradición» de Palma, destacando casi todos ellos su originalidad y lo singular que se ofrece en el universo de la literatura en español. Así, se ha dicho que tiene de leyenda, cuento y novela, sin serlo del todo. Palma las consideraba novelas en miniatura, «novelas homeopáticas». Vistas sus principales características, se trata de un relato más bien breve de fondo usualmente histórico que refiere algún suceso, anécdota, hecho misterioso o legendario, ocurrencia, etc., que casi siempre tuvo lugar durante la Conquista y el Virreinato del Perú, contado usualmente con humor criollo y un dominio del lenguaje excepcional, a través de un estilo muy singular en el que la oralidad tiene un papel fundamental. Sin duda, la «tradición» de Palma es producto de muchas influencias ideológicas, literarias y estilísticas, como el romanticismo y el liberalismo, el costumbrismo y los maestros del Siglo de Oro español. Pero a la vez es fruto de una psicología colectiva, de una forma de ser y mirar el mundo propia de cierto sector social peruano, surgido en la costa, especialmente en Lima, para el cual los hechos y las cosas tienen un lado gracioso, pícaro y burlesco que resulta materia aprovechable por la literatura. Por lo mismo, el genio creador de Palma -limeño de origen popular- es el referente forzoso, lo que da pie para afirmar que la «tradición» palmina es creación suya y resultado de su profunda pasión historicista. En efecto, el amor al pasado peruano, alentado por sus románticas emociones y experiencias, lo puso en condiciones de facturar el nuevo subgénero, el cual, a medio camino entre la historia y la ficción, es una mezcla
personalísima en que la fantasía del autor tanto como su cultura, personalidad y estética operan de un modo irrepetible. Un crítico actual, Julio Ortega, advierte así esta problemática: El discurso de la historia es incorporado por el discurso de la narración. La «tradición» es, en todo sentido, la transición de los discursos; la ida y vuelta entre la fábula y la historia, entre el pasado y el presente, entre la experiencia y la conciencia, entre los paradigmas fabulosos y las secuencias históricas, entre la oralidad y la escritura, entre el saber común y el conocer crítico, entre la sabiduría popular y la ironía moderna, entre la cultura como tradición y la nación como identidad... Desplazada siempre en esa condición mediadora, intermediaria, la «tradición» promedia también entre los nuevos discursos latinoamericanos. En ese sentido, es un género, otra vez, intergenérico; un híbrido producto intertextual. Por cierto, Palma bebió cuanto pudo en los autores hispanos que más se aproximaban a sus particulares aficiones, y a partir de sus enseñanzas y modelos creó su propia fórmula. Mucho le sirvió en esa alquimia el conocimiento directo del pueblo limeño, de sus costumbres, fiestas, lenguaje, sociabilidad, etc., lo que le alcanzó un perfecto dominio de la psicología criolla y de sus matices pícaros y satíricos. Con tales instrumentos, sumados a su origen popular y propensión antropológica, plasmó la obra más notable de la literatura y del nacionalismo peruanos del siglo XIX. Originalidad y evolución Esto último merece una ampliación. Las «tradiciones» fueron el resultado de
una búsqueda consciente de originalidad, que determinó toda una etapa de ensayo y preparación que duró muchos años. De ahí que las primeras «tradiciones» fueran relatos fuertemente románticos y convencionales, en los cuales apenas si se perciben algunas trazas originales, las cuales, con el paso del tiempo y la maduración literaria de su autor, cobrarán mayor relieve y plasmarán resultados maduros en los que el lastre del pasado es poco perceptible. Es claro, pues, que la «tradición» palmina sufrió una fuerte evolución, desde las primeras (1853), que en realidad fueron novelitas románticas, hasta las más logradas de los años setenta y ochenta, cuyo perfil advierte claramente el logro de un resultado acabado en estilo, estructura, ligereza, gracia, humor, etc. Por otro lado, debe tenerse en cuenta que Palma siempre tuvo especial empeño en ofrecer productos muy elaborados, resultado de un proceso creador y perfeccionista que en realidad nunca dio por concluido, pues incluso introducía nuevos elementos -adiciones, supresiones, modificaciones, etc.- en versiones más de una vez publicadas. «Pulir la frase» fue para él una constante a lo largo de toda su carrera de escritor. En busca de un estilo inconfundiblemente suyo, Palma fue sin duda un escritor profesional consciente de su valía y celoso de su reputación, y por ello no pocas veces desechó obras por considerarlas indignas de su prestigio. Sentido nacionalista e historicidad La «tradición» palmina surgió en una etapa de la evolución intelectual del Perú republicano en la que un sector de la élite movido por claras ambiciones nacionalistas
buscó la originalidad del país incluso en materia literaria. Uno de los mentores de la generación romántica, el citado Miguel del Carpio, aconsejaba así a sus jóvenes amigos: Sabrá Ud., señor [Manuel Nicolás] Corpancho, que siempre he deseado que en todo género de cosas tenga el Perú lo suyo, lo propio, lo exclusivo, lo que no es, ni pueda, ni deba ser de nadie, para que en esto se parezca nuestra patria a otras cultas naciones, las cuales tienen un carácter señalado, un genio con tendencias privativas, una literatura especial, y, en fin, una cosa que no se parece a la de los otros pueblos de la tierra. Consecuente a este deseo, he aconsejado siempre a los jóvenes que me han honrado con su amistad, que escriban sobre argumentos nacionales, y no permitan que se pierdan entre la oscuridad de los tiempos, episodios poéticos de la mayor importancia que ofrece la historia del imperio peruano, y rasgos admirables de patriotismo y de entusiasmo que se han verificado en la guerra gloriosa de nuestra independencia. Palma siguió el consejo y, sin duda, fue el que mejores frutos obtuvo. Por lo mismo, su obra tiene también el sentido de una literatura fundacional, pues en más de un sentido -cronológica y espiritualmente- «funda» la producción literaria peruana al darle, en efecto, un carácter no sólo peculiar sino propio, un sentido, una identidad. Palma buscó empeñosamente ese resultado pues, desde muy joven, entendió que estaba haciendo obra nacional. También fue original y pionero en su actitud ante el pasado, ya que no desdeñó la época del Virreinato para situar sus relatos y emplearla como venero inagotable de argumentos (lo que le exigió no poca labor de archivo y rebusca de información documental). Su generación sufrió la tremenda limitación psicológica de considerar la época colonial, al igual que la generación anterior que le transmitió la imagen, como un tiempo tenebroso y de oprobio, indigno de ser recordado y menos recreado. A pesar de ese discurso, Palma descubrió en ella muchos elementos rescatables, y no dudó en explotar su singular riqueza histórica para sus fines literarios. Desde luego, siempre le acompañaron una serie de prejuicios anticoloniales y antihispánicos, pero a pesar de ellos acometió la tarea de rescatar del olvido los tres siglos virreinales, no en sus grandes acontecimientos sino en sus páginas más prosaicas, cotidianas y domésticas de la vida diaria. Por ello, y porque era un hombre a quien recrear la historia apasionaba profundamente, su obra brilla ante nuestros ojos como el mejor y más vital fresco del largo periodo colonial, lo que ha dado lugar a acusarlo de pasadista, evasivo y cultor del Virreinato, aunque no le han faltado defensores que, por el contrario, recuerdan su claro espíritu crítico, su pasión liberal, su prédica y hábitos republicanos, su ironía y su sátira aplicadas a las costumbres y hábitos coloniales, etc. Oralidad y escuela Una de las claves del éxito de Palma fue la fuerte oralidad de sus relatos.
Oralidad en cuanto a la fuente -el pueblo anónimo, una abuela, la «tía Catita», algún viejo, etc.- y en cuanto a la presencia del rumor callejero con sus voces diversas y anónimas, y, cómo no, al desarrollo mismo del argumento, en el cual son frecuentes los diálogos que Palma nos deja escuchar por boca de sus bien caracterizados personajes. Los diálogos son sabrosos, salpimentados, ricos en matices humorísticos, fluidos y agudos, de suerte que la fuerte vitalidad que transmiten envuelve al lector al hacerle
sentirse parte de la escena y ganarse su familiaridad. La extraordinaria agudeza criolla de Lima, con sus componentes negros e indios, suele expresarse libre y audaz a través no sólo de la oralidad sino de toda la argumentación de las «tradiciones». Palma tuvo muchos imitadores hispanoamericanos que, como él, escribieron «tradiciones», aunque pocos en verdad lograron el difícil equilibrio del modelo. En todos los países surgieron «tradicionistas» empeñados en rescatar del olvido toda laya de consejas, leyendas, anécdotas, etc., animados también por la pasión historicista y motivados, unos más que otros, en un trabajo nacionalista y fundacional. En el Perú, escribieron tradiciones contemporáneos de Palma tales como Manuel Atanasio Fuentes (el Murciélago), José Antonio de Lavalle, Clorinda Matto de Turner, Eleazar Boloña, Aníbal Gálvez, Mariano Ambrosio Cateriano, Celso Víctor Torres, entre otros. Matto de Turner, Cateriano y Torres escribieron «tradiciones» de sus respectivos terruños, el Cuzco, Arequipa y Ancash, respectivamente, lo que prueba que la receta -y la necesidad- de escribir «tradiciones» también fue asimilada por las élites intelectuales provincianas. Al igual que en el Perú, más allá de las fronteras nacionales se reconoció el liderazgo y magisterio de Palma, a quien se tuvo -y se tiene- como escritor insuperable y modelo acabado del género. Inventario y ordenación La gran mayoría de «tradiciones» -alrededor de quinientas, incluidos textos que, sin serlo, se aproximan o alejan del género- fueron publicadas por Palma en sucesivas recopilaciones o series que vieron la luz entre 1872 y 1910. Desde entonces no han cesado de editarse total o parcialmente, habiendo sido agrupadas por series, épocas, antigüedad de los hechos referidos, temas, etc. Sin embargo, la edición más recomendable es la que sus hijas prepararon y realizó la casa editorial española EspasaCalpe, en seis volúmenes, aunque la de la casa Aguilar es la más manuable por constar de uno solo. Ciertamente, en un corpus tan grande se observan muchas variantes. Unas obedecen al tiempo en que fueron facturadas, pues la «tradición», como hemos visto, sufrió una evolución, a decir verdad un perfeccionamiento; otras a la mayor o menor extensión o trascendencia del argumento, otras a su oralidad y carácter coloquial, otras al tratamiento de las fuentes y a su historicidad, etc.
La poesía Palma escribió poesía desde antes de los quince años y hasta los últimos de su
vida. Fue un fácil versificador que produjo infinidad de composiciones amorosas, religiosas, políticas, humorísticas, necrológicas, de circunstancia, etc., las cuales reunió en varios poemarios: Poesías (1855), Armonías (1865), Pasionarias (1870), Verbos y gerundios (1877), Traducciones de Enrique Heine y otros poetas (1886), Poesías (1887), Filigranas (1892) y Poesías completas (1911). Sin embargo, su poesía es inferior a su prosa, cosa que él supo, no obstante lo cual siempre estimó sus «renglones
rimados», por más que expresara lo contrario. Dotado de condiciones para la poesía festiva, ligera, zumbona, acertó a aprovecharlas y plasmó un conjunto nada despreciable de composiciones que ciertamente no merecen el olvido, siendo sin duda de lo más rescatable del género en la vastísima producción poética del siglo XIX. Junto a Felipe Pardo y Aliaga, Manuel Ascensio Segura, Pedro Paz Soldán y Unanue (Juan de Arona) y Acisclo Villarán, representa la cima del espíritu criollo en los muy trajinados predios poéticos.
La historia Palma pretendió ser historiador en varias ocasiones. Así, en el temprano folleto
en el que recogió esbozos de algunos héroes de la Independencia, Corona patriótica (1853), en sus trabajos sobre la Inquisición limeña, reunidos en el libro Anales de la Inquisición de Lima (1863), en el ensayo sobre el misterio que a su modo de ver envolvía las muertes de dos prohombres de la Independencia, Monteagudo y Sánchez Carrión (1877), y en los apuntes memorialísticos con los que trazó su trayectoria y la de otros románticos de su generación, La bohemia de mi tiempo (1886). Salvo en el primer y último casos, en los otros su imaginación le hizo ir más allá de los documentos y de la verdad probada. No pudo contener su inclinación a la ficción, y el resultado fue la inexactitud e incluso la superchería. Sin embargo, debe recordarse en su descargo que fue pionero en tales investigaciones, realizadas muchas veces con pobre sustento documental, y que en ocasiones acertó en la pintura de la época. Además, buen comunicador social, tuvo el cuidado de recoger un sinfín de versiones de los sobrevivientes que habían sido testigos de tal o cual suceso, incorporándolas a sus estudios, recurso que le sirvió también en la construcción de las «tradiciones».
Oswaldo Holguín Callo Pontificia Universidad Católica del Perú Academia Nacional de la Historia (Perú)