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OPINIÓN |Héroes, no mártires

El crimen organizado se convirtió en un grave problema para nuestro país y la región. Paraguay está siendo examinado por el Grupo de Acción Financiera de Latinoamérica (Gafilat) en cuanto a su capacidad de prevenir y castigar el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo.

Héroes, no mártires

La lucha contra el crimen organizado sacrificó recientemente a un ciudadano ejemplar, el fiscal Marcelo Pecci. Esta tragedia evidenció el poder frente al cual se necesita el heroísmo de cada uno de los paraguayos y paraguayas, además del compromiso serio y verdadero de instituciones y autoridades.

El fiscal Marcelo Pecci fue asesinado el 10 de mayo pasado en la ciudad de Cartagena de Indias, Colombia. Cuatro de las cinco personas acusadas por este atentado fueron condenadas a 23 años de prisión, con una reducción de la pena debido a que confesaron haber perpetrado el crimen.

Si hay un evento que marcó el transcurso de esta primera mitad de año, y probablemente del resto del 2022 y hasta de la década, es el cruel y cobarde asesinato del fiscal Marcelo Pecci.

La crudeza de este oscuro capítulo de la historia de nuestro país no sólo descansa en la forma en que se perpetró el crimen -durante la luna de miel de Pecci y horas después de haber anunciado la venida del fruto del amor que se tenía con su ahora viuda Claudia Aguilera-, sino también en la demostración de poder que proviene de los autores intelectuales en cuanto a su transnacionalidad y capacidad de quedar impunes, más allá de la reducida pena que se aplicó a los autores materiales.

El fallecido representante del Ministerio Público, quien en vida fuera cabeza de varios operativos de investigación contra el crimen organizado y se destacara por su integridad profesional a través del trabajo que realizó durante años, pasa a convertirse en un mártir de la lucha contra este flagelo y su nombre debe perpetuarse como inspiración para todos aquellos que creemos que puede haber un Paraguay y un mundo mejor.

Sin embargo, para que este anhelo se cumpla, antes de permitir que más mártires se inscriban en los titulares de penosas noticias, se necesita que todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas nos comportemos como héroes desde nuestro accionar cotidiano y por medio de las decisiones que tomamos.

Pero, ¿cómo es este tipo de heroísmo?

Hoy en día, ante tantas tentaciones y desilusiones, héroe es quien rechaza un trabajo maravillosamente bien remunerado porque sabe (o sospecha) de dónde viene el dinero que será su salario, el que prefiere no asociarse con un “inversor” sumamente generoso del cual se conoce sus andanzas, y el funcionario que hasta queda como un tonto por no prestarse a recibir su porción de la torta de la corrupción y se esfuerza por cumplir con su misión de manera honesta.

Es bien sabido que el rol de las instituciones es vital para perseguir y acabar con el mal que representa el crimen organizado, fin inalcanzable sin la existencia de un Estado sano y autoridades valientes, pero también es cierto que sin una sociedad consciente del daño que generan estos grupos de delincuentes y que actúe en contra de sus más mínimas manifestaciones, tampoco es posible limpiar nuestras vidas de esta constante amenaza a un futuro promisorio.

Nuestros hijos e hijas necesitan ver el ejemplo de personas que trabajan honradamente y apuestan por el crecimiento respetuoso e inclusivo de una sociedad que rechaza el modelo del dinero fácil, ensangrentado y soez.

Nuestros hijos e hijas necesitan ver el ejemplo de personas que trabajan honradamente y apuestan por el crecimiento respetuoso e inclusivo de una sociedad que rechaza el modelo del dinero fácil, ensangrentado y soez.

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