EL DÍA QUE CONOCÍ A ANGELA DAVIS ME AGARRÓ FIEBRE
MAGDA DE SANTO
MARSUPIAL EDITORA
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Viernes 13 de octubre
Ayer, fue el día de la hispanidad. Dicen que los nazis prendieron fuego las banderas de Catalunya. Yo no lo sé porque no salgo de casa hace tres días. Literalmente no salgo porque caí en cama con fiebres compartidas. Mi novia tiene el mismo virus. Compartimos hasta los síntomas, los medicamentos y los horarios, nos tomamos la fiebre juntas, primero una y luego la otra, contrastamos resultados. Son las 7.30 de la mañana, es mi primer día de insomnio. Estoy en la cocina preparándome un mate. Estoy en mi casa, mi casa nueva de pareja, grande, magnánima antigüedad catalana de maderas crujientes. Puedo hacer mate y toser sin molestar la que duerme en la otra ala del gran hogar. Volviendo al día de la hispanidad, del orgullo español coincidente con el 12 de octubre del genocidio americano, es a su vez un día franquista. Aparentemente el dictador lo decretó en los años 50 y quedo como fiesta popular sin cuestionamiento. Ayer Cristina, la grande, la morocha del pueblo, dijo en la radio a la Negra muchas cosas de su vida privada y se rió mucho, y mientras dormitaba reconocí que sus risas eran algo desconocido. Por que su performance de mujer, es de abogada. Se burló de aquellas mujeres toquetonas que se cuelgan en las faldas de sus hombres, o de aquellas que conversan de sus ropas en la peluquería. Ella solo le importa la política. Estoy leyendo a Angela Davis, porque vino a Barcelona y le di un beso. Y escribimos una entrevista y me da mucha ansiedad que en unas horas salga publicada en Pagina/12. Escribimos la nota en3
tre los estados febriles y la mudanza, entra las compras de verdura para una sopa calórica y las peleas racistas con Adelina, la anterior dueña de la anterior casa que se niega a devolvernos la fianza, por negras-irresponsables-sudacas-impuntualessucias -amigas que-la-vida-la-tienen-fácil- angela-davis-debeestar-muy-mayor. Esta señora Adelina es la típica profesora de feminismo blanco en alguna universidad de provincias de España cercana a los 70 años con un hijo maricón al que no puede aceptar del todo. Una señora con tintes humanitarios coloniales. En suma, una racista homófoba. Pero Angela en la conferencia “Revolución y Resistencia” con un pueblo ampliamente colorido, a pesar de la cara de papel higiénico de las señoras de primera fila, nos tiró un saludo. Antes de comenzar, movió la mano en nuestra dirección con una amplia sonrisa de complicidad. Por la mañana la habíamos seguido, Duen había hablado en un inglés fluido y yo limitado a mirarla. La verdad es que no la había leído, ni era fan. A mi me llegaron las feministas negras clásicas antes que las interseccionales, Audre Lorde únicamente en realidad. De Angela Davis había comenzado su autobiografía de la cárcel y me pareció mal escrito. No puede avanzar. Pero es la pluma de una muchacha de veintitantos condenada a pena de muerte, me imagino que preocuparse por el estilo no era cosa prioritaria. Como sea (el mate me salió frío y ya amaneció definitivamente), habíamos obtenido una serie de logros muy lejanos a la mesura. Llegamos a la conferencia de prensa tarde, en nombre de página 12 las dos, llegamos corriendo, sudorosas y sin un papel para disimular que 4
tomábamos nota y yo entendiendo absolutamente nada de la lengua imperial. En el CCCB encima las audio guías son catalaninglés, porque son anti España. (Cristina refirió los intentos de independencia catalana como las incipientes rupturas de los estados nación que se avecinan.) Llegamos tarde, entonces, con lengua afuera e infilitradas, sin cámara de fotos que hubiera sido la gloria, sin cámara ni mochila para guardar las camperas, con cara de dormidas y sin batería en el celular para grabarla con calma. La seguimos, le rogamos a la mujer de prensa con su peinado afro en versión blanca que le daba una altura considerable pera paradójicamente la hacía más pequeña y menudita europea, le rogamos que nos de unas entradas para la conferencia de la tarde, lo hicimos delante de la propia Angela Davis a la espera del ascensor pero no hubo resultados. En la puerta del CCCB volvimos a verla a la enorme, estilizada, pantera negra, nos sacamos una foto con mi celular al borde de batería y cámara vergonzosa. Invitadas por dos tipos -en rigor, un tipo y un jovencito, ambos afrodescendientes españoles- a tomar café de golpe recuerdo el horario de terapia. Duen se queda conversando de políticas negras descoloniales y migraciones, yo me voy con los bolsillos inflados de cosas, el cargador del celular, los cigarrillos, el encendedor, la billetera. Se me cae los pantalones del peso, se me abre el cierre del bolsillo de la campera que me da calor. Me meto en el subte, le aviso a mi terapeuta que voy con demora. Entro a la casa de Adelina a medio mudar, cargo el celular, hablo por fin con mi calmante psíquico que me hace caer de la hermosura viviente en la que estamos. 5
Llega mi novia, limpiamos el maldito piso, Duen llora de resentimiento de clase, limpiar casas en general le pega mal, sobre todo si no va a hacer uso ella misma de la suavidad perfumada de las superficies. Llora de bronca y resentimiento anticipándose a la negativa de Adelina. Es la hora de la conferencia, no tenemos entradas, Duen repite como mantra las palabras de Angela Davis “no hay que pensar como el sistema”. Se le ocurre la genial idea de ir como mi traductora, o mi fotógrafa. Ya sabemos que solo otorgan una entrada por medio de comunicación. Estoy dispuesta a que ella entre por mí, no sólo porque mi terapeuta me hizo darle cabida a las necesidades de mi pareja, sino porque Duen es fanática de Angela Davis: en su estado de wasap dice que no le hablen si no la leyeron. Principio que, desde ya, no cumplí. Llegamos en horario porque yo me confundí y ella no me dijo la verdad. Entonces llegamos a horario. Le tuve que dar un codazo porque de ansiedad estaba preguntando a cualquiera diciendo cualquier cosa para que le den una entrada. La reté. “Vos te callás. Dejame a mí”. Fuimos a la sección prensa pero hizo la misma estupidez desesperada. Cuando sos prensa tener que ser una diosa porque vas a trabajar, no a ver a tus ídolos. Son dos actores trabajadores que se encuentran que tienen que colaborar mutuamente. El mal desempeño de uno afecta directamente al otro. Mi performance de periodista no se había desplegado en territorio colonial aún pero lo hicimos. A último minuto, cuando Duen ya estaba en la cola con mi entrada y yo en la dulce espera voy corriendo a su encuentro para abrazarla. Pablo Martínez, el di6
rector de la escuelita blanca, me vio y sonrió al teléfono, yo no lo participe de mi festejo. La que pica la entrada lo mandó a la sección de invitaciones porque él no tenía la suya y nosotras descendimos por la rampa del CCCB, Duen nuevamente llorando y agradeciéndome. Se detuvo en la mesa de venta de libros y compró el clásico Mujeres, raza y clase y el último que son una serie de entrevistas. Ayer empecé a leer Mujeres, Raza y Clase que ya en las primeras páginas desarrolla una hipótesis que se alienea con las construccionistas de género. La mujeres negras esclavas no eran mujeres, eran esclavas trabajadoras y paridoras, a lo sumo la marca de género se encontraba en la posibilidad de violarlas o de parir, pero no eran lo que entendemos como “mujeres”. En este sentido, de fondo se asume que la construcción de la feminidad es blanca y por lo tanto se deduce que un feminismo -aunque no sea esencialista ni genitalista como el de de Bouvoir- que sostiene y asume un sujeto mujer relativamente universal, sin problematizarlo o historizarlo es, de mínima, racista. Esto en las primeras cinco páginas de libro. Y luego me dio insomnio. Pensé en la insistencia de Cristina de su construcción de femineidad, tan Joan Riviere, tan enmascarada de las ansias de poder. Antes de leer la hipótesis, recién comparado el libro, nos dimos el lujo por caminar por el medio de la pasarela, sin timidez, en el medio con nuestras invitaciones de prensa para sentarnos adelante. A los costados centenares de personas en su sillitas bien ubicadas y orgullosas de ese espacio conquistado. Nosotras caminamos hasta delante mientras un hombre europeo blanco petiso con una corbata que le 7
llegaba hasta las caderas de color roja con ovejitas blancas y en el medio una negra (me lo imagino en su casa eligiendo la ropa, en el momento que pensó “con esta corbata me amarán, qué brillante soy”), bueno, con su corbata, camisa blanca afuera del pantalón como informal, saco de vestir y pantalón rosa, hablando en catalán sobre quién era Angela Davis. El petiso este habló con simpatía tal como para afirmar que Catalunya no hay gente negra, y mientras seguía con su discurso y nosotras de la mano por la pasarela central llagamos a proscenio, ahí justo, ahí Angela nos hace contacto visual y nos tira un saludito. Nos sentamos en el piso como unas reina. ¿Vos viste eso? Y una española joven a nuestro lado, se entromete, pues yo sí. A la izquierda del escenario mientras el petiso seudo gracioso invoca a las masas catalanas allí presentes a cantar una canción de justicia y el publico mayormente racializado lo abuchea, se niega y empieza a gritar por el nombre de la querida intelectual, ahí mismo desde el piso veo en la primera fila de gente sentadita a mi profesora de filosofía Marina Garcés. Que delicioso saber que Angela insistió en que no se puede pensar en el hoy, ni en el capitalismo, sin dar cuenta de la colonización y la esclavitud. Qué precioso ser testigo de la cara de la filosofa europea que enseña Rosseau y el nacimiento de la crítica con Kant y otros engendros antropológico de la supremacía blanca. Angela terminó su conferencia con un ¡Asúmanlo, Europa ya no es blanca, es Europa es racista! Y todas lloramos. Nos fuimos a seguir limpiando la casa de Adelina con gasolina Davis, empoderadas por el boulevard Sant Joan. Habíamos pedido ayuda 8
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a Vicu, la hermana de Maie. Duen empezaba a tener febrícula. Pero la emoción se le confunde a veces con el reconocimiento de una anomalía física. A mi me pasa que lo niego directamente. La imposibilidad de reconocerse vulnerable, o quizá peor, la pelea interna de una por no ser la débil muchacha que su padre caricaturiza. Llegando a la casa nos chocamos con la propia Adelina y su hijo, nuestro amigo maricón, que se burló de algún modo que no entendí hasta el día siguiente. En la puerta Vicu nos esperaba con cervezas y disposición. Frenética barrió toda la casa y pasó la fregona con lavandina hasta el último rincón, nos contó historias a los gritos y Duen ya se quedó quieta en una sillita a punto de desmoronarse. Nos fuimos las tres con las últimas valijas, una cada una, y un objeto en la mano, el cuento impreso “Populismo queer” en una especie de tergopol canchero, un tubo con dibujos y pinturas de Duen y una lata de cerveza en cada mano. En la otra mano, cada una, una maleta de distinto color: gris, rosa chicle y verde manzana. Llegamos a casa. Sabíamos que teníamos que entregar la nota al otro día a las 10 am Argentina. Y devolver las llaves a la vieja racista a cambio de la fianza. Duen esa noche deliró de fiebre. Quizá se le mezcló con las potentes emociones del día. Era un radiador. Me levanté a la madrugada para ponerle paños de agua helada en la frente y un medicamento típico para estos casos. Por la mañana la dejé en cama con un gorro de invierno y la computadora para que se ponga a traducir. Me levanté con tiempo, pero salí tarde como me sucede habitualmente. Me di cuenta que mi demora de minutos podría generar una batalla campal 10
con Adelina. No me iba a dejar pasar por encima. Empecé a sentir mi propia fiebre y fatiga a varias cuadras de caminata, desde la esquina la veo parada en la puerta con sus manos en la cintura posición jarra. Está molesta. Miro el reloj y son las 12.08. Llego 8 minutos tarde. Escándalo. Comienza la película norteamericana de los años 50 de la ama y su sirvienta, me recoloca allí y vuelvo a zafar. “Los favores cuestan muy caro”. “Solo espero un poco de respeto”. “¿No me podías llamar para avisarme tu demora”. No voy a pedir disculpas de nada. No voy a decir sí señora. Pisa el palito. “La llame a tu amiga y me dijo que tiene fiebre. Seguro. Fiebre”, se burla. No es mi amiga, es mi pareja. Está adoctrinada en cuestiones lgbt por el feminismo blanco y su hijo maricón dueño de la librería La Caníbal, que Duen le pintó una Gilda en la persiana. “Aquí, en este país, se dice amigas”, se justifica la señora y ahí se cae a pedazos su pequeña fortaleza. Ambas sabemos no sólo que es mentira, sino que ella cometió un error que la avergüenza y revela su edad deficitaria de progresismo bien intencionado. En efecto, su presunta solidaridad humanitaria respecto de alquilarnos por 6 meses un departamento se sostenía en base a ayudar a unas lesbianas sudamericanas sin recursos. Abrimos la puerta. Al entrar y ver todo tan blanco e impoluto se calma. Baja la guardia. Observa cada cajón, y se siente cada vez más segura en su territorio. Encuentra mi termómetro olvidado pero no se enfada. Las sucias saben limpiar las casas. No así mismas, pero si las propiedades blancas de las blancas. Huelen mal pero están entrenadas para no dejar rastros. Y son muy honestas. “Ya 11
sé que no tendremos problemas con el dinero”. Nos ponemos a hacer cuentas. Me debe, finalmente, 478 euros. “Pensé una propuesta. Ahora te doy la mitad y luego cuando compruebe que toda la casa está funcionando correctamente te doy lo que resta. Habitualmente en las inmobiliarias es luego de un mes, pero yo de favor lo haré en unos días”. No me lo puedo creer, el sadismo se prolongará aunque cada artefacto de la casa está asegurado. Cada pared tiene seguro. Todo el piso tiene un seguro. No me puedo liberar de esta mujer. La fiebre me sube. Transpiro. Busco agua y sirvo dos vasos por cortesía. No me agradece. Saca muchos euros de 50 a la vista. “No tengo sencillo, tendremos que ir a cambiar abajo”. Mi orgullo, autosuficiencia y capacidad de resistir un rato más con esta tortura se acaban. Deje, deme 200. Me debe 278. La palabra deber a una acreedora innata le hace rechinar. "Ud. me debe a mí la última factura de agua”, concluye. Salgo sin detenerme derecho por el boulevard Sant Joan hacia el Arco de Triunfo. Quiero meterme en la cama, tengo hambre, fiebre, estoy sudada y me acabo de dar cuenta que olvidé la bici atada en el árbol de la puerta de la casa de Adelina del día anterior. No me importa. Duen se indigna ante el corralito colonial de Adelina que retiene nuestro dinero. Busco un mercado, tengo los 200 euros en la billetera que me los quiero gastar todos juntos en cualquier cosa haciendo honor a mis latitudes. Tengo, ergo, gasto. Entro al peor mercado del barrio, no hay siquiera con qué tentarme. Pienso rápido una compra para enfermas: limón, fideos. El hombre que atiende es bastante joven para el tipo de mer12
cado que ostenta. Está avergonzado de sus manos supurantes, con pequeñitas ampollas coloradas una al lado de la otra como una constelación de psoriasis indisimulable. Me entrega el paquete temblando. Cambio 50 euros de Adelina por un paquete de fideos. Entro a otro supermercado compulsiva aunque la fiebre me retrase el andar. Compro lo que me da el cerebro y la oferta. Gasto otros 20 euros. Quiero más. Encuentro un vivero, perfecto para nuestra nueva casa. Compro un crisantemo, una violeta de los alpes, y otra que tiene flores minúsculas rosadas como las ampollas del tipo del almacén. Llego a casa, siento que me voy a desmayar. Duen está obediente traduciendo a Angela Davis. Tenemos que entregar la nota en una hora y aun no tiene ni un renglón. La hacemos en tiempo récord. Enviamos y a dormir dos días seguidos. Ya está online y se la quiero refregar a todo el mundo. Tiene varias erratas, problemas de tipeo y alguna concordancia verbal mal dispuesta. Angela Davis es nuestra pantera criminal. Por cierto, me llegó un mail. Nos han rechazado de la Sala Beckett, el obrador de dramaturgia catalán que dice ser internacional, una convocatoria para hacer esa obra. No me afecta en lo más mínimo. Tengo una vecina pianista, son las 10 de la mañana.
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Crónica enviada desde el otro lado del océano -desde Barcelona, para ser más precisa- a propósito de la visita de la filósofa y activista afroamericana Ángela Davis, acontecida en octubre de 2017.
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