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MAYO 2009
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Carta del Editor La revista Psicología.com agradece a todos nuestros lectores su preferencia y el darnos la oportunidad de poder formar parte de su vida. Agradecemos también a todos los que han colaborado con nosotros para que este proyecto pueda llevarse a cabo. Nuestro fin es poder ayudar a todos nuestros lectores a entender mejor nuestra conducta y nuestra mente de una forma sencilla, con temas de interés para profesionales de la salud mental y gente interesada en este tópico. Esta edición contiene temas relacionados con todas las ramas de la psicología que nos motivan a crecer individual y colectivamente. Esperamos que sea de su grado y seguir formando parte de su aprendizaje.
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Síntomas obsesivos en la infancia, trastorno en el adulto Sufrir obsesiones y rituales compulsivos en la niñez predispone a padecer trastorno obsesivo compulsivo en la edad adulta. Cerca del 8% de los niños sufre obsesiones y rituales compulsivos. Al crecer, muy pocos desarrollan el llamado trastorno obsesivo compulsivo (TOC), un mal que sufre el 2% de la población. Sin embargo, ahora un nuevo estudio internacional asegura que este comportamiento durante la infancia podría multiplicar la posibilidad de desarrollar TOC en la edad adulta. Es en esta edad cuando padecer esta enfermedad se convierte en un gran problema, por su cronicidad y difícil tratamiento. El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es un estado en el que se muestra un sentimiento de compulsión por realizar una acción, persistir en una idea, recordar una experiencia o insistir sin sentido en asuntos abstractos. Este sentimiento, además, causa malestar intenso e interfiere en la vida cotidiana de quien lo padece, tanto en las actividades laborales como en las relaciones sociales y las rutinas diarias. La mayoría de las personas que lo sufren reconocen que sus obsesiones proceden de su propia mente, y se oponen tanto a ellas como a las actitudes compulsivas que se derivan. No obstante, no consiguen evitarlo. La combinación de las dos palabras, obsesión y compulsión, explica todos estos síntomas y da nombre al trastorno. La primera se refiere a pensamientos, ideas, temores o imágenes que se presentan de forma persistente y recurrente y que causan malestar. Las compulsiones (o rituales compulsivos) se refieren a las conductas o pensamientos repetitivos y estereotipados destinados a reducir el malestar que generan estas obsesiones (lavarse las manos con frecuencia, no pisar determinados sitios al andar, contar de forma insistente o rezar, etc.). Los principales focos de obsesión son la limpieza y el lavado, la comprobación ante la duda, el coleccionismo y la acumulación sin medida, el recuento y la repetición, y el exceso de orden y la organización.
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Control en la infancia El TOC suele aparecer a edades jóvenes, pero su inicio puede abarcar desde la escuela hasta la edad adulta. Éste es un dato positivo: en adultos supone una enfermedad crónica y un grave problema terapéutico, por lo que si se trata en la infancia se podrían evitar su desarrollo posterior y muchos diagnósticos tardíos. Así lo asegura un estudio multinacional reciente que por primera vez ha hecho un seguimiento de diversas variables psicológicas a largo plazo, desde el nacimiento hasta la edad adulta. Las personas que sufren este trastorno reconocen sus obsesiones y se oponen a ellas y a las actitudes compulsivas que se derivan sin éxito También es el primer estudio en relacionar los síntomas obsesivos y los rituales compulsivos en la infancia con el riesgo de padecer un TOC en la edad adulta. El estudio confirma lo que cerca de un 33% de adultos con un TOC asegura: que sus síntomas ya habían aparecido durante su infancia. Este trabajo lo ha llevado a cabo un equipo internacional coordinado por el investigador español Ángel Fullana, miembro del Departamento de Psiquiatría y de Medicina Legal de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) e investigador del King’s College de Londres. Los resultados, que confirman que la reiteración de conductas obsesivas durante la infancia aumenta el riesgo de desarrollar un TOC en la edad adulta, inciden en la necesidad de enfocar los esfuerzos preventivos en los niños con estos síntomas, ya que se ha comprobado que en el resto de la población este riesgo es menor. Aunque los datos provienen de Nueva Zelanda, estos pueden, según los investigadores, extrapolarse al contexto español, ya que las características y la incidencia de este trastorno son similares en todas partes. La investigación se ha elaborado a partir de los datos del llamado “Estudio Dunedin”, que desde hace 36 años se está realizando en Dunedin (Nueva Zelanda) con una muestra de 1.000 personas. Los investigadores evaluaron la evolución de dos variables en diversos momentos de la vida de los participantes (11, 26 y 32 años). Una de estas variables fue la presencia reiterada de ideas obsesivas (pensamientos recurrentes y no deseados de poder hacer daño ajeno, por ejemplo). También fueron evaluados rituales compulsivos como la necesidad de lavarse las manos de manera reiterada, de comprobar una y otra vez pequeñas tareas cotidianas o de hacer acciones repetidas sin sentido. Los resultados mostraron que un 8% de los niños estudiados a los 11 años presentaban síntomas obsesivos, los cuales mostraron tener seis veces más probabilidades que el resto de desarrollar TOC en la edad adulta.
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Diagnóstico y tratamiento Los resultados, según el experto, no deben crear alarma, ya que estos síntomas “son muy habituales entre los ocho y los diez años de edad, y la frecuencia de la enfermedad en la edad adulta no llega al 2%”, por lo que los porcentajes varían bastante. Lo cierto es, sin embargo, que el TOC es una enfermedad infradiagnosticada. Cerca de un millón de personas lo padecen en España, pero muchos pacientes tardan una media de nueve años en ir por primera vez al médico, algo que dificulta mucho su tratamiento. Diversos estudios han observado, además, que los pacientes pasan una media de 17 años desde el inicio del TOC hasta que obtienen el tratamiento adecuado, o que es muy fácil que una persona con la enfermedad guarde secretamente sus síntomas. Estos aspectos dificultan aún más el diagnóstico. El TOC viene condicionado por antecedentes familiares con la enfermedad. Por la eficacia de los antidepresivos inhibidores de recaptación de serotonina (ISRS) usados en el tratamiento del TOC, se cree que se debe a una alteración de la serotonina. Se han encontrado también alteraciones en la función en circuitos cerebrales que comunican a los ganglios basales con la corteza cerebral, y en concreto en una zona llamada núcleo caudado. Su tratamiento tiene un importante componente psicológico, basado en técnicas de exposición y prevención de respuesta para controlar la ansiedad. También consta de terapia farmacológica basada en la administración de antidepresivos. Para diagnosticar un TOC, los síntomas deben prolongarse durante más de una hora al día, provocar malestar o alterar de forma significativa la vida cotidiana de quien lo padece.
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Equilibrio, la mejor terapia contra los celos infantiles Cuando un nuevo bebé entra en el hogar, es común que los niños asuman con dificultad que tienen que compartir su protagonismo en la familia pero los celos pueden controlarse con atención y comprensión antes, durante y después del nacimiento. La llegada de un nuevo miembro a la familia es un momento de gran felicidad, y de enormes cambios, de manera especial para el hermano o la hermana mayor, que ve en el recién llegado a un intruso que viene a usurpar su puesto de “rey de la casa”. Es habitual que los hermanos asuman con dificultad que tienen que compartir su protagonismo en la familia. La ausencia, o el control, de los celos infantiles dependerá en buena medida de la forma en que los padres gestionen el anuncio del embarazo y el nacimiento, momentos en los que el amor, la comprensión y la atención serán los instrumentos para que el niño no se sienta “destronado”. Allanando el terreno ante la llegada del “intruso” • Elija el momento adecuado para informarle de la llegada de su nuevo hermanito. Explíquele qué es lo que va a suceder. Hágale saber cómo va a influir el nuevo bebé en su vida. Cuéntele tanto las cosas positivas, como las negativas: cambio de cuarto, compartir sus juguetes, ayudar a mamá y a papá, hacer de hermano o hermana mayor, etc. • Responda a sus preguntas e inquietudes de acuerdo a su edad y nivel de madurez. Satisfaga sus inquietudes acerca de cómo se desarrolla el bebé en la tripita de mamá en términos que pueda comprender. • Relacione el momento del nacimiento con momentos señalados. Nueve meses de espera son muy largos y difíciles de entender para una mente infantil. Póngale una fecha que pueda comprender: Navidad, cuando lleguen los Reyes Magos, el verano, etc. • Involúcrele en el proceso del embarazo. Llévelo a la consulta con el ginecólogo o la matrona para que escuche los latidos del corazón de su futuro hermanito o hermanita. También le puede acompañar a conocer el hospital o clínica en donde nacerá su futuro compañero de juegos. • Hágale participar en los juegos de estimulación prenatal. Anímele para que hable al bebé en el vientre, para que sienta los movimientos del bebé dentro de mamá, etc. • Explíquele el mundo de los recién nacidos. Muéstrele fotos y ropa de cuando era un bebé, y cuéntele la historia de sus primeros días, de la ilusión con que sus papás prepararon sus cosas. Le gustará saber que antes de su nacimiento se le prestó tanta atención como al nuevo bebé.
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• Si tiene la oportunidad, visite a amigos o familiares que tengan un recién nacido en casa, para que vea cómo se alimentan y cuánto duermen los primeros meses. Es muy normal que esperen que su hermanito o hermanita juegue con ellos nada más nacer, y se llevan una gran desilusión cuando comprueban que lo único que hace durante los primeros meses es dormir. • Comente con él o ella la situación de algún amiguito que tenga hermanos, y hágale pensar en lo bonito que es y las ventajas que tiene ser el primogénito. • Deje que participe en las conversaciones sobre el nuevo bebé, y cuente con su opinión para elegir nombre. • Al mismo tiempo, no deje de dedicarle una atención especial, a conversar de sus cosas, sus experiencias, sus inquietudes. No centre todas las conversaciones en el futuro bebé. Hágale sentir que siguen manteniendo una relación especial en la que sigue siendo único, a pesar de que lleguen más hijos o hijas. • Hágale partícipe de los cambios que va a realizar en casa para preparar la llegada del nuevo miembro, de manera que pueda colaborar y participar en ellos: preparar las cosas para el bebé, ordenar los armarios, etc. • Anímele a que escoja o prepare un regalo de bienvenida para el bebé. • Si la llegada del nuevo miembro de la familia implica un cambio de habitación, hágalo con la suficiente antelación para que el pequeño no lo asocie a la llegada del bebé, y no le culpe de ello. • Prevea con antelación quién cuidará de su hijo o hija el día del parto y los sucesivos, y explíqueselo para que se sienta cuidado y protegido en todo momento. • Lleve a cabo los cambios necesarios en la vida del niño con antelación a la llegada del bebé (quitarle el chupete, cambiarle de la cuna a la cama o llevarle a la guardería o al colegio) y así no los asociará con la llegada de su hermano. El bebé ya ha nacido, y ahora ¿qué? • Trate de que el hermano, o la hermana, sea uno de los primeros en visitarle, y dedíquele en su primera visita atención exclusiva. • La primera vez que vea al bebé, es aconsejable no tenerlo en brazos y que sea él quien pueda acariciarlo e incluso cogerlo. Deje que toque y acaricie a su hermanito o hermanita desde el primer día. • De vuelta a casa, trate de que coopere en todo lo posible en el cuidado del bebé; que le dé el biberón, que ayude a vestirlo, o que meza la cuna para dormirlo. • Si la criatura ignora al recién llegado no fuerce la situación, cuando lo crea conveniente se acercará.
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Mantenga y respete sus espacios y pertenencias. Saque tiempo de donde pueda para dedicárselo en exclusiva.
Dedique tiempo y atención a su hijo o hija mayor para que sienta que siguen manteniendo una relación especial aunque llegue un nuevo bebé Qué hacer cuando aparecen los celos • Los celos no siempre aparecen tras la llegada del hospital. También surgen cuando el mayor siente al nuevo bebé como un rival que le roba el cariño y la atención de sus padres. • Preste atención a cualquier cambio en el carácter y forma de comportarse de su hijo o hija. Puede que no tenga ninguna reacción y se muestre indiferente hacia el recién llegado o que, por el contrario, quiera participar en todo momento en su cuidado. Cualquier extremo es una señal de que no ha entendido o aceptado el nacimiento del bebé, y que le está afectando. • Compruebe si muestra actitudes agresivas hacia el bebé, o si tiene conductas regresivas, es decir, propias de un niño de menor edad, como tartamudear, no querer comer, gatear, no avisar para que lo lleven al baño, etcétera. Ante estas reacciones no debe mostrar enfado, ya que el niño o la niña culpabilizará al bebé de la situación, y guardará su resentimiento hacia él. Mantenga la calma, y sea paciente, comprensivo y tolerante. • Reserve un tiempo especial para estar con su hijo mayor, y no permita que nada interfiera con ese momento. Abrácelo, cántele o léale un cuento. Mientras menos cambios se produzcan en su rutina, menos estrés sentirá. • Procure no hacer distinciones en el tiempo que dedica a uno y otro hijo, y en la atención que les da. • Evite establecer comparaciones. Se las tomará a mal y se sentirá menospreciado. Su mente las interpretará como una señal de que antes todo lo hacía bien y ahora su hermanito o hermanita le hace la competencia. • Informe a su entorno de los celos que sufre su hijo o hija mayor. Pida a amigos y familiares que muestren interés por el mayor, y que le alaben. En estos casos es muy habitual que todos digan lo rico que es el pequeño y que el hermano mayor pase desapercibido, lo que agudiza sus celos.
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Enuresis y encopresis, tratamiento psicológico La terapia va dirigida a encontrar la causa y a utilizar técnicas para que el niño aprenda a controlar los esfínteres Los trastornos de eliminación de orina y heces, enuresis y encopresis respectivamente, son característicos de la infancia. Pueden tener una causa orgánica o psicológica y, en ambos casos, tienen tratamiento. La terapia psicológica comprende la enseñanza para aprender a controlar los esfínteres, psicoterapia y una serie de recomendaciones para los padres del niño afectado sobre cómo afrontar la situación y resolverla. Escapes involuntarios La enuresis es el escape involuntario de la orina durante la noche; la incapacidad de retenerla durante el día se denomina incontinencia diurna. Consiste en la aparición de una emisión repetida de la orina en la cama o en la ropa, superados los cuatro años de edad, tiempo en el que el niño debería haber adquirido la continencia urinaria. Para que se pueda hablar de enuresis también hay que hablar de frecuencia: este tipo de incontinencia tiene que ser de dos episodios semanales al menos durante tres meses consecutivos, precisa Silvia Chicote, psicóloga especializada en niños del centro Psicomaster, de Madrid. Hay dos tipos de enuresis: la primaria y la secundaria. La principal diferencia entre ambas es que, en la enuresis primaria, el niño nunca han llegado a conseguir el control de la orina, mientras que en el caso de la secundaria sí que lo han conseguido, aunque durante un periodo corto de tiempo, unos pocos meses a lo sumo. La encopresis, por su parte, es la evacuación repetida de heces en cualquier lugar inadecuado que no sea el retrete, como en el suelo o la ropa. Y al menos tiene que producirse una vez a la semana durante tres meses consecutivos. La edad a partir de la cual puede considerarse encopresis son los cuatro años, añade Chicote. Niños afectados En el 70% de los casos la enuresis no está diagnosticada Por lo general, la enuresis es el trastorno de la eliminación más común y, por ello, más estu-
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diado. Este trastorno ocurre por igual en menores de ambos sexos, en cambio, la encopresis es más frecuente en niños. La enuresis nocturna afecta al 15% de los niños de cinco años, según El Libro Blanco “La Enuresis Monosintomática Primaria en España”, una iniciativa de la Asociación Española contra la Enuresis, de varias sociedades científicas y de la compañía Ferring que se hizo pública en 2007. Del documento se extrae que el porcentaje de afectados va disminuyendo con la edad. En el 70% de los casos no está diagnosticada y, según un 83% de los casi 1.200 pediatras a los que se consultó para elaborar el libro, los progenitores no acuden a la consulta por sentir vergüenza de que sus hijos sigan teniendo pérdidas de orina. A los cuatro años se les escapan las heces al 3% de los niños una vez por semana y, a los siete años, la encopresis tiene una prevalencia del 2,3% en los niños y del 0,7% en las niñas, según datos de un documento sobre los “Trastornos de la eliminación: enuresis y encopresis”, de Reyes Hernández Guillén, pediatra del Centro de Salud El Restón, y de Mercedes Rodrigo Alfageme, del servicio de Psiquiatría Infantil, del Hospital Materno-Infantil del 12 de Octubre, ambos de Madrid. Además, se sabe que un tercio de los niños con encopresis sufre también enuresis nocturna, un 20% enuresis diurna y que un 10% de las niñas padecen infecciones urinarias recurrentes, según el mismo trabajo de Hernández y Rodrigo. Causas orgánicas y psicológicas Cuando un niño mayor de cuatro años se orina durante la noche es importante acudir al pediatra para descartar alguna causa orgánica El trastorno enurético puede tener causas orgánicas por afecciones urológicas, irritaciones o algún proceso infeccioso como una cistitis, pero también puede ser debido a que la capacidad funcional de la vejiga esté disminuida, lo que implica que los niños enuréticos necesiten ir más con más frecuencia al baño. Otras veces puede tener su origen en trastornos neuromusculares que afectan al sistema genitourinario, en la médula espinal o en los centros del cerebro. Cuando un niño de más de cuatro años orina durante la noche y fuera del retrete, es importante acudir al pediatra para que descarte cualquiera de las causas orgánicas anteriores. Una vez descartadas, si se determina que la enuresis tiene un origen psicológico, se hace necesario acudir a un psicólogo, advierte Chicote. Según información de esta especialista, las causas psicológicas que están detrás de la enuresis también pueden ser múltiples: falta de aprendizaje del niño porque no se le ha enseñado correctamente; insensibilización de la piel a la humedad, favorecida o provocada por usar pañales hasta edades avanzadas, lo que priva
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al menor del mecanismo de emergencia que le lleva a despertarse cuando se siente húmedo. También puede haber un interés del niño por conseguir una reacción de sus padres, porque obtiene algo, que habitualmente es su atención. O problemas emocionales, como cambio de colegio, de casa, la separación de los padres o el nacimiento de un hermano pequeño; en definitiva, cualquier factor que altere el entorno del niño. De la misma manera, detrás de las causas de la encopresis puede estar el estreñimiento: los niños retienen tanto las heces que la presión del colon vence al esfínter y se producen evacuaciones involuntarias. Tratamiento conductual “Utilizamos técnicas conductuales porque son los procedimientos más seguros, no tienen efectos secundarios y consiguen más curaciones a corto y a largo plazo”, informa Silvia Chicote, psicóloga especializada en niños, acerca del abordaje terapéutico. El tratamiento de la enuresis se dirige a corregir los defectos de aprendizaje que existen detrás, a encontrar su causa y a utilizar técnicas conductuales para que el niño aprenda a controlar la micción. Y la duración del tratamiento varía notablemente de un niño a otro. Depende del origen del trastorno y de si éste está asociado a problemas emocionales. En promedio, duran unas diez sesiones. Entre otros aspectos, se trabaja para que los niños afectados aumenten la capacidad funcional de su vejiga a través de una serie de ejercicios: mediante un entrenamiento se les enseña a aguantar las contracciones del detrusor (músculo que envuelve la vejiga), a retener la orina y a aumentar la capacidad de la vejiga. También se les prescriben ejercicios para que fortifiquen sus esfínteres, cortando el flujo de la orina, mientras están miccionando. Para que fortifiquen el esfínter también se les puede proveer de unos aparatos antienuréticos o de alarma (el Pipí-stop), provistos de un sensor de humedad y un timbre que se activa ante las primeras gotas de orina que se escapan. Al encenderse esta alarma, el pequeño tiene que despertarse, cerrar el esfínter y levantarse para ir al baño y terminar de orinar. Este sistema se debe mantener hasta que el niño afectado haya pasado dos semanas seguidas sin pérdidas de orina nocturnas; después se le puede retirar gradualmente. No hay que castigar al niño afectado ni tampoco ponerle pañales durante mucho tiempo Sin embargo, todo este entrenamiento se debe acompañar de un refuerzo por parte de los progenitores para que el niño descubra las ventajas de no orinarse, ya que puede ocurrir que los padres no le presten tanta atención cuando deja de escapársele la orina. Por este motivo, Chicote explica a los padres que se les tiene que demostrar que hacerlo bien sí resulta venta-
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joso. Pautas para los padres Pero, ¿en qué consiste la participación de los padres? A menudo, cuando a un niño se le escapa la orina en la cama, los progenitores acuden para ponerle sábanas limpias y cambiarle la ropa. Una de las medidas que aconsejan los psicólogos es que no lo hagan, sino que sea el niño el que tenga que levantarse, cambiarse el pijama y poner sábanas limpias. De esta forma, el pequeño puede comprender que el hecho de ensuciarse no va a atraer la atención de sus padres como esperaba, sino que va a tener una consecuencia para él. A los padres también se les deben enseñar pautas de lo que no deben hacer. Por ejemplo, no pueden castigar al niño ni tampoco ponerle pañales durante mucho tiempo. Muchas familias los usan para evitar que se enfríe, pero con este sistema sólo potencian la insensibilidad de la piel del pequeño y, en cierto modo, le están dando permiso para orinarse y que no tenga que esforzarse en aprender a reconocer la incomodidad de las primeras gotas. Cuando se recurre a los pañales, el niño no asocia las señales internas de la vejiga a despertarse. Y, por último, también se recomienda que restrinjan los líquidos, a medida que se acerca la noche, a los niños con enuresis nocturna. Durante el día no se aconseja porque es importante que el niño o niña tengan determinadas sensaciones, como la vejiga llena, y ciertas incomodidades, como las primeras gotas, detalla Chicote. TRATAMIENTO DE LA ENCOPRESIS El tratamiento de la encopresis es similar al de la enuresis. Primero se deben descartar las causas orgánicas y se pide a los padres que realicen un registro de defecaciones de los niños. En este caso, en que también se trabaja mucho con los padres, la media de duración del tratamiento es de unas diez sesiones aunque, de nuevo, depende del niño y su familia. Si los niños afectados por este trastorno de eliminación sufren estreñimiento, deben seguir un tratamiento dietético. Como en el caso de la enuresis, a los niños con encopresis se les entrena en hábitos defecatorios y se utiliza una estrategia de recompensa y de reforzamiento e, igualmente, debe ser el niño quien se quite la ropa, la lleve a la lavadora, busque su ropa limpia y se cambie. Otro ejercicio que se aconseja en estos casos es una práctica positiva, es decir, dejar que el niño permanezca solo en su habitación tranquilamente sentado durante diez minutos. Después, repetir el ejercicio en el retrete, de modo que permanezca sentado otros diez minutos y, finalmente, repetir la secuencia en los mismos horarios, coincidiendo con las horas de comida
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para que vaya adquiriendo los hábitos de defecación adecuados, explica Silvia Chicote. Tanto los niños enuréticos como los encopréticos pueden recaer, lo que “puede ser muy traumático”, pero no por ello deben dejar de intentarlo. Los padres no deben dar estos casos por perdidos, al final, ambos trastornos se acaban solucionando. Muchas veces las recaídas se deben a que no se ha acertado bien en las causas que los desencadenan. Entonces se trata de buscar de nuevo la causa de la conducta afectada, revisarla y volver a empezar el tratamiento, informa Chicote. Enfermos de timidez La timidez extrema acompañada de un cuadro de ansiedad social puede generar un problema de aislamiento y dañar la forma de relacionarse con los demás Las personas reservadas son más aburridas: falso; los tímidos se aíslan y tienden al aislamiento social: falso; los introvertidos están socialmente menos valorados: cierto. Aunque las personas más remisas a mostrar sus sentimientos en público tienen, en general, un mundo interior rico y estimulante, gozan de menos simpatía y aceptación social. Sin embargo, todo es cuestión de confianza. Cuando se les da una oportunidad, sin juzgarles de antemano, sorprenden por su capacidad para conversar y por su simpatía. Ahora bien, si la timidez se transforma en un problema de ansiedad ante determinadas situaciones sociales, se puede generar un “comportamiento evitativo” en el que la persona trata de rehuir cualquier tipo de contacto personal e íntimo con los demás. De carácter introvertido A diferencia de las personas extrovertidas que prefieren las actividades grupales y se encuentran cómodas en ambientes más bien estimulantes y dinámicos en los que interaccionar con el mundo exterior, las que muestran un carácter introvertido optan por no exponerse de forma constante a estas situaciones. Ahora bien, esta menor actividad social no significa que carezcan de habilidades para interactuar con los demás, sino que se sienten abrumadas con mayor facilidad ante un grupo de personas numeroso, más aún si son desconocidas. Por esta razón muestran una mayor comodidad y seguridad en ambientes íntimos y grupos reducidos. Este carácter introvertido se relaciona con una actividad cerebral elevada que provoca que las personas se muestren más pendientes de sus propios pensamientos y no de la información que procede de fuera. Procesan la información del exterior hacia su propio interior, en lugar de hacerlo hacia el exterior con el fin de interaccionar con otras personas, como haría una persona extrovertida. Las personas introvertidas son reservadas pero tienen un mundo interior rico, mientras que los tímidos son aquellos que sienten miedo ante ciertas situaciones sociales Lejos de ser un problema, la introversión es una dimensión de la personalidad que no debe tener consecuencias para la salud psicológica, sino que se limita a determinar la forma de relacionarse con el mundo. Los individuos introvertidos son más reservados, pero su mundo interior es, en general, más rico, mientras que los extrovertidos se prestan menos atención a sí mismos, pero son más sociables.
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La timidez Es habitual que las personas introvertidas tarden más tiempo en generar confianza en los demás, a mostrarse menos expresivas, e incluso, algo retraídas, lo que en ocasiones hace que se las califique de tímidas. Las personas de su entorno tienden a alentarles, de forma insistente, a que hablen y se comuniquen con naturalidad para generar confianza. Sin embargo, esta actitud tan generalizada, lejos de beneficiar al interlocutor más retraído, provoca que se sienta aún peor porque se le está pidiendo que se muestre como no es en lugar de darle tiempo para ganar confianza, sin prisas ni obligaciones. De esta manera consigue encontrarse cómodo sin ser protagonista, al mismo tiempo que disfruta, de una manera más pausada, de la compañía de amigos y familiares. Aunque introversión y timidez se utilizan indistintamente para referirse a una misma persona no son lo mismo. La timidez implica cierta dificultad para relacionarse con los demás. A una persona tímida le gustaría disfrutar de forma activa de la interacción con otros individuos pero no puede hacerlo por el miedo que siente ante los demás, en particular, ante los desconocidos. Sus inhibiciones sociales le provocan ansiedad y si estos temores se agravan puede llegar a sufrir cuadros de ansiedad social o fobia social. Este tipo de trastornos suelen provocar comportamientos extraños que se traducen, sobre todo, en evitar la interacción social de forma deliberada. Miedo a la relación social Cuando la timidez se convierte en un problema de ansiedad ante determinadas situaciones que exigen un comportamiento social extrovertido se puede generar un comportamiento en el que el afectado rehuya cualquier tipo de contacto personal e íntimo con los demás. Por norma general, se trata de personas que sufren ansiedad elevada y con dificultades para afrontar sus miedos, por lo que no acuden a ningún especialista para que les ayude, ya que perciben la interacción con el terapeuta como amenazante. La timidez extrema que acompaña a la ansiedad social puede generar un problema de aislamiento. Estas personas buscarán contextos en los que no sea obligatorio relacionarse, para
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lo que evitarán todo tipo de contacto social. Una “conducta evitativa” que merma las posibilidades de llevar una vida normal, ya que la especie humana es social y es casi imposible sobrevivir sin relacionarse.
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Juegos
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Crucigrama de figuras
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Cómo salir del aislamiento Las personas que sufren este tipo de aislamiento social pueden rebajar el grado de timidez extremo y aumentar su capacidad para convivir en sociedad. Para ello se recomienda acudir a un especialista que proporcione un ambiente cálido e íntimo en el que sentirse cómodo. Por otro lado, el uso de las nuevas tecnologías puede ser un primer paso para iniciar una interacción social de forma indirecta. Sin embargo, sólo debe recurrirse a esta opción como una vía más para socializarse y no como la única. Las personas con dificultades para relacionarse no deben obsesionarse ni pretender convertirse en individuos extrovertidos y totalmente sociables porque esta obsesión no genera más que
ansiedad. Su objetivo más inmediato será convertirse en una persona más sociable. ¿Cómo se consigue? Mediante la búsqueda de situaciones en las que la persona se sienta cómoda, como contactos breves y cotidianos que sirvan para reducir los miedos. Entre las más recomendables se encuentra la de acudir a las tiendas del barrio y ser amable con los dependientes que, con seguridad, les responderán con el mismo trato. Esta experiencia servirá para que no se perciba a los demás como seres amenazantes. También pueden realizarse otras actividades que no impliquen una interacción íntima con los demás, como apuntarse a una actividad o
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curso breve en un grupo reducido, como un gimnasio o un club deportivo donde nadie espere de esta persona un gran esfuerzo para relacionarse. Lo prioritario es mantener el contacto con otras personas, aunque éste sea superficial, porque un aislamiento social persistente puede generar tal sentimiento de soledad que podría acabar en intensos sentimientos de tristeza o depresión. Trastorno dismórfico corporal Esta percepción distorsionada de la propia imagen mejora con una combinación de tratamiento farmacológico y psicoterapia Todos nos hemos preocupado por llevar el pelo mal peinado, por alguna espinilla en la piel, por ser demasiado blancos o pelirrojos, o hemos deseado de forma espontánea una cara, un perfil o un cuerpo más “perfectos”. Cuando estos deseos no interrumpen nuestra vida cotidiana no pasa nada. Sin embargo, las personas que padecen trastorno dismórfico corporal van mucho más allá. Se obsesionan, exageran e, incluso, imaginan defectos físicos hasta el punto que estas creencias afectan a su trabajo, los estudios o a sus relaciones sociales. Nuevas investigaciones apuntan, ahora, que la psicoterapia, sola o combinada con fármacos, es el mejor método para tratar la enfermedad. El trastorno dismórfico corporal (TDC), declarado en 1997 como trastorno mental en EE. UU., afecta a cerca de un 2% de la población. Tiende a circular dentro de algunas familias y es especialmente común en personas con trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Quien lo padece siente a menudo vergüenza de sí mismo, depresión y ansiedad, y vive angustiado tratando de ocultar su “grave defecto”. Algunos pueden exhibir una severa conducta evasiva (no salir del hogar, camuflarse en público o no mirarse al espejo). El 30% de las personas con TDC sufren también trastornos alimentarios, como la anorexia, también vinculada a una percepción distorsionada de la propia imagen. Aunque se halla con igual frecuencia en hombres y mujeres, a menudo los primeros sufren una versión particular de la enfermedad conocida como dismorfofobia muscular. Al verse a sí mismos débiles y en baja forma, recurren al entrenamiento físico extremo y al uso de sustancias esteroides. De forma primordial, las personas que padecen este trastorno dismórfico centran su obsesión en la cara, el cuerpo y el olor corporal, aunque no es raro que afecte a cualquier parte del organismo. Los pacientes recurren a menudo a la cirugía plástica, a veces en repetidas ocasiones, para cambiar la percepción de este defecto. El problema es que, dado que la condición es principalmente psicológica, estos procedimientos no acostumbran a ayudar, más bien al contrario, agravan los síntomas anteriores. Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad surafricana de Stellenbosch ha publicado en “The Cochrane Library” una revisión que tratar de hallar el verdadero valor de la psicoterapia en el tratamiento de la enfermedad.
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Psicoterapia y medicamentos Una gran proporción de afectados por TDC acaba por someterse a cirugía estética o a tratamiento dermatológico Los investigadores analizaron en total cinco estudios, dos sobre farmacoterapia y tres sobre psicoterapia. En el primer tipo se hicieron exámenes comparativos entre distintos medicamentos y llegaron a la conclusión que algunos de ellos, sobre todo Prozac y Anafranil, mejoraban de manera significativa los síntomas del trastorno. En dos de los tres estudios psicoterapéuticos, los investigadores compararon la evolución de los pacientes durante 12 semanas de terapia cognitivo-conductual con un grupo control que no recibió este tratamiento. Ambos estudios mostraron mejoras significativas en los síntomas de los pacientes tratados. En uno de estos dos estudios se realizó un seguimiento posterior de cinco meses, en los que se detectó que esta mejoría se conservaba en la mayoría de los participantes. Según Jonathan Ipser, uno de los investigadores, “estos resultados constatan la importancia de la psicoterapia en la prevención de la remisión del TDC”. El tercer estudio psicoterapéutico observó el efecto de seis meses de psicoterapia seguida de otro medio año de curso de terapia de conducta. Si bien los síntomas generales de los que recibieron el curso no fueron diferentes entre los dos grupos, sí que se detectaron reducciones significativas en la ansiedad y la depresión en aquellas personas en tratamiento de mantenimiento, pero no en las que participaron en el curso. “La revisión refuerza la idea del valor de la psicoterapia, junto con medicamentos, para tratar a personas con trastornos psiquiátricos”, asegura Eric Plakun, de la American Psychiatric Association, a propósito del estudio. También neuronal Una investigación de 2008, llevada a cabo en la Universidad de California (EE.UU.) mediante visualización por escáner cerebral, ponía de manifiesto que el cerebro de las personas con trastorno dismórfico corporal, aunque en principio parece que tenga una estructura normal, no lo es en el momento de procesar los detalles visuales. Era la primera investigación que trataba de mostrar una razón biológica a esta visión tan distorsionada del propio cuerpo. Según los científicos, el “disco duro” o “hardware” de las personas con TDC funciona correctamente, pero hay fallos en el soporte lógico o “software”, que impide que los pacientes puedan verse con los criterios con los que lo hacen otros. Concretamente, los pacientes con este trastorno parecen utilizar más a menudo su hemisferio cerebral izquierdo, es decir, la parte analítica, la mejor preparada para procesar detalles complejos. Los resultados sugirieron a los investigadores, por tanto, que los cerebros con TDC están programados para extraer los detalles e incluso “completarlos” donde no existen. Esta causa física abría la puerta a nuevas maneras de “entrenar” a los cerebros de estos pacientes para que puedan aprender, en el futuro, a percibir sus rostros de modo más fidedigno.
PSICOLOGIA.COM Relación con el TOC La nueva revisión surafricana sugiere, según los expertos, que los clínicos están identificando de manera correcta el TDC con el trastorno obsesivo compulsivo, TOC, puesto que parece que este segundo también responde mejor a terapias combinadas de medicamento y tratamiento psicoterapéutico. No es la primera vez que se relacionan ambas enfermedades. En algún estudio ya se había considerado el TDC como un tipo de TOC, pero aún son necesarias más investigaciones. Un artículo publicado en la revista “European Psychiatry” ya apuntaba la posibilidad de esta dependencia, sin embargo, remarcaba que el TDC parece también estar relacionado con la fobia social y los trastornos del estado del ánimo, alimentarios y del control de los impulsos. De todas maneras, los investigadores de la Universidad de Stellenbosch quieren centrarse ahora en futuros estudios que se focalicen en los adolescentes. Es en esta franja de edad cuando a menudo aparece por primera vez el trastorno. Quieren, además, examinar otros medicamentos más recientes (no usados en este estudio) y otros tipos de psicoterapia.
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La enfermedad mental como estigma familiar Los psiquiatras reafirman que el apoyo de los familiares de un enfermo mental grave es clave en el cumplimiento del tratamiento Por solas que parezcan, las personas que sufren una enfermedad mental grave (esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo y trastorno bipolar) tienen padres y hermanos, maridos o esposas e hijos, una unidad familiar de la que dependen por completo. Si siguen el tratamiento preceptivo para la enfermedad que padecen, como tantos otros enfermos crónicos, pueden llevar una vida plena y productiva. Sin embargo, una cosa es la teoría y otra la práctica. Un estudio internacional llevado a cabo por psiquiatras revela que hay grandes barreras en el bienestar a largo plazo de los enfermos mentales graves, entre las que se incluyen el estigma, los recursos limitados, el miedo a las recaídas y sus consecuencias. Un total de 697 psiquiatras de Australia, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Portugal, España, Reino Unido y EE.UU. pusieron en común a través de una encuesta sus opiniones sobre cómo afectan los cuidadores familiares, el estigma, la falta de adherencia al tratamiento y la recaída a las vidas de las personas con enfermedad mental. Los hallazgos ponen de relieve cómo las recaídas continuas de la enfermedad mental pueden tener consecuencias devastadoras tanto para los pacientes como para sus familias y disparan una tendencia a la hospitalización, la pérdida de empleo, la cárcel o incluso el suicidio. Este estudio, el segundo de la serie “Keeping Care Complete” (manteniendo una atención integral), parte de las conclusiones de otro anterior llevado a cabo en el 2006 entre 1.082 cuidadores y familiares. Más de 50 millones en todo el mundo Las recaídas continuas de la enfermedad mental tienen consecuencias devastadoras para los pacientes y sus familias Más de 50 millones de personas padecen enfermedad mental grave en todo el mundo, según ha dado a conocer Preston Garrison, secretario general de la Federación Mundial para la Salud Mental (WFMH). “Una consecuencia indirecta de la enfermedad mental grave es que puede tener un impacto negativo en la salud de los cuidadores, tanto física como mental; por eso es tan importante que los miembros de la familia consigan el apoyo que necesitan, de forma que puedan realizar un mejor cuidado de sus seres queridos”.
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“Keeping Care Complete” es una iniciativa que persigue comprender los desafíos de la vida real que encaran aquellos que tratan, cuidan y conviven con la enfermedad mental grave y plantear posibles soluciones. La iniciativa de la WFMH cuenta también con el apoyo de la industria farmacéutica. Recaídas en el punto de mira La recaída es una preocupación importante tanto para los cuidadores como para los psiquiatras, ya que los pacientes pueden sufrir varias a lo largo de sus vidas y la mayoría de veces tienden a empeorar. El 37% de los cuidadores y familiares encuestados admite que el enfermo mental grave a su cargo experimenta una media de cinco o más recaídas desde su diagnóstico, lo que las convierte en causa principal de preocupación. “Las consecuencias de la recaída son devastadoras, tanto para los pacientes como para sus cuidadores”, advierte Garrison. La mitad de los psiquiatras encuestados reconoce haber visitado por lo menos a un paciente con tentativa de suicidio como resultado de una recaída. Para los cuidadores, esta situación puede provocar incluso el deterioro de su propia salud física o mental y un notable gravamen económico, puesto que acarrea muchas veces la pérdida de un empleo o requiere alteraciones sustanciales en la organización de sus vidas. Incumplimiento terapéutico Según el 84% de los psiquiatras encuestados, la causa principal de recaída en personas con esquizofrenia es un mal cumplimiento del tratamiento prescrito. Casi la totalidad de los especialistas (98%) también está de acuerdo en que la falta de adherencia total o parcial frena la eficacia del tratamiento en la mayoría de los pacientes con trastorno bipolar. Además, los psiquiatras y los cuidadores están de acuerdo en que discontinuar el fármaco es un obstáculo para el éxito del tratamiento, que conduce con mucha frecuencia a la recaída. Según Dieter Naber, del Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia de la Universidad de Hamburgo (Alemania), “todos los pacientes son diferentes, por lo que los psiquiatras necesitan conocer a cada uno de ellos, sus actitudes hacia el tratamiento y sus condiciones sociales para ayudarles a encontrar y a permanecer en el plan de tratamiento que funcione mejor en su caso”. El estudio llevado a cabo, además, demuestra cómo los pacientes y cuidadores se benefician ahora de otros apoyos distintos a los del medicamento, como los programas de cuidado a familiares, terapias de grupo, dietas, ejercicio y esquemas estables que ayudan a sentirse bien.
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Estigma social El estigma social contra las personas con enfermedad mental grave es doloroso y también puede tener consecuencias perjudiciales. El 87% de los psiquiatras y el 82% de los cuidadores han comprobado que los efectos del estigma y la discriminación hacen más difícil que las personas con enfermedad mental grave se recuperen. Un 92% de los psiquiatras sostiene,
por añadidura, que las representaciones incorrectas de la enfermedad mental grave en los principales medios de comunicación pueden incrementar más la socialización del estigma, afectando negativamente al bienestar de estos enfermos y sus familias, además de dificultar su tratamiento. Los resultados del “Keeping Care Complete” dan fe de que llevar a cabo tareas cotidianas de forma autónoma, salir del hospital, conservar un empleo estable, independizarse y tener relaciones sentimentales son algunas de las motivaciones más positivas que los pacientes pueden experimentar al ser tratados de manera satisfactoria. El 96% de los psiquiatras y el 74% de los cuidadores subrayan que, más allá de la medicación, el apoyo familiar es un factor clave para una buena estabilidad de los pacientes. Asimismo coinciden en que los programas diseñados para ayudar a estas personas en su bienestar integral son válidos igualmente para gestionar sus síntomas, por más que sean necesarios más servicios sociales de apoyo a la salud mental. Aunque una mayoría de psiquiatras anima a los cuidadores a participar en programas de apoyo y educación, los datos extraídos apuntan que menos del 10% de los cuidadores con los que colaboran acaban participando en estos programas. Al preguntar sobre los resultados de rehabilitación, sólo un 19% de los psiquiatras está convencido de que existen suficientes recursos disponibles en su comunidad para estos pacientes. UN SOMBRERO DE TRES PICOS La enfermedad mental grave asoma en tres vértices que constituyen el trastorno bipolar, la esquizofrenia y el trastorno esquizoafectivo. Se trata de tres síndromes complejos que no conocen fronteras económicas, culturales ni raciales. El trastorno bipolar, conocido antiguamente como trastorno maníaco-depresivo, se caracteriza por un estado de ánimo oscilante, con síntomas de manía y de depresión. La esquizofrenia, por su parte, transcurre con episodios psicóticos agudos, incluyendo delirios (falsas creencias que no pueden corregirse con la razón), alucinaciones (normalmente en forma de voces o visiones irreales) y discapacidades a largo plazo como la disminución de las emociones, pérdida de interés, síntomas depresivos y pensamientos suicidas. El trastorno esquizoafectivo, en cambio, se caracteriza por una combinación de síntomas de esquizofrenia y de un trastorno del estado de ánimo. En todo el mundo, se conoce que 27 millones de personas padecen trastorno bipolar y 25 millones sufren esquizofrenia. Aunque la prevalencia exacta del trastorno esquizoafectivo no está clara, se estima en torno a tres casos por cada mil personas.
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Adicción al trabajo, un problema bien valorado Lo que diferencia a un trabajador comprometido de un adicto al trabajo es el valor excesivo que se otorga a la vida laboral No siempre se distingue la línea que separa la devoción de la adicción al trabajo. En ocasiones resulta difícil marcar la diferencia entre una persona que disfruta con su empleo, que se implica con un compromiso admirable y lo hace de manera competente, de otra que está prestando demasiada atención a su profesión, dejando a un lado las demás facetas de su vida, mermando su salud y la de su entorno sin que ella misma lo perciba. En ambos casos es probable que se esté desarrollando un desempeño de tareas excelente, pero mientras que en el primero prevalece la motivación y la satisfacción, en el segundo se puede estar gestando un abuso o, incluso, una dependencia insana hacia el entorno laboral. La adicción al trabajo brota de manera preferente en aquellas sociedades que sitúan en la cúspide de la pirámide de valores el desempeño laboral y la cultura del esfuerzo. Se percibe como positivo el exceso de horas y dedicación, aunque redunde en la merma de otras facetas de la vida de la persona, como sus relaciones afectivas, familiares y sociales. La mayoría de personas sienten satisfacción por un buen trabajo, aumenta su autoestima cuando los superiores les valoran positivamente o incrementan sus ingresos por trabajar de forma competente. Sin embargo, hay que estar atento para no convertir el éxito profesional en la única manera de obtener el reconocimiento de los demás y sentirse satisfecho. Se correría así el riesgo de dejar a un lado otros aspectos de la vida tan importantes y necesarios como las relaciones personales o el goce del tiempo libre.
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Las personas extremadamente perfeccionistas u obsesivas, a las que les apasiona el control casi enfermizo sobre sus tareas y prestan una atención compulsiva a los detalles irrelevantes, son las principales candidatas para convertirse en víctimas de su trabajo, ya que corren el riesgo de esclavizarse por dedicar demasiado empeño en el terreno laboral. Es probable que la persona adicta al trabajo no sea consciente de su problema hasta que su entorno empieza a notar las repercusiones de esta exagerada dedicación, síntomas como cansancio constante, ansiedad, tristeza, sentimientos de culpabilidad ante tareas inacabadas, falta de tiempo libre y estrés cuando descubra que hay algo que está mermando su salud. Situaciones de riesgo que hay que evitar Individuales: Quienes dedican un exceso de esfuerzo y perfeccionismo en su trabajo se ven recompensados por la imagen de competencia y de seguridad que proyectan hacia sí mismos y hacia su entorno. Esta reacción es positiva. Pero cuando se convierte en la única fuente de satisfacción personal surge el riesgo de adicción al trabajo. Asimismo, las personas que invierten demasiadas horas y energía en el trabajo dejando a un lado todo lo demás pueden generar un comportamiento obsesivo. Experimentan dificultades para desconectar con otras actividades placenteras porque dejar tareas pendientes les provoca un desmesurado sentimiento de culpabilidad. La sensación de descontrol por haber dejado trabajo pendiente les provoca estrés y sólo sienten alivio si continúan trabajando. Un círculo vicioso que se asocia a personas con un carácter obsesivo y meticuloso en extremo, que no soportan la incertidumbre ni el desorden, y que intentan controlar su ansiedad esforzándose más de lo que es debido. Colectivas: Por lo general, quien dedica un esfuerzo excesivo a su trabajo tiene competencia y capacidad para asumir multitud de tareas, lo que es bien valorado por superiores y compañeros. Sin embargo, corre el riesgo de sobrecargarse de responsabilidades que no le competen. La razón: compañeros y superiores pueden aprovechar su capacidad para delegar cada vez más trabajo en él, incluso aquellas tareas que no le corresponden. Esta situación se produce además de forma natural, sin que nadie muestre mala intención, ya que en cualquier puesto de trabajo infunde confianza saber que hay alguien que cumple siempre de forma competente. En estos casos hay que ser prudente antes de acusar a los demás de aprovecharse de la situación. Quizás es un problema que ha generado de forma involuntaria la propia persona, que no ha sabido delimitar bien sus tareas y responsabilidades y que, al final, se ve obligada a cumplir con unas determinadas expectativas de trabajo que ella misma ha generado, corriendo el riesgo de imponerse unas obligaciones que la mantienen atrapada.
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Un trabajador excesivamente cumplidor y competente que esté sobrecargado de tareas, puede empezar a sentirse desesperado e incapaz de cambiar su situación. Además, su trabajo, por lo general, no está acompañado de demasiadas compensaciones económicas ni ascensos porque no suele jactarse de su empeño. Normalmente, se trata de alguien con dificultades para comunicarse de forma asertiva y hacer respetar sus derechos, obligaciones y responsabilidades. A menudo acaba siendo imprescindible en su empresa o departamento por asumir muchas responsabilidades y tareas que tan sólo él domina, ya que además de costarle delegar en otras personas, no sabe decir “no” a los encargos. Con el tiempo, llega a tener un sentimiento de responsabilidad enorme porque se ha convertido en “imprescindible”. Y como es muy responsable no sabe cómo cambiar la situación porque piensa poner un límite a sus compañeros les haría parecer menos competente, y que eso decepcionaría a sus superiores. Consecuencias del abuso de trabajo El exceso de dedicación al trabajo origina el descuido de las relaciones personales y familiares que derivan en problemas en el entorno personal, y que se añaden al estrés por la sobrecarga laboral. Un abuso o adicción al trabajo acaba con conflictos familiares y la desvinculación con las amistades, a la vez que se dejan de lado las actividades placenteras que antaño se realizaban durante el tiempo libre. La persona que se siente sobrecargada de tareas de manera continua sufre el síndrome del quemado o “burnout”. Sufre estrés y un sentimiento de apatía y desinterés hacia lo que antes resultaba atrayente, tanto en el terreno laboral como el personal. Ante ello, es importante detenerse y cambiar la situación, ya que a largo plazo podrían aparecer síntomas relacionados con la depresión. A veces, cuando se ha generado una adicción al trabajo y la persona lo asume, aparecen sentimientos de desesperación por lo difícil que resulta buscar una solución satisfactoria. La persona se angustia pensando que no puede renunciar a una faceta que ha cobrado tanto protagonismo en su vida. Por lo general, no intentará cambiar el rumbo hasta que las señales sean más que evidentes y le obliguen a reconocer que sus relaciones familiares y personales se han deteriorado. Como en cualquier tratamiento por adicción, la recuperación pasará por la reconstrucción de todas las facetas de la persona.
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Estrés laboral El estrés es el segundo problema de salud en la Unión Europea relacionado con el trabajo, tras el dolor de espalda, y afecta a más de cuarenta millones de personas cada año. Además, es la causa de la mitad de las jornadas perdidas por absentismo laboral. Sin embargo, existen fórmulas concretas para luchar contra él, y empresas de toda la UE ya lo están haciendo, contribuyendo así a mejorar la calidad de vida de sus trabajadores. Las dos caras del estrés: estímulo y depresión El estrés es un mecanismo programado en los genes de nuestros antepasados prehistóricos que les permitía huir o luchar ante una amenaza, según la definición de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo. Fisiológicamente, incrementa la producción de las dos hormonas necesarias para la actividad física, la adrenalina y el cortisol, elevando el ritmo cardiaco, la presión arterial y el metabolismo. En algunos casos el estrés resulta beneficioso, ya que nos estimula para afrontar nuevos retos. No obstante, a cierto nivel también puede provocar ansiedad y depresión, indigestión, palpitaciones y trastornos musculares. En la UE el estrés relacionado con el trabajo es el segundo problema de salud laboral más común, tras el dolor de espalda. Afecta al 28% de los trabajadores de la Unión, o lo que es lo mismo, a 41,2 millones de personas, según la Tercera encuesta europea sobre las condiciones de trabajo publicada en 2001 por la Fundación Europea. Esta cifra es mayor que la población total de España o la suma de los habitantes de Portugal, los Países Bajos y Bélgica. El estrés puede afectar a cualquier persona, en todas las organizaciones y sectores y a todos los niveles. Con todo, la proporción de mujeres que dicen experimentar estrés es más elevada que la de los hombres, según datos del estudio Salud y seguridad de los trabajadores elaborado por Eurostat en 2002. Causas principales Los estudios de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (AESS) demuestran que el estrés laboral se debe a un desajuste entre los trabajadores y sus condiciones de trabajo, el contenido del mismo o la manera en que está estructurada la organización.
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29 Relaciones de pareja en el trabajo
Los expertos coinciden en que, al principio de una relación de pareja, trabajar juntos es un momento beneficioso tanto para la pareja como para la empresa. ¿Cuáles son las ventajas? Mayor motivación: la confianza que hay entre ambos y el conocer mejor los sentimientos fomenta una actitud más relajada y afectiva. Dicha situación repercute positivamente en la productividad al tener un mejor clima laboral. Cuando nos sentimos felices, “el entorno que nos rodea también se impregna y se beneficia de ese bienestar”, indica Bedate. También hay un mayor entendimiento entre los miembros de la pareja, hasta tal punto que a veces sobran las palabras, un hecho que ayuda a agilizar procesos, y, al tener más confianza con la pareja se puede actuar de forma más “crítica” con su labor, sin los mismos miramientos que se emplearían con otras personas. Además, se crea una mayor vinculación y compromiso hacia la empresa, pues como indica la experta, “si las dos personas trabajan en el mismo barco, no les interesará que éste naufrague”. Mayor rendimiento: una vez superada la primera fase de enamoramiento (la fase del “estar en las nubes”), la capacidad de generar buenas ideas, rendir más y en mejores condiciones aumenta considerablemente, señala Carmen Salas, autora del libro “Dime con quién trabajas y te diré con quién te acuestas”. Esta situación ayuda a que se cumplan los objetivos de la empresa más satisfactoriamente, y a que se haga en un ambiente laboral más agradable para todos. Facilita la movilidad geográfica: en el caso de que la pareja comparta trabajo, el problema de buscar un trabajo para la pareja cuando uno de los dos es trasladado se soluciona más fácilmente si ambos trabajan en la misma compañía. Las desventajas Pero no todo son ventajas en las “relaciones de oficina”. También pueden traer consigo muchos problemas, tanto personales como laborales. En dichas circunstancias, probablemente el trabajador no sea consciente de los múltiples errores que se cometen, fallos que con un poco de sentido común pueden evitarse. Las recomendaciones de los expertos, ante las distintas situaciones que se pueden dar, son las siguientes: ¿Cuándo mantener el romance en secreto? Cuando las relaciones son serias y estables, lo normal es que sea algo conocido tanto por parte de los compañeros como por la empresa. No ocurre así en otras situaciones, y se tiende a mantener en secreto aquellas relaciones que también en otros ámbitos se suelen ocultar, en opinión de Eva Bedate: “Cuando se dan entre dos personas casadas, cuando sólo se busca un ligue para un rato, cuando son dos personas del mismo sexo, o si hay un claro desfase de poder entre una persona y la otra (por ejemplo, el clásico romance entre jefe y secretaria)”. Llevarse los problemas del trabajo a casa (o viceversa). Es una de las principales fuentes de
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conflicto que se suelen producir en los casos de parejas que trabajan en la misma empresa. Son errores habituales “llevarse problemas personales al trabajo, intentar resolverlos ausentándose del mismo o tratarlos de solucionar telefónicamente”, explica el psicólogo Francisco Gavilán. Las empresas -según el experto- consideran que todos estos factores distraen la concentración en el trabajo y afectan al rendimiento. También es un grave error llevarse los problemas del trabajo a casa. Según Gavilán, esto “impide desconectar del trabajo, con todos los inconvenientes psicológicos, sociales y laborales que ello comporta”. No disponer de tiempo suficiente para las relaciones familiares, afectivas, amistosas y de ocio, tan necesario para mantener una vida saludable, puede tener consecuencias muy negativas: el empleado puede acabar enfermando de estrés, depresión, inhibición sexual, etc., lo que en definitiva redundará en su rendimiento laboral y en la falta de interés por el mismo. Además, existe el riesgo de que los problemas se agudicen porque no hay un espacio de separación, y porque se vive de forma continuada, como añade Eva Bedate. Este hecho, a la larga, es agotador y repercute negativamente en los dos escenarios, tanto el doméstico como el laboral. “Lo aconsejable es buscar otro tipo de actividades y de relaciones: familiares, amistades o algún hobby que nos ayude a romper el círculo”. Llevarse los problemas del trabajo a casa es agotador y repercute negativamente en los dos escenarios, tanto el doméstico como el laboral Relaciones entre un/a jefe/a y un/a subordinado/a. En este supuesto, el problema está en que puede despertar sospechas de favoritismo entre los demás empleados. Estos recelos pueden crear conflictos con el resto de compañeros. Por otra parte, nunca se ha de empezar una relación con una persona que tenga un cargo superior al nuestro, pensando que nos puede ayudar a ascender en la empresa. Según los expertos, se trataría de una relación en la que se podría favorecer o manipular profesionalmente a la persona con quien se mantiene la relación. El favoritismo y la falta de objetividad “crean suspicacias, tensiones y deterioro del ambiente”, asegura Eva Bedate. Aunque, en ocasiones, precisamente para evitar suspicacias, el jefe, lejos de favorecer a la pareja, se muestra con ella más exigente que con el resto. Según
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los expertos, puede llegar a ser muy difícil pasar de un rol de igualdad (el de pareja) a un rol de jefe o de subordinado. Esto hace que, en muchas ocasiones, una de las partes opte por acabar dejando su puesto laboral para incorporarse a otra empresa. Compartir el espacio de trabajo una vez se ha roto la relación. Peleas y tensiones previas a la ruptura pueden afectar al trabajo. Ante estas situaciones, una regla de oro es no intentar resolver los problemas sentimentales dentro de la empresa o pedir consejos a los demás compañeros o superiores sobre la relación. En estos casos, a veces se decide pedir un traslado, aunque no sea lo más conveniente para la carrera profesional, recuerda Carmen Salas. Riesgo de que la empresa vaya mal. Este no es un problema derivado de las relaciones sentimentales entre dos personas que trabajan en una misma empresa, sino del peligro que supone que una compañía atraviese por problemas financieros y tenga que cerrar o despedir a trabajadores. Si entre los despedidos se encuentran ambos miembros de la pareja se producirá una grave crisis económica de la familia. Por ello, algunos expertos recomiendan que, en la medida de lo posible, los miembros de la pareja no trabajen en la misma empresa.
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¿Cómo distinguir entre una crisis y el final de una relación? Puede venir bien la ayuda de especialistas en temas de pareja El amor no impide las crisis, pero sí puede convertirse en el principal elemento de apoyo, para buscarles una solución. Del modo en que se superen los problemas dependerá que una pareja, refiriéndose a una etapa conflictiva, hable de una crisis más o la perciba como lo que fue el principio del fin. La manera en que cada miembro de la pareja afronta ese periodo de problemas obedece a factores como la madurez emocional, la habilidad para gestionar los conflictos, la duración de la relación, las redes de que disponga o el momento personal en que se encuentre. Miedo al cambio No hay criterios fijos a los que recurrir determinar si una relación toca ya su fin. Además, cuanto más duradera haya sido esa unión y cuando la ruptura afecte a más personas -los hijos son el argumento que muchas personas esgrimen para seguir conviviendo, a pesar de la crisis-, más difícil se hará tomar la decisión de romper. Podría decirse que el momento en el que una relación deja de aportar a los miembros de la pareja ese conjunto de elementos que la propició -afectividad y emoción, seguridad, disfrute sexual...-, se alcanza el punto de inflexión en el que se debe producir el cambio. Reconocer si se está atravesando una época con dificultades graves o si estamos ante el principio del fin de la relación, deviene una tarea ardua para los miembros de la pareja, ya que inmersos en un sinfín de emociones, sentimientos y sensaciones, resulta difícil serenarse lo suficiente para hacer una reflexión tranquila que los conduzca a esclarecer en qué punto de la relación se encuentran. No es extraño que se produzcan autoengaños, más o menos conscientes, que surgen como resistencia al cambio, bien sea para replantearse la pareja y seguir adelante con cambios, bien para iniciar definitivamente una separación. ¿Simple crisis o separación? En función del modo en que se afronte una crisis, de cómo se comporten los miembros de la pareja ante esa etapa, la unión saldrá reforzada o será la primera fase del fin. Es decir, ante una fase conflictiva de la pareja la pregunta no es “¿es esto el fin?”, sino “¿quiero que sea el fin?, ¿me interesa seguir con el compromiso que supone esta relación?”. En definitiva, una mala racha será sólo una crisis si es superada, pero se convertirá en una separación si
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la unión acaba. La respuesta a algunas preguntas puede brindarnos pistas que nos ayudarán a tomar una decisión en esa difícil coyuntura: ¿Le amo? ¿Miramos juntos en la misma dirección, tenemos la misma meta? ¿Siento profundo interés por la otra persona? ¿La deseo? ¿Tengo confianza total en el otro? ¿y en la propia relación? ¿Reflexiono y me comprometo para ver qué puedo aportar a la otra persona y a nuestra relación para mejorarla? En fase de crisis nuestro estado emocional se altera; por ello, tengamos presente el alcance de las decisiones, sobre todo si se opta por terminar con la relación. No se separan dos personas, sino a veces una familia con hijos, todo un entramado de relaciones y amigos, de dependencias económicas, por lo que si la pareja se encuentra con frenos que impiden que la reflexión prospere, es conveniente acudir a un o una especialista en temas de pareja, que desbloquee la situación y habilite espacios para que la reflexión reúna las garantías deseables. Introducirá equilibrio y establecerá un protocolo para ayudar a la pareja a decidir mejor.
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Esquizofrenia y calidad de vida, un reto pendiente El impacto de la enfermedad No cabe duda de que la esquizofrenia tiene un fuerte impacto en la vida de las personas que la padecen. Un 25% suele restablecerse bastante bien, otro 25% necesita ayuda profesional y el 50% restante tiene una evolución inconstante, por la que precisan ayuda profesional y de la familia, que se convierte en un pilar básico. Debe tenerse en cuenta que la salud psíquica no es la única que se resiente. ¿Cuál es entonces el verdadero impacto de la esquizofrenia? En la salud física La esperanza de vida de los enfermos de esquizofrenia es un 20% menor respecto a la de la población general y pueden tener niveles elevados de colesterol, obesidad, diabetes de tipo 2 y más riesgo de infecciones como la hepatitis y el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), según un informe elaborado por la Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias (AETS) a partir de 144 estudios sobre las enfermedades y causas de mortalidad de estos pacientes. En España, este documento ha dado pie al Consenso sobre Salud Física del Paciente con Esquizofrenia, realizado por varias sociedades científicas -la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFYC)- y que pide a los médicos de atención primaria más atención a la salud física del enfermo mental. La familia La familia es un soporte fundamental para el cuidado de estos pacientes, a la vez que su mejor remedio En los años 80 se inició un proceso de “desinstitucionalización psiquiátrica”, consistente en dejar de mantener a los enfermos mentales confinados en los centros psiquiátricos para prestarles una atención más digna en su núcleo familiar y en la sociedad. Según esta corriente, los pacientes que viven fuera de un hospital psiquiátrico tienen mejor pronóstico. Pero para ello son necesarios recursos asistenciales alternativos, como hospitales o centros de día y pisos tutelados. Al final, estos dispositivos asistenciales intermedios resultan insuficientes. Ésta es una de las razones por las que el peso de la atención ha recaído fundamentalmente en la familia, que ha sido “desde siempre un soporte fundamental para el cuidado de los pacientes. Cuando un miembro de la familia enferma, la vida normal desaparece para siempre y la convivencia se ve afectada al máximo”, recoge la guía de FEAFES. Las familias se encuentran en la encrucijada de ser, al mismo tiempo, el mejor remedio para que el paciente viva con normalidad. Los familiares con fatiga mental y física, agotados y estresados, difícilmente están en condiciones para atender a un enfermo mental. Por esta razón, en los últimos años se
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han creado programas de respiro familiar (entre ellas, FEAFES, que en España agrupa a unas 30.000 familias) con apoyos puntuales en el domicilio o con unidades a las que ingresar al paciente durante ciertos periodos de tiempo. Entorno social y laboral El deterioro de la vida social es otra de las graves consecuencias de la esquizofrenia. La enfermedad invita al afectado a recluirse y, de repente, deja de salir con los amigos y de frecuentar reuniones. Cada vez le resulta más difícil recuperar las relaciones sociales, y a este aislamiento se le añade el estigma social que pesa sobre las enfermedades mentales. Una de las ideas que perjudica notablemente a estos pacientes es la estrecha relación que, tradicionalmente, se ha establecido entre esquizofrenia y violencia, aun cuando la OMS ha declarado que sólo el 3% de estas personas comete actos violentos, que en la mayoría de los casos se producen en periodos en los que no se toman adecuadamente la medicación. Pese a que hasta un 60% de los pacientes incumple el tratamiento, son muy pocos los que actúan con violencia. A todo ello se le une el hecho de que entre un 70% y un 80% de estos pacientes está desempleado, muchos nunca han trabajado porque la enfermedad se ha manifestado antes de finalizar los estudios y otros no lo consiguen porque no se les ofrece una oportunidad, por rechazo y temor infundado. Pero no son los únicos rechazados: el 36% de los cuidadores familiares declara haberse sentido discriminado por atender a un enfermo mental, según un estudio europeo llevado a cabo entre 1994 y 1995 y analizado por Miguel Orradre, de la Asociación Navarra para la Salud Psíquica.
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Educar las emociones para la salud La comunicación interpersonal parece hoy subyugada a los avances tecnológicos de última generación. No obstante, los expertos advierten que saber expresarse y dialogar eficazmente con los demás es todavía más difícil que conocer todas las prestaciones de un teléfono móvil o un ordenador. Educar en este sentido no sólo mejora la relación entre profesionales de la salud y pacientes, sino que favorece que se cumpla el tratamiento prescrito. La clave está en el manejo de los componentes emocionales del malestar. Tanto en casa como en la oficina, muchos españoles se saben abrumados por el peso creciente de la tecnología punta en todo el ámbito de la comunicación. Sin embargo, para José Luis Bimbela, psicólogo adscrito a la Escuela Andaluza de Salud Pública (ESCA) y autor del libro “Gimnasia emocional”, es más difícil y mucho más complejo comunicarse con otras personas que manejar cualquier tecnología, ya que requiere un importante aprendizaje y entrenamiento a los que se dedica muy poco tiempo. Bimbela tomó parte el pasado junio en el VIII Congreso de la Sociedad Española de Electromedicina e Ingeniería Clínica, celebrado en Zaragoza, y abordó ante los profesionales de la medicina la necesidad de conjugar los avances tecnológicos con la comunicación directa con el paciente. Combatir la duda “Saber transmitir las ventajas que ofrecen las nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, por ejemplo, crea una emoción positiva en el paciente y hace que aumente su confianza”. En opinión del experto, el profesional sanitario no debe escudarse detrás de una tecnología inaccesible, sino utilizarla en beneficio del paciente a quien, en definitiva, sirve. Éste, a su vez, ve aliviados muchos de sus temores o ansiedades con una breve explicación tranquilizadora sobre en qué consiste cada prueba, qué pasos se siguen y qué utilidad aportan al diagnóstico o tratamiento. Una buena comunicación entre profesional y paciente facilita un clima de confianza que prolonga el cumplimiento terapéutico “Cuando el profesional aclara las dudas que el paciente tiene con respecto a su diagnóstico o tratamiento, se crea una estrecha relación de confianza entre ambas partes y se establece un clima de confort”. Bimbela subraya que la relación entre profesionales sanitarios y pacientes ha variado durante los últimos años a consecuencia de una progresiva tecnificación de los hospitales y servicios asistenciales. Los clásicos saludos y preguntas sobre el estado de salud, muchas veces, se limitan a simples “póngase usted aquí”, “haga esto” y “ya le avisaremos” o “pida hora para una nueva visita”.
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En muchos casos, el paciente se somete a esa técnica por primera vez, se muestra nervioso o incluso asustado por el simple hecho de que se espera de él que sepa hacer bien algo que nunca antes ha hecho. Comunicar La mejora de esta relación comunicativa entre profesionales sanitarios y pacientes podría reducir la inoperancia a veces de los primeros y la sensación de miedo de los últimos, procurando a la vez un clima de confianza que prolongaría un cumplimiento eficaz de la prescripción terapéutica. Bimbela aclara que el paciente debiera siempre confiar en los avances de última generación, por cuanto se presupone que mejoran el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades. En teoría, el profesional sanitario está obligado a explicar su funcionamiento al paciente -como lo está el vendedor de un aparato ante el cliente que se interesa por su compra-; pero el experto en gimnasia emocional confiesa que en la práctica no se hace siempre así: “Se confía a veces en que la máquina sea la gran salvación por el hecho de ahorrar explicaciones y tiempo, consiguiendo que el paciente tenga que entregarse a ella pasivamente”. Saber manejar las emociones crea cercanía, insistió, y una relación más estrecha con quien tenemos enfrente. Gestión de datos y emociones El uso de Internet hace que los pacientes utilicen esta herramienta con anterioridad a muchas visitas para informarse sobre síntomas, patología asociada y tratamiento correspondiente. De este modo, bien por no saber nada o por saberlo todo, la actitud de los pacientes se radicaliza en perfiles de muy exigentes o totalmente callados, y el profesional médico se convierte en mero prescriptor o negociador de un determinado tratamiento. “Debemos educar también a los usuarios del Sistema Nacional de Salud en el sentido de que es el médico quien mejor sabe interpretar y gestionar su enfermedad, pudiendo arrojar luz a muchas dudas planteadas” explica Bimbela. “Los profesionales sanitarios, por su parte, deben trasmitir emociones positivas y no dejarse
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contagiar de los comportamientos agresivos y las emociones negativas de los pacientes”. Cuando el profesional aclara las dudas que el paciente tiene con respecto a su diagnóstico o tratamiento, se crea una estrecha relación de confianza entre ambas partes, un clima de comodidad y tranquilidad. “Este tipo de comunicación positiva se circunscribe en realidad no sólo a los médicos sino también a los directivos de los sistemas sanitarios, a fin de gestionar las dificultades de organización del trabajo o de relaciones humanas con habilidades emocionales, de forma positiva”. Bimbela asegura que no existe una fórmula de procurar la mejor inteligencia emocional, pero reclama un abono periódico a tablas de ejercicios tales como preguntar, escuchar, “empatizar”, resumir, reforzar y “retroalimentar”.
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