Revista Derivas

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ISSN 1234-5678 N掳 1 Febrero de 20012 - Colombia $13.000

DERIVAS bitacora de navegaci贸n urbana


deriva. (De derivar ).

1. f. Mar. Abatimiento o desvío de la nave de su verdadero rumbo por efecto del viento, del mar o de la corriente.

~ continental. 1. f. Geol. Desplazamiento lento y continuo de las masas continentales sobre un magma fluido en el curso de los tiempos geológicos. ~ genética. 1. f. Biol. Evolución del genoma de una población a lo largo de sucesivas generaciones. a la ~. 1. loc. adv. Sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias. 2. loc. adv. Mar. Dicho de navegar o de flotar: A merced de la corriente o del viento.

derivar. - ). (Del lat. derivare

1. intr. Dicho de una cosa: Traer su origen de otra. U. t. c. prnl.

2. intr. Gram. Dicho de una palabra: Proceder de cierta raíz o de alguna otra palabra. U. t. c. tr. y c. prnl. Algunos derivan adrede del latín ad directum, pero otros no.

3. intr. Mar. Dicho de un buque: abatir (II desviarse de su rumbo).

4. tr. Encaminar, conducir algo de una parte a otra.

5. tr. Mat. Obtener la derivada de una función. U. t. c. intr.


Una bitácora de

navegación urbana

Julio C. Londoño A. Director En los inicios del siglo XX, en la París de la Belle Époque, apareció la figura del flâneur: un paseante, un callejero ocioso que exploraba las urbes, un ‘ciudadano de a pié’ que se inmiscuía en la multitud, la husmeaba a conciencia y por placer, la atravesaba y permitía, a la vez, que también ella lo atravesara. El flâneur encontró en la multitud no un sinónimo de masa, sino una bestiario urbano que no se agotaba.

DERIVAS

bitacora de navegación urbana

www.revistaderivas.com revistaderivas@gmail.com

Director: Julio C. Londoño A. Coordinación editorial: Martín Submarine. Redacción: Julio C. Londoño A., Estefanía Henao Arboleda, Juan David Maria Clara

Colaboración: Calle Aguirre. Fo-

tografía:

Julio C. Londoño A.,

Ortiz Franco

Maria Clara Calle Aguirre.

Ilus-

traciónes: Martín Submarine. Portada: Julio C. Londoño A. Diseño: Martín Submarine, Julio C. Londoño A. Impresión: La Patria, Manizales. Circulación: 10.000 ejemplares.

merced de los buenos o malos vientos que puedan deslizarse por las calles.

Derivar puede acarrearnos una transformación, una mutación, un devenir de una cosa a otra. Revolucionando nuestro rumbo, evolucionamos. Esta retórica de los paseos, ordena y crea puentes entre espacios y situaciones. Las prácticas discursivas que surgen de un simple merodeo por las calles, confieren legibilidad a los espacios, nuePosteriormente, a mitad del vas lecturas de cómo nos apromismo siglo, surgiría la teoría piamos de la ciudad y como ella de La Deriva, propuesta por nos apropia. el filósofo, escritor y cineasta Guy Debord junto al grupo de Y es precisamente ese el espíla Internacional Situacionista. ritu de esta revista Derivas, y La teoría esbozaba en concep- esa su invitación: escapar de tos el paseo ocioso del flâneur, los ‘paseos dominantes’ de las el renunciar durante un tiempo habituales guías turísticas, e inlargo a las rutinas cotidianas y vitar a conocer y percibir la otra entregarse a “las solicitudes del ciudad. La fugaz, la que camterreno y los encuentros que a bia en cada cruce de calle con él corresponden”, dejarse llevar carrera. Aguzar los sentidos y por el “relieve psicogeográfico estar atento al instante, antes de las ciudades, con corrientes de que escape. Enredarse en constantes, puntos fijos y re- esa red de universos que conmolinos que hacen difícil el ac- forman la urbe, en la que cada ceso o la salida a ciertas zonas”. esquina puede ser un giro argumental o un estado anímico disDarse al azar implica, necesa- tinto. Cambiar de rumbo y que riamente, un suicidio simbóli- el rumbo nos cambie, dislocar co. Apretar el botón de modo los días, sacrificarles un pedazo aleatorio exige matar el ego, a la salud del ocio. despersonalizarse y prestarse a que el camino decida la ruta, a ¡Buen viaje!

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c ellín d e e r M o de Un r t n e c el LSD r o p a d por el a r e ncia alt e i c n o c la con un acercamiento al periodismo Gonzo

Julio C. Londoño A. Estefanía Henao A.

«A Ramón Pineda, por invitarnos a caminar la ciudad»

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n el Aguadas todo era un estado de ánimo, a diferencia de ahora, en Las Conejitas, donde el oxígeno es tan poco y la humedad tanta, que hasta los pensamientos se tornan pegajosos. Las chicas tienen que acercarse a las esquinas, les gustan los túneles de la madriguera que echan aire frío, los ductos del aire acondicionado. Pareciera que tomaran una ducha entre canción y canción, el aire se escurre por el cuello, el canalillo de los senos, y de ahí para abajo ya entra en el cauce. Las conejitas saltan de mesa en mesa después de cada show. Los clientes, hasta entonces estáticos, dan señales de vida al meter sus manos en los bolsillos para alcanzar los billetes de recompensa. Santanderes y Gaitanes se hunden entre bragas y tetas. “¡Qué viva el Partido Liberal!”, grita Jorge Eliécer, como gritaban los hinchados corazones al escuchar sus discursos en plena Plaza de Cisneros. Qué se iba a imaginar el caudillo que volvería años después, lo que es el destino, a visitar estas mismas calles. Esta vez impreso en un billete y guarecido en la entrepierna de alguna puta.

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FÁBULA

Flash

back

La noche comenzó en la esquina contraria ciados en una mueca sensual preguntaron qué de la calle Carabobo, en la que se forma con queríamos tomar, luego sus ojos maquillados nos San Juan. Precisamente en el bar Aguadas, so- inquirieron uno a uno “¿Pilsen o Águila?”. La blubre el que se alzan los despojos de lo que fue el sita azul marino y las ondas del cabello largo y Hotel Olympia. En el cuarto piso del Hotel vivía crespo se alejaron en dirección a la barra, en un Ana Clara, “Ana Clara Valderrama del Valle, ¡con meneo de cola de pez, de nereida. semejante apellido! Ana del Valle... ¡Más bonito con las lágrimas!”; la puta que muere de soledad Dos ancianos que precedían nuestra mesa nos y de hastío en el cuento de Oscar Castro García: miraban como queriendo devenir en nosotros, Sola en esta nube. La nube volver a habitar ese lugar Teníamos la boca ácida, que envolvió la Plaza de Cispero con nuestra edad. Uno ácidos los ojos y los oídos. neros y sus alrededores, y de ellos se acercó y nos preLa música nos palpitaba en las puntas de los dedos. en la que Ana Clarita benguntó si llevábamos una cáCada extremidad era una dita, moriría asfixiada, en el mara, que de él tenerla nos orquestica, no podíamos contener el temblor bajo cuarto piso del Olympia. habría sacado una foto para la piel. La realidad vibraba. la posteridad. “No olviden En el Aguadas, el sonido de estos momentos. Hay que guarlas monedas resbalando por las gargantas de los darlos en la memoria para cuando se está viejo”, traganíqueles era aplastante e invadía todo el si- insistió en ello. Con una cámara invisible entre tio. Las mesas estaban cercadas por máquinas las manos, obturó en el aire; los residuos del de metal que no paraban de digerir y expulsar licor anisado revelaron la imagen en su cabeza. pesos. En el fondo del bar, separado de las me- Luego se fueron, en dirección a la estación del sas por balaustres, tacos de billar chocaban con- antiguo Ferrocarril de Antioquia, donde se entra bolas de colores, como si rasgaran la tela ver- cuentra ahora la estatua de su ingeniero, don de que cubría las mesas. Una batalla en la que Francisco Javier Cisneros. Unos minutos después llevábamos las de perder, rodeados por todos los abandonamos el Aguadas, el blanco edificio de flancos, hasta que apareció una mesera que nos ventanas censuradas por el hollín de los carros y sacó de la ensoñación quijotesca. Fue llegando el alma de Ana Clara recluida en el cuarto piso. como por partes: primero sus labios pronun- Comenzamos la deriva entre los edificios Carré y el Vásquez.

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Por qué Cisneros ¿ cruzó San Juan ?

A Cisneros lo sacó del centro de la Plaza, donde estaba originalmente, el abandono y los incendios del primer gran mercado de Medellín. Esas tierras donde más de un siglo después se construiría la Biblioteca EPM y el Parque de las Luces, pertenecieron a Carlos Coriolano Amador, quien encomendó la construcción de lo que en un principio se conocería como el Mercado Cubierto de Flores, obra del arquitecto francés Charles Émile Carré. El Mercado, terminado en 1894, había sido el lugar de comercio de los campesinos que Edificio del antíguo hotel Olympia, donde se ubica el Salón de billares Aguadas

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Derivas arribaban a Medellín, traídos por el Ferrocarril. Un año antes, el mismísimo Amador había vendido una parte de la Plaza a Eduardo Vásquez Jaramillo, quien antojado por la obra de Carré y aprovechando su corta visita, le encomendó igualmente la construcción de los dos únicos edificios que sobreviven de la antigua Plaza: el Carré y el Vásquez. Por esos años moría en New York el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, uno de los genios tras el Ferrocarril de Antioquia; el Gobierno del departamento decidió bautizar la plaza en su memoria.

Vásquez, muy afectado por la crisis económica mundial, también hizo lo suyo: vendió los dos edificios en 1925 que, a la postre, se le habían llenado de humitos, putas, tahúres y otras alimañas de la misma calaña. La estatua de Cisneros llegó también por esos días al centro de la Plaza.

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A sólo un año de inaugurado, el Mercadito de Flores comenzó a echar vapores y hollín, y las afueras de la Plaza se fueron llenando de tiendas y cocinas improvisadas por los que no alcanzaron a hacerse a un lugar adentro. Desde entonces, las afueras del mercado se conocerían como El Pedrero, un rebujo que terminó por ahumarle las fachadas al señor Vásquez, y por incinerar las esperanzas de la élite antioqueña. En 1919, el señor Amador le cedió finalmente el edificio del Mercado al municipio de Medellín. El señor

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Entre los edificios se formó un túnel del tiempo, nuestras mentes resbalaron por él, nuestros cuerpos nos anclaron al presente. Al fondo encontramos un gran bosque anacrónico, de árboles rígidos y luminosos, sin ningún fruto.

Desplazado Cisneros, Medellín limpió y llenó de guaduas y cemento el terreno, con una obra -a medias- del escultor Luis Fernando Peláez, que si bien nada decía de la historia del sector, ni era un homenaje al ingeniero cubano padre del Ferrocarril de Antioquia; caló muy bien en la lógica de la Medellín moderna, la que tumba lo viejo porque no le sirve ni para recordar.

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Guayaquil se llamó entonces, y se llenó de Jairos cuchilleros, de tango y más putas, al estilo de Mejía Vallejo. Hasta que nuevamente las élites de la ciudad se acordaron de ellos, y el humito de la Plaza se volvió incendio el 7 de abril de 1968. Cisneros salió corriendo a guarecerse en los aposentos del Museo de Antioquia, hasta que se dignó a cruzar la avenida San Juan, que venía ensanchándose por esos días, y más de una década después pudo descansar junto a la principal estación del Ferrocarril de Antioquia.

Parados en medio de la Plaza, cuyas guaduas han ido desapareciendo para reaparecer en forma de casas en otros lados de la ciudad, podíamos percibir en las esquinas uno que otro muro que Medellín olvidó limpiar, por fortuna. Sobre todo, las fachadas de la calle Amador, La Alhambra y Cundinamarca. Además de las estalagmitas luminosas de la nueva Plaza, la música de los bares de Cundinamarca nos devolvía al momento histórico sobre el que caminábamos esa noche. En vez de Gardel, la Sonora Matancera o Julio Jaramillo escuchábamos Dread Mar-I. Los cuchilleros cambiaron boinas por gorras, pipas por porros y las casas de citas se volvieron inquilinatos.


Bilocaciones Camino al Salón Málaga, subiendo por Maturín y entrando por el viaducto a la estación San Antonio, los sonidos rebotaban: murmullos, carraspeos, estornudos, pasos… En el centro de los remolinos de edificios parecía dibujarse a nuestro alrededor un círculo que indicaba: ‘ustedes están aquí’. Y en el aquí éramos el fondo de una muñeca rusa, y más adentro un corazón que palpitaba de terror por la incertidumbre que emanaban las esquinas. Un poco menos adentro, los caparazones de piel sudaban nuestro horror, como aquellas esquinas. Más afuera las calles que nos contenían, con maniquíes que vigilaban desde las grandes vitrinas. Cada giro aguardaba una sospecha, y lo que dejábamos atrás un posible peligro, algo que nos seguía sin saber muy bien si estaba allí o en nuestras mentes.

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Cuando logramos meter la cabeza nuevamente en la burbuja de la realidad, nuestros ojos instalaron un filtro que la matizaba, pintándola en tonos sepias.

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Salón Málaga

Uno que otro transeúnte junto a nosotros, vagaba sólo, lo más alejado posible. Todos seguíamos nuestra propia ruta, sin querer perturbar el estado de las cosas, sin querer despertar a los huéspedes que dormían sobre las aceras. Perfectamente podríamos estar atravesando su sala, comedor o baño; una especie de división imaginaria que recordara los sutiles trazos del plano de una casa, como en Dogville (2003) de Lars von Trier.

Al entrar al Málaga sufrimos una especie de bilocación, multiplicada 506 veces, 506 cuadros que nos miraban desde las paredes, y un Gardel de tamaño real junto a la mesa, mudo. Cada fotografía era una posible vida, una posible anécdota. En segundos envejecimos años, mimetizados con el ambiente. Cantantes, actrices y escenarios, que funcionaban a manera de espejo, nos transportaban a cada momento. La risa era incontenible y se aventaba desde adentro, multiplicando su fuerza mientras salía por la boca. Ya afuera, cada rincón la amplificaba. Éramos una bola de risa que rodaba, haciendo eco por distintos tiempos. En ese instante, alguien preguntó por la hora y, como el conejo de Alicia, pensamos: “¡Válgame mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo!”. Salimos como siguiéndolo, escoltados por un carro de basura, un monstruo hediondo y verde que olía a moho.

GONZO Este término podría provenir de la jerga irlandesa, y referiría al último hombre que quede en pié luego de un maratón de alcohol. 7


Derivas

Un gran

portal

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Éramos conscientes de cada órgano de nuestros cuerpos. Desconocíamos la palabra agotamiento. La energía contenida nos salía por los ojos, iluminando hasta el rincón más vedado.

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Logramos escabullirnos por una vertiente de Junín, una callecita estrecha junto al Pasaje La Bolsa, un atajo que desemboca en mitad de la calle Boyacá, entre Junín y Palacé. Por suerte, el tiempo se había aburrido de jugar con nosotros, porque de haber estado allí en 1968 habríamos sido testigos del famoso ‘crimen de Posadita’. Algunos restos de Anita Agudelo habrían pasado sobre nuestras cabezas, arrojados desde el último piso del edificio Fabricato, hasta llegar al techo de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria. El centro tiene historias hasta en el aire. El cauce de Boyacá nos arrojó a la corriente de Palacé hasta sacarnos a la orilla donde la avenida La Playa se convierte en la Primero de Mayo, donde se ubicaba el desaparecido bar subterráneo 20 de Julio, que se convirtió en un parqueadero de motos. En aquel cruce, al final de La Playa, se encuentran encalladas las cuatro esquinas más viejas de Medellín. Los cuatro edificios que las forman tienen más de 50 años: el Portacomidas que lo integran dos edificios fundidos en uno (Álvarez Santamaría y Cárdenas), el de la Naviera o edificio Antioquia, el hotel El Continental y el edificio Palacé. Este último se mimetiza con el Constaín, la primera casa de dos pisos que tuvo Medellín. La Naviera y el Portacomidas son los marcos de un gran portal urbano, que antecede la sala de la plaza de Botero.Amoniaco y grajo emanan de los paraderos de buses, las paredes y sus ventanas, en un coctel que hay que beber mientras en el bar La Tusa se escucha: “chupemos guaro al piso, parceros, que así es que uno se entretiene. Después nos vamos pa’onde las putas…, pa’onde las putas patas, compita, nos lleven”.

madriguera

La

Quisimos adentrarnos más aún en la matrioska. Se escuchó un grito, espantado por la sombra de una rata, que nos estalló los tímpanos. Caminamos entre cuerpos de bronce, voluptuosos y desnudos, fríos y quietos frente al Museo de Antioquia. Finalmente, descendimos por el túnel de la gran madriguera, hacia el reino de las conejas, en busca de unos más cálidos. Así fue como terminamos aquí, en la otra esquina de Carabobo.

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Por las pupilas dilatadas las luces llegan a las lenguas. Las saboreamos: efervescentes, rojas y calientes. Bajan por las gargantas y estallan en los estómagos.

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Cuando terminamos de descender, unos campanazos anuncian nuestra llegada a la merienda de locos. Unas manos sueltas palpan la calidad de nuestras nalgas y pechos, mientras alguien cerca al oído te dice: “¡Usted con esa cara de virgen y a mí como me gusta desvirgar culicagados!”. La sinestesia que impone el lugar es ineludible. Las luces rojas y rosadas cambian hasta el sabor amargo de la cerveza. Cada objeto que señalan es tan relevante, que es imposible fijarse en alguno por mucho tiempo: un beso robado, un choque de botellas, las palabras: “I forget myself, I want you to remind me”, lamidas con perfecta dicción por una boquita volando por todos lados.

Es un territorio de chicas donde los hombres que meten el hocico no pasan de ser simples extras. Y allá nos llevaron… Todo está puesto en escena, cada movimiento noche a noche aprendido. Lo que no pierde vigencia es la cara de estrellitas PERIODISMO GONZO ochenteras de las muchachas cuando se toman Es un estilo de reportaje que propone la plataforma para ellas solas, rodeadas por meabordar directamente la noticia, sin te- ras sombras, meras impresiones de lo que pomor a influir en ella, rompiendo el viejo drían ser hombres o lobos al acecho.

supuesto de la “objetividad periodística”. El periodista se convierte en un actor más de las historias que cuenta. Prevalece el contexto sobre el texto, los ambientes cobran importancia más que los hechos en sí.

El lugar más estrecho y profundo de la madriguera son los baños. Frente al espejo, una chica raspa con su llave una bolsa con polvo blanco que se lleva a la nariz, ansiosa, batiendo el récord de un gramo inhalado en el menor tiempo

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Derivas posible. “Y me miro en el espejo despacito, me analizo y me enfado otra vez conmigo”, pensaría quizá en esa canción. En ese momento, es la más poderosa del mundo. El único testigo, el espejo. El baño está diseñado para estas contorsionistas, hay que abrirse muy bien de piernas para poder cerrar la puerta, sostenerla con una mano y que ella te sostenga elevada del inodoro, para no mojarse los muslos. Si lo logras, evita abrir la puerta con la emoción del triunfo, podrías golpear a Candela, la coneja más hermosa. Si la fortuna no te acompaña, ella te dirá: “Freescaaa…, yo no soy pelionera”, ¡choque esos cinco!

Conejitas grill show, en inmediaciones de la plazoleta de las esculturas de Fernando Botero

Fuego alto de media noche En la parte más alta del bar, el V.I.P. improvi- el tubo. Suenan los campanazos nuevamente, sado, se lo reserva un grupo de pequeños capos cuando entran seis policías y se paran frente a la de barrio. Pero en definitiva, el show de La Dia- plataforma. “¡Mi teniente primera, salve usted la bla se ve mejor desde las tierras bajas, alrededor patria!!”, diría Ana Clara, la del Olympia. de la plataforma, en el centro del bar. Antes de entrar en escena, ya nos haLa Diabla roba unos hielos bía ofrecido un show privay unas rodajas de naranja. Girábamos las cabezas do, con acceso a las fotos de Vuelve al centro, se frota los como gatos o búhos, cusu Blackberry, sus pequeñas hielos, se exprime las nariosos de cada cosa. Al ritmo de la música el entorno tetas en la ducha y su imporanjas en las tetas. El jugo se estiraba y se encogía, y nente clítoris. le escurre. Preparado el cocnosotros con él. tel, se lo ofrece a uno de los Al ritmo de Rammstein y clientes, lo atraganta con su Metallica, se desplaza por la plataforma con sus vagina, haciéndole una llave con las piernas alpiernas abiertas, en un spagat perfecto. Se es- rededor del cuello. “¡Chupe mijo, que eso encurre como una serpiente mientras mueve vio- gorda!”, se escucha por los altavoces del bar. La lentamente su cabellera. Se dirige al norte para Diabla se apaga con una jarra de agua helada, robarse un trago, se pone en pie y coge impulso se ducha delante de todos dejando la hoguera hacia el sur, se avienta y hace una pirueta en encendida.

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El mayor exponente del periodismo gonzo fue el periodista estadounidense Hunter S. Thompson, con trabajos como El Derby de Kentucky es decadente y depravado, Mescalito y Miedo y asco en Las Vegas. A este periodismo se le ha relacionado con los movimientos contraculturales, por su surgimiento en los años 50s y 60s. Es recurrente la utilización de drogas para distorcionar la visión objetiva.

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FIN de fiesta

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Cambiamos colores por rostros. Volvimos del detalle al panorama: la mirada ya no era focalizada, escuchábamos tan sólo el sonido ambiente.

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Recuerda entonces las manos que se aventaran sobre su pantalón, rozándole el pene; el piropo despistando su mente por el oído, mientras delicadamente los dedos se introducían por el bolsillo, tres segundos de gracia… le extraen el celular al pobre.

Mira a lado y lado de la calle, en busca de la audaz delincuente. Recuerda haberla visto entrar al bar del lado, un hervidero de hormonas, drogas, licor, maquillaje, donde hasta el aire que alcanza a escapar corta. Intenta entrar, pero lo detienen con una advertencia: “¿Estás loco? ¿Contra quién te vas a enfrentar? Si vos entrás a ese lugar no salimos vivos”. El hombre que intentaba detenerlo nos mira, como buscando aproSe escucha un piropo en el aire, “papi, ¿pa’ dón- bación, dándonos la última lección de la noche: de va esta noche?”. Camionetas recogen y des- “Nadie puede contra la fuerza de un hombre y la cargan travestis. Cuerpos voluptuosos, volubles, histeria de una mujer en un solo cuerpo”. voluminosos, otros flácidos, flacos y flojos. Tacones y pelos largos, uñas y garras, sombra en los El sabor amargo del ácido ojos para ocultar algo, y brillo en los labios para se disipó de la boca, desuavizar voces. jando tan sólo el del cigaLa última esquina de la noche nos esperaba en Bolivia con Palacé, el sector de Barbacoas parte baja. En el bar Raza, un grupo de travestis esperaba clientes. Caminaban junto a nosotros, cada bando analizaba al otro, los olía y seguía en lo suyo. Allí, los movimientos son sutiles pero certeros.

El posible cliente se ha tomado su tiempo para meditarlo. ¿Dónde iré esta noche? Y cuando intenta averiguar la hora, un bolsillo vacío.

STOP

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rrillo. La mente recobró su ritmo habitual. Los músculos perdían energía y se rebelaban, fatigados.

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Resumen de estaciones Mapa del recorrido en la página siguiente

[A] [B] Por qué Cisneros cruzó San Juan Bilocaciones [C] [D] Un gran portal La madriguera [E] Fuego alto de medianoche [F] Fin de fiesta Flashback

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Derivas

[F] [E]

[D]

[B]

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[C] [A]


VOYEUR

GULA gulash Maria Clara Calle Aguirre La cocina de doña Tere en el Monserrate, es un Extranjeros y nacionales quedan prendidos, tanzoológico de olores, color y condimentos. Los to por la sazón como por la amabilidad de esta pollos, que ella misma cría, son el sello de su mujer. Aquí, una muestra de lo de Tere. negocio por la manera en que los exhibe al visitante. bon appetit...

Doña Tere lleva cerca de diez años en el negocio de los pollos, siete de ellos ha subido cada fin de semana al Monserrate.

Pollo marinado entero $14.000 1/2 pollo marinado $8.000 Morcilla (libra) $4.500 Chorizo $2.500

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Derivas

Desde que cría sus propios pollos, no es capaz de degollar a uno sólo. Para eso entrenó a sus hijos y nietos.

Luego del almuerzo puede disfrutar de la fruta picada del negocio de al lado, de una amiga de doña Tere. O si lo prefiere, tomarse un vaso helado de ‘rica chicha’ para la sed, y prepararse para el descenso del Monserrate.

y listo el pollo...

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DOSIS MINIMA

mini

CRONICAS

Juan David Ortiz Franco

E

l lugar para la despedida fue la puerta de La Estancia, tenían más de setenta años, él le entregó 2 mil pesos, le dijo que se manejara bien, ella le dio un beso en la mejilla y se montó en una camioneta de la policía que la esperaba en la esquina.

E

l paraguas colorinche del carrito de la chunchurria tiene la capacidad asombrosa de mantener en el mismo lugar los vapores intestinales alborotados con la fritanga. En medio de esa niebla espesa está siempre la mujer al mando. Está vez un borracho la acompaña y le da su asesoría en las labores culinarias. Ofrece, por ejemplo, para balancear el sabor, unas cuantas gotas del líquido amarillento que carga en una botella de triplesec.

Tenía una chaqueta negra con realce ab-

dominal, un bozo respetable y tenis blancos de chulo grande. Se acercó a la mujer de la chaza y le dijo: —¿vende rosas? Ella lo miró y le estiró un paquete de Camel sin filtro.

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e la casa de la funeraria salió una procesión con cara de “buen muerto”. La encabezaba el cortejo de dolientes alquilados, de traje y de corbata, encargado de cargar al difunto hasta el carro para las diligencias posteriores. Sobre el ataúd viajaba cómodamente sentado un enano con gafas oscuras envuelto en una bandera del Nacional.

Subían juntos por la escalera del hotel.

El mayor, que además era el que pagaba por la pieza y los servicios amatorios del más joven, se tropezó y rodó por la escalera hasta caer con cara de muerto en la acera. Mientras lo recogían para subirlo a un taxi que seguramente lo llevaría a Policlínica, donde le pondrían un brazo y un par de dientes en su lugar, la señora de los l punk de cresta parada con jabón Rey, se chuzos, al otro lado de la calle, dijo que era la acercó con un papelito en la mano. Era la foto- tercera o cuarta vez que algún tipo bien acompacopia de un poema con pésima ortografía que ñado rodaba por las mismas escaleras. decía algo sobre la madre, un árbol y la ternura. Se largó feliz con una moneda de doscientos. En el camino se agachó, tocó el agua de la fuente con la punta de los dedos y se arrodilló frente a la Catedral para darse la bendición en un ritual de extrema anarquía.

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