Informe sobre Moscú / Los pterodáctilos

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INFORME SOBRE MOSCÚ LOS PTERODÁCTILOS

José Sbarra


Sbarra, José Informe sobre Moscú. Los pterodáctilos. - 1a ed. - Martínez : Palabras Amarillas, 2013. 48 p. ; 10x17 cm. ISBN 978-987-45112-0-1 1. Literatura Argentina. CDD A860 Fecha de catalogación: 15/10/2013

De esta edición: © Palabras Amarillas Ediciones. www.palabrasamarillas.blogspot.com.ar © José Sbarra, 2013. Ilustración de tapa: Ignacio Fernández Paupy Diseño: Maru Aguzzi Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723 Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.


INFORME SOBRE MOSCÚ LOS PTERODÁCTILOS

José Sbarra



INFORME SOBRE MOSCÚ



INFORME SOBRE LA SITUACIÓN EN RUSIA Noviembre y diciembre 1990

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Reunión en Moscú con el equipo de la filmación y conferencia de prensa. Exigen que responda con inteligencia. Me elo-

gian. Me hieren. Son intelectuales. Unos me admiran con sospechosa exageración. Otros encuentran influencias en mi libro. Influencias de autores que jamás he leído. No puedo confesarlo. Se trata de autores muy importantes. Un francés se ofrece para hacerme un pico de opio. Le digo que prefiero hacérmelo yo mismo. Veo algunas sonrisas. Insisto en que prefiero hacerlo solo. Mi intérprete y el francés se fueron a otro cuarto y regresaron con una caja metálica y una jeringa de vidrio con una aguja de quince centímetros de largo. Entiendo las sonrisas. En Moscú no existen las jeringuillas descartables. Obviamente no puedo aplicármela. El francés me ensarta una vena con bastante delicadeza. Siguen con las preguntas cultas. Mi intérprete los traiciona y también traiciona mis respuestas. 11


Lo intuyo. El opio inyectado no parece haberme provocado ninguna alteración. Se sorprenden. Me ofrecen otro. Acepto. En cuanto sacan la aguja de mi vena empiezo a sonreír. Ahora sí. Sólo el francés y el director del film se hacen un pico. El resto y las mujeres se limitan a fumar algo parecido a la marihuana. Me aflojo placenteramente. Dejo de trabajar de escritor inteligente. Me siento cómodo por primera vez desde que bajé del avión. Les digo que tengo sueño. Entienden. Me llevan a una habitación desde donde sigo escuchando sus voces. Y parece música ese idioma tan nuevo para mí: pashalta – pashalta – jarashó – óchin – jarrashó.* No duermo pero mi cuerpo parece haber olvidado su esqueleto. Me siento como estudiante que abandonó el aula en que estaba rindiendo examen. *En fonética: Por favor – por favor – bien – muy – bien.

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Me fabrico un diccionario fonético con cada palabra que aprendo. 12


Reunión con latinoamericanos residentes en Moscú. Los argentinos somos soberbios, según un colombiano. Había un mejicano, dos colombianos y un ecuatoriano, entre otros. Tienen una cultura latinoamericana sorprendente. Conocen los escritores y los modismos de cada país. Recordé a unos peruanos y un chileno que conocí en un tren rumbo a Venecia. Y fatalmente dije: los argentinos conocemos latinoamericanos cuando viajamos a Europa. El colombiano se burló de mí. Contó una serie de chistes sobre argentinos. “¿Qué hacen dos argentinos en la Torre Eiffel?... Miran cómo se ve París sin ellos”. La reunión no fue muy feliz. Los defraudé o les fui útil para continuar con la idea que tienen de nosotros. En la despedida, el colombiano me invitó al estreno de una obra dirigida por él, la versión teatral de Rayuela, una novela de autor argentino. Nos admiran.

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El opio no me deja dormir. Me tiro en la cama pero los ojos hacen zapping con imágenes 13


del pasado y del futuro. Temo enfermarme. Pero no puedo dormir. Pienso en vos, en por qué no estás conmigo. Estoy confundido. Trabajo con el director y el intérprete en la adaptación del libro. Pero creo que vine solamente a tratar de entender mi amor por vos. Los cuervos comen no sé qué en la nieve. Los veo por la ventana. Moscú en invierno es la tristeza. La tentación de ser triste. Todo Moscú con sus cuervos y su nieve, con sus ramas dolorosas me recita en los oídos: suicídate.

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Hace más de quince días que estoy aquí. Son las dos de la mañana. En Buenos Aires

serán las ocho. Tengo miedo. Pienso que estarás en la cama con otro. Me pregunto si en la comparación gano o salgo perdiendo. Ya no me puedes amar. ¿Verdad? Por eso estoy en Moscú. No me atrevo a regresar. Algún día tendré que volver. Y no sé qué voy a encontrar. Los cuervos se persiguen sobre la nieve. Son tan vangoghtianos como un mal presagio.

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Noche de sábado. Debo quedarme más tiempo del que pen-

sé. Es necesario para la producción del film y para la traducción de mis libros. Me presentaron al hijo de un científico nuclear. Un niño ruso de nueve años. Hablamos en francés. Yo– ¿Qué vas a ser cuando seas grande? Él– Lo importante no es qué sino quién voy a ser. Si voy a ser bueno o si voy a ser malo. Hubiera preferido que me respondiese: ¿Y a usted qué le importa? Sabio el niño, pero de un modo insolente. Por la mañana te compré una cítara y una especie de mandolina, sé que te van a encantar. En realidad, no lo sé. En la televisión pasan debates políticos, no entiendo nada de lo que dicen pero la palabra perestroika aparece cada vez con mayor frecuencia.

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Domingo sobre la nieve moscovita, un viejo pasea a su nieto en trineo. Los veo desde mi

ventana. Van vienen van. El niño es un montón de 15


ropas apretadas. Un juguete en un carrito bajo la nieve. El viejo tira hacia un lado y hacia el otro con una indiferencia tristísima.

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Ayer a la noche corregimos el guión. Hoy terminamos los datos del dossier. Leontievna

Asrapova, la directora de producción me llevó al Pravda, me hicieron una nota sin fotos. No puedo llevarme el diario a Buenos Aires, sería ridículo. Es una lengua tan jeroglífica. Mañana iremos a Leningrado o Petersburgo, no se ponen de acuerdo con el nombre de esa ciudad. Récord de días sin sexo y sin amor. Sé que soy cruel con los que amo. Sobre todo cuando siento que me dejaron de amar.

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Leningrado. El mar es una planicie helada. En la bahía

caminamos sobre el mar. En los ríos y las lagunas la gente hace un agujero en el hielo para pescar. Yo creía que eso solamente pasaba en los dibujos 16


animados. Mi intérprete ya se dio cuenta que tengo un sentido del humor bastante estúpido y que no vale la pena traducirme fielmente. Caminamos mil kilómetros de bosque bajo una nevada de cuentos. Íbamos a la casa de un pintor. Alguien por gentileza, pidió al intérprete que me pregunte qué es lo que más me gusta de Rusia. Le respondí: “Que no hay mosquitos”. Porque si encima de esta soledad, de este extrañarte todos los días, de este peregrinaje absurdo, de tanto tragar nieve, tuviese que soportar un bosque lleno de mosquitos, me enterraría en la nieve ya mismo. Por el bien de las relaciones entre Argentina y Rusia el traductor me traicionó una vez más.

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En la casa de un pintor probé unos pequeños hongos que él y su esposa recogieron

en la primavera. Y por primera vez en Rusia me reí, me reí mucho: de la nieve, del idioma, de la solemnidad soviética, de mi ridículo vestuario cosaco. Es increíble que de pronto comas seis o siete hongos y empieces a sentirte feliz y a reírte de todo. 17


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Dejamos atrás el bosque de Petergolf y volvimos a Leningrado o Petersburgo.

El pintor nos regaló una caja llena de hongos con la advertencia de que no comiésemos demasiados porque no íbamos a poder dormir. Naturalmente no le hicimos caso. Prefiero no dormir a aburrirme como me aburría con tanto ceremonial. Ahora me está subiendo la nueva dosis y empiezo a sentirme bien otra vez. Y me acuerdo de vos. No me he acostado con nadie. Pero no sé si es por fidelidad o porque no tengo mucho tiempo libre. Te amo.

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Seguimos en Leningrado o Petersburgo. Tuve una historia sexual sin trascenden-

cia. Claro, fue con mi intérprete. Tanto estar inevitablemente juntos. El tipo no es homosexual. Se llama Iracli. Esos pequeños hongos del bosque nos unieron demasiado. Me dijo que en Rusia no era prudente que hablase tan abiertamente de mi homosexualidad. Y después de otras banalidades 18


agregó que a él le gustaría tener una experiencia sexual conmigo. La palabra “experiencia” me hizo preguntarme a mí mismo si me gusta ser una rata de laboratorio. Y me respondí: sí, me gusta ser una rata de laboratorio. Esa noche comimos más hongos que de costumbre. Iracli me sorprendió pidiéndome que se la metiera despacio. No estuvo mal pero fue poco placer para mí que (si lo sabrás vos) me gusta coger estilo bestia. Cuánto te extraño. Te prefiero a vos. Siempre preferiré coger con vos. ¿Me estás esperando o ya estás en busca de un nuevo amor? Ojalá no me dejes.

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Iracli tiene una esposa y una amante. Cuando pasa la noche con alguna de

ellas procura dejarme en compañía de gente que hable inglés o francés. Todos son amables conmigo, pero yo cambio este viaje por estar a tu lado en San Telmo y que me sigas queriendo. 19


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Leningrado o Petersburgo. Comí hongos en el desayuno. Den-

tro de un rato empezaré a flotar. Mi primer pensamiento es para vos. Me llevan a conocer un convento del siglo nosécuánto. Estoy con Iracli y otros ocho rusos. Iracli ya me traduce cosas como: “Dicen que aquí sucedió no sé qué cosa, pone cara de angustia y mueve la cabeza como si dijera: Oh qué terrible”. Los hongos hacen buenos amigos. Al salir del convento yo caminaba a unos cien metros atrás del grupo. Solo con mis pensamientos y mi caja de hongos en el bolsillo. Nevaba, como siempre. Veo que, pese al frío, los rusos se detienen en una pequeña colina escarpada. La nieve los borronea un poco. ¡Qué insólitos son! Cuando llego a ellos le dicen a Iracli que me cuente que en ese lugar había no sé qué famoso palacio y los alemanes lo bombardearon. Escucho la traducción y respondo: “Me alegro mucho, un museo menos para visitar”. Iracli no aguantó la risa. Los rusos se irritaron un poco, pero luego les dio alguna explicación que los reconcilió con su drama histórico y me miraron con 20


un gesto de aprobación. Vuelvo a mantenerme alejado para comer hongos sin que se enteren.

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Regresamos a Moscú en un tren nocturno. Iracli y yo éramos los únicos pa-

sajeros. Todo el vagón para nosotros. Y la caja de hongos. Nevaba y el viaje fue misterioso, triste y sicodélico. Sólo me faltabas vos y hubiera muerto de placer en esa noche blanca. ¿Cómo pudiste canjear esta aventura para quedarte aferrado a tu trabajo y a la posibilidad de coger con otros en Buenos Aires? Izzvinítie.* *En fonética: Perdoname.

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Moscú. Estamos terminando de corregir el

guión técnico. Escriben simultáneamente una versión en ruso y otra en castellano. Yo les com21


plico la vida. Ya que tuve que alejarme de vos, por lo menos que respeten el estilo de mis diálogos. No quisiera decepcionarme como con la versión teatral que hicieron en Buenos Aires. El director es lento. Se mueve como la nieve. Debo ir a la premier de un film de Leontievna Asrapova, la productora del que estamos preparando. El estreno es a las 16. Aquí a esa hora ya es de noche. Iracli me lleva a la casa del vestuarista para que me disfrace de elegante. Soy el invitado de honor. ¿Por qué no estás conmigo?

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No sé cómo terminé en esta fiesta en la embajada norteamericana.

Estoy bastante borracho en compañía de una

cantante lírica canadiense y de un pianista chipriota. Hay un grupo de ruidosos jóvenes americanos que bailan la canción del Rocky Horror Show con una mano en la cabeza, otra en la cintura y dan saltitos. ¡Qué pena que te pierdas todo este circo! En la premier te habrías sentido orgulloso de mí. Moño y solapas brillantes. Durante los discur22


sos me iluminaron con un reflector y una mano me ayudó a ponerme de pie. El cine aplaudió y se me llenaron los ojos de lágrimas. Le pedí a Iracli que me tradujera. Dije: Pañiatna… pañiatna… spasiva.* Y no estabas a mi lado. *En fonética: Entiendo… entiendo… gracias.

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Hoy es Nochebuena. A champagne y porro todo el día.

Viajo en el metro. Ya domino la ciudad. La gente es amable conmigo. Salgo solo y hablo una especie de ruso-apache. Empiezo a amar a los moscovitas. Son silenciosos pero cuando discuten ponen un entusiasmo casi napolitano. En el centro hay cinco pinos con adornos de navidad y la palabra PAZ escrita en ruso y en inglés. Me dicen que en New York hay cinco iguales: ingenuidad navideña. ¿Qué sucede en Buenos Aires? ¿Qué hacés? ¿Con quién estás?

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Fui a ver una obra en la que trabajaba el actor que hace de policía en nuestra pelí-

cula. El primer acto duró una hora cuarenta y cinco minutos. En el entreacto salí a fumar un porro. Acá en los teatros te dan con la entrada un par de larga-

vistas. Para no aburrirme, durante el segundo acto regulaba las lentes y le miraba el bulto a los actores que por suerte eran casi todos jóvenes. La obra era Los Poseídos, de Camus. Ahora estoy en el Hotel Inturist. Vine a tomar un whisky. Ya voy por el tercero. Este hotel parece Casablanca, no por la decoración sino por el movimiento sospechoso de la gente: tranzas, mercado negro, visas, dólares, putas. Un Moscú detenido en los años 50. En tu carta me decís que si me quedo será porque lo paso bien. Sos cruel: a tu lado lo paso mejor. Olvidás lo complicado que fueron los trámites para venir aquí. Para salir de Rusia es igualmente complicado. Te amo.

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Cuando me dieron la comunicación con Buenos Aires no pude hablar con liber-

tad. Estaba reunido con la productora, el director, Iracli y unos editores firmando papeles relacionados con los derechos de autor del guión y por la edición rusa del libro y de dos libros infantiles. Ni siquiera me atreví a lanzar un grito por la dicha de escuchar tu voz y a decirte que me muero por verte.

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Últimos días en Rusia. Está nevando. Si regreso en verano me va a ser imposible

reconocer esta ciudad. Cena para festejar el fin de año en el Hotel Ucrania. Después de comer, los menos formales del equipo subimos al piso treinta. Y aquí estoy, borracho de champagne y vodka mirando los fuegos artificiales desde una ventana. Esta es la suite de Jean Cristoff, un fotógrafo francés que se radicó en Moscú para dejar la heroína. Aquí vive matándose con alcohol, no ganó mucho con el cambio. Iracli consiguió más opio inyectable. A la madrugada propusieron bajar en busca de aventuras sexuales. Yo dije estúpidamente: “Me gustaría ser 25


fiel”: “¿Fiel a quién?” –me preguntó Jean Cristoff mientras veíamos extinguirse los últimos fuegos artificiales. “Sólo tienes que serte fiel a ti mismo”. Una buena frase para tranquilizar conciencias… Pero me hice llevar a mi casa. Compartí el viaje con una pareja de técnicos moscovitas. Ella no me conocía, pero él había leído el original de la versión rusa de mi libro y me recitó en inglés el capítulo que dice: “no dejes que se vaya, asesínalo…” Cuando llegamos a mi casa le dije: “You enjoy my night”, que espero que haya sido lo que quise decir, porque el opio me había puesto más tarado aún. Ya estoy otra vez solo en esta casa que parece el escenario de una obra de Chejof. Y pienso en vos. Y también siento que amo a Moscú. Te quiero y no entiendo nada de lo que nos ocurrió.

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No te conozco. Hoy, por la mañana, estuve casi diez minutos preguntándome

qué marca de cigarrillos fumabas, para comprarte un cartón cuando pase por el Free-Shop del aeropuerto. Me recriminaba por haberlo olvidado. 26


Después me recriminé haberme olvidado que nunca fumaste. Ahora pienso en vos y me estoy masturbando mientras en la TV Gorvachof discute en un debate y me empieza a bajar el efecto del opio. Luego comeré algo y me iré a dormir. ¿Cuánto hace que me dejaste de amar?

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Último despertar en Moscú. Nieva. Nieva. Nieva.

Salgo a caminar por un parque antes del desa-

yuno. ¿Por qué no estás conmigo? Último paseo por la ciudad. La ceremonia del adiós en el aeropuerto. Vinieron a despedirme los actores y los productores del film. Casi todos lloran. Esta gente me quiso de verdad. Iracli me recitó un poema popular ruso y yo le pedí que no lo tradujera porque lo entendí. Me abrazó como se abraza a un amante. Nunca voy a olvidar a este tipo. Jamás me iría de Rusia si no fuese porque tengo la esperanza de que continúes viviendo junto a mí. Voy hacia tu encuentro. Adiós, Moscú. 27


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El avión hizo escalas en Argelia, en la Isla de São y en Bahía.

Ya estamos sobrevolando el norte de Argenti-

na. No pienso más en Rusia, allá la semana próxima comienza la filmación de Marc, la sucia rata. Ya son un recuerdo ese libro y ese país. Deseo llegar a Buenos Aires. Verte. Desesperadamente. Dentro de quince minutos el avión aterrizará en Ezeiza. Y yo, tan confundido como cuando me fui. Que estés esperándome. Que estés esperándome… Pashalsta… Pashalsta… Por favor… Por favor.

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EPÍLOGO Buenos Aires, enero de 1991

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El avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Ezeiza. No me estabas es-

perando. La situación política de Rusia modificó el mapa del mundo. Fui a la Unión Soviética y hoy ese país no existe más. La búsqueda de un sistema social solidario fracasó. Triunfó el capitalismo. Tu amor se había agotado. Me dejaste viajar solamente para que lo entendiera. Pero sin embargo no lo entendí hasta arribar al aeropuerto y no encontrar tus ojos entre los que me esperaban. Y no lo acepté hasta llegar a nuestra casa y leer tu carta de despedida escrita con el horrible estilo de los que han dejado de amar.

FIN

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LOS PTERODテ,TILOS



1 En la era más estrambótica de la Tierra, los pterodáctilos fueron los únicos seres capaces de constituir parejas absolutamente fieles. En el caso de que muriese uno de los integrantes, el otro no formaba una nueva unión. Si el pterodáctilo sobrevivía, dedicaba el resto de su existencia a deambular por los sitios frecuentados con su pterodáctila. Y realizaba este peregrinaje sin comer ni beber. Sin ir en búsqueda de otra compañera. Poco a poco iba debilitándose hasta que moría, preferiblemente en el exacto lugar en el que había caído su pterodáctila.

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2 Ella lo ama. Volar hambrientos, pero juntos, le parece una fascinante aventura. Ama su coraje. Ama la paciencia de su vuelo sobre los volcanes. Lo considera un valiente. Ella lo ama. Ama que se olvide de comer por atrapar una piedra azul. Hay otros pterodáctilos, pero ninguno tiene su estrafalaria manera de planear. Ella lo ama. Desde el día en que conoció a ese tonto pterodáctilo nunca se separó de su lado. Por eso él sabe que ella lo ama.

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3 En la sinfónica turbulencia de la atmósfera, entre nubes doradas, un pterodáctilo vuela junto a su pterodáctila. Sus ojos antediluvianos son los espejos del fuego en el corazón de los volcanes. Vuelan juntos. Como viajeros elegantes. ¿De qué sirve un pterodáctilo sin su pterodáctila? Toda la Tierra con sus ardientes temperaturas y con sus inesperados desplazamientos les ordena amarse. Y sobre la catedral volcánica del planeta, y sin saberlo, los pterodáctilos están amándose.

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4 De pronto su vuelo se interrumpió. La pterodáctila cayó por un túnel transparente en el aire. Cayó sobre la arena como una roca. Como un meteorito atraído terriblemente por la Tierra... Estaba en vuelo y el vuelo se detuvo como un amor que dice no. Un instante de desconcierto y luego la pterodáctila cayó... Transparente en el aire… Cayó sobre la playa. El pterodáctilo volaba a su lado. Supo el momento preciso en que su pterodáctilo cayó. Pero no miró hacia abajo. Negó el vacío. La implacable vertical de la caída. Miró hacia un costado y hacia otro. No la vio. Se resistió a aceptar lo demasiado obvio. Y no se animó a mirar hacia abajo. Con espanto volvió la cabeza hacia un costado y hacia el otro. La buscó en todas las posibilidades horizontales del vuelo. Nunca miró hacia abajo. 36


Aterrizó en la playa. Caminó con la vista más allá del presente, buscándola lejos. Lejos. Se detuvo sin verla. Intuyó la presencia de una roca nueva sobre la arena. El pterodáctilo cubrió su cara con cuarenta millones de años. Una tras otra resbalaron sus monumentales lágrimas. En la boca ígnea de los volcanes resonaron sus alaridos. Pero nunca miró hacia el sitio del dolor.

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5 Vuela. No lo distraen las piedras azules que saltan de los volcanes. Sigue su rumbo. Y su rumbo es buscarla. Sus retinas sólo reflejan la imagen de ella. Cree verla en el movimiento de una rama o sobre la cresta salvaje de una ola. No se pregunta por qué se fue. Se pregunta hacia dónde. Su cabeza de cretáceo no puede concebir un abandono, sólo un extravío. Es un puro volar sin calma, un vivir buscándola para salvarla y salvarse al tiempo que la salva. Sin ella, volar es un acto inútil. Se tropieza con las nubes y confunde el cielo con el mar. Va de un lado hacia otro, desorientado y torpe. Fatiga tanto el vuelo si se vuela solo. No quiere volar. Quiere querer. 38


No los unían los proyectos ni la costumbre. Los unía el volar sabiendo que el otro volaba al lado. Los unía ese voltear la cabeza en el mismo instante como para decirse: ¿Ves?, estamos volando.

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6 Con larval inocencia un pterodáctilo busca a su pterodáctila. Él no sabe nada de la muerte. Sólo sabe planear con ella como dos gigantes remeros del espacio. Sólo sabe que un pterodáctilo y una pterodáctila son un mismo cuerpo. Y ahora a él le falta una parte. Ella murió una noche en que los cielos eran dorados. Aún está sobre la arena su cadáver fosilizándose, pero él insiste en la búsqueda porque eso no es ella, no es su pterodáctila: le falta el vuelo, la mirada y el olor del amor. Ignora las leyes de la naturaleza, cree en el reencuentro. Si necesita a su pterodáctila tiene que ser porque en algún sitio ella lo espera. Vuela chocando contra todas las salientes de la noche. Va una y otra vez por los lugares que conocieron juntos. Desde la orilla de aquel lago vieron 40


la primera lluvia de estrellas, en ese crĂĄter la tuvo entre sus alas. Vuelve al cielo. Insiste en la bĂşsqueda. Es una esperanza en vuelo y condenada. Desde lo alto de la noche color magenta se lanza en picada. Solitario y en silencio se desploma en ese fragmento de playa que nunca quiso mirar.

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NOTA SOBRE LA EDICIÓN José Sbarra, que se definía a sí mismo como un anarquista, daba un consejo: Si podés vivir sin escribir, no escribas. En sus libros, inventa una forma propia a base de diálogos, relatos en mosaico, impresiones y poemas. Informe sobre Moscú y Los pterodáctilos son textos que hablan sobre los movimientos del amor y el desgarro. Informe sobre Moscú fue publicado por primera vez en septiembre de 1996, en una tirada de ciento cincuenta ejemplares, realizada por Diana Gagliano, repartidos durante un homenaje que se hiciera a José Sbarra en el teatro El vitral, poco tiempo después de su muerte. Los pterodáctilos forma parte del libro inédito Bang Bang.

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ÍNDICE Informe sobre Moscú

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Los pterodáctilos

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Nota sobre la edición

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