En voz profunda, escuchado por ser dios, embriagado por el dese roca guiada por grandes pe単
todos, Kaspy se confesaba ante el universo como un pobre ser que jug贸 a o de crear que lo llev贸 a degradar su misma raza. Sentado en una gigante ascos suspendidos en el aire, al borde de un abismo que descifraba lo absoluto de su memoria, se lamentaba.
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Con sus manos, sin tocarla, comenzó a manipular la desteñida hoja, arrugándola. De a poco se transformó en una gota espesa que cayó en su boca y corrió por su garganta esparciéndose dentro por todos lados. Su respiración se detuvo, los pulmones olvidaron su tarea y cada hueso, cada fibra, cada músculo, cada partícula, se fue expandiendo dentro bloqueando todo el sistema corporal. Sin fuerza, de manera inerte, quizá por un último deseo cumplido, fue cayendo hacia el borde en silencio con la mirada fija en cada uno de los presentes, y luego en el abismo que parecía despreciarlo pero aceptando, ven, desastre, ven, usa alguno de mis rincones y piérdete. Algunos respiraron luego de varios meses en donde la agonía era lo único en el aire. Se miraban entre sí, asintiendo impávidos. Erguido y con gesto de valentía avanzó el menor hacia el borde mismo y sin mirar siguió avanzando hasta caer. El resto lo siguió, y el día esperó su noche.