Escribir, está en nuestra esencia, es imperioso en algún momento de nuestras vidas sentarnos junto a un papel y un lápiz para confesarles que ocurre en lo más profundo de nuestras almas.
Una vez conocí de la existencia de un profesor de universidad que recolectaba papelitos que yacían en los suelos, teñidos de polvo, acompañados por el olvido. Los guardaba en una caja de zapatos. Entre todo aquel compendio de palabras guardadas habían cartas, recordatorios, oraciones, masajes y algunos te quiero. Sin duda su gran tesoro era una carta de despedida… quien la escribía término con su vida.
Las palabras nos persiguen hasta nuestra muerte, expresarnos nos ayuda a crecer y pienso que si nos interesamos por lo que otros escriben podemos llegar a relacionarnos más armónicamente, porque nos hacemos con las experiencias ajenas y partir de ese momento crecemos como sociedad. Es por ello que nuestra invitación sigue en pie.
Muévete, haz sinapsis y par¬ti-cipa. ¡NO SEAS UN CóMPLICE MáS!