Santa Elvira, barrio patrimonial

Page 1




Autores Patricia Orellana Cea Maximo Beltrán Fuentes Registro de Propiedad Intelectual Nº 251787 1º Edición / mayo de 2015. Tiraje 300 ejemplares Impresora La Discusión S.A.

Prólogo Javier Ramírez Hinrichsen Textos Patricia Orellana Cea Diseño y Dirección de Arte Máximo Beltrán Fuentes Fotografías Patricia Orellana Cea Máximo Beltrán Fuentes Barrio Patrimonial Santa Elvira-Chillán


3


4


D edicatoria. Dedicamos este libro a los habitantes de Santa Elvira. A los de hoy, que viven y hacen el barrio en el día a día. A los de ayer, que sembraron la magia que aún perdura. A los que vienen, que tendrán la responsabilidad de mantener viva la llama de Santa Elvira en el tiempo.

Los autores: Patricia Orellana Cea-Puchi / Máximo Beltrán Fuentes

5


6


..adelante..

7


rólogo Actualmente, al hablar de patrimonio cultural, no tan sólo recae en la valorización de bienes de carácter tangible, por ejemplos, hitos históricos, entre otros. En Chile, según la legislación actual en relación a dichas problemáticas recae en la Ley 17.288 sobre Monumentos Nacionales. No obstante, aunque existe una herramienta de conservación de espacios urbanos vinculados a prácticas culturales como es la denominación de Zona Típica, no alcanza a observar elementos que escapan a la idea de conjunto edificado. Desde el año 2010, el estado chileno ha desarrollado una serie de políticas en pos de la reconstrucción de inmuebles de carácter patrimonial, específicamente alentando programas de revitalización de barrios. En este contexto creo pertinente el presente libro “Santa Elvira, Barrio Patrimonial”. Al hablar de barrio no nos referimos desde una perspectiva “pintoresca”, sino más bien sociocultural. El impacto que han sufrido las ciudades

8

a nivel mundial producto de distintas variables, y en particular en Chile, por el desarrollo de una política urbana favoreciendo la actividad del sector de la construcción en las ciudades, inmobiliarias, han puesto en el tapete la necesidad de resguardar el capital cultural que se identifica al interior de dichos espacios urbanos. Ahora bien, Santa Elvira no se presenta como un ejemplo más de tantos que han ido surgiendo en los últimos años en nuestro país. Sino más bien es un lugar donde se puede graficar los cambios en el modo de vida del habitante de la Provincia del Ñuble. El libro tiene una idea fuerza, “la fachada continua”. Si tomamos esta característica como una metáfora nos hablaría de una continuidad en el modo de habitar que podemos ver en dicho barrio. ¿A qué nos referimos con esto? Patricia Orellana y Máximo Beltrán desarrollan en casi 124 páginas un recorrido describiendo y valorando el inicio de éste Barrio Patrimonial. “Santa Elvira. Barrio Patrimonial”, como señalan en su introducción sus autores (cito) “…es como el carácter chileno…nació de la emigración campo ciudad”. Uno de los acervos relevados


es su módulo habitacional, “la casa de adobe arquitectónicamente de fachada continua”. La formación de dicho espacio urbano albergará una población heterogenea e identificada a través de oficios que marcan la presencia de los habitantes de aquellos inmuebles. Otro elemento, para no olvidar mencionar, es la presencia del agua, no como forma simbólica, sino vinculada a la vertiente (recordar la noticia publicada el día Viernes 24 de enero de 2014 en la diario la Discusión de Chillán, donde se difundía la información de la abertura del muro que impidió el acceso a un lugar con un alto valor culturalambiental, significado desde el terremoto de 1939). En la lectura de la edición aparecerá un minucioso trabajo de campo, una investigación y registro gráfico de casa y habitantes que se irán conectando con un relato oral de suma importancia, no tan sólo para nuestro patrimonio local y nacional, sino también un reflejo de lo que es la valorización del patrimonio cultural a nivel mundial. Finalmente, quiero reiterar el aporte que realiza la presente publicación en pos de la salvaguardia del patrimonio tangible e intangible de la

Provincia del Ñuble. El rescate y difusión tienen en éste libro una casa y un lugar.

Javier Ramírez Hinrichsen Historiador del Arte y del Patrimonio Cultural Docente e Investigador del Departamento de Artes Plásticas Director del Programa de Magíster en Arte y Patrimonio Universidad de Concepción, Chile

9


10


11


12


S anta Elvira ¿Por qué este libro? Queremos seguir transitando por tus calles, entre el murmullo del agua, de tus soles y de tus fantasmas.

Este libro nace desde el deseo profundo de constituir un pequeño aporte a la casi ausente tarea colectiva, del ejercicio de aprender a conservar todo aquello que manifieste y retrate nuestra identidad y pertenencia. Hemos querido rescatar y retratar en su tremenda riqueza y belleza el BARRIO SANTA ELVIRA de Chillán. Se trata, sin duda, de uno los sectores con mayor sentido de identidad y patrimonio de nuestra ciudad. Esta no es una publicación con rigor académico. En absoluto. Este libro está hecho simplemente desde la piel. Nos hemos dejado tranquilamente “embrujar” por este barrio con sus casas de adobe y ladrillo hechas a la antigua usanza, en bloques de una manzana, en fachada continua. Hemos querido hacer un libro en el que palpiten

en suspáginas, la vida y presencia de quienes habitan y habitaron el barrio. Está inmerso y parece siestear, a tiro de piedra, del corazón de la ciudad, en medio de un Chillán bastante moderno con sus casas con jardines a la calle y sólidas murallas de cemento. Fisonomía nacida y fruto del dolor, la pérdida y la desolación que dejó el terremoto del 24 de enero de 1939. Además del legado imborrable de un miedo endémico a los movimientos telúricos. Es un barrio nacido con anterioridad al terremoto del 39. Surge a un costado norte (nororiente) del ingreso a Chillán con la paulatina llegada de familias de sectores rurales a la ciudad: San Nicolás, Ninhue, San Carlos y otros. Fueron llegando poco a poco. Así lo cuentan las mismas familias que han venido recibiendo oralmente la historia de sus ancestros. Nos imaginamos esas noches de invierno en las cocinas familiares alrededor del brasero, con un matecito “con malicia” que corría de mano en mano. La hora ideal, la del reposo, para contar historias de familia y de aparecidos. El barrio se fue formando sin demasiadas prisas.Sus habitantes

13


trajeron, trasladaron hasta la ciudad, la riqueza de su cultura campesina, de la tierra. Sencilla, directa, llena de magia y tradición. Se fueron formando los lotes que dieron vida y paso a las quintas. Por eso hasta el día de hoy sus bellos y amplios patios están colmados de árboles frutales y ornamentales, profusos jardines donde se mezclan en perfecta armonía flores y plantas medicinales. Y también aquellas que van a la olla en las amigables cocinas, para perfumar y condimentar los guisos, cazuelas y caldos. Al barrio se fueron sumando artesanos y comenzaron a surgir los más variados oficios. Todos ellos hijos de la mano del hombre. Herreros, zapateros remendones, carpinteros, lavanderas, sombrereros, mueblistas, carpinteros, sastres, modistas, artesanos en paja de trigo, chupalleros, chamanteras, tejedoras de lanas y frazadas. En fin, múltiples oficios, más otros que se fueron incorporando lentamente con el transcurso del tiempo y aún persisten, como son los talleres de bicicletas y de arreglo de vehículos motorizados. Barrio Santa Elvira, de abundante belleza. Faro patrimonial de esta ciudad cuatro veces

14

centenaria. Queremos elevar una oración por ti y por los que te habitan. Queremos creer que se respetarán tus calles repletas de árboles, arbustos y de plantas. Que seremos capaces de leer entre la sombra amable de tus casas y el murmullo del agua, cuánto vales. No podemos imaginar un Chillán sin el reservorio de tradiciones que representas. Queremos seguir contando con los fantasmas de tus vivos y de tus muertos transitando por tus calles.

Sus orígenes. El agua siempre ha sido, desde los inicios, el socio generoso de la barriada. Santa Elvira es como el carácter del chileno, da la sensación que muchas de las pequeñas calles y casas fueron surgiendo desde la improvisación y la intuición. Este barrio nació de la emigración de gente del campo a la ciudad. Se ubicó en la entrada norte de Chillán, como prolongación de la calle 18 de Septiembre. Surgió gracias a un loteo


realizado por el municipio de ese tiempo (alrededor de 1850), en territorios colindantes al trazado hecho por Lozier del nuevo Chillán en su cuarto emplazamiento. Fueron sitios destinados a familias de pocos recursos; pagaron por ello tres pesos y medio real anual, con un interés del 5% al año (1). Las construcciones, pocas en sus inicios, fueron agrupándose en una suerte de manga caprichosa. Las casas de adobe, arquitectónicamente de fachada continua, muchas se conservan hasta hoy, y representan la típica construcción de esa época. Sin jardín a la calle (los jardines externos llegaron a Chillán después del terremoto de 1939), se levantan en bloques que componen y dan vida a las diferentes manzanas. La galería, que se abre hacia el patio en estas casas, es parte de la fisonomía de ellas, y por qué no decirlo, de una filosofía de vida. La casa en sí da lugar a un gran patio que es profusamente plantado por las familias, donde flores y plantas se mezclan con las hierbas medicinales y nunca falta la huerta. Como el

origen del barrio proviene del campo, sus habitantes trasladaron hasta la ciudad, a la que llegaron en busca de nuevas expectativas de vida, sus costumbres de antiguo arraigo. Es por eso que el Barrio Santa Elvira aún ostenta una identidad tan marcada, una cultura distinta que lo hace diferente a otros barrios o sectores de nuestra ciudad. Aún hoy se conservan casonas de mayor envergadura con amplias piezas, galerías, y abundante patio. Como las familias fueron creciendo y cumpliendo con el ciclo natural de la vida, muchas propiedades se fueron subdividiendo (hasta hoy), para dar cabida a nuevos integrantes. Con el paso del tiempo algunas casas se fueron vendiendo, y otras familias se asimilaron paulatinamente a este modo tan amable de vida comunitaria, conservando en esencia esa impronta de vida de barrio que tanto se añora. Para justificar la excelencia de su ubicación, el barrio nació a la vera de la histórica Vertiente o Arroyo conocida como de Santa Elvira. La cruza además el Canal de la Luz que hoy corre entubado en gran parte y también estaba el Estero Talquipén. El agua, este elemento tan vital, siempre ha sido un socio generoso y

15


presente en la vida de los habitantes del lugar. Tanto así, que durante los inviernos en los que llovía “a cántaros” sobre Chillán, a la antigua como todavía dice la gente, se desbordaban los canales y se inundaba todo. Las vecinas y vecinos mayores recuerdan que no había pavimento ni veredas, tampoco alcantarillado ni agua potable y que caminar en el invierno era una hazaña. El pavimento, que hoy nos parece tan natural, es bastante reciente. Santa Elvira despierta una atracción especial, una emocionalidad distinta a quien lo recorre y escucha su voz patrimonial de vida amable y profunda.

16 14


17


18


19


B arrio de fachada contínua. De sencilla hermosura, estas viviendas otorgan sello y vida al paisaje.

La arquitectura del Barrio Santa Elvira corresponde a lo que se conoce como “fachada continua”. Se trata de una arquitectura espontánea que se da en cada ciudad de acuerdo a su historia y desarrollo. En Chillán la tenemos en los barrios más antiguos, como Ultraestación (ex Villa Alegre), Chillancito, Río Viejo y también en pleno centro, es decir, dentro de las cuatro avenidas. Sólo que en Santa Elvira se dio con la fisonomía de un “todo”, como si se tratara de una pequeña ciudadela, la que sin desdibujarse, (pese a que ello constituye un peligro inminente), vive su día a día protegida en una suerte de círculo virtuoso. No sabemos hasta cuándo, pero estimamos que las autoridades, que deberían ser los principales custodios de nuestro patrimonio e identidad y la propia comunidad, tendrían que defender y afianzar en el tiempo este BARRIO

20

PATRIMONIAL CHILLANEJO. Para ello hay que tener, cultivar conscientemente una mentalidad que incluya el sentido de patrimonio, identidad y pertenencia como algo propio, natural. Santa Elvira posee por excelencia, la cualidad de ser un barrio habitacional. La gente vive allí su dinámica de “barrio familiar”. La calle es un espacio de encuentro. De hecho en todas las entrevistas sostenidas con personas mayores, la mayoría de ellas nacidas y criadas en Santa Elvira, se refirieron a las fiestas que se celebraban con amplia participación familiar, vecinal. Las calles eran como un gran living donde las familias se encontraban y compartían. A pesar del individualismo que anima la vida actual (lo que favorece ampliamente a los delincuentes), en el Barrio Santa Elvira aún queda esa dinámica como cultura de vida. En Chile hay cientos de estos bellos barrios prácticamente en todas las ciudades, las que se han embellecido a través del tiempo con este tipo de arquitectura.Atraviesan y cruzan nuestra larga geografía otorgándole un sello especial, de intimidad y sencillez, con una fuerte carga de nostalgia.


Santa Elvira forma parte de Chillán, se estima, a partir del año 1850. Ya lo hemos dicho, es un barrio de profunda vida familiar, un barrio de oficios, muchos de ellos extinguidos o en peligro de extinción. La mayoría de los talleres funcionaban y aún funcionan en las mismas casas. Está encantadoramente lleno de pequeños letreros colocados en ventanas, preferentemente, que anuncian el oficio que se ejerce y que se ofrece: Modas, Modista, Zapatero, Mueblista, Peluquería, Taller de bicicletas, Se venden Plantas, Mermeladas caseras, Almácigos, etc.. Este abanico encantador de letreros y anuncios forma parte de la singularidad del barrio. La arquitectura de fachada continua llegó con los españoles: puertas con adornos, rejas de fierro en las ventanas. Adobe y ladrillo.Tabiquería con barro y piezas de madera. Y la hermosa teja española de barro cocido.Se hizo al suelo y al paisaje chileno. Estamos en Santa Elvira, qué duda cabe…

Una gran casona preside la esquina entre Cancha Rayada y Sotomayor. Nada hace sospechar que ha sido subdividida en su interior.

SOTOMAYOR 201. Irma del Cármen Jiménez Su familia vive desde hace unos cuarenta años en Santa Elvira. La antigua casona esquina ubicada en Sotomayor con Cancha Rayada, (pag. 24) pintada de rojo colonial se ve imponente. No acusa, mirada desde la calle, las numerosas subdivisiones que le han hecho sus propietarios. Irma cuenta que su padre compró la vivienda a don Manuel Díaz y que en ese entonces, la casa ya era antigua. Actualmente, acota, la vivienda se ha subdividido y repartido entre los hermanos; los padres viven en una casa de corte más moderno que construyeron al lado. Irma Jiménez afirma que el barrio es bueno y tranquilo: “una reliquia con higueras y parrones que ha tenido la suerte de contar con una vertiente maravillosa que necesita ser

21


recuperada”. Añade que la casa ha aguantado varios terremotos y que para el último (2010) tuvo daños, pero no tan drásticos. “Aquí nos hemos criado los siete hermanos y en esta casa celebramos como Dios manda los 50 años de matrimonio de mis padres. Fue una fiesta hermosa, nos disfrazamos y mis papás disfrutaron junto a sus 7 hijos, 9 nietos y 13 bisnietos. Nos vestimos a la usanza antigua, porque los viejos son para nosotros también una reliquia”. Ellos llegaron a Chillán desde Coihueco, hoy pertenecen al Barrio Santa Elvira. Irma Jiménez dice amar la vieja casona, la que cuenta con siete piezas y dos galerías vidriadas que dan a un gran patio interior, característica de estas casas de fachada continua. Ella habita una suerte de pequeño departamento (fruto de la subdivisión de la casa) y circula por calle Sotomayor; es vecina de los Valdés Hurtado y en esquina encontrada, con María Albornoz Candia. Nos habla de la recuperación de casas catalogadas como patrimoniales y del plan gubernamental de ayuda para recuperarlas. Irma está vivamente interesada en la puesta en valor de las viviendas de su barrio, sabe perfectamente que este representa un importante patrimonio

22

arquitectónico-cultural para Chillán. “Somos muchos los que estamos interesados en que se reconozca como un sector patrimonial”, enfatiza.

Los Vildósola de Santa Elvira. En esta antigua casona se advierte en profundidad la belleza de estas viviendas patrimoniales.

CANCHA RAYADA 351. Los y las Vildósola - Jeldres. Vildósola es un apellido que cruza Santa Elvira en todas sus latitudes. En Cancha Rayada 351 nos reciben las Vildósola, encantadoras mujeres de una familia amplia, abundante. La casa es una maravilla, la mantienen estupenda, comenzado por su fachada rojo colonial. Con muros gruesos de casi un metro de espesor, la antigua y hermosa casona se vio afectada por el terremoto del 27 de febrero de 2010, pero resistió y hubo que arreglarla. La casona ha resistido cuatro terremotos: 1939, 1960, 1985 y el de 2010”, dice Elizabeth Vildósola.


Elizabeth Vildósola Jeldres, la dueña de casa, acota que ella lleva en la vivienda unos sesenta años. “Nos vinimos del campo cuando yo tenía unos seis años”. Nombra algunos varones de la familia: Ceferino, Rufino, Ruperto. Añade que en alguna oportunidad hace ya mucho tiempo, la casa funcionó como escuela. “Primero fue una quinta muy extensa cuyo propietario era el brigadier Miguel Muñoz. Más tarde se hizo una subdivisión y mi padre, Rufino Vildósola Fonseca la compró y pagó por ella $ 45.000”. El apellido Vildósola recorre y anida por distintas calles de Santa Elvira. No cabe duda alguna que los Vildósola son de Santa Elvira. La casa de la esquina ubicada en Cancha Rayada Nº 302 (pag. 30) también era de mi padre, dice Elizabeth y data del 1800 y tanto, es muy antigua. Su progenitor pagó por ella la suma de $ 4.500. La que un día fue una bella casona con una superficie total de más de mil metros cuadrados, estuvo muchos años deshabitada y se ocupaba como bodega, acota Elizabeth Vildósola. Durante la preparación de este libro, la casa que pertenecía a Oscar Vildósola Jeldres, hermano de Elizabeth, fue vendida por este a una firma constructora y se publicó en la prensa

(julio 5 de 2013), que sería demolida. “Esta casa (Cancha Rayada 351) es una sucesión. La cuidamos y valoramos, pero no sabemos si cuando los hermanos ya no estemos, la conservarán los más jóvenes de la familia”, dice Elizabeth “Mi madre se llamaba Elisa Jeldres Malverde, de Chillán. Mis abuelos eran agricultores y la casa siempre ha estado en la familia. A través del tiempo ha sufrido varias modificaciones, pero sin perder su esencia. En la gran casona vive también junto a su familia, su hermana Mónica Vildósola Jeldres (se dedica a la banquetería). Mi padre era agricultor, señala Elizabeth y vivíamos en el campo, pero ya teníamos esta casa. “Cuando comenzó el tiempo del colegio y había que venir a estudiar a Chillán, sólo estaba la posibilidad de estar en un colegio con internado. Eso sucedió con el mayor de mis hermanos y fue el tiempo, estimaron mis padres, de instalarse en la casa de Santa Elvira. Nueve eran los hermanos Vildósola Jeldres, hijos de Rufino Vildósola Fonseca y de Elisa Jeldres Malverde. “Quedamos cuatro hermanos: Oscar, Ruperto, Mónica y yo. Partieron tempranamente,

23


Ceferino, Angelina, Fernando, Francisco I y Francisco II”, señala Elizabeth. Tuvimos oportunidad de recorrer la casona junto a varias Vildósola (todas muy simpáticas y con gran sentido del humor). Recorrimos el hermoso y sorprendente jardín interior, con sus antiguos camelios que datan desde que se construyó la casa. “Había también un enorme naranjo que desgraciadamente se cayó”, dice Elizabeth. Una regia piscina emerge entre el verdor del patio, lo que hace pensar que en esa intimidad y ese paisaje, no hay necesidad de salir a veranear. Como sucede con otros inmuebles del sector, un derrame, un canal nacido de la Vertiente de Santa Elvira cruza el patio de la familia Vildósola, al fondo. “Esta vertiente es parte de la vida y de la historia de Santa Elvira, habría que recuperarla y otorgarle la importancia que tiene. Crecimos con mis hermanos metiendo los pies en este canal con agua de la vertiente. Hoy ya el agua no corre como antes, pero quedan los recuerdos y el canal vacío”, dice Elizabeth. Cuenta que Mardoqueo Henríquez (Vicente Méndez 141), también familiar, construyó varias casas del Barrio Santa Elvira. Era dueño de una

24

cuadra, dicen las Vildósola.Todo es historia de barrio y de tiempo en el lugar. “La estación del Tren Chico estaba detrás de la casa de mi mamá”, señala Elizabeth, quien confirma y destaca la vida de barrio que siempre ha predominado en Santa Elvira.


25


26


27


28


29


30


31


32


33


34


35


36


37


38


39


40


41


42


43


44


Un mundo aparte

45


U n mundo aparte. El barrio por su fisonomía es como un hermoso y gran jardín de campo.

Santa Elvira constituye un mundo aparte. Cuando se ingresa a este territorio patrimonial algo que flota en el aire indica el cambio, la diferencia. Las calles con sus hileras de casas de adobe construidas en bloque (fachada continua), se distinguen unas de otras por el color con que se las ha pintado. Es un barrio interesante, lo que es una palabra corta y amarrete para describirlo, dejémoslo en apasionante. Casas blancas, grises, celestes, rojas, verdes, amarillas, crema, etc. Algunas con sus colores firmes, bien tenidas; otras dejan ver el paso del tiempo y han ido sufriendo la degradación de sus colores originales, lo que de igual manera las vuelve hermosas. El día a día se mide con otro ritmo en este barrio patrimonial. Aunque la gente se levanta temprano para acudir a sus trabajos, esto no

46

altera la cadencia del conjunto. Los niños juegan en el frente de sus casas; las dueñas de casa y también muchos caballeros, barren las veredas. Es recurrente ver por las tardes a los vecinos sentados frente a sus viviendas conversando, viendo y dejando pasar la vida. Su raigambre campesina se asoma por todos lados, como una herencia que ya ni se piensa ni analiza, se vive simplemente. La arborización es abundante, Allí no se da la pugna entre el habitante y lo verde, como sucede a menudo en otros sitios de Chillán.Pero lo más hermoso son los apretados y multifacéticos jardines que cada propietario ha hecho en la vereda frente a su casa. El barrio entero es la sumatoria de todos ellos. Arboles, arbustos, plantas de todo tipo. Rosas, chinitas, crisantemos, clarines, cardenales, pelargonios, conviven apretados, como si quisieran abrigarse, darse ánimo, hacer espíritu de cuerpo por si alguna mano extraña quisiera quitarles el aire. Santa Elvira con sus calles espaciosas, sus recovecos, la sinuosidad de su topografía es un gran jardín de campo. Una belleza y una apreciada rareza en medio de una ciudad de fisonomía distinta.


47


48


49


50


51


52


53


54

sra. Elena Cartes Medina


Conversando

55


U na singular vida. Tuvo la alegría de formar una abundante familia.

LUIS VICENTINI 292. Elena Cartes Medina. La señora Elena Cartes Medina (78) nos cuenta con sencillez su historia que tiene como escenario este Barrio Santa Elvira del que nunca se ha movido. Su hogar se advierte cálido y pulcro. En la ventana, Agustín, el gato remolón de su hija María Magdalena, con quien vive, ronronea acostado en el friso de la ventana aprovechando el tímido sol de invierno. Doña Elena llegó a Santa Elvira a los tres años, a la casa de la familia conformada por Candelario Canales y María Santos Elgueta, a los que llama “sus abuelos”. Sin rencores, dice, “mi madre me dejó botada a esa edad y nunca la volví a ver”. Su abuela falleció a los 105 años y eso nos hace pensar que en Santa Elvira hay todo un cuento de longevidad.

56

Se casó muy joven, a los 17 años, y poco después el matrimonio hizo su casa en el mismo barrio. Su marido, Erasmo de las Mercedes Casanova Medina falleció hace veinte años. “El me pasó por el Civil para casarse conmigo. Fue esposo y padre para mí. Mis abuelos eran ya muy mayores y no me pasaron por el Civil”. Cuenta que tuvo 15 hijos: “Nueve vivos, tres muertos más dos pérdidas. Tengo infinidad de nietos, 29 más 15 bisnietos”. Trabajó con la familia de don Juan Díaz Muñoz y su esposa Juana Soto Abarzúa, cuya casa aún se conserva y se ubica en la calle Luis Vicentini (Vicentini fue un boxeador). La vida siempre ha sido tranquila en este barrio, afirma doña Elena. “Mi esposo era relojero y yo trabajé también como lavandera, oficio que tenían cientos de mujeres en el barrio. El lavado nos ayudó a criar a los hijos. Iba a buscar la ropa a las casas, pero yo lavaba en la mía. Se contaban las piezas por docenas, blanca y de color; se cobraba al bulto. La única casa donde fui a lavar a domicilio fue la de la familia Díaz Soto, los papás de Don Cheo”. Añade que era un trabajo mal pagado y bastante sacrificado, pero que sumaba pesos al presupuesto familiar. “Se


lavaba a mano y no había electricidad en ese tiempo para el planchado, sólo planchas a carbón o de fierro, esas que se calentaban en el brasero”. La mayoría de las mujeres lavaba en el lavadero de Santa Elvira, pero la señora Elena dice que ella lo hacía en su casa. Era el tiempo en que la ropa blanca se hervía en grandes fondos, se escobillaba a cabalidad y a mano; después del último enjuague, reposaba en agua fresca a la que se añadía unos polvos azules, para “blanquear”. Era muy común almidonar la ropa blanca de cama y la mantelería. De religión, cuellos y camisas de los varones. Su esposo, Erasmo de las Mercedes Casanova Medina, tuvo su taller de relojero en calle Isabel Riquelme al llegar al estero Las Toscas. Arrendaba. Hizo un curso de relojería y técnico en radio, dice la señora Elena. “Murió joven, de sesenta años. Le dio una trombosis y estuvo postrado cinco años. Falleció en el Hospital Viejo, yo lo iba a ver todos los días”. Dos de sus hijos, José (el mayor) y Juan Carlos, son sus vecinos; dos de las hijas viven en Santiago: Gabriela Maritza y Luz Violeta. Olga de las Mercedes y Marta Elena viven en Chillán. Ella vive con María Magdalena.

Santa Elvira ha sido siempre un barrio tranquilo y seguro, aún hoy, cuando la gente por lo general vive enrejada en todas partes. Dice la señora Elena, “En esos años las calles eran bastante oscuras de noche, no había pavimento y en invierno se inundaba todo cuando se salía el Canal de la Luz, pero aún así era un lindo barrio”. También recuerda que se hacían muchas fiestas en las que la vecindad compartía, pero ella era muy tranquila y prefería ir al culto. Su antigua casa de fachada continúa es cómoda y se le han ido haciendo arreglos a través del tiempo. Es una casa bien mantenida, que denota la preocupación de su dueña. En uno de esos amononamientos se revistió con palmetas de cerámica los muros de la fachada. “Cuando me muera, mis nueve hijos sabrán qué harán con ella”. La señora Elena teje con habilidad un tejido que se asemeja a una malla y que se realiza con un simple palito y una aguja. “Aprendí prácticamente sola, mirando a una vecina que tejía. Es un verdadero arte hacer este trabajo”, sentencia.

57


Cuando los padres se van. "Mis padres venían desde Ninhue". LUIS VICETINTINI 185. Familia Pacheco Plaza. Surgen los recuerdos en Gabriela Pacheco Plaza, quien conversa animadamente con nosotros, desde el interior de la vivienda, cómodamente afirmada en la ventana, la típica ventana del barrio con barrotes de fierro, pintada azul celeste. La propiedad la adquirieron sus padres, hoy fallecidos, Eduardo Pacheco y Luzmira Plaza Rodríguez. “Mi padre venía desde Ninhue en carretela a vender legumbres y pasaba por el barrio. Ambos eran del sector Agua Fría de Ninhue. Un día pensó que sería bueno comprar casa o terreno en Santa Elvira. Así lo hizo y adquirió el sitio, grande, en $15. La manzana estaba desocupada y ellos construyeron con sus propias manos la casa. Mi mamá recordaba siempre que ella había hecho muchos de los adobes de la vivienda, la que aguantó perfectamente el terremoto de 1939”, dice Gabriela. Luego señala que el sismo de 2010 sólo le hizo a la casa daños menores, revestimientos, algunos

58

desprendimientos de materiales, pero no en su estructura. “El adobe va amarrado y cruzado con alambre”. Eduardo Pacheco, su padre, murió a los 102 años, aunque su inscripción en el Registro Civil acreditaba sólo 98. Luzmira, su esposa era 4 años menor, dice su hija Gabriela. “Mi mamá partió primero y él la siguió al poco tiempo, nunca se acostumbró sin ella, la echaba de menos y lloraba”. Gabriela vive actualmente en la casa paterna con uno de sus hijos que está separado. Aclara que la propiedad es una sucesión y que al lado tenían otra casa más pequeña, pero que la vendieron. Efectivamente en la vereda se aprecia material que indica que se realizan obras en el lugar. Cuenta que le vendió sus derechos a uno de sus hermanos y cree que si el resto hace lo mismo, la casa quedaría en manos de él, es decir, en la familia.Ella adquirió dos hectáreas en El Huape y su proyecto es radicarse allí. En la misma calle Gabriela compró una casa típica del Barrio Santa Elvira, lo hizo otorgándole al ex dueño el usufructo de la vivienda mientras viva (en este momento él tiene 95 años).


La casa de Luis Vicentini 185 tiene, asegura Gabriela, nueve piezas contando la cocina, más el baño. La vida en este barrio es muy tranquila, asegura Gabriela, y da gusto vivir entre vecinos amables y sentirse segura.

Los Candia en el recuerdo. Llegaron al barrio en 1919. CANCHA RAYADA 207. María Albornoz Candia. Su familia llegó al barrio el año 1919. Sus padres fueron Pedro Pascual Albornoz Riquelme y Luzmila del Carmen Candia. Tuvieron cuatro hijos, uno de ellos es María (profesora jubilada), quien vive en la vieja casona- esquina familiar, ubicada en Cancha Rayada Nº 207. Uno de los hijos murió para el terremoto de 1939, le dio neumonía. “Mi papá trabajaba en la Compañía de Electricidad y vivíamos en la planta junto a otras familias cuyos jefes de hogar también trabajaban ahí. Recuerdo a don Pedro Araya y su esposa María Cristina; a don Pedro Pacheco

y la señora Margarita; don Juvenal Guzmán y la Sra. Julia. Los Guzmán después del terremoto del 39 se fueron a vivir a Coihueco”. María Albornoz recuerda que pasaron el terremoto en la casa de la planta. “Mi padre ya había comprado esta casa y en medio de todo lo que pasó, del caos por el terremoto, decidió que era tiempo de cambiarse. A la casa no le pasó absolutamente nada”. Pero la antigua casona si se deterioró con el sismo de febrero de 2010, y aunque aporreada, guarda su prestancia en la fachada, grita por arreglo en su interior y cautiva con su enmarañado patio. La vida de barrio era muy próxima, cercana, con convivencias y sus historias. María recuerda que había una señora a la que se le atribuían cualidades de hechicera. “Le teníamos miedo”, dice. “Mi papá fue un buen organizador de la comunidad y se lograron adelantos en ese tiempo. Fue el gestor de tres puentes en el barrio”. Recuerda lo diverso que era el paisaje humano con la abundancia de artesanos, gente de muchos y diversos oficios. “Herreros, zapateros,

59


cocinerías, modistas, sastres, el molino a maquila de don Pepe González. La Cruz de Riffo, donde se había enterrada una cruz que recordaba que allí mataron a alguien de apellido Riffo”. El Tren Chico a Recinto era la delicia de grandes y pequeños. Lo recuerda: “Íbamos a Recinto, a Los Lleuques, a las Termas. Había cabañas y mi papá arrendaba una por un mes. Fue un tiempo maravilloso”. Cuenta que el hotel contaba en ese entonces con una botica que era atendida por un tío abuelo suyo. En cuanto a Santa Elvira, señala que vivían allí agricultores, militares, artesanos, gente de múltiples oficios. “Desde los campos cercanos llegaban los agricultores con carretas cargadas de productos. Se vendía por almud y por decalitro. Daba gusto, papas, cebollas, porotos, legumbres de guarda para el invierno. De todo”. Con el relato de María es fácil imaginarse la vida en esos años, y el carácter del barrio. “Mi mamá trabajaba en modas. Eran siete hermanas. Ella hacía con gran prolijidad ropa interior; las fajas con cordones y barbas que llevaban las señoras en ese tiempo. Entregó en la Casa Zarzar su trabajo por años”. Su tía María Candia hacía

60

exclusivamente pantalones. La tía Tila, vestones y la tía Rosa ropa de guagua”. Las Candia eran siete mujeres, todas de Santa Elvira. Sólo la tía Laura se fue a la capital donde también trabajó como modista. Están todas muertas, dice María, “en su tiempo gozaron de prestigio como modistas y entregaban su trabajo en tiendas del centro de la ciudad, pero trabajaron siempre en sus casas”. María es profesora y tuvo una activa vida profesional. Nunca se casó y acompañó a sus padres hasta el final. “Mis padres murieron el mismo año, 1963, mayo y agosto. Mi mamá del corazón, duró 15 días. Quiero un sacerdote, dijo. Lo esperó, recibió los sacramentos y murió. Mi papá se educó en San Francisco aquí en Chillán. Estudió para sacerdote al comienzo”. María vive en su casa acompañada de sus mascotas. Mi casa, afirma, está en vías de restauración. Me inscribieron para tal efecto y quedé seleccionada, enfatiza. María sigue su vida entre sus gatos, altares de santos, sus cacharros de cerámica pintados en mayólica por ella y un patio que es como una selva. Y sus recuerdos. Afuera la vida palpita al ritmo del barrio, que no desmiente a la de María.


Almacén de barrio. La tibia nostalgia de tiempos mejores. SOTOMAYOR 211. Familia Valdés - Hurtado. En una vieja y amplia casona viven dos hermanos, Lorenza María y Francisco Antonio Valdés Hurtado y una sobrina; es lo que permanece de la casa paterna, de una amplia familia. Un pequeño almacén es el resabio también de tiempos mejores, cuando el padre tenía un “gran” almacén, recuerda Lorenza María. Sus padres fueron Oscar Valdés y Francisca Hurtado. El matrimonio tuvo cuatro hijos: dos mujeres y dos varones. Gladys y Luis ya no están. Todos nacidos y criados en el barrio. En el viejo almacén una pesa muy antigua nos mira desde el mesón. Poca mercadería, algunas papas, dulces y bebidas. Allí se huele la soledad y la nostalgia. Doña Lorenza María tiene 81 años. Cuenta que sus padres compraron esta gran casa en Santa Elvira. “Desde que tengo uso de razón, recuerdo que la familia tuvo un gran negocio, siempre en la misma casa. Se entregaba la harina por

quintales. Hoy mantenemos abierto este pequeño almacén para no estar encerrados y por tener la oportunidad de conversar con alguien”. Al igual que otras familias su casa se deterioró con el terremoto de 2010. “Nos ganamos un subsidio para arreglar la casa”. La gran casona es en parte de adobe y en parte de ladrillo, dice su dueña. El barrio ha cambiado, afirma. “Cuando éramos jóvenes había mucha juventud y vida comunitaria. Esto último se conserva en gran medida, pero ya no hay tantos jóvenes”. Los antiguos se van yendo, dice con un dejo de aceptación y nostalgia. “Este era un barrio de muchos oficios, zapateros, carpinteros, talleres de moda, lavanderas, etc. Es un lugar tranquilo, somos todos propietarios, o la gran mayoría”. Como en otras casas que visitamos, en las que viven personas relativamente solas o derechamente solas, donde doña María Lorenza y Francisco Antonio hay perros y gatos por compañía. Con desconfianza al principio, nos miran Diana y Kimba, las perritas. La sobrina tiene trece gatos, y se advierte. Mono, Fiona, La Flaca, Rodolfa, La Negra, son algunos de los nombres de los felinos. Una tía de 97 años vive en el barrio, “se le cayó la casa para el terremoto”, dice Lorenza.

61


Dejamos a doña Lorenza en la casona pintada de amarillo. En el pequeño almacén rondan las nostalgias, los fantasmas y los recuerdos de tiempos mejores. Un gato pestañea una siesta en una ventana del almacén que da a la calle.

El increible mundo de un taller de bicicletas. Pequeño, angosto, curioso, acogedor: la vereda es como el living para clientes y transeúntes. REPUBLICA 249. El taller de "Chabita" López Meriño. Sebastián “Chabita” López Meriño es querido y conocido más allá de su taller de bicicletas ubicado en calle República 249 del Barrio Santa Elvira. La reparación de bicicletas es lo suyo, como lo ha sido también por años el deporte. Ha hecho noticia a través de los años en el ámbito de los atletas sénior y le tocó conocer, recorrer y ganar medallas con otro chillanejo de tomo y lomo, el abogado y notario ya fallecido, Manuel Martín Alamos, Don Mañungo, su amigo. El taller de Chabita es pequeño, angosto y lleno de casi incontables

62

piezas de bicicleta, casi hasta el techo. Allí él se mueve como pez en el agua. Mientras trabaja cambiando piezas, ajustando otras, etc., nunca faltan los amigos y clientes que en la vereda platican y el barrio es el lugar ideal para ello. Reunirse, como por casualidad, para hablar de todo. En buenas cuentas, la vereda frente al taller de Chabita es un lugar para platicar, comentar y hacer la vida más simpática, más liviana. Un lugar de encuentro. La tarde de nuestra visita a Chabita, entre los contertulios se contaba Arturo Undik. No es del barrio, pero pertenece a la Hermandad de la Bicicleta, y ese día había llevado la suya a taller. O tal vez, era la excusa perfecta para una buena conversación de barrio y en la vereda. Chabita López es de Santa Elvira (67), aunque hoy tiene su casa en la población Arturo Prat (vecinos). Sus padres llegaron al barrio desde Chillán Viejo con su hijo Sebastián pequeñito. “No me alcanza para comprar una casa en Santa Elvira, pero aquí tengo mi taller y donde vivo, la población Arturo Prat, hay muy buena gente”, nos dice. Comenzó a los 15 años con las bicicletas. Su hermano Isidro fue el primero que hizo un taller.


“Se arrendaban bicicletas. Ahí aprendí a reparar”. Las bicicletas se le fueron metiendo en el alma a Chabita, quien comenzó a practicar el ciclismo. “Era muy bueno para la montaña”. Se metió de lleno en las competencias y reconoce que también es bueno en atletismo y natación. Sigue compitiendo en atletismo y ganando medallas. Siente por ello un sencillo y legítimo orgullo. En el taller hay fotografías donde se le ve en tenida de competición y recibiendo premios. Su taller de bicicletas cuenta nada menos que con 53 años de existencia. Ha estado en cuatro partes, siempre en Santa Elvira. En el actual, de calle República 249, lleva 26 años. La vida de Sebastián López Meriño pasa tranquilamente entre piezas de bicicletas. En su taller muy angosto y pequeño, da la sensación que ya no cabe nada más y que buscar algo allí es una tarea imposible. Dice con sencillez y una sonrisa, que sabe con exactitud donde está cada pieza. Este es un barrio de familias antiguas, comenta. “Los Torres, Vildósola, Padilla, Ormazábal, Fonsecas, Opazo, Navarrete, y la lista es larga. Es un barrio muy re tranquilo, muy bueno”, nos dice.

-¿Casado, Chabita? Preguntamos- “Casado y bien casado con tres hijos, dos varones y una dama: Patricio, Alvaro y Carolina. Mi nombre es Sebastián, pero nadie sabe mi nombre en realidad, todos me dicen Chabita López”.-

La clásica peluquería de barrio. Nos recibe en su pequeño y pulcro salón. REPUBLICA 249. Ramón Manríquez Manríquez, Peluquero. Pegado al taller de Chabita López está la peluquería de Ramón Manríquez Manríquez, peluquero de varones. “Las mujeres son muy complicadas”, acota. Su oficio es muy antiguo y un clásico de barrio en todas partes del mundo. Se inició como peluquero el año 1996; se aburrió de ser empleado y se independizó. Su padre tenía el mismo oficio, el que en esos años Ramón no tomó en cuenta. “Es un oficio limpio, le he cortado el pelo a miles de personas de todas las edades”. Vive en Santa Elvira, en calle Bueras 373. “Mi señora,

63


Clotilde Ortiz es nacida y criada en Santa Elvira. Ella me trajo, yo trabajé un tiempo con José Gatica”. Amable y sin prisas nos atiende en su peluquería pequeña y pulcra. “Este es un bonito oficio, los clientes lo siguen a uno. Pero, para ejercer este oficio hay que ser un poco artista. Hay que tomarse su tiempo con el cliente”. Ha participado en campeonatos y recorrido lugares gracias a su trabajo.Corta el pelo a caballeros y niños. “Tengo clientes que están en las Fuerzas Armadas. La terminación es vital en este oficio, un corte tiene que verse natural”, enfatiza. Don Ramón Manríquez sale a la vereda y se suma a la amable conversación que se ha instalado en dicho espacio, afuera del taller de bicicletas de Chabita López, su vecino. Vida de barrio, una delicia.

Francisca, una mujer de temple. Cuando se quiere...se puede.. CAMPAÑA 285. Francisca Montecinos San Martín es una mujer que desde muy niña supo

64

lo que quería y cómo quería llegar a lograr sus metas. Llegó casi adolescente desde Ninhue (1962) con su madre a Chillán. Dueña de una tenacidad poco frecuente nos contó su historia instalada en su casa ubicada en calle Campaña 285 de Santa Elvira. Campaña es una calle curiosa, como muchas otras de este barrio. Comienza como Campaña y más allá cambia su nombre por Bueras. En Santa Elvira, nos contaban sus moradores, muchas calles llevan nombres relacionados con la Guerra del Pacífico. Francisca, hoy viuda, sigue tan laboriosa como como de costumbre y reinando en su casa sin contrapeso, siempre pensando y con rapidez proyectos nuevos. Llegó a Santa Elvira cuando se casó con Clodomiro Arriagada Neira, viudo, con hijos y con una fábrica de baldosas, la que siempre funcionó en la misma propiedad. Aunque la fábrica ya no funciona, conserva aún en su fachada el anuncio que reza: “Fábrica de Baldosas”. Francisca quedó viuda hace unos cuatro años. El aportó dos hijos al matrimonio. “El varón es ingeniero comercial y contador auditor y la niña estudia actualmente pedagogía. Después llegaron también mis hijas”, dice


Francisca, quien afirma querer mucho a los dos primeros, a quienes ayudó a formar.

y pagué al contado; me traje la máquina en taxi a mi casa”.

Comenzó a trabajar siendo prácticamente una niña, en una fábrica de tejidos, cuenta Francisca. La fábrica estaba en Avenida Ecuador y su propietaria era la señora Olga Puente de Venegas. “Ella tenía un taller grande, con varias operarias (14). Yo estudiaba en el Liceo Técnico Femenino de Chillán y mi interés era aprender a tejer a máquina. Descubrir la fábrica de la señora Olga trastornó mi vida de adolescente (15), se me puso entre ceja y ceja que quería trabajar ahí. Pasé tres veces a pedir trabajo, pero la respuesta siempre era la misma, no tenía edad para trabajar. Yo sabía que era la oportunidad de mi vida y que era capaz de aprender. Finalmente logré quebrar la resistencia de mi madre y de la señora Olga. Aprendí muy rápido y muy pronto fui capaz de producir más que el resto”. Pero Francisca tenía sus propias ambiciones. Comenzó a trabajar en el mes de marzo, en septiembre ya había ahorrado para comprar su primera máquina de coser. “Cuando fui a la casa comercial en el centro, me pidieron que volviera con un adulto, desconfiaron de una niña haciendo una compra importante. Volví

Francisca resultó ser una operaria eficiente y rápida. La señora Olga, con quien trabajó 27 años, advirtió sus habilidades y además, cuenta Francisca, le tomó cariño. “Comenzó a llevarme a Santiago cuando viajaba por cosas del taller. Tenía personas amigas en el rubro y que contaban con muchos contactos. Ella pagó para que me enseñaran y eso fue muy importante para mi futuro. Me encomendaron a una señora judía para que me enseñara el arte de negociar. Eso fue lo máximo y no tengo con qué pagarlo, la bondad y visión de la señora Olga. "Lo que me enseñó fue nada menos que psicología de venta y por Dios que me ha servido en la vida”. Además de tejer a máquina ha trabajado como modista y tiene su taller en la casa. “Las máquinas de tejer, porque llegué a tener mi propio taller en calle Claudio Arrau 42, las guardé hace algún tiempo pensando que tal vez las hijas podrían interesarse. Bueno ahí están”. Nos cuenta que en lo que es tejido a máquina la competencia se puso muy pesada. Sin embargo sigue funcionando como modista y

65


ella escoge a quién le cose. “Tengo mi propia clientela y hago todo tipo de ropa”. Total, en la vida de Francisca todo ha sido a su manera. Empeñosa a morir, terminó su enseñanza media ya mayor, casada y con hijos. “Ingresé a un curso de nivelación para adultos mayores que se dio en la Escuela España y me fue mejor que a los más jóvenes”. Ahora está en el proceso de qué hacer más adelante, qué destino darle a algunas cosas. Le encanta Santa Elvira, y nos dice que ha sido siempre un barrio de diferentes oficios. De hecho nos aportó con algunos nombres y nos acompañó a golpear más de una puerta.

Sombrereros: antiguo oficio. El matrimonio Fuentes Orellana sintetiza la esencia del barrio Santa Elvira, por su raíz rural y su oficio. LUIS VICENTINI (EX INDEPENDENCIA) 076.-El frontis de la casa de la Familia FuentesOrellana parece una pintura. Una fracción de un retablo. Angosta y larga como Chile. Apenas se franquea la puerta, uno se sume en la calidez

66

del hogar, que envuelve. Se asoman hijas y nietas y todo sigue su curso con normalidad. Nos sumamos. Ya teníamos el dato de este matrimonio que se dedica desde hace más de tres décadas al arreglo de sombreros. Un oficio que bien podría extinguirse, porque el sombrero se lleva menos y porque lo que llega como avalancha desde el exterior y a precio vil, va matando estos oficios que constituyen joyas para el patrimonio nacional. En la ventana, a la calle, dos letreros nos enamoran: “Se arreglan sombreros”, y “Lentejas del año $1.200 el kilo”. De golpe estamos frente a un matrimonio que representa la raíz de este barrio: la raigambre rural y el mundo de los oficios. Ema Orellana Medina es oriunda de Portezuelo (de allá vienen las lentejas que se anuncian en la ventana, ¡exquisitas!). Sergio Fuentes Rodríguez nació en la comuna de Ninhue.Viene de una familia de tradición artesanal: chupalleros. Se casaron en Portezuelo. Ema recuerda que su papá no quería que se casara, pero que su mamá supo de inmediato que él era una buena persona. Llegaron a Chillán y vivieron primero en una pieza en calle Arturo Prat; luego estuvieron en


el sector de la Plaza Santo Domingo, también en Echaurren y desde allí a Santa Elvira. “Le compramos a un tío, Domingo Medina. El contaba que en 1870 ya estaba Santa Elvira. Alcanzamos a conocer el Tren Chico a Recinto, desde niños veníamos a ver a los tíos”, dice Ema Orellana. Agrega que la vida en los cuarenta años y más que viven en el barrio ha sido buena, segura y tranquila. Las calles no estaban como hoy, se vivía el barro a fondo en los inviernos, se asomaban los potreros en las cercanías. Pero ayer y hoy sigue siendo un barrio excelente. Tienen una linda familia, cuatro hijos: Jeannette del Carmen, Ema Inés, Luis Alberto y Marisol Elizabeth. “Estamos orgullosos de nuestra familia”, afirma el matrimonio y aquí van los nietos: Camila Belén, Carla Constanza, Gabriela Estefanía, Fabián Esteban y Florencia Antonia. Sergio Fuentes comenzó a trabajar muy joven en la “Sombrerería Chillán” de los hermanos Olalde (también de abundante tradición). Lo hizo durante cuarenta años. Ema también ingresó a la sombrerería y aprendió el oficio. Fueron para ella 35 años de trabajo junto a los Olalde, de quienes guarda muy buenos recuerdos.

Paralelamente el matrimonio ha trabajado en el arreglo de sombreros a lo largo de estos 40 años. Montaron en su casa un pequeño taller, se aprecian sombreros de todo tipo sobre los muebles en el living de la casa. Aunque el trabajo hoy no es tan abundante como hasta hace algunos años, siempre llegan arreglos. No llueve pero gotea, dice Ema con una sonrisa. Poco a poco fueron equipando su taller y tienen todo lo necesario para hacer arreglos. “No confeccionamos sombreros, esas son ya palabras mayores, pero tenemos nuestras máquinas y herramientas para arreglar”, señalan. Hablan con pasión de este oficio que comparten y con orgullo nos traen una máquina preciosa, hecha como con varillas, que es la que permite hacer y arreglar un sombrero. Los sombreros se lavan, se planchan, se engoman, se prensan, etc. Se requiere manejo del vapor, de hormas y bastante más. Un sombrero, nos dicen Ema y Sergio, retrata a su dueño o dueña. Habla por él. Es una prenda con mucha historia y personalidad, es casi imposible pensar que un día pudiera ser dejado de lado.

67


Ema Orellana Medina es infatigable. Es una de esas mujeres que son como duendes en el hogar, están en todos los quehaceres y lo hacen de tal manera que casi no se nota. En cada cosa, en cada rincón está su mano. “También cocino cosas ricas por encargo. Hago humitas, pastel de choclo, empanadas de horno y últimamente hasta me he atrevido con las lasañas. Dicen que me quedan buenas”.

Santa Elvira...siempre. Mi abuelita Orfelina también era del barrio. CAMPAÑA DEL 79. Familia Alarcón Sepúlveda. Ignacio Enrique Alarcón Sepúlveda es pura cordialidad y en el barrio corroboran nuestra impresión. Nos dice que el nombre de la calle es Campaña del 79. Nacido y criado en Santa Elvira, cuenta que sus padres llegaron cuando aún en el barrio había grandes espacios abiertos. “Al frente sembraban choclos, era muy entretenido”. Nos atiende en su oficina ubicada en la casaesquina familiar y que hoy es parte de la ferretería y venta de maderas que lidera don Ignacio Enrique. Su madre, Cleria del Carmen

68

Sepúlveda Ortiz también era oriunda del barrio. Su padre, Marcial Alarcón Villanueva era de San Sebastián. Como matrimonio se instalaron en Santa Elvira el año 1951.Su madre compró el sitio, donde levantaron la casa, a un abogado de apellido Carrasco cuando este loteó. Somos de Santa Elvira, dice con buen humor. “Mi abuelita Orfelina que murió no hace mucho también era del barrio”. Sus padres construyeron la casa en adobe y a través del tiempo la fueron arreglando. Para el terremoto de febrero de 2010 a la vivienda no le pasó nada dice Ignacio Enrique, quien la sigue habitando. “Los papás vivieron en esta casa hasta el final de sus vidas. Nosotros éramos seis hermanos, quedamos tres. Este barrio es una delicia, toda la gente se conoce, es gente sana”, nos dice cordialmente mientras atiende su Ferretería y Maderas Campaña.

Al compás del barrio. Nacido y criado en el sector. REPUBLICA 262.- Aquí vive la familia de don José Vildósola Espinoza. Tiene actualmente 70 años y dice con orgullo que es “nacido y criado” en el sector. “Los Vildósola somos de Santa


Elvira”, afirma. Sus padres, Roberto Vildósola Fonseca y Cleria del Carmen Espinoza viven allí desde hace muchos años, y la casa señala don José, tiene más de 100 años. Al frente vive la familia Torres; añade que además de ser familiares son antiguos en el barrio.Don José está jubilado, trabajó siempre en imprenta. “Todo ha cambiado, desde Santa Elvira que por cierto ha cambiado, hasta la tecnología en el trabajo que yo desempeñé toda mi vida. Hoy estoy jubilado, fui impresor tipográfico y la llegada del sistema offset en ese entonces, marcó un nuevo tiempo”, sentencia. Nos alejamos, él sigue en la vereda apoyado en el muro del frontis de su casa. Feliz, es testigo del paso del tiempo.

No hay como la vida de barrio. Aquí también vivieron mis abuelos. Su familia es de antigua data en el barrio. Eliseo Díaz Soto , Don "Cheo". Se crió junto a sus hermanos en la casa paterna, bajo la atenta mirada y crianza de sus padres,Juan Díaz Muñoz y Juana Soto Abarzúa. Nos encontramos con Eliseo Díaz Soto, “Don Cheo”, en la calle

Luis Vicentini, donde vive. Platicamos en la esquina y con entusiasmo y cariño nos habla sobre la vida en el barrio, en el que también vivieron sus abuelos. Don Cheo fue quien nos contó sobre la señora Elena Cartes Medina, su vecina. “Ella trabajó en mi casa cuando yo era chico. Es una gran persona y vive aquí a media cuadra”. La suya era una casa quinta como la mayoría en ese tiempo. “Es anterior al terremoto del 39 y lo soportó perfectamente”. Cuenta que son ocho hermanos y que están repartidos por distintas ciudades. “Mi hermano Guillermo, por ejemplo, lleva 25 años en Castro, Chiloé, y no creo que regrese a vivir en Chillán, aunque conserva su casa”. Nos habla de otras familias antiguas del barrio, como los Opazo, Torres, Vildósola, y tantas otras. Afirma que no cambia su barrio, “seguro y tranquilo”.

Taller de pintura 399. Contentos en el barrio. Este taller está ubicado en calle Vicente Méndez. Toma su nombre del número que le correspondió en la calle: el 399. Es un sector atractivo, donde

69


alguna vez pasó el Tren Chico a Recinto. La estación de ferrocarriles estaba ubicada en el sector, a metros, donde actualmente funciona un local comercial gastronómico, Santos Pecadores. El taller ocupa un espacio pequeño, (parte de una casa mayor), pero suficiente para el grupo de mujeres profesionales que han convertido el lugar en su Taller de Pintura. Desde hace ya más de dos años están en el barrio. Desarrollan allí una actividad, señalan, totalmente diferente a lo que ellas realizan como profesionales. Integran el taller: Katina Barrera Leiva, odontóloga; Ivonne Parra Maluenda, químico farmacéutica; Gisela Valdebenito Fonseca, médico pediatra; Cecilia Chandía Véjar, ingeniero civil químico, Claudia Sepúlveda Villavicencio, educadora de párvulos; Ximena Henríquez Yáñez, agricultora y corredora de propiedades; y Rebeca Kuschel Asem, asistente social. Una más del grupo es la profesora del mismo, María Angélica Carrasco Mardones. El grupo se reúne los días lunes para las clases formales con Angélica, pero durante el resto de la semana se trata de un espacio de libre disposición para cada una de ellas. Normalmente, dicen, pintan en los horarios en

70

que las actividades de cada cual lo permite y se van acomodando sin presiones. Esa es la idea del taller, contar con un espacio donde poder dar curso a esta inquietud por la pintura, con seriedad pero sin apremios. Han logrado hacer del lugar un sitio acogedor, agradable y donde es posible crecer como persona compartiendo. Está lleno de atriles, telas, obras ya terminadas y otras en camino. Lo interesante es haber tomado la decisión de contar con un taller, y están contentas de haberlo hecho en un barrio patrimonial y tranquilo.

La ropa se llevaba en canastos hasta la vertiente y se tendía en el potrero, en la calle. La chiquillería del barrio jugaba felíz mientras sus madres lavaban. FREIRE 480. Grimilda Ávila Riquelme "Mamihilda". Su casa es como ella: abierta y generosa. Grimilda Avila Riquelme, a quien le dicen “Mamihilda”, vive en la casa familiar con uno de sus hijos, Marcelo. Madre de seis hijos, y como una costumbre que es muy


frecuente en las familias de la zona, acogió a una pequeña quien pasó a ser una más en el grupo familiar. “La crié como a una hija, hoy es ya adulta y en este momento trabaja en Yumbel”. Viuda desde hace diez años, fue casada con Mario Rodríguez Canto, quien trabajó muchos años en el Colegio Seminario de los Jesuitas, actual Colegio Seminario Padre Alberto Hurtado. En el barrio la llaman “Mamihilda” y no cabe duda que el sobre nombre obedece a sus anchas alas de gallina maternal y acogedora. “Yo siempre tuve muchos niños a mi alrededor, invitaba a los amigos de mis hijos y como me encanta hacer queques, kuchenes, tortas, dulces en general, la mesa nunca estaba vacía”. Nos cuenta que tuvo en su casa un niño que pasaba con ellos esporádicamente. “El Rucio Pancho.Lo conocí pequeño en calle Arauco. No se crió aquí todos los días, pero estaba en nuestra casa con frecuencia”. Su vivienda está próxima al templo de Santa Teresita de Los Andes, casi pegada a la población Arturo Prat. “Este es un barrio muy lindo, muy especial. Cuando llegamos hace más de 50 años, eran calles

rústicas, sin veredas. Compramos una casa que tenía dos piezas. Me casé muy joven y en Santa Elvira. En ese tiempo trabajaba como camarera en el Gran Hotel, cuando este pertenecía a la Honsa y era administrador don Raúl Alcayaga. Después me retiré, con los hijos se hacía difícil salir de casa a trabajar”. Los hijos,Carmen Gloria, Mario, Carlos, Patricio, María Cecilia, Marcelo y la otra hija, Paola, dice como para sí misma, lo son todo. Grimilda tiene hoy 84 años y vive en Santa Elvira hace más de medio siglo. Grimilda nos muestra la casa, el patio, sus plantas, el acogedor parrón, y vamos aprendiendo más del barrio. De paso nos entrega una sabrosa receta para una torta de manzana. Escuchándola es fácil visualizar el barrio de ayer. Sin veredas, con calzadas de tierra y sin alcantarillado. Muchos espacios abiertos y una estrecha vida comunitaria. Nos habla de la vieja escuela en la que trabajaron como comunidad con gran cariño. “La comunidad compró el terreno. La llamamos la 44, la actual Palestina; la antigua 44 de calle Freire. Trabajamos mucho para sacarla adelante, platos únicos y mucho más”.

71


Las casas tenían sitios muy grandes, dice. “Criábamos aves y hasta se engordaba un chanchito que luego se vendía y con eso le comprábamos zapatos para la escuela a los chiquillos. Antes había mucha agua en el barrio, contábamos con la vertiente, es una lástima lo que pasa hoy con ella, pero los vecinos no perdemos la esperanza de recuperarla"día”. Era otra vida de barrio, mucha agua para regar las huertas y el mítico “Lavadero de Santa Elvira” para lavar la ropa propia y ajena. “Las mujeres llevaban la ropa en canastos hasta el lavadero y se tendía en las calles. Había una suerte de laguna donde hoy está el templo de Santa Teresita de Los Andes en la que sacaban ranas que luego vendían”. Un tiempo en que, dice Mamihilda, no había luz ni agua potable. Se lavaba la ropa que luego se tendía en un potrero al frente (no existía la población Arturo Prat). La ropa ondeaba al viento en los cordeles mientras la chiquillería jugaba a la pelota. Había pozos negros, o guater de cajón, como se les conocía. Las dueñas de casa iban a buscar el agua cristalina de la vertiente para beber y cocinar. Se hacían norias en los patios, cuenta Grimilda, pero le tenían su poco de miedo por la cercanía con los pozos negros.

72

A la luz de los recuerdos es fácil ir pintando el paisaje de ese ayer tan cercano. “Muchos hombres trabajaban para los campos, salían muy temprano en la mañana con su bolsita y regresaban por la tarde con el azadón al hombro”. Donde hoy está el Colegio Darío Salas, recuerda, vivía un viejo que hacía una bateas (para lavar la ropa) maravillosas, también confeccionaba fruteras y vasijas para el escabeche. La revista de gimnasia del Colegio Seminario era algo así como la fiesta del año en el sector. Donde hoy se levanta el Colegio Seminario Padre Alberto Hurtado estaba el estadio del entonces Colegio Seminario. El deporte también ha unido siempre al barrio. Los clubes y el futbol siguen moviendo a las familias. “El Junior y el San Martín, todos los sentimos propios”, enfatiza. Se hacía una vida rica en expresiones de comunidad, con fiestas compartidas. Vida comunitaria con patrones culturales fuertes. Esa vida de barrio que se ha ido perdiendo, tan llena de identidad y pertenencia, que para suerte de sus habitantes, Santa Elvira todavía conserva.


73


74

Del campo a la ciudad.


Vida universitaria.

Tranquilamente por el barrio.

75


76

Manos que trabajan, dia a dia, sumando...


srta. Rosalテュa Lidia Contreras Parada.

srta. Marテュa Albornテウz Candia.

sra. Ema Orellana Medina.

sra. Grimilda テ」ila Riquelme "Mamihilda"

77


78

sra. Lorenza MarĂ­a ValdĂŠs Hurtado


Jugando en la vereda.

Tres generaciones de Vild贸sola

sra. Gabriela Pacheco Plaza.

sr. Eliseo D铆az Soto, Don "Cheo".

79


80

Flia. Fuentes - Orellana


Taller de Pintura 399

Al compรกs del barrio.

Felices testigos del tiempo.

81


82

La vereda es como el living para clientes y transeĂşntes.


Sebastian "Chabita" López.

Ramón Manríquez Manríquez (peluquero)

El increíble mundo de un taller de bicicletas.

83


Pasaje ARTESANOS (entre Ecuador y Campaña del '79), debe su nombre a la gran cantidad de personas que elaboraban manualmente variados oficios como: cestería, mueblería, tornería, hilandería (lana de oveja), etc. También se conoció como calle Colón.

84


Francisco GarcĂŹa Vargas, nieto de Ricardo Vargas

Sra. Adriana Caro.

Sra. Adriana Torres Navarrete

85


86

Bajo la sombra de la tarde


87


88


La vertiente es parte de la vida

89


L a vertiente de Santa Elvira. Ha sido parte importante, crucial en la historia de Chillán y debe ser recuperada, dignificada.

La Vertiente o Arroyo es parte de la vida, del origen y de la historia del Barrio Santa Elvira. Sin duda la abundancia y la calidad de su agua siempre fresca, determinó que las primeras familias escogieran para vivir dicho lugar. La gente recuerda que en los comienzos cuando no había agua potable, sólo norias y la vertiente, las mujeres principalmente, concurrían hasta este virtuoso ojo de agua para abastecerse de tan vital elemento. Allí y en amable comandita, se lavaba la ropa propia y ajena, porque el Barrio Santa Elvira fue lugar de lavanderas. Era un oficio mayoritario en Chile en un tiempo en que no existía por cierto la tecnología actual. La llegada de la máquina de lavar o lavadora como se le llama, contribuyó fuertemente a que este antiguo oficio se extinguiera. Grimilda (Mamihilda) Avila Riquelme, nos contó, que

90

como todas las casas tenían pozos negros (no había alcantarillado) se prefería consumir el agua limpia de la vertiente, ya que las norias o pozos podían contaminarse, por proximidad con los pozos negros. A dichos baños se les conocía como baños de cajón en los campos, ya que eran un cajón perfeccionado, con un hoyo al medio montado sobre un pozo. A esta milagrosa vertiente se le debe que en los terribles e interminables días que siguieron al terremoto del 24 de enero de 1939, la ciudad de Chillán se abasteciera de agua. Sin duda, esta agua que aún brota silenciosa de la tierra salvó muchas vidas. Los sacerdotes franciscanos Antonio Salvo y fray Ramón Ángel Jara Hernández (ya ausentes de este mundo) contaban sobre esos días. Sólo hubo dos fuentes de agua para abastecer la ciudad, la Vertiente de Santa Elvira y el pozo del Convento Franciscano. En medio de tanto horror, el agua fresca era una bendición, afirmaba el padre Antonio Salvo, a quien el terremoto lo sorprendió misionando en San Fabián. Se vino a Chillán a caballo, en lo que debió ser una verdadera hazaña.


Graciela Candia y Luz Carrasco (proyecto Fondos de Medios Regionales-Radio La Discusión de Chillán), contaron que en esos días los militares llegaban a las seis de la mañana en carretas hasta la vertiente y llenaban diariamente pipas y más pipas con agua para distribuirla entre la población. Los militares, por razones de estricta higiene, cloraban el agua. No hay que olvidar que la ciudad era toda muerte, enfermos, destrucción, desolación, dolor y tragedia por esos días. Todo en medio del agobiante calor de enero. Mi madre, contó una de ellas, se levantaba al alba para llegar a la vertiente primero que los militares y poder sacar agua antes de que fuera clorada. Ella pensaba, señala risueña su hija, que echaban a perder el agua con el cloro.

drogas y es tierra de nadie. Incluso se ocupa el espacio como baño público. Triste destino para un sitio histórico que debería ser tratado con dignidad y respeto. Allí se ha olvidado absolutamente el significado de identidad, patrimonio y pertenencia. La vertiente tiene que ser recuperada y dignificada, representa parte importante de la historia de Chillán. El agua sigue brotando de la tierra. El padre Ramón Angel Jara (Premio Municipal de Arte de Chillán, inmortalizó la vertiente en sencillos versos. ¿Qué esperamos para recuperarla? No es sólo un asunto de la autoridad, aunque le compete directamente, es una deuda colectiva. Actualmente, desde el municipio se ha manifestado su interés por recuperar este patrimonio.

La vida de los habitantes del Barrio Santa Elvira estuvo ligada siempre a la Vertiente que tiene su ojo de agua en calle Cancha Rayada y su desagüe estaba en calle República. Allí se lavaba y hasta hace poco estuvo en funciones. Hoy está cercada por muros y con un acceso hacia su fuente en Cancha Rayada. Sucia y olvidada, es pasto de la mala memoria colectiva. Los vecinos señalan que allí se consume alcohol,

91


El lavadero de Santa Elvira. (Fray Ramón Ángel Jara)

92

Estas son las lavanderas, lavan mañanas enteras, cerca de ellas la artesa con todas las blancas piezas que conforman su riqueza con seis hijos que la esperan. La paleta siempre al lado, y en su rostro dibujado todo el sufrir llevado por su larga vida austera.

No precisan detergente, sólo jabón simplemente, aporrean con firmeza la ropa pieza tras pieza y le dan nueva limpieza. Las vi bajo el sol caliente, Sus guaguas allí sentadas, Los niños de la barriada Iban vestidos con nada gozando el agua corriente.

La vertiente es alegría con su verter noche y día agua fresca y cristalina que da alivio a las vecinas. Ante el canal se inclinan y ven su melancolía, y desmugra su paleta mantillas y camisetas; gritos, autos, bicicletas Producen algarabía.

Estas son las lavanderas, lavando tardes enteras, en su pobreza son ricas, con la paleta predican que los golpes purifican. Y de esta misma manera lavó ropa en Nazaret la Virgen para los tres: el niño, ella y José, la Virgen bendita sea…


93


94


95


96


97


98


99


100


Lenguajes de un Chillรกn distinto

101


E spiritualidad. Caminar por las calles de Santa Elvira, especialmente cuando comienza a caer la tarde, o en días brumosos, se convierte para el transeúnte en una acto de meditación-oración, si se hace este tránsito con el corazón y los ojos abiertos. Las sombras de los árboles parecen enredadas en una danza que va regalando formas que giran y cambian con prisa. Nos sumimos entonces en ese Chillán que camina con lenguajes de silencio, recordando a cada instante al que tiene la capacidad y el interés de percibir, que nos movemos en un mundo, que no sé si paralelo es la palabra correcta, pero sí en una realidad que tiene para contarnos y contenernos, bastante más allá de lo que la materialidad nos entrega.

102

Nos susurran al oído fantasmas que siguen circulando por un Chillán que tuvo para ellos desde terremotos, profundas lluvias y soles intensos. En la línea invisible de lo posible y lo no posible, de acuerdo a nuestras propias sensibilidades, sigue latiendo este Barrio Santa

Elvira acunado por el murmullo de las aguas que lo atraviesan.

La fuerza del espíritu y la religiosidad. Todo nos indica que la fe y la esperanza son lo último que se pierde y que estamos hechos para la trascendencia. La fuerza del espíritu y la religiosidad se manifiestan cada vez que se nos permite cruzar el umbral de las numerosas casas cuyas puertas se nos abrieron con generosidad. El santo madero presente en todas partes. Pequeños altares cobijados por las gruesas y añosas paredes de adobe y ladrillo y por la fe guardiana de los dueños de casa que los adornan con flores, cintas, pequeñas figuras, estampas de santos. La maternidad con su sentido de protección y contención, es presencia manifestada en la virgen que está presente en las casas en retratos y figuras sobre mesas y veladores. Al igual que en el resto de Chile, la Virgen del Carmen y de Lourdes están también en la preferencia y fervor


de los habitantes de Santa Elvira. En casa de María Albornoz Candia, además de todo lo antes señalado, se puede apreciar artísticas cruces en cerámica mayólica hechas por ella. En medio de la soledad y mucho de tristeza en que vive Rosalía Lidia Contreras Parada, cuya casa sufrió los rigores del terremoto de 2010, advertimos en el muro junto a su cama en la que duerme casi de emergencia temerosa de los temblores,un bello retrato de Cristo. Todo está un poco a la deriva en esta casa terremoteada, sin embargo, perfectamente alineado en el muro, desde un bello y clásico marco dorado, el rostro de Cristo ofrece a Rosalía Lidia, desde el sentido de protección que necesita, hasta el recordatorio que la esperanza es lo último que se pierde y que estamos hechos para la trascendencia. El año 2012, partió hacia esos indescifrables potreros del Más Allá, Carlos Gustavo Quezada Herrera, agricultor, enólogo, un hombre estupendo, culto, inquieto, único, irrepetible, quien fundó el mítico “Deportivo Junior”de Santa Elvira (aunque nunca vivió en el barrio), además de cooperativas y otras entidades en

las que puso su sello generoso. Una delegación del club asistió a despedirlo esa tarde triste. Quien habló en el camposanto, dijo algo que vino a confirmar ese fuerte sentido de lo religioso que encontramos en Santa Elvira. Con profunda emoción el vecino y dirigente del deportivo, señaló: “Aquí estamos don Gustavo, con toda nuestra religiosidad”. Fue emocionante. El Barrio Santa Elvira cuenta con varias capillas Católicas y Evangélicas donde se advierte que hay vida y movimiento en ellas. Pero lo que más nos marcó en los múltiples recorridos realizados, fue ese sentido de religiosidad presente en casas, almacenes y talleres. Y que en ocasiones se vuelca a las calles entre guitarras y panderos.

El sentido religioso del barrio. Manifestado desde que se comenzó a configurar Santa Elvira. Hemos destacado el sentido de religiosidad de quienes habitaron y habitan Santa Elvira. Ello se palpa cuando se ingresa a las casas y desde luego, se refuerza en la existencia de numerosas

103


capillas y templos que ubicados en distintas calles, contienen a los feligreses en sus necesidades espirituales. Allí concurren para vivir en comunidad el ejercicio de comunicarse con lo Alto. Misas en las capillas católicas y en los templos cristianos evangélicos con sus ceremonias de culto.En todas se mantiene una intensa actividad. Lo que destaca es el sentido de religiosidad que se ha mantenido intacto a través del tiempo, cuando el barrio recién comenzó a dibujarse con la llegada de sus primeros moradores. Es la fe que nos hace vivir con mayor fuerza la trascendencia.

Capillas franciscanas Capilla en recuerdo de Dn. Jorge Rabié y de Dn. Juan bautista Gutiérrez. Caminando, uno se encuentra en calle Diego de Almagro con una pequeña capilla de muros blanqueados con una cruz en el tope. En su interior hermosas y antiguas bancas que pertenecieron sin duda a la parroquia San Francisco, de la cual dependió hasta el 2014. Esta capilla es fruto de la solidaridad, de la fe

104

y del deseo de recordar y que se recuerde, a los seres queridos. Un día el padre Alberto Sagredo (franciscano) le contó a Yolita Uauy de Rabié (1999)que tenían en Santa Elvira un terreno para levantar una pequeña capilla, pero carecían de los medios para concretar dicho propósito. Había fallecido hacía poco don Jorge Rabié Davani, esposo de Yolita, conocido vecino y empresario chillanejo. Yolita contactó a sus hijos con el sacerdote. Así se hizo.Les entusiasmó la idea y fue aprobada la iniciativa. Se construyó la capilla en memoria de don Jorge. Participaron en ello el arquitecto Mauricio Zulueta (el mismo del Mall Plaza El Roble), y el constructor, Mario Maas. En la capilla hay dos placas recordatorias. En recuerdo de don Jorge Rabié Davani y del donante del terreno, don Juan Bautista Gutiérrez. La atienden dos vecinas: María Fernández que vive en Diego de Almagro 751 e Isabel Arroyo, en la misma calle Nº 746. Se realizan allí misas, matrimonios, bautizos y actividades de catequesis. Los días miércoles se reúnen a orar por los enfermos y los sábados hay misa a las 19 horas. En víspera de Navidad se reúnen los niños del barrio y se les ofrece once y regalos. Yolita de Rabié participa


activamente en ello. La pequeña capilla es un punto de encuentro para la gente del barrio. Las capillas franciscanas Santa Clara de Asís, Santa Rita y San Juan Bautista, pasaron al obispado en abril de 2014.

"Soy de cepa de Chillán, soy campesina de Chillán". En esta casa se hacían misas y la presencia de los frailes franciscanos era habitual. REPUBLICA 265. Adriana Torres Navarrete. La familia de Adriana Torres Navarrete tiene sus raíces hundidas en tierra firme en el Barrio Santa Elvira. Ella es un torbellino de actividad, incluso hay que estar atenta a la conversación que sostenemos porque es rápida como un celaje y su diálogo abundante y variado. Dice venir de una familia longeva, sus padres, Lorenzo Torres Sepúlveda y Juana de Dios Navarrete Montecinos se fueron de este mundo después de un siglo en esta tierra, afirma. Otro tanto sucedió con su abuelo Lorenzo Torres.

Está casada con Carlos Torres Figueroa, contador con 54 años de profesión, quien se siente orgulloso de ser uno de los primeros, sino el primero, en el registro del Colegio de Contadores de Concepción. El matrimonio que reside en Concepción, tiene cinco hijos, tres hombres y dos mujeres. Adriana se siente orgullosa de su prole y cuando habla de su hijo Tatín, coronel de Ejército se le ilumina la mirada. Suma a su descendencia nueve nietos y un bisnieto que estudia en la universidad. La casa de Adriana la levantaron sus padres: “Hasta hicieron los adobes. Mi padre trabajó en la Planta Eléctrica, recuerdo que había carritos”. Al lado de ellos vivía su tía Margarita con su progenitor. Cuenta historias vividas por la familia que dan para un libro. “Mi abuelo estaba agonizando y quería dejar testado. Pedía abogado o tinterillo. En su agonía le decía a mi madre: Juana tú no quieres que te deje nada, pero te dejaré una bendición, tu familia”. La casa, totalmente reparada por la ejecutiva Adriana después del terremoto de 2010, aún muestra resabios del trabajo ejecutado. Es una casona de verdad muy linda, con su fachada

105


pintada verde y las clásicas ventanas con rejas de fierro. En su interior el blanco campea en los muros y demuestra además el buen gusto de la dueña de casa. Conserva muebles de su madre, retratos y su jardín es una belleza. Si bien es cierto que vivimos en Concepción, señala, la verdad es que compartimos nuestro tiempo con esta querida casa. “En esta casa se hacían misas, mis padres eran muy piadosos y los frailes franciscanos eran presencia permanente y muy estimada en mi hogar.Conocí al recordado padre Fray Ramón Angel Jara Hernández cuando era muy joven. Siendo casi un niño se vino a estudiar al Convento Franciscano de Chillán desde su Chanco natal. Venía siempre a mi casa, creo que mi madre que era muy afectuosa le recordaba a la suya, doña Herminia Hernández”. Adriana Torres Navarrete deja muy en claro su amor y lazos con Santa Elvira, “Yo sigo igual que mi madre en esta casa, yo no desprecio el lugar donde nací”. Esta inquieta y menuda mujer está entre los fundadores, dice, del Coro Universidad de Concepción y es pionera en la formación de grupos de adultos mayores en la capital regional. Profesora, cuenta que egresó

106

de las aulas del Instituto Comercial de nuestra ciudad. “Soy de cepa de Chillán. Soy campesina de Chillán. Me casé en la iglesia San Francisco. Tengo historias muy bonitas con esta casa, incluso hubo un tiempo que tuve estudiantes universitarios (Universidad de Concepción) como pensionistas; hoy son todos adultos y muchos me visitan todavía”. La inquieta Adriana mira con ternura la vieja casa que guarda entre sus muros tantos recuerdos, tantas cosas vividas. “Mi vida ha sido muy trabajada. Tengo buenas historias, lindas historias y también historias tristes”.


107


108


Capilla en recuerdo a los srs. Jorge Rabie y Juan Bautista GutiĂŠrrez

109


110


111


112


113


114


Instantรกneas

115


116


117


118


119


120


121


122

Flias. Bravo - Zapata y Zapata - Toro 1925


121

Recuerdos

123


F ragmentos. Las tradiciones, recuerdos y esos fragmentos iconogr谩ficos, son huellas que nos dejaron, de tal manera que al regresar sepamos d贸nde quedamos. Por lo tanto, debemos ver aquellos recuerdos no como una simple reliquia del pasado, sino como catalizadora de futuro. Nuestros recuerdos son un pretexto, una excusa para viajar al encuentro de lo que somos.

124


125


126

Matrimonio Araya - Araya en la Planta ElĂŠctrica - 1945.


Familia Fernรกndez Cisternas

127


128

Paseo Anual de la Planta ElĂŠctrica Santa Elvira - 1938.


Integrantes Flias. Fuentes, SepĂşlveda y Torres.

Srs. Luis, Filomena y Jorge SepĂşlveda.

129


130

Escuela Palestina


CumpleaĂąos de Ruth Andrade, familia y vecinos.

Eduviges y Filomena SepĂşlveda Fuentes.

131


132

Srs Pedro Araya, Daniel Opazo, Fernando Gallegos,J uan OrtĂ­z, Ciro Maureira y sr. Pastenes.


con Bruna Maureira Ortíz, década de 1930.

En el taller de don Adrián Rivas.

Flia. Segura Martínez.

Vertiente Santa Elvira.

133


134

Funeral, sra. Juana Garrido, calle Campaña.

2º Cumpleaños de Claudia A. Gatica Salazar.

Sras. Edith Dinamarca, Julia Rosales y Julia Quijada. Vecinas de Flores Millán 240.

Cuatro generaciones, Sras. Isolina, Dina Adelfa, Dina y Dina Luz.


Familia Maureira Cofré en calle Bueras con Sotomayor.

Actividad navideña con niños de Santa Elvira.

135


136


A gradecimientos Este libro comenzó a nacer mientras caminábamos las calles de Santa Elvira. Sentíamos el barrio en la piel. Sus casas de fachada continua que traen a la memoria la nobleza del adobe. Su colorido. Los apretados jardines en las veredas. El capricho de sus calles. La presencia del agua que ha marcado su historia.

Santa Elvira conserva la “vida de barrio”, cultura de vida que tanto se añora. Es parte del diario vivir, de lo cotidiano, ver a los vecinos por las tardes compartiendo sentados en sillas o bancas. Mirar pasar la vida sin prisa, como tiene que ser.

Cuando se inicia nuestra aventura, todavía estaba viva la emocionalidad densa, apabulladora, del terremoto del 27 de febrero de 2010. Sin embargo, a pesar de ello, en las veredas seguían esperanzadores los multifacéticos jardines. Queremos agradecer a todos los que compartieron con nosotros; quienes con generosidad y confianza nos abrieron las puertas de sus casas, de sus hogares. A los que compartieron grata conversación en las calles y veredas.

Los autores: Patricia Orellana Cea-Puchi Máximo Beltrán Fuentes

137


138


Gracias

139



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.