MAXWELL DOS SANTOS
Cultura de la violación EL DÍA DE FILOMENA LLEGÓ. El sonido estaba altísimo, tocando Don’t you worry child, de Swedish House Mafia, bajo
el mando del DJ Marcello Falavigna. La carne estaba asando en la parrilla. El parrillero cortó varios trozos de lomo, salchicha, pan y ajo y los vertió en el tablero. Thiago pasó junto a la mesa y llenó el plato con carne, arroz, feijão-tropeiro y vinagreta. En el baño de la sala de conciertos, jóvenes olían cocaína y lanza perfume. Pedro estaba en el medio de esa rueda y olía una carrera de cocaína, que había estado usando desde que tenía trece años. En esa edición de Filomena, había algo nuevo: los lugarcitos, que eran tres habitaciones, construidas con revestimiento de madera contrachapada, utilizadas en la construcción civil. En el interior, había colchones y sillones, donde las parejas mantenían sus momentos íntimos. Un guardia de seguridad estaba frente a los lugarcitos y solo permitía que una pareja ingresara a cada uno de ellos a la vez. En la puerta, había una advertencia:
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