Las tiendas de barrio sostienen familias

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Realizado por: Susana Cossio Valentina Zuluaga Mayteck Arenas Dominica Duque Cristina Leyva


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ntre las siete y nueve de la mañana, el sol comienza a darse paso en el cielo de Medellín, las familias están despertando, los desayunos se hacen necesarios en las cocinas y los clientes se acercan a sus tiendas de barrio más cercanas. Leche, quesito, arepas, pastas de chocolate, son los principales productos que la cultura paisa impone a esa hora de la mañana. Con sus rejas metálicas, pintadas con material a base de aceite y pilas de productos variados, principalmente para consumo diario, las tiendas de barrio suben las puertas tras haber quitado los candados. Ya empiezan a llegar clientes. Las tiendas de barrio complementan el entorno de las calles de Medellín. Son el resultado de una economía colombiana que ofrece un mercado reducido de empleo para la manutención de las familias. Incluso muchas son el patrimonio de la familia y se convierten en el legado indiscutible que los parientes deben defender y mantener aunque “el mercado apriete”, como lo expresan los mismos dueños.

“Señor, me regala cinco huevos y un paquete de arepas”. El requerimiento está dado por el cliente, el tendero debe recibir la orden al tiempo que entrega los productos y cobra por su servicio. Devolver lo que resta del precio es una operación que hace mientras alcanza las arepas que se encuentran sobre el enfriador.

Huele a maíz. Las arepas están recién hechas. El proveedor las trajo a las cinco de la mañana. Son blancas con manchas amarillas, redondas, planas, se pueden servir de varias maneras y su cocción no dura más de veinte minutos. En medio del sistema financiero, se encuentran estos negocios que permiten a los ciudadanos comprar productos para el consumo en su hogar, desde los que constituyen la canasta familiar, y aquellos que aunque hacen parte de la alimentación sana básica, son lujos o satisfacen antojos de los clientes. Las amas de casa y empleadas del servicio doméstico son las personas que más visitan las tiendas de barrio, mientras transcurre la mañana. Condimentos, caldos para cocinar, papa capira, papa nevada, papa criolla, crema de leche, color, sal, chorizos. “Deme medio de papa, un pocillo de arroz y una bolsa leche”. Demanda la señora Mariela Arango, ama de casa, quien está a punto de que sus hijos se bajen del transporte sin encontrar el almuerzo hecho. El lenguaje es claro para el tendero. Procesa el pedido. La televisión no la ha dejado cumplir con sus labores domésticas, así que acosa al tendero quien debe aumentar la velocidad. Se conocen de algunos años. “Esa es mi vecina, ella siempre viene y compra el diario”, afirma doña Rosalba Zapata dueña de Salsamentaria Long Island en la Comuna 14, refiriéndose a doña Mariela.


El medio día tiene poco tráfico. La tienda está acaparada por el sol. El tendero recibe el almuerzo que le traen de adentro de la casa porque lo que antes era el garaje, ahora es el local comercial donde está ubicada la tienda. Si por el contrario, es un local alquilado, el almuerzo está empacado en un recipiente de plástico que lo mantiene fresco.

ventas del día. Otras, en cambio, optan por la televisión. Allí sintonizan las noticias, la Santa Misa y los canales nacionales. La tienda es un establecimiento que ofrece ventas al público de artículos

permanente. Levanté a los hijos de acá. Ahora ha cambiado todo mucho, hubo una época que era bueno, pero ahora ya es mucha competencia, entonces es difícil”. Sin duda, la tienda tiene una función social mucho

Sin embargo, en la tarde, el tendero se prepara para otro tipo de clientes. Los estudiantes de colegio, en su mayoría, terminaron su jornada. A las dos y media de la tarde se acercan a comprar. Los niños y jóvenes prefieren los dulces, los chicles y las bebidas gaseosas. “Señor”, “don”, “doña”, son algunas de las palabras con las que empiezan sus oraciones. “Se lo anota a mi papá”, grita uno de los chicos mientras se aleja del lugar y el tendero saca su libreta de apuntes, donde está “el fiao”. Aunque el espacio de los locales es pequeño, comparado con los supermercados, la tienda ofrece diversidad de productos clasificados por su utilidad. Desde aseo hasta lácteos. La música en las tiendas de barrio se debate entre popular, vallenato y cristiana. Alguna emisora mal sintonizada se alcanza a escuchar y acompaña las

al por menor, más conocida como venta al detal. Este pequeño punto de venta ha sido el refugio económico de familias que han buscado alternativas económicas tras no encontrar trabajos estables. El corazón del enfriador, junto al televisor, más los dulces y las vitrinas se centra en el núcleo familiar. En donde cada personaje tiene algo que ver con la tienda. Así como afirma Rodrigo Arrubla, tendero desde hace treinta y cinco años, ubicado en el barrio Campo Amor, Comuna 15:“Me he sostenido y he tenido el trabajo

más profunda que la venta de productos alimenticios. Hace parte de una fuente de ingresos comúnmente usada en los barrios de Medellín, por personas cabezas de familia que viven la inclemencia del desempleo o que por emprendimiento deciden participar del mercado como empleadores. En Medellín, las tiendas se guían más por la religiosidad que por la contabilidad o el mercadeo. Son conocidos a los cuales se les fía, sin una historia crediticia, una letra o un pagaré. En cada sector de la ciudad ya se sabe quién paga y quién no.


Las tiendas son proyectos que viven las familias con pasión, como lo afirma la tendera de Salsamentaria la Séptima, Ángela María Giraldo, también ubicada en la Comuna 15: “Junto con mi esposo, llevamos a cabo el proyectico de la tienda hace 7 años. Nos va bien y queremos mucho el negocio. El negocio de las tiendas es muy relativo, hay días en que se mueve mucho y hay otros días en que no se mueve tanto. Pero yo creo que compensa y con fe todo se alcanza”. Entre cinco y treinta de la tarde y siete y treinta de la noche, las tiendas son el lugar de reunión preferido para los clientes con carro. Mientras que en la ciudad transcurre el pico y placa, que impide circular a ciertos carros, según su número de placa, en este horario, los clientes mezclan tinto, cerveza, conversación y noticias en el entorno. Los ciudadanos narran acontecimientos del barrio. Los nombres de los vecinos y amigos que visitan la tienda salen a relucir. Opiniones van, hallazgos vienen, pregunta, respuesta, sonrisa y un sorbo a la bebida.

responsables que ingieren alcohol. La cerveza y el aguardiente son las bebidas preferidas. Fabián Zuluaga, dueño de la tienda Manchis, ubicada en La Frontera, cuenta que su labor va más allá de lucrarse vendiendo, sino que además, ayuda a las personas que no tienen los recursos económicos para pagar de inmediato. Fiándoles y dándoles un voto de confianza. Queda poco tiempo para cerrar. El tendero toma asiento y respira un momento, mientras que los clientes engullen el alcohol. Antes de la media noche, solo quedan las sillas vacías, botellas de cerveza en las mesas y extracto de cigarrillo en el suelo. El frío golpea la carpa que en un momento del día protegió del sol los productos. El tendero desliza la puerta hacia abajo, el sonido se agudiza con el silencio de la cuadra, de nuevo cierra los candados. Está cansado. Se pasa la mano por su espalda. Sabe que debe ir a dormir, porque mañana temprano debe volver a su oficina: la tienda.

Los días de partido de fútbol, la dinámica nocturna es mucho más movida. Los clientes, no sólo van a verlo al local, sino que además, la tienda es el punto de encuentro para comentarlo y tomarse una que otra cerveza antes de ir a dormir. Son las diez de la noche, muchos habitantes del barrio ya compraron la lonchera de los niños para el día siguiente de escuela. El público objetivo pasa a ser adulto, personas

El negocio de las tiendas es muy relativo, hay días en que se mueve mucho y hay otros días en que no se mueve tanto.


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