¿Cuánto y por que tan caro? El precio de la salvaguarda del patrimonio cultural en México

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¿Cuánto y por que tan caro? El precio de la salvaguarda del patrimonio cultural en México [silencio incomodo] -¿Y tú ,a que té dedicas? -Soy restauradora de bienes muebles - Ósea como sillas y roperos -[risa forzada] No, de arte, como pinturas, esculturas y cosas así -Aaahh, oye ¿y si hay trabajo de eso? -Si, muchísimo, México es un país muy rico en patrimonio, con todas las iglesias, las zonas arqueológicas, los museos, las galerías… -Si no, muchísimo y ¿si se paga bien? -… [Fin de la conversación] Como la mayoría de los restauradores esta conversación me la se de memoria. Por que son las mismas palabras que hemos escuchado de diferentes interlocutores, iniciando con nuestros propios padres. El decirles que vas a dedicarte a la conservación del patrimonio (hinchando tu pecho con orgullo, por que te sentías como un superhéroe que iba a consagrar su vida a un bien mayor) mientras observabas como poco a poco se iban cubriendo sus caras con un manto de preocupación; pensando que no podrían jubilarse ya que tendrían que mantenernos el resto de nuestras vidas, por que de la cultura no se vive. Recuerdo un texto de Nina Felshin sobre el arte como activismo, donde de una forma mas elocuente de lo que yo puedo plasmar, hablaba del “mundo del arte” y el “mundo real”(la utilización de comillas es necesaria, no solo por no herir susceptibilidades, sino por que el uso coloquial lo demanda). No es posible describir mi sorpresa al leer esos párrafos, por que ahí se ponía de manifiesto algo que yo llevaba años percibiendo, algo que sabemos y nos negamos admitir, existe una brecha entre la esfera de lo cotidiano y el gremio del arte y la cultura. Desde la perspectiva del público “ajeno” al medio, las expresiones de este ámbito no reflejan las problemáticas de su día a día. Lo que se muestra en museos y


galerías pueden considerarse piezas expuestas en sitios pretenciosos, con un discurso jactancioso que difícilmente podrá entender el ciudadano “común” (vuelvo a hacer uso de los tan necesarios paréntesis para pedirle al lector consideración de quien escribe, ya que la intención no es para nada peyorativa sino que este sentir ha sido escuchado innumerables veces). Es como si fueran dos universos separados, el del arte con ideas irreales que se diseñan por quienes quieren vender objetos innecesarios y los compran personajes de altas esferas que entienden el sistema. Y el cotidiano, donde se deben tener los pies en la tierra, donde cada día es una lucha por sobrevivir. Aquí no tienen cabida los objetos de exquisitez retorica, se vive el momento y se busca salir adelante. Yéndonos mas allá del mundo del arte, las obras en las iglesias son objetos de adoración, deidades encarnadas en imágenes devocionales, es el Dios materializado al que se consagra la vida misma, ni hablar de verlos como piezas de patrimonio (Bendito paréntesis que me permite reiterar que se generaliza para plantear una problemática, debido a que, obviamente no en todos los casos es así). Las zonas arqueológicas y museos regionales son sitios de recreación vacacional, donde se enseña que son parte nuestro pasado como sociedad, objetos de otra era que permanecen atrapados para que el visitante los contemplen desde la lejanía en actitud solmene, mientras se toma una fotografía sin flash, amedrentado por un guía que le dice que son piezas invaluables. Entonces, ¿Cómo ponerle precio a tu trabajo de conservación y restauración de objetos cuyo valor es tan grande que no puede ser calculado con dinero? Desde que se nos formamos en la universidad sabemos cobrar, conocemos los procesos y materiales, sabemos cotizar intervenciones, tenemos nuestros proveedores de productos especializados, sabemos cuanto cuesta la mano de obra por hora y hasta estamos al corriente en el pago de nuestros impuestos, por que hacienda no perdona.


Sin embargo algo que no se nos enseña es a evitar las trabas que conlleva ponerle un precio a tu trabajo. Existen muchos obstáculos para la obtención del tan necesario capital que son de cajón y que no son exclusivos del medio, como son el desvío de recursos de presupuestos etiquetados, la asignación de proyectos por compadrazgo, la burocracia extenuante de las instituciones rectoras, entre muchas otras, que conllevan al tan clásico “Ahorita no hay dinero”. No obstante desde mi humilde opinión, estas no son las mayores dificultades con las que nos topamos, por que como ya enunciaba anteriormente esto se da en todos los niveles tanto de organismos públicos como privados. El mayor impedimento es la falta de conciencia de que la restauración cuesta y desgraciadamente cuesta caro. El uso de materiales de alta calidad, la necesidad de importar equipos y herramientas desde el extranjero, las temporadas de trabajo de meses o incluso años de duración y el conocimiento técnico y teórico en una formación ardua y rigurosa incrementa los precios, haciendo que el solicitante de esa cotización diga: “¿Sabes qué?, dame chance de pensarlo”. Así que nos vemos en un panorama donde se requiere de nuestra labor pero son pocos aquellos los que están dispuestos a pagar por nuestro trabajo. Por que nos queda claro que nuestra profesión es apreciada y altamente necesaria; son bastos los ejemplos donde se ha hecho evidente que al contar con un equipo de restauradores profesionales se hubieran ahorrado muchos daños al patrimonio y muchos dolores de cabeza a las autoridades. El uso de redes sociales, la prensa y las denuncia ciudadanas han ensalzado la pertenecía de las comunidades con sus edificios, arte urbano y piezas devocionales cuando son dañadas con o sin intención, llegando a pedir la cabeza de los agresores por que el patrimonio es de todos. Pero no son muchos los que comentan que los especialista no fueron la primera opción, por que salían muy caros. Retomando lo que comentaba unas páginas atrás la brecha entre los dos mundos se hace nuevamente palpable, debido a que se sabe que cualquier trabajo especializado es costoso, por que se está pagando calidad y compromiso. Nunca se podrían en duda si es justificado el precio de un neurocirujano por su


participación en una intervención quirúrgica y ha no ser por algún trasnochado poco iluminado no se le regatea por su trabajo. (Confío en que no se tome a mal la comparativa con la profesión médica, que es diametralmente diferente de la mía y ni de chiste me atrevería a equiparar mi tarea con el salvar una vida, pero sirve como parámetro ya que la salud es una necesidad básica cuya importancia no se pone en duda). Dicho problema tiene en cierta medida su origen en que muchos no tienen presente a la restauración como una carrera profesional; ajena a la de artes visuales o en muchas ocasiones como una carrera como tal. Parte de nuestra labor como profesión formal relativamente nueva (como academia desde los años 70´s en México) es dar a conocer en cualquier oportunidad que tengamos y con toda la alegría y paciencia del mundo en que consiste nuestro afán. Es casi como un mantra para nosotros relatar nuestro discurso sobre como es importante que la gente conserve su patrimonio y de cómo estamos nosotros para ayudarlos. La mayoría de mis colegas y yo que nos dedicamos a esto lo hacemos por que nos encanta, nos apasiona nuestro quehacer, por que no hay nada mejor que te paguen por realizar algo que amas, ¿no?. Es por esto que a pesar de tener que disminuir costos, aguantar sueldos bajos, justificar el por que la utilización de ciertos materiales contra otros más baratos, el trabajar contra reloj por calendarios recortados y el pelear contra agentes involucrados poco informados es que seguimos adelante. Por que la situación económica en México es muchas veces precaria y es bien sabido que el trabajo bien remunerado no abunda en cada esquina. Pero como los demás participantes en el medio de la cultura, nos seguiremos esforzando para difundir, gestionar y conservar las diferentes expresiones que nos identifican y enriquecen como sociedad. Como conclusión no me queda más que decir la frase con la que siempre cierro la conversación que escribía al principio:


-Es como todo, hay que saber buscarle. Rest. Maythé Loza

Para ampliar la información: Felshin, N. (2001). ¿Pero esto es arte? El espíritu del arte como activismo. Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa. , 73-93


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