Tres historias de la selva. Proyecto Identidades. Patrimonio Cultural Inmaterial del cantón Cascales

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Tres historias de la selva

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Municipio del cantón Cascales

Tres historias de la selva Proyecto Identidades Patrimonio Cultural Inmaterial del cantón Cascales Primera edición, 2019 Contenido: Diana Moscoso Lazo Ilustración: Mazhyx. La ilustradora y archivo. del proyecto Diseño: Edwin Navarrete, Taller Gráfico Distribución: Departamento de Cultura del GAD Cascales Impreso en Ecuador


Chiga y los sueños de Yagé

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esde que era muy pequeño, Isidro escuchó a los abuelos hablar de Chiga, el señor de la sabiduría, del conocimiento. Ellos le contaron sobre la absoluta conexión que tenía con el cielo, con la tierra, con el cosmos. Chiga, le explicaban a Isidro, es el dueño de los sueños, de la palabra, de todo lo que nombra. Y es esta historia la que Isidro me contó. Cierto día, mientras Chiga caminaba por la tierra, miró a nuestro pueblo, los cofanes, los A’i, y decidió que tenía que darles su conocimiento, su sabiduría sobre el mundo en el que vivimos, sobre el universo, sobre nuestra realidad. Debíamos tener la capacidad de tejer nuestra cosmovisión. Entonces quiso darnos el saber a través de los sueños, así que arrancó uno de los cabellos del lado derecho de su cabeza y lo sembró en tierra pródiga, y creó la planta de Yagé, para que nos diera energía, sabiduría, conocimiento; y de su barba, también del lado derecho, sacó un pelo y lo sembró, junto a la planta del Yagé. Y, entonces, nació la planta de Baal, que muestra la esencia de las cosas, cómo son, da las visiones a través de los sueños. Las dos plantas siempre están juntas, muy cerca.


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Con las dos plantas, Chiga hizo una bebida, las mezcló y elaboró el Yagé, pero antes de dársela a los A’i, quiso probarla para saber que era la bebida correcta. Así que la tomó y se asustó, se revolcó, gritó y sufrió. Confirmó, entonces, que el Yagé era la bebida y que los jóvenes que seguirían el Yagé tendrían que sufrir como él, para poder mirar el alma del Yagé. Por eso, nadie puede llegar y descubrir el sueño del Yagé sin sufrimiento. Isidro me lo explicó así, y dijo que quienes lo toman saben que van a sufrir y deben abandonar el miedo para continuar. Por eso, solo los fuertes lo practican y avanzan; las personas débiles, que no soportan el sufrimiento, no alcanzan el sueño del Yagé. Desde entonces, para los A’i o cofanes, el Yagé representa la energía de todos los poderes de la naturaleza. Los sueños que se tienen cuando se lo toma permiten crear y generar conocimiento. Chiga lo creó y dejó su conocimiento para que los que quieran puedan obtenerlo. Dice Isidro que los A’i, al utilizar la ciencia del Yagé, tienen visiones amplias, conceptos positivos; es fuente de espiritualidad, es fuerza, energía, poder de decisión; orienta y genera armonía, respeto. Isidro es A’i, que quiere decir “persona de la selva”, y los A’i o cofanes vivimos en la selva. Así como fuimos creados. Sus abuelos le contaron que, al principio de la historia, fueron creadas diversas personas que hablaban diferentes idiomas y fueron nombradas de distinta manera; por ejemplo Kichwa, A’i, Shuar, todos pueblos diferentes. Los A’i vivimos en la selva y es la selva la que nos define, de la que aprendemos. Tenemos nuestro propio conocimiento, idioma y espacio territorial. En la selva ejercemos nuestros derechos, y el Yagé es la fuente de


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nuestra ciencia, nos sirve para investigar; es nuestra medicina, nos da salud. Los abuelos también le dijeron a Isidro que, hace muchos, muchísimos años, los antiguos cofanes o A’i vivían en Campana’e, que está ubicado en el río San Miguel; que eran miles y miles, como setenta mil; pero que un día llegaron hasta allí militares españoles y les dijeron que querían hablarles de su dios. Cuentan que, durante días trabajaron muchos pobladores para construir un templo grande, y cuando todos se congregaron para recibir los mensajes de ese dios, los mataron, mataron a miles y miles de personas. Para huir de la crueldad de los militares españoles, grupos de familias se fueron, migraron a otros lugares. El grupo más grande llegó hasta Tutuyé, que está bajando por el río San Miguel, donde vivieron por un tiempo. Pero llegó la epidemia de la viruela, que era una enfermedad traída por los españoles. Se


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dieron cuenta de que si todo el grupo seguía unido, la enfermedad los mataría a todos, y decidieron separarse por familias. Algunas se fueron para Chandia naè; otras, hacia Aguarico; y otras se marcharon hacia la Hormiga. La familia de Isidro escogió este sitio de la selva, Chandia naè, para asentarse. Y me cuenta una historia fascinante. Él dice que, desde tiempos antiguos, por el río pasan personas bien vestidas, con trajes y collares de cofán, pero no dicen nada, se adentran en la selva donde solo hay bosque, y cuando estas personas desconocidas pasan y un A’i los ve, se queda mudo, es como si su mente se bloqueara. Ellos lo hacen para poder pasar, son la gente invisible. Entonces me explica que son A’i que se volvieron invisibles y se fueron selva adentro, cuando llegaron los españoles a Campana’e, pero antes vivían con toda la comunidad. La gente invisible son los abuelos, los tíos, los antepasados de los cofanes, son los aquiambiae. Pero lo más importante, me dice, es que la gente invisible, los aquiambiae, son los dueños del Yagé, y por eso se les debe tener mucho respeto. También hay otras formas de saber que los aquiambiae están cerca. A veces, las personas salen y dejan la casa sola; cuando regresan, en el patio o en un arbolito, encuentran un mono u otros animales de la selva ya domesticados. Son cuidadores que ha dejado la gente invisible y que se quedan viviendo con esa persona o familia. Para tomar el Yagé, se hace una ceremonia. A estas ceremonias, a veces, también llegan los aquiambiae, me dice. No están presentes todo el tiempo, pero llegan. Cuando un A’i toma mu-



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cho yagé, ellos vienen a la casa y se ponen como guardianes, cuidándole. Cerca de algunas casas donde se toma yagé, hay caminos que son de los aquiambiae; por ejemplo, si por ese camino transita siempre un tigre, no son tigres reales, sino gente invisible que camina por allí. Isidro tiene mucho conocimiento, gran sabiduría y es porque desde muy joven fue iniciado en el yagé. Él vivió todos los ritos y se preparó mucho para ser un taita, un curaca, como lo fueron su padre y sus abuelos. Le pido que me cuente cómo se hizo curaca, cómo son las ceremonias del yagé, qué siente, cómo le llegan los sueños. Quiero saber más e Isidro accede a contarme, pero me recuerda que sin sufrimiento no hay conocimiento, no se tienen los sueños. Isidro me cuenta de cuando fue aprendiz. Debía seguir las indicaciones y los consejos de mi taita, del curaca, recuerda; pero también los taitas deben saber guiar, aconsejar, aclara. En lo cotidiano, ese cuidado es de parte y parte, se debe cumplir con todo; si uno debe cuidarse por seis meses completos, debe ser así, ni un día menos; de otra manera, es un engaño. En el aprendizaje, una persona va adquiriendo energías y poderes. Si esa persona cumple la dieta, lo que su guía le ha indicado, al final, esa persona está completamente cargada de energía y de poderes, y ya puede hacer curaciones. Isidro tiene ahora muchos años y sabiduría, y me cuenta sobre las ceremonias. Cuando tomo un poquito de yagé, me dice, puedo mirar lo que está aquí, en la tierra y pueden pasar muchas cosas; pero cuando tomo un poco más y más, asciendo desde la tierra al cielo, y en el cielo no hay el tipo


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de problemas que tenemos en la tierra. Allá está toda la claridad, la luz, el conocimiento. La vida es muy distinta. Hasta ahí llegamos, dice, y por eso es importante cuidar el yagé, su ceremonia, y, por ende, las personas que dirigimos las ceremonias y todos quienes lo toman. Debe haber delicadeza en el cuidado. Gracias al respeto, toda la cultura cofán ha llegado a conectarse con el entorno y más: con los amos del río, que son las boas, con los amos de la selva, que son los espíritus dentro del Ceibo, y asimismo del subsuelo y del cielo, que es el trueno, y con todos los demás. Se ha conectado con todos esos espíritus, pero es por ese respeto y delicadeza que se tiene con el yagé, y los taitas obedecemos a cuidarlo así. Durante la ceremonia del yagé, cuando ya estoy con la visión, cuando he tomado mucho, vienen sonidos, voces, cantos. Escucho un canto y sé que es el mismo espíritu del yagé que está cantando y me está enseñando: “Así tienes que cantar, así tienes que nombrar”. Se debe escuchar, saber escuchar y aprender con el espíritu del yagé. El canto es el lenguaje espiritual que usan los taitas, los abuelos, los curacas, y de ahí viene el lenguaje del sonido. Es un proceso, me explica, paso a paso. El yagé me señala cómo se llama tal o cual cosa y, poco a poco, empiezo a hablar y, cuando ya entiendo el lenguaje, sigo hablando y luego comienzo a cantar. Hay distintos yagé uku: unos más fuertes y otros más débeles; depende de con qué se lo mezcla. Pueden ser del cielo, de los pájaros, yagé boa, de tigre, y así. Para tener buena visión, hay que saber hacer el más fuerte, el yagé tigre.


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Soy un curaca, dice Isidro, y por esa razón soy la persona que guía el yagé, y por eso tengo que cuidarme mucho. Yo hago una dieta especial para toda mi vida y debo cuidarme siempre, porque el conocimiento está en mi cuerpo. Yo no consumo carne de res porque tiene mucha sangre y son animales muy grandes. El proceso de aprendizaje es mucho más delicado y requiere mucho cuidado. A veces, hasta por un año, no se puede comer pescado. Tomo chucula, que es una bebida de plátano verde licuado y sin azúcar. Si yo cometiera un mínimo error, el conocimiento que se está generando en mi cuerpo me abandonaría y hasta podría morir. Por eso dije que el cuidado requiere mucha delicadeza, me recuerda. Pero también, cuando va a haber una ceremonia de yagé, los curacas tienen que prepararse. Me explica que, en la víspera, se alimentan hasta el mediodía y en la tarde solo toman la chucula. Igualmente, en el almuerzo solo toman algo suave y poco. Esto los prepara para tener una buena visión. En la vida cotidiana, pueden alimentarse diariamente con todo lo que da la selva, la pesca y la cacería. Isidro está seguro de que sería muy difícil para un taita o curaca vivir fuera de su comunidad, y más aún en la ciudad, porque no podría tener los cuidados que necesita su cuerpo para tener los sueños del yagé. Isidro, al ser un taita, un curaca, vive rodeado de todo lo que es sagrado y tiene que cuidar de que sea siempre así. La casa del yagé es una casa sagrada, me dice; por eso, no pueden estar perros, gallinas, caballos, nada, y también hay que tener cuidado con las mujeres que están en su periodo de menstruación y embarazadas. Igualmente, se debe tener cuidado con el hombre que tenga a la esposa embarazada, no pueden andar cerca del sitio donde se está preparado la medicina.


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Estas últimas expresiones me llaman mucho la atención y le pregunto por qué. Le digo que alguien de fuera de la comunidad podría verlo como un rechazo a las mujeres; pero él me explica que la menstruación tiene una energía muy fuerte al igual que el color, y a los espíritus, a la gente del yagé les afecta de forma negativa. Solo cuando se tiene todo el cuidado, el yagé es más nítido, tiene más claridad, da más fuerza y permite ir más allá de la tierra, que es todo lo que es el espacio y el subsuelo. Los cofanes saben más del cielo dentro de la tierra, me dice con mucha convicción. El día de la preparación, las personas de la comunidad no pueden bañarse en el río o hacer deporte. Esto puede hacer que “se corte” la energía del yagé y se tengan malas visiones durante la ceremonia. Hoy he ido a mi primera ceremonia de yagé. Fue a las cuatro de la mañana. Las mujeres nos ubicamos a un lado y los hombres al otro. Esto es para prevenir que las mujeres que están menstruando afecten el yagé. Cuando la mujer está con la menstruación no debe acercarse al yagé y no puede manipular el remedio. Puede asistir a la ceremonia y tomar el yagé, pero no se puede mover del lugar donde está, sino el taita o curaca podría enfermarse y la visión de yagé podría ser con sangre. Las mujeres jóvenes debemos sentarnos en la casa, cuidándonos la espalda, hacia la pared. Para ir a la ceremonia de yagé, nos vestimos como para ir a una fiesta. Nos hemos puesto nuestros trajes y collares, y junto con toda mi familia hemos tomado el yagé, durante el recorrido hasta la casa donde se hizo la ceremonia. Hemos ido cantando, pero no fue un canto cualquiera, fue el canto del yagé.


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Ahora entiendo por qué el yagé es alimento para el espíritu y para el cuerpo. Nosotros, la gente A’i, cofán, aprendemos a tomar yagé, mirando todo, el cielo y la tierra. El yagé es la planta más poderosa de todas. Con ella aprendemos a respetar a los seres creados por Chiga. Sabemos que debemos aprender como lo hizo Chiga, para tener visión como A’i cofán.



Duziru y Kuyllur, los hijos de Iluku y Killa

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e dice que los primeros ancestros de la humanidad viven en el Awa Pacha (cielo), y son el Sol, la Luna, los luceros y las estrellas. Al principio, ellos tuvieron características humanas. Vivían en la Tierra como personas, como nosotros. Eran seres muy bondadosos y realizaron acciones tan heroicas que se volvieron inmortales, se convirtieron en astros luminosos. Sin embargo, en esos tiempos, también habitaban en la Tierra seres que provocaban muerte y destrucción. Ellos fueron transformados en piedras, hasta que se produzca su nuevo despertar. De cómo fue su vida en la Tierra, antes de ser astros, se cuenta que, hace mucho, mucho tiempo atrás, en la selva vivía Iluku. Ella era muy joven, lista y, también muy hermosa. Sucede que, cada noche, Iluku recibía la misteriosa visita de un hombre cuya cara nunca había podido ver. No sabía quién era y para descubrirlo, una noche lo esperó con wituk y, cuando el hombre apareció, se lo frotó en el rostro. Al día siguiente, ella supo, al igual que todo el pueblo, que se trataba de Killa, el hombre-luna. Killa, desesperado, intentó que las hormigas carachamas y los bocachicos le limpiaran el wituk, pero no pudieron. Descu-


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bierto y temeroso del castigo que podría recibir, decidió construir una escalera de flechas y huir al cielo. Cuando llegó al cielo, se transformó en la Luna. Desde entonces, podemos verla tan blanca y con las manchas negras que le dejó el wituk. Iluku quiso seguirlo y Killa la animaba a subir por la escalera, pero por mucho que lo intentaba, su pacha (falda) se abría y no le dejaba avanzar. De repente, su pacha se rasgó y formó una pequeña colita que se enredó en la escalera. Iluku trató varias veces continuar, pero la escalera se desarmó. Así fue cómo Iluku no pudo ir tras Killa y se quedó en la Tierra. Al día siguiente, Iluku, embarazada, se internó en la selva y se refugió en la casa de los jaguares. Cuando ellos se dieron cuenta de que estaba viviendo allí, la cazaron. El jaguar, tan blanco como el algodón, la mató y la devoraron. Así Iluku se transformó en un pájaro nocturnal, y cada luna llena llora-canta de manera muy triste, mirando al hombre-luna. Los pequeños hijos de Illuku fueron entregados a la abuela jaguar, para que fuera devorados por ella, pero no lo hizo y fue quien los crió. Duziru y Kuyllur, hijos de Iluku y Killa, crecieron al lado de la abuela jaguar e hicieron muchas cosas


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por las cuales todavía se les recuerda. Son considerados como héroes porque ayudaron a los pueblos a liberarse de poderosos seres depredadores que habitaron en la Amazonia en los tiempos de los antiguos. Se cuenta que un día, cuando todavía eran pequeños –aunque crecían muy rápido porque eran hijos de Iluku–, Duziru y Kuyllur evitaron que la abuela jaguar los devorara, engañándola para que soplara ceniza y así no pudiera verlos; sin embargo, finalmente se quedaron con ella. Otro día, fueron al campo a sembrar un poco de maíz, luego invitaron a la abuela puma a ver el maizal. La pusieron en la


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mitad del campo y cada hermano se colocó en uno de los extremos. De pronto, Duziru y Kuyllur gritaron “¡pikitza, pikitza!” (eterno-eterno), y crecieron hectáreas y hectáreas de maíz, de manera que la abuela no pudo encontrar la salida. Desde entonces se le oye llorar “¡huommmm, huommm!”. Duziru y Kuyllur solían salir de cacería al monte, pero siempre había un pájaro yutú que los asustaba. Un día, uno de los hermanos retó al pájaro para que le picara el pene. Este lo hizo y huyó de inmediato. El pene creció tanto que decidieron cortarlo en pedacitos y botarlos en los ríos de la Amazonia. Se dice que, desde entonces, existen las boas.


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Por aquel entonces, los poderosos pumas causaban muchos estragos. Hartos de ellos, los hermanos gemelos decidieron mandarlos en el río. Construyeron un puente y convencieron a los pumas para que lo usaran, diciéndoles que para ellos siempre era muy difícil cruzar el río. Enviaron primero a una puma que estaba preñada y, luego, a los demás. Cada uno de los hermanos, en los dos extremos, tenía que cortar las amarras; pero el hermano mayor se demoró mucho y la puma embarazada pudo saltar a la orilla. Son los descendientes de sus crías los pumas que todavía habitan la selva. Duziru debía gritar “¡pikitza-pikitza rumi-rumi!” (eterno-eterno, piedra-piedra), para que los pumas se transformaran en piedras; pero gritó “sacha” (o tierra) y, desde entonces, los pumas viven en las montañas. Un día decidieron hacer una canoa y buscaron un gran árbol. Kuyllur, el menor de los hermanos, trepó hasta la cima y Duziru se quedó abajo. La idea de Kuyllur era que lo cortaran hacia arriba, de esa forma, la canoa se formaría sola; pero Duziru cortó el tronco hacia abajo, al caer así el tronco, la canoa no se formó sola. por eso los hombres tienen que hacer sus canoas, y se dice que los animales de monte se fueron a vivir en las partes bajas.



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En esos tiempos, vivía el abuelo Galera Puma que causaba graves perjuicios a los runas y a las comunidades. Duziru y Kuyllur decidieron llevarlo hacia un volcán. Le arreglaron una hermosa caverna donde se escuchaba el canto de los pájaros, y le invitaron a entrar. Le llevaron una guitarra y, mientras el abuelo puma la tocaba, el hermano Kuyllur cerró la caverna por el lado en el que se encontraba; Duziru salió por el otro lado y cerró también esa entrada. Luego, los hermanos dijeron juntos “¡pikitza-pikitza, rumi rumi!” (eterno-eterno, piedra-piedra), con lo cual las puertas se convirtieron en piedra, dejando al abuelo puma dentro. A la montaña se la conoce como volcán Napo Galera y dicen, quienes pasan por allí, que todavía se le oye rugir con gran estruendo y que seguro querría comerse a los hombres si pudiera salir; ese sería el inicio del fin del mundo. Mundu Anka (gavilán gigante) devoraba a las personas, destruía sus casas y dejaba todo un reguero de cadáveres por donde pasaba. Los hermanos decidieron acabar con él, pues todos estaban en peligro porque se movía también por otras llaktas, y los hermanos se preguntaron: “Cuando acabe con estos runas, ¿a quiénes más va a devorar?”. Kuyllur y Duziru encontraron la guarida de Mundu Anka, que estaba en una gran piedra en el río y le prepararon una trampa con punkara (resina pegajosa), untándola por todo el lugar. Al llegar el gavilán gigante, se quedó pegado y los hermanos pudieron darle fin. Cuando lo hubieran matado, gritaron “¡pikitza-pikitza, rumi rumi!” (eterno-eterno, piedra-piedra), y Mundu Anka se convirtió en una enorme piedra. Gracias a Kuyllur y Duziru, todavía hay humanos sobre la tierra. Si no hubieran actuado, no existiríamos ya.



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Duziru y Kuyllur no podían bajar de la enorme piedra y la abuelita Muku Kuru, gusano medidor, subió para auxiliarles; pero les pidió que no abrieran los ojos hasta que llegaran abajo. Sin embargo, Duziru abrió los ojos; la abuelita rodó por la pendiente y se rompió la espalda. Desde entonces, Muku Kuru se arrastra por el suelo, como gusano medidor. Los hermanos sabían que iban a morir y que tendrían que separarse, entonces tramaron un último plan: destruir al señor de los rayos, Rayu Runa, un gigantesco hombre con enormes orejas, que arrasaba con las casas de los runas y provocaba muchas muertes, cada vez que se enojaba y lanzaba rayos por doquier. Los hermanos hicieron una lanza con una vara de pangué. Cuando el hermano mayor la aventó hacia la frente del señor de los rayos, este se despertó y lanzó sus truenos y rayos y Duziru desapareció fulminado. Kuyllur vagó solo por la montaña. Lloraba buscando a su hermano que había muerto ya. Tenía hambre. De pronto, se encontró con un hongo que crecía desde el interior de un tronco podrido. Al agarrarlo, escuchó que su hermano le pedía que no le hale de sus orejas. Kuyllur lo liberó y fueron en busca de Rayu Runa. Lo encontraron a orillas del río Napo y, esta vez, fue Kuyllur quien, con su lanza, lo hirió de muerte en la frente. Ahora que habían acabado con todos los peligros que amenazaban a los runas, se pusieron de acuerdo sobre cómo se encontrarían en el futuro, y resolvieron subir adonde vivía su padre. Con pinduk sisa (carrizos), formaron un puente. En esta última acción, les ayudaron los hombres kumishin (termitas): perforaron el pinduk sisa por dentro, convirtiéndolo en un lar-


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guísimo tubo; por el orificio que habían hecho los hombres kumishin, subieron los dos hermanos hasta el cielo. Duziru y Kuyllur brillan tanto como su padre Killa, y las noches de luna llena, su madre-pájaro Iluku canta muy triste mirándolos desde la Tierra. Ellos ahora son estrellas. Duziru es el lucero del atardecer y Kuyllur, el lucero de la madrugada. Los hermanos saben que volverán a encontrarse aquí en la Tierra cuando el fin de los tiempos llegue y las dos estrellas se junten, porque, entonces, los monstruos habrán recuperado sus fuerzas y Duziru y Kuyllur deberán eliminarlos nuevamente. Empezará así un nuevo ciclo de vida. Empezará el nuevo tiempo: el Pachakutik.


Tsunki, Mujer del Agua

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sunki se llamaban las mujeres que vivían dentro del agua. Eran hermosas y tenían el cabello muy largo. Debajo de la superficie del río, había una población entera. Allí vivían, cohabitaban con los seres acuáticos y con muchas serpientes.

Un día, un cazador, que perseguía una guatusa, vio una pequeña culebrita que se retorcía sobre una piedra. Al verla, dijo en voz alta: ¿pero qué haces aquí, retorciéndote? Y la devolvió al río. Al poco rato, emergió una mujer muy hermosa, de cabellos muy largos y vestida con un tarach negro. El cazador se quedó maravillado, y Tsunki le preguntó qué hacía allí. Cuando le contó que perseguía una guatusa que se había metido al río, la mujer del agua le comentó que ya la habían cazado y que ahora era sukura, y que harían la fiesta de Tzantza, a la cual estaba invitado. Tsunki le propuso al cazador que se fuera con ella a su pueblo y él bajó agarrándose de su largo cabello. Cuando llegaron, le ofrecieron una shukem (anaconda o boa de tierra), para que se sentara. Al principio no se sintió cómodo, pero luego, poco a poco, se fue acostumbrando. El cazador vivió con Tsunki y su pueblo durante un tiempo. Allí, él vio que las boas formaban parte de la vida cotidiana,



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eran usadas como si fuesen perros o como chanchos, y que las criaban en corrales. También veía que por las paredes de la casa había muchos nayump; pero ellos consideraban a estos peces como una especie de asquerosas cucarachas, y no podían entender por qué el cazador las cogía y las asaba, para luego comerlas. En tierra, el cazador tenía una familia y él pensaba en su mujer y extrañaba a sus hijos. Un día le propuso a Tsunki que se fueran a su casa. La madre de Tsunki no quería darles permiso, porque tenía miedo de que la familia de él la maltratara. Pero, finalmente, les dejó ir, con la condición de que el cazador cuidara de que nada le sucediera a ella, y con la amenaza de que si algo le pasaba, habría un duro castigo.



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Para evitar ser maltratada, ellos acordaron que Tsunki se transformaría en una pequeña serpiente titín y se escondería dentro del pitiak, entre la ropa del cazador. Cuando ya estaban cerca de la casa del hombre shuar, tal como lo habían acodado, Tsunki se convirtió en una pequeña culebrita titín y se escondió dentro del pitiak. La familia ya lo había dado por muerto, así que fue una gran sorpresa y una gran alegría verlo llegar. Él les explicó que había tenido que hacer un largo viaje, pero que ya estaba de regreso. Durante las noches, el cazador no compartía la cama con su esposa, sino que dormía en el tankámash (espacio para los solteros) con Tsunski, quien recobrara su aspecto de mujer y les cubría a los dos con un manto reluciente. Una noche, la mujer trató de averiguar por qué su esposo no dormía con ella, pero la resplandeciente luz del manto de Tsunki la asustó y no trató nunca más de averiguar lo que pasaba. Pasados unos días, el cazador salió a la selva y encargó a sus hijos que cuidaran el pitiak, pero que no lo abrieran. Ellos, llenos de curiosidad, lo hicieron, y así descubrieron a la pequeña serpiente titín. La madre y los hijos trataron de quemarla y, entonces, se formó un hoyo por donde salió agua; la serpiente se fue por allí, pero al mismo tiempo cayó un gran diluvio. Al empezar la tormenta, el cazador tuvo un mal presentimiento y regresó a la casa. Allí encontró a sus hijos y al pitiak en el piso. Sus hijos le contaron lo que había pasado y él supo entonces que sería el fin. Cuando Tsunki llegó a su pueblo, tenía las orejas quemadas y le contó a su madre lo que había pasado. Ella, enfurecida, dijo que acabaría con todos los runas.


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Mientras tanto, el cazador cargó a la más pequeña de sus hijas, se trepó a un altísimo ampakai (palmera) y logró salvarse; pero el resto de la humanidad desapareció. Cuando pasó la tormenta, el cazador bajó con su hija y regresó a su casa. Lloró mucho porque todo se había destruido. Su familia había desaparecido. Luego, fue al río a buscar a Tsunki, pero ella no quiso irse con él. Para que la especie humana no desapareciera, cuando la hija tuvo la edad suficiente, el cazador tuvo que casarse con ella.


Esta es la historia de Tsunki, la mujer del agua. Pero en nuestros días también se les llama así a las personas trabajadoras, que perseveran y no se rinden, que son valientes.

Estas historias han sido contadas para que tu también las conozcas y aprendas de ellas. Los dibujos y espacios en blanco están para que tu puedas completarlos con los colores que te gusten. Y así, ¡tendrás tus propias historias!


Tres historias de la selva 2019


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