Qué solución propuso Andrés a la pregunta de

La mente de los grandes tiene propósito; la del resto, deseos.

Luther Burbank era un hombre que amaba profundamente a la naturaleza y parecía que la “madre” naturaleza lo amaba también a él. En el transcurso de su carrera creó varias plantas nuevas, híbridos que hacían que las plantas fueran más beneficiosas o bellas. Se entretuvo en su jardín durante cincuenta años desentrañando los secretos de la botánica.

Logró papas que crecían más grandes, más blancas y más ricas que el resto. Desarrolló un cactus del desierto sin espinas que servía como alimento al ganado y también logró que la zarzamora perdiera sus espinas. Consiguió ciruelas sin carozo y frutillas que maduran todo el año.

Los árboles se hicieron más resistentes a las heladas y las cáscaras de nuez más delgadas. Las margaritas crecieron más bellas, las calas más aromáticas y consiguió una nueva fragancia en las dalias. Las amarilis mejoraron su color y muchas flores nuevas se agregaron al invernadero del mundo.

Burbank tenía modos amables y gentiles de tratar a cada planta, como si fuera un niño, con su rostro, sus posibilidades y carácter único. Se veía como un hombre que solamente animaba a la planta a que cumpla el plan de Dios y su potencial para la vida.

Tenía en claro su propósito y procuraba cumplirlo. Sabía que cada planta tenía también un propósito, por eso buscaba que lo concretara. Dios Tiene un plan para su vida, tiene un propósito. Así como Burbank con paciencia logró especies nuevas a partir de plantas existentes, Dios lo guía y con paciencia lo lleva a un nuevo nivel de crecimiento, siempre en la estación adecuada.

“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes – afirma el Señor –; planes de bienestar… a fin de darles un futuro y una esperanza” Jeremías 29:11