Comisión de Publicaciones Simón Alberto Consalvi Elías Pino Iturrieta Pedro Cunill Graü Inés Quintero Germán Carrera Damas
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ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Boletín de la Academia Nacional de la Historia enero-marzo 2009 Caracas-Venezuela Impresión: Gráficas Franco, C.A. DEPÓSITO LEGAL: pp191203DF132 ISSN: 0254-7325
Presentación La historiadora y académica Inés Quintero, Vicedirectora Secretaria de la Academia Nacional de la Historia expone en este número del Boletín un estudio sobre el período 1808-1811, tiempo crucial en la historia de España por la aguda crisis que afectó a su monarquía y que, a su vez, repercutió en la extensa geografía de Hispanoamérica. Aquel proceso desencadenó cambios históricos tan relevantes en aquel momento que apuntó a la disgregación del poder en numerosas juntas provinciales y a la inexistencia de una instancia política reconocida como autoridad legítima; aunque también el análisis del momento demostró que no existieron movimientos importantes que tuviesen como objetivo adelantar la independencia. Esta crisis mostró, más bien, la coherencia y unidad del imperio español, pues las diferentes representaciones de los cabildos y las manifestaciones y pronunciamientos se hicieron bajo el sistema de representaciones del Antiguo Régimen. Este número del Boletín trae también un estudio sobre el significado que para nosotros, como hispanoamericanos, tiene el reinado de Felipe II, a propósito del cuarto centenario del fin de ese reinado. Al igual que en la época de su padre –Carlos V– en su imperio no se ocultaba el sol y no era una metáfora. Hoy se escribe y se estudia a Felipe II y su época, en particular la dependencia administrativa de las Filipinas del virreinato de México, lo que permitió la conexión de Asia con América y con Europa. Ese período fue una época destacada de la historia de occidente, señala Dámaso de Lario, autor de este trabajo. Se trata ahora del redescubrimiento del reinado de Felipe II y su importancia para la historia del mundo. El historiador e investigador Tomás Straka presenta en este boletín su estudio titulado ¿Hartos de Bolívar? Que llama la atención sobre el fenómeno socio cultural que se trasluce al debate historiográfico y político en la Venezuela de este nuevo siglo. En la rebelión intelectual de los historiadores contra
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el culto fundacional, como subtitula su estudio, expone la presencia de una “rebelión” intelectual que puede traer significativas consecuencias en la sociedad venezolana y en su historiografía de los últimos tiempos. Por primera vez desde la década de 1840, del siglo XIX, un grupo importante de intelectuales venezolanos se interroga seriamente acerca de las bondades del culto a Bolívar. Este estudio hace un recorrido por la historiografía contemporánea venezolana, sobre todo, con sentido de buen observador y conocedor de ella y de los autores que la escriben. El historiador Eduardo Cobos de la Universidad Central de Venezuela presenta en este boletín un estudio sobre la problemática sanitaria e higienista que se inició bajo el primer mandato del Presidente Antonio Guzmán Blanco. Es el momento en Venezuela cuando se empieza a considerar la teoría de las mismas y su violenta repercusión en la salud de la población; todo ello lo analiza Eduardo Cobos teniendo como referencia la polémica que genera la presencia de los cementerios en las principales urbes del país y sus consecuencias sanitarias; polémica que, en lo sucesivo, determinó el traslado de la mayoría de los cementerios hacia las afueras de las ciudades. El historiador Gilberto R. Quintero Lugo, de la Universidad de Los Andes, publica un estudio sobre Los Gobernadores y Tenientes de Gobernador en la Provincia de Venezuela. De los Welser a Juan de Villegas (1528-1553), que define claramente la relación intrínseca y subordinada del Gobernador y sus tenientes. Expone Quintero Lugo en su estudio, la implantación desde los primeros momentos de la conquista del territorio, de la autoridad de los tenientes y la manera cómo el Gobernador usaba a estos funcionarios para el control político y militar de las regiones. Se trataba de vigilar y fiscalizar el territorio, haciendo constar la presencia de las autoridades españolas en la figura de los tenientes, lo cual, como era de suponerse, trajo como consecuencia el enfrentamiento con las autoridades de los Cabildos, en tanto que veían menoscabadas sus propias atribuciones y autoridad. Luis Manuel Marcano Salazar, trae en este Boletín un estudio cronológico de la política exterior desarrollada por la Junta Revolucionaria de Gobierno 1945-1948, por la defensa de la democracia continental y su promoción. Su recorrido cronológico atraviesa los momentos ocurridos el 18 de octubre de 1945 sin olvidar que para unos fue un golpe militar con participación civil y para otros “un golpe de Estado” sin otros adjetivos. Se trata de un análisis de
PRESENTACIÓN
la política exterior que pretendía ser de nuevo tipo, a consecuencia de la nueva situación y, sobre todo, de los nuevos actores que habían tomado las riendas del país. El trienio adeco pretendía, bajo esta nueva política, legitimar sus propias acciones bajo el manto del apoyo hacia las democracias continentales. El licenciado en historia de la Universidad de los Andes Francisco Miguel Soto Oráa, publica un análisis sobre la relevancia del papel de la familia en las normas de sociabilidad implantadas por España en el Nuevo Mundo, entre otras, las estructuras de poder ligadas al parentesco. Este trabajo sobre el linaje de la familia Ximeno Bohórquez (1598-1682) en Mérida, permitirá conocer las relaciones del poder en la ciudad en el período del dominio español pues la estirpe, como era lógico, era de la élite, en todos los aspectos relevantes de la ciudad. El Bolívar de John Lynch; una obra de fácil lectura, pero lenta y laboriosa digestión intelectual, es el título que le da a esta nota bibliográfica, el Individuo de Número de la Academia Germán Carrera Damas. Más que una nota bibliográfica, es un estudio sobre una obra que, como dice el autor, es mucho más que una vida de Simón Bolívar, ofrece una visión crítica estructurada de aspectos esenciales de la República de Colombia, tanto su concepción e integración como en su desarrollo y desenlace. Carrera Damas hace una apretada disección de la obra de Linch, en la cual delimita, lato sensu, las principales líneas para poder comprender su obra. Considera el autor en esta nota bibliográfica, que la obra analizada cubre ampliamente las expectativas de la observación de la personalidad de Bolívar y su época y que logra sortear, efectivamente, los escollos de la apología y la hagiografía de Bolívar a que estamos tan acostumbrados los venezolanos.
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LEALTAD, SOBERANÍA Y REPRESENTATIVIDAD EN HISPANOAMÉRICA (1808-1811) Inés Quintero (*)
Introducción Existe relativo consenso en la historiografía española acerca de la trascendencia que los hechos del año 1808 tuvieron para la historia de España. El motín de Aranjuez, la renuncia de Carlos III, la invasión francesa, el estallido popular del 2 de Mayo, las abdicaciones de Bayona, el surgimiento de Juntas en las más importantes ciudades de España, el desencadenamiento de la guerra contra Francia y el desconocimiento de las autoridades establecidas constituyen, sin lugar a dudas, una serie de sucesos que forman parte del complejo e importante estremecimiento político que afectó al sistema monárquico español1. Como respuesta a esta difícil coyuntura tuvo lugar un contradictorio proceso en el cual se enfrentaron los distintos factores de poder que pretendían dar respuestas a la aguda crisis que afectaba a la monarquía y que determinaría
(*) Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y actual Vicedirectora Secretaria. 1. El juicio del historiador Miguel Artola, frente a las abdicaciones de Bayona es ilustrativo del significado político que tuvo este hecho para la historia española: “Tanto los monarcas como los infantes han renunciado de manera injustificable, cualquiera que sea la teoría política a cuya luz se consideren estos acontecimientos, las prerrogativas de su condición real. En la crisis más trascendental de nuestra historia moderna; los monarcas al despojarse de sus atributos abandonan simultáneamente la soberanía». La España de Fernando VII. La Guerra de Independencia y los orígenes del Constitucionalismo, Madrid, Espasa Calpe, Tomo XXXII de la Historia de España de Ramón Menéndez Pidal, 1989, p. 37. En términos similares se expresa Carlos Seco Serrano en la “Introducción” a la obra ya citada de Artola p. XII. Molas Ribalta comenta al respecto que lo acontecido en 1808 “…fue un derrumbamiento de todo el armazón absolutista al fallar la clave de bóveda en la persona del rey”
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el rumbo político de España en los años por venir2. La confrontación de ideas respecto a los más diversos temas puso en evidencia la diversidad de opiniones y posiciones respecto a sensibles asuntos políticos del momento, la resolución de cada una de ellos jugó un importante papel en el desenlace de los acontecimientos, tanto en España como en América. No podía ser de otra manera. Inevitablemente, sucesos y debates de tal magnitud, traspasaron las fronteras de la España peninsular y repercutieron en la extensa geografía del imperio español. Las provincias americanas reaccionaron ante la crisis de la monarquía, se manifestaron uniformemente leales al reino, adelantaron la creación de Juntas, participaron en los procesos eleccionarios, discutieron profusamente los mismos temas y problemas que se discutían en España y, finalmente, en gran la mayoría de ellas el desenlace condujo a la Independencia. Las páginas que siguen tienen el propósito de conocer el impacto que produjo en los territorios de ultramar la crisis de la monarquía española. Nos interesa detenernos sobre dos aspectos fundamentales y estrechamente relacionados entre sí: el de las discusiones sobre el tema de la soberanía lo cual condujo a la formación de Juntas gubernativas en España y en muchas capitales americanas y el de las respuestas y argumentaciones que se dieron en América a las convocatorias electorales, primero para formar parte de la Junta Central y luego para asistir a las Cortes: ¿cómo reaccionaron los americanos de ultramar frente a ambas convocatorias?; ¿qué tipo de reparos opusieron? Y, en el caso específico venezolano, cómo se explicó el rechazo a la Regencia y cuáles fueron los alegatos para oponerse a la convocatoria de Cortes, desconocer a los diputados suplentes y finalmente optar por la Independencia.
en su ensayo “El declive de la Monarquía Absoluta 1798-1808” en España a finales del siglo XVIII, Ediciones de la Biblioteca de Tarragona, 1982, p. 63. Finalmente, Vicente Palacio Artad, emite una opinón similar en su trabajo titulado Fin de la Sociedad del Antiguo Régimen, Ateneo de Madrid, 1952, pp. 26-27. 2. Estos cruciales años de la Historia de España han recibido profusa atención por parte de la historiografía. Además de las obras ya citadas pueden consultarse: Gonzalo Anes. El Antiguo Régimen: Los Borbones, Alianza Editorial, Madrid, 1978. Miguel Artola Antiguo Régimen y Revolución Liberal, Madrid, Ariel, 1978; Jean Rene Aymes. La Guerra de Independencia en España 1808-1814, México, Siglo XXI, 1974; José Luis Comellas. Historia de España Moderna y Contemporánea, Madrid, Rialp, 1968; Carlos Corona Revolución y Reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid, ediciones Rialp, S.A., 1957 y Federico Suárez Verdaguer. La crisis política del Antiguo Régimen en España (1800-1840), Madrid, Rialp, 1958.
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1. La reasunción de la soberanía y el movimiento juntista americano Al conocerse las noticias de España, las provincias americanas respondieron lealmente a la Corona española. En todos los casos estas manifestaciones de fidelidad fueron relativamente homogéneas, se inscribieron dentro de la tradición ceremonial del reino y pusieron en evidencia la fortaleza, coherencia y unidad del imperio español. A pesar del derrumbe institucional y político de la monarquía, del vacío que produjo la ausencia del Rey, del desconocimiento generalizado de las autoridades constituidas, de la disgregación del poder en numerosas juntas provinciales y de la inexistencia de alguna instancia política que pudiese ser reconocida como la legítima autoridad, no hubo en América ningún movimiento que tuviese como objetivo adelantar la independencia3. Todos los actos en los cuales se llevó a cabo la Jura de Fernando VII, las diferentes representaciones de los cabildos y las manifestaciones y pronunciamientos a favor del monarca se hicieron bajo el sistema de representaciones del Antiguo Régimen en defensa de la Religión, la Patria y el Rey. Como consecuencia de esta inédita situación, en la mayoría de las provincias americanas tuvo lugar un intenso debate sobre el futuro político del reino y sobre el tema crucial de la soberanía, tal como había ocurrido en España al quedar acéfalo el trono: ¿sobre quién recaía la soberanía, en ausencia del rey? ¿Eran legítimas las abdicaciones? ¿Debían sostenerse las autoridades constituidas o debían ser sustituidas por otras? Las respuestas a estas interrogantes y la búsqueda de mecanismos que permitiesen atender la emergencia política, devino en la propuesta o constitución de Juntas en las provincias americanas, de la misma manera que sucedió en la España peninsular.
3. Algunos detalles de estas manifestaciones de lealtad han sido trabajados por François Guerra en su libro Modernidad e Independencias, Madrid, Mapfre, 1992. El mismo tema está desarrollado para el caso de Caracas y otras capitales de provincia en mi trabajo La Conjura de los mantuanos: último acto de fidelidad a la monarquía española, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2002, capítulo I.
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Los americanos a la hora de plantearse qué hacer frente al desmantelamiento de las instancias de poder de la monarquía y sorprendidos respecto a lo que consideraban una flagrante transgresión a las leyes del reino recurrieron a los fundamentos que ofrecía el patrimonio jurídico e histórico de España, el cual determinaba la vida de los españoles de uno y otro lado del Atlántico. Ausente el Rey la soberanía regresaba a la nación, es ese el argumento pactista que se expresa en España y se repite en América al momento de justificar la erección de las primeras Juntas, las cuales sustituirían a las autoridades constituidas y atenderían la emergencia. En la Nueva España, el cabildo de la ciudad de México se reunió en sesión extraordinaria el 19 de julio y acordó dirigir una comunicación al Virrey Iturrigaray en la cual recurría a las Partidas de Alfonso XII y exponía la ilegitimidad de las abdicaciones de Bayona4. En la misma representación establecía que, mientras llegaba el momento en que saliera de Francia su Real Alteza o el reino eligiese personas de la real familia para que lo gobernase, debía permanecer el Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España con calidad de provisional. La iniciativa despertó suspicacias y recelos entre los miembros de la Real Audiencia quienes dictaminaron la nulidad de la representación del cabildo por considerar que se arrogaba prerrogativas que no le correspondían. Sin embargo, el cuerpo insistió en su argumento y el Virrey acordó la constitución de una Junta Gubernativa encargada del gobierno y presidida por él, mientras se mantenía acéfalo el trono. El 1 de septiembre se ratifica la constitución de la Junta y se rechazan los pliegos de los enviados de las Juntas de Sevilla y Oviedo. Quedaba así, el virreynato de la Nueva España, en posesión de la soberanía y con un Virrey cuya autoridad tenía su origen en una representación de las más importantes corporaciones de la sociedad. La Junta fue disuelta por la Audiencia, el Virrey sometido a prisión y enviado a España con su familia. Los capitulares fueron arrestados.
4. “Acta del Cabildo de la ciudad de México, J.E. Hernández y Dávalos. Colección de documentos para la guerra de la Independencia de Méjico desde 1808 a 1821, Méjico, José María Sandoval, impresor, 6 vols, 1877-1882. Citado por Gonzalo Bulnes, 1810. Nacimiento de las Repúblicas Americanas, Buenos Aires, Juan Roldón y Cía, 1927, , tomo I, p. 198.
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En Caracas, desde el momento en que se tuvo noticia de las abdicaciones de Bayona, se planteó la discusión respecto al tema de la soberanía. El 17 de julio el Capitán General convocó a una reunión de las autoridades locales y las principales corporaciones de la ciudad y allí se debatió el delicado asunto. La decisión de la asamblea fue desconocer los despachos provenientes de Madrid, ratificar la Jura de Fernando VII ocurrida la noche anterior y no hacer cambios en el gobierno de la provincia. No obstante, dos semanas más tarde, el Capitán General solicitó al Cabildo la redacción de un proyecto de Junta, el Cabildo designó una comisión para que se ocupase de la materia y el 27 de julio, luego de discutir la propuesta, se la remitió al Capitán General para su aprobación5. El proyecto no prosperó ya que ese mismo día llegó a Venezuela el representante de la Junta de Sevilla y la decisión de las autoridades fue reconocer a esta Junta. El Cabildo no estuvo conforme con la decisión y manifestó sus reservas argumentando que no podía la Junta de Sevilla adjudicarse la condición de autoridad soberana, ya que “… no se tenían presentes ni recordaban las Leyes de Castilla, de Indias ni de las Partidas que fuesen aplicables al presente caso’’6. Exactamente las mismas reservas que se habían manifestado en España respecto a las prentensiones de la Junta sevillana. En noviembre el debate sobre lo ocurrido en julio se volvió a plantear en la ciudad y un grupo de principales tomó la resolución de promover nuevamente la propuesta del Capitán General de constituir una Junta. El argumento de uno los propiciadores de la iniciativa era que ni la Audiencia, ni el Cabildo ni el Capitán General podían reconocer la autoridad de la Junta de Sevilla ya que ausente el Rey la soberanía regresaba a la nación. Fue redactada una representación dirigida al Capitán General en la cual le solicitaban la erección de una Junta suprema gubernativa. El documento fue firmado por 45 vecinos de la capital, peninsulares y criollos, aun cuando eran mayoritarios los segundos. El texto de la representación era una declaración de lealtad al monarca depuesto y un respaldo explícito a la constitución de las Juntas en España, exponían que era de aboluta necesidad “…la formación de 5. Prospecto o Reglamento de la Junta, 29 de julio de 1808. José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Documentos para la vida pública del Libertador, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, Bicentenario del Libertador, 1977, vol II, p. 172. 6. Yánes. Compendio de la historia de Venezuela desde su descubrimiento hasta que se declaró Estado independiente, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1943, p. 130.
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una Junta Suprema con subordinación a la Soberana de Estado, que ejerza en esta ciudad la autoridad suprema, mientras regresa al Trono nuestro amado Rey el Sr. Don Fernando VII’’ 7. La propuesta ni tuvo el respaldo de las autoridades ni logró su cometido. Sus promotores fueron perseguidos, sometidos a prisión y juzgados. Unos meses más tarde fueron absueltos. También en Chuquisaca se debatió sobre el tema. El 11 de noviembre de 1808 llegó a la ciudad el enviado de la Junta de Sevilla, acto seguido se reunió una asamblea presidida por las máximas autoridades de la ciudad, el cabildo y la Real Audiencia, a fin de estudiar los oficios y representaciones del comisionado. En opinión de los Oidores, el reconocimiento de la Junta de Sevilla estaba fuera de lo contemplado en el estatuto del Virreynato; era una “junta tumultuaria” y de ningún modo podía ejercer actos de soberanía según lo establecido por las leyes primordiales de la Monarquía8. Después de un acalorado debate, la resolución de la asamblea fue no reconocer a la Junta de Sevilla, unos meses más tarde, el 26 de mayo de 1809, es depuesto el gobernador y la Audiencia asume la máxima autoridad de la provincia con el título de Audiencia Gobernadora. La Paz se unió a la iniciativa de Chuquisaca en defensa de los “derechos de la soberanía” y contra la posibilidad de una segregación del territorio. El 16 de julio fue asaltado el cuartel de la ciudad, la población se reunió en la plaza y dio vítores a Fernando VII. A petición de la concurrencia se convocó un cabildo abierto y se aprobó la constitución de una Junta cuidadora de los derechos de Fernando VII, encargada de “…defender, amparar y proteger a Fernando VII, amagado en su derecho por las pretensiones de la Corte Portuguesa9 ”. En ambas localidades, los movimientos fueron disueltos de manera violenta. En Chuquisaca fue depuesto el gobernador y desterrados los autores del 7. “Representación del 22 de noviembre de 1808” en Conjuración de 1808 en Caracas para formar una Junta Suprema Gubernativa (Documentos Completos), Caracas, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1968, Tomo I, pp.. 111-113. 8. Gabriel René Moreno. Últimos días coloniales en el Alto Perú. La Paz, Biblioteca Boliviana, Tomo II, pp. 28-29 y 31. 9. Bulnes. Ob. Cit, tomo I, p. 263.
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movimiento y en La Paz los promotores de la Junta fueron apresados, ajusticiados y desterrados más de ochenta criollos. En el caso Quito, en diciembre de 1808, un grupo de principales hace un primer intento de organizar un gobierno provisional, son ellos los mismos que promoverán al año siguiente la constitución de una Junta Suprema. Este primer intento no prospera, son descubiertos y se les abre causa. El alegato de uno de los detenidos, el abogado Manuel Rodríguez de Quiroga, criollo nacido en el Cuzco, da cuenta de los propósitos del proyecto y los fundamentos que lo sostenían. Exponía Quiroga la ilegitimidad de las abdicaciones de Bayona, recurrente en los documentos españoles, y hacía mención a la inconsistencia, vicios y nulidad de la cesión de los derechos a un monarca extranjero: “No pudieron los reyes, nuestros señores abdicar a favor de un extranjero por propia autoridad, sin el consentimiento de los estados generales de la Nación en sus Cortes, donde debió tratarse un negocio de tanta gravedad en que se interesaba la suerte de España y las colonias, así es que nada contribuyen las repetidas abdicaciones y renuncias, pues se ha enajenado una cosa en que no cabe disposición libre ni pudo tenerla el soberano” 10. No hace Quiroga otra cosa que recurrir a la tradición legal del reino, en los mismos términos que lo habían hecho los criollos de Nueva España y Caracas. El tema era particularmente sensible ya que lo que se encontraba en juego era el principio de la soberanía, el pacto original con el soberano, el cual no podía ser roto sin el consentimiento de la nación. Los acusados son absueltos. Sin embargo, ocho meses más tarde insisten en su determinación. El 9 de agosto, los mismos instigadores del movimiento de diciembre toman el control político y militar de la ciudad de Quito, someten a prisión al Capitán General, deponen a la Audiencia y constituyen una Junta Suprema Gubernativa. El 10 de agosto es proclamada la Junta. El mismo Quiroga manifiesta el propósito de la Junta de separarse del «mando de los intrusos» y hace un lla10. “Alegato de Quiroga”, en Bulnes, Ob. Cit, Tomo II, p. 12.
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mado a los americanos para que se unan a la causa quiteña contra los franceses en defensa de la trilogía del patriotismo hispánico: Dios, la Patria y el Rey11. Los contenidos de los discursos y las motivaciones de los notables de Quito en diciembre de 1808 y en agosto de 1809 son una expresión más de las manifestaciones de lealtad que se dan en América así como de la búsqueda de respuestas que permitiesen a los más representativos miembros de la sociedad tomar las riendas de la situación para atender la emergencia que afectaba la estabilidad del régimen español12. Al igual que los demás movimientos juntistas, el de Quito fue reprimido ferozmente, la Junta fue disuelta y sus cabecillas juzgados, condenados y ejecutados. Las juntas americanas que se intentaron constituir durante esos meses de incertidumbre política, no fueron movimientos preindependentistas sino parte del proceso de agitación que conmovió a la totalidad del imperio español, los temas que se debatieron fueron los mismos y los argumentos en los que se sustentaron exactamente iguales a los de las Juntas españolas; no en balde las proclamas de éstas les sirvieron de ejemplo. Sin embargo, en todos los casos fueron interpretados como una tentativa subversiva e independentista en franca contravención a la lealtad y fidelidad a la monarquía y no como una expresión del espíritu pactista que los inspiró. Pero el asunto no concluyó allí. 2. La Convocatoria de la Junta Central y la representación americana El 22 de enero de 1809, la Junta Central emitió una resolución en la cual declaraba a los “…vastos y preciosos dominios que la España posee en las Indias” como una “… parte esencial e integrante de la monarquía española”. Acto seguido establecía que se les concedería la posibilidad de
11. Manuel Rodríguez de Quiroga “Proclama a los pueblos de América”, 1809, en Pensamiento Político de la Emancipación, Caracas, Biblioteca Ayacucho, tomo I, p. 50. 12. Coincidimos en este punto con lo afirmado por C. Büschges en su artículo “Entre el Antiguo Régimen y la modernidad: la nobleza quiteña y la ‘Revolución de Quito’, 1809-1812” En Colonial Latin American Review, New México, vol 8, 1999, p. 137.
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tener representación nacional e inmediata para que formasen parte de la Junta Central13. Este llamado de la Junta Central cuyo propósito era convocar a los americanos para que eligiesen por vez primera representantes ante una instancia de poder del reino, suscitó un importante y decisivo debate que tendría consecuencias, no sólo en relación con el método establecido para definir la cuota americana en la Junta Central sino también, y con mucha más intensidad, cuando se lleve a cabo la convocatoria a Cortes y se discuta profusamente sobre el tema en Cádiz y en América. De acuerdo a la resolución de la Junta Central, en las cabezas de partido de los Virreinatos y Capitanías Generales, los Ayuntamientos tendrían a su cargo la selección de los representantes, electos éstos, se procedería a extenderles los poderes e instrucciones especificando los objeto y materias que les correspondería promover. La resolución, además del método de elección, establecía unos términos de representación para los americanos que en nada se correspondían con los que tenían las provincias de España. Mientras el número de representantes de las provincias de España alcanzaba la cifra de 36, por América sólo se contemplaba un máximo de 10 representantes, sin atender a las diferentes magnitudes territoriales y demográficas de cada una de las provincias convocadas. En América se dio cumplimiento al llamado de la Junta Central. Los procesos eleccionarios se realizaron y concluyeron en México, Nueva Granada, Puerto Rico, Perú, Guatemala y Venezuela. Sin embargo, en estas provincias y en otras en las cuales la elección no pudo concluirse, los términos de la convocatoria generaron confrontaciones y objeciones de forma y de fondo14. En la mayoría de los casos los conflictos surgieron del enfrentamiento entre los miembros de las élites provinciales lo cual demoró y complicó la selección 13. Real orden de la Junta Central Gubernativa del Reino, 29 de enero 1809, Real Alcázar de Sevilla. Reproducida en Blanco y Azpúrua, Ob. Cit, tomo II, pp. 230-231. 14. Estos episodios son referidos por Francois Guerra en su libro ya citado Modernidad e Independencias, en el capítulo VI, pp. 177-225. El tema, tal como señala Guerra ha sido escasamente tratado por la bibliografía, de allí que nos hallamos seguido por las referencias que aporta Guerra en su obra.
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de las ternas; otro tipo de discordias tuvo su origen en la decisión de que solamente podrían seleccionar representantes las ciudades principales o cabeza de partido. Así ocurrió en México y Venezuela: los distritos que no estaban contemplados en el estatuto electoral reclamaron su exclusión y exigían su derecho a participar. El único reparo de fondo que se hizo en su momento a la convocatoria de la Junta Central en el cual se denunciaba el tratamiento abiertamente desigual que se daba a los americanos en contradicción flagrante con la declaración de igualdad que el mismo documento consagraba fue escrito por el neogranadino Camilo Torres a solicitud del cabildo de la ciudad, se trata del insoslayable Memorial de Agravios con fecha 20 de noviembre de 180915. En la representación Torres saludaba la decisión de la Junta de convocar a las dos partes integrantes de la Monarquía, España y América, pero al mismo tiempo manifestaba el “profundo dolor” que suscitaban “las notables diferencias” establecidas en cuanto a la representación que le correspondía a cada una de las partes. En opinión del letrado, establecer diferencias entre América y España era “…destruir el concepto de provincias independientes y de partes esenciales y constituyentes de la monarquía, y sería suponer un principio de degradación”16. Los americanos no eran extranjeros sino hijos y descendientes de aquellos que habían derramado su sangre con el fin de incorporar a estos territorios a los dominios de la corona española. Los americanos eran, pues, tan españoles “…como los descendientes de Don Pelayo, y tan acreedores por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación” 17. No se podía, en consecuencia, darles un trato diferente. Si la Junta Central había prometido que todo se establecería sobre las bases de la justicia y si la justicia no podía subsistir sin la igualdad, era preciso inculcar ese principio fundamental. El llamado de Torres no daba lugar a dudas:
15. Camilo Torres, “Memorial de Agravios” en Pensamiento Político de la emancipación (1790-1825), Caracas, Biblioteca Ayacucho, tomo I, pp. 25-42. 16. Camilo Torres “Memorial de Agravios”, Ob. Cit, p. 291. 17. Idem.
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“…La América y la España son los dos platos de una balanza; cuanto se cargue en el uno, otro tanto se turba o se perjudica el equilibrio del otro. ¡Gobernantes!, en la exactitud del fiel está la igualdad” 18. El problema se presentaba sin ambigüedades. No serían obligantes las resoluciones del reino ya que no estaba América sujeta a reformas o procedimientos en los cuales no se había escuchado su voz. Además, podría producir un malestar irremediable en virtud del desconocimiento de sus derechos y de la injuriosa condición de desigualdad a la cual se veía sometido el continente entero. La advertencia de Torres era premonitoria, si no se reconsideraban los términos de la representación americana y si no se adoptaban principios acordes con las ofertas de reforma, igualdad y justicia, el desenlace podía tomar cauces irreversibles: “…¡Quiera el cielo que otros principios y otras ideas menos liberales, no produzcan los funestos efectos de una separación eterna!” 19. El Cabildo, vistas las contundentes objeciones y advertencias de Torre, se inhibió de remitir la representación a España. Sin embargo el texto se difundió y contribuyó de manera fundamental en los debates que tuvieron lugar en América durante estos cruciales años. En la provincia de Caracas, si bien no se produjo ningún documento de la densidad y contundencia del Memorial de Torres, la convocatoria y los resultados de la elección fueron puestos en entredicho en varias representaciones cuyo objeto era disentir de los términos de la convocatoria y rechazar la designación del representante electo por Venezuela en el sorteo realizado el 20 de junio de 1809. Un grupo de Regidores solicitó la nulidad de la elección, alegaban los firmantes que el diputado seleccionado en el sorteo había sido Joaquín Mosquera y Figueroa, quien no contaba con la simpatía de los principales caraqueños. Desde 1804 se encontraba en la ciudad como Regente Visitador de la Real 18. Ibidem, p. 35. 19. Ibidem, p. 42.
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Audiencia de Caracas, había sido el más ferviente opositor a la iniciativa de la Junta de Caracas y se había encargado de dirigir la causa contra sus promotores20. A ello se añadía el hecho de que ninguno de los elegidos para participar en el sorteo final era oriundo del país, no se había, pues, prestado la menor consideración al representante electo por el Cabildo de Caracas, siendo esta la principal ciudad del departamento. Otra solicitud de nulidad fue introducida por don Antonio Fernández de León. A los argumentos expuestos por los Regidores añadía que resultaba improcedente que sólo se hubiese convocado a los ayuntamientos de las capitales de provincia, sin considerar a varias ciudades que tenían la categoría de cabezas de partido21. La tercera representación la firmaban varios vecinos de la ciudad. Consideraban que la elección debía anularse por “…viciosa, injuriosa y perjudicial en sus consecuencias”. Lo primero se basaba en el hecho de haber votado sólo cinco ayuntamientos; lo segundo porque se ofendía la buena opinión de tantos y tan dignos vecinos de desempeñar los derechos de aquellas provincias al nombrar a un extraño para representante de ellas y lo tercero porque no podía cumplir las funciones de representante de toda la provincia quien no conocía “…sus costumbres, su agricultura, su comercio, sus necesidades y medios de prosperidad” 22. La decisión del Consejo de Indias fue declarar nula la elección de Mosquera en circular del 6 de octubre de 1809 “…por no ser Mosquera natural de las Provincias de Venezuela”. En el mismo auto se notifica y ordena a los habitantes de la provincia que realicen una nueva elección. El Cabidlo de la ciudad designa a Martín Tovar Ponte e Isidoro López Méndez para que se encarguen de la elección y de recoger y ordenar las instrucciones del Diputado que representaría a la provincia en sustitución de Mosquera23. 20. Resolución del Consejo de Indias, declarando nula la elección de Don Joaquín Mosquera y Figueroa, 6 de octubre de 1809, Archivo General de Indias, Caracas, Legajo 177, reproducido por Teresa Albornoz de López, La visita de Joaquín Mosquera Figueroa a la Real Audiencia de Caracas (18041809), Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987, p. 244. 21. Ibidem, p. 245. 22. Ibidem, p. 246. 23. “Aviso al Público”, Gaceta de Caracas, 25 de febrero de 1810.
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Hasta aquí no hay alteraciones en el orden político de las provincias: no será igual a partir de la instalación de la Regencia y frente a la convocatoria y reunión de las Cortes en Cádiz. 3. El camino hacia la Independencia: ilegitimidad de la Regencia, inequidad de representación en las Cortes En efecto, los dos temas más sensibles del debate que se había producido en América, el de la soberanía y el de la representación americana, se convierten en el centro de la discordia que, finalmente, sirve de fundamento a la decisión emancipadora. En relación con el ejercicio de la soberanía la opinión generalizada se remite a cuestionar y rechazar la legitimidad de la Regencia como depositaria de la soberanía y, en relación con el tema de la representatividad, será la inequidad de la representación americana en las Cortes el motivo de los ataques y reparos que se hacen desde América a la Asamblea gaditana. Veámoslo en el caso venezolano. En Venezuela, durante la última semana de febrero y los primeros días de marzo, se organiza la nueva elección del representante a la Junta Central. En los días siguientes, el 16 de marzo de 1810, la Gaceta de Caracas publica el anuncio sobre la reunión de Cortes y, en entregas sucesivas – el 30 de marzo y el 6 y 13 de abril de 1810- la Instrucción que debería observarse para la elección de diputados americanos, suplentes y propietarios. Ninguno de estos anuncios va acompañado de algún tipo de observación respecto al tema de la desigualdad de representación o en relación a la ilegitimidad de la convocatoria. Entre otras cosas porque ninguno de ellos explicita, por el momento, los términos de la representación americana. Mientras en Caracas se publican los anuncios y se espera la mencionada convocatoria a elecciones, la situación en España cambia de manera sustancial. El 29 de enero de 1810 la Junta Central es disuelta y se constituye la Regencia de España. La nueva autoridad del reino, en una alocución fechada el 14 de febrero de 1810, expone su determinación de dar continuidad a la convocatoria a Cortes aprobada por la Junta Central el 22 de mayo de 1809. La Regencia reitera la declaratoria de igualdad de los americanos, tal como lo
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hizo la Junta Central y decreta los términos de la representación americana en la importante reunión de las Cortes24. Pero el decreto que estipulaba la representación de los americanos, como se sabe, contemplaba exactamente el mismo método que había sancionado la Junta Central y que había generado diferentes manifestaciones de rechazo en las provincias de ultramar. Otra vez la diferencia era notable: la composición de las Cortes contemplaba solamente 30 diputados por América y Filipinas y más de 250 diputados por la España peninsular. En América, los informes sobre la caída de Andalucía y la disolución de la Junta Central generaron un ambiente de incertidumbre respecto al futuro de España; pero también el cambio político ocurrido en la península indispuso a los americanos frente a las nuevas autoridades lo cual determinó rápidamente un rechazo general a la Regencia, considerada como un poder usurpador de la soberanía. Al mismo tiempo, se cuestionaban la modalidad electoral y la cuota de representación que se ofrecía a América, tal como se había hecho en ocasión del llamado de la Junta. El delicado asunto de la soberanía y el no menos espinoso de la representatividad volvían al terreno del debate, pero ahora con consecuencias políticas diferentes. Si se les había convocado para que participasen en el gobierno del reino en calidad de diputados de la Junta Central, proceso que, pese a los reparos, se había llevado a cabo en varias capitales americanas, no podían ahora informarles que no existía la Junta y que había una nueva instancia depositaria de la soberanía la cual gobernaba en nombre del Rey. El conflicto no tardó en manifestarse: ¿Cómo era que la Junta Central la cual había sido reconocida como legítima autoridad y de la cual formaban parte unos delegados americanos, legítimamente electos o en proceso de elección, era disuelta y sustituida por otro organismo sin que hubiese mediado participación alguna de los súbditos de esta parte del reino? El resultado fue el desconocimiento de la autoridad de la Regencia y la erección en América de Juntas Supremas depositarias de la soberanía y defen24. “Alocución del Consejo de Regencia, Isla de León, 14 de febrero de 1810”, en Blanco y Azpúrua, Ob. Cit, tomo II, pp. 272-274.15.
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soras de los derechos de Fernando VII, todas ellas en el transcurso del año de 1810: Caracas fue la primera en pronunciarse, el 19 de abril de 1810; Buenos Aires el 22 de mayo; el Alto Perú el 25; la Nueva Granada el 20 de julio; México, el 16 de septiembre y Chile, el 18 del mismo mes. El proceso que conduciría a las Independencias había comenzado. El argumento era el mismo de 1808: roto el pacto entre el Rey y los súbditos, la soberanía recae en la nación, no podía entonces abrogarse tal atributo una instancia ilegítima y, por tanto, usurpadora de la soberanía. Las Juntas que se constituyen a partir de esta fecha no reconocen a los representantes del poder real en América; insurgen contra la autoridad “usurpadora” de la Regencia; defienden el derecho a reasumir la soberanía, denuncian la ruptura del pacto por parte de las autoridades españolas y rechazan la desigual representación que se ofrecía a los americanos para participar en la instancia que definiría el rumbo político de la monarquía española. En el caso específico de Caracas el tema de la ilegitimidad de la Regencia se plantea sin ambigüedades en el “Acta del 19 de abril”. Dice así el documento: “…según las últimas o penúltimas noticias derivadas de Cádiz, parece haberse sustituido otra forma de gobierno con el título de Regencia, sea lo que fuese la certeza o incertidumbre de este hecho, y de la nulidad de su formación, no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países, porque no ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes, cuando han sido ya declarados, no colonos, sino partes integrantes de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina, y a la reforma de la constitución nacional” 25. La decisión de los firmantes fue erigir un gobierno que pudiese atender a la seguridad y prosperidad de la provincia, vistas las circunstancias en las cuales se encontraba la península y en atención a las flagrantes insuficiencias de la Regencia. Al día siguiente se redacta una “Proclama” en la cual se insiste sobre la ilegitimidad de la Regencia ya que ésta “...ni reúne en sí el voto general de la Nación, ni menos el de estos habitantes que tienen el legítimo e 25. “Acta del 19 de abril de 1810” (www.analitica.com/bitblioteca/venezuela/19abril1810.asp.
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indispensable derecho de velar sobre su conservación y seguridad como partes integrantes que son de la Monarquía Española”26. Estos mismos argumentos son ampliados en la comunicación que le dirige la Junta Suprema de Caracas a los miembros de la Regencia de España, el 5 de mayo, en la cual insisten en su determinación de no “…tributar su obediencia y vasallaje a las diversas corporaciones que substituyéndose indefinidamente unas a otras solo se asemejan en atribuirse todas una delegación de la Soberanía que no habiendo sido hecha ni por el Monarca reconocido, ni por la gran comunidad de Españoles de ambos hemisferios, no puede menos de ser absolutamente nula, ilegítima y contraria a los principios sancionados por nuestra misma legislación”27. Similares consideraciones están en la comunicación que la misma Junta de Caracas hace a la Junta Superior de Gobierno de Cádiz en la misma fecha, y en dos extensas y acuciosas exposiciones que se refieren directamente al tema “legal” de la Regencia. La conclusión era que no estaba la nueva instancia ajustada a lo que ordenaban las leyes del Reino. Las Partidas de Alfonso el Sabio eran claras al respecto, allí se establecía con claridad el modo de suplir la falta del Monarca reconocido cuando estuviese impedido del ejercicio de la Soberanía28. Exactamente los mismos argumentos que se habían esgrimido en América y en Venezuela en ocasión de la erección de las Juntas el año de 1808 se mantienen a la hora de discurrir sobre la ilegitimidad de la Regencia. Sin embargo, hay un aspecto que diferencia esta situación con la de los años 1808 y 1809. Al someterse las Juntas y reconocerse en toda América la autoridad de la Junta Central había quedado solventado el tema de la soberanía, no sin múltiples reparos por parte de los cabildos y los criollos principales; sin embargo el
26. Junta Suprema de Caracas, “Proclama del 20 de abril de 1810”, Gaceta de Caracas, 27 de abril de 1810. 27. “La Junta Suprema de Caracas a los señores que componen la Regencia de España”, 5 de mayo de 1810, Gaceta de Caracas, 11 de mayo de 1810. 28. “Conducta legal de Venezuela con la Regencia de España”, Gaceta de Caracas, 22 de junio de 1810. Las mismas ideas se exponen también en el artículo “Vicios legales de la Regencia deducidos del acta de su instalación el 29 de Enero en la Isla de León”, Gaceta de Caracas, 29 de junio y 6 de julio de 1810.
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decreto de enero de 1809 había incorporado a los americanos a la única instancia legítimamente depositaria de la soberanía en ausencia del Rey, la única reconocida como autoridad del reino y la única que estaba compuesta, al menos en la letra, por representantes electos de todo el reino. Al quedar disuelta la Junta el debate sobre la soberanía volvía al punto en el que se encontraba en 1808, pero con varios ingredientes adicionales: Los dos años transcurridos entre una y otra fecha habían generado un ambiente de incertidumbre, agitación y conmoción que propició la reunión frecuente de los vecinos principales y el debate constante sobre su propia circunstancia política, no sólo ante el inminente peligro de la pérdida definitiva de España frente al usurpador francés, sino respecto al vacío de poder existente en España. La situación exigía elaborar propuestas viables para el futuro inmediato de las provincias allende los mares. En estas circunstancias es razonable pensar que en las reuniones y tertulias que tuvieron lugar en América durante este agitado período confluyeron de manera contradictoria y apasionada las más diversas opiniones y consideraciones sobre la situación española y sus efectos en los territorios de ultramar, los mismos vecinos se veían en la necesidad de resolver cómo actuar y qué tipo de iniciativas adelantar, unos desde posiciones moderadas, otros de manera más beligerante. En el caso de Caracas, desde julio de 1808 los vecinos principales habían discutido hasta la saciedad el mismo tema: ausente el Rey la soberanía recae en la Nación, si la Junta había sido disuelta y era la depositaria de la soberanía, una vez más la soberanía regresaba a la nación y ésta debía reasumirla: era un derecho inobjetable y la ruta más expedita y directa para la erección de un gobierno propio y así ocurrió. Pero a esto se sumaba el otro elemento de la discordia: el de la representación americana en la reunión de las Cortes. En Caracas, las primeras argumentaciones explícitamente dirigidas a cuestionar la representación ofrecida a los americanos, ocurren después de los sucesos del 19 de abril. En la comunicación ya citada de la Junta Suprema de Caracas a la Regencia de España los miembros de la Junta manifiestan su rechazo a la convocatoria ya que ven en ellas “…una insufrible parcialidad a favor de las desgraciadas reliquias de España y una reserva injuriosa a convidarla [a la América] a usar de sus derechos”; en el mismo documento se hacen
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reparos a las restricciones del método electoral dispuesto para que sólo participasen los Ayuntamientos: “Dar a todos los habitantes de la Península el derecho de nombrar sus representantes para las Cortes de la Nación y reducirlo en la América a la voz pasiva y degradada de los Ayuntamientos, establecer una tarifa para los Diputados Europeos y otra diferentísima para los Americanos, con la sola mira de negarles la influencia que se debe a su actual importancia y población.¿No es manifestar claramente que la libertad y fraternidad que tanto se nos encarecen son unas voces insignificantes, unas promesas ilusorias, y en una palabra el artificio trillado con que se han prolongado tres siglos nuestra infancia y nuestras cadenas?” 29. Concluían su exposición diciéndole a la Regencia que una sólida unión entre los dominios españoles de ambos hemisferios “..sin no se cimienta sobre la igualdad de derechos, no puede tener duración ni consistencia”. Esta posición no se modifica y se reitera, ese mismo día, en la carta que dirige la Junta de Caracas a la Junta Suprema de Gobierno de Cádiz y, el 20 de mayo, en la respuesta de la Junta a las órdenes reservadas de la Regencia dirigidas al Capitán General de Venezuela el 15 de febrero de 1810, añadiendo a los argumentos anteriores sus reservas respecto a que, efectivamente, lo resuelto en la Cortes tuviese oportunidad de ejecutarse y cumplirse fielmente en América. Igualmente, en ocasión de publicar las primeras entregas del reglamento que normaría la elección para la “Representación legítima y universal de todos los Pueblos en la Confederación de Venezuela”, los redactores del proyecto aluden a la inequidad y parcialidad de la convocatoria a Cortes ya que “…lejos de ajustarse a la igualdad y confraternidad, que se nos decanta, sólo está calculada para disminuir nuestra importancia natural y política” 30. El mismo reglamento, en su primera entrega, dejaba clara la distancia existente entre los términos de la convocatoria que se ofrecía a los americanos 29. “La Junta Suprema de Caracas a los Señores que componen la Regencia de España”, 3 de mayo de 1810, Gaceta de Caracas, 11 de mayo de 1810. 30. “Continuación del Reglamento de Diputados”, Gaceta de Caracas, 22 de junio de 1810.
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y la que ellos mismos estaban dispuestos a otorgarse: “…Todas las clases de hombres libres son llamados al primero de los goces de Ciudadano que es el concurrir con su voto a la delegación de los derechos personales y reales que existieron originariamente en la masa común y que le ha restituido el actual interregno de la Monarquía”31. Con esta declaración la Junta de Caracas daba respuesta a la oferta hecha el mismo día de su creación en el Acta del 19 de abril de 1810: llamar a los habitantes de la provincia a tener parte en la Suprema Autoridad con proporción al mayor o menor número de individuos de cada provincia y así se sancionó. Sin embargo la condición de elector para la elección de los diputados fue de carácter censitario, lo cual eludía hábilmente el debate sobre las castas y los colores que dividió a españoles y americanos en el seno de las Cortes. Así las cosas, no había espacio alguno para aceptar, reconocer o atender el llamado a participar en las Cortes del Reino. El 25 de diciembre de ese mismo año, cuando se tiene noticia firme de la instalación de las Cortes, se publica en Venezuela un extenso alegato contra la Asamblea gaditana en el cual se recogen los mismos argumentos expuestos en los documentos anteriores y se les califica como “….un nuevo fantasma de Gobierno”32, una nueva modalidad de usurpación. No es de extrañar, entonces, la respuesta que ofrece la Junta a la comunicación que le envían los diputados suplentes por Venezuela a las Cortes, don Esteban Palacios y Fermín de Clemente. En la carta dirigida al Ayuntamiento, Palacios y Clemente reconocen abiertamente las insuficiencias de su representación y solicitan instrucciones para responder por los intereses de la Provincia mientras pudiesen viajar a España y ocupar sus puestos los Diputados legítimamente electos33. El 31 de enero, Casiano Bezares, a petición de la Junta, contesta a Clemente y Palacios “los que se dicen suplentes en las Cortes de la Isla de León”. La respuesta es absolutamente negativa y rechaza de manera enfática la representación de ambos diputados. Cuestiona también que la comunicación 31. Reglamento de Diputados, Gaceta de Caracas, 15 de junio de 1810. 32. “Cortes en España”, Gaceta de Caracas, 25 de diciembre de 1810. 33. “Rara Misión”, Gaceta de Caracas, 29 de enero de 1811.
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hubiese sido dirigida al Ayuntamiento de la Ciudad, cuando existía una Junta Suprema encargada del gobierno de la Provincia de lo cual se tenía perfecto conocimiento en España; éste hecho era más reprensible que haber aceptado la condición de diputados suplentes ajenos a la voluntad general de estos Pueblos. La carta del cabildo insiste sobre la ilegitimidad de la Convocatoria y la desigualdad de la representación y concluye desaprobando el nombramiento de suplentes hecho en España, revocando y anulando todas sus actuaciones en perjuicio de la libertad e independencia de la provincia y exigiéndoles abstenerse de suplir o esperar Diputados propietarios, mientras no se verificase el regreso al trono del Monarca reconocido34. Un mes más tarde, el 2 de marzo de 1811, se instala en Caracas el Congreso General de Venezuela y se califica el hecho de manera trascendental, se trataba de las “…primeras Cortes que ha visto la América, más libres, más legítimas y más populares que las que se han fraguado en el otro hemisferio para alucinar y seguir encadenando a la América” 35. Serán esas “primeras Cortes americanas”, las responsables de sancionar la Independencia absoluta de Venezuela de España. A partir de ese momento lo que se dice en Venezuela respecto a las Cortes es reiterativo y tiene como propósito fundamentar y legitimar la decisión independentista, recurriendo siempre a los dos argumentos que ocuparon lugar de primer orden en el desmantelamiento del imperio español: la reasunción de la soberanía y la desigualdad de representación. Estos comentarios contrastan con la aceptación de la convocatoria y la jura de la Constitución que tiene lugar en provincias que se mantienen fieles a la Regencia. En Maracaibo, Coro y Guayana, se acepta el gobierno de la Regencia, se acata la convocatoria a Cortes y se procede a la Jura de la Constitución. El 25 de julio, cuando se firma la capitulación que pone fin a aquel primer gobierno republicano, una de las cláusulas del documento establecía que, a partir de aquella fecha, los habitantes de Venezuela serían gobernados según el sistema establecido por las cortes españolas. En qué medida tuvieron
34. “La Suprema Junta de Venezuela contestando a los que se dicen suplentes en las Cortes de la Isla de León”, Gaceta de Caracas, 5 de febrero de 1811. 35. “Congreso General de Venezuela, Gaceta de Caracas, 5 de marzo de 1811.
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ocasión de ejecutarse las disposiciones gubernativas establecidas por las Cortes en medio de la guerra es un tema que todavía no ha merecido la atención de los historiadores36. Comentario final El desajuste político de la monarquía y las profusas y confusas discusiones que se dieron durante los casi dos años transcurridos entre julio de 1808 y abril de 1810, respecto al tema de la soberanía y el de la representación americana, propiciaron una profunda agitación que favoreció el surgimiento de las más diversas opiniones y las más disímiles tendencias respecto a las maneras de dar respuesta y a las acciones que debían adelantarse para atender, de este lado del Atlántico, la crítica situación que se vivía en España. La contradictoria conjunción de argumentos y respuestas provenientes de la tradición jurídica del reino con inéditas y novedosas fórmulas políticas surgidas en el momento mismo de la crisis, tuvo un efecto decisivo en el desarrollo de los acontecimientos. El vacío de poder creado por las abdicaciones de Bayona se resolvió mediante la creación de Juntas gubernativas en todo el reino, eran ellas las depositarias de la soberanía en ausencia del rey. El fundamento en el cual sostenían su determinación provenía de la tradición jurídica del reino, así se expresaba en los documentos constitutivos de cada una de ellas; sin embargo, el hecho no tenía precedentes y se convirtió en un elemento disruptivo y disgregador del poder tanto en España como en América. El asunto se resolvió, parcialmente, con la erección y reconocimiento de la Junta Central como depositaria de la soberanía. Mayores consecuencias tuvo la declaración de igualdad entre los súbditos de uno y otro lado del Atlántico hecha por la Junta Central y ratificada por la Regencia y la convocatoria a los americanos para que participasen por primera vez en alguna instancia de poder de la monarquía. Ambas decisiones
36. Actualmente el historiador venezolano Robinzon Meza desarrola una interesante investigación sobre los cabildos de las principales ciudades de Venezuela en la cual ha hecho importantes hallazgos sobre esta materia. Sus resultados seguramente aportarán luces sobre el tema.
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constituían, sin lugar a dudas, una novedad y como tales generaron una aguda controversia en España y también en América. En España las fuertes resistencias a admitir no solamente la condición de igualdad de los americanos sino también los términos y calidad de la representación de aquellos súbditos en la instancia que definiría el destino de España determinaron que se tomase una decisión que no satisfacía las expectativas de los americanos. Mientras que en América esta contradicción entre oferta de igualdad e inequidad de representación se convirtió, junto con el de la soberanía, en soporte del discurso que propició finalmente la decisión emancipadora. Así vemos que, en Caracas, al conocerse la noticia de la disolución de la Junta Central y al llegar los informes del descalabro de las armas españolas se retoma el discurso pactista del año 1808 como fundamento del desconocimiento a la Regencia, se declara la lealtad y fidelidad al rey legítimo de España, Fernando VII y se rechaza la desigual representación que se ofrece a los americanos para participar en las Cortes La velocidad e intensidad de los hechos conducen directamente a la declaración de la Independencia: se desconoce a la Regencia, se destituye y se expulsa a las autoridades, se nombra un nuevo gobierno, se convoca un proceso electoral, se solicita a las demás provincias que se sumen a la decisión de Caracas, se eligen diputados, se trata de someter a los disidentes, se descompone progresivamente la relación con los emisarios que envía la Regencia, se condena la política de España y se instala el Congreso General de Venezuela, todo en menos de un año. El 5 de julio se declara definitivamente la Independencia. Si bien no puede afirmarse categóricamente que el desenlace emancipador fue consecuencia directa de la usurpación de la soberanía por parte de la Regencia y producto de la inequidad de representación americana, tal como argumentaron sus promotores en los documentos que justificaban la ruptura con la Metrópoli; no puede tampoco desestimarse que las enormes contradicciones que suscitó la crisis política española abrieron el camino y crearon las condiciones para que las aspiraciones de representación y la ambición por nuevos espacios de poder de los criollos americanos tomaran el derrotero irreversible de la Independencia, una opción política que ni estaba contem-
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plada de manera generalizada ni formaba parte primordial de las previsiones y expectativas de los criollos, entusiastas defensores y principales beneficiarios del estatuto político, social y económico que la monarquía había erigido en América trescientos años antes. Sólo tomando en consideración esta compleja confluencia de factores y circunstancias, puede comprenderse El confuso y traumático proceso que comienza en 1808 en medio de las más fervientes demostraciones de lealtad y termina en 1811 con la delaración de la Independencia y la satanización de trescientos años de historia. Satanización que, a escasos años del bicentenario de las Independencias, no ha desaparecido ni del discurso político ni de una parte de nuestras historiografías, tanto de las americanas como de las peninsulares.
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FELIPE II DE ESPAÑA, SU CUARTO CENTENARIO Y LAS ISLAS FILIPINAS Dámaso de Lario (*)
El año 1998 se conmemoró el Cuarto Centenario de la muerte de Felipe II de España (1527-1598), probablemente el monarca más importante del siglo XVII europeo y del mundo occidental de la época. Una importancia que no sólo se limitaba a la Península ibérica, ya que sus dominios se extendían sobre un vasto conjunto de posesiones. Felipe II había heredado de su padre, el emperador Carlos V, el Franco Condado –en Francia– y los Países Bajos, un conjunto de territorios donde hoy se asientan Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Controlaba también la mayor parte de la Península itálica, al haber heredado el Estado de Milán y los Reinos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Y fue incluso, durante un breve período, rey consorte de Inglaterra (1554-58), por su matrimonio con María Tudor. Además, dada su condición de poderoso monarca de finales del siglo XVII, Felipe II quiso erigirse en campeón de la Cristiandad en el conflicto que enfrentaba a esta con el Imperio Otomano, logrando grandes triunfos en las batallas para liberar Malta (1565) y en el éxito devastador de Lepanto (1571), la última gran batalla de galeras de la historia. Pero la herencia, presencia e influencia de este monarca no se limitaba al continente europeo. Se ha dicho con frecuencia que Felipe II –el rey prudente– fue el primer gobernante en cuyos dominios nunca se ponía el sol. Y no sin razón, pues su largo reinado (1556-1598) se extendió también a una gran parte del continente americano, un conjunto de islas del Pacífico y el archipiélago de las Islas Filipinas –al que da nombre nuestro rey–, sin olvidar que, tras heredar el Reino de Portugal (1580), las posesiones portuguesas de Asia continental
(*) Historiador y diplomático español.
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pasaron a formar parte también de la Corona española1. La dependencia administrativa de Filipinas del Virreinato de México permitiría la conexión de Asia con el continente americano y Europa. De cualquier forma, la reputación, las políticas y la influencia de Felipe II, como era de esperar, han sido objeto, en la historiografía contemporánea, de controversia y de críticas, con frecuencia desequilibradas y de objetividad, cuando menos, cuestionables en ambos sentidos, a favor y en contra. De ahí que se tomara 1998 como un momento de inflexión para revisar y ampliar nuestro conocimiento de Felipe II y su época. En ese contexto se presentaron una serie de exposiciones, se publicaron diversos libros, y se organizaron toda una serie de congresos, conferencias y eventos. Gran parte de esas actividades tuvieron lugar en España, Bélgica y el Reino Unido, y en consecuencia los materiales y contenidos de las mismas se refirieron a la Península ibérica, la América española y los territorios europeos de Felipe II. Sin embargo, las Filipinas, la parte asiática principal del imperio de este rey, habían quedado al margen de la reconsideración intelectual y los actos de 1998. De ahí que en diciembre de 1999 se decidiera colmar esa laguna con la organización de un pequeño congreso, el “Simposio de Manila”, con la colaboración de las Universidades de Santo Tomás y del Ateneo de Manila, en la estela de las conmemoraciones de 1998 y como parte de las celebraciones del Cuarto Centenario. No fue, desde luego, un evento de la magnitud de los organizados en Europa, pero sí que contribuyó a colmar el vacío que había quedado en la reconsideración histórica global hecha con motivo del Cuarto Centenario, y, tal vez más importante, a hacer sentir a los historiadores y estudiosos filipinos que formaban parte del territorio intelectual hispánico2. Ahora bien, para mejor comprender la dimensión y el alcance de esa reconsideración de la figura de Felipe II, merece la pena dejar constancia de las actividades realizadas en ese año simbólico de 1998.
1. Para la presencia española en el Pacífico puede verse O.H.K Spate, El Lago Español, trad. de Clara Usón, Mallorca, Casa Asia, 2006. La edición original inglesa de esta obra, publicada por ANU Press, Australia, es de 1979. 2. Las ponencias del Simposio de Manila pueden verse en Dámaso de Lario (ed.), Re-shaping the World. Philip II of Spain and His Time, Quezon City, Ateneo de Manila University Press, 2008.
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En el capítulo de Exposiciones y Catálogos, y bajo el lema general de “Felipe II. Un monarca y su época”, la Sociedad Estatal para las Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V organizó tres grandes exposiciones, que propiciaron excelentes catálogos-libros. La primera de ellas, La Monarquía Hispánica, comisariada por Carmen Iglesias y celebrada en el Monasterio de El Escorial (1 de junio – 10 de octubre de 1998), incluía las siguientes secciones: La Monarquía Hispánica, la Educación del Príncipe, María de Portugal, María Tudor y las relaciones con Inglaterra, Isabel de Valois y Francia, Ana de Austria y el eje Madrid-Viena, Isabel I y el dominio del mar, Las hijas: Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, y El Rey ha muerto ¡Viva el Rey!3. La segunda exposición, Las tierras y los hombres del Rey, a cargo de Luis Ribot, se celebró en el Palacio de Villena de Valladolid (22 de octubre – 10 de enero de 1999), ciudad de nacimiento del rey Prudente. La muestra estaba dividida en seis secciones: Philippus Rex, La monarquía, Las formas del poder, La defensa de los reinos, La religión, e Imágenes del conocimiento4. La tercera y última exposición de este ciclo fue Un Príncipe del Renacimiento (13 de octubre de 1988-10 de enero 1999), siendo su comisario Fernando Checa, entonces director del Museo del Prado de Madrid, lugar donde se celebró esta muestra, seguramente la más espectacular de las tres. Las secciones que incluía eran: Protagonistas de un reinado, La formación de un príncipe renacentista, La Antigüedad Clásica como modelo estético, Las Galerías de retratos, La devoción de la época y la piedad del rey, Difusión de la imagen regia – propaganda y antipropaganda, y Una época de coleccionistas5. Por su parte, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas organizó en el Pabellón de Villanueva del Real Jardín Botánico de Madrid la exposición 3. Varios autores, La Monarquía Hispánica, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998. 4. Varios autores, Las tierras y los hombres del rey, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998. 5. Varios autores, Un príncipe del Renacimiento, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998.
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Felipe II. Un monarca y su época: Los ingenios y las máquinas (10 de septiembre – 10 de noviembre de 1998), que corrió a cargo del malogrado ingeniero Ignacio González Tascón y en la que se presentaron 300 objetos6. También en el otoño del año del centenario, pero en el Palacio del Real Sitio de Aranjuez (23 de septiembre – 23 de noviembre de 1998), se presentó la exposición Felipe II. El rey íntimo – Jardín y naturaleza en el siglo XVI, comisariada por Carmen Añón Feliú, en la que se exhibieron 261 piezas7. En ella se mostraban las habilidades del rey antófilo y se mostraban las influencias sobre técnicas de jardinería y naturaleza de Felipe II, diseñador de los jardines de Valsaín y supervisor de los de otros palacios, entre ellos, el de Aranjuez. Por su parte, los Reales Museos de Arte e Historia de Bélgica y la Universidad Católica de Lovaina organizaron en Bruselas en 1998 la exposición Albert & Isabelle, 1598-1621, que corrió a cargo de Luc Duerloo, y que comprendía las siguientes secciones: Los archiduques ante la Historia, La Europa de los Habsburgo, La “Joyeuse Entrée”, Soberanos en el imperio de los sentidos (tacto, vista, gusto, olfato), El eclipse del Sol, y Vivir después de Alberto8. Una selección de los contenidos de la exposición de Bruselas, con algunas adiciones de museos españoles, fue organizada más tarde en el Palacio Real de Madrid (2 de diciembre 1999-27 de febrero 2000) bajo el título El Arte en la Corte de los Archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, 1598–1633: Un Reino Imaginado9.
6. Varios autores, Felipe II, los ingenios y las máquinas: ingeniería y obras públicas en la época de Felipe II, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998. 7. Con motivo de esa exposición se celebró también un congreso internacional, cuyas ponencias fueron reunidas en: Autores varios, Felipe II, el rey íntimo: jardín y naturaleza en el siglo XVI, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998. 8. Junto con el catálogo de la exposición se publicó un volumen de artículos sobre la historia de los Países Bajos españoles durante el período, vid.: Luc Duerloo et Werner Thomas, Albert & Isabelle, 1598-1621, Turnhout, Brepols, cop. 1998. 9. Autores varios, El arte en la corte de los Archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia (15981633): un reino imaginado, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, Patrimonio Nacional, 1999.
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Por último, la Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V organizó en el Museo de América de Madrid la exposición Los siglos de oro en los virreinatos de América, 1550-1700 (23 de noviembre de, 1999-12 de febrero de 2000) bajo el comisariato de Joaquín Berchez. La muestra incluía cuatro secciones: Entre el documento y el género artístico, La arquitectura en sus imágenes, Temas del período y centros artísticos, y Delicadezas artísticas: Técnicas y Materiales del Nuevo Mundo10. Sin conexión directa con las Conmemoraciones del Cuarto Centenario, pero de especial interés para la historia hispano-filipina y la contribución española al Centenario de la independencia de Filipinas, fueron dos exposiciones más: Manila 1571-1898, Occidente en Oriente, que corrió a cargo del arquitecto Javier Aguilera Rojas, fue presentada en 1998 en el Convento de San Agustín de Manila y en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), y se componía de veinticinco breves secciones: Sevilla, ciudad universal; Un mundo unido por el mar; La mayor ruta transoceánica; Navegar y navegar; Naos, galeones, fragatas y corbetas; Defender la mar y la tierra; El virreinato de Nueva España; La “Cuadrícula”; El camino de Oriente por el Pacífico; Filipinas, un archipiélago asiático; Nace una ciudad ordenada; Manila intramuros; Defensa y fortificación; Más allá de la muralla; La gran Manila; La Ciudad de Dios: iglesias, conventos y monasterios; La Catedral: resistir y permanecer; Bahai na kubo, Bahai na bato: Nipa, madera y piedra; Gobernar y administrar; El río y el mar: puentes, puertos y faros; Caminos de hierro, caminos de agua, caminos de piedra; Mercados y fábricas; Enseñar y cuidar; Filipinas no es sólo Manila; Azahar de ida, canela de vuelta11. El Galeón de Manila, comisariada por Marina Alfonso y Carlos Martínez Shaw, fue presentada en 2000 en el Hospital de los Venerables de Sevilla, el Museo Franz Meyer de México D.F., y el Museo Histórico de Acapulco Fuerte de San Diego, Acapulco. Esta delicada exposición, centrada en el mundo del famoso Galeón, incluía las secciones: La Carrera de Indias, Más allá de 10. Autores varios, Los Siglos de Oro en los virreinatos de América, 1550 – 1700, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999. 11. Autores varios, Manila 1571 – 1898, Occidente en Oriente, Madrid, Ministerio de Fomento, Centro de Publicaciones, AECI y Universidad de Alcalá de Henares, 1998.
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Manila, Un océano de intercambios, El intento de una doble ruta – la ruta Cádiz-Manila, y Un microcosmos: El San Diego12. II
Por lo que se refiere a los Libros, aparte la reimpresión de su trabajo, ya clásico, Felipe II13, Geoffrey Parker publicaba en 199814, La gran estrategia de Felipe II, obra en la que el autor utiliza conceptos y métodos de ciencia política para analizar la visión del rey prudente de su papel como estadista mundial, así como el de España como gran potencia en el tablero político internacional, particularmente el europeo. Tal vez Parker, en su denso y original estudio, fuerce sus argumentos para hablar de una “gran estrategia” a la que el propio Felipe II nunca se refirió. De ahí que resulten curiosos y en alguna medida sorprendentes, aun cuando haya que admitir su originalidad, los paralelismos que el historiador británico traza entre los problemas del monarca español y los que afrontaron en el siglo XX algunos de los protagonistas de la gran potencia del momento –los Estados Unidos de América–, tales como los presidentes Johnson y J. F. Kennedy o el secretario de Estado Robert McNamara. Otro reconocido hispanista británico, Henry Kamen, publicaba Felipe de España15, libro que tuvo una excelente acogida entre los lectores aficionados a la historia. Y no sin razón. Como el propio Kamen señala, lo que trata al escribir esa biografía es “presentar a la vez una nueva visión de Felipe, basada en documentación original, y comprender su política a través de la perspec-
12. Marina Alfonso Molina y Carlos Martínez Shaw, El Galeón de Manila, Madrid, Aldeasa, 2000. La exposición fue celebrada en el marco del XIV Congreso Internacional de Archivos, organizado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España. El libro clásico sobre el galeón es el de William Lytle Schurtz, The Manila Galleon, New York, Dutton, 1939. Versión española, El galeón de Manila, prólogo de Leoncio Cabrero y trad. de Pedro Ortiz Armengol, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica1992. 13. Trad. Ricardo de la Huerta Ozores, Madrid, Alianza Editorial, 1978. Versión original inglesa de 1978. 14. Alianza Editorial, Madrid. Versión original inglesa, The Grand Strategy of Philip II, New Haven and London, Yale University Press, 1998. 15. Siglo XXI de España, Madrid, 1997. Versión original inglesa, Philip of Spain, New Haven and London, Yale University Press, 1997.
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tiva y las palabras de éste”. El resultado es un relato excesivamente sesgado a favor del monarca español: no demasiado piadoso, padre amante de sus hijos, aficionado a las damas en su juventud y esposo afectuoso…En definitiva, el autor trata de construir una “leyenda blanca” opuesta a la tradicional “leyenda negra” de Felipe II, pero en el intento comete una serie de errores que los historiadores profesionales han señalado en sus comentarios a la obra. Un tipo de libro diferente es Felipe II y su Tiempo, de Manuel Fernández Álvarez16. Se trata de una completa biografía de Felipe II, en la que el historiador de Salamanca y académico de la Historia hace un examen general del período, se detiene en los principales acontecimientos del reinado de aquél y hace una inteligente interpretación del hombre y del monarca. La obra muestra sin duda el profundo conocimiento de la España de ese tiempo que el autor tiene, así como el oficio de este veterano historiador. El conocido hispanista francés Joseph Pérez hizo también una aportación de interés a este Cuarto Centenario. Su obra L’Espagne de Philippe II17, aunque se basa en un sólido conocimiento del autor de esta época, está dirigida a un público no especializado. El libro pasa revista fundamentalmente a las diferentes fases del reinado de Felipe II y los momentos destacados del periodo. Pérez no trata de escribir un trabajo original, sino una biografía actualizada y libre de prejuicios, útil para quienes deseen aproximarse a las complejidades de un monarca mítico y de una época fascinante de la historia de Occidente. Patrick Williams había concebido en el año del Cuarto Centenario su Philip II, pero el libro no se publicaría hasta cuatro años después18. En él cuestiona la visión tradicional de Felipe II como un “rey prudente”, y lo describe como un monarca “prudente” en sus primeros años de reinado pero progresivamente temerario en su madurez. Una diferencia importante entre esta biografía y las anteriores es tal vez el tratamiento más amplio que se otorga en ella a aspectos relacionados con los Países Bajos y la lucha con Inglaterra durante el reinado de Felipe II.
16. Madrid, Espasa-Calpe, 1998. 17. Paris, Fayard, 1999. Versión española Felipe II de España, Barcelona, Crítica, 2000. 18. Basignstoke and New York, Palgrave Macmillan, 2001.
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Estos cinco libros, en conjunto, constituyen un excelente corpus que pone de relieve el estado de la cuestión de la vida y tiempos de Felipe II de España19. III
Muchos fueron los congresos, seminarios y simposios organizados en 1998, particularmente en España. En consecuencia, me referiré solamente a los más relevantes antes de entrar en la “cuestión filipina”. Un Simposio sobre Felipe II y su tiempo fue organizado en San Lorenzo de El Escorial (Madrid) entre el 1 y el 5 de septiembre de 1998, corriendo F. Javier Campos y Fernández de Sevilla con la coordinación del mismo20. La Asociación española de Historia Moderna dedicó su V Reunión Científica, celebrada en las ciudades gaditanas de San Fernando, Cádiz y Puerto de Santa María, a Felipe II y su tiempo21. Roma y Barcelona acogieron un Congreso Internacional sobre Felipe II y el Mediterráneo, dirigido por Ernest Belenguer Cebrià (23-7 noviembre y 2-4 diciembre 1998)22. En el mismo se puso de manifiesto la importancia de la
19. Hubo muchas publicaciones más coincidiendo con ocasión del Cuarto Centenario pero he destacado aquí las que he considerado más significativas. En ese sentido, la Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V hizo un encomiable esfuerzo publicístico. Sirvan como ejemplo las obras de Manuel Rivero Rodríguez, Felipe II y el Gobierno de Italia, Madrid, 1999; José Javier Ruiz Ibáñez, Felipe II y Cambrai: el consenso del pueblo: la soberanía entre la práctica y la teoría política (1595-1677), Madrid, 1999; José Luis Gonzalo Sánchez-Moreno, El aprendizaje cortesano de Felipe II: la formación de un príncipe del Renacimiento, Madrid, 1999; Ignacio Ezquerra Revilla, El Consejo Real de Castilla bajo Felipe II. Grupos de poder y luchas faccionales, Madrid, 2000; Ernest Berenguer Cebrià, Un reino escondido: Mallorca, de Carlos V a Felipe II, Madrid, 2000; Ignasi Fernández Terricabras, Felipe II y el clero secular, Madrid, 2000; y la reedición, casi medio siglo después de su publicación en catalán, de la obra emblemática y pionera de Joan Reglà, Felipe II y Cataluña, edición traducción y presentación de Ernest Berenguer Cebrià, Madrid, 2000. 20. Para las actas del encuentro vid. Felipe II y su época: actas del Simposium, 1[al] 5-IX-1998, 2 vols., San Lorenzo del Escorial]: Real Centro Universitario Escorial-Mª Cristina, 1998. 21. Para las actas de esas reuniones vid. José Luis Pereira Iglesias (coord.), Felipe II y su tiempo, Cádiz, Publicaciones de la Universidad y Asociación Española de Historia Moderna, 1999. 22. Ernest Berenguer Cebrià (coord.), Felipe II y el Mediterráneo, 4 vols., Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999.
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España de la época como primera potencia del Mediterráneo, ligada al centro de la civilización y la religión del momento. Valladolid, lugar de nacimiento del rey prudente y el centro neurálgico de su poder, fue el lugar de encuentro de historiadores españoles, franceses y británicos en torno a cinco mesas redondas sobre La monarquía de Felipe II a debate (noviembre y diciembre 1998): La política internacional, El funcionamiento del poder en la monarquía, Las bases materiales y los problemas económicas, Política religiosa e Inquisición, y La imagen plástica de la monarquía23. La misma ciudad castellana fue también sede de una serie de conferencias sobre El esplendor literario en la época de Felipe II. Por su parte, la Asociación Española de Estudios del Pacífico organizó su 5º Congreso en Madrid (15-19 noviembre 1999) sobre España y el Pacífico. Construcción de Imperios, Construcción de Naciones. El Congreso, sin embargo, se centró fundamentalmente en Filipinas; de hecho, los dos volúmenes que componen las actas del mismo, editados por Josep M. Pradera, Luis Alonso y Mª Dolores Elizalde, y, llevan por título: La Formación de una colonia (I) y Colonialismo e Identidad Nacional en Filipinas y Micronesia (II)24. En el Reino Unido, bajo el título general The Re-shaping of a World, la Oficina Cultural de la Embajada de España y los Institutos Cervantes de Londres y Manchester organizaron una serie de 25 conferencias y eventos a lo largo y ancho del país (Londres, Plymouth, Leeds, Belfast, Norwich, Oxford, Cambridge, Durham, Glasgow, Winchester, Bath, Manchester, Kew y Portsmouth). El proyecto, diseñado por María José Rodríguez-Salgado y el autor de este artículo, se desarrolló entre enero y noviembre de 199825. Aparte de tres conciertos de música del período, las conferencias abarcaron la historia
23. Luis A. Ribot García (coord.), La monarquía de Felipe II a debate, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000. 24. Imperios y naciones en el Pacífico. Vol. I. La formación de una colonia: Filipinas. Vol. II. Colonialismo e Identidad Nacional en Filipinas y Micronesia, Madrid, CSIC, 2001. 25. Gracias también al patrocinio de tres Fundaciones privadas y la colaboración de The United Kingdom Historical Association, The Royal Historical Society, The Hakluyt Society, The Royal Horticultural Society y las Universidades de Cambridge, Durham, Glasgow y Portsmouth.
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anglo-española, historia política de España, ingeniería, Ciencias Naturales, expediciones científica, jardinería, literatura y las artes en la época de Felipe II. Asimismo se presentó en la nueva Biblioteca Británica una edición facsímile del primer tratado de ingeniería civil en el mundo –escrito en ese período–, traducido al inglés, junto con una muestra de libros de ingeniería de la época. Al margen de ese programa, pero en el contexto conmemorativo, hubo un acto particular y único en la Cámara Alta de Westminster. Allí el grupo de parlamentarios de ambas Cámaras –la de los Lores y la de los Comunes– que formaban el Grupo de Amistad Española en el Parlamento Británico, junto con el Embajador de España en la Corte de San Jaime, se reunieron ante los retratos de la reina María Tudor y Felipe I de Inglaterra (a la sazón Príncipe Felipe de España y rey consorte de Inglaterra durante un breve período) para rendir homenaje a los años en que, en el siglo XVI, España e Inglaterra eran aliados cercanos, y para recordar el periodo posterior en el que tropas inglesas ayudaron a España durante la invasión napoleónica. Y también para desear que la amistad entre ambos países continuara en el presente y en el futuro. No cabe duda de que esa serie de conferencias y eventos fue la más amplia y completa de las que se celebraron fuera de España para conmemorar el Cuarto Centenario. IV
El Simposio de Manila (1999), de dos días de duración, fue, en alguna medida, el “eslabón perdido” para cerrar el ciclo de las celebraciones26. Se celebró bajo el título general de Re-Shaping the World: Philip II of Spain and his Time (“Dando nueva forma al mundo: Felipe II de España y su tiempo”), y se inspiró en la serie de conferencias del Reino Unido. Sin embargo, aunque hubo historiadores españoles y británicos presentes en el mismo, hubo también historiadores filipinos que añadieron tres aspectos prácticamente ausen-
26. La realización del mismo fue posible gracias a la iniciativa y el apoyo de la Embajada de España y el Instituto Cervantes de Manila, la Fundación Santiago, la Agencia Española de Cooperación Internacional y las Universidades de Santo Tomás y del Ateneo de Manila.
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tes en todos los eventos anteriores: el económico, el espiritual y, por supuesto, la aproximación histórica de las Filipinas27. No obstante, los aspectos visuales y musicales también estuvieron presentes en Manila: la exposición Putting the Philippines on the map, celebrada en la Biblioteca Rizal de la Universidad del Ateneo de Manila, y un recital de Canciones del Siglo de Oro español, ofrecido por los “Philippine Madrigal Singers” de la Universidad de Filipinas en el Instituto Cervantes. Ahora bien, al margen del valor intrínseco de los trabajos presentados en Manila, tal vez lo más importante de aquellas jornadas fueron los intercambios y discusiones entre historiadores filipinos y europeos, y entre los académicos y estudiantes pro y antihispánicos que asistieron a los debates. Indudablemente no fue posible concluir, al término de los mismos, si Felipe II logró darle una nueva forma al mundo de su tiempo o no, pero muchos de los allí presentes sí logramos “dar nueva forma” a nuestros conocimientos, o al menos tuvimos que reconocer la necesidad de mejorar nuestro conocimiento de la época y de las acciones del monarca español y los funcionarios a su servicio. Una de las principales conclusiones fue que las conmemoraciones del Cuarto Centenario sólo se completaron – en la medida de lo posible – tras la celebración del Simposio de Manila, simposio que no sólo era necesario sino que también era una obligación intelectual y moral hacia la “Perla del Mar de Oriente”: el archipiélago de las Filipinas. Pero el simposio abrió también una “caja de Pandora”, al poner de manifiesto la existencia de una serie de áreas de estudio y trabajo vírgenes todavía, de las que cabe destacar: (i) Los vínculos entre la arquitectura colonial hispanoamericana y la arquitectura colonial filipina. (ii) El tipo específico de colonización que tuvo lugar en Filipinas. (iii) El acercamiento de Felipe II a la población local por la vía del referéndum.
27. Vid. supra, n. 2.
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(iv) El papel de las Filipinas en el imperio de Felipe II. (v) La necesidad de reescribir y, sobre todo, escribir la historia moderna de Filipinas a la luz de lo que España fue y significó para el archipiélago, y la necesidad de escribir la historia moderna de España tomando en consideración lo que Filipinas fue y significó para España. Es importante reconocer, en ese contexto, el papel de la evangelización española en Filipinas y ampliar esta área de investigación. (vi) La necesidad de inscribir la historia económica de las Filipinas de la Edad Moderna en el contexto más amplio de la historia colonial española. En definitiva resultó evidente que quedaba mucho trabajo por hacer tanto a los historiadores filipinos como a los españoles –o a los historiadores de las Filipinas y de España– para ampliar sus horizontes y enriquecer sus puntos de vista. Desde una perspectiva personal considero fundamental que los académicos y los estudiantes universitarios filipinos dejen de escudarse tras la barrera de: “el pasado español no nos atañe; no queremos saber nada de aquellos conquistadores, ni de su idioma o su presencia de antaño entre nosotros”. Porque esa presencia es parte sustancial de la historia filipina y ese idioma –el español– es en el que se escribieron cuatro siglos del pasado filipino. Las fuentes de esa historia están en los archivos filipinos y españoles, abiertos y a disposición de todos, y todos necesitamos que los historiadores filipinos lean e interpreten esas fuentes y aprender de sus conclusiones desde la perspectiva de éstos. Son libres de amar u odiar ese pasado, pero tienen una obligación moral y nacional de abrir los ojos al mismo. Una obligación de la que no están exentos los historiadores españoles, de estudiar también esas fuentes, ampliando sus perspectivas y corrigiendo su consideración tradicional de la Filipinas colonial. De hecho, algo se está avanzando ya en ese sentido. “Abrazar el pasado, proyectar el futuro” fue el lema que presidió la contribución española a las Celebraciones del Centenario de la Independencia de Filipinas en 1998. Un lema que no fue producto de la propaganda cultural sino de un planteamiento transcultural. Para bien o para mal españoles y filipinos tenemos una historia común. Y esto, ni podemos ignorarlo ni lo podemos borrar. Ahí están los nombres, la cultura común, las tradiciones, omnipresentes en el archipiélago filipino y ejemplo vivo de la mezcla de dos culturas.
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La historia ha hecho a nuestros pueblos, el filipino y el español, lo que hoy son, y todo comenzó con Felipe II. Es imposible cambiar la historia, por dolorosa que sea, pero está en nuestras manos revisarla y objetivarla en la medida en que seamos capaces de estudiarla y contemplarla con un espíritu abierto y una mirada distinta. En ese sentido son de destacar los avances realizados en los últimos veinte años en la historiografía española de las Filipinas y del Pacífico español, los grandes olvidados, durante demasiado tiempo, de la historia de España. V
Hasta fines de los años 1980 el pacifismo español, como he dado en llamar a los especialistas en la historia del Pacífico español, fue una disciplina para románticos y espíritus heroicos, prácticamente ausente del panorama intelectual de España. Lo que no quiere decir que sus escasos cultores lo hicieran mal. Ahí están los tempranos trabajos de Lourdes Díaz-Trechuelo sobre Filipinas en 1959 y 196528, o los de Amancio Landín29 y Francisco Mellén30 sobre las islas españolas del Pacífico en la década de los 70 y primeros 80. La figura de Alejandro Malaspina (1754-1810) ha tenido una consideración particular por la especial significación de su expedición científica al Océano Pacífico (1789-1794). Así, a los dos catálogos pioneros que aparecen en la primera mitad de los años 1980 sobre el tema31, se fueron agregando 28. María Lourdes Díaz-Trechuelo, Arquitectura española en Filipinas (1560-1800), Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1959; y La Real Compañía de Filipinas, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1965. 29. Amancio Landín Carrasco, Mourelle de la Rua, explorador del Pacífico, Madrid, Edics. Cultura Hispánica, 1971; e Islario español del Pacífico: identificación de los descubrimientos en el Mar del Sur, Madrid, Edics. Cultura Hispánica, 1984. 30. Francisco Mellén Blanco, Manuscritos y documentos españoles para la historia de la isla de Pascua: la expedición del capitán D. Felipe González de Haedo a la isla de David, Madrid, Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas, 1986; y Derrota y cartografía de la Isla de Pascua realizado por la expedición española del Capitán González de Haedo en 1770-71, Santiago de Chile, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Instituto de Estudios Isla de Pascua, 1984. Texto presentado en el 1º Congreso Internacional sobre la Isla de Pascua y Polinesia Oriental, Hanga Roa. 31. Mª Dolores Higueras Rodríguez, Catálogo crítico de los documentos de la expedición Malaspina (1789-1794) del Museo Naval, 2 vols., Madrid, Museo Naval, 1985; y Mercedes Palau de Iglesias, Catálogo de los dibujos, aguadas y acuarelas de la expedición Malaspina 1789-1794 (donación Carlos
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contribuciones importantes en la década de 199032, lo que ha creado un corpus significativo en torno a la expedición de Malaspina33. A principios de este siglo, y gracias a los esfuerzos conjuntos del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, el Museo Naval de Madrid y The Hakluyt Society de Londres, esta Sociedad publicaba una cuidada edición inglesa de los diarios de Malaspina, los únicos que faltaban por aparecer en este idioma, de los tres grandes exploradores del Pacífico: James Cook, Jean François Galaup de la Pérouse y Alejandro Malaspina34. De cualquier forma, los historiadores interesados por Filipinas y el Pacífico español fueron en aumento y en 1986 puede situarse el cambio de coyuntura en la pequeña historia del pacifismo español. Ese año se constituye la Asociación Cultural “Islas del Pacífico”, que en noviembre de 1988 pasó a denominarse Asociación Española de Estudios del Pacífico (AEEP). En 1986 también, con motivo de la celebración de la Exposición Internacional de Vancouver (Canadá), el Pabellón de España publicaba un volumen pionero sobre
Sanz), Madrid, Ministerio de Cultura, 1980. En ese período también se reedita la obra de Alesnado Malaspina, Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navío Alejandro Malaspina y José de Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794, con una introducción de Pedro Novo y Colson, Viaje político científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de Abienzo, 1885. La reedición corrió a cargo de Mercedes Palau, Aranzazu Zabala y Blanca Saiz y fue publicada por Edics. del Museo Universal, Madrid, 1984. 32. Así, Ricardo Cerezo Martínez (ed.), La Expedición de Malaspina (1789-1794), vol. 2, Madrid, Museo Naval-Barcelona, Lunwerg, 1990; y Blanca Saiz, Bibliografía sobre Malaspina: y acerca de la expedición Malaspina y de los marinos y científicos que en ella participaron, Madrid, El Museo Universal, 1992. 33. Cito solamente, a modo de ejemplo, Juan Pimentel, Malaspina y la Ilustración: pensamiento político, utopía y realidad colonial en Alejandro Malaspina, Madrid: Ministerio de Defensa, 1989; y La física de la monarquía: ciencia y política de Alejandro Malaspina (1754-1810), Aranjuez, Doce Calles, 1998; Manuel Lucena Giraldo, Los “Axiomas políticos sobre la América” de Alejandro Malaspina, Madrid, Doce Calles: Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1991; y María Pilar de San Pío Alardeen y Mª Dolores Higueras Rodríguez (coord.), La armonía natural: la naturaleza en la expedición marítima de Malaspina y Bustamante (1789-1794), Barcelona, Lunwerg, 2001. Vid. también op. cit. en supra n. 24. 34. Andrew David, Felipe Fernández-Armesto, Carlos Novi, Glyndwr Williams (eds.), The Malaspina Expedition 1789-1794, The Hakluyt Society, London in association with The Museo Naval, Madrid. Vol. I, Cadiz to Panama, London, 2001; vol. II, Panama to The Philippines, 2003; vol. III, Manila to Cadiz, 2004.
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la presencia española en la costa noroccidental del continente americano y la expedición de Juan Francisco de la Bodega y Quadra35. En 1988, con ocasión de la Exposición Mundial de Brisbane (Australia), el Pabellón de España publicaba una obra dedicada al Pacífico Español, coordinada por Carlos Martínez Shaw, en la que participaban la casi totalidad de los escasos especialistas de la historia española del Pacífico y dos distinguidos especialistas australianos36. En el Pabellón de España de esa Exposición se exhibieron por vez primera en el mundo los mapas originales de las islas descubiertas por Mateo Bonaechea en sus expediciones a Tahití (1772-73 y 1774-75), instigadas por el visionario virrey español del Perú, Manuel Amat (1761-76). También en 1988 tiene lugar el I Simposio Internacional sobre el Extremo Oriente Ibérico; la Asociación Española de Estudios del Pacífico celebraba, bajo el título general de “España y el Pacífico”, el primero de los siete Congresos que ha realizado hasta la fecha37; y se publicaba el libro pionero sobre las
35. Francisco Morales Padrón et alia, To the Totem Shore: The Spanish Presence on the Northwest Coast, Madrid, Edics. El Viso, 1986. Desgraciadamente el libro tendría una difusión escasa debido a un incendió que destruyó el depósito de libros del Pabellón de España. Las investigaciones en torno a la presencia española en Nootka Sound, al noroeste de Canadá, pieza fundamental de ese libro, tuvieron una continuación, una década después, en Mercedes Palau, Marisa Clarés y Araceli Sánchez (edic. y coord.), Nootka: regreso a una historia olvidada, Barcelona, Lunwerg, 1988, texto en español e inglés. Hay edición catalana de esa obra. Vid. asimismo Mercedes Palau et al.(eds.), Nutka 1792: viaje a la costa noroeste de la América septentrional por Juan Francisco de la Bodega y Cuadra en las fragatas de su mando Santa Gertrudis, Aranzazu, Princesa y Goleta Activa, año de 1792, Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas, 1998. 36. El Pacífico español: de Magallanes a Malaspina. Sección española de la Exposición Mundial de Brisbane-Australia 1988, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, Dirección General de Relaciones Culturales, y Barcelona, Lunwerg, 1988. Hay también edición inglesa de este libro. La obra incluye artículos de Carlos Martínez Shaw, Oskar Spate, Mariano Cuesta Domingo, Lourdes Díaz-Trechuelo, Roberto Ferrando, Alan Frost, Francisco Mellén Blanco, Mercedes Palau Baquero, Aranzazu Zabala Mouriz, Amancio Landín Carrasco y Dolores Higueras Rodríguez, junto con un prólogo del comisario general de la Sección española de la Exposición, Dámaso de Lario. 37. Las contribuciones al Simposio internacional fueron publicadas por Francisco de Solano, Florentino Rodao y Luis E. Togores (eds.), Extremo Oriente ibérico: investigaciones históricas: metodología y estado de la cuestión, Madrid, AECI y CSIC, 1989. Las actas del primer Congreso de la AEEP fueron publicadas un año después de su celebración por Florentino Rodao (coord.), Estudios sobre Filipinas y las islas del Pacífico, Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico, 1989.
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Islas Carolinas de Mª Dolores Elizalde38, una de las investigadoras que más ha contribuido al desarrollo del pacifismo español. Todo ello será el preludio de la eclosión de publicaciones sobre Filipinas y el Pacífico que se produce en los años 1990, década en la que se fundan también la Revista Española del Pacífico (1991) y la revista Iles i Imperis39 (1998). Las temáticas sobre las que giraron esas publicaciones fueron las fuentes para la historia de las Islas Filipinas40 y la historia económica del archipiélago41, las islas del Pacífico42 y la presencia española en Australia occidental43. La década
38. Mª Dolores Elizalde Pérez-Grueso, Las Islas Carolinas, colonia española, 1885-1899, Madrid, Ed. Universidad Complutense, 1988. Esta obra fue posteriormente revisada y publicada con el título: España en el Pacífico, la colonia de las Islas Carolinas, 1885-1899: un modelo colonial en el contexto internacional del imperialismo, Madrid, CSIC, 1992. 39. La primera, publicada en Madrid, se constituye como revista de la AEEP. Illes i Imperis. Estudis d’història de les societats en el mon colonial i postcolonial, fundada en responde a las inquietudes en la materia de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona (España). 40. Patricio Hidalgo Nuchera (ed.), Los primeros de Filipinas: crónicas de la conquista del Archipiélago de San Lázaro, Madrid, Miraguano-Polifemo, 1995; y Guía de fuentes manuscritas para la historia de Filipinas conservadas en España: con una guía de instrumentos bibliográficos y de investigación, Madrid, Fundación Histórica Tavera-Cyan, 1998; también Lourdes Díaz-Trechuelo et al., La expedición de Juan de Cuellar a Filipinas, Barcelona, Lunwerg, 1997, y Mª Dolores Elizalde (comp.), Obras clásicas para la Historia de Manila. Recurso electrónico, Madrid, Fundación Histórica Tavera-Digibis, 1998. 41. Mª Dolores Elizalde Pérez-Grueso, Historia económica de Filipinas durante la etapa colonial española: un estudio bibliográfico, Madrid, Fundación Empresa Pública, 1998. En particular, sobre la encomienda, vid. Patricio Hidalgo Nuchera, Las polémicas iglesia-estado en las Filipinas: la posición de la iglesia ante la cobranza de los tributos en las encomiendas sin doctrina y las restituciones a fines del s. XVI, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1993; Encomienda, tributo y trabajo en Filipinas (1570-1608), Madrid, Universidad Autónoma-Polifemo, 1995; y con Félix Muradás García, La encomienda en América y Filipinas: su impacto sobre la realidad colonial del mundo indígena: bibliografía, Tres Cantos, 1999; hay una 2ª edic., corregida y aumentada publicada en Madrid, Libris, 2001. Sobre la hacienda pública vid. el importante trabajo de Josep Maria Fradera, Filipinas, la colonia más peculiar: la hacienda pública en la definición de la política colonial, 1762-1686, Madrid, CSIC, 1999. 42. Máximo Rodríguez, Españoles en Tahití, edic. de Francisco Mellén, Madrid, Información y Revistas, 1992; Francisco Mellén y Carmen Zamarrón, Catálogo de armas y artefactos de las islas del Océano Pacífico central y Australia, Madrid, Museo Naval, 1993; Patricio Hidalgo Nuchera (ed.), Redescubrimiento de las Islas Palaos, Madrid, Miraguano-Polifemo, 1993. Y Antonio García Abásolo, España y el Pacífico, Córdoba, Dirección General de Relaciones Culturales y AEEP, 1997. 43. Eugenio Pérez, La misión de los Benedictinos españoles en Australia occidental, 1846-1900. Traducción y notas de Francisco Utray y Rocío Utray, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1990; y Eladio Ros, La música en Nueva Nursia. Introducción y apéndices de Francisco Utray; traducción y
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terminará con un volumen conmemorativo de 189844, año de la pérdida de Filipinas por España, y dos importantes publicaciones, sobre las relaciones internacionales en el Pacífico y el gobierno colonial45. No fue ello producto del azar, sino del establecimiento y desarrollo en esos años de grupos y proyectos de investigación sobre Asia y el Pacífico en el Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, entre otras instituciones académicas46. Así, la “asignatura pendiente “ que, desde hacía décadas, tenía España con el estudio de su pasado colonial en el Pacífico, se había empezado a colmar. La primera década de este siglo se inauguró con una necesaria Historia general de Filipinas47, a la que han seguido una serie de publicaciones de relieve sobre el archipiélago y la presencia española en lo que acertadamente describiera Oskar Spate como el “Lago Español”48. Así pues, el antes preca-
notas de Mercedes Utray, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1992. En 1987 el Ministerio de Asuntos Exteriores español había publicado ya un reprint de la obra de Joaquín Martí, Historia de las misiones católicas de Nueva-Holanda, Barcelona, Herederos de la V. Pla, 1850 (el título original de la obra es: Historia del origen, padecimientos, progresos y porvenir de las Misiones católicas de NuevaHolanda: fundadas y sostenidas por los Ilmos. y Rmos. PP. Serra y Salvado, monjes españoles). 44. Miguel Luque Talaván, Juan José Pacheco Onrubia y Fernando Palanco Aguado (coords.), España y el Pacífico: interpretación del pasado, realidad del presente. Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico, 1999. Se trata de los trabajos presentados en el 4º Congreso de la AEEP, celebrado en Valladolid en 1997. 45. Vid. Mª Dolores Elizalde (ed.), Las relaciones internacionales en el Pacífico (siglos XVIII-XX): colonización, descolonización y encuentro cultural, Madrid, CSIC, 1997. Se trata de las ponencias presentadas en la sesión dedicada al Océano Pacífico en el XVIII Congreso Internacional de Ciencias Históricas de Montreal (1995). Para el gobierno colonial, vid. Josep Maria Fradera, Gobernar colonias, Barcelona, Península, 1999. 46. Vid. Mª Dolores Elizalde Pérez-Grueso, “La investigación sobre Asia y el Pacífico en España, en el área de las ciencias humanas y sociales” en Anuario Asia-Pacífico 2006, Barcelona, CIDOB, 2007, pp. 495-506. 47. Leoncio Cabrera (coord.), Historia general de Filipinas, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 2000. 48. Vid. supra n. 1. En cuanto a las publicaciones de la presente década, merece la pena destacar Mª Dolores Elizalde (ed.), Las relaciones entre España y Filipinas, siglos XVI.XX, Madrid, CSIC y Barcelona, Casa Asia, 2002; Economía e historia en las Filipinas españolas: memorias y bibliografía, si-
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rio camino del pacifismo español parece hoy firmemente asentado. El Cuarto Centenario de la muerte de Felipe II constituyó una excelente ocasión para avanzar por ese sendero, en el que todavía queda mucho trecho por recorrer.
glos XVI-XX, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, 2002; y supra, n. 24. También Patricio Hidalgo Nuchera, Guía bibliográfica de fuentes manuscritas para la historia de Filipinas conservadas fuera de España, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, 2003; y Fuentes bibliográficas para la historia de América y Filipinas, Madrid, Ollero y Ramos, 2004; Leoncio Cabrero Fernández, Miguel Luque Talaván y Fernando Palanco Aguado (coord. y edic.), Diccionario histórico, geográfico y cultural de Filipinas y el Pacífico, Madrid, AECID, 2008; Mª Dolores Higueras et al., Exploradores españoles olvidados de los siglos XVI y XVII, Madrid, TF, 2000. Y Josep Maria Fradera, Colonias para después de un imperio, Barcelona, Bellaterra, 2005.
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¿Hartos de Bolívar? La rebelión de los historiadores contra el culto fundacional Tomás Straka (*)
a. Una rebelión política e historiográfica Entre 2003 y 2007 pasó un hecho sin precedentes en la historia republicana de Venezuela. Mejor dicho: sin precedentes en la historiografía que los venezolanos hemos escrito, enseñado y aprendido desde que nos constituimos como república independiente, de forma definitiva, en 1830. Los cuatro historiadores vivos más importantes de la hora publicaron sendos ensayos para denunciar y sobre todo deslindarse de lo que, hasta entonces, mayoritariamente había entendido la sociedad venezolana como la más preciosa de las herencias del Libertador. Es decir, se deslindaron de ese almácigo de ideas, que desde hace siglo y medio se han mostrado susceptibles de las más variadas y hasta contrapuestas interpretaciones, a las que de forma general hemos llamado bolivarianismo; ideas, ahora más que nunca, cuando república hasta se apellida en su título oficial de “bolivariana”, proclamadas como las fuentes nutricias de nuestro ser como nación. No se trata de poca cosa. Se trata de una “rebelión” intelectual que puede llegar traer importantes consecuencias, comoquiera que expresa cambios fundamentales en la sociedad venezolana. No tanto por el acto en sí de que cuatro historiadores, por famosos e influyentes que sean, se hayan rebelado ante lo que llegó a constituirse en el verdadero mito fundacional de los venezolanos: ya, como veremos, desde mediados del siglo pasado (escribimos en 2008), con la profesionalización y el disciplinamiento del oficio de historiador en escuelas
(*) Instituto de Investigaciones Históricas ‘‘Hermann González Oropeza, sj’’. Universidad Católica Andrés Bello.
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universitarias, así como por el clima de razonable libertad democrática que se vivió (y que se hizo patente en aspectos tan importantes como la autonomía de las universidades, la libertad de cátedra y una libertad de expresión que en términos generales fueron respetados), pudo desarrollarse una nueva historiografía, muy apartada de los cantos épicos y del culto a los héroes sobre los que se había fundado la nacionalidad entre 1840 y 1930, poco más o menos; sino porque la circunstancia política del momento, definida por la Revolución Bolivariana, que toma muchas de la imágenes y de sus argumentos de esa visión heroica que prácticamente había desaparecido de los círculos académicos, pero que evidentemente siguió teniendo mucha fuerza en las mayorías, incluso en las opositoras, ha hecho que la revisión crítica que hasta el momento ocupaba a un reducido grupo de investigadores y docentes, ahora sea atendida por un espectro social bastante más amplio. O lo que es lo mismo: por primera vez desde la década de 1840, un grupo significativo de venezolanos se ha preguntado, seriamente, sobre las bondades del culto al Libertador y su Gesta Heroica, así como sobre su conveniencia para la construcción de un modelo de vida colectivo. Obviamente, con esto no negamos la posibilidad de que, al menos en muchos casos, se trate de cierto tipo oposición al régimen de Hugo Chávez que sistemáticamente contradice todos sus planteamientos, cualesquiera que sean. Tampoco vamos a caer en el extremo de negar, sin siquiera un examen preliminar, la validez de todo lo que plantea el discurso épico-revolucionario (a partes iguales, con ingredientes de la vieja Historia Patria y de la reseman tización hecha por los marxistas, para adecuarlo a los objetivos de su programa revolucionario) que propugna el chavismo. O en el de presentar a la democracia de 1958 a 1998 como un dechado de virtudes que harían del todo incomprensibles a la revolución chavista y al tremendo eco que consiguió en vastos sectores de la sociedad. Mucho menos vamos a eludir las acusaciones que desde la acera de enfrente se les hacen a los autores en cuestión -Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturrieta, Manuel Caballero y Guillermo Moróncomo simples portavoces de la oposición, militancia que, por demás, en modo alguno ocultan; como parte de una conspiración de derechas, a la que, los acusan, sirven con espíritu de mercenarios1; o como dolidos representantes del 1. Un caso prototípico de esta línea argumental es el que sigue: “La derecha venezolana, y los intelectuales y publicistas que le sirven, ahora enemigos declarados de Bolívar, hablan de un nuevo culto al Libertador, que Chávez estaría estimulando y promoviendo en beneficio propio. No entienden
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régimen caído, en el que desempeñaron cargos públicos, incluso de importancia, por mucho que las mismas sean, básicamente, acusaciones ad hominem y callen que también fueron muy críticos entonces, así como el hecho de que en los regímenes constitucionales y pluripartidistas el desempeño de un cargo público no implica, necesariamente (aunque, la verdad, muchas veces fue así en Venezuela), el compromiso sin cortapisas que suele exigírsele en las dictaduras y en los Estados totalitarios a sus funcionarios. Nada de eso será escamoteado. Sin embargo, es el fenómeno sociocultural que se trasluce detrás de estos debates historiográficos y políticos (¿políticoshistoriográficos, podríamos decir?), es el que nos interesa sondear, como expresión de un problema mayor. En efecto, pocas veces se ha puesto tan de manifiesto, en textos de tan amplia audiencia como los que se analizarán en las siguientes páginas, la importancia de la conciencia histórica en el rumbo que una colectividad le da a su destino; la estrecha relación entre la versión que de su devenir tenga en la misma y la escogencia de sus opciones políticas. La aparición, en el muy agitado 2003, de El divino Bolívar, ensayo sobre una religión republicana, de Elías Pino Iturrieta, que rápidamente agotó dos tirajes y requirió de una segunda edición; junto a la quinta edición –¡la quinta edición!, cosa muy poco común en un estudio historiográfico– de El culto a Bolívar, esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, trabajo precursor de Germán Carrera Damas, inicialmente publicado treinta y tres años atrás, siendo el primero en señalar el fenómeno y denunciarlo; a los que siguieron, en 2005, El bolivarianismo-militarismo, una ideología de reemplazo, también de Carrera Damas, y las muy polémicas memorias de Guillermo Morón, Memorial de agravios, donde llama a “desbolivarizar” el país; y un año después, en el 2006, Por qué no soy bolivariano, una reflexión antipatriótica, de Manuel Caballero, que en un mes requirió de una segunda edición; la
nada, o no quieren entender. Movidos por un rechazo apriorístico a menudo irracional, o por intereses distintos a los del país, parecen haber perdido por completo no sólo la perspectiva histórica sino la capacidad misma de entender el presente en que se mueven. Más allá de detalles menores, de árboles que impiden ver el bosque, lo que se desarrolla hoy en Venezuela bajo la dirección de Chávez en torno a Bolívar no es otra cosa que un intento serio y sostenido, el primero que se hace en el país, de rescatar a Bolívar para las luchas del pueblo, para animar y fortalecer un proceso de cambios revolucionarios continuos en los que sigue vivo el pensamiento y las luchas del gran Libertador venezolano…”, Vladimir Acosta, “El ‘Bolívar’ de Marx”, en El Bolívar de Marx, 2da. edición, Caracas, Editorial Alfadil, 2007, p. 88
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aparición (y el éxito) de todos estos libros, en una sociedad (y en una historiografía) que tradicionalmente se han proclamado bolivarianos, significa algo importante. La hipótesis que esperamos delinear –pero que, por el momento en que escribimos, no podemos redondear del todo, porque aún, sospechamos, queda mucho por ver– es que se trata de un problema de envergadura: el de la redefinición de nuestro proyecto como país, el del modelo de democracia que en cuanto tal queremos y el del rol que la memoria del Libertador puede tener en la misma Una memoria que si bien en 1842, en 1883 o en 1910 sirvió como una especie de tabla de salvación para darle cierta cohesión a una república que hacía aguas, y que ahora, cuando ya la nacionalidad y la república –o al menos determinada idea de ellas– están al margen de toda duda, algunos sectores, sobre todo los más vinculados con lo que representó el ensayo democrático, civil y en términos generales liberal que se vivió de 1958 a 1998, ven como una amenaza para la libertad. A esta guisa, dividiremos el trabajo en dos partes. En la primera ensayaremos una visión del nudo historiográfico y político que permitió rebelarse contra el culto fundacional de la república. Las variables de la profesionalización universitaria del oficio de historiador y de la democratización de la sociedad, serán analizadas en ella. En la segunda nos detendremos brevemente en la obra de los “rebeldes”, como representantes de este proceso, y en sus tesis fundamentales sobre el bolivarianismo y sobre las razones por las que, alegan, puede ser un peligro para la libertad. b. Los contornos de la “rebelión”: historiografía, modernidad y democracia En efecto, hemos dicho que se trata de una “rebelión historiográfica”, cuando menos, contra lo que ellos mismos y algunos otros han definido en los trabajos que analizarán y en otros anteriores, como la “única filosofía política” creada por el Estado venezolano2; es decir, contra la base en la que ha buscado (y hallado) legitimidad para ese modelo de vida que esperamos construir desde la independencia y que solamente en la república, tal es nuestra
2. Véase: Luis Castro Leiva, De la patria boba a la teología bolivariana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1984.
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convicción, podemos alcanzar3; en fin: lo que el que más ha reflexionado sobre el punto del grupo que acá traemos a colación, Germán Carrera Damas, llamó el proyecto nacional 4. Rebelarse, pues, contra esta filosofía, algo indica de la situación de ese Estado, de esa nación, de ese proyecto y de esos ciudadanos a casi dos siglos de existencia. Pero hay más: esta rebelión es producto de una “revolución historiográfica” más amplia; la que se generó en nuestra visión de la historia producto de la profesionalización y modernización del oficio de historiador que se da a mediados del siglo XX, y que fue de la mano, retroalimentándose, con la democracia como nuevo sentido de la vida nacional. Véase bien: quienes se rebelan son historiadores y forman parte de una de las instituciones que por más largo tiempo y de manera más enérgica defendió y promovió al bolivarianismo, se batió en batalla contra todo aquello que pudiera mancillar el sagrado nombre del semidiós, como lo llamó la retórica guzmancista, el Libertador –recuérdese nomás la cruzada emprendida contra Salvador de Madariaga en 1951– y acunó a muchos de los más intensos representantes del bolivarianismo venezolano, como Rufino Blanco Bombona, Mons. Eugenio Nicolás Navarro, el Cardenal José Humberto Quintero, J.A. Cova, José Luis Salcedo Bastardo, ¡y hasta estuvo a punto de hacerlo con el General Eleazar López Contreras, al que eligió entre sus miembros, pero quien finalmente declinó el honor y no se incorporó a ella! …la Academia Nacional de la Historia. O lo que es lo mismo: que estos “rebeldes” parecían llamados a ser oficiantes de una congregación que tuvo no poco que ver con el fomento de aquello de lo que, espantados por los más recientes y estruendosos resultados de la prédica, marcan distancia. ¿Se trata, entonces, de una simple disidencia, de un cisma en el que los teólogos y predicadores más notables, pero que se han hecho más moderados porque sus lecturas así los han vuelto, se marchan, indignados por los excesos del resto de la feligresía embebida en las manifestaciones exteriores del culto? ¿O se trata de algo más hondo?
3. Véase: Luis Castro Leiva, Sed buenos ciudadanos, Caracas, IUSI/Alfadil, 1999. 4. Véase: G. Carrera Damas, Una nación llamada Venezuela, 4ta. edición, Caracas, Monte Ávila Editores, 1991; “La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia: doscientos años de esfuerzo y un balance alentador”, en: Búsqueda: nuevas rutas para la historia de Venezuela (ponencias y conferencias), Caracas, Contraloría General de la República, 2000, pp. 33-119; y Venezuela, proyecto nacional y poder social, 2da. edición, Mérida (Venezuela), ULA, 2006.
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Se trata de algo más hondo. Como dijimos, tal es nuestra hipótesis. El bolivarianismo se va amasando a lo largo del siglo XIX como la herramienta de un Estado y de una elite urgidos de una fuerza capaz de cohesionar a un colectivo disperso; así como de un lenitivo susceptible de calmar las heridas que un balance más bien desalentador de lo que la república demostró ser cuando finalmente se consolida la Independencia, generó entre los venezolanos ya a mediados en la década de 1830. La llamada Historia Patria, cuya función fundamental fue justificar a la Emancipación y que tuvo en su fase romántica (circa 1840-1890, inclusive, si somos muy amplios, aunque sigue habiendo discursos esencialmente románticos hasta hoy) su momento de mayor despliegue, cumplió plenamente esta labor5. Bolívar es entonces, y lo siguió siendo por más de un siglo, una salvación. Un asidero para que una sociedad extremadamente insatisfecha con los resultados del proyecto en el que se embarcó, no se sintiera aventada a la desesperación. Como veremos en el próximo capítulo, frente al “discurso del desencanto” que rápidamente se expande entre las elites ante la distancia, que nos pocas veces parecieron insalvables, entre lo soñado y lo obtenido6, la gesta heroica, la Edad de Oro de los Padres de la Patria tuvo el poder de un antídoto milagroso: “seremos porque hemos sido”, la solución del “optimismo lírico” frente al “pesimismo sistemático”7. Por eso fue que la Historia Patria y su bolivarianismo pudieron convertirse en la “filosofía” del Estado venezolano. El punto es que dio resultado. En esto, como en muchas otras cosas, el por demás justificado pesimismo a veces no nos deja ver lo que nos sale bien, que es más de lo que suele pensarse. Es, por ejemplo, un éxito que la nación haya sobrevivido razonablemente independiente y que la república se haya consolidado como ideal entre sus miembros. El problema está en que lo que sirve para una cosa no puede ser de automático usado para la otra, y el bolivarianismo que en 1860, en 1880 o incluso en 1910, era una salvación, para 1970, por poner la fecha en la que se edita por primera vez el demoledor El
5. Cfr. Carrera Damas, “Para una caracterización general de la historiografía venezolana actual” en Historia de la historiografía venezolana (textos para su estudio), 2da. reimpresión de la segunda edición, Caracas, 1996, Tomo I, pp. 9-18; y El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, 5ta. edición, Caracas, Alfadil Ediciones, 2003. 6. Véase: Jorge Bracho, El discurso de la inconformidad. Expectativas y experiencias en la modernidad hispanoamericana, Caracas, Fundación CELARG, 1997. 7. Carrera Damas, El culto a Bolívar…, pp. 142 y 218.
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culto a Bolívar de Germán Carrera Damas, que pone un antes y un después en nuestra historiografía y sobre todo en nuestra manera de relacionarnos con la memoria del Libertador, ya no lo resulta tanto. Más aún: ahora puede ser una amenaza para que esa nación ya consolidada se atreva a caminar sin el tutelaje de su Padre Fundador… y en rigor sin ningún tutelaje más. Es decir, para la construcción del nuevo proyecto: el democrático. Bolívar había sido fundamentalmente usado por regímenes autoritarios y militares, que es como decir todos los que tuvo Venezuela en su primer siglo de vida independiente (bolivarianos fueron Guzmán Blanco, Gómez, López Contreras y, en un grado algo menor, Pérez Jiménez) como pábulo para el orden y la unidad, acaso las necesidades más urgentes de aquella república tan joven como tambaleante; sus glorias guerreras eran presentadas como los antecedentes de las de los generales de turno al mando, que se presentaban a sí mismos como sus herederos en la construcción de la patria grande; su vida castrense se enseñaba en la pedagogía cívica (mejor: cívico-militar) como el muestrario de los valores de la nación; su épica como la cartilla del nacionalismo frente a las ideologías “disolventes”, bien sea el comunismo en el siglo XX o, como antes de que éste apareciera en escena, simplemente para que “cesaran los partidos”, frase que hábilmente manipulada siempre le vino bien a cualquier dictador. Pues bien, aunque los regímenes civiles que se suceden en el poder entre 1958 y 1998 no abandonaron el culto bolivariano, ya esencial en la identidad de los venezolanos, ciertamente que lo mesuraron, entre otras razones, por la ya dicha: porque lo que sirve para apuntalar a unos regímenes autoritarios, no puede servir igual para uno que puso a la libertad entre sus valores fundamentales. Y, también, porque los grandes retos del bolivarianismo inicial ya estaban superados: la unidad de la nación y un orden meridianamente estable como para encaminarla en una dirección determinada, eran ya una realidad que no requería de la epopeya para legitimarse, o eso al menos pensó la elite. En parte la resurrección del bolivarianismo, ahora vuelto, como ya veremos, “ideología de reemplazo”, la sorprendió tanto como su gran eficacia para seguir concitando voluntades. Evidentemente, por lo menos vistas las cosas desde esta perspectiva, la mayor parte de los venezolanos mantenían una especie de desfase entre su conciencia histórica, que seguía funcionando en la clave de la Historia Patria tradicional, y su realidad histórica, que ya requería de otras herramientas conceptuales y valorativas para ser interpretada y transformada.
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En todo caso, es acá donde damos con la historiografía, con la “revolución historiográfica”, que se produce en los centros académicos durante el período y de la cual, vista bien, esta “rebelión” es una secuela. Ella fue la que se atrevió –no en vano Carrera Damas fue de sus líderes fundamentales– a revisar críticamente ese bolivarismo; y la que trazó nuevos derroteros, altamente innovadores, para las investigaciones históricas venezolanas que a partir de la década de 1960 se apartaron de la Gesta Heroica para encontrar problemas, períodos y temas hasta entonces prácticamente inexplorados: la contemporaneidad, la historia económica, lo regional, la colonia. Es decir, la libertad recién inaugurada en 1958, pronto refrendada por la autonomía universitaria y por laa libertades de cátedra y de expresión, fue tal que se pudo pensar sin restricciones; tanto, que se pudo romper con la “filosofía política” del Estado y, en muchas ocasiones, hasta alzarse francamente contra él, promoviendo la revolución socialista de corte marxista-leninista, sin grandes temores a ser encarcelado, (sobre todo después de la pacificación de la guerrilla en 1968) y sin ninguno a ser removido del cargo o censurado en sus publicaciones. Esta historiografía no sólo esperó dar respuestas a los nuevos retos de la democracia –y en muchos casos, para la construcción del socialismo, comoquiera que muchos de sus portavoces eran marxistas– sino que era hija de dos aspectos directamente atribuibles al proceso de modernización y democratización que se inicia en 1936 y que hace plena eclosión entre 1945 y 1958: el de la profesionalización y disciplinamiento del oficio de historiador. Sí, en ese 1936, y como parte del vasto programa de transformaciones a los que se lanza entonces la sociedad venezolana, se funda el Instituto Pedagógico Nacional (hoy de Caracas). Fue uno de los primeros esfuerzos del Estado moderno venezolano por promover una investigación científica alineada con los grandes problemas del país y con la formación de profesionales específicamente abocados a resolverlos; es, de hecho, uno de los primeros centros investigación autónomos fundados como tal y el primero en dictar una de las “nuevas profesiones” de Venezuela: la de profesor, título que otorga desde entonces8. Dentro de ese marco, es en el Pedagógico donde por primera vez se abre una carrera superior en el área de historia: el profesorado en geografía e historia, que inicialmente se dictaba en tres años, destinado a bachilleres y a maestros
8. Véase: T. Straka, “Setenta años del pedagógico de Caracas: notas para una historia de la cultura venezolana”, Tierra Firme, Nº 95, julio-septiembre 2006, pp. 335-351.
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normalistas9. Diez años después, y esta vez de la mano de otro hito en el proceso de democratización, indistintamente de la polémica que aún suscita, la Revolución del 18 de octubre de 1945, se abre la Facultad de Filosofía y Letras (hoy de Humanidades y Educación) de la Universidad Central de Venezuela, en 1946. La experiencia del Pedagógico, donde además de historia se estudiaba castellano y literatura, como carrera, y psicología y filosofía como parte de todos los programas (y a partir del 46 también como una carrera), es muy tomada en cuenta para el ensayo. Por si fuera poco, el fundador de la Facultad fue el mismo del Pedagógico: Mariano Picón-Salas (1901-1965). Trayéndose, entonces, a muchos de los profesores y egresados del segundo para crear la nómina inicial de la primera, el esfuerzo de una década se proyecta a nuevos niveles. En 1947 se abre en la Facultad el Departamento de Historia, que es elevado a Escuela en 1958. Otro tanto pasa en la Universidad de Los Andes, donde en 1955 se abre una sección de historia de la Escuela de Humanidades, entonces dependiente de la Facultad de Derecho. Esta sección en 1965 es también elevada a Escuela10. Desde entonces y hasta la fecha en que se escribe, la fundación de pedagógicos, así como de centros de investigación11, de postgrados en historia y de escuelas de educación en las que se ofrece a sus cursantes la opción de especializarse en ciencias sociales (geografía e historia), adscritos a universidades públicas y privadas, ha sido muy grande. En conjunto, aunque, claro, acusando importantes desniveles, a lo largo de cuarenta años el esfuerzo ya ha producido un amplio espectro profesional, en el que se cuentan varias generaciones de egresados, que incluye desde docentes de secundaria hasta investigadores de alto nivel, todos formados dentro de una historiografía renovada. Como parte de todo esto, la llegada de experiencias foráneas, tanto 9. José Hernán Albornoz, El Instituto Pedagógico: una visión retrospectiva, Caracas, Ediciones del Congreso de la República, 1986, p. 17. Esta sección fue elevada a Departamento de Geografía e Historia en 1947, véase: AAVV, 60 aniversario del Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas, Caracas, UPEL, 2007. 10. Cfr. Inés Quintero, “La historiografía” en: E. Pino Iturrieta, La cultura en Venezuela. Historia mínima, Caracas, Fundación de los trabajadores de Lagoven, 1996; Robinzon Meza y Yuleida Artigas Dugarte, Los estudios históricos en la Universidad de Los Andes (1832-1955), Grupo de Investigación sobre Historiografía de Venezuela/Cuadernos de Historiografía No.1, Mérida (Venezuela), 1998; y María Elena González Deluca, Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2007. 11. Véase: Gladys Páez, “Institutos y centros de investigación histórica en Venezuela”, Tiempo y Espacio, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, Vol. XII, Nos. 23/24, pp. 101-114.
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por la vía de los venezolanos que se formaron en el exilio durante la última dictadura (1948-1958), sobre todo en México, donde se estudiaron hombres como Germán Carrera Damas, Miguel Acosta Saignes, Eduardo Arcila Farías y Federico Brito Figueroa; o que, a partir de la década de 1960, aprovechando las oportunidades de becas que ofrecieron la democracia y la renta petrolera, se formaron en los más variados rincones del planeta; o por la llegada de profesores a su vez exiliados en Venezuela, que fue un bolsón de democracia por mucho tiempo en la región: primero, en la década de 1940, los transterrados de la malhadada República Española, y después, en los setenta, los del Cono Sur, por sólo nombrar dos grupos muy notables por la cantidad de sus miembros y por la influencia de su obra; junto a la especie de “terremoto teórico” que representó el marxismo a mediados del siglo XX; a la estrecha relación con las otras ciencias sociales; a la institucionalización de la investigación en centros y grupos; al fomento de ediciones; se propulsó un cambio fundamental en el modo de hacer y de entender la historia en el país. Una “revolución historiográfica”, pues. Como señala la historiadora Inés Quintero: “En las Escuelas de Historia de la Universidad Central y de la Universidad de los Andes se comenzaron a impartir un conjunto de conocimientos tendientes a dotar de un instrumental técnico y metodológico relativamente uniforme a los profesionales del oficio. A partir de allí, el estudio de la historia se convierte en una disciplina sistemática, rigurosa y reflexiva cuya orientación no es narrativa ni descriptiva sino comprensiva y explicativa. Se pretende que el análisis trascienda el acopio de información y narración causal, supere determinismos y se oriente al estudio más allá de los hechos. En un primer momento, hubo un marcado ascendiente de las tendencias interpretativas inspiradas en el marxismo y de la búsqueda de respuestas a los fenómenos históricos con el auxilio de otras disciplinas sociales. El impacto de los estudios multidisciplinarios e interdisciplinarios, así como la marcada influencia de esquemas generalizadores provenientes de una aplicación mecánica del materialismo histórico, marcaron de manera sustancial los estudios históricos desfigurando la especificidad del análisis propiamente histórico y dando como resultado un conjunto de obras donde el peso de las generalizaciones sociológicas y de los determinismos económicos desvirtuaban o al menos dificultaban la comprensión de nuestras peculiaridades.
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No obstante, a partir de los años ochenta, puede decirse que ha habido una tendencia continua hacia la especialización. En virtud de ello, las investigaciones se han ido orientando hacia temas, problemas y períodos cuyo estudio había sido desestimado con anterioridad: la historia regional, la historia de las mentalidades, la historia social, la historia de las ideas, la historia económica e incluso nuevas perspectivas de análisis en la historia política y, mucho más recientemente, los estudios sobre la vida cotidiana…” 12. En el resto de las escuelas de educación, pedagógicos y postgrados se participó en este proceso, a veces atendiendo lo que hacían las Escuelas de Historia, que gozaban de un liderazgo indiscutible; y de forma paulatina, generando sus propios aportes. Veamos sólo dos casos. Otra “revolución historiográfica” que, indistintamente de aquellas observaciones que con justicia puedan hacérsele, en amplitud antecede a la rebelión que acá planteamos, tuvo como protagonistas fundamentales a los pedagógicos y a las universidades del interior, que tienen escuelas de educación: la de la historia regional. Hija, en realidad, de la misma “revolución” de la democratización y la profesionalización, en una década (si los tomamos desde 1977, cuando Germán Cardozo Galué, de la Universidad del Zulia, planteó el tema de la región histórica, hasta la monumental Geografía del Poblamiento Venezolano en el siglo XIX que en 1987, y en tres buenos tomos, publicó Pedro Cumill-Grau; destaquemos entrambos la fundación de la revista Tierra Firme, por Arístides Medina Rubio, como portavoz del movimiento, en 1983) ya pudo rescribir la historia venezolana “desde abajo”, desde las regiones y los pueblos. Otro tanto podemos decir del debate que ya en 1948 tienen en la prensa dos estudiantes del Pedagógico, Federico Brito Figueroa y Guillermo Morón, que con los años forjarán sendas obras muy importantes, en torno al marxismo y su utilidad para la comprensión de la historia. Tal debate resulta un hito en la discusión historiográfica venezolana, aunque aún aguarda por un estudio detenido13. De un modo u otro, lo que nos interesa es lo que este debate nos 12. Inés Quintero, Op, Cit., p. 78. 13. Véase: Reinaldo Rojas, Federico Brito Figueroa, maestro historiador, Barquisimeto, Fundación Buría/Centro de Investigaciones Históricas y Sociales “Federico Brito Figueroa” UPEL-IPB, 2007. Hemos estudiado ambos casos, el primero con algún detenimiento, y el segundo tangencialmente, en: T. Straka, “Federico Brito Figueroa: política y pensamiento historiográfico en Venezuela (19362000)”, Tiempo y Espacio, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, Vol. XVIII/No. 36, 2001, pp.
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dice más allá de sus argumentos: el momento y el lugar en que fue hecho. Sólo el clima democrático del gobierno de Rómulo Gallegos podía hacerlo posible; ni diez años antes, bajo el régimen de López Contreras, que había proscrito al marxismo; ni cinco después, bajo el de Pérez Jiménez, algo así hubiera tenido lugar. Democracia, modernización e historiografía profesional son, entonces, una tríada que han logrado configurar, al menos en ciertos sectores de la sociedad venezolana, una nueva conciencia de sí mismos en el tiempo. La reaparición, por lo tanto, del bolivarianismo, de la mano de un movimiento de origen militar, que después de llegado al poder a penas ha matizado un poco esta condición combinándose con otros actores políticos, por lo general oriundos de la izquierda marxista-leninista; y que además, junto al bolivarianismo, sostiene entre sus argumentos más notables una visión a más que crítica, de franca cesura, del período democrático y civil de 1958 a 1998, exaltando por el contrario al régimen militar de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), como hizo en un principio (pero que pronto hubo de dejar de hacerlo ante el aprovechamiento que de la fecha emblemática del 23 de enero, que conmemora su caída, hizo la oposición); o al gobierno de Cipriano Castro (1899-1908), del cual sólo destaca su altivez frente a las potencias impe rialistas, imposible de analizar sin algo de admiración, pero del que calla todo lo demás; le ha dado pie a muchos de los historiadores formados dentro de la tríada señalada más arriba, para temer el simple renacer de un pensamiento antidemocrático y militarista que, como otros, de antaño, ha echado mano de la figura del Libertador para sus fines. Naturalmente, al menos a los que acá nos ocupan, siempre se les puede acusar, como en efecto se ha hecho, de que tan sólo son representantes del establishment caído reaccionando ante cambios políticos que los han alejado de los circuitos del poder; es decir, de que simplemente son unos reaccionarios, en el sentido más literal, dolidos por su desplazamiento, ya que todos de alguna manera tuvieron figuración en el régimen caído, desempeñando importantes cargos administrativos, universitarios o diplomáticos, cuando no es que participaron activamente en la política. Por eso es importante detenerse
21-50; y “Geohistoria y microhistoria en Venezuela. Reflexiones en homenaje de Luis González y González”, Tiempo y Espacio, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, Vol. XXIII, No. 46, 2006, pp. 205-234.
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muy bien en sus argumentos; pasarlos por el tamiz de la crítica –como se empeñaron en enseñarlo a sus alumnos– para atajar cualquier duda al respecto. Negar un componente político en sus planteamientos es imposible: ellos mismos se han encargado de admitirlo desde la primera página de sus trabajos; pero no por eso dejan de tener valor histórico-historiográfico. El punto es que esa “rebelión” no es, o no es sólo, contra el régimen de Hugo Chávez, sino, como se dijo al principio, contra la “filosofía política” del Estado venezolano y sus abusos, que ellos aprecian de forma especialmente intensa y amenazante para la democracia; como una especie de muleta que usó un colectivo desguarnecido y que funcionó en un momento, pero que ya más bien estorba. Es decir: se trata de un episodio más en la batalla de la nueva historiografía, hija de la democracia y la profesionalización, por liberar a la conciencia histórica de los venezolanos de ciertas ataduras que, consideran sus portavoces, les impiden andar con libertad; pero es un episodio que, al contrario de lo que pasaba antes, por las circunstancias del debate político actual, goza ahora de una gran audiencia, trascendiendo los claustros universitarios a los que antes estaba restringido. Veamos, entonces, de qué se trata. c. Los “rebeldes” c.1) Elías Pino Iturrieta y la “patología bolivariana” Si alguna voz empezó a oírse con verdadera fuerza en la historiografía venezolana, hasta desempeñar un rol de liderazgo, desde finales la década de 1980, esa ha sido la de Elías Pino Iturrieta (Maracaibo, 1944). Autor de obras que abrieron caminos novedosos en la disciplina y que despertaron (y aún despiertan) verdadero entusiasmo, la agilidad de su pluma –que en sí misma generó una renovación: forma parte de esos historiadores que salieron entonces y que consideran que los libros de historia son, también, libros para ser leídos, incluso con placer-–, su colaboraciones en la prensa, sus apariciones televisivas, la elocuencia con que se desempeña en la cátedra, lograron crearle una audiencia de discípulos en la universidad –toda una generación de egresados de la Escuela de Historia fue influida en mayor o menor grado por él– y, lo más notable, de lectores en el resto de la sociedad. Pero hay más: Pino Iturrieta es uno de los productos más acabados de la democratización y profesionalización del quehacer historiográfico que se
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desarrolla desde mediados del siglo XX. Egresado de la Escuela de Historia de la UCV, donde recibió formación e influencia de las principales figuras del momento, en especial de Eduardo Arcila Farías, con quien colaboró siendo estudiante; forma parte de aquella cohorte de venezolanos que se formaron en el exterior: pudo cursar su doctorado en el Colegio de México, con profesores de la estatura de José Gaos y de Leopoldo Zea, quienes le dejaron una huella fundamental, encaminándolo hacia el área de la historia de las ideas. Producto de aquello es su clásico La mentalidad venezolana de la Emancipación (1971), que abrió toda una vertiente de estudios en el país; tesis que le dirigió nada menos que Gaos y que le prologó, en su edición, Zea. Ya reincorporado a la Universidad, ahora profesor, en las siguientes tres décadas siguió una muy exitosa carrera académica, que le permite anotar en su currículo cargos como el de Decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, el de Presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), institución que entre otras cosas promueve el importante Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, plataforma de lanzamiento de muchos de los autores fundamentales del boom: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Fernando Del Paso, entre otros; o el de director del Instituto de Investigaciones Históricas “Hermann González Oropeza, sj”, de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Academia Nacional de la Historia. Sin embargo lo que está en la base de todo esto y lo que, como dijimos, desde finales de la década de los ochenta empezó a hacerlo conocido en un público más amplio que el universitario, son sus libros. Por sólo nombrar algunos de los más favorecidos por las ediciones y por el público, tenemos: Venezuela metida en cintura (1988), Contra lujuria, castidad. Historias de pecado en el siglo XVIII venezolano (1992); Las Ideas de los primeros venezolanos (1993), País archipiélago. Venezuela 1830-1858 (2001), o la varias veces agotada Historia mínima de Venezuela (1992), que coordinó. En ellos ha radiografiado el espíritu venezolano en el período de su gestación nacional (siglos XVIII y XIX), generalmente desde el estudio de esas cosas en apariencia menudas y tradicionalmente desatendidas por el historiador, pero en las que se manifiestan mejor que en ninguna otra instancia ese universo que es la mentalidad de un colectivo. El divino Bolívar, ensayo sobre una religión republicana, aparecido inicialmente en el catálogo de la editorial Los Libros de la Catarata, Madrid, en 2003, si bien puede inscribirse entre los ensayos deliciosamente escritos y ampliamente aceptados por el público (acá estamos otra vez ante una obra
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que agotó su edición en semanas) que forman parte de su bibliografía, marca una diferencia con el resto, básicamente, en dos sentidos: su vocación de plena actualidad y su enfoque más bien historiográfico. Sí, fuera de la prensa, donde es un columnista famoso, no se había dedicado a lo que podríamos llamar “historia inmediata” ni, mucho menos, al debate político; ni tampoco, en el conjunto de sus estudios sobre las ideas venezolanas, se había detenido, por lo menos no con esta amplitud, en lo específicamente historiográfico. Por eso es un libro revelador de un tiempo y de un autor, porque une dos de las vertientes de su obra pocas veces comunicadas entre sí –la política de actualidad y la historia de la ideas, porque la historiografía es parte integral de ellas– para entender a Venezuela, la de ayer y la de hoy. La circunstancia de una Venezuela en la que el bolivarianismo ha cobrado inusitado vuelo, y que además lo ha cobrado de un modo que parece confirmarle la tesis con la que abre fuegos desde la primera página: la de “los prejuicios que puede acarrear a la sociedad la sobrestimación de los pasos de un héroe por la historia”14, lo enfrentó al culto a Bolívar, senda abierta por Germán Carrera Damas hacía treinta años y no muy transitada por otros hasta entonces. Lo llevó, es decir, al problema teórico de cómo un mecanismo ideado por la sociedad para sobrevivir –el culto al héroe– puede llegar a convertirse en una amenaza para su existencia. En, retomemos la frase de Marx, una especie de opio, que primero le calma los dolores y le amansa los pesares, para después devorarle las entrañas, poco a poco. Pero no sólo por el interés en la indagación teórica, sino también –y sobre todo– para brindar herramientas con que revertir la situación. Porque el problema, sostiene, no es que los pueblos tengan héroes para cohesionarse en una identidad: el problema es que sean incapaces de caminar sin su tutela y, peor, que se cobijen bajo su sobra para eludir sus desatinos, como esos adultos que jamás logran madurar ni deslindarse de la falda de su madre: “A los franceses no les pasa por la cabeza la posibilidad de pensar que Juana de Arco estuviera chiflada, inventando tertulias con arcángeles y bienaventurados. Está la santa doncella en el lugar más encumbrado sin ninguna discusión. Un debate sobre las virtudes del Mío Cid
14. E. Pino Iturrieta, El divino Bolívar. Ensayo sobre una religión republicana, Madrid, Catarata, 2003, p. 9.
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es irrelevante para los españoles comunes y corrientes aunque tengan material para hacerlo. El personaje forma parte de sus sentimientos aunque estén ellos en contacto con una fantasía. Que fuera verdadera o falsificada la historia de la bravura contra los normandos no les quita el sueño a los británicos. Están orgullosos de esos soldados que probablemente no existieron. Entonces no vayamos a ponernos rigurosos con nuestros héroes que sin duda hicieron tránsito terrenal, que no tuvieron la pretensión de hablar con Dios, que pelearon de veras por una causa y cumplen la misma función. Como los demás, existen para apuntalar el ego de la república, para que les recitemos jaculatorias y para que podamos respetar algo por unanimidad. En consecuencia, ni siquiera cabe la sugestión de un doméstico asolamiento de pedestales. La posibilidad de observar con ojo crítico algunos aspectos del culto apenas existe cuando de la manipulación de sus contenidos surge una patología” 15. Una patología: eso es justo lo que ve y denuncia en el muy adolorido ego de la república venezolana, así como en los mecanismos de defensa que se ideó. “La república naciente, convertida en desierto por la inclemencia de la guerra, debe acudir al pasado próximo para sacar de sus hechos la fuerza necesaria en la inauguración del camino”; sí: “en la epopeya que acaba de terminar encuentra abono un sentimiento susceptible de unificar a la sociedad, mientras se pasa de la pesadilla de los combates a la pesadilla de un contorno agobiado por las urgencias” 16. Hasta ahí Bolívar es una solución, una tabla de salvación. Pero la larga lista de excesos que a partir de entonces se cometen ya hablan de algo más morboso, más patológico. No se trata de que admiremos a una muchacha que decía hablar con los ángeles mientras dirigía con acierto la arremetida contra los ingleses, básicamente por esto último; sino que le creamos lo de las plática: peor aún, ¡que nos pongamos nosotros también a tener pláticas celestiales! Así, desde el primer episodio que trae a cuento, ocurrido el 19 de abril de 1832 en San Fernando de Apure, cuando la combinación de la efeméride 15. Ibídem, pp. 22-23. 16. Ibd., p. 21.
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patria con la crecida de las aguas, hizo que se sacaran en procesión a la imagen del Nazareno junto a una niña vestida como la Patria, con los retratos de Francisco de Miranda y Simón Bolívar, y el rótulo de su famosa frase atribuida en el terremoto de 1812: “Si la naturaleza se opone”17; desde ese episodio liminar, hasta el chavismo (de hecho, Chávez también invocó el “Si la naturaleza se opone…”, en los deslaves de 1999), Pino va rastreando el sentido que identifica como francamente religioso del culto bolivariano. Porque, fijémonos bien, hasta contra las fuerzas del Cosmos, Bolívar es una salvación. Episodios así se siguen uno tras otro. Los hay del exterior –desde los revolucionarios italianos del decimonono, hasta quienes paragonaron a Mussolini y ¡hasta al mismísimo Franco! con el Libertador– pero sobre todo los hay de Venezuela. Es una lista larga: Guzmán Blanco pontificando en torno al semidiós, como lo llamaba, espíritu tutelar, como aseguró, de su Causa Liberal; Eduardo Blanco, que en su épica logra que la sangre “sea exhibida con elegancia, las degollinas convertidas en torneos del Amadís y la Guerra a Muerte trocada en conflagración troyana”18, para regocijo de una patria que ya no se sentía con fuerzas para prodigios similares y que por eso se refugiaba en los de sus abuelos; las arremetidas casi inquisitoriales (“los autos de Fe”, los llama) de la Academia Nacional de la Historia contra cualquiera que discutiera la gloria inmarcesible del héroe; el rol político e ideológico de la Sociedad Bolivariana, fundada por decreto presidencial en 1938; los usos que Gómez –que eleva a una especie de árbol sagrado al Samán de Güere– y López Contreras hacen de la imagen y de la memoria del Padre para sus proyectos políticos; la admonición del Cardenal Quintero, cuando aseguró en 1980 que los males de Venezuela, que habían sido tantos y tan copiosos en el primer siglo, siglo y medio, de existencia, eran un castigo prescrito por Dios para la expiación del pecado de haberse rebelado contra el Libertador en 1830: si las cosas habían mejorado entonces –en 1980 estábamos en plena euforia petrolera y con una democracia estable– es porque al Señor, así discurre el prelado, le parecía que ya la némesis había sido bastante; la forma en la que esa religión oficial ha permeado a la religiosidad popular y Bolívar es invocado en sesiones de talante chamánico;
17. Cfr. Ibd., p. 29-30. 18. Ibd., p. 60.
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y finalmente Chávez, que es como la sumatoria de toda esta fe bolivariana, con un poco de cada caso. Esto, sostiene Pino, no es, no puede ser normal. No es una sociedad que le prende velas a Juana de Arco y se dedica a construir su vida… ¡parece una sociedad de Juanas de Arco que permanentemente hablan con su dios tutelar! Una sociedad de locos, en fin: “Un joven historiador de los Estados Unidos, Cristóbal Conway, quien se encontraba entre nosotros en 1998 investigando una tesis de postgrado sobre Bolívar, me habló de una impresión personal que se relaciona con esta fe (…) En las postrimerías del siglo XX, la sensibilidad del investigador estadounidense vio en unas imágenes conocidas por casualidad los corolarios en la conducta colectiva. Visitando el Museo Sacro de Caracas le provocaron especial atracción unos bultos de santos coloniales que tienen la cara y la parte superior del cuerpo sostenidas por una armazón hueca. La armazón sirve para que los fieles los vistan de acuerdo a la ocasión. Uno de los guías de la institución le dijo que el santo era engalanado con diversos atuendos, según fuera la efemérides celebrada por la Iglesia y especialmente si realizaban oficios en su honor. Apenas al salir de la exposición y todavía conmovido por esas piezas vistas por primera vez, Cristóbal Conway las asoció con el objeto de su investigación. ‘Es lo mismo que hacen aquí con Bolívar’, asintió de inmediato. Cuando me relataba el episodio no dudó en considerar como un atrevimiento lo que pensaba, pero se sentía entusiasmado con la comparación porque le explicaba muchas cosas que venía estudiando sobre la vigencia del personaje. Me confesó que, si algún día publicaba un libro sobre el héroe, pediría que tuviera en la carátula unos santos como los del Museo Sacro de Caracas. Consideraba que tales imágenes eran la clave para entender el vínculo de los venezolanos con el Padre de la Patria. ‘Ustedes lo visten distinto para cada ceremonia y para cada necesidad’, concluyó el comentario” 19. Pino Iturrieta le dedica casi la tercera parte del libro a Hugo Chávez Frías. Según entiende, el comandante-presidente le ha puesto la colección más variada y peligrosa de ropajes al santo de vestir que es el Libertador. Es 19. Ibíd., pp. 40-41.
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la parte del libro –las últimas setenta páginas en la edición española– más, digamos, política. Bien pudiera reclamársele tanto espacio para una etapa que entonces llevaba cuatro años, si el aliento del conjunto es de ciento ochenta. También pudiera decirse que corre el riesgo de sobreestimar el influjo de Chávez, o que el remate sea demasiado político para un ensayo que venía siendo muy académico. Descontando la urgencia del autor por denunciar una situación que considera extremadamente grave, o su franca oposición al Comandante-presidente, una razón puede estar en que con el proceso se juntaron tantos fantasmas y síntomas de la “patología”, que basta reunirlos en él para batirlos a todos a la vez. Que, visto con sentido histórico, es como una muestra de todo lo que pasó antes. Chávez, que le cambia el nombre a la república, apellidándola “bolivariana”; que en su visión de la historia considera como perdido todo el siglo y medio, los casi ciento setenta años que van desde la secesión de Colombia a su advenimiento al poder, con lo cual, entre otras cosas, se desdice de los logros que tentativamente pudo tener el ensayo civil y democrático que lo precedió; y con lo cual, además, vuelve a depositar en la casta guerrera de los Libertadores los valores sustanciales de la nación, como hicieron todos los gobernantes militares (y muchas veces dictatoriales) de antes; Chávez, que es prolijo en gestos y frases bolivarianas, que jura ante al Samán de Güere una versión libre del Juramento del Monte Sacro, para después hacérsela recitar a sus seguidores; que lanza parrafadas, según Pino, con la entonación, pero sin el vuelo, de Eduardo Blanco, mientras habla de socialismo; que es considerado por los espiritistas una reencarnación de Guaicaipuro y del Libertador; viene a ser algo así como la consumación de la “patología”. Lo importante, sin embargo; lo que sin duda hará al libro interesante en el futuro y en otras latitudes, no es el rosario de anécdotas pintorescas del Comandante o el mentís de sus ideas, sino la forma en las inserta dentro de una tradición venezolana que atenta contra sus posibilidades de pleno desarrollo democrático. Dice Pino Iturrieta: “Páez imprimió el primer ejemplar de la biblia patriótica y la nación terminó en guerra civil. La república recién segregada de Colombia apenas pudo respirar con tranquilidad durante una década porque los notables del gobierno se olvidaron a propósito del breviario de San Simón. Guzmán edificó el Panteón Nacional para acicalar las tropelías de su dictadura y las ofensas de su megalomanía. Los cambios de la sociedad, sino a las pretensiones de modernización que abrigaba
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el autócrata y a sus tratativas para sosegar a los caudillos. El héroes es una vergüenza en el misal de Gómez, mientras el país trata de abrirse paso porque aparecen elementos materiales, determinaciones exteriores y anhelos de justicia inimaginables en la época del héroe. Los arrebatos místicos de López Contreras son la evidencia del bamboleo presidencial en una comarca que cambia sin que el primer mandatario ni su estro de la Independencia sepan cómo cambia. Chávez jura ante un árbol por el ‘hombre sideral’, lo sienta en una silleta de confidencias y lo convida a las aglomeraciones, pero la república se derrumba. El héroe ha sido requerido en cada etapa mientras el país da tumbos por su lado. Cada derrumbe tiene su explicación, pero Bolívar aparece en medio de todos los escombros…” 20. Tal es la esencia de la patología: esa recurrencia en una figura legendaria para paliar los requerimientos de una sociedad que, según parece, por sí sola no parece poder o querer marchar sola. ¿Demasiado severo Pino Iturrieta? ¿Demasiada oposición a Chávez, a cuyas ideas no parece concederle ninguna oportunidad? Cabe la posibilidad, pero las evidencias que trae son abrumadoras y las hipótesis que esboza con base en ellas, algo más que razonables. Pasemos ahora a otro historiador que, después de muchos años, volvió con el tema, ofreciendo ahora una teoría global de lo que, ideológicamente, entiende en el chavismo. c.2) Germán Carrera Damas y la tesis del “bolivarianismo-militarismo” como “ideología de reemplazo” Si Elías Pino Iturrieta se rebela contra la “patología” bolivariana pesquisándola en una tradición dos veces secular, Germán Carrera Damas (Cumaná, 1930) la interpreta dentro del marco global en el que actualmente se desenvuelve y que, contra todo pronóstico, la hace posible. Y lo hace en un conjunto de ensayos que redactó para las más diversas ocasiones entre el 2000 y el 2003 (como materiales para un seminario en la Uni20. Ibd., pp. 244-245.
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versidad de Florida; otro en la Universidad de Londres; y para conferencias en la Universidad de Brown, en la Universidad Central de Venezuela, en la Academia Nacional de la Historia y en la Universidad Andina Simón Bolívar, de Quito), que no vinieron a reunirse como libro hasta 2005, bajo el título de El bolivarianismo-militarismo. Una ideología de reemplazo. Intentan ser un modelo teórico para explicar al bolivarianismo como fenómeno propio del siglo XXI, y no sólo, aunque también, como la herencia decimonónica que es. Como un fenómeno de este siglo, lo que no significa, en modo alguno, que eso lo haga legítimo a los ojos del autor: por el contrario, a su juicio, se trata de una especie de renovación del pensamiento antiliberal, potencialmente antidemocrático, ajustado a los nuevos tiempos. La tesis central de Carrera Damas es que el bolivarianismo que en Venezuela apenas despuntaba –o volvía a despuntar– para el momento en que redactaba sus trabajos, responde a un fenómeno más amplio en el mundo una vez que el socialismo entró en crisis con el derrumbe del Bloque Soviético: el de las ideologías de reemplazo. Ante su salida de los menús ideológicos, muchas naciones debieron echar mano de sus viejos mitos nacionales, a veces para recombinarlos con lo que quedaba del socialismo, y a veces para simplemente reinstalarlos. La experiencia de lo vivido en Rusia y en las repúblicas que una vez constituyeron Yugoslavia, que observó de cerca estando en la región en funciones diplomáticas, era elocuente. Otro tanto, asevera, lo es en nuestra región: “…mientras el siglo XX significó para las sociedades latinoamericanas un sostenido esfuerzo por institucionalizar el orden sociopolítico republicano, inspirándose de manera lata en el ideario liberal, si bien cargado de contenidos socialistas en lo tocante sobre todo a los derechos sociales y económicos, hoy parece posible percibir en América Latina una tendencia a buscar salidas a la desorientación ideológica mediante la adopción de las que cabría denominar ‘ideologías de reemplazo’, suerte de confusas alternativas ideológico-políticas validas de procedimientos que combinan el más rancio autoritarismo con la más desenfadada demagogia, y cargadas de contenidos liberales y socialistas, si bien estos últimos han sido hasta ahora más bien retóricos” 21. 21. G. Carrera Damas, El bolivarianismo-militarismo. Una ideología de reemplazo, Caracas, Ala de Cuervo, 2005, p. 13.
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En el caso del bolivarianismo que irrumpió en Venezuela a finales de la década de 1990, se trata, dice, de “una ideología de reemplazo en la que se enlaza con el militarismo y, según pretenden algunos, con el marxismo-leninismo, marca la culminación de un largo proceso de utilización ideológica y política de la figura histórica y el pensamiento de Simón Bolívar” 22. En efecto, por una parte, sostiene el autor, estaba la búsqueda por parte de los marxistas-leninistas de un asidero tras la caída del Muro de Berlín23; y por la otra la presencia del bolivarianismo como, según la fórmula de Castro Leiva, “filosofía política” del Estado venezolano; en ambos casos, sus exponentes más radicales, a la izquierda y a la derecha, siempre fueron adversos al proyecto democrático de 1958, y por eso en la circunstancia de su derrumbe cuarenta años más tarde, fue relativamente fácil la unión de los dos grupos. A colación, Carrera Damas trae una abundante cala de datos sobre el nacimiento y desarrollo del bolivarianismo en Venezuela. En ninguno de los dos aspectos –tanto el de la “desorientación ideológica” de los marxistas-leninistas, como el del culto a Bolívar– se trató de un camino novedoso para él. De hecho, ambos son de los vértices fundamentales de su biografía, política y académica. Acá valen unas líneas sobre el autor24. Carrera Damas forma parte de esa generación de venezolanos a los que su militancia en el Partido Comunista de Venezuela (PCV) los puso en contacto con una reflexión crítica y novedosa de la realidad nacional y su historia, de la mano del marxismo. Después, el golpe de 1948 y la dictadura militar que entroniza por diez 22. Ibd., p. 43. 23. “La desorientación ideológica producida por la crisis del socialismo, no ya del autocrático sino también de su más elaborada versión teórica, es decir la socialista soviética, ha obligado a los sobrevivientes latinoamericanos del socialismo autocrático a procurarse una salida que les permita lograr alguna participación política sin tener que enfrentar la para ellos imposible tarea de autovaloración crítica. Para esto han seguido la penetración y degradación de movimientos antes vistos por ellos con desdén, si no con franca hostilidad, tales como la teología de la liberación, el ecologismo, el indigenismo, y la antiglobalización; desdeñadas por la muy poderosa y doctrinaria razón de que no podían ser centro de su acción la lucha de las masas lideradas por la clase obrera y, antes bien, eran estigmatizadas como naderías de la clase media.”, Carrera Damas, Op. Cit., p. 211 24. Véase: Miguel Ángel Rodríguez Lorenzo, “Aproximación a un inventario comentado de la bibliografía de Germán Carrera Damas”, Historiográfica, revista de estudios venezolanos y latinoamericanos, No. 1, Mérida (Venezuela), ULA, 1999, pp. 105-163; Juan Carlos Contreras, “La caracterización de la historiografía venezolana según Carrera Damas”, Dialógica, Vol. 3, No. 3, Maracay, UPEL, 2006, pp. 113-164; y “Germán Carrera Damas: su labor historiográfica”, en AAVV, Ensayos de crítica historiográfica, Mérida (Venezuela), Grupo de Investigaciones sobre Historiografía de Venezuela/ULA, 2007, pp. 78-86.
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años, lo llevaron a un muy fructífero exilio en México, que corona con una maestría en historia en la Universidad Autónoma Nacional. Algo alejado del PCV a raíz de la invasión a Hungría en 1956, cuando en 1958 regresó a Venezuela, emprendió la labor que consideró más urgente para la consolidación de la democracia: sacudir a la historiografía tradicional –la llamada Historia Patria– que a través de sus narrativas epopéyicas y de su culto a los héroes (a Bolívar por sobre todos) se había convertido en el aparato ideológico de un Estado hasta el momento esencialmente pretoriano, pero también para acusar las manipulaciones que al mismo tiempo identificaba en la revisión que el PCV estaba propiciando de la misma. Vale la pena hacer una cita in extenso de lo que dice al respecto sobre la forma en la que esto definió su obra: “Cuando volví [a Venezuela], después de diez años de exilio, en mayo de 1958, ya había tomado la decisión de alejarme, y mantenerme alejado, de toda militancia partidista. Había vivido una experiencia que me hizo perfeccionar esa decisión, largo tiempo madurada. Topé con la para mí inaceptable pretensión de que debía ‘dar a leer’ mis incipientes trabajos históricos a una comisión calificadora, para su aprobación. Por si fuera poco, no disimulaba mi desacuerdo con el dogma historiográfico por cuya pureza velaba tal comisión. Fundamentales en ese dogma eran tres ruedas de molino con las que yo debía comulgar para contar con el beneplácito de los guardianes del dogma. La primera estaba representada por el José Tomás Boves repartidor agrario, de clara inspiración agrarista mexicana. La segunda estaba conformada por el Ezequiel Zamora revolucionario avanzado, si no socialista, sin base documental confiable y como contrapeso a la figura de Antonio Guzmán Blanco. La tercera era nada menos que la del Simón Bolívar demócrata ejemplar. En esto último la ortodoxia pseudo marxista se daba la mano con el bolivarianismo ultramontano, de tan triste ejecutoria. (***) La proposición de Simón Bolívar como símbolo de la lucha por la democracia y aun por el socio-fidelismo, me parecía, de entrada, un exabrupto. Este choque intelectual intensificó una preocupación nacida de la incongruencia que advertía entre lo bien que se habían servido las dictaduras venezolanas de la figura y el pensamiento de Simón Bolívar, y la propensión que mostraban los sectores democráticos a ‘rescatar’ esos valores.
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Mi preocupación llegó al punto de temer por el destino de la naciente democracia institucionalizada, si tomaba el camino ideológico de las dictaduras de Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez Chacón, Eleazar López Contreras y Marcos Pérez Jiménez. Veía en la invocación bolivariana acrítica un peligro para la consolidación del poder civil en la incipiente democracia venezolana. Mis primeras inquietudes a este respecto las publiqué en mayo de 1960, bajo el título Los ingenuos patricios del 19 de abril . El considerable escándalo que suscitó el mencionado artículo me estimuló para emprender un estudio sistemático de la cuestión. El resultado fue mi obra El culto a Bolívar, que también ha suscitado cierta controversia” 25. Así, tal vez estaba emprendiendo la más subversiva y fértil de las confrontaciones posibles. Aquella que esperaba desenmarañar un discurso creado al vivac de la guerra de Emancipación y que, si bien había logrado en siglo y medio darle legitimidad a la república y solidez a la conciencia nacional, estaba a tal punto transido de mitos e imprecisiones, que ya era más que necesario, perentorio, superar. No fue tarea fácil. Se trataba de demoler certezas, de enfrentarse a la filosofía política dominante. De identificar cómo se había levantado todo eso y de ver por dónde empezar su demolición. No en vano la revisión crítica e historiográfica ocupará sus primeros esfuerzos, conjuntamente con la dotación, en la Escuela de Historia de la UCV, de un enramado teórico y metodológico que elevara la cientificidad de una disciplina entendida, en muchos casos, como una rama menor de las bellas letras. El esfuerzo estuvo lleno de obstáculos. Había que enfrentarse a los grandes monumentos de la Historia Patria, a la ciclópea figura de Bolívar y a su celosa guardiana, la Academia Nacional de la Historia, pródiga de anatemas. Con su Historia de la historiografía venezolana, cuyo primer tomo aparece en 1961, hace el inventario de cómo y porqué se pensó y escribió la historia que todos daban por cierta, desenmascarando sus trampas, aunque resaltando sus virtudes; con su estudio “Sobre el significado socioeconómico de la acción de Boves” (1964 como prólogo a una compilación documental, después saldría individualmente como libro) revisita la Historia Patria con el armamento crí25. Carrera Damas, Op. Cit., pp. 80-81.
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tico para demostrar cómo, siquiera con una nueva lectura de un viejo tema (incluso de las viejas fuentes), demuestra ser muy otra a la propuesta por los convencionalismos: y cómo una de sus manipulaciones de la hora –volver a Boves un precursor de la reforma agraria– era nomás que eso, una manipulación; después, con su Historiografía marxista venezolana (1967) apunta el arsenal hacia esas nuevas corrientes a las cuales estaba empezando a rendírsele una pleitesía similar a la de la Historia Patria, cosa muy valiente entonces; con la compilación que hace con una de sus primeras discípulas, Angelina Lemmo, de los “Materiales para el estudio de la ideología realista” (1969), se atreve todavía a más: a ver el proceso desde la perspectiva de los malvados por antonomasia de nuestra historia, los realistas, dotando, encima, al volumen –un número especial del boletín del Instituto de Antropología e Historia– de un prólogo que replantea todo lo dicho sobre la Emancipación: “La crisis de la sociedad colonial”; ese mismo año también aparece Metodología y estudio de la historia (1969), que recoge varios textos publicados desde 1958, y en la que sienta las tesis teóricas que ha venido trabajando en la Escuela; y finalmente, en 1970, con su obra máxima, El Culto a Bolívar, en el que radiografía los abusos y manipulaciones que se habían venido haciendo, con fines no siempre nobles, de la figura del Libertador, terminaba de cimentar una reevaluación crítica de lo que los venezolanos entendíamos por historia: “La tesis fundamental de la obra es que el fenómeno psicosocial iniciado espontáneamente como un culto del pueblo, fue convertido por la clase dominante en un culto para el pueblo. Es decir que pasó de ser expresión de admiración y agradecimiento a ser un instrumentos de manipulación ideológica del pueblo, al servicio de causas dictatoriales, despóticas o de dudosa calidad democrática” 26. Todo este esfuerzo de análisis e interpretación historiográfica se despliega en sólo en los diez primeros e intensos años de su obra. En la década de 1970 emprenderá la revisión del país en su conjunto y en la siguiente, en la década de 1980, ya abocado al diseño de las políticas públicas, formando parte, sucesivamente, de la Comisión Presidencia para la Reforma del Estado (COPRE) y del servicio diplomático, afinará todas estas reflexiones en función de la construcción de unas nuevas y mejores república y ciudadanía. Con tal
26. Ibídem, p. 81.
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currículo, algo tenía que decir referente a la Revolución Bolivariana. Los peores fantasmas el bolivarianismo que creyó diluidos volvieron a la palestra; el mecanismo de dominación ahora regresa bajo un manto de promesas reivindicativas y de etiquetas socialistas. Pero el núcleo es el mismo: el de un pueblo que no puede marchar sin las muletas de sus héroes, o de las de aquellos que se dicen sus portavoces actuales (los Guzmán Blanco, los Gómez, los Chávez…). Así ve Carrera al proceso, y por eso pide, respetuosamente, una rebelión con el dios tutelar; si para algo sirve toda la renovación historiográfica desarrollada desde 1958 ha de ser para eso. Cerremos, como conclusión del mensaje de su obra, con esta cita: “Porque ya somos históricamente adultos, y por lo mismo capaces de comprender que la historia se compadece de los flacos de ánimo pero sólo exalta a los que viven con entereza su destino, debemos asumir como pueblo la responsabilidad de un pasado del cual somos herederos solidarios, aunque nos empeñemos, si bien en vano, de ignorar la condición obligante de la solidaridad. Hasta el punto de que pareciéramos no comprender que vivimos tiempos en que pueblos de todos los niveles de desarrollo, y venerables instituciones, asumen a plenitud su pasado histórico, a veces cargado de delitos mayores contra la humanidad. (***) En tiempos difíciles para los españoles, don Miguel de Unamuno los llamó a lanzarse al rescate del sepulcro de quien justamente por ser quijote, pudo atrapar la fibra más noble del espíritu humano y, volviéndola tesón y valentía, la rindió al bien de la humanidad. Era mandato quitarle ese sepulcro a quienes lo usurpaban, al tiempo que labraban el infortunio de España; y los excitó a restablecer con aquél que, como el Cid, también podía vencer después de la muerte, un contacto que tonificara el espíritu colectivo en su determinación de progresar socialmente y de instaurar la libertad. En tiempos no menos difíciles es oportuno, por contrapartida, que los venezolanos nos alejemos del sepulcro de Bolívar, para que él pueda dormir en paz su alta gloria; y que nos dispongamos a montarle guardia con nuestra conciencia crítica, para que la merecida admiración que le rendimos deje de perturbar su sueño y podamos enderezar
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nuestro sentido histórico. También para que él mismo deje de contribuir a que quienes han usurpado su sepulcro continúen labrando el infortunio de los venezolanos, y así recobremos la confianza en el progreso social y moral, y preservemos el disfrute de la libertad” 27. ¿Hace falta agregar más? c.3) Guillermo Morón y la “desbolivarización” de la sociedad Incorporar a Guillermo Morón (Carora, 1926) al grupo de estos “rebeldes” contra el bolivarianismo, es correr con el riesgo de la polémica. Por lo menos desde la aparición de su Historia de Venezuela, en cinco volúmenes, en 1971, prácticamente todo lo que tenga que ver con su obra es pasto de la misma. Tanto, que es tal vez la única obra de nuestra historiografía que ha merecido el muy peculiar privilegio de que se le haya redactado, y además por una historiadora de reconocida solvencia, una monografía, en específico, para desmentirla28. A partir de entonces Morón ha vivido la contradicción –no tan extraña después de todo, porque así suelen ser las relaciones entre lo popular y lo académico– de ser considerado por la mayoría de los venezolanos como el historiador de su patria, cosa refrendada hasta en un joropo, pero siendo muy, pero muy poco popular en los círculos académicos, por mucho de que esto haya ido cambiando en las últimas generaciones. Tanto él, entonces, como los otros tres autores que acá se tratan, tal vez se sorprenderán de verse en un mismo grupo. Las razones para esto no son pocas. Aunque Morón también fue hijo del proceso de profesionalización; se graduó en la célebre “Promoción Juan Vicente González”, que egresa del Pedagógico Nacional (hoy de Caracas), en 1949, el camino que siguió ha sido extremadamente personal; prácticamente al margen de lo que se ha hecho en los últimos cincuenta años en las universidades. Es de destacar que en esa promoción “Juan Vicente González” también figuró Federico Brito Figueroa (1922-2000), que a pesar de las hondas diferencias ideológicas que, como vimos, ya debaten entonces, va a
27. Ibd., p. 162. 28. Angelina Lemmo, De cómo se desmorona la historia, Caracas, UCV, 1973.
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ser su amigo de toda la vida. Durante la Dictadura, aunque no precisamente por graves desavenencias con el régimen, por lo menos no al principio; se marcha a España, donde obtiene el doctorado el Filosofía y Letras, mención historia; para después perfeccionarse en filosofía, estudios y leguas clásicas en la Universidad e Gotinga, en Alemania. Producto de estos estudios, en 1954 publica Los orígenes históricos de Venezuela, que es un libro que causa sensación, con un enfoque novedoso para el tratamiento de la etapa de la conquista, y que después será incorporado a la Historia…que aparece dos décadas después. El problema estalla con la Historia de Venezuela. En rigor, los primeros tres tomos de esta obra, que revisan el pasado colonial desde la “estructura provincial”, es decir, desde las diversas provincias que en 1777 se unen en la Capitanía General, y no sólo desde Caracas, como era común hasta entonces, constituyen un aporte. Los tomos referentes a la Independencia y la república, sí han abrigado siempre importantes reservas; siendo considerados, en el mejor de los casos, como una simple ampliación de sus manuales escolares. Y llegamos a sus manuales escolares: tal es otra vertiente significativa de su obra, fundamental para explicar la fama que goza. En 1956 aparece el primero de ellos, titulado Historia de Venezuela. Éste en particular tendrá numerosísimas reediciones (y con variantes pequeñas, en México, nada menos que por el Fondo de Cultura Económica; en los Estados Unidos, traducida al inglés, y hasta en Rumania) cosa que, junto a su constante colaboración en la prensa (a los diecinueve años es nombrado director del importante diario El Impulso, y hasta mediados de la década de 1990, no dejó de publicar en diversos periódicos), a sus apariciones en la televisión y a su actividad política, va a afianzar firmemente su imagen de ser el historiador de Venezuela: para muchos venezolanos, lo único que han oído de historia ha sido por conducto de algún texto suyo. Pero el quiebre entre Morón y el resto de los historiadores de su tiempo se dio por razones importantes. Antes que nada, desde el principio Morón se opuso tenazmente al marxismo y, en general, a todo lo que no fuera lo que él mismo llama una “historiografía clásica”. Desde el debate que tiene con Brito Figueroa en el 48, hasta la actualidad, ha sido invariable en esto. Incluso llegó a declararse discípulo de Bossuet. Al igual que Brito ensayó una historia general de Venezuela desde el marxismo (la Historia económica y social de Venezuela, aparecida en dos tomos en 1966, y elevada a cuatro para
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1987), Morón hizo lo propio, pero inspirándose en los viejos historiadores, narrando y analizando los grandes hechos, fundamentalmente los políticos. Su obra no acusa recibo de prácticamente ninguno de los grandes debates que se dan en las Escuelas de Historia de las décadas de 1960 y 1970. Simplemente como si no hubieran existido. Pero hay más: muy identificado con la herencia hispánica, tesis como la negación de la condición de colonia de las provincias que después serían Venezuela –tesis que, por cierto, desde ciertas perspectivas han sido revaloradas últimamente– le valieron la animadversión de quienes hablaban de la dependencia y el neocolonialismo. Hispanófilo, amigo, en parte porque se formó con ellos, de muchos de aquellos promotores de la hispanidad afectos al franquismo; sin un entusiasmo especial por los grupos indígenas –a quienes no tuvo empacho en llamar indios– ni por su legado, lo suyo era como para dejar atónitos, como en efecto los dejó, a quienes pugnaban por meter a la historiografía por otros senderos. Súmesele que políticamente siempre apoyó movimientos ubicados a la derecha del espectro nacional; que trabajó en la transnacional petrolera Shell, dirigiendo su revista; que dio clases en la Universidad Católica Andrés Bello y después en la Simón Bolívar, ambas famosas en los sesenta y setenta como conservadoras; que a los treinta y dos años fue incorporado a la muy, para entonces, detestada Academia Nacional de la Historia, vista como el núcleo que, en verdad, era de la historia tradicional; y, para colmo, que triunfó como hombre de negocios…súmese todo eso y tenemos al perfecto malvado para el visor de un joven historiador de 1970. Pero a la gente, al común, a las maestras, les gustaba y les sigue gustando los libros de Morón. Naturalmente, puede decirse que les gusta precisamente por tradicionalistas, porque no alteran verdades consagradas, porque no hacen verdaderos retos a la conciencia histórica… pero eso es ya desdecir mucho del conjunto de la sociedad. Ahora bien, como director de publicaciones de la Academia Nacional de la Historia y después como su director (entre 1986 y 1995), editó un millar de títulos, rescatando incunables o publicando manuscritos, sobre todo coloniales, que de otro modo estuvieran prácticamente fuera del alcance de los investigadores. Este aporte editorial, por sí solo, esta fuera de toda discusión. También organizó un departamento de investigaciones, en el que encontraron trabajo muchos licenciados en historia, que desarrollaron una obra muy ajustada a los planteamientos de la nueva historiografía. Por si fuera poco, a partir de 1982, dirigió la publicación de una colección de treinta y tres volúmenes de la Historia general de América, con especialistas de todos
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los países, que constituyen un aporte del esfuerzo historiográfico y editorial venezolano que no se ha reconocido aún del todo. Después del barullo despertado por su Historia…, se centró en la narrativa, publicando novelas que tuvieron verdadero éxito editorial. A punto de cumplir ochenta años Morón sacó un libro difícil de definir. Es algo así como unas memorias, algo inconexas en sus partes; escritas con verdadero desenfado (“yo escribo sencillamente porque me da la gana”, espeta al principio) y muy poca piedad para con quienes no son merecedores de su estima. Es el libro de un hombre que siente que ya no tiene nada que perder. De hecho, el título, Memorial de agravios (Caracas, Alfadil, 2005), no es sólo un tributo más que le hace al viejo castellano, sino una clara señal de su espíritu; del ajuste de cuentas vital que procesa. ¿Por qué traemos este texto a colación? ¿Por qué, a pesar de lo dicho, Morón viene a dar ahora a la condición de “rebelde”? Porque, con todo, es muy decidor del momento historiográfico que estamos delineando el que hasta él, tan clásico, tan al margen de lo que representó el proceso de renovación historiográfica que lideró un Carrera Damas, identifica el problema y por primera en su vida coincide con él (¡e incluso lo cita!): el bolivarianismo se ha convertido en un peligro para la democracia. Sus asertos, en esto, son tan severos como en lo demás. Cuando habla del proceso y de Hugo Chávez lo hace sin cortapisas, sin deseo alguno de parecer imparcial, de asumir la mesurada postura del historiador. Es una andanada de acusaciones altisonantes lo que reserva para el Comandante. Dice, por ejemplo: “No fue una gota la que rebasó el vaso, sino toda una tormenta la que se tragó el vaso y a todas las aguas que servían la tradición. La avalancha bolivariana que cubre todas las malhechurías de un golpista convertido en Presidente electo por una minoría un poquito más minoría que las otras minorías, pero con una mayoría del setenta por ciento de votos que no fueron a las urnas” 29. Pero lo importante, una vez más, es que busca un sentido histórico y termina llegando a conclusiones similares a las forjadas, con muchos datos y reflexión, por los autores precedentes. Aunque asegura que “la República Bolivariana será un episodio en historia política malhumorada de la historia del
29. Guillermo Morón, Memorial de agravios, Caracas, Alfadil Editores, 2005, p. 129.
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pueblo que trata de respirar libertad y justicia”30; reconoce que lo que llama el culto al “Mío Cid Libertador”, ese culto, “que historiadores de penúltima generación tratan de desmontar -Germán Carrera Damas, Luis Castro Leiva, Elías Pino Iturrieta, Ángel Ziems– empezó en 1813 (…) se opaca mientras los restos se guardan en Santa Marta, resurge con Páez y el traslado a la Catedral de Caracas cuando Mío Cid retorna a su casa (…) sube la temperatura mitológica con el Panteón, alcanza su apogeo en el Campo de Carabobo, se envilece en las Cívicas Bolivarianas y se despacha en las turbias aguas de los Círculos Bolivarianos.31” Es, pues, una tradición de casi dos siglos, comenzada por el mismo Bolívar en vida. “Así, pues, el Mío Cid Bolívar, el Mío Cid Libertador, es responsable del marasmo chapista. Los grandes escritores españoles pidieron un nuevo destierro para don Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador; desterrar su mito de la memoria del pueblo para que el pueblo español viviera de nuevo” 32. Por eso hay que “desbolivarizar” al país. “Si Bolívar no se ha escapado del Panteón, horrorizado por tantos huesos falsos (…) sería conveniente (…) sacarlos a todos, uno a uno para un panteoncito local o para una fosa común”33. ¡Vaya! ¿Y a qué tanta severidad? “Mientras tanto se puede y debe recuperar la vieja Plaza Mayor de Caracas, limpiar las aceras del Palacio de las Academias, recuperar las escuelas integrales y restablecer el nombre de la República de Venezuela monda y lironda, la República cuyo fundamento es el pueblo con memoria y sin mito. Largo trabajo de reconstrucción para cien años, si no se secan los ríos, si no se talan los árboles, si no se mueren de hambre los niños de la calle, si no se termina de contaminar con odio bolivarianos a la gente común y corriente llamada pueblo” 34.
30. Ibd., p. 128. 31. Ibd., p. 127. 32. Ibd., p. 133. 33. Idem. 34. Idem.
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La República cuyo fundamento es el pueblo con memoria y sin mito: qué forma tan monda y lironda de explicar las razones para liberarnos del tutelaje de dos siglos del Libertador. No es poca cosa viniendo del historiador al que atienden hasta los cantadores de joropo. c.4) De porqué Manuel Caballero no es bolivariano Ubicado entre el periodismo –en 1979 fue Premio Nacional en el rubro– y la historia, que ha copado lo fundamental de sus afanes, Manuel Caballero (Caracas, 1931) se une al corro de los rebeldes con una compilación de textos que desde 1975 ha venido publicando sobre –mejor habría que decir, contra– el bolivarianismo, sugestivamente titulada: Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica, aparecida por Alfadil Editores, de Caracas, en 2006, como el número 9 de la “Colección Manuel Caballero”. Por varias razones es un libro típico de los de Caballero –escrito con agilidad de periodista y, de hecho, con muchos de los textos pensados inicialmente para la prensa; con buenos tirajes (¡dos ediciones en un mes!), con fina ironía espolvoreada sobre todas las páginas, con comentarios agudos y muy eruditos– pero hay una por la que es, probablemente, el más atípico de todos los libros de historia publicados en Venezuela desde que se separó de Colombia: es, acaso, el primero en el que un historiador venezolano declara tajantemente y a los cuatro vientos, que no es bolivariano. Si Elías Pino Iturrieta y Germán Carrera Damas abonaron el terreno teórico para la rebelión, Caballero tomó una pira y está dispuesto a quemar el Palacio de Invierno. Veamos: “…no soy bolivariano por la misma razón que no soy antibolivariano. Es decir que no creo que quien pretenda escribir un análisis, llámese histórico, político, sociológico, filosófico o todas esas cosas unidas, deba adoptar una actitud semejante. Y eso, ni siquiera con referencia a la más relevante personalidad posible: se puede escribir una historia cristiana o por el contrario anticristiana; es también posible escribir una historia mahometana o antimahometana. Pero en ambos casos, queda claro que (cualquiera que sea su dimensión) se estaría escribiendo un panfleto político, filosófico y hasta histórico, pero no se estará frente a un libro de historia. Porque la historia es la memoria colectiva de la humanidad, es el análisis del desa-
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rrollo de los hombres en sociedad; y eso no puede reducirse a un solo hombre, por influyente que haya sido” 35. O lo que es lo mismo: que vistas así las cosas, poco de lo escrito en la Historia Patria, tan bolivarianas como han sido, puede considerarse historia; o que por lo menos hoy no lo sería si a alguien se le ocurriera escribirla así. Por eso, y por otra razón más poderosa, no es bolivariano: por su oposición al nacionalismo, que en Venezuela se ha edificado sobre la figura del grande hombre, y “que ha sido uno de los mayores flagelos del siglo veinte con su carga de sangre y de horror” 36. Contimás cuando es venezolano y Venezuela, por lo menos la que república que emerge en 1830 y en la que aún vivimos, “no es una creación de Bolívar, sino que se formó contrariando la voluntad del Libertador” 37. Tales, afirma, “son mis razones como historiador, como venezolano y como ciudadano de un país laico para enfrentar un fundamentalismo semirreligioso y harto perjudicial. Pero además, para dejar claro que mientras mi oposición apela a la razón, el culto a Bolívar apela a lo irracional, por ignorancia o por mala fe” 38. De seguidas presenta un conjunto de textos de varia índole –artículos de prensa, fundamentalmente; ponencias, reseñas y ensayos de mayor aliento, lo que, eso sí, le da cierta desigualdad a los textos– en los que estudia de diversas maneras al bolivarianismo. Como con Carrera Damas y Pino Iturrieta, en este otro libro de la rebelión de los historiadores venezolanos contra el culto bolivariano, Hugo Chávez, ocupa un lugar destacado. No, como en los otros casos, a través de la oposición a sus ideas y políticas concretas, cosa que hace semana a semana en uno de las columnas más leídas del país, que dominicalmente aparece en el diario El Universal, de Caracas; sino a través de su análisis con sentido histórico. Primero, algo de crítica histórica. Ataca a dos de esas típicas manipulaciones de las ideas del Libertador que desde hace siglo y medio se han venido haciendo todos los gobiernos: entresacar con pinza una frase de sus escritos, 35. Manuel Caballero, Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica, 2da. edición, Caracas, Alfadil, 2006, p. 12. 36. Ibd., p. 13. 37. Ibd., p. 21. 38. Ibd., p. 13.
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descontextualizarsa y volverla una máxima, bajo el título de “pensamiento del Libertador”. Para construir el socialismo (bien que bolivariano), así como antes para combatirlo, el procedimiento ha sido el mismo, y como prueba señala el caso de “los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias en nombre de la libertad”, que ha hecho las delicias de las izquierdas latinoamericanas; y aquello de “si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, que a su vez ha hecho las delicias de las dictaduras de derechas militares, y en función de su ataque a los partidos, generalmente socialistas… Así es Bolívar: como lo dice Pino, un “santo de vestir”, que en cada efeméride se cubre con el ropaje que más le convenga. Lo del segundo caso se resuelve con relativa facilidad con una simple crítica externa del documento: extraído de su última proclama, fecha el 10 de diciembre de 1830, es evidente que no se trata, como tantas veces se manipuló, de los partidos modernos, que no existían, si no de las fuerzas disolventes que, literalmente, estaban partiendo a su Colombia. Pero lo del primero sí requirió un trabajo algo mayor. Tomado de una carta al Encargado de Negocios de Su Majestad Británica, Patricio Campbell, de 5 de agosto de 1829, Caballero la analiza en dos planos: primero, el destinatario, nada menos que el representante de la potencia que estaba en competencia con los Estados Unidos por ocupar un lugar privilegiado en los mercados y la geopolítica de la que hasta hacía nada había sido la América Española, y a la que, ostensiblemente, prefería el Libertador, entonces, y este es el segundo punto, ya en su fase conservadora. Se trata del Bolívar de la Dictadura, del que proscribió a Bentham y a las logias, del que tuvo entre los obispos a sus principales aliados: generalmente no se cita el párrafo que a continuación agrega: “por el sur encenderían los peruanos la llama de la discordia; por el Istmo los de Guatemala y Méjico; y por las Antillas los americanos y los liberales de todas partes” 39. Es, pues, un aserto antiliberal (lo que, sin embargo, no viene necesariamente en contra del ideario marxista-leninista). Aunque consideramos que las tirantes relaciones del último Bolívar, ese que José Gil Fortoul dibujó tan bien a partir de 1827, merecen un análisis aún más detenido y que no estaban, como otros testimonios confirman, del todo exentas del temor a que el naciente imperialismo norteamericano fuera a ser,
39. Citado por Ibd., p. 50.
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como fue por un siglo, un problema para el libre desenvolvimiento de las repúblicas hispanoamericanas; el análisis de Caballero va colocando algunas cosas en su lugar. Después viene la que tal vez es la parte más acabada y novedosa del libro: la tercera, “Bolivarianismo y fascismo”. A través de una breve introducción al fascismo y a la utilización que hizo Mussolini de la figura del Libertador –por demás, muy a propósito del gusto del régimen de Juan Vicente Gómez: por algo el Duce también prohijó y editó a su gran ideólogo, Laureano Vallenilla-Lanz– como expresión suprema de la “raza latina”, como creador latinoamericano del “Estado fuerte y unitario” (¡ah el Bolívar de 1828!), como líder fuerte y popular (es decir como Duce), pasa “del bolivarianismo de los fascistas, al fascismo de los bolivarianos”. Siguiendo el esclarecedor camino seguido por Umberto Eco para definir al ur-fascismo, es decir, el de la pesquisa de esas raíces primigenias del movimiento que, juntas o repartidas en subgrupos, permiten identificar células potencialmente fascistas en diversos pensamientos. Una sola no basta, pero la reunión de dos o tres ya pueden prender la señal de alerta. El culto a la tradición, por ejemplo, en nuestro caso, contra el capitalismo globalizador y neoliberal; ese culto, que busca en héroes legendarios, guerreros, vigorosos, un asidero nacional para colectivos desencantados con los modelos de la modernidad, sobre todo la democracia liberal, que huele tanto al culto bolivariano; y además como pábulo para el llamamiento a las clases medias frustradas contra la oposición a los “podridos” gobiernos parlamentarios (“que cesen los partidos y se consolide la unión”), también características típicas del ur-fascismo, le permite configurar un “fascismo bolivariano” en el movimiento de Chávez, que, al menos como hipótesis, es atendible. Demás está decir que Caballero cubre todo los requerimientos para ser, como todos los de la “rebelión”, otro representante de la profesionalización del oficio de historiador que se da a mediados del siglo XX. Proveniente del Partido Comunista, y después de haber pasado su exilio durante la Dictadura Militar (1948-1958) en París y Roma, una vez retornado al país, se graduó en la Escuela de Historia de la UCV, de la que será después uno de sus más connotados profesores; obtuvo más adelante un PhD en la Universidad de Londres. Especializado en el tema de la historia política, a él se le deben unas cuantas monografías fundamentales, como La Internacional comunista y la revolución latinoamericana (1986) o Gómez, el tirano liberal (1993); en buena
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medida el “descubrimiento” historiográfico de Rómulo Betancourt, de quien en juventud fue un severo opositor, y sobre el que ha producido un precursor Rómulo Betancourt (1977) y después una biografía política llena de propuestas sugestivas, que deja muchos caminos abiertos (pero que no siempre, lamentablemente, transita): Rómulo Betancourt, político de nación (2004). Pero de mayor difusión han sido sus libros de ensayos, donde el ejercicio del periodismo y de la militancia política se unen con la historia para presentar análisis de la sociedad venezolana reveladores y capaces de concitar un gran y cautivo público de lectores: La pasión de comprender (1983), Ni Dios, ni Federación (1995) o Las crisis de Venezuela contemporánea (1998), ya son compilaciones ineludibles en ese género que en Venezuela ha tenido tantos cultores –Mariano Picón-Salas, Arturo Uslar Pietri– que es el ensayo libre. Súmesele a esto su labor como un hombre que sabe moverse en los meandros del humor, con trabajos reunidos en obras como Defensa e ilustración de la pereza (1998), y termina la configuración de un hombre que no sólo logra hacernos pensar y cuestionar lo que normalmente hemos pensado, sino que logra además lo hagamos con una sonrisa40. El libro que acaba de reseñarse es un ejemplo de esto. d. ¿Hartos de Bolívar?, a modo de conclusión Tres cosas parecen haber quedado en claro después de este recorrido: a.) por primera vez en la historia (y en la historiografía) venezolana se manifiesta una “rebelión” tan amplia y franca al culto a Bolívar, al punto de que cuatro de los historiadores vivos más importantes del país sacaron libros específicamente para denunciarlo: este dato, por sí solo, es revelador de un estado muy particular en el país, de procesos fundamentales que lo han cambiado en las últimas décadas y de la naturaleza de la coyuntura actual y sus posibles implicaciones; pero no lo es tanto como el hecho de que su prédica haya encontrado tanta audiencia más allá de las universidades, adonde normalmente se restringían estos debates. Evidentemente, b.), esta rebelión está claramente impulsada por la Revolución Bolivariana y el temor, en estos historiadores, que políticamente les son muy adversos, de que se trate de una simple reedición del bolivarianismo tradicional de nuestras dictaduras militares, destinado a
40. Para una semblanza del autor, véase: Vanesa Peña Rojas, Manuel Caballero, militante de la disidencia, Caracas, Los Libros de El Nacional, 2007.
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sofocar los anhelos democráticos de la sociedad. Sin embargo, el punto es que hay mucho más. En el fondo hay mucho más. Lo que nos lleva al tercer aspecto: c.) epistemológica e ideológicamente, el andamiaje conceptual con el que se le enfrentan, viene de la revisión de la historia venezolana llevada adelante por las escuelas de historia y otras instancias universitarias relacionadas (escuelas de educación, postgrados, pedagógicos), desde la segunda mitad del siglo XX. Es una revisión en la que se formaron y a la que a su vez impulsaron. La autonomía universitaria, la libertad de cátedra y el clima general que permitió, al menos en círculos académicos, pensar al país en términos distintos a la épica de la Historia Patria, y a deslindarse de la “filosofía de Estado”, con la que Venezuela ha venido funcionando, al menos, desde la época de Guzmán Blanco. Determinar que el bolivarianismo fue una solución para integrar y darle ánimos a un colectivo disgregado y muy disconforme con los resultados inmediatos de la Emancipación, fue un logro fundamental, porque permitió una comprensión crítica de lo que tradicionalmente había sido nuestra conciencia histórica, una especie de metacognición de la forma en la que nos veíamos y concebíamos (nos vemos y concebimos aún) a nosotros mismos, así como de las trampas y yerros que encierra; y es un aporte que en buena medida viene delineándose desde la década de 1960 por obra de investigadores como Germán Carrera Damas y Luis Castro Leiva. Pero entender que en cierto punto de nuestro desarrollo histórico esa “solución” pasa a ser una amenaza; entender que hay que aparejar la conciencia histórica con la realidad histórica; que una conciencia constelada de héroes guerreros y santos tutelares no dispone a un colectivo a andar con pasos propios, sino a requerir del permanente concurso de unos oficiantes del culto y de unas encarnaciones de aquellas entidades, como se proclamaron a sí mismos los autócratas que gobernaron a Venezuela pos más de un siglo, que lo lleven de la mano; es un logro que, además de esclarecedor, ya puede traducirse en algunas claves para discutir el porvenir. Que esto ahora sea tema para lectores no especializados, es un signo de que algo está cambiando en la conciencia histórica de los venezolanos, aunque aún no podamos atisbar sus alcances reales. No se trata, como muy bien advierte Pino Iturrieta, de renunciar a los héroes, o de que los venezolanos desechemos a los que tenemos, como ningún pueblo lo ha hecho; se trata de atajar esa relación “patológica” que mantenemos con ellos, como una especie de Doña Juana que no puede separarse del
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hermoso cadáver de su amado. A su vez, la tesis de la “ideología de reemplazo”, esbozada por Carrera Damas, permite reconfigurar al bolivarianismo, no ya como un sucedáneo del siglo XIX y de viejas necesidades; como un remedio que empeñamos en seguir usando cuando ya no nos hace falta, sino una actitud típica de nuestro actual momento histórico, de confusión ideológica. La necesidad de encontrar una alternativa, una vez derrumbado el campo socialista, llevó a los venezolanos (que a su vez estábamos en nuestro propio derrumbe: el del sistema democrático representativo y civil de 1958 a 1998) como a otros pueblos a buscar en la mitología patria un asidero. Que en el fondo eso lleve una gran carga del antiliberalismo y del espíritu antidemocrático del militarismo y de los viejos marxistas-leninistas, entonces huérfanos, es otra cosa; pero es precisamente la que preocupa. Manuel Caballero, a su vez, ve esa glorificación de la tradición esgrimida en contra de innovaciones liberales y de una democracia burguesa “podrida”, los componentes típicos del ur-fascismo. Subraya, al respecto, la forma en que ya el bolivarismo fue usado por los fascistas puros y duros de la década de 1930. Pueden haber, naturalmente, razones para dudar del desinterés y el carácter netamente científico de esta “rebelión”, como de hecho se han oído acusaciones. Salvo Pino Iturrieta, los otros tres autores estudiados están alrededor –dos por abajo, uno por arriba– de los ochenta años Fueron en todos los casos hombres con una destacadísima figuración en el régimen democrático anterior, el desplazado por la revolución de Chávez. Y parecen muy impactados, pero muy conmovidos, por el proceso bolivariano. Es decir, la tentación de acusarlos de simples reaccionarios; de estar ejecutando el acto reflejo de quienes son sacados de la elite conductora del país, no está fuera del abanico de las conclusiones posibles. La forma en la que le otorgan poca o ninguna oportunidad a los argumentos de los afectos al proceso –aunque hay que admitir que Pino y Carrera Damas se dieron a la tarea de leer sus principales textos y de citarlos– pudiera ser abonado a esta tentación. No obstante, la argumentación que elaboran sobre una base documental amplia, junto al hecho de que por lo menos tengan treinta años bregando en el tema, y de que muchas de las acusaciones que formulan ya se habían configurado mucho antes de la llegada de Chávez a la escena política, permite ver las cosas de otra manera: el Comandante viene a confirmar para ellos unas hipótesis sobre el bolivarianismo y no al revés; éstas no nacen de él. A lo sumo su revolución las hizo de más urgente divulgación y de verdadero interés por un público que hasta el momento no había reparado en las mismas. Sí se extraña, hay que
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admitirlo, que el debate político en algunas ocasiones los hayan sacado de una mesura académica en las expresiones que más que quitarle, le hubiera dado más respaldo a sus tesis. En fin, el objetivo de estos textos, de toda esta “rebelión”, es tan histo riográfico como político. La revisión de los textos, en términos teóricos, nos da pistas para identificar la estrecha relación entre historiografía y política; entre conciencia histórica e ideología. ¿Hartos de Bolívar? Más o menos. Hartos, en realidad, de las amenazas a la libertad que el Culto al Libertador que a su juicio puede suscitar. Cerremos con la frase de Guillermo Morón que resume lo que de diversas formas todos estos historiadores parecen buscar como el resultado final de sus prédicas: una República cuyo fundamento es el pueblo con memoria y sin mito: Una república en la que el pueblo se dirija solo, como un adulto, como un colectivo libre, como lo requiere la democracia. Sí, ¡qué forma tan monda y lironda de explicar los objetivos de esta “rebelión”!
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Una polémica higienista y los cementerios de Caracas en el primer guzmanato, 1870-1877 Eduardo Cobos (*)
En Venezuela la salubridad pública de fines del siglo XIX, en gran medida, se fundamentó en los preceptos higienistas que elaboró el presidente Antonio Guzmán Blanco, junto a sus intelectuales y propagandistas, y que comenzaron a implementarse con base en reformas político-jurídicas durante el Septenio (1870-1877). Esto incluyó, tangencialmente, una especie de polémica que se suscitó en la prensa de la época en torno a los cementerios católicos ubicados al norte de Caracas, que tuvo como apoyo la teoría miasmática y que sirvió para apuntalar aún más las nociones generales que se querían esgrimir desde el Estado como excusa para la clausura de estos cementerios tradicionales. En estos preceptos se evidenciaban las características europeas que se habían trazado, en términos más amplios, en el plan de reurbanización de la capital, con el propósito, entre otras estrategias, de conseguir la hegemonía sobre los espacios de la muerte que intentaba imponer el Ejecutivo para restar poder a la Iglesia católica. Así, se favorecía la construcción de una necrópolis de características laicas en las afueras de la ciudad. Palabras clave: cementerios, salud pública, Guzmán Blanco, Caracas. A debate over hygiene and the cemeteries of Caracas during Guzmán Blanco’s first presidency, 1870-1877 Venezuelan public health by the end of nineteenth century was, to a large extent, based on ideas developed by President Antonio Guzmán Blanco, to-
(*) Licenciado en Historia. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Central de Venezuela.
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gether with intellectuals and publicists, and first implemented through political and legal reforms during his rule from 1870-1877. A key aspect of Blanco’s administration on that regard was a controversy over Catholic cemeteries in northern Caracas, stirred up by the press and supported by contemporary hygienist theory, giving the state an excuse to shut them down. Guzmán’s ideas showed European influences on his re-urbanization plans for the capital, which aimed, among other things, to gain control over cemeteries which until then had been under the Catholic Church’s control. This led to the construction of secular graveyards in the outskirts of the city. Keywords: public health, Guzmán Blanco, cemteries, Caracas. En Venezuela, para las últimas décadas del siglo XIX, debido a una concepción distinta de administración política y económica, el intento de modernización y unificación del espacio nacional fue realizado con características novedosas, lo que tuvo como resultado la formación definitiva de un proyecto de país. En efecto, es sólo con Antonio Guzmán Blanco como gobernante1, que se pudo instaurar una forma más práctica de poder, la cual se propuso consolidar la administración y el control político-social sobre la población en un periodo de adelantos sustanciales. Para poner en marcha su plan, este mandatario recobró los bosquejos del proyecto iniciado desde los comienzos republicanos que contemplaba la modernización de la sociedad bajo el designio del progreso. La idea de progreso significaba cambios profundos en la sociedad concibiendo una estructuración que respondía a los patrones culturales, y si se quiere étnicos, de los países capitalistas avanzados. En este sentido, los productos agrícolas, base de la económica venezolana, debían tener una plataforma más permanente para ser exportados a las naciones industrializadas y así conseguir una relación más dinámica con el sistema capitalista mundial en expansión. Además, esto se relacionaba con la importación de productos manufacturados de esas metrópolis, creándose un creciente mercado consumidor en el país. Estas ideas eran resumidas en las condiciones de desarrollo que sustentaba la incipiente burguesía, cuyo intento se basaba en recuperar el espacio de poder político y económico perdido parcialmente
1. Antonio Guzmán Blanco gobernó el país en tres periodos: el Septenio (1870-1877), el Quinquenio (1879-1884) y la Aclamación Nacional (1886-1887); entre medio hubo dos lapsos donde estuvieron a cargo del Ejecutivo Francisco Linares Alcántara (1877-1878) y Joaquín Crespo (1884-1886).
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por la clase dominante, y que, a su vez, tuviera la capacidad de articular los adelantos necesarios en la administración del Estado2. Esta situación no fue exclusiva de Venezuela, ya que las ideas que provenían de las urbes industrializadas habían comenzado a difundirse, aunque de manera desigual, en el resto de Latinoamérica desde mediados del siglo XIX. Estas ideas tuvieron en el positivismo una gran posibilidad de desarrollo, con lo cual se sustentaron los cambios que se estimaban necesarios e inevitables en estas sociedades. De esta manera, en su conjunto, no es poco lo que aportaron los intelectuales a la imposición de las ideas a la clase en el poder y con esto a la manipulación ideológica de toda la sociedad, quienes realizaron un despliegue considerable en favor de las medidas emprendidas por sus gobiernos. Y estas sociedades observaron asombradas cómo se derrumbaban las tradicionales edificaciones que habían levantado desde la Colonia sus antepasados, así como se desplomaban con celeridad las concepciones cotidianas. Todas estas inquietantes ideas, en definitiva, fueron también utilizadas como un ataque a lo más acendrado de los vestigios de la sociedad colonial, que persistían entre los miembros conservadores de la clase dominante y tenían a la Iglesia católica como uno de sus baluartes y más acérrimos aliados3. La Caracas guzmancista y la salubridad pública En el caso venezolano, la gestión guzmancista incluyó una cohorte de intelectuales de distintas áreas: profesionales diversos, escritores, periodistas o artistas, que afinan su pluma desde, sobre todo, las páginas de las publicacio2. Los estudios sobre las políticas de modernización impulsadas en el periodo guzmancista son abundantes, entre éstos vale destacar: John V. Lombardi, Venezuela. La búsqueda del orden. El sueño del progreso, Barcelona, Crítica, 1985; Pedro Cunill Grau, Geografía del poblamiento venezolano en el siglo XIX, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, t. III, 1987; Germán Carrera Damas, Formulación definitiva del proyecto nacional: 1870-1900, Caracas, Cuadernos Lagoven, 1988; Inés Quintero (Comp.), Antonio Guzmán Blanco y su época, Caracas, Monte Ávila Editores, 1994; Nikita Harwich Vallenilla, Guzmán Blanco y la modernización, Caracas, Historiadores SC, 1994; Germán Yépez Colmenares, “El proceso de modernización liberal y la reafirmación del Estado laico en Venezuela (1870-1877)” en Ensayos históricos. Anuario del Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Caracas, n° 10, segunda etapa, 1998, pp. 91-108; María Elena González Deluca, Negocios y política en tiempos de Guzmán Blanco, Caracas, UCV, 2001. 3. Ángel J. Cappelletti, Positivismo y evolucionismo en Venezuela, Caracas, Monte Ávila Editores, 1994, pp.19-25; Leopoldo Zea (Comp.), Pensamiento positivista en latinoamericano, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980, t. I, pp.XXXI-XXXIV; José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Universidad de Antioquia, 1999, pp. 346-47.
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nes oficialistas, y entre éstos destacan un puñado de científicos que proporcionan con sus artículos y estudios -donde no estuvo ausente, inclusive, el bien intencionado consejo doméstico-, la esperada sensación de conquista de los basamentos ineludibles para obtener civilización y progreso. Porque es a partir de 1870, que realmente se realiza un impulso sustancial para la profesionalización académica, entre los cuales, provenientes de la élite, se contaban a los que habían hecho estudios en ciudades europeas y en Venezuela, quienes serían los responsables de incorporar importantes modificaciones relacionadas, entre otras, con la educación y la salubridad pública4. Estas nociones se vinculan, como se ha señalado, al pensamiento positivista, que tiene ejemplos notables de investigadores y pedagogos en Adolfo Ernst, Rafael Villavicencio o Vicente Marcano. Éstos fueron los primeros promotores de la doctrina, que, a su vez, contemplaba algunos tintes anticlericales, y la cual en el país, pese a su temprana incorporación por Villavicencio en 1866 (ver figura 1), no tuvo gran originalidad y se destacó más bien por las obras del guzmanato5. Por ello, y debido a las nuevas concepciones que pululaban en el ambiente, las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el Septenio fueron de claro enfrentamiento. Sin embargo, fue un hecho, evidenciado de inmediato, que la beligerancia tenía como fin último la supremacía de los espacios de poder que la Iglesia había consolidado, siendo éstos de carácter económico, político y, cuestión no menos importante, de índole ideológica. La abrupta embestida del Estado, al tener a su favor las herramientas jurídico-políticas, provistas por la relativa paz social, tuvo como efecto una situación delicada para la Iglesia, porque Guzmán Blanco firmó decretos urgentes con los cuales, según apunta el historiador Germán Carrera Damas: …disolvió los conventos; cerró los seminarios; estatuyó el matrimonio civil como único válido (1873); creó el registro civil, privando con ello a los párrocos de un importante medio de control social; limitó
4. Germán Yépez Colmenares, La salud pública en la ciudad de Caracas durante el primer gobierno del General Antonio Guzmán Blanco, 1870-1877. Trabajo de ascenso para optar a la categoría de Asistente, Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Universidad Central de Venezuela, 1996, p.64. Para la relación de los intelectuales con el mandatario, ver: J. J. Martín Frechilla, Cartas a Guzmán Blanco, 1864-1887, Caracas, UCV, 1999, pp. 163-218. 5. Ángel J. Cappelletti, Ob. Cit., p. 25.
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el derecho de la Iglesia a tener bienes y demolió y reasignó iglesias. Como contrapartida auspició el culto masón. Estas medidas, entre otras, no sólo desintegraron el poder económico, social y político de la Iglesia, sino que contribuyeron a la modernización de la sociedad 6. Así mismo, esta relación de fuerzas tuvo otros escenarios, entre los que se incluyó a los espacios de la muerte. En este sentido, las acciones oficiales del guzmanato en torno al asunto no se hicieron esperar. Éstas se centraron en imponer el diagnóstico científico para las defunciones, que dio cabida al Código Médico Forense y a la implementación de la primera sala de autopsias en la Universidad Central; la instrumentalización de instancias legales: Código Civil, Código Penal y el Reglamento de Cementerios, que permitió el registro civil de las defunciones, establecer los parámetros de los nuevos cementerios públicos, reglamentar las exhumaciones e inhumaciones y las prácticas testamentarias; la construcción de cementerios fue llevada a cabo con el propósito de hacer comprender a la Iglesia que el control que había ejercido sobre los actos mortuorios carecía de bases legales o doctrinarias; así como la utilización política del significado de la muerte7, que fue aprovechado con un gran despliegue propagandístico por parte del gobierno al crear el Panteón Nacional (1875-76), con lo cual se impulsó la religión civil y patriótica, que no eludía en ningún momento los principios doctrinarios que auspiciaba el Ejecutivo. Por otra parte, el proyecto urbano que llevaba a cabo Guzmán Blanco, y que se basaba de igual modo en modelos provenientes de los países industrializados, fue completado al proporcionar a la administración municipal las herramientas jurídicas funcionales para llevar adelante parcialmente los cambios que requería la modernización de la ciudad. Así, se recobraban ciertos aspectos de la “policía urbana”, en la cual se incluían, entre otras, la reglamentación y fiscalización del funcionamiento de la arquitectura civil y ordenamiento de las calles. Igualmente, la salubridad pública asumió una importancia destacada en estas disposiciones, donde, bajo la supervisión de la
6. Germán Carrera Damas, Ob. Cit., p.40. Para los detalles del conflicto entre la Iglesia y el Estado, ver: Herminia Méndez S., “La Iglesia católica en tiempos de Guzmán Blanco” en Tierra Firme, Caracas, N° 35, julio-septiembre de 1991, pp. 235-244. 7. Alberta Zucchi, “Polvo eres y en polvo te convertirás: la muerte y su entorno en Venezuela hasta 1940” en Antropológica, Caracas, Fundación La Salle, n° 93-94, 2000, pp. 78-79.
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policía, se tuvieron en cuenta la solución de los problemas de agua potable, los brotes de enfermedades contagiosas, el estado de la comida en los mercados públicos, las condiciones higiénicas de los hospitales; lo que no dejó de lado, además, el traslado hacia las afueras de la ciudad de basureros, fábricas y mataderos; y la prohibición de inhumaciones urbanas en las iglesias y el uso de los cementerios en el perímetro urbano8. En este sentido, al mismo tiempo que se difundían los anuncios festivos del día 5 de julio de 18769, el gobierno aprovechó para dar a conocer el decreto donde se ponía en funcionamiento la nueva necrópolis de la ciudad, cuestión que se realizaría desde el 10 de julio. La ocasión también fue propicia para despejar dudas sobre los camposantos en ejercicio10, ya que en un artículo del decreto se señalaba que las inhumaciones sólo podrían efectuarse en el nuevo Cementerio General del Sur ubicado a extramuros de la ciudad en el Rincón del Valle en el sitio Tierra de Jugo (ver figura 2). Esta prohibición incluía a los templos, capillas, lugares de culto o cualquier otro espacio utilizado hasta ese momento11. El encargado de la nota anónima 8. Arturo Almandoz Marte, Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940), Caracas, Fundarte/Equinoccio, 1997, pp. 104-106. 9. El 5 de julio se conmemora la Independencia definitiva de Venezuela. Las fechas patrias, junto a otras conmemoraciones oficiales que incluyeron a la gesta guzmancista, fueron momento oportuno para la inauguración de obras públicas en el periodo, las cuales contaron con un impresionante despliegue propagandístico, Pedro E. Calzadilla, “El olor de la pólvora. Fiestas patrias, memoria y Nación en la Venezuela guzmancista, 1870-1877” en Caravelle. Cahiers du monde hispanique et Luso-Bresilien. Toulouse, Nº 73, 1999, pp. 111-130. 10. Los cementerios clausurados fueron: “…‘Canónigos’, ‘Hijos de Dios’, el del Este, el de ‘las Mercedes’ y ‘San Simón’”, Enrique Bernardo Núñez, La ciudad de los techos rojos, Caracas, Monte Ávila Editores, 1988, p.244. A éstos hay que agregar los cementerios de extranjeros: el inglés inaugurado en 1834 y el alemán de 1853, Manuel Landaeta Rosales, Los cementerios de Caracas, Caracas, Fundarte, 1994, p. 18. 11. Para un estudio comparado en Latinoamérica de la implementación de medidas higienistas y la posterior erección de las necrópolis extramuros, ver otros ejemplos en: Marco Antonio León León, Sepultura sagrada, tumba profana. Los espacios de la muerte en Santiago de Chile, 1883-1932, Santiago de Chile, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos/Lom Ediciones, 1997; Oscar Iván Calvo Isaza, El Cementerio Central. Bogotá, la vida urbana y la muerte, Bogotá, Observatorio de Cultura Urbana/Tercer Mundo Editores, 1998; José Pedro Barrán, Historia de la sensibilidad en el Uruguay, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1998, t. II; Adriana Corral Bustos et alter, “El cementerio del Saucito en San Luis Potosí y sus monumentos a finales del siglo XIX” en Relaciones, San Luis Potosí, Nº 94, 2004, pp. 126-158; Miguel Ángel Cuenya, “Los espacios de la muerte. De panteones, camposantos y cementerios en la ciudad de Puebla. De la Colonia a la Revolución”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Coloquios, 2008, [En línea], Puesto en línea el 03 janvier 2008. URL: http://nuevomundo.revues.org/index15202.html. Consultado el 22 de noviembre 2008.
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que acompaña la disposición oficial, elogia el emplazamiento de la nueva obra en desmedro de los otros cementerios, exponiendo uno de los argumentos más solicitados: Lejos de estar ya ese foco de emanaciones y de corrientes deletéreas en la parte alta de la ciudad, que nos ha obligado a recibirlas por ministerio de la inclinación del terreno y de los vientos que barren aquella parte de la población, de hoi (sic) más se hallará al Sur, es decir en la parte más baja del valle, y con un cerro en medio, pequeño pero suficiente para ponernos a cubierto de toda trasmisión aérea por las brisas12. La clausura de los camposantos tradicionales de Caracas había sido propuesta enérgicamente desde hacía tiempo por los más cercanos al gobierno, lo que dio cabida a un debate de índole especializado en la prensa, que no escatimaba argumentos científicos, los cuales contemplaban posiciones encontradas o bien contradictorias. Lo medular de esta discusión se apoyaba en los argumentos de higiene pública, que se explicaba por la teoría miasmática, la cual tenía plena vigencia para la época13, e implicaba una revisión exhaustiva no sólo de las leyes que reglamentaban la policía urbana, sino que incluía la injerencia del Estado en las costumbres más arraigadas de lo cotidiano, relacionadas con el aseo y la salubridad. Todas estas medidas y concepciones fueron apoyadas casi incondicio nalmente por los intelectuales cercanos al poder. Uno de los promotores de 12. “Nuevo Cementerio”, La Opinión Nacional, Caracas, lunes 3 de julio de 1876. En relación con la distribución geográfica de la ciudad, Manuel Beroes P., “Caracas”, Diccionario Multimedia de Historia de Venezuela, Caracas, Fundación Polar, 1999, nos señala: “Caracas fue fundada en el cuerpo principal de un valle (…) alargado y estrecho, extendiéndose en sentido O-E por 25 km entre los puntos de Catia y Petare; lo limitan al N el cerro Ávila y al S el río Guaire, con una distancia de 4 km entre ambos, mientras que de N a S lo cruzan los cauces de las quebradas Caroata, Catuche, Anauco, Chacaíto, Chacao, Blandín y Petare. Hacia el S y el SO del cuerpo principal existen 3 valles menores, rodeados de colinas pronunciadas cercanas y paralelas al Guaire”. El Rincón del Valle era uno de estos valles, el cual, en ese momento, no pertenecía a los límites naturales de la ciudad y era considerado un suburbio, Pedro Cunill Grau, Ob. Cit., p.1655; también Margarita López Maya, Los suburbios caraqueños del siglo XIX, Caracas, ANH, 1986, p. 72. 13. Esta teoría de origen europeo se basaba en la importancia que se le comienza a dar a fines del siglo XVIII a la sensibilidad olfativa, y con esto creer que al ser expandidas por la atmósfera las emanaciones putrefactas de los cadáveres, éstas acarreaban enfermedades contagiosas, al igual que otras sustancias descompuestas provenientes del subsuelo, Alain Corbin, El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX, México, FCE, 2002, pp. 20-21.
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estos preceptos sanitarios había sido el médico José Manuel de los Ríos, que en su Tratado elemental de higiene (ver figura 3), de finales de 1874, intentaba orientar a la ciudadanía sobre ciertas reglas y hábitos en torno al tema, que ayudarían a la prevención de enfermedades. El opúsculo, a diferencia de un tratado a la usanza de su modelo europeo, se acercaba más bien a los manuales de urbanidad que ya habían sido ampliamente utilizados por las élites desde los comienzos mismos de la vida republicana, porque estos criterios higienistas coincidían, a su vez, con las nociones generales de comportamiento público propugnadas por el guzmanato14. El tono empleado por De los Ríos en el Tratado… es, sin desmerecer el postulado científico, eminentemente divulgativo y no desdeña la posibilidad aleccionadora y doctrinaria. Este médico considera que el aire sería uno de los mayores portadores de enfermedades debido, sobre todo, a su posibilidad de trasladar elementos contagiosos que ocasionan endemias y pandemias, porque los miasmas se transportarían a grandes distancias por medio de los vientos. En este sentido, la putrefacción se produciría cuando las condiciones de aire, calor y humedad son óptimas para ello. Así mismo ocurriría con la exhumación de cadáveres y la abertura de las sepulturas, ya que los miasmas se conservan indefinidamente siendo causa frecuente de enfermedades contagiosas, cuestión que sucedía en templos y cementerios. También el higienista aprovecha de sugerir ciertas precauciones y soluciones que tendrían que tomarse en casas, hospitales, cárceles y sitios de reclusión, los cuales deberían estar alejados de los pantanos15. En cuanto al agua en el escrito se advierte: “La inmediación a los cementerios altera la salubridad de las aguas por las infiltraciones que pueden tener lugar, produciendo como consecuencia la fiebre tifoidea y otras enfermedades de mal carácter”16.
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De los Ríos, se vincula, como se ha señalado, al ambiente de época que fue precepto fundamental en relación con la clausura de los cementerios y la construcción de uno nuevo en el Rincón del Valle, hacia el sur en las afueras de Caracas. En este sentido, el cementerio para católicos Los Hijos de Dios, emplazado en la parte norte de la ciudad, fue uno de los centros de la polémica, en desmedro de otros de menor importancia, ya que éste contaba con el aprecio de los citadinos, pero no cumplía, en apariencia, con los atributos que sostenía el “modelo civilizatorio” del guzmancismo y de sus obcecados intelectuales partidarios. Los cadáveres insepultos Hacia mediados del siglo XIX, en los cementerios católicos era usual observar cadáveres insepultos o bien cerdos pastando libremente en las dependencias como en el del Este, que tenía muros caídos, siendo su espacio ya insuficiente para la inhumación, y debido a este hacinamiento de cadáveres se le atribuyó la causa de la epidemia de sarampión y tos ferina, que diezmó notoriamente a la población infantil en 1851. Por ello fue clausurado por el municipio, que abrió, en palabras de un viajero de la época, …uno nuevo en la ciudad alta, más allá del lugar llamado Trinidad (…) [el cual], situado en un terreno sin cercado, repugna tanto a las clases mejores de la sociedad que allá no mandan a los cadáveres de sus parientes y prefieren, con perjuicio para la salud pública, embalsamarlos mal para poderlos depositar en el interior de las iglesias [cursivas de Lisboa]17. Para mediados de la década, el cólera cobra cerca de 2.000 vidas en la capital, y detrás del que sería el cementerio de San Simón (1857) se abre una zanja para enterrar a los muertos por la peste. Esta eventualidad obliga a pensar con urgencia en una medida más permanente, y es cuando se plantea la construcción del cementerio de Los Hijos de Dios18. La primera idea de ubicación del 17. Manuel María Lisboa, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, p.54. 18. Germán Yépez Colmenares, “Aseo urbano, olor y miasmas en la ciudad de Caracas 1870-1877”, en Ensayos históricos. Anuario del Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Caracas, n° 9, segunda etapa, 1997, p.152.
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camposanto es invalidada por el ingeniero Olegario Meneses, quien prueba que en la cercanía de la calle Dos Pilitas, lugar de la propuesta, las vertientes desembocan en la quebrada Catuche, lo que hacía insalubre allí su posición, porque el agua que descendía era aprovechada por los habitantes de la ciudad. Así, luego de un estudio de pendientes, se decide el lugar llamado sabana del Blanco para Los Hijos de Dios, encargándosele a Meneses el plano, cuya inauguración se celebrará con gran algarabía a fines de 1856 en una “…vistosísima planicie que orilla la gran quebrada a las faldas del Ávila y desde donde se goza de una admirable perspectiva del valle de Caracas”19. El viajero Eastwick, al recorrer los cementerios de Caracas, en 1864, también pudo disfrutar de la privilegiada vista que se apreciaba desde la planicie, y catalogó este cementerio como el más bello de Suramérica20 (ver figura 4). Sin embargo, pese a haberse convertido en paseo obligatorio para visitantes despreocupados, y entre éstos no faltó el que cuestionara la intolerancia religiosa del criollo21, desde mediados de los sesenta del siglo XIX los habitantes de la urbe comienzan a criticar severamente el funcionamiento del camposanto ante las autoridades. La controversia se centraba en el descuido del ornato y el abandono en que se encontraban las dependencias; e incluían, sobre todo, el cumplimiento deficiente de las medidas higiénicas que deberían respetarse para las inhumaciones, las cuales contemplaban una profundidad de por lo menos dos metros, que se hacía imprescindible debido a la permeabilidad del terreno y se sugería, además, la construcción de bóvedas especiales que estuvieran selladas con un sistema de entrabe de ladrillos para los casos de muerte por fiebres contagiosas22.
19. Enrique Bernardo Núñez, Ob. Cit., pp.228-229. 20. Edward B. Eastwick, Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864, Caracas, BCV, 1959, pp.39-40. 21. Carl Geldner, Anotaciones de un viajero por Venezuela 1865-1868, Caracas, Asociación Cultural Humboldt, 1998, p.110, señala: “…el criollo, como buen católico romano, no admite que un judío -como él llama a cualquiera otra fe- comparta su muerte con él, en el mismo trozo de tierra. Caridad cristiana, tolerancia y humildad son también aquí el lado débil de la iglesia católica romana”. 22. Para lo del ornato, Leszek Zawisza, Arquitectura y obras públicas en Venezuela, siglo XIX, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1989, t. II, p.91; los razonamientos de salubridad son de la nota “Higiene pública”, El Federalista, Caracas, 9 de noviembre de 1868.
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Por otra parte, el aprecio por el sentido olfativo cobraba cada vez mayor relevancia, por esto también se discute el entierro en las iglesias, cuestión que es asumida por el Tribunal de la Facultad Médica de Caracas en una nota al Ministerio de Fomento en 1867, donde se lo increpaba a tomar cartas en el asunto: Demostrado como está que la secuestración de los muertos, su sepultura y demás prácticas análogas tienen por único fin librar a los vivos del horrible espectáculo de la putrefacción, y sobre todo del mortífero influjo de sus productos. (…) interminable sería esta nota si este Tribunal entrase a exponer en ella todos los motivos que han tenido los legisladores para prohibir bajo severas penas los entierros en los templos y sólo le bastará hacer notar a Ud. que en su construcción jamás se han tenido en cuenta ninguna regla de higiene (…) [ya que] en ellos está el aire necesariamente viciado por la respiración y por la combustión de las luces y de las aromas23. La polémica higienista En ninguno de estos airados reclamos se ponía en duda la ubicación de Los Hijos de Dios. En todo caso, la sugerencia planteada por la Facultad no tuvo que esperar mucho tiempo más con Guzmán Blanco en el poder. En 1871, como ya hemos advertido, se prohibía inhumar definitivamente en las iglesias urbanas, y se impedía el uso de los antiguos cementerios cercanos en el perímetro de la ciudad, en nombre de una Ordenanza emitida por la Diputación Provincial de Caracas, siendo ésta una avanzada de los nuevos conceptos municipales, que se proponían, a su vez, como un instrumento eficaz para la salubridad pública24. Y que servirían, igualmente, de basamento jurídico a las normas que resumiría, entre otros, como hemos apuntado, el esmerado médico De los Ríos, convirtiéndose en sustento de la propaganda 23. Blas Bruni Celli, Historia de la Facultad Médica de Caracas, Caracas, UCV, 1957, p.227; Germán Yépez Colmenares, “Aseo urbano, olor y miasmas en la ciudad de Caracas 1870-1877”, en Ensayos históricos. Anuario del Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Caracas, n° 9, segunda etapa, 1997, pp.152-153. 24. Arturo Almandoz Marte, Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940), Caracas, Fundarte/Equinoccio, 1997, p.106. Es de hacer notar que ya se había intentado en Venezuela este tipo de medidas a principios del siglo XIX por motivos de salubridad pública, “Cementerios”, Diccionario Multimedia de Historia de Venezuela, Caracas, Fundación Polar, 1999.
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laica defendida por los divulgadores de la salubridad, para quienes las causas de las enfermedades, o buena parte de ellas, provenían de los vientos mefíticos trasladados desde la parte alta de la ciudad, donde se encontraban los tres cementerios en uso y el consumo de aguas contaminadas que eran conducidas también de ese sitio; así como de las aglomeraciones, fueran éstas de personas, de desperdicios o bien de organismos invisibles que acechaban la vida y propiciaban la muerte fulminante. De esta manera, si bien Los Hijos de Dios no era el único cementerio que seguía en ejercicio después de la citada Ordenanza, éste cobró especial relevancia por continuar siendo un cementerio apto para realizar inhuma ciones, después de ciertas modificaciones. Los dedos acusadores, desde allí en adelante, no cejarán de pedir su cierre, proponiéndose, en cambio, el traslado a extramuros de la ciudad. Por lo visto, además de las medidas de profilaxis social, que eran expuestas con convicción genuina y de manera ineludible, se encubría también el deseo fundacional cónsono con la modernización de toda índole a la cual se aspiraba. Así, entonces, se erigía la idea de una necrópolis para Caracas. En julio de 1874, desde La Opinión Nacional, comienzan a aparecer una serie de artículos que intentan dar explicaciones, bajo la perspectiva higienista, de las causas de las enfermedades que afectan visiblemente a la población. Los escritos tienen la particularidad de ser divulgativos y estar apoyados en la experimentación científica, cuestión que se desarrolla en algunos casos, o se enuncian de manera virulenta como supuestos verdaderos e indiscutibles en torno a las causas de las enfermedades25. En uno de estos alegatos se adjudica la alta mortalidad del momento, al cambio de clima y a las malas condiciones sanitarias, las cuales incluyen a los depósitos de basura del centro de la urbe y a los desechos arrojados en los márgenes de los riachuelos, así como a la adulteración de alimentos, la matanza de ganado vacuno y los cerdos diseminados por la ciudad. Y se hace énfasis en la situación de los cementerios sobre la parte alta de la ciudad, ya que …las filtraciones de las aguas en busca de su cauce arrastran indudablemente una cantidad de la materia descompuesta de los cadáveres que están dentro de la tierra; y los vientos del Norte, 25. Buenos ejemplos de esto se pueden apreciar en el artículo “Cementerios”, La Opinión Nacional, Caracas, lunes 5 de abril de 1875.
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tan frecuentes, y los más saludables en todas partes, arrojan sobre la ciudad los miasmas que, no obstante toda precaución, se exhalan de las bóvedas funerarias26. Hacia fines de mes, en la introducción a los artículos periodísticos que se destacan diariamente, se señala la especial atención que se le debe prestar a los consejos, debido a que “…propenden a ilustrar a los ciudadanos en la manera de combatir por medio de prescripciones higiénicas, el mal estado de nuestra salud urbana, que tantos y tantos fatales sucesos lleva ya registrados en brevísimo espacio de tiempo”27; de igual forma a las precauciones en el interior de las casas donde tendría que prevalecer “…el código de su policía doméstica, como quiera que la muerte vive con el hombre, que de todo lo que de él se desprende se convierte en veneno de su propia existencia y que los miasmas mortales viven tan invisibles como los elementos de la vida…”28. Por su parte, el conocido botánico y divulgador científico de origen alemán Adolfo Ernst agrega, en las mismas páginas, que es en la ropa sucia donde se encuentra el foco miasmático y de enfermedades. Estos hongos, que se forman de manera microscópica siendo una especie de semillas que habitan en lugares enmohecidos, al menor desperdigamiento de aire se trasladan a cualquier otro punto. Sin embargo, como toda medida de aseo, el remedio es sencillo, aunque es de extrañar que “…casas, que más allá de la sala con su primorosa nitidez, parecen más bien establos que habitaciones de seres racionales” [subrayado de Ernst]29. Por ello, se sugieren, en otro artículo, algunas medidas de aseo al interior de las casas, que contemplan lavar los suelos semanalmente, las camas, los muebles, también airear colchones y almohadas, y usar cal viva para las cloacas, entre otras prevenciones30. En cambio, el autor del artículo “La quebrada de los muertos”, Manuel Antonio Diez, quiere ser mucho más específico con relación a las lluvias que 26. La Opinión Nacional, Caracas, viernes 3 de julio de 1874. 27. “Salubridad pública”, La Opinión Nacional, Caracas, martes 28 de julio de 1874. 28. Ídem. 29. Adolfo Ernst, “Dos palabras sobre el gran tema del día”, La Opinión Nacional, Caracas, martes 28 de julio de 1874. La preocupación por la higiene en las casas cobró sumo interés para los propagandistas y científicos de la época, incluso Guzmán Blanco fue objeto de estas recomendaciones preventivas, J. J. Martín Frechilla, Ob. Cit., pp. 189-190. 30. Arturo Koscicki, “La insalubridad en Caracas”, La Opinión Nacional, Caracas, martes 28 de julio de 1874.
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provienen de los cementerios del norte y se dirigen hacia la ciudad, asegurando la peligrosidad de sus emanaciones. En este sentido, Diez señala que pese a los tiempos de sequía las tierras de todas maneras permanecen húmedas por la cercanía de la cordillera, y al llegar la temporada lluviosa las corrientes recogen sus emanaciones pútridas, descargándolas en la quebrada ubicada en las inmediaciones del río Anauco, lo cual las contaminaría y, a su vez, de norte a sur una parte de las lluvias desemboca en el Catuche31. En consecuencia, las aguas del Anauco y el Catuche modificadas por la quebrada y las filtraciones de los cementerios puede ser la causa de la mala salubridad pública, porque el primero sirve para lavar la vestimenta y el otro río proporciona el agua potable de los caraqueños. La solución para todos estos males le es proporcionada a Diez por Michel Lévi, a través de su Tratado de higiene pública y privada, de quien cita: “Es necesario establecer los cementerios lejos de los pozos, de las fuentes, quebradas y de los ríos que sirven a las necesidades domésticas. Importa que los lugares de inhumación estén bastante lejos de las corrientes de agua para estar al abrigo de las inundaciones”32. Ante todas estas manifestaciones de desagrado por los cementerios del norte de Caracas, se distingue la postura del experimentado ingeniero Luis Mario Montero, Presidente de la Comisión de Cementerios, quien también revisa, en un informe dirigido a la Facultad Médica de Caracas 33, los tratados de higiene para dar su parecer acerca de las condiciones de los camposantos cuestionados. De entrada, resalta que estos últimos cumplirían a cabalidad con los requerimientos mínimos exigidos, porque la ubicación de los tres, a mucha distancia del poblado, se escogió después de realizados estudios concienzudos por hombres capaces; pero sería censurable su aspecto exterior y el estado de abandono en el que se encuentran, así como ciertas prácticas que pudieran generar detrimentos a la salud. La composición geológica de los suelos es de arcilla (llamada de alfarero), y están desprovistos de árboles y arbustos,
31. Manuel Antonio Diez, “La quebrada de los muertos”, La Opinión Nacional, Caracas, martes 28 de julio de 1874. 32. Ídem. Por otra parte, el Tratado de higiene… de Michel Lévi (o Lévy), de 1856, fue de gran influencia entre los intelectuales guzmancistas, incluso el mismo De los Ríos, en su opúsculo ya citado, difunde ideas provenientes de este higienista francés. Sobre Lévy ver: Alain Corbin, Ob. Cit., pp. 157 y 180. 33. Luis Mario Montero, “Informe que presenta a la comisión central de redacción de la Facultad Médica de Caracas el presidente de la comisión de cementerios”, La Opinión Nacional, Caracas, jueves 23 de abril de 1875.
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levantándose una paja pequeña formando un verde colchón. Igualmente, los vientos de esta sabana serían los adecuados para este tipo de emplazamiento, ya que soplan sobre ella a distinta hora los del este y el oeste; incluso, en el caso de que se dirigieran hacia la población, los aires agitados se tornarían menos densos, elevándose, debido a los efectos producidos por el calor, lo que los haría inofensivos por la distancia en que se localizan los cementerios, en un terreno inclinado, seco, bastante elevado, ubicado en la sabana …que se estiende (sic) al Norte hasta la falda del Ávila una gran porción de terreno limitado por los riachuelos de Anauco y Cotiza al Noreste, el Anauco también al Este y la quebrada llamada Punceles al Oeste y Sur. Todas las aguas pluviales son recibidas por esta quebrada, que en la misma sabana nace por tres zanjones, notables en los espacios que separan los cimenterios (sic); dichas aguas son conducidas al Catuche donde ella desemboca, mui (sic) abajo, es decir entre los puentes de Punceles y Ña Romualda; sin que Anauco, ni Cotiza puedan recibir ninguna, en virtud de la forma del terreno y de su inclinación al 4 y 5 por ciento con dirección al Sur, ni mucho menos Catuche por encima del punto en que esta quebrada desemboca; quedando así libertadas las aguas del consumo de la población de la incorporación con las que corren por estas sabanas cuando cae la lluvia34. Finalmente, el cementerio de la Concepción (Los Hijos de Dios), asegura Montero, sería el más apto para las inhumaciones, ya que se ubicaba a 2.000 mt. del centro de Caracas (Plaza Bolívar), y a 600 mt. de los linderos de ésta, con lo cual cumpliría con las condiciones mínimas necesarias para su empla zamiento y también su estado de conservación sería el más óptimo35. Por otra parte, el notable químico Vicente Marcano elabora, en abril de 1876, debido a los temores que se han suscitado en la población por un brote epidémico de origen desconocido, un prolijo estudio sobre las aguas que son consumidas en Caracas. Las sospechas, una vez más, recaen en las aguas que 34. Ídem. Entre 1874 y 1896, Los Hijos de Dios aparece como cementerio de la Concepción en los mapas de Caracas, Irma de Sola Ricardo, Contribución al estudio de los planos de Caracas, Caracas, Ediciones del Comité de Obras Culturales del Cuatricentenario de Caracas, 1967, pp. 75-96. 35. Ídem.
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provienen de la parte norte de la ciudad, e incluso se llega a temer por la pureza de las que filtra el recién inaugurado acueducto de Caracas. Marcano hace énfasis en lo “Importante y trascendental [que] es para la higiene pública, la determinación de la naturaleza y sobre todo de la cantidad de sustancias, disueltas en las aguas que alimentan una población”36. Por ello, con los instrumentos que le son afines, hace una medición de la pureza de las posibles fuentes de enfermedades, que incluyen las aguas del Catuche, llegando a aseverar: “…las aguas que alimentan la población de Caracas son intachables bajo todos respectos, y en ningún caso puede atribuírseles acción nociva sobre el estado sanitario de la ciudad”37. A manera de conclusiones El gobierno en el Septenio, ante la insistencia de la propuesta emanada desde las tribunas públicas, o valiéndose más bien de ella, formuló la prescindencia de tener otro cementerio en la capital que poseyera las mismas características de los criticados. Así, lo que se hacía indispensable, para el criterio europeizante de moda, era una necrópolis o ciudad de los muertos, lo que implicaba elaborar un discurso en torno a las inhumaciones y sus aspectos simbólicos. Los intelectuales y propagandistas cercanos al gobierno proclamaron un enjundioso discurso, que tuvo a la salubridad pública como estandarte, cuyo basamento contemplaba la teoría miasmática, la cual desdeñaba las inhumaciones en la ciudad por ser causa, en apariencia, de enfermedades contagiosas. La arremetida se produjo por medio de una suerte de manuales de urbanidad, artículos divulgativos o bien concienzudos estudios científicos en la prensa oficialista. En estos escritos, que contenían una elaborada normativa de conducta civil relacionada con la higiene, había un propósito aleccionador en torno a estas inquietudes, ya que no se desdeñó el adoctrinamiento sustentado en argumentos científicos que estaban dirigidos a la opinión pública ilustrada, la cual podía tener acceso a este tipo de publicaciones. Allí, se justificó, además, desde diversas aristas, la clausura de los cementerios tradicionales para instaurar uno nuevo fuera de la ciudad. Pero
36. Vicente Marcano, “Estudio químico. Sobre las aguas potables de la ciudad de Caracas”, La Opinión Nacional, Caracas, sábado 29 de abril de 1876. 37. Ídem.
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este parapeto publicista, que incluso tenía contradicciones en su concepción, no pudo demostrar del todo la inconveniencia de seguir inhumando en los cementerios católicos del norte de la ciudad. Más bien quedó en evidencia que ese discurso era aprovechado para imponer las nuevas concepciones modernizantes, proporcionando al Estado la argumentación necesaria para debilitar aún más a la Iglesia, cuestión que fue reforzada con severas legislaciones que impedían la injerencia eclesiástica en estos asuntos. Las autoridades eclesiásticas se vieron obligadas a permitir que se instalara en el Rincón del Valle la necrópolis de inspiración laica, lo que en la práctica restó aún más poder simbólico a la Iglesia católica, ya que esta institución había tenido plena potestad sobre los actos de inhumación desde la Colonia.
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Gobernadores y Tenientes de Gobernador en la Provincia de Venezuela. De los Welser a Juan de Villegas (1528-1553) Gilberto R. Quintero L. (*)
Es bien conocido que para el gobierno y explotación económica de sus Colonias de ultramar, España creó una estructura institucional que los especialistas han denominado Estado Indiano. Este aparato institucional comprendió organismos centrales, ubicados en la propia metrópoli (Casa de Contratación, Consejo de Indias, Secretaría del Despacho Universal de Indias), organismos provinciales en América (Vicerreinatos, Presidencias, Gobernaciones, Audiencias, Intendencias y otros) y organismos de carácter local (Ayuntamiento, Corregidores, Alcaldes mayores, Tenientes de Gobernador, etc.). Los organismos de carácter provincial y local fueron transplantados de la Península al llamado Nuevo Mundo por aplicación del principio de accesión1, adquiriendo en América fisonomía particular. Tal implantación de instituciones y de los correspondientes funcionarios se operó fundamentalmente en el transcurso del proceso de conquista y colonización de los diversos territorios americanos (conocidos inicialmente con el nombre de las Indias Occidentales)2.
(*) Investigador de historiografía en Venezuela. Historiador de la Universidad de los Andes, Departamento de Historia de América y Venezuela. 1. Vid. Juan Manzano Manzano: La Incorporación de las Indias a la Corona de Castilla. Madrid, Cultura Hispánica, 1948, p. 353. 2. Sobre el transplante de las instituciones hispanas a América, véase: Mario Góngora: El Estado en el Derecho Indiano. Época de Fundación (1492-1570). Santiago de Chile, Instituto de Investigaciones Historiográfico-Culturales de la Universidad de Chile, 1951, pp. 36-40; Clarence H. Haring: El Imperio Hispánico en América. Buenos Aires, Solar-Hachete, 1966, pp. 18-35; Horacio López Guédez: La Formación Histórica del Derecho Indiano (1492-1517). Mérida (Venezuela), Universidad de los Andes, 1971, pp. 13-23; Horacio López Guédez: Los Reyes Católicos y América (1492-
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Una de las primeras instituciones que España implantó en sus territorios de América fue la figura del Gobernador y Capitán General, especialmente en las llamadas provincias menores: esto es, aquellos territorios considerados por la Corona como de poca importancia económica (aunque sí desde el punto de vista estratégico y geopolítico), razón por la cual no las incluyó ni dentro de las jurisdicciones de los vicerreinatos ni instaló en ellas reales audiencias. Particularmente en la etapa de la gran expansión colonial, como expresión concreta de la tendencia al establecimiento permanente, que se desarrolla entre 1518 y 1570, se crean numerosas provincias al frente de las cuales hay un Gobernador, con o sin título de Adelantado. Conforme al Derecho Castellano y a la práctica hasta entonces seguida en las Indias, estos Gobernadores pueden nombrar tanto Tenientes de Gobernador como Alcaldes Mayores, con funciones delegadas gubernativas y judiciales los primeros, y propias judiciales los segundo. Hubo tres clases de Tenientes de Gobernador: El Teniente Letrado el Teniente General y el Teniente Territorial o Particular. El primero era un abogado o perito en Derecho que actuaba al lado del Gobernador en calidad de asesor en las materias de gobierno y justicia3. El segundo, por su parte, recibía los poderes que le concedía el Gobernador aunque por lo común éste le concedía un mandato amplio. Cuando el Teniente General era letrado, asesoraba a aquél en el ejercicio de sus atribuciones judiciales y en los asuntos de gobierno. Cuando no lo era, por lo general desempeñaba funciones de mando militar o las de gobierno y justicia que les fueran encomendadas. Reemplazaba al Gobernador en caso de muerte o ausencia hasta que llegara un nuevo designado por el Monarca, el Virrey o la Audiencia respectiva, según el caso4. Se estableció, además, que si era letrado, debía ser examinado por el Consejo de Indias o por la Audiencia del distrito respectivo5. Por su parte, los Tenientes de Gobernador particulares o territoriales representaban la autoridad del 1517). Mérida (Venezuela), Universidad de los Andes, 1976, pp. 25-32; Ricardo Zorraquín Becú: La Organización Política Argentina en el Período Hispánico. Buenos Aires, Emecé Editores, 1959, pp. 11-23; Alfonso García Gallo: “Alcaldes Mayores y Corregidores en Indias”. Memoria del Primer Congreso Venezolano de Historia (del 28 de junio al 4 de julio de 1971). Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1972, T.I, pp. 302-324: Richard Konetzke: América Latina. La Época Colonial. (Pedro Scaron, trad.). 8va. de. México, Siglo XXI Editores, 1979, pp. 34-40 y 99-152. 3. Vid. Alfonso García Gallo: “Alcaldes Mayores...”, p. 322. 4. Vid. Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias. 5ta. de. Madrid, Doix Editor, 1841: Ley 12, Tit. 3, Lib. 5. 5. Ibid. Ley 39, Tit. 2, Lib. 5.
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Gobernador en las poblaciones o comarcas donde eran puestos por éste En general, eran funcionarios que ejercían las atribuciones del Gobernador en virtud de una delegación siempre revocable6. Estos tenientes, puestos y quitados por el Gobernador a su arbitrio, en la práctica se estabilizan en la ciudad o provincia donde se establecen: en Cuzco en 1534 y en Arcena y Quimbaya, en 1540, por Pizarro; en Cubagua en 1536, en Cartagena en 1551, etc. Contra el abuso de estas lugarteniencias, que multiplican innecesariamente el número de oficiales, se prohibe al Gobernador nombrarlos donde él se instale (Real Cédula del 22 de enero de 1556, dirigida al Gobernador de Popayán). Su número total no se puede calcular, dada su inestabilidad en la segunda mitad del siglo XVI, más estabilizado el sistema Colonial Español, es grande el número de ellos en varias provincias7. En realidad, los Tenientes de Gobernador se establecieron fundamentalmente en las provincias donde no era costumbre colocar Alcaldes Mayores y Corregidores para las poblaciones de españoles. Tal es el caso, por ejemplo, de las provincias de Buenos Aires, Tucumán y Venezuela. En Río de la Plata, a fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII, los gobernadores acostumbraban nombrar como Teniente General al Alcalde de Primer Voto de Buenos Aires. Pero esta acumulación de oficio fue prohibido en 1707 por la Audiencia de Charcas, a pesar de lo cual continuaron estas designaciones durante algún tiempo. En el siglo XVIII, apareció un nuevo funcionario que sustituyó a los Tenientes Generales. Se trata del Teniente del Rey, oficio principalmente de guerra, cuyo primer titular se presentó en Buenos Aires en 1716 y en Tucumán en 1743; y que pasó a ser el reemplazante legal del Gobernador en caso de muerte, ausencia o enfermedad de este funcionario8. Por cierto, en la Provincia Venezuela, el establecimiento del Teniente del Rey también vino a resolver el problema de la sucesión interina del Gobernador titular cuando éste fallecía o se ausentaba por algún otro motivo9. 6. Ibid. Ley 56, Tit. 2, Lib. 3. Cfr. Ricardo Zorraquín Becú: La Organización Política... Ob.Cit., pp. 176-178. 7. Vid. Alfonso García Gallo: “Alcaldes Mayores...”, pp. 323-324. 8. Vid. Ricardo Zorraquín Becún: La Organización Política..., pp. 175-176. 9. Vid. Héctor García Chuecos: La Capitanía General de Venezuela. Apuntes para una Exposición del Derecho Político Colonial Venezolano. Caracas, C.A. Artes Gráficas, 1945, pp. 1-6 y 27-54.
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Los Tenientes de Gobernador territoriales o particulares eran magistrados en los que el Gobernador delegaba su autoridad para ejercer el mando en cada uno de las poblaciones subalternas donde residían. Estos funcionarios normalmente ostentaron el título de Teniente de Gobernador (o Lugarteniente), Capitán o Cabo Principal a Guerra y Justicia Mayor. A veces, también se les agregaba los títulos de Corregidor de Naturales y de Juez de Comisos. Su nombramiento era privativo del Gobernador, que al principio lo elegía con entera libertad. Pero ya a fines del siglo XVI comenzaron a establecerse restricciones. Así, por ejemplo, los candidatos al cargo no debían ser parientes ni criados del mandatario que lo designaban. Esta prohibición quedó plasmada en una Real Cédula de fecha 12 de diciembre de 1619. Por ésta se prohibía expresamente dar oficios a los parientes comprendidos dentro del cuarto grado, así como a los criados de los Virreyes, Oidores y Gobernadores. También ordenaba que se prefiriera a los naturales de América, y de entre éstos, a los hijos y nietos de los primeros colonizadores10. Quedó también prohibido acumular los cargos de Oficial Real y Teniente de Gobernador, según mandato contenido en Real Cédula de 14 de diciembre de 160611. Se dispuso, además, que éstos no fueran naturales del lugar en donde debían ejercer sus funciones12; aunque no siempre se cumplió ésta disposición. Los nombramientos de Tenientes debían recibir confirmación del Consejo de Indias o, en su defecto, de la Audiencia del distrito, sin cuyo requisito caducaban después de cierto plazo. Posteriormente se dispuso que esa confirmación debían obtenerla antes de asumir el cargo13. Al igual que los Gobernadores, Corregidores y Alcaldes Mayores, los Tenientes debían presentar sus títulos al Cabildo de la población donde iban a recibir, presentar juramento y ofrecer fianza para asegurar su buen desempeño14. Tampoco podían tratar ni contratar mientras ejercieran su oficio15. Las facultades del Teniente de Gobernador territorial o particular derivaban de los poderes concedidos en los títulos. Abarcaban atribuciones gubernativas, judiciales y militares. En este sentido, entre otras tareas y atribuciones, le correspondía presidir el Cabildo, vigilaban la vida económica del 10. Recopilación de 1680: Ley 45, Tit. 5, Lib. 2. 11. Ibid.: Ley 40, Tit. 5, Lib. 2. 12. Ibid.: Ley 45, Tit. 5, Lib. 2. 13. Ibid.: Ley 7, Tit. 2, Lib. 5 14. Ibid.: Ley 9, Tit. 2, Lib. 5 15. Ibid.: Ley 47, Tit. 2, Lib. 5.
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Municipio, atendía la defensa del territorio y era juez de primera instancia en los asuntos ordinarios, o de segunda instancia por apelación de sentencias dictadas por los Alcaldes Ordinarios. Estas atribuciones tan amplias quedaban, sin embargo, subordinadas a la autoridad y vigilancia del Gobernador respectivo, el cual desde luego podía impartirle órdenes y aún revocar sus decisiones. No obstante esta subordinación, la distancia entre las poblaciones con Tenientes y la capital provincial, así como el ejercicio de tantas atribuciones, convertían al Teniente en un verdadero régulo de la localidad donde actuaba, cuyo desenvolvimiento dirigía con amplio discrecionalismo y autonomía de los funcionarios provinciales16. La figura del Teniente de Gobernador se conoció en la Provincia y Gobernación de Venezuela prácticamente desde el mismo inicio de la conquista y colonización efectiva de su territorio (tendencia al desarrollo de poblaciones permanentes de españoles). Así tenemos que bajo los Gobernadores alemanes (los Welser), varios individuos ejercieron este oficio. En 1529, al salir en expedición, Ambrosio Alfínger dejó como su Teniente General a Luis Sarmiento. El 18 de abril de 1530 llegó a Coro Juan de Seissenhoffer, quien es reconocido por nuevo Gobernador en lugar de Alfínger, a quien se creía muerto. Seissenhoffer, mejor conocido como Juan Alemán, nombró como su Teniente a Nicolás Federman. Cuando Alfínger retorna a Coro en mayo de 1530, reasume el Gobierno y ratifica a Federman como Teniente de Gobernador. El 1º de agosto de 1530 se embarcó Alfínger para Santo Domingo, dejando como Tenientes a Luis González de Leiva en la ranchería que había fundado en la Costa del Lago de Maracaibo (llamada entonces por los conquistadores “Laguna de Maracaibo”) y a Federman en Coro, con la facultad para cambiar a Leiva si lo creyese conveniente. Como se ve, en este caso Federman actúa en calidad de Teniente de Gobernador general y Leiva como Teniente de Gobernador territorial o particular. Alfínger regresa a Coro en enero de 1531. Federman estaba afuera, realizando una expedición no autorizada. En Coro estaba encargado Bartolomé 16. Sobre las atribuciones de los Tenientes de Gobernador territoriales, llamados después genéricamente Tenientes de Justicia Mayor, véase mi trabajo: El Teniente Justicia Mayor en la Administración Colonial Venezolana. Aproximación a su Estudio Histórico Jurídico. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1986 (Biblioteca de la A.N.H. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 231), pp. 221.
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de Santillana y en Maracaibo Gómez de Anaya. Alfínger parte nuevamente con destino a Maracaibo, dejando encargo a Bartolomé de Santillana, quien ejerció como Teniente General desde junio de 1531 hasta noviembre de 1533, cuando fue depuesto por los Alcalde Ordinarios. Estos ejercen plenamente el poder hasta junio de 1534, cuando llega el Gobernador interino, nombrado por la Real Audiencia de Santo Domingo, Rodrigo de Bastidas, primer Obispo de la Diócesis de Venezuela17. En enero de 1535 Bastidas regresa a Santo Domingo, dejando encargado del Gobierno a Alonso Vázquez de Acuña, quien como Teniente General lo ejerce hasta la llegada del segundo Gobernador alemán, Jorge Hohermut (llamado por los españoles de Coro Jorge de Spira), en febrero de ese año. Este nombra como su Teniente a Federman y parte para Santo Domingo en busca de nuevos recursos y hombres. Por cierto, uno de los primeros actos de Spira fue escribir una carta a la Audiencia de Santo Domingo, de fecha 27 de febrero de 1535, en la que decía, entre otras cosas, que los Oficiales Reales de Coro con otros individuos quitaron las varas a Bartolomé Sailler (Bartolomé de Santillana), Teniente de Gobernador que fue, y cuyo proceso lo envió el Obispo a la Audiencia. Esta ordenó a Spira investigar como fue que sucedieron los hechos y una relación de los delitos que hubiese cometido Santillana o sus subalternos18. Cabe destacar que por Real Cédula dada en Madrid el 5 de octubre de 1535, Federman fue nombrado Gobernador y Capitán general de Venezuela, en lugar de Spira, cargo que nunca llegó a ejercer efectivamente, ya que los Alcaldes Ordinarios de Coro le ocultaron tanto la Cédula como su título. En todo caso se le autorizaba para nombrar Lugarteniente que lo ayudara en las 17. Vid. Antonio Arellano Moreno: Breve Historia de Venezuela (1492-1958). 2da. de. Caracas, Italgráfica, 1974, pp. 50-57; Guillermo Morón: Historia de Venezuela. Caracas, Italgráfica, 1971, T.III, pp. 326-333. En el tomo I, pp. 326-333, el autor da cuenta de la presencia de varios Tenientes de Gobernador en el Cabo de la Vela. 18. Vid. Enrique OTTE (comp.): Cedulación de la Monarquía Española Relativos a la Provincia de Venezuela (1529-1552). Caracas, Fundaciones John Boulton y Eugenio Mendoza, 1959, T. II, pp. 1-2; Fray Pedro de Aguado: Recopilación Historial de Venezuela. (Guillermo Morón, estudio preliminar). 2da. de. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987 (Biblioteca de la A.N.H. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 62), T.I, pp. 19-125; Fray Pedro Simón; Noticia Historiales de Venezuela. (Demetrio Ramos Pérez, estudio preliminares). Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1663 (Biblioteca de la A.N.H.- Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 66), T.I, pp. 103-131 y 229-233.
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tareas de gobierno y administración de justicia19. Este privilegio fue ratificado por otra Real Cédula fechada en Madrid a 16 de diciembre de 1535, donde se ordenaba que en caso de fallecer el gobernador Federman durante el ejercicio de su gobierno, lo reemplazara su Teniente de Gobernador, hasta que los factores Bartolomé y Antonio Welser proveyeran nueva persona para Gobernador de Venezuela. El Teniente tenía que ser español y, en este caso, lo fue Pedro de Limpiezas20. Estando ausente Spira y sin saber que había sido nombrado Gobernador, Federman salió en busca del mítico Dorado. Deja en Coro a Francisco Venegas como su Teniente. Este muere a mediados de 1537 y le sucede Pedro Cueva, quien, a su vez, es reemplazado por el Obispo Bastidas, enviado nuevamente en calidad de Gobernador interino por la Audiencia dominicana21. Para 1538 gobierna en Coro como Alcalde Mayor, en lugar del Obispo Bastidas, el doctor Antonio Navarro, Juez de Residencia enviado por la Audiencia de Santo Domingo. En ese momento retorna Spira a Coro, quien es suspendido por Navarro para juzgarlo. Cuando recupera el gobierno (Real Cédula, fechada en Toledo, a 18 de abril de 1539) y se prepara para emprender otra expedición, después de viajar a Santo Domingo, lo sorprende la muerte en julio de 1540. Los sustituye como interino Juan de Villegas, nombrado Alcalde Mayor de Coro por voluntad del propio Spira. Villegas gobierna hasta el 7 de diciembre de ese año, cuando toma posesión el interino nombrado por la Audiencia de Santo Domingo, que lo es de nuevo el Obispo Bastidas. En ese momento, el capitán Felipe Hutten estaba en los Valles de Barquisimeto, a donde había sido enviado por Spira al frente de la vanguardia de su segunda expedición. cuando retornó a Coro, Bastidas lo nombró como su Teniente con el rango de Capitán General, a objeto de que prosiguiera la explotación22.
19. Enrique OTTE (comp.): Ibid., T.II, pp. 3-8. Cfr. Fray Pedro de Aguado: ibid., T.I, 127-133; Fray Pedro Simón: Ibid., T.I, pp. 229-233. 20. Vid. Enrique OTTe (comp.): Ibid., T.II, pp. 27-28 y 52-53. 21. Vid. Guillermo Morón: Ob. Cit., T.III, pp. 36-40. Cfr. Fray Pedro de Aguado: Ibid., T.I, pp. 135-215; Fray Pedro Simón: Ibid., T.I, pp. 233-298. Cfr. Guillermo Morón: Ob. Cit., T. III, pp. 35-43. 22. Vid. Guillermo Morón: Ibid., T.III, pp. 43-50. Cfr. Fray Pedro de Aguado: Ibid., T.I, pp. 217256.
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Bastidas retorna a Santo Domingo, de donde vuelve a Coro en diciembre en 1541. Ejerce el cargo hasta principio de 1542, cuando es promovido al Obispado de Puerto Rico. En esta etapa autorizó Hutten a realizar una nueva expedición hacia el interior de la Provincia. Hutten recibiría luego el título de Gobernador interino y 1544, el de Gobernador efectivo23. Al ser promovido al Obispo de Puerto Rico, Bastidas dejó el gobierno de la Provincia interinamente en manos del portugués Diego de Boica, por hallarse entonces fuera Hutten. Boica ejerció la interinaria durante unos diez meses, pues la Audiencia dominicana despachó título de Alcalde Mayor y Gobernador interino para Enrique Remboldt, factor de los Welser en Coro (noviembre de 1542). Tuvo de Teniente a Juan de Villegas, quien marchó a la isla de Margarita en busca de nuevos pobladores, regresando en septiembre de 1544. Se encontró con que Remboldt había fallecido, por lo que el gobierno de la Provincia lo estaban ejerciendo los Alcaldes Ordinarios de Coro. A fines de diciembre llegó Juan de Carvajal, quien asumió el gobierno en su carácter de Teniente del licenciado Juan Frías, nombrado Gobernador interino y Juez de Residencia de Remboldt por la Audiencia de Santo Domingo. Frías es sustituido por Juan Pérez de Tolosa, nombrado Juez de Residencia y Gobernador interino de la Provincia de Venezuela por Real Cédula del 12 de septiembre de 1545. Tolosa, que ejerce el gobierno entre 1546 y 1549, nombró como su Teniente y Capitán General a Juan de Villegas el 6 de abril de 1547. A raíz de su expedición al Cabo de la Vela, trasladó a Villegas para El Tocuyo y dejó por Teniente en la ciudad de Coro a su hermano Alonso Pérez de Tolosa. Ya muerto Pérez de Tolosa, Villegas se encargo del gobierno como interino. La Audiencia de Santo Domingo le ratifica la interinaria el 14 de junio de 1549 como Gobernador, Capitán General y Alcalde Mayor; poderes que ejercerá hasta su muerte acaecida en 1553. Durante su mandato tuvo por Tenientes a Alonso Pérez de Tolosa, Pedro Alvarez, Bartolomé García y Martín de Arteaga24.
23. Vid. Fray Pedro de Aguado: Ibid., T.I, pp. 257-272. Cfr. “Diario y Cartas de Felipe de Hutten”. En: Academia Nacional de la Historia: Descubrimiento y Conquista de Venezuela (Textos históricos contemporáneos y documentos fundamentales). (Joaquín Gabaldón Márquez, compilador). Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1962 (Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia-Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 55), T.II, pp. 339-397. 24. Vid. Guillermo Morón: Ob. Cit., T.III, pp. 50 y ss. Cfr. Fray Pedro de Aguado: Ob. Cit., T., pp. 253-256 y 273-321.
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Como se ve, fue cosa normal que los Gobernadores de la primitiva Provincia de Venezuela contaran con el auxilio de Teniente: bien de carácter general; bien de carácter particular o territorial. Hasta el punto de que los sucesores de Villegas los continuaron nombrando, tanto para proseguir el proceso de establecimiento permanente como ampliación del dominio hispano en el territorio objeto de colonización, como para mantener el control político de los Cabildos, no siempre dispuestos a acatar los mandatos de la Corona y de los órganos metropolitanos de gobierno, y atajar en lo posible su tendencia a una creciente autonomía25. Lo que se tradujo, durante la segunda mitad del siglo XVI y todo el siglo XVII, en continuos enfrentamientos entre los Cabildos de la Provincia y los Gobernadores, por causa del nombramiento que estos hacían de aquellos funcionarios. Lo que habla a las claras de la importancia estratégica que tuvo este funcionario en lo relativo a control de las poblaciones donde eran colocados y al efectivo cumplimiento de las directrices de la política metropolitana en sus territorios de ultramar. De ahí las amplícimas facultades con que se dotó el cargo y su papel relevante en la administración colonial de las primitivas provincias venezolanas.
25. Vid. Gilberto Quintero. Op. cit., pp. 118-138.
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Dinámica de la Junta Revolucionaria de Gobierno en el contexto internacional 1945-1948: Defensa y promoción de la democracia. Documentos para la contribución metodológica al estudio de la historia diplomática de Venezuela siglo XX
Luis Manuel Marcano Salazar (*)
Resumen: El presente trabajo representa un estudio cronológico de la dinámica internacional y la política exterior desarrollada por la Junta Revolucionaria de Gobierno 1945-1948, fundamentándose sobre una idea principal: la defensa de la democracia continental y mundial como instrumento político. Palabras claves: Trienio adeco. Política exterior. Defensa de la Democracia. Diplomacia multilateral.
A manera de introducción El presente trabajo constituye una cronología analítica de la dinámica internacional desarrollada por Venezuela durante el Trienio adeco 1945-1948, construida sobre fuentes primarias y otras segundarias que aportaron datos de primera mano. Cuando hablamos de “dinámica internacional”, nos referimos al movimiento gubernamental que se realiza en diversos escenarios y que desarrolla una política exterior encaminada al logro de ciertos objetivos. En virtud de ello, nuestro discurso parte de la hipótesis que considera que la promoción
(*) Diplomático de Carrera. Lic en Historia y Abogado. Cursante del Doctorado en Historia UCAB.
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de la democracia como agenda en la política exterior pretendió el logro de la estabilidad del sistema doméstico y fue utilizada para alcanzar otros objetivos de protagonismo internacional. Entonces, la lucha por la estabilidad del sistema democrático fue librada también en diversos escenarios internacionales y a través de otras formas de democratización, como lo fue la solicitud liderizada por la delegación venezolana para la eliminación del veto, cuyo objetivo era, democratizar el sistema de relaciones de los pueblos en la nueva Organización Internacional. Dos ideas principales abordamos para la realización del trabajo: 1- El estudio de los hechos del 18 de octubre de 1945, el reconocimiento internacional y 2- la promoción de la democracia a nivel continental y mundial. Nuestro recorrido cronológico atraviesa los momentos ocurridos el 18 de octubre de 1945 y el proceso de reconocimiento internacional que se va a establecer desde el 23 de octubre hasta entrado el mes de noviembre de 1945. Estudiaremos cómo, luego de haberse reconocido el gobierno de la Junta, Venezuela encabezará un movimiento latinoamericano en defensa y promoción de la democracia, que años más tarde sería conocido por la historiografía de la política exterior como la “Doctrina Betancourt”. Revisaremos la dinámica internacional desarrollada por el gobierno contra las dictaduras continentales y mundiales como las de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana y Francisco Franco en España y comprenderemos, que parte de ésta política estuvo condimentada por una postura particular de Betancourt como Presidente de la Junta de Gobierno y como Jefe de la delegación venezolana en la IX Conferencia Interamericana realizada en Bogota entre el 30 de marzo y el 31 de abril de 1948, en momentos en los que ocurre el homicidio de Jorge Eliécer Gaitán. Revisaremos la cronología de la gira realizada por Betancourt como Presidente de la Junta por algunos países latinoamericanos, en donde por primera vez expuso los fundamentos de la doctrina en defensa de la democracia continental y mundial. Finalmente, del estudio de las fuentes, podremos llegar a algunas consideraciones que dicen de la distancia entre las aspiraciones en materia internacional y las políticas desarrolladas, un tanto inconsistentes y (des)coordinadas.
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Los hechos del 18 de octubre de 1945 y el reconocimiento internacional: promoción de la democracia Una revisión de las fuentes primarias1 indica con claridad lo ocurrido el día 18 de octubre de 1945, denominado por unos como “la revolución de octubre”2 y por otros como un simple y común “golpe de Estado”3. No será nuestra función juzgar sobre la categorización histórica de esos hechos; nos limitaremos a describir e interpretar a la luz de fuentes de primera mano lo ocurrido y la dinámica internacional desarrollada por la denominada Junta Revolucionaria de Gobierno. La importancia de conocer sobre los aspectos domésticos, es que estos dirigen el actuar internacional de un Estado-nación, toda vez que el país es como una moneda, tiene dos caras: la política exterior y la política interna4. Las escaramuzas se inician en la Escuela Militar5 y un día después el 19 de octubre, el Presidente Medina Angarita se entrega. El comunicado a las Embajadas, horas después de los hechos, indicó: “Movimiento revolucionario de oficiales jóvenes del Ejército Nacional, en combinación con el partido Acción Democrática inspirado en
1. La mayoría de las fuentes utilizadas en este papel de trabajo son primarias recopiladas del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, del Centro de Documentación de la Organización de Naciones Unidas en Nueva York, Documentos de los Archivos Nacionales del Departamento de Estado Norteamericano en ocasión de la Invasión de Nicaragua a Costa Rica y entrevistas realizadas. 2. La historiografía venezolana recoge esta categoría fundamentalmente de quienes han realizado una apología de los hechos del 18 de octubre de 1945. 3. Historiadores revisionistas han otorgado esta categoría a la luz de paradigmas de las ciencias políticas mediante los cuales el derrocamiento de un gobierno constituye en su esencia inmediata un Golpe de Estado. 4. Esta relación la expuso el Canciller José Alberto Zambrano Velasco al referirse al impacto que el sistema doméstico tiene sobre el sistema internacional y la política exterior de un Estado-nación. 5. Entrevista realizada el 30 de Junio de 2008 al Coronel del ejercito (r) Alberto Miliani Balza, cadete del segundo año de la Escuela Militar el 18 de octubre de 1945 quien participó en los hechos que son objeto de estudio. Relata el Coronel Miliani que estaba muy tranquilo ese día hasta que un oficial llegó y alertó a los cadetes indicándoles que “la patria estaba en peligro”. Tal situación movilizó al cuerpo de cadetes, algunos de los cuales fallecieron ese día, y quienes lograron salvarse recibieron el grado de subteniente.
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el propósito de establecer el voto directo, secreto, y universal para la elección de Presidente de la República, derrocó el día 19 de octubre al Gobierno del General Isaías Medina Angarita y se constituyó la Junta Revolucionaria de Gobierno conforme acta levantada el mismo día en la sala presidencial del Palacio de Miraflores formada por las siguientes personas: Rómulo Betancourt, Mayor Carlos Delgado Chalbaud, Doctor Raúl Leoni, Capitán Mario Vargas, Doctor Gonzalo Barrios, Doctor Luis Beltrán Prieto F. y Doctor Edmundo Fernández’’ 6. Consideramos que este comunicado se orientó inicialmente a dar a conocer al cuerpo diplomático venezolano acreditado en el exterior lo ocurrido en Caracas, para determinar con cuantos funcionarios contaría el nuevo gobierno en miras de cumplir las funciones de gran importancia que seguirían. En efecto, como respuesta inmediata el cónsul en Bonaire aclaró en radiograma de fecha 22 de octubre su carácter independiente al indicar “…yo no pertenezco al P.D.V….”7. Casi de inmediato de instalada la Junta Revolucionaria de Gobierno, se pone en movimiento el aparato de política exterior, toda vez, que los mandos medios de su estructura funcionarial no fue suplantada de inmediato, constituyéndose en obedientes cumplidores de las instrucciones emanadas desde Caracas8. En el comunicado de fecha 23 de octubre de 19459, enviado a la embajada de Venezuela en Londres, se manifiestan dos características de una agresiva acción exterior: 1- la orden de solicitar el reconocimiento ante los gobiernos respectivos y 2- la expresa mención del riguroso cumplimiento por parte del nuevo gobierno de las obligaciones contraídas por la República antes y después de los hechos de octubre: 6. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. (Sin Foliatura). Comunicado de fecha 22 de octubre de 1945 enviado a las embajadas de Los Estados Unidos de Venezuela ente los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Inglaterra, México, Panamá, Perú, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Cuba, España, Francia, Guatemala, Haití, Paraguay, Portugal, República Dominicana, Santa Sede, Italia, Uruguay, Consta Rica, Canadá, Trinidad, Curazao. 7. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Radiograma de fecha 22 de octubre de 1945, signado por el cónsul Delgado en Bonaire. 8. Se evidencia en el Registro de Personal Diplomático llevado por la oficina de personal de la Cancillería durante el día y los meses posteriores al 18 de octubre que el personal diplomático permaneció casi inmutable. Tal consideración concuerda con las instrucciones emanadas del Despacho del Canciller, según se acota en documento del 23 de octubre de 1945 que citamos en este papel de trabajo. 9. Cuyas copias fueron enviadas a todas las embajadas y legaciones de Venezuela en Europa, con expresa excepción de la embajada en Madrid.
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“Dominada la situación en todo el territorio del país por la Junta Revolucionaria de Gobierno y normalizada la vida pública y demás actividades de la nación, con el absoluto respaldo del pueblo y de acuerdo con los ideales democráticos que animan el movimiento revolucionario, la Junta de Gobierno aspira a que uno de sus primeros actos sea la reanudación de las cordiales relaciones que Venezuela ha mantenido siempre con las naciones amigas, entre las cuales principalmente se encuentra ese país. En consecuencia, sírvase proceder con la eficacia y a la brevedad posible a gestionar ante ese Gobierno el reconocimiento del nuevo Gobierno de Venezuela, gestiones que esta cancillería espera serán coronadas por el más completo éxito, dados los tradicionales vínculos que unen a la República con esa nación y que la Junta Revolucionaria de Gobierno desea estrechar más. Al efectuar usted estas gestiones haga hincapié en que el Gobierno está dispuesto a cumplir todos los compromisos internacionales contraídos por la República” 10. Como se puede leer y así lo interpretamos, las instrucciones estaban respaldadas por un poder moral que pretendía desdibujar el origen del gobierno, fundamentándose en el respaldo popular y la necesidad de establecer un sistema democrático. Es lógico pensar que las pretensiones de la Junta, dadas las condiciones internacionales que dieron la victoria a las democracias occidentales apoyada por la Unión Soviética contra los regímenes fascistas, buscaba alinear la acción exterior del gobierno, con las potencias democráticas occidentales, además de desarrollar con ese objetivo, una política contra los regímenes totalitarios militaristas surgidos de un golpe de Estado, como fueron los casos que revisaremos de Franco y Trujillo. Estas circunstancias estaban amparadas en el contenido de la doctrina Stimson11, apoyada por el gobierno de los Estados Unidos de Norte América. 10. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Comunicado enviado a la embajada de Venezuela en Londres, firmado por el canciller Morales, con instrucciones de ser enviado a las demás embajadas y legaciones de Venezuela en Europa con excepción de Madrid. 11. Apunta Jorge Valero en su trabajo “La diplomacia internacional y el golpe de Estado de 1945” citando a Raquel Gamus Gallegos: “Elementos para el estudio de la política exterior de la dictadura y la democracia. Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt 1952-1964” en: Anuario 1990, 2da etapa, número 2, Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1990 p 143” lo siguiente: “…Henry Lewis Stimson, Secretario de Estado estadounidense, declaró que el reconocimiento diplomático de los nuevos gobiernos de Bolivia, Perú, Argentina, Brasil y Panamá, surgidos todos de golpes de Estado, se habían producido tan pronto sus representantes diplomáticos
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El mismo Presidente de la Junta Revolucionaria Rómulo Betancourt, en comunicado oficial al pueblo de Venezuela, hace clara mención de los casos de Franco y Trujillo, repudiándolos y planteando la necesidad de crear un cordón sanitario que facilitara el aislamiento de sus regímenes de la comunidad internacional. “El único incidente diplomático confrontado hasta ahora ha sido el de la brusca salida del país del representante del gobierno dominicano, (…) este proceder del personero de la dictadura del señor Trujillo nos ha impedido tener la satisfacción de romper públicamente las relaciones con un régimen en torno del cual debe tender América un riguroso cerco profiláctico. Los gobiernos libres no pueden mantener relaciones diplomáticas con los victimarios de la libertad” 12. En el mismo ámbito y para ratificar la defensa de la democracia y el desarrollo de una postura internacional frente a los gobiernos que consideraba despóticos, no sólo se desestimó mantener relaciones con ellos, sino que se reconoció a la democracia española en el exilio presidida por José Giral13. Así se expuso en la Memoria que da cuenta del año 1945: “Entre los primeros actos de trascendencia realizados por el gobierno revolucionario en la esfera de los asuntos internacionales, merece destacarse el reconocimiento oficial del la República Española, al que se hizo la participación correspondiente en mensaje de fecha 10 de noviembre dirigido por el Ministerio de Relaciones Exteriores al Excelentísimo señor Fernando de los Ríos, Ministro de Estado del régimen constituido en la capital mexicana. En esa ocasión manifestó la cancillería que la Junta Revolucionaria tenía el firme propósito de estrechar aún más los lazos de amistad y
habían informado que dichos gobiernos...controlaban la maquinaria administrativa del Estado, contaban con la aceptación aparente del pueblo y tenían voluntad y también aparente capacidad para dar cumplimiento a sus obligaciones internacionales y convencionales…” 12. Pensamiento político venezolano del siglo XX. “Alocución que dirigiera al país el Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Rómulo Betancourt, el 30 de octubre de 1945. Congreso Nacional de Venezuela. Tomo Junta Revolucionaria de Gobierno 1945-1948, número 5. p. 171. 13. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 129. “Documento por medio del cual se reconoce al gobierno Republicano español en el exilio presidido por José Giral con sede en México”.
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confraternidad que han unido a los pueblos venezolano y español inspirada especialmente en los comunes sentimientos de libertad y democracia que forman parte de la base principal de las gestiones políticas de ambos gobiernos....” 14. La disputa política internacional entre los gobiernos de Venezuela y República Dominicana se inició casi de inmediato de instalada la Junta, cuando el gobierno del General Trujillo solicitó a las demás Repúblicas Latinoamericanas que gestionaran ante la Junta Revolucionaria la liberación de los Generales Isaías Medina Angarita y López Contreras, además de recomendarles “prudencia y demora” para reconocer al gobierno revolucionario15. Este hecho, sumado al atentado que planificó el dictador dominicano contra el Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno16 hacía inconsistente cualquier tipo de relación bilateral. La cronología del proceso de reconocimiento da un indicio de cierta planificación política encaminada por el aparato burocrático de la Junta para alcanzar legalidad internacional17 Dependía del pueblo venezolano y de la posterior conducta democrática, dentro y fuera de las fronteras, el margen amplio o estrecho de legitimidad popular internacional. Esta relación de interdependencia entre lo interno y lo externo, explica lo dicho por el canciller venezolano Carlos Morales al momento de la presentación de la memoria que dio cuenta de los actos de reconocimiento:
14. Estados Unidos de Venezuela. “Libro amarillo correspondiente al año 1945- 1946”. pag XV. 15. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. “Radiograma de fecha 27 de octubre de 1945, firmado por Perazzo, mediante el cual informa que el gobierno de Trujillo se había dirigido a los demás gobiernos latinoamericanos sugiriendo gestionar ante la Junta Revolucionaria la libertad de los Generales Medina y López y demorar prudencialmente su reconocimiento”. 16. En una nota de pie de página inserta en el trabajo de Jorge Valero “la diplomacia internacional y el golpe de 1945” pag 23, edición de febrero de 2001, Monte Ávila Editores Latinoamericana, se hace mención de las pesquisas realizadas por el FBI en donde es implicado Leonidas Trujillo en un atentado para asesinar a Rómulo Betancourt en 1946. 17. En efecto desde el 23 de octubre de 1945 hasta el mes de noviembre de ese año la cancillería venezolana seguía recibiendo los comunicados de los gobiernos mediante los cuales era reconocido el gobierno de la Junta. Dichos comunicados fueron enviados a la Consultoría Jurídica de la Cancillería, para solicitar opinión jurídica respecto a la solidez jurídica del reconocimiento del gobierno.
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“...La Cancillería se abstuvo de dirigirse a los regímenes que detentan el poder en España y en la República Dominicana, pues consideró improcedente que el Gobierno revolucionario recién constituido entrara en relaciones diplomáticas con gobiernos cuya autoridad no está respaldada por la opinión democrática de las mayorías…” 18. El problema radicaba, según la óptica de la Junta, y especialmente la de Betancourt y su partido, no en el origen del gobierno si no en su desarrollo, que debía atender a las necesidades políticas de la mayoría, entre las cuales, la libertad, era un logro aspirado por los venezolanos. La democracia y su defensa se convertiría en una política pública planificada y aplicada durante todo el trienio, incluyendo el corto gobierno del escritor Rómulo Gallegos, primer presidente venezolano electo por el voto secreto, directo y universal, bandera de los revolucionarios de octubre de 1945. Por otra parte, se destaca el tema petrolero como instrumento para promocionar la democracia y el logro de la legalidad y legitimidad internacional. Es un lugar común citar que desde el inicio de la Venezuela Petrolera, el petróleo ha servido de instrumento político para el logro de metas internacionales. No fue diferente durante el período de la Junta Revolucionaria que se instaura en 1945. Dentro de las obligaciones internacionales y convencionales a que aludía el contenido de la doctrina Stimson se incluían los temas petroleros y su impacto en las relaciones bilaterales de Venezuela con Estados Unidos y la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. En fecha 30 de octubre de 1945, el embajador de su majestad británica en Venezuela Geroge Ogilvie Forbes, comunica al gobierno de la Junta Revolucionaria el reconocimiento en los siguientes términos: “…Me es grato comunicarle que el gobierno de su majestad en el Reino Unido reconoce a la Junta de Gobierno como el gobierno de los Estados Unidos de Venezuela…” 19.
18. Estados Unidos de Venezuela. “Libro Amarillo”. M.R.E. 1946, pag V 19. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. “Reconocimiento de la Junta Revolucionaria de Gobierno realizado por el gobierno Británico”. Octubre 30 de 1945.
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Debe acotarse, que entre la solicitud de reconocimiento realizada el 23 de octubre por el gobierno de Venezuela y la citada nota, transcurrieron siete días. Hecho éste que nos da a suponer que a pesar de no haberse efectuado de inmediato, no existía ningún impedimento más allá de la demora burocrática para realizarlo. En la misma fecha el embajador de los Estados Unidos de Norte América, Frank Corrigan, responde a la solicitud del gobierno venezolano de la siguiente manera: “…in reply, I take pleasure in informing Your Excellency that I have been instructued by my Goberment to extend recognition to the Revolucionary Junta of Goberment on its behalf ” 21. Como puede observarse en ambas notas no se evidencia ningún inconveniente ni condicionamiento, para la realización del acto unilateral de derecho; esto significa que el reconocimiento se originó dentro de los parámetros y canales diplomáticos regulares. Sin embargo, documentos del Departamento de Estado estadounidense y del Foreing Office británico recabados y citados por el investigador Jorge Valero22, dicen de una variable que condicionó tal proceder diplomático: el tema petrolero. Cita Valero lo siguiente: “La Foreing Office exigía, como una condición preliminar al reconocimiento, que la Junta debía dar satisfactorias garantías de que los intereses petroleros no serían en modo alguno perjudicados” 23. No era de sorprender la preocupación manifestada por el Foreing Office en el documento citado, ya que, el 6 de octubre de 1945, a propósito de la ausencia del tema petrolero en el discurso del candidato Biaggini, Rómulo Betancourt escribiera:
20. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. “Solicitud de reconocimiento según la nota numero 3197 de fecha 23-10-45”. 21. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. “Reconocimiento de la Junta Revolucionaria de Gobierno realizado por el gobierno estadounidense”. Octubre 30 de 1945. 22. Cf. De la Foreing Office para el departamento de Estado norteamericano, 26 de octubre de 1945. FO 371-45153. En: Valero Jorge. (2001). La diplomacia internacional y el golpe de 1945.Caracas. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Pag 154. 23. Idem.
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“La opinión pública se ha sorprendido sobre el silencio del candidato Biaggini sobre el petróleo. Y lo interpreta en las peores formas: como manifestación de solidaridad absoluta con la reforma practicada en la ley y convenios por el actual gobierno y como actitud temerosa ante los poderosos trust que operan en tierra venezolana” 24. Las empresas petroleras británicas y estadounidenses temían de la vulnerabilidad de sus intereses económicos en Venezuela, luego de los hechos del 18 de octubre. Por eso la cautela y la consulta entre los gobiernos británico y norteamericanos a la hora del reconocimiento de la Junta Revolucionaria que estaba presidida por el mismo autor de tal declaración. No sólo durante los días que transcurren desde la solicitud del reconocimiento el 23 de octubre hasta que este se realizó; sino desde el mismo 19 de octubre, la burocracia estadounidense y británica mantuvo una estrecha consulta e intercambio de ideas, para identificar los riegos eventuales que se suscitarían con el nuevo gobierno a la cabeza de Venezuela. Compartimos la reflexión de Valero, cuando al cotejarla con las palabras del propio Betancourt, dan cuenta de los riegos reales que avizoraban las potencias petroleras. Además como informa el historiador Jose Luis Salcedo Bastardo, dentro del desarrollo de la política económica, estaban insertos cambios fundamentales en materia petrolera: “Fue empeño nacional después del 18 de octubre, compartido ampliamente, que en vez de más concesiones y de mayor extracción de hidrocarburos, atendiendo al carácter no renovable de esos recursos. El Estado debía encaminarse en conseguir un aumento en los proventos” 25. Se corrobora tal afirmación de las palabras del arquitecto de la política petrolera durante el trienio J. P. Pérez Alfonso, en lo relacionado a las concesiones: “…Venezuela no debe otorgar más contratos petroleros bajo el sistema colonial de la concesión; (…) el ritmo exploratorio de reservas 24. Betancourt, Rómulo. (1945). El petróleo en el programa del candidato Biaggini. En: Betancourt, Rómulo. (1979). El 18 de octubre de 1945. Génesis y realizaciones de una revolución democrática. Barcelona. Siex Barral. Segunda edición. Pag 210. 25. Salcedo Bastardo, José Luis. (1978) El cambio social. En: Salcedo Bastardo, Jose Luis, et al. 1958: tránsito de la dictadura a la democracia en Venezuela. Barcelona, Ariel. Pág. 36.
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probadas había podido mantenerse a niveles satisfactorios, bajo una situación que ya databa, para entonces de una década” 26. De cierto, esta idea sobre el petróleo que elogiaba Betancourt se convirtió en política y en Ley cuando, una vez instalada la Asamblea Nacional Constituyente, se concretó la reforma parcial de la ley de Impuesto sobre la Renta que aumentó la tasa de un 12 a un 28.5 por ciento27. En torno a esto Betancourt declaró: “Sin ignorar que la facultad de imponer impuestos constituye un atributo esencial de la Soberanía Nacional, la reforma que presentamos a la consideración de la Asamblea Constituyente Nacional, es capaz de asegurar por largo plazo la participación equitativa del Estado y la Nación en las ganancias obtenidas por las industrias extractivas” 28. Los hechos posteriores ocurridos en el año 1948 en el reparto de las ganancias petroleras del 50 y 50 generarían otro tipo de fricción y relación entre el gobierno y las compañías petroleras, sin dejar de utilizarse el petróleo como instrumento político. Dicho en otras palabras, el gobierno venezolano utilizó el reparto de las ganancias petroleras para insertarse en el concierto de las naciones democráticas de occidente, exigiendo nuevos tratos pero sin dejar de cumplir con los compromisos contraídos, en especial con los estadounidenses y británicos, potencias democráticas con las cuales convenía mantener las más estrechas relaciones. Algunas consideraciones particulares sobre el proceso de reconocimiento dicen de la necesidad que poseía la Junta de Gobierno de la aceptación internacional, ya que ello impactaría sobre su participación en el Nuevo Orden Mundial dentro del cual coexistía el sistema de Derecho Internacional Público que se había iniciado con la Organización de Naciones Unidas; razón por la cual, tal reconocimiento dotaría al gobierno de autoridad para inter26. Pérez Alfonso, J.P. (S-F). Monografía inédita: nuevas concesiones de petróleo. En: Betancourt, Rómulo. (1969).Venezuela, Política y Petróleo. Colombia. Editorial Senderos. Pág. 787. 27. Estados Unidos de Venezuela. (1946). Diario de debates de la Asamblea Nacional Constituyente. 28. El País. “Declaraciones de Rómulo Betancourt, presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno el 28 de diciembre de 1946”. La Habana.
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venir en los foros mundiales. De ello da cuenta la memoria de 1945, que ilustra también sobre el tema comentado al inicio: la continuidad del personal diplomático, antes y después del reconocimiento. Así se expuso: “Los detalles de la labor cumplida con la eficacísima colaboración de los funcionarios del Despacho especializados en las respectivas y más importantes materias de la competencia de éste, los encontrareis en las páginas del presente “Libro Amarillo” y prolijo sería, por consiguiente, daros en esta breve introducción un resumen de las realizaciones que considero esenciales(….)la ratificación por parte de Venezuela de la Carta de las Naciones Unidas y del Estatuto de la Corte Permanente de Justicia Internacional, mediante los cuales quedó jurídicamente incorporada la República en el grupo de las Naciones Unidas…” 29. Consideramos que existían tres aspectos subyacentes a la necesidad del reconocimiento internacional en torno a lo que jerarquizamos como la legalidad y legitimidad mundial: 1- relaciones fluidas con los gobiernos democráticos del mundo, especialmente Estados Unidos y La Gran Bretaña e Irlanda del Norte 2- aceptación de las grandes masas populares de las naciones y 3participación dinámica en el foro jurídico y político mundial dentro del cual estos aspectos eran fundamentales y posibilitaban el liderazgo del gobierno a nivel multilateral en diversos temas. En este sentido, el representante permanente de Venezuela ante las Naciones Unidas, Carlos Eduardo Stolk, remitió el 24 de octubre de 1946, un año después de reconocido el gobierno de la Junta la siguiente información: “No 2 Doctor Bonilla Atiles diciéndose miembro agrupación reivindicadora dominicana del exilio, visitome y basado palabras pronunciadas por presidente Betancourt el 18 de octubre relativas a cordón sanitario contra Franco y Trujillo manifestome deseo de que nuestra delegación proponga inclusión en agenda de punto adicional sobre situación dominicana. Afirmó que en todo caso presentarían solicitud directamente ante secretario General” 30. 29. Estados Unidos de Venezuela. “Libro Amarillo 1946”. M.R.E. pag f. 30. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 199. “Radiograma, traducción Fecha 24 de octubre de 1946”.
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La delegación venezolana encabezó una campaña en la Asamblea General de las Naciones Unidas a pesar de la prudencia sugerida por Stolk para tratar este asunto.31 Días después, el mismo representante informó: “N. 4 Cumplo comunicarle Secretario General en su informe y delegados Bélgica, Noruega, Checoslovaquia iniciativa de Venezuela, han señalando necesidad medida Naciones Unidas contra Régimen Franco y Trujillo en discursos inaugurales pronunciados hasta ahora. Chile también apoyo idea indirecta pero categóricamente por conversaciones con delegaciones Francia, Polonia, Guatemala, Filipinas, determinar (sic) saber si tienen propósitos semejantes. Conviene considerar que conforme Carta la Asamblea no puede adoptar decisión alguna sobre asunto español mientras Consejo Seguridad no se desprenda de su conocimiento pero sí discutirlo entretanto. Delegado de Polonia manifestó que no retiraría asunto de dicho Consejo hasta no tenga certeza Asamblea podría llegar decisión favorable. Criterios países mencionados orientan Asamblea recomiende miembro de Naciones Unidas ruptura de relaciones” 32. Puede observarse una dinámica secuencial existente entre la solicitud de reconocimiento, el factor petrolero, la aceptación de los gobiernos democráticos del mundo y el inicio de una ofensiva en defensa de la democracia a nivel multilateral. Esto coexistió con la política de reciprocidad asumida por el gobierno de la Junta al reconocer el nuevo régimen de Bolivia dirigido por Néstor Guillen, con la salvedad expresa que contaran con el apoyo popular y orientara sus políticas democráticas a la elección de un Presidente producto de la voluntad del pueblo, aspectos normativos de la doctrina Stimson. En este sentido el comunicado dirigido por la Junta Revolucionaria de gobierno y suscrito por Gonzalo Barrios expuso lo siguiente: “En respuesta, compláceme participar a vuestra excelencia que la Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Vene31. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 199. “Radiograma, traducido de fecha 24 de Octubre de 1946”. En el cual Stolk expuso: “…artículo segundo, parágrafo 7 de la Carta, impide intervención asuntos internos de otros Estados salvo cuando constituya amenaza para la paz mundial. Políticamente tampoco conviene suscitar tal asunto en Asamblea porque delegación dominicana podría presentar caso juicio responsabilidad como represalia y se verán coartadas nuestros argumentos de defensa.” 32. ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 199. “Radiograma, traducción. Fecha 24 de octubre de 1946”.
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zuela en la sesión de gabinete celebrada hoy, resolvió reconocer al nuevo gobierno provisorio de Bolivia considerando que dicho régimen representa al sentir democrático del pueblo Boliviano, unido al de Venezuela por aspiraciones comunes de superación y libertad y por lazos históricos que son imperecederos. Así pues, Venezuela continuará manteniendo con el gobierno recientemente instaurado y con el nuevo que sea electo, paz y fraternales relaciones existentes entre ambos pueblos....” 33. La política de defensa de la democracia en el ámbito bilateral y multilateral, estuvo condimentada por una transitoria campaña en los sectores sociales, económicos y políticos en el exterior en ocasión de la gira que realizara el presidente de la Junta y una nutrida comitiva a varios países latinoamericanos. Ello nos deja presumir que existió inicialmente una tendencia para crear una estrategia que pretendía desdibujar la imagen del origen –violento34 y antidemocrático– del nuevo gobierno, resaltando los objetivos populares (bienestar social, democracia, libertad) que propició el derrocamiento del General Isaías Medina Angarita. Así, el 11 de Julio de 1946 se produce una resolución conjunta de los Ministerios de Interior, Relaciones Exteriores y Defensa Nacional mediante la cual la Junta Revolucionaria de Gobierno acepta la invitación realizada por el gobierno de los Estados Unidos Mexicanos para asistir a la “inauguración” de la estatua del Libertador Simón Bolívar en la capital mexicana35. 33. ACMRE. Dirección de Política Internacional. País, Bolivia. Expediente 199. “Radiograma de fecha noviembre de 1946: Reconocimiento al gobierno del Presidente provisorio de Bolivia Nestor Guillén”. 34. Según la entrevista realizada al Coronel (r) Alberto Miliani Balza, para entonces cadete de la escuela militar, el 18 de octubre de 1945 fue un golpe violento que generó muchas muertes civiles y militares, no como se ha comentado en diversas fuentes secundarias y hemorográficas. Logró el grado de subteniente de inmediato instalado el nuevo gobierno. 35. ACMRE. Dirección del Despacho del Ministro. Expediente 159. “Resolución conjunta Ministerios Exteriores, Interior y Defensa Nacional en donde se autoriza que acompañen al Presidente de la Junta a los siguientes ciudadanos: Carlos Morales, encargado del Ministerio de Relaciones Exteriores, Edmundo Fernández, encargado del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, Doctor Jacinto Bombona Pachano, miembro de la Academia de la Historia, Doctor Andrés Eloy Blanco, Presidente de la comisión preparatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, Doctor Juan Oropeza, Rector de la Universidad Central, Doctor Diego Córdoba, Encargado de Negocios de Venezuela en el Paraguay, Alejandro Oropeza Castillo, Presidente de la Corporación Venezolana de Fomento, Señor Julio de Armas, Presidente de la Asociación de ganaderos, Señor Domingo Navarro Méndez, Presidente de la Federación de Cámaras de Comercio, Augusto Malavé Villalba, Presidente de la Federación Sindical de Trabajadores, Capitán Horacio López Conde, Director Gerente Línea Aeropostal Venezolana, Luis Arroyo Parejo, Introductor de Embajadores
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La única escala antes de llegar a México fue la ciudad de La Habana, en donde el 20 de Julio de 1946 el Presidente de la Junta sostuvo una corta entrevista en el aeropuerto con periodistas de la prensa local. Betancourt no perdió la oportunidad para, a la vez de fustigar los regímenes dictatoriales, perfilar los principios fundamentales de su doctrina en defensa de la democracia: “Periodista: ¿Quiere usted anunciarnos los motivos fundamentales de su gobierno para romper relaciones diplomáticas con el gobierno Dominicano, que según tenemos entendido fue una de sus primeras medidas ejecutivas? Betancourt:...se trata de extender un cordón de profilaxia alrededor de Venezuela contra todos los reflejos de dictaduras... Periodista: ¿esas mismas razones fueron las que abundaron para romper relaciones con Franco? Betancourt: -exactamente,... y serán también las que sirvan de fundamento para romper con todas las dictaduras.. Periodista: ¿Qué opinión tiene …de la reiterada suspensión de la reunión de Río de Janeiro? Betancourt: -Esta reunión de Río...podría ser aprovechada para hacer un pronunciamiento conjunto de los países hemisféricos contra todas las dictaduras...” 36. Al finalizar su breve visita a Cuba en la cual compartió con el Presidente Grau San Martín y demás autoridades gubernamentales, se reunió con el pueblo y representantes estudiantiles cubanos, recibiendo de manos de Manuel Castro, representante de la FEU (Federación de Estudiantes Universitarios) un y Ministros, Doctor Raúl Nass, Director de Secretaria de la Junta Revolucionaria, Doctor Santiago Pérez Pérez, Jefe de la sección de Relaciones Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores, Señor Miguel Otero Silva, redactor-jefe del diario El Nacional, Marco Aurelio Rodríguez, Redactor de la Esfera, Pascual Venegas Filardo, redactor de “El Universal”, Teniente Coronel Julio Cesar Vargas, Inspector General de las Fuerzas Armadas, Teniente Coronel Francisco Hernández Peña, Contralor de las Fuerzas Armadas, Mayor Miguel Nucete Paoli, Jefe de la Casa Militar, Mayor Raúl Castro Gómez, Director de la Escuela Militar, Mayores Marcelino Rancel, Felix Román Moreno y Roberto Casanova, Capitanes J.M Pérez Morales, Vicente Marchelli, Francisco Gutiérrez, Teniente de Navío Antonio Ferrer, Teniente de Fragata, Rafael Álvarez, Tenientes, Roberto Morean Soto y Oscar Zamora Conde”. 36. Diario el Crisol. “Entrevista de periodista cubano a Rómulo Betancourt en su camino a México para acudir a los actos de develamiento de la estatua del Libertador Simón Bolívar.” La Habana, Cuba. 20 de julio de 1946.
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pergamino dirigido a los estudiantes venezolanos37. Betancourt, no perdió la oportunidad para generar a través de esta iniciativa un vínculo que fortalecería las bases de los movimientos sociales de ambos pueblos en favor y defensa de la democracia. Apunta el periodista testigo del encuentro38 que el Presidente de la Junta prestó especial importancia a su diálogo con los estudiantes y representantes sociales. En México, la visita estuvo adornada por condecoraciones y votos de felicidad mutua para las naciones y sus pueblos. En el discurso pronunciado el 24 de julio de 1946, durante la ceremonia en la que fue descubierta la estatua del Libertador, Rómulo Betancourt expresó los parámetros generales de lo que significaba la política exterior en defensa de la democracia: “…Debemos solicitar en su odio irreconciliable a los regímenes dictatoriales, asidero y soporte a la tesis de que no puede hablarse honradamente de quiebra del fascismo mientras en España, y en tantas otras dolorosas patrias de América, pervivan gobiernos que humillan y oprimen a los pueblos…” 39. La defensa de la democracia fue una constante en el discurso de Betancourt durante el viaje, enfocando sus argumentos contra los regímenes de Franco y Trujillo. Asimismo, como hemos reiterado, la atención a las masas populares entró en la agenda política llevada por Betancourt a México y a los demás países latinoamericanos que visitó. La justificación de los hechos del 18 de octubre de 1945 en Venezuela fue otro de los elementos del discurso del Presidente de la Junta, utilizando la defensa de la democracia como una bandera y elogiando la función de las Fuerzas Armadas en la construcción y defensa de un régimen de libertades, así expresó a su llegada a Guatemala:
37. Diario el Crisol. “Entrevista de periodista cubano a Rómulo Betancourt”. La Habana, 22 de Julio de 1946. 38. Idem. 39. ACMRE. Dirección de Política Internacional. País México. Expediente 139. “Discurso del Presidente de la Junta Revolucionaria de Venezuela en la ceremonia de entrega de la Estatua del Libertador Simón Bolívar en la ciudad de México, el 24 de Julio de 1946”.
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“..en las pseudos revoluciones de América se veía a los militares actuar en la forma clásica del pronunciamiento español: tomando el poder por la violencia para luego saltarse la Constitución a la torera y establecer una dictadura castrense. En Guatemala y Venezuela se rompió ese esquema clásico de golpe de Estado latinoamericano. Realizado el movimiento revolucionario, el ejército no ha devenido en facción armada con beligerancia política. Sus conductores en vuestra patria y en la mía han regresado a sus cuarteles, cumplida con éxito la heroica peripecia de echar por tierra lo que carecía de título para persistir. Y empeñados están, allá y aquí, en tecnificar y remodelar las fuerzas armadas, transformándolas en instrumento eficaz de la nación para salvaguardar el orden público y para defender la soberanía nacional...” 40. La comparación realizada entre los movimientos revolucionarios venezolano y guatemalteco, no aspiraba otra cosa que generar una imagen de cofradía en pro y defensa de la democracia latinoamericana. Este símil no fue producto de un hecho aislado, significaba una cabeza de playa en la lucha contra las dictaduras que emergían en Centro América, hacia las cuales también tuvo palabras desafortunadas y despectivas41, incluidas dentro del mismo cordón de profilaxia política para preservar a los pueblos libres de los despotismos de Estado42. Enfatizando el espíritu democrático que gobernaba a los miembros de la Junta en funciones de Estado, Betancourt ratificó al Presidente Juan José Arévalo en independencia de criterio, su desprecio a las dictaduras: “…no estamos esperando consignas foráneas para trazar nuestro propio rumbo en la política internacional, por eso junto con México y Panamá somos los gobiernos de América que rompieron relaciones con el espúreo, antidemocrático y fascista de Franco, que desgobierna a España….nuestro gobierno no mantiene relaciones con la dictadura que oprime a Santo Domingo, y dispuestos estamos en sostener en la conferencia interamericana de Río de Janeiro que debe establecerse un 40. El Imparcial. “Declaraciones de Rómulo Betancourt.” Guatemala, 27 de Julio de 1946. 41. Nos referimos en particular al caso de la Nicaragua de Somoza, nación con la cual no tendría el gobierno relaciones y a la que denunciaría en la IX Conferencia Interamericana de 1948 como jefe de la delegación venezolana en representación del gobierno del Presidente Rómulo Gallegos. 42. El Imparcial. “Declaraciones de Rómulo Betancourt.” Guatemala, 27 de Julio de 1946.
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cordón profiláctico contra los gobiernos antidemocráticos, entre ellos, algunos geográficamente ubicados en tierra de Centro América…”. Como hemos podido constatar en la revisión de fuentes primarias y hemerográficas, fue reiterativo en Betancourt el discurso político en defensa de las democracias latinoamericanas y duro ataque a los regímenes de facto. Ello nos lleva a construir la hipótesis que considera que Betancourt supeditó la estabilidad del nuevo régimen democrático venezolano a la estabilidad de las democracias latinoamericanas. El uso de tal discurso, acompañado con acciones multilaterales delineaba cada día más la construcción de una política exterior muy particular en defensa de las democracias y agresiva contra gobiernos dictatoriales. En este sentido, en Costa Rica, magnificó la importancia de la democracia en una dimensión histórica y política para Venezuela: “lo importante para esta hora histórica de Venezuela es que vamos a entrar rectamente por los rumbos de la democracia efectiva, a base de libertad absoluta y que existe un sentido cabal de las responsabilidades de los dirigentes políticos en cuanto a buscar la solución de los problemas que han situado al país en una posición regresiva, simicolonial” 43. Finalmente en Panamá reiteró la denuncia permanente contra las dictaduras de Franco y Trujillo exaltando el protagonismo de Venezuela en su lucha por la defensa de la democracia continental con un sesgo pro-norteamericano y con la recurrente idea de conformar un cordón profiláctico: “”... es incompatible con el triunfo resonante de las armas aliadas contra las potencias del eje, la persistencia en Europa de un régimen que como el de España, es la ex creencia del fascismo. Por eso pueblos pequeños como México, Panamá, Venezuela y Guatemala, no mantienen relaciones con el régimen de España. Varios son los pequeños pueblos americanos -Venezuela entre ellos y en sitio de vanguardiaque están empeñados en hacer triunfar la tesis de que entorno de gobiernos anti-democráticos del continente se establezca un riguroso condón profiláctico. Mientras haya en América un solo gobierno que 43. Diario de Costa Rica. “Declaraciones de Rómulo Betancourt.” 30 de Julio e 1946. Durante la estadía de Betancourt de tres horas en Costa Rica, a su regreso de México y luego de pasar por Guatemala.
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no garantice el libre juego de los partido políticos, que no garantice la libertad de prensa, la expresión oral y escrita, de todas las corrientes ideológicas mientras haya un gobierno que no garantice las cuatro libertades roosevelianas (sic) estará amenazada la libertad de todo el continente...” 44. Se perfilaba en su discurso lo que sería la política de crear un cuerpo homogéneo de naciones contra las dictaduras. Todas las denuncias, encontrarían una tribuna multilateral efectiva en los escenarios de la Organización de las Naciones Unidas y en la conferencia de Río de Janeiro de 1946. A finales de ese año el canciller Carlos Morales a la hora de la presentación de la Memoria, advirtió los primeros resultados de la campaña venezolana contra las dictaduras en el continente: “La Asamblea General aprobó por cuarenta y cinco votos favorables un proyecto de resolución presentado por la delegación de Panamá y enmendado por la de Noruega, en que recomienda a los Miembros de las Naciones Unidas actuar de acuerdo con la letra y el espíritu de las declaraciones de las conferencias de San Francisco y de Postdam respecto al actual Gobierno de España. La delegación de Venezuela tanto en la Comisión General como en la Asamblea, expresó su apoyo total y entusiasta a la resolución en referencia: pronunciaron también discursos asociándose a la moción panameña, las delegaciones de Francia, Checoslovaquia, México, Uruguay, Bielorrusia, Reino Unido, Yugoslavia y Noruega” 45. Ciertamente, el 18 de octubre tuvo un origen violento. Fue el desplazamiento forzoso del poder a quien había resultado electo democráticamente. Esta circunstancia daba poca fortaleza a las bases del discurso en pro y defensa de las democracias latinoamericanas si no se satanizaba la gestión de Medina Angarita mediante la imposición de responsabilidad administrativa a sus jerarcas, difundiendo en lo interno como en lo internacional, los esfuerzos del nuevo gobierno por generar los cambios democráticos que propugnaban.
44. La Nación. “Discurso del 28 de Julio de 1946 en respuesta a las palabras del presidente de Panamá Enrique Jiménez”. Panamá 29 de Julio de 1946. 45. Estados Unidos de Venezuela. “Libro amarillo 1947. Resolución relativa al gobierno de España”. Pág. XXVI.
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Corta presidencia de Rómulo Gallegos: febrero-noviembre de 1948 Los objetivos perfilados por los revolucionarios de octubre de 1945, vieron su luz con la avasallante elección popular del escritor Rómulo Gallegos candidato del partido Acción Democrática en las elecciones de diciembre de 1947 como Presidente de la República para el período 1948-1952. Además en la declaración preliminar de la nueva constitución de 1947 se consagraron los principios fundamentales de la lucha democrática que había defendido la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt: “…La sustentación de las democracias como único e irrenunciable sistema de gobernar su conducta interior, y la colaboración pacífica en el designio de auspiciar ese mismo sistema en el gobierno y las relaciones de todos los pueblos de la tierra…” 47. El estilo particular de Betancourt, aguerrido y severo contra las dictaduras, se diferenciaba de la postura sobria y serena del presidente Gallegos. Sin embargo, al momento de asumir éste último las riendas del gobierno mantuvo los parámetros dentro de los cuales se había delineado la política exterior en defensa de la democracia: “Serán fortalecidos los lazos de amistad de Venezuela con aquellas naciones cuyos gobiernos descansen sobre el consenso de sus gobernados, siendo esta condición nada más que la inevitable consecuencia de la prudencia que demanda el reciente logro de la democracia en Venezuela…el gobierno no participará en ningún intento de perturbar el orden público de otros países” 48. Se diferenciaban, no en la expresión del contenido de la doctrina continental de defensa de la democracia, sino, en cierta omisión personal a la 46. Diario El Nacional. “El escritor Rómulo Gallegos logra imponerse con un total de 871.752 votos sobre su principal oponente el Dr. Rafael Caldera candidato de COPEI con 262.204 votos.”Caracas, enero 6 de 1948. 47. Estados Unidos de Venezuela. “Constitución de 1947. Declaración preliminar.” Caracas. Imprenta Nacional. Pag 6 48. Pensamiento político venezolano del siglo XX. “Alocución de Don Rómulo Gallegos como Presidente constitucional de Venezuela el 15 de febrero de 1948”. Congreso Nacional de Venezuela. Tomo, Gobierno de Rómulo Gallegos.
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hora de la denuncia recurrente contra los gobiernos de facto que fue bandera durante la Junta revolucionaria. Su temperamento respetuoso y legalista le impedía a Gallegos asumir un discurso contumaz que permitiera suponer que existía algún tipo de intromisión en los asuntos internos de otros Estados. Por ello delegó esa función al ex presidente de la Junta Revolucionaria Rómulo Betancourt, quien en la IX Conferencia Interamericana49 como jefe de la delegación que viajó a Bogotá, logró consolidar una resolución de defensa de la democracia contra tácticas de hegemonía totalitarias y contra la acción del comunismo internacional50. Esta última postura nos permite suponer que ya Venezuela había decidido alinear su política exterior a los enunciados anticomunistas que emanaban de Washington en ocasión del inicio de la Guerra Fría. Lo dicho, no significa que el gobierno de Gallegos abandonara la defensa de la democracia, por el contrario se enfatizó el mismo espíritu pero con un leguaje menos caluroso y explosivo. Efectivamente, durante los años 45,46 y 47 el respaldo de los norteamericanos no evidenciaba mayor preocupación por el crecimiento de los comunistas, pues, hasta ese momento el verdadero enemigo era el fascismo y el nazismo51. A manera de conclusiones El desarrollo de la cronología analítica relativa a la dinámica internacional desarrollada por Venezuela durante el Trienio adeco 1945-1948, resultó ser un ejercicio de (re) construcción de la historia. Como estudio empírico hemos podido desarrollar una visión particular sobre los hechos y el conjunto de relaciones de interdependencia que condicionó cada uno de los procesos revisados. Como lo advertimos en la introducción, la política desarrollada tanto para lograr el reconocimiento internacional como para imprimir un liderazgo regional en la defensa de la democracia, aspiraba alcanzar un clima de estabili-
49. En la cual fue aprobada la Carta de la Organización de Estados Americanos. 50. Mensajes Presidenciales. Mensaje que el ciudadano Rómulo Gallegos, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela presenta al Congreso Nacional el 29 de abril 1948. Tomo V. Imprenta Nacional. 51. Marcano Salazar, Luis Manuel, (1998). “Política Exterior durante el gobierno de Rómulo Betancourt 1959-1964”. Caracas. Nuevas Letras-Sypal. Pág. 48-49.
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dad en el constructo de la estructura de poder interno nacional. En efecto, al estudiar el proceso de reconocimiento pudimos apreciar que el tema petrolero en vez de constituirse en un instrumento a favor para agilizar los actos unilaterales de derecho, se constituyó en un elemento de conflicto frente a las potencias democráticas vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. En relación a la defensa de la democracia, a pesar de haberse efectuado una campaña internacional acompañada de visitas y encuentros con pueblo y estudiantes y propulsar una resolución en la IX Conferencia Interamericana, no generó los efectos deseados, toda vez que al poco tiempo tanto América Central como Sur América se enfrentó a una ola de regímenes militares, incluyendo el que desplazó del poder a Rómulo Gallegos. A nivel multilateral, tanto en el seno de las Naciones Unidas como en la Conferencia Interamericana de Bogotá de 1948, el tema central de la agenda diplomática fue la defensa de la democracia acompañada por una intensa campaña para presidir el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas. Con respecto a esto, identificamos serias debilidades en el relacionamiento interno de la burocracia diplomática en cuanto a la inconsistencia en la solicitud de compromisos y la (des) coordinación en el desarrollo de las estrategias. Pudimos advertir una ligera diferencia en el ejercicio del poder ejecutivo entre Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos, dibujada por una manera diferente de promocionar los valores democráticos que aspiraban resaltar, producto de dos personalidades distintas, la primera de vanguardia retórica y acciones agresivas y la otra conservadora y legalista. Sin embargo, contrario a lo que dicen otros analistas, consideramos que fue durante “el trienio adeco” cuando se construyó, fortaleció y desarrolló por primera vez la denominada “Doctrina Betancourt” con resultados evidentes como fue la “Resolución de Defensa de la Democracia” que se produjo en el seno de la IX Conferencia Interamericana de Bogotá en 1948. Al final ratificamos lo dicho en la introducción, pudimos observar una distancia entre las amplias aspiraciones que se buscaban en los diversos temas tratados y los resultados que se lograron para el beneficio del sistema político que se intentaba establecer con bases sólidas y profundas. A pesar de ello el legado quedó y pudo ser disfrutado por los venezolanos a partir de 1958, con las lecciones aprendidas en el denominado experimento democrático de 1945-1948.
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Fuentes primarias y secundarias Fuentes secundarias consultadas Betancourt, Rómulo (1979): El 18 de octubre de 1945. Génesis y realizacio-
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___________________________________________: Alocución de Don Rómulo Gallegos como Presidente constitucional de Venezuela el 15 de febrero de 1948. Congreso Nacional de Venezuela. Tomo, Gobierno de Rómulo Gallegos. Mensajes Presidenciales. Mensaje que el ciudadano Rómulo Gallegos, Presi-
dente de los Estados Unidos de Venezuela presenta al Congreso Nacional el 29 de abril 1948. Tomo V. Imprenta Nacional.
Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela. ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Comunicado de fecha 22 de octubre de 1945 enviado a las embajadas de Los Estados Unidos de Venezuela ente los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Inglaterra, México, Panamá, Perú, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Cuba, España, Francia, Guatemala, Haití, Paraguay, Portugal, República Dominicana, Santa Sede, Italia, Uruguay, Consta Rica, Canadá, Trinidad, Curazao.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Radiograma de fecha 22 de octubre de 1945, signado por el cónsul Delgado en Bonaire.
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ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Comunicado en-
viado a la embajada de Venezuela en Londres, firmado por el canciller Morales, con instrucciones de ser enviado a las demás embajadas y legaciones de Venezuela en Europa con excepción de Madrid.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Expediente 129. “ocumento por medio del cual se reconoce al gobierno Republicano español en el exilio presidido por José Giral con sede en México.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Radiograma de fecha 27 de octubre de 1945, firmado por Perazzo, mediante el cual informa que el gobierno de Trujillo se había dirigido a los demás gobiernos latinoamericanos sugiriendo gestionar ante la Junta Revolucionaria la libertad de los Generales Medina y López y demorar prudencialmente su reconocimiento.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Reconocimiento de la Junta Revolucionaria de Gobierno realizado por el gobierno Británico. Octubre 30 de 1945.
ACMRE..
Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Solicitud de reconocimiento según la nota numero 3197 de fecha 23-10-45.
ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 299. Reconocimiento
de la Junta Revolucionaria de Gobierno realizado por el gobierno estadounidense. Octubre 30 de 1945.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Expediente 199. Radiograma, traducción. Fecha 24 de octubre de 1946.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. País, Bolivia. Expediente 199. Radiograma de fecha noviembre de 1946: Reconocimiento al gobierno del Presidente provisorio de Bolivia Nestor Guillén.
ACMRE.
Dirección del Despacho del Ministro. Expediente 159. Resolución conjunta Ministerios Exteriores, Interior y Defensa Nacional en donde se autoriza que acompañen al Presidente de la Junta a un grupo de ciudadanos.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. País México. Expediente 139. Discurso del Presidente de la Junta Revolucionaria de Venezuela en la ceremo-
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nia de entrega de la Estatua del Libertador Simón Bolívar en la ciudad de México, el 24 de Julio de 1946. ACMRE.
Documentos relativos a la inauguración de la Organización de Naciones Unidas. (1945). Intervención del Ministro de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos de Venezuela Dr. Caracciolo Parra Pérez, el primero de Mayo de 1945.
ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 109. Naciones Unidas.
(1947). Intervención realizada por el representante permanente de Venezuela en Naciones Unidas Carlos Eduardo Stolk.
ACMRE. Dirección de Política Internacional. Expediente 109.Radiograma 307
cifrado de fecha 26 de Julio de 1946.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Documento 101, expediente relativo al ECOSOC.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Exp 199. Esta consideración la compartió el embajador Stolk en comunicación a cancillería, días después de la negativa estadounidense.
ACMRE.
Dirección de Política Internacional. Documento 199, expediente ECOSOC .
ACMRE..
Expediente 208. Despacho de Personal Diplomático. Registro de Personal Diplomático llevado por la oficina de personal de la Cancillería durante el día y los meses posteriores al 18 de octubre que el personal diplomático permaneció casi inmutable.
ACMRE.
Política Internacional. Radiograma de fecha 1 de Noviembre de 1946.
ACMRE.
Política Internacional. Radiograma 309 de fecha 10 de noviembre de 1946.
ACMRE.
Política Internacional. Radiograma 309 de fecha 14 de noviembre de 1946.
ACMRE. Política Internacional. Expediente 109. Radiograma 19 de fecha 14 de
noviembre de 1946.
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ESTUDIOS
ACMRE. Política Internacional. Expediente 109. Radiograma 19 de fecha 15 de
noviembre de 1946.
ACMRE. Política Internacional. Expediente 109. Radiograma 19 de fecha 17 de
noviembre de 1946.
Centro de Documentación de la Organización de Naciones Unidas. CDNU. Documento 005-98 de Naciones Unidas. 1946. En intercambio de notas
de la delegación estadounidense en Naciones Unidas se deja mostrar la preocupación de que la delegación venezolana lograse un puesto en el Consejo e impulsara resoluciones en materia petrolera con impacto social contraria a los intereses norteamericanos. Minuta de la reunión del grula (grupo latinoamericano) en sesión de 30 de octubre de 1946. Naciones Unidas, Nueva York.
CDNU.
N.A- 818,0016-2749 del 27 de junio de 1949: Informe del embajador Nataniel Davis al Departamento de Estado.
CDNU.
CDNU. N-A. 81800-4 1948, 16 de abril 1948: informe del embajador Berbaum
en Managua al Departamento de Estado.
Fuentes hemerográficas Declaraciones de Rómulo Betancourt, presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno el 28 de diciembre de 1946. La Habana.
El País:
Entrevista de periodista cubano a Rómulo Betancourt. La Habana, 22 de Julio de 1946.
Diario el Crisol:
El Imparcial:
de 1946.
Declaraciones de Rómulo Betancourt. Guatemala, 27 de julio
Diario de Costa Rica:
Declaraciones de Rómulo Betancourt. 30 de julio de 1946. Durante la estadía de Betancourt de tres horas en Costa Rica, a su regreso de México y luego de pasar por Guatemala. Discurso del 28 de Julio de 1946 en respuesta a las palabras del presidente de Panamá Enrique Jiménez. Panamá 29 de Julio de 1946.
La Nación:
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Diario El Nacional: El escritor Rómulo Gallegos logra imponerse con un total
de 871.752 votos sobre su principal oponente el Dr. Rafael Caldera candidato de COPEI con 262.204 votos. Caracas, enero 6 de 1948.
El País 13 de abril de 1947. El Nacional, julio 20 de 1946. El País, La Habana, 22 de julio de 1946. El Nacional, 19 de octubre de 1948. Resoluciones y actas Acta Final de la Novena Conferencia Internacional de Estados Americanos, “Resolución XXXII”, Conf, Int. Am, 1945-1954, Entrevistas Entrevista realizada el 30 de Junio de 2008 al Coronel del ejercito (r) Alberto Miliani Balza, cadete del segundo año de la Escuela Militar el 18 de octubre de 1945 quien participó en los hechos que son objeto de estudio.
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UN LINAJE ILUSTRE EN MÉRIDA. LA FAMILIA XIMENO DE BOHÓRQUEZ (1598-1682) Francisco Miguel Soto Oráa (*)
Introducción La familia es una categoría de análisis de especial relevancia para la comprensión de los procesos históricos. Ella nos permite entender, a partir de la readaptación de las normas de sociabilidad implantadas por España en el Nuevo Mundo, entre otras cosas, las estructuras de poder ligadas al parentesco; el entramado de las relaciones entre los individuos de una misma familia y con el conjunto social en el que está inserta; las nociones de religiosidad; las estrategias socioeconómicas; en fin, aspectos de la vida familiar que nos aproximan a entender las dinámicas políticas, económicas, sociales, culturales y religiosas del devenir del ser humano. En Venezuela, los trabajos referidos a las familias no son muy numerosos; en principio, encontramos importantes obras de referencia que abordan las genealogías de las familias más importantes desde el período colonial, algunas utilizan fuentes documentales de archivos nacionales y extranjeros. En las últimas dos décadas los trabajos realizados en Venezuela sobre familias han tenido un incremento, de éstos se destaca el estudio de Juan Almécija (1992): La familia en la Provincia de Venezuela, por la profundidad de esta investigación y la concepción teórico-metodológica que emplea, así como la utilización de las fuentes documentales. También hay que destacar los trabajos de la historiadora Mercedes Ruiz Tirado, quien ha sido una de las pocas investigadoras que ha profundizado en el estudio de las familias en Venezuela, particularmente sus estudios sobre linajes merideños y barineses y su relación con el comercio (*) Licenciado en Historia. Universidad de Los Andes.
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del tabaco durante el período colonial. También, existen otras investigaciones importantes enfocadas al plano regional, que han abordado temas significativos de las familias y la sociedad, permitiendo desde la Historia Regional adentrarnos en la vida cotidiana, así mismo han tratado de dar a conocer las actividades económicas, políticas, religiosas, sociales, entre otras1. Los trabajos sobre familias coloniales en el caso específico de la ciudad de Mérida se han acercado al estudio y la reconstrucción de los parentescos de los linajes más importantes que hicieron vida en la ciudad durante los siglos XVII y XVIII, sobre la base de la documentación dejada por estas familias, nos acercan así al entramado social de la ciudad de Mérida; y procuran aproximarse al estudio de las redes que dominaban el poder político y económico en la ciudad. De igual manera, se interesan por el estudio de sus cualidades y comportamientos, es decir, sus relaciones con los miembros de su familia y el resto de su comunidad, el parentesco, su afectividad, su posición ante la muerte y la conservación del honor y la riqueza familiar2. Dada la importancia señalada, nos hemos planteado en esta investigación estudiar a una de las familias de la élite colonial merideña, tomando en cuenta las especificidades de la región. En particular, nos acercaremos al estudio del linaje Ximeno de Bohórquez y su actuación en la dinámica económica y política de la ciudad de Mérida en sus primeros años de formación y consolidación, es decir, la primera mitad del siglo XVII. Para ello, la categoría familia3 juega un papel fundamental, ya que permite reconstruir y comprender las 1. Para conocer más sobre los estudios de familias realizados en Venezuela revísese el trabajo de Dora Dávila: “El Tema familia en los estudios históricos venezolanos (Un balance historiográfico necesario, 1990-2000).” Montalbán, 34 (Caracas, 2001); pp. 275-296 y Yuleida Artigas: Familia, Poder y Cotidianidad en Mérida. Siglo XVII. Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2003. [Trabajo Inédito]. 2. Sobre los estudios de familias coloniales en Mérida hallamos los de Teresa Albornoz de López: Linaje, Matrimonio y Poder en Mérida Colonial: La Familia Cerrada. Mérida, Universidad de Los Andes. Grupo de Investigación sobre Historiográfia de Venezuela, 1998. Yuleida Artigas y Robert Darío Castillo: Linajes de la Élite Colonial Merideña: Gavirias y Avendaños (Siglos XVI – XVII). Mérida, Universidad de Los Andes. Grupo de Investigación sobre Historiográfia de Venezuela, 1998. Mailyn Lira: Los Briceño de Mérida: conformación de una familia de poder económico, político y social en el siglo XVIII. Mérida, Facultad de Humanidades y Educación, 2004. [Trabajo Inédito] y María Vergara: Familia Rangel-Carrillo de Cuellar, linaje de la elite merideña. Siglo XVII Mérida, Facultad de Humanidades y Educación, 2003 [Trabajo Inédito]. 3. Para profundizar en los trabajos sobre familias revisar: Mercedes Ruiz Tirado: “La Familia como categoría analítica en la historia social”, en Presente y Pasado, 5. (Mérida, Enero - Junio de 1998),
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relaciones socioeconómicas y políticas que se desarrollaban en la vida colonial de Mérida, tomando en cuenta que en este período las alianzas matrimoniales servían de estrategia para el dominio del poder, determinando así las formas de sociabilidad en la colonia. Por lo tanto, la reconstrucción de la estirpe Ximeno de Bohórquez podrá permitirnos conocer el desenvolvimiento de parte de la sociedad merideña del siglo XVII. El estudio en concreto de la familia Ximeno de Bohórquez en el contexto de Mérida en el siglo XVII, nos permitirá conocer las relaciones del poder en la ciudad en el período colonial, tomando en cuenta que esta estirpe pertenecía a la élite que dominaba todos los aspectos de relevancia de la ciudad. Nos acercaremos a las vinculaciones que tuvo con otras familias, por medio del estudio de las alianzas matrimoniales con las cuales pretendieron incrementar su preponderancia económica y preservar o “mejorar” su linaje, estableciendo así una red de lazos con las demás estirpes que mantuvieron el dominio del poder en la ciudad. Para la realización de esta investigación partiremos de fuentes bibliográficas y documentales, utilizaremos para ello algunos documentos que reposan en el Archivo General de Indias, en el Archivo General del Estado Mérida y en la Biblioteca Nacional-Biblioteca Febres Cordero, de esta misma entidad andina. 1. El origen de los Ximeno de Bohórquez en Mérida El linaje Ximeno de Bohórquez se estableció en la ciudad de Mérida a finales del siglo XVI. El fundador de esta estirpe en Mérida fue Juan Félix Ximeno de Bohórquez, nacido en la ciudad de Bogotá, hijo primogénito de los españoles Pedro Ximeno de Bohórquez, natural de Utrera, y de Doña Beatriz de Martos y Castillo, natural de Alcalá de Guadaira. De este matrimonio también nacieron Francisco Ximeno de Bohórquez y Doña Juana de Bohórquez Barrera4.
pp. 7-21; Jean Louis Fladrín: Orígenes de la familia moderna. Barcelona (España), Editorial Crítica, 1979; Juan Almécija: La Familia en la Provincia de Venezuela. Madrid, MAPFRE, 1992; Richard Konetzke: América Latina. La época colonial. Madrid, Siglo XXI Editores S. A., 1971. tomo II. 4. Roberto Picón Parra: Fundadores, Primeros Moradores y Familias Coloniales de Mérida (1558-1810). Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1988, III, pp. 59 – 60.
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Los Ximeno de Bohórquez pertenecían a un linaje ilustre e hidalgo. Pedro Ximeno de Bohórquez arribó al Nuevo Continente en 1566 y participó en la conquista de las Provincias de La Palma y Santa Agueda de Gualí5. Además, en la documentación se le designa como Caballero Hijosdalgo de Sangre6. Murió en la ciudad de Santa Fe y fue enterrado en el Convento de San Agustín. Su padre Pedro Ximénez obtuvo la carta de Ejecutoría de Nobleza7 en 1519, también fue Alcalde de la villa de Utrera por el estado Hijosdalgo. Así mismo, Juan Ximénez Huste, bisabuelo de Pedro Ximeno de Bohórquez, obtuvo la Ejecutoria de Nobleza en 13898. Juan Félix Ximeno de Bohórquez se casó con Doña Luisa de Velasco y Monsalve, nacida en Cuéllar, quien pertenecía a un linaje benemérito, ya que era hija del Gobernador Juan Velásquez de Velasco y de Doña Francisca de Monsalve, además era nieta de Don Hortún Velásquez de Velasco, fundador de Pamplona. De igual manera, sus abuelos maternos fueron Francisco de Monsalve y Catalina de Pineda, primeros pobladores y vecinos de Tunja. Según Roberto Picón Parra en Fundadores, Primeros Moradores y Familias Coloniales de Mérida (1558-1810), los Ximeno de Bohórquez se avecindaron en la ciudad de Mérida en 1599, al obtener Juan Félix las encomiendas de Santo Domingo, Las Acequias, Lagunillas y Aricagua por una Real Cédula concedida el 19 de abril de 1589. Este aspecto es importante resaltarlo, ya que la posesión de encomiendas tenía gran importancia en la sociedad colonial, debido a que ésta generaba la riqueza básica, y a partir de su efecto multiplicador se resolvía la producción que no dependía directamente de ella9. En el asentamiento de los Ximeno de Bohórquez en Mérida es de considerar fue la compra del oficio de Alférez Mayor del Cabildo de Mérida por 5. Ídem. 6. a) “Hijosdalgo: se llama también algunas personas que en los lugares gozan de la exención y privilegio de Hidalgos, por tener algún título honorífico”; b) “persona noble que viene de casa y solar conocido, y como tal está exento de los pechos y derechos que pagan los villanos”, en Diccionario de Autoridades. Edición facsímil. Madrid, Gredos, 1990, p. 150. 7. “Carta de Executoría: se llama la de hidalguía, que tiene el que es hidalgo, por haber litigado y falido con ella”, en Diccionario de Autoridades…, p. 678. 8. BNBFC. Documentos Históricos: Cabildos – Encomiendas. Caja 9. doc. 1 (1685), Fols. 26 – 27. “Auto y Pedimento de la encomienda de Alonso Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 2 de junio de 1685. 9. Eduardo Osorio: Historia de Mérida: Conformación de la Sociedad Colonial Merideña (1558-1602). Mérida, Consejo de Publicaciones - Universidad de Los Andes, 2005, p. 42.
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parte de Juan Félix por la cantidad de 1.500 ducados en el año 1601. El Alférez Mayor o Real era, por lo tanto, un funcionario protocolar dentro del Cabildo, que se encargaba de portar el estandarte del Rey en los días de aclamación a los monarcas. En principio, las celebraciones eran costeadas por él, pero luego el Cabildo tuvo la obligación de correr con estos gastos, incluso el Alférez Mayor o Real podía hacerse acompañar por cuatro criados en dichas festividades10. El Alférez Mayor o Real era un cargo del Cabildo eminentemente honorífico, pero tenía destacada importancia dentro de la sociedad colonial, por el prestigio que daba a quien lo poseía. Hay que tomar en cuenta, que era una sociedad en la que el honor, el prestigio y la ostentación tenían una enorme estimación, y el hecho de portar los símbolos y emblemas del Rey confería una formidable notabilidad entre los miembros de la élite. En el caso del Alferazgo Mayor en Mérida, Juan Félix Ximeno de Bohórquez en el año 1596 compró el oficio por 305 pesos de oro, el cual renunció en 1598. En el año 1601 obtuvo otra vez el oficio pagando 1.500 ducados. Sin embargo, en 1606 Juan de Carvajal pidió ante el Cabildo que se le recibiera el título de Alférez Mayor, además dijo haber dado las fianzas por el mencionado oficio11. Contrariamente a lo señalado, encontramos en la documentación de ese mismo año cómo adquirió Juan Félix Ximeno de Bohórquez por 1.000 ducados el oficio de Alférez Mayor, pero este le fue denegado por la Real Audiencia y puesto nuevamente a pregón, siendo adquirido por Francisco Ximeno de Bohórquez, en nombre de su hermano Juan Félix por la suma de 1.200 ducados de once reales, pagados 500 que tenía en la Alcázar y 700 restantes pagados a la mitad en dos años y la otra mitad dos años después. Con ello Juan Félix Ximeno de Bohórquez consiguió el Alferazgo Mayor de Mérida, con todos sus usos y ejercicios, se le entregaron los tambores y los demás instrumentos del oficio; así como todas las preeminencias y ascensiones que
10. Constantino Bayle: Los Cabildos seculares en América española. Madrid, Sapientia, S.A. ediciones, 1952, pp. 175 -196. 11. BNBFC. Documentos Históricos: Cabildo – Acuerdos. Caja 05. Doc. 01 (1600 – 1606), Fol. 106v. “Petición que hace Juan de Carvajal ante el Cabildo de Mérida sobre el oficio de Alférez Mayor”. Mérida, 15 de marzo de 1606.
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confería ser el Alférez Mayor12. De igual manera, los miembros del Cabildo se comprometieron y acataron esta Real Provisión y Título de Alférez Mayor13. Juan Félix también se desempeñó como Alcalde Ordinario suplente y el Cabildo de Mérida le encargó diversas funciones como la pacificación de unos indígenas alzados y el cobro a nombre de los propios de la ciudad14. 2. Relacionamiento familiar con la élite local La familia Ximeno de Bohórquez se relacionó rápidamente con la sociedad merideña de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, ya que se encontraba al mismo nivel de la élite constituida en la ciudad desde su fundación. Los Ximeno de Bohórquez eran descendientes de un linaje prestigioso, lo que se demostró al obtener Juan Félix el oficio de Alférez Mayor del Cabildo de Mérida en 1601; relevante en un momento en que los funcionarios representantes de la monarquía lograban ser aceptados por una sociedad en la que pronto la nobleza fue galardón de burócratas, más que de soldados de las huestes conquistadoras15. Esto los ubicó en un lugar privilegiado en la ciudad, permitiéndole tener una destacada actuación en el poder político, económico, religioso y social en Mérida. Nos parece importante señalar que Juan Félix Ximeno de Bohórquez estrechó su vinculación con la élite merideña ya establecida y con la que se agregó décadas después a través de las uniones matrimoniales, sus hijas contrajeron nupcias con personajes pertenecientes a las familias más relevantes de esta sociedad. Francisca de Bohórquez y Velasco se casó con Fernando López de Arriete quien llegó a la ciudad de Mérida en 1615 a cumplir funciones como Corregidor. Beatriz de Bohórquez y Velasco se unió con Francisco de Gaviria 12. BNBFC. Documentos Históricos: Cabildo – Acuerdos. Caja 05. Doc. 01 (1600 – 1606), Fols. 113v. – 114v. “Título de Alférez Mayor de Juan Félix Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 19 de junio de 1606. 13. Ibíd. Fol. 114. 14. BNBFC. Documentos Históricos: Cabildo – Acuerdos. Caja 05. Doc. 01 (1600 – 1606), Fols. 59v. – 60. “Encargo del Cabildo algunos vecinos para que averiguaran sobre el alzamiento de unos indígenas”. Mérida, 26 de agosto de 1603 y BNBFC. Documentos Históricos: Cabildo – Acuerdos. Caja 05. Doc. 01 (1600 – 1606), Fols. 92 – 92v. “Comisión del Cabildo para cobrar en nombre de los Propios de la Ciudad”. Mérida, 13 de septiembre de 1600. 15. Pilar Gonzalbo: Familia y Orden Colonial. México, Colegio de México, 1998, pp. 127 – 128.
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y Quesada, descendiente de Pedro García de Gaviria, uno de los conquistadores y fundadores de Mérida. Por su parte, Leonor de Bohórquez, hija de Juan Félix contrajo nupcias con Pedro Dávila y Gaviria, descendiente de una familia que se avecindó en Mérida en 1602, tuvo cargos en el Cabildo y distintas encomiendas en la ciudad. Es pertinente considerar la riqueza y el poder económico que poseía Juan Félix Ximeno de Bohórquez dentro de la sociedad merideña de las primeras décadas del siglo XVII, ya que se trasladó entre 1625 y 1626 hasta el Real Consejo de Indias en Madrid, por una causa y condenación impuesta contra él por el Juez de Residencia Gerónimo Serrano Dávila y por una apelación contra la sentencia que dio Francisco de Sosa, Oidor en la Real Audiencia de Santa Fe en la causa de Residencia y Litigio que tuvo con el Juez Visitador Alonso Vásquez de Cisneros16. Por tal motivo, los gastos del viaje y estadía en España eran muy costosos y sólo unos pocos podían realizarlo, lo que nos da una muestra del capital del cual disponía Juan Félix Ximeno de Bohórquez en este período. Sin embargo, Juan Félix no pudo finiquitar las causas en su contra en el Real Consejo de Indias, ya que enfermó y dictó su testamento en Utrera el 6 de enero de 1626, murió ese mismo año en la ciudad de Sevilla adonde lo habían trasladado para curarlo17. 3. Consolidación de la familia y poder social Al fallecer Juan Félix Ximeno de Bohórquez, su hijo Joseph se hizo cargo de la familia, sin embargo él también falleció meses después. La administración de los bienes de la familia y la tutoría de los hijos menores de Juan Félix quedó a cargo de su esposa Luisa de Velasco. Todo esto se realizó mediante un poder otorgado por el Capitán y Sargento Mayor Francisco Sanz de Graterol, Alcalde Ordinario de la ciudad, quien hizo el juramento y otorgó la fianza en
16. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo IX (1624 - 1627), Fols. 216 – 219. “Poder que otorga Luisa de Velasco a Juan Martínez Calvo y Pedro Sánchez Páez para que concluyan un pleito en el Consejo de Indias”. Mérida, 17 de junio de 1626 y AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XI (1625 - 1630), Fols. 67 – 68v. “Poder que otorga Francisco de Gaviria a Juan Martínez Calvo y a Juan de Salazar para que sigan las causas de Juan Félix Ximeno de Bohórquez en el Consejo de Indias”. Mérida, 23 de abril 1628. 17. Roberto Picón Parra: Fundadores, Primeros Moradores…, III, p.60.
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la que se encargaba la tutoría y curaduría18. Asimismo, se le dio poder para administrar los derechos, acciones, pesos de plata, oro, maravedíes que pertenezcan a sus hijos menores y para tomar posesión de ellos, así como para poder representarlos en todos los pleitos y causas19. No obstante, en el año 1627 murió Luisa de Velasco, siendo nombrado tutor y curador de sus hijos, por el Cabildo de la ciudad de Mérida20, el capitán Francisco de Gaviria, esposo de Beatriz de Bohórquez, tal como se desprende del poder otorgado por el Cabildo de Mérida en el año 162721. Cabe destacar que Francisco de Gaviria sólo se convirtió en tutor y curador de las personas y los bienes de Juan y Ximeno, menores de catorce años, y en el caso de Leonor de Bohórquez, curador de sus bienes, ya que ella era aún doncella22. Hacia la década de los años treinta del siglo XVII, Juan de Bohórquez y Ximeno de Bohórquez comenzaron a destacarse dentro de la ciudad de Mérida, ya que ejercieron su dominio de las posesiones heredadas por sus padres y otorgando poderes; de igual manera, iniciaban su participación política en el Cabildo. Esto nos parece muy importante, debido a que después que esta fa-
18. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo IX (1624 - 1627), Fols. 216 – 219. “Poder a Luisa de Velasco para que asuma la tutoría y curaduría de sus hijos tras la muerte de Juan Félix Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 17 de junio de 1626. 19. Ídem. 20. El Cabildo de Mérida ordenó se les comunicara a través del escribano Juan de Paredes a los hijos de Juan Félix Ximeno de Bohórquez y Luisa de Velasco el auto y la designación de su tutor y curador. El escribano le notificó, en la casa donde vivía Doña Luisa de Velasco, a Doña Leonor de Bohórquez el auto donde se le nombraba a su cuñado para que fuera curador de ella y sus hermanos. Según la documentación, Leonor entendió y aceptó de buena manera, agregando lo siguiente: “…dijo que por la satisfacion que tenia y de su mucha caridad y Xpristianidad de El caPitan francisco de gaviria…”, en AGEM. Protocolos Notariales. Tomo IX (1624 - 1627), Fol. 307. “Notificación a Leonor de Bohórquez del nombramiento de Francisco de Gaviria como su curador y tutor y curador de sus hermanos”. Mérida, 17 de marzo de 1627. 21. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo IX (1624 - 1627), Fols. 307-312. “Poder para que Francisco de Gaviria asuma la tutoría y curaduría de los hijos de Juan Félix Ximeno de Bohórquez y Luisa de Velasco”. Mérida, 17 de marzo de 1627. 22. “…la mujer en edad adolescente que se preparaba para el matrimonio – desde los doce hasta los veinticinco años, aproximadamente – se la llamaba doncella…”. Tomado de: Carlos Gómez-Centurión Jiménez: “La Familia, la mujer y el niño”, en La vida cotidiana en la España de Velázquez. Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1989. p. 174.
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milia había perdido a sus principales dirigentes, ellos lograron ocupar espacios de poder relevantes en la ciudad. Por medio de los documentos notariales podemos considerar el proceso a través del cual dos personas contraen matrimonio legal, civil y canónico, y de su revisión se comprenderá la estrategia familiar que utilizaron los Ximeno de Bohórquez y los Dávila y Rojas para unirse a través de matrimonios sobre la base de dos objetivos: preservar intactas o aumentar las propiedades y establecer alianzas políticas y económicas útiles, creando así redes de influencia en esos ámbitos23. La unión de estas familias nos parece resaltante reseñarlas, porque observamos a dos linajes importantes en la política y la economía de la ciudad incrementar su poderío y su importancia dentro de la sociedad. Los hijos del matrimonio de Juan de Bohórquez y Luisa Dávila y Rojas fueron: Juan, María Magdalena, Juana, Alonso, Luisa Cecilia, Bartolomé Nicolás, Pedro, Joseph, Andrés y Antonio Domingo24. Tenemos que señalar que Juan de Bohórquez extendió la importancia de su apellido y de su linaje con los matrimonios de sus hijas Luisa Cecilia y María Magdalena con Fernando Rangel de Cuéllar y Andrés Cortéz de Meza, miembros de familias pertenecientes a la élite del Nuevo Reino de Granada. Los bienes materiales y simbólicos eran intercambiables en la escala de promoción social y cotizados en el mercado de los matrimonios. Por tal motivo, fue general la ambición de contraer enlaces ventajosos, con los que se pretendía sacar el mejor provecho a la propia fama y a los particulares, con ello se consolidarían linajes que trataban de emular los de la nobleza peninsular25. Esto lo podemos notar en las cartas de dote de las hijas de Juan de Bohórquez en la que la suma entregada a los futuros consortes ascienden a más de 18.000 pesos de plata de ocho reales castellanos, lo que representaba una suma muy significativa para la época y demostraba la riqueza que poseía la familia y ostentación que hacía de ésta los Ximeno de Bohórquez26. 23. Francisco Núñez Roldán: La vida cotidiana en la Sevilla del Siglo de Oro. Madrid, Silex, 2004. (Col. Biblioteca de Sevilla, 3). pp. 86-87. 24. Roberto Picón Parra: Fundadores, Primeros Moradores…, III, pp. 61-64. 25. Pilar Gonzalbo: Familia y Orden…, p. 118. 26. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XXI (1651 - 1652), Fols. 44-47. “Carta de dote de María Magdalena de Bohórquez”. Mérida, 16 de agosto de 1651 y AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XXIII (1656 - 1657), Fols.166-167. “Carta de dote de Luisa Cecilia de Bohórquez”. Mérida, 18 de noviembre de 1657.
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Ahora bien, hay que destacar que durante este período las mujeres de la élite sólo tenían dos caminos en sus vidas: el matrimonio o el convento; en consecuencia, tener una hija se convertía para los padres en un problema económico, ya que ambas opciones exigían el desprendimiento de parte del capital familiar en concepto de dote. A cambio de ésta, el esposo o el convento asumían la continuidad de la custodia de la honra femenina, que hasta el momento de la entrega era responsabilidad paterna27. Así mismo, el que uno de los miembros de la familia perteneciera a una orden religiosa incrementaba el prestigio de un linaje. Además, la religiosidad era fundamental dentro de la sociedad colonial, tal como lo expresa el historiador Eduardo Osorio: “… Se era un buen ciudadano en la medida en que se era buen cristiano, porque la exclusión social tenía como punto de partida el desacato de lo establecido por la religión…” 28. Por tal motivo, no es extraño que uno de los miembros de la familia Ximeno de Bohórquez ingresara a una orden religiosa. Así lo encontramos en un documento fechado en 1654 en el que Juan de Bohórquez otorga dote de 2.400 pesos para que su hija Juana Concepción de Bohórquez ingresara al Convento de San Juan Bautista de las monjas de Santa Clara29, se entregaron 2.000 pesos por la dote y los restantes 400 por el ajuar, conforme a los estatutos de fundación del convento que sus monjas debían llevar30. Del mismo modo, el ingreso al convento de Juana Concepción de Bohórquez se hizo por su propio parecer y no por una imposición de su padre, “…por aver sido su libre y espontanea boluntad estado sirva a dios nuestro señor…” 31. Por otro lado, los descendientes de Juan Félix Ximeno de Bohórquez incrementaron sus posesiones económicas de manera significativa, ya que tuvieron 27. Francisco Núñez Roldán: La vida cotidiana en la Sevilla…, p. 104. 28. Eduardo Osorio: Historia de Mérida…, p. 157. 29. Para profundizar sobre el tema véase el trabajo de Neyra Zambrano: Fundación del Convento de San Juan Bautista de la Orden de Santa Clara de Mérida y su función financiera a través de los Censos (1651-1670). Mérida, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes, 1980, [Trabajo Inédito] y Gloria Caldera de Osorio: El Convento de Santa Clara de Mérida. Evolución institucional y función económico-social. Época colonial. Mérida, Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes, 1981. [Trabajo Inédito]. 30. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XXII (1654 - 1658), Fols. 178v. - 180. “Dote al Convento Juana Concepción de Bohórquez”. Mérida, 26 de octubre de 1654. 31. Ídem.
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propiedades territoriales y urbanas no sólo dentro de la ciudad de Mérida y sus alrededores sino en otras regiones del Nuevo Reino de Granada y la Gobernación de Venezuela32, aumentando así la riqueza de los Ximeno de Bohórquez y el prestigio de este linaje dentro de la sociedad merideña del siglo XVII. En lo que corresponde al poder político, Juan de Bohórquez y su hermano Ximeno de Bohórquez consolidaron el poder de esta familia al ocupar cargos en el gobierno local de la ciudad y en la Provincia de Mérida. En el Cabildo de Mérida desempeñaron cargos de gran relevancia. En 1640 por mandato de la Real Audiencia de Santa Fe se le confirmó a Juan de Bohórquez el título de Alférez Mayor del Cabildo de Mérida33. Este sería uno de los primeros oficios que tendrían los miembros de la familia Ximeno de Bohórquez, los cuales ampliarían en los años siguientes. En las décadas de los años cuarenta y sesenta Juan de Bohórquez ocupó el cargo de Alcalde Ordinario del Cabildo de la ciudad de Mérida. Sobre su ejercicio encontramos en la documentación un poder fechado en 1646 en el que Juan de Bohórquez otorga a su hermano Ximeno de Bohórquez y a Pedro de Torrealba, vecinos de Mérida, para que lo defiendan y presenten pruebas ante
32. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XII (1628 - 1635), Fol. 22-22v. “Poder que otorga Juan de Bohórquez a Bartolomé Carrero Presbítero en la Grita y Antón de los Ríos por unas tierras en la Grita”. Mérida 09 de mayo de 1635; AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XIV (1636-1638), Fols. 66v. – 68. “Venta de estancias y casas que realiza Ana Martín viuda de Joan Martín de Zerpa a Juan de Bohórquez”. Mérida, 16 de junio de 1637; AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XXX (16731676), Fols. 136-139. “Compra hecha por Juan de Bohórquez sobre unas estancias en Pueblo Llano”. Mérida, 30 de marzo de 1672; AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XVII (1642), Fols. 48-49. “Venta que hace Juan de Bohórquez de una estancia en la Grita”. Mérida, 14 de febrero de 1642; AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XIV (1636 - 1638), Fols. 209 - 211. “Censo de Juan de Bohórquez y otros con una Capellanía hipotecando tierras de cacao”. Mérida, 25 de septiembre de 1637; AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XXII (1654-1658), Fol. 107-107v. “Venta de Juan de Bohórquez de medio solar y una casa de paja a Juana Muñoz”. Mérida, 19 de junio de 1654 y AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XXXII (1679 - 1680), Fol. 299v-302v. “Censo del capitán Juan de Bohórquez y Alonso Ximeno de Bohórquez se constituyen en fiadores de Andrés Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 14 de noviembre de 1680. 33. Hermano Nectario María: Catálogo de los documentos referentes a la antigua Provincia de Maracaibo, existentes en el Archivo General de Sevilla. Caracas, UCAB. Instituto de Investigaciones Históricas. 1973, p. 262.
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el nuevo Gobernador sobre su gestión como Alcalde Ordinario de la ciudad34. De igual manera, en los años sesenta del siglo XVII, Juan de Bohórquez se desempeñó como Teniente General de Gobernador y Capitán General de la Provincia de Mérida35. Los Ximeno de Bohórquez también participaron en acciones militares de defensa en contra de los ataques de los piratas y corsarios. Juan de Bohórquez participó en dos ocasiones en acciones militares, en el año 1642 acudió como Capitán de Infantería española al socorro del puerto de Gibraltar, con 30 hombres financiados por él contra los invasores corsarios y en 1666 partió nuevamente a defender el puerto de Gibraltar y el Lago de Maracaibo contra los franceses, junto a su hijo Alonso de Bohórquez y otros familiares36. Podemos puntualizar que en la incursión militar de 1666 Juan de Bohórquez, junto a su hijo Alonso, acudió a la defensa de Gibraltar contra el ataque de los franceses, costeando con sus propios medios las provisiones necesarias para cada hombre en dicha acción militar. En la operación se encontraban bajo las órdenes de Gabriel Guerrero de Sandoval, Gobernador de Mérida, quien resultó muerto en batalla, por lo cual se replegaron los defensores al Castillo hasta que quedaron sin municiones y se rindieron. Luego fueron ejecutados Don Pedro Dávila y Rojas, Luis Dávila y Rojas e Ignacio Dávila y Rojas, familiares por afinidad de Juan de Bohórquez37. Por su parte, Juan de Bohórquez, además de resultar herido y lisiado, quedó prisionero junto a su hijo Alonso y Pedro Dávila y Rojas. Durante sus presidios fueron sometidos a varias penurias y les fueron robadas todas sus 34. AGEM. Protocolos Notariales. Tomo XIX (1646 - 1647), Fol. 3 – 3v. “Poder que otorga Juan de Bohórquez a Ximeno de Bohórquez y a Pedro de Torrealba para que presente pruebas sobre su gestión como Alcalde Ordinario”. Mérida, 08 de febrero de 1646. 35. BNBFC. Documentos Históricos: Cabildos – Encomiendas. Caja 9. doc. 1 (1685), Fol. 24. “Auto y Pedimento de la encomienda de Alonso Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 2 de junio de 1685. 36. En un documento fechado en 1685, se relata que en 1642 Juan de Bohórquez partió con varios soldados a la defensa de Gibraltar y que los gastos de esta operación fueron costeados por él. En BNBFC. Documentos Históricos: Cabildos – Encomiendas. Caja 9. doc. 1 (1685), Fol. 24. “Auto y Pedimento de la encomienda de Alonso Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 2 de junio de 1685. 37. AGEM. Encomiendas y Tierras de los Resguardos Indígenas. Tomo IV, Fols. 208 – 209v. “Vacante de la encomienda de los indios de los pueblos de Mucuño, de apellido Mucufez y Santo Domingo, por muerte del encomendero capitán Don Alonso Ximeno de Bohórquez”. Mérida, 12 de abril de 1666.
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pertenencias y pertrechos por los franceses38. Juan de Bohórquez también participó en la pacificación de los indios de Pedraza y otros lugares de los llanos, cumpliendo de esta forma con su servicio a la Corona y a su Majestad39. Conclusiones Pudimos constatar que la familia Ximeno de Bohórquez ocupó un lugar de gran relevancia dentro la sociedad merideña del siglo XVII, fungiendo como una de las principales de la ciudad en el período. Observamos cómo la estirpe logró poseer distintas propiedades territoriales y disfrutar de las encomiendas de Santo Domingo, Las Acequias, Lagunillas y Aricagua, siendo ambos los principales medios de producción, generadores de riqueza en una sociedad agrícola y económicamente humilde como la merideña del siglo XVII. El control del poder económico les permitió obtener cargos de importancia en el Cabildo merideño, teniendo una destacada actuación por la relevancia de los oficios que ocuparon, tales como Alférez Mayor y Alcaldes Ordinarios. El dominio de estos poderes le permitió a la familia Ximeno de Bohórquez ostentar un lugar privilegiado en la ciudad, lo que incrementó su prestigio y le permitió unirse con miembros pertenecientes a los linajes más destacados de Mérida y otras regiones del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVII. Al analizar las particularidades del poder en la ciudad de Mérida concluimos que tanto el dominio de los elementos principales de la economía, como lo eran las posesiones territoriales, las encomiendas y tenencia de mano de obra esclava y la adquisición de cargos en el Cabildo, eran factores fundamentales para controlar el poder y obtener notoriedad dentro de la sociedad, ello permitía consolidar una hegemonía que ejercía su dominio y se hacía notar en todos los aspectos de la vida cotidiana de estas familias. Con el dominio del poder económico y la riqueza que generaba, las familias de la élite podían comprar oficios de gran honorabilidad dentro del Ca-
38. Ídem. 39. Ídem.
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bildo, como alferazgos y regidurías o ser distinguidos en las elecciones anuales con el cargo de Alcalde Ordinario, logrando así obtener el control del poder político. Todo otorgaba notabilidad y prestigio que permitiría que las familias más importantes buscaran emparentarse con ellas, para incrementar su riqueza y su honorabilidad dentro de una comunidad en la que dichas cualidades eran de vital importancia.
Documentos
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GACETA MUNICIPAL Nยบ 3.061 DEL MUNICIPIO BOLIVARIANO LIBERTADOR, DEL 24-09-08, QUE CONTIENE EL DECRETO RELATIVO A LA DECLARATORIA COMO PATRIMONIO DE CARACAS AL ARCHIVO HISTร RICO DE LA CIUDAD
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DOCUMENTOS
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EL BOLIVAR DE JOHN LYNCH: UNA OBRA DE FACIL LECTURA, PERO DE LENTA Y LABORIOSA DIGESTION INTELECTUAL Germán Carrera Damas (*)
La obra de John Lynch Simón Bolívar, a Life (Yale University Press. New Haven and London, 2006), es una bien concebida oferta para los lectores que no están familiarizados con la vida del grande hombre que simboliza, en su momento y en su proyección, la mayor parte de la historia de la Venezuela republicana. Pero es, igualmente, un bien tramado discurso, histórico e historiográfico, muy apropiado para hacer reflexionar a quienes estamos familiarizados profesionalmente con esa historia. Para los primeros, el planteamiento circunstanciado y crítico de acontecimientos e ideas, correlacionándolos en la acción política y militar del biografiado, e incluso en su conformación y desenvolvimiento como personalidad. Para los segundos, concisos ensayos de interpretación, y sugerentes preguntas “de cierre y apertura interpretativa”, que se combinan para ayudar a la comprensión de cuestiones particularmente complejas. En suma, se trata de una obra que lleva a un alto nivel de novedad y lucidez interpretativas una vida abrumada por el uso y abuso que de ella han hecho los historiadores bolivarianos y los aventureros del poder, quienes se han arropado con el prestigio de Simón Bolívar para intentar dignificar sus designios de opresión y lucro. Consciente de esta realidad, al romper el texto, su autor da prueba de su acreditada condición de historiador cabal, cuyo riguroso desempeño científico le lleva a honrar el compromiso, –sin cuyo cumplimiento la comprensión e interpretación del sujeto histórico que-
(*) Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y miembro de la Comisión de Publicaciones.
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daría trunca–, con la obligación de censurar la grotesca falsificación de la historia de que es víctima su biografiado. Y lo hace en términos inequívocos: ‘‘Se lo han apropiado partidarios y ha sido cooptado por gobiernos: su actual encarnación en Venezuela como modelo de populismo autoritario proyecta una interpretación más de su liderazgo y conmina al historiador a enderezar las cosas.” Sin pregonarlo, a contribuir a esta labor de enmienda se dedicó el autor con gran destreza. Pero, antes de proseguir me permito consignar mi convicción de que al aceptar el encargo de redactar esta nota bibliográfica, he acometido una empresa que me es tan grata como ardua. Es una empresa, porque me obliga a comprimir observaciones y reflexiones que merecerían extenso desarrollo. Es difícil la empresa porque obliga a escoger tópicos de una manera que resulta, inevitablemente, poco menos que arbitraria. Y es gratificante la empresa porque el realizarla se inscribe en una conversación, oral y escrita, que mantengo con el autor y su obra toda desde hace unas cuatro décadas. *
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El marco de la acción histórica de Simón Bolívar es calificada por el autor, desde el inicio mismo de la obra, como “su revolución” (p. 2); si bien el actor estrella de tal revolución “reflejó la época en que vivió, de manera que advertimos en él pruebas de Ilustración y democracia, de absolutismo e incluso de contrarrevolución” (p. 28), lo que lleva a la conclusión de que “su propia revolución fue única” (p. 29). Por estas razones considera el autor que insistir excesivamente en “los orígenes intelectuales de la revolución de Bolívar y subrayar la influencia del pasado significa ensombrecer su auténtica originalidad” (p. 29). Por consiguiente el autor, si bien hace extensas y básicas consideraciones sobre la formación intelectual de Simón Bolívar, parece llegar a una conclusión que, a mi juicio, es lo más relevante y sin embargo no lo más desarrollado de su mensaje, y tal es la creatividad, unida al coraje, tanto intelectual como político y militar, de expresarla y ponerla por obra. Es precisamente esta suerte de acervo individual lo que no han podido usurpar los saqueadores de su gloria. Pero cabe preguntarse, acerca de las razones aducidas en abono de la especificidad de la revolución personificada por Simón Bolívar, sobre la circuns-
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tancia de que “concibió la revolución americana como más que la lucha por la independencia política” (p. 151), y que la promovió como una revolución continental que lo llevó al Perú (p. 484). La unicidad de esta revolución hace que “no se parezca a los movimientos revolucionarios europeos y del Atlántico Norte” (p. 286). Pero esta revolución política “estuvo acompañada de reforma social, no más” (p. 292). A lo largo de la obra se expresan y evalúan las ideas y propósitos de esa reforma, tales como la abolición de la esclavitud –que cabría considerar el más relevante propósito revolucionario, en acuerdo con los criterios del materialismo histórico–; la emancipación de los indios y la consiguiente generalización de la propiedad privada; y la separación entre el Estado republicano y la Iglesia, simultáneamente la subordinación institucional de esta última. Todo esto en pugna con una vaga tendencia a la democracia, -si bien más supuesta que real-, y con el liberalismo doctrinario y su expresión federalista, al igual que con las proyecciones de estos últimos en el ejercicio de la libertad y la vigencia de la igualdad resultante de la guerra. Lo que llevaría a concluir que se trató de una revolución política que, a la postre, se vio condicionada, en sus proyecciones sociales, por la necesidad y la urgencia de restablecer la estructura de poder interna de la sociedad, arraigada en el pasado colonial; situación esta última ventilada por el autor (p. 290). En suma, consideraciones de este género exonerarían al autor de plantearse un punto muy debatido por la historiografía venezolana, en términos de si la de Independencia fue una guerra internacional. La formulación y consolidación del proyecto nacional venezolano requería que lo fuese. La historia nacional no sólo proveyó lo necesario sino que buscó salvar así tal contienda de haber sido una guerra civil, lo que le habría contagiado el descrédito de la post Independencia. En cambio, mal puede concebirse una revolución política, con proyección de reforma social, que no resultase una guerra civil. El desenlace de esta confrontación entre ideas y propósitos reformistas, y realidades renuentes al cambio, no pudo ser más trágico: “En el mundo de Bolívar, Sucre [general Antonio José de] fue su heredero espiritual y político. Su muerte significó el fin de la revolución” (p. 275). Pero, utilizando un recurso muy del gusto del autor, cabe preguntarse sobre cuál revolución había muerto. Para acercarnos al fundamento de tal conclusión, cabe destacar algunas cuestiones representativas, partiendo de la afirmación de que en la Carta de Jamaica, de 1815, “Bolívar, a plena conciencia,
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se vio a sí mismo ubicado del lado del cambio contra la tradición, a favor de la revolución contra el conservatismo” (p. 94). La Independencia representaba ese cambio de la manera más visible, pero probablemente tal cambio frente a la tradición tocaba sobre todo al propósito de reforma social que acompañó esa lucha, y tal propósito chocaba con los intereses del componente criollo que, combinado con el componente metropolitano, se conjugaban en el poder colonial que regía la sociedad monárquica colonial. En este orden de ideas, el autor destaca el fenómeno social que fue denominado pardocracia, entendida ésta como la exacerbación de la ancestral aspiración igualitaria de los pardos; el destino de la esclavitud como institución, y la propiedad excluyente de la tierra como criterio de la estructura social. Sobre cada una de estas cuestiones la obra entrega extensas y pertinentes consideraciones, cuyo apropiado comentario desbordaría el espacio de esta nota. Me limitaré a apuntar que en relación con la pardocracia, vista como un peligro (p. 107), el autor la relaciona con la tragedia del general Manuel Piar, dándole fe a la acusación, muy teñida de la disputa por la jefatura militar, que le formuló Simón Bolívar: “Piar representaba el regionalismo, el personalismo y la revolución de los negros. Bolívar estaba por el centralismo, el constitucionalismo y la armonía social” (p. 107). La pardocracia y el general Francisco de Paula Santander eran “dos de las primordiales susceptibilidades de Simón Bolívar” (p. 237). En cuanto a los pardos el saldo no pudo ser más desalentador: “Para la masa de los pardos la Independencia significó, si algo, una regresión” (p. 289). La cuestión representada por el destino institucional de la esclavitud muestra dos posiciones extremas. Mientras Simón Bolívar evolucionó hacia una convicción abolicionista genuina, que le llevó a liberar sus propios esclavos, los esclavistas hacendados no siguieron su ejemplo porque “no era esa su idea de una revolución republicana” (p. 109). Es más, en el vasto y diverso escenario de la República de Colombia, y particularmente en Bolivia, cuyo proyecto de Constitución redactado y propuesto por Simón Bolívar contemplaba la inmediata y plena abolición de la esclavitud, tal política fue impopular (p. 207) porque chocaba con el derecho de propiedad, cuyo restablecimiento se procuraba como factor necesario de la recuperación de la estructura de poder interna de la sociedad. Por ello “la esclavitud sobrevivió a la Independencia virtualmente intacta” (p. 210), si bien conceptual e incluso jurídicamente
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condenada a desaparecer, quedando así comprobado que “Bolívar nunca tuvo el poder requerido para actuar a su gusto”, pues al mismo tiempo que sus adversarios liberales lo calificaban de tirano, eran más que obvias las limitaciones de su poder, al ver rechazadas por ellos sus políticas liberales (p. 288). No eran menores las dificultades y la complejidad de las repercusiones de las medidas que, si bien indirectamente, guardaban relación con la cuestión de la propiedad excluyente de la tierra, pues ésta y los esclavos constituían el núcleo de la propiedad como factor primordial del ordenamiento social que se buscaba restablecer y estabilizar, para promoverlo como una sociedad republicana moderna liberal. Cabe observar, de entrada, que el autor no parece haberle concedido suficiente atención a la conveniencia de precisar la motivación real de lo decretado y lo actuado en esta materia. Es posible alegar que el propósito de lo resuelto y actuado no fue repartir la tierra sino pagar las tropas y funcionarios independentistas, y que esto se hizo con los bienes confiscados y secuestrados a los enemigos, -ya fuesen ganados, tierras o bienes raíces–, según las circunstancias y una vez vista la imposibilidad de venderlos. Sólo en caso de insuficiencia de tales medios se resolvió recurrir a bienes nacionales y, en alguna ocasión, a la adquisición de ganados, para su adjudicación. Esta política, denominada pago de haberes militares, fue común a ambos contendores. No obstante, el autor parece considerar esta práctica sobre todo como una disposición de que se distribuyese a las tropas independentistas tierras de propiedad nacional (114). Es más, el autor señala a “Jefes como Páez. que adquirieron propiedades que en muchos casos habrían debido ser asignadas a las tropas, frustrando así el propósito de Bolívar de distribuir la tierra confiscada y nacional a los simples soldados” (p. 147). El autor saca una conclusión respecto de estos aspectos, que considera esenciales, de la acción histórica de Simón Bolívar, y lo hace en términos muy claros: “Bolívar no promovió una revolución social, y nunca pretendió hacerla. La distribución de la tierra, la igualdad social, la abolición de la esclavitud, los decretos a favor de los indios, fueron políticas de carácter reformista –no de un revolucionario.” La razón de este limitado alcance no deja lugar a dudas: “Era demasiado realista para creer que podía cambiar la estructura social de América por medio de la legislación e imponiendo políticas inaceptables para los grandes grupos de interés” (p. 287). En suma, la de Bolívar habría sido una revolución política que abrigó propósitos de
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reforma social, algunos de cuyos aspectos perduraron como aspiraciones en los episodios de la misma revolución política que se desarrollaron luego de la desintegración de la República de Colombia, en 1830; es decir cuando ya la controvertida sombra del gran revolucionario político y reformador social no opacaba los méritos de tales reformas. La comprobación de esta imposibilidad requiere, para ser rectamente entendida, referirla a las herramientas conceptuales utilizadas por el revolucionario político y reformador social. Pero parece que un intento en este sentido debe partir de la comprobación primaria de que se trató, como veremos, de las peripecias enfrentadas por un político realista y creativo; conjunción de aptitudes que le permitieron formular una teoría de la independencia de Hispanoamérica, siguiendo un desarrollo ideológico en el que le fue necesario dilucidar posiciones, y deslindar espacios, respecto de principios generales atinentes al liberalismo doctrinario, al absolutismo y a la democracia, en sus expresiones más en boga: el desacreditado federalismo, la detestada monarquía y la temida anarquía. Según John Lynch, si bien Simón Bolívar “no fue el primer estadista en construir una teoría de la emancipación colonial” (p. 92), ya en 1815 su elocuencia “llevó la revolución hispanoamericana a la cima de la historia mundial, y su propio papel al liderazgo tanto intelectual como político” (p. 92). Para conseguirlo “Tuvo que diseñar su propia teoría de la liberación nacional, y esta fue una contribución a las ideas de la Ilustración, no una imitación” (p. 92). En este esfuerzo creativo, en el cual se conjugaron el balance cultural críticamente adquirido, y las enseñanzas brotadas de la acción política y militar, fue necesario repensar nociones entonces reinantes en relación con el liberalismo doctrinario, lo que resultó particularmente significativo en la constancia de su política en lo concerniente a las relaciones entre el Estado y la religión, diferenciándolas de las seguidas con la Iglesia (p. 244). Pero si bien esta área de confrontación con los imperativos sociales tuvo una notable importancia, donde tal confrontación llegó a su más alto grado fue en lo concerniente a la democracia y el federalismo, como expresión primaria de la soberanía popular la primera, y como ejercicio de la soberanía nacional el segundo; ambos factores enmarcados en la organización del Estado y en el grado de cohesión y eficacia del Gobierno. No son pocas en esta obra las expresiones de desconfianza,
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de parte de Simón Bolívar, acerca de las posibilidades de la democracia en las nacientes repúblicas dotadas de sociedades coloniales, al igual que acerca de la inherente fragilidad política del federalismo. *
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Las circunstancias que formaron el escenario de la acción histórica de Simón Bolívar, y los instrumentos conceptuales empleados por él para desenvolverse, de manera realista y con aptitud creativa, en tan diverso y vasto escenario, reclaman la mesurada valoración del actor como hombre, atendiendo a su personalidad, a los principios asumidos en el desarrollo de su acción histórica, y a las cualidades que dieron sustento o apoyo a la observancia de esos principios, llevando el conjunto a confluir en el alto prestigio de que gozó. Dice John Lynch que “Bolívar fue un hombre de ideas, pero también un realista”. Al decir esto señala su capacidad de relacionar ideas con la práctica, en el sentido de que fuese esta última el criterio de validación de las primeras. Por ello, “El liberalismo de Bolívar se basó no sólo en los valores sino también en el cálculo. Al tomar decisiones políticas no miraba automáticamente hacia el modelo político de la Ilustración sino hacia situaciones específicas” (p. 144). En lo concerniente a la creatividad, no es fácil correlacionar dos afirmaciones sucesivas del autor. Luego de asentar que “En la Constitución Boliviana y el mensaje que la acompañó Bolívar alcanzó la cresta de su creatividad” (p.250), sostiene que “Fue Bolívar, el intelectual, el teórico político, quien dio a la independencia de Hispanoamérica su apuntalamiento intelectual, en trabajos cuyo estilo y elocuencia todavía resuenan” (p. 284). Pero dicho esto último el autor introduce el correctivo: “Pero Bolívar no fue tan idealista como para imaginar que América estaba dispuesta para la democracia pura, en que la ley podía anular instantáneamente las desigualdades de la naturaleza y la sociedad” (pp. 285-286). La historiografía bolivariana, en su conjunto, ha llegado al exceso de pretender que de las buenas cualidades y aptitudes, Simón Bolívar apenas las reunía todas, pero, eso sí, en el más alto grado. John Lynch destaca tres, interrelacionadas. En primer lugar, “La capacidad de Bolívar como líder era
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innata, no aprendida; incrementada por la experiencia pero no adquirida de otros” (p.296). A lo que se añadía el hecho de que “Fue también un hombre de acción, aunque él mismo parece haber sido indiferente ante la cualidad que lo diferenciaba de los demás: su resistencia y su tenacidad” (p. 296). A lo que se añadía, como estímulo a su amplitud de miras, pues “no fue un esclavista y nunca un racista” (p. 152). Como corresponde a una biografía bien orientada desde el punto de vista historiográfico, no cabía omitir la cara de la personalidad que algunos mojigatos, de ayer y de hoy, han considerado menos relevante, pero en este caso bien ubicada respecto de lo fundamental de la obra, guardando también la proporción entre los rasgos a ser historiados. Así, la muy importante participación de Manuel Sáenz en el último tranco de la vida plena de Simón Bolívar, y el record amatorio de un Libertador que disfrutaba del baile y gustaba de preparar sus propias ensaladas (p. 285). En suma: “nacionalista venezolano, héroe americano, macho male, Bolívar se corresponde con todos los papeles” (p. 301). Con gran acierto, John Lynch destaca en su obra la importancia de la que denomina la pureza de los principios, refiriéndose a los practicados por Simón Bolívar, y atendiendo a la dificultad de su observancia en razón de su hacer histórico. Como consecuencia de la invasión del Virreinato del Perú, y de su desmembración, el fondo de principios de Simón Bolívar se vio sometido a una severa prueba. Si bien, según el autor, se vio inmerso en un mundo de “codicia y desigualdad que él carecía de fuerzas para cambiarlo, el Libertador se mantuvo incorruptible” (p. 210), las circunstancias fueron tales que “Perú hizo aflorar lo peor de Bolívar, a la vez halagando y frustrando su gusto por la gloria y el liderazgo” (p. 211), hasta el punto de que su fiel Daniel Florencio O’Leary dice de esos tiempos que fueron “los días de la pérdida de la pureza y la inocencia de sus principios” (p. 211). Pero fue la suerte de la República de Colombia la que definitivamente retó la perseverancia de Simón Bolívar en la observancia de principios fundamentales, al planteársele la cuestión del alcance que podía reconocérsele a la libertad, en presencia de opositores que buscaban “subvertir el mismo Estado que garantizaba su existencia”, tratándose de un poder público legítimamente constituido (p. 253). Cobraba con ello plena vigencia el planteamiento de la constante inclinación de Simón Bolívar hacia la instauración de un Estado firme, lo que se compadecía con su personal preferencia por un gobierno fuerte, que consideraba necesario no sólo
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para la acción militar, sino también en la instauración y el funcionamiento del Estado mismo (p. 204); hacia el ejercicio de una suerte de despotismo ilustrado, como el que quiso instaurar Sucre en Bolivia (p. 204); y hacia la dictadura, establecida mediante una suerte de poder absoluto otorgado por aclamación, como variante de la dictadura comisoria “o provisional”, que era, de hecho, una acentuación de los poderes extraordinarios que le fueran reiteradamente conferidos por los congresos de Colombia. Concluye John Lynch que puesto Simón Bolívar en este trance, “El hombre que denunció la tiranía de España nunca consideró seriamente la adopción de la monarquía; en todo caso, la monarquía constitucional no era para él suficientemente fuerte. Básicamente, procuraba una especie de monocracia. Todo retornaba a la presidencia vitalicia, propuesta en su Constitución para Bolivia” (p. 245”. Las acciones, como la observancia de los principios, contaban con una base persistente, pues el “Irreductible hecho seguía siendo que la fuente de la legitimidad del Libertador eran sus propias cualidades personales” (p. 252). Entre éstas sobresalía la creatividad, manifiesta en la invasión de Nueva Granada, la anexión de Quito a la República de Colombia y la invasión, y la consiguiente desmembración, del Virreinato del Perú; como también en su continuada labor de constitucionalista, como crítico y como redactor de constituciones. En estas actividades se manifestó lo que John Lynch denomina “un sistema de pensamiento y acción” (p. 119); apoyado, a su vez, en una constante ideológica, subrayada por el biógrafo (p. 71), como perceptible desde Cartagena, en 1812, y desarrollada en Jamaica, en 1815, que tuvo a su servicio el “obligante poder de su oratoria” (p. 297), y una “prosa única, una mezcla singular de estilos, clara, alusiva, rica en metáforas y en ocasiones lírica” (p. 297). Coronaba estas cualidades un sentido de la gloria, que “era una pasión dominante, un constante tema de su autoestima, y a veces pareció desear la gloria tanto, e incluso más, que el poder” (p. 292). Todo confluía en el prestigio que respaldó un liderazgo, comprobadamente firme, que le permitía ejercer su autoridad como soldado, político y estadista, haciendo que le siguieran incluso calificados recalcitrantes (p. 142). Pero esta capacidad de atracción iba unida a la severidad, pues, según el autor, “no era fácilmente propenso a la piedad” (p. 282). Su determinación reposaba en la confianza que derivaba de su postura moral (p. 282), revelada en la convicción de que “La guerra de liberación era una justa guerra. De lo que no tenía la menor duda” (p. 282). No menos efectiva era, en este sentido, su disposición a asumir las responsabilidades tanto de sus fracasos como de sus éxitos (p. 298). John Lynch asienta, en síntesis, que
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de esta manera quedaba demostrado que “Las revoluciones requieren quien dirija y quien siga. Los pueblos siempre seguirán a quien tenga las ideas más claras y la más clara noción de propósito. Estas fueron las cualidades que permitieron a Bolívar dominar las élites y dirigir las hordas” (p. 211). * * * Dejo de lado muchos aspectos de esta obra, aún reconociendo que desde puntos de vista diversos del adoptado para componer esta nota bibliográfica, ellos tienen, separadamente y más aún en conjunto, una relevancia hasta equiparable a la de los aquí comentados, –me refiero, por ejemplo, a cuestiones como la crítica a la Primera República venezolana, la conquista del liderazgo político y militar en 1817-1819 y la formulación y promoción de las organizaciones multinacionales–, sólo que he optado por concentrar mi atención en la personalidad histórica e individual del biografiado. Por ello me parece razonable intentar un balance, distinguiendo entre los resultados de esta aproximación al personaje biografiado los que, guiándonos por los criterios del autor, podrían ser calificados de positivos, y los que lo serían de negativos. Entre los primeros cabe mencionar algunos que el autor considera aciertos, tales como la consagración de Simón Bolívar en la calidad de Padre de la Patria, su legado histórico, y el efecto que tiene, en quien la estudia, lo que denomino el poder de seducción de su personalidad histórica y privada. En el rubro de lo negativo, que representa sobre todo el resultado del saqueo padecido por su legado, cabe mencionar el culto erigido mediante la tergiversación de su memoria, la conformación de una suerte de segunda religión al convertir ese culto de un culto del pueblo en un culto para el pueblo, y, recientemente, el uso perverso de ese fenómeno sociocultural para servir propósitos que ninguna relación válida guardan con el objeto torpemente sacralizado. Son muchos los casos y las acciones en que la participación de Simón Bolívar ha suscitado controversia sobre su acierto y desacierto. En este grupo figuran la prisión y entrega de Francisco de Miranda a las fuerzas del Rey, la declaración de guerra a muerte, el proceso y ejecución del general Manuel Piar, la convalidación del surgente caudillismo del general José Antonio Páez, la insistencia en que la Constitución que redactó para Bolivia
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fuese adoptada por las repúblicas de Perú y Colombia, y hasta el ejercicio de la dictadura comisoria en esta última. En otros casos se asocia la noción de desacierto con la no bien entendida de fracaso, como sucede con la creación de la República de Colombia, que fue básica para el logro de la independencia; y con la invasión y la desmembración del Virreinato del Perú, que consolidó la independencia de la América hispana. Pero el autor subraya, en materia de aciertos, dos altamente significativos y muy personales. Uno fue la selección de Antonio José de Sucre como el más capaz de sus generales y posible heredero, la que considera una decisión inspirada que dice mucho “tanto de los valores de Bolívar como de las cualidades de Sucre” (p. 282). El otro gran acierto consistió en comprender que si bien, como lo sostuvo, la libertad es el único objeto que merece que un hombre le sacrifique su vida, la “libertad en sí no es la clave de su sistema político. Desconfiaba de los conceptos teóricos de libertad, y su odio a la tiranía no le indujo a la glorificación de la anarquía” (p. 284). Los aciertos, tanto militares como políticos, hicieron que el Congreso de Colombia le proclamase Padre de la Patria, reconociendo su decisiva participación en el logro de la Independencia, pero consagrándolo igualmente como guardián de la permanencia, la estabilidad y el florecimiento de la República (p. 299). En cuanto al legado histórico de Simón Bolívar, es necesario apuntar que si bien el haber formulado la teoría más comprensible sobre la independencia de Hispanoamérica, y el haberla vinculado con una práctica política y militar difícilmente comparable con la otros luchadores independentistas, en la suma de los rasgos de su personalidad es su acción histórica la que llega al punto de generar una suerte de poder de seducción, que le atrae la admiración incluso de mentes profesionalmente críticas, como la de John Lynch. El capítulo 12 de su obra, intitulado “El legado”, es probablemente uno de los más razonados, densos, críticos, y sin embargo entusiastas, elogios de Simón Bolívar, y no sólo de El Libertador, lo que explica que el impacto de ese poder en el historiador (p. 280) le llevó a afirmar, marcando el ocaso del héroe, que “a medida que Simón Bolívar perdía sus fuerzas físicas y sus poderes de líder, seguía siendo la figura sobresaliente en una galería de mediocridades” (p. 271); entre las cuales sobresalía, pero en sentido inverso, el general Francisco de Paula Santander (p. 222).
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El rubro de los aspectos negativos del legado histórico de Simón Bolívar está compuesto por las demostraciones de la falsificación de su pensamiento y acción, valida del culto de que es objeto su memoria, si bien esta última ha sido convertida en un producto más historiográfico, -por ser obra de los cultores bolivarianos-, que histórico, por cuanto muy poco tiene que ver ese culto con una valoración genuinamente histórica crítica del personaje y su obra. John Lynch dedica el pasaje final del mencionado capítulo a la descripción y discusión de tal culto, comenzando por su origen (p. 299), y siguiéndolo hasta su conversión en una suerte de segunda religión, que ha reunido a Simón Bolívar “con su nativa Venezuela, un país que no se distingue por su prehistoria o por una sobresaliente experiencia colonial, y grande sólo en la independencia que él le conquistó” (p. 301). El precepto básico de este artificio ideológico es de una aterradora simpleza: “Escuchen su palabra y Venezuela puede salvarse del abismo” (p. 301). Al comentar la conmemoración del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, en 1983, en medio de un conjunto de actos de diversa índole, John Lynch se pregunta sobre si no fue ése el último año del culto (p. 304), y observa “que aún quedaba tiempo para un nuevo giro del asunto, una perversión moderna del culto” (304). Esta perversión ha consistido en la explotación de la tendencia autoritaria que ciertamente hubo en el pensamiento y la acción de Simón Bolívar, al ser proclamado por los regímenes de Cuba y Venezuela como santo patrono de sus políticas, distorsionando sus ideas y acomodando su memoria histórica a su necesidad de legitimarlas (p. 304). * * * Para cerrar esta nota bibliográfica, estimo pertinente consignar algún comentario sobre dos instrumentos metódicos, –quizás valdría decir dos recursos–, que el autor emplea para hacer de su obra no una biografía, en el sentido más o menos usual, sino una demostración global de alta comprensión y explicación del personaje histórico cuya vida mueve su sentido histórico y estimula su espíritu crítico. Un instrumento, muy eficaz, es la inserción de breves y densos ensayos. El otro consiste en incitar al lector a la reflexión mediante preguntas que deja abiertas. El autor justifica su recurso a la inserción de los mencionados breves en-
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sayos, al decirnos, si bien al finalizar la obra, que “La historia de Bolívar debe seguir una línea narrativa, con rupturas para el análisis e interpretación, y una pausa final para su valoración” (p.281). Efectivamente, todo el mencionado Capítulo 12, está formado por luminosos y breves ensayos, pero en otras partes de la obra, ensayos semejantes ayudan a comprender el desenvolvimiento vital integral del personaje, al insertarse cómoda y oportunamente en la que el autor denomina la línea narrativa. El otro recurso metódico está constituido por las preguntas con que el autor cierra y abre, al mismo tiempo, pasajes esencialmente complejos, por la carga de cuestiones que suscitan, de la vida histórica del biografiado. El juego de tales preguntas consiste en exponer hechos, ideas y circunstancias, informando debidamente al lector, para luego formular una interrogante que, al dejarla sin respuesta, sugiere al lector que la controversia sobre lo informado y comentado no sólo es legítima sino que queda abierta, y tácitamente se le invita a participar de ella. Tal cosa hace en relación con la primaria adopción de la forma estatal federal, en 1811 (p. 68). Igualmente al suscitar interés sobre si los pardos estaban políticamente convencidos acerca de la causa de la Independencia (p.108); y sobre lo que tenían que ganar los esclavos con la Independencia (p. 109), etc., hasta culminar con una pregunta con la que finaliza la obra, refiriéndose al uso perverso del culto a Bolívar para legitimar el régimen político en la actual Venezuela: “Quién puede decir que será el último?”. *
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En suma, esta obra es mucho más que una vida de Simón Bolívar, o quizás por serlo plenamente ofrece una visión crítica estructurada de aspectos esenciales de la historia de los momentos culminantes de la República de Colombia, tanto en su concepción e integración como en su desarrollo y desenlace. El autor lo hace con propiedad, pues no incurre en la que he denominado la piedad latinoamericanista, que suele afectar a los latinoamericanistas. La alta valoración de ideas, acontecimiento y personajes, incluyendo las muestras de la admiración despertada por el biografiado, corren pareja con la ironía, siempre reveladora y sugerente. En suma, es una obra de fácil lectura, pero de lenta y laboriosa digestión intelectual. Caracas, mayo de 2007.
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VIDA DE LA ACADEMIA PRIMER TRIMESTRE 2009
• En Junta Ordinaria del 15 de enero el Miembro Correspondiente Eduardo Hernández Carstens, donó a la Biblioteca de la Academia un ejemplar de su libro Vida y obra del Libertador, también recordó la efeméride de los 189 años de la Batalla de Mata de la Miel. • En Junta Ordinaria del 15 de enero el Numerario Héctor Bencomo Barrios recordó que el 13 de enero se cumplieron los primeros diez años de vida del Archivo Libertador, en manos de la Academia Nacional de la Historia. • El Numerario Pedro Cunill Graü participó en calidad de conferencista en las III Jornadas de Investigación de Estudiantes de Historia: La Memoria de Grado y la Investigación estudiantil. Entre los días 20,21 y 22 de enero. Lugar: Mérida • El Individuo de Numero Germán Cardozo Galue fue invitado como profesor de la asignatura Historia Regional del programa Doctorado en Arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad del Zulia. Del 21 de enero al 30 de marzo. Los días miércoles de 5:00 a 9:00 p.m. • En Junta Ordinaria del 22 de enero el Miembro Correspondiente Eduardo Hernández Cartens recordó que el próximo 28 de enero se cumple un aniversario más de la Batalla de Mucuritas, librada en la Sabana del mismo nombre, por el Gral. Páez. • El Director de la Academia Elías Pino Iturrieta, la Vicedirectora Secretaria Inés Quintero, la Vicedirectora Bibliotecaria-Archivera Marianela Ponce, los numerarios Rafael Fernández Heres, Pedro Cunill Graü, Manuel Caballero, Héctor Bencomo Barrios y los Miembros Correspondientes Eduardo
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Hernández Cartens y Ramón Urdaneta, asistieron al acto organizado por las Academias Nacionales y la Universidad Central de Venezuela con motivo de la develación de la placa conmemorativa al Orfeón Universitario de esa casa de estudio. El día 29 de enero. Lugar: Palacio de las Academias. Hora: 12:00 m. • En Junta Ordinaria del 29 de enero el Numerario Santos Rodulfo Cortés, recordó la efeméride de los 179 años de la disolución de la Gran Colombia. • En Junta Ordinaria del 5 de febrero el Miembro Correspondiente Eduardo Hernández Cartens, recordó que el 6 de febrero se cumple otro aniversario de la toma de las flecheras, hecho histórico de suma importancia. • El Numerario Pedro Cunill Graü participó en la reunión de trabajo del Comité Nacional del Centenario del Natalicio del Dr. Miguel Acosta Saignes. El 05 de febrero. • El Director de la Academia Dr. Elías Pino Iturrieta, la Vicedirectora Archivera-Bibliotecaria Lic. Marianela Ponce, el Vicedirector de Publicaciones Simón Alberto Consalvi y los Numerarios Germán Carrera Damas y Carrillo Batalla, asistieron al acto de la Academia Nacional de Ciencias Económicas con motivo de la Toma de Posesión de su nueva Junta Directiva. El 17 de febrero. Lugar: El Paraninfo del Palacio de las Academias. Hora: 11:00 a.m. • En Junta Ordinaria del 26 de febrero el Director de la Academia Elías Pino Iturrieta informó sobre la visita del Dr. Carlos Hernández Delfino, Presidente de la Fundación Bancaribe, quien informó sobre la marcha del Premio Rafael María Baralt, convocado por esa Fundación y por la Academia Nacional de la Historia. • En Junta Ordinaria del 05 de marzo el Director de la Academia informó la culminación de la digitalización del Diario El Federalista. • En Junta Ordinaria del 05 de marzo el Numerario Héctor Bencomo Barrios recordó que el 2 de marzo se cumplieron 198 años de la creación del Primer Congreso de Venezuela, producto del proceso anterior que culminó el 19 de abril y que está precedido por la cantidad de sucesos formativos.
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• La Academia Nacional de la Historia recibió la visita de la Dra. Antonia Heredia de Herrera, Exdirectora del Archivo General de Andalucía y especialista en Archivo. La Dra. Heredia Herrera hizo un diagnóstico sobre los repositorios de esta Corporación, especialmente del Archivo Libertador. El 13 de marzo. • La Academia Nacional de la Historia prestó su colaboración a un grupo de jóvenes estudiantes del último año de Comunicación Social de la Universidad Monteávila, para la realización de una grabación en la Sala Capitular para su proyecto de grado. El 27 de marzo. • Durante el Primer trimestre del año el Numerario Germán Cardozo Galue, recibió la distinción Clasificado Nivel Emérito del Programa de Promoción al Investigador por parte del Observatorio Nacional de Ciencias y Tecnología. También participó en los siguientes seminarios: * Seminario sobre Formación del Estado Nacional en la asignatura Historia de Venezuela de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia. * Seminario sobre Introducción a la Historia en la mención Ciencias Sociales de la Escuela de Educación de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia. • Durante el Primer trimestre del año el Numerario Pedro Cunill Graü colaboró con la diagramación de los Tomos I y II de su obra Historia de la Geografía de Venezuela, la cual será editada por el Ministerio para la Educación Superior, Oficina de Planificación del Sector Universitario. También el Dr. Pedro Cunill Graü redactó y entregó a la Fundación Bancaribe el ensayo sobre Andrés Bello en su devenir caraqueño.
Ăndice
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INDICE
INDICE
Presentación .............................................................................................
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ESTUDIOS
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Lealtad, soberanía y representatividad en Hispanoamérica (1808-1811). Inés Quintero ............................................................................................
9 9
Felipe II de España, su cuarto centenario y las Islas Filipinas. Dámaso de Lario ........................................................................................................
33 33
¿Hartos de Bolívar? La rebelión de los historiadores contra el culto fundacional. Tomás Straka ........................................................................
51 51
Una polémica higienista y los cementerios de Caracas en el primer guzmanato, 1870-1877. Eduardo Cobos ...................................................
93 93
Gobernadores y Tenientes de Gobernador en la Provincia de Venezuela. De los Welser a Juan de Villegas (1528-1553). Gilberto R. Quintero L. ...
111 111
Dinámica de la Junta Revolucionaria de Gobierno en el contexto internacional 1945-1948: defensa y promoción de la democracia. Documentos para la contribución metodológica al estudio de la historia diplomática de Venezuela siglo XX. Luis Manuel Marcano Salazar ...........
121 121 121 121
Un linaje ilustre en Mérida. La familia Ximeno de Bohórquez (15981682). Francisco Miguel Soto Oráa ...........................................................
149 149
DOCUMENTOS
165 1165 165 165 165
Gaceta Municipal del Nº 361 del Municipio Bolivariano Libertador, del 2409-08, que contiene el decreto relativo a la declaratoria como patrimonio de Caracas al Archivo Histórico de la Ciudad ......................................
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El Bolívar de John Lynch: una obra de fácil lectura, pero de lenta y laboriosa digestión intelectual. Germán Carrera Damas ...........................................
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VIDA DE LA ACADEMIA
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Vida de la Academia ................................................................................
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
aviso BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela
Distribución:
Palacio de las Academias
Bolsa a San Francisco, planta baja. Distribuidora: Telf.: 482.27.06 Librería: Telf.: 482.73.22
De venta en la Academia Nacional de la Historia, Coordinación de Publicaciones, Palacio de las Academias, Bolsa a San Francisco, Teléfono 483.59.02 y en las librerías. Vol. 54:
Descubrimiento y conquista de Venezuela. Tomo I, Estudio preliminar de Joaquín Gabaldón Márquez.
Vol. 55:
Descubrimiento y conquista de Venezuela. Tomo II. Advertencia del compi‑ lador: Joaquín Gabaldón Márquez.
Vol. 56:
Tratado de Indias y el doctor Sepúlveda. Fray Bartolomé de las Casas. Estu‑ dio preliminar de Manuel Giménez Fernández.
Vol. 57:
Elegías de varones ilustres de Indias. Juan de Castellanos. Estudio preliminar de Isaac J. Pardo.
Vol. 58:
Venezuela en los cronistas generales de Indias, Tomo I. Estudio preliminar de Carlos Felice Cardot.
Vol. 59:
Venezuela en los cronistas generales de Indias. Tomo II.
Vol. 60:
Arca de letras y teatro universal. Juan Antonio Navarrete. Estudio preliminar de José Antonio Calcaño.
Vol. 61.
Libro de la razón general de la Real Hacienda del departamento de Caracas. José de Limonta. Estudio preliminar de Mario Briceño Perozo.
Vol. 62:
Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo I. Estudio preliminar de Guillermo Morón.
Vol. 63:
Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo II.
Vol. 64:
Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo I. (1580‑1770). Estudio pre‑ liminar de Manuel Pérez Vila.
Vol. 65:
Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo II (1771‑1808).
Vol. 66:
Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Edición restablecida en su texto original, por vez primera por Demetrio Ramos Pérez, con Es‑ tudio preliminar y notas. Tomo I.
Vol. 67:
Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Tomo II. Idem, tam‑ bién anotado por Demetrio Ramos Pérez.
Vol. 68:
El Orinoco ilustrado. José Gumilla. Comentario preliminar de José Nucete Sardi y Estudio bibliográfico de Demetrio Ramos Pérez.
Vol. 69:
Los primeros historiadores de las misiones capuchinas en Venezuela. Presenta‑ ción y estudios preliminares sobre cada autor de P. Buenaventura de Carro‑ cera, O.F.M.
Vol. 70:
Relaciones geográficas de Venezuela durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Es‑ tudio preliminar y notas de Antonio Arellano Moreno.
Vol. 71:
Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo I. Traducción y estudio preliminar de Antonio Tovar.
Vol. 72:
Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo II.
Vol. 73:
Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo III.
Vol. 74:
Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo I. Es‑ tudio preliminar y selección del Padre Guillermo Figuera.
Vol. 75:
Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo II.
Vol. 76:
Instrucción general y particular del estado presente de la provincia de Vene‑ zuela en los años de 1720 y 1721. Pedro José de Olavarriaga. Estudio pre liminar de Mario Briceño Perozo.
Vol. 77:
Relato de las misiones de los padres de la Compañía de Jesús en las islas y en Tierra Firme de América Meridional. P. Pierre Pellaprat, S.J. Estudio preli minar del Padre José del Rey.
Vol. 78:
Conversión de Píritu. P. Matías Ruiz Blanco. Tratado histórico. P. Ramón Bueno. Estudio preliminar y notas de P. Fidel de Lejarza, O.F.M.
Vol. 79:
Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela. Estudio preliminar del P. José del Rey S.J.
Vol. 80:
Protocolo del siglo XVI. Estudio preliminar de Agustín Millares Carlo.
Vol. 81:
Historia de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Tomo I. Estudio preliminar y edición crítica de P. Pablo Ojer, S.J.
Vol. 82:
Estudio de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Tomo II. (Texto y Notas).
Vol. 83:
Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Selección y estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M. Tomo I.
Vol. 84:
Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Tomo II.
Vol. 85:
Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reyno de Granada en la América. P. Joseph Cassani. S.J. Estudio preliminar y anotaciones al texto del P. José del Rey, S.J.
Vol. 86:
La historia del Mundo Nuevo. M. Girolano Benzoni. Traducción y Notas de Marisa Vannini de Gerulewicz. Estudio preliminar de León Croizat.
Vol. 87:
Documentos para la historia de la educación en Venezuela. Estudio prelimi nar y compilación de Ildefonso Leal.
Vol. 88‑89‑90: Misión de los capuchinos en Cumaná. Estudio preliminar y documen tación seleccionada por el R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M., Cap. Caracas, 1968, 3 tomos. Vol. 91:
Historia documentada de los agustinos en Venezuela durante la época colonial. Estudio preliminar de Fernando Campo del Pozo, Agust.
Vol. 92:
Las instituciones militares venezolanas del período hispánico en los archivos. Selección y estudio preliminar de Santiago‑Gerardo Suárez.
Vol. 93:
Documentos para la historia económica en la época colonial, viajes e informes. Selección y estudio preliminar de Antonio Arellano Moreno.
Vol. 94:
Escritos Varios. José Gumilla. Selección y estudio preliminar de José del Rey, S.J.
Vol. 95:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo I. Estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M.
Vol. 96:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo II.
Vol. 97:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de inventarios. Tomo III.
Vol. 98:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de inventarios. Tomo IV.
Vol. 99:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de Providencias. Tomo V.
Vol.100: Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Compendio de Juan José Guzmán. Tomo VI. Vol. 101: Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Compendio de Juan José Guzmán, Tomo VII. Vol. 102: La Gobernación de Venezuela en el siglo XVII. José Llavador Mira. Vol. 103: Documentos para el estudio de los esclavos negros en Venezuela. Selección y estudio preliminar de Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 104: Materiales para la historia de las artes decorativas en Venezuela. Carlos E. Duarte. Vol. 105: Las obras pías en la Iglesia colonial venezolana. Selección y estudio pre liminar de Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 106: El real consulado de Caracas (1793‑ 1810). Manuel Nunes Días. Vol. 107: El ordenamiento militar de Indias. Selección y estudio preliminar de San tiago‑Gerardo Suárez. Vol. 108: Crónica de la provincia franciscana de Santa Cruz de la Española y Caracas. Estudio preliminar y notas de Odilio Gómez Parente, O.F.M. Vol. 109: Trinidad, Provincia de Venezuela. Jesse A. Noel. Vol. 110: Colón descubrió América del Sur en 1494. Juan Manzano Manzano. Vol. 111: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Introducción y resumen histórico documentos (1657‑1699) de R.P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capuchino. Tomo I. Vol. 112: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Documentos (1700‑1750) de R. P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capu‑ chino. Tomo II.
Vol. 113: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Documentos (17501820) de R. P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capuchino. Tomo III. Vol. 114: Población de origen europeo de Coro en la época colonial. Pedro M. Arcaya. Vol. 115: Curazao hispánico (Antagonismo flamenco-español). Carlos Felice Cardot. Vol. 116: El mito de El Dorado. Su génesis y proceso. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 117: Seis primeros obispos de la Iglesia venezolana en la época hispánica (15321600). Mons. Francisco Armando Maldonado. Vol. 118: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela (Tomo II). José del Rey Fajardo, S.J. Vol. 119: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela (Tomo III). José del Rey Fajardo, S.J. Vol. 120: Hernández de Serpa y su “Hueste” de l569 con destino a la Nueva Andalucía. Jesús María G. López Ruiz. Vol. 121: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia (1513‑1837). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gómez Canedo. Vol. 122: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia. Consolidación y expansión (1593‑1696). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gómez Ca‑ nedo. Vol. 123: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia. Florecimiento, crisis y extinción (1703‑1837). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gó‑ mez Canedo. Vol. 124: El sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Valoración canónica del regio placet a las constituciones sinodales indianas. Tomo I. Manuel Gutiérrez de Arce. Vol. 125: Apéndices a el sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Va‑ loración canónica del regio placet a las constituciones sinodales indianas. Tomo II. Manuel Gutiérrez de Arce. Vol. 126:
Estudios de historia venezolana. Demetrio Ramos Pérez.
Vol. 127: Los orígenes venezolanos (Ensayo sobre la colonización española en Venezuela). Jules Humbert. Vol. 128: Materiales para la Historia Provincial de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 129: El Oriente venezolano a mediados del siglo XVIII, a través de la visita del Gobernador Diguja. Alfonso F. González González. Vol. 130: Juicios de Residencia en la provincia de Venezuela. I. Los Welser. Estudio pre‑ liminar de Marianela Ponce de Behrens, Diana Rengifo y Letizia Vaccari de Venturini.
Vol. 131: Fortificación y Defensa. Santiago‑Gerardo Suárez. Vol. 132: Libros y Bibliotecas en Venezuela Colonial (1633‑1767) Siglo XVII (1633‑1699). Tomo I. Ildefonso Leal. Vol. 133: Libros y Bibliotecas en Venezuela Colonial (1633‑1767). Siglo XVII (1727‑1767). Tomo II. Ildefonso Leal. Vol. 134: Las acciones militares del Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor (1637‑1644). Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 135: El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispá nico. Tomo I. Santos Rodulfo Cortés. Vol. 136: El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispá nico. (Documentos anexos). Tomo II. Santos Rodulfo Cortés. Vol. 137: Las Fuerzas Armadas Venezolanas en la Colonia. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 138: La Pedagogía Jesuítica en la Venezuela Hispánica. José del Rey Fajardo S.J. Vol. 139: Misión de los Capuchinos en Guayana. Introducción y resumen histórico. Do‑ cumentos, (1682‑1785). Tomo I. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 140: Misión de los Capuchinos en Guayana. Documentos (1760‑1785). Tomo II. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 141: Misión de los Capuchinos en Guayana. Documentos (1785‑1819). Tomo III. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 142: La defensa de la integridad territorial de Guayana en tiempos de Carlos III. María Consuelo Cal Martínez. Vol. 143: Los Mercedarios y la política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Tomo I. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 144: Los Mercedarios y la vida política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Tomo II. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 145: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. II. Juan Pérez de Tolosa y Juan de Villegas. Recopilación y estudio preliminar de Marianela Ponce y Letizia Vaccari de Venturini. Vol. 146: Las salinas de Araya y el origen de la Armada de Barlovento. Jesús Varela Marcos. Vol. 147: Los extranjeros con carta de naturaleza de las Indias, durante la segunda mitad del siglo XVIII. Juan M. Morales Alvarez. Vol. 148: Fray Pedro de Aguado: Lengua y Etnografía. María T. Vaquero de Ramírez. Vol. 149: Descripción exacta de la Provincia de Venezuela de Joseph Luis de Cisneros. Estudio preliminar de Pedro Grases. Vol. 150: Temas de Historia Colonial Venezolana. Mario Briceño Perozo. Vol. 151: Apuntes para la Historia Colonial de Barlovento. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 152: Los comuneros de Mérida (Estudio). Tomo I, Edición conmemorativa del bicentenario del movimiento comunero.
Vol. 153: Los censos en la Iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo I. Estudio preliminar y recopilación de Ermila Troconis de Vera‑ coechea. Vol. 154: Los censos en la iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo II. Recopilación de Gladis Veracoechea y Euclides Fuguett. Vol. 155: Los censos en la iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo III. Recopilación de Euclides Fuguett. Vol. 156: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo I. (A‑C). Ismael Silva Montañés. Vol. 157: La ocupación alemana de Venezuela en el siglo XVI. Período llamado de los Welser (1528‑1536) de Jules Humbert. Traducción y presentación de Ro berto Gabaldón. Vol. 158: Historia del periodismo y de la imprenta en Venezuela. Tulio Febres Cor‑ dero G. Vol. 159: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo II. (CH‑K). Ismael Silva Montañés. Vol. 160: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. I) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental de Letizia Vaccari S.M. Vol. 161: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. II) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental, de Letizia Vaccari S.M. Vol. 162: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. III) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental de Letizia Vaccari S.M. Vol. 163: La aventura fundacional de los isleños. Panaquire y Juan Francisco de León. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 164: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo III (L‑P). Ismael Silva Montañés. Vol. 165: La unidad regional. Caracas‑La Guaira‑ Valles, de 1775 a 1825. Diana Ren‑ gifo. Vol. 166: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo IV (Q‑Z). Ismael Silva Montañés. Vol. 167: Materiales para el estudio de las relaciones inter‑étnicas en la Guajira, siglo XVIII. Documentos y mapas de P. Josefina Moreno y Alberto Tarazona. Vol. 168: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII. Tomo I. Celestino Andrés Araúz Monfante. Vol. 169: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII. Tomo II. Celestino Andrés Araúz Monfante. Vol. 170: Guayana y el Gobernador Centurión(1766-1776). María Isabel Martínez del Campo. Vol. 171: Las Milicias: Instituciones militares hispanoamericanas. Santiago‑Gerardo Suárez.
Vol. 172: San Sebastián de los Reyes. La ciudad trashumante. Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 173: San Sebastián de los Reyes. La ciudad raigal. Tomo II. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 174: Los Ministros de la Audiencia de Caracas (1786‑1776). Caracterización de una élite burocrática del poder español en Venezuela. Alí Enrique López Bo‑ horquez. Vol. 175: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo I. Marianela Ponce. Vol. 176: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo II. Marianela Ponce. Vol. 177: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo III. Marianela Ponce. Vol. 178: Historia de Colombia y de Venezuela. Desde sus orígenes hasta nuestros días. Jules Humbert. Traductor Roberto Gabaldón. Vol. 179: Noticias historiales de Nueva Barcelona de Fernando del Bastardo y Loayza. Estudio preliminar y notas, de Constantino Maradei Donato. Vol. 180: La implantación del impuesto del papel Sellado en Indias. María Luisa Mar‑ tínez de Salinas. Vol. 181: Raíces pobladoras del Táchira: Táriba, Guásimos (Palmira), Capacho. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 182: Temas de Historia Colonial Venezolana. Tomo II. Mario Briceño Perozo. Vol. 183: Historia de Barinas (1577‑1800). Tomo I. Virgilio Tosta. Vol. 184: El Regente Heredia o la piedad heroica. Mario Briceño-Iragorry. Presenta‑ ción de Tomás Polanco Alcántara. Vol. 185: La esclavitud indígena en Venezuela (siglo XVI). Morella A. Jiménez G. Vol. 186: Memorias del Regente Heredia. José Francisco Heredia. Prólogo de Blas Bruni Celli. Vol. 187: La Real Audiencia de Caracas en la Historiografía Venezolana (Mate‑ riales para su estudio). Presentación y selección de Alí Enrique López Bohorquez. Vol. 188: Familias coloniales de San Carlos, Tomo I (A‑H). Diego Jorge HerreraVegas. Vol. 189: Familias coloniales de San Carlos, Tomo II (I‑Z). Diego Jorge HerreraVegas. Vol. 190: Lenguas indígenas e indigenismos - Italia e Iberoamérica. 1492‑1866. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 191: Evolución histórica de la cartografía en Guayana y su significación en los dere‑ chos venezolanos sobre el Esequibo. Manuel Alberto Donis Ríos.
Vol. 192: Elementos historiales del San Cristóbal Colonial. El proceso formativo. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 193: La formación del latifundio ganadero en los Llanos de Apure: 1750‑1800. Adelina C. Rodríguez Mirabal. Vol. 194: Historia de Barinas (1800‑1863). Tomo II. Virgilio Tosta. Vol. 195: La visita de Joaquín Mosquera y Figueroa a la Real Audiencia de Caracas (1804‑1809). Conflictos internos y corrupción en la administración de justi‑ cia. Teresa Albornoz de López. Vol. 196: Ideología, desarrollo e interferencias del comercio caribeño durante el siglo XVII. Rafael Cartaya A. Vol. 197: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1538‑1810). Tomo I ‑Los Fundadores: Juan Maldonado y sus compañeros (1559). Roberto Picón‑Parra. Vol. 198: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1538‑1810). Tomo II ‑Los fundadores: Juan Rodríguez Suárez y sus compañeros (1558). Roberto Picón‑Parra. Vol. 199: Historia de Barinas(1864‑1892). Tomo III. Virgilio Tosta. Vol. 200: Las Reales Audiencias Indianas. Fuentes y Bibliografía. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 201: San Cristóbal, Siglo XVII. Tiempo de aleudar. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 202: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo I (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 203: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo II (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 204: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo III (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 205: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo IV (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 206: Simón Rodríguez maestro de escuela de primeras letras. Gustavo Adolfo Ruiz. Vol. 207: Linajes calaboceños. Jesús Loreto Loreto. Vol. 208: El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio como símbolo del poder regio (Venezuela siglo XVIII). Carole Leal Curiel. Vol. 209: Contribución al estudio de la “aristocracia territorial” en Venezuela colonial. La familia Xerez de Aristeguieta. Siglo XVIII. Elizabeth Ladera de Diez. Vol. 210: Capacho. Un pueblo de indios en la Jurisdicción de la Villa de San Cristóbal. Inés Cecilia Ferrero Kelleroff. Vol. 211: Juan de Castellanos. Estudios de las Elegías de Varones Ilustres. Isaac J. Pardo. Vol. 212: Historia de Barinas(1893‑1910). Tomo IV. Virgilio Tosta.
Vol. 213: La Nueva Segovia de Barquisimeto. Tomo I. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 214: La Nueva Segovia de Barquisimeto. Tomo II. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 215: El Régimen de la Encomienda en Barquisimeto colonial, 1530‑1810. Reinal‑ do Rojas. Vol. 216: Crítica y descolonización. El sujeto colonial en la cultura latinoamericana. Beatriz González Stephan y Lucía Helena Costigan (Coordinadoras). Vol. 217: Sobre Gobernadores y Residencias en la Provincia de Venezuela. (Siglos XVI, XVII, XVIII). Letizia Vaccari. Vol. 218: Paleografía Práctica (su aplicación en el estudio de los documentos históricos venezolanos). Antonio José González Antías y Guillermo Durand Gonzá‑ lez. Vol. 219: Tierra, gobierno local y actividad misionera en la comunidad indígena del Oriente venezolano: La visita a la Provincia de Cumaná de don Luis de Chávez y Mendoza (1783-1784). Antonio Ignacio Laserna Gaitán. Vol. 220: Miguel José Sanz. La realidad entre el mito y la leyenda. Lenín Molina Peña‑ loza. Vol. 221: Historia de Barinas (1911‑1928). Tomo V. Virgilio Tosta. Vol. 222: Curazao y la Costa de Caracas: Introducción al estudio del contrabando en la Provincia de Venezuela en tiempos de la Compañía Guipuzcoana 1730‑1780. Ramón Aizpúrua. Vol. 223: Configuración textual de la recopilación historial de Venezuela de Pedro Ague‑ do. José María Navarro. Vol. 224: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558-1810). Roberto Picón Parra (Tomo III). Vol. 225: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558-1810). Roberto Picón Parra (Tomo IV). Vol. 226: El ordenamiento jurídico y el ejercicio del derecho de libertad de los esclavos en la provincia de Venezuela 1730-1768. Marianela Ponce. Vol. 227: Los fiscales indianos origen y evolución del Ministerio Público. Santiago-Ge‑ rardo Suárez. Vol. 228: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su Historia 1682‑1819. Tomo I. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 229: Historia social de la región de Barquisimeto en el tiempo histórico colonial 1530‑1810. Reinaldo Rojas. Vol. 230: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su historia 1682‑1819. Tomo II. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 231: El Teniente Justicia Mayor en la Administración colonial venezolana. Gilber‑ to Quintero. Vol. 232: En la ciudad de El Tocuyo. Tomo I. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 233: En la ciudad de El Tocuyo. Tomo II. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 234: La conspiración de Gual y España y el ideario de la Independencia. Pedro Grases.
Vol. 235: Juan Picornell y la conspiración de Gual y España. Casto Fulgencio López. Vol. 236: Aportes documentales a la historia de la arquitectura del período hispánico venezolano. Carlos F. Duarte. Vol. 237: El mayorazgo de los Cornieles. Zulay Rojo. Vol. 238: La Venezuela que conoció Juan de Castellanos (S.XVI). Marco Aurelio Vila. Vol. 239: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo I. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 240: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo II. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 241: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo III. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 242: Testimonios de la visita de los oficiales franceses a Venezuela en 1783. Carlos Duarte. Vol. 243: Dos pueblos del sur de Aragua: La Purísima Concepción de Camatagua y Nuestra Señora del Carmen de Cura. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 244: Conquista espiritual de Tierra Firme. Rafael Fernández Heres. Vol. 245: El Mayorazgo del Padre Aristiguieta. Primera herencia del Libertador. Juan M. Morales. Vol. 246: De la soltería a la viudez. La condición jurídica de la mujer en la provincia de Venezuela en razón de su estado civil. Estudio preliminar y selección de textos legales. Marianela Ponce. Vol. 247: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. Tomo I. José del Rey Fajar‑ do, S.J. Vol. 248: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. Tomo II. José del Rey Fa‑ jardo, S.J. Vol. 249: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo I. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernán‑ dez Heres. Vol. 250: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo II. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernán‑ dez Heres. Vol. 251: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo III. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernández Heres. Vol. 252: Aristócratas, honor y subversión en la Venezuela del Siglo XVIII. Frédérique Langue. Vol. 253: Noticia del principio y progreso del establecimiento de las misiones de gentiles en río Orinoco, por la Compañía de Jesús. Agustín de Vega. Estudio intro‑ ductorio de José del Rey Fajardo, s.j. y Daniel Barandiarán. Vol. 254: Patrimonio hispánico venezolano perdido (con un apéndice sobre el arte de la sastrería). Carlos F. Duarte.
Vol. 255: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Cho‑ roní, Chuao y Zepe. Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 256: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Cho‑ roní, Chuao y Zepe. Tomo II. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 257: Separación matrimonial y su proceso en la época colonial. Antonietta Josefina De Rogatis Restaino. Vol. 258: Niebla en las sierras. Los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela 1550-1625. Horacio Biord. Vol. 259: Asentamiento español y articulación interétnica en Cumaná (1560-1620). Ricardo Ignacio Castillo Hidalgo. Vol. 260: Francisco de Miranda y su ruptura con España. Manuel Hernández Gonzá‑ lez. Vol. 261: De la Ermita de Ntra. Sra. Del Pilar de Zaragoza al convento de San Francis‑ co. Edda Samudio. Vol. 262: La República de las Letras en la Venezuela Colonial (la enseñanza de las Hu‑ manidades en los colegios jesuíticos). José del Rey Fajardo s.j. Vol. 263-264: La estirpe de las Rojas. Antonio Herrera Vaillant B. Vol. 265: La artesanía colonial en Mérida (1556-1700). Luis Alberto Ramírez Mén‑ dez. Vol. 266: El Cabildo de Caracas. Período de la colonia (1568-1810). Pedro Manuel Arcaya. Vol. 267: Nuevos aportes documentales a la historia de las artes en la provincia de Vene‑ zuela (período hispánico). Carlos R. Duarte.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Fuentes para la Historia Republicana de Venezuela
Vol. 1 y 2: Autobiografía del general José Antonio Páez. Tomos I y II Vol. 3 y 4: Archivo del general José Antonio Páez. Tomos I y II Vol. 5:
Biografía del general José Antonio Páez. R.B. Cunningham.
Vol. 6:
Resumen de la vida militar y política del “ciudadano Esclarecido”, general José Antonio Páez. Tomás Michelena.
Vol. 7:
Memorias de Carmelo Fernández.
Vol. 8:
Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Ramón Páez.
Vol. 9:
Memorias de un oficial de la legión Británica. Campañas y Cruceros duran‑ te la Guerra de Emancipación Hispanoamericana. Richard Vowell.
Vol. 10:
Las sabanas de Barinas. Richard Vowell.
Vol. 11:
Las estadísticas de las provincias, en la época de Páez. Recopilación y prólogo de Antonio Arellano Moreno.
Vol. 12:
Las comadres de Caracas. John G. A. Willianson.
Vol. 13:
20 discursos sobre el general José Antonio Páez.
Vol. 14:
Páez visto por cinco historiadores.
Vol. 15:
Código Civil de 28 de octubre de 1862. Estudio preliminar de Gonzalo Parra Aranguren.
Vol. 16:
La Codificación de Páez. (Códigos de Comercio, Penal, de Enjuiciamiento y Procedimiento – 1862-63).
Vol. 17:
Juicios sobre la personalidad del general José Antonio Páez.
Vol. 18:
Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Tomo I. Gustavo Ocando Yamarte.
Vol. 19:
Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Tomo II. Gustavo Ocando Yamarte.
Vol. 20:
Páez, peregrino y proscripto (1848-1851). Rafael Ramón Castellanos.
Vol. 21:
Documentos para la historia de la vida de José Antonio Páez. Compilación, selección y notas de Manuel Pinto.
Vol. 22:
Estudios y discursos sobre el general Carlos Soublette.
Vol. 23:
Soublette y la prensa de su época. Estudio preliminar y compilación de Juan Bautista Querales.
Vol. 24:
Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo I. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.
Vol. 25:
Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo II. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.
Vol. 26:
Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo III. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.
Vol. 27:
La oposición Liberal en Oriente (Editoriales de “El Republicano”, 18441846): Compilación, introducción y notas de Manuel Pérez Vila.
Vol. 28:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo I. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 29:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo II. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 30:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo III. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 31:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo IV. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 32:
Opúsculo histórico de la revolución, desde el año 1858 a 1859. Prólogo de Joaquín Gabaldón Márquez.
Vol. 33:
La economía americana del primer cuarto del siglo XIX, vista a través de las memorias escritas por don Vicente Basadre, último Intendente de Venezuela. Manuel Lucena Salmoral.
Vol. 34:
El café y las ciudades en los Andes Venezolanos (1870-1930). Alicia Ardao.
Vol. 35:
La diplomacia de José María Rojas / 1873-1883. William Lane Harris. Tra‑ ducción: Rodolfo Kammann Willson.
Vol. 36:
Instituciones de Comunidad (provincia de Cumaná, 1700-1828). Estudio y documentación de Magaly Burguera.
Vol. 37:
Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Tomo I. Ildefonso Leal.
Vol. 38:
Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Tomo II. Ildefonso Leal.
Vol. 39:
Convicciones y conversiones de un republicano: El expediente de José Félix Blanco. Carole Leal Curiel.
Vol. 40:
Las elecciones presidenciales de 1835 (La elección del Dr. José María Vargas). Eleonora Gabaldón.
Vol. 41:
El proceso de la inmigración en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea.
Vol. 42:
Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Tomo I. Gabriel E. Muñoz.
Vol. 43:
Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Tomo II. Gabriel E. Muñoz.
Vol. 44:
Producción bibliográfica y política en la época de Guzmán Blanco (18701887). Cira Naranjo de Castillo y Carmen G. Sotillo.
Vol. 45:
Dionisio Cisneros el último realista. Oscar Palacios Herrera.
Vol. 46:
La libranza del sudor. El drama de la inmigración canaria entre 1830 y 1859. Manuel Rodríguez Campos.
Vol. 47:
El capital comercial en La Guaira y Caracas (1821-1848). Catalina Banko.
Vol. 48:
General Antonio Valero de Bernabé y su aventura de libertad: De Puerto Rico a San Sebastián. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 49:
Los negocios de Román Delgado Chalbaud. Ruth Capriles Méndez.
Vol. 50:
El inicio del juego democrático en Venezuela: Un análisis de las elecciones 1946-1947. Clara Marina Rojas.
Vol. 51:
Los mercados exteriores de Caracas a comienzos de la Independencia. Manuel Lucena Salmoral.
Vol. 52:
Archivo del general Carlos Soublette. Tomo I. Catalogación por Naibe Burgos.
Vol. 53:
Archivo del general Carlos Soublette. Tomo II. Catalogación por Naibe Burgos.
Vol. 54:
Archivo del general Carlos Soublette. Tomo III. Catalogación por Naibe Burgos.
Vol. 55:
Las elecciones presidenciales en Venezuela del siglo XIX, 1830-1854. Alberto Navas Blanco.
Vol. 56:
Los olvidados próceres de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 57:
La educación venezolana bajo el signo del positivismo. Rafael Fernández Heres.
Vol. 58:
La enseñanza de la física en la Universidad Central de Venezuela, 1827-1880. Henry Leal.
Vol. 59:
Francisco Antonio Zea y su proyecto de integración Ibero-Americana. Lautaro Ovalles.
Vol. 60:
Los comerciantes financistas y sus relaciones con el gobierno guzmancista (1870-1888). Carmen Elena Flores.
Vol. 61:
Para acercarnos a don Francisco Tomás Morales Mariscal de Campo, último Capitán General en Tierra Firme y a José Tomás Boves Coronel, Primera Lan‑ za del Rey. Tomás Pérez Tenreiro.
Vol. 62:
La Iglesia Católica en tiempos de Guzmán Blanco. Herminia Cristina Mén‑ dez Sereno.
Vol. 63:
Raíces hispánicas de don Gaspar Zapata de Mendoza y su descendencia vene‑ zolana. Julio Báez Meneses.
Vol. 64:
La familia Río Branco y la fijación de las fronteras entre Venezuela y Brasil. Dos momentos definitorios en las relaciones entre Venezuela y Brasil. El tratado de límites de 1859 y la gestión del barón de Río Branco (1902-1912). Alejan‑ dro Mendible Zurita.
Vol. 65:
La educación venezolana bajo el signo de la ilustración 1770-1870. Rafael Fernández Heres.
Vol. 66:
José Antonio Páez, repertorio documental. Compilación, transcripción y estu‑ dio introductorio. Marjorie Acevedo Gómez.
Vol. 67:
La educación venezolana bajo el signo de la Escuela Nueva. Rafael Fernández Heres.
Vol. 68:
Imprenta y periodismo en el estado Barinas. Virgilio Tosta.
Vol. 69:
Los papeles de Alejo Fortique. Armando Rojas.
Vol. 70:
Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Tomo I. Reco‑ pilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo.
Vol. 71:
Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Tomo II. Re‑ copilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo.
Vol. 72:
Diario de navegación. Caracciolo Parra Pérez.
Vol. 73:
Antonio José de Sucre, biografía política. Inés Quintero.
Vol. 74:
Historia del pensamiento económico de Fermín Toro. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 75:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 76:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo II. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 77:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo III. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 78:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo IV. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 79:
El Cuartel San Carlos y el Ejército de Caracas 1771-1884. Carmen Brunilde Liendo.
Vol. 80:
Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomo I. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 81:
Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomo II. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 82:
La Provincia de Guayana en la independencia de Venezuela. Tomás Surroca y De Montó.
Vol. 83:
Páez visto por los ingleses. Edgardo Mondolfi Gudat.
Vol. 84:
Tiempo de agravios. Manuel Rafael Rivero.
Vol. 85:
La obra pedagógica de Guillermo Todd. Rafael Fernández Heres.
Vol. 86:
Política, crédito e institutos financieros en Venezuela 1830-1940. Catalina Banko.
Vol. 87:
De leales monárquicos a ciudadanos republicanos. Coro 1810-1858. Elina Lovera Reyes.
Vol. 88:
Clío frente al espejo: La concepción de la historia en la historiografía venezola‑ na. 1830-1865. Lucía Raynero.
Vol. 89:
El almirantazgo republicano. Archivo de Francisco Javier Yánez. Herminia Méndez. En imprenta.
Vol. 90:
Evolución político-constitucional de Venezuela. El período fundacional 18101830. Enrique Azpúrua Ayala.
Vol. 91.
José de la Cruz Carrillo. Una vida en tres tiempos. Silvio Villegas.
Vol. 92.
Tiempos de federación en el Zulia. Construir la Nación en Venezuela. Arlene Urdaneta Quintero.
Vol. 93.
El régimen del General Eleazar López Contreras. Tomás Enrique Carillo Ba‑ talla.
Vol. 94.
Sociopolítica y censos de población en Venezuela. Del Censo ‘‘Guzmán Blanco’’ al Censo ‘‘Bolivariano’’. Miguel Bolívar Chollett.
Vol. 95.
Historia de los Frailes Dominicos en Venezuela durante los siglos XIX y XX. La Extinción y la Restauración. Fr. Oswaldo Montilla Perdomo, O. P.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Estudios, Monografías y Ensayos
Vol. 1:
El Coloniaje, la formación societaria de nuestro continente. Edgar Gabaldón Márquez.
Vol. 2:
Páginas biográficas y críticas. Carlos Felice Cardot.
Vol. 3:
Tratados de Confirmaciones Reales. Antonio Rodríguez de León Pinelo. Es‑ tudio preliminar de Eduardo Arcila Farías.
Vol. 4:
Datos para la historia de la educación en el Oriente de Venezuela. Manuel Peñalver Gómez.
Vol. 5:
La tradición saladoide del Oriente de Venezuela. La fase cuartel. Iraida Vargas Arenas.
Vol. 6:
Las culturas formativas del Oriente de Venezuela. La Tradición Barrancas del Bajo Orinoco. Mario Sanoja Obediente.
Vol. 7:
Organizaciones políticas de 1936. Su importancia en la socialización política del venezolano. Silvia Mijares.
Vol. 8:
Estudios en antropología, sociología, historia y folclor. Miguel Acosta Saignes.
Vol. 9:
Angel S. Domínguez, escritor de nítida arcilla criolla. Luis Arturo Domínguez.
Vol. 10:
Estudios sobre las instituciones locales hispanoamericanas. Francisco Domín‑ guez Compañy.
Vol. 11:
Los Héroes y la Historia. Ramón J. Velásquez.
Vol. 12:
Ensayos sobre Historia Política de Venezuela. Amalio Belmonte Guzmán, Dimitri Briceño Reyes y Henry Urbano Taylor.
Vol. 13:
Rusia e Inglaterra en Asia Central. M. F. Martens. Traducción y estudio preliminar de Héctor Gros Espiell.
Vol. 14:
5 procesos históricos. Raúl Díaz Legórburu.
Vol. 15:
Individuos de Número. Ramón J. Velásquez.
Vol. 16:
Los presidentes de Venezuela y su actuación militar (Esbozo). Tomás Pérez Tenreiro.
Vol. 17:
Semblanzas, Testimonios y Apólogos. J.A. de Armas Chitty.
Vol. 18:
Impresiones de la América Española (1904-1906). M. de Oliveira Lima.
Vol. 19:
Obras Públicas, Fiestas y Mensajes (Un puntal del régimen gomecista). Ciro Caraballo Perichi.
Vol. 20:
Investigaciones Arqueológicas en Parmana. Los sitios de la Gruta y Ronquín. Estado Guárico, Venezuela. Iraida Vargas Arenas.
Vol. 21:
La consolidación del régimen de Juan Vicente Gómez. Yolanda Segnini.
Vol. 22:
El proyecto universitario de Andrés Bello (1843). Rafael Fernández Heres.
Vol. 23:
Guía para el estudio de la historia de Venezuela. R.J. Lovera De-Sola.
Vol. 24:
Miranda y sus circunstancias. Josefina Rodríguez de Alonso.
Vol. 25:
Michelena y José Amando Pérez. El sembrador y su sueño. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 26:
Chejendé. Historia y canto. Emigdio Cañizales Guédez.
Vol. 27:
Los conflictos de soberanía sobre Isla de Aves. Juan Raúl Gil S.
Vol. 28:
Historia de las cárceles en Venezuela. (1600-1890). Ermila Troconis de Veracoechea.
Vol. 29:
Esbozo de las Academias. Héctor Parra Márquez.
Vol. 30:
La poesía y el derecho. Mario Briceño Perozo.
Vol. 31:
Biografía del almirante Luis Brión. Johan Hartog.
Vol. 32:
Don Pedro Gual. El estadista grancolombiano. Abel Cruz Santos.
Vol. 33:
Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Tomo I. Rafael Ramón Castellanos.
Vol. 34:
Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Tomo II. Rafael Ramón Castellanos.
Vol. 35:
Hilachas de historia patria. Manuel Rafael Rivero.
Vol. 36:
Estudio y antología de la revista Bolívar. Velia Bosch. Indices: Fernando Villarraga.
Vol. 37:
Ideas del Libertador como gobernante a través de sus escritos (1813-1821). Aurelio Ferrero Tamayo.
Vol. 38:
Zaraza, biografía de un pueblo. J.A. De Armas Chitty.
Vol. 39:
Cartel de citación (Ensayos). Juandemaro Querales.
Vol. 40:
La toponimia venezolana en las fuentes cartográficas del Archivo General de Indias. Adolfo Salazar-Quijada.
Vol. 41:
Primeros monumentos en Venezuela a Simón Bolívar. Juan Carlos Palenzuela.
Vol. 42:
El pensamiento filosófico y político de Francisco de Miranda. Antonio Egea López.
Vol. 43:
Bolívar en la historia del pensamiento económico y fiscal. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 44:
Chacao: un pueblo en la época de Bolívar (1768-1880). Antonio González Antías.
Vol. 45:
Médicos, cirujanos y practicantes próceres de la nacionalidad. Francisco Alejandro Vargas.
Vol. 46:
Simón Bolívar. Su pensamiento político. Enrique de Gandía.
Vol. 47:
Vivencia de un rito ayamán en las Turas. Luis Arturo Domínguez.
Vol. 48:
La Razón filosófica-jurídica de la Indepencencia. Pompeyo Ramis.
Vol. 49:
Tiempo y presencia de Bolívar en Lara. Carlos Felice Cardot.
Vol. 50:
Los papeles de Francisco de Miranda. Gloria Henríquez Uzcátegui.
Vol. 51:
La Guayana Esequiba. Los testimonios cartográficos de los geógrafos. Marco A. Osorio Jiménez
Vol. 52:
El gran majadero. R.J. Lovera De-Sola.
Vol. 53:
Aproximación al sentido de la historia de Oviedo y Baños como un hecho del Lenguaje. Susana Romero de Febres.
Vol. 54:
El diario “El Pregonero”. Su importancia en el periodismo venezolano. María Antonieta Delgado Ramírez.
Vol. 55:
Historia del Estado Trujillo. Mario Briceño Perozo.
Vol. 56:
Las eras imaginarias de Lezama Lima. Cesia Ziona Hirshbein.
Vol. 57:
La educación primaria en Caracas en la época de Bolívar. Aureo Yépez Castillo.
Vol. 58:
Contribución al estudio del ensayo en Hispanoamérica. Clara Rey de Guido.
Vol. 59:
Contribución al estudio de la historiografía literaria Hispanoamericana. Beatriz González Stephan,
Vol. 60:
Situación médico-sanitaria de Venezuela durante la época del Libertador. Alberto Sila Alvarez.
Vol. 61:
La formación de la vanguardia literaria en Venezuela (Antecedentes y documentos). Nelson Osorio T.
Vol. 62:
Muro de dudas. Tomo I. Ignacio Burk.
Vol. 63:
Muro de dudas. Tomo II. Ignacio Burk.
Vol. 64:
Rómulo Gallegos: la realidad, la ficción, el símbolo (Un estudio del momento primero de la escritura galleguiana). Rafael Fauquié Bescós.
Vol. 65:
Flor y canto. 25 años de la poesía venezolana (1958-1983). Elena Vera.
Vol. 66:
Las diabluras del Arcediano (Vida del Padre Antonio José de Sucre). Mario Fernán Romero.
Vol. 67:
La historia como elemento creador de la cultura. Mario Briceño Iragorry.
Vol. 68:
El cuento folklórico en Venezuela. Antología, clasificación y estudio. Yolanda Salas de Lecuna.
Vol. 69:
Las ganaderías en los llanos centro-occidentales venezolanos, 1910-1935. Tarcila Briceño.
Vol. 70:
La república de las Floridas, 1817-1817. Tulio Arends.
Vol. 71:
Una discusión historiográfica en torno de “Hacia la democracia”. Antonio Mieres.
Vol. 72:
Rafael Villavicencio: Del positivismo al espiritualismo. Luisa M. Poleo Pérez.
Vol. 73:
Aportes a la historia documental y crítica. Manuel Pérez Vila.
Vol. 74:
Procerato caroreño. José María Zubillaga Perera.
Vol. 75:
Los días de Cipriano Castro (Historia Venezolana del 900). Mariano Picón Salas.
Vol. 76:
Nueva historia de América. Las épocas de libertad y antilibertad desde la Independencia. Enrique de Gandía.
Vol. 77:
El enfoque geohistórico. Ramón Tovar L.
Vol. 78:
Los suburbios caraqueños del siglo XIX. Margarita López Maya.
Vol. 79:
Del antiguo al nuevo régimen en España. Alberto Gil Novales.
Vol. 80:
Anotaciones sobre el amor y el deseo. Alejandro Varderi.
Vol. 81:
Andrés Bello filósofo. Arturo Ardao.
Vol. 82:
Los paisajes geohistóricos cañeros en Venezuela. José Angel Rodríguez.
Vol. 83:
Ser y ver. Carlos Silva.
Vol. 84:
La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (Aporte de estudio de arquitectura paisajista de Caracas) Giovanna Mérola Rosciano.
Vol. 85:
El Libertador en la historia italiana: ilustración, “risorgimento”, fascismo. Alberto Filippi.
Vol. 86:
La medicina popular en Venezuela. Angelina Pollak-Eltz.
Vol. 87:
Protágoras: Naturaleza y cultura. Angel J. Cappelletti.
Vol. 88:
Filosofía de la ociosidad. Ludovico Silva.
Vol. 89:
La espada de Cervantes. Mario Briceño Perozo.
Vol. 90:
Una tribuna para los godos. El periodismo contrarrevolucionario de Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Julio Barroeta Lara.
Vol. 91:
La presidencia de Sucre en Bolivia. William Lee Lofstrom.
Vol. 92:
El discurso literario destinado a niños. Griselda Navas.
Vol. 93:
Etnicidad, clase y nación en la cultura política del Caribe de habla inglesa. Andrés Serbin.
Vol. 94:
Huellas en el agua (Artículos periodísticos 1933-1961). Enrique Bernardo Núñez.
Vol. 95:
La instrucción pública en el proyecto político de Guzmán Blanco: Ideas y hechos. Rafael Fernández Heres.
Vol. 96:
De revoluciones y contra-revoluciones. Carlos Pérez Jurado.
Vol. 97:
Chamanismo, mito y religión en cuatro naciones éticas de América aborigen. Ronny Velásquez.
Vol. 98:
El pedestal con grietas. Iván Petrovszky.
Vol. 99:
Escritos de Plá y Beltrán. Selección y prólogo de Juan Manuel Castañón.
Vol. 100: La ideología federal en la Convención de Valencia (1858). Tiempo y debate. Eleonora Gabaldón. Vol. 101: Vida de Don Quijote de Libertad (España en el legado del Libertador). Alberto Baeza Flores.
Vol. 102: Varia académica bolivariana. José Rodríguez IIturbe. Vol. 103: De la muerte a la vida -Testimonio de Henrique Soublette. Carmen Elena Alemán. Vol. 104: Referencia para el estudio de las ideas educativas en Venezuela. Rafael Fernández Heres. Vol. 105: Aspectos económicos de la época de Bolívar. I - La Colonia (1776-1810). Miguel A. Martínez G. Vol. 106: Aspectos económicos de la época de Bolívar. II - La República (1811-1930). Miguel A. Martínez G. Vol. 107: Doble verdad y la nariz de Cleopatra. Juan Nuño. Vol. 108: Metamorfosis de la utopía (Problemas del cambio democrático). Carlos Raúl Hernández. Vol. 109: José Gil Fortoul. (1861-1943). Los nuevos caminos de la razón. La historia como ciencia. Elena Plaza. Vol. 110: Tejer y destejer. Luis Beltrán Prieto Figueroa. Vol. 111: Conversaciones sobre un joven que fue sabio (Semblanza del Dr. Caracciolo Parra León). Tomás Polanco Alcántara. Vol. 112: La educación básica en Venezuela. Proyectos, realidad y perspectivas. Nacarid Rodríguez T. Vol. 113: Crónicas médicas de la Independencia venezolana. José Rafael Fortique. Vol. 114: Los Generales en jefe de la Independencia (Apuntes Biográficos). Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 115: Los gobiernos de facto en América Latina. 1930-1980. Krystian Complak. Vol. 116: Arte, educación y museología. Estudios y polémicas, 1948-1988. Miguel G. Arroyo C. Vol. 117: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Tomo I. Efraín Subero. Vol. 118: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Tomo II. Efraín Subero. Vol. 119: Notas históricas. Marcos Falcón Briceño. Vol. 120: Seis ensayos sobre estética prehispánica en Venezuela. Lelia Delgado R. Vol. 121: Reynaldo Hahn, caraqueño. Contribución a la biografía caraqueña de Reynaldo Hahn Echenagucia. Mario Milanca Guzmán. Vol. 122: De las dos orillas. Alfonso Armas Ayala. Vol. 123: Rafael Villavicencio más allá del positivismo. Rafael Fernández Heres. Vol. 124: Del tiempo heroíco. Rafael María Rosales. Vol. 125: Para la memoria venezolana. Maríanela Ponce. Vol. 126: Educación popular y formación docente de la Independencia al 23 de enero de 1958. Duilia Govea de Carpio. Vol. 127: Folklore y cultura en la península de Paria (Sucre) Venezuela. Angelina Pollak-Eltz y Cecilia Istúriz.
Vol. 128: La historia, memoria y esperanza. Armando Rojas. Vol. 129: La Guayana Esequiba. Dos etapas en la aplicación del Acuerdo de Ginebra. Rafael Sureda Delgado. Vol. 130: De hoy hacia ayer... Ricardo Azpúrua Ayala. Vol. 131: 21 Prólogos y un mismo autor. Juan Liscano. Vol. 132: Cultura y Política. Carlos Canache Mata. Vol. 133: Los actos administrativos de las personas privadas y otros temas de derecho administrativo. Carlos Felice Castillo. Vol. 134: Los procesos económicos y su perspectiva. D.F. Maza Zavala. Vol. 135: Temas lingüísticos y literarios. José María Navarro. Vol. 136: Voz de amante. Luis Miguel Isava Briceño. Vol. 137: Mariano Talavera y Garcés: una vida paradigmática. Francisco Cañizales Verde. Vol. 138: Venezuela es un invento. Homero Arellano. Vol. 139: Espejismos (Prosas dispersas). Pastor Cortés V. Vol. 140: Ildefonso Riera Aguinagalde. Ideas democristianas y luchas del escritor. Luis Oropeza Vásquez. Vol. 141: Asalto a la modernidad (López, Medina y Betancourt: del mito al hecho). Elizabeth Tinoco. Vol. 142: Para elogio y memoria. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 143: La huella del sabio: El Municipio Foráneo Alejandro de Humboldt. Luisa Veracoechea de Castillo. Vol. 144: Pistas para quedar mirando. Fragmentos sobre arte. María Elena Ramos. Vol. 145: Miranda. Por J. G. Lavretski (Traducción de Alberto E. Olivares). Vol. 146: Un Soldado de Simón Bolívar: Carlos Luis Castelli. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 147: Una docencia enjuiciada: La docencia superior (Bases andragógicas). Eduardo J. Zuleta R. Vol. 148: País de Latófagos (ensayos). Domingo Miliani. Vol. 149: Narradores en acción (Problemas epistemológicos, consideraciones teóricas y observaciones de campo en Venezuela). Daniel Mato. Vol. 150: David Vela: Un perfil biográfico. Julio R. Mendizábal. Vol. 151: Esa otra Historia. Miguel A. Martínez. Vol. 152: Estado y movimiento obrero en Venezuela. Dorothea Melcher. Vol. 153: Una mujer de dos siglos. Margot Boulton de Bottome. Vol. 154: La duda del escorpión: La tradición hetorodoxa de la narrativa latinoamericana. Beatriz González Stephan. Vol. 155: La palabra y discurso en Julio C. Salas. Susana Strozzi.
Vol. 156: El historicismo político. Fulvio Tessitore. Vol. 157: Clavimandora. Ludovico Silva. Vol. 158: Biografía de Juan Liscano. Nicolasa Martínez Bello, Sonia del Valle Moreno, María Auxiliadora Olivier Rauseo. Vol. 159: El régimen de tenencia de la tierra en Upata, una Villa en la Guayana venezolana. Marcos Ramón Andrade Jaramillo. Vol. 160: La Conferencia de París sobre la Banda Oriental. Víctor Sanz López. Vol. 161: Liceo Andrés Bello, un forjador de valores. Guillermo Cabrera Domínguez. Vol. 162: El paisaje del riel en Trujillo (1880-1945). José Angel Rodríguez. Vol. 163: Democracia sustantiva, democracia formal y hegemonía en Antonio Gramsci (el fenómeno del americanismo y el fordismo). Michel Mujica Ricardo. Vol. 164: Detalles galleguianos. Antonio Bastardo Casañas. Vol. 165: De Nicaragua a Cuba. Angel Sanjuan. Vol. 166: El Amor en Unamuno y sus contemporáneos. Luis Frayle Delgado. Vol. 167: La raigambre salesiana en Venezuela. Cien años de la primera siembra. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 168: Armando Zuloaga Blanco, Voces de una Caracas patricia. Ignacia Fombona de Certad. Vol. 169: Ciencia, educación y positivismo en el siglo XIX Venezolano. Luis Antonio Bigott. Vol. 170: El liceo Simón Bolívar y su promoción cincuentenaria. 1940-1945. Gonzalo Villamizar A. Vol. 171: El universo en la palabra (Lectura estético-ideológica de Abrapalabra). Catalina Gaspar. Vol. 172: Introducción a Homero. Primer Poeta de Europa. Alfonso Ortega Carmona. Vol. 173: Gremio de poetas. Mario Briceño Perozo. Vol. 174: El conocimiento sensorial en Aristóteles. Angel J. Cappelletti. Vol. 175: La Salle en Venezuela. Enrique Eyrich S. Vol. 176: Razón y empeño de unidad. Bolívar por América Latina. J.L. SalcedoBastardo. Vol. 177: Arqueología de Caracas, Escuela de Música José Angel Lamas, Vol. I. Mario Sanoja Obediente, Iraida Vargas A., Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Vol. 178: Arqueología de Caracas, San Pablo. Teatro Municipal. Vol. II. Iraida Vargas A., Mario Sanoja Obediente, Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Vol. 179: Ideas y mentalidades de Venezuela. Elías Pino Iturrieta. Vol. 180: El águila y el león: El presidente Benjamín Harrison y la mediación de los Estados Unidos en la controversia de límites entre Venezuea y Gran Bretaña. Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 181: El derecho de libertad religiosa en Venezuela. Pedro Oliveros Villa.
Vol. 182: Estudios de varia historia. José Rafael Lovera (en imprenta). Vol. 183: Convenio Venezuela-Santa Sede 1958-1964. Historia Inédita. Rafael Fernández Heres. Vol. 184: Orígenes de la pobreza en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 185: Humanismo y educación en Venezuela (Siglo XX). Rafael Fernández Heres. Vol. 186: El proceso penal en la administración de justicia en Venezuela 1700-1821. Antonio González Antías. Vol. 187: Historia del Resguardo Marítimo de su Majestad en la Provincia de Venezuela y sus anexas (1781-1804). Eulides María Ortega Rincones. Vol. 188: 18 de octubre de 1945. Legitimidad y ruptura del hilo constitucional. Corina Yoris-Villasana. Vol. 189: Vida y Obra de Pedro Castillo(1790-1858). Roldán Esteva-Grillet. Vol. 190: La Codificación Boliviana de Andrés de Santa Cruz. Amelia Guardia. Vol. 191: De la Provincia a la Nación: El largo y difícil camino hacia la integración político-territorial de Venezuela (1525-1935). Manuel Alberto Donís Ríos. Vol. 192: Ideas y Conflictos en la Educación Venezolana. Rafael Fernández Heres.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie El Libro Menor Vol. 1: Vol. 2:
El municipio, raíz de la república. Joaquín Gabaldón Márquez. Rebeliones, motines y movimientos de masas en el siglo XVIII venezolano (1730-1781). Carlos Felice Cirdot.
Vol. 3:
El proceso de integración de Venezuela (1776-1793). Guillerrno Morón.
Vol. 4:
Modernismo y modernistas. Luis Beltrán Guerrero.
Vol. 5:
Historia de los estudios bibliográficos humanísticos latinoamericanos. Libio Cardozo.
Vol. 6:
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Vol. 7:
El quijotismo de Bolívar. Armando Rojas.
Vol. 8:
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Vol. 9:
Bolivariana. Arturo Uslar Pietri.
Vol. 10:
Familias, cabildos y vecinos de la antigua Barinas. Virgilio Tosta.
Vol. 11:
El nombre de O’Higgins en la historia de Venezuela. Nicolás Perazzo.
Vol. 12:
La respuesta de Gallegos (ensayos sobre nuestra situación cultural). Rafael To‑ más Caldera.
Vol. 13:
La República del Ecuador y el general Juan José Flores. Jorge Salvador Lara.
Vol. 14:
Estudio bibliográfico de la poesía larense. Juandemaro Querales.
Vol. 15:
Breve historia de Bulgaria. Vasil A. Vasilev.
Vol. 16:
Historia de la Universidad de San Marcos (1551-1980). Carlos Daniel Val‑ cárcel.
Vol. 17:
Perfil de Bolívar. Pedro Pablo Paredes.
Vol. 18:
De Caracas hispana y América insurgente. Manuel Alfredo Rodríguez.
Vol. 19:
Simón Rodríguez, pensador para América. Juan David García Bacca.
Vol. 20:
La poética de Andrés Bello y sus seguidores. Lubio Cardozo.
Vol. 21:
El magisterio americano de Bolívar. Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Vol. 22:
La historia fea de Caracas y otras historias criminológicas. Elio Gómez Grillo.
Vol. 23:
Breve historia de Rumania. Mihnea Gheorghiu, N. S. Tanasoca, Dan Brin‑ dei, Florin Constantiniu y Gheorghe Buzatu.
Vol. 24:
Ensayos a contrarreloj. René De Sola.
Vol. 25:
Andrés Bello Americano -y otras luces sobre la Independencia. J.L. SalcedoBastardo.
Vol. 26:
Viaje al interior de un cofre de cuentos (Julio Garmendia entre líneas). Julio Barroeta Lara.
Vol. 27:
Julio Garmendia y José Rafael Pocaterra. Dos modalidades del cuento en Vene‑ zuela. Italo Tedesco.
Vol. 28:
Luchas e insurrecciones en la Venezuela Colonial. Manuel Vicente Magallanes.
Vol. 29:
Panorámica de un período crucial en la historia venezolana. Estudio de los años 1840-1847. Antonio García Ponce.
Vol. 30:
El jardín de las delicias y otras prosas. Jean Nouel.
Vol. 31:
Músicos y compositores del Estado Falcón. Luis Arturo Domínguez.
Vol. 32:
Breve historia de la cartografía en Venezuela. Iván Drenikoff.
Vol. 33:
La identidad por el idioma. Augusto Germán Orihuela.
Vol. 34:
Un pentágono de luz. Tomás Polanco Alcántara.
Vol. 35:
La academia errante y tres retratos. Mario Briceño Perozo.
Vol. 36:
Tiempo de hablar. Miguel Otero Silva.
Vol. 37:
Transición (Política y realidad en Venezuela). Ramón Díaz Sánchez.
Vol 38:
Eponomía larense. Francisco Cañizales Verde.
Vol. 39:
Reescrituras. Juan Carlos Santaella.
Vol. 40:
La memoria perdida. Raúl Agudo Freites.
Vol. 41:
Carriel número cinco (Un homenaje al costumbrismo). Elisa Lerner.
Vol. 42:
Espacio disperso. Rafael Fauquié Bescos.
Vol. 43:
Lo bello / Lo feo. Antonieta Madrid.
Vol. 44:
Cronicario. Oscar Guaramato.
Vol. 45:
Ensayos temporales. Poesia y teoría social. Ludovico Silva.
Vol. 46:
Costumbre de leer. José Santos Urriola.
Vol. 47:
Cecilio Acosta, un signo en el tiempo. Manuel Bermúdez.
Vol. 48:
Leoncio Martínez, crítico de arte (1912-1918). Juan Carlos Palenzuela.
Vol. 49:
La maldición del fraile y otras evocaciones históricas. Luis Oropeza Vásquez.
Vol. 50:
Explicación y elogio de la ciudad creadora. Pedro Francisco Lizardo.
Vol. 51:
Crónicas sobre Guayana (1946-1968). Luz Machado
Vol. 52:
“Rómulo Gallegos”. Paul Alexandru Georgescu.
Vol. 53:
Diálogos con la página. Gabriel Jiménez Emán
Vol. 54:
El poeta del fuego y otras escrituras. Mario Torrealba Lossi.
Vol. 55:
Invocaciones (notas literarias). Antonio Crespo Meléndez.
Vol. 56:
Desierto para un “Oasis”. Ana Cecilia Guerrero.
Vol. 57:
Borradores. Enrique Castellanos.
Vol. 58:
Como a nuestro parecer. Héctor Mujica.
Vol. 59:
La lengua nuestra de cada día. Iraset Páez Urdaneta.
Vol. 60:
Homenaje a Rómulo Gallegos. Guillermo Morón.
Vol. 61:
Ramón Díaz Sánchez. Elipse de una ambición de saber. Asdrúbal González.
Vol. 62:
La ciudad contigo. Pedro Pablo Paredes.
Vol. 63:
Incidencia de la colonización en el subdesarrollo de América Latina. Raúl Grien.
Vol. 64:
Lector de Poesía. José Antonio Escalona-Escalona.
Vol. 65:
Ante el bicentenario de Bolívar. El general José Antonio Páez y la memoria del Libertador. Nicolás Perazzo.
Vol. 66:
Diccionario general de la bibliografía caroreña. Alfredo Herrera Alvarez.
Vol. 67:
Breve historia de Bolivia. Valentín Abecia Baldivieso.
Vol. 68:
Breve historia de Canadá. J. C. M. Ogelsby. Traductor: Roberto Gabal‑ dón.
Vol. 69:
La lengua de Francisco de Miranda en su Diario. Francisco Belda.
Vol. 70:
Breve historia del Perú. Carlos Daniel Valcárcel.
Vol. 71:
Viaje inverso: Sacralización de la sal. María Luisa Lazzaro.
Vol. 72:
Nombres en el tiempo. José Cañizales Márquez.
Vol. 73:
Alegato contra el automóvil. Armando José Sequera.
Vol. 74:
Caballero de la libertad y otras imágenes. Carlos Sánchez Espejo.
Vol. 75:
Reflexiones ante la esfinge. Pedro Díaz Seijas.
Vol. 76:
Muro de confesiones. José Pulido.
Vol. 77: El irreprochable optimismo de Augusto Mijares. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 78:
La mujer de “El Diablo” y otros discursos. Ermila Veracoechea.
Vol 79:
Lecturas de poetas y poesía. Juan Liscano.
Vol. 80:
De letras venezolanas. Carlos Murciano.
Vol. 81:
Cuaderno de prueba y error. Ramón Escovar Salom
Vol. 82:
Ensayos. Oscar Beaujon.
Vol. 83:
Acción y pasión en los personajes de Miguel Otero Silva y otros ensayos. Alexis Márquez Rodríguez.
Vol. 84:
Revolución y crisis de la estética. Manuel Trujillo.
Vol. 85:
Lugar de crónicas. Denzil Romero.
Vol. 86:
Mérida. La ventura del San Buenaventura y la Columna. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 87:
Frases que han hecho historia en Venezuela. Mario Briceño Perozo.
Vol. 88:
Científicos del mundo. Arístides Bastidas.
Vol. 89:
El jardín de Bermudo (Derecho, Historia, Letras). Luis Beltrán Guerrero.
Vol. 90:
Seis escritores larenses. Oscar Sambrano Urdaneta.
Vol. 91:
Campanas de palo. Luis Amengual H.
Vol. 92:
Caracas, crisol. Crónicas. Salvador Prasel.
Vol. 93:
La memoria y el olvido. Stefania Mosca.
Vol. 94:
Cuando el henchido viento. Juan Angel Mogollón.
Vol. 95:
Ideario pedagógico de Juan Francisco Reyes Baena. Pedro Rosales Medrano.
Vol. 96:
La conspiración del Cable Francés. Y otros temas de historia del periodismo. Eleazar Díaz Rangel.
Vol. 97:
El escritor y la sociedad. Y otras meditaciones. Armando Rojas.
Vol. 98:
De propios y de extraños (Crónicas, artículos y ensayos) 1978-1984. Carmen Mannarino.
Vol. 99:
Agua, silencio, memoria y Filisberto Hernández. Carol Prunhuber.
Vol. 100: Los más antiguos. Guillermo Morón. Vol. 101: Reportajes y crónicas de Carora. José Numa Rojas. Vol. 102: Jardines en el mundo. Teódulo López Meléndez. Vol. 103: Crónicas y testimonios Elio Mujica. Vol. 104: La memoria de los días. Yolanda Osuna. Vol. 105: Tradiciones y leyendas de Zaraza. Rafael López Castro. Vol. 106: Tirios, troyanos y contemporáneos. J.J. Armas Marcelo. Vol. 107: Guzmán Blanco y el arte venezolano. Roldán Esteva Grillet Vol. 108: Breve historia de lo cotidiano. Con ciertos comentarios de Guillermo Mo‑ rón. Pedro León Zapata. Vol. 109: Lectura de un cuento. Teoría y práctica del análisis del relato. Alba Lía Ba‑ rrios. Vol. 110: Fermín Toro y las doctrinas económicas del siglo XIX. José Angel Ciliberto. Vol. 111: Recuerdos de un viejo médico. Pablo Alvarez Yépez. Vol. 112: La ciudad de los lagos verdes. Roberto Montesinos Vol. 113: Once maneras de ser venezolano. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 114: Debajo de un considero me puse a considerar... Lubio Cardozo. Vol. 115: Variaciones / I. Arturo Croce. Vol. 116: Variaciones / II Arturo Croce. Vol. 117: Crónicas de la Ciudad Madre. Carlos Bujanda Yépez Vol. 118: Tu Caracas, Machu. Alfredo Armas Alfonzo. Vol. 119: Bolívar siempre. Rafael Caldera. Vol. 120: Imágenes, voces y visiones (Ensayos sobre el habla poética). Hanni Ossott. Vol. 121: Breve historia de Chile. Sergio Villalobos R. Vol. 122: Orígenes de la cultura margariteña. Jesús Manuel Subero. Vol. 123: Duendes y Ceretones. Luis Arturo Domínguez. Vol. 124. El Estado y las instituciones en Venezuela (1936-1945). Luis Ricardo Dávila.
Vol. 125: Crónicas de Apure. Julio César Sánchez Olivo. Vol. 126: La lámpara encendida (ensayos). Juan Carlos Santaella. Vol. 127: Táriba, historia y crónica. L. A. Pacheco M. Vol 128: Notas apocalípticas (Temas Contraculturales). Ennio Jiménez Emán. Vol. 129: Simbolistas y modernistas en Venezuela. Eduardo Arroyo Alvarez. Vol. 130: Relatos de mi andar viajero. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 131: Breve historia de la Argentina. José Luis Romero. Vol. 132: La Embajada que llegó del exilio. Rafael José Neri. Vol. 133: El orgullo de leer. Manuel Caballero. Vol. 134: Vida y letra en el tiempo (Ocho Prólogos y dos discursos). José Ramón Medina. Vol. 135: La pasión literaria (1959-1985). Alfredo Chacón. Vol. 136: Una Inocente historia (Con Relatos de Inocente Palacios). María Matilde Suárez. Vol. 137: El fiero (y dulce) instinto terrestre / Ejercicios y ensayos José Balza. Vol. 138: La leyenda es la poesía de la historia. Pedro Gómez Valderrama. Vol. 139: Angustia de expresar. René De Sola. Vol. 140: Todo lo contrario. Roberto Hernández Montoya. Vol. 141: Evocaciones de Cumaná, Puerto Cabello y Maracaibo. Lucas Guillermo Cas‑ tillo Lara. Vol. 142: Cantos de Sirena. Mercedes Franco. Vol. 143: La Patria y más allá. Francisco Salazar. Vol. 144: Leyendo América Latina. Poesía, ficción, cultura. J.G. Cobo Borda. Vol. 145: Historias de la noche. Otrova Gomas. Vol. 146: Salomniana. Asdrúbal González. Vol. 147: Croniquillas españolas y de mi amor por lo venezolano. José Manuel Castañón. Vol. 148: Lo pasajero y lo perdurable. Nicolás Cócaro. Vol. 149: Palabras abiertas. Rubén Loza Aguerrebere. Vol. 150: Son españoles. Guillermo Morón. Vol. 151: Historia del periodismo en el Estado Guárico. Blas Loreto Loreto. Vol. 152: Balza: el cuerpo fluvial. Milagros Mata Gil. Vol. 153: ¿Por qué escribir? (Juvenalias). Hugo Garbati Paolini. Vol. 154: Festejos (Aproximación crítica a la narrativa de Guillermo Morón). Juande‑ maro Querales. Vol. 155: Breve historia de Colombia. Javier Ocampo López. Vol. 156: El libro de las Notas. Eduardo Avilés Ramírez.
Vol. 157: Grabados. Rafael Arráiz Lucca. Vol. 158: Mi último delito. Crónicas de un boconés (1936-1989). Aureliano González. Vol. 159: El viento en las Lomas. Horacio Cárdenas. Vol. 160: Un libro de cristal (Otras maneras de ser venezolano). Tomás Polanco Alcán‑ tara. Vol. 161: El paisaje anterior. Bárbara Piano. Vol. 162: Sobre la unidad y la identidad latinoamericana. Angel Lombardi. Vol. 163: La gran confusión. J.J. Castellanos. Vol. 164: Bolívar y su experiencia antillana. Una etapa decisiva para su línea política. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 165: Cristóbal Mendoza, el sabio que no muere nunca. Mario Briceño Perozo. Vol. 166: Lecturas antillanas. Michaelle Ascensio. Vol. 167: El color humano. 20 pintores venezolanos. José Abinadé. Vol. 168: Cara a cara con los periodistas. Miriam Freilich. Vol. 169: Discursos de ocasión. Felipe Montilla. Vol. 170: Crónicas de la vigilia (Notas para una poética de los ’80). Leonardo Padrón. Vol. 171: Sermones laicos. Luis Pastori. Vol. 172: Cardumen. Relatos de tierra caliente. J.A. de Armas Chitty. Vol. 173: El peor de los oficios. Gustavo Pereira. Vol. 174: Las aventuras imaginarias (Lectura intratextual de la poesía de Arnaldo Acos‑ ta Bello). Julio E. Miranda. Vol. 175: La desmemoria. Eduardo Zambrano Colmenares. Vol. 176: Pascual Venegas Filardo: Una vocación por la cultura. José Hernán Albornoz. Vol. 177: Escritores en su tinta (Entrevistas, reseñas, ensayos). Eloi Yagüe Jarque. Vol. 178: El día que Bolívar... (44 crónicas sobre temas poco conocidos, desconocidos o inéditos de la vida de Simón Bolívar). Paul Verna. Vol. 179: Vocabulario del hato. J.A. de Armas Chitty. Vol. 180: Por los callejones del viento. Leonel Vivas. Vol. 181: Rulfo y el Dios de la memoria. Abel Ibarra. Vol. 182: Boves a través de sus biógrafos. J. A. de Armas Chitty. Vol. 183: La Plaza Mayor de Mérida. Historia de un tema urbano. Christian Páez Rivadeneira. Vol. 184: Territorios del verbo. Sabas Martín. Vol. 185: El símbolo y sus enigmas. Cuatro ensayos de interpretación. Susana Benko. Vol. 186: Los pájaros de Majay. Efraín Inaudy Bolívar. Vol. 187: Blas Perozo Naveda: La insularidad de una poesía. Juan Hildemaro Querales.
Vol. 188: Breve historia del Ecuador. Alfredo Pareja Diezcanseco. Vol. 189: Orinoco, irónico y onírico. Régulo Pérez. Vol. 190: La pasión divina, la pasión inútil. Edilio Peña. Vol. 191: Cuaderno venezolano para viajar (leer) con los hijos. Ramón Guillermo Ave‑ ledo. Vol. 192: Pessoa, la respuesta de la palabra. Teódulo López Meléndez. Vol. 193: Breve historia de los pueblos árabes. Juan Bosch. Vol. 194: Pensando en voz alta. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 195: Una historia para contar. Rafael Dum. Vol. 196: La saga de los Pulido. José León Tapia. Vol. 197: San Sebastián de los Reyes y sus ilustres próceres. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 198: Iniciación del ojo. Ensayo sobre los valores y la evolución de la pintura. Joaquín González-Joaca. Vol. 199: Notas y estudios literarios. Pascual Venegas Filardo. Vol. 200: Pueblos, aldeas y ciudades. Guillermo Morón. Vol. 201: Zoognosis: el sentido secreto de los animales en la mitología. Daniel Medvedov. Vol. 202: Los Estados Unidos y el bloqueo de 1902. Deuda externa: agresión de los nue‑ vos tiempos. Armando Rojas Sardi. Vol. 203: Mundo abierto (Crónicas dispersas). Efraín Subero. Vol. 204: El ojo que lee. R.J. Lovera De-Sola. Vol. 205: La Capilla del Calvario de Carora. Hermann González Oropeza, S.J. Vol. 206: El dios salvaje. Un ensayo sobre “El corazón de las tinieblas”. Edgardo Mon‑ dolfi. Vol. 207: Breve historia del Japón. Taraõ Sakamoto. Vol. 208: La mirada, la palabra. Rafael Fauquié. Vol. 209: José Antonio Anzoátegui. Jóvito Franco Brizuela. Vol. 210: El fin de la nostalgia. Antonio Crespo Meléndez. Vol. 211: Sin halagar al diablo, sin ofender a Dios. Ramón Gutiérrez. Vol. 212: Lecturas. Francisco Pérez Perdomo. Vol. 213: Sobre Ramón Pompilio. Alberto Alvarez Gutiérrez. Vol. 214: Anécdotas de mi tierra. Miguel Dorante López. Vol. 215: Pensar a Venezuela. Juan Liscano. Vol. 216: Crónicas irregulares. Iván Urbina Ortiz. Vol. 217: Lecturas guayanesas. Manuel Alfredo Rodríguez. Vol. 218: Conversaciones de memoria. José Luis Izaguirre Tosta. Vol. 219: El viejo sembrador. Ramón Pompilio Oropeza.
Vol. 220: Crónicas. Agustín Oropeza. Vol. 221: Para una poética de la novela “Viaje Inverso”. Haydée Parima. Vol. 222: Enseñanza de la historia e integración regional. Rafael Fernández Heres. Vol. 223: Breve historia del Caribe. Oruno D. Lara. Vol. 224: Miguel Sagarzazu, héroe y médico. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 225: Tucacas. Desde el umbral histórico de Venezuela. Manuel Vicente Magalla‑ nes. Vol. 226: Los Cumbes. Visión panorámica de esta modalidad de rebeldía negra en las colonias americanas de España y Portugal. Edmundo Marcano Jiménez. Vol. 227: 11 Tipos. Juan Carlos Palenzuela. Vol. 228: Venezuela en la época de transición. John V. Lombardi. Vol. 229: El primer periódico de Venezuela y el panorama de la cultura en el siglo XVIII. Ildefonso Leal. Vol. 230: Los 9 de Bolívar. J.L. Salcedo-Bastardo. Vol. 231: Andrés Bello y la Historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela 1810-1960. Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la Economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación y prólogo de José Rafael Lovera. Vol. 236: Páez y Arte Militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Ma‑ nuel Alberto Donis Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza de los historiadores antiguos y crónica de India. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes.
Serie Libro Breve Vol. 231: Bello y la historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela (1810-1960). Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y Gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación
y Prólogo de José Rafael Lovera.
Vol. 236: Páez y el arte militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Ma‑ nuel Alberto Donís Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza en los historiadores antiguos y en la Crónica de Indias. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca. Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes. Vol. 241. Las visitas pastorales de Monseñor Antonio Ramón Silva. Jesús Rondón Nucete.
Editado por la ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Impreso en los talleres litográficos de GRAFICAS FRANCO, c.a. Agosto de 2009 teléfonos: (0212) 483.2574 - 3396 - fax: (0212) 481.3549 email: johnfrancog@cantv.net Caracas-Venezuela Se utilizó papel Tamcreamy 55 grs 500 ejemplares