Comisión de Publicaciones Simón Alberto Consalvi Elías Pino Iturrieta Pedro Cunill Graü Inés Quintero Germán Carrera Damas
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ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Boletín de la Academia Nacional de la Historia abril-junio 2009 Caracas-Venezuela Impresión: Gráficas Franco, C.A. DEPÓSITO LEGAL: pp191203DF132 ISSN: 0254-7325
Presentación
Del numerario Ildefonso Leal, trae este número del Boletín un boceto biográfico del tachirense Telmo Romero (1846-1887) que se convirtió en un personaje de gran popularidad en el país en el último tercio del siglo XIX, por haber sido uno de los principales validos del Presidente Joaquín Crespo. Era un brujo yerbatero y curandero de arrollador éxito en Caracas, gracias a la protección y ayuda del general Crespo. Ese apoyo gubernamental lo llevó a ser el primer director del manicomio establecido en 1876 en Venezuela con el nombre de Asilo de Enajenados, ubicado en Los Teques. Es la historia de un pintoresco personaje que supo encumbrarse en el poder –en este caso en el Ministerio de Sanidad-, y que hasta llegó a publicar un libro El Bien General que pretendía dictar lecciones de medicina, el cual fue quemado en el patio de la Universidad de Caracas por la comunidad de estudiantes y profesores de la escuela de Medicina, en desagravio a la ignorancia que demostraba de la ciencia médica del momento. La historiadora y profesora de la universidad Católica Andrés Bello, Laura Febres escribe en este boletín un documentado estudio sobre la devoción Mariana en sus diversas manifestaciones en la Venezuela de los albores de la independencia americana, hacia fines del siglo XVIII. Analiza fundamentalmente el libro La cultura del barroco de Juan Antonio Marvall que sostiene: “...lo que el teólogo y el artista hacen responde a un planteamiento político, si no en cuanto a su contenido, sí estratégicamente”. Del historiador y profesor Edgardo Mondolfi Gudat, este número trae un estudio que expone sus reflexiones sobre la autobiografía de Páez. “Pocos presidentes venezolanos –sostiene Mondolfi– han dejado tras de sí el rostro de memorias o autobiografías que certifiquen su paso por el poder,
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la confesión de sus horas más oscuras, o por el contrario, de sus mayores satisfacciones al frente del ejercicio público… José Antonio Páez (1790-1873) fue una excepción a esta tendencia de dejar que la confusión y la desmemoria se hagan cargo de los hechos”. Luis Alberto Ramírez Méndez, historiador y profesor de la ULA suscribe en este Boletín un interesante estudio Las haciendas en el sur del Lago de Maracaibo (siglos XVI-XVII). Es un análisis que estudia las haciendas ubicadas en la planicie sur del lago de Maracaibo, que desde su ocupación primigenia constituyó un espacio jurisdiccional de Mérida. Allí se desarrollaron haciendas cacaoteras y cañamelares que originaron el gran desarrollo de la economía merideña durante ese período. Esta es una investigación que se centra en el estudio cualitativo y cuantitativo de las variables que hicieron posible aquellos cultivos. El estudio de las haciendas ha atraído la atención de numerosos analistas e historiadores a partir de la década del cincuenta. José Marcial Ramos Guédez, historiador e investigador, escribe sobre los orígenes de la festividad de los Diablos Danzantes en Venezuela. No es tarea fácil indagar la génesis de esta tradición –dice Guédez– porque es una festividad que tiene sus orígenes en la Edad Media europea a través de la celebración del día del Corpus Christi. Celebración que fue introducida en el calendario eclesiástico católico por una Bula papal en el siglo trece. Llegó a tierras americanas durante el proceso de conquista y colonización y, curiosamente, ha trascendido el pasado para mantenerse casi sin modificaciones hasta nuestros días. En muchos pueblos de Venezuela los diablos danzantes recorren las calles en fechas variables entre los meses de mayo y junio organizados en cofradías y representa una celebración eclesiástica casi transformada en pagana en nuestros días. Del profesor de la Universidad Metropolitana Luis Lauriño Torrealba se publica en este número del Boletín un estudio que identifica y analiza los antecedentes más resaltantes de las relaciones de trabajo en Venezuela a partir de la actividad minera en el siglo XVI. La historia de las relaciones de trabajo en Venezuela se asocia, por lo general y hasta ahora a la aparición y desarrollo de la industria petrolera en la década de los años veinte y treinta del siglo XX.
PRESENTACIÓN
Sin embargo, existen antecedentes antiguos muy claros del proceso productivo, sobre todo en cuanto a las relaciones de trabajo, enmarcadas en diversas temáticas como: mano de obra, esclavos negros, esclavos indígenas, encomiendas, funcionarios españoles, regulaciones, compensaciones y otras.
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ANDANZAS Y AVENTURAS DEL BRUJO, YERBATERO Y CURANDERO TELMO ROMERO Ildefonso Leal (*)
En las últimas décadas del siglo XIX, el tachirense Telmo Romero (18461887) se convirtió en uno de los personajes con mayor popularidad en Los Teques. En todas partes se hablaba de él: en las plazas, en la estación de ferrocarril, en los hoteles y pensiones, en las galleras, en las bodegas y pulperías, en los bares, en la prensa y hasta en las retretas dominicales. Telmo aparecía ante los ojos de los parroquianos tequeños como el brujo, el yerbatero y el curandero de arrollador éxito en Caracas, gracias a la protección y ayuda del general Joaquín Crespo, Presidente de la República. Su presencia en Los Teques se explica porque desde el mes de abril de 1876 funcionaba en esta ciudad el primer manicomio erigido en Venezuela, inaugurado con el pomposo nombre de Asilo de Enajenados. Ese manicomio se instaló en tierras guaicaipureñas porque se pensaba que Los Teques reunía condiciones especiales para aliviar los trastornos mentales: Un clima fresco y suave, un poblado tranquilo y bucólico, huertos y hatos con finas carnes y hortalizas, y un sitio con exuberantes y cristalinas aguas del río San Pedro, y de las numerosas quebradas y manantiales. Por estas benéficas circunstancias, la pequeña aldea ganó prestigio como el anhelado paraíso de los locos y tuberculosis. El manicomio –refiere el doctor Ricardo Álvarez en su libro La Psiquiatría en Venezuela– se instaló en el punto preciso que hoy ocupa la plaza Guaicaipuro, en el sector del Llano de Miquilén. Su construcción era sencilla y de (*) Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historial, sillón letra ‘‘O’’.
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corriente estilo. Sus piezas bajas y estrechas, con techo de tejas, verja corrida por el frente y en su fachada ventanas de balaustres, puerta principal y algunos tragaluces. En la parte posterior, y para esparcimiento de los reclusos tranquilos, se acondicionó un jardín o parque lateral denominado Plaza Crespo. Casi dos años estuvo el manicomio sin médico-director que velase por el funcionamiento y sugiriese normas para la buena marcha. En 1878 se dispuso entregar a un mismo médico la asistencia de dicho establecimiento y la del Hospital de Elefantiásicos de Caracas. Recayó este cargo en el doctor Enrique Pérez Blanco, pero en 1884 fue reemplazado por el audaz curandero, Telmo A. Romero. Este pintoresco y temible personaje de ingratos recuerdos en Los Teques, ha sido analizado por los historiadores Ramón J. Velásquez, Manuel Caballero y Adolfo Rodríguez; también han circulado páginas de Lucas Manzano, Francisco Verde Aponte, Jesús María Sánchez y Salvador “Chito” Aguilar. Basándonos en una, selecta bibliografía e investigación documental intentaremos elaborar un ligero boceto biográfico. Adolfo Rodríguez, excelente investigador guariqueño, apunta que Telmo Romero, nacido en San Antonio del Táchira, había desempeñado los más diversos oficios: soldado raso, barbero condenado a la pena capital, comerciante en Cúcuta, con un amor fallido en Pamplona, negociante sin ganado en Casanare y viajante en la Guajira, donde conoció al piache Charpa, quien le reveló los secretos de algunas curaciones que luego publicó en el libro El Bien General. Manuel Caballero, por otra parte agrega que el momento de gloria de Telmo Romero comienza en 1884 durante la primera Presidencia de Joaquín Crespo. “Un día –dice– en que acompaña al General Victor Barret de Nazares, quién visitaba a Crespo para solicitar permiso para arrear sus ganados desde el Orinoco a las fronteras tachirenses, Telmo se entera de que el hijo de Crespo padece una grave y al parecer incurable enfermedad. Telmo es curioso, o sea, charlatán y yerbatero; los padres desesperan ante la impotencia de los médicos y acceden a ponerse en manos del recién llegado, cuyas pócimas hacen el milagro. El niño se salva y Telmo Romero comienza una vertiginosa y efímera carrera de “Rasputín” tropical y avant la lettre. No solamente se convierte en el curandero oficioso sino en un personaje nacional reconocido.” Con la venia
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del Presidente Crespo, Telmo escaló importantes destinos, compró la famosa Farmacia La Indiana (en la esquina de las Madrices en Caracas), obtuvo lauros académicos en instituciones norteamericanas y publicó el libro El Bien General: Colección de Secretos Indígenas y otros que por medio de la práctica han sido descubiertos. La primera edición de esta obra –advierte Adolfo Rodríguez- coincide casi con el primer Centenario del nacimiento de Simón Bolívar: el 26 de julio de 1883. Su fama y el libro se expanden como pólvora: y Crespo, de un plumazo, nombra a Telmo Romero el 1° de julio de 1884 Director del Asilo de Enajenados de los Teques, Director del Hospital de Lázaros de Caracas y Administrador de otras cuatro casas de salud. Con el aval incondicional del Presidente Crespo, Telmo llegó a los Teques para posesionarse de la Dirección del Manicomio, habitado entonces por 80 enfermos asilados. Ramón J. Velásquez recuerda que Telmo Romero desde sus años mozos mostró inclinación a recetar menjurjes, y por eso la gente solía llamarlo “Guarapito”. Curaba el mal de los ojos de los niños y las gusaneras de los toros y tenía fama de ser buen jinete y coleador. En 1884 nuestro personaje llega a Los Teques después de firmar un contrato de trabajo con el gobierno donde se compromete a desempeñar el cargo de Director General del Asilo de Enajenados y recibir como honorarios cuatrocientos sesenta bolívares mensuales. Se obligaba a curar dentro de cuatro meses los enajenados con la advertencia de que por cada enfermo que “curaba por completo” cobraría dos mil bolívares; además Telmo sería el fabricante y proveedor exclusivo de los remedios del Hospital y quedaba facultado para poner en marcha las modificaciones que considerara convenientes para lograr pleno éxito en sus funciones. Telmo habilidosamente procuró advertir siempre que no era un engañador de oficio, ni un “curioso” de aldea, sino un mensajero de la ciencia indígena, “cultivadas por Piaches y brujos de las tribus durante un infinito milenio.” Pero resulta que este “Mensajero de paz” cometió las más increíbles diabluras con los locos de Los Teques ya que según el doctor Ricardo Álvarez para la corrección de los enfermos agitados empleaba grillos, cadenas y esposas. Fue Telmo un hombre cruel que ideó indecorosos atropellos para someter a los infelices caídos en sus manos. “Cuéntale así –subraya el doctor Álvarez– que el enfermo en estado de agitación le hacían extraer un diente buscando
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abatir su inestabilidad por medio de la dolencia del dolor” y no contento con ello cauterizaba a los locos con instrumentos candentes o en ocasiones les cortaba el pelo al rape, les rajaba el cuero cabelludo y les ponía a desangrar bajo la acción de un chorro de agua hasta dejarles exánimes”. El famoso escritor caraqueño Pedro Emilio Coll brinda este otro elocuente testimonio: “Pero lo más grave –afirma– fue que Telmo no se limitó a recetar inofensivas pócimas, sino que se propuso curar la locura ajena introduciendo un hierro al rojo vivo en el cráneo de los desdichados dementes y puso en práctica su propia locura en el manicomio de Los Teques. Pavor causaron a los pacíficos habitantes del pueblo los espantosos lamentos, de una desesperación incomparable a través de la neblina nocturna de los infelices sometidos al método inicuo del bárbaro Romero” Manuel Caballero cuenta que Telmo Romero va a poner en práctica unos supuestos conocimientos, adquiridos, según lo afirma, de un piache indio del otro lado de la frontera tachirense, “pero decide aplicar también un procedimiento particularmente cruel. Como en algunos hospitales europeos se había intentado curar un tipo desesperado de locura catatónica hundiendo una aguja de acero en el cráneo del enfermo a fin de provocar su reacción, Telmo Romero va a clavetear sistemáticamente las cabezas de los indefensos del manicomio; luego jura haber hecho curaciones milagrosas entre los locos, así como entre leprosos del lazareto”. Telmo Romero se convierte en un tema de polémicas tanto en la prensa como en la Universidad. Para cerrarle el paso a sus detractores, el hábil yerbatero el 28 de septiembre de 1884 expone en las páginas del periódico caraqueño “EL País” el método que aplicaba a los enajenados: “En primer lugar –dice– debo confesar con ingenuidad, que yo no soy un hombre de ciencia, un médico sabio, educado en las clínicas. Si yo pretendiera pasar por tal, sería un charlatán, explotador de la sociedad. Por asuntos de comercio tuve necesidad de ir en una ocasión a La Guajira, y alcancé tan buena acogida entre los indios, que permanecí entre ellos un año, aprendí el dialecto de los guajiros y me propuse sorprenderles algunos secretos en el arte de curar. Por circunstancias que puedo llamar felices, conseguí los específicos para el Lázaro, para la matriz y la enajenación mental, y otros remedios eficaces… para enfermedades de otro género…”.
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“El tratamiento que yo uso para los locos no es uno mismo, sino que lo varío según la edad, sexo y constitución de la persona, y según sea la enfermedad que se presenta. Pues además de las plantas que le propino, hago uso directo de los baños, aplicados de distintos modos, según mis prácticas me lo han enseñado; para uno me valgo de baños de inmersión, para con otro de chorros, diarios o no, con temperaturas diversas y por tiempos largo y cortos. Pero debo decir que cualquiera que sea la locura, mis remedios dan siempre resultado, pues sino queda por lo menos modificada.” Así en forma olímpica y con aire triunfalista Telmo Romero daba a conocer el nombre de los enajenados que había curado en el Asilo de Los Teques, más las certificaciones firmadas por los médicos Alejandro Frías Sucre y Manuel María Ponte. A este ruidoso éxito de haber derrotado enfermedades tan temibles como la locura y la lepra, el curandero tachirense se sentía ufano por la publicación de su libro, El Bien General y por el éxito internacional alcanzado en Norte América donde se le había conferido un Doctorado en Medicina por el famoso Colegio de Belle Vue, de Boston. Corría la voz de que Telmo había fabricado este diploma y esta gigantesca mentira apoyado por el Presidente Crespo, quien el 7 de junio de 1885 lo había condecorado con la medalla de Instrucción Pública “por los servicios prestados al país”. Sólo faltaba- como advierte Ramón J. Velásquez- que lo designaran Rector de la Universidad Central de Venezuela. “A comienzos de 1886 –escribe Velásquez– empezaron a circular rumores según los cuales el general Crespo, aprovechando sus últimos días en el poder, designaría a Telmo Romero como Rector de la Universidad. La crónica de la época nos dice que en los primeros momentos se consideró que dichas noticias procedían de los sectores de la oposición antiguzmancista y de chismes fabricados por los enemigos de Crespo, pero en febrero, al pedirle el Congreso a Crespo que continuara en la presidencia hasta la llegada de Guzmán Blanco, se multiplicaron de tal forma los rumores, que los estudiantes de la Facultad de Medicina se dedicaron a visitar muchas casas para pedirles que, de tenerlo, les regalaran el libro de Telmo Romero. El 10 de marzo de 1886, los profesores y estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad celebraron varios actos conmemorativos del centenario del nacimiento del eminente venezolano José María Vargas, símbolo de la medicina moderna y fundador
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de las cátedras de Anatomía, Cirugía y Química, en la UCV. En tal acto, estudiantes y profesores, decidieron mostrar también la indignación que sentían “por quienes querían prostituir la ciencia”, mediante la publicación de un folleto como el de Telmo Romero contativo de “postraciones inmoralidades y fórmulas médicas que eran un conato de homicidio y en fin, Telmo Romero en su libro lo que hablaba era “prostituir la ciencia”. De seguidas los estudiantes redujeron a cenizas numerosos ejemplares de El Bien General, al pie de la estatua de Vargas, en el patio central de la Universidad. Los oradores del acto calificaron este folleto como “verdadero patrón de ignominia para la sociedad”. Los estudiantes se dirigieron a la esquina de Las Madrices y destruyeron la “Botica Indiana” del curandero tachirense. “Horas más tarde –continúa narrando R. J. Velásquez–, las autoridades de policía redujeron a prisión a los organizadores del acto y el doctor Narciso López Camacho, Ministro de Instrucción Pública, envió una comunicación al Rector de la Universidad en donde le reclamaba su silencio cómplice con los estudiantes al permitir el “desorden” de la quema del libro El Bien General de Telmo A. Romero, acto que el ministro calificaba de “grave incivilidad”. Participaba López Camacho al Rector que el Presidente de la República había dispuesto la expulsión de la Universidad Central de todos los alumnos que aparecían firmando el acta levantada en el momento en que se cometió “aquella grave falta de incivilidad”. La prisión de los organizadores de la quema del libro determinó la solidaridad del resto de los universitarios con los estudiantes presos y la decisión de enjuiciar de inmediato, ante la Cámara de Diputados, al Ministro López Camacho por infracción de la Constitución Nacional y de las leyes vigentes. El Congreso, luego de analizar el expediente, encontró que “los documentos” no eran bastantes para someter a juicio de responsabilidad al Ministro acusado y por mayoría acordó interceder ante el Presidente Crespo “por la libertad de los estudiantes detenidos y porque se suspenda toda medida que pueda perjudicarles en sus tareas académicas”. El 26 de abril de 1886 Crespo suspendió el arresto y expulsión de los estudiantes, y al año siguiente, el 7 de agosto de 1887 moría en Caracas, de tuberculosis, Telmo Romero. Así concluyó la vida de aquel “Pasteur Tropical”y curandero apoyado por el gobierno crespista, que tantos desaguisados, tortu-
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ras y crueldades cometió en el Asilo de Enajenados de Los Teques. El doctor Ricardo Álvarez, en su ya citado libro La Psiquiatría en Venezuela, indica que el 14 de enero de 1887 el Gobierno del Distrito Federal reorganizó el Asilo de Enajenados de Los Teques al promulgar un Reglamento compuesto de 17 artículos. “Se disponía-apunta el doctor Alvarez- la no aceptación de nuevos enfermos en el establecimiento sin la certificación previa del estado de enajenación, suscrita por dos facultativos. Debía llevarse un libro con el historial completo de los enfermos; se prohibía terminantemente la coerción por medio de grillos y de esposas, permitiéndose solamente el uso de la chaqueta en aquellos casos en que fuese indispensable la sujeción y siempre mediante la anuencia del Médico-Director. Había de evitarse a los enajenados todo desagrado o contrariedad que los hiciese padecer inútilmente. Se cuidaría de que sus vestidos estuviesen constantemente aseados y de que se bañasen diariamente, salvo disposición contraria del facultativo. Se les proporcionaría aquellas distracciones que el médico juzgase de utilidad para la salud de los pacientes y que no fuesen contrarias a las reglas del establecimiento. Habría además una Junta Inspectora del Asilo, compuesto de tres ciudadanos vecinos que, por resolución separada, nombraría el Gobierno del Distrito. “Proyecto tan laudable de reforma-sentencia el doctor Alvarez- se quedó, sin embargo en sólo la buena intención, y el abandono de aquellos desgraciados llegó a culminar en situación insostenible durante los disturbios políticos en el año 1892”. Traslado de los enfermos de Los Teques a Caracas Los enfermos del Asilo de Los Teques sufrieron en los años 1884-1886 las crueldades, los atropellamientos y los castigos infames del curandero Telmo Romero; y la mala suerte lo siguió acompañando aún después que este fue despedido como Director del centro. El Asilo quedó sumido en completo abandono por muchos años. “Sin personal de asistencia, ni aún para su más indeclinables menesteres, casi a la intemperie por el estado ruinoso de los techos y escasamente alimentados y semidesnudos, los reclusos –señalaba el doctor Ricardo Alvarez– fugábanse
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por grupos, a punto que llegó a sobresaltarse el ánimo de los pacíficos moradores de Los Teques, quienes en justa demanda de las providencias del caso, acudieron a presencia de las autoridades”. A fines de 1890 el Asilo tequeño estaba en ruinas. Así lo comprobó el doctor G.T. Pulido Villegas, encargado interinamente de la Presidencia de la República cuando fue a inspeccionarlo personalmente. “Al entrar al edificio –afirma– sentí la primera dolorosa impresión al ver en una de las piezas de entrada una buena cantidad de grillos de hierro y al preguntar cuál era su objeto, se me informó que los empleaban para dominar a los enfermos intranquilos o enfurecidos y que a veces se llegaba hasta amarrar los más violentos”. “Al visitar las otras piezas del Asilo encontré que la mayor parte no tenía pavimento, sino pisos de tierra pisada, llenas de inmundicias y con una atmósfera irrespirable, y noté también que los recluidos se encontraban un tanto descuidados en su aseo y vestidos; ante ese espectáculo lamentable formé la resolución de que el día en que ejerciera mayor influencia en el Gobierno, uno de mis primeros objetos sería trasladar a esta Capital (Caracas) aquel Asilo para vigilar mejor su asistencia y prestarle todos los cuidados necesarios”. El doctor Villegas Pulido buscó y obtuvo la desinteresada colaboración del meritorio, abnegado y piadoso sacerdote Santiago F. Machado, quien con paternal cariño mejoró las urgencias de aseo, vestuario y alimentación de los desfallecidos enfermos. El doctor Villegas sin pérdida de tiempo se encargó de averiguar cuál edificio caraqueño serviría de sede al Asilo y rápidamente seleccionó al Hospital de Sangre, situado en Catia y “al cual el doctor Raimundo Andueza Palacio, Presidente de la República, había hecho reparar casi totalmente”. Elegido el edificio, se resolvió el traslado de los enajenados de Los Teques el 17 de septiembre de 1892 en un tren especial, “acompañado de sus enfermeros y de un número suficiente de tropas que cuidaran de su seguridad”. Ese memorable día –anota el doctor Villegas Pulido– en la Estación los esperaban el Gobernador del Distrito Federal, el doctor Pablo Hernández
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Madrid, Administrador de los Hospitales y el Presbítero doctor Santiago F. Machado, y de allí fueron conducidos en coche hasta el Asilo de Catia, donde los recibieron las Hermanas de San José de Tarbes, encargadas de su asistencia, y así quedó terminada la instalación definitiva en Caracas, del que es hoy –añadía el doctor Villegas Pulido– el “Hospital Municipal Psiquiátrico”. De esa manera concluyó felizmente el calvario de los antiguos pacientes del Asilo tequeño. Lo que significa que con treinta enfermos traídos de Los Teques en 1892, se fundó en el sitio de Catia el primitivo Asilo de Enajenados origen –como subraya el doctor Ricardo Alvarez– del moderno Hospital Psiquiátrico de Caracas. Locos y Locas de Los Teques Para terminar de ilustrar esta crónica, justo es recordar algunos de los nombres de los pacientes que atendió el brujo, yerbatero y curandero Telmo Romero en el Asilo Nacional de Enajenados de Los Teques en las décadas finales del siglo XIX. Telmo arribó a Los Teques una mañana de 12 de julio de 1884, después de un agotador viaje desde Caracas en un coche tirado por caballos. La aldea mirandina de tres mil almas, con escasas casas, calles empinadas, alumbrada con faroles de aceite y kerosén, lo recibió como un personaje importante dotado de poderes enigmáticos y misteriosos para curar ciertos males y perturbaciones como son las borrascas y los desvaríos de la mente. Muy de mañana Telmo encaminó sus pasos al Llano de Miquilén, la zona más tranquila, fresca y boscosa de la aldea. En el lugar que hoy ocupa la plaza Guaicaipuro, estaba la sede del Asilo. Fue atendido por el guardián de la institución, Miguel Wenceslao Castro, funcionario cordial con cuatro años de antigüedad en el cargo, quien narra los detalles del encuentro al dar la bienvenida al director que traía el propósito inquebrantable de “sanear todos los enfermos”. “Yo –confesaba candorosamente Castro– tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme en sus bigotes… porque yo, que vengo siendo
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guardián hace cuatro años, ni había visto curarse ningún loco, ni a ninguno de los médicos anteriores, les oí decir tales cosas… Mi misión – añadía- se reducía como guardián que era a hacer la entrega del Asilo… y así lo hicimos inmediatamente en compañía y asocio de mi superior, el doctor Henrique Pérez”. La sorpresa mía – comenta ingenuamente- fue muy grande, cuando cuarenta y ocho horas después de empezado su tratamiento(por el nuevo Director), se vieron resultados satisfactorios”. El Asilo albergaba 81 locos, Telmo seleccionó 60 y prometió curar 50; de esa muestra logró- decía- recuperar definitivamente 20 enfermos: 17 hombres y 3 mujeres, cuyos nombres y dolencias describía de esta manera: “Cayetano Sagal, entró – aseguraba Telmo- en julio de 1881, y padecía un estado de completa furia con inquietud constante, acompañado de insomnio. “Pío Nono Alvarez; entró en marzo de 1881, su manía era la realización de grandes empresas y dictar leyes, se creía inmensamente rico, siempre pacifico.” “José Ignacio Pérez; llegó en enero de 1884, maníaco furioso, creyendo sentir tropel de gente que le perseguía voces que le llaman para matarle”. “José de Jesús Laviera; entró en febrero de 1883, jamás hablaba, siempre pensativo y abatido deseando la muerte”. “Andrés Antonio Lovera; entró en julio de 1884, enajenado sin furia, pero con mirada inquieta y extraviada, se paseaba todo el día y se negaba a comer”. Ignacio Correa, entró en julio de 1876, pacifico, pero susceptible de enfurecerse fácilmente, vivía hablando sobre el trabajo, y se paseaba continuamente sin manifestar cansancio”.
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“Agustín Vileda; entró en febrero de 1884,loco furioso, hablaba poco y con gran reserva, amenazando al que se le acercaba. Estuvo con grillos por algunos días”. “Manuel Castro; entró en febrero de 1884, gran postración, vivía sumido en una profunda tristeza, paseándose muchas horas en un mismo lugar con la cabeza inclinada”. “José C. Gólis, entró en marzo de 1884, loco furioso con completo delirio, estropeaba al que se le acercaba, y rompía lo que se encontraba; jamás dormía. Hubo que recluirlo a la cadena”. “Jesús Manuel Rachadell, entró en 1884, furia completa con accesos de soberbia, hablaba los mayores disparates, y no podía ser contrariado. Estuvo con esposas”. “Juan Alonzo; entró en noviembre de 1881; demencia completa, comía gusanos y cuanto inmundicia hallaba; ignoraba su nombre y vivía desnudo”. “Visitación Reyes; entró en agosto de 1883, completo delirio, hablaba con mucha reserva , manifestando deseos de matar. Trató de fugarse y fue necesario ponerle grillos”. “Gerónimo Blanco; entró en junio de 1884, tenía idea de hacer largos viajes, de disponer de gran número de soldados y de imaginarse hablando con el mar, el viento y la luna”. “Clemente Rodríguez; entró en noviembre de 1880, hablaba de religión y de política, y se paseaba sobre una línea que había trazado en el patio”. “Ignacio Antuna; entró en octubre furia terrible, idea constante de hacer daño; siempre intranquilo. Estando un día con grillo y esposas logró coger un pedazo de tabla y mató a otro enajenado. Poseía una fuerza admirable; jamás dormía y manifestaba suma malicia. Estaba siempre sujeto”. “Estanislao Rodríguez, entró en octubre de 1879, no manifestaba sino deseos de matar y robar, no hablando sino de asesinatos. Estuvo muchos días con grillos y esposas”.
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“Manuel Santana, entró en agosto de 1882, ideas de predicar, hablando siempre con gritos y vociferaciones, nunca dormía e ignoraba su nombre y su familia”. “Gregoria Linares”, entró en septiembre de 1884, pacífica; jamás dormía no podía dar cuenta de los actos de su vida, y se negaba a comer. “Isabel Seijas, entró en noviembre de 1882, con idea de creerse santa y bajada del cielo, del cual podía disponer; pero insolente y audaz”. “Paulina Cartay, entró en agosto de 1884, con idea de que nadie se le acercase por temor de ser deshonrada, aborrecía su familia y vivía en continua zozobra” Telmo informaba también que al tomar posesión del cargo de Director del Asilo, ordenó dar una lechada a los salones, asear los pisos y botar todo lo viejo que encontró en servicio. Además introdujo una reforma general en la alimentación, dando a los enfermos buena carne y en cantidad suficiente, luego dio a conocer el conjunto de medidas que empleaba para curar o aliviar a los enfermos, que como ya indicamos en páginas anteriores variaba de acuerdo a “edad, sexo, constitución de la persona y según sea la enfermedad”. Telmo administraba plantas y baños de inmersión o de chorro, con temperaturas diversas y por tiempos largos o cortos, pero advertía que “cualquiera que sea la locura mis remedios dan siempre resultado y, si no, queda por lo menos modificada. “Así es –añadía– que en las locuras terribles dependientes del furor uterino, o del onanismo, se calma la furia quedando el enfermo en una especie de tranquilidad cercana al idiotismo”. Aseguraba que los 20 pacientes estaban ya curados y de ello daban fe la Junta Médica Gubernativa, compuesta de los doctores Pedro Medina y Alejandro Frías Sucre1. 1. El 5-XII-1884 la Junta Médica informaba que acatando el mandato del Presidente de la República, general Joaquín Crespo, se había trasladado al Asilo de Enajenados de Los Teques para examinar las personas al cuidado de Telmo Romero. La Junta comprobó que los pacientes Roque Mezones, Francisco Gedler, Pedro Izaguirre, Rafael Aristiguieta, Ana Teresa Pier, Eloisa Alvarez, Josefa Alvarez, Dominga Rivas, Micaela Bracho, María Luisa Fernández, Clemencia García, Guadalupe Hurtado, Hilaria Lugo, Gregoria Lugo, y Catalina Peña estaban sanos y “en su razón completa”, y “sólo un enfermo quedaba con una monomanía, que por su edad como de 80 años, creemos que no pueda enteramente quedar curado…”. Cfr. Velásquez, Ramón J., ob.cit, p.95.
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Estos hechos los registra y destaca Telmo en su libro El Bien General e incluye igualmente notas de las rumbosas celebraciones puestas en marcha el 28 de octubre de 1884, día del onomástico del Libertador Simón Bolívar, fecha patria que aprovechó para mostrar al pueblo de Los Teques el milagro de sus curaciones. “Las fiestas del natalicio de Bolívar –indicaba el guardián Wenceslao Castro– se celebró aquí (en Los Teques) con todo en el entusiasmo que es capaz un pueblo verdaderamente patriota. En la víspera tuvimos iluminación, fuegos artificiales, paseos de música y otros regocijos. El día 28 fue recibido con alborozo; desde el amanecer se veía flamear la bandera nacional en todas las casas; los vecinos erigieron varios arcos con inscripciones; en una se leía: El Municipio San Juan se congratula con el digno jefe de la nación, General Joaquín Crespo, otro decía “Romero, trabaja en bien de la humanidad, por eso te aplaudimos”. “A las once del día concurrieron al Asilo de Enajenados que estaba bellamente engalanado, gran número de señoras y caballeros de este pueblo y otros, y con toda solemnidad fue colocado en el salón del establecimiento un retrato del Benemérito General Joaquín Crespo. “Además, los vecinos de esta población, animados por sus sentimientos de quietud y reconocimiento hacia el médico Director del Manicomio, quisieron que también fuese colocado allí su retrato, como un tributo que se rinde por las sorprendentes curaciones verificadas en tan poco tiempo. “Durante estos actos discurrieron los señores Julio G. Hernández, Estanislao Arnó, Wenceslao Ayesta y Jesús María Rachadel, todos antiguos enfermos del hospital. De allí pasó la concurrencia a la casa del doctor Romero, donde este tenía preparado un banquete. También los enfermos y el pueblo fueron obsequiados con una ternera. Otros varios actos tuvieron lugar ese día para honrar la memoria del Padre de la Patria y probar la adhesión de estos pueblos al Héroe del Deber Cumplido y al Ilustre Americano.” Bueno es subrayar que el guardián del Asilo, Miguel Wenceslao Castro, desempeñaba el triple papel de amanuense, relacionista público y cronista,
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pero todo manipulado por Telmo Romero. Hábilmente Telmo, en el libro El Bien General, utiliza a este empleado para avalar sus actividades de curandero y ganar prestigio ante la opinión pública. Por estas razones, Miguel Wanceslao Castro aparece como autor de la crónica de los sucesos del 28 de octubre de 1884 donde además del banquete y la ternera, Telmo dispuso que varios de los locos supuestamente curados ocuparan la tribuna como oradores de orden. Telmo redactó el texto de los discursos para no dejar dudas de la perfecta salud de los antiguos enfermos. En efecto, la fiesta concluyó con las palabras emotivas del paciente Julio Guillermo Hernández, quién destacó la trascendencia de la fecha histórica con estas frases: “El Municipio San Juan (que comprende el sector del Llano de Miquilén) se engalana hoy para celebrar las glorias del Héroe de la Independencia (Simón Bolívar)… y es natural que en los hijos de este pueblo estén latentes el acendrado patriotismo de las tribus indígenas, de estas cumbres, que disputaron su suelo palmo a palmo a las armas conquistadoras en luchas desiguales, señaladas por heroicos hechos, por rasgos de sublime abnegación: no tremoló victorioso el pabellón de la Conquista en las alturas de los Teques, hasta que fueron éstas convertidas en osarios y teñidas con la sangre de sus hijos; no se ha borrado ni borrará jamás el recuerdo del bravo Cacique Guaicaipuro, cuyas hazañas asombraron a los invasores castellanos. Pasaron esos tiempos de muerte y devastación: la noche tenebrosa de la Conquista fue reemplazada por el espléndido día de la Independencia: al aparecer en el horizonte de la patria el sol de la libertad, huyeron las sombras del despotismo. Bolívar fue el autor de esa excelsa transformación, y por eso Venezuela agradecida, evoca hoy su manes y rinde a su nombre el debido acatamiento…”. Para clausurar el acto el paciente Rafael Aristiguieta Montero discurrió en los mismos términos retóricos. Con el empeño de dar fuerza y veracidad a las curaciones realizadas en el hospital de Los Teques, Telmo logró astutamente que el guardián Miguel Wenceslao Castro publicara en el Diario caraqueño “El País”, de 18 de enero de 1885, una nota de pleno respaldo a los extraordinarios milagros curativos. “Ya lo dije -sentenciaba el guardián- que en este hospicio de Los Teques, llevo
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seis años y durante este tiempo… sólo en los últimos seis meses es que he visto lo que pudiéramos llamar verdaderos prodigios; porque en los anteriores el infeliz que entraba no salía sino cuando muerto para el cementerio, pero nunca por equivocación bueno… De los cuarenta y un individuos curados y dados de baja por Telmo Romero, la ciencia y la ley, les diré que algunos residen en esta capital y otros en los pueblos circunvecinos. Destino y Ocupación de los pacientes curados A continuación el Guardián Castro enumeraba las ocupaciones y el lugar dónde residían cada uno de los antiguos enfermos supuestamente rehabilitados: con grillos, menjurjes, cadenas esposas y otras series de curiosidades: El bachiller Emilio Montilla –informaba– se encuentra en este pueblo de Los Teques de Secretario Privado del doctor Romero, por lo cual su familia desde el 1º de agosto (de 1884) no ha tenido necesidad de pasarle ni un centavo de pensión”. “El señor Santiago Larrain reside esta capital de Caracas donde respira todo el aire que quiere..”. Andrés S. Girón es trabajador en una cigarrera de Caracas”. “Avelina Trujillo, vive en compañía de sus hijos en un sitio denominado El Hatillo. “Pío Antonio Álvarez es agricultor en los campos de Valencia”. “José Ignacio Pérez profesa su antiguo oficio de albañilería..” “General T. J. Laviera, vive en Caracas”. “Andrés A. Lovera, es agricultor” “Ignacio Correa, ejerce la profesión de platero”. “Agustín Pineda, es agricultor que prospera en este arte en los Valles de Aragua”.
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“Manuel Castro, es uno de los aguerridos jornaleros de Caracas”. “José Clariso Golis, es alpargatero en Caracas”. “M. M. Rachadell, es hombre de letras y todo un competente farmacéutico, empleado hoy como practicante en el Asilo de enajenados”. “Juan Alonso, cochero, partió para Italia en toda la plenitud de su salud” “Visitación Reyes es militar oriundo de Coro, para donde tengo noticias que se ha ido”. Gerónimo Blanco, trabaja como albañil” Clemente Rodríguez, es zapatero. Ignacio Antuna, natural de Curazao, es caletero en Caracas”. Estanislao Rodríguez, se fue para San Felipe dónde es agricultor. Gregoria Linares, siguió para Aragua, Lo mismo que Paulina González e Isabel Seijas, que viven en Caracas. “De los diez curados que se entregaron el 12 de diciembre (de 1884)agregaba el guardián Castro-, nombraré como persona notable al General Pedro Izaguirre, que siguió para Tinaquillo; los 15 restantes son artesanos y trabajadores que han tomado más o menos los mismos rumbos que los anteriores mencionados. “De este asilo y a petición sus respectivas familias –añadía- se dieron 12 enfermos más de baja, muy mejorados de la enajenación, pero que por su avanzada edad unos, debilidad otros y raquítica constitución los más, no pudieron curarse totalmente… Cuatro quedan que han mejorado muy poco, y tres han muerto…”. Por último, el guardián ponía de relieve que de 60 enfermos, Telmo Romero en el breve espacio de seis meses, había curado efectivamente en Los Teques “las dos terceras partes de los dementes confiados a su cuidado”, cosa “de la que no podían vanagloriarse los más ilustrados médicos del universo”.
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Telmo Romero logró astutamente aparecer en las páginas de los diarios caraqueños como un sublime héroe nacional que curaba la locura, elefantiasis, la lepra, las neuralgias, las cataratas, la tisis, etc. Y como complemento a su sabiduría médica en la “Botica Indiana”, de su propiedad en las esquinas de las Madrices de Caracas, el público podía hallar todo tipo de medicamentos y recetas mágicas para “hacer crecer el cabello a las señoras y señoritas hasta donde lo deseen; para regularizar el desarrollo de los pechos; para borrar las manchas del cutis; para repeler el sueño cuando se lo desee; para que vuelvan las señoras al estado normal después del alumbramiento feliz, para arreglar los períodos a las señoras y señoritas a las que por algún incidente se le haya suspendido; para contener los abortos, para el abocamiento de la matriz; para las mujeres que estando en cinta les viene el periodo; para el dolor de la madre, para saber el estado interesante o normal de las señoras; para calmar los dolores de vientre y para curar la tiña del cuero cabelludo; para curar la roña venérea de los ojos; para curar la detención de la orina por una fiebre o por callosidades en la vejiga; para expeler el reuma; para curar el tenesmo u pujo y para curar los tumores sifilíticos, etc”. Telmo, sin duda, alcanzó con medios hábiles y arteros distorsionar la verdad a fin de lucir como un personaje genial dotado de poderes especiales para conducir exitosamente las curaciones.
El Recetario de Telmo Romero El mejor retrato biográfico de Telmo Romero lo elaboró con elegante maestría el historiador tachirense Ramón J. Velásquez en el libro en dos tomos, El Último Caudillo Liberal, Joaquín Crespo (Caracas, Biblioteca Biográfica Venezolana, 2005). Allí traza la vida del curandero y yerbatero más sobresaliente del siglo XIX venezolano en 68 páginas, de las cuales 12 contienen una amplia información de los remedios que fabricaba y recetaba Telmo mediante el empleo de raíces, semillas, hojas, frutos, cortezas, y bejucos de la flora venezolana y de otras regiones. El doctor Velásquez señala que Telmo pensaba que casi todo el bosque almacenaba poderes curativos y por ello en sus recetas incluía con frecuencia el indio viejo, el estoraque, la mostaza, el aceite de oliva, el romero, el plátano, el afrecho de trigo, el tomate maduro, el vinagre, el arroz, el anís, el aceite de almendras, el llantén, la cebolla blanca, el membrillo, el maíz morado, la pimienta, el cadillo, y otra infinidad de diversos componentes.
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Presenta también el doctor Velásquez una selección de recetas donde Telmo mezcla las raíces vegetales con las más inauditas cosas: el colmillo de caimán, la cabeza de gallo tostado, el cebo de riñón de cordero, el ojo de buey, los Intestinos de zorro, o la raspadura de cuero de venado, el moco pavo, y hasta la bosta de vaca negra, etc. De ese inmenso universo de recetas, nosotros presentamos algunas en esta oportunidad para satisfacer la curiosidad de los lectores y así concluir esta breve crónica. Por ejemplo, para curar la sarna, Telmo recomendaba frotarse el cuerpo con hojas de añil bien mojadas, “mezclándolas con cuatro onzas de sal molida y tres naranjas azadas”. Repitiendo esta operación por espacio de ocho días. Para las almorranas ordenaba poner “al rescoldo una fruta llamada maravilla o cunde-amor de las más carnosas y, tan luego esté azada se abre y se sala con la almendra pulverizada que contenga un “ojo de buey” o sea ojo de zamuro… impregnada de aguardiente fuerte, quemado… haciendo después sentarse sobre la maravilla la persona que padezca de almorranas…” Para el dolor de muelas, “en que no ceda a los calmantes nada mejor que poner a “hervir entres litros de agua, cuatro onzas de cebollas blancas y cuatro de yerba mora; luego se derriten en una vela o brazas… dos onzas de cera virgen amazadas antes con dos onzas de semillas de albahaca pulverizadas, y el paciente se colocará de manera que reciba exterior e interiormente en el rostro, los vapores que exhale dicho cocimiento, lo cual dará por resultado hacerle expeler en la Babaza que arroje, los humores pútridos de que se hallaban impregnados las encías trayendo por consiguiente el alivio completo del dolor que se padece. Esta operación no debe practicarse al aire libre, sino en lugares abrigados al efecto”. La ambulante enfermedad Erisipela “que ataca por lo regular ocasionando fiebres ardientes… para obtener su curación basta tomar por espacios de tres días una onza de la composición siguiente: ocho onzas de aguardiente anisado mezclado con dos de alcanfor pulverizado y tres casuchitas de greda de las fabricadas por las avispas en las paredes y techos de las habitaciones, aplicando al mismo tiempo a la erisipela partes de esta misma composición la cual se repetirá cada vez que fuese agotada.”
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“Para los tullidos en estado de postración, aconsejaba freír en un litro de manteca de culebra de agua, o sea de la que denominan traga-venado, una onza de semillas de argolia pulverizadas hasta que ambas estén completamente unidas, y luego se dará en todo el cuerpo tres frotaciones diarias, lo más caliente posible; repitiendo está operación por el término de diez y ocho días, y reponiendo la fórmula cada vez que haya sido agotada; tomando a la vez el jarabe que para la sífilis dejo consignado en mi primera fórmula, se conseguirá por completo el restablecimiento de la persona que padezca esta fatal enfermedad”. El asma –decía Telmo– “aparece muchas veces casi bajo los mismos síntomas del ahoguío, ocasionando al paciente dificultad para respirar “Este mal proviene “ casi siempre de resfriados o de alguna irritación nerviosa concentrados en los bronquios. Para obtener su curación son muy conocidos infinidad de métodos, de los cuales me concreto solamente en recomendar como inmejorable los que a continuación copiaré. Tómese una libra de sebo de riñonada de cordero; derrítase, agréguesele quince gramos de azufre pulverizada y cuatro onzas de azúcar; agítese hasta que estos ingredientes estén completamente unidos y luego se tomará con algunos grados de calor una cucharada a las ochos de la noche y otra a las cinco de la mañana; operación esta que deberá repetirse por espacio de nueve días, tiempo suficiente para que haya desaparecido el asma por completo. A la vez debe tomarse tres veces al día, ocho onzas de leche de cabra bien hervida y endulzada con miel de abejas, cada toma. Quítese la octava parte de una naranja agria, extráigale el jugo y la carnosidad; colóquese en ella, es decir en la concavidad que ha quedado formando la corteza dos cucharadas de miel de caña criolla, dos gramos de quina pulverizada, cinco de pez de Borgoña, y póngase al rescaldo hasta que hierva. Luego se tomará de su contenido una cucharada cada cuarto de hora que desaparezca la opresión . Tómese un cazar de lechuzas, introdúzcanse en un horno donde se haya terminado el cocimiento del pan u de otra cosa parecida; cúbransele a dicho horno todos los respiradores y al siguiente al día saquéense las lechuzas que habrán sido carbonizadas y polvorícense completamente. Si el asma hubiere resultado por consecuencia de algún airecillo frío se le darán al paciente diez
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gramos de este polvo en una pequeña parte de agua natural, repitiendo cada media hora esta medicina hasta que desaparezca el acceso por completo”. Se toman del cuadrúpedo llamado o conocido con el nombre de zorro guache los intestinos, y acto continuo se pondrá a desecar, luego se pulverizan y agregándole cinco gramos de quinina, se ponen en infusión con una botella de malvavisco, del cual se le dará al enfermo una cucharada cada diez minutos hasta que se haya quitado el acceso de asma; teniendo cuidado de endulzar el cocimiento de malvavisco con miel de abejas solamente. Tómese de un lagarto la cabeza y la cola, frótense y pulverícense, agregán dosele a estos polvos igual cantidad de bosta de vaca negra pulverizada, mezclados estos ingredientes, disuélvase en un vaso de agua tibia, de la cual se le dará a la persona que padezca de asma una cucharada por períodos marcados hasta que desaparezca la opresión que motivase su padecimiento”. Para calmar la tos. Extráigasele el zumo de una libra de salvia y hiérvase mezclado con una botella de vino blanco y dos onzas de pasas; agréguesele en infusión unas gotas de esperma y tómese una cucharada cinco minutos antes de que desaparezcan los accesos. Detención ocasionada por cálculos en la vejiga o callosidades de la uretra. Cuando se presenta la detención de la orina por consecuencia de callosidades en la uretra y cálculos de la vejiga, con tomar treinta gramos diarios de polvos de curvina disueltos en cuatro onzas de abrojos, los tres primeros días y los quince siguientes en igual cantidad de cocimiento de grama, y tomando por igual tiempo al terminar este tratamiento el depurativo de romero; ambos medicamentos se hayan de venta en la “Botica Indiana”, esquina de las Madrices (Caracas). Vale la pena reeditar algún día el libro de Telmo Romero, El Bien General, uno de cuyos pocos ejemplares que escapó milagrosamente del incendio promovido por los estudiantes universitarios al pié de la estatua del doctor José María Vargas en una de las plazas internas de la Universidad Central de Venezuela, se conserva en los anaqueles de la Biblioteca de la Academia Nacional de Medicina. El libro contiene las más disparatadas recetas para todos lo gustos, “para borrar las manchas del cutis; teñir la barba y el pelo; conciliar y repeler el
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sueño; curar la sífilis, la tisis, las hernias, el hipo, las calenturas, la lombriz solitaria, la indigestión, la sordera, el mal del corazón, los estípticos, las jaquecas, la ictericia, las hemorragias, los herpes, la alopecia, la sarna, las úlceras en la garganta, el reumatismo, los padecimientos de la dentadura, la tos, la detención de la orina, las flemas de la vejiga, la apoplejía, los nervios, las diarreas crónicas y hasta el “maravilloso descubrimiento del Cacique Chuorpa Chopachiere para que puedan concebir las esposas reputadas como estériles, un primogénito a quién prodigarles sus caricias maternales”, más los consejos para facilitar los partos difíciles o cómo preparar la chicha indígena o la cerveza de Aipurú. Incluye además el libro de Telmo Romero un extenso apartado titulado Veterinaria. En estas páginas de “Medicina Veterinaria” el lector hallará infinitas destrezas para saber: “montar muletos y potros sin que corcobeen”, “coger caballos cerriles en cimarroneras; darle pasto a las bestias ordinarias”, “el método especial para montar un toro en pelo sin que corcobeen”, “cómo evitar la detención de la orina en las bestias”, cómo remediar la bestia que tenga la maña de desbocarse; cómo saber “si el mulo o mula tiene algún resabio”, “el método para engordar una bestia” y cómo curar la “derrenguera”. Hay pues, material de lectura para los más variados gustos. Palabras Finales El brujo, yerbatero y curandero tachirense Telmo Romero (1846-1887), fue sin duda el personaje de mayor impacto y resonancia en el ánimo de los moradores de la pequeña aldea de Los Teques en las décadas finales del siglo XIX. En 1883 había publicado el libro El Bien General en la ciudad San Cristóbal y en 1884 ya estaba en tierras guaicaipureñas desempeñando la dirección del Asilo Nacional de Enajenados, ubicado en el sitio que hoy ocupa la plaza Guaicaipuro. Venía adornado de saberes mágicos, de recetas milagrosas, de aparente humildad y de un trato amable para los que habían perdido la salud y la fe de vivir. Utilizó el Asilo tequeño para ensayar dolorosos métodos curativos e incorporar esas experiencias en una futura edición de su obra. Forjó sutilmente una aureola de sabiduría y de respaldo político para desplazar a médicos de los cargos y obtener certificados que garantizaran la firme curación de la locura, de la lepra, la elefantiasis, etc.
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Hábilmente preparó un acto público en Los Teques para que el país se enterara que los locos del Asilo estaban casi rehabilitados gracias a su sabia praxis médica. Posteriormente escogió el 28 de octubre de 1884, día del onomástico del Libertador y en tal fecha engalanó el manicomio tequeño, vistió de limpio a los pacientes, les dio una nutrida ración de carne y legumbres, invitó a prestigiosas personalidades y ofreció a los concurrentes un brindis, un banquete y una parrillada criolla. Para dar vivacidad al acto escribió campanudos discursos de carácter patriótico y seleccionó a dos locos para que los pronunciaran y fungieran como oradores de orden. Acudió a los periódicos de Caracas para que divulgaran el espectáculo y las curas milagrosas. Al poco tiempo los vecinos de Los Teques comprendieron que Telmo no era más que un charlatán, un manipulador que buscaba con tretas y trucos, prestigio y éxito personal. El libro de Telmo Romero, El Bien General, lleno de curiosos y excéntricos consejos y mensajes encaminados a vencer las más terribles enfermedades, provocó ira en los estudiantes y profesores de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela por considerarlo un burdo y ridículo panfleto que con sus recetas amañadas irrespetaba la pericia y conocimientos académicos del gremio médico. Fue tanta la indignación que el estudiantado decidió recoger y quemar el libro en el recinto del Alma Mater al pie de la estatua del doctor José María Vargas, el fundador en el país de los estudios modernos de la ciencia médica. La violencia se desbordó y los estudiantes luego salieron a la calle y llegaron a la Botica Indiana en la esquina de las Madrices, cerca de la catedral, dónde Telmo preparaba recetas y vendía remedios. En segundos el negocio quedó destruido a fuerza de pedradas. “Los estudiantes y los Jóvenes delpinistas apedrearon la “Farmacia Indígena”, rompieron los frascos de coloridas lociones, las vitrinas que guardaban olorosos ungüentos y echaron por tierra yerbazgos y resinas que exhalaban un hálito de floresta indígena”. (Véase el artículo La Delpinada, de Pedro Emilio Coll en “El Universal”, Caracas, 16 de junio de 1939). Ya Telmo en 1886 no contaba con el apoyo del Presidente de la Republica Joaquín Crespo, ni con amigos influyentes en el gobierno. Murió turbeculoso y despojado de los cargos de Director del Asilo de Enajenados de
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Los Teques y Director del Hospital de Lázaros de Caracas, el 7 de agosto de 1887. Los Teques todavía rememora que fue sede del primer Hospital Psiquiátrico de Venezuela fundado en 1876, dónde sucedieron las más disparatadas y estrambóticas aventuras y desventuras de Telmo Romero, singular y enigmático curandero andino que pensaba que sin estudios, sin formación universitaria, con el apoyo incondicional del Presidente de la República, con la sola afición de recetar menjurjes, con los secretos adquiridos de los brujos indígenas y con unas cuantas fórmulas que su rica imaginación convertía en bálsamos, podía alcanzar las más encumbradas posiciones y lograr la “curación radical” tanto de los “inveterados vicios cutáneos” como de las enfermedades invulnerables a todos los remedios como era la locura y la lepra. Telmo –como recuerda Ramón J. Velásquez– no solo fabricó a su favor títulos de universidades norteamericanas sino que aspiraba algún día a ser Rector y conductor de la Universidad Central. Cayó en desgracia cuando su protector político, Joaquín Crespo, abandonó la Presidencia de la Republica por haber cumplido el período y entonces accedió al poder Antonio Guzmán Blanco, quién de inmediato destituyó a numerosos funcionarios vinculados al crespismo, entre los que se contaba Telmo Romero. Ese fue el trágico final de este folklórico personaje mimado por Crespo, repudiado por los estudiantes y profesores de la Universidad Central de Venezuela y protestado y odiado por los moradores de Los Teques en los años de 1884 a 1886 cuando sometió a los enfermos del Asilo de Enajenados a los más crueles tormentos.
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Discursos pronunciados por dos locos en el Asilo Nacional de Enajenados de Los Teques 28-X-1884 Advertencia al lector Dos años vivió en Los Teques el brujo, yerbatero y curandero Telmo Romero, nativo de San Antonio del Táchira. De 1884 a 1886 ejerció el cargo de Director del Asilo Nacional de Enajenados, que había sido fundado en 1876 en el sitio que hoy ocupa la Plaza Guaicaipuro. En su juventud, Telmo había sido negociante de ganado, buen jinete y coleador, y aficionado a recetar menjurjes. Se residenció un tiempo en la Guajira, donde aprendió los secretos de los brujos indígenas, y publicó a comienzos de 1883, en San Cristóbal, un libro bajo el título El Buen General, que fue un éxito editorial por contener miles de fórmulas para remediar todos los males. Logró curar un hijo del Presidente de la República, general Joaquín Crespo, con sus bebedizos, unturas y rezos y por este “milagro” disfrutó a plenitud de la protección y apoyo incondicional del primer Magistrado. Fue un hábil publicista y en los diarios caraqueños insertó avisos con una excelente descripción de sus “preparados” que –según él- curaban las más severas enfermedades crónicas. La fama de los remedios de Romero –comenta el historiador Ramón J. Velásquez– caminó por pueblos y aldeas. Sin ser médico, sin haber cursado estudios universitarios, Telmo escaló altos cargos en la gerencia de la salud de los venezolanos, gracias a la simpatía que le dispensaba el Presidente Crespo. Por mandato de este encumbrado funcionario a Telmo se le encomendó la dirección del Hospital de Lazareto de Caracas y la dirección del Asilo de Enajenados de Los Teques, recibiendo 460 bolívares mensuales de sueldo. Se le concedieron además otros privilegios como el pago de dos mil bolívares por cada elefanciaco o enajenado que lograse curar por completo; más el derecho de ser el proveedor exclusivo de las medicinas para los hospitales,
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que Telmo preparaba en su Botica Indiana, en la esquina de las Madrices de Caracas. Con exquisita astucia el curandero andino procuró salir airoso en sus actuaciones. Primero obtuvo una certificación firmada por los Miembros de la Junta Médica donde constaba que los pacientes del Asilo de Los Teques habían superado la locura, y de inmediato organizó, en el mismo recinto hospitalario, un acto para mostrar al público y a la prensa el “milagro” de las curaciones. El 28 de octubre de 1884, día del onomástico del Libertador Simón Bolívar, el vecindario de Los Teques presenció la rumbosa fiesta de Telmo, animada con discursos, aplausos, brindis, arcos triunfales, banquete y ternera. Para dar más realce a la ceremonia, designó a dos locos (Julio Guillermo Hernández y Arestigueta Montero) como oradores de orden. Los textos de los discursos fueron elaborados por Telmo, quien se sentía feliz del progreso de sus pacientes y por que el acto sería reseñado por el diario caraqueño “La Nación”. Nada apunta Telmo sobre la vida del orador Julio Guillermo Hernández, pero en cambio del segundo orador, Arestigueta Montero, señala que es un infortunado joven que sufrió padecimientos cerebrales desde la infancia. En el Asilo –añade Telmo– “le encontré en un estado de profunda debilidad física e intelectual, agravada por ataques periódicos de espermatorrea, enfermedad tan desastrosa en sus consecuencias aún para las mejores instituciones”. Pero luego mejoró en mi casa (en casa de Telmo) al tomar los jarabes “virtuosos” y “específicos”. La mejoría fue tan notoria que decidió casarse y establecer una empresa de cigarillos “Guaicaipuro” en la propia población de Los Teques. Al poco tiempo la gente descubrió las trampas y mentiras del curandero Romero que se ufanaba de haber derrotado enfermedades que parecían invulnerables como eran la locura y la lepra. Ya en 1886 Crespo había dejado la presidencia de la República y Telmo entonces cae en desgracia al ser repudiado por el propio gobierno que lo protegió.
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En ese momento –recuerda el doctor Ramón J. Velásquez– Telmo aprendió una lección que no pudo entender en los lejanos días de su vida, entre las tribus de la Guajira: que “en Venezuela, perdida la gracia del poder, el loco vuelve a ser loco y el leproso, vuelve a ser leproso”. En fin, Telmo fue, sin duda, un personaje pintoresco que se ganó la antipatía de los vecinos de la Villa de Los Teques en los años 1884-1886. Es posible que el curandero andino fuera más loco que los propios enajenados del Asilo, pero los aventajó con sus crueldades y con su desmedida ambición de acumular fama y riqueza, prevalido de los “politiqueros” de la época. Sin más preámbulos, reproducimos el texto de los discursos de los dos “descocados” pacientes de Telmo Romero. Ildefonso Leal Agosto de 2009. Palabras dichas por Julio G. Hernández en el Asilo Nacional de Enajenados el 28 de octubre de 1884 con motivo de la fiesta de ese día. Señores: Las fiestas populares no son entretenimiento pasajero, sino impulso poderoso dado al espíritu del progreso. Al amanecer este día, consagrado por la gratitud de Venezuela a la memoria del Libertador, despierta en nosotros el entusiasmo e interrumpiendo nuestras faenas ordinarias, tomamos parte en el concierto de la patria. El municipio San Juan se engalana hoy para celebrar las glorias del Héroe de la Independencia, glorias que sintetizan todas las de sus contemporáneos. I eso es natural: debe estar latente en los hijos de este pueblo el acendrado patriotismo de las tierras indígenas, de estas cumbres, que disputaron su suelo palmo á palmo á las armas conquistadoras en luchas desiguales, señaladas por heroicos hechos por rasgos de sublime abnegación: no tremoló victorioso el pabellón de la conquista en las alturas de Los Teques, hasta que fueron éstas convertidas en osarios y teñidas con la sangre de sus hijos; no se ha borrado ni se borrará jamás, el recuerdo del bravo Cacique Guaicaipuro, cuyas hazañas asombraron a los invasores castellanos. Pasaron esos tiempos de muerte y devastación: la noche tenebrosa de la conquista fue reemplazada por el espléndido día de la Independencia: al aparecer en el horizonte de la patria el Sol de la Libertad, huyeron las sombras del despotismo. Bolívar fue
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el autor de esa excelsa transformación, y por eso Venezuela agradecida, evoca hoy sus manes y rinde a su nombre el debido acatamiento. Al tomar parte este pueblo en esa fiesta nacional, demuestra claramente que ha entrado de lleno a la dilatada vía de la civilización, abierta en el país por la mano bienhechora del Ilustre Americano, y que se ensanchará a la sombra de la paz bajo los auspicios de la presente Administración Nacional, que en nada difiere de la anterior. Pero este regocijo público tiene también otra significación. Aquí estaban, hacen pocos meses, más de ochenta personas estrechadas en el círculo infranqueable de la perversión intelectual, cuando apareció un hombre, sin título académico, sin pretensiones científicas, sin ostentación alguna, ofreciendo el específico para devolver a aquellos desgraciados las facultades que les arrebata el funesto azote de la locura. ¿Quién creería en el cumplimiento de sus promesas? ¿Cómo suponer resuelto por un Empírico problema cuya incógnita no había podido despejar la ciencia misma? Más los resultados no dejan lugar á la negación ni á la duda. Romero ha llevado a cabo su atrevido proyecto de la curación radical de la locura, protegido por nuestro liberal Gobierno que no omite esfuerzo alguno en bien de la sociedad. Gran parte de esos infelices, víctimas de diversas vesanias han recuperado ya el uso de sus facultades intelectuales. Nuestro patriotismo tiene hoy, pues doble motivo para regocijarse con los grandes recuerdos históricos; y con los triunfos alcanzados en el campo de la ciencia por nuestro querido ciudadano Telmo A. Romero. Que aquellos se conserven inmaculados en la memoria de los hombres y en las páginas de la Historia, y que éstos se multipliquen y vuelen en alas de la fama a la culta Europa, para bien de la humanidad y orgullo de nuestra patria. He dicho. _________ Los Teques: 30 de octubre de 1884. Señor Director de LA NACIÓN Caracas. Apreciado señor y amigo: Tengo el gusto de remitir a usted el discurso improvisado por el señor R. Arestiguieta Montero con mucho calor y sentimiento en la fiesta celebrada aquí
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el 28 y deseo verlo publicado junto con esta carta en las importantes columnas de su diario, no por la marcada benevolencia con que enaltece el buen éxito de mis esfuerzos, sino por la honrosa acogida que tuvo en el auditorio, mereciendo su autor repetidos aplausos y que los hombres doctos en literatura que se hallaban presentes se apresurasen á abrazarle en medio de la numerosísima concurrencia y a coronarle con una guirnalda de flores, de la cual se desprendió modestamente para colocarla sobre mis hombros, exclamando que era yo quien la merecía. Ahora respecto á la personalidad de este inteligente cuanto infortunado joven, es por mil motivos una de mis mayores satisfacciones haber descubierto la verdadera causa de su desgracia, pues aunque la perturbación mental que sufría fue reconocida por los eminentes facultativos Doctores Guardia, Dubreuil, de los Ríos y Guánchez, yo encontré en su organismo huellas indudables de un padecimiento cerebral que databa desde la infancia y que por consiguiente le hacía irresponsable de sus acciones. He aquí , pues, descifrado lo que fue un enigma para las personas que conociendo la suavidad de carácter, las honradas cualidades y la vasta inteligencia de Arestigueta Montero se quedaron perplejas ante el lamentable incidente que le aconteció. Recluido en el Asilo, le encontré en un estado de profunda debilidad física e intelectual, agravada por ataques periódicos de espermatorrea, enfermedad tan desastrosa en sus consecuencias aún para las mayores constituciones. Desde los primeros momentos comprendí que debía someterlo a un procedimiento diverso del que apliqué a los demás enagenados, porque su locura era de un género extraño y estaba además complicada por una extremada sensibilidad. En consecuencia, le trasladé a mi casa de habitación, donde logré su restablecimiento gracias a la virtud de mis específicos. Luego y en el seno de amistosa confianza me manifestó que el deseo más ardiente de su alma era reparar la falta de haber vivido ilícitamente con una mujer, en la cual veía la fuente de sus infortunios pues sólo tenía de lo acontecido recuerdos inconexos como de una pesadilla; que al efecto deseaba casarse con una señorita huérfana para consagrarse á su rehabilitación por medio de una acción noble, seguida de una conducta irreprensible. La Providencia, que favorece siempre toda aspiración honrada, se encargó de facilitarle su enlace matrimonial con el ángel deseado, quien reúne todas las
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condiciones necesarias para que él se haga acreedor a la estimación general haciéndola feliz. Su salud está asegurada por mi medicación y creo que la influencia de este clima por algún tiempo más, le devolverá el vigor perdido en tantos años de sufrimiento. Casado hace más de dos meses ante el Presidente del Concejo Municipal, General Arteaga, vive consagrado al amor de su señora madre y de su esposa y en su empresa de cigarillos “Guaicaipuro”, recibiendo cada día demostraciones de aprecio de los habitantes de esta población, porque se le ve verdaderamente esforzado en reconquistar su reputación y buen nombre. Yo experimento con esto, señor Director, legítima complacencia por haber restituido un hombre útil a la senda que debe trillar. Suplicando a usted se digne dar hospitalidad en su patriótico diario a esta carta y al discurso, tengo el gusto de suscribirme de usted afectísimo servidor y amigo. Telmo A. Romero _________ Discurso pronunciado por el señor Arestigueta Montero, al colocarse en el Asilo Nacional de Enajenados, los retratos del Presidente de la República y del médico del establecimiento, el 28 de octubre de 1884. Señoras y señoritas: señores: Si me atrevo á hacer uso de la palabra en este acto, es porque cuento con vuestra benevolencia para escuchar la pobreza de mi imaginación, que después de haber estado largo tiempo oscurecida por las sombras del dolor, se encuentra ahora alejada del campo literario por las constantes faenas del trabajo. Permitidme, pues, que compendie mis ideas y que a falta de elocuencia propia, llame a mi auxilio la elocuencia irresistible de los hechos para proclamar la justicia con que se colocan en este local los retratos del Benemérito General Presidente de la República y del filántropo Romero. La religión y la filosofía nos enseñan que cada uno de los seres que moran sobre la tierra tiene un fin, una misión que cumplir, verdad incontrovertible, confirmada por la diaria experiencia y a través de la cual se manifiesta clara y
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admirable la mano del Creador, que ha querido dar objeto a la vida de cada uno, infundiéndole aliento y facultades para alcanzarlo. (Aplausos). Esto no quiere decir que debamos creer en la inexorable fatalidad de un destino fijado de antemano, sino que así desde la planta que germina y crece para producir fragantes flores y frutos abundantes, hasta los astros que ruedan en el espacio azul, obedece cada cosa a una ley natural y contribuyen todas juntas a la autonomía del Universo, de igual modo cada ser viviente cumple con un deber apropiado a las miras del Supremo Artífice, con la sola diferencia de que los irracionales lo cumplen sin saberlo, bastándoles la fuerza del instinto, y los hombres estamos dotados con la razón, la voluntad y el sentimiento para proponernos y esforzarnos en llenar esa misión, importante ó humilde pero indispensable en la vida, ora la fe religiosa nos la presente como impuesta por El, ora la vemos como nacida en nuestro espíritu; de todos modos, señores, directa o indirectamente, procede quien ha creado y organizado el Universo, imprimiendo donde quiera cual inmortales huellas los prodigios de su sabiduría. (Aplausos). Y cuán noble, cuán afortunada misión, señores, la del señor Romero, que ha devuelto los atributos insignes de la humanidad a tantos seres que se hallaban segregados del concierto universal y que han entrado de nuevo, puede decirse, a poseer la conciencia de sí mismos y a saborear los inefables goces de la vida (Aplausos entusiastas). Por eso dije al comenzar que los hechos con su muda pero insuperable elocuencia proclaman mejor que mis palabras la justicia de esta demostración de gratitud. Los retratos del Presidente de la República, General Crespo, con cuya ayuda eficaz ha logrado Romero la curación de los enagenados, y su propio retrato, merecen conservarse en esta sala cual preciadas joyas, de la misma manera que vive el recuerdo de ambos en la memoria y en el corazón de los que han vuelto por ellos a pensar y a sentir! (Prolongados aplausos). (De La Nación, número 135).
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Los enajenados de Los Teques a los cuales Telmo Romero aplicaba un hierro candente en el cerebro. Obsérvese la venda sobre la frente de algunos “descocados”.
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Enfermos de elefantiasis del Hospital de Lazaretos de Caracas
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LA DEVOCIÓN MARIANA PRESENTE EN EL EXPOLIO DEL OBISPO MARIANO MARTÍ. PROVINCIA DE VENEZUELA. 1792 Laura Febres (*)
En el caso del levantamiento de los bienes del obispo Mariano Martí que hacen el Capitán General y el Intendente de Venezuela en 1792 por motivo de su muerte, encontramos referencia a las devociones marianas practicadas en los albores de la Independencia americana. En la imagen de María se refleja el imaginario que representaba en ella las virtudes deseadas por el conglomerado social de la época, y en algunas de sus representaciones, las idealmente practicadas por un estamento social concreto, el de los criollos. Según Juan Antonio Marvall, en su libro La cultura del barroco, “...lo que el teólogo y el artista hacen responde a un planteamiento político, si no en cuanto a su contenido, sí estratégicamente”.1 En este documento podemos encontrar diversas formas de expresión de esta devoción que analizaremos separadamente en este trabajo. Las fiestas que le eran dedicadas en el calendario anual, los libros que el Obispo tenía y que expresaban distintas facetas del culto mariano, los cuadros y estatuas en que se reportan sus distintas advocaciones. Ellos nos hablan mucho acerca del ambiente y la mentalidad de finales del siglo XVIII venezolano.
(*) Dra. en Historia en la Universidad Católica Andrés Bello (2000). Profesora de la Universidad Metropolitana (1987 hasta hoy). Programa Promoción del Investigador. Nivel II. 1. Marvall, José Antonio. La cultura del Barroco. p. 134. En: ZIEGLER, María Magdalena. “El discurso religioso en la pintura mariana de Juan Pedro López (Caracas, Siglo XVIII)” p. 247.
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El crítico Jaroslav Pelikan en su libro Mary through the centurias dice lo siguiente: Realizar cualquier consideración acerca de los diversos temas que tocan la figura de María nos lleva a variadas áreas de la Historia en las que ella misma es el centro, convirtiéndose así en una especie de clave interpretativa. Su importancia, en este sentido, no depende de la creencia religiosa del observador, pues para quienes no creen en ella o simplemente no puedan hacerlo, igualmente deben considerar la fe de otras épocas a fin de comprenderlas2. En el caso particular de Venezuela, la importancia que ha tenido la Virgen María a través de su Historia ha sido esbozada por el Hermano Nectario María en su prólogo “La Virgen y Venezuela”, escrito en su libro Historia de la Virgen de Coromoto,3 del cual hablaremos más adelante; y es confirmada por los catecismos donde se enuncia la definición4 de su virginidad y las oraciones5 que tenían que ser recitadas en su honor. Como sabemos, los catecismos fueron una de las formas más importantes de ideologización del pueblo con que contó la iglesia católica. Sin embargo, la imagen de María era tan poderosa para los americanos que se resalta en ellos su papel de mediadora ante la divinidad. Asimismo, se expresa que María es la más importante de
2. PELIKAN, Jaroslav. Mary through the centurias. p. 215. Traducido en: ob.cit.: p.63. 3. En: Virgen de Coromoto. Patrona de Venezuela. p. 1-11. 4. En 1645 en el libro Catecismos católicos de Venezuela Hispánica (Siglos XVI –XVIII) Tomo I, Recopilación de Rafael Fernández Heres, se da una explicación de la virginidad de María: D. ¿Cómo fue de nuevo concebido, siendo eterno? M. Tomando cuerpo y alma racional, no por obra de varón, sino milagrosa. D. ¿Cómo se llama Dios hecho hombre? M. Llámese Cristo y Salvador de los hombres. D. ¿Cómo pudo nacer de Madre Virgen? M. Sobrenatural y milagrosamente, como fue concebido. D. ¿Su madre vivió después siempre Virgen? M. Siempre fue Virgen, porque a la grandeza del Hijo de Dios pertenecía que habiendo de tener Madre fuese Virgen antes del parto, en el parto y después del parto. p. 202. 5. Desde el año 1576 en el libro antes citado figuran dos oraciones dedicadas a la Virgen María en estos catecismos: “El Ave María que compuso el ángel San Gabriel y la Iglesia”… y La Salve Regina compuesta por la Iglesia. p. 182 El Resso Cotidiano en Idioma Cumanagoto compuesto por el R..P.Fr. Diego de Tapia. 1752. Está dedicado a la Virgen María
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los santos, mas en ningún momento la divinidad misma. Este énfasis revela que probablemente si no se destacaba así, expresamente en los catecismos, le podría quitar el primer puesto a la divinidad. Y en la práctica religiosa de los americanos coloniales este robo era un hecho notorio6. Algunos de estos catecismos y oraciones fueron traducidos a lenguas indígenas7 y en ellos también se pone de relieve la figura de María. Citaremos un ejemplo de esto en el siglo XVIII, concretamente en 1752: el “Resso Cotidiano en Idioma Cumanagoto” compuesto por el R.P. Fr. Diego de Tapia: =Dedicado= A la Soberaniss. a Emperatriz de Cielos, y tierra María Santiss.a Madre y Señora nuestra en el Glorioso Misterio de su Concep n. Puríss .a8 El ataque que a esta imagen hicieron los protestantes en Europa propició el incremento de su culto en la Contrareforma, y en particular en la orden jesuítica, muy respetada por el obispo Mariano Martí, incluso después de su expulsión de los dominios de América en 1767. Más tarde, su culto tampoco iba a ser auspiciado por las Reformas Borbónicas, las cuales, en su lugar, propiciaron la utilización de la imagen de Cristo en la Cruz y la de San José.
6.
M.Y Santa María la Madre del Hijo de Dios dá también la gracia? D. No la dá. M. Porqué? D Porque folo Dios es el Autor de la gracia. M. Y Santa María y los demas Santos, porqué refpeto fe llaman Santos? D. Porque fon del Cielo, y ven a Dios. M. Y Santa María Madre de Iefu Chrisfto, es mejor que los demas Santos? D. Si, es mas buena. M. Porqué? D. Porque ama á Dios mas que los demas Santos. Fernández Heres, Rafael. Catecismos católicos de Venezuela Hispánica Tomo I (Siglos XVI –XVIII), pag. 259. Termina este libro su tomo III subrayando el culto a que nos referimos con las Coplas compuestas por Fray Juan de Moro en honra y gloria de María Santísima, tomadas de la Historia de Nueva Andalucía de Fray Antonio Caulin: “Eres Divina María/ como Aurora, Luna, y Sol,/ Fuente de todas las luces;/ gracia á Dios, gracias á Dios. ….”
7. En el caso concreto de Venezuela en el siglo XVIII podemos citar Confesonario más Lato en Lengua Cumanagota por Fr. Diego de Tapia. 1723, El Resso del mismo autor citado arriba, Doctrina Cristiana y Confesionario en lengua Achagua (Anónimo). 1762, Doctrina Cristiana en lengua Arauca. 1765, Doctrina Cristiana en lengua que llaman Sáliva, 1790. Tomo III. Indice General. 8. Tomo III, p. 233.
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Pensemos, por ejemplo en el auge que adquirió el culto a la Virgen de Guadalupe, así como otras expresiones marianas, y su fuerte permanencia entre la población, no obstante que las iniciativas oficiales de la Iglesia buscaban regular las advocaciones, intentando disminuir el crecido número de figuras veneradas y centrar la atención en las figuras de Cristo y San José.9 Sin embargo, el obispo Martí no fue como otros obispos de las colonias españolas, como es el caso de don Antonio Bergosa y Jordan, Obispo de Oaxaca, defensor de las Reformas Borbónicas.10 Mons. Mariano Martí decretó la creación de cerca de 20 escuelas. Toda escuela debía tener “una imagen de la Virgen o un santo”.11 Esto demuestra que Mariano Martí no siguió las Reformas Borbónicas ni en el caso de María ni en el de los Santos, ni en el veto completo que decretó la Corona a la obra de la Compañía de Jesús, y en este sentido lo podemos considerar como representante de la parte tradicional de la Iglesia, que tampoco las tomó en cuenta. De allí la gran oposición que tuvo por parte del clan familiar del Intendente Esteban Fernández de León, quien representaba, junto con su hermano el eclesiástico Lorenzo Fernández de León, los intereses de la Corona Borbónica en Venezuela: No era de esperar que la Iglesia tradicional legitimase a un Estado que la desplazaba en forma irreversible de sus privilegios tradicionales; por afrancesado (Ilustración antieclesiástica y atea), por irreverente (el control del famoso exequátur, expulsión de los jesuitas, supresión de la inquisición, etc.) o por expoliador de los bienes eclesiásticos (diferentes formas de desamortización), el Estado Borbónico fue visto por esta facción eclesiástica con prevención, cuando no con franca hostilidad.12 La antigua relación entre trono e iglesia, tal como se había mantenido durante trescientos años, se estaba fracturando, lo que significó un duro golpe 9. GUTIERREZ, Román. Las Reformas Borbónicas y el nuevo orden colonial. Zacatecas, p. 13. 10. SALAFRANCA Y VAZQUEZ, Alejandro. La pastoral ilustrada y las reformas Borbónicas. El caso de Don Antonio Bergosa y Jordán, Obispo de Oaxaca. 2006. 11. LEAL, Ildefonso. El primer periódico de Venezuela y el panorama de la cultura del siglo XVIII. p. 89. 12. GONZÁLEZ M., José Luis. Encrucijada de Lealtades, Don Antonio Bergosa y Jordán. Un aragonés entre las reformas borbónicas y la insurgencia mexicana. (1748-1819). p. 339.
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al imaginario que había concebido al Monarca como representante de Dios en la tierra. La necesidad económica de la Corona estaba despojando a la Iglesia de su papel protagónico en el control social de la población. Por lo tanto, este clima: …proporcionó el marco conceptual para un desafío al orden colonial y para la búsqueda de un nuevo pacto con la divinidad que permitiera a los rebeldes vivir bajo una nueva ley y un nuevo rey.13 La imagen de María estaba estrechamente relacionada a la imagen de la Iglesia. Empero, María como ARQUETIPO, implica un completo programa para la actitud moral de los miembros de la Iglesia, pues como tal representa su esencia más íntima y su figura personal hace a la Iglesia más cercana al hombre. La multiplicidad de la Iglesia estaba contenida en ella. En otras palabras, la Iglesia está tipificada en la figura de María.14 Esta como aquélla debía cobijar afectivamente en su seno a todos los católicos, y protegerlos, independientemente de sus pecados y de su ignorancia. Debía conservar, entonces, su papel protagónico en la devoción de los fieles. Las Reformas Borbónicas, aunque no iban directamente en contra de la imagen de María, trastocaban las manifestaciones del orden en que los fieles estaban acostumbrados a creer al arrebatarle a la Iglesia, que estaba representada en María, como dijimos antes, los privilegios que ésta detentaba. Porque Para esas masas el privilegio eclesiástico no era mero asunto político, sino la manifestación del carácter sagrado de sus sacerdotes y atentar contra él era promover resentimientos contra el gobierno irreverente.15
13. CASTRO GUTIÉRREZ, Felipe. Nueva ley y Nuevo Rey. Reformas Borbónicas y Rebelión popular en Nueva España (1767). p. 275. 14. ZIEGLER, María Magdalena.“El discurso religioso en la pintura mariana de Juan Pedro López (Caracas, Siglo XVIII)” p. 105. 15. GONZÁLEZ M., José Luis. Encrucijada de Lealtades, ... p. 340.
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Sin duda, el expolio del obispo Mariano Martí es testimonio de la devoción mariana de la provincia de Venezuela, donde las intenciones borbónicas, muy a tono con el iluminismo francés del siglo XVIII, no atentaron totalmente contra el fervor popular de la población. La fundación de una obra pía en honor a María El obispo Mariano Martí encomienda su vida del más allá en manos de María. Funda una obra pía en la cual deberían decirse perennemente misas por su alma en todos los días en que el calendario católico rindiera culto a la Virgen María, por lo que tenemos un registro detallado de estas fiestas con las distintas advocaciones que eran veneradas por los habitantes de la provincia de Venezuela de finales del siglo XVIII. Folio 69 vto. Que el capellan sea obligado a celebrar y aplicar missa por nuesttra alma … (Folio 70) …….en las dicha capilla dela casa de exercicios y sino pudiere en ella la celebre en qualqura Yglesia como sea en Alttar dela Virgen Santtísima en todos los días, en que nuestra Santta Madre Yglesia, manda celebrar y solemniza fiestta en honra dela misma santtísima Virgen Maria nuesttra se ñora, que hastta ahora son los siguientes: el dia ocho Diziembre la Ynmaculada con cepcion el dia diez de dicho mes la Santta Cassa Laurettana el dia diez y ocho de febrero la purificación. La feria sexta por Dominicam pationis, los siette Dolorez: el dia veinte y cinco de marzo la Anun ciacion. El veintte y quattro de abril, el titulo de Guadalupe. El dos de julio la Vicita cion. El diez y ocho del mismo mes el titu (Folio70 vto.)
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lo del Carmen; el cinco de agostto el ti tulo de Nievez; el quince del mismo mes la asumpcion; el ocho de septtiembre la Nattividad. La Dominica infraoctava el Santtissimo nombre de Maria.. La Do minica tercera del mismo mes los dolorez; el dia veinte y quattro del propio mes de septtiembre el titulo de Merced; La Dominica primera de octtubre el titulo del Rosario; el doce de estte mismo mes, el ti tulo del Pilar de Zaragoza; La Dominica segunda de noviembre el pattrocinio; el dia veintte y uno del propio mes de novi embre la presenttación; y el veintte y seis del mismo mes el desposorio; que todas has tta ahora alcanzan a veintte; y si algu na delas expresadas festtividadez se transfirie re se celebrará la misa en aquel dia a que fuere trasladada.16 Todas estas fiestas nos hablan de cómo el hombre religioso de finales del siglo XVIII en Caracas distribuía su simpatía hacia advocaciones distintas de María. Ella era una presencia indiscutible cuyo predominio difícilmente se compartía con otros intereses, incluso provenientes de la carestía de la vida material. Si esto sucedía, todas las dificultades, si no eran resueltas por ella, eran encomendadas, ya que las resolvería cuando su intercesión ante el altísimo lograra la consecución de la súplica. La casa de ejercicios donde se dirían las misas por el descanso del alma del Obispo arriba mencionadas está calificada de obra pía, como la denomina el documento de su fundación. “La Obra Pía era una fundación, generalmente de carácter benéfico, en la que se establecían una serie de servicios pia-
16. Testimonio de los autos de Imbentario, y expolio de los bienes que quedaron por fallecimiento del Ilstmo Señor Don Mariano Martí dignísimo Obispo que fue de esta Diócesis. Juez El Presidente, Governador, Capitan General Vicepatrono Real, Escribano Don Gabriel Jossef de Aramburu. Vino con carta del Presidente de la Audiencia de Caracas 17 de Agosto de 1792 en ciento cinquenta y cinco foxas”. Achivo de Indias. Sección: Real Audiencia de Caracas. Legajo 329.
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doso-asistenciales más o menos amplios sobre una base patrimonial, fijando también las condiciones, los beneficiarios y el funcionamiento. Los bienes que se destinaban a tales instituciones formaban un todo indivisible que pasaba a formar parte del patrimonio de la Iglesia como propiedades vinculadas, por lo que, en la mayor parte de los casos, no se podían enajenar sin el permiso de las autoridades eclesiásticas.” De la obra pía que estamos estudiando habría que rendir cuenta de su funcionamiento cada año. (Fol. 72 vuelto) presentandola cada año antte nos o nuestros subcesorez pa ra su examen y aprovacion (como es de derecho que todos los administradores de (Folio 73) Obras-pias den sus cuenttas cada año); 17 Tenía esta obra pía una serie de características particulares que describiremos a continuación. Llama la atención el grado de detalle en que son descritas éstas en el documento que nos habla con creces de los distintos aspectos de la religiosidad de la Caracas colonial. Creemos que el Obispo pensaba cubrir con ella una necesidad de la iglesia venezolana, a saber, que los clérigos tuvieran un lugar apropiado para entrenarse y reflexionar acerca de su vida religiosa, como veremos más adelante. En primer lugar la obra pía está protocolizada mediante un documento donde el Obispo le pide permiso formalmente al Capitán General para su fundación en el sitio de la ciudad que le pertenece y donde se celebrarán los ejercicios espirituales y el sacrificio de la misa para que los fieles “se aprovechen de tan altto y grande veneficio”: (Folio 66) Señor Governador y Capitan General Dn. Ma nuel González. Mui señor mio: respectto a que esttoy formalizando la cassa que en esta ciudad tengo desttinada para exercicios espirittualez, y que en ella debe haver una 17. Ibid.
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(Folio 66 vto.) capilla, en que se celebre el santto sacrificio dela Misa para que los exercittanttez y ottros que concurren se aprovechen de tan al tto y grande veneficio. Suplico a Usia se sir va acceder por su partte como Vice Pattro no Regio al exttablecimientto dela enunciada capilla, presttando su licencia si fuere del agra do de Usia a conttinuación de estta, como assi encarecidamente selo suplica en Caracas a veintte y tres de noviembre de mil setteci enttos ochentta y quattro, su mas seguro ser vidor, attentto Capellan. Mariano Obispo de Caracaz. (Al margen : Licencia) Ylusttríssimo señor concedo como vice Patrono Regio la licencia necesaria, para el establecimientto delas capillas que se ex presa. Caracas veintte y quattro de No viembre de mil settecienttos ochentta y qua ttro. Manuel Gonzalez. (Al margen: Prosige) Por quantto usando delas facultadez que (Folio 67) nos competen por los documentos sobre referidas, esttablecemos, y fundamos una cassa de exercicios espiritualez, que es la misma que poseemos con ottras en la calle de la Palma, por donde se ba al Guaire, bajo las sircunsttanciaz prevencio nes y dispocisiones siguientez.18 En primer lugar, debía estar bajo la responsabilidad de un capellán cuyo perfil y habitación viene descrito en el mismo documento de la fundación. No podía ser un seglar, debía ser un sacerdote y distinguirse por cualidades
18. Ibid.
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morales como la honestidad, muy necesaria para la administración de la casa de ejercicios que describiremos a continuación. (Folio 67) 1.Que el capellan que nombraremos o nom braren nuesttros subcesores sea amovible admittum, y haya de ser precisamentte sa cedortte anttes de dicho nombramientto, y de aquellaz calidadez, y sircunsttanciaz de pro vidad, y demaz que se requiren para los fines que se refieran.19 En segundo lugar, luego de las exigencias morales que se le piden al Capellán, también debía tener rasgos de carácter como la suavidad y la dulzura que no dejan de ser dos de las cualidades que caracterizan las virtudes atribuidas a la Virgen María. Debía hacer ejercicios de estos rasgos de carácter en el trato con los que acudieran a dicha casa. También las personas que decidieran acudir a estas prácticas debían ser obligatoriamente recibidas por la casa de ejercicios sin ponerles pretexto alguno y se les designaría el “aposento” o habitación que desearan. (Folio 67) sin (Folio 67 vto.) que sea necesario ruego ni suplica algu na de dichas personaz, pues deberan ser ad mitidas librementte en dicha cassa por el referido capellan, sin ponerles estte con pre ttextto alguno, reparo ni obligacion que les rettrai ga de la inttencion, e idea de hacer los exerci cios en la referida cassa, anttes debera mos trarse gusttoso y complacido de estta resoluci on y les señalara el apocentto que ellos quie ran, o paresca mas oporttuno a dicho cape llan, quien debera poner todo cuidado en no disguttar a alguno delos exercittanttez ni 19. Ibid.
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reprenderlos sino en aquello que lugar es dig no de correccion, y adverttencias, y aun en es tte casso lo hara consuavidad y dulzura.20 Al Capellán se le deja la libertad en el documento acerca de cuántas misas puede decir, aparte de las veinte dedicadas a María, ya mencionadas al principio, que son obligatorias. La misa la debe decir en la capilla de la casa de ejercicios para los “exercittantez”. En ella debe también administrar los sacramentos de la confesión y la comunión. Puede delegar esta tarea en otro sacerdote si lo considera oportuno. Se le ordena en el documento de la fundación de la obra pía dirigir los ejercicios espirituales. Si llegara a enfermar, debe buscar a algún sacerdote “idoneo” que lo sustituya en estos oficios y que previamente sea aprobado por el obispo Mariano Martí o por sus sucesores. Folio 68 3.Que el dicho capellan deberá dirigir los exer cicios, y celebrar Missa en la capilla de dicha cassa a hora compettente que la oigan los exercittanttez quedandole libre la inttencion, para aplicar las Misaz por quien quisiere, assi celebrandolas el como por su encargo ottro sacerdotte, menos en aquellos dias que abajo asignaremos. Y en casso de enfermedad, u ottro grave impedimentto por el qual no pudiere dirigir los exercicios el supra dicho capellan deberá poner otro sacerdotte que sea idoneo, y de su sattisfacci on, y tambien de nos, y delos obispos (Folio 68 vto.) nuesttros subcesorez, siendo tambien dela obligacion de referido capellan adminis trar el sacramentto de la penitencia alos Exercittanttez que quisieren confesarse con el, y consagrar algunas partticulaz, pa 20. Ibid.
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ra administtrarles despues dela sagrada comunion.21 Se le destina una casa para que viva al lado de la casa de ejercicios. La misma se comunicará con esta última por medio de una puerta, de manera que el Capellán pueda ejercer las funciones antes mencionadas con holgura. (Folio 68 vto.) 4. Que dicho capellan tenga obligacion de vivir en la cassa que tenemos conttigua ala referida de exercicios, para esttar mas prontto ala direccion de esttos, y alo demas que en ellos ocurriere, comunicandose para estte fin, por una puertta escusada de una a ottra cassa.22 El Capellán, a su vez, se deberá encargar de pagar los gastos de la misa como el pan, el vino, los ornamentos para decirla, la cera para la iluminación de la capilla donde se leerán textos sagrados. Llama la atención la importancia dada a la iluminación del sitio en esta cláusula, que se hacía mediante velas de cera, cortas para el altar y largas, de sebo, para los exteriores e interiores de la capilla. Deberá responder también de su aseo, que consistirá en mandar a barrer la capilla una vez por semana. Además del aseo, el Obispo se ocupará de dejar sentado en el documento la forma en que se protegerá de la seguridad y privacidad de la obra pía, y por eso hace énfasis en que siempre se deberá tener cerrada la puerta de la entrada. (Folio 68 vto.) 5. Que por ahora, enttre tantto que se sepa del productto delas las casas o bienez que bamos aplicando a dicha Fundacion de exer
21. Ibid. 22. Ibid.
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cicios, o que ottra cosa dispucieremos sea del cargo del capellan, costtear pan, vino cera y ornamenttos, para las misas textdo . d.nove (Folio 69) que se celebraren en la capilla de dicha cassa, y tambien la cera para las cortaz lucez que necesittaren en el Altar, y en las lectturra de algun libro devotto, y demas fun cionez de dichos exercicios en la referida ca pilla, y tambien poner algunaz lucez de noche (que podran ser de sebo) en los lugarez publicos de dicha cassa, para que no estte obscura expecialmentte en los trancittos de unas parttez a ottraz, y lugarez mas preci sos y mandar barrer dicha cassa a lo menos una vez a cada semana para que siempre esste con aseo y limpia.23 Aunque la siguiente cláusula se inicia diciendo que los ejercicios podrían ser tanto para los clérigos como para los seglares, se ve el énfasis que se pone en los ejercicios destinados a los primeros y, dentro de este grupo, a los recién ordenados sacerdotes. A ambos el Capellán debía dar una atención especial, no sólo dirigiéndolos, sino concediéndoles por lo menos una prédica diaria. La casa estaba dirigida fundamentalmente a la realización de ejercicios por parte de los clérigos caraqueños: (Folio 69) 6. Que respectto a que estta cassa estta desttinada para exercittanttez assi ecleciasticos, como secularez, o juntos, o separados, que los haran ya por debocion ya por obligacion, como son los ordenados, y otros en algun casso expe cial, y que por consiguientte sin embargo de que el capellan debe poner siempre to
23. Ibid.
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(Folio 69 vto.) do cuidado ha ser mayor quando ha gan los exercicios un numero compettentte de ordenados, o de ottros exercittantez ecle ciatticos o secularez, debera el referido cape llan a mas dela direccion de dichos exercicios hacer alo menos una plática cada día por la mañana o por la tarde sobre los puntos o matteria que se hubiere de medittar, y aunque no sea maz que un solo exercittan tte deberá dicho capellan por lo me nos el primer día hacerle una plattica para adverttirle la disttribucion de tiempo en los exercicios, y la eficacia de esttos para enmienda de la vida, y costumbrez que es el fin a que se dirigen. Y assi mismo de berá dicho capellan dirigir los exercicios qe cada año se dan alos clerigos en estta ciudad.24 Por todas estas responsabilidades se le pagarán al Capellán 300 pesos anuales y 50 pesos a la persona que lo ayude en el cobro de los alquileres que sustentarán los gastos de la casa. A partir de la cláusula 7 el documento de la Fundación pasa a describir los aspectos económicos que sustentarán la obra pía. El obispo Mariano Martí piensa que, con el suceder del tiempo, el Capellán puede contraer obligaciones con otras Fundaciones que puedan suministrar nuevos ingresos a esta obra pía. Esto no bajará el sueldo del Capellán de 300 pesos; pero estos nuevos ingresos se invertirán en beneficio de la obra pía y no del Capellán. (Folio 71) 8.Y por que es justto, y mui devido que el Capellan por esttas obligacionez y trabajo tenga alguna rettribucion, y recompenza con que pueda ayudar a su decente manutten
24. Ibid.
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cion, y subsisttencia le se帽alamos para su havittaci贸n la sobre referida casa que estta conttigua alos exercicicos, y tambien le asignamos trescienttos pesos anualmen tte que deben percibir delas rentaz que tubiere dicha cassa de exercicios cuya annual contribucion cesar谩 en parte, 贸 en todo a arvittrio nuesttro, y de nuestros subcesorez, y si algun bien hechor dejare al guna piadoza fundacion a favor de dicho Capellan, si bien que en qualquier casso no ha de bajar su rentta de dichos trescienttos pe sos, y havida concideracion a las cargaz que se impucieren en la tal fundacion de dhos bien hechores, y en estte caso la partte el todo dela rentta de dicho Capellan que (Folio 71 vto.) cesare por ottra dottacion partticular como queda dicho se aplicara al mayor aumento, y perfecion dela mensionada ca sa de exercicios. 9. Y para la esttavilidad, y firmeza de estta fundacion de cassa de exercicios, y sattis faccion delos censos a que estta se halla afec tta, como tambien para el cumplimien tto de sus cargaz assi en la paga delos supra dichos trescienttos pessos como de otras obli gaciones, desde ahora donamos, cedemos, y transferimos a favor de dicha fundacion de exercicios espiritualez, assi la casa prin cipal con su capilla, y la que ala partte del Nortte estta conttigua, y tenemos desti nada para vivir el capellan como tam bien siette cassas tiendaz que esttan alli im mediattaz, y ottras veintte mas que estta mos consttruyendo en la Plaza o calle de San Juan por donde seba al Rio Guay (Folio 72)
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re y Pueblo de la Vega, que todas son nues traz, poceemos con lexitimos titulos de las qualez y ottras casas, o bienes que fue remos agregando, y cediendo a favor de dicha fundacion de exercicios, queremos sea su administtracion principal a cargo del mis mo capellan que podra cuidar por si mis mo, o nombrar algun sugetto que cuide dela subsisttencia de dichas cassaz, y co bro de sus alquilerez, y demas ingresos pa ra que de ellos ottraz renttaz que tubie re libre dicha fundacion de exercicios se saquen en primer lugar todaz las can tidades necesariaz para los reparos de todas las referidaz casas de exercicios y sus agregadaz. Y despues de asegurada la subsisttencia en lo matterial de dichas ca saz se sacaran del fondo de estta admi nisttracion, los trescienttos pesos asignados a dicho capellan, y tambien algun sala (Folio 72 vto.) rio compettentte y moderado para el suge tto que corriere con la cobranza de los alquile rez, y con las agencias y dispocisionez de re parar los edificios o fabricas para evitar su ruina.25 Para ello el obispo Mariano Martí entrega “assi la casa principal con su capilla, y la que ala partte del Nortte estta conttigua, y tenemos destinada para vivir el capellan como tambien siette cassas tiendaz que esttan alli immediattaz, y ottras veintte mas que esttamos consttruyendo en la Plaza o calle de San Juan por donde seba al Rio Guayre y Pueblo de la Vega, que todas son nuestraz” (fol 71 vlto y 72), para que con sus alquileres sustenten los gastos de la casa de ejercicios fundada.
25. Ibid.
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La obra pía es legada a los obispos de la Provincia de Venezuela que lo sucederán, quienes deberán pagar sus gastos, sólo en el caso de que no se cubran con los alquileres mencionados. También les deja a los obispos de la Provincia de Venezuela la libertad de proceder a su arbitrio en lo futuro con la casa y los bienes que a ella pertenecen. Los cuadros, imágenes, vidrieras y estampas que representan la advocaciòn mariana Cuando Alfredo Boulton escribió su libro Historia de la pintura en Venezuela (Tomo I) consultó en el Archivo de Indias, según nos dice, los legajos 925 y 946 de la Real Audiencia de Caracas26. El legajo que consultamos nosotros fue el 329 de la misma sección. Así que el material artístico mariano reportado en este trabajo no aparece en esa obra de este autor. Tampoco aparece citado en la obra de Carlos Duarte Patrimonio Hispánico Perdido.27 De allí que estas obras marianas que reporta el expolio, existentes en la Casa Episcopal de aquella época, no aparezcan citadas en estas historias del arte y testamentaría. Encontramos citado en el expolio levantado por el Capitán General dos cuadros y ocho estampas sobre la advocación mariana de la Inmaculada Concepción, que junto con la Virgen del Rosario era la favorita de los criollos de la época. Uno de ellos grande y cuidado: (Folio 49.vto) Un quadro de pincel de Nuestra Señora de la Concepción, con su marco do rado, como de vara y media de alto28
26. BOULTON, Alfredo. Historia de la pintura en Venezuela (Tomo I). p. 415 y 416. 27. Patrimonio Hispánico Perdido. Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 2002. 28. “Testimonio de los autos de Imbentario, y expolio de los bienes que quedaron por fallecimiento del Istmo Señor Don Mariano Martí dignísimo Obispo que fue de esta Diócesis. Juez El Presidente, Governador, Capitan General Vicepatrono Real, Escribano Don Gabriel Jossef de Aramburu. Vino con carta del Presidente de la Audiencia de Caracas 17 de Agosto de 1792 en ciento cinquenta y cinco foxas”. Achivo de Indias. Sección: Real Audiencia de Caracas. Legajo 329.
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Y otro con su cañuela en mal estado: (Folio 10 vto.) Item: Una imagen de la Puríssima Comcepción, de cañuela rota.29 Además encontramos: (Folio 39) Item: Ocho estampas de papel de la Puríssi ma Concepción30 La imagen de La Inmaculada Concepción representaba parte del culto a la virginidad que profesaban los criollos abiertamente. Para ellos la virginidad debía ser objeto de múltiples cuidados para que las doncellas no se vieran en la ocasión de perderla. Ésta era el símbolo del honor de la familia criolla.
Fig. 1 La Inmaculada Concepción Oficina del Cardenal de Venezuela Colección Palacio Arzobispal
29. Ibid. 30. Ibid.
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Una de las imágenes de la Inmaculada Concepción más famosas está representada en un cuadro de tres varas de largo que se encuentra en la Sacristía Mayor de la Catedral de Caracas, ejecutada por el pintor Juan Pedro López en la segunda mitad del siglo XVIII, nacido en Caracas en 1724 y fallecido en 1787. Sólo cinco años antes de la fecha en que fue realizado el documento que venimos analizando. “En la Relación de la Visita Pastoral del célebre Obispo Mariano Martí, en la sección Inventarios de los bienes de la Catedral de Caracas, se mencionaban varias pinturas anónimas, entre las que destacaba Nuestra Señora de la Concepción con molduras encarnadas y doradas…”.31 También aparece en el expolio del obispo Mariano Martí la advocación de la Virgen del Rosario, muy venerada como ya dijimos por los caraqueños de entonces. Pintada por Juan Pedro López32 y una de las pocas que fue firmada por el pintor: “Sólo conocemos dos obras suyas firmadas y fechadas. La primera es la Virgen del rosario, antes mencionada, fechada en 1767;” (Folio 38) Item: Una imagen de Nuestra Señora del Rosario, pinttada en christtal como de media vara, nueva33 Pero no sólo aparece en el expolio la advocación a la Inmaculada Concepción y a la Virgen del Rosario, sino también otras representaciones de distintos momentos de la vida de la Vírgen María: (Folio 38) Item: Un crucifijo de espiración con su peaña, embutido en carey con una Virgen Santísima y San Juan a sus pies, de va ra y tercia de altto, muy bueno ___________ 31. BOULTON, Alfredo. Historia de la pintura en Venezuela (Tomo I). p. 177. 32. BOULTON, Historia… p. 175. 33. “Testimonio de los autos de Imbentario, y expolio de los bienes que quedaron por fallecimiento del Istmo Señor Don Mariano Martí dignísimo Obispo que fue de esta Diócesis. Juez El Presidente, Governador, Capitan General Vicepatrono Real, Escribano Don Gabriel Jossef de Aramburu. Vino con carta del Presidente de la Audiencia de Caracas 17 de Agosto de 1792 en ciento cinquenta y cinco foxas”. Achivo de Indias. Sección: Real Audiencia de Caracas. Legajo 329.
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Item: Otra de Nuestra Señora del Carmen, también de christtal del mismo tamaño, nueva (Folio 38 vto.) Item: Ottra de la Asumpción de la Santtíssi ma Virgen, pinttada en christtal con su marco de lo mismo, dorado, como de media vara _______________________________ Item: Ottra imagen de la santtíssima Vir gen con su Niño, con vidriera y mar co dorado, como de tres quarttas ________ Item: Ottra imagen de la Santíssima Virgen, pintada en christtal con su marco de lo mismo, dorado, como de media vara, al pare cer de Nuestra Señora del Populo Folio 48 Item: Dos imágenes de la Virgen Santtísi ma, en quadros de pincel con molduras doradas34 Se mencionan las vidrieras de la casa episcopal que habían estado allí por mucho tiempo, antes de que el obispo Mariano Martí se hiciera cargo de la diócesis de Venezuela en 1769. Allí también aparecen distintas representaciones marianas: Fol 152 Igualmente reparan que las vidrieras delos balcones y bentanas de la casa de la habitación del mismo Prelado;35 Las
34. Ibid. 35. Estas vidrieras y balcones no se conservan hoy en día como los describe el documento porque las fachadas del palacio episcopal fueron rediseñadas por Antonio Guzmán Blanco. Palacio Arzobispal de Caracas; El Palacio Arzobispal es una edificación colonial de Caracas, Venezuela que se encuentra entre las esquinas de Gradillas a Monjas frente a la Plaza Bolívar en el centro histórico de esa ciudad, se ubica en la Parroquia Catedral del Municipio Libertador. Fue construido en 1637 para servir de residencia a los obispos de Caracas, la estructura original solo ocupaba un solar o casona pero luego el cabildo comenzó a adquirir otras casonas próximas para expandir el palacio, la estructura ha sufrido varias modificaciones debido a los terremotos ocurridos en Caracas entre 1641 y 1812 pero se ha conservado el diseño original.
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Ymagenes dela Sacra familia y de San Joaquin que esttavan en la pared del Balcon; las de Nuestra Señora de De samparados, … las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe de Mexico, ottras del mismo titulo del Coro de Extremadura, y ottra de Nuestra Señora de Venezuela que estavan en la enttresala: … 152 vlto ottra de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura, que esta ba colocada sobre la Puerta de secre taria, .anttes de la benida del Yllustri ssimo señor Difunto, y se han consi derado siempre desde tiempos muy antiguos como adherentes al edificio algunas de ellas expecialmente, porlo que haviendose assi significado de parte de los Exponentes al actto del Inventa (Folio 153). Rio, no se incluyeron en el.36 La Virgen de Guadalupe merece una mención especial en este trabajo por dos razones, una de ellas es que todavía se conservan dos de sus imágenes en el Palacio Arzobispal de Caracas, como veremos en el siguiente punto de este trabajo. Otra razón, es el gran culto que se le profesaba en la provincia de Venezuela a esta advocación mariana: Entre 1876 y 1877 es remodelado por orden del presidente Antonio Guzmán Blanco. El 27 de julio de 1978 es declarado Monumento Histórico Nacional. 36. “Testimonio de los autos de Imbentario, y expolio de los bienes que quedaron por fallecimiento del Istmo Señor Don Mariano Martí dignísimo Obispo que fue de esta Diócesis. Juez El Presidente, Governador, Capitan General Vicepatrono Real, Escribano Don Gabriel Jossef de Aramburu. Vino con carta del Presidente de la Audiencia de Caracas 17 de Agosto de 1792 en ciento cinquenta y cinco foxas”. Achivo de Indias. Sección: Real Audiencia de Caracas. Legajo 329.
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“LA VIRGEN DE GUADALUPE: En relación con la representación de esta imagen en nuestro país, diremos que la mayoría de las Vírgenes que pudimos observar son de procedencia mexicana. El caso de la ciudad de Coro y de la Vela de Coro, en el estado Falcón, es de singular importancia porque evidencia la fuerza de extensión de esta imagen iberoamericana en territorio venezolano”.37
Fig. 2 Virgen de Guadalupe Capilla Palacio Arzobispal Colección Palacio Arzobispal
Llama la atención entre estas imágenes la de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura, distinta a la Virgen de Guadalupe de México, pues nos
37. GRADOWSKA, Anna, BENTOLILA LEVY, Raquel, HERNÁNDEZ, Carmen, NUÑEZ, ANTONIETA, PEREZ, CAROLINA. Magna Mater. El sincretismo Hispanoamericano en algunas imágenes marianas. p. 64.
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habla de un contingente de extremeños que vinieron a la conquista y colonización de Venezuela. Estaban estas imágenes citadas en el expolio en el Palacio Arzobispal mucho antes de que el Obispo fuera nombrado en ese cargo. Con respecto a la relación que existe entre ambas advocaciones marianas, se nos dice en el libro Magna Mater. El sincretismo Hispanoamericano en algunas imágenes marianas: La elección del nombre de Guadalupe resulta un tanto accidental porque responde a la necesidad de dignificar la imagen mexicana con el prestigio de una Virgen española afamada, y se eligió la advocación de la Virgen de Guadalupe de Extremadura ya que era venerada por Hernán Cortés y otros conquistadores. Sin embargo surge una inevitable contradicción, pues al tiempo que dignificaban la imagen al transfigurarla se perdía la identidad que le querían otorgar, la de una Virgen propia para la república de Nueva España. Para Edmundo O‘Gorman esa contradicción constituye la realidad del ser latinoamericano, …REFLEJO O EXPRESIÓN DE LA PARADOJA CONSTITUTIVA DEL SER HISTÓRICO DEL HOMBRE NOVOHISPANO: LA DE SER ESPAÑOL Y SIN EMBARGO DE ALGUNA MANERA SER OTRA COSA.38 La narración de su aparición en México la comunicaremos a continuación, para que luego podamos contrastarla con la narración de la aparición de la Virgen de Coromoto, Patrona de Venezuela, quien se aparece al cacique de los Indios Coromotos ciento ochenta años después. Juan Diego subió a la cumbre del cerro y se asombró muchísimo al ver tantas y exquisitas rosas de castilla, siendo aquel un tiempo de mucho hielo en el que no aparece rosa alguna por allí, y menos en esos pedregales. Llenó su poncho o larga ruana blanca con todas aquellas bellísimas rosas y se presentó a la Señora del Cielo. Ella le dijo: «Hijo mío, esta es la prueba que llevarás de parte mía al Sr. Obispo. Te considero mi embajador, muy digno de mi confianza. Ahora te ordeno que sólo delante del Sr. Obispo 38. GRADOWSKA, Anna … Magna Mater. El sincretismo Hispanoamericano en algunas imágenes marianas. p. 53.
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despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás todo lo que viste y admiraste para que puedas inducir al prelado, con objeto de que se construya el templo que he pedido». Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del obispo le dijo: «Señor, hice lo que me mandaste hacer: Pedí a la Señora del Cielo una señal. Ella aceptó. Me despachó a la cumbre del cerro y me mandó cortar allá unas rosas y me dijo que te las trajera. Así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides, y cumplas su voluntad. Helas aquí». Desenvolvió luego su blanca manta, y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la Virgen María, Madre de Dios, tal cual se venera hoy en el templo de Guadalupe en Tepeyac. Luego que la vieron, el Sr. Obispo y todos los que allí estaban se arrodillaron llenos de admiración. El prelado desató del cuello de Juan Diego la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo y la llevó con gran devoción al altar de su capilla. Con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón por no haber aceptado antes el mandato de la Señora del Cielo.39
Fig. 3 Reliquia de la Virgen de Coromoto Santuario Nacional Templo Votivo de la Virgen de Coromoto 39. http://www.churchforum.org.mx/santoral/Diciembre/1212.htm
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La imagen de Nuestra Señora de Venezuela se refiere a la Virgen de Coromoto. En legajo levantado por la Intendencia acerca del levantamiento de los bienes del obispo Mariano Martí, se le entrega al Escribano Interino de la Real Hacienda, Josep Ravelo, una estampa de la Virgen de Coromoto y un Rosario como testimonio de su asistencia a los autos de Inventario ese día: …ni el escribano de la Real Hacienda por no haber venido, pero a continuación se puso la noticia, de que en aquel estado había llegado dicho Señor Prevendado, y para comprobación de mi asistencia manifiestto AVM que el mismo Señor Asesor general, tomó del oratorio de su ILTMA, una estampa de Nuestra Señora de Coromoto, y me la entrego, y el Señor Prevendado D. Ignacio Herrera, un Rosario de Jerusalen, con su cruz de Palo, expresándome hallarse con bendiciones.40 El culto a la Virgen de Coromoto tuvo extraordinaria fuerza en la época de la colonia venezolana y se mantuvo así hasta el año 1792, época en que es redactado el documento que venimos analizando. De tal importancia es este culto que aún hoy, en la Venezuela de nuestros días, continúa vigente. Éste se inicia en 1652 como un mito fundacional de la religión católica entre los indios Coromotos. En él abunda el agua en función simbólica relacionada abiertamente con el bautismo de los indios y también se expresa la oposición de estos a pertenecer a la nueva religión. Rechazo que se manifiesta con violencia en el relato de la aparición que resumimos a continuación: “Cierto día de la segunda mitad del año 1651 o de la primera de 1652, el Cacique de los Coromotos, en compañía de su mujer, se dirigía tranquilamente a una parte de la montaña en donde tenía una tierra de labranza. Al llegar al cruce de una quebrada o de algún río, una hermosísima señora de belleza incomparable se presenta a los indios, caminando sobre las cristalinas aguas de la plácida corriente…. Francisco Depons agrega: «También vieron a la Santísima Virgen repetidas veces varios hijos de los indios…» 40. “Testimonio de los Autos formados en el Tribunal de la Intendencia de Caracas, sobre la seguridad de los bienes correspondientes al Expolio del Iltrmo Obispo difunto D. Mariano Martí. Corresponde a la Representación N° 150, su fecha 19 de Mayo de 1792 “en ciento y dies foxas”. fol. 25.
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El 8 de septiembre de 1652 … En su rústico pajizo bohío, el Cacique, revolcándose en su barbacoa, era el blanco de una lucha oculta, pero terrible. En su imaginación veía la quebrada…, la Gran Señora que se le había aparecido…; oía su voz, esa voz tan dulce, tan arrebatadora, cuyo solo recuerdo le alegraba el espíritu y le serenaba el dolorido corazón. Con todo, otros pensamientos trataban su melancólico y triste carácter: su orgullo, humillado por la obediencia, su desenfrenada libertad, sacrificada en la encomienda clamaban por la completa emancipación; …Habían transcurrido apenas unos instantes desde la llegada del Cacique, cuando de modo visible y corpóreo la Virgen Santísima se presentó al umbral del bohío del Cacique.41 «¡Con matarte me dejarás!»… Con todo, se lanza aún sobre la Soberana Señora para asirla de los brazos y echarla fuera…, extiende ligero las manos… y veloz hace el movimiento para agarrar a la Santísima Virgen. Pero en ese preciso instante la celestial visión desaparece repentinamente… El Cacique… tenía una mano abierta y la otra cerrada, que apretaba cuanto podía, pues algo tenía en ella; y en su corto sentir creía que era la «bella mujer» a quien había atrapado…. «Aquí la tengo cogida»… Al abrir el cacique la mano, la diminuta imagen despide rayos luminosos, que producen gran resplandor y creen los indios ser fuego natural que la Gran Señora lanza contra ellos.42 Creemos que la lectura resumida de esta narración habla por sí sola de lo problemático que resultó la aceptación de las nuevas formas de vida por parte de los indios Coromotos. El relato más pormenorizado puede ser consultado en el libro citado. La violencia con que el cacique trata a la Virgen nos sugiere incluso un acto de violación “y veloz hace el movimiento para agarrar a la Santísima Virgen.” Y luego expresa: “Aquí la tengo cogida”.43 El cacique protagonista de la historia muere mordido por “una culebra ponzoñoza” que encontró en el camino cuando “dispuso la huida rápida hacia
41. Virgen de Coromoto. Patrona de Venezuela, p. 26. 42. Ibid, p. 21, 26 y 27. 43. Ibid, p. 27.
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los montes”. Éste, al final, “Viéndose mortalmente herido, y reconociendo en eso un castigo del cielo por la pésima conducta que había observado con la excelsa señora, principio a arrepentirse clamando a grandes voces por el santo bautismo”.44 En el relato antes citado la Virgen aparece sola generalmente. No así en el documento que venimos analizando, donde, junto a la imagen de la Inmaculada Concepción en la que la Virgen está sola, aparecen también representaciones de “Las Ymagenes dela Sacra familia”, como vimos en las vidrieras antes mencionadas, y del purísimo compañero de esta doncella, San José. (Folio 37 vto y 38) Item: Ottra dicha del Señor San Jossefe con su vidriera, y marco dorado como de tres quarttas de largo, buena (Folio 10 vto) Item: Una imagen del señor San José, con su marco dorado, de una tercia de largo ___________ Lo orden en que son reportadas estas representaciones marianas, presentes en el expolio, contrastan con la violencia que suscita “La bella Señora” en el cacique de los indios Coromotos. El proceso de conquista se había terminado ya cuando el expolio es redactado (1792) y estaba en pleno desenvolvimiento cuando se narra la historia de la aparición de la Virgen de Coromoto (1652). Por eso pensamos que la Virgen María fue elemento simbólico importante que perseguía la contención de la violencia durante la Conquista y la Colonia. La presencia mariana en el Palacio Arzobispal de Caracas: la Virgen de los Desamparados Nunca hemos mencionado en nuestros trabajos anteriores que la edificación en la cual se levanta el expolio del obispo Mariano Martí se encuentra
44. Ibid, p. 29 y 30.
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todavía en pie en 2009, después de muchas vicisitudes históricas y reformas arquitectónicas que son mencionadas en el libro El Palacio Arzobispal en la crónica caraquense de Juan Ernesto Montenegro. Años más tarde (1652), logra que la Iglesia traspase un solar, pues tenía el propósito de construir una casa. …Esta casa que edificó (Bartolomé) Escoto, en el lote que le donó la iglesia, corresponde a la mitad occidental del actual Palacio Arzobispal; es decir a la porción donde se hallan la puerta de entrada, la escalera a la derecha del corredor, el patio donde se encuentra la fuente y las habitaciones vecinas. El área restante del actual Palacio Arzobispal, estaba ocupada en aquella época, por casas pertenecientes a otros vecinos. La Iglesia fue adquiriendo con el tiempo, estas últimas, a fin de extender el Palacio hasta la esquina de Las Gradillas.45 El Palacio Obispal de Caracas tuvo una importante presencia en la historia de los aspectos fundamentales de la diócesis. Ya en el siglo XVIII “Juan Francisco de León, se alojó en el <<Palacio Episcopal>>, como invitado, dada la circunstancia de que en el momento no había obispo. Las armas se apostaron en la fachada del <<Palacio>>, frente a la Plaza, por respeto al recinto episcopal… Allí permaneció despachando los asuntos de su campaña hasta fines del mes de Mayo (1749).46 En 1757 llega a Caracas el antecesor del obispo Mariano Martí, “el Ilustrísimo Diez Madroñero”, quien fue determinante en la devoción mariana caraqueña que analizamos aquí: Las carnestolendas y otras fiestas fueron abolidas; el <<Angelus>> repicaba varias veces al día; la imagen de la Virgen fue colocada en todas las cuadras principales y las procesiones se repetían a ritmo constante. Fue durante los días de Diez Madroñero que nació el célebre cuadro de Nuestra Señora de Caracas, del cual nos tenemos que valer siempre que queramos tener una visión genuina y real, de cómo era nuestra ciudad en aquellos momentos, ya que el pintor tuvo la feliz inspiración de reproducir en el lienzo el aspecto del centro de 45. Montenegro, Juan Ernesto. El Palacio Arzobispal en la crónica caraquense. p. 31. 46. p. 91.
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Caracas y su perspectiva hacia el naciente.47 Desde 1652 fue palacio obispal solamente para convertirse en Palacio Arzobispal el “16 de Julio de 1804, creando el Arzobispado de Caracas y asignándole como sufragáneos, el Obispado de Mérida y el Obispado de Guayana”.48 En este libro no se hace mención de su patrimonio pictórico y menos aún de la parte que se refiere a María. Sin embargo, éste ha sido reseñado en parte en los libros Historia de la Catedral de Caracas y en el Diccionario Biográfico documental. Pintores, Escultores y Doradores en Venezuela. Período Hispánico y comienzos del Período Republicano de Carlos F. Duarte. Además, en 1987 Eduardo Remolina Torres y María Teresa Moreno de Remolina hicieron un “Informe-Presupuesto sobre el estado actual y tratamiento de restauración a que deben ser sometidos los cuadros que a continuación se reseñan y pertenecen a la pinacoteca del Palacio Arzobispal de Caracas”. Los cuadros dedicados a María que pudimos observar en mayo de 2009 están por el orden de una decena. El más notorio, por la coincidencia entre la nominación de esa época y la que conserva hoy, es el de Nuestra Señora de Desamparados de Luis Francisco Maldonado: “Pinta un cuadro, óleo sobre tela que representa a Na Sa de los Desamparados. Al pie se halla la siguiente inscripción: <<Na Sa de los Desamparados fue hecha por el Capitán Francisco Maldonado el 8 de octubre del año 1710 y se le hizo limpieza el de 1827 el 8 de febrero >> Colección Palacio Arzobispal, Caracas. Luis Francisco Maldonado era: Maestro de pintor, Nacido y activo en Caracas entre 1704 y 1751. Con obra conocida. Pardo libre. Acaso hijo del pintor Juan Maldonado. Acaso casado con Juana Antonia Olivos.49 Hoy este cuadro ocupa un sitial muy importante en la capilla del Palacio Arzobispal. Tal como reporta el expolio, esta obra se encontraba en el Palacio Obispal antes de ser ocupado por el obispo Mariano Martí. No es reportado
47. p. 100. 48. p. 113 49. Duarte, Carlos F. Diccionario Biográfico documental. Pintores, Escultores y Doradores en Venezuela. Período Hispánico y comienzos del Período Republicano. p. 193.
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en el informe de Eduardo y María Teresa Remolina porque tal vez consideraron que no tenía que ser restaurado o no estaba en 1987 cuando levantaron el informe en el Palacio Arzobispal. Después de haber leído la historia de esta construcción, consideramos que su presencia es prácticamente milagrosa, pues a lo largo del tiempo el Palacio Arzobispal ha sufrido numerosas pérdidas en su patrimonio.
Fig. 4 Virgen de los Desamparados Colección Palacio Arzobispal de Caracas Capilla del Palacio Arzobispal de Caracas
También nos encontramos en el Palacio probablemente con uno de los cuadros de la Virgen de Guadalupe citado en este expolio. Hoy se encuentran
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dos cuadros de esta advocación en el Palacio Arzobispal,50 uno de ellos en la capilla y otro en la oficina de la Secretaría. Este último lleva la inscripción “Cabrera fecit” pero no encontramos ningún Cabrera en el Diccionario Biográfico documental. Pintores, Escultores y Doradores en Venezuela. Período Hispánico y comienzos del Período Republicano de Carlos F. Duarte. El primero de los cuadros guadalupanos está en la capilla del Palacio Arzobispal actual, es de autor anónimo y ya ha sido mostrado figura 2 de este trabajo.
Fig. 5 Virgen de Guadalupe Colección Palacio Arzobispal de Caracas Secretaria del Palacio Arzobispal de Caracas
50. El informe Remolina reporta también dos cuadros de la Virgen de Guadalupe que serán señalados más adelante. REMOLINA TORRES, Eduardo. MORENO DE REMOLINA, María Teresa. “Informe-Preupuesto sobre el estado actual y tratamiento de restauración a que deben ser sometidos los cuadros que a continuación se reseñan y pertenecen a la pinacoteca del Palacio Arzobispal de Caracas”. p. 3 y 8.
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Como dicen las autoras Anna GRADOWSKA, Raquel BENTOLILA LEVY, Carmen HERNÁNDEZ, ANTONIETA NUÑEZ, y CAROLINA PEREZ, en el libro Magna Mater. El sincretismo Hispanoamericano en algunas imágenes marianas, la mayoría de las imágenes de la Virgen de Guadalupe que se encuentran en Venezuela son de origen mexicano.51 Por eso no podemos identificar a sus pintores en Venezuela. De los primeros dos cuadros (La Virgen de los desamparados y La Virgen de Guadalupe) se nos dice que no fueron reportados en el expolio en cuestión porque pertenecían al Palacio Arzobispal antes de que éste fuera ocupado por el obispo Mariano Martí: Fol 152 vuelto Igualmente reparan que las vidrieras delos balcones y bentanas de la casa de la habitación del mismo Prelado; Las Ymagenes dela Sacra familia y de San Joaquin que esttavan en la pared del Balcon; las de Nuestra Señora de De samparados, de San Ignacio de Loyo la, de San Francisco de Asis, de San Buenaventura, de San Blas, de San Francisco de Paula, y de San Policar po; y los rettrattos de los Sumos Ponttífices Ygnocencio y Benedicto Decimo tercio que esttavan en la sala; las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe de Mexico …. son todos muebles y alhajas, que existian en la casa Episco pal anttes de la benida del Yllustri ssimo señor Difunto, y se han consi
51. GRADOWSKA, Anna, BENTOLILA LEVY, Raquel, HERNÁNDEZ, Carmen, NUÑEZ, ANTONIETA, PEREZ, CAROLINA. Magna Mater. El sincretismo Hispanoamericano en algunas imágenes marianas. “Las Vírgenes Aladas que pudimos observar en Caracas son imágenes escultóricas de origen ecuatoriano, y un buen número de imágenes de la Guadalupe existentes en Venezuela, son mexicanas.” p. 60.
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derado siempre desde tiempos muy antiguos como adherentes al edificio algunas de ellas expecialmente, porlo que haviendose assi significado de parte de los Exponentes al actto del Inventa (Folio 153) Rio, no se incluyeron en el. Pero des pues han sido quitadas por el seño Thesorero oficial Real, sin saber los Diputados con que mandatto, pues de los auttos no consta.52 No se sabe por qué el tesorero quita las imágenes para practicar el expolio, circunstancia que explica el pleito en cuestión, pero se alega a su favor que eran imágenes anteriores a la residencia del Obispo en Caracas. Es decir, anteriores al año de 1770. Se mencionan también en el expolio otras imágenes marianas que al no ser descritas con rasgos más precisos no podemos relacionarlas con las que existen hoy en el Palacio Arzobispal que, como vemos, conserva muy poco de la imaginería que tenía en 1792. (Folio 10 vlto) Una imagen de la Puríssima Comcepción, de cañuela rota _______________ Fol 38 Item: Un crucifijo de espiración con su peaña, embutido en carey con una Virgen Santísima y San Juan a sus pies, de va ra y tercia de altto, muy bueno ______________ Item: Una imagen de Nuestra Señora del Rosario, pinttada en christtal como de media vara, nueva Item: Otra de Nuestra Señora del Carmen, también de christtal del mismo tamaño, nueva 52. “Testimonio de los autos de Imbentario, y expolio de los bienes que quedaron por fallecimiento del Istmo Señor Don Mariano Martí dignísimo Obispo que fue de esta Diócesis.Juez El Presidente, Governador, Capitan General Vicepatrono Real, Escribano Don Gabriel Jossef de Aramburu. Vino con carta del Presidente de la Audiencia de Caracas 17 de Agosto de 1792 en ciento cinquenta y cinco foxas”. Achivo de Indias. Sección: Real Audiencia de Caracas. Legajo 329.
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Item: Ottra dicha del Señor San Jossef con su vidriera, y marco dorado como (Folio 38 vto.) de tres quarttas de largo, buena __________ Item: Ottra de la Asumpción de la Santtíssi ma Virgen, pinttada en christtal con su marco de lo mismo, dorado, como de media vara _______________________________ Item: Ottra imagen de la santtíssima Vir gen con su Niño, con vidriera y mar co dorado, como de tres quarttas ________ Item: Ottra imagen de la Santíssima Virgen, pintada en christtal con su marco de lo mismo, dorado, como de media vara, al pare cer de Nuestra Señora del Populo ________53 La primera imagen mariana citada en este texto puede ser relacionada con el cuadro de la Inmaculada que se encuentra en la oficina del Cardenal y que como reportan Eduardo Remolina y María Teresa Moreno de Remolina en el inventario citado más abajo, no tiene marco. En el expolio del obispo Mariano Martí la cañuela de este supuesto cuadro estaba rota, por lo que debe haber sido eliminada en algún momento de la historia del palacio, si es la misma pintura a que nos referimos. Se cita también en el expolio “Una imagen de Nuestra Señora del Rosario, pinttada en christtal como de media vara, nueva”. En el inventario citado más abajo se reporta una Nuestra señora del rosario con hábito dominico. Podría ser la misma imagen, pero en el expolio no se habla del hábito dominico. De esta imagen tenemos las medidas en el expolio y en el Inventario Remolina. Sin embargo no son las mismas, las reportadas en el expolio y en el citado informe de 1987, son distintas. En el inventario ya citado figuran todos estos cuadros dedicados a María por temas que no tienen los mismos títulos que en el expolio.
53. Ibid.
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“TEMA “CORONACIÓN DE LA VIRGEN” (Ofic. del Cardenal), MEDIDAS: 114,5 X 85,5 cms., EPOCA: 1ª mitad del siglo XIII, AUTOR: Fernando Alvarez Carneiro, SOPORTE: Lienzo. MARCO: No tiene… TEMA: “INMACULADA”. (ofic. del Cardenal), MEDIDAS: 220 X 140 cms., EPOCA: Siglo XVII, MARCO: No tiene, SOPORTE: Lienzo, AUTOR: ANÓNIMO TEMA: “VIRGEN DE LA HOZ” (Ofic.. Scria del Cardenal) MEDIDAS: 180 X 111 cms., EPOCA: Siglo XVIII, AUTOR: Anónimo, Soporte: Lienzo, MARCO: No tiene. TEMA: VIRGEN DE GUADALUPE: “Ofic. Scria del Cardenal” AUTOR: Anónimo. SOPORTE: Lienzo. MEDIDAS: 160 X 98 cms. AUTOR: Anónimo. MARCO: De factura moderna. TEMA: “NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ” (Corredor superior). SOPORTE: Lienzo. AUTOR: Anónimo. MEDIDAS: 198 X 124 cms. EPOCA: mediados del siglo XVIII TEMA: “NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE” (Ofic. Adm.) SOPORTE: Lienzo. AUTOR: Firmado Cabrera fecit. MARCO. Dorado original. MEDIDAS: 205 X 148 cms. TEMA: Nuestra señora del rosario con hábito dominico. Cuarto descanso pl. baja. SOPORTE: Lienzo. MEDIDAS: 180 X 100 cms. MARCO: Tallado moderno. AUTOR: Anónimo. Ni la “Coronación de la Virgen” ni la “Virgen de la Hoz”, ni “Nuestra Señora de la Luz”, aparecen citados en el documento que estudiamos, pero probablemente hayan sido citados con otro nombre porque no creemos que los Funcionarios del Capitán General fueran tan versados en denominaciones marianas. En cuanto a “la coronación de la Virgen”, es la única que se menciona en el informe Remolina con autor conocido y debe haber estado en el Palacio Arzobispal antes de que el obispo Mariano Martí lo ocupara. Pintada por Fernando Alvarez Carneiro.54
54. Duarte, Carlos F. Diccionario Biográfico documental. Pintores, Escultores y Doradores en Venezuela. Período Hispánico y comienzos del Período Republicano, p. 25 a 36
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Del estudio realizado sólo nos queda cierta certeza de que permanecen dos cuadros en el Palacio Arzobispal actual, de los reportados en el expolio en 1792. La Virgen de los Desamparados y uno de los de Nuestra Señora de Guadalupe. De la importancia de esta última advocación ya hemos hablado anteriormente en este trabajo, y puede corroborarse a partir de la presencia de dos cuadros dedicados a ella en el actual Palacio Arzobispal, los cuales han resistido por lo menos doscientos quince años, a pesar de muchos interesados en desplazarlos de su lugar y de restauradores poco versados en el arte del oficio. En ambos cuadros los Remolinas observaron “repinten sobre la capa pictórica”.55 La Virgen de los Desamparados se alza triunfante al finalizar este estudio. Ella subsiste y observa por la espalda a quienes visitamos la Capilla del Palacio Arzobispal. Sólo ella. En vez de las usuales representaciones de María, parece una mujer muy estilizada en traje de fiesta, y parece querer recordar a los venezolanos cuán desamparado ha estado nuestro patrimonio artístico, cuánto desinterés ha habido en conservarlo. Su sola presencia parece aconsejarnos la senda a seguir en el futuro. Bibliografìa Actas del Cabildo Eclesiástico de Caracas. (Tomos I y II). Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1963. Eduardo. El siglo ilustrado en América. Reformas Económicas del siglo XVIII en Nueva España. Caracas, Ediciones del Ministerio de Educación, 1955.
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ENTRE EL DOCUMENTO Y LA MEMORIA (*) (Reflexiones sobre la Autobiografía de José Antonio Páez) Edgardo Mondolfi Gudat (**)
La nítida división entre la Historia y la literatura reside en que la primera es de todo punto ajena al elemento juego que sirve de base a la literatura desde el primer momento y le servirá de base hasta el fin. Expresándose así, es posible hablar en la misma alentada a los que escriben la Historia y de los que investigan; del que redacta sus propias memorias y del que indaga el más remoto pasado; del cronista local y del que levanta sobre el papel el gran edificio de la Historia Universal; del esfuerzo histórico más primitivo y del más moderno. Johan Huizinga, El concepto de la Historia “Nadie es buen juez con causa propia”, nos advierte el refrán. Pero podría haber añadido “si no quiere serlo”. Que, si quiere serlo, no hay nadie mejor que uno para ser juez de sí mismo. Nadie tiene más datos y más de primera mano que uno mismo respecto de sí mismo. J. D. García Bacca, Autobiografía intelectual
(*) Este estudio fue originalmente presentado como monografía final del Seminario de Filosofía de la Historia, impartido por el profesor José Luis Da Silva en el Doctorado en Historia de la Universidad Católica Andrés Bello. (**) Escritor e historiador. Profesor en la Universidad Metropolitana y autor de diversos libros de asuntos históricos, biografías y ensayos.
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Introducción Pocos presidentes venezolanos han dejado tras sí el rastro de memorias o autobiografías que certifiquen su paso por el poder, la confesión de sus horas más oscuras o, por el contrario, de sus mayores satisfacciones al frente del ejercicio público. No hemos estado hechos de tal afición. No haber dejado nada por escrito (lo que equivale al olvido o la omisión) comporta, desde luego, ciertas ventajas históricas; el acto contrario supone y comporta riesgos, por más interesada que sea la versión que aporte el protagonista de marras. José Antonio Páez (1790-1873) fue una excepción a esta tendencia de dejar que la confusión y la desmemoria se hagan cargo de los hechos. Compuso su Autobiografía en Nueva York, aunque quizá lo único lamentable de tal esfuerzo sea que no alcanzase a cubrir los eventos posteriores a 1850, es decir, los 17 años (hasta 1867 en que escribe las tales memorias) que se sumaban a su dilatada actuación política. Como se ha dicho, le pone término en 1850, o sea, justo cuando parte rumbo a su primer exilio, aventado del país por órdenes de José Tadeo Monagas. Sin embargo sería ingenuo no pensar que aquí se desprende una clara intencionalidad, una actitud interesada que se explica por el hecho de que el mismo Páez tal vez no había querido agregar los muy controversiales años finales de su carrera política, caracterizados por su actuación en el contexto de una Dictadura, luego de dos ejercicios de estirpe republicana, como lo supuso su primera Presidencia entre 1830 y 1834 y, luego, entre 1839 y 1843. Esto luce tanto o más evidente cuanto que Páez le dedica prácticamente todo el contenido del segundo volumen de su Autobiografía a recorrer y, en buena medida, legitimar el acto refundacional de la República a partir de 1830, así como a describir el inicio y desarrollo de un Estado Nacional (supuestamente) concebido sobre los principios de la alternabilidad y del poder civil hasta el advenimiento del primer Monagas. Comoquiera que sea, allí está Páez tratando de rendir cuentas de su actuación y, a la vez, ajustando cuentas con sus oponentes y justificando los eventos de su vida pública. Como es lógico, acumula, a lo largo de sus dos volúmenes y cerca de mil páginas, innumerables razones para que entendamos su desempeño ante determinadas circunstancias, y aunque esto pueda muy bien responder a versiones interesadas, no exime al Páez autor de haber intentado una interpretación de ciertos hechos a los que vale la pena recurrir.
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Oír su voz es, en todo caso, un extraño privilegio dentro del enorme elenco de silencios que desde 1811 ha significado el paso de casi una cincuentena de venezolanos por el poder, electos o provisionales, legítimos o no. De las 346 entradas recogidas en una biblio-hemerografía expresamente encargada al Instituto Autónomo Biblioteca Nacional como parte de una antología que sobre Páez publicara Monte Ávila Editores en 1990 bajo el título de Páez, las razones del héroe (y, hasta ahora, la catalogación biblio-hemerográfica más completa y pertinente que existe sobre el personaje en cuestión), asombra constatar que no asome prácticamente ningún registro, bien en forma de artículo, ensayo o reseña, referido a la Autobiografía como tal, o que se proponga analizarla o estudiarla en algún sentido crítico. Esto excluye desde luego los dos prólogos más conocidos de la obra que estuvieron a cargo del cubano José Martí (edición príncipe, 1869) y Cristóbal L. Mendoza (edición conmemorativa del primer centenario del fallecimiento de Páez, 1973), cuyo carácter más bien informativo y general tampoco hace que sus respectivos autores se empleasen a fondo a la hora de abordar los recursos discursivos de la Autobiografía o los problemas y mecanismos intrínsecos a la misma. El asombro resulta tanto mayor cuando constatamos que se trata de un silencio que se extiende desde la fecha misma de la publicación de la Autobiografía, en 1869, hasta 1990, fecha del bicentenario del natalicio del general Páez. De este paisaje desconcertante se salva, y con mucho mérito, el esfuerzo llevado a cabo por el historiador Tomás Polanco Alcántara entre fines de la década de 1980 y fines de la década de 1990 al prologar, por un lado, la edición de la Autobiografía hecha por Petróleos de Venezuela (Caracas, 1989) y, por el otro, al dedicarle a la Autobiografía un capítulo de su José Antonio Páez. Fundador de la República (Caracas, 2000), titulado “El ambiente de la Autobiografía”. Ambos trabajos de Polanco Alcántara recogen conceptos que aportan a su vez pistas valiosas a la hora de intentar un análisis de la obra a la luz de ciertas definiciones teóricas modernas en torno a la literatura autobiográfica. La “Protohistoria” de la Autobiografía Aunque no hace mucha falta detenerse en lo tocante a la “intra” o “proto” historia de la Autobiografía de Páez, cabe, por su mucha pertinencia, traer a colación algunos de los comentarios formulados justamente por el propio Polanco Alcántara. En el marco de tales comentarios, lo primero que vale la
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pena preguntarse es cómo, y por qué, Páez se vio animado a componer esta obra. Aunque diera la impresión de que Polanco no está en capacidad de responder con exactitud a la pregunta, algunos datos pesquisados por él entre los papeles del Archivo de Páez (Fundación John Boulton, Caracas) lo llevan a concluir que ya, desde su primer exilio en Nueva York, en 1850, Páez había comenzado a tomar apuntes con ese fin. Sostiene Polanco: “Ya en esa ciudad y en la idea de sus amigos debía estar que se estaba ocupando de sus Memorias porque Hilarión Nadal, cuando en 1850 quiso explicar a José María Francia el estado depresivo del General le describe que está solo, aislado todo el día ni escribe sus memorias, ni adelanta el inglés” (Polanco, 2000, pp. 511-512). Sin embargo, el mismo Polanco habla también de que: Estando en Curazao, en abril de 1849, antes de iniciar su campaña militar, escribió a Henrique Gosling, administrador de su finca La Trinidad en Maracay, para rogarle que busque entre los papeles de su archivo “una representación que me hizo el General Santander el año de 1829 pidiéndome pasaporte para Europa” e igualmente desea que le envíe La Vida Pública del Libertador, el Diccionario Biográfico y una obra sobre Colombia en dos volúmenes. (…) Tiene premura por tener a la mano “sobre todo el manifiesto que en el año 1828 di a los habitantes del Norte sobre la monarquía” y termina: “mucho le agradecería que me mandase o me trajese todo lo que allá quede de mi archivo, pero si esto no fuera posible, mándeme siquiera el legajo de correspondencia con el General Soublette”. (…) Esas noticias comprueban la existencia de un archivo, guardado en su casa de Maracay y en el cual estaban reunidos los documentos que consideró de interés, archivo que él conocía muy bien ya que recordaba los documentos que en ese momento le importaban (Polanco, 2000, pp. 510-511). Pero lo que –a juicio de Polanco– lo estimuló definitivamente a emprender la redacción de su Autobiografía fue la aparición entre 1865 y 1866, en la misma Nueva York en la que habitaba durante su segundo exilio, de la Vida y escritos del Libertador Simón Bolívar, obra que calzaba la firma de Felipe Larrazábal. Tal se desprende de algunas referencias epistolares de aquellos mismos años, como cuando Páez le pide a Pedro José Rojas, su cercano consejero durante la Dictadura y, a partir del reciente exilio, su más allegado interlocutor, que rescatara de manos del señor Porfirio Valiente unos apuntes
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“que me pidió hace diez años”, pues le eran de mucha importancia para hacer su defensa al encontrarse atacado por Larrazábal (Polanco, 2000, p. 512). Sin embargo, hay algo curioso con respecto a esta motivación concreta que no podemos pasar por alto, y es que en el Prólogo a la Autobiografía, fechado el 19 de abril de 1867, Páez expresa el deseo de aclarar algunos juicios formulados por Rafael María Baralt y de refutar a su contradictor José Manuel Restrepo, pero en ningún caso hace la menor alusión a Larrazábal. Ya en el transcurso de la obra en sí, Páez le reserva un largo inventario de objeciones ante lo que considera sus inaceptables comentarios; pero todo lleva a suponer que la omisión deliberada que hace de su mayor detractor en las páginas reservadas a la breve introducción sólo se explica porque no quiso insistir más de la cuenta en la incomodidad que le despertaba la reciente obra de Larrazábal. Así, pues, a la hora de reconstruir el estímulo inicial, no cabe duda de que el Prólogo aporta ciertas pistas necesarias para comprender la intención que lo animaba, al tiempo de fijar también los alcances y el papel que pretendía cumplir la obra en cuestión. Sin embargo, resulta curioso que la decisión de emprender su Autobiografía se viese precedida por el adjetivo “penoso” –de “ocuparme en fin en la penosa tarea de redactar lo que me dicta la memoria y me recuerdan los documentos” (Páez, 1989, p. 23)–, como si el dueño de una vida tan dilatada y controvertida asumiera este ejercicio en la forma de una cita amarga, pero necesaria y hasta cierto punto inevitable, con el pasado. Ya hemos apuntado que Páez tuvo una clara intención de defenderse –como él mismo lo expresa en su Prólogo– de los ataques recibidos o de quienes lo denunciaban frente a circunstancias específicas en las que le correspondió actuar: “Si el deseo de dar a mi patria un documento más para su historia no fuera suficiente estímulo para hacerme emprender el trabajo que me he tomado de escribir mis Memorias, moveríame a ello la necesidad en que me han puesto mis adversarios políticos de contestar algunos cargos que me hacen con agravio de la verdad y desdoro tal vez de las glorias de la patria” (Páez, 1989, p. 24). De modo que la narrativa autobiográfica de Páez no tiene que ver solamente con el hecho de testimoniar una larga época de actuaciones sino de obrar, ante nada, por defensa y reacción. Ya, de entrada, Páez cumple así con lo que parece ser uno de los “móviles racionales” de la intención autobiográfica –la “apología”– la que, a juicio de Georges May:
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Puede definirse como la necesidad de escribir con el fin de justificar en público las acciones que se ejecutaron o las ideas que se profesaron. Esa necesidad se hace sentir de manera particularmente penosa y urgente cuando alguien piensa que fue calumniado. (…) La necesidad de justificarse, de restablecer la verdad, de corregir, de rectificar, de desmentir los alegatos calumniosos de que se ha sido objeto y víctima, es a la vez irresistible e irreprochable. Pero es pocas veces pura. Por el contrario, se la encuentra con frecuencia mezclada con intenciones menos elevadas: por ejemplo, la de glorificarse o la de vengarse (May, 1982, pp. 47-48). Puro o no en sus intenciones, a quien lea el Prólogo ya citado le queda claro que el mismo Páez se encarga de puntualizar más de una vez que fueron las hostilidades de sus contemporáneos lo que hizo necsario que emprendiera esta suerte de compensación emocional y, sin duda ,ajuste de cuentas, que es su Autobiografía. Páez vuelve nuevamente a la carga unas líneas más abajo: Gracias sean dadas a la Providencia que me ha prolongado la vida suficientemente para haber oído lo que todos han hablado y poder hablar cuando todavía algunos no han callado. Es pues mi ánimo e intención decir todo lo que sé y tengo por cierto y averiguado; corregir algunos errores históricos en que han incurrido los escritores, y sin dejar de confesar las faltas que haya cometido por error de entendimiento y no de corazón, defenderme de los ataques que contra mí ha fulminado la mala fe o el espíritu de partido, que pocas veces hace justicia al adversario (Páez, 1989, p. 24). Actor y testigo de excepción, Páez ejerce entonces la defensa de su actuación sobre la base de dos recursos que también se ha encargado de mencionar en el Prólogo: 1) la reconstrucción de los hechos derivados de la memoria y 2) la información aportada por los documentos de tipo personal (correspondencia) y oficial (proclamas, decretos, manifiestos, actas) que venía acumulando: He aquí por qué después de los afanes de una vida agitadísima, acometo hoy la empresa de abrir el archivo de mis recuerdos, de registrar los documentos que he logrado salvar de los estragos del tiempo y de las tempestades revolucionarias, y de ocuparme en fin de la penosa tarea de redactar lo que me dicta la memoria y me recuerdan dichos documentos (Páez, 1989, p. 23).
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Para completar este propósito Páez se sirve de abundantes citas tomadas de la obra de Rafael María Baralt, José Manuel Restrepo y Felipe Larrazábal, con el propósito de “corregir” algunas apreciaciones del primero, y de refutar de plano las observaciones de los dos últimos. ¿Cómo entra a funcionar entonces, en el caso de Páez, la “pretensión” de historiar los hechos de la mano de quien funge a la vez como actuante y testigo de lo que narra? A nuestro juicio, Páez reconstruye su recorrido justamente sobre la base de los dos recursos que él mismo se ha hecho cargo de enunciar en las líneas del Prólogo: la memoria que, como experiencia personal y subjetiva, viene a actuar entonces como instrumento confirmativo de una realidad, y el documento que, por su naturaleza objetiva, toma la forma de una narración y funge como “fiel” instrumento de información textual. Sin embargo, por más que Memoria y Documento sean las dos coordenadas sobre las cuales descansa la obra, ambos recursos implican una problemática particular, y es a ello a lo que apunta el resto de este ensayo.
Los problemas para definir la obra dentro de su género No obstante, antes de adentrarnos a ello, se precisa aclarar algo muy pertinente a los efectos de cualquier aproximación que se intente frente a Páez desde el momento en que elige convertirse en autobiografiado. Ello tiene que ver, ni más ni menos, que con las exigencias propias del género autobiográfico y con la necesidad de comprobar hasta qué punto la suya es una obra que se ajusta a las premisas de una autobiografía en su sentido más canónico. Existe, para comenzar, un dato contextual que contribuye en buena medida a darle sentido a esta reflexión. Según lo informa Polanco, afincándose en una cita prestada de la obra del profesor Albert Britt, titulada The great biographer: “1867 –año de la publicación de la Autobiografía de Páez– corresponde a la segunda mitad del siglo XIX y es cierto que ese tiempo (…) fue particularmente productivo de genuinas historias de vida en forma de memorias, Autobiografías y recolecciones” (Polanco, 2000, p. 509). Aún más, el propio Polanco, pero esta vez intentando reconstruir en su prólogo a la Autobiografía lo que debió ser el clima editorial que rodeaba el segundo exilio del Jefe llanero, señala: “Páez debió haber observado en las librerías de Nueva York, que no eran pocas, y en las de las otras ciudades norteamericanas y europeas que
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había visitado, la amplia oferta de estudios autobiográficos” (Polanco, 1989, p. 10). Este juicio que ve sin duda confirmado por las propias palabras de Páez cuando apunta, en el inicio de su Prólogo, lo siguiente: “Va siendo costumbre y es deber de todo hombre que ha figurado en la escena política de su patria, el escribir la relación de los sucesos que ha presenciado y de los hechos en que ha tenido parte, a fin de que la juiciosa posteridad pueda con copia de datos y abundancia de documentos desentrañar la verdad histórica que oscurecen las relaciones apasionadas y poco concordes entre sí de los escritores contemporáneos” (Páez, 1989, p. 23). La autobiografía es un género difícil de definir, puesto que su naturaleza se ve constantemente asediada por otras expresiones que también coinciden en definirse a sí mismas como literatura del “yo” o del compromiso personal: las memorias, los diarios íntimos, los libros de testimonio o los libros de recuerdos. Si bien toda esta literatura autorreferencial tiene en común el hecho de que se inicia con el impulso de escribir acerca de lo acaecido en la propia vida del autor, algunos de sus rasgos difieren sensiblemente entre sí. Ahora bien, ¿cómo apreciar las principales variantes que se registran entre una expresión y otra? Si bien Páez titula su obra exactamente así (Autobiografía), comencemos por definir los linderos de la autobiografía como tal, sobre todo ante la sospecha de que la obra del Jefe llanero figura, canónicamente hablando, más cerca de ser calificada como ‘‘Memoria’’, si atendemos a los diversos esfuerzos de clasificación a través de los cuales se ha pretendido establecer una tipología teórica en torno a las literaturas de carácter autorreferencial. En este sentido, resulta prácticamente imposible comenzar a transitar el tema sin acudir a todo cuanto ha hecho la investigadora y profesora de la Universidad Simón Bolívar, Violeta Rojo Fernández, por inventariar las distintas formas textuales (autobiografías, memorias, diarios, autoficciones, epistolarios y testimonios) que se han registrado en la producción literaria venezolana desde el siglo XIX. A juicio de Rojo, aparte del uso naturalmente prioritario que tanto las autobiografías como las memorias le conceden a la primera persona, existe otro vínculo que aproxima entre sí a estas dos expresiones, que es su carácter retrospectivo. A la vez, esto deslinda a las autobiografías y memorias de otras expresiones de la literatura autorreferencial, tal como el “Diario íntimo”, que
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no remiten a un pasado específico sino que, más bien, están signadas por la inmediatez de su registro en el presente. Por consiguiente, los mecanismos del diarista (exponente emblemático de la literatura del “yo”) difieren del autor de autobiografías o memorias en tanto que lo que le interesa poner de relieve es la impresión de un momento, no la reconstrucción del recuerdo desde una distancia en el tiempo (Rojo, 2000, p. 56). De allí, pues, que la memoria sea un componente esencial tanto de la autobiografía como de la literatura memorialista. Lo que a partir de este punto comienza a registrarse en cambio como una profunda divergencia entre Autobiografía y Memoria es que a la autobiografía lo único que realmente le importa –al decir de Karl J. Weintraub, citado por Rojo– es la evolución de la vida interior, el cuestionamiento o interrogatorio del “yo”, la intención de descubrir el propio “yo” o extraer sus secretos, o la evaluación del “yo” mediante el rastreo de su significado (Rojo, 2000, p. 54). Distinto es el registro aportado por las memorias, las cuales dependen fundamentalmente de los dictados del mundo exterior, privilegian el relato de la vida pública, remiten a las contingencias más que al “yo”, y no pretenden narrar la propia vida del autor sino el momento que le tocó vivir. Dicho de otro modo, el autor de memorias actúa frecuentemente consciente o convencido de ser un sujeto de la Historia: Ya que el sueño supremo de todo hombre público es convertirse en un personaje histórico, las memorias, al evidenciar la participación de su autor en determinados eventos lo insertan en un discurso historiográfico. Por otra parte (…) las memorias dan ocasión de presentar su visión de los hechos, su “verdad”, y defenderse de acusaciones. A la larga, las memorias constituyen un documento histórico porque presentan los eventos desde el punto de vista del protagonista o del testigo (Rojo, 2000, p. 55). Ante esta diferencia sustantiva entre Autobiografía y Memoria que plantea Violeta Rojo, conviene preguntarse entonces si la Autobiografía de Páez es una auténtica autobiografía. A primera vista, puede que el título de la obra responda a una elección a tono con la época; pero, por todo lo apuntado anteriormente, luce un tanto caprichoso insistir en calificarla de tal a la luz de lo que aportan los autores especializados –como el caso de Rojo– con respecto la literatura del “yo”.
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Partiendo, pues, de un tipo particular de discurso que se inscribe más bien dentro de la línea de las memorias, Páez no pretende contar los avatares de la vida, en procura de un descubrimiento de su interioridad, sino su participación en un contexto histórico determinado que ha sido intervenido por los prejuicios de otros: de allí su expresión, recogida en el Prólogo –“la animadversión de algunos escritores” (Páez, 1989, p. 24)–, para dar a entender que no podía permanecer indiferente a la arremetida de sus contrarios, y que si algún motivo había predominado en él para emprender su tarea escritural era contestar a los cargos que le formulaban sus adversarios políticos (Polanco, 1989, p. 12). De modo que si lo que Páez pretendía era labrarse una imagen para la posteridad, libre de distorsiones y prejuicios, su objetivo apuntaba ante nada a clarificar una situación histórica, no a darle relevancia al ámbito de lo personal. Polanco acude como valioso auxilio en este punto al comentar lo siguiente: “Páez se abstuvo de referirse en su obra a determinados temas familiares (…) Nada dice acerca de Dominga, su esposa, a quien solamente menciona en el Capítulo Tercero (…) Tampoco aparece por ninguna parte Barbarita Nieves” (Polanco, 2000, pp. 529-530). Rojo, por su parte, coincide apuntando: “Su actividad pública es su único tema, sus mujeres e hijos no aparecen (…) para él lo único que importa es su imagen intrépida” (Rojo, 2000, p. 161). Esta omisión resulta valiosa por sí sola si reparamos en todo cuanto supuso, desde el punto de vista biográfico, la compleja situación familiar de Páez. Pero es que, de hecho, el “yo” autobiográfico queda tan permanentemente relegado, que una lectura atenta de la Autobiografía permite constatar que una vez puesto en el camino de construir un catálogo de recuersos familiares en el Capítulo I (“Mi nacimiento. Primeros años de mi juventud…”), Páez rápidamente se distancia de ese propósito. Aún más: con todo y que en este capítulo comienza a registrarse el crecimiento de su personalidad y la forma como adquiere certeza del mundo que lo rodea (lo cual, en principio, colocaría a su obra a tono con una de las características propias de la autobiografía), Páez tampoco hace el recuento de sus años iniciales con la intención de abrir su alma a una mirada interior. Al explicar cómo fueron aquellos primeros años en una región caracterizada por la vida del hato, los procesos internos están ausentes, tampoco se insinúan
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comentarios íntimos, ni se ventilan dolores o dudas. De hecho, al hablar de su infancia, pareciera hacerlo como introducción necesaria a una vida ganada para lo heroico. Lo suyo, en este capítulo, es el duro aprendizaje que se deriva de la faena: Imagine el lector cuán duro había de ser el aprendizaje de semejante vida, que sólo podía resistir el hombre de robusta complexión, o que se había acostumbrado desde muy joven a ejercicios que requerían gran fuerza corporal y una salud privilegiada. Este fue el gimnasio donde adquirí la robustez atlética que tantas veces me fue utilísima después (…) Mi cuerpo, a fuerza de golpes, se volvió de hierro, y mi alma adquirió, con las adversidades en los primeros años, ese temple que la educación más esmerada difícilmente habría podido darle (Páez, 1989, p. 38). Otro dato interesante, y que confirma la idea –ya esbozada– en torno a una predestinación heroica, tiene que ver con el conocido episodio de los ladrones, a quienes un Páez de 17 años abate en las montañas de Mayurupí: “me sentí animado de extraordinario arrojo viendo la alevosía de mis agresores, y en propia defensa decidí venderles cara la vida” (Páez, 1989, p. 34). Así como el lance con los ladrones prepara el advenimiento de un carácter superior, el detalle de sus faenas en el hato de la Calzada, donde actúa como un peón semi-escalavizado por voluntad del zambo Manuelote, privilegia su papel de víctima ante la arbitrariedad. Así como el primer caso (el de los ladrones) funciona como premonitorio, lo segundo sigue para contrastarlo con los repetidos indultos que Páez va librando (según el recuento de su obra) a medida que avanza la contienda, en momentos en que más bien pudieron animarlo gestos de venganza y crueldad cuando operaba a la cabeza de las filas insurgentes en los Llanos. En cierta forma, Páez actúa por contraposición a cuanto aprendió de los violentos caprichos del zambo (por nimios que éstos fueran) para no incurrir en ellos a la hora de comandar tropas o ejercer el mando. Pareciera entonces, por todo lo dicho, que insertarse como protagonista de la Historia (con “H” mayúscula) era un asunto demasiado grave, serio o solemne como para que tuviesen cabida en estas páginas iniciales, pequeñas anécdotas de la infancia en lugar de los signos que caracterizaban desde muy temprano (al menos de creerle a Páez), caracterizaban una personalidad llamada a actuar con determinación en acontecimientos futuros.
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Como si no fueran suficientes los indicios que aporta el propio Páez acerca de la preparación heroica de la cual es objeto durante sus años formativos, consultemos lo que anota el historiador Cristóbal L. Mendoza entre los juicios más redondos que figuran en su prólogo a la Autobiografía del General Páez. Justamente, al referirse a aquellos primeros años que cierran la etapa de su vida en los hatos y abren al mismo tiempo la de conductor de pequeñas partidas sueltas en el Llano, apunta Mendoza: Por instinto, una de sus más agudas cualidades, y aún cuando carecía de toda preparación espiritual, Páez es un convencido providencialista. Apenas salido de su primitiva condición servil y ya elevado a la categoría de negociante de ganados, gracias a la protección del propietario de los Hatos donde ha trabajado y ya hecho dueño de algunos bienes de fortuna, piensa que la Providencia lo prepara, como en un paréntesis de calma, para hacerlo partícipe de grandes acontecimientos, habiéndolo escogido como uno de sus instrumentos para contribuir a la libertad de su Patria. Se complace en describir lances peligrosos de los cuales sale indemne merced a una intervención de orden superior, aunque explicables, en realidad, por las dotes incomparables que posee y el conocimiento cabal del escenario con el cual está identificado. No disimula su satisfacción cuando narra el episodio del “Ejército de las Ánimas”: en capilla y poco antes de ser ejecutado, la fuga precipitada del Comandante realista que escapa, lleno de pánico, ante el triunfo de Bolívar en Araure y su marcha sobre Barinas, le permite librarse de la muerte. Surge entonces la leyenda fantástica de que la fuga de los realistas se debe a la información de un oficial que ha visto en los aledaños de la ciudad un ejército patriota y aún oído gritos de que se trata de “los soldados de la muerte”. (…) Informa Páez que los españoles aludían después a ese “ejército de las ánimas”, causante de la fuga del Gobernador y que los habitantes de Barinas le dijesen más tarde: “Ud. es hombre tan afortunado que hasta las ánimas benditas le favorecen” (Mendoza, 1973, p. XVII). De modo que, de persistir en calificarla como autobiografía sólo por lo que sugiere la escogencia de su título, hallamos que el registro autobiográfico tendría un carácter muy excepcional en este caso. La obra de Páez se acerca más al registro propio del libro de memorias en la medida en que su recuento se centra más en la participación dentro de un contexto y no en el hecho de darle relevancia a datos de carácter personal. O, para ponerlo en palabras de
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la profesora Violeta Rojo: “rara vez es protagonista el individuo sino el tiempo histórico” (Rojo, 2000, pp. 146-147). Ello es así puesto que la intención de hacer un recuento y registro de los hechos que han conformado (y confirmado) su existencia va más allá de la existencia misma: en otras palabras, lo que a Páez le interesa poner de relieve es todo cuanto fue de importancia para la creación del país independiente (1811-1823), así como para el desarrollo de la experiencia republicana en la cual su actuación tuvo parte destacada dentro del elenco emancipador y, luego, como árbitro del ensayo separatista que se inauguraría a partir de 1830. Esto es lo que considera relevante: todo cuantoa fin de cuentas, pudiera ser de interés para la posteridad; de allí que lo estrictamente personal o anecdótico sea, a fin de cuentas, una expresión muy menor en esta obra. Nadie, a la vista de estas consideraciones podría acudir entonces a la Autobiografía de Páez en procura de hallar allí claves que permitan descifrar los sentimientos, tribulaciones, dudas, miserias, derrotas o pequeñas epifanías que pudieron alumbrar su alma en determinados momentos. En tal sentido, y a diferencia del común de las producciones en clave autobiográfica, Páez sólo nos brinda los contornos de su personalidad. Dicho en otras palabras: al no dejarse descubrir íntimamente a lo largo de estas páginas, el “autorretrato” cede ante la prioridad que Páez le otorga a los hechos en cuanto a tales. El difícil arte de recordar Descontando la aptitud memorística propia del Llanero –algo que se expresa comúnmente a través de los desafíos de la copla y el contrapunto–, Páez atesora a lo largo de su Autobiografía detalles que llaman poderosamente la atención por lo preciso que pretenden ser a la vuelta de los años. Nombres, fechas, datos toponímicos, emboscadas, maniobras, número de contrincantes, sitio exacto –o presumiblemente exacto– por donde se desplazaban los ejércitos de uno y otro bando, inundan los capítulos III al XV en los que Páez va dando cuenta pormenorizada de los hechos de armas ligados a la contienda independentista. He aquí un ejemplo de cómo, al hablar de un episodio ocurrido durante la campaña de 1815, el Jefe llanero confiaba plenamente en los atributos de su memoria: “me reuní con mis tropas, a quienes (lo recuerdo como si hoy fuese) les dirigí la más estupenda proclama que jamás ocurrió a general alguno” (Páez, 1989, p. 99).
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Presumiendo, como nos atrevemos a hacerlo, que Páez no confrontaba ese cajón de recuerdos con el contenido de un diario que hubiese podido llevar a lo largo de la contienda, queda la duda de hasta dónde podía, como narrador de su Autobiografía y a más de cincuenta años del inicio del recuento, responder por la autenticidad de tales recuerdos. Que la memoria –como apunta Georges May– sea, a fin de cuentas, un mal instrumento por inconstante, caprichoso e infiel no significa que debamos o podamos rechazarla. “De ahí que la mayor parte de los autobiógrafos se avengan a ella sin ilusión, en tanto que lo que cuenta no es el acontecimiento histórico que narran sino el recuerdo (probablemente deformado e incompleto) que guardan en su memoria” (May, 1982, p. 90). Visto que el propio Páez confiesa en el Prólogo a la Autobiografía haberse basado parcialmente en la memoria (concepto clave que legitima junto al documento), vale la pena preguntarse en qué medida este recurso va deformando cada una de las etapas que recorre el autor a lo largo de su dilatada actuación. Aquí podría aplicarse muy bien el juicio que aporta Juan David García Bacca en las advertencias previas a su Autobiografía intelectual. Los mecanismos que enumera el filósofo español son comunes, a mi juicio, a todo intento autobiográfico. Sostiene García Bacca –y lo mismo podría decirse del intento de Páez por autobiografiarse– que la suya es una historia “hecha y, sea dicho sinceramente, rehecha de memoria que ha actuado en sus dos funciones: a) recordar; b) seleccionar”. Para agregar unas líneas más abajo: “Mi historia, mi autobiografía, no es, pues, imparcial” (García Bacca, 1983, p. 27). Porque la memoria no sólo reconstruye, también selecciona. Esto de la selección evidentemente implica el problemático asunto de lo que se pretende privilegiar y de todo cuanto, escogido libremente por el autor, lleva a que algunos recuerdos se omitan o se vean minimizados a favor de otros. Veamos lo que en el caso concreto de Páez apunta Polanco Alcántara: La Autobiografía tiene una característica psicológica y literaria muy interesante: sus omisiones. Advierte el profesor A.O.J. Cockshut [en The Art of Autobiography] que en su opinión el autor de una autobiografía tiene más derecho a omitir temas que el biógrafo: ha preparado en su mente un orden determinado, ejecuta su obra mediante un proceso de selección que es inherente al plan concebido para
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su trabajo y le da al mismo la forma exactamente prevista por los limitados propósitos que se ha señalado (Polanco, 2000, p. 529). El hecho de que Polanco señale como un caso evidente de omisión interesada el silencio que Páez guarda “acerca de sus instrucciones a las fuerzas militares con el fin de detener toda entrada del Libertador a territorio venezolano el año de 1826” (Polanco, 2000, p. 530) deviene en un ejemplo mucho más interesante aún si se compara lo aportado por la Autobiografía con lo que apunta Felipe Larrazábal en el texto que tanto motivó a que Páez se encomendara a los demonios de la escritura. Páez apenas anota someramente, y casi al término de la estada del Libertador en Caracas (¿junio? de 1827), lo siguiente: “De Caracas salí para el Apure (…) para hacer deponer las armas a mil quinientos hombres de caballería que rehusaban hacerlo mientras no vieran la conducta que Bolívar observaría conmigo: logré mi objeto con sólo presentarme en aquel punto” (Páez, 1989, p. 350). Veamos ahora cómo recrea Larrazábal la conducta asumida por Páez al enterarse de la aproximación de Bolívar a tierras venezolanas a fines de 1826: Páez, orgulloso y pertinaz en su propósito de rebelión, determinó oponerse al Libertador, excitó a sus partidarios de Apure, a donde hizo un viaje para animarlos, contra Bolívar, y resolvió tomar la ofensiva…! (…) Y sucedió, que tomando Páez las disposiciones convenientes, hizo marchar al Coronel Manuel Cala con tropas sobre Barinas, en combinación con las que el Coronel Elorza debía mandar en Apure. Escribió esforzadamente a todos sus amigos; levantó al antiguo realista Torrellas en Barquisimeto, y él mismo se aprestaba a hacer la guerra. Mas, al oír el nombre mágico del Libertador, los pueblos se decidieron contra Páez. Cala se vio impotente en Barinas; y Torrellas huyó, abandonado por sus tropas. El General Miguel Guerrero, con quien Páez contaba, se pronunció fielmente por Bolívar e hizo pronunciar contra Páez a los cantones del Mantecal, Guasdualito y las parroquias de Bancolargo y Apurito; levantó mil llaneros montados que sostenían al Libertador, e impidió a Páez la retirada hacia los Llanos (…) Araure se pronunció contra Páez y todo Carabobo se conmovió al leer las proclamas del gran caudillo. El Tuy, Caucagua y las inmediaciones de Caracas secundaron los patrióticos esfuerzos de Barinas, Maracaibo y Carabobo… Páez estaba desconcertado y
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su ruina era segura, aunque contaba con el batallón Anzoátegui en Valencia y con algunos guías y lanceros de La Victoria (Larrazábal, 1999, p. 176). Veamos otro caso, el de la rebelión promovida por el coronel británico Robert Wilson en Apure, en 1818, la cual, aunque no pasó de ser una oscura tentativa de sedición en la que estuvo involucrado Páez, ha sido poco analizada y, en la mayoría de los casos, desestimada por los estudiosos de la época. En beneficio de la síntesis basta anotar que, a juicio de Larrazábal, el caudillo llanero intentó madrugar tanto que sus intenciones llegaron a cobrar, de pronto, una vista larga. De hecho, ésta sería la primera dentro de una larga lista de desavenencias que conducirían finalmente a la ruptura entre Páez y Bolívar cuando ya la idea de Colombia la Grande terminara por hacerse insostenible. Aunque el Páez de 1818 no era todavía el que echaría a arodar una andadura distinta a partir de 1826 en adelante, su ascendencia en los Llanos en la misma época en que Bolívar regresaba a Angostura para reunir el Congreso “que reorganizara en forma estable la vida política de la República” (Mijares, 1987, p. 341), estimulaba un ambiente propicio para declararlo como jefe supremo. “Este detalle –apunta por su parte Salvador de Madariaga– prueba que por entonces se hallaba Páez convencido de que Bolívar no tenía fuerza contra él” (Madariaga, 1979, p. 610). Pero, como rápidamente agrega el mismo Madariaga, “Bolívar tenía a Bolívar” y, también, “tenía el mar” (Madariaga, 1979, p. 610), o sea, que era poco lo que podía hacer Páez para afincarse en un mando más complejo desde el punto de vista institucional de lo que le permitían las huestes comandadas por él, al tiempo que la base de poder de El Libertador –un Congreso de Estado, una comunicación abierta con el mundo a través del Orinoco un periódico como El Correo del Orinoco para legitimar la revolución, y la presencia de un ilustrado elenco de ideólogos que le rodeaba (Pino, 2009, pp. 102-104)– inhibiría al llanero a actuar con la propiedad debida ante tal aparato de Gobierno. Tal vez por ello, el jefe llanero se apresuró a denunciar a Wilson antes que verse, por obra de un bando y una proclamación mal concebida, militando a contramano de la voluntad de quien, al cabo, sería confirmado como Presidente titular de Venezuela. Conviene destacar, dicho sea de paso, que el historiador colombiano José Manuel Restrepo (a quien Páez confronta repetidas veces en su Autobiografía) asegura que Wilson era un agente secreto, que se hizo pasar por voluntario frente a Luis López Méndez, pero que en realidad traía la misión que le en-
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comendara el embajador español en Londres de introducir la discordia entre los jefes republicanos. La conjetura puede ser válida, aunque no viene al caso analizarla aquí. Lo cierto del caso es que Wilson fue arrestado y expulsado más tarde del país. “Claro es que no había nadie más culpable que Páez; pero no entraba en las miras de Bolívar atacar de frente al temible llanero; el cual, a su vez, creyó prudente no resistir abiertamente: destruyó el acta llanera y dejó expulsar a Wilson”, remata afirmando Madariaga (Madariaga, 1979, p. 610). Páez hizo siempre lo posible por desmarcarse de este episodio, a tal punto que en el capítulo X de su Autobiografía asegura que se hallaba en Achaguas ajeno a lo que estaba ocurriendo, y que al imponerse del pronunciamiento de Wilson se embarcó para San Fernando, desaprobó el acto (y el acta), y dispuso que el coronel inglés saliera para Angostura a presentarse ante Bolívar: En el mes de agosto del mismo año de 1818, las tropas que guarnecían a San Fernando, por medio de un acta, me nombraron general en jefe, y lograron que los demás cuerpos del ejército que había en otros puntos siguieran su ejemplo. Hallábame entonces en mi cuartel general de Achaguas, bien ajeno de lo que estaba pasando, cuando llegó a mis manos dicha acta, firmada por todos los cuerpos del ejército, excepto la guarnición de Achaguas y mi Guardia de honor. Sorprendióme mucho, y temiendo que fuese el primer paso para algún fin descabellado, sin perder tiempo me embarqué para San Fernando, de donde había salido la idea, según constaba de las actas. Llegado a este punto, reuní a todos los jefes y oficiales y les pregunté qué había dado origen a una resolución que yo no aprobaba, y para la cual ellos no estaban autorizados. Me contestaron que lo habían hecho, creyéndose con autoridad para ello; pero si habían cometido error, que yo se lo disimulase en gracia de la buena intención que habían tenido, la cual no había sido la de trastornar el orden ni desconocer la autoridad del Libertador. Con semejantes razones se disculparon también los jefes y oficiales de las otras divisiones, y así no se alteró el orden en lo más mínimo, como era de temerse. Impuesto yo de que el coronel inglés Wilson había tomado parte muy activa en la formación del acta, dispuse que saliera para Angostura a presentarse al general Bolívar a fin de que lo destinase a otro punto.
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(…) Si en Apure hubiese habido tal revolución para desconocer su autoridad, ¿cómo Bolívar desde que llegó a Guayana no cesó de mandarme recursos de todo linaje para las tropas que estaban a mi mando? Sólo esta circunstancia es más que suficiente para confundir la falsedad con que se produce Larrazábal en su obra al ocuparse de este hecho (Páez, 1989, p. 175). ¿A quién creerle, entonces, al protagonista exclusivo de los hechos o a quienes, con posteridad a los mismos –Larrazábal, Madariaga– intentaron interpretar lo ocurrido sobre la base de otras evidencias? De Páez tenemos constancia, de propia palabra y en repetidas ocasiones a lo largo de su Autobiografía, del desprecio que le mereció el testimonio de quienes no participaron de los hechos narrados pero que se aventuraron en cambio a conjeturar al respecto. Por ejemplo, al hablar de las inexactitudes de algunos de sus contemporáneos, apunta: “No menos injusto, Baralt dirige sus ataques al ejército de Apure, suponiéndole revuelto contra la autoridad de Bolívar (…) Voy a referir el hecho al que alude el señor Baralt, tal como sucedió, para que cada cual le dé la importancia que merezca” (Páez, 1989, pp. 175-176). Lo mismo ocurre con sus principales detractores, Restrepo y Larrazábal, frente a quienes hace explícita su condición de protagonista de primera línea: “Llamamos aquí vivamente la atención del lector para que compare esta relación con la que Larrazábal copia de Restrepo, y no podrá menos de sorprenderse al ver cómo se desfiguraban los hechos cuando los refieren quienes han tenido noticias de ellos por conductos mal intencionados o cuando relatan lo que no vieron” (Páez, 1989, p. 164). Pero esa confiabilidad que le merece su condición protagónica no implica necesariamente un monopolio de lo ocurrido. Aún más, al armonizar el recuerdo con prejuicios de tipo personal, o cuando la selección del recuerdo contribuye a su vez al intento de ocultar hechos o a que se tome partido por tales o cuales ideas, cabe preguntarse si tal narración puede ostentar el carácter de fidedigna frente a afirmaciones que se derivan de otras evidencias manejadas por la Historia crítica. Hablaríamos entonces, en el caso de lo primero, de una narración prefabricada, que somete sus fines testimoniales a la justificación de causas, a la adopción de posturas o a la justificación de las peripecias emprendidas por el propio narrador autobiográfico.
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“De esta suerte, la historia es el creer a alguien cuando afirma que recuerda algo. El creyente es el historiador; la persona creída se llama su autoridad”, sentencia el filósofo británico Robin George Collingwood al hablar acerca de la teoría “que la mayor parte de la gente cree, o se imagina creer cuando empieza a pensar en el problema [de lo que es la historia] (…) Según esta teoría, las cosas esenciales en la historia son la memoria y la autoridad” (Collingwood, 2004, p. 316). Este problema, es decir, la construcción arbitraria a partir de la memoria, nos sitúa ante lo que el propio R. G. Collingwood define justamente como “historia tendenciosa”, en la cual lo que él denomina como “moraleja” (o tendencia hacia lo ejemplarizante) ha penetrado a tal punto en el pensamiento histórico que desempeña un papel decisivo al determinar su formulación. Veamos este juicio en sus propias palabras: “La historia tendenciosa (…) es más común de lo que podría parecer a primera vista. Es normal cuando el historiador está personal y directamente apegado a uno de los bandos del hecho que está describiendo; en este caso podrá permitir, en forma totalmente inconsciente, que su apego modifique su visión de los hechos (…) Y esto no se puede condenar sin condenar antes casi toda biografía, y definitivamente todas las autobiografías, como de nulo valor histórico” (Collingwood, 2004, p. 488). Tal vez resulte ocioso aclarar a estas alturas que Páez no actuaba como un historiador de oficio, ni su obra estaba planteada como tal dentro del campo de la disciplina; pero resulta indudable que, de una forma o de otra, la Autobiografía tiene la pretensión de historiar. Una frase tomada de la historiadora Inés Quintero tal vez contribuya a aclarar lo que queremos decir cuando habla de la conciencia “que existe en el autor de la necesidad de preservar su versión de los acontecimientos para que no se pierda y pueda ser utilizada por quienes, en un futuro, escriban la historia de esos sucesos” (Quintero, 1996, p. 265). Como el tema de este aparte no deja de ser el empleo de la memoria por parte de Páez, resulta interesante recalcar, por lo insinuado unas líneas más arriba, que Collingwood es poco generoso al hablar de la memoria entre el abasto de fuentes con que trabaja el conocimiento histórico. De hecho, en distintas piezas que conforman su Idea de la Historia, Collingwood va trazando la “genealogía” de la memoria hasta detenerse en Francis Bacon y, acto seguido, afirma lo siguiente: “Bacon podía resumir la situación al dividir su
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mapa de los conocimientos en los tres grandes reinos de la poesía, la historia y la filosofía, presididos, respectivamente, por las tres facultades: la imaginación, la memoria y el entendimiento”. Para concluir rematando: “la definición baconiana de la historia como el reino de la memoria era un error, porque el pasado sólo pide investigación histórica en la medida en que no es o no puede ser recordado. Si el pasado pudiera recordarse íntegramente saldrían sobrando los historiadores” (Collingwood, 2004, p. 122). Aparte de referirse tan críticamente al reino de la memoria propugnado por Bacon, Collingwood insiste en estos mismos “Epilegómenos”, recogidos en su Idea de la Historia, en que “la memoria no es historia porque la historia es una cierta especie de conocimiento organizado o inferencial, y la memoria no está en manera alguna organizada ni es inferencial” (Collingwood, 2004, p. 336). Como si ello no bastara, en sus “Conferencias sobre Filosofía de la Historia” (1926), el filósofo inglés vuelve de nuevo a la carga: Otro intento de apuntalar la fe en la supervivencia del pasado procede de las teorías fisiológicas o psicológicas de la memoria, las cuales sostienen que los hechos pasados son recordados por nosotros en virtud de los efectos permanentes, o por lo menos duraderos, que dejan en nuestro organismo psicofísico. (…) La historia y la memoria son cosas totalmente distintas, pero tienen esto en común: que, en cada caso, el objeto es el pasado. Las diferencias entre ellas son que la memoria es subjetiva e inmediata, mientras que la historia es objetiva y mediata. Al llamar subjetiva a la memoria quiero decir que su objeto siempre es algo que nos ha ocurrido a nosotros o en nuestro círculo de experiencia (…) Al llamar inmediata a la memoria quiero decir que no tenemos ni podemos ni quisiéramos tener garantía o sustento de ella salvo ella misma (…) La historia, por otra parte, es objetiva, con lo cual quiero decir que su interés no está en mi propio pasado personal, sino en el pasado en general, el pasado despersonalizado, el pasado simplemente como un hecho. (…) Y cuando llamo mediata a la historia, quiero decir que las afirmaciones que contiene siempre se hacen sobre bases que el historiador puede mostrar cuando se le desafía (Collingwood, 2004, pp. 454-457).
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A diferencia de Collingwood, Johan Huizinga utiliza una aproximación reconciliadora, y que calza bien a los efectos de lo que aquí pretendemos justificar en términos de que la Autobiografía de Páez también se inscribe dentro del esfuerzo por ser considerada una contribución a la “Historia”. Veamos: el autor holandés da a entender que la clase de actividad que produce la Historia se describe como un “rendirse cuentas”. Y en este sentido señala: “También esta expresión tiende un puente sobre la cima que separa a los que investigan la Historia de los que la escriben. Y supera al mismo tiempo (…) la supuesta antítesis entre la historiografía narrativa, pragmática y genética. Esta expresión abarca todas las formas de la Historia escrita: la del cronista, la del autor de memorias, la del filósofo de la historia, la del sabio investigador” (Huizinga, 1980, p. 96). Por otra parte, suplir las deficiencias de la memoria es una cuestión que permanece abierta en la Autobiografía de Páez y en cualquier otra obra que haga de la memoria misma uno de los principales soportes para su desarrollo. Al volver una vez más al análisis que brinda Violeta Rojo en torno a la literatura autorreferencial venezolana, conviene detenerse en lo que señala esta autora al referirse a los riesgos que implica el hecho de recordar con precisión ciertos y determinados acontecimientos. Para ello acude a la opinión del escritor español José Manuel Caballero Bonald, según el cual los espacios que no se pueden descifrar o que se han borrado, son muchas veces cubiertos por la ficción (Rojo, 2000, p. 34). Desde el momento mismo en que Páez pasa a ser “autobiografiado” y comprometerse –como él mismo lo señala en su Prólogo– con “la empresa de abrir el archivo de mis recuerdos” (Páez, 1989, p. 23) se plantean tres problemas: 1) la minimización de algún evento porque no lo considere importante (el incidente Wilson); 2) la omisión de un evento con el propósito de negarlo o darlo al olvido (todos los eventos posteriores a 1850 en que da término a la obra), y 3) la priorización de un evento determinado, aquel que se considera primordial por determinadas razones y, por tanto, los criterios de selección que operan a favor del evento que se pretende privilegiar (su relación con Bolívar, por ejemplo). De modo que si algún aspecto le da relevancia al empleo de la memoria como recurso es el hecho –como bien lo apunta Rojo– de que el narrador elige lo que va a contar y, más importante aún, la manera cómo lo va a contar (Rojo, 2000, p. 61).
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Esta forma de relato retrospectivo, que ubica buena parte del testimonio en el reino de la memoria no implica, como se ha señalado antes, que se trate del único recurso en el cual se afinca Páez al asumir el compromiso –según frase de Inés Quintero– “de legar a la historia su particular visión de los sucesos” (Quintero, 1996, p. 267). Antes bien, en su ambición de “exactitud” (que ya cree colmada en parte a través de la autoridad que le confiere la memoria como testigo y actuante de los hechos), Páez no hará otra cosa que acudir a una actitud muy propia de la Historiografía del siglo XIX, cual era justamente la de ver en el documento la prueba del hecho sobre el cual se pretendía llamar la atención. Como apunta Ferdinand Braudel, “El descubrimiento masivo del documento hizo creer al historiador que en la autenticidad documental estaba la verdad completa”. Y agrega: “’Es suficiente, escribía aún ayer [el historiador francés] Louis Halphen, dejarse llevar de alguna manera por los documentos, leídos uno tras otro, tal como se nos presentan, para ver la cadena de hechos reconstituirse casi automáticamente’” (Braudel, 1991, p. 44).
El recurso documental La credibilidad de la Autobiografía pretende verse aumentada cuando el proceso narrativo empieza a dejar atrás el recurso de la memoria para apoyarse en cambio en el documento que confirma los asuntos tratados. Pareciera, pues, que así como la memoria actúa prácticamente como el principal soporte de los años iniciales, el documento busca acomodo en las páginas de la obra una vez que comienzan a asomar los indicios de cierta andadura institucional. Esto es fácil de demostrar acudiendo a lo que mejor facilita el análisis de la Autobiografía desde distintos puntos de vista: el orden estrictamente cronológico en que están concebidos y desplegados los acontecimientos. Así, sólo muy raras veces entre los capítulos I al XV –capítulos que conforman el ciclo heroico–, aparece reseñado algún documento y, cuando es el caso, cabe observar que se trata siempre de alguna de las proclamas con que Bolívar honra la actuación del ejército de Páez una vez que ambos jefes comenzaron a operar al unísono a partir de 1818, como es el caso de la proclama de Bolívar a los “Bravos del Ejército de Apure”, librada en los Potreritos Marrereños, tras la acción de las Queseras del Medio (Páez, 1989, p. 186). Distinto será el caso cuando, una vez consolidado el sitio y toma de Puerto Cabello en 1823, y ante un Páez que deviene rápidamente en actor político, se le comience a dar
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una cabida masiva al documento. De hecho, y sin que le falte razón alguna, apunta Violeta Rojo: “La lectura [a partir de este punto cuando la Autobiografía deja de ser narrativa para ser más reflexiva y limitada a su labor política] muchas veces se ve entorpecida por la cantidad de documentos, proclamas y decretos que cita con profusión” (Rojo, 2000, p. 163). El cambio de registro, de la épica a la política, no debe extrañar ante la doble condición que tan común fue a Páez como a un “importante y representativo contingente de individuos –al decir de Inés Quintero– que se animaron a escribir memorias, autobiografías o relaciones históricas con el propósito de ofrecer su visión personal de la experiencia vivida en tiempos de la Independencia y en los años inmediatamente posteriores. Muchos de ellos, además de ser figuras protagónicas de la guerra emancipadora, ocuparon los primeros lugares de la administración pública (…) y su actuación fue decisiva en los conflictos y las pugnas de poder que agitaron la vida de las dos naciones [Colombia y Venezuela] después de la disolución de Colombia” (Quintero, 2004, p. 48). Páez hace explícito el uso crucial que pretende otorgarle al documento y, tal como lo hemos visto, así lo pretendía desde las líneas que constituyen el Prólogo a su obra: “registrar los documentos que he logrado salvar de los estragos del tiempo” para agregar, a renglón seguido, lo siguiente: “Las opiniones de los historiadores que han escrito sobre los sucesos de tan importante época no están de acuerdo en muchos puntos capitales, quizá porque no tuvieron a la vista documentos inéditos, que también a veces no se producen al público” (Páez, 1989, p. 23). Si el documento es el yacimiento complementario de la memoria, hay que comprender por qué, y en qué forma, la Autobiografía le da cabida a este elemento como parte indispensable de su discurso narativo. En principio, nada hace pensar que Páez utilice los documentos públicos y privados con el objeto de interrogarlos; prevalece más bien la tendencia a utilizarlos para formular rotundas afirmaciones sobre ellos, bien para confirmar el carácter acertado de su contenido (vgr. “Mi carta y oficio al Libertador explicándole mi conducta”, 1826/Páez, 1989, pp. 282-288), o bien para enjuiciarlos (vgr. “Aparente duplicidad del general Santander”, al glosar una carta del Vicepresidente referida al proceso incoado en su contra tras los sucesos ocurridos en Caracas, 1826/Páez, 1989, p. 270). Es lógico que así sea; tales documentos
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no están intercalados allí simplemente para descifrar las claves de un pasado reciente, sino que tienen la particularidad de servirle al autor para ubicar, en la debida perspectiva, su actuación personal dentro de un panorama que ya, a fin de cuentas, formaba la base de la Historia republicana de la cual él era a la vez fundador, actuante, testigo y narrador. El empleo del documento pretende, pues, fomentar la certidumbre del lector y reforzar así la experiencia propia (la memoria) con el empleo de un recurso que contribuye a que la obra sea “creída” y asumida como “verdad”. La transmisión de semejante veracidad queda de manifiesto en un postulado, muy de la época, que tiene que ver con la incuestionable autoridad que garantiza el documento. Así como Páez hace explícita su condición de actor y testigo de los acontecimientos (algo de lo cual permite preciarse frecuentemente para desautorizar el juicio de sus detractores), el documento le da el respaldo de una escrupulosidad infinita. Tal como lo explica Inés Quintero: “Si por una parte la versión es confiable porque ellos [los autores] estuvieron allí y pueden dar fe de que los acontecimientos ocurrieron tal como ellos los narran, el documento es la pieza que complementa el carácter objetivo y veraz de la narración” (Quintero, 2004, p. 51). El punto donde quizá mejor opera la utilización del documento en defensa de sus puntos de vista y reputación es cuando Páez se refiere al caso de sus relaciones con Bolívar. Polanco lo califica así: “El mayor cuidado de Páez en su obra es el tratamiento que da al Libertador” (Polanco, 2000, p. 527). Pero, para entender aún más el carácter recurrente que cobra su obsesión en este punto, conviene registrar otro juicio de Polanco que confirma lo anterior: La obra está llena de referencias, citas, comentarios y manifestaciones de adhesión y respeto hacia Bolívar. Incluso se nota que una de las pocas oportunidades en que pierde la ecuanimidad característica de su modo de expresión escrito, es al referirse a aquellos adversarios suyos que lo acusaban de ser enemigo, opositor al menos díscolo frente al Libertador. En tal sentido puede citarse la durísima alusión que hace a Felipe Larrazábal por las menciones que ese ilustre escritor se permitió hacer
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sobre la relación entre Páez y Bolívar en su biografía de este último (Polanco, 1989, p. 17). Ciertamente, al lector no podrá pasarle inadvertida la especial relevancia que Páez le da al caso de Bolívar, consciente de la forma en que se ha ido construyendo a su alrededor una tradición que lo califica como enemigo, adversario o, simplemente, obstructor de los planes del Libertador. Es tal vez ésta, si se quiere, una de las obsesiones más profundas que recorre parte de la Autobiografía. Apenas hace el recuento de cómo conoció a Bolívar en el hato de la Cañafístola (1818) cuando ya se adelanta a atajar las acusaciones que vienen formulándole autores como Felipe Larrazábal. Justamente, la lealtad hacia Bolívar es un hecho que Páez pretende poner permanentemente de relieve, bien refutando las opiniones de Larrazábal, o bien aportando evidencias propias a través de los documentos que va acumulando a lo largo de sus páginas. Sin embargo, por más que el Jefe llanero sintiera la necesidad de vindicarse ante acusaciones que lo lastimaban, hay algo que no podemos dejar de subrayar, y es que Páez se cuida al mismo tiempo de defender y poner de relieve las veces que creyó necesario diferir personalmente de los planes militares del Libertador. En otras palabras, si en ocasiones fue claro en no colaborar con tales planes no era –y así se empeña en sostenerlo– por desacato a la autoridad de quien había reconocido como Jefe Supremo, tal como lo argüía Larrazábal (“El ‘historiador’ me acusa de haber estado siempre haciendo oposición al Libertador”, Páez, 1989, p.144), sino por creerse asistido de razones válidas, dictadas tanto por su pericia en la zona de operaciones como por la necesidad de preservar la integridad de su ejército, el único que a fin de cuentas podía realmente definirse como tal, del lado insurgente, en 1818. Así, por ejemplo, ante lo que el historiador Germán Carrera Damas califica como la estrategia centro-caraqueña en la que estaba empeñado El Libertador (Carrera, 2006), Páez se niega a seguirlo en su avance hacia los valles de Aragua, alegando que su ejército no estaba en condiciones de afrontar con probabilidades de éxito una campaña de esa naturaleza: En el pueblo del Rastro a tres leguas de Calabozo, camino de Caracas, me llamó Bolívar a una conferencia fuera de la casa con objeto de saber mi opinión sobre su plan de dejar a Morillo en Calabozo para ir sobre la capital. Díjome que su objeto era apoderarse de ella,
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no sólo por la fuerza moral que daría a la causa semejante adquisición, sino por la seguridad que tenía de reunir cuatro mil paisanos en los valles de Aragua y Caracas con que reforzaría al ejército. Yo le manifesté que siempre dispuesto a obedecer sus órdenes, no estaba, sin embargo, de acuerdo con su opinión, porque ninguno de sus argumentos me parecía bastante fuerte para exponernos al riesgo de dejar por retaguardia a Morillo (…) que nuestra superioridad sobre el enemigo consistía en la caballería; pero que ésta quedaba anulada desde el momento que entrásemos en terrenos quebrados y cubiertos de bosques, a la vez que por ser pedregosos veríamos en ellos inutilizados nuestros caballos (Páez, 1989, pp. 163-164). No sabemos hasta qué punto Páez pudo estar incurriendo en una exageración cuando, en otra parte de su Autobiografía, se atribuye en cierta forma la idea de que Bolívar iniciase su campaña hacia la Nueva Granada (“dije que no aprobaba la marcha de Bolívar a Barinas porque en esa ciudad no encontraríamos recursos para el ejército que ya sufría escasez de todo género (…) me parecía a mí que mejores ventajas podían alcanzarse si Bolívar dirigía su marcha a la Nueva Granada por Casanare’’ (Páez, 1989, pp. 191-192). Este ejemplo basta para explicitar una vez más que Páez (según Páez) pretendía obrar con criterio propio cuando las razones así se lo aconsejaran, sin que ello necesariamente redundase en menoscabo a la obediencia debida al líder caraqueño. Lo que significó su reconocimiento a la jefatura de Bolívar (enero de 1818) es otro dato que a Páez no se le escapa a la hora de fijar una posición frente a sus detractores. Esto lo conduce a hacer la siguiente precisión: Allí en Apure llegué también a tener los bienes de esta provincia que sus habitantes pusieron generosamente a mi disposición. Calculábase entonces que las propiedades del Apure ascendían a un millón de reses y quinientas mil bestias caballares, de las cuales tenía yo cuarenta mil caballos empotrerados y listos para la campaña. Tenía a mis órdenes militares de reconocido mérito, y ejercía la autoridad de jefe supremo que me había conferido en la Trinidad de Arichuna por las reliquias de las repúblicas de Nueva Granada y Venezuela. Cuando disponía de todos los recursos antedichos, teniendo a mis órdenes aquel ejército de hombres invencibles que me obedecían gustosos y me querían como a padre, y cuando me hallaba investido
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de una autoridad omnímoda, Bolívar a quien yo no conocía aún personalmente, me envió desde Guayana a los coroneles Manuel Manrique y Vicente Parejo a proponerme que le reconociese como jefe supremo de la república. Si yo hubiese abrigado miras ambiciosas, no podía presentárseme ocasión más oportuna de manifestarlo; pero sin vacilar un momento recibí respetuosamente a los comisionados en el hato del Yagual, y declaré al ejército mi resolución de reconocer a Bolívar como jefe supremo de la república (Páez, 1989, pp. 144-145). Se trata, una vez más, del tema principal de sus motivaciones: el empeño que, como protagonista directo de los hechos, cifra al intentar “corregir” por todos los medios a quienes “trastornan” la verdad. Esto se vuelve a hacerse patente cuando, poco antes del arribo de los referidos comisionados, Páez consigna haber recibido una comunicación del “Congreso” (puesto así entre comillas) de Cariaco, participándole su instalación y exigiéndole su adhesión, a lo cual dice haber respondido negándose “abiertamente a semejante exigencia, contestando que aunque yo no estaba a las órdenes de Bolívar, creía necesario que todos le reconociésemos por jefe supremo para dirigir la guerra” (Páez, 1989, p. 145). Razones tenía ciertamente para asumir, en las páginas de su Autobiografía, una actitud tan segura de sí mismo. Reconocer la autoridad de Bolívar cuando, en realidad, estaba en la ventajosa posición de no hacerlo, lo colocaba en el papel de presumir cierta igualdad frente al caraqueño. En esto nos secunda la opinión de Violeta Rojo cuando afirma: “A partir de su encuentro con Simón Bolívar, comienza su reconocimiento de la superioridad de Bolívar, al mismo tiempo que explicita siempre que están en la misma posición. Así, su reunión con él se titula ‘Mi reconocimiento de su autoridad como jefe supremo’, pero el siguiente encuentro se titula ‘Bolívar se reúne de nuevo conmigo’” (Rojo, 2000, p. 160). Al detenerse en los sucesos de 1826, la profusión de documentos es proporcional al hecho de considerarla, en sus propias palabras, “una época dolorosa para mí; época de recuerdos que aún me atormentan” (Páez, 1989, p. 271). El escenario político que significó “La Cosiata” y la adopción de medidas que implicarían un anticipo casi irreversible a la desintegración de Colombia, lo llevan, a la distancia de más de medio siglo, a valorar más que nunca el
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auxilio proporcionado por los documentos. Como lo afirma Quintero: “Páez (…), cuando los controversiales sucesos de 1826, se cuida de incorporar todas las representaciones de las Municipalidades manifestándole su apoyo a su decisión de no presentarse en Bogotá y de asumir el mando supremo de Venezuela” (Quintero, 2004, p. 52). Aún en momentos en que el poder se desplaza definitivamente hacia su persona ante la mengua que sufre la autoridad del Libertador (hablamos ya del año 1829 que sirve de transición entre los tomos I y II de la Autobiografía), Páez se cuida de no justificar su elevación sobre la ruina de Bolívar. Así lo da a entender cuando, a fin de cerciorarse del sentimiento de los caraqueños, convoca a una Junta en la que uno de los asistentes se permite calificar a Bolívar con gruesos conceptos. Páez es enfático al rememorar el episodio: “Señor García, está Ud. fuera de la cuestión. Aquí no hemos venido a discutir lo que ha sido ni lo que es el Libertador” (Páez, 1989, p. 509). No se cita documento alguno que avale este episodio; pero aquí lo que Páez pareciera reiterar es la plena confianza que la autoridad dimanada de su propia palabra –la palabra del protagonista– debía sencillamente trasmitir. Por otra parte, una rápida ojeada al índice del Tomo II, el cual es esencialmente el tomo consagrado a la peripecia institucional de la nueva República, al tipo de gobierno adoptado por los constituyentes del año 1830, a los logros alcanzados a nivel de fomento material (inmigración, instrucción, crédito público, construcción de vías), así como a los primeros síntomas de crisis que confrontaría el proyecto sostenido por la figura de Páez, confirma la importancia del documento ante los hechos a historiar. Veamos algunos ejemplos: actas de las poblaciones de Venezuela pidiendo la separación del Gobierno de Bogotá (Capítulo II); mensajes, proclamas y otros documentos referidos a la instalación del Congreso Constituyente (Capítulo VI); cartas y pastorales alusivas a las desavenencias entre el Poder Civil y el arzobispo Ramón Ignacio Méndez (Capítulo XI); mensajes y discursos referidos tanto a la asunción de Páez como primer Presidente de la República de Venezuela como a la instalación del primer Congreso Constitucional (Capítulo XIV); Decretos del Congreso (Capítulo XV); el Mensaje de Páez al Tercer Congreso venezolano (Capítulo XIX); las leyes y decretos promulgados por el Cuarto Congreso Constitucional (Capítulo XX); la alocución de despedida de Páez al concluir su primera Presidencia (Capítulo XXI); las pro-
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clamas, decretos y otros documentos librados en el contexto de la Revolución de las Reformas o alusivas a las medidas tomadas para el restablecimiento del orden (Capítulo XXII); las proclamas y otros documentos adoptados ante el pronunciamiento de José Tadeo Monagas (Capítulo XXIII); los decretos del Congreso relativos a los indultos librados (Capítulo XXIV); el decreto emitido por Páez durante su segunda Presidencia para la conversión de la deuda venezolana (Capítulo XXXI); el mensaje de Páez al Congreso y palabras por el traslado de los restos del Libertador a Venezuela en 1842 (Capítulo XXXIII), y el mensaje de despedida al concluir su segunda Presidencia, en 1843 (Capítulo XXXIV). Aquí, respaldado por los documentos, Páez se aboca a la construcción de un discurso que enuncia con detalles las “acciones” que un poder (en este caso, la República que desde 1830 actúa bajo su égida) es capaz de realizar en función de iniciativas concretas. La práctica efectiva del poder –que es, a fin de cuentas, el espíritu que anima el Tomo II de la Autobiografía– hace que el objetivo del narrador haya variado sustancialmente de la historia épica (Tomo I) a la historia política (Tomo II). En resumidas cuentas, la Autobiografía es una muestra, como pocas dentro del acervo memorialista venezolano, de que el ideal del discurso histórico de buena parte del siglo XIX consistía en privilegiar el documento. Sin embargo, veamos los límites de ese recurso a la luz de lo que aporta un historiador contemporáneo, quien sin embargo justifica y da valor a ese recurso en su propio contexto: “Por supuesto que hoy día no aceptamos esto de que los documentos parecen muertos revividos, que hablan por sí mismos. Suerte de momias que balbucean lo sucedido. Y que simplemente tenemos que tomar dictado a los cadáveres para comprender la historia. El oficio del historiador reconoce que más allá de los documentos hay muchas otras fuentes, más los criterios interpretativos del historiador. A pesar de la crítica histórica rigurosa que pudiéramos ejercer (…) en el presente, es injusto reclamarles que no pensaran como nosotros casi ciento cincuenta años después” (Ruiz Chataing, 2008, p. 61). Si los documentos por sí solos pretendían recrear los acontecimientos con la suficiente “autenticidad” como para gozar de la aprobación de los lectores, entonces sería preciso insistir que la obra narrativa de Páez encuentra, en cierta forma, la medida de su validez a través de una franca identificación
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con un momento, una tendencia y una motivación que definía a las claras los linderos del discurso historiográfico de su época. Conclusiones Ningún actor mayor de nuestra temprana Historia republicana tomó una decisión semejante a la de emprender una autobiografía, tal como lo hizo Páez en Nueva York, en 1867. Este juicio podría ser discutible si se toma en cuenta, por ejemplo, las Memorias de Rafael Urdaneta. Lo que ocurre es que son casos en buena medida distintos: sin duda, la Autobiografía de Páez forma parte del limitado grupo de autores-participantes (Urdaneta, Daniel F. O’Leary, Louis Peru de Lacroix) frente al mucho más numeroso elenco de testigos presenciales que no dejaron registro alguno de los hechos. A la vez, sin embargo, frente a los memorialistas ya citados, Páez es el único que trabaja desde la perspectiva de justificar sus actuaciones en el poder desde el momento mismo en que se configura la nueva nación y, previo a ello, de su autoridad prácticamente indiscutible como Jefe llanero. Si bien cabe preguntarse entonces por qué lo hizo, es decir, qué fue lo que lo animó a escribir su Autobiografía, la respuesta más obvia se desprende del propio Prólogo a la obra (fechado en Nueva York, significativamente un 19 de abril, en este caso, de 1867): no tanto –sostiene– por el deseo de “dar a mi Patria un documento más para su historia” sino por “la necesidad en que me han puesto mis adversarios políticos de contestar a algunos cargos que me hacen, con agravio de la verdad” (Páez, 1989, p. 24). Como se ha reseñado a lo largo de buena parte de este ensayo, existen dos conceptos claves que se legitiman en la Autobiografía: la memoria y el documento puesto que, visto con cuidado, ambos constituyen las líneas fundamentales sobre las cuales trabaja Páez a la hora de emprender su particular reapropiación del pasado. Si más importante que hacer el recuento de la vida misma lo sea más bien el hecho de cómo o con qué intención se la quiere dar a conocer, el estudio concreto de la Autobiografía de Páez dentro de la literatura autorreferencial venezolana ofrece un ejemplo muy revelador acerca de este problema. ¿La revisión que Páez se propone llevar a cabo de sí mismo se ve animada por la necesidad de dejar una imagen adecuada? Obviamente que sí. Dentro de esta
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particular elaboración del testimonio, la Autobiografía es un libro fundamentalmente caracterizado por el tono de afirmación, no por la duda. Similar es el caso de Jean Jacques Rouuseau, si tomamos en cuenta la opinión del psicoanalista Aníbal Leserre: “Sus Confesiones no sólo son para decirse a sí mismo quién era, o para justificar su vida ante los demás, sino para denunciar el peligro moral e intelectual que significaba el ataque de que era víctima; él, cuya vida había estado siempre animada por la verdad y la virtud, que había pretendido emular al hombre primigenio, al hombre tal y como salió de las manos de Dios” (Leserre, 2001). Mutatis mutandi, ambas obras se ven animadas, pues, por un mismo objetivo: ajustar cuentas ante terceros y, sobre todo, de cara a la posteridad. Tomemos en préstamo, una vez más, una frase de Inés Quintero para reparar en la forma como Páez va construyendo un alegato legitimador de su trayectoria: “se justifica una causa, se desmienten versiones contrarias, se hacen denuncias políticas, se fija posición en relación a episodios polémicos y, por supuesto, (…) [se] intenta justificar sus propias peripecias” (Quintero, 1995, p. 269). Al formalizar su estrategia fundamental que consiste –como se ha dicho– en combinar memoria y documento, Páez está decidido a convertirse en sujeto de la operación narrativa para preservar el pasado desde una posición que considera privilegiada frente a sus detractores: después de todo, resumidos en más de cincuenta años de actuaciones desde que en 1810 asume el camino de las armas hasta que en 1867 publica su Autobiografía, en él habita la doble condición de figura protagónica de la guerra emancipadora, por un lado, y de quien ejerce funciones de mando después de la Independencia, por el otro. A esta doble condición de custodio de sus proezas personales y de sus designios políticos (que, al fin y al cabo, motiva la redacción de la obra), se agrega la confiabilidad o credibilidad que el autor pretende trasmitir por el sólo hecho de haber sido escrita por quien tuvo el privilegio de presenciar los hechos narrados. El problema radica justamente en que al pretender preservar para la posteridad el testimonio de lo vivido (“a fin de que la juiciosa posteridad pueda (…) desentrañar la verdad histórica”, Páez, 1989, p. 23), Páez enrumba su actividad narrativa a través del único camino posible: el del compromiso con su particular versión de los sucesos. Claro está que ante una visión de conjunto y
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frente a la distancia que ofrece el tiempo transcurrido, las “verdades” de Páez no pueden ser asumidas al pie de la letra, por más que –como sostiene Elías Pino Iturrieta (2007– el autor pretenda hacernos caer en sus redes al relatar sus vicisitudes (Pino, 2007, p. 121). Pero su obra forma parte –como a la vez se apura en señalarlo Inés Quintero (1995, p. 280)– de un elenco de producciones testimoniales que, si bien se ven regidas por la subjetividad inevitable, o sometidas a la órbita de las pasiones y vehemencias de sus protagonistas, constituye aún uno de los puntos de partida para la reflexión sobre nuestro pasado y, como tal, piezas insoslayables en el proceso fundacional de la historiografía venezolana durante el siglo XIX.
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LAS HACIENDAS EN EL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO (SIGLOS XVI-XVII) Luis Alberto Ramírez Méndez (*)
Resumen Eric Wolf y Sydney W. Mintz, han definido a la hacienda como...una propiedad agrícola operada por un terrateniente, quien dirige una fuerza de trabajo subordinado organizada para aprovisionar a un mercado reducido, con la ayuda de un pequeño capital....1 Además, se ha aceptado que el concepto expresado es tan sólo un polo en un continum de variaciones del mismo fenómeno.2 En ese sentido, en el presente análisis se estudian las haciendas ubicadas en la planicie sur del lago de Maracaibo, área que constituyó espacio jurisdiccional de Mérida, desde su ocupación primigenia comprendida desde la sexta década del siglo XVI hasta finales del siglo XVII. Allí, tempranamente se desarrollaron esplendidas haciendas cacaoteras y cañamelares que posibilitaron el ingente desarrollo de la economía emeritense durante ese periodo. El área estudiada se extiende en un triangulo ideal cuya base se dilata entre Estanques y la desembocadura del río Escalante, aproximadamente donde se halla actualmente emplazada la población de Santa Bárbara y su vértice en el río Pocó, que escurre en el actual límite entre los Estados Mérida y Trujillo. La investigación se centra en el estudio cuantitativo y cualitativo las variables: origen, evolución y caracterización de las arboledas de cacao, infraestructura y distribución geográfica de los cultivos en la planicie sur del Lago de
(*) Historiador e investigador merideño. 1. Erick R. WOLLF y Sydney W. MINTZ: Haciendas y plantaciones en Mesoamérica y las Antillas. ������������������������������� En: Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 493-591. 2. Ídem.
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Maracaibo. La investigación se asienta en las fuentes documentales inéditas existentes en los archivos nacionales y extranjeros. Palabras claves: haciendas - arboledas - cacaoteras - cañamelares herramientas
Introducción El estudio de las haciendas en Hispanoamérica, ha atraído la atención de numerosos analistas a partir de la década de 1950.3 Desde esa fecha han variado significativamente los enfoques aplicados a la indagación de esta interesante temática durante el periodo colonial y postcolonial. Los análisis se han centrado en diversos aspectos como la evolución y conformación de la propiedad, los propietarios y sus familias, los medios y útiles de producción, capital, mano de obra, trabajo, tecnología, comercialización, productos, sociabilidad, administración, productividad, valor, infraestructura, viabilidad, costos y precios, tanto de los inmuebles como de los beneficios, en diversas regiones del Nuevo Mundo, determinando detalladamente las variaciones que experimentaron en cada espacio geográfico, fundamentalmente la Nueva España,4 el Perú,5 en donde se realizaron los estudios pioneros y posteriormente en Bolivia,6 Argentina7 y la Nueva Granada.8 3. Woodrow BORAH: New Spain Century of Depression. Berkeley. Los Angeles, 1951. François CHEVALIER: La Formation des Grands Domaines en Mexique. Terre et Société aux XVI e XVII Siècles. Paris, 1962. 4. La extensa bibliografía que analiza las haciendas mexicanas comprende numerosos tópicos. Entre otros estudios se pueden mencionar a C. Michael RILEY: El prototipo de la hacienda en el centro de México. Un caso del siglo XVI. En: Enrique FLORESCANO (comp.): Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina. México. SIAP-CLACSO. Siglo XXI Editores, 1979. pp. 49-69. William TAYLOR: Haciendas coloniales en el valle de Oaxaca. Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. 71-102. David BRADING: Estructura de la Producción Agrícola en el Bajío. 1700-1850. Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 106-130. Hermes TOVAR PINZÓN: Elementos constitutivos de la empresa agraria jesuita en la segunda mitad del siglo XVIII en México. Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 132-241. James Denson RILEY: Santa Lucía: Desarrollo y administración de una hacienda jesuita en el siglo XVIII. Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 242-272. Jan BAZANT: Cinco haciendas mexicanas. Tres siglos de vida rural en San Luis Potosí. 1600-1910. México. El Colegio de México, 1975. Richard B. LINDLEY: Las haciendas y el desarrollo económico. México. Fondo de Cultura Económica, 1987. Pablo MACERA: Instrucciones para el manejo de las haciendas jesuíticas del Perú. (SS. XVII-XVIII). Lima. Nueva Crónica. Vol. 2. Fasc. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1966. Asunción LAVRIN: El Convento de Santa Clara de Querétaro. La Administración de sus propiedades en el siglo XVII. En: Revista Historia Mexicana Nº 97. Vol. XXV. Julio-noviembre, 1975. pp. 75-116. Isabel GONZÁLEZ SÁNCHEZ:
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En el caso venezolano, se han efectuado interesantes aportes sobre esta temática. Inicialmente, la publicación realizada por la Comisión para el Estudio de la Propiedad Territorial, encabezada por Eduardo Arcila Farías, proporcionó un notable avance hacia el conocimiento y tipificación de la hacienda cacaotera de los valles centrales en la Provincia de Venezuela;9 pero es necesario puntualizar que el enfoque aplicado en esa investigación está apegado a la visión marxista de la historia, similar al que utilizó Pablo Macera en su análisis sobre las haciendas peruanas, el cual parte del supuesto que las haciendas se formaron y desarrollaron a partir del traslado y funcionamiento de las estructuras feudales europeas al Nuevo Mundo, lo que revela notables incoherencias entre el planteamiento teórico y la realidad estudiada. Otros autores, han centrado sus estudios sobre el origen, evolución y desarrollo de haciendas azucareras en el valle del Cáncer circunscrito al actual Estado Aragua en la región central venezolana.10 Adicionalmente, Haciendas y ranchos en Tlaxcala en 1712. México. Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1969. 5. Magnus MÖRNER: En torno a las haciendas en la región del Cuzco desde el siglo XVIII. En: Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit.pp. 316-396. James LOCKHART: Ob. Cit. Pablo MACERA: Feudalismo colonial americano. El caso de las haciendas peruanas. En: Acta Histórica. T. XXX. Hungría Szeccd. Studia Latinoamericana IV. pp. 3-43. 6. Robert H. JACKSON y José GORDILLO CLAURE: Formación, crisis y transformación de la estructura agraria de Cochabamba. El caso de la hacienda de Paucarpata y de la comunidad del Passo. 1538-1645 y 1872-1929. En: Revista de Indias. 1993. Vol. LIII. Nº 199. pp. 723-759. 7. Carlos María BIROCCO: Historia de un latifundio rioplatense: las estancias de Riblos en Areco. 1713-1813. En: Anuario de Estudios Americanos. T. LIII. Nº 1. 1996. pp. 1-26. Raúl FRANKLIN (comp.): La historia agraria en el Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos Buenos Aires. 1992. s/e. T. I. II. 8. Juan A. VILLAMARÍN: Haciendas en la Sabana de Bogotá Colombia en la época colonial. 15391810. En: Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 145-160. Germán COLMENARES: Las haciendas jesuitas en el Nuevo Reino de Granada. Bogotá. Universidad Nacional de Colombia, 1969. Hermes TOVAR PINZÓN: Colombia imágenes de su diversidad (1492 a Hoy). Bogotá, Grupo Editorial Educar, 2007. pp. 101-114. José ESCORCIA: Haciendas y estructura agraria en el valle del Cauca. En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Nº 10. 1982. pp. 119-137. 9. Eduardo ARCILA FARÍAS. D. F. MAZA ZAVALA. Federico BRITO FIGUEROA. Ramón A. TOVAR: La obra pía de Chuao. 1569-1825. Caracas. Comisión de Historia de la propiedad agraria territorial. Universidad Central de Venezuela, 1968. T. 1 10. Carlos Julio TAVERA MARCANO: Historia de la propiedad territorial en el valle de Aragua. Maracay (Venezuela) Gobernación del Estado Aragua y Academia Nacional de la Historia, 1995. Catalina BANKO: La industria azucarera en Venezuela y México. Un estudio comparativo. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. T. LXXXVIII. Octubre Diciembre 2005. Nº 352. pp. 157-179.
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se ha realizado el análisis de las haciendas llaneras jesuíticas adyacentes a los ríos Casanare, Meta y Orinoco.11 En el contexto de la región histórica merideña, se destacan los estudios pioneros de Edda Samudio sobre las haciendas azucareras de los jesuitas tanto en los valles altos inter-montanos de la serranía como de las cacaoteras del sur del Lago de Maracaibo.12 Entre tanto, otros investigadores indagan sobre las haciendas ubicadas en el curso del río Chama medio13 y las de tabaco en Barinas.14 Por su parte, Peter Linder aborda las relaciones de producción en las haciendas del sur del Lago de Maracaibo a finales del siglo XIX y principios del XX.15 En torno a la definición de hacienda existe consenso entre diversos autores, al considerar la proposición de Eric Wolf y Sydney W. Mintz, quienes la han conceptuado como...una propiedad agrícola operada por un terrateniente, quien dirige una fuerza de trabajo subordinado organizada para aprovisionar a un mercado reducido, con la ayuda de un pequeño capital....16 Además, se ha
11. Edda O. SAMUDIO A: Las haciendas jesuíticas de las Misiones de los Llanos del Casanare, Meta y Orinoco. Separata del Libro de las Misiones Jesuíticas de la Orinoquia T. I. San Cristóbal. Universidad Católica del Táchira, 1993. 12. Edda O. SAMUDIO A.: Las haciendas del Colegio San Francisco Xavier de la Compañía de Jesús en Mérida. 1628-1767. Caracas. Universidad de Los Andes. Editorial Arte, 1985, y El Colegio San Francisco Javier en la Mérida colonial. Germen histórico de la Universidad de Los Andes. Mérida. Ediciones de la Universidad de Los Andes. 2003. T. I. 13. Julio César TALLAFERRO D.: La Hacienda Estanques 1721-1877. Apuntes para su historia. Mérida. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de Los Andes (Ascenso), 1979. Darcy GELAMBI DE MONTILLA: La Hacienda los Curos. Mérida. Universidad de Los Andes (tesis), 1979. Andrés Benito ESPINOZA: La Hacienda Chichuy 1558-1800. Mérida. Universidad de Los Andes (tesis), 1980. Niria SUÁREZ DE PAREDES: Apuntes para el estudio de la hacienda andina del siglo XIX: el caso de la hacienda de la Santísima Trinidad de Los Curos, 1880-1884. Mérida. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de Los Andes (Ascenso), 1984. 14. Mercedes RUIZ TIRADO: Tabaco y sociedad en Barinas. Siglo XVII. Mérida. Universidad de Los Andes, 2000. 15. Peter S. LINDER: Relaciones de producción en las haciendas del sur del lago zuliano, 1880-1936. Algunas conclusiones preliminares. En: Tierra Firme. Nº 19. Año V. Vol. 5. Julio-septiembre 1987. pp. 283-291. 16. Erick R. WOLLF y Sydney W. MINTZ: Haciendas y plantaciones en Mesoamérica y las Antillas. En: Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 493-591.
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aceptado que el concepto expresado es tan sólo un polo en un continum de variaciones del mismo fenómeno.17 En ese sentido, en el presente análisis se estudia las haciendas ubicadas en la planicie sur del lago de Maracaibo, área que constituyó espacio jurisdiccional de Mérida, desde su ocupación primigenia comprendida desde la sexta década del siglo XVI hasta finales del siglo XVII. Allí, tempranamente se desarrollaron espléndidas haciendas cacaoteras y cañameleras que posibilitaron el ingente desarrollo de la economía emeritense durante ese periodo. El área estudiada se extiende en un triangulo ideal cuya base se dilata entre Estanques y la desembocadura del río Escalante, aproximadamente donde se halla actualmente emplazada la población de Santa Bárbara y su vértice en el río Pocó, que escurre en el actual límite entre los Estados Mérida y Trujillo. La investigación se centra en el estudio cuantitativo y cualitativo las variables: origen, evolución y caracterización de las arboledas de cacao, infraestructura y distribución geográfica de los cultivos en la planicie sur del Lago de Maracaibo. La investigación se asienta en las fuentes documentales inéditas existentes en los archivos nacionales y extranjeros . En primer término, se halla el Archivo General de Indias (Sevilla-España) sobre el fondo el legajo 51 se encuentran las extraordinarias ordenanzas emitidas por el Corregidor Juan de Aguilar para el ordenamiento urbano y rústico de la villa de San Antonio de Gibraltar emitidas en 1610. Asimismo, en el fondo Escribanía de Cámara, legajos 835-c y 836-c, se guardan los títulos de composición de tierras y padrones de esclavos de los propietarios del sur del lago, efectuados durante la visita de los oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor, ante el comisionado Juan Fernández de Rojas en 1656-1658. En el Archivo General de la Nación de Santa Fe de Bogotá (Colombia), se custodian importantes series documentales que se refieren al sur del Lago de Maracaibo, en el fondo Real Hacienda: Cuentas se hallan dos libros de las Cajas Reales de Mérida. En los archivos nacionales está el Archivo General del Estado Mérida, donde se custodia el valiosísimo fondo documental Escribanías Españolas, en cuyas series Protocolos y Mortuorias, se incluyen
17. Ídem.
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las enajenaciones de propiedad, a través de ventas, donaciones, testamentos, fundación de capellanías, otorgamiento de censos, cartas de dotes, inventarios de bienes, raíces y semovientes como esclavos, su origen, valuación, peritajes y poderes, los que posibilitan conocer el proceso de movilización de la mano de obra esclava. La información obtenida ha sido tabulada y procesada y se presentan los resultados. 1. Origen y evolución de las haciendas en el sur del Lago de Maracaibo. Con respecto al proceso formativo de las haciendas, se ha reconocido que su base fueron las estancias, las que han atraído la atención de pocos investigadores. Básicamente sobre la evolución de las mismas en la Nueva Granada existe el trabajo de Edgar A. Torres Castro, quien analiza el surgimiento de las mismas a finales del siglo XVI, definiéndolas como centros de producción agrícola y ganadera, explotadas bajo el modelo de tierras de labor característico de la meseta castellana.18 Esencialmente, fueron propiedades de los primigenios encomenderos, quienes utilizaron los beneficios obtenidos del tributo indígena para invertirlo en sistemas de siembra.19 El citado autor reconoce que fueron unidades productivas de trabajo familiar, previas a la aparición de las haciendas20 y las clasifica como estancias de ganado mayor, estancias de pan hacer y estancias de pan. En Mérida, a diferencia de lo ocurrido en Susa, se utilizó directamente el trabajo aborigen mediante la prestación de servicios personales para establecer las roturaciones y cultivos iníciales. Las técnicas de cultivo en las estancias reprodujeron en esencia una agricultura extensiva cerealera y el pastoreo de ganado, cuya producción se destinó a mercados internos y suministraron excedentes necesarios para abastecer la demanda urbana y de centros mineros. Particularmente, en el caso del sur del Lago de Maracaibo se las denominó
18. Edgar A. TORRES CASTRO: Participación de las estancias en las economías locales y regionales: El caso de Susa en el Nuevo Reino de Granada. Siglo XVII. En: Nueva Granada Colonial. Selección de textos históricos. (Compiladores Diana Bonet Vélez, Michael de la Rosa, Germán R. Mejía Pavony y Mauricio Nieto Olarte). Bogotá. Universidad de los Andes, 2003. pp. 227-228. 19. Ídem. 20. Ídem.
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como estancias de ganado mayor, estancias de ganado menor, estancias de pan sembrar o estancias de pan coger, precisando con ello el uso dado a la tierra. Por su parte, William Taylor explica que en el Valle de Oaxaca en la Nueva España, no fue sino a principios del siglo XVII, cuando comenzaron a desarrollarse unidades de producción denominadas haciendas, para designar una propiedad más compleja que la estancia, entendida como ... una nueva entidad económica dedicada a abastecer mercados locales tanto de productos animales como granos....21 Similar situación sucedió en el ande peruano como lo expone Pablo Macera, al explicar que la formación de las primeras haciendas se inició con la enajenación de fanegadas de tierra de los indígenas a los blancos.22 En la Nueva Granada, Hermes Tovar Pinzón afirma que las haciendas se desarrollaron a lo largo de dos centurias a partir del el siglo XVI, en la medida que se incorporaban tierras y se expandía la frontera agrícola.23 El desarrollo de las mismas estuvo orientado a atender la demanda de sectores urbanos y mineros, lo cual no significó la ausencia de una demanda rural, debido a la diversificación de la producción en el ámbito interno posibilitando satisfacer el consumo de variados productos24 en distintos circuitos y a diferentes mercados. Asimismo, la conformación de las haciendas hispanoamericanas, trajo aparejado el establecimiento de una compleja red de relaciones dirigidas a la vinculación y control de los mercados donde se comercializaban sus productos.25 Esos enlaces se basaban en la expresa intención de los propietarios vinculados mediante parentesco o bien de las instituciones eclesiásticas en realizar adquisiciones simultáneas de diferentes haciendas ubicadas en desiguales pisos altitudinales y nichos ecológicos, lo que les facilitaba realizar cultivos en heterogéneas condiciones climáticas y edáficas. La diversidad de producción obtenida en esos predios fue complementaria entre sí, conformándose así una red subsidiara de abastecimiento y consumo.26 21. William B. TAYLOR: Ob. Cit. p. 77. 22. Pablo MACERA: Ob. Cit. p. 5. 23. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 103. 24. Ibídem. p. 105. 25. Ídem. 26. Ídem. Véase también: Edda O. SAMUDIO A.: Ob. Cit. pp. 33-41. Luis Alberto RAMÍREZ MENDEZ: De la piedad a la riqueza. El Convento de Santa Clara de Mérida. 1651-1874. Mérida.
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Además, se crearon conexiones comerciales entre los centros de acopio y distribución, donde se embarcaban, remitían, recibían, fletaban, disponían de medios de transporte y se mantenían agentes autorizados y apoderados para ejercer la función mercantil. De esa forma, los terratenientes cumplían, alternativa y simultáneamente, las funciones de cosecheros y comerciantes, remitiendo productos agrícolas e importando mercaderías manufacturadas de los centros de producción a los de consumo subsidiario.27 En cuanto a la mano de obra, existe consenso en los autores sobre la diversidad de grupos étnicos empleados en las haciendas. Mientras en la Nueva España28 y el Perú,29 fueron mayoritariamente indígenas, en la Nueva Granada coexistieron tanto amerindios con mestizos.30 Por el contrario, en Venezuela, fueron fundamentalmente de origen africano,31 aunque es preciso señalar que no existió una absoluta diferenciación entre los diversos grupos étnicos que laboraban en las haciendas, donde coexistieron trabajadores indígenas, negros y mestizos, pero evidentemente se insiste en que la distribución étnica de la mano de obra se concretó de la manera expuesta. En cuanto a los sistemas de trabajo a los que se sometieron los trabajadores,
(Colección Fuentes para la Historia Eclesiástica de Venezuela 4) Archivo Arquidiocesano de Mérida. 2005. T. I. pp. 321-393. 27. John E. KICZA: Empresarios coloniales. Familias y negocios en la Ciudad de México durante los Borbones. México. Fondo de Cultura Económica, 1986. pp. 163-202. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 105. STANLEY J. y Bárbara H. STEIN: La Herencia Colonial de América Latina. México Siglo XXI Editores, 1975. p. 151. p. 151. Edda O. SAMUDIO A.: El Colegio San Francisco Javier en la Mérida colonial germen histórico de la Universidad de Los Andes. Mérida. Ediciones del Rectorado de la Universidad de Los Andes, 2003. T. I. pp. 145-233. 28. William TAYLOR:Ob. Cit. pp. 90-91. C. Michel RILEY: Ob. Cit. pp. 60-64. 29. James LOCKHART: Ob. Cit. pp. 278 ss. 30. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. pp. 105-106. 31. Domingo F. MAZA ZAVALA: La estructura económica de una plantación colonial en Venezuela. En: Eduardo ARCILA FARÍAS, D. F. MAZA ZAVALA, Federico BRITO FIGUEROA y Ramón A. TOVAR: La Obra Pía de Chuao. 1568-1825. Caracas. Comisión de Historia de la Propiedad Territorial y Agraria de Venezuela. Ediciones de la Universidad Central de Venezuela. Instituto de Estudios Hispanoamericanos, 1968. T. 1p. 104. Edda O. SAMUDIO A. Los esclavos de las haciendas del Colegio San Francisco Javier de Mérida. /separata de la revista Paramillo 17. 1998. Germán COLMENARES: Historia económica y social de Colombia. (Popayán: una sociedad esclavista. 1680-1800) Bogotá. Editorial La Carreta, 1979.
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fueron también diversos como la encomienda,32 la mita, el cuatequil,33 el concertaje34 y la esclavitud. En relación al capital empleado en las haciendas, éste tuvo un origen disímil. En algunas ocasiones, fue obtenido de las actividades mineras; en los casos donde las haciendas surgieron como centros de abastecimiento de economías basadas en la explotación de los metales. En otros, representaron las crecientes inversiones de estirpes unidas a través de la política de enlaces matrimoniales,35 entregados mediante las dotes36 y trasmitidas por herencias y donaciones en sociedades eminentemente endogámicas.37 En general, se recurrió a la obtención del crédito al sistema financiero eclesiástico a través de la suscripción de censos.38 Adicionalmente, hubo 32. C. Michel RILEY: Ob. Cit.. pp. 51-60. Richard KONETZKE: Ob. Cit. pp. 160-181. Germán COLMENARES: Historia económica y social de Colombia. 1537-1719. Bogotá. Lealón. 1977. pp. 161-187 y 156-167. 33. Richard KONETZKE: Ob. Cit. pp. 181-189. 34. Ibídem. pp. 189-191. Edda O. SAMUDIO A.: El trabajo y los trabajadores en Mérida colonial. Fuentes para su estudio. San Cristóbal. Universidad Católica del Táchira, 1988. 35. John E. KICZA: Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México durante los Borbones. México. Fondo de Cultura Económica, 1986. pp. 177-202. Susan SOCOLOW: Cónyuges aceptables. La elección del consorte en Argentina colonial. 1778-1810. En: Asunción LAVRIN (coord.): Sexualidad y matrimonio en la América hispana. México. Grijalbo, 1991. pp. 229-270. Doris M. LADD: La nobleza mexicana en la época de la Independencia, 1780-1826. México. Fondo de Cultura Económica, 1984. pp. 39-40. Frédérique LANGUE: Aristócratas, honor y subversión en la Venezuela del siglo XVIII. Caracas. (Colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela 252) Academia Nacional de la Historia, 2000. pp. 69-81. 36. Nora SIEGRIST y Edda O. SAMUDIO A: Ob. Cit. 37. Vicente Fernán ARANGO ESTRADA: La endogamia en las concesiones antioqueñas. Manizales. Hoyo Editores, 2003. pp. 24 y 46-49. 38. Sobre la función financiera de la Iglesia en la época colonial y el período republicano se han realizado numerosos trabajos: Cfr. Asunción LAVRIN: The Role of the Nunneries in the Economy of the New Spain in the Eighteenth Century En: The Hispanic American Historical Review Vol. XLVI Nº 4, November 1966, pp. 372-393. The Execution of the Law of Consolidación in New Spain Economic Aims and Results. En: Hispanic American Historical Review. Vol. 53, Nº 1 February 1993. pp. 27-49. Arnold BAUER: The Church in the Economy of Hispanic American Censos and Depósitos in Eighteenth and Nineteenth Centuries. En: Hispanic American Historical Review. Vol. 63 Nº 4, November, 1983. pp. 711-740. Arnold BAUER (comp.): La Iglesia en la economía de América Latina siglos XVI al XIX. México. INAH, 1986. Águeda JIMÉNEZ PELAYO: El impacto del crédito en la economía rural de Nueva Galicia. En: The Hispanic American Historical Review. Vol. 71. Nº 3. August 1991. pp. 501-529. María del Pilar MARTÍNEZ CALVO: (coord.): Iglesia, Estado y Economía. Siglos XVI al XIX. México.
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sectores privilegiados que contaron con elevadas sumas de efectivo como lo fueron las órdenes eclesiásticas, especialmente los jesuitas39 y las mendicantes femeninas, que dispusieron de ingentes cantidades de circulante para ser invertidas en el sistema productivo de las haciendas.40 Finalmente, en cuanto a la rentabilidad de las mismas, hay heterogeneidad de opiniones en los autores. Inicialmente, se había aceptado que había un 5% de retorno en las grandes haciendas,41 pero se demostró que en 20 ó 40 años los índices de riqueza se multiplicaban por 5 y 10 veces.42 En el caso de las haciendas cacaoteras del centro de Venezuela estuvo relacionado con la producción del fruto.43 2. Las haciendas cacaoteras En la Nueva España, el Perú y la Nueva Granada, el surgimiento de las haciendas fue resultado de la necesidad del abastecimiento a las explotaciones
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1995. G. VON WOBESER: El crédito en Nueva España. México. UNAM. 1994. Carmen Adriana FERREIRA ESPARZA. Capellanías y Censos. Una conceptualización necesaria para el estudio del crédito colonial. En: Ensayos de Historia Regional de Santander. Bucaramanga. Universidad Tecnológica Experimental de Santander, 1995. pp. 38-78. Eric D. LANGER, Gina HAMES: Commerce and Credit on the Periphery: Tarija Merchants. 1830-1841. En: Hispanic American Historical Review. Vol. 74, Nº 2, may, 1994, pp. 285. Kenneth J. ANDRIEN: The Sale of Juros and the Politics of Reforms in the Viceroyalty of Peru. En: Journal of Latin American Studies Vol. 13, Nº 1, may, 1981. pp. 1-19. Ermila TROCONIS DE VERACOECHEA: Los Censos en la Iglesia Colonial Venezolana (Sistema de Préstamos a Interés) Caracas. (Colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela 153) Academia Nacional de la Historia, 1982. T. I. Rosamarie TERÁN NAJAS: Censos, Capellanías y Élites. En: Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia Nº 1, II Semestre, 1991. pp. 22-48. Ermila TROCONIS DE VERACOECHEA: La obras pías en la Iglesia colonial venezolana. Caracas. (Colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela 105) Academia Nacional de la Historia, 1971. Alfonso W. QUIROZ: Reassessing The Role of Credit in the Late Colonial Peru: Censos, Escrituras, and Imposiciones. En: Hispanic American Historical Review. 1994, 1, 50 pp. 194-229. Beatriz MARMOLEJO SALAZAR y Blanca TABLANTE: El censo fuente generadora de crédito: su evolución histórica y la participación de la Iglesia como agente crediticio, particularidades en Mérida. 1785-1800. Mérida, Universidad de Los Andes (tesis), 1984. 39. Edda O. SAMUDIO A.: El Colegio San Francisco Javier en la Mérida colonial. Germen histórico de la Universidad de Los Andes. Mérida. Ediciones del Rectorado de la Universidad de Los Andes, 2003. T. I. pp. 195-201. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 104. 40. Luis Alberto RAMÍREZ MÉNDEZ: Ob. Cit. pp. 397-442. 41. Mercedes RUIZ TIRADO: Ob. Cit. pp. 270-272. 42. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 106. 43. D. F. MAZA ZAVALA: Ob. Cit.. p. 105.
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mineras,44 convirtiéndose en redes económicas suplementarias, a diferencia de lo ocurrido en la llanura lacustre emeritense, donde las haciendas surgieron tempranamente como la inmediata consecuencia de la creciente demanda de productos agrícolas, fundamentalmente comestibles de economías foráneas,45 ubicadas esencialmente en las islas y áreas ribereñas del mar Caribe y el norte costero del Nuevo Reino de Granada, en una situación similar a la formación de los ingenios azucareros brasileños, que representaron una actividad totalmente independiente de la minería. Inicialmente, los ibéricos que ocuparon las tierras cálidas y húmedas del sur del lago, las percibieron como útiles para la siembra del maíz, la yuca y otras raíces, destinadas al consumo alimentario de los indígenas; y del algodón para la elaboración del hilo de pita y los lienzos. Adicionalmente, el espacio fue destinado de manera fundamental al tránsito de la producción agrícola y artesanal de los valles altos hacia sus embarcaderos, desconociendo la extraordinaria potencialidad del cacao como producto de exportación. Por esa razón, el proceso productivo en el sur del Lago de Maracaibo, se inició posteriormente al de los valles altos ínter-montanos. Aquella situación, se debió fundamentalmente a que las actividades agrícolas desplegadas por los peninsulares que se asentaron en Mérida, estuvieron determinadas por sus hábitos dietéticos, los que definieron la producción especialmente de cereales fundamentalmente destinados a satisfacer la demanda alimentaria de los europeos. En ese sentido, es primordial expresar que el menú de los españoles estaba basado principalmente en el consumo del pan de trigo, las hortalizas, berzas y verduras, cuyos cultivos fueron exitosos en los pisos altitudinales superiores a los 1.500 mts., donde el suelo, la humedad y el clima eran óptimos para la producción de esas cosechas, destinadas a satisfacer al creciente mercado, tanto citadino como foráneo,46 lo que estuvo en detrimento del inicial aprovechamiento de la planicie lacustre. Aquella percepción fue fundamentalmente modificada debido a inesperados hechos ocurridos en la Nueva España, los que incentivaron el excepcional crecimiento de las haciendas cacaoteras en
44. Pablo MACERA: Art. Cit. p. 15. William TAYLOR: Ob. Cit. p. 92. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 103. Magnus MÓRNER: Ob. Cit. p. 20. 45. STANLEY J. y Bárbara H. STEIN: Ob. Cit. p. 42. 46. Luis Alberto RAMÍREZ MÉNDEZ: Ob. Cit. pp. 284-299.
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las tierras lacustres. Ciertamente, el cacao era conocido47 y consumido por las culturas indígenas prehispánicas, particularmente las de Mesoamérica.48 Después del contacto con los peninsulares, los blancos también se aficionaron al consumo de tan exquisita bebida. Al mismo tiempo que aquello ocurría, la cohabitación de los invasores con los aborígenes ocasionó el contagio y la trasmisión de las temibles enfermedades procedentes de Asia, África y Europa, para las cuales los nativos carecían de inmunidad. La inmediata consecuencia de la contaminación con tan terribles enemigos biológicos fue la dramática disminución de la población amerindia,49 que cultivaba las tierras en México, causando una substancial 47. La economía del Estado de Morelos en tiempo de los aztecas era esencialmente agraria... Los que trabajaban la tierra cultivaban maíz, frijoles, chile, tomate, pimientos, calabazas, algunos frutales, hierbas escogidas como la chía y el huatli o amaranto, el algodón y tal vez el cacao... C. Michael RILEY: Ob. Cit. p. 51. 48. Un grupo de investigadores mexicanos acaba de dar a conocer un descubrimiento interesante en el que se han encontrado restos de cacao con 3.750 años de antigüedad en una vasija hallada en una excavación arqueológica en la ciudad de Veracruz. Este nuevo descubrimiento aumenta la datación de la utilización del cacao que se estableció el año pasado en unos 3.100 años. En el año 2007 los expertos descubrían que la bebida de cacao era más antigua de lo que hasta el momento se había estipulado, gracias a los restos arqueológicos de unos recipientes de cerámica hallados en el valle Ulua (Honduras), se databa la antigüedad del uso del cacao en unos 3.100 años. En los recipientes de cerámica se encontraron restos de teobromina, una sustancia alcaloide que sólo se encuentra en el cacao y principalmente en sus semillas. www/bien simple.com./ El chocolate, tal como ahora le usamos, no era conocido de los indios: lo que ellos tomaban venía á ser lo que hoy llamamos «cacao frío» ó «espuma de cacao,» y que aun se vende en los tianguis ó mercados de los pueblos. Mezclaban con el cacao varias yerbas, especias, chile, miel, agua rosada, granos del pochotl ó ceiba, y especialmente maíz. Conocían varios métodos para preparar la bebida; pero siempre en frío, y así se tomaba. Lo general era moler el cacao y demás semillas, desleír la pasta en agua, separar una parte y ponerla en mayor cantidad de agua, batir el líquido y pasarle varias veces de un vaso á otro, dejándole caer desde alto para que formase espuma. http://es.wikisource.org/ Los Mejicanos hacían una preparación del cacao en frío y en Nicaragua se preparaba una bebida de cacao cocida. ... Tulio FEBRES CORDERO: El Chocolate y el Chorote. Estudio Histórico. En: Archivo de Historia y Variedades. Caracas. Parra León Hermanos. 1930. T. I. pp. 65-6 49. Entre 1492, y alrededor de 1550, lo que podemos denominar el complejo de la conquista literalmente aniquiló las poblaciones indígenas de las primeras regiones de contacto cultural europeo y amerindio: el Caribe. Diezmó a los habitantes de México central donde la población recientemente calculada de cerca de 25 millones en 1523, descendió hasta poco más de un millón en 1605. STANLEY J. y Bárbara H. STEIN: Ob. Cit. p. 40. En ese sentido, Jonathan D. Israel afirma que... al presentarse de 1545 a 1548 la catástrofe de la aterradora peste que los indios llamaron cocoliztli, la cual fue causa de uno de los terribles desastres conocidos por la historia. ya se ha señalado que los indios de México carecían de defensas biológicas contra los virus del viejo Mundo, pero tuvieron que pasar diez y seis años de contacto de los americanos con los europeos antes que se presentara la epidemia general y fuertemente devastadora. ... Según cálculos hechos por los frailes el tributo cobrado por la muerte en el periodo de 1545 a 1548 fue tan alto que perecieron
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reducción en la producción alimentaria en aquel virreinato,50 particularmente del cacao, lo que determinó la escasez de aquel fruto y ocasionó el aumento sostenido de su precio,51 ocurrido durante las décadas finiseculares del XVI y las iniciales del XVII. Por esta razón, el ayuntamiento mejicano solicitó al virrey que instituyera... una bolsa de cacao para estabilizar el mercado y combatir el acaparamiento de ese producto básico.52 Entonces, los mercaderes mexicanos, con la finalidad de satisfacer la demanda inusitada de las nueces en México y estimulados por los altos precios del cacao, que les prometía elevadas ganancias iniciaron la búsqueda del fruto en otras latitudes.53 Esa situación coincidió con el hallazgo de bosques silvestres de cacao54 en el sur del Lago de Maracaibo, en donde el fruto era conocido por los indígenas, quienes lo denominaban con los nombres de espití, chiré y tiboo55 y preparaban una bebida cocida llamada chorote, a cuya infusión también se aficionaron los ibéricos agregándole leche y especies, creando el chocolate.56 En aquel tiempo, los asombrados hispanos observaron como incultamente se desarrollaban los árboles que fructificaban el cacao de excelente calidad,57 aproximadamente tres cuartos y quizá hasta cinco sextos de la población indígena de la actual república Mexicana. Jonathan D. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política en el México Colonial 1610-1670. México. Fondo de cultura ecónomica, 1980. . p. 22. 50. Woodrow BORACH: Ob. Cit. p. 44. 51. Jonathan D. ISRAEL: Ob. Cit.. p. 194. 52. Ibídem. p. 198. 53. Ibídem. p. 35. 54. Existen tres especies de cacao (sterculiáceas): una originaria de Nicaragua (Teobroma leiocarpa) que se trasladó a Trinidad, la que se conoce como calabacillo; de allí se introdujo a Venezuela. La segunda, el cacao criollo o chuao (Theobroma Cacao L Sp.) es el originario del sur del Lago de Maracaibo, es un fruto alargado y fusiforme, más grueso y redondo en la base, verrugoso con cinco surcos hondos y cinco más intermedios alternantes y menos marcados por una sección blanco amarillenta o rosado pálido de sus semillas ovoideas y grandes, es el cacao por excelencia, el verdadero alimento de los dioses, teniendo todos sus elementos combinados en proporción ideal... Henry PITTIER: Manual de las plantas usuales de Venezuela y su suplemento. Caracas. Fundación Eugenio Mendoza, 1971. pp. 147-149. 55. Gonzalo PICÓN FEBRES: Libro Raro. Mérida. (Colección de autores y temas merideños) Talleres Gráficos Universitarios, 1964. pp. 70-71. 56. Ídem. 57. En el testimonio de 1627, emitido por el procurador de Mérida don Diego Prieto de Ávila, éste afirmaba...porque según hasta agora se ha experimentado de más de cincuenta años siempre
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denominado a partir de entonces porcelana,58 de cada mil flores de un árbol de esta variedad, sólo una se convierte en mazorca, que contiene 25 nueces del delicioso fruto, el que se destinaba a la exportación, navegándolo en buques, que ya zarparon antes de 1579.59 Aquello motivó la inmediata ruptura de las tierras60 para expandir los sorprendentes vergeles, que rendían cacao de óptima calidad, lo que impulsó la conformación de las haciendas en el sur del Lago de Maracaibo; al mismo tiempo se impulsó el proceso de apropiación de la tierra, la expansión de los sembradíos y el desarrollo de las estancias. Esas especiales circunstancias motivaron a que durante las décadas finales del XVI, los emeritenses avanzaran rápida y decididamente en la colonización de los espacios favorables al cultivo del cacao, abriendo las labranzas en las zonas inmediatas a los acuíferos, las que periódicamente eran inundadas por las corrientes fluviales, que arrastraban abundante material orgánico desde sus torrenteras depositándolo en aquellas planicies haciendo los suelos sumamente fértiles. Esas propicias condiciones produjeron abundantes cosechas incidiendo al ensanchamiento de los cultivos y la expansión de la frontera agrícola. Para entonces, eran desconocidas las particularidades geológicas, edáficas y freáticas del pie de monte. Pero, al avanzar el proceso de roturación va en aumento... AGI. Santa Fe. Legajo 133. Expediente para que se funde un convento de monjas en Mérida. Testimonio de Diego Prieto de Ávila. Mérida, 29 de marzo de 1627. ff. 32v-33r. 58. Porcelana es un tipo de cacao de extraordinaria calidad definido como… insólito, mágico, sutil y delicadísimo… conocida por expertos mundiales por su excepcional poder aromático, de mil flores de porcelana, sólo una se convertirá en mazorca y produce a su vez, 25 almendras de un blanco nacarado de pureza incomparable que dará origen a un chocolate sin amargo alguno. Actualmente se cultiva en el sur del lago de Maracaibo, pero especialmente en la estación del Pedregal, en las inmediaciones de El Vigía, donde se hallaron arbustos silvestres, sin contaminación con otras especies de cacaos para la compañía francesa Varlhona ubicada en Tain Hermitage. Cfr. www. alexa.com. Porcelana del Pedregal. 59. En 1579, se hace referencia a la salida de...harinas, harinas bizcochos, jamones, y tocinos y mucha ropa de algodón, y corambre y azucares y cacao... Descripción de la ciudad de la Nueva Zamora, su término y Laguna de Maracaibo, hecha por Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga de orden del Gobernador don Juan de Pimentel. En: Relaciones Geográficas de Venezuela. Caracas. (Colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela.70) Recopilación, estudio preliminar y notas de Antonio Arellano Moreno. Academia Nacional de la Historia, 1964. p. 207. 60. La expansión de la frontera agrícola en la región histórica merideña se continuó en la zona sur del lago, fundamentalmente dirigida a la ampliación de los cultivos de cacao desde la séptima década del siglo XVI, y fue expandida en el pie de monte andino llanero especialmente en las mesas del Moromoy y del Curay, donde se cultivó el tabaco destinado al comercio internacional a partir de las primeras décadas del siglo XVII.
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y la expansión de los sembradíos, quedó al descubierto una dura y frustrante realidad: las crecientes de los ríos, al mismo tiempo que fertilizaban la tierra, también arruinaban las plantaciones con sus desbordamientos, perdiéndose con ello el esfuerzo empleado en la conformación de los mismos.61 Ante ese difícil escenario se optó por abandonarlas calificándolas de desechados o anegadizos, inútiles e inservibles para la agricultura62 y desarrollar los cultivos sobre extensiones que estaban a salvo de las temibles riadas que devastaban las plantaciones. Ese escenario determinó la existencia de zonas altamente codiciadas por sus inestimables condiciones.63 Esa característica de suelos anegables deviene de las particularidades geográficas, propias de la zona, fundamentalmente de su topografía de planicies 61. Entre otros testimonios doña Francisca de Vergara expresaba que una estancia mercedada a su esposo Diego García de Carvajal...se la llevó el río... Mojaján (San Pedro) AGI. Escribanía de Cámara. Legajo 836-c. Visita de los oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones. Composición de Doña Francisca de Vergara, viuda de Diego García de Carvajal. San Antonio de Gibraltar, 26 de abril de 1657. f. 82rv. Los agustinos de San Antonio de Gibraltar declararon que las tierras que le habían sido asignadas en San Pedro y Arapuey eran... inútiles de montañas y anegadizos y las de sabanas asimismo eriazas de poco o de ningún aprovechamiento... AGI. Escribanía de Cámara. Legajo 836-c. Visita de los oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones. Composición de las tierras del Convento de San Agustín de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 4 de abril de 1657.ff. 171v-172r. Don Pedro de Silva declaraba que sus tierras en las márgenes del río Tucaní...eran anegadizos por no haber tierra útil... AGI. Escribanía de Cámara. Legajo 836-c. Visita de los oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones. Composición de Pedro de Silva. San Antonio de Gibraltar, 4 de abril de 1657. f. 174r-v. Don Fernando de Valderrama, recibió tres estancias de pan en el valle del Espíritu Santo, contiguas al río Torondoy, pero sólo compuso dos porque la tercera se...la anegó el río... AGI. Escribanía de Cámara. Legajo 836-c. Visita de los oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones. Composición del capitán Fernando Balderrama. San Antonio de Gibraltar, 5 de abril de 1657. ff. 178v-179r. Los padres del Convento de San Agustín declararon poseer una estancia en el valle del Espíritu Santo ... que por haberse anegado toda aquella parte de tierra con inundaciones del río Torondoy habrá quedado hasta media estancia de ganado mayor montuosa e inútil... AGI. Escribanía de Cámara. Legajo 836-c. Visita de los oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones. ff. 171v-172r. 62, En un testimonio de 1623, sobre la expansión de los cultivos en el valle de Mocotem, se afirmaba...que son tierras que desde hace diez o doce años de beneficio se an perdido y secado los árboles de cacao y lo propio son las de San Antonio de Gibraltar y es dudosa su permanencia... AGEM. Protocolos T. VIII. Poder de Juan Pérez Cerrada para solicitar composición de tierras. Mérida, 23 de enero de 1623. ff. 13v-15v. 63. Esas zonas a salvo de las inundaciones se denominaron bancos y allí se cultivaba el cacao en óptimas condiciones. En la hacienda del capitán y sargento mayor don Pedro Dávila y Rojas en Mojaján, se inventariaron en el banco de Santa Lucía y el pepeo, 11.000 árboles de cacao todos frutales, en el de Babures 5.100, en el de Santa Cruz 8.200 y el de San Isidro 8.600.
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y su elevada pluviosidad, producto de situarse en un área de convergencia intertropical, lo cual motiva la presencia de grandes masas de vientos húmedos que al tropezar con el escudo que forma la sierra nevada de Mérida y la sierra del norte o La Culata, produce un engolfamiento de aire caliente, el que se condensa produciendo torrenciales aguaceros, los que se precipitan sobre los torrentosos acuíferos vertientes al lago, ocasionando los desbordamientos. Por consiguiente, es errado considerar como lo sostienen Altez, Parra y Urdaneta que las inundaciones y los deslaves experimentados en la segunda mitad del siglo XVII, se debieron a la...modificación del paisaje con el asentamiento de estancias, haciendas, cabañas, trapiches, puertos, extensas arboledas de cacao que generaron drásticos cambios ambientales en el siglo XVI y XVII. ....64 De la misma forma, es necesario acotar que esa situación era imprevisible para aquellos pobladores y en el presente lo es, debido a la imposibilidad de determinar cuándo ocurrirá un evento sísmico y menos aún si como producto de su ocurrencia, se ocasionarán deslaves. Paralelamente al crecimiento sostenido de las haciendas, los vecinos emeritenses y gibraltareños avanzaron en el proceso de apropiación de la tierra, debido a que las posibilidades de obtener lucrativas ganancias dependían de la relación entre el área labrada en una hacienda, con la tecnología aplicada en el cultivo de la misma. En ese sentido, la incipiente tecnología determinó el carácter extensivo de los cultivos, como acertadamente lo afirma Hermes Tovar Pinzón al explicar que...la tierra era un factor fundamental en la organización de la hacienda pero no era en sí misma un fin. Era el medio que permitía acumular bienes para acceder con su explotación a otras actividades económicas que le permitieran articularse a diferentes mercados.65 La apropiación de la tierra no implicó que todas las extensiones cedidas fueran aprovechadas en los cultivos. Por el contrario, coexistieron terrenos labrados con aquellos que permanecieron incultos o subutilizados. Los criterios para la ampliación de los cultivos estuvieron fundamentados en las posibilidades de mano de obra y transporte de los productos a los embarcaderos. Por AGEM. Mortuorias T. X. Mortuoria del Capitán y Sargento Mayor Juan Dávila y Rojas. Inventarios de las Estancias de Mojaján. Mojaján, 29 de septiembre de 1667. ff. 390r-391v. 64. Rogelio ALTEZ, Ileana PARRA y Arlene URDANETA: Contexto y vulnerabilidad de San Antonio de Gibraltar en el siglo XVII. Una coyuntura desastrosa. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. T. LXXXVIII. Octubre- Diciembre de 2005. Nº 352. pp. 181-209. p. 190. 65. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 102.
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ende, aquellos espacios que se situaban adyacentes a las vías de comunicación o las dársenas fueron extensivamente cultivados, mientras los más distantes permanecieron sin labrar. 3. Las arboledas de cacao La formación de las arboledas de cacao fue gradual y paulatina, debido a que la siembra de los árboles fue haciéndose en diferentes etapas. Las primeras roturaciones fueron consecutivas y se iniciaron con la creciente deforestación de la selva tropical, especialmente de aquellos árboles gigantescos que poblaban las llanuras para ser sustituidas por los sotos de cacao. Las primeras plantaciones fueron modestas, oscilaban entre: menos de mil hasta tres mil pies de cacao, pero los propietarios preveían que podrían conformar sembradíos que alcanzaban a más de diez mil y quince mil árboles.66 Ello determinó que en las haciendas existieran locaciones de árboles con diferentes datas y edades. A esos espacios se les denominó bancos o suertes67 y a cada uno se les designó con un nombre específico determinado por la cantidad de años que los árboles tenían sembrados, los que evidentemente se avaluaban distintamente de acuerdo a su productividad, atendiendo a que se requerían entre seis y ocho años de cultivo y cuidados para que las arboledas fructificaran su primera cosecha. De esa forma, se separaban los labrantíos recién sembrados o menores de seis años68 que aún no habían producido su primera cosecha, de aquellos que 66. ...Item declaro por bienes míos los dichos quinientos árboles de cacao los quales están en tierras mías en el valle de la Savana del Espíritu Santo, términos de la ciudad de Xibraltar... de tierras para poder sembrar seis mil árboles de cacao... AGEM. Protocolos T. XIX. Testamento de doña Juana de Monsalve. Mérida, 13 de marzo de 1647. ff. 206r-208v. En 1638, don Fernando de Alarcón entregó como dote a su hija doña Petronila... iten más mil quinientos árboles de cacao de dos años en el mismo sitio de La Arenosa... más un pedazo de tierra pegados y contiguos a los dichos árboles de cacao y en dichas tierras de La Arenosa, en que se puedan sembrar hasta en cantidad de diez mil árboles de cacao... AGEM. Protocolos T. XV. Carta de dote de doña Petronila de Alarcón. Mérida, 16 de abril de 1638. ff. 16v-18r. 67. Doña Constanza Varela declaraba en 1645 que poseía en el valle de Chama... una estancia en los llanos de los Guaroríes que tengo dos suertes de cacao la una de mil árboles y la otra de seiscientos... AGEM. Protocolos T. XVIII. Testamento de doña Constanza Varela. Mérida, 8 de diciembre de 1645. ff. 267v-271v. 68. Item cuatro mil árboles de cacao de edad de dos años, que están puestos y plantados en las tierras que llaman de la Arenosa y Arapuey, términos de esta ciudad en mil patacones... AGEM. Protocolos T. XV. Carta de dote de doña María de Valecillos. Mérida, 12 de abril de 1638. ff. 10v-14r.
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superaban esa edad y eran frutales69 y los que progresivamente eran mayores de diez años que se consideraban en máxima producción,70 de los que se recolectaban frutos en dos, tres y hasta cuatro oportunidades durante el año.71 Finalmente, se hallaban los que se por ser... muy viejos ya no daban fruto. GRÁFICO 1 DISTRIBUCIÓN DE LAS SUERTES DE ÁRBOLES DE CACAO FRUTALES (MILES) EN LOS VALLES DEL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1620-1650
FUENTE: AGEM. Protocolos T. I-XL Mortuorias T. I-X AGI. Escribanía de Cámara Legajo 836-c. Visita de los Oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones. 69. En 1638, el bachiller don Alonso de Cabrera y Roxas, hizo constar en el recibo de dote de su esposa doña Juana de Arismendi Montalvo ... tres mil árboles de cacao frutales de seis o siete años, los quales se apreciaron a cinco reales cada árbol importan mil ochocientos setenta y cinco pesos de plata... AGEM. Protocolos T. XV. Recibo de la dote de doña Juana de Arismendi. Mérida, 20 de junio de 1639. ff. 264v-269v. 70. En 1627, en un testimonio del vicario de Mérida Francisco Yzarra de la Peña afirmaba ... que por las experiencias que hay en esta tierra el árbol de cacao mientras más viejo da más fruto y aunque hay algunos de más de sesenta años siempre están buenos y fructíferos... AGI. Santa Fe. Legajo 133. Expediente para que se funde un convento de monjas en Mérida. Testimonio de Francisco Yzarra de la Peña. Mérida, 30 de marzo de 1627. f. 44v. 71. Entre otros ejemplos, en la hacienda de Isabel Duran, ubicada en la Sabana del Espíritu Santo de San Antonio de Gibraltar, se inventariaron en 1649 ... siete mil trescientos árboles de cacao frutales ... Item mas se contaron dos mil árboles de cacao nuevos de edad de dos años poco más
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En ese sentido, las arboledas de cacao se sembraban en suertes de alrededor de mil árboles, que requerían aproximadamente de tres a cuatro hectáreas de extensión, porque los plantíos no se hacían en hileras o dameros; por el contrario se atendían a los accidentes del suelo y se mantenían los árboles altos de amplias copas destinados a proporcionar sombra a los que requerían de mayor espacio para sus raíces. Además, en aquellas zonas de elevada fertilidad, las plantaciones se desarrollaban con mayor rapidez dando como resultado árboles de cacao con espléndidos ramajes que requerían de mayores superficies, ocasionando que los arbustos se plantasen con una extensión intermedia, entre cada uno, de catorce72 a diez y ocho73 pies, equivalentes aproximadamente entre 5,46 y 7,20 metros. Después de cumplido el ciclo de roza y la reproducción mediante los almácigos, se trasplantaban a las suertes o bancos comprensivos hasta de mil árboles; luego se aguardaba que las plantas crecieran lo suficientemente para emprender las deforestación de otras cinco hectáreas y formar otro banco o suerte. Las primeras áreas de propagación de los cultivos se ubicaron adyacentes a la riada del Chirurí, donde los peninsulares hallaron los espléndidos cacahuales que mostraban sus follajes y frutos con tal exuberancia que sorprendieron a los peninsulares y hasta el maravillado Fray Pedro Simón refirió que en... la parte del Sur, está el ancón de Marumá, en cuyo paraje se halló una gran mono menos... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Isabel Duran. Inventario de la hacienda del Espíritu Santo. Valle de la Sabana del Espíritu Santo de San Antonio de Gibraltar, 23 de junio de 1649. f. 348r-v. Entre los bienes de Antonio Arias Maldonado en el valle de Bobures se hizo constar que habían... dos mil árboles de cacao frutales de ocho años poco más o menos según parece Item más setecientos cincuenta y cuatro árboles de cacao de seis años poco más o menos. Iten más mil árboles de cacao frutales de edad de cuatro años poco más o menos. Item más dos mil trescientos árboles de cacao de dos años poco más o menos... AGEM. Mortuorias T. VI. Mortuoria de Antonio Arias Maldonado. Declaración de bienes. El Valle de Bobures, 11 de noviembre de 1658. f. 183r. 72. En 1639, Francisco de Castro vendió al padre Pedro de Miranda una estancia con seiscientos árboles de cacao, haciendo constar que... se comprende en ellos divididos cada un árbol del otro catorce pies... AGEM. Protocolos T. XV Carta de venta. Mérida, 18 de marzo de 1639. ff. 199v201v. 73. En 1627, Miguel de Trejo vendió al padre Pedro Marín Cerrada una estancia con cuatro mil árboles por... la orden que en aquella tierra se siembra que es a diez y ocho pies de lo que un árbol y otro de cacao...AGEM. Protocolos T. X. Carta de venta. Mérida, 8 de marzo de 1627. ff. 171r172v.
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GRÁFICO 2 DISTRIBUCIÓN DE LAS SUERTES DE ÁRBOLES DE CACAO NO FRUTALES (MILES) EN LOS VALLES DEL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1620-1650
FUENTE: AGEM. Protocolos T. I-XL Mortuorias T. I-X AGI. Escribanía de Cámara Legajo 836-c. Visita de los Oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones.
taña de árboles de cacao...,74 la cual constituye una de las primeras referencias al cacao en Venezuela.75 El ancón de Maruma se ubicaba en el valle de Chirurí, próximo a las propiedades Juan Boscán, Joseph Rodríguez Melo y Andrés Gallardín,76 inmediato al actualmente sitio denominado Campo Boscán. 74. Fray Pedro Simón: Ob. Cit. T. I. p. 105. 75. En una relación del mercader Florentino Galeoto Gey, quien acompañó a los Welser en sus expediciones a Venezuela 1534 y 1543, hay una descripción de un árbol, similar al del cacao y equipara sus frutos a la moneda de los indios de Temistlan, explicando que... crece silvestre en los bosques... José Rafael LOVERA DE SOLA: El cacao en Venezuela: una historia. Caracas. Editado por Chocolates El Rey. 2000. En ese sentido, el florentino no expresa el sitio donde lo observó, es muy probable haya acompañado a los alemanes en sus correrias por la Puruara y especial con los indígenas de Camarí (Chirurí) o Parepí (La Arenosa), inmediatos al ancón de Maruma, donde fructificaban silvestres los árboles de cacao. 76. En 1600, el teniente de corregidor de Mérida Diego Prieto Dávila, exponía ... que en el Ancón de Maruma de la provincia, tres leguas, poco más o menos término y jurisdicción de la villa
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Desde aquel espacio, las roturaciones fueron ensanchándose inmediatas a los cursos fluviales de los ríos la Arenosa o Piripí, Castro o Pionío, Mojaján o San Pedro, Mucutem, Tucaní, Arapuey y Chirurí y las quebradas de las Guarichas o las Docellas (Caño Mico), Muyapá, la Tolosa, Chipansí o Tintinillo y Hacauay o el Alguacil. Asimismo, en el valle del Chama, las plantaciones se difundieron sobre ambas márgenes de los ríos Onia, Chama, Curigría y Mocofoco o Mucujepe, los Caños Seco, Bubuquí y la quebrada Mocacay. Sucesivamente, fueron incorporados los valles de Mibambú, Capaz, Chimomó y Mucutem77. En tanto, al norte, en el valle del Espíritu Santo, se registraron cuatro propiedades que contenían cuatro parcelas sembradas con mil árboles, al igual que una con dos mil, tres suertes comprensivas de tres a cuatro mil; tres entre cuatro y cinco mil; dos entre cinco y diez mil y una en más de diez mil. Mientras, en La Arenosa, se ubicaban dos propiedades que reportaban la existencia de dos suertes de mil árboles, dos con dos mil, dos con tres mil a cuatro mil, tres con cinco a diez mil. (Véase Tabla 1) de San Antonio de Gibraltar, están unos indios poblados que no an dado obediencia al Rey... sean encomendados en Gonzalo Palomino Rendón BNBFC. Colección Ciudades de Venezuela. R. 9. Vol. 2. Apuntamientos y peticiones presentados por testigos sobre encomiendas de indios en la villa de San Antonio de Gibraltar, si deben continuar los encomenderos en sus encomiendas 1601. El capitán Diego Prieto Dávila recomienda se entreguen los indios del Ancón de Maruma a Gonzalo Palomino Rendón. Mérida, 2 de febrero de 1600. p. 287-288. En 1626, Joseph Rodríguez Melo, ocurrió ante el gobernador Juan Pacheco y Maldonado para solicitar se le hiciera merced de dos estancias de pan había labrado ubicadas ...desde la puerta de la estancia de Manuel Barbuda hacia la Arenosa, el camino real es a la mano hasta el camino que va al trapiche de Tomás de Aranguren, que lo tengo labrado... hacia la laguna de Maracaibo, el ancón de Maruma dándole ancho y largo de la dicha estancia y arboleda de cacao hacia la laguna y por los lados linda con estancias de Juan Boscan y por la otra Andrés Gallardin... AGEM. Mortuorias T. 4. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Solicitud de Merced. Mérida, 5 de enero de 1626. f. 203r-v. De la misma forma en 1626, Antonio de Orduña solicitó dos estancias de pan ubicadas... en el camino que ba de la dicha ciudad de Xuibraltar a Arapuey, pasando por un caño que llaman el Xaguei Berde, largo de ella arrimando al dicho caño Xaguei a una i otra mano del dicho camino y lo ancho del dicho caño hacia Arapuey y Maruma... BNBFC. Cabildo Mercedes de Tierra. Caja 12. Documento 1. Merced otorgada por el capitán Juan Pacheco y Maldonado, gobernador de Mérida a Antonio de Orduña. Mérida, 31 de enero de 1626. f. 95r-v. 77. En 1623, Juan Pérez Cerrada, expresaba que... por quanto en los llanos y bertientes de la laguna de Maracaibo... términos y jurisdicción de la ciudad de San Antonio de Gibraltar, a muchos años que tengo y poseo una estancia de ganado mayor en el sitio y comarca que llaman de Mocotem... abajo camino viejo que sale de ella para el puerto de San Antonio de la dicha laguna de Maracaybo, donde yo y Francisco de Belasco, Diego de Carvajal y Antonio de Santa Ana y Juan Muñoz bamos rozando y desmontando y poniendo algunos cacaos ... AGEM. Protocolos T. VIII. Poder de Juan Pérez Cerrada para solicitar composición de tierras. Mérida, 23 de enero de 1623. ff. 13v-15v.
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA TABLA 1 CANTIDAD DE ÁRBOLES DE CACAO FRUTALES Y NO FRUTALES POR BANCOS O SUERTES EN EL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1620-1650
FUENTE: AGEM. Protocolos T. I-XL Mortuorias T. I-X AGI. Escribanía de Cámara Legajo 836-c. Visita de los Oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones.
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Las cifras demuestran que durante la primera mitad del siglo XVII, el creciente auge del cultivo del cacao en la zona sur del lago. La propagación de los cacahuales fue sostenida en aquel espacio, incentivado por el incremento de la demanda en el mercado mejicano y por la excepcional calidad del fruto cultivado y producido en la planicie lacustre. GRÁFICO 3 DISTRIBUCIÓN DE LAS SUERTES DE ÁRBOLES DE CACAO FRUTALES (MILES) EN LOS VALLES DEL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1650-1700
FUENTE: AGEM. Protocolos T. I-XL Mortuorias T. I-X AGI. Escribanía de Cámara Legajo 836-c. Visita de los Oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones.
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Ciertamente, las excepcionales condiciones de la demanda del cacao impulsaron a los emeritenses y gibraltareños en el cultivo y desarrollo de las arboledas, que rápidamente se concretaron en las haciendas. En general durante la primera mitad del siglo XVII, se reseñaban en el sur del lago diez y siete suertes con mil árboles frutales, trece de mil a dos mil, doce de tres mil a cuatro mil, cinco de cuatro mil a cinco mil, nueve entre cinco y diez mil, y cinco superiores a diez mil. (Véase Gráfico 1) En la expansión de la frontera agrícola no se escatimaron recursos; por el contrario, en ese periodo las rozas y roturaciones fueron incrementándose progresivamente para expandir las superficies cultivadas. Ello es apreciable al conocer el número de los bancos que tenían plantados árboles de cacao no frutales, es decir con datas menores a los seis años. Específicamente en el valle de Chama, se reseñaron cuatro parcelas con mil árboles, una con dos mil, una con cinco mil y más árboles equivalentes a diez y nueve mil plantas nuevas (Véase Tabla 1 y Gráfico 2). GRÁFICO 4 DISTRIBUCIÓN DE LAS SUERTES DE ÁRBOLES DE CACAO NO FRUTALES (MILES) EN LOS VALLES DEL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1650-1700
FUENTE: AGEM. Protocolos T. I-XL Mortuorias T. I-X AGI. Escribanía de Cámara Legajo 836-c. Visita de los Oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones.
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Entre tanto, al otro hito, en el valle del Espíritu Santo se refirieron cuatro suertes con mil árboles; dos con mil a dos mil; mientras en La Arenosa, se anotaba un banco con tres mil a cuatro mil y uno con cuatro mil a cinco mil. En el valle de Capaz, se registraron cinco suertes con mil árboles y una con más de tres mil. También, se reseñan bancos sembrados en los valles de Chirurí, Castro y Arapuey (Véase Tabla 1). En la segunda mitad del siglo XVII, es apreciable la expansión de los cultivos emprendida durante la primera mitad de aquella centuria. Entonces, ya se reseñan haciendas con mayor cantidad de árboles frutales, manteniéndose la tendencia en los hitos iníciales ubicados en los valles de Chama y Espíritu Santo; pero ya en los otros valles hay cifras significativas de suertes con árboles frutales. En el caso del valle del Espíritu Santo, se localizaban cuatro haciendas con mil árboles de cacao; dos con dos mil; dos con tres mil; dos de cuatro mil; tres comprendidas entre cinco a diez mil y tres con más de diez mil. Entre estas se incluían las haciendas del Convento de Santa Clara de Mérida que para 1690, contaban con más de treinta mil árboles y las de los jesuitas que contenían en La Sabana 51.000 árboles de cacao y en La Arenosa 16.000 en 1684.78 En el otro punto, el valle del Chama, se cultivaban dos parcelas con mil árboles; cinco que contabilizaban dos mil a tres mil; cuatro que reseñaban tres mil a cuatro mil; tres con cinco mil a diez mil y dos comprensivas entre más de diez mil a veinte mil frutales. En tercer lugar, se hallaba La Arenosa, donde habían plantados tres suertes con tres mil a cuatro mil, una de mil, una con cuatro mil, una con cinco mil hasta diez mil y una con más de diez mil (Véase Tabla 2 y Gráfico 3). Luego se hallaba el valle de Mojaján, donde se registraba una suerte de mil a dos mil árboles, dos con cinco mil a diez mil, una comprendida de entre diez mil a veinte mil y una con más de veinte mil árboles frutales (Véase Tabla 2 Gráfico 3). En los valles de Chirurí y Arapuey, se reconocían dos propiedades que contaban entre cinco a diez mil árboles y finalmente Mibambú que tenía una suerte de mil, una con dos mil a tres mil y una con cuatro mil a cinco mil, siendo este el último espacio que se aprovechaba para labrar el fruto (Véase Tabla 2).
78. Edda O. SAMUDIO A.: Ob. Cit.. p. 368.
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TABLA 2 CANTIDAD DE ÁRBOLES DE CACAO FRUTALES Y NO FRUTALES POR BANCOS O SUERTES EN EL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1650-1700
FUENTE: AGEM. Protocolos T. I-XL Mortuorias T. I-X AGI. Escribanía de Cámara Legajo 836-c. Visita de los Oidores Modesto de Meller y Diego de Baños y Sotomayor. 1655-1657. Composiciones.
Por el contrario, el decrecimiento de los plantíos de nuevos árboles es evidente durante la segunda mitad de la misma centuria, indudablemente esa circunstancia fue consecuencia de las nefastas dificultades experimentadas durante aquel periodo. Ello se puede apreciar al comparar la cifra de árboles no frutales anterior a 1650, que indicaba diez plantíos de mil árboles y posterior a aquella fecha que sólo se refieren cuatro. A pesar que en Mojaján y La Arenosa se hallan plantíos con más diez mil árboles de cacao nuevos, en el primer caso
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es el resultado del aprovechamiento de tierras a salvo de las terribles inundaciones, y en el segundo fue producto de la inventiva y destreza de los jesuitas en la expansión de sus haciendas. Ello, es apreciable en la ausencia de registros que reseñen árboles no frutales en los valles de Mibambú, Capaz, Tucaní y Cuéllar de la Isla, lo que probablemente fue causado por los terribles eventos que se suscitaron en los setentas de aquella centuria, la carencia de capital y la disminución de la mano de obra. En total durante este periodo había noventa y nueve haciendas que dividían sus cultivos de la siguiente forma: nueve con mil árboles, quince con mil a dos mil; diez y siete con dos mil a tres mil; nueve de tres mil a cuatro mil; seis de cuatro mil a cinco mil; quince entre cinco mil a diez mil y dos de más de diez mil árboles frutales. Entre tanto, habían menguado substancialmente las suertes de árboles no frutales, sólo se reseñaron dos con mil, cuatro con dos mil, una con tres mil, una con dos mil a tres mil, una con cinco mil a diez mil y una con más de veinte mil(Véase Tabla 2 y Gráfico 4). De acuerdo a los datos expuestos, se puede expresar que la mayoría de las propiedades comprendían plantaciones de dos mil a tres mil árboles frutales; pero que también hubo una elevada incidencia en aquellas que contenían mil árboles de cacao, lo que fue resultado de nuevas roturaciones. Durante el periodo estudiado, los valles más extensamente cultivados fueron Espíritu Santo, La Arenosa, Chirurí y Arapuey debido a sus óptimas condiciones en la producción, al igual que su privilegiada ubicación, inmediatos al puerto de San Antonio de Gibraltar. Entre tanto, Mibambú y Capaz fueron menos aprovechados, debido a la distancia que los separaba del puerto y particularmente el primero, porque comprendió las tierras de Resguardo. 4. Siembra, recolección, coseca, técnicas y tecnología La fase inicial para sembrar el cacao fue la roza,79 la que consistía en desherbar el terreno, talando la floresta tropical, arbustos y matorrales,80 para lo 79. Item declaro que en años pasados con consentimiento del capitán Miguel de Trejo, mi padre rozé una rosa para sembrar cacaos en los llanos de Xibraltar, en el sitio de la Sabana, tierras del dicho mi padre y teniendo rosado una roza grande y parte de ella sembrada de cacao... AGEM. Protocolos T. XVIII. Testamento de Fernando de Trejo Paniagua. Mérida, 20 de abril de 1643. ff. 28r- 30v. 80. Iten tengo una estancia en los llanos de San Antonio de Gibraltar en que están plantados quatro mil árboles de cacao... y me bendió la dicha tierra hecho monte y heriassa, sin fruto ninguno, y la
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cual se empleaban diferentes herramientas, en despejar el terreno de malezas, preservando los altos árboles, destinados a proporcionar sombra a los nuevos labrantíos. Luego, se quemaban los desechos vegetales, los que proporcionaban suficiente materia orgánica para el abono de los cultivos. Los trabajadores se auxiliaron en sus labores para el desmalezado con las hachas, picos y machetes. En tanto, para remover la tierra se utilizaron los azadones.81 Después de limpiado el terreno, se removía la superficie y se surcaba con el arado de rejas, impulsado por bueyes. (Véase Tabla 3) TABLA 3 HERRAMIENTAS UTILIZADAS EN LAS HACIENDAS DEL SUR DEL LAGO DE MARACAIBO 1558-1700.
FUENTE: AGEM. Mortuorias T. I –X.
planté y beneficié con esclavos myos... AGEM. Protocolos T. XL. Testamento de Diego García Collantes. Mérida, 14 de noviembre de 1627. ff. 10v-14v. 81. Instrumento grande de labranza, usado para cavar y remover la tierra, consta de un mango largo, en uno de cuyos extremos encaja, formando un ángulo ligeramente agudo, con pala y borde afilado.
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Concretamente en la planicie del sur del lago, la roturación no desencadenó las nefastas consecuencias ocasionadas en otros espacios geográficos causadas por la intensiva deforestación debido a que el cultivo de cacao, no requiere de resiembras periódicas, sino que las arboledas son estables, manteniendo así la selva tropical. En síntesis, el sotobosque se mantenía pero extendiendo los cacahuales. El proceso de siembra se iniciaba con la preparación de los almácigos,82 para lo cual se utilizaban tierras humíferas, adecuada luz solar y suficiente regadío destinados a favorecer la germinación de las semillas. Luego se seleccionaban y pesaban las mismas, y después se soterraban, estableciendo previamente la cantidad de plantas requeridas, contabilizadas por miles.83 Esa práctica, fue descrita por Fray Juan de Santa Gertrudis, citado por Hermes Tovar Pinzón, al referir... lo que se siembra no es el vástago, sino los granos de cacao, se hace almácigo de ellos, y a su tiempo se trasplanta y a los cuatro años ya da fruto....84 Después de germinadas las semillas y que las plantas hubiesen alcanzado más de 25 centímetros de altitud, se soterraban en los tablones desmalezados. En esas suertes, previamente se habían sembrado plátanos,85 los que debían superar los seis meses de edad, destinados a proporcionar sombra a los árboles de cacao. De igual forma, las musáceas al completar su ciclo vital, después de cosechar los bananos, se descomponían; sus residuos facilitaban la reproducción de insectos, particularmente jejenes, los que efectivamente contribuían a la polinización de las flores del cacao y su rápida fructificación, además les servían de excelente abono.86 82. En 1656, se inventariaron en la hacienda de la Sabana, propiedad de don Pedro Gaviria Navarro... cinco palas medianas con que se hacen los almácigos... AGEM. Mortuorias Mortuoria de Pedro Gaviria Navarro. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana de San Antonio de Gibraltar, 8 de abril de 1656. f. 37r-38v. 83. En la hacienda de Antonio Henríquez de Biloria, en el sitio de la Canoa, valle del Espíritu Santo se hizo constar la existencia de... dos pedasos de almácigos, el uno que tendrá un millar, y el otro una libra que es donde se está arrancando para los resiembros... AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2 Juicio de sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. f. 442r-v. 84. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 107. 85. Musáceas: Musa paradisíaca. 86. En la estancia de Antonio Henríquez de Viloria, se refiere los sembradíos de cacao debajo de las musáceas al inventariar... ochocientos noventa y cinco chiquitos sin horquetear, todos
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Los arbustos se trasplantaban a los bancos, soterrando tres a cuatro plantas en un sólo hoyo, pero se contabilizaban como una.87 Luego de sembrados los sotos, se aguardaba hasta que los árboles cumplieran los tres años. Entonces, sus enramadas se ensanchaban; en aquellas excepciones condiciones de fertilidad del suelo y humedad crecían con exuberancia, ocasionado un excesivo peso, que les era imposible soportar por el tronco de los arbustos, por cuya razón se desgarraban y posteriormente al fructificar, se abatían las nueces, ocasionando su pérdida. Para evitar esos graves perjuicios, se procedía a darle soportes a los ramajes con horquetas, las que servían de apoyo para sostener las copas y las vainas.88 En el horqueteado del cacao, se utilizaba madera de vera y moral, con las que se alzaban los pies y barbacoas que sostenían las frondosidades.89 Asimismo, periódica y continuadamente se aplicaban a los tablones constantes limpias, en las cuales se desherbaban los labrantíos para suprimir las malezas,90 en cuya labor se empleaban los machetes, las hachuelas, tasises, palas y palitas. Ese trabajo era manual y se realizaba en diferentes épocas, espeplataneados... AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2 Juicio de Sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. f. 442r. 87. En la dote otorgada a doña Mariana Cerrada se hizo constar que...por manera que aunque cada mata haya dos o tres o cuatro árboles se entienda por uno... AGEM. Mortuorias IV. Mortuoria de Francisco Monsalve. Carta de dote de doña Isabel Cerrada. Mérida, 26 de agosto de 1636. ff. 72r-73r. 88. En la hacienda de Antonio Henríquez de Viloria, se reseñaron... Yten un tablón de cacao que consta de mil novecientos treinta y sinco árboles de cacao chiquito y horqueteado, que será de edad según nos dieron rasón de tres o cuatro años... AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2. Juicio de sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. f. 442r. 89. En el inventario de la hacienda de Antonio Henríquez de Padilla se hizo referencia a... cuarenta horquetas de palo de vera y de moral en que se hasen las barbacoas de cacao... AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2 Juicio de Sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. f. 440v. 90. ... a dichos deshiervos cada año... AGEM. Protocolos T. XL Testamento de Diego García Collantes. Mérida, 14 de noviembre de 1627. ff. 10v-14v.
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cialmente aquellas de alta pluviosidad, debido a que la humedad favorecía el crecimiento del rastrojal.91 El proceso de crecimiento de las arboledas de cacao desde plantado hasta su madurez y primera fructificación, se completaba entre cuatro a seis años.92 Cuando las arboledas envejecían, es decir superaban los treinta años, se procedía a sustituirlos con árboles jóvenes, por cuya razón se sembraban inmediatos a los viejos arbustos de dos años de edad, o resembro,93 conservando de esa manera siempre productiva las arboledas. A pesar de las propicias condiciones climáticas de la zona, especialmente su humedad, debido las fuertes y constantes lluvias, se recurrió a la construcción de canales o acequias para desaguar las corrientes descargadas por las lluvias. En las zonas superiores a los 200 metros de altitud, como en los valles de Cuéllar de la Isla, Mojaján y Mucuten se construyeron acequias de regadío, con el respectivo calendario de agua destinado a proporcionar la humedad necesaria a los diferentes bancos y suertes que se habían sembrado. En ambas circunstancias la tecnología de acequias empleada, fue la utilizada por indígenas prehispánicos antes de la llegada de los peninsulares.94 En otras ocasiones se evidenció que la pluviosidad era insuficiente para mantener la humedad requerida para las plantaciones de cacao, por cuya razón se construyeron los canales, como lo hizo José Rodríguez, quien 91. En el testimonio de Gregorio indio de la encomienda de Bartolomé de Vergara, en le valle de Chama, declaró... que la ocupación que tiene en este valle es deservar las arboledas de cacao todos los años y desfrutarlas... el trabajo de deservo que se hase con tasises y los mismo las cosechas... BNBFC. Colección Ciudades de Venezuela. Visita de Juan Fernández de Rojas al Valle de Chama. Fondos Varios. Rollo 10. Testimonio de Gregorio Indio de la Encomienda de Andrés de Vergara. San Vicente de las Atalayas, 7 de julio 1655. p. 194. 92. ... los vecinos pobres que había en el dicho San Antonio de Gibraltar y riberas de la laguna a fundar estancias de cacao que por ser tierra tan natural que a tres años da fruto y a cuatro en abundancia... AGI. Santa Fe. Legajo 113. Expediente para que se funde un convento de monjas en Mérida. Opinión del Gobernador Juan Pacheco y Maldonado. Mérida, 4 de enero de 1627. f. 10r-v. 93. En la hacienda de la Canoa se hizo constar... un tablón de cacao frutal nuevo y viejo que será de edad según nos dio noticia el nuevo de doce a trece años y el otro muy antiguo que consta de dos mil ciento y quarenta y quatro árboles, los mil setecientos veinte y dos nuevos = y los quatrocientos y veinte y dos viejos con resiembros en cada pie de cada árbol... AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2. Juicio de sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. f. 441v. 94. Luis Alberto RAMÍREZ MÉNDEZ: El sistema de regadío en una sociedad agraria. El caso de Mérida Colonial. En: Procesos Revista de Historia y Ciencias Sociales. Año 5. Nº 9. Enero, 2006. (Revista electrónica ///www. saber.ula.go.ve. ///)
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empleo más de cuatrocientos peones en la excavación de una acequia en el valle de Chirurí.95 Del mismo modo, se intentó detener las temibles riadas que inundaban los sembradíos, desviando las corrientes de los acuíferos e inclusive, construyendo represas para cambiar los cursos de los ríos, cuyas corrientes periódicamente anegaban los plantíos como la del río Mojaján; pero la capacidad tecnológica para realizar tales obras de represión hidráulica fue insuficiente y las corrientes destruyeron aquellos esfuerzos. En el caso del río Torondoy, se logró desviar su curso al del río de Castro, para evitar que inundara la ciudad de San Antonio de Gibraltar, a cuyas inmediaciones se dirigía su cauce original y su desembocadura. Después de transcurridos los seis años después de sembradas las plantas, cuando las arboledas de cacao, comenzaban a fructificar se obtenían las primeras cosechas manteniéndose productivos o frutales hasta cumplir los 50 años. En los periodos de cogida, la recolección de las nueces de cacao, se iniciaba muy temprano, antes del alba y se acopiaba primero una suerte o banco; las faenas se prolongaban durante todo el día.96 Luego, se extraían las semillas de las cápsulas y se procedía a su secado, extendiéndolas a la luz solar, durante varios días, evitando que se humedecieran y que tuvieran contacto con vainas o granos verdes.97 Las cogidas se hacían durante todo el año, pero las recolección más copiosa era entre abril y mayo. Por ello, se consideraba la fiesta de San Juan como la época de la gran cosecha,98 y para la misma se comprometía
95. Joseph Rodríguez atestiguó que... estoy labrando una estancia, a más tiempo que labro de ocho años... e después de ese tiempo se me an secado más de quatro o tres mil pies por falta de agua, por cuyo remedio me e ocupado de sacar una acequia de agua de una quebrada del Palmar que está arriba de la dicha mi estancia con más de quatrocientos peones... BNBFC. Cabildo. Mercedes de Tierra. Caja 11. Doc. 1. Merced de una acequia a Joseph Rodríguez en Chirurí. Mérida, 29 de diciembre de 1628. f. 219r-v. 96. n 1643, en la estancia de Francisco Monsalve, su administrador declaró que...eche a coxer cacao para que no se perdiera en la labranza y para coxer alquilé a tres indios pro no aver gente en la dicha estancia y se les pagó cuatro reales cada día a los dichos indios; estuvieron coxiendo dos días y uno en partir coxieron veinte millares de cacao y de los dichos veinte millares se les pagaron lo que debía a razón de cuatro reales cada día... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Francisco Monsalve 1643. Inventario de la estancia de San Antonio de Gibraltar. La estancia de San Antonio de Gibraltar, 20 de agosto de 1643. ff. 18v-19r. 97. Hermes TOVAR PINZÓN: Ob. Cit. p. 108. 98. Ídem.
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la producción cacaotera de las haciendas y se citaban los productores y comerciantes para realizar la feria de San Antonio de Gibraltar. 5. Las haciendas cañameleras El otro rubro agrícola de importancia comercial que se desarrolló en la planicie lacustre fue el cultivo de la caña de azúcar,99 el que ha sido objeto de profusos estudios en América,100 los que comprenden diversos tópicos, desde su introducción al Nuevo Mundo,101 su procesamiento para obtener la miel, el melote y el azúcar, las técnicas aplicadas que abarcan desde su etapa artesanal hasta los modernos centrales azucareros.102 La gramínea fue traída a las Antillas a principios del siglo XVI, y luego al Brasil por españoles y lusitanos. En ese sentido, se afirma que Colón trasladó 99. Saccaharum Offcinarum. 100. Para una visión general de las aportaciones sobre la caña de azúcar en América consúltese el trabajo de Antonio SANTAMARÍA GARCÍA y Alejandro GARCÍA ÁLVAREZ: Azúcar: en América. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV Nº 233. pp. 9-32. 101.Ward J. BARRET y Stuart B. SCHWARTZ: Comparación entre dos economías azucareras coloniales: Morelos, México y Bahía, Brasil. En: Enrique FLORESCANO (comp.): Ob. Cit. pp. 532-571. Michael CRITON: Worthy Park. 1670-1972. Cambios y continuaciones del sistema jamaiquino de plantación azucarera. En: Ibídem. pp. 573-608. Oscar Gerardo RAMOS GÓMEZ: Caña de Azúcar en Colombia. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV. Nº 233. pp. 4978. Stuart B. SCHWARTZ: A Commonwealth within Itself. The Early Brazilian Sugar Industry, 1550-1670. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV. Nº 233. pp. 79-116. Ward BARRET: The Sugar Hacienda of the Marqueses del Valle. Minneapolis University Press. 1970. 102.Peter F. KLAREN: The Sugar Industry en Perú. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV. Nº 233. pp. 33-48. Richard FOLLETT: Give to the Labor of America, The Market of America. Marketing The Old South’s Sugar Crops. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV. Nº 233. pp. 117-146. José Antonio SÁNCHEZ ROMÁN: La industria azucarera en Argentina (1860-1914) El mercado interno en una economía exportadora. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV. Nº 233. pp. 147-172. Humberto GARCÍA MUÑIZ: La plantación que no se repite: Las historias azucareras de la República Dominicana y Puerto Rico, 1870-1930. En: Revista de Indias. 2005. Vol. LXV. Nº 233, pp. 173-192. Manuel MORENO FRAGINALS: El ingenio. complejo económico social cubano. El azúcar. La Habana, 1978. 3 Vols. Fernando B. SANDOVAL: La industria azucarera en Nueva España. México. Instituto de Historia. Universidad Nacional Autónoma de México, 1951. En el caso venezolano se destacan los aportes de Catalina BANKO: Proceso de modernización, auge y estancamiento de la agroindustria azucarera en Venezuela. En: Tierra Firme. Nº 91. Año 23. Vol. XXIII. 2005. pp. 341-360. y La industria azucarera en Venezuela y México. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. T. XXXVIII. Octubre-diciembre de 2005. Nº 352. pp. 157-179
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las primeras cañas a La Española en 1501.103 Entre tanto, en la Nueva Granada, se atestigua que Pedro de Heredia la transportó a Cartagena de Indias hacia 1538.104 Asimismo, se sostiene que Sebastián de Belalcázar, la trajo en su expedición porque se hacía referencia a su cultivo en Cali ya en 1548.105 Desde aquellas ciudades se diseminó a través de la ruta del Magdalena hasta Santa Fe, Tunja, Pamplona y Mérida. En la ciudad de las sierras nevadas el cultivo de la caña se extendió por la cuenca del Chama medio, conformándose haciendas cañameleras en la amplias vegas del río; precisamente Edda Samudio afirma que el paisaje de caña fue introducido por los jesuitas, en sus haciendas de las Tapias,106 Santa Mónica, Santa Juana y Santa Catalina. Por ello, tampoco sería extraño que los padres también lo hubiesen llevado hasta el sur del Lago de Maracaibo, considerando que el colegio de Mérida se estableció allí, hacia la tercera década del siglo XVII. Las haciendas del sur del Lago de Maracaibo que contaron con sembradíos de caña de azúcar, lo hicieron como una actividad secundaria con relación al cultivo y producción de cacaotera, debido a que las mieles y melotes se requerían para la preparación del chorote y el chocolate. También fue destinada fundamentalmente al consumo del mercado marabino. Esencialmente, las haciendas cañameleras en el sur del Lago de Maracaibo se situaban en los valles del Chama,107 Bobures, Espíritu Santo,108 Río de Castro, Mojaján, La Arenosa, Chirurí109 y Arapuey.
103.Oscar Gerardo RAMOS GÓMEZ: Art. Cit. p. 49. 104. Ídem. 105. Ibídem. p. 50. 106. Edda O. SAMUDIO A.: Las Haciendas del Colegio San Francisco Xavier de la Compañía de Jesús en Mérida. 1628-1767. Caracas. Universidad de Los Andes. Editorial Arte, 1985. p. 86. 107. AGEM. Protocolos T. XXIV. Testamento del capitán Antonio de Reinoso. Mérida, 1 de marzo de 1658. ff. 10r-17v. 108. En 1669 el capitán Domingo de Plaza y su esposa doña Mauricia de Rojas, hicieron constar que tenían un trapiche en la sabana de San Antonio de Gibraltar. AGEM. Protocolos T. XXVIII. Carta de dote de doña Inés de Plaza. Mérida, 9 de febrero de 1669. ff. 10r-19v. 109. Joseph Rodríguez Melo tuvo un trapiche y cañaverales en Chirurí. AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de Chirurí. Valle de Chirurí, 16 de noviembre de 1644. f. 168r.
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La tecnología en el cultivo y procesamiento de la caña de azúcar se diferenció notablemente de las haciendas cacaoteras. Con la finalidad de plantar los cañaverales, se hizo necesaria la roza total; por lo tanto, la vegetación de la selva tropical fue completamente extinguida para dar paso a los sembradíos de la misma. La caña se cultivó en espacios definidos a los que se denominó suertes o tablones.110 El proceso del cultivo se iniciaba con el arado para desmenuzar el suelo; luego se rastrillaba para romper los terrones más grandes que dejaba el proceso de arado. Inmediatamente, se procedía a nivelar los tablones dejando un ligero declive que permitiera escurrir el agua de regadío que se transportaba a través de canales y acequias. Sucesivamente, se rompían las capas subyacentes de la tierra que el arado no había alcanzado y por último se surcaba para iniciar la siembra.111 La siembra consistía en soterrar los esquejes de caña, generalmente de una dimensión de tres yemas, lo cual se hacía con sumo cuidado para evitar obstáculos en su proceso de crecimiento. Seguidamente se atendía al regadío las primeras corrientes de agua se le proporcionaban de inmediato a la siembra de la caña, evitando el arrastre de la materia orgánica, facilitando con ello el crecimiento de los brotes. En la irrigación de los cultivos cañeros se acudió al sistema de acequias y esclusas para dirigir el vital líquido a través de las distintas haciendas, manteniendo de esa forma la humedad necesaria, evitando la anegación de los sembradíos y cuidado en la sequedad necesaria para el periodo de cosecha.112 Periódicamente, se realizaban las subsiguientes limpias y se podaban los brotes innecesarios de la planta. Finalmente, la caña se cosechaba después de
110. En la hacienda de José Rodríguez Melo, en el valle de Chirurí, se inventariaron...dos tablones y suertes de caña dulce que se muele entre el año... AGEM. Mortuorias T. IV Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de Chirurí. Valle de Chirurí, 16 de noviembre de 1644. f. 168r. De igual forma, en el inventario de la hacienda del capitán Domingo de Plaza, en la sabana del Espíritu Santo, se contabilizó ... el pedazo de caña que dize abrá cincuenta botixas de miel ...AGEM. Mortuorias T. XI Mortuoria del Capitán Domingo de Plaza. Avalúo de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 12 de diciembre de 1671. f. 23r-v. 111. Niria SUÁREZ DE PAREDES: Formación histórica del sistema cañamelero. 1600-1900. Mérida. (Serie Estudios 2). Archivo Arquidiocesano de Mérida, 2001. pp. 150-151. 112. Ibídem. p. 86.
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diez o doce meses de sembrada, cuando estaban más jugosas, desarrollando el proceso de zafra, en cuya faena se empleaba fundamentalmente el machete. Los tablones se diferenciaban por su edad y tamaño permitiendo diferentes zafras en distintas fechas; de esa manera, se obtenía caña para mantener activos los trapiches durante todo el año. A aquellas suertes que habían recibido cortes113 de primera, segunda y tercera vez, se las denominó respectivamente siembra, soca y resoca.114 Entre tanto, el procesamiento de la caña se realizaba en la casa de molienda, generalmente edificada sobre horcones techadas de palma,115 donde se cimentaban los trapiches, los cuales fueron una notable innovación tecnológica que se alcanzó en los ingenios de la Isla de la Española, y que rápidamente se difundió a todo el continente116 impulsados por tracción de agua y/o sangre,117 con tres piedras moledoras, verticales,118 que realizaban los maestros 113. En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se atestiguó la existencia de... ocho suertes de caña, dos de ellas de caña pequeña para moler y las cuatro de caña más mediana y los dos tablones de ella mayores que los seis... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. 114. Edda O. SAMUDIO A.: Ob. Cit. p. 87. 115.En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se expresó la existencia de... una casa de palma en que está fundada el trapiche en ella... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. De igual forma en el inventario de la hacienda del capitán Domingo de Plaza, en la Sabana del Espíritu Santo, se reseñó ... una casa de horcones cubierta de palma, por un costado ya vencida y los maderos de aliñar podridos y dentro un trapiche...AGEM. Mortuorias T. XI Mortuoria del Capitán Domingo de Plaza. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 30 de septiembre de 1669. ff. 10v-11r. 116. Genaro RODRÍGUEZ MOREL: Esclavitud y vida rural en el siglo XVI. En: Anuario de Estudios Americanos. T. XLIX Sevilla, 1992. p. 94. 117. Entre otros testimonios que hacen referencia a las mulas que movilizaban los trapiches se halla en los inventarios de bienes de Joseph Rodríguez Melo, donde se declaró... ocho bestias mulares, las seis moledoras y las demás de servicios viejas... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 12 de junio de noviembre de 1657. ff. 180r-181r. Asimismo, en el inventario de la hacienda del capitán Domingo de Plaza, en la Sabana del Espíritu Santo, se contabilizaron...cinco bestias mulares del beneficio de dicho trapiche de ellos son dos machos viejos sirven de carga y molienda... AGEM. Mortuorias T. XI Mortuoria del Capitán Domingo de Plaza. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 30 de septiembre de 1669. ff. 10v-11r 118. En la estancia de Chirurí de Joseph Rodríguez Melo se hizo constar... una casa grande donde está un trapiche de tres masas de bera viejo y maltratado... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria
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canteros, cuya técnica fue un aporte americano al procesamiento de la caña, de comprobada eficacia y ahorro de mano de obra, lo que determinó su rápida expansión.119 Las labores exigían un tren de tres, cinco o más fondos de cobre,120 lo que proporcionaba eficiencia en la cadena de calentamiento, clarificación, evaporación y concentración. Las pailas se elaboraban por fundición o martilladas,121 en las cuales se empleaba a los maestros caldereros y fundidores. Los fondos se colocaban sobre las hornallas,122 construidas con ladrillos unidos de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de Chirurí. Valle de Chirurí, 16 de noviembre de 1644. f. 168r. De la misma forma, en la estancia de Chama del capitán don Antonio Reinoso se atestiguó la existencia de un trapiche de... tres masas... AGEM. Protocolos T. XXIV. Testamento del capitán Antonio de Reinoso. Mérida, 1 de marzo de 1658. ff. 10v-17v. Asimismo, en el inventario de la hacienda del capitán Domingo de Plaza, en la Sabana del Espíritu Santo, se hizo constar... un trapiche de tres masas moliente y corriente ya usado...AGEM. Mortuorias T. XI. Mortuoria del capitán Domingo de Plaza. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 30 de septiembre de 1669. ff. 10v-11r. 119. Oscar Gerardo RAMOS GÓMEZ: Art. Cit. p. 54. 120. En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se hizo constar la existencia de ... tres fondos asentados en las hornallas de cobre batidos, la huna que hiso veinte y ocho votixas de agua = y la otra diez y seis votixas ... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. Igualmente, en el inventario de la hacienda del capitán Domingo de Plaza, en la Sabana del Espíritu Santo, se hizo constar ... una payla de coser miel rota y remendada que dize el negro haze veinte botixas de agua item otra payla vieja y rota que dize dicho negro haze trece botijas de agua... AGEM. Mortuorias T. XI. Mortuoria del capitán Domingo de Plaza. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 30 de septiembre de 1669. ff. 10v11r. En el inventario de la hacienda de Joseph Rodríguez Melo, inmediata a San Antonio de Gibraltar se refieren... dos paylas en el trapiche la una con su fondo y falca, y otra sin fondo y otra falca de cobre, que todo pesa diez y nueve arrobas poco más o menos, por lo que se habrán gastado y están muy usadas... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 12 de junio de noviembre de 1657. ff. 180r-181r. En 1669, el capitán Domingo de Plaza y su esposa doña Mauricia de Rojas, otorgaron en dote a su hija doña Inés de Plaza... doscientos veinte y cinco pesos que valen ocho arrobas de cobre que pesa un fondo que los dichos otorgantes le han de entregar al dicho Francisco Fernández de los que tiene en su trapiche en la Sabana de San Antonio de Gibraltar... AGEM. Protocolos T. XXVIII. Carta de dote de doña Inés de Plaza. Mérida, 9 de febrero de 1669. ff. 10r-19v. 121. En la estancia de Chama, propiedad del capitán don Antonio Reinoso se atestiguó la existencia de un trapiche de... tres masas y cinco cobres fundidos que pesan ciento y cincuenta y cinco libras y doce paylas pequeñas sacadas las una por fundición y otra a martillo y un tiesto y una olleta de cobre... AGEM. Protocolos T. XXIV. Testamento del capitán Antonio de Reinoso. Mérida, 1 de marzo de 1658. ff. 10v-17v. 122. En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se hizo constar la existencia de ... tres fondos asentados en las hornallas de cobre
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con barro y melaza, cuyo mortero se solidificaba con el calor. Asimismo, los fogones se comunicaban con una alta chimenea, por la cual se desprendía el humo de la combustión. El procesamiento de la caña se iniciaba con la recolección y traslado de la misma a la casa de molienda, donde se procedía a picarla; luego se lavaba, se introducía en las mazas, que la trituraban en dos ocasiones, la inicial entre el primer y segundo cilindro y otra entre el segundo y tercero, obteniendo dos subproductos, el bagazo, que se acumulaba en la bagacera para combustible en las hornallas y el caldo, que se transportaba a través de canales hasta los fondos para su cocción. Al caldo se le agregaba lejía para que flotara en la superficie la cachaza, mezcla de desperdicios y mucílagos que se recogían con las agujereadas espumaderas123 de cobre, que la retenían en su cuenco, tamizando el líquido que se devolvía a la paila. Después de descachazado el caldo, se procedía a colocarlo sucesivamente en tres fondos de cobre hasta que el calor del fuego evaporaba el líquido espesándolo hasta lograr hacer la miel, la cual se batía agregándole grasa de vaca, cerdo o aceite. La miel se comerciaba de tres formas, líquida, templada o procesada en azúcar. La miel líquida se depositaba en canoas124 y luego se envasaba en botijas125 en las que se transportaba hasta los centros de distribución.126
batidos, la huna que hiso veinte y ocho votixas de agua = y la otra diez y seis votixas ... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. 123. En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se hizo constar la existencia de... una espumadera de cobre... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la sabana del Espíritu Santo. La sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. 124. En el inventario de la hacienda del capitán Domingo de Plaza, en la sabana del Espíritu Santo, se hizo constar... una canoa adonde se echa la miel con su tapa y candado ya vieja, dice dicho negro que hace cincuenta botixas poco más o menos...AGEM. Mortuorias T. XI Mortuoria del capitán Domingo de Plaza. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 30 de septiembre de 1669. ff. 10v-11r. 125. En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se contaron... cinquenta botixas bacías... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. 126. En 1666, se atestiguó que se habían remitido al puerto de San Antonio de Gibraltar, desde el trapiche de Juan Sologuren a la tienda de Bartolomé del Castillo... diez y seis botijas de miel como consta de recibo de once de noviembre de mil seiscientos sesenta y cinco, del suso dicho Bartolomé del Castillo = Más otras diez y seis botixas de miel que tiene de recibo del dicho
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Entre tanto, para obtener panes templados o panelas,127 la miel se depositaba en hormas de madera,128 se dejaba solidificar, luego se desmoldaban, se empacaban en cascarón de plátano y se remitían a las tiendas. En el trapiche de Joseph Rodríguez Melo, ubicado en Chirurí, como en el de doña Isabel Cerrada en el valle de Chama,129 entre otros, se obtenía miel y se solidificaba panela.130 La tecnología para producir azúcar, consistía en depositar la miel en las hormas cónicas de barro,131 previamente preparadas con dos bocas, las que reposaban sobre un tendal, con la boca más ancha hacia arriba y la estrecha abajo con un tapón, donde se depositaban varias capas de miel: primero miel menos concentrada, seguida de otra que hubiera engrosado más y luego una de melaza muy densa; sucesivamente se centrifugaban logrando con ello que la miel que no iba a cristalizar en azúcar se asentara en el fondo de la horma, agregando el blanquín o cal para obtener azúcar blanca. Seguidamente, se dejaban reposar durante quince días y después se tapaban las hormas con una
Bartolomé del Castillos de diez y ocho de noviembre de mil seiscientos sesenta y cinco... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. 127. En el trapiche de Joseph Rodríguez Melo se dejó constancia de la existencia de... dos baldes de madera de cargar el caldo, más tres canoas de bera bien tratadas, que son las que sirven con su artesa, dos canoas la una de caldo y la otra para la miel y la una con candado y llave... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 12 de junio de noviembre de 1657. ff. 180r181r. 128. En el inventario de la hacienda de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad de doña Isabel Cerrada, se hizo contar la existencia de... diez y seis hormas...AGEM. Mortuorias T. II. Mortuoria de los bienes de doña Isabel Cerrada y sus dos maridos. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 16 de agosto de 1653. ff. 293r-294r. 129. AGEM. Mortuorias T. II. Mortuoria de los bienes de doña Isabel Cerrada y sus dos maridos. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana del Espíritu Santo, 16 de agosto de 1653. ff. 293r-294r. 130. AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 12 de junio de noviembre de 1657. f. 180r-181r. 131. En el inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo, propiedad del capitán Juan Sologuren se hizo constar la existencia de... noventa y dos hormas de hacer azúcar de barro vaciadas... ítem cincuenta y tres hormas de azúcar en barro... AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r.
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delgada capa de arcilla y se dejaba secar por seis días más. Posteriormente, se quitaba el tapón del fondo de la horma dejando drenar la miel que no se había solidificado y se desmoldaba el azúcar para llevarlo al blanqueado. El objetivo final era obtener azúcar blanco pero también se conseguía moscabado o moreno.132 Ese procesamiento se efectuaba en el trapiche de Juan Sologuren, en el valle del Espíritu Santo, donde se producía miel, panela y azúcar que eran transportadas a San Antonio de Gibraltar para ser expendidas en la tienda de Benito del Castillo.133 6. Los aposentos de las haciendas Ciertamente las haciendas cacaoteras y cañameleras del sur del Lago de Maracaibo, fueron un complejo estructurado, en el cual existían diferentes edificaciones en conjunto con las plantaciones, destinadas a la habitación de los propietarios, los administradores y los esclavos que residían en las mismas, al igual que aquellas destinadas para el almacenamiento de los productos agrícolas de esas unidades de producción. Las casas de las haciendas fueron de dos tipos las hubo altas de dos pisos sostenidas sobre horcones y techos de palma,134 en otras se edificaron sistemas defensivos como las garitas altas,135 cubiertas de palma, para el resguardo de los centinelas; entre tanto, en las partes bajas, se ubicaban las bodegas y puertas con llaves y cerrojos y adyacentes a las casas se ubicaban las cocinas.136 132. Oscar Gerardo RAMOS GÓMEZ: Art. Cit. p. 55. 133. AGEM. Mortuorias T. VIII. Mortuoria del capitán Juan de Sologuren. Inventario de la estancia de la Sabana del Espíritu Santo. La Sabana del Espíritu Santo, 28 de enero de 1666. ff. 11v-14r. 134. AGEM. Mortuorias T. VI Mortuoria de Pedro de Gaviria Navarro. Inventario de la hacienda de la Sabana. San Antonio de Gibraltar. La Sabana de San Antonio de Gibraltar, 5 de abril de 1656. ff. 35v-49r. 135. En 1649, se hizo constar que en la hacienda de doña Constanza Quintero Príncipe, en el valle de Chama había... una garita de treinta y cinco pies de largo con dos corredores, con los orcones... AGEM. Mortuorias T. V. Mortuoria de doña Constanza Quintero Príncipe. Inventario de la estancia de Chama. Valle del Chama, 26 de enero de 1649. f. 127r-v. Igualmente en la hacienda de doña Isabel Cerrada, en la Sabana se hizo constar en 1653, una... casa de tierra, cubierta de palma con dos garitas pequeñas... AGEM. Mortuorias T. II Mortuoria de doña Isabel Cerrada. Inventario de la hacienda de la Sabana. San Antonio de Gibraltar, 16 de agosto de 1653. ff. 293r-294r. 136. AGEM. Mortuorias T. VI Mortuoria del capitán Pedro de Gaviria Navarro. Inventario de bienes de la Estancia de Chama. El sitio de Chama, 27 de marzo de 1657. ff. 18v-19r.
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Hubo viviendas que fueron construidas con tapia, como la de Joseph Rodríguez Melo en el valle del Espíritu Santo, donde se testificó la existencia de una... casa alta de cuarenta y cuatro tapias de vivienda con arcadas de caña brava,137 con varios aposentos,138 despensas y corredores, y en el entresuelo una bodega para cosas necesarias del servicio de la estancia.139 En otras es notable la independencia de los espacios domésticos, especialmente en el caso de la citada casa de la hacienda de Joseph Rodríguez Melo, edificada con horcones de vera, cubierta de palma, entablada con cincuenta pies de largo y veinticinco de ancho y trece puertas de madera con sus cerrojos y llaves.140 En los enseres de aquellas moradas se incluyeron cajas para guardar diferentes utensilios, catres de cuero, camas y colchones; otras tuvieron bancos, taburetes, para asentar, escritorios y bufetes, bujías y candeleros de cobre para la iluminación. En las cocinas hubo budares,141 cuchillos, tazas, platos, pailas para cocinar,142 piedras y pilones para moler maíz, tinajas piedras de Nueva España para moler chocolate, y botijas para guardar la miel y el agua.143 Algunas, fueron dotadas con capillas, en cuyos altares se ubicaban tabernáculos
137. AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. El Valle de Chirurí, 16 de noviembre de 1644. f. 167r-v. 138. AGEM. Mortuorias T. VII. Mortuoria de Baltasar Martínez de Mora. Inventario y avalúo de la hacienda de la Arenosa. Mérida 2 de marzo de 1654. f. 249r. 139. AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. El Valle de Chirurí, 16 de noviembre de 1644. f. 168r. 140. AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 12 de junio de 1657. ff. 180r-181r. 141. ...un budare de cobre en que asen casabe peso ocho libras... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de San Antonio de Gibraltar. San Antonio de Gibraltar, 12 de junio de 1657. ff. 180r-181r. 142. ...Item una paila que pesó de media @ en que se haze de comer a los negros... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la hacienda de la hacienda de Chirurí. Valle de Chirurí, 16 de noviembre de 1657. f. 168r. 143. AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2. Juicio de Sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. ff. 438v-439r.
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de madera, imágenes religiosas144 pintadas en pincel, estampadas y figuras de bulto hechas de yeso, también dotadas con campanas.145 En otras, las bodegas fueron independientes,146 tanto de las casas del mayordomo como de las de los esclavos.147 En ellas, se colocaron las trojes para depositar el cacao; los cataures o cestas y mochilas para su embalaje; las romanas para pesar los frutos y en esa dependencia también se guardaban las enjalmas para los caballos y las mulas de arria, al igual que las canoas para la navegación y el transporte de los productos. Entre tanto, las casas de los esclavos eran pequeñas, bajas, sobre horcones, con techos de palma.148 Evidentemente, la modestia de las edificaciones 144. En la estancia de Chirurí de Joseph Rodríguez Melo se hizo constar la existencia de una... imagen de nuestra señora del Rosario de una tercia de alto y un tabernáculo de los de Campeche mas un San Antonio de bulto de una quarta de alto poco más o menos, el barniz maltratado, mas un lienzo de media vara de alto de Nuestra Señora de Santa Ana al temple... AGEM. Mortuorias T. IV Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la Hacienda de Chirurí. San Antonio de Gibraltar, 16 de noviembre de 1644. ff. 167r-v. En la hacienda de Constanza Quintero Príncipe se avaluaron... un crucifijo chiquito de bulto con un San Juan de Bulto de barro... AGEM. Mortuorias T. V. Mortuoria de doña Constanza Quintero Príncipe. Inventario de la hacienda de Chama. Valle del Chama, 26 de enero de 1649. s./f. 145. En el inventario de la hacienda de Antonio Henríquez de Viloria se hizo constar entre otras imágenes... Unos cuadritos de pincel de San Francisco Xavier que es el patrono de la hacienda, que tendrá una vara de alto y una tersia poco más de ancho con su moldura nueva bien tratada. Yten un crucifijo puesto en su cruz ...Iten otro crucifijo de estampa de papel puesto en un bastidor de sedro ...iten una estampa de papel de Santa Catalina ...item una hechura de imagen de Santa Ana en pergamino...yten un altar de higuerón de pies bueno y bien tratado...iten una hechurita de yeso del señor San Juan... yten ponemos por inventario dos campanas una grande y una chiquita que pesaran la grande según parece el peso de la mano dos arrobas poco más o menos con su badajo de fierro y la chiquita pesara según nos parece tres libras con su badajo y alacrán... AGNB. Tierras de Venezuela. T. 2. Juicio de Sucesión de Antonio Henríquez de Viloria, créditos contra la mortuoria y pleito de Bernardo de Cepeda Santa Cruz y Antonio González, sobre los menores hijos de Henríquez de Viloria, cuyos bienes quedaron en San Antonio de Gibraltar en la jurisdicción de Maracaibo. Inventarios. Hacienda de la Canoa, 20 de febrero de 1708. ff. 438v-439r. 146. En 1643, en la hacienda de Francisco Monsalve en el valle del Mucutem se hacia constar... otro ranchito pequeño, sercado de caña y cubierto con palma que sirve de bodega... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria del Francisco Monsalve. Inventario de la hacienda de Mucutem. San Antonio de Gibraltar, 14 de agosto de 1643. ff. 18v-19v. 147. ... más otro ranchito pequeño sercado de caña y cubierto con palma que sirve de bodega... AGEM. Mortuorias T. IV. Mortuoria de Francisco de Monsalve. Inventario de la hacienda de Mocotem. Mocotem, 14 de agosto de 1643. ff. 18v-19v. 148. AGEM. Mortuorias T. VI. Mortuoria de Pedro de Gaviria Navarro. Inventario de la hacienda de la Sabana. San Antonio de Gibraltar. La Sabana de San Antonio de Gibraltar, 5 de abril de 1656. ff. 35v-49r
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fue común; la mayoría tuvieron paredes de bahareque y techos pajizos;149 algunas fueron comunes para los esclavos del mismo sexo que permanecían solteros, pero en otros casos también hubo pequeños ranchos para los que habían contraído matrimonio o vivían en concubinato. En algunas oportunidades, se mencionan a madres con hijos de esclavos fugitivos que residían en estas viviendas.150 Específicamente, en la hacienda de la Sabana del Espíritu Santo, perteneciente a don Pedro de Gaviria Navarro, se inventariaron... diez casas pequeñas, bajas de horcones de palma y caña en que viven los negros del beneficio de la dicha hacienda....151 Las casas de las haciendas completaban su estructuración, inter conectándose entre sí por medio de veredas y puentes que se construían para comunicar las unidades de producción con los caminos que conducían a los embarcaderos o al puerto de San Antonio de Gibraltar. A través de esa vialidad, se transportaban sus productos y se adquirían los necesarios para su subsistencia, cumpliendo de esa forma con la interesante función productiva y comercial que se desarrollaba en aquel espacio geográfico. Conclusiones La creciente actividad económica, desarrollada en la planicie del sur del Lago de Maracaibo, se debió a la temprana aparición de las estancias productoras de cacao, las que rápidamente evolucionaron hacia haciendas, asentadas en una acelerada expansión de la frontera agrícola, aumentando inusitadamente la producción de cacao. En consecuencia, las haciendas cacaoteras de la planicie lacustre definieron con precisión sus sistemas productivos sobre la base de la extensión de los sotobosques cultivando arboledas de cacao, lo que no afectó el ecosistema de aquella región. Así como por la tecnología aplicada,
149. En la estancia de Chirurí de Joseph Rodríguez Melo se inventarió... un rancho pequeño donde se recosen los esclavos que hay en la dicha estancia... AGEM. Mortuorias T. IV Mortuoria de Joseph Rodríguez Melo. Inventario de la Hacienda de Chirurí. San Antonio de Gibraltar, 16 de noviembre de 1644. f. 167r-v. 150. ... con las demás casas de bibiendas de los negros... AGEM. Mortuorias T. I. Mortuoria de Ana de Zurbarán. Inventario de la hacienda de la Arenosa. La Arenosa, 7 de septiembre de 1639. f. 200v. 151. AGEM. Mortuorias T. VI. Mortuoria de Pedro Gaviria Navarro. Inventario de la hacienda de la Sabana. La Sabana, 5 de abril de 1656. ff. 35v-49r.
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mediante la utilización de herramientas y técnicas provenientes originarias de Europa e introducidas y adaptadas al cultivo del cacao por los peninsulares. El proceso del cultivo en las haciendas cañameleras se diferenció notablemente de las cacaoteras y su tecnología para la producción de miel, melote, papelón y azúcar, la que incidió notablemente propiciando substanciales cambios edáficos. En tanto que la infraestructura fue similar en ambos tipos de haciendas integrados por una casa, sus depósitos y adicionalmente se construyeron las casas de los esclavos y sistemas defensivos que caracterizaron a las unidades productivas del sur del lago de Maracaibo.
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ORÍGENES DE LA FESTIVIDAD DE LOS DIABLOS DANZANTES EN VENEZUELA José Marcial Ramos Guédez (*)
Nuestro propósito es conocer los orígenes de la Festividad de los Diablos Danzantes en Venezuela, tarea no muy fácil, ya que dicha manifestación religioso-cultural, tiene sus antecedentes históricos en la Edad Media, todo ello a través de la celebración del día de Corpus Christi por parte de la Iglesia Católica, el cual fue introducido en el calendario eclesiástico de esa institución, por una Bula Papal de Urbano IV (1264) y reconfirmada en el año de 1311, por el Papa Clemente V. Posteriormente, vemos que el día de Corpus Christi, en el cual se destaca la presencia de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía1 llegó a tierras americanas durante el proceso de la conquista y colonización. En el caso específico de Venezuela, estudiaremos cómo se organizó dicha festividad durante el período de la colonia y su prolongación hasta la primera década del siglo XXI. E igualmente, apreciamos que los Diablos Danzantes en nuestro país, recorren las calles en fechas variables entre los meses de mayo y junio, son organizados por cofradías y entre los más conocidos tenemos los siguientes: Naiguatá (Edo. Vargas), San Francisco de Yare (Edo. Miranda), Ocumare de la Costa, Cata, Cuyagua, Chuao y Turiamo (Maracay) (Edo. Aragua), Patanemo, Canoabo, Guacara y San Millán (Edo. Carabobo), San Rafael de Orituco (Edo. Guárico), Tinaquillo (Edo. Cojedes) y San Hipólito (Edo.Barinas)2. (*) Doctor en Historia, docente e investigador jubilado de la Universidad Simón Bolívar. 1. Schneider, Theodor. Signos de la cercanía a Dios, pp.131-193 (incluye un estudio sobre la eucaristía, la cual es definida como “El servicio divino dominical”,“la realización concreta del culto a Dios” y “la conciencia de fe…”. 2. Para ampliar la información sobre cada festividad en particular, ver en la Bibliografía, los libros de los siguientes autores: Carmen E. Alemán, Luis Arturo Domínguez, Carlos F. Duarte, Sonia García, Nelly Montero Fránquiz, Manuel Antonio Ortiz, Baudilio Reinoso, Rafael Salazar y Rafael Strauss K.
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En la Venezuela colonial, apreciamos que la festividad relacionada con los diablos danzantes, constituyó una actividad humana de carácter colectivo, vinculada a un fenómeno de sincretismo religioso y étnico-cultural, pues, dicha celebración coincide con el día de Corpus Christi (fiesta pascual establecida en el santoral católico durante la Edad Media, como lo señalamos en el anterior párrafo), la cual en el continente americano, se ve impactada con la incorporación de los aportes tanto de los indígenas como de los africanos y sus descendientes. En tal sentido, veamos la siguiente cita: “La celebración de Corpus Christi se enmarca dentro de lo que se suele llamar la Celebración Pascual’’. Si bien está fuera de lo que literalmente es la Pascua, desde hace muchos años está destinada a focalizar la centralidad del misterio eucarístico, por eso al finalizar la misa, ese día, se suele hacer la procesión con el Santísimo Sacramento en las calles de cada población o parroquia [donde hay celebración de Corpus Christi] Durante la procesión los diablos en cuestión tratan de acercarse al Santísimo Sacramento, pero al llegar cerca [al sacerdote] que lleva la Custodia, comienzan a retroceder y a temblar con lo que significa el poderío de la divina majestad presente en la Eucaristía […] Los Diablos pertenecen a una cofradía con su reglamento […] bailan [según lo establecido en] los estatutos ese día de Corpus Christi. No es un acto cultural vacío, sino que tiene una connotación eminentemente religiosa”.3 Asimismo, debemos tomar en consideración, que la “...ceremonia de los Diablos Danzantes fue asimilada por los negros esclavos y por mulatos libres pues al menos se les permitía expresarse a través de las danzas rituales que la Fiesta de Corpus conservaba como tradición. De esta forma se operó un proceso sincrético o más bien de interculturación al incorporarse a esta magna fiesta cristiana, elementos rituales, musicales y danzarios de carácter africano, dándole una connotación netamente popular”.4 Para comprender en forma integral, la festividad de los Diablos Danzantes en la Venezuela colonial, debemos estar conscientes de que el territorio que ocuparon los conquistadores y colonizadores españoles a partir del año
3. Moronta, Mario. “Profunda religiosidad”, en : Los diablos danzantes. Exposición de pinturas y esculturas. Museo Casa de Bolívar. San Francisco de Yare, 24 al 31 de mayo de 1997 (cuadríptero). 4. Salazar, Rafael. Diablos danzantes de Venezuela. Orígenes y celebraciones en Caracas, Naiguatá, Cata y Turismo, pp. 9, 11, 14. Observamos, que el autor citado, omite los aportes indígenas que también se encuentran presentes en la festividad de los Diablos Danzantes en Venezuela.
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de 1498, ya se encontraba poblado por numerosos grupos indígenas, dichas etnias en la época prehispánica, estaban integradas en “...ocho áreas culturales así: Costa Caribe; Costa Occidental; Caribes Occidentales, al sur y oeste del Lago de Maracaibo; Área de la Guajira; Área de los Jirajaras y Ayamanes; Caribes del Sureste, en la cual incluimos todos los Caribes de la región del Orinoco y sus afluentes; Recolectores, Cazadores y Pescadores de los Llanos y Área Cultural de los Andes venezolanos”.5 Ahora bien, en el caso específico de los africanos y sus descendientes, apreciamos que como mano de obra esclavizada, comenzaron a llegar a la Venezuela colonial en las primeras décadas del siglo XVI, en primer lugar en las áreas costeras (pesca de perlas) y luego tierra adentro (minería , agricultura, ganadería, servicio doméstico y oficios artesanales): el litoral central, las costas del oriente, los valles de Barlovento, el Tuy, Aragua, Carabobo, Yaracuy, el Tocuyo, al Sur del Lago de Maracaibo, en la Serranía de Coro, en los Llanos del Guárico, Apure, Barinas y Portuguesa, en algunas zonas de los Andes, etc. Tal fuerza de trabajo forzada se expandió a lo largo de las distintas formaciones geográficas en donde los colonizadores establecieron sus asentamientos, en función de la obtención de metales preciosos o productos agropecuarios.6 En el contexto histórico de lo antes mencionado, observamos que tanto las poblaciones indígenas como la integrada por los africanos y sus descendientes, además de cumplir con sus trabajos en las distintas unidades productivas, las autoridades civiles y eclesiásticas, les permitían que en determinadas fechas del santoral católico pudieran tener un día libre para celebrar en forma colectiva las ceremonias relacionadas con sus santos o santas de mayor preferencia, ejemplo de ello, tenemos en las fiestas en homenaje a San Juan Bautista (24 de junio), San Antonio de Padua (13 de junio). San Benito (finales de diciembre y primeros días de enero), San Pedro (29 de junio) y muchas otras. Todas estas festividades religiosas se organizaban a través de cofradías, las cuales “...son hermandades de tipo religioso autorizadas por la Iglesia Católica, unidas en torno a la advocación de un santo, con implicaciones económico-sociales dentro del ámbito de su jurisdicción. Se organizaban fundamentalmente entre
5. Acosta Saignes, Miguel. Estudios de etnología antigua de Venezuela, p.37. 6. Ramos Guédez, José Marcial. Contribución a la historia de las culturas negras en Venezuela colonial, p. 242.
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laicos, tomando en cuenta su condición social o étnica. Eran administradas por un Mayordomo, elegido en Cabildo de sus miembros, y cuya gestión duraba un año, con derecho a reelección. Las cofradías estuvieron avocadas a la preparación y celebración de la fiesta de su santo patrono y de su procesión en las fiestas establecidas por el calendario católico […] La fiesta del Santísimo Sacramento o de Corpus Christi es, quizás, la fiesta más popular del calendario religioso en las ciudades americanas; los preparativos de esta celebración, tanto a la víspera, como el día de la fiesta y el día de la octava, eran una verdadera manifestación de la imaginación popular”.7 Con relación a la Venezuela colonial, tenemos los siguientes ejemplos: la Cofradía de San Juan Bautista, la cual funcionó en la Iglesia Parroquial de El Tocuyo (actual estado Lara), ya existía hacia 1657 y estuvo integrada por negros esclavos, mulatos e indios; la Cofradía u Obra Pía del Santísimo Sacramento, tuvo su sede en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Victoria de Nirgua (actual estado Yaracuy), se fundó en el año de 1710 y se conformó con mulatos libres y la Cofradía del Santísimo Sacramento, constituida en la Iglesia de San Mauricio en Caracas durante el año de 1751 y en donde participaron morenos libres.8 Apreciamos, que en el período antes mencionado, la población africana y sus descendientes e igualmente la indígena, no le queda más alternativa que convivir y participar en los actos religiosos establecidos por la Iglesia Católica y por tal motivo ellos vieron que a través de los santos y santas de dicha religión, podían continuar tanto con sus creencias ancestrales como con los nuevos cultos que surgieron en el continente americano. Además, es conveniente tomar en cuenta, que “...en diferentes pueblos de Venezuela, como San Francisco de Yare, en los valles cacaoteros del río Tuy, donde existía una densa concentración de esclavos: los ‘Diablos danzantes de Yare’, cuyos miembros constituían una cofradía religiosa, bailaban por lo menos desde fines del siglo XVII –y continúan haciéndolo en nuestra época– el día de Corpus. En todas estas danzas se hallaba presente el sincretismo religioso y cultural, pero todas ellas estaban orientadas –por lo menos oficialmente– hacia los ritos de la religión dominante, la católica…”.9 7. Vilchez, Haydé “Las Cofradías de Negros durante la Colonia. Un espacio de libertad”, en: Foro del Futuro. Revista temática arbitrada. Fondo Editorial del IPASME. Caracas, Año 2, Nº 3, abril de 2009, pp. 192, 197. 8. Ramos Guédez, José Marcial, Ob. Cit., pp. 204-205, 9. Pérez Vila, Manuel, Guía histórica de la nación latinoamericana. Cuatro siglos de Hispanoamérica 1499 – 1899, tomo I, p. 177.
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La festividad de los Diablos Danzantes el día de Corpus Christi, tuvo múltiples expresiones en la Venezuela colonial y aunque hubo prohibiciones por parte de algunos Obispos y otras autoridades eclesiásticas, debido al uso de trajes, máscaras, disfraces y bailes que fueron considerados como pecaminosos, tal como ocurrió en el año de 1687, cuando el Obispo de Venezuela y Santiago de León de Caracas, Dn. Diego de Baños y Sotomayor, prohibió “…la participación de mujeres de color en la ejecución de danzas, durante la procesión de Corpus [ pues consideraba que en ] muchas ciudades de este nuestro obispado está introducido, que en las Procesiones, no sólo del Corpus y su Octava, sino también en las de los santos patronos, se hagan danzas de mulatas, negras e indias, con las cuales se turba, e inquieta la devoción, con que los fieles deben asistir en semejantes días…”.10 Sin embargo, como las prohibiciones eclesiásticas generalmente afectaban las ceremonias religiosas que se llevaban a cabo en las ciudades, los Diablos Danzantes continuaron efectuando sus rituales y promesas el día de Corpus Christi, en las zonas rurales que posteriormente integrarían la nación venezolana, donde predominaban las unidades de producción agropecuaria, con el uso de mano de obra esclavizada de origen africano o la servidumbre-peonaje de la población indígena, sin omitir a los blancos de orilla, zambos y mulatos. Ahora bien, no podemos pasar por alto, que la primera información relacionada con la celebración de la festividad de los Diablos Danzantes en la Venezuela colonial, la encontramos en el siguiente texto: “En torno a la presencia de personajes alegóricos en las fiestas de Corpus Christi en Venezuela, la fecha más antigua corresponde al año 1595 cuando se escenificaron una comedia y una danza de Melchor Machado, titulada ‘El Dragón de Corpus’ […] Aproximadamente a fines del siglo XVI e inicios del XVII, el dragón acompañado de los gigantes y diablitos se incorporan a los festejos de Corpus en la ciudad de Caracas […] Figuras como las nombradas anteriormente, en algunos casos estaban bajo la responsabilidad de las autoridades de la época (Alcaldes Ordinarios, Mayordomos de Propios y Recaudador de Rentas entre otros) […] El musicólogo venezolano José Antonio Calcaño, en su obra La Ciudad y su música, menciona a un grupo de diablos que baila en la Plaza Mayor en 1673, con motivo del recibimiento que la ciudad de Caracas brindaba
10. Gutiérrez de Arce, Manuel, El Sínodo Diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687..., tomo III, p. 20.
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a un gobernador. Para este autor, son los mismos diablos que danzaban en Corpus […] Algunas autoridades civiles y eclesiásticas en el año de 1780, no parecían estar de acuerdo con la presencia del dragón y los diablitos en la Festividad de Corpus, por considerarlos irreverentes para la ocasión. Esto unido al elevado costo que ocasionaba la presencia de dragones y diablos, explica en parte, que éstos tiendan a desaparecer, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, en la ciudad de Caracas”.11 Asimismo, vale la pena recordar, que la figura del Diablo, también estuvo presente en las rebeliones e insurrecciones de los pueblos dominados durante el período de la Colonia, al respecto veamos: “...El Diablo de las rebeliones de indios, de negros esclavos, de sectores marginados en la sociedad colonial –como los pardos, ese gente de ‘sangre más pronta’ […] nos encarna en estas fiestas de unos diablos que bailan ante Dios…”.12 En el contexto del siglo XIX, hemos localizado, dos acontecimientos relacionados con la festividad de Corpus Christi, en primer lugar, el que ocurre el día 10 de junio del año de 1820, en la población de San Rafael de Orituco (actual estado Guárico): “...después de la festividad religiosa con que la Iglesia celebra esta fecha [Corpus Christi] entreteníase el Comandante Martínez en unión de algunos oficiales de mayor intimidad paseando las calles y visitando sus amistades, en cuya diversión tropezó con más de una comparsa de diablitos (porque entonces también se bailaba), las cuales regalaba como cualquiera otro paisano. En una de aquellas comparsas venía el espionaje de los patriotas […] y llegó a Orituco el 10 de junio, que fue el incidente...”.13 En sus efectos, se señala que los soldados independentistas que llegaron al centro poblado aludido, se disfrazaron de diablitos, les bailaron al Corpus Christi y luego asaltaron “...la guarnición de aquella plaza...” comandada por el jefe realista Martínez.14 El otro caso, tiene que ver con la festividad de Corpus Christi en la ciudad de Barcelona (actual estado Anzoátegui) en el año de 1842, pues, en una fuente documental elaborada en el año antes mencionado, el Jefe Político del cantón capital de la provincia de Barcelona, consulta al Secretario del Interior y Justicia ...si se puede continuar cobrando una contribución para pagar
11. Ortiz, Manuel Antonio (dirección y supervisión). Diablos danzantes de Venezuela, pp. 23-24 12. Strauss K., Rafael, El Diablo en Venezuela…, p. 200. 13. Machado, Adolfo A, Apuntaciones para la historia :obra escrita entre 1875 y 1899, p. 59 14. Idem
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el costo de los altares de las festividades del Corpus Cristo, acostumbrada en aquella ciudad desde el gobierno extinguido, ya que algunas personas de la localidad se niegan a satisfacer dicha contribución…”.15 En el panorama del siglo XX, no podemos omitir, la participación de los Diablos de Yare, en la “Fiesta de la Tradición, Cantos y Danzas de Venezuela”, también denominado Festival Folklórico del Nuevo Circo, celebrado en la ciudad de Caracas, en el mes de febrero del año de 1948, con motivo a la toma de posesión del Presidente Rómulo Gallegos.16 En el contexto de Venezuela en la primera década del siglo XXI, apreciamos que en la festividad de los Diablos Danzantes, participan todos los miembros que conforman las cofradías (en el caso específico de Yare, estado Miranda, observamos: Primer Capataz, Segundo Capataz y Tercer Capataz; Primer Arreador, Segundo Arreador, Tercer Arreador y Cuarto Arreador; Primer Cajero y Segundo Cajero, los Auxiliares, La Capataz, Asistente del Primer Capataz y Asistente del Segundo Capataz, Diablos Rasos y el Porta Estandarte)17 e igualmente una gran cantidad de personas (hombres, mujeres, niños y jóvenes) de diferentes grupos étnico-culturales, quienes tienen que pagar alguna promesa al Santísimo Sacramento o que asisten como público interesado en conocer todo lo relacionado con dichas expresiones afro-indígenas católicas, originadas en nuestra Venezuela colonial.
Fuentes consultadas Documentales Archivo General de la Nación. Secretaría del Interior y Justicia, 1841-1843.
15. Archivo General de la Nación , Secretaría del Interior y Justicia. Índices 1841-1843, tomo 10, folio 1, p. 185. 16. Liscano, Juan, Folklore y cultura, pp. 167-263. 17. Montero Fránquiz, Nelly, Diablos danzantes de Yare, p. 28.
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NOTAS SOBRE LAS PRIMERAS RELACIONES DE TRABAJO EN LA ACTIVIDAD MINERA DEL SIGLO XVI Luis Lauriño Torrealba (*)
Resumen En este trabajo se pretenden identificar y analizar los aspectos más resaltantes de los antecedentes de las relaciones de trabajo en Venezuela, a partir de la actividad minera del siglo XVI. Se revisaron para ello en una primera parte, los aspectos relacionados con los inicios de la historia de la minería en el país, comenzando por las capitulaciones que permitieron descubrir primero el territorio para luego explotar sus potencialidades. Posteriormente, estudiamos las grandes iniciativas de exploración surgidas a partir de la famosa leyenda de El Dorado, en la que personajes como Sir Walter Raleigh y Antonio de Berrío se comprometerían en cuerpo y alma sin conseguir la preciada recompensa. Posteriormente nos concentraremos en las primeras actividades de descubrimiento y explotación minera en el país. La explotación de minas como las descubiertas por Fajardo o por Damián del Barrio también será objeto de estudio. Continuaremos con el análisis de la mano de obra empleada en estas primeras actividades de explotación aurífera, sus características, conformación y formas de compensación serán algunos de los elementos sobre los cuales detendremos nuestro estudio. Posteriormente, las regulaciones llevadas a cabo por la Corona española será objeto de análisis, en tanto no sólo se pretendió regular la actividad, sino también la actuación de los actores. Finalmente, analizaremos las razones de la migración de la mano de obra de la minería a otro tipo de actividad económica, paradójicamente creada como soporte de la actividad minera.
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Palabras claves Minas – Mano de Obra – Esclavos Negros – Esclavos Indígenas – Corona Española - Regulaciones – Relaciones de Trabajo- Compensación. A manera de introducción La historia de las relaciones de trabajo en Venezuela por lo general se asocia a la contemporaneidad, a los tiempos en los que se desarrolla la industria petrolera. Es decir, a partir de la segunda década del siglo XX, pues se configuran un conjunto de condiciones que les permite a los actores de las mismas identificarse, organizarse y desarrollarse. Es allí pues, donde se concentran a su vez los estudios que le analizan. Afirma Urquijo que “existe un amplio consenso en señalar que, con el desarrollo de la industria petrolera, surge en Venezuela el primer proletariado obrero, poderoso y consistente, aún cuando su capacidad organizativa se hallaba casi paralizada por la falta de libertades políticas y sociales del régimen [gomecista]…”.1 Así mismo, el autor afirma que “aun cuando se señala el año 1936 como la fecha clave del desarrollo sindical en el país, muchos historiadores encuentran los preludios del mismo en el obrerismo de finales de siglo XIX y en la conformación de nuevos gremios y asociaciones de trabajadores en las primeras décadas de la Venezuela Petrolera”.2 Sin embargo y como es lógico, existen antecedentes que permitieron a los actores de las relaciones de trabajo, llegado el momento, entenderse como una unidad, con características compartidas, exigencias comunes y necesidades colectivas, de manera que se hace imperativo hurgar en el pasado para entender a plenitud, no sólo la conformación moderna de los actores, sino la evolución misma de las relaciones de trabajo que hoy se nos antojan extremadamente complejas, producto de un fraccionamiento igualmente complejo de los diferentes actores. Ahora bien, cuando se vuelve la vista al pasado para identificar algunas claves del proceso histórico evolutivo de las relaciones de trabajo se nos pre1. Urquijo, J. El Movimiento Obrero en Venezuela. INAESIN-OIT-UCAB. 2004. pp.264. p. 13. 2. Ibídem. p. 11.
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senta un espectro de posibilidades muy amplio y que contempla actividades como las acontecidas en los ferrocarriles y tranvías, vapores e imprentas en el siglo XIX, así como la minería desde el siglo XVI, entre otros. En este caso, nos interesa el estudio particular de la actividad minera, debido a lo poco estudiada, claro está, desde la óptica laboral; y de la riqueza de sus fuentes. Federico Brito Figueroa afirma que “el tráfico de esclavos indios, la pesca de perlas y una incipiente minería, son las primeras actividades económicas que se desarrollan en el territorio venezolano sometido a la acción colonizadora de los conquistadores europeos”.3 De manera que desde muy temprano, en nuestro período colonial, existe, aunque “incipiente”, una actividad minera que nos invita a su análisis y entendimiento. Aunque sabemos que el mayor dinamismo entre los actores de dicha actividad se presenta en los últimos lustros del siglo XIX y especialmente impulsados bajo la presidencia de Guzmán Blanco, nuestra aproximación se centrará en el siglo XVI, con algunas notas del siglo XVII y XVIII, precisamente debido a nuestra pretensión de hurgar en los antecedentes más remotos de nuestras relaciones de trabajo. I. Inicio de una historia “...La Historia Territorial de Venezuela comienza con la creación de las entidades gubernativas españolas en virtud de las capitulaciones...” Donís, M. Las capitulaciones no fueron otra cosa, sino la forma legal empleada por la Corona española para llevar a cabo su proyecto de adhesión de la América al imperio español, a través del descubrimiento, dominio, control y poblamiento de estos territorios. Una de las capitulaciones “genésicas”, es decir que dan origen a la conformación del territorio venezolano, fue la que realizó España conjuntamente con los Welser, de fecha 27 de marzo de 1528. La misma se realizó “a través de los señores Enrique Ehinger y Jerónimo Sayler, quienes
3. Brito, F. Historia Económica y Social de Venezuela (Tomo I). UCV. Caracas. 1966. pp. 343. pp. 63-64.
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luego enviaron como sus representantes a la Provincia de Venezuela, a Ambrosio Ehinger y Bartolomé Sayler”.4 Los Welser fueron una familia alemana de banqueros vinculados al Emperador Carlos V de Alemania y I de España, cuya participación en dicha capitulación obedeció a “la búsqueda de mayores ingresos y el uso de mejores técnicas en la explotación de minas en el Nuevo Mundo”.5 La capitulación otorgada a los Welser geográficamente comprendía un territorio que se extendía ‘...desde el Cabo de la Vela o del fin de los límites y términos de la dicha Gobernación de Santa Marta hasta Maracapana, leste oeste norte y sur de la una mar a la otra, con todas las islas que están en la dicha costa, acebtadas [exceptuadas] las que están encomendadas y tiene a su cargo el factor Juan de Ampiés’.6 Con este territorio los Welser esperaban, a través del sistema Golfo de Venezuela-Lago de Maracaibo y su paso hacia el Mar del Sur, obtener una situación geográfica privilegiada, a fin de consolidar el monopolio minero local, así como el dominio del mencionado Mar del Sur.7 Los Welser estaban convencidos de que tras el esfuerzo que implicaba la importación e incorporación de mineros extranjeros para la identificación y explotación de las minas del territorio, también encontrarían importantes beneficios. Por esta razón se hacen, no sólo, de la concesión que contemplaba el 1% del valor de los metales (oro y plata) que pudieran extraerse en la Provincia, sino que van más allá y obtienen los derechos sobre la producción minera. Éstos no cejan en su intento por descubrir y controlar las minas que estaban convencidos existían en el territorio que la mencionada capitulación contemplaba. El siguiente pasaje da cuenta de algunos de los esfuerzos que en este sentido se realizaron, así como de incentivos contemplados para el logro de tal fin: Los Welser introducen trabajadores mineros en el territorio venezolano y obtienen la concesión de percibir el 1 por ciento del valor del
4. Donís, M. Guayana. Historia de su Territorialidad. UCAB. Caracas. 2002. pp. 271. p. 34. 5. Ibídem. p. 35. 6. Ídem. 7 Ibídem. p. 36.
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oro y plata fundidos y marcados en la Provincia de Venezuela y en Santa Marta; la concesión no consistía exclusivamente en la recaudación de los derechos de fundición, sino también en el derecho sobre la producción.8 En la Capitulación de los Welser también se contemplaban, de alguna manera, regulaciones impositivas sobre la explotación de las minas que allí se encontrasen, por lo que se puede leer entre las condiciones de la misma lo siguiente: Que los tres primeros años de la dicha población no se pague en la dicha tierra a nos del oro de minas solamente más del diezmo, y el quarto año el noveno, y de aí venga avaxando por esta orden hasta quedar en el quinto...9 De manera que la Corona española contemplaba una suerte de incentivo fiscal por cinco años, como estrategia para el impulso de la actividad minera en el territorio correspondiente a la Capitulación que quedaría bajo responsabilidad de los alemanes. Pero, la realidad se antojaría contraria a las pretensiones, tanto de la Corona, como de los Welser, pues es sabido que la explotación del oro, el mineral más preciado de la época, no fue de las dimensiones y lucro que hubiesen esperado. Federico Brito Figueroa señala, en este sentido, que: En las primeras décadas del siglo XVI, los colonizadores no lograron explotar oro en las cantidades que anhelaban encontrar en el territorio venezolano; saben que existe por los relatos y las muestras de los indígenas que, culturalmente extraños al mundo mercantilista de los europeos, lo truecan por bagatelas y objetos desprovistos de valor económico especulativo.10 Los Welser que mantenían un litigio con la Corona española, desistirían de éste el 13 de abril de 1557. Aunque, tras la muerte de Felipe Hutten en el año 1545, había llegado a su fin el gobierno de los alemanes en la Provincia de Venezuela. En estos últimos años se conjugaron una serie de inconformidades 8. Brito, F. Ob Cit. Tomo I p. 67. 9. Donís, M. Ob Cit. pp. 147-148. 10. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. p. 64.
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del reino español para con los adelantados. Entre estas destacaban: la inobservancia de muchos de los términos de la Capitulación que contemplaban, la fundación de dos pueblos, el envío de trescientos hombres para su población, así como “cinquenta alemanes, naturales de Alimania, maestros mineros, a vuestra costa, para que con su industria e saber se hallen las minas y veneros del oro y plata y otros metales que hoviere en las tierrras”.11 Otra capitulación de gran importancia para el estudio que nos corresponde es la de Diego de Ordaz para conquistar y poblar las tierras y provincias desde el río Marañón hasta el Cabo de la Vela a partir del año 1530, debido a que se trata del territorio de la futura Provincia de Guayana, tierra de grandes reservas mineras y por tanto foco de nuestro trabajo. Señala Manuel Donís que, “con las expediciones de Ordáz a partir de 1531 se inició la verdadera penetración española en Guayana a través del Orinoco”.12 Sin embargo, esta capitulación empezaba con problemas, pues desde aquellos de índole geográfica, se pasaba por el desconocimiento de lo que sucedía en la isla de Cubagüa y Tierra Firme, en donde ya los vecinos habían creado derechos. Adicionalmente se encontraba la fortaleza y los hombres de Antonio Sedeño, mismo que era responsable de la conquista y población de la Isla de Trinidad.13 En los términos de esta capitulación, al igual que en la otorgada a los Welser, también se contemplaba aquella suerte de incentivo fiscal al descubrimiento y explotación de las minas encontradas en el territorio correspondiente. En el término VIII de la referida capitulación se señalaba lo siguiente: Otrosí concedemos a los que fueren a poblar a la dicha tierra que en los seis años primeros siguientes, que se quenten desde el día de la data désta en adelante, que del oro que se cogere en las minas nos paguen el diezmo, y complidos los dichos seis años paguen el noveno, y ansi decendiendo en cada un año hasta llegar al quinto...14
11. Donís, M. Ob Cit. p. 145. 12. Ibídem. p. 46. 13. Ibídem. p. 151. 14. Ibídem. p. 153.
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Pueden identificarse claramente tres elementos, el primero es el optimismo y la convicción de que en los territorios correspondientes a la capitulación pudiesen encontrarse minas de oro; el segundo se refiere a la claridad meridiana que tenía la Corona española en cuanto a las regulaciones necesarias a la explotación de las minas en territorio americano, la cual conlleva en sí misma el pensamiento económico mercantilista y de acumulación vigente para la época. Finalmente, el tercer elemento tiene que ver con una suerte de política real o estrategia de incentivos de tipo fiscal, de manera que a medida que se va consolidando el trabajo de las minas, así mismo, en teoría, se incrementa la producción y por ende se está en mayor capacidad de ser pechado por la Corona. Con la Capitulación de Diego de Ordaz se introduce un elemento que le distingue de la Capitulación de los Welser y que a futuro va a tener una importancia fundamental en la explotación minera. Así, en el término XIV de la mencionada Capitulación se puede leer que: Otrosí vos daremos lecencia, como por la presente vos la damos, para que destos nuestros reinos e del reino de Portugal e islas de Cabo Verde e de donde vos o quien vuestro poder oviere quisiéredes e por bien toviéredes podáis pasar e paséis a la dicha tierra de vuestra governación cinquenta esclavos negros, en que aya a lo menos el tercio hombres, libres de todos derechos a nos pertenecientes, con tanto que, si los dexáredes todos o parte dellos en la isla Epañola, Sant Juan o Cuba o Santiago o en otra parte alguna, lo[s] que dellos ansí dexáredes sean perdidos e aplicados a nuestra cámara e fisco.15 La posibilidad de traer al territorio negros esclavos, va a ser posteriormente la clave para la explotación de minas de oro, plata y cobre en nuestro territorio. Los españoles no se involucraron en la operatividad de la actividad minera y los indios aunque participaron de ésta, no poseían las condiciones físicas que permitían una óptima explotación, a diferencia de los negros que si tuvieron las fortalezas necesarias para llevar a cabo tal empresa. Tenemos pues, en esta Capitulación, la introducción de un elemento medular para el entendimiento de dicha actividad, la mano de obra esclava negra.
15. Ibídem. p. 154.
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Pero no era el único término novedoso incorporado en esta Capitulación de Diego de Ordaz en comparación con la Capitulación otorgada a los Welser, pues también se señalará en esta uno referido a otro grupo que participará como mano de obra en la explotación de las minas, aunque con menor incidencia, los indios. El documento señalaba lo siguiente: Otrosí con condición que en la dicha pacificación, conquista e población e tratamiento de los dichos indios en sus personas e bienes seáis tenudos e obligados de guardar en todo e por todo lo contenido en las hordenanzas e instrucciones...16 Sin embargo, la mencionada Capitulación de Ordaz no obtuvo los frutos esperados, pues “Ordáz entró en conflictos jurisdiccionales con la gente de Cubagua y luego perdió la vida en un viaje con destino a España”.17 De manera que la Gobernación de Guayana realmente se inicia con la Capitulación de Gonzalo Jiménez de Quesada otorgada en 1568 y cuyo territorio estaría contemplado entre los ríos Pauto y Papamene en la Provincia del Dorado, misma que, tras la muerte de Quesada, pasaría a manos de su sobrino político, Antonio de Berrío, a partir de 1582 y que sería confirmada en el año 1586. La Capitulación de Gonzalo Ximénez de Quesada firmada en el año 1568, al igual que la de Ordaz contemplaba la importación de negros esclavos como mano de obra fundamental. En uno de los términos de dicha Capitulación puede leerse que: Item de meter en la dicha tierra para la dicha jornada y descubrimiento o dentro de los dichos quatro años para el servicio de dicho adelantado y de la gente que alla fuere quinientos negros esclavos machos y embras para que con mas facilidad se haga el dicho descubrimiento...18 Este término es mucho más explícito que los anteriores, en cuanto al empleo de los negros esclavos, además de explícitamente incorporar a las mujeres como parte de la mano de obra negra. Los negros y negras serían empleados,
16. Ibídem. p. 155. 17. Ibídem. p. 46. 18. Ibídem. p. 253.
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según el documento, en el descubrimiento, en las edificaciones, en el cultivo, en la labranza y en cualquier otra actividad que fuese necesaria. De igual forma, entre los términos de esta capitulación y al igual que las anteriores, se contemplaba un incentivo de tipo fiscal, pero esta vez con una variante, pues el pago de impuestos no sería progresivo como se contemplaba en capitulaciones anteriormente mencionadas, sino que sería un incentivo fijo por espacio de diez años. El documento afirmaba que: Ytem se le concede a el y a los dichos descubridores y pobladores y vezinos de la dicha tierra y governaçion que no paguen mas del diezmo del oro o plata perlas y piedras de las minas y otros aprobechamientos que en la dicha tierra huviere por tiempo de diez años primeros siguientes los quales corren y se quentan desde el dia que se hiziere la primera fundaçion como su Magestad lo tiene concedido.19 Otra capitulación de nuestro interés es la del capitán Francisco de Cáceres sobre el Nuevo Reino de Granada en 1580, una capitulación “genésica”, que a partir del siglo XVIII se llamará Provincia de Maracaibo, pero que en su momento contemplaba el poblado de “Espíritu Santo de La Grita”, cerca del cual se descubrieron las minas de cobre conocidas como “Lomas del viento”. El territorio y límites de esta capitulación señalados en los documentos eran de “...dozientas leguas de termino, desde las espaldas del rrepartimiento de Guatavita y Gacheta en diametro, çincunferencia de la mano derecha y yzquierda, no tocando lo que esta descubierto”.20 La misma capitulación hacía referencia a las vicisitudes vividas por Francisco de Caçeres y por el Capitán Diego Fernández de Serpa, a quienes el propio documento les atribuía el descubrimiento y población de çiertas minas de oro, de cuya rriqueza se tenia notiçia juntando para ello en la ciudad de Tunja y otras partes, soldados, y a su costa los llevo y descubrio, y poblo, las dichas minas de que se espera mucho fruto.21 19. bídem. p. 255. 20. Ibídem. p. 262. 21. Ibídem. p. 263.
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En cuanto a las condiciones de los incentivos fiscales contemplados no se presenta variación alguna con respecto a los términos de otras capitulaciones ya comentadas. A saber: Yten se le concede a el y a los dichos descubridores, y pobladores y vezinos de la dicha tierra /fº 5v.// y governaçion que no paguen mas del diezmo del oro o plata perlas y piedras de las minas y otros aprovechamientos, que en la dicha tierra oviere por tiempo de diez años, primeros siguientes, los quales corran y se cuenten desde el dia que se hiziere la primera fundiçion como su magestad lo manda y conçede.22 Así mismo, a esta Capitulación de Francisco de Cáceres, se vincula la del traslado de la Capitulación con el capitán Hernando de Barrantes Maldonado, tras la muerte de Cáceres, y a fin de continuar el descubrimiento, población y pacificación de la Provincia del Espíritu Santo en el año de 1593. En esta Capitulación se mantienen las mismas doscientas leguas de circunferencia de la mano derecha a izquierda, a partir de las espaldas de Guatavita y Gachetá, aunque se amplía su población hacia las Barrancas del Río Zulia. No se hace mención alguna a las actividades mineras, tal como se ha venido contemplando en las Capitulaciones que hasta el momento hemos revisado, sin embargo se entiende que el “traslado” de la Capitulación contempla también el traspaso de las condiciones otorgadas a su anterior beneficiario más la incorporación de los nuevos términos exigidos a Hernando de Barrantes Maldonado. Una vez estudiadas algunas de las principales Capitulaciones vinculadas a los espacios geográficos donde se desarrollará la novel actividad minera de la Provincia de Venezuela, podemos introducirnos en el análisis de esos primeros intentos de descubrimiento y explotación minera de conquistadores y adelantados.
22. Ibídem. p. 269.
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II. Ilusión y Fracaso
‘…vimos todas las colinas con piedras de color de oro y plata’ Raleigh, W.
Antonio de Berrío, militar con basta experiencia al servicio de Carlos V de Alemania y I de España, había participado en campañas militares en Italia, África, Alemania y Flandes. Con Juan de Austria estaría posteriormente en Granada, también como militar; y en Las Alpujarras como gobernador. En el año de 1580 se trasladaba al “Nuevo Mundo”, tras recibir la herencia de Gonzalo Jiménez de Quesada, se trataba nada más y nada menos que de la Capitulación, ya mencionada, que comprendía el territorio que se encontraba entre los ríos Pauto y Papamene, en la Provincia de El Dorado. Sir Walter Raleigh se refiere a Antonio de Berrío como un hombre de buena descendencia, “muy valiente y liberal, y un caballero de gran certeza y de un gran corazón”.23 Así, motivado e ilusionado con el ya célebre mito de El Dorado,24 se lanza a su conquista. Y cómo no hacerlo si el mito era de tales dimensiones que el propio Raleigh se refiere a este de la siguiente forma: Yo estaré deseoso de dedicar mi vida allí; y si cualquier otro fuera capaz de conquistar la misma, yo le aseguro esto: él realizará hazañas nunca hechas por Cortés en México o en Perú por Pizarro, el
23. Raleigh, W. Las Doradas Colinas de Manoa. Ediciones Centauro. Caracas. 1980. pp. 326. p. 61. 24. “…Manoa, descubierta últimamente, aunque no sin trabajos, con menos desgracias de las que experimentaron Felipe de Utre que salió de la Provincia de Venezuela en busca del famoso Dorado, a quien en 1545 siguió Quesada. Después el marqués de Cañete envió desde el Perú a Pedro de Ursua en 1557 para que buscase aquel país cuyos montes eran todos de oro, pero fue muerto en la marcha igualmente que su sucesor D. Fernando de Guzmán. Lo mismo le sucedió a Pedro de Sila, Adelantado de estos países, con cuyo título emprendió su viaje en 1569 y pereció con toda su gente en el Golfo Triste a manos de los indios del río Guarapiche; a quien siguió el capitán Serpa que tuvo tan desgraciado fin. Pero la expedición más ruidosa y que llevó gente más lúcida fue la de D. Antonio Berrío, quien envió con 300 hombres al capitán Alvaro Jorge, portugués, que llegó hasta el cerro que llaman de los Totumos (sic), y después de indecibles trabajos, tuvo que retirarse con solos 30 hombres que pudieron salvarse del rigor de los indios, aunque no de la intemperie del clima, sin haber encontrado el famoso Dorado ni visto sus riquezas”. En: De Carrocera, B. Misión de los Capuchinos en Guayana. Tomo II. Academia Nacional de la Historia. Caracas. 1979. pp. 406. pp. 213-214.
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primero conquistó el imperio de Montezuma [Moctezuma], el otro el de Huáscar y Atabalipa [Atahualpa]; y cualquier príncipe que lo posea, este príncipe será el señor dueño de más oro, y del más bello imperio, y de más ciudades y gentes, que el rey de España o el Gran Turco.25 Y Raleigh a su vez alimentado por muchas fuentes entre las cuales se encuentran las cartas interceptadas por el capitán inglés George Pophan en el año 1594. Así en una carta de “Alonso de la Gran Canaria” a su hermano comandante del “San Lúcar” acerca de El Dorado, señala que existe un país nuevamente descubierto y llamado Nuevo Dorado, en donde existen maravillosas riquezas, entre estas oro en abundancia. Existe otra carta de “Alonso”, esta vez a los mercaderes de San Lúcar en la cual se confirman las riquezas de las que goza aquel país, Nuevo Dorado. Y de estas noticias se hacen eco George Burien en carta desde Canarias a su primo en San Lúcar, Domingo Martínez en informe desde Jamaica, Bountillier de Sherbrouke, los mercaderes de Río Hacha y el mismo Antonio de Berrío, según lo señala el propio Walter Raleigh en su obra.26 Pero continuando con la semblanza de Antonio de Berrío, Domingo Vera Ibargoyen señala en la hoja de vida de éste que: ...[En] el año 1580, pasó a las Indias a la herencia del adelantamiento del Nuevo Reino que heredó por su mujer, sobrina del Adelantado Gonzalo Jiménez, adonde no atendió a regalar su persona y adelantar su hacienda, porque naciéndole nuevos y más altos pensamientos con la nueva ocasión de la riqueza, emprendió la primera vez la jornada de El Dorado, en la cual habiendo gastado cincuenta mil pesos de oro de su hacienda, anduvo con mucha gente diez y siete meses y dio vista a la serranía de El Dorado tan deseada de todos los capitanes que en su demanda habían perdido.27 Pero no poco trabajo le habría costado a Berrío aquel deseo de riqueza. Según el Testimonio de Alejandro de Castilla, en el año 1594, vecino y enco25. Raleigh, W. Ob Cit. p. 63. Las negritas son del autor. 26. Ibídem. pp. 326. 27. Lovera, J. Antonio de Berrío. La Obsesión por el Dorado. PDVSA. Caracas. 1991. pp. 477. pp. 461-462.
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mendero de San José de Oruña, Antonio Berrío se habría gastado una suma superior a los cincuenta mil pesos en su empresa, “...y ha pasado en ello tantos trabajos y riesgos de la vida cual nunca capitán después que se descubrieran las Indias ha pasado”.28 Berrío intentó alcanzar El Dorado a través de varias fórmulas, penetrando a pie las “cordilleras” de El Dorado, así como por vía fluvial, a través del río Orinoco, pero los esfuerzos fueron infructuosos. En estos intentos murió mucha gente debido a las características hostiles del terreno. Así, otro vecino de San José de Oruña, llamado Andrés Velasco señala lo siguiente: “por ser montañas fragosísimas, depobladas, y tierras de tal calidad, de falta de mantenimientos, que en los acometimientos pereció mucha gente”.29 La desconfianza y el desánimo en aquellas duras jornadas tampoco eran buenos consejeros y hacía presa de los expedicionarios. Más adelante el mismo Velasco dirá que Como todos traían tan viva la noticia de la tierra y ser tan grandiosa y próspera y no hallar entrada y haber diez años que en sólo buscarla se ha ocupado tanta gente, a todos pareció ser cosa de encantamiento, o a lo menos que la voluntad de Dios no era llegada.30 Sin embargo, Antonio de Berrío se caracterizaba por una constancia digna de imitar, por lo que sus intentos no cesarían. Llegaría al extremo de ser necesario para alcanzar sus metas, lo que quedaba suficientemente claro cuando en palabras de los testigos se podía leer el siguiente testimonio: Lo que más este testigo y los demás capitanes y gente que andaban en el dicho descubrimiento han considerado ha sido ver la mucha constancia y sostén que con tantos años el dicho gobernador tenía pues, cuando lo dejara, podía vivir en su casa, y esto ha sido con tanto valor que hallándose esta última tercera vez con noticias tan vivas, y tan sin remedio de poder romper las dichas cordilleras ni hallar entrada a la tierra con sólo cincuenta y dos hombres más o menos, propuso y determinó una cosa tan atrevida y valerosa que no sabe que hasta hoy caso semejantes se haya hecho, que fue que con estar mucha de la gente enferma, abatida, cansada y falta de mantenimientos, 28. Ibídem. p. 199. 29. Ibídem. p. 206. 30. bídem. p. 206.
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dándole noticia que por el dicho río Orinoco Abajo hallaría la entrada verdadera y noticia de la tierra, mandar matar todos los caballos y que de ellos se hiciesen tasajos con que sustentase la gente, salándolos; y [mandó a] hacer bajeles en que se echasen todos por desahuciar a la gente, por motines que habían sucedido, [diciéndoles] que habían de morir y perecer, o se había de hacer y acabar de descubrir la dicha entrada y hacer un servicio tan grande al Rey Nuestro Señor, pues se entiende es un reino y provincias, las más ricas que hasta hoy se han descubierto.31 Pero es que Berrío no dejaba atrás poca cosa, pues tal vez podía vivir en Europa en unas condiciones envidiables para cualquier hombre de la época. Tampoco era poca cosa la inversión que había realizado, tanto en dinero (señala José Rafael Lovera que “sobrepasaba los 100.000 pesos de oro fino”)32 como en sacrificio personal, pero sobre todo estaba convencido de que la recompensa podría superar con creces todo aquello. Las noticias de indígenas sobre la existencia de Manoa, así como de una laguna salada en donde vivía gente muy rica, ataviada con oro y otras riquezas, sumadas a todas aquellas que habían conformado el mito de El Dorado desde las primeras décadas del siglo XVI no podían más que contribuir en su empeño. Pero había un elemento adicional a resaltar, se trataba de la lealtad, pues aunque las condiciones físicas de aquellas expediciones eran en sí misma un gran obstáculo, también había que contar con otros riesgos, entre ellos, la presencia hostil de los indígenas. La muerte para Berrío sólo tenía como respuesta el descubrimiento de la entrada de El Dorado y el deseo de “hacer un servicio tan grande al Rey Nuestro Señor”. Un testigo de excepción, Don Rodrigo de la Hoz, cuenta detalles de cómo finalmente Antonio de Berrío, después de doce años de intentos fallidos por conseguir El Dorado, logra avistar su entrada en la tercera expedición. Rodrigo de la Hoz aseguraba que: Por el dicho río Orinoco Abajo se pasaron algunas necesidades y se estuvo en mucho riesgo con los muchos caribes, y se tomó lumbre cierta y verdadera de esta tierra y entrada, y muestras de la riqueza de ella de oro, y él descubrió navegación de los ríos al Nuevo Reino.33 31. Ibídem. p. 210. 32. Ibídem. p. 39. 33. Ibídem. pp. 214-215.
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Este testimonio a su vez es secundado por el de Diego de Polanco Reinoso el 20 de octubre de 1594, quien afirmará que: Este testigo fue uno de los que entraron a su población y conquista y que [a] causa de no favorecerle al dicho Gobernador Antonio de Berrío los gobernadores comarcanos, no pudo juntar copia suficiente de gente para acometer tan grande empresa, como ya está cierta y descubierta la entrada, por vista de ojos, porque muchos de los vecinos de esta ciudad se hallaron en el descubrimiento de ella y han estado desde el principio de la tierra, de la cual dicen ser tan buena y próspera como siempre se ha tenido noticia. 34 Finalmente y para resumir la obra expedicionaria de Antonio de Berrío haremos una pequeña síntesis cronológica. Así, en su primera expedición del año 1584 bautizaba el río meta como río de La Candelaria, posteriormente identificaba la serranía de Cuao, pretendiendo “romperla” para localizar su verdadero objetivo, El Dorado y finalmente obtenía información de los indios acerca de la laguna de Manoa. Llegaba al río Orinoco y descubría su desembocadura frente a la isla de Trinidad, identificaba la isla de Atures (Adole), mismo que creía era el camino a Manoa. Ya por el año 1585 tenía identificado El Dorado. En su segunda expedición del año 1587 fundaba un pueblo en la sabana de la sierra, sabana de Siamacú, que podría considerarse como el primer intento de poblamiento de Guayana. En marzo de 1590 dio inicio a su tercera expedición, esta vez acompañado por su hijo Fernando de Berrío. Como parte de esta expedición exploraba la isla de Trinidad y en ese mismo año, 1591, llegaba al río Caroní, bautizándolo con el nombre de San Jusephe. Pasaba por la isla de Margarita, en donde recibía información sobre El Dorado. Al año siguiente fundaba San José de Oruña, cuyos vecinos habían dado los testimonios que hemos empleado para recrear algunos pasajes de este trabajo. En el año 1595 fundaba otro pueblo, esta vez el de Santo Tomé de Guayana. Berrío no descansaría en su intento, pero la falta de provisiones había hecho mella entre sus expedicionarios, presentándose motines y migraciones irreversibles. De manera que, para cuando Fernando de Berrío llegaba con ayuda desde España, en el año 1597, ya la ciudad estaría despoblada. Ese mismo año moría Antonio de Berrío, sin alcanzar El Dorado de la leyenda, pero dejando un ejemplo de coraje y constancia de mucha mayor valía. 34. Ibídem. p. 218.
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III. Las Primeras Actividades de Descubrimiento y Explotación Minera “La minería es otra de las actividades económicas que se hace sentir en el siglo XVI, aunque sin llegar a adquirir la importancia que tuvo en otras colonias hispanoamericanas…” Brito, F. Los primeros contactos de los españoles con los indígenas en tierras venezolanas ya permitían a los primeros soñar con una riqueza material de grandes dimensiones. Los indígenas se presentaban ataviados con ornamentos en oro de gran valor para los primeros colonos. Aún más, los indígenas que fueron al encuentro de los españoles tenían un concepto del valor muy distinto, así en los primeros intercambios dados entre estos, a cambio de oro los españoles entregaron una serie de objetos de muy poca monta que los indígenas consideraban de gran valía. Oviedo y Baños afirma que al concretarse uno de estos intercambios un indígena recibió un cascabel a cambio de oro y tras considerar el trueque poco justo corrió despavorido. Se trata de un ejemplo muy ilustrativo de la relatividad del concepto del valor para ambas partes y de lo cual sacaría provecho el colono.35 Sostiene Federico Brito Figueroa que “los conquistadores y adelantados conocieron de la existencia del oro en el territorio venezolano por las pequeñas cantidades obtenidas de manos de los indígenas, a trueque de objetos de escaso valor”.36 Estas pequeñas muestras de riqueza comenzaron a alimentar una leyenda que fue creciendo con el tiempo hasta convertirse en algo más que la ya mencionada leyenda de El Dorado, en un anhelo, que motorizó no pocos esfuerzos humanos y materiales. El mismo autor asegura que Ambrosio Alfínger al sur del Lago de Maracaibo asegura que hubo más de cuarenta mil pesos de oro de esta forma que le dieron los indios y que “los aborígenes asentados en las costas de la laguna de Tacarigua trabajan el oro, también en
35. Oviedo y Baños, José De. Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela. Editorial Ariel. Barcelona. 1967. pp. 667. 36. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. pp. 66-67.
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Occidente, y los timoto-cuicas labraban este metal en ‘forma de águilas’ y lo utilizaban como medio de trueque por productos de consumo”.37 . Los relatos y algunas muestras continuaban reforzando la construcción de aquella leyenda, entre las que podemos leer en una “Relación” fechada en el año 1578 que “‘se ha hallado oro en esta provincia de Caracas en quince o veinte quebradas y arroyos…puntas de ochenta pesos de oro y hay para abaxo mucho más...’” .38 Y más adelante otra “Relación”, esta vez de Juan de Peñalosa, fechada probablemente en el año 1593 aseguraba la existencia de minas de oro en otras zonas del territorio de la Provincia de Venezuela. Así la minería se convertirá en una de las actividades económicas que “se hace sentir en el siglo XVI, aunque sin llegar a adquirir la importancia que tuvo en otras colonias hispanoamericanas”.39 Esta actividad minera pasaba por el descubrimiento de minas como la de San Felipe de Buría, desde el año 1551, por Pedro Damián del Barrio en el Valle de Nirgua, aunque según afirmaba Francisco Depons “En 1554 estaba ya abandonada a causa de la revuelta de los negros que trabajaban en ella y de los Indios que veían en este establecimiento la pérdida más segura de su independencia”.40 Depons señala que al año siguiente el Gobernador Villacinda trató de reactivar los trabajos de esta mina, fundando para ello el pueblo de Las Palmas, aunque de breve existencia. De igual forma, más adelante dirá que: Se renovó la empresa seis meses después, bajo el mando de Paradas, pero sin mejor éxito que las precedentes. Aquel fundó la villa de Nirgua que los indios hicieron luego abandonar. El Gobernador Gutiérrez de la Peña reanudó el proyecto en 1557. Con el nombre de Nueva Jerez se fundó a orillas del río Nirgua una ciudad que se creyó tuviera mejor suerte, pero no se sostuvo contra los Indios sino hasta 1568.41
37. Ibídem. p. 73. 38. Ibídem. p. 74. 39. Ibídem. p. 73. 40. Depons, F. Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme. Tipografía Americana. Caracas.1930. pp. 518. pp. 31-32. 41. Ídem.
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Aproximadamente, por los años sesenta del siglo XVI también Francisco Fajardo descubre una mina muy cerca de la villa de San Sebastián de los Reyes, que el Gobernador Collado hace explotar por Pedro Miranda, quien será atacado por el cacique Guaicaipuro, obligándole a abandonarla y retirarse a Borburata. Posteriormente sería entonces nombrado teniente general Juan Rodríguez Suárez quien vencería en varias contiendas a Guaicaipuro, reactivando la explotación de las minas. Sin embargo, no tardaría mucho Guaicaipuro en volver a levantarse en armas, matar a todos cuantos trabajaban en las minas y así mismo obligar a Suárez a refugiarse en una villa en la cual ya Fajardo había fundado un hato, dándole el nombre de San Francisco, llegando así a su fin, por lo menos por aquellos tiempos la explotación de esta mina. Posteriormente, por el año 1584, indica Depons que Sebastián Díaz Alfaro descubrirá, entre Apa y Carapa, dos minas de oro. “Desgraciadamente para los autores del descubrimiento y felizmente para la generación actual, el terreno era tan insalubre que todo el mundo caía enfermo y muchas personas perdieron la vida”.42 Esta situación determinó el fin de las actividades de dicha mina, aunque en 1606 Sancho Alquiza trató de reactivarla, con poca suerte pues los indios hicieron lo propio para evitarlo. Y nuevamente en 1698 Don Francisco de Berroterán también hará un esfuerzo similar, pero obteniendo exactamente los mismos resultados infructuosos. Otro autor como Arellano, afirma en sus Orígenes de la Economía Venezolana que por el año 1584 fueron fundadas las minas de oro de San Juan de La Paz, que aunque “de efímera existencia, produjeron 40.000 castellanos de oro de 23 quilates en los dos primeros meses de beneficio”.43 En una carta escrita desde Cumaná y fechada el 18 de abril de 1596 se hacía referencia a una mina de plata descubierta en el Valle de Cotúa. La misma se había descubierto en el año 1593, realizándole pruebas que permitirían afirmar que: “Habiendo cavado en diversas partes de ella sacamos algunos metales diferentes unos de otros y entre ellos mucha malgasta gruesa, de suerte que la demostración de todos ellos daba a entender tener metal de riqueza”.44 De esta mina no obtuvimos más noticias, por lo que suponemos que no tuvo mayor impacto sobre la actividad económica del siglo XVI. 42. Ídem. 43. Arellano, A. Orígenes de la Economía Venezolana. Ediciones de la biblioteca. 1982. pp. 400. p. 145. 44. Lovera, J. Ob Cit. p. 397.
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La región de Guayana, objeto de búsquedas obstinadas del legendario Dorado, tendrá un volumen importante de noticias de actividad minera, sólo a partir del siglo XVIII. A continuación mencionamos sólo algunos de los documentos, pertenecientes al Archivo General de Indias, en los cuales se presenta algún tipo de noticia vinculado a la actividad minera en el siglo XVIII. A saber:
Tabla 1. Diseño propio con documentos de Actividad Minera en Guayana. Siglo XVIII, pertenecientes al archivo del Hermano Nectario María del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
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De manera que el siglo XVI se caracteriza, en materia minera, por lo que los españoles llamaron el “rescate” que no era otra cosa que la recolección y envío a tierras españolas de todo el oro y objetos de valor que habían obtenido de los indios o simplemente les habían sustraído;45 y por supuesto de la explotación de las minas de oro fundamentalmente, pues la producción de cobre se realiza principalmente a partir del siglo XVII. Y otros minerales como el carbón fueron explotados rudimentariamente en Coro, Taguay y Zulia; y el hierro a partir del siglo XVIII en Guayana, a través de la acción de los Capuchinos Catalanes y sus conocidas forjas catalanas. En el siglo XVI la actividad minera se basaba en la explotación del oro, por lo que: La recolección de oro creció a partir del establecimiento de los españoles en el valle de Caracas, haciéndose la primera fundición en esta ciudad el 8 de febrero de 1576, que produjo más de 13.000 pesos; la del siguiente año pasó de 17.247 pesos y en 1582 alcanzó a casi 22.000 pesos, la mayor después de la de 1533. A partir de 1586, la producción comenzó a declinar, y aunque en 1592 llegó a 6.564 pesos, en los años siguientes se acentuó violentamente la caída, situándose al cierre del siglo en sólo 814 pesos, extinguiéndose totalmente en la segunda década del siglo XVII.46 Sin embargo, se puede señalar que los resultados de la explotación del oro no dio nunca los resultados esperados tanto por la Corona española, como por los adelantados y demás emprendedores de la aventura del oro. El potencial de las minas no era ni comparable con el que se había identificado en otras regiones de Hispanoamérica, pero tampoco la política española pareciera haber sido la más afortunada. Los impuestos exigidos a aquellos que explotaban las minas versus la rentabilidad y el costo de producción que implicaba esta actividad no se correspondían. Afirma Federico Brito Figueroa que: ‘El quinto real resultaba un impuesto demasiado pesado, y los colonos pidieron primero que se le bajase un décimo y luego una veintena. El
45. Estos rescates llegaron a alcanzar en tiempo de los Welser, la suma de 89.080 pesos. En: Martínez, A. Minería. Diccionario de la Fundación Polar. Edición Electrónica. Caracas. 1997. S/p. 46. Ídem.
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Rey accedió a estas solicitudes, y la reducción estuvo en vigencia desde mediados del siglo XVI hasta 1607, en que, de nuevo comenzó a cobrarse el quinto; pero inmediatamente llegó una cédula autorizando la prórroga de la gracia por otros diez años. Sin embargo, en nada se habría afectado la Provincia con la recaudación del quinto, ni se la beneficiaba tampoco con la nueva prórroga, pues para esa fecha la producción de oro se había hecho insignificante, y desapareció poco tiempo después’.47 De manera que las medidas fiscales tomadas por la Corona española eran extemporáneas y en nada beneficiaban a los explotadores de las minas. El modelo económico mercantilista se orientaba a la acumulación de la riqueza, por ello se pretendía la mayor rentabilidad posible de las actividades económicas de España en América. La maximización de la rentabilidad se alcanzaba con la maximización de los impuestos. Y es así como los colonos eran pechados con el “derecho de fundidor” que equivalía al 1% del metal limpio, obteniendo la Corona el 50% de este impuesto, mientras que el resto lo percibía el fundidor, “pero como el oro labrado descendía progresivamente el porcentaje percibido por el fundidor, resultaba insignificante, por lo que se decidió darle íntegro el mencionado derecho; en un período de treinta y seis años, es decir, entre 1564 y 1600”.48 Si bien las minas no tenían el impacto esperado, constituían el marco de unas primeras relaciones de trabajo, en donde los indígenas venezolanos se convertirían en mano de obra esclava fundamental, por lo menos en los primeros años de la mencionada actividad. Señala Federico Brito Figueroa que: La incorporación de los naturales, en calidad de mano de obra, al régimen de esclavitud se realiza por vía de la pesca de perlas y de la minería, en cuyo desarrollo, y en sus comienzos, la fuerza-trabajo la representan los indígenas capturados ‘en justa guerra’, permutados por baratijas o rescatados.49 También las minas generaron pronto actividades paralelas, pues a la explotación directa de las mismas debía sumarse el hecho de que ahora se crea47. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. p. 68. 48. Ibídem. p. 69. 49. Ibídem. p. 64.
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ban fundiciones propias, en Borburata, Santiago de León y Nueva Segovia, dejando atrás la dependencia de Santo Domingo. De manera que la incipiente actividad minera de la colonia comienza a demandar trabajadores que pudieran satisfacer las necesidades directas e indirectas de la misma. IV. La Mano de Obra
“Los negros habían llegado a ser la clase social más explotada durante la Colonia…” Arellano, A.
Desde los primeros momentos de las explotación minera por parte de los colonos españoles la mano de obra se convirtió en el principal obstáculo a superar, pues las particularidades de la actividad exigían unas características físicas determinadas que permitieran responder a una altísima demanda de energía. Adicionalmente las condiciones de insalubridad y las enfermedades propias de las minas hacían mella en los obreros que en ellas laboraban, razón por la cual constantemente se requería mano de obra cuyo perfil cambiante con el tiempo la hizo más estable y lucrativa en términos económicos. Para hacernos una idea de las duras condiciones de la minería, leamos un pasaje de Depons, en el cual se describen en términos abstractos las características y consecuencias que en su opinión estaban vinculadas a dicha actividad a principios del siglo XIX. ...de los males anejos a las explotaciones de las minas de oro y de plata, las cuales mientras duran, son la tumba de la mayor parte de los que en ellas trabajan; debilitan, extenúan y condenan a una vida lánguida a aquellos que no han sido ahogados en su seno; destruyen el gérmen de todas las virtudes sociales y domésticas; proscriben todo espíritu de orden y de economía; mantienen la disolución y el vicio que les son propios y cuando se agotan sustituyen la miseria a la prodigalidad, la vagancia al trabajo y lanzan en la sociedad a los obreros que ellas ocupaban, a los cuales no les quede más recurso que la mendicidad o el robo.50
50. Depons, F. Ob Cit. p. 33.
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De manera que aparte del desgaste físico extremo y de las enfermedades asociadas a la actividad minera, Depons añade elementos de incidencia social, en donde tal vez el aislamiento propio de esta actividad somete al minero a una vida que para éste, contempla valores paralelos a los de la sociedad. Depons inclusive llega a plasmar el impacto personal y social de la situación “postlaboral” de los trabajadores mineros desocupados en términos si se quiere fatalistas, pero tal vez reales. Es verdad, Depons plantea la descripción de una situación que se corresponde a los tiempos próximos a 1806, año en el cual publica su obra, pero tal vez esta situación no haya sido muy distinta en el siglo XVI, cuando los primeros colonos echaron mano de la mano de obra indígena primero y negra después. La primera mano de obra de las minas del siglo XVI fue la indígena, se trataba de aquellos naturales capturados en lo que los españoles denominaron “justa guerra”, así mismo los que eran objeto de trueque por objetos de bajo valor o los que se consideraban “rescatados”. Afirma Federico Brito Figueroa que “…la incorporación de los naturales, en calidad de mano de obra, al régimen de esclavitud se realiza por vía de la pesca de perlas y de la minería”.51 Sin embargo, los españoles pronto se percatarían de que la mano de obra indígena no era la más apta para el duro trabajo minero, pues éstos no reunían las condiciones físicas o “biológicas” para llevar a cabo tan exigentes labores. Por ello, “la economía de las Indias occidentales reclamó, desde los primeros días de la conquista, mano de obra perseverante y resistente. Ni los españoles ni los indios reunían estas condiciones fundamentales para organizar un orden económico de alguna significación histórica”.52 Casi desde los inicios de esta actividad minera se pensó en la importación de negros para acompañar o substituir la mano de obra indígena, y es que ya los españoles tenían cierta experiencia en el empleo de mano de obra negra y además se consideraba el aliciente de emplear con éstos el sistema esclavista que garantizaba ciertas ventajas económicas. Se consideraron tres funciones básicas otorgadas por los españoles a la mano de obra negra. A saber:
51. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. p. 64. 52. Arellano, A. Ob Cit. p. 119.
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1) La minería. 2) La Agricultura. 3) Transporte de Carga.53 Y es que en primer lugar, España cuya doctrina económica se basaba en el mercantilismo, y con ella en la acumulación de riqueza, requería desarrollar e impulsar la explotación de las minas en sus colonias. Sin embargo, alrededor de las minas se desarrollaron pueblos que exigían otro tipo de actividades para poder subsistir, con lo que las fuentes de alimentación para el trabajador minero y para el morador de estos pueblos se pretendieron suplir a través del desarrollo agrícola. Finalmente, los productos obtenidos de la actividad minera requerían ser movilizados, así como otros que indirectamente contribuían con el desarrollo de esta actividad, para lo cual también fue empleada la mano de obra negra. El impacto de la importación de esa mano de obra negra no sólo tendría consecuencias económicas directas, sino también otras de tipo económicosocial. Con la importación de negros, no sólo se estaba contratando la mano de obra para superar la economía del Nuevo Continente y contribuyendo a la creación de un nuevo tipo de hombre con rasgos específicos: el mulato y el zambo, este último petulante e impulsivo, sino que se estaba colocando la tesis, o sea el punto de partida, para una verdadera lucha de castas, lucha de tipo económico, que se expresó muy pronto entre nosotros en diversas formas. En algunas ocasiones huían de sus amos y se reunían en grupos que asaltaban y robaban para conseguir alimentos o formaban pueblos y designaban autoridades políticas y religiosas.54 Más adelante revisaremos uno de estos primeros conflictos vinculados, como se señala arriba, a las castas, pero también como reacción a la explotación extrema de la mano de obra empleada en la actividad minera, lo cual pareciera demostrarse con el impedimento en muchos de estos conflictos, a la prosecución de las labores de explotación de las minas, inclusive a través de la destrucción completa de la estructura física de la misma. Pero es que aparte 53. Ibídem. p. 120. 54. Arellano, A. Ob Cit. p. 121.
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de las duras condiciones se sumaron “otra serie de factores que hacían más penosa su existencia. Mala alimentación, peor habitación y vestido. Desprecio de los grupos sociales a los cuales estaba enriqueciendo (Desprecio semejante al que los negros tenían para los indios)”. Así, desde muy temprano comenzaron los colonos a exigir la importación de negros para llevar a cabo la explotación de las minas. En diversos documentos pueden leerse pasajes como el siguiente del año 1573: En la çibdad de Santiago de León, ha quarto días del mes de hebrero de mill y quinientos y setenta y tres años, (…) En este dicho cabildo pareció [presente Agus-] tín de Ancona, vezino desta dicha ç[bdad, e pre-] sentó un escrito e petiç [ión por la qual] pidió a sus mercedes que, conforme [ ] que en el libro de cabildo de los [ ] / sean sus mercedes servidos de darle liçencia para que traiga por minero con su gente a un negro suyo llamado Francisco. Y los dichos señores proveyeron y mandaron que, atentos a que en esta çibdad no ay [abundan] sia de gente para todos poder traer miner [os], por tanto que le davan y dieron licencia para que el dicho negro Francisco pueda andar por su minero en las minas que al presente se havran en [esta tierra] y pueda gozar de las lib [ertades que lo] s demás mineros gozan…”.56 Otro testimonio que apunta en el mismo sentido es el que se presenta a continuación: ‘Conviene mucho […] que se labren las dichas minas con negros con los cuales se podrá sacar mucha cantidad de oro […] y esto tendrá efecto mandando Su Majestad a los contratadores de negros que metan en la ciudad de Santiago de León dentro de dos años seiscientos negros que los vecinos han menester y los compraran haciéndoles merced […] de fiarles por dos años lo que valieren con los negros’.57
55. Ibídem. p. 123. 56. Consejo Municipal de Distrito Federal. Actas del Cabildo de Caracas. 1573-1600. Tomo I. Editorial Elite. 1943. pp. 565. p. 3. 57. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. pp. 67-68.
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En el año 1571 se registra otra petición de importación de negros para ser empleados como mano de obra en la actividad minera, esta vez ya no en la ciudad de Santiago de León, sino en Coro: Diego Mazariegos pide traer a Venezuela mil esclavos negros para la explotación de minas.- Año 1571. ...Gutierrez de la Pena, Mariscal de esta provincia, es muerto. Habiendo Vuestra Majestad de proveer este título, sea en persona que de autoridad a esta provincia. Ella es muy rica de minas de oro; no hay quien cultive por falta de esclavos y a esta causa están los vecinos muy pobres, porque no hay contratación en ella y los moradores parece que se contentan con la comida que hay en cantidad. Si Vuestra Majestad se sirviese de hacer merced de mandar traer a esta provincia mil esclavos, los cuales se repartiesen por los vecinos y que trabajasen en las minas, los quintos reales crecerían mucho y los negros serían pagados dentro de un año y los vecinos y moradores vendrían a ser ricos y es la tierra muy poblada.58 Esta vez la petición de negros demuestra como cierta, parte de las funciones que los españoles consideraban al importar la mano de obra negra. En primer lugar para atender la actividad minera, pero así mismo para realizar trabajos de cultivo agrícola. En el año 1576 otra petición de negros para el trabajo en las minas es realizada. Esta vez para la ciudad de Nueva Segovia por Alonso Ruíz de Vallejo. La petición se realiza en los siguientes términos: Licencia para importación de negros a Venezuela.- Año 1576. Sobre ciertos negros que pide Venezuela. ’...Decís que os parece que por haber en esa provincia cantidad de minas de oro y no quien las labre y beneficie, se pierde mucho de nuestros quintos y derechos reales y que a la tierra sería gran utilidad fiársele quinientas o mil licencias de esclavos negros. Para entender en la labor de las minas, haréis luego lista de los que querrán esclavos fiados para las dichas minas y a qué tiempo y precios los pagarán y 58. Troconis, E. Documentos para el Estudio de los Esclavos Negros en Venezuela. Caracas. 1987. pp. 348. p. 56.
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que estos envíen poderes para obligarse, para que acá se trate de ello y sabréis si allá habrá algunas personas que quieran encargarse de esto y con quién se puede hacer esta contratación y de todo nos avisaréis particularmente’.59 En un primer lugar se realiza, como en las anteriores peticiones presentadas, la solicitud concreta de la cantidad de negros requeridos y con ello la justificación de los mismos, según las actividades que se consideran necesarias a realizar por este tipo de mano de obra. Sin embargo, en esta petición también se presenta una alternativa de pago a crédito de los negros a importar y la solicitud de identificar personas interesadas en llevar a cabo este negocio. Posteriormente se diseña un plan de reparticiones de los negros entre varios pueblos y ciudades, en los cuales se supone existe actividad de explotación minera, así como una serie de condiciones que a continuación se presentan: Primeramente, que si su majestad fuere servido haga merced a todos los pueblos y vecinos de esta gobernación de mil trescientas piezas de negros, las dos tercias partes varones y la otra tercia parte de hembras, en esta manera repartidos: A la ciudad de Coro, cien piezas de los dichos esclavos...............100 A la ciudad del Tocuyo, doscientas piezas de negros...................200 A la ciudad de Nueva Segovia, doscientos negros......................200 A la ciudad de Valencia, cien negros........................................100 A la ciudad de Trujillo, cien negros.........................................100 A la ciudad de Santiago de León, quinientos negros.................500 A la ciudad de Nuestra Señora de Caraballeda, cien negros......100 los cuales dichos negros han de ser de edad de quince a treinta años.
59. Ibídem. p. 61.
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Iten que las dichas piezas de negros y negras se han de traer de Cabo Verde, de nación urafaras, branes, branoles y mandinga o zapes. Iten que los dichos negros y negras su Majestad sea servido de mandarles dar precio cada uno de ellos de cien ducados castellanos de a trescientos y setenta y cinco maravedíes...60 Lo primero es que tenemos noticias a través de esta carta de otras regiones en donde puede existir explotación minera, así como su intensidad, en tanto se señala el reparto de los negros por zonas específicas. Se mencionan entonces ciudades como Coro, el Tocuyo, Nueva Segovia, Valencia, Trujillo, Santiago de León y Nuestra Señora de Caraballeda. En este listado se solicitan un número de 500 negros para suplir las necesidades de mano de obra negra, y es que sabemos que en esta ciudad había actividad en cuatro minas de oro ya señaladas con anterioridad. Le siguen cuantitativamente las ciudades de Nueva Segovia y el Tocuyo con una solicitud de 200 negros, quedando las otras ciudades con una solicitud similar de 100 negros, lo cual puede hablarnos de la intensidad en la explotación de las minas correspondientes a estas ciudades, o por lo menos a lo que se proyectaba podía requerirse. Podemos también conocer, a partir de las condiciones esgrimidas en esta carta, que, por lo menos formalmente, los trabajadores de las minas debían encontrarse en un rango comprendido entre los 15 y los 60 años de edad. De igual forma eran contemplados en la importación negros de ambos sexos. A través de esta carta también sabemos las regiones del África de las cuales eran importados los negros, por algunas razones que desconocemos. Sabemos pues, que eran importados de Cabo Verde y de la “naciones” específicas de Urafaras, Branes, Branoles, Mandinga y Zapes. Tal vez estas razones puedan estar vinculadas a las facilidades para capturar a estos negros en dichas zonas, a los costos, e inclusive a la calidad de la mano de obra. De igual forma también podemos conocer el valor que les podían dar a estos esclavos, pues se señala “de cien ducados castellanos de a trescientos y setenta y cinco maravedíes”.
60. Ibídem pp. 62-63.
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En otro documento presentado por Sancho del Villar y fechado en 1590, podemos corroborar las actividades económicas a las que se dedicaban los negros en los primeros tiempos de la colonia. A saber: ...Sancho del villar, Alcalde Ordinario de esta ciudad de Santiago de León, Provincia de Caracas, digo que yo quiero enviar a suplicar al rey Nuestro Señor me haga merced de concederme trescientas licencias de esclavos para poder traer en el ministerio y labor de las minas de oro que hay en esta Gobernación y yo he descubierto y así mismo en la granjería de las perlas y ostiales que nuevamente he descubierto.61 En esta carta se esgrime también la necesidad de importar negros para ser dedicados a la actividad minera, pero así mismo se plantea el empleo de los mismos en otra actividad lucrativa de los primeros tiempos coloniales como lo fue la “granjería de perlas y ostiales”. Finalmente, incluiremos otro documento sobre la solicitud de negros a ser empleados como mano de obra en las minas, debido a que quien es comisionado a presentar al Rey las necesidades que justificarían la importación de negros a la ciudad de Santiago de León sería el quinto abuelo del futuro propietario de una lucrativa mina (Aroa) y personaje de gran peso en nuestra historia, Simón de Bolívar. A continuación presentamos entonces extractos de este documento: El Cabildo de Santiago de León, tan activo como siempre, se interesó especialmente en que D. Simón de Bolívar insistiese en España, cuando se le comisionó para llevar un memorial de necesidades, sobre la urgencia de negros para las minas. Así al referirse el tres de mayo de 1590, a tal comisión, se asentaba en el acta del Cabildo: ‘Por cuanto desta ciudad y gobernación se envía por procurador general de toda ella al Secretario Simón Bolívar, vecino y regidor de esta ciudad, al Real Consejo de las Indias y, en la instrucción que se le ha dado de las mercedes que ha de pedir al Rey Nuestro Señor, está un capítulo Della por el cual se le suplica haga merced a esta ciudad y gobernación de cierta cantidad de esclavos para labrar las minas de oro que en ella hay; y para que S.M. haga la dicha merced y sea informado de cómo las dichas minas son ricas y en ellas se pueden labrar, haciendo la di61. Troconis, E. Ob Cit. pp. 88-93.
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cha merced, acordaron de conformidad el dicho Gobernador y oficiales reales, que de su caja y Real Hacienda se saquen veinte puntos de oro bruto que en ellas están, así como se sacaron de las dichas minas, que pesan del dicho oro bruto 438 pesos y un tomín, que resumido a oro fino son 383 pesos y tres tomines (…) y que del dicho secretario se reciba recaudo del entrego que se le hace del dicho oro para descargo de los oficiales reales…’.62 De manera que Simón de Bolívar, debe presentar ante el Rey de España evidencia sobre la riqueza de las minas pertenecientes a la ciudad de Santiago de León que justifique el envío de esclavos para su laboreo. El resultado de esta gestión sería: “Autorización para (…) la suspensión de la orden de no obligar a los indios a realizar trabajos forzados y la autorización para comprar 3.000 esclavos en África, con licencia para poder vender algunos en otras partes de América”.63 Tenemos noticias de las primeras divisiones del trabajo hechas particularmente para la actividad minera en el futuro territorio de la Provincia de Venezuela. Se contemplaron labores de explorador, descubridor, fundidor y cargador; a las cuales deben sumarse las que se presentan en documentos del siglo XVII vinculados a las minas de Cocorote. …Sabemos que por 1650 había 114 esclavos en Cocorote. Desempeñaban labores diversas (…) Sabemos con certeza la ocupación de los negros, así:
62. Saignes, M. Vida de los Esclavos Negros en Venezuela. Hespérides Distribución-Ediciones. Caracas.1967. pp. 410. p. 148. 63. Fuentes, R. Bolívar Simón, De. Diccionario de la Fundación Polar. Edición Electrónica. Caracas. 1997. S/p.
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Seguramente a algunos de los oficios señalados se dedicaban también otros, entre los restantes. Es seguro que en la mina habría más de tres esclavos, en el conuco trabajarían también otros y tal vez como vaqueros y boyeros hubiese también varios, además de los contados.64 De manera que a los cuatro cargos iniciales pueden adicionarse los diecisiete señalados en este último documento del siglo XVII presentado por Acosta Saignes, lo que si bien no nos permite asegurar que el trabajo minero en el siglo XVI fue especializado, si nos permite por lo menos asegurar que en el peor de los casos hubo una gran evolución orientada a la división especializada del trabajo. Pero los españoles, si bien no se dedicaban a las labores más duras de la explotación minera, también tenían cargos y responsabilidades. Los documentos que nos permiten aproximarnos a esta información corresponden al siglo XVII, a las minas de Cocorote, por lo que no podemos asegurar que la división del trabajo de los españoles en el siglo XVI haya sido la misma. En todo caso esta información nos dará luces al respecto. Los cargos desempeñados por españoles o criollos eran los siguientes: Administrador y justicia Mayor. Alférez. Ayudante de las Faenas. Capellán. Contador. Crisolero Fundidor. Maestro Mayor de la Fábrica. Maestro de Herrero. Mayordomo Mayor. Mayordomo de Fábrica. Mayordomo de la Veta. Mayordomo del Hato. Médico. Obligado. Partera. Zapatero y Curtidor.65 Adicionalmente se menciona otro cargo de importancia ocupado por los españoles. El cargo de ‘Obligado’ que aparece en varios asientos, queda explicado en uno donde se lee: ‘jacinto de Oviedo, obligado a dar carne de vaca para el abasto y raciones de esta mina.’ Era, pues, cargo por demás importante, pues se trataba nada menos que del proveedor del alimento fundamental...66
64. Saignes, M. Ob Cit. p.157. 65. Ibídem. pp. 156-157. 66. Ídem.
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También se pueden identificar los cargos que correspondían generalmente a los indígenas que laboraban en las minas. Entre ellos se encuentran el de: arriero, boyero, cargador de cobre, canoero, contador, minero de la veta, peón del hato, servicio general, servicio indeterminado y vaquero. Este último cargo va a ser de gran importancia en la ocupación de los indígenas en el siglo XVIII en los hatos desarrollados por los Capuchinos Catalanes en la zona de Guayana. Finalmente, podemos agregar que los trabajadores de las minas a principios del siglo XVI ya estaban organizados por “quadrillas” que eran dirigidas por los mismos mineros encargados. Vale recordar que estas “quadrillas” debían contemplar, para recibir dicho nombre, “al menos seis labradores y servicio bastante para darles de comer y sustentarlas”.67 Poseemos también noticias, aunque vagas, de las formas de compensación del trabajo en la explotación minera del siglo XVI. Sabemos que los negros en su condición de esclavos no recibían ningún tipo de pago en dinero,68 razón por la cual desde los inicios de esta actividad se decidió su incorporación como mano de obra complementaria por las razones físicas ya esgrimidas. Sabemos sí, que era obligación de cada señor de “quadrilla” dar raciones de carne y maíz en forma abundante a los trabajadores, al menos a los indígenas de las minas, lo cual podía variar según la condición de cada trabajador (soltero, casado, con hijos, etc.), adicionalmente se les daba cada seis meses “una camisota y unos saraguelle, y a su muger si la tubiere, una manta de lienso de la tierra o de brín o cañamazo”.69 Pero a pesar de ello, existieron algunos casos excepcionales en los cuales se consideró ofrecerles algún tipo de “compensación” adicional a cambio de un mayor rendimiento laboral. Sabemos pues, de los casos en los que se ofreció oro a algún negro, así como la libertad plena a cambio de algún beneficio vinculado a la actividad. Leamos el siguiente testimonio: Juan de Villegas tuvo un técnico famoso en el descubrimiento de minas. Se llamaba Francisco y había sido esclavo de Juan de Carvajal. Lo
67. Consejo Municipal de Distrito Federal. Ob Cit. Tomo III. p. 52. 68. “Los empleados españoles o criollos de la mina recibían adelantos en dinero o en productos. También los individuos pertenecientes a otras castas, así como los indígenas. A los esclavos no se les suministraba nunca dinero, sino objetos diversos”. Ver: Saignes, M. Ob Cit. pp.158170. 69. Consejo Municipal de Distrito Federal. Ob Cit. Tomo III. p. 48.
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recibió Villegas, en su condición de Tesorero Real y, para que el negro trabajara con la mayor eficacia, le ofreció darle oro. En 1552 exploró Villegas la mina de ‘Nuestra Señora’ y escritura de perpetua libertad si descubría algún yacimiento.70 La eficacia se convertía entonces en el motivador de aquel negro para obtener la libertad, aunque el asunto no terminaba allí pues también la decisión podía ser reversible. Leamos: Otro esclavo de Villegas, llamado Cristobal, llegó a adquirir cierta notoriedad, pero prevalido del predicamento en que su amo le tenía, llegó a abusar de su condición. En Chirgua llegó a azotar a una india y se le trasladó a Borburata, donde se le condenó severamente.71 Villegas parecía entonces utilizar un “sistema de compensación” para con su mano de obra negra que contemplaba incentivos tales como el oro y la libertad a cambio de mayores frutos en el trabajo minero. Lamentablemente no tenemos noticias de los logros arrojados por el “sistema” de Villegas, pero podemos sospechar que algún resultado positivo alcanzó, pues “localizó unas minas en el área de Yaracuy, cuya actividad llegó a concentrar cerca de un centenar de negros esclavos e indios encomendados, y posteriormente las minas de la colina de San Pedro...”.72 Estas últimas debieron ser abandonadas por Villegas y sus hombres debido a la hostilidad de los indios de la zona. También Villegas descubriría las minas de Chirgua, al hacerse pública la fama de la veta de Buría. Pero no toda “compensación” contemplaba oro o libertad, también algunos negros, expertos en minería, podían obtener unas garantías que les permitían igualarse en ese sentido a los mineros españoles, tal como se demuestra en una petición hecha en el año 1573 por Agustín de Ancona ante el Cabildo de Caracas. El 4 de febrero de ese año, rogó al Ayuntamiento ‘darle licencia para que traiga por minero con su gente a un negro suyo llamado Francisco
70. Saignes, M. Ob Cit. p. 146. 71. Ibídem. p. 147. 72. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. p. 67.
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(…) Dieron licencia para que el dicho negro Francisco pueda andar por su minero en las minas que al presente se labran en esta tierra y pueda gozar de las libertades que los demás mineros gozan…’.73 Sin embargo, estas compensaciones por la optimización de los resultados del trabajo minero de los negros no eran lo común, por el contrario, las condiciones de trabajo eran inhumanas. Y no solamente se explotó al negro, también se hizo con el indio, sólo que la fortaleza física de este último no permitía llegar a los extremos. Los negros habían llegado a ser la clase social más explotada durante la Colonia, lo cual explica esta y otras sublevaciones. Históricamente, fueron los indios la clase social a quien conquistadores y colonizadores tendieron a explotar, pero es sabido que éstos no estaban en actitud biológica para resistir, como sucedió con los negros, en quienes llegó a su máximo la explotación.74 De manera que, y como ya señaláramos arriba, la explotación extrema de la mano de obra empleada en la minería en el siglo XV generaría muchos malestares, conduciendo la situación a “conflictos laborales” y sociales, que inclusive pretendieron alcanzar rango político. Así, uno de los alzamientos más conocidos en este siglo será el liderado por un negro llamado Miguel en las minas de Buría el año de 1555. En estas minas laboraban aproximadamente unos 80 esclavos bajo las órdenes de su descubridor, Pedro Damián del Barrio. Cuenta Oviedo y Baños, que queriendo un día amarrar a Miguel para azotarlo y tratando éste de impedirlo robó una espada y en medio de la situación logró escapar. Miguel se dedicaría entonces a propagar entre sus compañeros la necesidad de librarse del sometimiento de los españoles que lograrían a través de un alzamiento, que él asumiría como líder, para tomar así el control político y económico de la zona. De manera que para alcanzar su objetivo organizó su propio reinado, encabezado por él y acompañado por Guiomar y su hijo, la reina y el príncipe heredero respectivamente. De igual forma organizó a los ministros y el resto de su gabinete, incluido un obispo que se encargaba de predicar en la iglesia las ideas de Miguel. Y ya organizado su gobierno en el
73. Saignes, M. Ob Cit. p. 147. 74. Arellano, A. Ob Cit. p. 123.
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año1555, emprendió la toma de Barquisimeto que sólo contaba con cuarenta soldados para su defensa. Esta ciudad se libraría de tales intenciones sólo por la intervención de Diego de Losada, quien acabara con el alzamiento y diera muerte a su líder.75 Finalmente, la merma en la actividad minera, aunada al auge de la producción agrícola y pecuaria hizo que el trabajo de los esclavos ampliara su espectro. “Así, los encontramos [a los esclavos] particularmente en labores de la caña y el cacao en el siglo XVIII, mas aun en esta centuria no había desaparecido para algunas regiones la esperanza de revivir la antigua actividad minera, por precaria que hubiese sido”.76 Pero a pesar de estas variaciones, el proceso de importación de negros a tierras venezolanas no se detuvo, por lo que por el año de 1721 se contabilizan aproximadamente 20.000 negros cimarrones en tierras de la futura Provincia de Venezuela,77 de manera que comienza a surgir la necesidad de regular la mano de obra negra en el siglo XVI. V. Regulaciones de la Actividad Minera “Primeramente ordenamos y mandamus que el real o reales de minas que estuvieren pobladas en todos los términos desta çibdad, aya un alcalde de minas...” Cabildo de Caracas Por los años setenta del siglo XVI el Cabildo de Caracas emitía un documento denominado “Hordenanças de las Cosas de Minas” a través del cual se pretendía regular la actividad minera de la ciudad de Santiago de León. La primera medida tomada en este documento fue la creación de una figura pública responsable de hacer cumplir las ordenanzas tanto a españoles, como a negros e indios, el “Alcalde de Minas”. Este a su vez tendría la potestad de
75. Para ampliar los detalles de este episodio se puede consultar la obra de Oviedo y Baños, José De. Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela. Editorial Ariel. Barcelona. 1967. pp. 667. 76. Saignes, M. Ob Cit. p. 149. 77. Ver Arellano, A. Ob Cit. pp. 400.
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nombrar un escribano para llevar a cabo y hacer comunicar sus decisiones. Este “Alcalde de Minas” sería elegido por el propio Cabildo de Caracas, señalándose en la ordenanza que puede “proceder y castigar los delincuentes, conf[orme a la cali]dad de los delitos que cometieren …”.78 Sabemos que la primera fundición de oro en la ciudad de Santiago de León se realizó en el año 1576 y las ordenanzas según las cuales se regula la actividad y se crea el cargo de Alcalde de Minas, se hacen públicas cerca de ese año, de manera que la falta de controles y el incremento en la producción del oro en estas minas, obliga muy pronto a las autoridades a crear un marco regulatoria que incluya otros aspectos de interés y que a continuación analizaremos. En primer término, la ordenanza obliga a los mineros descubridores de lo que en aquel tiempo se llamase “cabeza de presa”, y bajo unas condiciones particulares, a contribuir con la estructura o edificación para la explotación apropiada de las minas. En este sentido el minero sería “obligado a haser el edificio para labrar en la tal madre”.79 Finaliza este término señalando lo siguiente: Y, si no hiziere el dicho edificio y sin haserlo labrare la tal madre, le puedn haser escoger madre o savana; y, si escogiere la madre, le quede no más de lo que baña el agua; y, si escogiere la sabana, goze en la dicha savanna de veynte y cinquo varas de mina en quadra; y, fuere descob [ ] a una estaca en la dicha savana.80 Ya no quedaba al libre albedrío del minero descubridor las condiciones en las que sería explotada la mina una vez descubierta aquella “cabeza de presa”, al contrario ahora se buscaba maximizar la contribución individual en aras del beneficio colectivo. Por otra parte, con esta regulación se podían evitar conflictos de interés entre los trabajadores, así como entre trabajadores y autoridades, pues se incluían en este aparte las condiciones en las que sería distribuida la mina, en cuanto a su aprovechamiento.81
78. Consejo Municipal de Distrito Federal. Ob Cit. Tomo I. p. 4. 79. Ibídem. p. 5. 80. Ídem. 81. Para revisar los detalles de este término se puede consultar Consejo Municipal de Distrito Federal. Actas del Cabildo de Caracas. 1573-1600. Tomo I. Editorial Elite. 1943. pp. 565.
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Otra diferencia importante que se hace en el documento es acerca del sitio donde se realiza el descubrimiento del oro, pues si el mismo se realiza en “ciénaga” será retribuido de una forma distinta a si se realiza directamente en una mina. Es importante recordar que buena parte del oro recaudado en los primeros tiempos de la colonia se hizo por la vía del rescate, o por la vía de la recolección en el lecho de los ríos, ya que “el territorio venezolano primitivamente había sido rico ‘de minerales de oro, que con facilidad tributaban las arenas de sus quebradas...’”.82 También se considera entre los términos contemplados en la ordenanza el beneficio que corresponde al descubridor de lo que se denominaba “nacimiento” o beta, conjuntamente con las dimensiones de la mina que le pudiesen corresponder, entre otras que presentamos a continuación: Y que el tal descobridor pueda tener dos minas a una estaca y otra salteada; y se entienda que acabado de estacar la mina de las cinquenta varas del descobrimiento, luego estaque la otra de quarenta varas para la parte que quisiere a las propias estacas, zin dexar ninguna cosa en medio; y luego estaque la salida y demás pertenençia o pertenençias en m [ ]rte, y se entienda el tal…”.83 Las próximas ordenanzas que pretenden regular la actividad minera y de las cuales tenemos conocimiento a través de las Actas del Cabildo se hacen públicas el 7 de octubre de 1606 y aunque nuestro interés en este trabajo se centra en el siglo XVI consideraremos el análisis de estas ordenanzas en aras de revisar la evolución de este tipo de regulaciones que no sólo se veían alimentadas por la realidad de la futura Provincia de Venezuela, sino de la experiencia adquirida en otras colonias hispanoamericanas. Los primero es que estas ordenanzas regulaban la actividad minera específicamente de oro y de las regiones allí señaladas tales como: río San Juan, La Platilla, San Gregorio, Tisnados, Mamo, Sucuta, Santo Antonio, San Pedro, Nuestra Señora, ríos y montañas de Apa, serro de Baruta y la “Caveza del Tiguere”, a las que se añadirían según señala el propio documento todas las que se fuesen descubriendo. 82. Brito, F. Ob Cit. Tomo I. p. 68. 83. Consejo Municipal de Distrito Federal. Ob Cit. Tomo I. p. 5.
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Ahora se contempla la existencia de un sacerdote, es decir, interviene el elemento religioso como parte importante de estas actividades, a fin de adoctrinar tanto a los indígenas como a los negros que laboran en las minas, manteniendo como referencia el “patronazgo real”. En otro orden de ideas, pero como elemento fundamental para mantener el control de la actividad y la observancia de las ordenanzas, se hace de carácter obligatorio la existencia de uno o dos “alcaldes cadañeros”.84 Es condición para este alcalde que conozca las “causas e deudas que se ofresieren sobre la labor de las dichas minas, el qual asista de hordinario en los dichos reales y tenga plena jurisdicción para en los negocios creminales que se ofresieren en las dichas minas”.85 Este alcalde tenía también, según esta ordenanza, la potestad de sentenciar y mandar a pagar a quienes la incumplieran hasta una suma de cien pesos de oro. En este sentido, la ordenanza también contemplaba apelaciones que debían ser canalizadas a través, ya no del alcalde, sino del gobernador o el lugarteniente, de la jurisdicción a la cual pertenecía la mina en cuestión. Las quadrillas, que era la forma como se organizaban los trabajadores de las minas y los mineros responsables de estas, estaban obligados a mantenerse armados y aunque no se mencione, esta obligación tal vez tenga que ver con las experiencias pasadas de alzamientos, sublevaciones, ataques y destrucciones de que habían sido objeto las minas. El incumplimiento de esta obligación contemplaba penas que no eran expresadas en la ordenanza. También se exigía que las “quadrillas” tuviesen minero español, pues en el caso de no tenerlo no podrían tener la misma a cargo, a menos de que se obtuviese una licencia y aprobación del gobernador. De igual forma, en este sentido la ordenanza contemplaba que los negros que estuviesen en las minas, tanto libres como cautivos, no podrían llevar armas, salvo que contaran con la aprobación del alcalde de minas. Finalmente y en este mismo orden de ideas la ordenanza señala lo siguiente: Ansimesmo, ordenamos que si algún negro alsare la mano, palo, piedra, cuchillo u otra qualquiera arma para herir con élla a algún
84. Entendemos que los “Alcaldes Cadañeros” serán aquellos que permanecerán en el cargo por espacio de un año. 85. Consejo Municipal de Distrito Federal. Actas del Cabildo de Caracas. 1606-1611. Tomo III. Ob Cit. p. 48.
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señor de cuadrilla, minero o soldado le pueda matar por éllo y quedar libre si no le dió causa bastante para éllo, y el tal esclabo, abaliado al precio que balía, pierda su amo el tercio, y lo de más se rreparta entre los señores de quadrilla a rrata por cantidad como tubiere negros, y se dé a cuio fuere el tal esclabo muerto.86 La alimentación era otro aspecto regulado o normado por esta ordenanza, pues se expresaba la obligación de cada “señor de quadrilla” de garantizar la comida de los indios que laboraban en las minas, misma que consistía en carne y maíz, y cuyas raciones dependían del estado “civil” de éstos, pues si era casado y con hijos le correspondía una ración mayor, pero siempre en cantidades suficientes. De igual forma se debía dar periódicamente (cada seis meses) vestido, así como una manta a la mujer, en caso de ser casado. Otro aspecto regulado por la ordenanza tiene que ver con el tamaño de la mina a ser labrada, pues se “ordenaba” que se encontraran entre el rango de setenta baras a lo largo y otras tantas de ancho. Aplicándose la misma condición a la beta de oro de la mina. También se contempla en esta ordenanza la situación, en términos modernos, de monopolio, pues se limitaba la posesión de las mismas en un sólo dueño. A saber: Otro sí: ordenamos que el que descubriere oro en betas o nasimientos o barrancas o abentaderos madres o peladeros o en otra cualquiera parte que sea, goze por ella de tres minas (…) Otro si: hordenamos que si alguna persona tubiere más minas de las tres que le pertenesen conforme a estas ordenansas y otro quiziere entrar en ellas primero le rrequiera que escoja y señale las tres que dellas quiziere y ffecho esta deligencia con él sea el tal obligado a escoger y señalar las dichas sus tres minas dentro de tersero día, y dejar las demás libres y desembarasadas...87
86. Ídem. 87. Ídem.
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Ya vemos que la obtención de mano de obra para trabajar las minas no era un asunto fácil, razón por la cual no sería común que el dueño de tres minas no pudiese explotarlas en paralelo, para lo cual se consideraba en la ordenanza, la posibilidad de mantenerlas en “descanso” por espacio de un mes y que al ser superado este período y previa solicitud de un tercero para trabajarla, se consideraría un lapso de ocho días desde el momento de la petición, dentro del cual de no iniciar los trabajos de explotación se daría derecho a hacerlo al solicitante. Finalmente, la ordenanza regula aspectos generales, como los jornales obligados a dar al que descubra oro, las mejoras en las “estacas” de minas ya medidas, la extracción de oro por parte de los responsables de “quadrilla”, el empleo del agua de las acequias, así como de los ríos, entre otras. Hubo también en el siglo XVI regulaciones que buscaban controlar las posibles irregularidades que podían presentarse, según su entendimiento, fundamentalmente con los negros. De esta forma podemos leer regulaciones como la del 12 de febrero de 1592, emitida por el Cabildo de Caracas y que señala lo siguiente: ‘Se manda al Alcalde de la Hermandad y a los alguaciles mayores y menores, que tengan cuidado de visitar las quebradas y el negro que hallaren, lo traigan a la cárcel y le den cincuenta azotes por la primera vez, y se apregone que los dichos negros no vayan a las quebradas, si no fuere yendo por agua…’.88 Otro aspecto regulado esta vez por la Real Cédula del 31 de mayo de 1789, se refería al descanso semanal de los trabajadores negros, que debía cumplirse los domingos y los días feriados. Es de resaltar que este aspecto en particular no puede tomarse como un “beneficio de tipo laboral”, pues la intención era más bien de tipo religioso. En este misma Cédula se contempla la obligación de dar buena comida y vestido, siendo los tribunales los responsables de decidir sobre la calidad y la cantidad, así como sobre la valoración del trabajo de cada esclavo. Tampoco podían mezclarse en el trabajo hombres con mujeres, de igual forma en las diversiones de los domingos y días de fiesta. Se-
88. Saignes, M. Ob Cit. p. 148.
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gún este mismo documento, las casas habitadas por los esclavos negros debían ser amplias y cómodas, por supuesto con separación de sexos, camas con cobertores, cuartos independientes y prohibición de dormir dos en un mismo cuarto, salvo casos urgentes; que las tareas del trabajo diario se arreglen de sol a sol y que se les deje dos horas diarias para que las puedan emplear en su ‘personal beneficio y utilidad’; que los amos costeen el hospital y los entierros; que se mantenga a los niños y ancianos; que se dé peculio suficiente a quien se liberte, etc.89 También en esta Cédula se contemplaba una regulación sobre castigos, según la cual el amo podía dar prisión, “grillete”, “maza” o “cepo”, siempre y cuando no se pusiese el esclavo de cabeza. Los azotes no debían pasar de 25 y debía ser realizado con medios que no causaran daño o sangramiento. El justicia del distrito en el cual se encuentren las minas, con la anuencia del ayuntamiento y del procurador síndico, sería el responsable de dar cumplimiento a las normas contenidas en la Real Cédula. Otra Cédula, esta vez de Felipe II, contemplaba regulaciones para las ausencias de los negros a la jornada. Así, cuatro días de falta podían ser castigados con 50 azotes en el “rollo” y que el negro en cuestión se mantuviese atado hasta la puesta del sol. Las ausencias mayores podían ser castigadas con la horca y en casos de delito se aplicaban las penas comunes. También en esta Real Cédula se contempló el castigo para los amos que se excedieran en el cumplimiento de las ordenanzas sobre los castigos, pero “ni esta ni ninguna otra de las disposiciones contenidas en la real cédula se cumplieron...”.90 El avance “teórico” en este sentido fue tal, que inclusive con respecto a la mano de obra se hicieron consideraciones y ordenanzas que en el siglo XVII se denominaron Código Negro, una Real Cédula de mayo de 1789, según la cuales se pretendía regular el trato que debían dar los amos a sus esclavos negros. Se contemplaron aspectos tales como la educación, los alimentos y el vestuario, ocupación de los esclavos, diversiones, habitaciones y enfermería,
89. Arellano, A. Ob Cit. p. 133. 90. Arellano, A. Ob Cit. p. 134.
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cuidado de viejos y enfermos habituales, la imposición de las penas mayores, defectos y excesos de los dueños y mayordomos, la injuria a los esclavos y la caja de multas. De manera que es evidente la evolución de las ordenanzas para comienzos del siglo XVII, aunque se tratara en muchos de los casos de letra muerta. Se gozaba pues, de un conjunto amplio de experiencias, tanto en Venezuela como en otras ciudades de hispanoamérica, que les permitirían contemplar un espectro igual de amplio de elementos objeto de regulaciones que posibilidades con respecto a la explotación del oro pudiesen considerarse. VII. Conclusiones Las principales actividades económicas desarrolladas en nuestro territorio a la llegada de los colonizadores españoles se pueden resumir en pesca, recolección de perlas y minería. Así, a propósito de esta última actividad económica, el siglo XVI fue testigo de la explotación aurífera, que fundamentalmente se desarrolló en la ciudad de Santiago de León. Y es esta explotación aurífera la que va a generar un conjunto de situaciones novedosas en nuestro territorio, de relaciones alrededor de la actividad minera y que generarán a su alrededor otra serie de situaciones y consecuencias directas e indirectas de gran importancia. Las capitulaciones fueron el punto de partida de todo el proceso de colonización. De este instrumento se desprenden los derechos, deberes y regulaciones que podían tener los adelantados y sus sucesores para que entre muchas otras actividades, se desarrollara la minería. Es en base a este instrumento que comienzan a desarrollarse formal y legalmente las relaciones rudimentarias de trabajo entre los adelantados, la Corona española y la mano de obra tanto esclava como libre. Y va a ser precisamente este instrumento el marco axiomático de las primeras relaciones de trabajo en la actividad minera del territorio venezolano. La actividad minera del siglo XVI será la base de nuestra economía, compartiendo responsabilidades con la extracción de perlas y la pesca. En esta actividad las condiciones de trabajo se hacían extremas, así como también las enfermedades, caracterizándose por un régimen de esclavitud que, primero incorporaba la mano de obra indígena y luego, por necesidad, la mano de
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obra negra, así como la de niños, mujeres y ancianos, que inevitablemente conduciría a la rebeldía y alzamiento, a lo que hoy conocemos como el conflicto. Esta mano de obra generaba una división del trabajo particular y una “estructura de cargos” propia que comprendía exploradores, descubridores, fundidores y cargadores, que más tarde incorporaría los de arriero, cargador de cobre, boyero, camarero, carbonero, carpintero, carretero, conuquero, curtidor, fabricante de casa, fundidor de metal, fundidor de vaciado, hornero, minero de la veta, sacristán, servidor y vaquero. De manera que podemos hablar ya en el siglo XVII de una operacionalización del trabajo vinculado a la minería, muy técnica y especializada, contando para ello con al menos diecinueve cargos que les permitieron en aquellos primeros tiempos explotar en forma satisfactoria las minas que se encontraban a disposición y producir a los niveles posibles. Otro de los aspectos a destacar en este sentido, es la progresiva evolución de la especialización de la mano de obra dedicada a las actividades directas e indirectas de la minería. En cuanto a los cargos ocupados por los españoles o criollos también se pueden contemplar cargos vinculados al área de salud, así como de apoyo, a los cuales se tendrían que añadir los de tipo técnico. Entre los cargos de tipo técnico desempeñados por estos están los de fundidor, maestro mayor de la fábrica, maestro de herrero, mayordomo mayor, mayordomo de fábrica y mayordomo de la veta. Entre los de salud están los de médico y partera. Y entre los cargos de apoyo están el de administrador y justicia mayor, alférez, ayudante de faena, capellán, contador, crisolero, mayordomo del hato, zapatero curtidor y obligado. Este último cargo era el encargado de la proveeduría de alimentos. La organización de los trabajadores de las minas también era un aspecto cuidado por los españoles. Estos se organizaban por cuadrillas que sólo podían estar dirigidas por españoles, a menos de que se tuviese una autorización emitida por el gobernador, que indicara lo contrario. La cuadrilla debía estar conformada por al menos seis trabajadores técnicos mineros, con sus respectivos trabajadores de servicio que pudiesen encargarse de la alimentación. También de estas primeras relaciones de trabajo propias de la actividad minera del siglo XVI, se desprende información acerca de las formas de “compensación” contempladas y usualmente aplicadas. Así, aquellos trabajadores
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indígenas que formaran parte de una cuadrilla debían ser alimentados con carne y maíz. Sin embargo, las raciones podían variar dependiendo de la condición “civil” del trabajador y del número de hijos que tuviese. A estos mismos trabajadores se les debía dar cada seis meses vestido y en los casos de trabajadores casados se contemplaba la entrega de una manta a la mujer. En el caso de los esclavos negros no recibían ningún tipo de pago en dinero, aunque en algunos casos se consideraron formas de “compensación” distintas, como una manera de estimular mayores niveles de rendimiento. Entre esas formas distintas de “remuneración” del trabajo se contemplaba el pago en oro, así como el otorgamiento de la libertad plena a cambio de un mayor rendimiento o del descubrimiento de yacimientos. Otra de esas formas de “remuneración” del trabajo fue la homologación de las condiciones de trabajo a las de los mineros españoles. También la Corona Española vería la necesidad de regular la explotación minera en nuestro territorio, por lo que se diseñaron e intentaron aplicar instrumentos como las “Hordenanças de las Cosas de Minas”, mediante el cual se creaba la primera figura responsable de su cumplimiento, el Alcalde de Minas, la ordenanza del año 1592 emitida por el Cabildo de Caracas que entre otras cosas regula el paso y la estadía de los negros en las quebradas. Posteriormente se haría pública otra ordenanza, nuevamente del Cabildo de Caracas, en el año 1606. Estas últimas ordenarían que los mineros a cargo de las cuadrillas debían estar armados, así como que los negros no podían estarlo, salvo con la aprobación del alcalde de minas. También se contemplaban castigos a los negros que se alzaran bajo cualquier modalidad. Y entre las regulaciones de estas últimas también estaría incorporada por primera vez la alimentación de los trabajadores mineros. Pero la minería sería una actividad efímera y que no arrojaría los resultados esperados por sus explotadores directos, ni por la Corona española. Sería la propia minería la que sentara las bases para que la mano de obra, así como el “inversionista” pudiera migrar a otro tipo de actividad de menor esfuerzo para los primeros y de mayor lucro para los últimos. La producción aurífera bajará de forma alarmante desde el año 1529 en el que la producción era de 1.116 pesos 2 tomines, pasando por el año 1533, en el cual la producción era de 39.225 pesos 6 tomines 3gm., hasta 1610, año en el que se producirán 184 pesos de oro fino. Así, lo que en un inicio nacía
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como una actividad de apoyo a la minería, ahora competía y la desplazaba, pues la actividad agropecuaria se convertiría en una alternativa de primer orden. Al menos tres parecieran los elementos que llevaron al declive de la actividad minera del siglo XVI. En primer lugar podemos mencionar el agotamiento de las minas. Por ejemplo en la ciudad de Santiago de León, no se tuvo más noticia de explotación aurífera, desde que mermara la producción a finales del siglo XVI, tomando en cuenta que fue esta ciudad la de mayores niveles de producción aurífera en este período. Un segundo elemento que contribuyó de forma importante con esta situación se refiere a la baja rentabilidad económica que suponía la explotación aurífera toda vez que se combinaban la baja capacidad de las minas, la poca mano de obra a disposición y las altas exigencias fiscales de la Corona española, que terminaron por desincentivar la producción. Podemos esgrimir un tercer elemento y es que la migración progresiva de la mano de obra hacia otro tipo de actividades económicas, fundamentalmente agrícola o pecuaria en un contexto si se quiere contraído. Y es que las condiciones extremas en las que se encontraba la mano de obra sólo tenía dos vías para reaccionar, el abandono de la actividad, la fuga, que bastante pusieron en práctica tanto indígenas como negros; y la revuelta, que terminó acabando definitivamente con minas como las descubiertas por Fajardo o por Pedro Damián del Barrio. Por último, sabemos que la migración no sólo estaba vinculada a la mano de obra, pues también el “inversionista” buscaba nuevas oportunidades para invertir en actividades más lucrativas, con menos control de las autoridades y con una mano de obra más al alcance. De manera que lo que inició en el siglo XVI terminó también en el siglo XVI, pero sentando los pilares de lo que posteriormente será la base económica de Venezuela, desarrollando nuevos pueblos, villas y ciudades, formando una mano de obra si se quiere calificada, dejando un legado importante en cuanto a organización del trabajo, estructura y marco regulatorio. Pero también dejando claro que las condiciones extremas de explotación terminarían también en conflictos extremos.
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VIII. Bibliografía Fuentes Primarias ARCHIVO GENERAL DE INDIAS. Sevilla. España. Audiencia de Caracas. Lega-
jo 112. Archivo del Hermano Nectario María del Instituto de Investigaciones Históricas. UCAB.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS. Sevilla. España. Audiencia de Caracas. Lega-
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TROCONIS, E.
URQUIJO, J. El Movimiento OIT-UCAB, pp. 264.
Obrero en Venezuela. Caracas. 2004. INAESIN-
NUEVAS PUBLICACIONES
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Fr. OSWALDO MONTILLA PERDOMO, O. P. HISTORIA DE LOS FRAILES DOMINICOS EN VENEZUELA DURANTE LOS SIGLOS XIX y XX La extinción y la restauración Fuentes para la Historia Republicana de Venezuela Nº 95, 612 págs.
Los dominicos llegaron al territorio de la actual Venezuela a principios del siglo XVI y fundaron conventos en Margarita, Cumana, EI Tocuyo, Truji llo, Mérida y Caracas. Otras casas de menor importancia estuvieron ubicadas en San Felipe, San Carlos, La Guaira y establecieron misiones en Apure y Barinas. Toda esta labor evangelizadora desapareció antes y durante el siglo XIX. Esta obra es un análisis histórico de la extinción de los conventos domi nicanos donde destaca –muy especialmente–, la vida ad intra de estos claus tros venezolanos. La restauración de la Orden de Predicadores surgirá con los albores del siglo XX, en 1902, en medio de una escandalosa controversia por parte de un grupo de clérigos, quienes intentaron hacerse con el control del Arzobispado de Caracas, ocasión esta que repercutió en la fundación de la comunidad de dominicos de la Iglesia del Corazón de Jesús de Caracas. Fr. Oswaldo Montilla Perdomo es sacerdote dominico nacido en Barinitas. Es Director del Área de los Postgrados de Teología de la Universidad Católica Andrés Bello y Vicerrector del Instituto de Teología para Religiosos (ITER). Realizó sus estudios de Teología en el lTER de Caracas (1994); posterior mente efectuó estudios de Postgrado en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, doctorándose en Historia Eclesiástica en el año 2006.
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Edgardo Mondolfi Gudat GENERAL DE ARMAS TOMAR La actividad conspirativa de Eleazar López Contreras durante el trienio (1945-1948) Libro Breve Nº 242, 187 págs. Al concentrarse casi exclusivamente en el análisis de su gestión presiden cial entre 1936 y 1941, muchos de quienes han estudiado la figura de Eleazar López Contreras han dejado a orillas del camino un amasijo de incógnitas con respecto a lo que fueron actuaciones posteriores de quien tuvo una vida políti ca mucho más larga y activa de lo que comúnmente se tiende a suponer. De allí que, lejos de afirmar que López Contreras terminó desaparecien do de la escena tras su paso por el poder, General de Armas Tomar pretende meter al lector entre los vericuetos del Trienio 1945-1948 para explorar el papel que, en este caso, llegó a jugar el ex Presidente como promotor de al gunas de las conspiraciones que debió afrontar Rómulo Betancourt y la Junta Revolucionaria de Gobierno. Acudiendo a testimonios y documentos escasamente consultados hasta ahora, este estudio pretende ofrecer la imagen de quien, desde el exilio en Colombia y los Estados Unidos, quiso convalidar sus títulos como actor clave del proceso venezolano al erigirse en una de las figuras mejor adiestradas para la guerra y, por tanto, capaz de actuar como una seria amenaza para la estabi lidad del régimen octubrista. Edgardo Mondolfi Gudat (Caracas 1964) Licenciado en Letras por la UCV, magíster en estudios Internacionales (The American University/ Was
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hington, DC), y candidato a Doctor en historia por la Universidad Católica Andrés Bello. Es colaborador permanente del Diario El Nacional y se ha des empeñado como profesor en la Escuela de Estudios Liberales de la Universi dad Metropolitana. En la actualidad es Regente de la Cátedra Andrés Bello del Saint Antony´s Collage de la Universidad de Oxford (2008-2009).
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Janette García Yépez-Pedro Rodríguez Rojas LA PERSONALIDAD ÍNTIMA DE LISANDRO ALVARADO Libro Breve Nº 243, 205 págs.
Ante la conmemoración de los 150 años del nacimiento del más grande sabio larense, el grande y humilde Dr. Lisandro Alvarado, nos hicimos nue vamente la pregunta que en otras oportunidades frente a otros personajes y sucesos nos hemos hecho: ¿Qué podrán decir unos aprendices de la historia que ya no se haya dicho sobre esta enigmática figura? Sin pretensiones de originalidad hemos querido dedicar estas páginas a reflexionar sobre la rela ción del hombre hoy homenajeado y su ciudad natal. Primero abordaremos el contexto tocuyano donde nace Alvarado. segundo su relación familiar, con sus hermanos y padres, tercero su vinculación con el Maestro Egidio Montesinos, cuarto, su entrañable relación con el amigo de toda una vida su coterráneo Gil Fortoul y por último revisaremos en sus principales obras aquellos asuntos y personajes vinculados a El Tocuyo y al estado Lara que fueron abordados por el sabio. También haremos mención a su personalidad y recogeremos algunas anécdotas de las cuales ha hecho fama la figura de don Lisandro. Janette García Yépez, licenciada en historia, Magister en Educación y especialista en Gerencia Cultural, tesista doctoral en Historia, Profesora uni versitaria e investigadora UCLA, Directora del Museo histórico Lisandro Al varado de El Tocuyo. Pedro Rodríguez Rojas sociólogo e historiador, magíster en educación e historia económica. Doctor en Ciencias Sociales. Ha sido investigador en el Congreso de la República. Centro de Estudios Latinoamericano Rómulo Ga
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llegos. Organización de Estados Americanos, entre otros. Profesor Universi dad Simón Rodríguez. Entre sus libros podemos mencionar: Juan Pablo Pérez Alfonzo. La economía venezolana. La Universidad frente a la globalización y posmodernidad, Pensar América Latina, América Latina en la globalización, Educación y Ética para el siglo XXI. Ambos historiadores han escrito varios libros sobre la historia de El To cuyo, a saber: Personalidades tocuyanas, la cultura tocuyana, La cañicultura en el Tocuyo, El café y los resguardos indígenas en Morán, Crónicas tocuya nas, La educación secundaria en El Tocuyo, La vida cotidiana en El Tocuyo, Memoria fotográfica de El Tocuyo.
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CATALINA BANKO DE TRAPICHES A CENTRALES AZUCAREROS EN VENEZUELA. SIGLOS XIX y XX Libro Breve Nº 244, 223 págs.
La cañicultura tiene una larga tradición en Venezuela que se remonta a la época colonial. La producción, destinada fundamentalmente al mercado interno, se llevaba a cabo en la hacienda-trapiche en la cual estaba integrado el proceso completo desde el cultivo hasta la elaboración de papelón y aguar diente. Esta actividad tuvo significativa presencia a lo largo de todo el siglo XIX y alcanzó amplia difusión en gran parte del territorio nacional. Transfor maciones profundas de la industria se operaron a principios del siglo XX con la fundación de los primeros centrales y, especialmente, a partir de los años cincuenta con la puesta en práctica de políticas de fomento azucarero por parte del Estado, que dieron inicio a una etapa de expansión que se prolongó durante casi dos décadas. Sin embargo, en el contexto de la «bonanza fiscal» de los setenta, el sector azucarero cayó en una profunda crisis que se tradujo en los años sucesivos en un preocupante estancamiento que no se ha revertido hasta el presente. Catalina Banko. Historiadora. Profesora de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela y en los Postgrados de Teoría y Política Económica y de Historia de América Contemporánea de la misma univer sidad. Fue investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (1988-1993). Colaboradora de revistas especializadas nacionales y extranjeras. Obras publicadas, El capital comercial en La Guaira y Caracas 1821-1848 (1900): Las luchas federalistas en Venezuela (1996). Régimen me dinista e intervencionismo económico (2001). Política, crédito e institutos financieros en Venezuela 1830-1940 (2006) y Manuel Antonio Matos (2007) y de Los desafíos de la política social en América Latina (2002).
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Manuel Alberto Donís Ríos De la Provincia a la Nación El largo y díficil camino hacia la integración político-territorial de Venezuela (1525-1935) Estudios, Monografías y Ensayos Nº 191, 332 págs. Esta publicación es un estudio del largo y complejo proceso de integración político-territorial de Venezuela iniciado en el siglo XVI con la capitulación del Licenciado Marcelo de Villalobos sobre el poblamiento y gobierno de la isla de Margarita y concluido en tiempos del general Juan Vicente Gómez en el siglo XX. El autor se detiene en las Provincias genésicas, en el poder municipal y en los términos de las ciudades y pueblos, en la Real Compañía de Caracas y en las instituciones borbónicas. A partir de 1811, con el paso de esas Provincias a Estados confederados se inició un proceso de integración político territorial por estas nuevas entidades para hacer la Nación. Las aspiraciones legítimas de las nuevas regiones por hacer valer su autonomía fueron recogidas en la Ley de 28 de abril de 1856, pero a pesar de que en 1864 la Constitución sancionó el Estado Federal, los Estados se enfrascaron en una lucha contra el Ejecutivo, empeñado en mantener una «Federación Centralizada» desde Caracas, proceso que se radicalizó en tiempos de José Tadeo Monagas, Antonio Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez. Manuel Donís Ríos es Doctor en Historia por la Universidad Católica Andrés Bello. Profesor Titular e investigador del Instituto de Investigaciones Históricas (UCAB). Director del Doctorado en Historia y profesor de pre y postgrado (UCAB). Su área de investigación es la Historia Institucional y Territorial de Venezuela. Entre sus publicaciones destacan: Evolución Histórica de la
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Cartografía en Guayana y su significación en los derechos venezolanos sobre el Esequibo (Academia Nacional de la Historia, 1987). Historia de las Fronteras de Venezuela (coautor con Hermann González Oropeza, S.J. Cuadernos Lagovén, 1989). El Territorio de Venezuela. Documentos para su estudio (UCAB, 2001). Historia Territorial de la Provincia de Mérida-Maracaibo 1573-1820. (Academia Nacional de la Historia, 2006).
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Rafael Fernández Heres Ideas y conflictos en la educación venezolana Estudios, Monografías y Ensayos Nº 192, 325 págs.
Este breviario, Ideas y conflictos en la Educación Venezolana, como su título señala, está integrado por dos ensayos históricos: el primero es una presentación de las ideas que han estado presentes durante estos quinientos diez años en el escenario educacionista de Venezuela y el segundo, los conflictos que han surgido como consecuencia de la confrontación entre los defensores de unas y otras ideas Este libro, breviario dice su autor, contiene una muestra representativa del pensar pedagógico en Venezuela, durante cinco siglos y permite extraer de su análisis las líneas ideológicas fundamentales que se han hecho presentes de modo determinante en la orientación del régimen de enseñanza en Venezuela durante ese tiempo. La experiencia de muchos años adquirida por su autor Rafael Fernández Heres, en el estudio de esa cuestión, tanto en lo nacional como en otros países, le dan a este libro Ideas y Conflictos en la Educación Venezolana, un valor fuera de lo común en un momento crítico para la educación en Venezuela donde no se había presentado nunca una confrontación aguda al respecto pese a las diversas corrientes ideológicas originadas, desde los tiempos de la Ilustración y asentadas, durante el siglo XIX y XX.
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VIDA DE LA ACADEMIA (ABRIL-MAYO-JUNIO) •
El Numerario Pedro Cunil Grau integró el Jurado del Premio Internacional Milton Santos, también participó como Orador de Orden en el acto de clausura de la Duodécima Asamblea de Geógrafos Latinoamericanos, con el tema la Sensibilidades euroamericanas y degradación ambiental tropical, el caso venezolano (siglos XVI-XX). Entre el 3 al 7 de abril. Lugar: Montevideo Uruguay.
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El Numerario Blas Bruni Celli asistió en representación de la Academia Nacional de la Historia al acto organizado por el Presidente de la Academia Venezolana de la Lengua Dr. Oscar Sambrano Urdaneta y el Embajador del Perú Dr. Luís Santa María Calderón, con motivo de la conmemoración de los 470 Aniversario del Natalicio del Inca Garcilazo de la Vega y los 400 años de la Primera Edición de su célebre obra Comentarios Reales de los Incas. El 20 de abril. Lugar: El Paraninfo del Palacio de las Academias. Hora: 11:00 a.m.
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Durante cuatros martes consecutivos la Academia Nacional de la Historia dictó el I Taller de Metodología de la Historia dirigido a estudiantes universitarios interesados en el tema. La Programación de dicho taller fue la siguiente.
Martes 21 de abril Hora: 11:00 a.m. Apertura y bienvenida a cargo del Dr. Elías Pino Iturrieta, Director de la Academia Nacional de la Historia. Conferencista: Dr. Germán Carrera Damas. Conferencia: Continuidad y ruptura en la Historia Republicana de Venezuela: La República de Colombia y la primera República liberal democrática.
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Martes 28 de abril Hora: 11:00 a.m. Conferencista: Dr. Ildefonso Leal. Conferencia: Libros y Bibliotecas en la Venezuela Colonial: aspectos metodológicos para su estudio. Martes 5 de mayo Hora: 11:00 a.m. Conferencista: Dr. Pedro Cunil Grau Conferencia: Un abordaje metodológico a la geohistoria nacional Martes 12 de mayo Hora: 11:00 a.m. Conferencista: José Rafael Lovera Conferencia: Las fuentes cambiantes de la Historia •
En Junta Ordinaria del 23 de abril el Director de la Academia Elías Pino Iturrieta expresó en nombre de la Academia y en el suyo propio felicitaciones al Numerario Pedro Cunill Grau por la condecoración Bernardo O´Higgins del gobierno de Chile, en el grado de Gran Oficial.
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En Junta ordinaria del 23 de abril el Numerario Germán Caldozo Galué fue designado por la Academia Nacional de la Historia Coordinador de las Actividades con motivo del homenaje al Bicentenario del nacimiento del Dr. Rafael María Baralt.
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El Numerario Pedro Cunill Grau dictó la conferencia sobre Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela. El 29 de abril. Lugar: Casa de la Historia de Venezuela Lorenzo A. Mendoza Quintero.
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El Numerario Germán Carrera Damas participó en el Ciclo de Conferencias sobre la Historia Contemporánea de Venezuela, Organizado por la UPEL. Su Conferencia se tituló La Abolición de la Monarquía y la Instauración de la República (1810-1830). El 9 de mayo. Lugar: Sede de la Universidad Pedagógico Experimental Libertador.
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En Sesión Ordinaria del 21 de mayo se llevó a cabo la elección de la Nueva Junta Directiva de la Academia Nacional de la Historia para el Bienio 2009-2011. Lugar: Salón de Sesiones. Hora: 11:00 a.m.
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El Numerario Germán Cardozo Galué, participó en el Simposio Ciudades Portuarias en la Cuenca del Gran Caribe: Visión histórica y retos frente a la Globalización, con la ponencia ‘‘Perspectivas metodológicas para el análisis de comunidades portuarias’’. Entre los días 25 al 28 de mayo. Lugar: Santa Marta-Colombia.
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El Numerario Blas Bruni Celli fue galadornado con el Premio Alma Mater 2009 de la Universidad Central de Venezuela, por considerables méritos y valiosas credenciales. El 28 de mayo. Lugar: UCV. Hora: 11:00 a.m.
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La Vicedirectora Secretaria de la Academia Nacional de la Historia Inés Quintero recibió un Accesit del Premio Alma Mater 2009 de la Universidad Central de Venezuela. El 28 de mayo. Lugar: UCV. Hora: 11:00 a.m.
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En el marco de la celebración de los 51 años de la Escuela de Geografía de la Universidad Central de Venezuela, se llevó a cabo la presentación de la obra colectiva GeoVenezuela de la Fundación Empresas Polar, así como también, el bautizo del tomo V de la obra Geografía de la División Político-Territorial del País, del Numerario Pedro Cunill Grau. El 29 de mayo. Lugar: Auditórium de la Facultad de Humanidades y Educación UCV.
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En Sesión Especial del 30 de mayo se llevó a cabo la Juramentación de la Nueva Junta Directiva de la Academia Nacional de la Historia para el Bienio 2009 -2011. Lugar: Salón de Sesiones. Hora: 11:00 a.m.
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En Junta Ordinaria del 4 de junio el Numerario Santos Rodulfo Cortés, recordó que en un día como hoy se cumplen 179 años de la muerte del Gral. Antonio José de Sucre, consideró oportuno referir algunos capítulos de la biografía del Gral. Sucre, entre otros la creación de Bolivia e hizo un exhaustivo y completo análisis al respecto.
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El Numerio Pedro Cunill Grau durante este trimestre fue objeto de diferentes condecoraciones: Bernardo O´Higgins en el grado de Gran Oficial, el 4 de junio y la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, el 12 de junio.
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El Director de la Academia Nacional de la Historia llevó a cabo la presentación del último libro de la Bibliografía del Nacional, el cual se titula Simón Bolívar. El 12 de junio. Lugar: Sede del Diario El Nacional.
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
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El Director Elías Pino Iturrieta asistió en representación de la Academia Nacional de la Historia al Congreso Extraordinario de la Asociación de Academias Iberoamericanas con motivo de la conmemoración de los 200 años de los sucesos quiteños de 1809. Entre los Días 15, 16 y 17 de junio. Lugar: Quito- Ecuador.
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El Numerario Germán Cardozo Galué fue designado Miembro de la Comisión para la Educación Superior adscrito a la comisión de la Fundación para el Desarrollo de la Universidad del Zulia. El 15 de junio.
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El Numerario Manuel Caballero participó en el Ciclo de Conferencias sobre la Historia Contemporánea de Venezuela, Organizado por la UPEL. El título de la Conferencia fue Ocaso y extinción de la República Liberal Autocrática Primera Parte: 1899-1935. El 20 de junio. Lugar: Sede de la Universidad Pedagógico Experimental Libertador.
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El Director Elías Pino Iturrieta y la Vicedirectora Inés Quintero asistieron en representación de la Academia Nacional de la Historia al Congreso Liberty Fundation sobre Sociedades Económicas y amigos del país. El 25 de junio. Lugar: Ciudad de Cumaná.
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ÍNDICE PRESENTACIÓN ........................................................................
3
ESTUDIOS Andanzas y aventuras del brujo, yerbatero y curandero Telmo Romero. Ildefonso Leal ................................................................
9
La devoción mariana presente en el expolio del Obispo Mariano Martí Provincia de Venezuela. 1792. Laura Febres ..................
43
Entre el documento y la memoria (reflexiones sobre la Autobiografía de José Antonio Páez. Edgardo Mondolfi Gudat ......................
87
Las haciendas en el sur del Lago de Maracaibo (siglos XVI - XVII). Luis Alberto Ramírez Méndez ..................................................
121
Orígenes de la festividad de los diablos danzantes en Venezuela. José Marcial. Ramos Guédez ...........................................................
165
Notas sobre las primeras relaciones de trabajo en la actividad minera del siglo XVI. Luis Lauriño Torrealba ......................................
175
NUEVAS PUBLICACIONES Historia de los frailes dominicos en Venezuela durante los siglos XIX y XX. La extinción y la restauración. Fr. Oswaldo Montilla Perdomo, O.P. ..............................................................................
225
General de armas tomar. La actividad conspirativa de Eleazar López Contreras durante el trieno (1945-1948). Edgardo Mondolfi Gudat ....................................................................................
227
La personalidad íntima de Lisandro Alvarado. Janette García YépezPedro Rodríguez Rojas .............................................................
229
244
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
De trapiches a centrales azucareros en Venezuela. Siglos XIX y XX. Catalina Banko ......................................................................
231
De la provincia a la nación. El largo y difícil camino hacia la integración político-territorial de Venezuela (1525-1935). Manuel Alberto Donís Ríos ..................................................................
233
Ideas y conflictos en la educación venezolana. Rafael Fernández Heres ......................................................................................
235
VIDA DE LA ACADEMIA Vida de la Academia ......................................................................
239
aviso BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela
Distribución:
Palacio de las Academias
Bolsa a San Francisco, planta baja. Distribuidora: Telf.: 482.27.06 Librería: Telf.: 482.73.22
De venta en la Academia Nacional de la Historia, Coordinación de Publicaciones, Palacio de las Academias, Bolsa a San Francisco, Teléfono 483.59.02 y en las librerías. Vol. 54:
Descubrimiento y conquista de Venezuela. Tomo I, Estudio preliminar de Joaquín Gabaldón Márquez.
Vol. 55:
Descubrimiento y conquista de Venezuela. Tomo II. Advertencia del compi‑ lador: Joaquín Gabaldón Márquez.
Vol. 56:
Tratado de Indias y el doctor Sepúlveda. Fray Bartolomé de las Casas. Estu‑ dio preliminar de Manuel Giménez Fernández.
Vol. 57:
Elegías de varones ilustres de Indias. Juan de Castellanos. Estudio preliminar de Isaac J. Pardo.
Vol. 58:
Venezuela en los cronistas generales de Indias, Tomo I. Estudio preliminar de Carlos Felice Cardot.
Vol. 59:
Venezuela en los cronistas generales de Indias. Tomo II.
Vol. 60:
Arca de letras y teatro universal. Juan Antonio Navarrete. Estudio preliminar de José Antonio Calcaño.
Vol. 61.
Libro de la razón general de la Real Hacienda del departamento de Caracas. José de Limonta. Estudio preliminar de Mario Briceño Perozo.
Vol. 62:
Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo I. Estudio preliminar de Guillermo Morón.
Vol. 63:
Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo II.
Vol. 64:
Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo I. (1580‑1770). Estudio pre‑ liminar de Manuel Pérez Vila.
Vol. 65:
Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo II (1771‑1808).
Vol. 66:
Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Edición restablecida en su texto original, por vez primera por Demetrio Ramos Pérez, con Es‑ tudio preliminar y notas. Tomo I.
Vol. 67:
Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Tomo II. Idem, tam‑ bién anotado por Demetrio Ramos Pérez.
Vol. 68:
El Orinoco ilustrado. José Gumilla. Comentario preliminar de José Nucete Sardi y Estudio bibliográfico de Demetrio Ramos Pérez.
Vol. 69:
Los primeros historiadores de las misiones capuchinas en Venezuela. Presenta‑ ción y estudios preliminares sobre cada autor de P. Buenaventura de Carro‑ cera, O.F.M.
Vol. 70:
Relaciones geográficas de Venezuela durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Es‑ tudio preliminar y notas de Antonio Arellano Moreno.
Vol. 71:
Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo I. Traducción y estudio preliminar de Antonio Tovar.
Vol. 72:
Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo II.
Vol. 73:
Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo III.
Vol. 74:
Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo I. Es‑ tudio preliminar y selección del Padre Guillermo Figuera.
Vol. 75:
Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo II.
Vol. 76:
Instrucción general y particular del estado presente de la provincia de Vene‑ zuela en los años de 1720 y 1721. Pedro José de Olavarriaga. Estudio pre liminar de Mario Briceño Perozo.
Vol. 77:
Relato de las misiones de los padres de la Compañía de Jesús en las islas y en Tierra Firme de América Meridional. P. Pierre Pellaprat, S.J. Estudio preli minar del Padre José del Rey.
Vol. 78:
Conversión de Píritu. P. Matías Ruiz Blanco. Tratado histórico. P. Ramón Bueno. Estudio preliminar y notas de P. Fidel de Lejarza, O.F.M.
Vol. 79:
Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela. Estudio preliminar del P. José del Rey S.J.
Vol. 80:
Protocolo del siglo XVI. Estudio preliminar de Agustín Millares Carlo.
Vol. 81:
Historia de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Tomo I. Estudio preliminar y edición crítica de P. Pablo Ojer, S.J.
Vol. 82:
Estudio de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Tomo II. (Texto y Notas).
Vol. 83:
Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Selección y estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M. Tomo I.
Vol. 84:
Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Tomo II.
Vol. 85:
Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reyno de Granada en la América. P. Joseph Cassani. S.J. Estudio preliminar y anotaciones al texto del P. José del Rey, S.J.
Vol. 86:
La historia del Mundo Nuevo. M. Girolano Benzoni. Traducción y Notas de Marisa Vannini de Gerulewicz. Estudio preliminar de León Croizat.
Vol. 87:
Documentos para la historia de la educación en Venezuela. Estudio prelimi nar y compilación de Ildefonso Leal.
Vol. 88‑89‑90: Misión de los capuchinos en Cumaná. Estudio preliminar y documen tación seleccionada por el R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M., Cap. Caracas, 1968, 3 tomos. Vol. 91:
Historia documentada de los agustinos en Venezuela durante la época colonial. Estudio preliminar de Fernando Campo del Pozo, Agust.
Vol. 92:
Las instituciones militares venezolanas del período hispánico en los archivos. Selección y estudio preliminar de Santiago‑Gerardo Suárez.
Vol. 93:
Documentos para la historia económica en la época colonial, viajes e informes. Selección y estudio preliminar de Antonio Arellano Moreno.
Vol. 94:
Escritos Varios. José Gumilla. Selección y estudio preliminar de José del Rey, S.J.
Vol. 95:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo I. Estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M.
Vol. 96:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo II.
Vol. 97:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de inventarios. Tomo III.
Vol. 98:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de inventarios. Tomo IV.
Vol. 99:
Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro de Providencias. Tomo V.
Vol.100: Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Compendio de Juan José Guzmán. Tomo VI. Vol. 101: Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Compendio de Juan José Guzmán, Tomo VII. Vol. 102: La Gobernación de Venezuela en el siglo XVII. José Llavador Mira. Vol. 103: Documentos para el estudio de los esclavos negros en Venezuela. Selección y estudio preliminar de Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 104: Materiales para la historia de las artes decorativas en Venezuela. Carlos E. Duarte. Vol. 105: Las obras pías en la Iglesia colonial venezolana. Selección y estudio pre liminar de Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 106: El real consulado de Caracas (1793‑ 1810). Manuel Nunes Días. Vol. 107: El ordenamiento militar de Indias. Selección y estudio preliminar de San tiago‑Gerardo Suárez. Vol. 108: Crónica de la provincia franciscana de Santa Cruz de la Española y Caracas. Estudio preliminar y notas de Odilio Gómez Parente, O.F.M. Vol. 109: Trinidad, Provincia de Venezuela. Jesse A. Noel. Vol. 110: Colón descubrió América del Sur en 1494. Juan Manzano Manzano. Vol. 111: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Introducción y resumen histórico documentos (1657‑1699) de R.P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capuchino. Tomo I. Vol. 112: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Documentos (1700‑1750) de R. P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capu‑ chino. Tomo II.
Vol. 113: Misión de los Capuchinos en los Llanos de Caracas: Documentos (17501820) de R. P. Fray Buenaventura de Carrocera. O.F.M. Capuchino. Tomo III. Vol. 114: Población de origen europeo de Coro en la época colonial. Pedro M. Arcaya. Vol. 115: Curazao hispánico (Antagonismo flamenco-español). Carlos Felice Cardot. Vol. 116: El mito de El Dorado. Su génesis y proceso. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 117: Seis primeros obispos de la Iglesia venezolana en la época hispánica (15321600). Mons. Francisco Armando Maldonado. Vol. 118: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela (Tomo II). José del Rey Fajardo, S.J. Vol. 119: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Vene‑ zuela (Tomo III). José del Rey Fajardo, S.J. Vol. 120: Hernández de Serpa y su “Hueste” de l569 con destino a la Nueva Andalucía. Jesús María G. López Ruiz. Vol. 121: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia (1513‑1837). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gómez Canedo. Vol. 122: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia. Consolidación y expansión (1593‑1696). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gómez Ca‑ nedo. Vol. 123: La Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas. Cuerpo de documentos para su historia. Florecimiento, crisis y extinción (1703‑1837). Selección, estudio preliminar, introducciones especiales, edición y notas de Lino Gó‑ mez Canedo. Vol. 124: El sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Valoración canónica del regio placet a las constituciones sinodales indianas. Tomo I. Manuel Gutiérrez de Arce. Vol. 125: Apéndices a el sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Va‑ loración canónica del regio placet a las constituciones sinodales indianas. Tomo II. Manuel Gutiérrez de Arce. Vol. 126:
Estudios de historia venezolana. Demetrio Ramos Pérez.
Vol. 127: Los orígenes venezolanos (Ensayo sobre la colonización española en Venezuela). Jules Humbert. Vol. 128: Materiales para la Historia Provincial de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 129: El Oriente venezolano a mediados del siglo XVIII, a través de la visita del Gobernador Diguja. Alfonso F. González González. Vol. 130: Juicios de Residencia en la provincia de Venezuela. I. Los Welser. Estudio pre‑ liminar de Marianela Ponce de Behrens, Diana Rengifo y Letizia Vaccari de Venturini.
Vol. 131: Fortificación y Defensa. Santiago‑Gerardo Suárez. Vol. 132: Libros y Bibliotecas en Venezuela Colonial (1633‑1767) Siglo XVII (1633‑1699). Tomo I. Ildefonso Leal. Vol. 133: Libros y Bibliotecas en Venezuela Colonial (1633‑1767). Siglo XVII (1727‑1767). Tomo II. Ildefonso Leal. Vol. 134: Las acciones militares del Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor (1637‑1644). Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 135: El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispá nico. Tomo I. Santos Rodulfo Cortés. Vol. 136: El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispá nico. (Documentos anexos). Tomo II. Santos Rodulfo Cortés. Vol. 137: Las Fuerzas Armadas Venezolanas en la Colonia. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 138: La Pedagogía Jesuítica en la Venezuela Hispánica. José del Rey Fajardo S.J. Vol. 139: Misión de los Capuchinos en Guayana. Introducción y resumen histórico. Do‑ cumentos, (1682‑1785). Tomo I. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 140: Misión de los Capuchinos en Guayana. Documentos (1760‑1785). Tomo II. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 141: Misión de los Capuchinos en Guayana. Documentos (1785‑1819). Tomo III. R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Capuchino. Vol. 142: La defensa de la integridad territorial de Guayana en tiempos de Carlos III. María Consuelo Cal Martínez. Vol. 143: Los Mercedarios y la política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Tomo I. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 144: Los Mercedarios y la vida política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Tomo II. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 145: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. II. Juan Pérez de Tolosa y Juan de Villegas. Recopilación y estudio preliminar de Marianela Ponce y Letizia Vaccari de Venturini. Vol. 146: Las salinas de Araya y el origen de la Armada de Barlovento. Jesús Varela Marcos. Vol. 147: Los extranjeros con carta de naturaleza de las Indias, durante la segunda mitad del siglo XVIII. Juan M. Morales Alvarez. Vol. 148: Fray Pedro de Aguado: Lengua y Etnografía. María T. Vaquero de Ramírez. Vol. 149: Descripción exacta de la Provincia de Venezuela de Joseph Luis de Cisneros. Estudio preliminar de Pedro Grases. Vol. 150: Temas de Historia Colonial Venezolana. Mario Briceño Perozo. Vol. 151: Apuntes para la Historia Colonial de Barlovento. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 152: Los comuneros de Mérida (Estudio). Tomo I, Edición conmemorativa del bicentenario del movimiento comunero.
Vol. 153: Los censos en la Iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo I. Estudio preliminar y recopilación de Ermila Troconis de Vera‑ coechea. Vol. 154: Los censos en la iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo II. Recopilación de Gladis Veracoechea y Euclides Fuguett. Vol. 155: Los censos en la iglesia Colonial Venezolana (Sistema de préstamos a interés). Tomo III. Recopilación de Euclides Fuguett. Vol. 156: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo I. (A‑C). Ismael Silva Montañés. Vol. 157: La ocupación alemana de Venezuela en el siglo XVI. Período llamado de los Welser (1528‑1536) de Jules Humbert. Traducción y presentación de Ro berto Gabaldón. Vol. 158: Historia del periodismo y de la imprenta en Venezuela. Tulio Febres Cor‑ dero G. Vol. 159: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo II. (CH‑K). Ismael Silva Montañés. Vol. 160: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. I) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental de Letizia Vaccari S.M. Vol. 161: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. II) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental, de Letizia Vaccari S.M. Vol. 162: Juicios de Residencia en la Provincia de Venezuela. III) Don Francisco Dávila Orejón Gastón (1673‑1677). Estudio introductorio, recopilación y selec‑ ción documental de Letizia Vaccari S.M. Vol. 163: La aventura fundacional de los isleños. Panaquire y Juan Francisco de León. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 164: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo III (L‑P). Ismael Silva Montañés. Vol. 165: La unidad regional. Caracas‑La Guaira‑ Valles, de 1775 a 1825. Diana Ren‑ gifo. Vol. 166: Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano. Tomo IV (Q‑Z). Ismael Silva Montañés. Vol. 167: Materiales para el estudio de las relaciones inter‑étnicas en la Guajira, siglo XVIII. Documentos y mapas de P. Josefina Moreno y Alberto Tarazona. Vol. 168: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII. Tomo I. Celestino Andrés Araúz Monfante. Vol. 169: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII. Tomo II. Celestino Andrés Araúz Monfante. Vol. 170: Guayana y el Gobernador Centurión(1766-1776). María Isabel Martínez del Campo. Vol. 171: Las Milicias: Instituciones militares hispanoamericanas. Santiago‑Gerardo Suárez.
Vol. 172: San Sebastián de los Reyes. La ciudad trashumante. Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 173: San Sebastián de los Reyes. La ciudad raigal. Tomo II. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 174: Los Ministros de la Audiencia de Caracas (1786‑1776). Caracterización de una élite burocrática del poder español en Venezuela. Alí Enrique López Bo‑ horquez. Vol. 175: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo I. Marianela Ponce. Vol. 176: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo II. Marianela Ponce. Vol. 177: El control de la gestión administrativa en el juicio de Residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra. Tomo III. Marianela Ponce. Vol. 178: Historia de Colombia y de Venezuela. Desde sus orígenes hasta nuestros días. Jules Humbert. Traductor Roberto Gabaldón. Vol. 179: Noticias historiales de Nueva Barcelona de Fernando del Bastardo y Loayza. Estudio preliminar y notas, de Constantino Maradei Donato. Vol. 180: La implantación del impuesto del papel Sellado en Indias. María Luisa Mar‑ tínez de Salinas. Vol. 181: Raíces pobladoras del Táchira: Táriba, Guásimos (Palmira), Capacho. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 182: Temas de Historia Colonial Venezolana. Tomo II. Mario Briceño Perozo. Vol. 183: Historia de Barinas (1577‑1800). Tomo I. Virgilio Tosta. Vol. 184: El Regente Heredia o la piedad heroica. Mario Briceño-Iragorry. Presenta‑ ción de Tomás Polanco Alcántara. Vol. 185: La esclavitud indígena en Venezuela (siglo XVI). Morella A. Jiménez G. Vol. 186: Memorias del Regente Heredia. José Francisco Heredia. Prólogo de Blas Bruni Celli. Vol. 187: La Real Audiencia de Caracas en la Historiografía Venezolana (Mate‑ riales para su estudio). Presentación y selección de Alí Enrique López Bohorquez. Vol. 188: Familias coloniales de San Carlos, Tomo I (A‑H). Diego Jorge HerreraVegas. Vol. 189: Familias coloniales de San Carlos, Tomo II (I‑Z). Diego Jorge HerreraVegas. Vol. 190: Lenguas indígenas e indigenismos - Italia e Iberoamérica. 1492‑1866. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 191: Evolución histórica de la cartografía en Guayana y su significación en los dere‑ chos venezolanos sobre el Esequibo. Manuel Alberto Donis Ríos.
Vol. 192: Elementos historiales del San Cristóbal Colonial. El proceso formativo. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 193: La formación del latifundio ganadero en los Llanos de Apure: 1750‑1800. Adelina C. Rodríguez Mirabal. Vol. 194: Historia de Barinas (1800‑1863). Tomo II. Virgilio Tosta. Vol. 195: La visita de Joaquín Mosquera y Figueroa a la Real Audiencia de Caracas (1804‑1809). Conflictos internos y corrupción en la administración de justi‑ cia. Teresa Albornoz de López. Vol. 196: Ideología, desarrollo e interferencias del comercio caribeño durante el siglo XVII. Rafael Cartaya A. Vol. 197: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1538‑1810). Tomo I ‑Los Fundadores: Juan Maldonado y sus compañeros (1559). Roberto Picón‑Parra. Vol. 198: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1538‑1810). Tomo II ‑Los fundadores: Juan Rodríguez Suárez y sus compañeros (1558). Roberto Picón‑Parra. Vol. 199: Historia de Barinas(1864‑1892). Tomo III. Virgilio Tosta. Vol. 200: Las Reales Audiencias Indianas. Fuentes y Bibliografía. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 201: San Cristóbal, Siglo XVII. Tiempo de aleudar. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 202: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo I (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 203: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo II (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 204: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo III (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 205: Las Encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. 1688. Tomo IV (Tras‑ lado y estudio preliminar). Antoinette Da Prato‑Perelli. Vol. 206: Simón Rodríguez maestro de escuela de primeras letras. Gustavo Adolfo Ruiz. Vol. 207: Linajes calaboceños. Jesús Loreto Loreto. Vol. 208: El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio como símbolo del poder regio (Venezuela siglo XVIII). Carole Leal Curiel. Vol. 209: Contribución al estudio de la “aristocracia territorial” en Venezuela colonial. La familia Xerez de Aristeguieta. Siglo XVIII. Elizabeth Ladera de Diez. Vol. 210: Capacho. Un pueblo de indios en la Jurisdicción de la Villa de San Cristóbal. Inés Cecilia Ferrero Kelleroff. Vol. 211: Juan de Castellanos. Estudios de las Elegías de Varones Ilustres. Isaac J. Pardo. Vol. 212: Historia de Barinas(1893‑1910). Tomo IV. Virgilio Tosta.
Vol. 213: La Nueva Segovia de Barquisimeto. Tomo I. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 214: La Nueva Segovia de Barquisimeto. Tomo II. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 215: El Régimen de la Encomienda en Barquisimeto colonial, 1530‑1810. Reinal‑ do Rojas. Vol. 216: Crítica y descolonización. El sujeto colonial en la cultura latinoamericana. Beatriz González Stephan y Lucía Helena Costigan (Coordinadoras). Vol. 217: Sobre Gobernadores y Residencias en la Provincia de Venezuela. (Siglos XVI, XVII, XVIII). Letizia Vaccari. Vol. 218: Paleografía Práctica (su aplicación en el estudio de los documentos históricos venezolanos). Antonio José González Antías y Guillermo Durand Gonzá‑ lez. Vol. 219: Tierra, gobierno local y actividad misionera en la comunidad indígena del Oriente venezolano: La visita a la Provincia de Cumaná de don Luis de Chávez y Mendoza (1783-1784). Antonio Ignacio Laserna Gaitán. Vol. 220: Miguel José Sanz. La realidad entre el mito y la leyenda. Lenín Molina Peña‑ loza. Vol. 221: Historia de Barinas (1911‑1928). Tomo V. Virgilio Tosta. Vol. 222: Curazao y la Costa de Caracas: Introducción al estudio del contrabando en la Provincia de Venezuela en tiempos de la Compañía Guipuzcoana 1730‑1780. Ramón Aizpúrua. Vol. 223: Configuración textual de la recopilación historial de Venezuela de Pedro Ague‑ do. José María Navarro. Vol. 224: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558-1810). Roberto Picón Parra (Tomo III). Vol. 225: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558-1810). Roberto Picón Parra (Tomo IV). Vol. 226: El ordenamiento jurídico y el ejercicio del derecho de libertad de los esclavos en la provincia de Venezuela 1730-1768. Marianela Ponce. Vol. 227: Los fiscales indianos origen y evolución del Ministerio Público. Santiago-Ge‑ rardo Suárez. Vol. 228: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su Historia 1682‑1819. Tomo I. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 229: Historia social de la región de Barquisimeto en el tiempo histórico colonial 1530‑1810. Reinaldo Rojas. Vol. 230: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su historia 1682‑1819. Tomo II. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 231: El Teniente Justicia Mayor en la Administración colonial venezolana. Gilber‑ to Quintero. Vol. 232: En la ciudad de El Tocuyo. Tomo I. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 233: En la ciudad de El Tocuyo. Tomo II. Nieves Avellán de Tamayo. Vol. 234: La conspiración de Gual y España y el ideario de la Independencia. Pedro Grases.
Vol. 235: Juan Picornell y la conspiración de Gual y España. Casto Fulgencio López. Vol. 236: Aportes documentales a la historia de la arquitectura del período hispánico venezolano. Carlos F. Duarte. Vol. 237: El mayorazgo de los Cornieles. Zulay Rojo. Vol. 238: La Venezuela que conoció Juan de Castellanos (S.XVI). Marco Aurelio Vila. Vol. 239: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo I. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 240: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo II. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 241: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Tomo III. Ana Cecilia Peña Vargas. Vol. 242: Testimonios de la visita de los oficiales franceses a Venezuela en 1783. Carlos Duarte. Vol. 243: Dos pueblos del sur de Aragua: La Purísima Concepción de Camatagua y Nuestra Señora del Carmen de Cura. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 244: Conquista espiritual de Tierra Firme. Rafael Fernández Heres. Vol. 245: El Mayorazgo del Padre Aristiguieta. Primera herencia del Libertador. Juan M. Morales. Vol. 246: De la soltería a la viudez. La condición jurídica de la mujer en la provincia de Venezuela en razón de su estado civil. Estudio preliminar y selección de textos legales. Marianela Ponce. Vol. 247: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. Tomo I. José del Rey Fajar‑ do, S.J. Vol. 248: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. Tomo II. José del Rey Fa‑ jardo, S.J. Vol. 249: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo I. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernán‑ dez Heres. Vol. 250: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo II. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernán‑ dez Heres. Vol. 251: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII), Tomo III. Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernández Heres. Vol. 252: Aristócratas, honor y subversión en la Venezuela del Siglo XVIII. Frédérique Langue. Vol. 253: Noticia del principio y progreso del establecimiento de las misiones de gentiles en río Orinoco, por la Compañía de Jesús. Agustín de Vega. Estudio intro‑ ductorio de José del Rey Fajardo, s.j. y Daniel Barandiarán. Vol. 254: Patrimonio hispánico venezolano perdido (con un apéndice sobre el arte de la sastrería). Carlos F. Duarte.
Vol. 255: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Cho‑ roní, Chuao y Zepe. Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 256: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Cho‑ roní, Chuao y Zepe. Tomo II. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 257: Separación matrimonial y su proceso en la época colonial. Antonietta Josefina De Rogatis Restaino. Vol. 258: Niebla en las sierras. Los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela 1550-1625. Horacio Biord. Vol. 259: Asentamiento español y articulación interétnica en Cumaná (1560-1620). Ricardo Ignacio Castillo Hidalgo. Vol. 260: Francisco de Miranda y su ruptura con España. Manuel Hernández Gonzá‑ lez. Vol. 261: De la Ermita de Ntra. Sra. Del Pilar de Zaragoza al convento de San Francis‑ co. Edda Samudio. Vol. 262: La República de las Letras en la Venezuela Colonial (la enseñanza de las Hu‑ manidades en los colegios jesuíticos). José del Rey Fajardo s.j. Vol. 263-264: La estirpe de las Rojas. Antonio Herrera Vaillant B. Vol. 265: La artesanía colonial en Mérida (1556-1700). Luis Alberto Ramírez Mén‑ dez. Vol. 266: El Cabildo de Caracas. Período de la colonia (1568-1810). Pedro Manuel Arcaya. Vol. 267: Nuevos aportes documentales a la historia de las artes en la provincia de Vene‑ zuela (período hispánico). Carlos R. Duarte.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Fuentes para la Historia Republicana de Venezuela
Vol. 1 y 2: Autobiografía del general José Antonio Páez. Tomos I y II Vol. 3 y 4: Archivo del general José Antonio Páez. Tomos I y II Vol. 5:
Biografía del general José Antonio Páez. R.B. Cunningham.
Vol. 6:
Resumen de la vida militar y política del “ciudadano Esclarecido”, general José Antonio Páez. Tomás Michelena.
Vol. 7:
Memorias de Carmelo Fernández.
Vol. 8:
Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Ramón Páez.
Vol. 9:
Memorias de un oficial de la legión Británica. Campañas y Cruceros duran‑ te la Guerra de Emancipación Hispanoamericana. Richard Vowell.
Vol. 10:
Las sabanas de Barinas. Richard Vowell.
Vol. 11:
Las estadísticas de las provincias, en la época de Páez. Recopilación y prólogo de Antonio Arellano Moreno.
Vol. 12:
Las comadres de Caracas. John G. A. Willianson.
Vol. 13:
20 discursos sobre el general José Antonio Páez.
Vol. 14:
Páez visto por cinco historiadores.
Vol. 15:
Código Civil de 28 de octubre de 1862. Estudio preliminar de Gonzalo Parra Aranguren.
Vol. 16:
La Codificación de Páez. (Códigos de Comercio, Penal, de Enjuiciamiento y Procedimiento – 1862-63).
Vol. 17:
Juicios sobre la personalidad del general José Antonio Páez.
Vol. 18:
Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Tomo I. Gustavo Ocando Yamarte.
Vol. 19:
Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Tomo II. Gustavo Ocando Yamarte.
Vol. 20:
Páez, peregrino y proscripto (1848-1851). Rafael Ramón Castellanos.
Vol. 21:
Documentos para la historia de la vida de José Antonio Páez. Compilación, selección y notas de Manuel Pinto.
Vol. 22:
Estudios y discursos sobre el general Carlos Soublette.
Vol. 23:
Soublette y la prensa de su época. Estudio preliminar y compilación de Juan Bautista Querales.
Vol. 24:
Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo I. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.
Vol. 25:
Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo II. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.
Vol. 26:
Carlos Soublette: Correspondencia. Tomo III. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera.
Vol. 27:
La oposición Liberal en Oriente (Editoriales de “El Republicano”, 18441846): Compilación, introducción y notas de Manuel Pérez Vila.
Vol. 28:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo I. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 29:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo II. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 30:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo III. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 31:
Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Tomo IV. Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D.
Vol. 32:
Opúsculo histórico de la revolución, desde el año 1858 a 1859. Prólogo de Joaquín Gabaldón Márquez.
Vol. 33:
La economía americana del primer cuarto del siglo XIX, vista a través de las memorias escritas por don Vicente Basadre, último Intendente de Venezuela. Manuel Lucena Salmoral.
Vol. 34:
El café y las ciudades en los Andes Venezolanos (1870-1930). Alicia Ardao.
Vol. 35:
La diplomacia de José María Rojas / 1873-1883. William Lane Harris. Tra‑ ducción: Rodolfo Kammann Willson.
Vol. 36:
Instituciones de Comunidad (provincia de Cumaná, 1700-1828). Estudio y documentación de Magaly Burguera.
Vol. 37:
Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Tomo I. Ildefonso Leal.
Vol. 38:
Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Tomo II. Ildefonso Leal.
Vol. 39:
Convicciones y conversiones de un republicano: El expediente de José Félix Blanco. Carole Leal Curiel.
Vol. 40:
Las elecciones presidenciales de 1835 (La elección del Dr. José María Vargas). Eleonora Gabaldón.
Vol. 41:
El proceso de la inmigración en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea.
Vol. 42:
Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Tomo I. Gabriel E. Muñoz.
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Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Tomo II. Gabriel E. Muñoz.
Vol. 44:
Producción bibliográfica y política en la época de Guzmán Blanco (18701887). Cira Naranjo de Castillo y Carmen G. Sotillo.
Vol. 45:
Dionisio Cisneros el último realista. Oscar Palacios Herrera.
Vol. 46:
La libranza del sudor. El drama de la inmigración canaria entre 1830 y 1859. Manuel Rodríguez Campos.
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El capital comercial en La Guaira y Caracas (1821-1848). Catalina Banko.
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General Antonio Valero de Bernabé y su aventura de libertad: De Puerto Rico a San Sebastián. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 49:
Los negocios de Román Delgado Chalbaud. Ruth Capriles Méndez.
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El inicio del juego democrático en Venezuela: Un análisis de las elecciones 1946-1947. Clara Marina Rojas.
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Los mercados exteriores de Caracas a comienzos de la Independencia. Manuel Lucena Salmoral.
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Archivo del general Carlos Soublette. Tomo I. Catalogación por Naibe Burgos.
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Archivo del general Carlos Soublette. Tomo III. Catalogación por Naibe Burgos.
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Las elecciones presidenciales en Venezuela del siglo XIX, 1830-1854. Alberto Navas Blanco.
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Los olvidados próceres de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara.
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La educación venezolana bajo el signo del positivismo. Rafael Fernández Heres.
Vol. 58:
La enseñanza de la física en la Universidad Central de Venezuela, 1827-1880. Henry Leal.
Vol. 59:
Francisco Antonio Zea y su proyecto de integración Ibero-Americana. Lautaro Ovalles.
Vol. 60:
Los comerciantes financistas y sus relaciones con el gobierno guzmancista (1870-1888). Carmen Elena Flores.
Vol. 61:
Para acercarnos a don Francisco Tomás Morales Mariscal de Campo, último Capitán General en Tierra Firme y a José Tomás Boves Coronel, Primera Lan‑ za del Rey. Tomás Pérez Tenreiro.
Vol. 62:
La Iglesia Católica en tiempos de Guzmán Blanco. Herminia Cristina Mén‑ dez Sereno.
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Raíces hispánicas de don Gaspar Zapata de Mendoza y su descendencia vene‑ zolana. Julio Báez Meneses.
Vol. 64:
La familia Río Branco y la fijación de las fronteras entre Venezuela y Brasil. Dos momentos definitorios en las relaciones entre Venezuela y Brasil. El tratado de límites de 1859 y la gestión del barón de Río Branco (1902-1912). Alejan‑ dro Mendible Zurita.
Vol. 65:
La educación venezolana bajo el signo de la ilustración 1770-1870. Rafael Fernández Heres.
Vol. 66:
José Antonio Páez, repertorio documental. Compilación, transcripción y estu‑ dio introductorio. Marjorie Acevedo Gómez.
Vol. 67:
La educación venezolana bajo el signo de la Escuela Nueva. Rafael Fernández Heres.
Vol. 68:
Imprenta y periodismo en el estado Barinas. Virgilio Tosta.
Vol. 69:
Los papeles de Alejo Fortique. Armando Rojas.
Vol. 70:
Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Tomo I. Reco‑ pilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo.
Vol. 71:
Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Tomo II. Re‑ copilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo.
Vol. 72:
Diario de navegación. Caracciolo Parra Pérez.
Vol. 73:
Antonio José de Sucre, biografía política. Inés Quintero.
Vol. 74:
Historia del pensamiento económico de Fermín Toro. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 75:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo I. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 76:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo II. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 77:
Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo III. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.
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Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Tomo IV. Apéndice docu‑ mental. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 79:
El Cuartel San Carlos y el Ejército de Caracas 1771-1884. Carmen Brunilde Liendo.
Vol. 80:
Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomo I. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 81:
Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomo II. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
Vol. 82:
La Provincia de Guayana en la independencia de Venezuela. Tomás Surroca y De Montó.
Vol. 83:
Páez visto por los ingleses. Edgardo Mondolfi Gudat.
Vol. 84:
Tiempo de agravios. Manuel Rafael Rivero.
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La obra pedagógica de Guillermo Todd. Rafael Fernández Heres.
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Política, crédito e institutos financieros en Venezuela 1830-1940. Catalina Banko.
Vol. 87:
De leales monárquicos a ciudadanos republicanos. Coro 1810-1858. Elina Lovera Reyes.
Vol. 88:
Clío frente al espejo: La concepción de la historia en la historiografía venezola‑ na. 1830-1865. Lucía Raynero.
Vol. 89:
El almirantazgo republicano. Archivo de Francisco Javier Yánez. Herminia Méndez. En imprenta.
Vol. 90:
Evolución político-constitucional de Venezuela. El período fundacional 18101830. Enrique Azpúrua Ayala.
Vol. 91.
José de la Cruz Carrillo. Una vida en tres tiempos. Silvio Villegas.
Vol. 92.
Tiempos de federación en el Zulia. Construir la Nación en Venezuela. Arlene Urdaneta Quintero.
Vol. 93.
El régimen del General Eleazar López Contreras. Tomás Enrique Carillo Ba‑ talla.
Vol. 94.
Sociopolítica y censos de población en Venezuela. Del Censo ‘‘Guzmán Blanco’’ al Censo ‘‘Bolivariano’’. Miguel Bolívar Chollett.
Vol. 95.
Historia de los Frailes Dominicos en Venezuela durante los siglos XIX y XX. La Extinción y la Restauración. Fr. Oswaldo Montilla Perdomo, O. P.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie Estudios, Monografías y Ensayos
Vol. 1:
El Coloniaje, la formación societaria de nuestro continente. Edgar Gabaldón Márquez.
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Páginas biográficas y críticas. Carlos Felice Cardot.
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Tratados de Confirmaciones Reales. Antonio Rodríguez de León Pinelo. Es‑ tudio preliminar de Eduardo Arcila Farías.
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Datos para la historia de la educación en el Oriente de Venezuela. Manuel Peñalver Gómez.
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La tradición saladoide del Oriente de Venezuela. La fase cuartel. Iraida Vargas Arenas.
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Las culturas formativas del Oriente de Venezuela. La Tradición Barrancas del Bajo Orinoco. Mario Sanoja Obediente.
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Organizaciones políticas de 1936. Su importancia en la socialización política del venezolano. Silvia Mijares.
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Estudios en antropología, sociología, historia y folclor. Miguel Acosta Saignes.
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Angel S. Domínguez, escritor de nítida arcilla criolla. Luis Arturo Domínguez.
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Estudios sobre las instituciones locales hispanoamericanas. Francisco Domín‑ guez Compañy.
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Los Héroes y la Historia. Ramón J. Velásquez.
Vol. 12:
Ensayos sobre Historia Política de Venezuela. Amalio Belmonte Guzmán, Dimitri Briceño Reyes y Henry Urbano Taylor.
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Rusia e Inglaterra en Asia Central. M. F. Martens. Traducción y estudio preliminar de Héctor Gros Espiell.
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5 procesos históricos. Raúl Díaz Legórburu.
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Individuos de Número. Ramón J. Velásquez.
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Los presidentes de Venezuela y su actuación militar (Esbozo). Tomás Pérez Tenreiro.
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Semblanzas, Testimonios y Apólogos. J.A. de Armas Chitty.
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Impresiones de la América Española (1904-1906). M. de Oliveira Lima.
Vol. 19:
Obras Públicas, Fiestas y Mensajes (Un puntal del régimen gomecista). Ciro Caraballo Perichi.
Vol. 20:
Investigaciones Arqueológicas en Parmana. Los sitios de la Gruta y Ronquín. Estado Guárico, Venezuela. Iraida Vargas Arenas.
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La consolidación del régimen de Juan Vicente Gómez. Yolanda Segnini.
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El proyecto universitario de Andrés Bello (1843). Rafael Fernández Heres.
Vol. 23:
Guía para el estudio de la historia de Venezuela. R.J. Lovera De-Sola.
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Miranda y sus circunstancias. Josefina Rodríguez de Alonso.
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Michelena y José Amando Pérez. El sembrador y su sueño. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 26:
Chejendé. Historia y canto. Emigdio Cañizales Guédez.
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Los conflictos de soberanía sobre Isla de Aves. Juan Raúl Gil S.
Vol. 28:
Historia de las cárceles en Venezuela. (1600-1890). Ermila Troconis de Veracoechea.
Vol. 29:
Esbozo de las Academias. Héctor Parra Márquez.
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La poesía y el derecho. Mario Briceño Perozo.
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Biografía del almirante Luis Brión. Johan Hartog.
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Don Pedro Gual. El estadista grancolombiano. Abel Cruz Santos.
Vol. 33:
Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Tomo I. Rafael Ramón Castellanos.
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Vol. 35:
Hilachas de historia patria. Manuel Rafael Rivero.
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Estudio y antología de la revista Bolívar. Velia Bosch. Indices: Fernando Villarraga.
Vol. 37:
Ideas del Libertador como gobernante a través de sus escritos (1813-1821). Aurelio Ferrero Tamayo.
Vol. 38:
Zaraza, biografía de un pueblo. J.A. De Armas Chitty.
Vol. 39:
Cartel de citación (Ensayos). Juandemaro Querales.
Vol. 40:
La toponimia venezolana en las fuentes cartográficas del Archivo General de Indias. Adolfo Salazar-Quijada.
Vol. 41:
Primeros monumentos en Venezuela a Simón Bolívar. Juan Carlos Palenzuela.
Vol. 42:
El pensamiento filosófico y político de Francisco de Miranda. Antonio Egea López.
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Bolívar en la historia del pensamiento económico y fiscal. Tomás Enrique Carrillo Batalla.
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Chacao: un pueblo en la época de Bolívar (1768-1880). Antonio González Antías.
Vol. 45:
Médicos, cirujanos y practicantes próceres de la nacionalidad. Francisco Alejandro Vargas.
Vol. 46:
Simón Bolívar. Su pensamiento político. Enrique de Gandía.
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Vivencia de un rito ayamán en las Turas. Luis Arturo Domínguez.
Vol. 48:
La Razón filosófica-jurídica de la Indepencencia. Pompeyo Ramis.
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Tiempo y presencia de Bolívar en Lara. Carlos Felice Cardot.
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Los papeles de Francisco de Miranda. Gloria Henríquez Uzcátegui.
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La Guayana Esequiba. Los testimonios cartográficos de los geógrafos. Marco A. Osorio Jiménez
Vol. 52:
El gran majadero. R.J. Lovera De-Sola.
Vol. 53:
Aproximación al sentido de la historia de Oviedo y Baños como un hecho del Lenguaje. Susana Romero de Febres.
Vol. 54:
El diario “El Pregonero”. Su importancia en el periodismo venezolano. María Antonieta Delgado Ramírez.
Vol. 55:
Historia del Estado Trujillo. Mario Briceño Perozo.
Vol. 56:
Las eras imaginarias de Lezama Lima. Cesia Ziona Hirshbein.
Vol. 57:
La educación primaria en Caracas en la época de Bolívar. Aureo Yépez Castillo.
Vol. 58:
Contribución al estudio del ensayo en Hispanoamérica. Clara Rey de Guido.
Vol. 59:
Contribución al estudio de la historiografía literaria Hispanoamericana. Beatriz González Stephan,
Vol. 60:
Situación médico-sanitaria de Venezuela durante la época del Libertador. Alberto Sila Alvarez.
Vol. 61:
La formación de la vanguardia literaria en Venezuela (Antecedentes y documentos). Nelson Osorio T.
Vol. 62:
Muro de dudas. Tomo I. Ignacio Burk.
Vol. 63:
Muro de dudas. Tomo II. Ignacio Burk.
Vol. 64:
Rómulo Gallegos: la realidad, la ficción, el símbolo (Un estudio del momento primero de la escritura galleguiana). Rafael Fauquié Bescós.
Vol. 65:
Flor y canto. 25 años de la poesía venezolana (1958-1983). Elena Vera.
Vol. 66:
Las diabluras del Arcediano (Vida del Padre Antonio José de Sucre). Mario Fernán Romero.
Vol. 67:
La historia como elemento creador de la cultura. Mario Briceño Iragorry.
Vol. 68:
El cuento folklórico en Venezuela. Antología, clasificación y estudio. Yolanda Salas de Lecuna.
Vol. 69:
Las ganaderías en los llanos centro-occidentales venezolanos, 1910-1935. Tarcila Briceño.
Vol. 70:
La república de las Floridas, 1817-1817. Tulio Arends.
Vol. 71:
Una discusión historiográfica en torno de “Hacia la democracia”. Antonio Mieres.
Vol. 72:
Rafael Villavicencio: Del positivismo al espiritualismo. Luisa M. Poleo Pérez.
Vol. 73:
Aportes a la historia documental y crítica. Manuel Pérez Vila.
Vol. 74:
Procerato caroreño. José María Zubillaga Perera.
Vol. 75:
Los días de Cipriano Castro (Historia Venezolana del 900). Mariano Picón Salas.
Vol. 76:
Nueva historia de América. Las épocas de libertad y antilibertad desde la Independencia. Enrique de Gandía.
Vol. 77:
El enfoque geohistórico. Ramón Tovar L.
Vol. 78:
Los suburbios caraqueños del siglo XIX. Margarita López Maya.
Vol. 79:
Del antiguo al nuevo régimen en España. Alberto Gil Novales.
Vol. 80:
Anotaciones sobre el amor y el deseo. Alejandro Varderi.
Vol. 81:
Andrés Bello filósofo. Arturo Ardao.
Vol. 82:
Los paisajes geohistóricos cañeros en Venezuela. José Angel Rodríguez.
Vol. 83:
Ser y ver. Carlos Silva.
Vol. 84:
La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (Aporte de estudio de arquitectura paisajista de Caracas) Giovanna Mérola Rosciano.
Vol. 85:
El Libertador en la historia italiana: ilustración, “risorgimento”, fascismo. Alberto Filippi.
Vol. 86:
La medicina popular en Venezuela. Angelina Pollak-Eltz.
Vol. 87:
Protágoras: Naturaleza y cultura. Angel J. Cappelletti.
Vol. 88:
Filosofía de la ociosidad. Ludovico Silva.
Vol. 89:
La espada de Cervantes. Mario Briceño Perozo.
Vol. 90:
Una tribuna para los godos. El periodismo contrarrevolucionario de Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Julio Barroeta Lara.
Vol. 91:
La presidencia de Sucre en Bolivia. William Lee Lofstrom.
Vol. 92:
El discurso literario destinado a niños. Griselda Navas.
Vol. 93:
Etnicidad, clase y nación en la cultura política del Caribe de habla inglesa. Andrés Serbin.
Vol. 94:
Huellas en el agua (Artículos periodísticos 1933-1961). Enrique Bernardo Núñez.
Vol. 95:
La instrucción pública en el proyecto político de Guzmán Blanco: Ideas y hechos. Rafael Fernández Heres.
Vol. 96:
De revoluciones y contra-revoluciones. Carlos Pérez Jurado.
Vol. 97:
Chamanismo, mito y religión en cuatro naciones éticas de América aborigen. Ronny Velásquez.
Vol. 98:
El pedestal con grietas. Iván Petrovszky.
Vol. 99:
Escritos de Plá y Beltrán. Selección y prólogo de Juan Manuel Castañón.
Vol. 100: La ideología federal en la Convención de Valencia (1858). Tiempo y debate. Eleonora Gabaldón. Vol. 101: Vida de Don Quijote de Libertad (España en el legado del Libertador). Alberto Baeza Flores.
Vol. 102: Varia académica bolivariana. José Rodríguez IIturbe. Vol. 103: De la muerte a la vida -Testimonio de Henrique Soublette. Carmen Elena Alemán. Vol. 104: Referencia para el estudio de las ideas educativas en Venezuela. Rafael Fernández Heres. Vol. 105: Aspectos económicos de la época de Bolívar. I - La Colonia (1776-1810). Miguel A. Martínez G. Vol. 106: Aspectos económicos de la época de Bolívar. II - La República (1811-1930). Miguel A. Martínez G. Vol. 107: Doble verdad y la nariz de Cleopatra. Juan Nuño. Vol. 108: Metamorfosis de la utopía (Problemas del cambio democrático). Carlos Raúl Hernández. Vol. 109: José Gil Fortoul. (1861-1943). Los nuevos caminos de la razón. La historia como ciencia. Elena Plaza. Vol. 110: Tejer y destejer. Luis Beltrán Prieto Figueroa. Vol. 111: Conversaciones sobre un joven que fue sabio (Semblanza del Dr. Caracciolo Parra León). Tomás Polanco Alcántara. Vol. 112: La educación básica en Venezuela. Proyectos, realidad y perspectivas. Nacarid Rodríguez T. Vol. 113: Crónicas médicas de la Independencia venezolana. José Rafael Fortique. Vol. 114: Los Generales en jefe de la Independencia (Apuntes Biográficos). Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 115: Los gobiernos de facto en América Latina. 1930-1980. Krystian Complak. Vol. 116: Arte, educación y museología. Estudios y polémicas, 1948-1988. Miguel G. Arroyo C. Vol. 117: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Tomo I. Efraín Subero. Vol. 118: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Tomo II. Efraín Subero. Vol. 119: Notas históricas. Marcos Falcón Briceño. Vol. 120: Seis ensayos sobre estética prehispánica en Venezuela. Lelia Delgado R. Vol. 121: Reynaldo Hahn, caraqueño. Contribución a la biografía caraqueña de Reynaldo Hahn Echenagucia. Mario Milanca Guzmán. Vol. 122: De las dos orillas. Alfonso Armas Ayala. Vol. 123: Rafael Villavicencio más allá del positivismo. Rafael Fernández Heres. Vol. 124: Del tiempo heroíco. Rafael María Rosales. Vol. 125: Para la memoria venezolana. Maríanela Ponce. Vol. 126: Educación popular y formación docente de la Independencia al 23 de enero de 1958. Duilia Govea de Carpio. Vol. 127: Folklore y cultura en la península de Paria (Sucre) Venezuela. Angelina Pollak-Eltz y Cecilia Istúriz.
Vol. 128: La historia, memoria y esperanza. Armando Rojas. Vol. 129: La Guayana Esequiba. Dos etapas en la aplicación del Acuerdo de Ginebra. Rafael Sureda Delgado. Vol. 130: De hoy hacia ayer... Ricardo Azpúrua Ayala. Vol. 131: 21 Prólogos y un mismo autor. Juan Liscano. Vol. 132: Cultura y Política. Carlos Canache Mata. Vol. 133: Los actos administrativos de las personas privadas y otros temas de derecho administrativo. Carlos Felice Castillo. Vol. 134: Los procesos económicos y su perspectiva. D.F. Maza Zavala. Vol. 135: Temas lingüísticos y literarios. José María Navarro. Vol. 136: Voz de amante. Luis Miguel Isava Briceño. Vol. 137: Mariano Talavera y Garcés: una vida paradigmática. Francisco Cañizales Verde. Vol. 138: Venezuela es un invento. Homero Arellano. Vol. 139: Espejismos (Prosas dispersas). Pastor Cortés V. Vol. 140: Ildefonso Riera Aguinagalde. Ideas democristianas y luchas del escritor. Luis Oropeza Vásquez. Vol. 141: Asalto a la modernidad (López, Medina y Betancourt: del mito al hecho). Elizabeth Tinoco. Vol. 142: Para elogio y memoria. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 143: La huella del sabio: El Municipio Foráneo Alejandro de Humboldt. Luisa Veracoechea de Castillo. Vol. 144: Pistas para quedar mirando. Fragmentos sobre arte. María Elena Ramos. Vol. 145: Miranda. Por J. G. Lavretski (Traducción de Alberto E. Olivares). Vol. 146: Un Soldado de Simón Bolívar: Carlos Luis Castelli. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 147: Una docencia enjuiciada: La docencia superior (Bases andragógicas). Eduardo J. Zuleta R. Vol. 148: País de Latófagos (ensayos). Domingo Miliani. Vol. 149: Narradores en acción (Problemas epistemológicos, consideraciones teóricas y observaciones de campo en Venezuela). Daniel Mato. Vol. 150: David Vela: Un perfil biográfico. Julio R. Mendizábal. Vol. 151: Esa otra Historia. Miguel A. Martínez. Vol. 152: Estado y movimiento obrero en Venezuela. Dorothea Melcher. Vol. 153: Una mujer de dos siglos. Margot Boulton de Bottome. Vol. 154: La duda del escorpión: La tradición hetorodoxa de la narrativa latinoamericana. Beatriz González Stephan. Vol. 155: La palabra y discurso en Julio C. Salas. Susana Strozzi.
Vol. 156: El historicismo político. Fulvio Tessitore. Vol. 157: Clavimandora. Ludovico Silva. Vol. 158: Biografía de Juan Liscano. Nicolasa Martínez Bello, Sonia del Valle Moreno, María Auxiliadora Olivier Rauseo. Vol. 159: El régimen de tenencia de la tierra en Upata, una Villa en la Guayana venezolana. Marcos Ramón Andrade Jaramillo. Vol. 160: La Conferencia de París sobre la Banda Oriental. Víctor Sanz López. Vol. 161: Liceo Andrés Bello, un forjador de valores. Guillermo Cabrera Domínguez. Vol. 162: El paisaje del riel en Trujillo (1880-1945). José Angel Rodríguez. Vol. 163: Democracia sustantiva, democracia formal y hegemonía en Antonio Gramsci (el fenómeno del americanismo y el fordismo). Michel Mujica Ricardo. Vol. 164: Detalles galleguianos. Antonio Bastardo Casañas. Vol. 165: De Nicaragua a Cuba. Angel Sanjuan. Vol. 166: El Amor en Unamuno y sus contemporáneos. Luis Frayle Delgado. Vol. 167: La raigambre salesiana en Venezuela. Cien años de la primera siembra. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 168: Armando Zuloaga Blanco, Voces de una Caracas patricia. Ignacia Fombona de Certad. Vol. 169: Ciencia, educación y positivismo en el siglo XIX Venezolano. Luis Antonio Bigott. Vol. 170: El liceo Simón Bolívar y su promoción cincuentenaria. 1940-1945. Gonzalo Villamizar A. Vol. 171: El universo en la palabra (Lectura estético-ideológica de Abrapalabra). Catalina Gaspar. Vol. 172: Introducción a Homero. Primer Poeta de Europa. Alfonso Ortega Carmona. Vol. 173: Gremio de poetas. Mario Briceño Perozo. Vol. 174: El conocimiento sensorial en Aristóteles. Angel J. Cappelletti. Vol. 175: La Salle en Venezuela. Enrique Eyrich S. Vol. 176: Razón y empeño de unidad. Bolívar por América Latina. J.L. SalcedoBastardo. Vol. 177: Arqueología de Caracas, Escuela de Música José Angel Lamas, Vol. I. Mario Sanoja Obediente, Iraida Vargas A., Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Vol. 178: Arqueología de Caracas, San Pablo. Teatro Municipal. Vol. II. Iraida Vargas A., Mario Sanoja Obediente, Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Vol. 179: Ideas y mentalidades de Venezuela. Elías Pino Iturrieta. Vol. 180: El águila y el león: El presidente Benjamín Harrison y la mediación de los Estados Unidos en la controversia de límites entre Venezuea y Gran Bretaña. Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 181: El derecho de libertad religiosa en Venezuela. Pedro Oliveros Villa.
Vol. 182: Estudios de varia historia. José Rafael Lovera (en imprenta). Vol. 183: Convenio Venezuela-Santa Sede 1958-1964. Historia Inédita. Rafael Fernández Heres. Vol. 184: Orígenes de la pobreza en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 185: Humanismo y educación en Venezuela (Siglo XX). Rafael Fernández Heres. Vol. 186: El proceso penal en la administración de justicia en Venezuela 1700-1821. Antonio González Antías. Vol. 187: Historia del Resguardo Marítimo de su Majestad en la Provincia de Venezuela y sus anexas (1781-1804). Eulides María Ortega Rincones. Vol. 188: 18 de octubre de 1945. Legitimidad y ruptura del hilo constitucional. Corina Yoris-Villasana. Vol. 189: Vida y Obra de Pedro Castillo(1790-1858). Roldán Esteva-Grillet. Vol. 190: La Codificación Boliviana de Andrés de Santa Cruz. Amelia Guardia. Vol. 191: De la Provincia a la Nación: El largo y difícil camino hacia la integración político-territorial de Venezuela (1525-1935). Manuel Alberto Donís Ríos. Vol. 192: Ideas y Conflictos en la Educación Venezolana. Rafael Fernández Heres.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Serie El Libro Menor Vol. 1: Vol. 2:
El municipio, raíz de la república. Joaquín Gabaldón Márquez. Rebeliones, motines y movimientos de masas en el siglo XVIII venezolano (1730-1781). Carlos Felice Cirdot.
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El proceso de integración de Venezuela (1776-1793). Guillerrno Morón.
Vol. 4:
Modernismo y modernistas. Luis Beltrán Guerrero.
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Historia de los estudios bibliográficos humanísticos latinoamericanos. Libio Cardozo.
Vol. 6:
Para la historia de la comunicación social (ensayo). Manuel Rafael Rivero.
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El quijotismo de Bolívar. Armando Rojas.
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Memorias y fantasías de algunas casas de Caracas. Manuel Pérez Vila.
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Bolivariana. Arturo Uslar Pietri.
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Vol. 11:
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Vol. 12:
La respuesta de Gallegos (ensayos sobre nuestra situación cultural). Rafael To‑ más Caldera.
Vol. 13:
La República del Ecuador y el general Juan José Flores. Jorge Salvador Lara.
Vol. 14:
Estudio bibliográfico de la poesía larense. Juandemaro Querales.
Vol. 15:
Breve historia de Bulgaria. Vasil A. Vasilev.
Vol. 16:
Historia de la Universidad de San Marcos (1551-1980). Carlos Daniel Val‑ cárcel.
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Perfil de Bolívar. Pedro Pablo Paredes.
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Simón Rodríguez, pensador para América. Juan David García Bacca.
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La poética de Andrés Bello y sus seguidores. Lubio Cardozo.
Vol. 21:
El magisterio americano de Bolívar. Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Vol. 22:
La historia fea de Caracas y otras historias criminológicas. Elio Gómez Grillo.
Vol. 23:
Breve historia de Rumania. Mihnea Gheorghiu, N. S. Tanasoca, Dan Brin‑ dei, Florin Constantiniu y Gheorghe Buzatu.
Vol. 24:
Ensayos a contrarreloj. René De Sola.
Vol. 25:
Andrés Bello Americano -y otras luces sobre la Independencia. J.L. SalcedoBastardo.
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Viaje al interior de un cofre de cuentos (Julio Garmendia entre líneas). Julio Barroeta Lara.
Vol. 27:
Julio Garmendia y José Rafael Pocaterra. Dos modalidades del cuento en Vene‑ zuela. Italo Tedesco.
Vol. 28:
Luchas e insurrecciones en la Venezuela Colonial. Manuel Vicente Magallanes.
Vol. 29:
Panorámica de un período crucial en la historia venezolana. Estudio de los años 1840-1847. Antonio García Ponce.
Vol. 30:
El jardín de las delicias y otras prosas. Jean Nouel.
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Músicos y compositores del Estado Falcón. Luis Arturo Domínguez.
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Breve historia de la cartografía en Venezuela. Iván Drenikoff.
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Un pentágono de luz. Tomás Polanco Alcántara.
Vol. 35:
La academia errante y tres retratos. Mario Briceño Perozo.
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Transición (Política y realidad en Venezuela). Ramón Díaz Sánchez.
Vol 38:
Eponomía larense. Francisco Cañizales Verde.
Vol. 39:
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La memoria perdida. Raúl Agudo Freites.
Vol. 41:
Carriel número cinco (Un homenaje al costumbrismo). Elisa Lerner.
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Vol. 43:
Lo bello / Lo feo. Antonieta Madrid.
Vol. 44:
Cronicario. Oscar Guaramato.
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Ensayos temporales. Poesia y teoría social. Ludovico Silva.
Vol. 46:
Costumbre de leer. José Santos Urriola.
Vol. 47:
Cecilio Acosta, un signo en el tiempo. Manuel Bermúdez.
Vol. 48:
Leoncio Martínez, crítico de arte (1912-1918). Juan Carlos Palenzuela.
Vol. 49:
La maldición del fraile y otras evocaciones históricas. Luis Oropeza Vásquez.
Vol. 50:
Explicación y elogio de la ciudad creadora. Pedro Francisco Lizardo.
Vol. 51:
Crónicas sobre Guayana (1946-1968). Luz Machado
Vol. 52:
“Rómulo Gallegos”. Paul Alexandru Georgescu.
Vol. 53:
Diálogos con la página. Gabriel Jiménez Emán
Vol. 54:
El poeta del fuego y otras escrituras. Mario Torrealba Lossi.
Vol. 55:
Invocaciones (notas literarias). Antonio Crespo Meléndez.
Vol. 56:
Desierto para un “Oasis”. Ana Cecilia Guerrero.
Vol. 57:
Borradores. Enrique Castellanos.
Vol. 58:
Como a nuestro parecer. Héctor Mujica.
Vol. 59:
La lengua nuestra de cada día. Iraset Páez Urdaneta.
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Homenaje a Rómulo Gallegos. Guillermo Morón.
Vol. 61:
Ramón Díaz Sánchez. Elipse de una ambición de saber. Asdrúbal González.
Vol. 62:
La ciudad contigo. Pedro Pablo Paredes.
Vol. 63:
Incidencia de la colonización en el subdesarrollo de América Latina. Raúl Grien.
Vol. 64:
Lector de Poesía. José Antonio Escalona-Escalona.
Vol. 65:
Ante el bicentenario de Bolívar. El general José Antonio Páez y la memoria del Libertador. Nicolás Perazzo.
Vol. 66:
Diccionario general de la bibliografía caroreña. Alfredo Herrera Alvarez.
Vol. 67:
Breve historia de Bolivia. Valentín Abecia Baldivieso.
Vol. 68:
Breve historia de Canadá. J. C. M. Ogelsby. Traductor: Roberto Gabal‑ dón.
Vol. 69:
La lengua de Francisco de Miranda en su Diario. Francisco Belda.
Vol. 70:
Breve historia del Perú. Carlos Daniel Valcárcel.
Vol. 71:
Viaje inverso: Sacralización de la sal. María Luisa Lazzaro.
Vol. 72:
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Vol. 73:
Alegato contra el automóvil. Armando José Sequera.
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Caballero de la libertad y otras imágenes. Carlos Sánchez Espejo.
Vol. 75:
Reflexiones ante la esfinge. Pedro Díaz Seijas.
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Muro de confesiones. José Pulido.
Vol. 77: El irreprochable optimismo de Augusto Mijares. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 78:
La mujer de “El Diablo” y otros discursos. Ermila Veracoechea.
Vol 79:
Lecturas de poetas y poesía. Juan Liscano.
Vol. 80:
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Vol. 81:
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Vol. 82:
Ensayos. Oscar Beaujon.
Vol. 83:
Acción y pasión en los personajes de Miguel Otero Silva y otros ensayos. Alexis Márquez Rodríguez.
Vol. 84:
Revolución y crisis de la estética. Manuel Trujillo.
Vol. 85:
Lugar de crónicas. Denzil Romero.
Vol. 86:
Mérida. La ventura del San Buenaventura y la Columna. Lucas Guillermo Castillo Lara.
Vol. 87:
Frases que han hecho historia en Venezuela. Mario Briceño Perozo.
Vol. 88:
Científicos del mundo. Arístides Bastidas.
Vol. 89:
El jardín de Bermudo (Derecho, Historia, Letras). Luis Beltrán Guerrero.
Vol. 90:
Seis escritores larenses. Oscar Sambrano Urdaneta.
Vol. 91:
Campanas de palo. Luis Amengual H.
Vol. 92:
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Vol. 93:
La memoria y el olvido. Stefania Mosca.
Vol. 94:
Cuando el henchido viento. Juan Angel Mogollón.
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Ideario pedagógico de Juan Francisco Reyes Baena. Pedro Rosales Medrano.
Vol. 96:
La conspiración del Cable Francés. Y otros temas de historia del periodismo. Eleazar Díaz Rangel.
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El escritor y la sociedad. Y otras meditaciones. Armando Rojas.
Vol. 98:
De propios y de extraños (Crónicas, artículos y ensayos) 1978-1984. Carmen Mannarino.
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Agua, silencio, memoria y Filisberto Hernández. Carol Prunhuber.
Vol. 100: Los más antiguos. Guillermo Morón. Vol. 101: Reportajes y crónicas de Carora. José Numa Rojas. Vol. 102: Jardines en el mundo. Teódulo López Meléndez. Vol. 103: Crónicas y testimonios Elio Mujica. Vol. 104: La memoria de los días. Yolanda Osuna. Vol. 105: Tradiciones y leyendas de Zaraza. Rafael López Castro. Vol. 106: Tirios, troyanos y contemporáneos. J.J. Armas Marcelo. Vol. 107: Guzmán Blanco y el arte venezolano. Roldán Esteva Grillet Vol. 108: Breve historia de lo cotidiano. Con ciertos comentarios de Guillermo Mo‑ rón. Pedro León Zapata. Vol. 109: Lectura de un cuento. Teoría y práctica del análisis del relato. Alba Lía Ba‑ rrios. Vol. 110: Fermín Toro y las doctrinas económicas del siglo XIX. José Angel Ciliberto. Vol. 111: Recuerdos de un viejo médico. Pablo Alvarez Yépez. Vol. 112: La ciudad de los lagos verdes. Roberto Montesinos Vol. 113: Once maneras de ser venezolano. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 114: Debajo de un considero me puse a considerar... Lubio Cardozo. Vol. 115: Variaciones / I. Arturo Croce. Vol. 116: Variaciones / II Arturo Croce. Vol. 117: Crónicas de la Ciudad Madre. Carlos Bujanda Yépez Vol. 118: Tu Caracas, Machu. Alfredo Armas Alfonzo. Vol. 119: Bolívar siempre. Rafael Caldera. Vol. 120: Imágenes, voces y visiones (Ensayos sobre el habla poética). Hanni Ossott. Vol. 121: Breve historia de Chile. Sergio Villalobos R. Vol. 122: Orígenes de la cultura margariteña. Jesús Manuel Subero. Vol. 123: Duendes y Ceretones. Luis Arturo Domínguez. Vol. 124. El Estado y las instituciones en Venezuela (1936-1945). Luis Ricardo Dávila.
Vol. 125: Crónicas de Apure. Julio César Sánchez Olivo. Vol. 126: La lámpara encendida (ensayos). Juan Carlos Santaella. Vol. 127: Táriba, historia y crónica. L. A. Pacheco M. Vol 128: Notas apocalípticas (Temas Contraculturales). Ennio Jiménez Emán. Vol. 129: Simbolistas y modernistas en Venezuela. Eduardo Arroyo Alvarez. Vol. 130: Relatos de mi andar viajero. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 131: Breve historia de la Argentina. José Luis Romero. Vol. 132: La Embajada que llegó del exilio. Rafael José Neri. Vol. 133: El orgullo de leer. Manuel Caballero. Vol. 134: Vida y letra en el tiempo (Ocho Prólogos y dos discursos). José Ramón Medina. Vol. 135: La pasión literaria (1959-1985). Alfredo Chacón. Vol. 136: Una Inocente historia (Con Relatos de Inocente Palacios). María Matilde Suárez. Vol. 137: El fiero (y dulce) instinto terrestre / Ejercicios y ensayos José Balza. Vol. 138: La leyenda es la poesía de la historia. Pedro Gómez Valderrama. Vol. 139: Angustia de expresar. René De Sola. Vol. 140: Todo lo contrario. Roberto Hernández Montoya. Vol. 141: Evocaciones de Cumaná, Puerto Cabello y Maracaibo. Lucas Guillermo Cas‑ tillo Lara. Vol. 142: Cantos de Sirena. Mercedes Franco. Vol. 143: La Patria y más allá. Francisco Salazar. Vol. 144: Leyendo América Latina. Poesía, ficción, cultura. J.G. Cobo Borda. Vol. 145: Historias de la noche. Otrova Gomas. Vol. 146: Salomniana. Asdrúbal González. Vol. 147: Croniquillas españolas y de mi amor por lo venezolano. José Manuel Castañón. Vol. 148: Lo pasajero y lo perdurable. Nicolás Cócaro. Vol. 149: Palabras abiertas. Rubén Loza Aguerrebere. Vol. 150: Son españoles. Guillermo Morón. Vol. 151: Historia del periodismo en el Estado Guárico. Blas Loreto Loreto. Vol. 152: Balza: el cuerpo fluvial. Milagros Mata Gil. Vol. 153: ¿Por qué escribir? (Juvenalias). Hugo Garbati Paolini. Vol. 154: Festejos (Aproximación crítica a la narrativa de Guillermo Morón). Juande‑ maro Querales. Vol. 155: Breve historia de Colombia. Javier Ocampo López. Vol. 156: El libro de las Notas. Eduardo Avilés Ramírez.
Vol. 157: Grabados. Rafael Arráiz Lucca. Vol. 158: Mi último delito. Crónicas de un boconés (1936-1989). Aureliano González. Vol. 159: El viento en las Lomas. Horacio Cárdenas. Vol. 160: Un libro de cristal (Otras maneras de ser venezolano). Tomás Polanco Alcán‑ tara. Vol. 161: El paisaje anterior. Bárbara Piano. Vol. 162: Sobre la unidad y la identidad latinoamericana. Angel Lombardi. Vol. 163: La gran confusión. J.J. Castellanos. Vol. 164: Bolívar y su experiencia antillana. Una etapa decisiva para su línea política. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 165: Cristóbal Mendoza, el sabio que no muere nunca. Mario Briceño Perozo. Vol. 166: Lecturas antillanas. Michaelle Ascensio. Vol. 167: El color humano. 20 pintores venezolanos. José Abinadé. Vol. 168: Cara a cara con los periodistas. Miriam Freilich. Vol. 169: Discursos de ocasión. Felipe Montilla. Vol. 170: Crónicas de la vigilia (Notas para una poética de los ’80). Leonardo Padrón. Vol. 171: Sermones laicos. Luis Pastori. Vol. 172: Cardumen. Relatos de tierra caliente. J.A. de Armas Chitty. Vol. 173: El peor de los oficios. Gustavo Pereira. Vol. 174: Las aventuras imaginarias (Lectura intratextual de la poesía de Arnaldo Acos‑ ta Bello). Julio E. Miranda. Vol. 175: La desmemoria. Eduardo Zambrano Colmenares. Vol. 176: Pascual Venegas Filardo: Una vocación por la cultura. José Hernán Albornoz. Vol. 177: Escritores en su tinta (Entrevistas, reseñas, ensayos). Eloi Yagüe Jarque. Vol. 178: El día que Bolívar... (44 crónicas sobre temas poco conocidos, desconocidos o inéditos de la vida de Simón Bolívar). Paul Verna. Vol. 179: Vocabulario del hato. J.A. de Armas Chitty. Vol. 180: Por los callejones del viento. Leonel Vivas. Vol. 181: Rulfo y el Dios de la memoria. Abel Ibarra. Vol. 182: Boves a través de sus biógrafos. J. A. de Armas Chitty. Vol. 183: La Plaza Mayor de Mérida. Historia de un tema urbano. Christian Páez Rivadeneira. Vol. 184: Territorios del verbo. Sabas Martín. Vol. 185: El símbolo y sus enigmas. Cuatro ensayos de interpretación. Susana Benko. Vol. 186: Los pájaros de Majay. Efraín Inaudy Bolívar. Vol. 187: Blas Perozo Naveda: La insularidad de una poesía. Juan Hildemaro Querales.
Vol. 188: Breve historia del Ecuador. Alfredo Pareja Diezcanseco. Vol. 189: Orinoco, irónico y onírico. Régulo Pérez. Vol. 190: La pasión divina, la pasión inútil. Edilio Peña. Vol. 191: Cuaderno venezolano para viajar (leer) con los hijos. Ramón Guillermo Ave‑ ledo. Vol. 192: Pessoa, la respuesta de la palabra. Teódulo López Meléndez. Vol. 193: Breve historia de los pueblos árabes. Juan Bosch. Vol. 194: Pensando en voz alta. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 195: Una historia para contar. Rafael Dum. Vol. 196: La saga de los Pulido. José León Tapia. Vol. 197: San Sebastián de los Reyes y sus ilustres próceres. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 198: Iniciación del ojo. Ensayo sobre los valores y la evolución de la pintura. Joaquín González-Joaca. Vol. 199: Notas y estudios literarios. Pascual Venegas Filardo. Vol. 200: Pueblos, aldeas y ciudades. Guillermo Morón. Vol. 201: Zoognosis: el sentido secreto de los animales en la mitología. Daniel Medvedov. Vol. 202: Los Estados Unidos y el bloqueo de 1902. Deuda externa: agresión de los nue‑ vos tiempos. Armando Rojas Sardi. Vol. 203: Mundo abierto (Crónicas dispersas). Efraín Subero. Vol. 204: El ojo que lee. R.J. Lovera De-Sola. Vol. 205: La Capilla del Calvario de Carora. Hermann González Oropeza, S.J. Vol. 206: El dios salvaje. Un ensayo sobre “El corazón de las tinieblas”. Edgardo Mon‑ dolfi. Vol. 207: Breve historia del Japón. Taraõ Sakamoto. Vol. 208: La mirada, la palabra. Rafael Fauquié. Vol. 209: José Antonio Anzoátegui. Jóvito Franco Brizuela. Vol. 210: El fin de la nostalgia. Antonio Crespo Meléndez. Vol. 211: Sin halagar al diablo, sin ofender a Dios. Ramón Gutiérrez. Vol. 212: Lecturas. Francisco Pérez Perdomo. Vol. 213: Sobre Ramón Pompilio. Alberto Alvarez Gutiérrez. Vol. 214: Anécdotas de mi tierra. Miguel Dorante López. Vol. 215: Pensar a Venezuela. Juan Liscano. Vol. 216: Crónicas irregulares. Iván Urbina Ortiz. Vol. 217: Lecturas guayanesas. Manuel Alfredo Rodríguez. Vol. 218: Conversaciones de memoria. José Luis Izaguirre Tosta. Vol. 219: El viejo sembrador. Ramón Pompilio Oropeza.
Vol. 220: Crónicas. Agustín Oropeza. Vol. 221: Para una poética de la novela “Viaje Inverso”. Haydée Parima. Vol. 222: Enseñanza de la historia e integración regional. Rafael Fernández Heres. Vol. 223: Breve historia del Caribe. Oruno D. Lara. Vol. 224: Miguel Sagarzazu, héroe y médico. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 225: Tucacas. Desde el umbral histórico de Venezuela. Manuel Vicente Magalla‑ nes. Vol. 226: Los Cumbes. Visión panorámica de esta modalidad de rebeldía negra en las colonias americanas de España y Portugal. Edmundo Marcano Jiménez. Vol. 227: 11 Tipos. Juan Carlos Palenzuela. Vol. 228: Venezuela en la época de transición. John V. Lombardi. Vol. 229: El primer periódico de Venezuela y el panorama de la cultura en el siglo XVIII. Ildefonso Leal. Vol. 230: Los 9 de Bolívar. J.L. Salcedo-Bastardo. Vol. 231: Andrés Bello y la Historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela 1810-1960. Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la Economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación y prólogo de José Rafael Lovera. Vol. 236: Páez y Arte Militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Ma‑ nuel Alberto Donis Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza de los historiadores antiguos y crónica de India. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes.
Serie Libro Breve Vol. 231: Bello y la historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela (1810-1960). Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y Gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación
y Prólogo de José Rafael Lovera.
Vol. 236: Páez y el arte militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Ma‑ nuel Alberto Donís Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza en los historiadores antiguos y en la Crónica de Indias. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca. Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes. Vol. 241. Las visitas pastorales de Monseñor Antonio Ramón Silva. Jesús Rondón Nucete. Vol. 242: General de armas tomar. La actividad conspirativa de Eleazar López Contreras durante el trieno (1945-1948). Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 243: La personalidad íntoma de Lisandro Alvarado. Janette García YépezPedro Rodríguez Rojas. Vol. 244: De trapiches a centrales azucareros en Venezuela. Siglos XIX y XX. Catalina Banko.
Editado por la ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Impreso en los talleres litográficos de GRAFICAS FRANCO, c.a. Noviembre de 2009 teléfonos: (0212) 483.2574 - 3396 - fax: (0212) 481.3549 email: johnfrancog@cantv.net Caracas-Venezuela Se utilizó papel Tamcreamy 55 grs 500 ejemplares