COMISIÓN DE PUBLICACIONES SIMÓN ALBERTO CONSALVI ELÍAS PINO ITURRIETA PEDRO CUNILL GRAU INÉS QUINTERO GERMÁN CARRERA DAMAS
ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA CARACAS-VENEZUELA ENERO-MARZO 2010
IMPRESIÓN GRAFICA FRANCO
DEPÓSITO LEGAL 19123DF132
ISSN 0254-7325
ÍNDICE PÁG. 5
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BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA .......................................................................
PRESENTACIÓN
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LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA: PROPUESTAS PARA COHABITAR CON SUS ESTATUAS ELÍAS PINO ITURRIETA
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NO SOLO LOS CARAQUEÑOS FUERON LEALES AL REY DE ESPAÑA. LA CONFORMACIÓN DE JUNTAS PROVINCIALES DEFENSORAS DE LOS DERECHOS DE FERNANDO VII EN LA VENEZUELA DE 1810
ÁNGEL ALMARZA PÁG. 43
ORÍGENES DE LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA ÁNGEL CESAR RIVAS
PÁG. 125
¿EL 19 DE ABRIL DE 1810 ES O NO EL DÍA INICIATIVO DE NUESTRA INDEPENDENCIA? ARÍSTIDES ROJAS
PÁG. 137
PÁG. 149 PÁG. 151
¿EL 19 DE ABRIL DE 1810 ES O NO EL DÍA INICIATIVO DE NUESTRA INDEPENDENCIA? RAFAEL SEIJAS
ESTUDIOS ................... UNA VOZ DE ESPAÑA ATRAPADA EN LA CONTIENDA: LA LABOR PERIODÍSTICA DE JOSEPH BLANCO WHITE AL FRENTE DE EL ESPAÑOL (LONDRES, 1810-1811)
EDGARDO MONDOLFI PÁG. 169
DOCUMENTOS ............................
PÁG. 173
RELACIÓN DE EMPARAN AL REY
PÁG. 185
EL 19 DE ABRIL DE 1810
PÁG. 197
CAUSA DE INFIDENCIA A JUAN DE ESCALONA
PÁG. 211
VIDA DE LA ACADEMIA ..........................................
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COLECCIÓN BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA ..............................................................................................
BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
PRESENTACIÓN
La Academia Nacional de la Historia comienza este año Bicentenario con nuevo rostro para su boletín. Siempre las fiestas son propicias para refrescar la imagen. Pero, más importante aún, ofrecen momentos oportunos para la reflexión. Se trata de aprovechar el interés que estas celebraciones concitan en la sociedad para que los investigadores aporten nuevas luces y aborden desde otros ángulos estos hechos. El Boletín de la Academia Nacional de la Historia dedica este año buena parte de su espacio a estos propósitos. Abre este nuevo boletín con una ponencia del Director de la Academia Nacional de la Historia, Dr. Elías Pino Iturrieta, presentada en el Congreso Extraordinario de la Asociación de Academias Iberoamericanas de la Historia. En ella el Dr. Pino Iturrieta, luego de hacer un balance sobre la historia patria y los problemas que produce en la sociedad esta visión de nuestro pasado, pasa a proponer nuevas líneas de investigación para acercarse al periodo de la independencia. El Boletín se propone servir de vitrina a los trabajos que apunten en esta dirección. Las distintas regiones de Venezuela no son solamente espectadoras de los sucesos del 19 de abril de 1810. Son actores importantísimos que una parte de la historiografía ha dejado de lado para privilegiar a la capital. El trabajo de Ángel Almarza, No solo los caraqueños fueron leales al rey de España, aborda las distintas reacciones que ocurren en las principales ciudades de la Capitanía General de Venezuela luego del 19 de abril. Es imprescindible prestar atención a estas reacciones regionales para enriquecer el debate que se suscita durante este bicentenario. En este boletín se retoman reflexiones que que en su momento representaron un refrescamiento en los estudios sobre nuestra independencia y cuyos puntos de vista pueden propiciar nuevas reflexiones. Presentamos, entonces, el discurso de incorporación de Ángel Cesar Rivas Orígenes de la Indepedencia. Ángel Cesar Rivas es uno de los primeros historiadores en combatir la leyenda negra de la colonia española. Su discurso, a contracorriente de la historiografía de la época, busca en el periodo colonial los factores que ayudan a entender la forma en que se produjo la Independencia en Venezuela. Toda su disertación sobre el Cabildo, eminente institución española, sirve para otros histo-
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
riadores al momento de aproximarse a los hechos del 19 de abril y estamos seguros de que los lectores contemporáneos encontrarán útiles sus reflexiones. Acompañando el discurso de Ángel Cesar Rivas, incluimos los ensayos de Arístides Rojas y Rafael Seijas presentados en el concurso organizado por el Gobierno Nacional en 1877 para celebrar el 28 de octubre, día de San Simón. El título del concurso ¿El 19 de abril de 1810 es o no el día iniciativo de nuestra independencia? invita a los autores a dar respuesta a una pregunta que aun hoy, doscientos años después, es tema de debate. El Dr. Edgardo Mondolfi presenta en este volumen su trabajo titulado Una voz de España atrapada en al Contienda: la labor periodística de Joseph Blanco White al frente de El Español, en el cual hace una revisión de la transformación que este autor sufrió a los ojos de sus contemporáneos, tanto españoles como venezolanos, por su postura a medio camino entre la independencia y la monarquía absoluta. Cómo pasa de personaje estimado por los miembros de la Junta de Caracas a ser, al cabo de un año, un personaje denostado por los revolucionarios venezolanos. Interesantes ideas surgen de este ensayo, no sólo acerca de este personaje sino sobre el tratamiento que los historiadores le han dado a su figura. Incluimos en este volumen una serie de documentos acerca del 19 de abril. Primero presentamos la relación que hace el Capitán General Vicente Emparan al Rey acerca de los hechos acaecidos en Caracas en el año de 1810. El recién depuesto Capitán General ya ha abandonado la provincia de Venezuela pero no ha comenzado su viaje a España. Emparan le escribe al Rey para dar cuenta de los hechos que no duda en calificar como sedición por parte de los blancos criollos del Cabido de Caracas. De igual forma se publica el extracto sobre la Junta de Caracas de la obra Compendio de Historia de Venezuela, de Francisco Javier Yánez, quien al igual que Emparan es protagonista de los hechos del 19 de abril; pero escribe muchos años después y con una visión más histórica. Complementan esta selección los documentos de la causa de infidencia seguida a Juan de Escalona por el asesinato de unos partidarios del Rey. Todos estos documentos van a contracorriente de lo que la historia patria propugna y al ser contrastados con los estudios que presentamos pueden despertar nuevas interpretaciones sobre estos hechos. Bienvenido sea el año Bicentenario de nuestra independencia por el Boletín de la Academia Nacional de la Historia con nueva imagen pero con el mismo afán de reflexión que siempre ha acompañado a la corporación.
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ESTUDIOS
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ESTUDIOS
LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA: PROPUESTAS PARA COHABITAR CON SUS ESTATUAS* ELÍAS PINO ITURRIETA**
El estudio de la Independencia de Venezuela se caracteriza por la extralimitación. Tal vez el encomio exagerado de los pasos que conducen a la separación de España no sea exclusividad nacional, pero en el caso de los sucesos emprendidos por los caraqueños a partir de 1810 se advierte un entendimiento exagerado que aconseja el planteamiento de observaciones y sugerencias provenientes de la historiografía profesional, a ver si se aproximan a la misión casi imposible de colocar las cosas en lugar plausible. El hecho de que en las guerras de la época destaque un artífice como Simón Bolívar complica el panorama, pues el entendimiento de las obras del héroe de mayor trascendencia que haya nacido en el país refuerza la orientación a reconstruir una escena de gigantes capaz de resucitar en las vivencias de la posteridad. En la ponencia que ahora comienza se acaricia la alternativa de sugerir entendimientos diversos del suceso y de sus protagonistas, tal vez esfuerzo baldío ante el empeño que pondrán los oficialismos en la conmemoración del bicentenario de la gesta, pero compromiso con un trabajo que no debe responder a las campanadas usualmente atronadoras de los sacristanes de costumbre. Pero lo que viene de seguidas no trata de escamotear los logros de entonces, sino sólo sugerir, desde la perspectiva de una historiografía capaz de reconstruir el pasado sin la ingerencia de factores extraños, interpretaciones más apegadas a una realidad en la cual se han regodeado la retórica y la política hasta nuestros días. En consecuencia, se parte ahora de considerar el fenómeno dentro de la trascendencia que en si mismo encierra. La liquidación del imperio hispánico y la fundación de un mapa estable de repúblicas en la primera mitad del siglo xix, cuando aún la topografía política de occidente debe esperar para asentarse, es un hecho medular. La posibilidad de convertir en asunto concreto las ideas de la modernidad en un territorio dispuesto para una *
Ponencia presentada en el Congreso Extraordinario de la Asociación de Academias Iberoamericanas de la Historia. Quito, 2009.
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Individuo de número de Academia Nacional de la Historia, Sillón letra “N”.
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renovación, mientras el Antiguo Régimen pugna en Europa por el restablecimiento, obliga a un análisis diferente del mundo. La aparición de unos interlocutores flamantes y de mercados libres del control metropolitano mueve a otros usos en las relaciones internacionales. Los arquitectos del proceso, desconocidos al principio más allá de las fronteras lugareñas, se transforman en celebridades que han hecho morder el polvo a una de las potencias más influyentes del globo, o ascienden al poder en medio de grandes expectativas. Nadie puede negar una metamorfosis de tal magnitud, pero nadie puede tampoco oponerse a la necesidad de visitarla otra vez sin los prejuicios del observador incauto y entusiasta. Tampoco debe escapar a nuestro entendimiento la búsqueda que se comienza a hacer de esos hechos cuando se estrena el Estado nacional, cuyos actores no encuentran mejor linterna para iniciar una ruta de incertidumbres. La república naciente, convertida en desierto por la inclemencia de la guerra, debe acudir al pasado próximo para sacar de sus hechos la fuerza necesaria en la inauguración del periplo. No puede mirar hacia más atrás porque luchó contra los antecedentes remotos. En la epopeya que acaba de terminar encuentra abono un sentimiento susceptible de unificar a la sociedad, mientras se transita de la pesadilla de los combates a la pesadilla de un contorno agobiado por las urgencias. La apología de esos paladines y de sus hazañas debe ayudar en el tránsito de una senda tortuosa. Un pueblo que al lograr su emancipación descubre que tiene un trabajo pendiente, pero que apenas posee las herramientas para realizarlo, siente que el tiempo transcurrido fue mejor. Un pueblo que deja de pelear contra el Imperio para sacarse las tripas en casa le hace un monumento a quienes, según está dispuesto a jurar, cumplieron a cabalidad su cometido. Hay suficientes elementos, pues, para entender las jaculatorias y el abandono crítico que comienzan a florecer cuando se apagan los humos de la contienda. Pero actualmente, distantes los sucesos y frente a problemas de entendimiento de una contemporaneidad cuyas urgencias no se remiendan con la reiteración de estereotipos en torno a una época dorada, conviene una apreciación diversa. Es lo que se procurará en adelante. Es abundante la bibliografía que estudia la Independencia desde una perspectiva apologética. La sola elaboración de su nómina sería trabajo de nunca acabar. Para los propósitos de ahora apenas se hará referencia a dos obras fundamentales, el Resumen de la Historia de Venezuela, escrito por Rafael María Baralt en 1842, y Venezuela heroica, de Eduardo Blanco, publicada en 1881. El manual de Baralt es encargado por el presidente José Antonio Páez para que se convierta en memoria fundacional de la república, auspiciado por los altos poderes y promovido como brújula por los hombres que han saltado de los campos de batalla a la batuta del Estado Nacional. El texto
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de Blanco forma parte de los homenajes patrióticos que promueve el presidente Antonio Guzmán Blanco, quien orquesta la apoteosis del Centenario del Libertador y se proclama como heredero de las glorias de un semidiós que vuelve de la tumba para iluminar a los hijos descarriados. Unas letras de encargo para la iniciación republicana y un ditirambo que gozará del favor de los lectores hasta llegar a la celebridad, como se puede constatar en la sucesión de numerosas ediciones, pueden resumir la tendencia que ha distorsionado el estudio de nuestro asunto y sobre cuyos resultados se sugerirá un análisis diverso. Para una apreciación del texto de Baralt puede servir ahora la cita de unos fragmentos sobre el legado de la cultura española. Así, por ejemplo: “ […] se veía con asombro convertida la América en un gran pueblo sin tradiciones, sin vínculos filiales, sin apego a sus mayores, obediente sólo por hábito e impotencia. ¿De qué provenía en Venezuela tan extraña novedad? […] De la incomunicación casi absoluta en que por mucho tiempo estuvo […] con todo el mundo, y aun con la metrópoli; incomunicación que produjo a un tiempo el efecto de conservar sin mezclas extranjeras las costumbres, y el de borrar los recuerdos españoles en el suelo de sus conquistas […] Otra causa de ello fue la falta de instrucción general, y muy particularmente la del cultivo de las bellas letras. En Venezuela no existió nunca una clase en donde se enseñaran la historia de España y su literatura, y aun a fines del siglo XVIII, cuando el comercio y la educación pública habían recibido mayor ensanche, las primeras ideas de los naturales acerca de las humanidades las aprendieron en libros extranjeros” 1.
Otro elocuente fragmento: “Por otra parte, los colonos de raza europea no tuvieron relaciones con el pueblo conquistado: este, mantenido en tutela y despreciado, continuó siendo extranjero para la nueva sociedad. Por lo que hace a sí mismos, miraron con igual indiferencia las membranzas del país de su origen y las de aquel en que nacieron: su historia monótona, tan diversa de los cuadros amenos y variados de las colonias antiguas, no era conocida; y en sus dulces y enervados climas, donde la igualdad de las estaciones hace imperceptible el camino de la vida, gozaron y olvidaron sin dedicar un pensamiento al porvenir, ni una mirada a los pasados tiempos. Por esto y por no haber tenido un vecino poderoso y sabio que le sirviese de maestro, ni existencia política,
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Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la Historia de Venezuela, desde el descubrimiento de su territorio por los castellanos en el siglo XV, hasta el año de 1797. Curazao, Imprenta de Bethencourt e Hijos, 1887, pp. 434-435.
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ni parte alguna en las agitaciones del mundo, vino a componerse en Venezuela de criollos indolentes, de indios embrutecidos y de otras clases, cuyos únicos recuerdos se ligaban con una cadena de sufrimientos a la servidumbre” 2.
Eduardo Blanco, por su parte, hace una serie de presentaciones titánicas de la Independencia, en las cuales la naturaleza se mezcla con sorprendentes desafíos, como aquellos que puede recoger un viajero con sólo pernoctar en el Olimpo. Aparecen cuando el autor habla de los antecedentes del proceso. Los factores susceptibles de conducir a la separación de España se transforman en un arrebato que preludia la aparición de lapitas, monstruos y centauros. Escribe: “De súbito, un grito más poderoso aun que los rugidos de la tempestad, un sacudimiento más intenso que las violentas palpitaciones de los Andes, recorre el Continente; y una palabra mágica, secreto de los siglos, incomprensible para la multitud, aunque propicia a Dios, se pronuncia a la faz del león terrible, guardián de las conquistas de Castilla. El viento la arrebata y la lleva en sus alas al través del espacio como un globo de fuego que ilumina y espanta. Despiertan los dormidos ecos de nuestras montañas, y cual centinelas que se alertan, la repiten en coro: las llanuras la cantan en sus palmas flexibles: los ríos la murmuran en sus rápidas ondas: y el mar, su símbolo, la recoge y envuelve entre blancas espumas, y va a arrojarla luego, como reto de muerte, en las playas que un día dejó Colón para encontrar el mundo […] Al grito de libertad que el viento lleva del uno al otro extremo de Venezuela, con la eléctrica vibración de un toque de rebato, todo se conmueve y palpita; la naturaleza misma padece estremecimientos espantosos; los ríos se desbordan e invaden las llanuras; ruge el jaguar en la caverna; los espíritus se inflaman como al contacto de una llama invisible; y aquel pueblo incipiente, tímido, medroso, nutrido con el funesto pan de las preocupaciones, sin ideal soñado, sin anales, sin ejemplos; tan esclavo de la ignorancia como de su inmutable soberano; rebaño más que un pueblo […] transformóse en un día en un pueblo de héroes. Una idea lo inflamó: la emancipación del cautiverio. Una sola inspiración lo convirtió en gigante: la libertad” 3.
¿Habla del inicio de un movimiento político como los que usualmente suceden, o como el que realmente sucedió entonces? Compone el prólogo de un sismo cuyo motivo es la conjugación de ideales nobles con los impulsos de la naturaleza. Pero en el epicentro no aparecen los sujetos que debieron emprender la faena, sino fuerzas superiores e incontenibles. Los resortes de la Independencia son elementos como el
Ibídem, p. 436.
Eduardo Blanco, Venezuela heroica. Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1981, pp. xix-xx.
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nevero, la ventisca y la tiniebla desgarrados por un pensamiento inmarcesible. Habla de la hija de la tormenta, pero jamás de un proyecto alentado por seres humanos. Cuando debe poner a los personajes dentro de un teatro cuyos orígenes se presentan según apreciamos, los adjetivos se ocupan de concederles una patente de nobleza que les impida la vergüenza de desentonar. Cada uno porta una clámide como la de los actores de la antigüedad, no en balde deben moverse como ellos entre el Pelión, el Ossa y el Olimpo. La guerra de Independencia, de acuerdo con Eduardo Blanco, es un eslabón de la bizarría clásica, no en balde agrega: “Allí las ruinas de la patria de Príamo; allí el suelo aún palpitante de Maratón, Platea y las Termópilas; allí el Granico, Issus y Arbela; allí los campos de Trasimeno y Cannas; allí los de Farsalia y Munda; allí Actium con sus olas furiosas que proclaman la muerte de la Roma republicana […] Acaso no haya pueblo que deje de poseer uno de esos pedazos de tierra reverenciados por el patriotismo, consagrados por la sangre en ellos derramada. Boyacá, Carabobo y Ayacucho, hablan más alto a nuestro espíritu, que los poemas inmortales en que Homero y Virgilio narraron las proezas de los antiguos héroes: campos memorables donde aun resuena como eco misterioso el fragor del combate, las vibraciones del clarín y el grito de victoria” 4.
Hay un solo campo de Marte, comenzado en Maratón y perfeccionado en Ayacucho. De allí que, como leemos en otro lugar de la obra: “acaso al gran Homero y a Virgilio y a Tasso no le falten en nuestro suelo dignos imitadores” 5. Es evidente que consiguen sucedáneo en el autor de Venezuela heroica, quien después de los parangones mete a los protagonistas de su historia en los atuendos confeccionados por los bardos de Grecia y Roma para encumbrar a sus criaturas. Veamos un solo ejemplo, relativo a los oficiales que participan en la batalla de La Victoria: “Montilla da alto ejemplo por su valor e hidalguía, es el prototipo de los antiguos paladines […] Rivas-Dávila es un meteoro de fúlgidos reflejos […] Murió como Epaminondas, en los brazos del triunfo y de la gloria […] Soublette es el Arístides americano. Esforzado en la lucha, prudente en el consejo; a las condiciones del guerrero une las dotes eminentes del filósofo y de hombre de estado” 6. Nadie puede entender cómo de las tinieblas de don Rafael María se eleve un pueblo a la cumbre de las Termópilas construida por don Eduardo, pero es el caso que la píldora de ese curioso tránsito se ha tragado sin cautela en el país para que se continúe nadando en un mar de “explicaciones” insostenibles. Ibídem, pp. 5-6.
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Ibid. p. 32.
Ibid. p. 16.
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Espera el ponente que basten estas perlas de un collar atesorado en las aulas y en las bibliotecas venezolanas desde el momento de su fragua, así como los fragmentos de Baralt mostrados antes, para resumir la orientación predominante en la apreciación de la Independencia, y para despertar las ganas de cambiarla. Gracias a la fundación de las escuelas universitarias de Historia y al consecuente desarrollo de una historiografía profesional con toda la barba, puesta en marcha desde entonces, se ha investigado de manera escrupulosa y densa el período, sin provocar una metamorfosis real del conocimiento en las grandes capas de la población todavía sujetas a las antiguas apologías y a las absurdas cerrazones; no sólo por la precedencia de ellas frente a los destinatarios sino también por la acción de los gobiernos, cuyas cabezas, independientemente de su orientación ideológica, se han solazado en la recreación de un santoral del cual sacan provecho en cada posteridad anunciándose, sino como sus criaturas, como sus albaceas. Existe un nuevo conocimiento de la Independencia de Venezuela, pues, pero limitado a un cenáculo de usuarios e infructuoso en la tarea de divulgar su aporte en términos masivos. Permanecen los lugares comunes del principio y, según se puede pensar sin exageración, conmemoraciones como la del Bicentenario los pueden apuntalar, o aprovecharse de ellos para llevar la brasa hacia la sardina más apetecible para el régimen de turno, mientras los historiadores apenas ocupan espacios limitados o subalternos en la difusión de sus obras. Dentro de los confines de su presupuesto, cada vez más estrechos, la Academia Nacional de la Historia de Venezuela ha puesto en marcha la Colección Bicentenario de la Independencia, con el auxilio de las universidades nacionales y de otras instituciones relacionadas con el área. Pretende la edición de las fuentes primarias de la época, tanto republicanas como realistas, con estudios preliminares a través de los cuales se asomen las interpretaciones que más se ajusten a la realidad de entonces y a los contenidos que preceden. Así mismo, la publicación de obras posteriores que, pese a su trascendencia, no han llegado a públicos masivos. Tal vez no cumplan el propósito de ofrecer las versiones que requiere un suceso juzgado según se ha sugerido ahora a través de pasajes de dos obras excesivas, pues las apuestas del gobierno, según se puede pronosticar sin temor a equivocaciones, tienden a ganar el juego de la extralimitación; pero se hará lo necesario para cumplir el compromiso propio de la Corporación. La ocasión de hoy, por cierto, no sólo sirve para estas informaciones someras, sino también para sugerir la alternativa de que entre todas las Academias se haga un trabajo parecido en torno a los hechos de la Independencia, analizados desde una perspectiva continental y a través de ópticas diversas, según pueda proponerse en adelante de común acuerdo, si nos alcanzan la fuerza y los dineros.
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Pero, aparte de lo que pensemos en conjunto aquí y sólo en relación con los fenómenos venezolanos, de seguidas se proponen unos planteamientos a través de los cuales se puede desembocar en análisis más objetivos. No refieren sino a aportes e ideas procedentes, desde hace décadas, del empeño de la historiografía profesional que merecen mayor difusión, o trabajos de profundización, sin ninguna pretensión de intrepidez ni de originalidad, pero sin los cuales continuará fluctuando el estudio de la Independencia entre la estrechez y la hipérbole aludidas antes. Veamos, en forma somera, los que parecen más dignos de atención. 1. Las relaciones de la Independencia con la sociedad colonial: en lugar de insistir en la fractura que se opera entonces entre las vicisitudes del antiguo régimen y la vida que comienza a florecer, ¿por qué no detenerse en la demostración del hecho de que no pudo darse el divorcio sin que crecieran y se fortalecieran en el seno del proceso anterior sus criaturas más robustas, esto es, los miembros de un cenáculo selecto? Sólo a través de la maduración de unos protagonistas capaces de liderar los movimientos de autonomía, realizada dentro de los contornos del sistema vigente, valiéndose de las alternativas de ascenso permitidas o toleradas por la Corona y gracias a la circulación de un conjunto de ideas de cuño moderno, buena parte divulgadas por la Ilustración peninsular, puede entenderse la marcha de los sucesos inmediatamente posteriores. La mayoría de los padres conscriptos se formó en las aulas de la Universidad Real y Pontificia de Caracas, o fomentó en sus mansiones tertulias de talante moderno para la discusión de temas de actualidad, o dispuso de medios económicos suficientes, no sólo para parangonarse con los funcionarios metropolitanos sino también para ufanarse de su status privilegiado y para buscar la manera de proteger y administrar tales recursos por cuenta propia. De allí la fragua de un designio que conduce progresivamente a la emancipación, sin el auxilio de resortes extremos que difícilmente se podían digerir con comodidad. 2. El carácter ecléctico del proyecto independentista: saliendo de los intereses de los propietarios más acaudalados, quienes han recibido la mejor instrucción de entonces y poseen las fortunas más cuantiosas, no tienen cabida propuestas extremistas ni doctrinas capaces de liquidar las antiguas prerrogativas. Se traza un camino de moderación en cuyo itinerario se descarta la inclusión de las castas libres y la abolición de la esclavitud, se piensa en un república dirigida por los criollos que se tocan con el gorro frigio como asunto de exhibición exterior, pero sólo en casos excepcionales prefieren conductas revolucionarias de veras, como evidencia de intenciones realmente drásticas. Se da cabida en los documentos a principios como libertad, igualdad y fraternidad, y a símbolos
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como la alegorías del comercio y la siembra del árbol de la libertad, pero los incipientes centros de poder apenas guardan espacios para los blancos criollos y para los letrados a su servicio, para que sólo en la superficie se pueda observar la existencia de un cambio. 3. El alejamiento inicial del pueblo: pensada y hecha para la aristocracia, en sus capítulos de estreno la Independencia no es capaz de ganarse la voluntad del pueblo llano. Al contrario, prende ronchas y genera suspicacias capaces de provocar reacciones de rechazo masivo que terminan por favorecer los planes realistas de reconquista. Sólo después de arduos esfuerzos, y de la aparición de líderes procedentes de la base de la sociedad, cambia el inicial panorama, pero conviene explorar los límites de una aproximación sobre la cual se pueden advertir testimonios de desconfianza o de relativa entrega que pueden llevar a explicaciones más convincentes sobre lo ocurrido. Tales explicaciones pueden convertirse en golpes contundentes contra la idea que se tiene de la epopeya de un pueblo levantado contra la opresión, pero sin ellas cualquier estudio se limitará a coquetear con los lugares comunes. 4. La heterogeneidad del proceso: Las reacciones contra España no se caracterizan por la homogeneidad. Pensadas en regiones distantes, incomunicadas y con intereses diversos en materia económica, forman un mosaico en lugar de un designio homogéneo en el cual no sólo se expresan liderazgos locales de evidente arraigo sino también numerosas y tercas manifestaciones de fidelismo que deben considerarse como conductas usuales en colectividades que han logrado cuotas considerables de desarrollo y tranquilidad bajo el amparo de la monarquía. El entendimiento de tal archipiélago no sólo permitiría una ubicación justa de muchos de los protagonistas de la pugna, sino también la comprensión de la lucha entre federales y centrales que será fenómeno recurrente del Estado Nacional. 5. Los resultados de la epopeya: Pese a sus terribles consecuencias, todavía no se ha calculado a cabalidad el desastre producido por la guerra. No sólo en el ámbito de las relaciones económicas, sino también en aspectos relacionados con el estado de Derecho y con el desarraigo de las costumbres tradicionales. Un estudio ponderado de las situaciones de estrago que debe remendar la maltrecha colectividad que deja la conflagración, seguramente permita un vínculo de mayor lucidez con la estatuaria que también nos entregó como legado. 6. El caso especial de Bolívar: Dado que las obras de tráfico más grueso, pero también de mayor aceptación, han realizado estudios excesivamente entusiastas
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del grande hombre, hasta el punto de promover un culto que traspasa las barreras nacionales con el beneplácito de sucesivos gobiernos desde 1830, una revisión de la Independencia conduce necesariamente a mirar con ojos apacibles su figura y sus realizaciones. La sociedad lee los textos del Libertador como si leyera el Evangelio, mientras los líderes de la sociedad, a través del tiempo, han llenado de falsos atributos a un héroe a quien se coloca en un tabernáculo como paradigma de la posteridad. El tabernáculo impide reflexiones sobre temas medulares, como los relativos a la creación de Colombia y a su posterior desmembración, hasta ahora rodeados de subterfugios. Tal vez sea Bolívar el mayor escollo para estudios profesionales de la Independencia de Venezuela, no en balde se ha construido alrededor de su tránsito un santuario desproporcionado. De allí que la sugerencia de una visita más autónoma y más audaz de su carrera concluya los planteamientos que se han asomado para que caminemos con tranquilidad por el laberinto de la estatuaria de la época más trajinada por nuestra sociedad. Tan trajinada que se asume como única, o como la más importante frente a las demás, es decir, ante el período colonial y ante los esfuerzos para fabricar un país en medio de las penurias cuando el Imperio español ya ha desaparecido. Sólo se trata, entonces, de poner a la Independencia de Venezuela en su justo sitio, ni tan calva ni con dos pelucas, sin disminuirla pero sin engordarla, apenas soldando su pieza en el lugar correspondiente del rompecabezas nacional. Es la tarea de los historiadores de hoy, ardua pero legítima después de una espera de doscientos años. BIBLIOGRAFÍA CITADA: BARALT, Rafael María y Ramón Díaz, Resumen de la Historia de Venezuela, desde el descubrimiento de su territorio por los castellanos en el siglo XV, hasta el año de 1797. Curazao, Imprenta de Bethencourt e Hijos, 1887. BLANCO, Eduardo. Venezuela heroica. Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1981.
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NO SOLO LOS CARAQUEÑOS FUERON LEALES AL REY DE ESPAÑA. LA CONFORMACIÓN DE JUNTAS PROVINCIALES DEFENSORAS DE LOS DERECHOS DE FERNANDO VII EN LA VENEZUELA DE 1810 ÁNGEL RAFAEL ALMARZA*
INTRODUCCIÓN
Las respuestas americanas ante los sucesos peninsulares ocurridos entre 1808 y 1809 se caracterizaron por sus sentimientos y expresiones de lealtad al rey de España e Indias y a la monarquía. Estas manifestaciones estuvieron basadas en criterios políticos tradicionales, tal como expresó en diferentes oportunidades François-Xavier Guerra: “en el registro político, se evidencia una visión de la monarquía, heredada del imaginario plural y pactista de la época de los Austrias: la reunión en la persona del rey de un conjunto de reinos y provincias, diferentes entre sí, pero iguales en derechos” 1.
La legitimidad del sistema monárquico prevaleció a pesar de las abdicaciones de Fernando VII y Carlos IV como reyes de España en Bayona y la invasión napoleónica, permaneciendo la idea de la monarquía en la figura simbólica del rey cautivo. Sin embargo, aquella convulsión política e institucional hizo emerger algunas tensiones acumuladas y como resultado de ello los sectores privilegiados y políticamente activos, peninsulares y criollos americanos, intensificaron sus recelos y desconfianzas, buscando tomar posiciones y respuestas efectivas para el control de la situación en las provincias americanas ante la emergencia política e institucional predominante en la península. Como veremos más adelante, fue a partir de 1810 cuando se incrementaron las manifestaciones reivindicativas y autonomistas en las que la legitimidad del gobierno español representado en el Consejo de Regencia quedó en entredicho. Desde esta * Licenciado y Magister en Historia por la Universidad Central de Venezuela. Profesor de la Universidad Simón Bolívar.
1
François-Xavier Guerra, “La ruptura originaria: mutaciones, debates y mitos de la independencia”, en Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez, Visiones y revisiones de la independencia americana, Salamanca, 2003, p. 91.
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fecha, el problema entre la continuidad fidelista y la ruptura insurgente marcó la evolución histórica de estos territorios y la identificó definitivamente hacia su propia identidad regional y posteriormente nacional. La importancia concedida por la historiografía a los acontecimientos de 1810 ha relegado a un segundo plano lo sucedido durante los dos años anteriores. No obstante, el interés del período 1808-1809 es fundamental para comprender lo sucedido posteriormente, ya que ofrecen una clara correlación y unidad entre lo que acontece en la península y América2. En el nuevo escenario que se maneja a partir de 1810, fueron inicialmente las instituciones municipales, en representación de los pueblos, las que tomaron el protagonismo político. Todas las declaraciones de lealtad y fidelidad reflejan la idea de un vínculo recíproco entre el rey y el reino que no puede romperse de forma unilateral. Las teorías pactistas, según las cuales el pueblo era la fuente primaria del poder y que su ejercicio lo delegaba en el rey legítimo, hundían sus raíces en el pensamiento desarrollado por la escuela española de derecho natural y el derecho natural racionalista. Estas ideas estuvieron presentes de forma predominante en la justificación de los levantamientos peninsulares y, del mismo modo, persisten tras las manifestaciones de lealtad de la América española3. Como en la península, la cuestión en América estaba planteada en los mismos términos: ausente el rey, cesaban todas las autoridades delegadas y era preciso crear juntas que asumieran la soberanía interina. Este pacto translationis fue el argumento más utilizado para señalar el titular de la soberanía, establecer la base legítima de la organización política y proclamar el carácter soberano o delegado de las autoridades civiles. Sobre estos fundamentos la doctrina absolutista del origen divino del poder regio se desmoronó y la soberanía volvió a los pueblos, quien estaba legítimamente facultado para reasumir la autoridad civil, y así lo entendió la mayoría de los cabildos americanos, aunque los resultados fueron diversos. Un análisis como el que pretendemos realizar a continuación de algunos cabildos y juntas nombradas por ellos en la Capitanía General de Venezuela, revela hasta qué punto las doctrinas pactistas fueron invocadas para afrontar la situación derivada de la
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Sobre este período ver: Ángel Rafael Almarza, Soberanía y representación. La provincia de Venezuela en una época de definiciones políticas: 1808-1811, Trabajo de Grado, Maestría en Historia, Mención Historia de Venezuela Republicana, Universidad Central de Venezuela, 2009.
Miguel Molina Martínez, “Los cabildos y el pactismo en los orígenes de la independencia de Hispanoamérica”, en José Luis Soberantes y Rosa María Martínez de Codes, (coord.), Homenaje a Alberto de la Hera, México, Universidad Autónoma de México, 2008, pp. 567-568. Estos temas fueron desarrollados por Juan Carlos Rey, “El pensamiento político en España y sus provincias americanas durante el despotismo ilustrado (1759-1808)”, en Juan Carlos Rey, Rogelio Pérez Perdomo, Ramón Aizpurua y Adriana Hernández, Gual y España. La independencia frustrada, Caracas, Fundación Polar, 2007, pp. 53 y ss.
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invasión napoleónica. El reconocimiento de que los territorios americanos formaban parte integral y esencial de la monarquía, y el otorgamiento de representación dentro de los órganos de gobierno monárquico animó a los españoles americanos a demandar mayor autonomía. Hasta 1810 las respuestas se caracterizaron por la defensa de los derechos de Fernando VII y en aquellos lugares donde las posturas habían sido más radicales las autoridades pudieron sofocarlas. A partir de este momento, los cabildos llevaron la iniciativa y protagonismo, convirtiéndose en los actores más importantes en la vida política americana. Ideológicamente todos demostraron poseer un íntegro conocimiento de las doctrinas políticas de raíz hispánica, y en su caso, renovadas con nuevos argumentos que aportó el derecho natural racionalista de origen protestante. En este contexto, lo más importante radica en el hecho de que América tomó conciencia de su realidad particular en el marco de la monarquía, y de esta manera y ante la crisis peninsular, inició el camino de reasumir la soberanía interina. Los movimientos de 1810 en América surgieron sobre la base del establecimiento de juntas locales que gobernaban en nombre del rey y que progresivamente fueron derivando por diversas razones hacia posiciones claramente independentistas. El cabildo se apoderó del poder y, como representante de la autoridad, depuso virreyes, gobernadores y todas las autoridades constituidas. Las juntas americanas fundamentaron sus acciones en los mismos principios que con anterioridad habían defendido las juntas peninsulares en 1808, pero en América se pensó que el gobierno soberano de España había fracasado, asumiendo ante los acontecimientos la reversión de los derechos de la soberanía interina. El argumento partía de la certidumbre de que el rey era el único titular de los lazos que vinculaban a la monarquía con los reinos americanos y de que, una vez que dicha relación fue quebrantada, desapareció toda conexión entre España y los territorios de ultramar. Muchos pensadores de la época concluyeron, de acuerdo con la vieja legislación española, que el vínculo establecido lo era principalmente a causa de la persona real4. Así
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En palabras del jurista Solórzano y Pereira, el derecho de los reyes españoles a las Indias no provenía tanto del derecho de descubrimiento, conquista y colonización, sino más bien de la donación papal hecho por el pontífice Alejandro VI, el cual, como titular del poder temporal y espiritual, concedió aquellos territorios a los reyes de España como posesión feudal personal. Por ejemplo, en una carta que dirigió Juan Germán Roscio a Andrés Bello el 29 de junio de 1810 se plantearon estos mismos argumentos: “ya Ud. sabe cuánto vale la Bula de Alejandro VI, en que este buen valenciano donó a los Reyes Católicos todas estas tierras; pero ahora vale para impugnar algunos errores del ignorante español europeo y nos vale para lo mismo la ley […] pues su concesión es limitada a los reyes don Fernando y doña Isabel, y a sus descendiente y sucesores legítimos, no comprende el donativo a los peninsulares, ni a la Península, ni a los de la isla de León, ni a los franceses. Está reducida a esos coronados. Por consiguiente, faltando ellos y sus legítimos herederos y sucesores, queda emancipada y restituida a su primitiva independencia; y si la citada ley añade otros favores, no los extiendo a los de la Península, sino a los descubridores y pobladores representados ahora en nosotros”. Epistolario de la Primera República, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1960, tomo ii, pp. 166-169.
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se explica la apelación reiterada a las leyes tradicionales y las tesis de los primeros tiempos de la conquista para fundamentar el pacto entre el rey y los colonos. Los americanos tenían conciencia de que formaban parte de una monarquía, encabezada por la corona e integrada por distintos reinos, entre ellos el de las Indias5. A partir de 1810 los americanos pensaron cada vez con mayor firmeza que las abdicaciones de Bayona les había liberado de todas las obligaciones con la península y que podían establecer legalmente sus gobiernos. Su suerte no tenía ya por qué discurrir paralela a la de los peninsulares, sus actuaciones fueron marcadas por el mismo espíritu, ideas y procedimientos que las invocadas en la península para hacer frente a Napoleón desde 1808. Su negativa al reconocimiento del Consejo de Regencia estuvo fundada en principios idénticos a los que animaron a la Junta de Cádiz y, en gran medida, el proceder de ésta sirvió de justificación a la decisión de rechazar sucesivamente la autoridad de la Junta Central y la de la Regencia mediante el establecimiento de juntas locales. A las breves juntas de La Paz (16 de julio de 1809) y Quito (10 de agosto de 1809), siguieron a lo largo de 1810 entre otras, las de Caracas (19 de abril), Buenos Aires (22 de mayo), Bogotá (20 de julio), Santiago de Chile (18 de septiembre). El movimiento juntista surgió inspirado del peninsular de 1808, y tras un enriquecedor debate ideológico y político de esos dos años se convirtió en el escenario perfecto para los acontecimientos posteriores. El análisis de la documentación de la época evidencia el ideario de 1810, el cual se centró en la afirmación del territorio como parte integrante y esencial del reino y en la convicción de que en adelante no podía ser considerado como colonias, ni objeto de una política absolutista y despótica. El sentimiento de los ayuntamientos fue esencialmente antibonapartistas y fernandista, guiado por el deseo y la necesidad de conservar estos territorios para el legítimo representante de la monarquía española, sin olvidar que estos espacios fueron utilizados para expresar las inquietudes de sus miembros y sus demandas de reformas y cambios. Cuestiones como cuál era el pueblo titular de la soberanía, qué instituciones debían ejercer el gobierno o cuál era la naturaleza de dicho poder, y cuál era la mejor manera de obtener la representación de los territorios, centraron las discusiones de los habitantes de las provincias españolas americanas a partir de ese momento.
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Sobre esta base fundamentó fray Servando Teresa de Mier sus principios para la independencia. Rafael Diego Fernández Sotelo, “Influencias y evolución del pensamiento político de fray Servando Teresa de Mier”, en, Historia Mexicana, xlviii, i, 1988, pp. 3-34.
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JUNTA SUPREMA CONSERVADORA DE LOS DERECHOS DE FERNANDO VII EN CARACAS
Desde los primeros días de 1810, los habitantes de la provincia de Venezuela se encontraban en una situación de angustia e inquietud como consecuencia de la falta de noticias de los últimos acontecimientos peninsulares. El 28 de febrero desembarcaron en La Guaira los tripulantes de la goleta Rosa. Llegaron a Caracas el 1º de marzo a ofrecer su cargamento e informar sobre los últimos acontecimientos: la entrada de los franceses en Linares y Almadén, y el manifiesto del gobierno a los habitantes de Sevilla. Noticias que –escribiría posteriormente el intendente de ejército y Real Hacienda Vicente Basadre– “desde entonces empezó en Caracas un rumor sordo de que España estaba perdida y no dejaron de esparcirse y propagarse estos rumores en todo el mes de marzo, porque no llegaba ningún buque ni noticias de España” 6. A mediados de marzo la Gazeta de Caracas publicó el anuncio sobre la reunión de Cortes y, en entregas sucesivas –el 30 de marzo y el 6 y 13 de abril de 1810– la Instrucción que debería seguirse para la elección de diputados americanos, suplentes y propietarios7. A finales de ese mes, el 29 de marzo de 1810 el capitán general Vicente Emparan publicó un bando denunciando las últimas maniobras del “tirano Napoleón” contra la nación española “cuyas armas y perfidia aumentan más y más cada día en la metrópoli el valor y patriotismo”; asimismo establecieron la necesidad de solicitar pasaporte en el territorio de la provincia con el fin de descubrir los “emisarios provistos de papeles sediciosos y carta fingidas de nuestro amado monarca Fernando séptimo”. En este bando la máxima autoridad de la gobernación establecía también el sistema de delaciones ocultas por medio de anónimos para controlar la situación de inestabilidad que existía en la capital de la Capitanía General de Venezuela8.
Vicente Basadre, Parte al ministro de hacienda, de la separación de Caracas de España el 19 de abril, en, Andrés F. Ponte, La revolución de Caracas y sus próceres, Caracas, Concejo Municipal del Distrito Federal, 1960, p. 80.
En estos anuncios no se manifiestan observaciones respecto al tema de la desigualdad de representación americana. Es importante recordar que al disolverse la Junta Central y constituirse la Regencia, ésta expone en una alocución de 14 de febrero de 1810 su determinación de dar continuidad a la convocatoria a Cortes aprobada por la Junta Central el 22 de mayo de 1809. Pero el decreto que estipulaba la representación americana contemplaba exactamente el mismo método que había sancionado la Junta Central y que había generado diferentes manifestaciones de rechazo que posteriormente fueron reconocidas. Con esta convocatoria, la diferencia con respecto a la representación era significativa: 30 diputados para América y Filipinas y 250 para la España peninsular.
Bando del gobernador y capitán general Vicente Emparan de 29 de marzo de 1810. Gazeta de Caracas. 6 de abril de 1810. Estas medidas no fueron compartidas por el ayuntamiento caraqueño y así lo manifestó en acta del 9 de abril de ese año: “estos los viles medios de que suelen valerse la calumnia y la envidia para perseguir la inocencia, deprimir o denigrar el mérito, y promover insidiosamente personales y privadas venganzas, estando por lo tanto reprobados y destinados por las leyes protectoras, de la inocencia y de la seguridad individual de los ciudadanos”. Archivo del Consejo Municipal. Libro 1810-1811, en Andrés F. Ponte, La revolución de Caracas y sus próceres, pp. 81-83.
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Una semana más tarde, el 7 de abril Emparan publicó nuevamente un manifiesto reconociendo que el gobierno “ha llegado a entender que corren en esta capital especies muy funestas sobre la suerte de la metrópoli” y asegura “que hace dos meses cumplidos no ha recibido directa ni indirectamente pliego alguno con noticias de la península, pero acredita el silencio a la tranquilidad “sobre su conservación y la de las América” 9. Entre el 12 y 14 de abril llegó a Puerto Cabello el bergantín Palomo, que partió de la península el 3 de marzo y traía noticias de la toma de Sevilla, del inminente ataque de Cádiz, de la disolución de la Junta Central y la creación del Consejo de Regencia. Esta información llegó a Caracas el 17 de abril y las autoridades inmediatamente fijaron carteles en las calles de la capital recomendando tranquilidad ante los rumores que generaron10. El proceso de instalación de Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, establecida el 19 de abril de 1810, se inició con la llegada a Caracas el 18 de abril de ese año de dos emisarios de la recién constituida Regencia, quienes habían sido enviados con el fin de solicitar el reconocimiento de este gobierno ante las provincias de la capitanía11. En una ciudad llena de rumores y noticias contradictorias sobre el verdadero estado de la España peninsular, este hecho vino a desatar, según describe Caracciolo Parra-Pérez, la presión de algunos jóvenes criollos caraqueños, que llevaron al alcalde ordinario de segunda elección del ayuntamiento capitalino, Martín Tovar Ponte y al regidor Nicolás Anzola a presionar a su vez al vicepresidente del cabildo, José de las Llamozas, para que convocara una sesión extraordinaria para la mañana del 19 de abril12.
Manifiesto de Vicente Emparan de 7 de abril de 1810. Gazeta de Caracas, 13 de abril de 1810. Una de las medidas que tomó el gobernador fue disponer que “los jefes militares sin excepción de clases y grados, rondasen y patrullasen de noche, y desde las ocho hasta las cuatro de la madrugada”.
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Caracciolo Parra-Pérez, Historia de la primera república de Venezuela, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, p. 197, y Andrés F. Ponte, La revolución de Caracas y sus próceres, p. 83. A partir de la documentación que meses después dirigiría a las autoridades peninsulares la Junta Suprema de Venezuela, es cómo la ocupación de Andalucía y el establecimiento de un Consejo de Regencia, depositaria de la autoridad soberana “significó el clímax del quiebre con la estructura monárquica”. Esta ruptura condujo a un proceso de transformaciones “que muy rápidamente se haría definitivo en los territorios de la Capitanía General de Venezuela”. Carole Leal Curiel, “Del Antiguo Régimen a la Modernidad Política. Cronología de una transición simbólica”, en Anuario de Estudios Bolivarianos, año ix, número 10, 2003, pp. 86-87.
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Efectivamente, en la noche del 17 llegó a La Guaira la goleta Carmen al mando del teniente coronel de caballería Carlos Montúfar en compañía del capitán de fragata Antonio de Villavicencia y el oficial Cos de Iriberriz. Por este correo recibieron Emparan y Basadre las reales cédulas de creación del Consejo de Regencia y un impreso que trataba del estado militar de España. Andrés F. Ponte, La revolución de Caracas y sus próceres, p. 84.
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Caracciolo Parra-Pérez, Historia de la primera república de Venezuela, p. 198.
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A partir de este momento los dos temas más sensibles y complejos del debate político que se había producido en la América española, el de la soberanía y el de la representación política, se convierte en el centro de la discordia entre los americanos y las autoridades monárquicas que servirá de fundamento, entre otras, a la final decisión emancipadora de mediados de 1811. La opinión generalizada con respecto al tema del ejercicio de la soberanía remite a cuestionar y rechazar la legitimidad de la Regencia como depositaria de la soberanía y, en relación con el tema de la representación, será la desigualdad que se presenta en las Cortes de Cádiz13. El tema de la soberanía y representación fue discutido por los habitantes de estas tierras desde las primeras noticias de 1808, pero a diferencia de aquellos meses, ahora va a tener consecuencias políticas totalmente diferentes por las particularidades que envuelven los acontecimientos de 1810 y el aprendizaje de estos años. El planteamiento era muy sencillo, pero al mismo tiempo complejo por su impacto en buena parte de los americanos: si se les había convocado para que participasen en la máxima institución de la monarquía española en calidad de diputados en 1809, proceso que, pese a los reparos y a todas las complicaciones, se había realizado en varias capitales de las provincias americanas, no podían ahora informarles que no existía la Junta Central y que había una nueva instancia depositaria de la soberanía que gobernada en nombre del rey: la Regencia14. Ante las nuevas noticias provenientes de España, la respuesta de buena parte de América fue el desconocimiento de la autoridad del Consejo de Regencia y la creación de juntas supremas depositarias de la soberanía y defensora de los derechos de Fernando VII, todas ellas en el transcurso de 1810. El argumento era similar –aunque con algunas diferencias con respecto a las circunstancias políticas que vivía la España peninsular– al que se manejó durante los intentos de juntas de 1808: roto el pacto entre el rey y los súbditos, la soberanía recae nuevamente en los pueblos. Las juntas que se constituyen en 1810 no reconocen a los representantes del poder real en América, y desconocen la autoridad del Consejo de Regencia; defienden el derecho de reasumir la soberanía al tiempo que rechazan y condenan la desigual representación que se ofrecía a los americanos para participar en las Cortes Generales que se reunirían a finales de ese año en Cádiz. Inés Quintero, “Lealtad, soberanía y representatividad en Hispanoamérica (1808-1811)”, en Manuel Chust (coord.), Doceañismos, constituciones e independencias. La Constitución de 1812 y América, Madrid, Fundación MAPFRE, 2006, p. 131.
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Sobre este proceso: Armando Martínez, y Ángel Rafael Almarza, Instrucciones para los diputados del Nuevo Reino de Granada y Venezuela ante la Junta Central Gubernativa de España e Indias, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2008 y Ángel Rafael Almarza, “Representación en la provincia de Venezuela. Elecciones para la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino”, en Anuario de Estudios Bolivarianos, año XIII, nº 14, 2007.
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El acta redactada en Caracas el 19 de abril de 1810 que daría inicio a la conformación de una junta conservadora de los derechos de Fernando VII, responde a dos problemas fundamentales: el de la orfandad y acefalia del reino (además del desconocimiento del Consejo de Regencia) y por la otra, y como consecuencia de la falta de la cabeza de la monarquía, la restitución de la soberanía popular de acuerdo a la Constitución Primitiva de España. La junta caraqueña asumió la soberanía provisional, y a nombre de un soberano cautivo y lo ejerce en su momento el pueblo representado en su cabildo. En el acta del ayuntamiento caraqueño explica las razones de esa sesión extraordinaria del 19 de abril de 1810: “ […] atender a la salud pública de este pueblo que se halla en total orfandad, no sólo por el cautiverio del señor don Fernando VII, sino también por haberse disuelto la junta que suplía su ausencia en todo lo tocante a la seguridad y la defensa de sus dominios invadidos por el emperador de los franceses y […] de la ocupación casi total de los reinos y provincias de España, de donde ha resultado la dispersión de todos […] los que componían la expresada junta y, por consiguiente, el cese de sus funciones[…]” 15
Los cabildantes reconocieron que las últimas noticias confirmaban el establecimiento del Consejo de Regencia pero, “sea lo que fuese de la certeza o incertidumbre de este hecho, y de la nulidad de su formación, no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países” porque, a diferencia de lo ocurrido con la convocatoria de la Junta Central a los americanos, no había sido “constituido por el voto de estos fieles habitantes”. Ante la impotencia de las autoridades españolas constituidas –señalan los firmantes– de “atender a la seguridad y prosperidad de estos territorios y de administrarles” como consecuencia de la “guerra, y de la conquista y usurpación de las armas francesas”, el “derecho natural” dicta la necesidad de “procurar los medios de su conservación y defensa, y de erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas”, conforme a los principios de la “Constitución Primitiva de la España” y los “innumerables papales de la junta suprema extinguida”. Plantea los miembros del ayuntamiento caraqueño que ante la situación presentada realizaron un cabildo extraordinario porque “ya pretendía la fermentación peligrosa en que se hallaba el pueblo con las novedades esparcidas”. Se invitó al capitán general El acta del 19 de abril como algunas proclamas posteriores de la Junta Suprema se publicaron en hojas sueltas y circularon por Caracas y sus alrededores, además, fueron leídas por el pregonero en los lugares acostumbrados. Publicada en Documentos que hicieron historia 1810-1989, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1989, tomo i, pp. 5-9.
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Vicente Emparan y al “grito aclamado con su acostumbrada fidelidad al señor don Fernando VII, y a la soberanía interina del mismo pueblo”, la máxima autoridad trató el problema “sobre la seguridad y tranquilidad pública”. Para ese momento se incorporaron en calidad de diputados a José Cortés de Madariaga, Francisco José de Rivas, José Félix Sosa y Juan Germán Roscio16. Ante los últimos acontecimientos y la presión ejercida por los miembros del cabildo y algunos importantes e influyentes oficiales, Emparan expresó “que no quería ningún mando” y “resultando conforme en que el mando supremo, quedase depositado en este ayuntamiento” se procedió a destituir a las principales autoridades. Reasumir para sí la soberanía y conservar los derechos del soberano cautivo, representó –como asegura Carole Leal– una acción con “varias y distintas significaciones” entre las que se destaca la forma y la manera de cómo se organizó el ejercicio del poder político17. Como señalamos, la decisión de los firmantes y comprometidos en los sucesos del 19 de abril fue erigir un gobierno que pudiese atender la seguridad de la provincia en vista de las circunstancias en las cuales se encontraba la península. Al día siguiente Martín Tovar Ponte y José de la Llamozas, en nombre de la Junta Suprema, redactaron una Proclama a los habitantes de las provincias de Venezuela en la que reiteran sobre en las condiciones adversas en que se encontraba la madre patria, la cual “está próxima a caer […] bajo el yugo del más tiránico de sus conquistadores”. Reconocieron en la comunicación que la Junta Central de España “que reunía el voto de la nación” había sido disuelta y “se ha destruido finalmente en esa catástrofe, aquella soberanía constituida legalmente para la conservación general del Estado”. Exhortaron a la población a no reconocer el Consejo de Regencia, ya que ésta, a diferencia de la Junta Central, “ni reúne en sí el voto general de la Nación, ni menos el de estos habitantes que tienen el legítimo e indispensable derecho de velar sobre su conservación y seguridad como partes integrantes que son de la monarquía española”. Agrega la Proclama que Caracas los convidaría “oportunamente para tomar en el ejercicio de la Suprema Autoridad con proporción al mayor número de individuos de cada Provincia”18. Esta fue la promesa de llamar a elecciones para lograr una representación que le diera legitimidad a la nueva instancia de poder político. Posteriormente fueron nombrados como diputados del pueblo Gabriel de Ponte, José Félix Ribas y el Francisco Javier Ustáriz, estos dos últimos como representantes de los pardos. En el acto también se encontraban Vicente Basadre, intendente del ejército y real hacienda y el brigadier Agustín García, comandante del cuerpo de artillería.
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Carole Leal Curiel, “Del Antiguo Régimen a la Modernidad Política. Cronología de una transición simbólica”, p. 88.
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Proclama a los habitantes de las Provincias Unidas de Venezuela, 20 de abril de 1810. Gazeta de Caracas, 27 de abril de 1810.
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La soberanía recuperada para sí recayó en un cuerpo colegiado, en una forma de representación en la que se expresan los distintos cuerpos de la sociedad de Antiguo Régimen: curas, militares, comerciantes, agricultores y el ayuntamiento. Durante el transcurso de 1810, esta junta fue creciendo al incorporarse representantes de otras juntas superiores de provincias. En resumen, si el primer intento de establecimiento de juntas en la Caracas de 1808 se dio como consecuencia del miedo a la usurpación, dos años más tarde, la instalación de juntas en algunas ciudades de la Capitanía General de Venezuela obedece a una premisa muy concreta: la convicción de que la España peninsular estaba perdida. A diferencia de lo que había ocurrido anteriormente, donde se había reconocido la Junta Central como institución soberana y se había participado en un proceso de elección para seleccionar el diputado que representaría estas provincias en la Junta Central, al quedar ésta disuelta a principios de 1810, el debate en torno al tema de la soberanía regresa a la palestra. Además, en esta oportunidad se discute tanto la ilegitimidad del Consejo de Regencia como la desigual representación americana en las Cortes Generales próximas a reunirse en la ciudad de Cádiz. LAS JUNTAS OLVIDADAS. SOBERANÍA, ADHESIÓN Y FIDELIDAD
Una vez instalada la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII en Caracas, ésta envió emisarios a las principales ciudades que componían la Capitanía General de Venezuela para invitarlas a adherirse al movimiento de la capital. Como veremos, la mayor parte de las provincias, con excepción de Guayana y Maracaibo y la ciudad de Coro, siguieron el ejemplo de Caracas19. El gobernador e intendente de Cumaná, Eusebio Escudero, llamó el 26 de abril de 1810 a las principales autoridades de la provincia para comunicarles las novedades Existen evidencias que diferentes poblaciones de la provincia de Caracas apoyaron la iniciativa de la capital, como por ejemplo El Hatillo, La Guaira donde “hicieron una solemne acción de gracias al Altísimo por la feliz instalación y buen acierto de la Junta Suprema”, también realizaron “iluminaciones, fuegos artificiales y canciones patrióticas”; Macuto, Maiquetía, Valencia “la muy noble y leal [...] debe ocupar el primer lugar por la generosa y enérgica decisión con que quiso no solo ser la primera en reconocer las saludables reformas hechas”; Puerto Cabello, Chacao “para que se den misas por la feliz instalación de la Junta Suprema de Caracas [...] ha reasumido en sí el poder soberano” 26 de abril de 1810, Libro primero de Estado y Gobierno de la iglesia parroquial de Chacao, folio 138; La Victoria y otros. (Suplemento a la Gazeta de Caracas, 2 de junio de 1810). El teniente de justicia mayor de Barquisimeto Ramón de Alamo dirigió a los habitantes de su jurisdicción una Proclama el 6 de mayo de 1810 llamando al reconocimiento de la Junta de Caracas: “admiración y placer inexplicable las extraordinarias escenas representadas en la capital [...] ha sido salvada del abismo con que inquietad, la ignorancia o la mala fortuna iban a precipitarla [...] la provincia de Venezuela ha visto amanecer el suspirado día de su fidelidad después de la lóbrega noche de tres siglos de despotismo y opresión [...] Unidad, patriotismo, fidelidad, reposo y obediencia al gobierno”, Gazeta de Caracas, 25 de mayo de 1810.
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ocurridas en Caracas y consultarles sobre la medidas a tomar. Se decidió convocar una sesión del cabildo de la ciudad al día siguiente, cuando llegaron los comisionados de la junta capitalina20. Efectivamente, el 27 de abril de 1810 los miembros del ayuntamiento se reunieron y en vista de la discusión decidieron admitir en él representantes de los diversos órdenes y clase, clero, nobleza, pardos, militares, agricultores y comerciantes. Inmediatamente el cabildo juró fidelidad y obediencia a Fernando VII y posteriormente discutieron lo concerniente “al nuevo establecimiento de gobierno, tranquilidad pública y demás providencias que deben acordarse” 21. Ese mismo día quedó constituida la Suprema Junta Provincial de Cumaná: “el ilustre cabildo se ha visto en la precisión de acordar y reasumir el mando”. La junta quedó constituida de la siguiente manera: presidente Francisco Javier Mayz; vicepresidente Francisco Illas Ferrer; vocales: José Ramírez Guerra, Gerónimo Martínez, Francisco Sánchez, José Jesús de Alcalá, Mariano Millán, Domingo Mayz y José Santos. Representantes del clero: Andrés Antonio Callejón; de la nobleza Mariano de La Cova; de los pardos y morenos Pedro Mejías; de los militares Juan José Flores; de los agricultores Juan Bermúdez de Castro; de los comerciantes Juan Manuel Tejada. Asesor Juan Martínez y secretario Diego Vallenilla. Intendente de hacienda José Miguel de Alcalá y comandante del ejército a Juan Manuel de Cagigal22. En la ciudad de Barcelona, que antes de 1810 formaba parte de la provincia de Nueva Andalucía, se sucedieron varias juntas en ese año. La primera se formó el 27 de abril de 1810 al llegar a esta población Francisco Policarpo Ortiz, enviado desde Caracas. La presidió el teniente coronel Gaspar de Cagigal, máxima autoridad de la ciudad. Las nuevas autoridades erigieron a esta ciudad y sus áreas de influencia en provincia autónoma, separada de Cumaná pero reconociendo provisionalmente la autoridad de Caracas hasta la confirmación de la instalación de “otra autoridad legítima que represente a
Secretaria de Estado, legajo 8284. Citado por Caracciolo Parra-Pérez, Historia de la primera república de Venezuela, p. 214.
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Acta del nombramiento de diputados a la Junta Provisional Gubernativa de Cumaná, 27 de abril de 1810, en Inés Quintero y Armando Martínez (editores). Actas de formación de juntas y declaraciones de independencia (18091822). Reales audiencias de Quito, Caracas y Santa Fe, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2008, tomo i, pp. 164-168. En este trabajo se recopilaron buena parte de las actas y pronunciamientos de los cabildos venezolanos de 1810.
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En la Gazeta de Caracas del 18 de mayo de 1810 se publicó lo siguiente: “fue reconocida y obedecida en Cumaná y el 10 de mayo se incorporó en ella como diputado el capitán don Francisco Moreno”. También se difundió la lista de los miembros que componían la Junta Provincial de Cumaná.
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la monarquía”. Poco después bajo la presidencia de Cagigal, decidieron acatar al Consejo de Regencia con lo cual se apartaron de la Junta de Caracas23. En una carta que le envió días después Francisco Policarpo Ortiz a Gaspar de Cagigal, el 4 de mayo de 1810, criticó la reacción tomada por la junta barcelonesa y las características de su juramento a la Junta Suprema: “[…] me encontré con la novedad de que esa Junta […] han hecho juramento con una excepción que degrada nuestros sentimientos patrióticos; yo protesté que debía dispensarse todo defecto porque Barcelona y sus vecinos sólo trataron de obedecer y reconocer la Soberanía sin condición alguna; debiendo atribuirse la puesta en la acta a un efecto de equivocación y de trastorno en unos momentos tan lisonjeros y en que el júbilo tenía poseídos los corazones de todos” 24.
Instó al brigadier Cagigal a que formase la junta una nueva acta que dijera: “que los juramentos prestados y reconocimientos a nuestro Rey; Suprema Junta Central de Venezuela y Provisional de Barcelona, fueron ejecutados sin condición alguna; por acabada la Central de España; que el Consejo de Regencia formado en Cádiz no pudo crearse sin la voluntad general de la Nación y de los países americanos; en cuyos términos debía entenderse: que la Suprema de Venezuela debía obtener la soberanía hasta la libertad de nuestro monarca [...] o hasta que la nación española unida y convenida con la América, disponga lo que se más conforme” 25.
Aprovechó la comunicación y solicitó a la junta instrucciones e información sobre las características de “un busto o retrato de nuestro adorado Fernando VII” que colocarían en la sala de la junta. El 12 de mayo de ese año reiteró la importancia de estas actas: “es necesario pues que Barcelona aproveche estos momentos en que puede establecer, y ella misma proporcionarse su prosperidad pública y en particular” 26.
Acta del ayuntamiento de Barcelona del 29 de junio de 1810 y Proclama de la Junta de Barcelona del 5 de julio de 1810 en Ángel Grisanti, Repercusiones del 19 de abril de 1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas, Caracas, Tipografía Lux, 1959, pp. 123-127.
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Epistolario de la Primera República, tomo ii, pp. 14-19.
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Idem.
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Ibidem, pp. 20-21. En otra comunicación que dirigió Ortiz a Cagigal el 16 de mayo de 1810 expresó la importancia la reunión de los diputados provinciales en la Junta Suprema: “Hasta la congregación general de los diputados de las Provincias no se puede hablar sobre la constitución del gobierno que más convenga establecerse. No obstante estoy recibido como Diputado de esa capital y su provincia; y concurro diariamente a la Junta Suprema como uno de sus vocales de privilegio”. Recordó a Cagigal las instrucciones para “ilustrarme en los ramos generales y particulares que deben comprender las sesiones de las Cortes para poder proporcionar a favor de ese pueblo cuanto le sea necesario para su fomento y felicidad”.
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El 12 de octubre de ese año, fallecido Cagigal, se constituyó una nueva junta que presidió el mariscal de campo José Antonio Freitas Guevara, la cual retiró el reconocimiento a la Regencia. En esta reunión del cabildo de Barcelona, a solicitud de los oficiales del cuerpo veterano y milicias, y la nobleza, participaron José Antonio Anzoátegui como representante del cuerpo veterano, Josef Godoy de las milicias disciplinadas, de las caballerías de blancos José María Sucre, por el cuerpo de milicias de pardos Juan Antonio Filipino, por el de caballería de pardos Manuel Guevara y por la nobleza Manuel Hernández. La junta quedó conformada de la siguiente manera: José Antonio Freytes Guevara como presidente, Francisco Manuel Luces de Guevara como vicepresidente, y los vocales: presbítero Manuel Antonio Pérez Carvajal, Pedro Ramón Godoy, Pedro José Trías, Sebastián Bleza, Agustín Arrioja Guevara, Esteban Drós, Pedro María Freytes y Pedro Hernández27. La tercera junta se creó dos días más tarde, el 14 de octubre de 1810. Reunidos en la sede del cabildo los oficiales de los batallones de blancos, pardos y morenos, discutieron y decidieron “constituirse en un gobierno más arreglado a la leyes” para lo que pasaron a la casa del comandante general de la provincia, José Antonio Freytes, para tratar los últimos acontecimientos. Los barceloneses plantearon que en vista de la “lentitud o demoras de las cosas por hallarse sujetas a una junta de muchos hombres que por una razón natural deben disentir en sus opiniones” y convencidos que “habiendo sido el pueblo el que constituyó esta autoridad, él mismo puede disolverla”. Los convocantes de esta reunión resolvieron que la Junta Provincial “quedase extinguida” y en su lugar crearon una “Capitanía General de Provincia” como “representante de la soberanía del señor don Fernando VII” a cargo de José Antonio Freytes Guevara28. El 3 de mayo la Junta Provisional de Cumaná, encargó al asesor general Juan Martínez “un Manifiesto que circule en toda la provincia, reiterando los motivos que han obligado a la instalación de esta Junta Suprema”. Ese día se eligieron como vocales de la “Junta Central de Caracas” a Mariano de La Cova y a Francisco González Moreno “dándoles las instrucciones correspondientes”. Días más tarde el antiguo gobernador Eusebio Escudero
Acta de la Junta Patriótica de Barcelona el 12 de octubre de 1810, Inés Quintero y Armando Martínez, (editores), Actas de formación de juntas y declaraciones de independencia (1809-1822). Reales audiencias de Quito, Caracas y Santa Fe, tomo i, pp. 128-129.
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Se nombró como intendente de la provincia a Manuel García Salazar. Se conformó un Tribunal de Apelaciones. Francisco Policarpo Ortíz fue designado representante de la provincia ante el congreso. Acta del 14 de octubre de 1810. Ibidem, pp. 129-132.
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fue despedido con “los honores de costumbre a la salida de esta plaza” por órdenes del nuevo gobierno29. La junta de la provincia de Margarita se formó el 4 de mayo de 1810. Allí la noticia de Caracas fue llevada por Manuel Plácido Maneiro. Ante la presión del pueblo, el capitán Joaquín Puelles, gobernador interino de la provincia, hizo entrega aquel día del poder a la junta de gobierno, cuya presidencia recayó en el teniente coronel Cristóbal Anés. Quedó compuesta por los siguientes miembros: Francisco Olivier como vicepresidente y los vocales: Simón de Irala, Francisco Aguado, Juan de Aguirre, Vicente Totesán, Domingo Merchán, Ignacio Ruata, Ignacio Zárraga, Andrés Narváez, Francisco Maneyro. Juan Bautista Arismendi fue designado comandante general de armas y Joaquín de Guevara como gobernador de la isla30. En la ciudad de Barinas, capital de la provincia del mismo nombre, se conoció lo sucedido en Caracas por cartas llegadas el 5 de mayo de 1810, una de las cuales contenía el bando de la junta capitalina anunciando el cambio político. Reunido el ayuntamiento barinés ese mismo día, convocó de inmediato un cabildo abierto que duró hasta las 2 a. m. del día siguiente31. Ante las noticias más recientes los miembros del cabildo acordaron realizar una convocatoria general para que en cabildo abierto “se les ponga a la vista los inminentes riesgos a que se halla expuesta la Patria y los sagrados e imprescindibles derechos de la santa religión que profesamos, y del monarca desgraciado que nos destinó la Providencia”. Realizaron “la citación general por medio de los porteros y alcaldes de barrio” y se presentaron en el cabildo las siguientes personas: el coronel Miguel de Ungaro Dusmet, comandante militar e intendente de la provincia; el doctor Ignacio Fernández cura de la iglesia mayor; Domingo González ministro de la Real Hacienda; los presbíteros
Acta del 3 de mayo de 1810. Ibidem, pp. 175-176. En la Gazeta de Caracas del 18 de mayo de 1810 se publicó el reconocimiento y obediencia de la Junta de Barcelona a la Suprema de Venezuela “y remitiendo uno de sus diputados que lo es don Francisco Policarpo Ortiz para que se incorporase a la Suprema como lo verificó el 9 del corriente”. También se divulgó la lista de los miembros que componían la Junta Provincial de Barcelona.
Francisco Javier Yánez, Historia de Margarita, Caracas, Ediciones del Ministerio de Educación, 1948, pp. 12-15. En la Gazeta de Caracas del 18 de mayo de 1810 se da cuenta del reconocimiento y “obediencia de la Suprema Junta de Caracas, en la isla de Margarita y constituida en ella una Provisional, que envió por diputado cerca de la Suprema a don Manuel Placido Maneyro”. Informó esta publicación los miembros de la junta.
Hasta ese día el ayuntamiento estaba integrado por el coronel Antonio Moreno comandante gobernador, el alcalde Miguel María del Pumar, Ignacio del Pumar regidor alférez real y los regidores Juan Ignacio Briceño y Manuel Bereciarte. También asistió a esta primera convocatoria Cristóbal Hurtado de Mendoza como síndico procurador. Acta de 5 de mayo de 1810. Inés Quintero y Armando Martínez, (editores), Actas de formación de juntas y declaraciones de independencia (1809-1822). Reales audiencias de Quito, Caracas y Santa Fe, tomo i, pp. 185-191.
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Francisco Gualdrón y Manuel González, curas párrocos de las iglesias de Nuestra Señora del Carmen y Dolores; el procurador de las misiones fray Francisco de Andujar; el capitán de milicias veteranas Juan Gabriel Liendo y su teniente Francisco de Orellana; los capitanes Vicente Luzardo y Francisco Arteaga; el teniente Ignacio Bragado; el administrador de correo Francisco Vidal y el doctor Juan Nepomuceno Briceño, “con otros vecinos particulares”. Luego de discutir la “causa de su convocación” y “consultando su dictamen y el voto general de este pueblo acerca de la resolución que debería tomarse” decidieron “tomar providencias activas de preocupación y conservación” y que para ello “así como el Pueblo de Caracas, a imitación de lo que hicieron todas las provincias de España”, se debía “formar en esta capital una junta que recibiese la autoridad de este pueblo que la constituye”. La junta estaría conformada por “doce sujetos que merezcan la confianza pública a pluralidad de votos” y para que “tenga la fuerza y sanción se elijan antes dos diputados del gremio de los pardos” 32. La junta quedó integrada de la siguiente manera: los tres miembros del cabildo (alférez real, alcalde provincial y alguacil mayor) y los nueve vocales siguientes fueron electos a través del voto “a que concurrieron cincuenta y un vocales de la clase de blancos y el voto de los señores diputados del gremio de pardos, que se computó por seis”. La conformación de la Junta de Barinas continuó el 6 de mayo de 1810. Se congregaron nuevamente en la “sala de gobierno” los diputados electos, y “habiendo precedido el juramento de ejercer bien y fielmente el cargo […] se les puso en posesión […] morir por la religión, por nuestro Rey don Fernando Séptimo y por nuestra Patria, posponiendo todo espíritu de ambición, interés o resentimiento” 33. Ese mismo día realizaron las elecciones para los diferentes cargos de la junta. Por iniciativa del representante de los pardos, el coronel Miguel de Ungaro, estas fueron por “votación secreta”. El escrutinio fue realizado por los diputados Domingo González, Pedro Espejo y Juan Gabriel Liendo. Para el cargo de presidente se postularon Miguel María del Pumar, quien sacó 5 votos; Ignacio del Pumar, marqués del Boconó, quien obtuvo “En ese estado, habiendo concurrido porción del gremio de Pardos, muchos de los cuales constan de la lista adjunta, se nombraron seis de los más beneméritos y de confianza, a saber; el capitán Vicente Vidosa, el maestro Eleuterio Rodríguez, el mtro. José Herrera y el mtro. Juan José Rojas, Trinidad Canela, y José Félix Luzén, para que propusiesen a los demás los dos diputados que deben representar su voz, y habiendo elegido unánimemente y al Sr. Vicario Dn. Ignacio Fernández, fue aprobada por todos la elección de los doce diputados regidores que han de formar el cuerpo nacional de esta municipalidad”, Idem.
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Acta de conformación de la Junta de Barinas, 6 de mayo de 1810. Ibidem, pp. 192-196.
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3 votos, Ignacio Fernández consiguió 2 votos y Cristóbal Mendoza apenas logró 1 voto. Igualmente se procedió la elección para el cargo de vicepresidente: Ignacio Fernández alcanzó 6 votos, y Mendoza y Manuel Antonio Pulido, 3 y 2 votos respectivamente. La junta barinesa se reunió nuevamente el 7 de mayo de 1810, y ante la preocupación de la reacción de otras ciudades y pueblos de su provincia, decidieron convocarlas a formar parte de la instancia de poder provincial: “haciendo entender a sus habitantes que aunque la urgencia de las circunstancias no ha permitido congregarlos todos para esta primera planta, se les tendrá toda consideración que dicte la justicia cuando las circunstancias permitan la concurrencia y los pueblos” 34. El movimiento de Caracas fue conocido en Angostura, capital de la provincia de Guayana, el 11 de mayo de ese año. Ese mismo día, los alcaldes José de Heres y Juan Crisóstomo Roscio promovieron la formación de una junta que depuso del mando al gobernador José Felipe de Inciarte. Pocos días después una reacción de algunos sectores de la ciudad disolvió la junta y reconoció al Consejo de Regencia35. Unos días más tarde, el 30 de mayo de 1810, el cabildo de San Felipe, población de la provincia de Caracas, instaló una junta de cabildo y reconoció a la Junta Suprema de la capital. En esa ciudad se juntaron en la sede del ayuntamiento José de Berroeta, teniente de justicia mayor, los alcaldes José de Torres y Pedro Leal, junto al síndico procurador general Antonio Mollet y “congregados con los demás vecinos que asistieron en virtud de la citación por carteles públicos”, procedieron a “discutir sobre el objeto propuesto en dicha acta”. Y en atención “a que realizada por la capital de Caracas la importante idea de reasumir la Soberana autoridad en la Junta Suprema que el pueblo, de unánime consentimiento, ha formado, así para conservar los derechos de nuestro monarca el señor don Fernando VII oprimido y despojado de su libertad […] como para velar sobre la seguridad de los nuestros en una situación tan deplorable” 36. Acta de Barinas, 7 de mayo de 1810. Ibidem. pp. 197-198.
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Acta del ayuntamiento de Guayana del 3 de junio de 1810. Ángel Grisanti, Repercusiones del 19 de abril de 1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas. pp. 139-140. De los acontecimientos da noticia el teniente coronel del ejército español Tomás Surroca y de Montó, “Relación histórica de los sucesos políticos y militares de la provincia de Guayana, desde principios de las convulsiones de 1810, hasta el de 1817, se insertan también algunos referentes a la revolución de la costa firma, hasta julio de 1821” publicada por la Academia Nacional de la Historia bajo el título La Provincia de Guayana en la independencia de Venezuela, en el 2003, pp. 58-62. La instalación de la Junta Provincial de Guayana fue aplaudida por la Junta Suprema de Caracas en la Gazeta de Caracas de 15 de junio de 1810.
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Reconocimiento prestado a la Suprema Junta Conservadora de los Derechos del señor don Fernando VII en Venezuela por el M. I. cabildo de San Felipe, Gazeta de Caracas, 15 de junio de 1810.
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Decidieron establecer un gobierno que “organice y consolide el sistema de nuestra legislación, mientras que el congreso general de los diputados de todos los pueblos de la provincia se forme la constitución legislativa que debe perpetuarse y en quien se reconozca propiamente la soberanía”. Formaron una junta integrada por ocho diputados que “concurran a los acuerdos a fin de que las materias actuales se examinen y deliberen con el pulso, madurez y prontitud que se requieren” 37. Los emisarios enviados desde Caracas a Coro, Maracaibo y Mérida fueron Vicente Tejera, Diego Jugo y Andrés Moreno. Los tres fueron arrestados a comienzos de mayo en Coro y enviados a Maracaibo, de donde se les remitió a Puerto Rico. Como mencionamos anteriormente, tanto la ciudad de Coro (que pertenecía a la provincia de Caracas) como la de Maracaibo, capital de la provincia del mismo nombre que incluía la población de Mérida y Trujillo, permanecieron fieles al Consejo de Regencia y no crearon juntas superiores provinciales. Posteriormente, el merideño Luis María Rivas Dávila fue enviado desde Caracas a su ciudad natal para lograr formar allí una junta de gobierno que se separase de la provincia de Maracaibo38. En la ciudad de Mérida el 16 de septiembre de 1810, se congregó “todo el pueblo de esta capital y sus contornos” por citación del ayuntamiento e “igualmente que todos los eclesiásticos seculares y regulares, colegio, militares, hacendados y comerciantes”, para informarles la situación de la España peninsular y presentarles los oficios de las juntas supremas de Santa Fe, Caracas y Barinas. Luego de escuchar las comunicaciones resolvieron “unánimemente, todo el pueblo, a una voz y todos los cuerpos e individuos” que era voluntad de los merideños “adherirse a la causa común”. Esta decisión fue seguida de gritos y aclamaciones “¡viva la Junta Suprema de Santa Fe a nombre del señor Don Fernando VII, viva la Junta Suprema de Barinas a nombre de don Fernando Séptimo, viva la Junta Suprema de Pamplona a nombre de don Fernando Séptimo, viva la Junta Suprema del Socorro a nombre de don Fernando Séptimo!; cuyos ecos fueron consentidos, aprobados y aplaudidos” 39. Idem.
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Para comprender el caso marabino: Belín Vázquez, “La realidad política de Maracaibo en una época de transición 1799-1830”, en Cuaderno de Historia, Universidad del Zulia, nº 16, 1990; del mismo autor, “La realidad marabina: contradicciones y acuerdos presentes en años de definiciones políticas: 1810-1830”, en Tierra Firme, nº 34, 1991; y Zulimar Maldonado, “Las ciudades disidentes durante la independencia de Venezuela: el caso de Maracaibo”, en Revista de Ciencias Sociales, nº 1, v. 11, 2005. Para estudiar el caso de la ciudad de Coro, destaca el trabajo de Elina Lovera Reyes, De leales monárquicos a ciudadanos republicanos. Coro 1810-1858, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2007.
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Acta de formación de la Junta Soberana de Gobierno, 16 de septiembre de 1810. Inés Quintero y Martínez, Armando (editores). Actas de formación de juntas y declaraciones de independencia (1809-1822). Reales audiencias de Quito, Caracas y Santa Fe, tomo i, pp. 215-217.
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Declararon la creación de una junta integrada por 12 vocales “que reasumiera la autoridad soberana, cesando por consiguiente todas las autoridades superiores e inferiores que hasta el día de hoy han gobernado”. Se procedió a la elección con “plena libertad y por votos secretos” y resultaron electos: Antonio Rodríguez Picón (presidente), Mariano Talavera (vicepresidente), Francisco Antonio Uzcátegui, Buenaventura Arias, Juan Antonio Paredes, Vicente Campo Elías, Antonio María Briceño, Blas Ignacio Dávila, Fermín Ruiz Valero, Lorenzo Aranguren, presbítero Enrique Manzaneda y Salas y el padre fray Agustín Ortiz. Todos juraron “defender la religión, los derechos de nuestro legítimo soberano, el señor don Fernando VII, y su legítima dinastía, y los intereses de la patria” 40. El 25 de septiembre de ese año la Junta de Mérida publicó un manifiesto explicando detalladamente las razones que llevaron a su conducta política en un momento donde las autoridades peninsulares habían condenado la actitud tomada en algunas regiones de la América española: “en ningún tiempo se ha debido inculcar más que ahora el verdadero origen de la autoridad soberana. Si se hubiese examinado bien la fuente primitiva del poder supremo, no se habría atribuido tan fácilmente a unos Pueblos tan cultos y fieles, la fea nota de insurgentes y prevaricadores de la Majestad” 41.
Insisten, y así lo explicaron y analizaron, en la ilegitimidad del Consejo de Regencia porque no estaba formado por el voto general. En cambio, la Junta Central “formada provisionalmente para representar la Soberanía” sí fue reconocida por América porque “creyó que por su medio se conseguiría la salvación de la Patria”. A pesar de este reconocimiento, criticaron la escasa representación americana en la mencionada instancia de poder. Como electores participaron, entre otros: Antonio María Briceño y José Lorenzo Aranguren, en representación del clero; Lorenzo Maldonado como representante de los militares; Vicente Campo Elías de los hacendados y José Arias de los comerciantes. Idem. En una carta que le dirigió un mes antes de estos acontecimientos Antonio María Briceño a Mauricio Uzcátegui el 28 de agosto de 1810 manifestó las ventajas del establecimiento de una junta en Mérida: “ya Ud. sabrá en el buen pie que se halla todo el Reino de Santa Fe habiendo establecido sus juntas gubernativas a imitación de Caracas, Barinas, etc. Provincias felices, que reconociendo sus imprescriptibles derechos tanto tiempo abolidos por la opresión más injusta, van a labrarse una felicidad incomparable. Sólo esta infeliz ciudad, ésa, y las demás sujetas a Maracaibo sufrirán el durísimo yugo de la servidumbre que los oprime, por la indolencia o fe de sus habitantes. Qué mengua la nuestra, si después de unos ejemplos tan nobles del más acendrado patriotismo, arrastramos todavía cadena tan pesada, olvidados de nuestros deberes y de los sagrados derechos de nuestra natural libertad [...] lea UD. con cuidado los papeles que salen de dichas juntas, su adhesión a nuestro Monarca [...], el amor que manifiesta a la pública propiedad, y cuán próxima está la felicidad de los pueblos que adoptan un sistema fundado en el derecho de gentes y natural como el presente”. Epistolario de la Primera República, tomo i, pp. 103-104.
40
Manifiesto dirigido a los pueblos por la Superior Junta de Mérida, 25 de septiembre de 1810. Inés Quintero y Armando Martínez (editores), Actas de formación de juntas y declaraciones de independencia (1809-1822). Reales audiencias de Quito, Caracas y Santa Fe, tomo i, pp. 218-223.
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Los merideños informaron a los pueblos de su jurisdicción y de América, que sus intenciones de formar una junta “depositaria interina de la Soberanía” permanecerían hasta que “salga de su cautividad [Fernando VII] o hasta que por el voto de los españoles del Antiguo y Nuevo Mundo, se establezca un gobierno legítimo según las leyes fundamentales de la monarquía”. Unos días más tarde, el 11 de octubre de 1810, los pobladores de La Grita respondieron el llamado de la junta merideña, adhiriéndose a la decisión de retomar para sí la soberanía. Para ellos, en vista de la situación presentada en España, “a causa de la invasión de los franceses en las Andalucías y disuelto por esta causa el gobierno nacional”, resolvió unirse a la “Junta Suprema de Mérida, desprendiéndose de Maracaibo”, manifestando su “adhesión, concordia, unión y subordinación” 42. Los pobladores de la parroquia de Bailadores hicieron lo mismo el 14 de octubre de ese año. Reunidos el teniente de justicia mayor Buenaventura Méndez, el comisionado de justicia Pedro Rey, el administrador de renta de tabaco Manuel de la Mesa, el teniente visitador Lucio Troconis, José e Ignacio Fernández, con “otros muchos vecinos principales de esta parroquia y pueblo”, deliberaron sobre la situación de la península y de la “disolución y extinción absoluta de la Junta Central que era el único cuerpo que gobernaba en nombre del señor don Fernando VII”, y en vista de “todo lo cual las provincias y ciudades de Santa Fe, Caracas, Cumaná, Margarita, Barinas, Mérida, Pamplona, Socorro y muchas provincias de Buenos Aires, no han querido reconocer al Consejo de Regencia por ilegítimo” expresaron “los concurrentes unánimemente que querían agregarse, como se agregan, a la capital de Mérida, y sujetarse a la autoridad soberana de aquella junta que gobierna en nombre del señor don Fernando VII” 43. El 21 de octubre de 1810 la población de San Antonio del Táchira “habiéndose reunido todo el Pueblo que la compone” discutieron también los “riesgos que amenazan a la Patria” y concluyeron tomar las medidas necesarias para evitar “las convulsiones de la anarquía”. Ante las deliberaciones de los vecinos, Antonio María Pérez del Real tomó la palabra y se dirigió a la concurrencia. Aplaudió los esfuerzos que hizo América como demostración de “un patriotismo exaltado”, aborreciendo la “traición y la tiranía” que ejemplificaban los franceses invasores. Invitó a sus compañeros:
Acta de adhesión de la ciudad de La Grita a la Junta Patriótica de Mérida, 11 de octubre de 1810. Ibidem, pp. 224-226.
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Acta de adhesión de la parroquia de Bailadores a la Junta Patriótica de Mérida, 14 de octubre de 1810. Ibidem, pp. 227-229.
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“ha llegado ya el tiempo en que cuando toda la provincia de Venezuela y el Reino de Nueva Granada han sacudido el insoportable yugo de unos mandones que, abusando del sagrado nombre de nuestro suspirado Monarca el señor don Fernando VII, se había reunido todos para saciar la sed implacable de su crueldad en la inocente sangre de los americanos” 44.
Condenó enérgicamente la actitud tomada por el gobernador de la provincia de Maracaibo, Fernando Miyares, y le advierte a la concurrencia: “él les decretará la muerte y al fin vendrá el azote de la guerra por los amenos campos de estos lugares a incendiar nuestras casas, saquear nuestras posesiones y afligirnos con la multitud de calamidades que deba acarrear una guerra feroz y sangrienta entre los vasallos de un mismo soberano”.
Luego de escuchar las palabras de Pérez, “todo el pueblo, grandes y pequeños, ricos y pobres, menestrales y labradores” gritaron vivas al rey y a la Junta de Mérida. Convinieron en reasumir “la autoridad necesaria para sacudir el yugo del gobierno de Maracaibo” y adherirse a los merideños y su junta: “aquella autoridad que se origina del mismo derecho natural que impone al hombre en sociedad, y aun solo, la imprescindible necesidad de mirar su conservación”. Por último, la villa de San Cristóbal se pronunció a favor de la Junta de Mérida el 28 de octubre de 1810. Ese día se juntaron en el ayuntamiento sus miembros: José Andrés Sánchez Osorio, los alcaldes Ignacio y Rafael Sánchez, el síndico procurador José María Colmenares, el vicario Tomás Sánchez, los presbíteros Pedro Casanova y Joaquín Sequera y “los vecinos que abajo firmaran”. También asistieron los habitantes de los pueblos vecinos de las parroquias de La Lobatera, Táriba, Guásimos y Capacho. Ante las noticias y el establecimiento de juntas en Venezuela y Nueva Granada, “con uniformidad de votos querían agregarse como se agregaban a la capital de Mérida, y sujetarse a la autoridad soberana que se Superior Junta ejerce a nombre del señor don Fernando VII” 45. En la ciudad de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo se congregó en el ayuntamiento el 9 de octubre de 1810, “todos los cuerpos, secular y regular, administradores, y resto del pueblo” para discutir las más recientes noticias. El padre lector doctor fray Ignacio Álvarez instó a los trujillanos a “que instalase una Junta Superior conservadora de nuestra Adhesión de la parroquia de San Antonio del Táchira a la Junta Suprema de Mérida, 21 de octubre de 1810. Ibidem, pp. 230-236.
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Adhesión de la villa de San Cristóbal a la Junta Suprema de Mérida, 28 de octubre de 1810. Ibidem, pp. 235-238.
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Santa Religión, de los derechos de nuestro amadísimo legítimo soberano don Fernando VII y su dinastía y de los derechos de la patria”; el ayuntamiento permitió la entrada de los electores de los vocales: Jacobo Antonio Roth y Pedro Fermín Briceño; por el clero el vicario José Ignacio Briceño Pacheco y el presbítero José de Segovia; por el pueblo Emigdio Briceño; por los pardos Francisco Javier Briceño y por el cuerpo de hacendados Manuel Felipe Pimentel. Quedaron electos para conformar la Junta de Trujillo: Jacobo Antonio Roth como presidente; José Ignacio Uzcátegui como vicepresidente, y los vocales: José de Segovia, Bartolomé Monsant, Ignacio Álvarez, José Antonio Rendón; Pedro Fermín Briceño, Juan Pablo Briceño Pacheco, Francisco Javier Briceño, Emigdio Briceño, Manuel Felipe Pimentel y Ángel Francisco Mendoza46. Para terminar, es importante retomar algunas ideas planteadas al principio de este ensayo. La documentación de la época evidencia el ideario de 1810 de las juntas provinciales, el cual se inscribe en la afirmación del territorio como parte integrante y esencial de la monarquía española y en la convicción de que en adelante no podían ser considerado como colonias, ni objeto de una política absolutista y despótica que se caracterizó el reinado de Carlos IV. El sentimiento de los ayuntamientos venezolanos y de su población fue esencialmente antibonapartistas y fernandistas, guiado por el deseo y la necesidad de conservar estos territorios para el legítimo representante de la monarquía, sin olvidar que estos espacios fueron utilizados para expresar las inquietudes de sus miembros y sus demandas de reformas, cambios y mayor participación en el nuevo gobierno instalado en Caracas, sin la búsqueda, al menos hasta 1811, de una ruptura definitiva con España que les diera la independencia absoluta.
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ORÍGENES DE LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA* ÁNGEL CESAR RIVAS**
Desde que con algún espíritu crítico me dediqué al estudio de los sucesos que determinaron la separación de la Capitanía General de Venezuela de su antigua metrópoli, me pareció que sólo como arma de propaganda y de lucha o como medio de alentar a los renuentes pudo llegarse a afirmar que la obra de libertad realizada por nuestros mayores no obedeció a otro objeto que al de poner fin a un vasallaje inicuo que un puñado de hombres impusiera sobre pueblos indefensos con el ánimo de expoliarlos. Más extraña se me representó aún la corriente y sonada creencia de que el movimiento emancipador lo hubiera hecho nacer el deseo o la necesidad de vengar a los aborígenes de América. Difícil me pareció, en verdad, que los nietos de los conquistadores, a cuyo mayor bienestar propendieron las órdenes legales emanadas del soberano de España; que los sucesivos retoños de los hombres que en las Indias implantaron la civilización europea; que cuantos, en una palabra, lucharon luego porque arraigase y fructificase en tierras ignotas la simiente moral y política traída de un mundo adelantado en cultura, pudiesen de repente, como despertados a una luz desconocida por misterioso conjuro, sentirse desposeídos de bienes que originariamente les pertenecieron o se juzgaran dominados por extrañas y enemigas gentes. Inexplicable era ciertamente para mí que los poseedores de las tierras americanas, que cuantos se habían ufanado en la época colonial por mantener incólume la integridad de la raza de que descendían, se hubiesen imaginado los vengadores de Guaicaipuro o de Paramaconi, los herederos de los indios cuyos territorios habían sido repartidos a raíz de la fundación de las nuevas ciudades entre los González de Silva, los Infantes, los Briceños o los García de Paredes. Pero ni menos inexplicable ni menos extraño fue para mí, como sin duda lo es a la hora presente para muchos hombres dados a estos estudios, que en los tres siglos de obscurantismo * Discurso de Incorporación a la Academia Nacional de la Historia del Doctor Ángel César Rivas (1909) En: Discursos de Incorporación. Caracas, Academia Nacional de la Historia, año, vol 1. pp. 241-306. ** Ángel Cesar Rivas (1873-1930) fue individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, Sillón letra “H”.
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y de esclavitud, como de ordinario se califica el ciclo del régimen español, hubiesen nacido para nutrirse en él de ideal y de voluntad, los varones ilustres que con la espada o con el pensamiento acometieron la grandiosa empresa de constituir nuevos Estados. Para cuantos se hallan familiarizados con el criterio a que en el día está sometido el problema del origen y desarrollo de las razas y los pueblos, los cambios de regímenes que se efectúan en el seno de los agregados humanos no vienen a ser sino la resultante natural de las diversas influencias a que se hallan expuestos y que, sin alterar la esencia de su composición, imprímenles variados aspectos. Por oscura que sea una raza, por mezquino que sea su pasado, el estudio de sus anales nos suministrará siempre un conjunto de caracteres intelectuales y morales, fijos, inmutables, que parecen salir de la tierra que les sirve de albergue y que son como las mil trompetas invisibles con que la voz de los antepasados recuerda a los pósteros la continuidad del lazo que los mantiene unidos, la persistencia de la fuente de sangre que es madre de sus pensamientos y guía de sus acciones. Los caracteres a que nos referimos emigran con el rebaño humano o con los grupos de él que se alejan de la primitiva cuna, resisten todos los climas, las conmociones de la naturaleza y las ideas; y si durante espacios de tiempo más o menos largos muéstranse débiles o deslustrados, es para renacer luego con mayor energía y vigor, como si las remotas influencias que los crearon necesitaran de esos momentáneos eclipses a fin de demostrarnos que, al par de los individuos, las razas poseen un alma que les es propia. Todas cuantas son las bases fundamentales del alma de una raza, sentimientos comunes, intereses comunes, creencias comunes, poseíanlas clara y distintamente los castellanos al tiempo del descubrimiento. La lejanía a que ellos mismos y sus descendientes se encontrarían del solar nativo, su superioridad física e intelectual sobre las razas conquistadas, las repetidas uniones matrimoniales entre individuos pertenecientes a un número reducido de familias, iban a ser otras tantas causas de que por el canal de la herencia, el patrimonio moral de la Península importado se conservase íntegro en América. Por otra parte, las condiciones de vida a que el colono quedaría sujeto concurrirían a vigorizar y desenvolver aquella fuerza, pues al favor del tiempo, de las variaciones que el nuevo medio introduciría en los hábitos originarios, del crecimiento gradual de las poblaciones por ellos fundadas, iba a nacer en días por venir un grupo social independiente del que le había servido de núcleo, gracias a un fenómeno idéntico al que se observa en la formación de los organismos celulares, los cuales, por desdoblamiento o por separación logran constituir nuevos organismos de un tipo semejante a aquel que los engendró. El alma de la raza traída por el castellano
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a Venezuela, trasmitida a los descendientes e infundida a los grupos sociales inferiores, vivió encerrada en un principio dentro de la modesta ciudad por él levantada y a la cual separaban de las demás del mismo origen montañas impenetrables, cordilleras inaccesibles, llanuras ilimitadas. Más tarde, esa misma alma, privativa de las diversas poblaciones diseminadas en la extensión del territorio de la Capitanía General, alcanzó a fundirse nuevamente para formar con las cualidades originarias y las variaciones adquiridas el alma colectiva de la colonia, en una palabra, el alma del Estado independiente de Venezuela. Así, cuando los acontecimientos a que hemos de referirnos dieron por resultado la proclamación de la nueva entidad política internacional, fue porque ya se había constituido una nación que le serviría de base; porque en el decurso de los años coloniales, organizados los venezolanos en grupo separado de aquel de donde provenían, habían adquirido la fuerza necesaria con que ese mismo grupo, primero al derrumbarse el Imperio Romano, y luego cuando reivindicó de los árabes el territorio, llevó a cabo el establecimiento de los distintos reinos que, fundiéndose, debían componer la Monarquía Española. Si bien en pequeño, en la colonia venezolana podrá encontrarse desde sus comienzos la reproducción del organismo político de la gran sociedad de allende el mar, y en los usos y costumbres de sus habitantes la repetición de cuantos habían nacido al calor del viejo suelo ibero; y esto de tal modo, que después de tres siglos de avecindada en América, iba a revelarse otra vez el carácter de la raza para acometer con la empresa de la emancipación colonial, una empresa que sólo es comparable a la de la conquista. Si existe algo que sirva a diferenciar las razas en superiores e inferiores, ese algo es, incuestionablemente, la capacidad de realizar grandes obras sociales o políticas, capacidad que deriva del carácter antes que de la inteligencia, y cuyos elementos principales son la perseverancia, la energía, la aptitud para dominarse y ese conjunto de reglas de conducta respetadas de antiguo como fundamento del agregado étnico y que llamamos moralidad. Ni de los aborígenes, ni mucho menos, de los africanos importados, habían heredado los creadores de la nacionalidad venezolana la sustancia psicológica que acabamos de mencionar: ellos la recibieron en la lenta sucesión de los años de sus antepasados castellanos y la conservaron y aquilataron bajo el régimen a que estuvieron sometidos. Fue sin duda por esta razón por lo que Don Andrés Bello pudo escribir los siguientes conceptos llenos de elocuencia y de verdad al refutar a un publicista chileno que renovaba la acusación hecha a España de haber envilecido a los americanos, “Jamás un pueblo profundamente envilecido, desnudo de todo sentimiento virtuoso, dice, ha sido capaz de ejecutar los grandes hechos que ilustraron las campañas de los patriotas, los actos heroicos de abnegación, los sacrificios de todo género con que
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Chile y otras secciones americanas conquistaron su emancipación política. Y el que observe con ojos filosóficos la historia de nuestra lucha con la metrópoli reconocerá sin dificultad que lo que nos ha hecho prevalecer en ella es cabalmente el elemento ibérico. La nativa constancia española se ha estrellado contra sí misma en la ingénita constancia de los hijos de España. El instinto de patria reveló su existencia a los pechos americanos y reprodujo los prodigios de Numancia y de Zaragoza. Los capitanes y legiones veteranos de la Iberia trasatlántica fueron vencidos y humillados por los caudillos y los ejércitos improvisados de otra Iberia joven, que, abjurando el nombre, conservaba el aliento indomable de la antigua en la defensa de sus hogares” 1.
Un somero análisis de la evolución colonial y de los antecedentes españoles nos hará ver, con efecto, que las ramas del venerable árbol ibérico que el conquistador plantó en América, retoñaron vigorosa y velozmente en ella, y que su savia y su follaje fueron en un todo dignos de los que ostentara en los momentos más sublimes de su historia el tronco robusto y añoso. Cuando ocurrió el descubrimiento de las Indias Occidentales los castellanos poseían tradiciones de libertad y de gobierno en nada inferiores a las de cualquier otro país de Europa. En un espacio de cinco siglos y a medida que los términos de los distintos reinos se extendían por la Península, el pueblo recibió, de generación en generación, el tesoro cada vez más rico de sus prerrogativas y derechos. Con las artes, con las letras, con el comercio, con el poderío militar, fueron desenvolviéndose esos atributos, y junto con el recuerdo de las acciones de la guerra de reconquista el ciudadano conservaba cual un legado de gloria, como el patrimonio inalienable de cada rincón de tierra hispana, el recuerdo de las libertades otorgadas por el rey y por el vasallo defendidas y acrecentadas. Desde el siglo xi los monarcas de Castilla concedieron a sus súbditos privilegios extraordinarios que constituyeron los fueros de las ciudades, siendo así que bien puede mirarse ese reino como la Nación de Europa que primero implantó un régimen liberal de libertades municipales2. Por lo general, esos fueros atribuían al ciudadano la facultad de organizar ayuntamientos para la dirección de los negocios del municipio, bien así como la de designar los jueces que administraran justicia en lo civil y en lo criminal. Ningún hombre podía según los fueros, ser molestado en su persona o en sus bienes sino por determinación de los jueces municipales, cuya autoridad era tan
Bello: Influencia de la conquista de los españoles, obras completas. Tomo VII, pág. 84.
Prescott: Historia del reinado de los reyes católicos, I, págs. 17 y 18.
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grande que a los tribunales superiores no les era lícito abocarse el conocimiento de los asuntos que estuviesen decidiendo. Las libertades públicas habían llegado en Castilla hasta el punto de que con frecuencia se establecía en las cartas, que a los nobles no les era permitido adquirir propiedad raíz dentro de los límites del municipio; que no era lícito a los mismos levantar en ellos fortaleza alguna y que cuantos de su clase residieran en la jurisdicción mencionada quedaban sujetos a la autoridad municipal, la cual podría rechazar legalmente por la fuerza cualquier ataque de aquéllos contra los ciudadanos. Al estudiar detenidamente esa organización, el americano Prescott no pudo prescindir de expresarse de esta suerte: “Así, mientras que los habitantes de las primeras poblaciones de otras partes de Europa gemían bajo el yugo de la servidumbre feudal, los de las villas y ciudades castellanas que vivían bajo la protección de sus leyes y magistrados en tiempos de paz y eran mandados por sus propios oficiales en la guerra, estaban en el pleno goce de todos los derechos y prerrogativas de los hombres libres” 3.
No se limitaron los ciudadanos de Castilla a entender en los asuntos exclusivos de sus ciudades, sino que junto con la nobleza y con el clero, formaron asambleas nacionales, verdaderos parlamentos donde eran discutidos los intereses del reino, se restringía el poder del soberano y se afirmaba el imperio de las libertades adquiridas. Un siglo antes de que el parlamento de Inglaterra hubiese sido convocado por Simón de Monfort, los comuneros de Castilla instalaron el suyo, que por lo tanto fue el primero que en los tiempos medioevales se conociera. Las Cortes que se reunieron en Burgos el año de 1169 fueron el modelo de semejantes cuerpos, sobre todo si se tiene en cuenta que los diputados de las ciudades eran designados por el voto de los vecinos cabezas de familia. Grande fue el ascendiente del brazo popular en las Cortes castellanas y a su influjo se debió, entre otras prácticas que aún en el día son miradas como conquistas de gran momento, el que se consagrase como principio fundamental de la constitución que ningún tributo pudiera ser impuesto sin su consentimiento. Entregado el ejercicio de semejantes garantías constitucionales, natural fue que el pueblo, identificado en ello con los nobles, los cuales guardaban el recuerdo de la época goda en que el rey, elegido por ellos, era apenas su par, su igual, lograra que las Cortes interviniesen en la elección del monarca. Así, el parlamento de Castilla aprobaba el derecho del príncipe a ocupar el trono, reconocía en sesiones convocadas al efecto la capacidad para la sucesión del presunto heredero, obligaba, por último, al
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Prescott: op. cit., I, pág. 19.
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nuevo soberano a prestar ante él juramento de fidelidad a las leyes y libertades del reino, no por mera formalidad, sino como condición impuesta al príncipe del ejercicio de la potestad de gobernar, conforme se vio aun en días en que el poder de las cortes iba cediendo terreno y en los cuales lograron los procuradores de los municipios que el Emperador Carlos V jurase el mantenimiento de los fueros4. Bien es cierto que desde los tiempos de Isabel algunas ciudades perdieron la facultad de hacerse representar en las Cortes, que desde ese período el poder real comenzó a contener con mano fuerte la resistencia de la nobleza y de los ciudadanos, que durante el reinado de Carlos V las Cortes comenzaron a reunirse a largos intervalos y que al cabo de cruentas luchas el César impuso su voluntad por sobre la de la Nación. Pero ello es que los ciudadanos no se resignaron a la pérdida de sus fueros más preciosos, que su oposición a las invasiones de la autoridad real hacía que ésta cediese a las veces, y que cuando vino el eclipse de la libertad castellana fue porque con torrentes de sangre generosa y a fin de conservar intacto el derecho a reivindicarla, el pueblo había refrendado su protesta en el campo memorable de Villalar. Cuando Colón emprendió su viaje de descubrimientos habíanse fundido ya en uno solo los varios reinos de la península hispana y verificádose mediante tal suceso la obra de unificación que dio nacimiento a los modernos Estados de Europa. Ese acontecimiento contribuiría en aquellos instantes a asegurar a la Monarquía española los siglos de glorioso esplendor que todavía se recuerdan con asombro y le facilitaría, además, las vías por donde llegó a ser el pueblo más poderoso del orbe. Desde la época de la dominación morisca comenzó a esparcirse por toda la Europa la antigua cultura, gracias a las escuelas peninsulares de Córdoba, de Granada y de Toledo, y esa misma cultura, tomando un giro nuevo, alumbró las tinieblas de los tiempos medios con los focos de saber y de luz que los Soberanos de Castilla encendieron en 1209 y 1222 en Palencia y en Salamanca. Para el siglo xiii, había España alcanzado un notable grado de adelanto jurídico, y con el código de las Siete Partidas levantó un monumento de codificación entonces no igualado. Cuando sobreviene el siglo xvi, es decir, el siglo de la conquista de América, los publicistas y jurisconsultos españoles, los Sepúlveda, los Ramírez, los Vitoria, los Soto, los Cano, los Suárez, son considerados los maestros por excelencia. Aun en literaturas y en artes no cedían los españoles un punto a sus contemporáneos de otros pueblos, así como tampoco les eran inferiores en comercio, navegación y en industria. El poder militar de España no conoció por
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Marina: Teoría, parte I, Caps. II, V y VI.
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aquellos días rival alguno: ella poseía el Norte y el Sur de Italia, el Rosellón, el Artois, el Franco-Condado, los Países Bajos y grandes establecimientos en la parte septentrional de África; uno de sus reyes ceñía la corona de Carlo-Magno, sus afamados tercios recorrían en triunfo la Europa y detenían ante los muros de Viena las falanges del infiel, salvando así la vieja civilización greco-latina de la hegemonía asiática. Fueron los hombres nacidos en ese hogar, los creadores de tanta grandeza, los llamados a conquistar y civilizar la América. Renuncio, de consiguiente, a trazar entre ellos y los indios un paralelo que sólo podría inspirar la ceguedad, para consagrarme a esbozar la organización del imperio que levantaron a este lado del Atlántico, a señalar en las obras y acciones de sus descendientes americanos los rasgos característicos de la gente castellana, a buscar en aquella antigua fuerza, la energía de que sucesivamente se valieron los colonos de origen español en su intento de organizar sociedades de tipo peninsular hasta construir, junto con esta de Venezuela, las nacionalidades independientes que constituyen el mundo de Colón y que reemplazaron los Estados más o menos amorfos creados por los aborígenes. Marcadísima ha sido la tendencia a presentar la conquista y colonización española como una empresa de pillaje, de exterminio y de opresión. Notable ha sido igualmente, el propósito de atribuir a los anglo-sajones y a los holandeses mayor grado de humanidad, de ciencia y de previsión en sus fundaciones coloniales. Y esa doble corriente, que sirvió de poderoso ariete a los rivales europeos de España con el fin de precipitar su ruina, fue admitida sin reparo por los ibero-americanos, no sólo en los días de la revolución sino aún después de alcanzada la Independencia. Escasos son, por lo tanto, los que se han dado a desvanecer la secular e inveterada propaganda que con la fuerza de las cosas prejuzgadas casi nos hizo renegar de nuestro origen, y hasta nos obligó a que contemplásemos en el pasado colonial norteamericano la fuente exclusiva de toda libertad, el ejemplo más elevado de la exaltación del hombre al bienestar, a la dignidad y al honor. Cierto es que los conquistadores españoles, entre quienes no escasearon los temperamentos brutales que los siglos medios engendraban, con ayuda del fuego y del hierro, sentaron muchas veces sus reales en las tierras americanas; que en más de una ocasión la codicia encendió en sus almas la crueldad; pero también lo es que el indio no fue siempre tan humilde ni tan manso como se complacieron en evocarlo, los primeros, muchos de los mismos españoles, de corazón generoso y blando; que no habría exageración en afirmar que los crímenes de que se acusa a los castellanos son inferiores a los realizados durante la misma época por los demás colonizadores europeos; que ni aún en nuestros
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días la ocupación de tierras desconocidas anduvo exenta de escenas de violencia y de exterminio, como si fuese ley universal que la civilización hubiese tan sólo de adquirirse de ese modo. Además de eso, no ha querido estudiarse, y apenas unos cuantos han parado mientes en ello, que esos mismos hombres, en el escaso período de un siglo, exploraron la superficie del continente, que no obstante su considerable inferioridad numérica pusieron bajo la soberanía española a los aborígenes, que fundaron ciudades y pueblos y que con los útiles del trabajo y de la industria europeos, importados por ellos, los colocaron mediante el auxilio de leyes, de magistrados, de clérigos, de maestros en ciencias y en artes, al nivel de las ciudades y pueblos de donde provenían, o, cuando menos, que “si tales dones fueron traídos por la guerra y la conquista así también los llevó Roma, como muy bien le observa Bourne, a la Galia y a la Bretaña” 5. En efecto, ni todo fue sangre, ni todos los españoles venían dominados de la insana fiebre que produce le fabuleux metal que Cipango mûrit dans ses mines lointaines.
Poco antes de su segundo viaje trazó Colón los lineamientos de una política colonial y propuso que en la Española se fundaran tres o cuatro poblaciones con gobiernos municipales semejantes a los de Castilla6. Así se vio que en época tan temprana como 1493, los Reyes Católicos designaran a un miembro de su Consejo, el célebre Juan de Fonseca, para que de acuerdo con el Almirante hiciese los preparativos de dicho segundo viaje; que el propio Fonseca, diez años después, figurase como Ministro Colonial del Monarca; que en 1503, se crease la Casa de Contratación de Sevilla, que conforme asienta Armstrom, fue “a un tiempo ministerio de comercio, tribunal mercantil y oficina de liquidación para el comercio americano” 7; que para atender la variedad de asuntos que ofrecía la administración de las Indias se organizase un cuerpo semejante a los que corrían con el gobierno del reino, el cual fue colocado, en cuanto a jerarquía, entre el Consejo de Castilla, el de Estado y los demás consejos reales; que en razón del incremento de los asuntos de los nuevos dominios, Carlos V perfeccionara en 1524 el cuerpo en referencia y lo constituyese en organismo independiente y separado bajo la denominación de Consejo de Indias, para que, a nombre del Rey, ejerciese la autoridad suprema, legislativa y judicial en las posesiones de la Corona. El
Bourne: Spain in America, pág. 201.
Tacher: Christopher Columbus, III, 9, pág. 113.
Armstrom: The Emperor Charles V, II, pág. 47.
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Consejo de Indias, en cuyo seno debía contarse un número de sujetos que hubiesen servido en América, acumulaba informes respecto a ésta, elaboraba las leyes que en ella debían recibir aplicación y actuaba como tribunal supremo de apelación respecto de los asuntos decididos por las audiencias coloniales. Obra exclusiva suya es la Recopilación de Leyes de India, monumento de sabiduría, de justicia y de humanidad, código fundamental de un grande imperio, “superior, como afirma Bourne, a todo lo que puede mostrarse producido por Inglaterra o por Francia en lo relativo a colonias” 8. El propósito de echar los fundamentos de nuevas naciones aparece revelado, por otra parte, en la organización que esas leyes dieron al gobierno de las Indias. Un siglo después de la ocupación española, los ingleses fundaron en América pequeños centros coloniales, provistos de cartas por lo general, independientes los unos de los otros, y en los cuales no tendría cabida el indígena, a quien se trataría como enemigo o como aliado, según las circunstancias. España emprendió una labor opuesta, infinitamente más civilizadora y humana, ya que de los tesoros de cultura por ella transportados al través del Atlántico no disfrutarían únicamente los colonos castellanos sino los habitantes primitivos de las tierras descubiertas, equiparados desde luego a los primeros y mirados con diligente predilección por la metrópoli. Como quiera que las Indias eran propiedad de la Corona y no del Reino9, al soberano le fue relativamente fácil implantar en ellas un sistema imperial que hacía de América una prolongación de Castilla, dado que por tal modo pudo sujetarlas a una legislación especial que facilitase el trasplantamiento de la lengua, de la religión y de las instituciones políticas y civiles de la Monarquía a los dominios recién descubiertos. Así, el rey hubo de disponer, que si bien era necesario, por cuanto pertenecían a una misma corona, que los reinos de Castilla y de las Indias fuesen lo más semejantes, al reducir los miembros del Consejo la forma y manera del gobierno de éstos al estilo y orden con que era regida y gobernada aquélla, debían hacerlo en cuanto hubiese lugar y lo permitiese la diversidad y diferencia de las leyes y naciones10. De esta suerte, y al paso que se hacía practicable en América la adaptación del régimen peninsular, adoptábase un criterio por demás alabado en el día y gracias al cual pudieron adquirir fuerza de ley y tornarse más vivas las diferenciaciones que el medio e infinidad de condiciones especiales imprimirían a las sociedades coloniales. Por otro lado, y a intento de ser fieles al propósito mencionado, los reyes elaboraron de continuo, y con
Bourne: op. cit., pág. 226.
Recopilación de Leyes de India, libro III, Tít. I, Ley I.
8 9
Recopilación de India, Libro II, Tít. II, Ley XIII.
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marcada preferencia, órdenes aplicables a una localidad determinada, no siendo, por consiguiente, de extrañar, que, al correr del tiempo, llegara a formarse en cada una de las distintas circunscripciones, según lo apunta Alamán, “una monarquía enteramente constituida sobre el modelo de la de España, en la que la persona del rey estaba representada por el Virrey o Capitán General, así como la Audiencia ocupaba el lugar del Consejo, y entre ambos tenían la facultad de hacer leyes en todo lo que fuese necesario, pues los autos acordados tenían fuerza de tales mientras no eran derogados o modificados por el rey” 11.
Ni faltó tampoco en América, desde los comienzos, lo que hasta entonces había sido como la piedra angular de la monarquía castellana, esto es, los municipios. Éstos se organizaban por los conquistadores no bien se señalaban los términos de la nueva ciudad; y, cosa sorprendente, “mientras la orientación de la vida política española era hacia el robustecimiento de la corona y la supresión de las funciones legislativas de las Cortes, en América, conforme a la sagaz observación de Bourne, había trazas de una tendencia opuesta” 12. Y fue que el conquistador, alejado del alcance del poder central, entregado casi por completo a su propia iniciativa en medio a enemigas gentes y a una naturaleza asombrosa y bravía, y engreído, además, por sus heroicas proezas, llegó a sentir que en su alma renacían para expandirse sin obstáculos en un territorio inmenso, del cual prácticamente era señor, aquellos viejos hábitos de libertad de que hasta hacía poco vivía orgulloso el castellano. En el municipio americano, por el conquistador fundado, vería éste la revancha iniciada contra la obra absolutista del monarca, el feliz prolongamiento, en una Castilla más rica, de la gloriosa tradición, del sueño varias veces secular de la raza. Asombroso es el número de cabildos que el conquistador organizara, y quizás sea esta consideración una prueba más de nuestro anterior aserto, por cuanto concurre a poner de manifiesto la avasalladora influencia que llevó a los descubridores a arraigar definitivamente en un lugar cuyo gobierno pudiesen dirigir por sí mismos. Vemos así que en 1507 los habitantes de la Española envían delegados al rey con el encargo de obtener para aquéllos los privilegios de que gozaban las municipalidades de la metrópoli13; que siguiendo las viejas costumbres castellanas, esos mismos habitantes se reúnen periódicamente en sus respectivos partidos, tal como sucedió en Cuba hacia 154014, Alamán: Historia de Méjico, I, pág. 81.
11
Bourne: op. cit., pág. 228.
12
Herrera: Historia general. Década I, Lib. VII, Cap. II.
13
Saco: Historia de la esclavitud en el nuevo mundo, pág. 179.
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o que, conforme aconteció durante ese siglo en toda la América, los representantes de los cabildos de una región se congreguen para deliberar, cada vez que las necesidades públicas exigen una medida de común provecho. Siguiendo las prácticas de las Cortes, discutíanse en aquellas asambleas los negocios de mayor peso, formulábanse peticiones dirigidas al monarca, y se designaba la persona que en nombre de la comunidad hubiese de sostenerlas en la Península. De esta manera fue cómo los delegados de los cabildos de la Gobernación de Venezuela, reunidos en Coro el año de 1560, y en Caracas en el de 1589, pudieron nombrar como procuradores a Corte, a Sancho Briceño y a Simón de Bolívar15. Los cabildos a que nos referimos, organizados en un principio por la iniciativa de los conquistadores16, fueron reglamentados luego, y por cierto que con una amplitud bastante a asegurar su independencia. Establecieron los reyes, a este respecto, que cuando no se hubiese capitulado con los Adelantados sobre nombramiento de regidores, éstos debían ser elegidos por los vecinos17, que a los virreyes y gobernadores les estaba prohibido hacer nombramientos interinos para los oficios concejiles por ausencia de los principales18; que aquellos funcionarios no podían hacer cabildos en sus casas, ni hacer que en ellos intervinieran ministros militares, ni dar a entender a los capitulares “por obra ni palabra, causa ni razón que los pueda mover, ni impedir la libertad de sus votos”19; que tampoco era lícito a los mismos impedir a los del cabildo la libre elección de oficios, ni interponerse con su autoridad o insinuación por sus parientes o allegados, “pues en esto se ofende la justicia y buen gobierno” 20; que las cédulas y provisiones reales no podían recibirse sino de los cabildos21; que en las casas de éstos, ni Oidor ni otra persona, de cualquier calidad que fuese, podían aposentarse de asiento, pues “debían dejarse libres para que pudiesen hacer sus cabildos conforme al uso y costumbres” 22. Por sobre esa red de cabildos, que no otra cosa fueron en un principio las colonias, se hallaba el Virrey o el Capitán General, “reyes de un reino menor”, según los califica Oviedo y Baños: Historia de la conquista de Venezuela, edición de Caracas, 1824, págs. 273 y 604.
15
Irving: Life and Voyage of Christopher Columbus, III, pág. 115. Bancroff: History of Central America, I, pág. 130. Bernal Díaz: Historia verdadera, Cap. XLII.
16
Rec. de Ind. Carlos V. 1523, Lib. IV, Tít. X, Ley III.
17
Lib. IV, Tít. VIII, Ley VIII.
18
Felipe II, 1583, Lib. IV, Tít. IX, Ley II.
19
Lib. IV, Tít. IX, Ley VII
20
Lib. IV, Tít. IX, Ley XVII.
21
Lib. IV, Tít. IX, Ley XXIII.
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Bourne23, funcionarios que juntaban en sus manos numerosas atribuciones24; pero a cuyo regular ejercicio proveía la ley por medio de adecuada ponderación. Vése así, que la duración de tales cargos no excedía de seis años, terminados los cuales no podían ocupar otro empleo sin ser antes residenciados25; que estaban en la obligación de trabajar en provecho de los colonos, como lo hubiese hecho el rey en persona26 y que por esta razón tenían constantemente sobre sí el ojo severo y casi siempre recto de las Audiencias. Estos cuerpos que concentraban la administración de la justicia, eran, además, freno eficaz contra las arbitrariedades de la Suprema Autoridad política, y reunían, por medio de hábil combinación, las funciones que en España tenían el Consejo de Indias y las Cancillerías de los distintos reinos. Fuera de sus atribuciones exclusivas, deliberaban con la Autoridad política sobre los asuntos de gobierno de mayor trascendencia27; eran tribunal de alzada respecto de las órdenes emanadas del Capitán General; se comunicaban directamente con el rey; en caso de vacante de la gobernación asumían el mando; y cada tres años daban comisión a uno de sus Oidores para que, en visita por el distrito, se informase de las condiciones económicas de la población, de las necesidades de las iglesias y conventos, de la conducta de los corregidores, del comportamiento de los conquistadores, del trato dado a los indios, etc., etc.28. De la ciencia de los oidores, de su imparcialidad y rectitud, del concepto que les merecía la justicia y el derecho, pueden dar testimonio elocuente las crónicas coloniales: las de Venezuela ilustrarán perpetuamente los nombres de aquellos magistrados que en lo más recio del vendaval desencadenado por la guerra, supieron amparar con energía e independencia sin igual a multitud de patriotas, arrebatar al cadalso infinidad de víctimas de las persecuciones de Monteverde y de Boves y sostener con grandeza de miras que envidiarían los contemporáneos, la validez de las capitulaciones celebradas con insurrectos29. Pero veamos cómo nació y se desenvolvió Venezuela en medio a ese sistema de leyes; cómo evolucionó en su suelo la cultura y el genio de los castellanos.
Bourne: op. cit., pág. 231.
23
Lib. III, Tít. III, Ley I.
24
Lib. III, Tít. II, Ley VI.
25
Lib. III, Tít. III, Ley I.
26
Lib. II, Tít. XV, Ley III.
27
Lib. II, Tít. XXXI, Ley I.
28
Véase Heredia: Memorias sobre las Revoluciones de Venezuela, pág. 67 y sig.; Bello: juicio sobre las poesías de Heredia, obras completas, VII, pág. 261.
29
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BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
El actual territorio venezolano fue puesto desde 1526 bajo la inspección de la Audiencia de Santo Domingo30, la cual promovió su colonización mediante expediciones enviadas a las costas de Cumaná y de Coro; y aun cuando el rey dividió posteriormente ese territorio en dos circunscripciones, la de Venezuela y la de Nueva Andalucía y el Dorado, y capituló en 1526 la población de la primera con Enrique Ehinger y Gerónimo Sayler, de quienes son causahabientes a partir de 1531 Antonio y Bartolomé Welser31, y la de la segunda con Diego Fernández de Serpa en 156832, una y otra quedaron sometidas así en lo político como en lo judicial a la Audiencia prenombrada. A partir del año de 1528 comenzó en realidad la colonización, pues si anteriormente existió en Cubagua una floreciente factoría, y si por dos veces se echaron los cimientos de la ciudad de Cumaná, no pasaron de ser efímeros dichos establecimientos. En el occidente fue, sin duda, donde la actividad europea desplegó mayor energía; ya que la ocupación dirigida por los Welser, de la cual se conserva el recuerdo de feroces acciones que hacen palidecer las consumadas por los castellanos, tuvo al menos la ventaja de que, gracias al espíritu aventurero de sus factores, quedase explorado en cortos años casi toda el área del occidente de la República y gran parte de la del sur-oeste y centro de la misma, y de que con los trabajos de exploración se comenzara a erigir unas cuantas ciudades cuyos nombres nos son por extremo conocidos. Para 1556, época en que terminó la capitulación de los alemanes, habíanse alzado los muros de Coro (1528), El Tocuyo (1545), Borburata (1549) y Valencia (1555); y junto con esos muros de madera o de piedra irguiéronse al mismo tiempo otros más ideales y duraderos, cuales son los de la ley y el derecho. Ni aun bajo el gobierno de los alemanes prescindióse de tan saludable práctica, y cáese, por lo tanto, en el error cuando se piensa que por el hecho de su contrato los banqueros de Ausburgo llegaron a ser dueños absolutos del territorio. Lo único cierto es que durante la administración de aquéllos el imperio de las leyes españolas se mantuvo siempre vivo y que los funcionarios de Coro, meros arrendatarios del rey, más de una vez sintieron sobre sí la sanción de esas leyes33. La mayor parte de los europeos que habían acompañado a los Welser eran españoles, por lo que prácticamente retirados los primeros de la escena colonial encontraríanse congregados los segundos en activo núcleo de conquistadores y pobladores: uno de ellos, Juan de Villegas, tan grande explorador como hombre de bien, fundó a
Lib. II, Tít. XV, Ley II.
30
Humbert: L’Occupation Allemande du Venezuela au XVIe. Siècle
31
Apuntes estadísticos del Estado Cumaná, 58.
32
Véase Humbert: op. cit. Introduction.
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Barquisimeto y poderosamente contribuyó a salvar ese precioso núcleo del desastre a que pretendieron los de Ausburgo condenarlo34. Asumiendo el mando y dirección de los españoles y poniendo a un lado las empresas de los Alfinger y los Federmann, Villegas organizó en seguida las expediciones de colonización que partieron con rumbo al centro, donde pocos años más tarde debería construirse el principal hogar de esta parte de la tierra firme y se radicaría la mayor actividad de los pobladores europeos. Cuanto a la Nueva Andalucía y a la Guayana, la prematura desaparición de Serpa fue causa de que la conquista de tan vastas y ricas regiones no pudiese en mucho tiempo llevarse adelante y de que por la escasez de recursos y de hombres se viesen reducidas por espacio de dos siglos a seis u ocho poblaciones de españoles por extremo insignificantes35. Pero antes de que finalizara el siglo xvi y no obstante los escasos medios de que dispusieron, los expedicionarios salidos de occidente y los que sucesivamente engrosaron sus filas habían fundado, además de las nombradas, las ciudades de Mérida (1558), Caraballeda (1561), Caracas (1567), Maracaibo (1571), Carora (1572), La Grita (1576), San Sebastián (1584), Guanare (1591), y Gibraltar (1595), a las cuales, como de costumbre, proveyeron de cabildos36. Como antes dijimos, los derechos de cuantos vinieron a poblar a Venezuela no fueron abandonados al capricho de sus gobernadores. Antes bien, España tuvo el cuidado de limitar con bastante precisión las atribuciones de los funcionarios de ultramar y de asegurar la constante fiscalización de sus actos. Ella brindó, por último, a los colonos los medios más expeditivos para que representasen sus quejas y para que, llegado el caso, se hiciera efectiva la responsabilidad del empleado que abusara del mando o excediese sus atribuciones. Fácil nos será, por lo tanto, señalar que en época tan remota En contradicción con el concepto que nos merece Villegas, y que, por lo demás, es el que expresan los historiadores y cronistas de la conquista, está el siguiente juicio del segundo Obispo de Coro, Ballesteros. En el memorial que en 28 de diciembre de 1547 dirigió al Rey y cuyo original ha compulsado el señor General Lino Duarte Level en la Biblioteca Lenox de Nueva York, el Prelado dice lo siguiente: “La tierra adentro en El Tocuyo dejó (el Lic. Tolosa) por teniente a un Juan de Villegas que es la persona que agora nombran los Belzares para Gobernador, que desto no poco estoi maravillado y los que del tienen noticia por el daño que en este gobierno dicen que ha hecho en esta manera: que siendo justicia fue á la Provincia de Macarapana con ciertos soldados, llamó de paz ciertos principales hasta número de seis, los cuales vinieron con mui gran cantidad de indios y á los dos principales hizo asar en una barbacoa y hatadas sus navorías, herró y vendió á trueco de vino, puercos y ropa á vecinos de la Margarita. El Licenciado Frías, Juez de Residencia, que de la Española aquí vino, como lo halló ausente procede contra él y le condena á 200 azotes y destierro para las galeras y en $ 1.000 para la Cámara de V. M. Venido el Licenciado Tolosa, sin le prender le dio por libre, y se dice por cierto que el mismo Juan de Villegas hacía contra sí los escritos del Fiscal, que era un sobrino del Licenciado Tolosa”.
34
En lo relativo a las condiciones de la Nueva Andalucía y de la Guayana, puede verse el Informe que acerca de las mismas dirigió al Rey el Gobernador Diguja y Villagómez en 1761, Archivo Ramos, de Cumaná, y la Relación del propio funcionario, citada por Humbert. Essai sur la Colonisation Espagnole en Venezuela, pág. 233.
35
Véase Landaeta Rosales: El Poder Municipal en Venezuela, en “El Conciliador” de Caracas, marzo y abril de 1900.
36
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como 1531, 1533 y 1534, los oficiales españoles que en Coro velaban por la administración de las rentas de la Corona elevaron al rey extensas informaciones acerca de las arbitrariedades de los factores alemanes; que en el último de los años nombrados, los vecinos de Coro designaron por procuradores a Corte a Luis González de Leiva y a Alonso de la Llana, a fin de que expusieran al monarca los “muchos agravios” de que habían sido objeto de parte de Alfinger y de sus agentes y pidiesen para éstos juicio de residencia, lo cual fue acordado por real cédula de 13 de noviembre del propio año; que en 1536 otra diputación de colonos se presentó en la Corte acusando a los alemanes de venderles a precios exagerados las cosas más necesarias a la vida, lo cual movió a la Audiencia, por recomendación del Consejo de Indias, a enviar a Coro en calidad de juez de residencia al Doctor Navarro, quien destituyó al Gobernador Hohermuth y lo declaró culpable; que en 1544, continuando los abusos, la Audiencia nombrara otro juez de residencia, el Licenciado Frías, magistrado que precipitadamente condenó a los Welser a la pérdida de la colonia y al pago de 30.000 pesos en oro; que en el año siguiente se diera por aquel tribunal comisión idéntica al Licenciado Pérez de Tolosa, “caballero muy prudente y gran letrado”, como lo llama Oviedo37, cuyas justicieras providencias dieron por resultado que la anulación de los derechos de los Welser sobre Venezuela fuese definitivamente declarada en 1556, año en que volvió a estar la Gobernación bajo la autoridad directa de la Corona38. Cosa análoga ocurrió durante ese mismo período, en el extremo oriental. La gran riqueza que en perlas llevaron a la Península Niño y Guerra, a su regreso de Cubagua en 1499, impulsó hacia dicha isla a no pocos aventureros de varias nacionalidades, quienes en cortos años consiguieron fundar en ella una rica factoría, a la vez que un mercado de esclavos. Los naturales de las fronteras costas eran aprisionados por muchos de esos desalmados y sometidos a las más duras faenas, ya que en este camino sentíanse amparados por sus riquezas o por la falta o lejanía de las autoridades. Pero ni el rey ni la Audiencia fueron indiferentes a tan escandalosos atentados: en 1527 ordenó el primero la erección del Cabildo de Nueva Cádiz y dispuso que los vecinos eligiesen todos los años un alcalde ordinario, destinado a conocer de los procesos civiles y criminales; en 1533, la segunda envió a la isla al Licenciado Prado con el encargo de visitar los pueblos circunvecinos y de interrogar a los indios sobre el tratamiento que recibían de los de Cubagua; que más tarde dispuso que el Licenciado Frías fuese a poner término a las crueldades y desmanes de Sedeño y de Hortal; que reducido
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 187.
37
Humbert: L’Occupation &, págs. 40, 52, 53, 70, 71, 81, 83.
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a prisión el Licenciado por el primero de estos hombres, se designó en lugar suyo al Licenciado Castañeda, el cual enjuició a los oficiales de la isla e impuso terrible castigo a los autores de la prisión de Frías y a cuantos se habían entregado al comercio de esclavos39; que en el informe que dirigiera al rey, Castañeda pintó la isla como “tierra perdida por consecuencia del maltrato que se había hecho experimentar a los indios y que producía entre éstos amenazadoras revueltas” 40. La prudencia con que el Licenciado Tolosa gobernó el país después de separar de él a los alemanes en 1545, fue causa bastante para que, tranquilizados los ánimos, se diese mayor desarrollo al movimiento colonizador que debía cerrarse en 1560 con la ocupación del valle de Caracas por Fajardo. Las mejores energías de la Gobernación habíanse consumido, no obstante, en estas empresas, motivo por el cual, abandonada la agricultura, disminuida la población, las condiciones de la colonia llegaron a ser muy precarias41. Entonces, para remediar tantos males, los Cabildos existentes resolvieron que una asamblea de representantes suyos se reuniese en Coro a intento de considerar las medidas que debían ponerse por obra. Acordados en propósitos, y discutidas las necesidades públicas, dispusieron los delegados el año de 1560 que Sancho de Briceño, vecino de Trujillo y “persona de graduación, autoridad y talento y de bastante actividad para el manejo de semejantes negocios” 42, fuese enviado a la Península como procurador de los Cabildos venezolanos. Antes vimos a los vecinos de Coro enviar a España agentes suyos para que reclamasen contra los desmanes de los Welser; vemos ahora a los delegados de los Cabildos constituir un apoderado, al cual se proveyó de instrucciones. La institución de los Procuradores, de que tanto se echó mano en las Indias, y que sin duda hacía recordar a los conquistadores aquellos diputados que en las Cortes castellanas representaban los municipios, hallábase, por otra parte, sancionada en la legislación particular de los nuevos dominios. En efecto, habíase dispuesto en 1519 que las ciudades, villas y poblaciones de las Indias podían nombrar Procuradores que asistieran a sus negocios y los defendieran en los Consejos, Audiencias y tribunales del reino “para conseguir su derecho y justicia y las demás pretensiones que por bien tuviesen” 43 , y, años después, que la elección de los Procuradores de una ciudad se hiciese por el voto de sus regidores44. Mandó que fuesen vapulados y se les cortase la nariz.
39
Archivo de Indias: Expediente de Cubagua citado por Humbert, Essai &, págs. 200 y 201.
40
Baralt: Resumen de la Historia Antigua de Venezuela, pág. 182.
41
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 273.
42
Rec. de Ind., Lib. IV, Tít. XI, Ley II.
43
Id., Lib. IV, Tít. XI, Ley II.
44
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La reunión de los delegados de los cabildos venezolanos en esa época es la primera manifestación del nacimiento o de la existencia de comunes intereses, no menos que una prueba de la aspiración a resolverlos mediante el voto de los cuerpos que representaban la voluntad popular. Feliz anduvo en la empresa que se le encomendara el procurador Briceño, a tal punto que sus gestiones le proporcionaron a la colonia ventajas de importancia: que todos los años viniese a Borburata un navío de registro por cuenta de los vecinos; que se pagase sólo la mitad de los derechos que causara su cargamento, así en su entrada como en su salida que se introdujeran libremente doscientas piezas de esclavos para ser repartidos entre los colonos y que los provinciales de conventos de la España enviasen religiosos para ser empleados en la conversión de los indios. Pero entre las mercedes obtenidas por Briceño a petición de los cabildos cuéntase una de trascendencia incuestionable, por cuanto mira al grado de poder que los cuerpos capitulares creíanse llamados a ejercer; es la que expresa la real cédula de 8 de diciembre de 1560, cuyos términos prescriben que a la muerte del gobernador y mientras el rey no proveyese otro en su lugar, gobernasen los alcaldes ordinarios de las ciudades, cada cual en su jurisdicción45. Quedó así zanjada, conforme a los reclamos de los vecinos venezolanos, la cuestión de competencia que surgiera entre los alcaldes y el Teniente General al fallecimiento de los gobernadores Tolosa y Villasinda, ratificada por el rey la determinación que en idéntico sentido y antes de morir dictara el último de aquéllos, y en posesión la colonia de una prerrogativa preciosa, de un fuero envidiable con el cual le sería fácil rechazar en tiempos venideros a los gobernadores que la Audiencia de Santo Domingo acostumbraba designar al ocurrir vacante de la gobernación. Trasladada de Coro a Caracas la capital de Venezuela y alentados los cabildos en la conservación y ensanche de los intereses que tenían a su cargo, encamináronse los esfuerzos de don Juan de Pimentel, el primer gobernador que actuó en la nueva capital, a relajar los vínculos que a la Audiencia nombrada ataban la Gobernación y que desde que se apartó a los alemanes habíanse tornado más fuertes: Pimentel reorganizó al cabildo que en Santiago de León fundara Lozada, reclamó para los habitantes de esta ciudad el derecho de nombrar uno de los alcaldes, solicitó el establecimiento de relaciones directas con la metrópoli y formuló el voto de que las cédulas reales no le fuesen enviadas en lo sucesivo por el intermedio de Santo Domingo o de Cartagena46.
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 274.
45
Correspondencia de Pimentel, Archivo de Sevilla. Véase Humbert: Essai, etc., págs. 55 y 56.
46
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Con el rumbo que iban tomando las cosas, no tardó en presentársele a los colonos ocasión favorable para que fortaleciesen aún más sus prerrogativas y cobraran mayores derechos a la protección de la ley, lo cual ocurrió, como se verá, durante el período del sucesor de Pimentel. Gobernábanse a la sazón las ciudades por el órgano de cuatro regidores que los vecinos elegían anualmente y por el de dos alcaldes encargados de administrar justicia, designados por los regidores. Entrado el año de 1586 disponíase el cabildo de Caraballeda a la elección de los alcaldes, cuando el Gobernador don Luis de Rojas le notificó el propósito de nombrarlos él mismo. Resistieron a ello los capitulares y designados los alcaldes conforme la ley y la costumbre, viéronse reducidos a prisión por orden del Gobernador. Ante ofensa tan considerable, los vecinos de Caraballeda acordaron abandonar el pueblo y retirarse a Valencia y a otros lugares, por lo que montado en cólera el Gobernador resolvió procesar a muchos de entre ellos y a no pocos de Caracas. Uno de estos últimos, el capitán Juan de Guevara, hombre de servicios y de caudal, despachó a la Corte a Juan de Urquijo para que informase de la conducta de Rojas y en su nombre solicitase el enjuiciamiento de aquél. Cuando el mandatario llegó a la Corte estaba Rojas a punto de concluir su período, razón por la que, admitida la queja por el Consejo de Indias, se mandó que los cargos de que Urquijo era portador se formulasen en el juicio ordinario de residencia. Aprisionado, desposeído de sus bienes, luego, y convicto, Rojas recibió el condigno castigo, y cercado de mortificaciones y miserias vióse reducido a la dura necesidad de pedir limosnas en las calles de Caracas47. Dos años después de estos sucesos la Audiencia encomendó al Licenciado Leguisamón la práctica de varias comisiones, entre otras la de averiguar el mal tratamiento de los indios y el modo con que se procedía en su conquista. A tanto llegaron los rigores del oidor, que de no haber tomado la ciudad de Caracas el partido de enviar a la Española a Juan de Rivero para que hiciese presente a la Audiencia los males que con su presencia ocasionaba aquél, quizás habría contemplado la capital su destrucción, al decir de Oviedo. Atenta a la exposición que le dirigió Riveros, la Audiencia no vaciló en suspender de sus funciones al comisionado, a quien le ordenó que restituyese todo cuanto injustamente había cobrado a los vecinos48. Vése claramente de lo dicho que los colonos no carecían de espíritu público, que no reputaban la tierra por ellos conquistada como pasajero escenario de especulaciones y rapiñas, sino que reputábanla, por el contrario, como hogar definitivo a cuyo
Oviedo y Baños: op. cit., págs. 597 y sigas.
47
Id., op. cit., pág. 601.
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mayor lustre propendían esforzadamente destruyendo selvas, fundando plantaciones, edificando pueblos y dotándolos, por último, de instituciones libres por medio de las cuales arraigase para siempre en América la libertad y gozasen sus moradores de los beneficios que sólo pueden derivarse del respeto a la ley y de la efectiva responsabilidad del magistrado encargado de ejecutarla. Con todo, desprovista de minas, escasa en elementos europeos y serviles, la colonia necesitaba del auxilio de la metrópoli a fin de alcanzar los materiales con que debía edificarse su prosperidad y perfeccionarse su máquina administrativa. En don Diego de Osorio, sucesor de Rojas, fundador de La Guaira, y hombre de gran capacidad para el gobierno, hallo Venezuela el propulsor; de esta empresa. Para alcanzar la ayuda del rey, y con ella la sanción legal de la voluntad de los pobladores, pusiéronse bien pronto de acuerdo el gobernador y los cabildos; y, por segunda vez, la naciente Gobernación presenció la reunión de sus Cortes. En diciembre de 1589, los representantes de las municipalidades de Caracas, El Tocuyo, Valencia, San Sebastián, Barquisimeto, Carora y Maracaibo, congregados en la capital, y después de considerar las necesidades de la colonia, las medidas que debían recabarse, formularon el cuaderno de sus peticiones, a ejemplo de lo que en los buenos tiempos de Castilla acostumbraba hacer el brazo popular. Nombrado Procurador a Corte Don Simón de Bolívar, el primero de este glorioso nombre en América, entregáronsele en 23 de marzo del año siguiente las instrucciones a que debía sujetar sus solicitudes, instrucciones elaboradas, a lo que parece, por él mismo y por Osorio49 y que revelan, según el parecer de Humbert, “un sentido político que estamos poco habituados a encontrar en los gobernadores de las Indias” 50. Constan ellas de 27 artículos, que son otras tantas demandas al monarca dirigidas, y miran, las unas, a la condición del indio, al aprovechamiento de las tierras, a impuestos y a colonización, en tanto que otras se refieren al gobierno y a la administración pública, cuales son aquellas en que se pide autorización para que el Gobernador proveyera al reemplazo de los funcionarios de hacienda y conociese en primera instancia de las causas civiles y criminales; las dirigidas a obtener que la Audiencia no enviase jueces de residencia sino para asuntos graves; que el Gobernador pudiese designar un teniente general letrado que lo asesorase en la administración de justicia; que se conservasen los juicios de residencia, con facultad para el encausado de apelar sucesivamente a la Audiencia y al Consejo; que todos los años se enviasen de Sevilla o de Cádiz dos buques de registro; que las multas provenientes de las penas de cámara y
A. Rojas: Orígenes Venezolanos, I, pág. 133.
49
Humbert: Essai, &, pág. 59.
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los derechos de importación de esclavos se aplicaran a la terminación del fuerte y de la caleta de La Guaira; que se prohibiese en el hospital la intervención de cualquier juez eclesiástico, etc., etc.51. Al cabo de dos años de su estada en Madrid, el Procurador de Venezuela pudo regresar a ella para ofrecer a sus comitentes una serie de reales cédulas por cuyo medio había accedido el monarca a las demandas de la Asamblea colonial, siendo de notar que Felipe II extremó su protección y buena voluntad hasta el punto de conceder ventajas y mercedes no indicadas en las instrucciones que recibiera el celoso procurador, tales como el otorgamiento de un escudo de armas para la ciudad de Caracas; el permiso de establecer en ella un derecho de alcabala sobre los productos que le viniesen de los alrededores o del interior; la asimilación de los puertos de Venezuela a los de Cuba y Puerto Rico; el establecimiento de un profesorado de gramática castellana en Caracas, y la erección en la misma de un seminario, gracia ésta que no pudo aprovecharse por falta de recursos y de población52. Con tales medios, en cuya consecución aparece de manifiesto la influencia de los cabildos, fue posible realizar una considerable reforma política y administrativa en la colonia, ya que, como acertadamente refiere Oviedo, “hallándose Don Diego de Osorio habilitado para poder obrar lo que deseaba, empezó a poner en planta los acertados dictámenes que tenía premeditados, pues aplicando su desvelo a poner forma en la provincia, repartió tierras, señaló ejidos, asignó propiedades, entabló archivos, formó ordenanzas, congregó indios en pueblos y partidos, y finalmente podemos asegurar, que de un embrión informe en que se hallaba todo, lo redujo su actividad a las formalidades de un ser político” 53.
Llegados a este punto, preciso es conocer la condición que las Leyes de India asignaban a los conquistadores y a sus descendientes. Con el intento de favorecer el descubrimiento y población de estos territorios dispuso en 1513 el rey Fernando que por los gobernadores de toda nueva población se repartiesen casas, solares, tierras, caballerías y peonías entre los que fuesen a radicarse en ellos54. Así sucedió, en efecto, en Venezuela y en la Nueva Andalucía, donde luego de fijados los términos de cada ciudad y
Véase Rojas: op. cit. Apéndice, pág. 52.
51
Rojas: op. cit., I, pág. 137; Humbert: Essai, pág. 82.
52
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 605.
53
Rec. de Ind., Lib. IV, Tít. XII, Ley I.
54
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de nombrados los regidores y alcaldes, se procedía al repartimiento de las tierras según el rango y méritos de los conquistadores55. De acuerdo con la disposición citada, si los tenedores de las tierras de ese modo distribuidas residían en los pueblos durante cuatro años y hacían en ellos “su morada y labor”, lícito les era disponer de las tierras a su voluntad. Acostumbraron también los reyes en esos tiempos hacer mercedes especiales de tierras en premio de servicios eminentes, cosa que en Venezuela aconteció algunas veces56, fuera de que, posteriormente, una real cédula de 1754 convirtió en título perfecto la antigua posesión y de que el poco valor de las tierras en los principios permitió a los pobladores originarios adquirir, mediante compra o composición, vastísimos dominios. Gracias a estas providencias, que deben mirarse como el origen de la propiedad territorial en la República, los conquistadores encontraron el medio más seguro de alcanzar posición independiente así como el de echar, en provecho de sus sucesores, los fundamentos de fortunas considerables y duraderas, dado que el sistema de vinculaciones, por las leyes de entonces adoptado, hacía posible la trasmisión íntegra del patrimonio a los sucesivos herederos de un constituyente remoto. No es por lo tanto de extrañar que el grupo formado por los conquistadores llegase a ser, gracias a la organización descrita, el elemento preponderante en la colonia, así como tampoco que tanto ellos como sus descendientes influyeran de manera notable en la suerte de la misma. Esto último se lo facilitarían en extremo las leyes dictadas para Ultramar, pues de idéntico modo que la evolución política de España favorecía el poder de la Corona a tiempo que en América observábase un fenómeno contrario, también en la primera vióse que la nobleza era desposeída de sus privilegios y de su influencia pasada cuando en las Indias se formaba, lenta pero seguramente, una casta llamada en no lejanos tiempos a ejercer, por su fortuna y sus prerrogativas, el ascendiente que durante algunos siglos había tenido la otra en la Península. Ya dijimos que las tierras, al ser ocupadas, debían ser divididas entre los conquistadores, por lo que ahora resta que nos refiramos a los privilegios que se les otorgaron en punto a gobierno. Los primeros colonizadores y sus descendientes debían preferirse, por mandato del rey57, en la elección de regidores, lo cual les aseguraba el mando y representación de las ciudades; también debían ser preferidos como lo dispuso Carlos V en 154858 y lo ratificó Felipe II en 158859, en los premios y encomiendas, favor éste que los convertía Baralt: op. cit., pág. 191.
55
Arcaya: En defensa de la propiedad territorial, pág. 30.
56
Rec. de Ind., Lib., IV, Tít. XX, Ley I.
57
Lib. IV, Tít. VI, Ley V.
58
Lib. III, Tít. III, Ley II.
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en patronos de los indios, en beneficiarios de rentas y, muchas veces, en usufructuarios de la labor de aquéllos. Estábale, además, ordenado a los virreyes y gobernadores que procuraran servirse y tuviesen en sus casas a los hijos y nietos de descubridores, a fin de que aprendiesen urbanidad y tuviesen buena educación60. Por último, queriendo Felipe II que en las poblaciones fundadas por esa categoría de personas y en cualesquiera otras partes de las Indias pudiesen ellos ocupar alto rango, dispuso que los pobladores principales y sus hijos fuesen hechos hijosdalgo de solar conocido con las honras y preeminencias que correspondían por los fueros y costumbres de España a los Hijosdalgo y Caballeros de Castilla61. Por lo que a Venezuela respecta, conviene recordar que en la cédula por la cual mandó crear Felipe II un seminario en Caracas, prescríbese que “en la provisión de colegiales se tuviese particular cuenta de preferir a los hijos y descendientes de los primeros descubridores” 62; que al darle nueva organización a la colonia y para “lustre mayor de las ciudades”, según dice Oviedo63, Don Diego de Osorio obtuvo del rey facultad suficiente para suprimir en los cabildos los regidores cadañeros y establecerlos perpetuos, modificación ésta por la que llegaron a ser vendibles los oficios del cabildo, cuerpo que elegía los alcaldes, y vino a resultar que por espacios de tiempo más o menos largos, los intereses de la ciudad fueron manejados exclusivamente por unos pocos sujetos del grupo conquistador, el cual, conforme se vio, gozaba en el particular de privilegio. Ocurrió igualmente que los cabildos contaron en su seno regidores perpetuos que, como Garci-González de Silva y Simón de Bolívar, debían el nombramiento a una gracia especial del monarca, bien así que cargos concejiles, como el de Alférez Real, pudo ser objeto de vinculación, conforme se vio en Caracas, donde estuvo aquel oficio poseído por la casa de Palacios64. En el espacio de unos sesenta años, después de guerrear contra los naturales, de sufrir toda suerte de penalidades y miserias, los españoles venidos a Venezuela construyeron no menos de quince ciudades provistas de cabildos, así como muchos pueblos y aldeas de blancos, en cuyos alrededores vivían, bajo el régimen de las encomiendas, los indígenas correspondientes a la circunscripción, indígenas a quienes iniciaban en las costumbres y usos importados de Europa. Durante esos mismos años exploraron ellos la mayor parte del país, aclimatando en él los animales y las plantas de España,
Lib. IV, Tít. III, Ley XXXI.
60
Rec. de Ind., Ordenanza 99, Lib. IV, Tít. VI, Ley VI.
61
Rojas: op. cit. Apéndice, pág. 182.
62
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 606.
63
Depons: Voyages à la Partie Oriéntale de la Terre Firme, II, pág. 53.
64
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abriendo caminos, construyendo puertos, y con los elementos materiales anexos a la vida civilizada proveyeron las embrionarias agrupaciones de hombres, de instituciones análogas a las que regían las sociedades existentes al otro lado del océano. Según se ha visto, su establecimiento en las tierras americanas fue paralelo al implantamiento en las mismas del ejercicio de las libertades públicas, de la práctica de la justicia, de la creación de un orden legal capaz de garantizar los derechos de la propiedad y de la familia, los atributos más sagrados del ciudadano. Por tales modos, la tierra conquistada representó sin duda y prontamente ante sus ojos el hogar de sus familias, el patrimonio de sus hijos, la heredad levantada a costa de privaciones y fatigas. Con sólo recorrer la lista de los patronímicos venezolanos, puede uno convencerse fácilmente de que los primitivos pobladores no abandonaron el territorio, que de él hicieron con sus familias definitivo asiento y que de esa manera forjaron el primer eslabón de nuestra más inmediata ascendencia65. Poderosos acontecimientos paralizaron entonces el vuelo de la naciente Gobernación, retardaron por espacio de un siglo la explotación de sus riquezas naturales, mas permitieron que el colono español arraigase con más fuerza en ella; que sus hábitos de independencia crecieran sin cesar, que los privilegios municipales alcanzasen desarrollo notable, que el sentimiento de Patria comenzara a sentirse: nos referimos a la incesante guerra sostenida por España durante el siglo xvii, guerra que marcó el comienzo de su ruina y que junto con sus dependencias europeas le arrebató su potencia militar. La historia de ese siglo es, en cierto modo, la de la vasta conflagración organizada por la Europa entera contra la influencia colosal de España. Todos los recursos de ésta, todas sus energías fueron consagradas a resistir el formidable ataque que contra ella se libró por los ámbitos del mundo, y la obra de colonización con tanto ahínco emprendida en la centuria anterior lógicamente tuvo que resentirse por causa de esos acontecimientos. Las posesiones americanas en donde los metales abundaban progresarían, sin embargo; las que carecían de esa fuente de riqueza sufrirían el doble perjuicio del abandono y del asalto de los enemigos de la metrópoli. Esta última sería la suerte de las provincias venezolanas. De las posesiones extranjeras vecinas preténdese desde un principio el desmembramiento de la colonia, en tanto que el Mar Caribe es infestado de piratas de diversas nacionalidades desprovistos de ley, exentos de freno, ávidos de botín y de sangre. Ya Por lo que respecta a Cumaná, puede consultarse el Comentario del Pbro. Antonio Patricio de Alcalá: Apuntes Estadísticos del Estado Cumaná, pág. 63.
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para 1595 Caracas había sido invadida por los capitanes ingleses Preston y Sommer66, y esta misma contingencia tendrían que sufrirla en lo adelante, quizás con mayor rigor, las demás poblaciones. Las salinas de Araya son ocupadas en 1540 por los holandeses, quienes sólo llegan a ser expulsados de ellas en 160667; el territorio de Guayana es invadido desde 1570 por los propios enemigos y su reivindicación será obra de más de un siglo68; la recién fundada ciudad de Santo Tomé es ocupada y destruida en 1618 por Sir Walter Raleig, tras la heroica defensa dirigida por el Gobernador Palomeque de Acuña69; diversos puntos habitados de la Margarita son ocupados con grandes daños por los holandeses en 1620, 1622 y 162670; en 1642 un corsario inglés incendia a Maracaibo después de la lucha que sostuvo con los vecinos71; el año siguiente, el corsario en referencia pretende que a ejemplo de lo sucedido en Maracaibo, Gibraltar le pague rescate; pero es rechazado completamente por el Gobernador de Mérida72; con fuerzas españolas e indígenas que sacó de Nueva Barcelona y de Nueva Tarragona, ciudades fundadas por él en 1637, Don Juan de Urpín expulsa a los holandeses de las salinas de Unare, beneficiada por éstos desde hacía años y de donde los arrojara antes el Gobernador de Nueva Andalucía, Don Benito Arias Montano73; en 1654 y en 1657 unos piratas franceses son obligados a retirarse por los habitantes de Cumaná, ciudad que intentaron pillar74; con una flota de siete buques, el terrible L’Olonnois ocupa a fuego y sangre el fuerte de la barra de Maracaibo, entra a la ciudad, abandonada por los pobladores, preséntase frente a Gibraltar, que ocupa después de un violento combate en el que perecen 500 españoles, incéndiala en parte y llévase de ella un botín estimado en más de 400.000 escudos; la ciudad de Trujillo es saqueada e incendiada en 1688 por el bucanero Gramont75; en 1669 Sir Henry Morgan invade el Lago de Maracaibo, domina el fuerte de la entrada, ocupa sin resistencia la ciudad y entra luego a Gibraltar, que también había quedado desierta, intérnase en sus alrededores, captura a varios de los vecinos, somételos a bárbaras torturas y con la promesa de cuantioso rescate vuelve a Maracaibo, de donde alcanzó a salir después de destruir la escuadra Rojas: Leyendas históricas, I, pág. 300.
66
Rojas: Orígenes, I, pág. 244.
67
Baralt: íd., pág. 253.
68
Baralt: íd., pág. 258.
69
Rojas: Orígenes, I, pág. 230; Laet: Histoire du Nouveau Monde.
70
Febres Cordero: Saqueo de Maracaibo en 1642 y 1643, en “El Zulia Ilustrado”, pág. 94.
71
Febres Cordero: Id. Id., loc. cit.
72
Humbert: Essai, pág. 231; Rojas: Orígenes, I, pág. 229 y Apéndice, 147.
73
Ramos: Anales de la Sociedad de la Historia de Cumaná, pág. 17.
74
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 249.
75
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española apostada en la barra, llevándose más de 250.000 pesos76; Cumaná es atacada en el citado año por siete buques que en la Bahía de Ocoa se le separaron a Morgan, pero derrotados y maltrechos, tuvieron los invasores que retirarse a Jamaica77; Valencia es incendiada en 1677 por corsarios franceses78; La Guaira, en fin, es ocupada en 1680 por Gramont, quien no contento con llevarse de ella y de la costa vecina todo cuanto pudo, pretende invadir a Caracas, de donde sin duda lo hizo apartarse la noticia de las defensas que se dispusieron para rechazarlo79. Semejante estado de cosas ocasionó, en primer término, el aislamiento de la colonia, y obligó, por otra parte, a sus moradores a proveer por sí mismos a la defensa de ella. Ocupados en la vigilancia de otros mares, las flotas españolas rara vez surgían en los de Venezuela; que cuanto a los navíos mercantes, es cosa averiguada que no volvieron a ellos sino rara vez durante el siglo en referencia y aun en los comienzos del siguiente80. No sólo el temor de los piratas, sino el de las pérdidas a que se exponían en sus negociaciones alejaron de estos parajes los buques de registro que anteriormente los visitaban. Establecidos desde 1634 en la isla de Curazao, los holandeses emprendieron desde esa fecha una corriente de comercio clandestino con los habitantes de las provincias, comercio que permitió a estos últimos adquirir a más bajo costo los productos europeos que los españoles les vendían, ora en razón de los impuestos que debían satisfacer los últimos, ora por la decadencia a que habían llegado las industrias peninsulares. Desde fines del siglo XVI, el cacao fue cultivado en Venezuela con éxito, y durante mucho tiempo constituyó ese fruto, muy apreciado ya en el Viejo Mundo, la principal riqueza de la Gobernación. Ahora bien, los referidos holandeses lograron sin dificultad acaparar ese rico producto colonial y, lo que es más curioso, venderlo a los españoles a precios exorbitantes. He aquí cómo se practicaba, según el testimonio de funcionarios españoles, el comercio con los holandeses. Los buques de Curazao, manejados regularmente por españoles o naturales de tierra firme, traían a ella herramientas de campo, lienzos de algodón y de lino, bagatelas de poco precio, todo muy ordinario y de la peor calidad. Los principales clientes de los contrabandistas eran los ricos o sean los hacendados de Sir Henry Morgan, en El Zulia Ilustrado, págs. 264 y sigts,
76
El Zulia Ilustrado, loc. cit., pág. 224.
77
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 224.
78
Rojas: Leyendas Históricas, I, pág. 191.
79
Dauxion-Lavaysse: Voyage aux îles de Trinidad, Tabago de la Marquerite et dans diverses parties de Vénézuela, II, pág. 105; Baralt: op. cit., pág. 863.
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la colonia, quienes cambiaban los frutos de sus haciendas y los que otros cosechaban por artículos extranjeros, siendo por lo general el valor de un cargamento de 4, 6 u 8.000 pesos. Los hacendados revendían esos artículos a las gentes pobres, “de quienes son unos fiscales, dice el Gobernador Diguja, para que no hagan otro tanto, con lo que se aseguran la mejor salida de sus efectos. En ocasiones, los buques contrabandistas anclaban en una de las innumerables ensenadas de la costa y prontamente divulgábase por la provincia el arribo de ellos. Entonces acudían a la ensenada multitud de barquichuelos con pequeñas cantidades de cacao, cueros, sebo, pescado y dinero, efectos que daban en trueque de los suyos a los holandeses, quienes al intento abrían tienda en el combés de sus embarcaciones” 81.
Venezuela y la Nueva Andalucía llegaron a ser, prácticamente, una dependencia comercial de Curazao; y acostumbrados los vecinos por más de un siglo a los beneficios que les reportaba el tráfico ilícito que varias generaciones practicaran, acaso llegó a parecerles cosa inocente y, tal vez, el régimen comercial más provechoso a sus intereses. No sería difícil demostrar que no fue nada conveniente a los venezolanos el comercio con los holandeses; pero en el abandono a que las circunstancias los condenaron, libremente recurrieron a un abuso, que un no interrumpido ejercicio convirtió a la postre en hábito y, casi podría decirse, en derecho. Según apuntamos antes, los mismos males derivados de los ataques de los filibusteros concurrieron a fortalecer y acentuar en los colonos el espíritu de autonomía. Desprovistas de fuerzas regulares en la mayor parte de los puertos y ciudades, las gobernaciones no opusieron a los invasores en la generalidad de los casos, otro contingente que el organizado de consuno por los cabildos y vecinos, o el que los últimos dispusieron por su sola cuenta. A tiempo que estos sucesos se cumplían, casi todos los conquistadores habían muerto y sus hijos, que no habían divisado otro horizonte que no fuera el muy estrecho que circunscribía la ciudad natal y sus campos, con nociones vagas o nulas acerca de los problemas políticos de Europa, casi sin nexos con los parientes peninsulares de sus padres, diéronse resueltamente a aquella lucha, no tanto para sostener intereses dinásticos que desconocían como para mantener incólume la integridad del territorio que sus antepasados descubrieron, para defender la comunidad de vínculos que el cabildo involucraba. Agrupados en derredor del Alcalde, nacido como ellos en América, los colonos acometían al pirata, de ordinario mejor armado que ellos, no sólo porque era el enemigo de su rey, sino también y principalmente por cuanto era el terror Diguja, Informe citado.
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de sus esposas y sus niños, el azote de sus sementeras, el incendiador de sus moradas, el robador de sus caudales o ahorros. La lucha asumía, en primer término, los caracteres de la defensa personal: el orgullo de vencer al extranjero, de levantar en alto la enseña de la ciudad, venía luego; pero tanto el uno como el otro sentimiento fundíanse lentamente en otro mucho más elevado y duradero, cual es el de la conservación de las tradiciones familiares y del sepulcro de los progenitores, el de la perpetuidad de los anales del suelo nativo, el sublime sentimiento de patria en fin. En días venideros, y cada vez que fue necesario exaltar la conciencia del grupo colonial, evocáronse prontamente esos momentos de sangre y de heroísmo; y cuando se redactaba un memorial dirigido al monarca acerca de los méritos de la familia, sin dificultad equiparábanse las proezas realizadas en las Navas o en Italia a los servicios prestados en la defensa de una ciudad venezolana asaltada por piratas y bucaneros. Los años y los acontecimientos creaban y aquilataban de este modo en el alma de los pobladores el amor por una tierra que, conquistada por sus abuelos, habían ellos empapado con su sangre a fin de sustraerla a la dominación de otras gentes y para conservar íntegro el legado moral de sus mayores. Era, por lo tanto, muy natural, que, con un ahínco y una pasión que casi rayaban en rebeldía, trataran de sostener y de aumentar sus privilegios. En 1675 falleció en Caracas el Gobernador Dávila Orejón, y habiendo nombrado la Audiencia al Licenciado Padilla para que rigiese interinamente la Gobernación, los alcaldes y regidores de dicha ciudad se negaron a reconocerlo por tal, alegando que la Cédula de 1560 les acordaba el poder. De las competencias surgidas de este incidente se originó la comisión dada por el Cabildo a Don Juan de Arrechedera, quien hizo valer ante el rey Carlos II las pretensiones de la Colonia, consiguiendo del mismo monarca una real cédula, fecha a 18 de setiembre de 1676, la cual otorgaba a los alcaldes de Caracas el privilegio, “sin ejemplar en la América”, como asienta Oviedo, de gobernar la provincia toda siempre que, por cualquier accidente, llegara a ocurrir vacante en el gobierno82. La victoria que así alcanzaba el Cabildo de Caracas, sumada a las anteriores, prestábase a ensanchar la ambición de los cuerpos capitulares, ya que diseminados como estaban en un territorio inmenso y a distancia enorme de las autoridades supremas de que dependían, más de una vez consideráronse como centros de repúblicas soberanas. Los gobernadores de Venezuela, Nueva Andalucía y Maracaibo, subalternos Oviedo y Baños: op. cit., págs. 275 y sigts.
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de la Audiencia de la Española y del Virreinato de Santa Fe, cuya poderosa autoridad mal podía secundar eficazmente sus providencias por la falta de comunicación y las grandes distancias, a menudo se vieron supeditados por el ascendiente y poder de los cabildos. Baste saber que en Guayana y en Cumaná, no obstante hallarse subordinadas a Bogotá, apenas si de año en año se recibía correspondencia de esta ciudad aun después de mediado el siglo xviii83. El actual territorio venezolano no vino a ser constituido en una sola entidad política y administrativa sino en el último cuarto del siglo mencionado, en que a la Capitanía General de Venezuela, creada en 1742, le fueron agregadas las gobernaciones de Cumaná, Guayana y Maracaibo. Aun así no quedó del todo independiente, pues no fue sino en 1786, con la constitución de la Audiencia de Caracas, cuando por lo que hace a lo judicial se independizó por completo de la de Santo Domingo. El fraccionamiento del país en gobernaciones independientes las unas de las otras y su sometimiento a lejanos centros era, sin duda, el sistema que mejor convenía al desarrollo de las inclinaciones individualistas y levantiscas de los colonos de origen español, inclinaciones que, según se ha visto, eran fortalecidas y alentadas por otras causas. Cuando Humboldt visitó la Capitanía, y no obstante la obra centralizadora emprendida por los monarcas de la casa de Borbón, no había desaparecido el aspecto federativo, tan genuinamente español, que los años y los acontecimientos habían grabado en las distintas provincias; la indeleble fiereza, madre del espíritu autonómico, cuya persistencia hereditaria no había hecho sino crecer bajo la influencia del medio físico. “Sin vecinos, dice el naturalista, casi sin comercio con los hombres, cada familia de colonos forma una población aislada; esta soledad detiene o entorpece la obra de la civilización, la cual no puede acrecentarse sino a medida que la sociedad se hace más numerosa; pero la soledad desenvuelve también y fortalece en el hombre el sentimiento de la independencia y de la libertad y ella misma ha alimentado aquella fiereza de carácter que ha distinguido a los pueblos de raza castellana” 84.
Con todo, en los paréntesis de paz habidos en la lucha contra los piratas habíase logrado atraer a la vida civilizada a una gran masa de indígenas. La fusión de las razas llevóse a cabo en Venezuela del mismo modo que en toda la América, ya que las uniones
Diguja: Informe citado.
83
Humboldt: Viajes a las regiones equinocciales, II, pág. 14.
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entre españoles e indios era amparada por la ley85 y que, por privilegio real, los soldados castellanos que se casaban con las hijas de caciques adquirían por ese hecho los privilegios anexos a la nobleza86. No fue por lo tanto extraño que en los comienzos le fuese confiada a Fajardo, hijo de español y de india, la conquista de Caracas; ni que en años posteriores, otro mestizo, Juan de Urquijo, fuese nombrado procurador a Corte87. Con el régimen de las encomiendas, cuyos inconvenientes corrigieron a menudo las audiencias y las provisiones del monarca, a los conquistadores les fue hacedero darle valor a las tierras, aumentar sus caudales con los tributos que de aquélla derivaban y fortalecer su condición de señores o jefes naturales, por cuanto entre sus obligaciones figuraba la de contribuir con los indígenas cuya tutela ejercían a la defensa militar de la Colonia. Aun antes de ser abolidas las encomiendas en 1687, habían favorecido los reyes la creación de misiones de religiosos de distintas órdenes. Gracias a la constancia y al celo de estos hombres, los indígenas de regiones hasta entonces inexploradas fueron congregados en diversos puntos, por modo que antes de que el siglo xvii terminara, pudieron los primeros aportar a la empresa colonizadora de Venezuela unos cuantos pueblos en los cuales se entregaban aquéllos, cristianizados y reformados en sus costumbres, a las faenas de la agricultura, de la cría y de las artes manuales. Al iniciarse el siglo xviii, Venezuela, aunque tardía y trabajosamente, había salido ya del período embrionario de la época de Osorio. En Caracas funcionaba desde 1591 una escuela de primeras letras creada en ese año por el Cabildo y que Felipe II favoreció luego88, ocurriendo cosa igual en otras poblaciones. Fuera de estos planteles, la instrucción era dada a los vecinos en los conventos e iglesias; y algunos hijos de colonos acomodados educábanse en Santo Domingo. En 1673 pudo al fin organizarse el Seminario de Caracas, lo cual prueba que las condiciones económicas de la Gobernación eran distintas de las que tuvo en 1592, como sin duda lo era el grado de instrucción de los habitantes. Al decir de Oviedo, venido a Caracas por esa época con su tío el Obispo Baños, los venezolanos “hablaban la lengua castellana con perfección y sin aquellos resabios con que la viciaban en los más puertos de las Indias, y tan inclinados eran a todo lo que es política que hasta los negros (siendo criollos) se desdeñaban de no saber leer y escribir”89:En toda Venezuela, donde de tiempo atrás existía un cabildo eclesiástico, Rec. de Ind. Lib. VI, Tít. I, Ley II.
85
Rojas: Ley Hist., pág. 233.
86
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 599.
87
Rojas: Orígenes, I, pág. 139.
88
Oviedo y Baños: op. cit., pág. 442.
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casi todos los rectores de las iglesias eran doctores en Cánones o en Teología, conforme aparece de la lista de sacerdotes que en 1687 contribuyeron a la elaboración de las famosas Constituciones Sinodales de la diócesis de Caracas90. Clara y distintamente encontrábanse organizados para la misma época los círculos y clases sociales; siendo celosos, hasta el extremo de sus prerrogativas cuantos las poseían, por lo que sin duda fue la parte más interesante de la vida pública de entonces la larga serie de disputas y competencias a que frecuentemente daban margen las pretensiones que en punto a etiqueta se suscitaban entre los distintos cuerpos oficiales y aun entre particulares91. Al frente de la jerarquía social destacábase el núcleo de descendientes de conquistadores, el cual contaba en su seno no pocos caballeros de abolengo castellano y otros muchos que habían alcanzado los primeros puestos gracias a los méritos de sus mayores en el descubrimiento, grupo que había sido engrosado en el decurso del siglo por varios de los gobernadores y funcionarios reales venidos al país, quienes, del mismo modo que los parientes que los acompañaban, casáronse con las nietas de los primeros pobladores. Los jefes de las principales familias de ese grupo ejercieron también y sin interrupción alguna en la centuria referida las funciones capitulares y cuantas eran en la colonia patrimonio dé personas nobles; de manera que, de generación en generación, habíales cabido la potestad de gobernar, atributo el más elevado de la actividad humana. Mas después, cuando los recursos se lo permitieron, cuando la riqueza hizo posible la vida sosegada y grave del gran señor, a los individuos de ese mismo grupo, orgullosos de su alcurnia algunos de ellos y conscientes todos del influjo que ejercían en el país, acordaría el rey títulos nobiliarios, de marqueses y de condes, conforme vióse antes de que acabara el siglo en referencia, pues en mayo de 1698 concedió Carlos II a Don Juan Mixares de Solórzano los títulos de Castilla de Marqués y de Visconde de Mixares. Procediendo de esta suerte, no satisfacía el rey la vanidad de unos pocos sino que se apresuraba a premiar servicios eminentes, confirmaba el agradecimiento popular para con aquellos que habían sabido sacrificarse en aras de la causa pública y refrendaba el cariño y el aprecio con que los vecinos galardonaban a cuantos de antiguo habían asumido su defensa, gestionado sus negocios, amparado sus derechos. Esos hombres, con efecto, administraron justicia como alcaldes; manejaron en el cabildo los asuntos de
Constituciones Synodales del Obispado de Venezuela, Madrid, 1698.
90
Rojas: Ley Hist., II, págs. 87 y sigts.; Humbert: Essai, Lib. IV, Chap. II.
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la ciudad, elaborando ordenanzas, distribuyendo la renta, creando obras de utilidad pública, instituyendo y vigorizando los fueros municipales; y, en los momentos de conflicto, empuñaron las armas, comandaron los milicianos y con su fortuna personal costearon a menudo la defensa del partido. El rey no hacía en realidad otra cosa sino enaltecer la clase procera de una parte de sus dominios, clase que, a sus ojos, no podía menos de ser el mejor sostén del orden, a la vez que la garantía más firme de sus prerrogativas de soberano. Así pues, cuando se inició el siglo xviii, en Venezuela habíase cumplido ya el esquema inseparable de la fundación de las naciones, y que Lapouge condensa en estas palabras: “El nacimiento de un pueblo histórico exige la presencia, en un medio social, de elementos étnicos superiores, capaces de dirigir y de arrastrar las masas. Esos elementos, en la antigüedad y en la Edad Media y también en nuestros días en los pueblos extraños a nuestra civilización, son por lo común suministrados por un pueblo conquistador” 92.
Ahora bien, si se quisiese una prueba más del grado de autonomía de que gozaban las municipalidades venezolanas y del celo con que los hijos de los conquistadores guardaban los privilegios de esos cuerpos, tal prueba nos la ofrecerán con evidencia suma los sucesos que conmovieron la gobernación en el año 1725. En ese año, los alcaldes ordinarios de Caracas, que al intento solicitaron y obtuvieron de la Audiencia de Santa Fe la correspondiente orden, despojaron del mando y sometieron a prisión al Gobernador Portales. No paró en esto el engreimiento del Cabildo, sino que conseguida por el Obispo Escalona la libertad del Gobernador, para lo cual estaba autorizado por Real Cédula de 5 de mayo de 1724, los capitulares se negaron a reintegrar a Portales en el mando y que cuando éste pretendió obtener obediencia de los pueblos del interior, organizaron aquéllos un ejército de 800 hombres que marchó en dirección a Valencia con el objeto de apoderarse del Gobernador. Para calmar la excitación ocasionada por estas concurrencias, fue menester que el 18 de julio de 1725 expidiese el rey una Cédula bastante imperativa y que, posteriormente, en 21 de enero del siguiente año, ordenase por medio de otra Cédula la reintegración de Portales, multando, además, en mil pesos fuertes a los regidores y alcaldes y condenándolos a ser enviados a España con los procesos que el Obispo les hubiese instruido93. Lapouge: Les Selections Sociales, pág. 77.
92
Depons: op. cit., II, págs. 48 y sigts.
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Cuando estos acontecimientos ocurrían había ascendido ya al trono de España la dinastía de Borbón, la cual como es bien sabido, hízose notar por su aversión a las tradiciones forales y al ejercicio de las libertades públicas. No podía, en consecuencia, librarse Venezuela de la corriente centralizadora y absolutista que estos reyes imprimieron a su política, ni pasar inadvertidos para ellos los hábitos un tanto revoltosos de sus habitantes. La cédula de 1742 que constituyó a Venezuela en Capitanía General y la libertó de Santa Fe, no reconoció otra causa, según puede verse de los términos o voces de dicha providencia, que la de poner fin a los inconvenientes derivados del hecho de haber estado ella gobernada con tal independencia, bien así como a la circunstancia de no serle desconocido al monarca el caviloso genio de los naturales de la provincia de Venezuela; y porque robustecida la autoridad del Gobernador carecerían los mismos de estímulo para fomentar con más libertad sus quimeras94. Sin embargo, empujados por los reclamos y conocimientos de la época, el nieto de Luis XIV y sus sucesores comenzaron desde luego a consagrar parte de su actividad al desenvolvimiento material de Venezuela y a otorgarle los medios de alcanzar la prosperidad a que de consuno hacíanla acreedora la feracidad de sus tierras y la situación geográfica. Fue también entonces cuando, sin sospecharlo acaso, los Borbones suministraron a Venezuela lo que acertadamente llamó Becerra “el contingente de España en la obra de su propio destronamiento” 95. El hecho capital del progreso de Venezuela en el siglo xviii no es otro que la concesión que del comercio de la misma hizo Felipe V, en 1728, a la Compañía Guipuzcoana. Las providencias dictadas por el citado monarca en 1717, 1718 y 1720 en el sentido de prohibir la importación en la península de los productos americanos hecha directamente por los extranjeros y de disminuir los derechos que gravaban el cacao, no tuvieron resultado satisfactorio. De 1722 a 1728 sólo cinco navíos españoles arribaron a la madre patria con cacao de Venezuela, habiendo subido por esos años el precio del fruto en la Península a ochenta pesos la fanega. El comercio colonial de importación continuaba, por otra parte, en manos de los holandeses de Curazao, de suerte que el tráfico con la metrópoli era realmente nulo96. Conforme la Cédula de 25 de septiembre de 1728, la Compañía adquirió la facultad de comerciar con Venezuela y el goce de otras ventajas, mediante el compromiso Documentos para la Historia de la Vida Pública del Libertador, I, pág. 120.
94
Becerra: Ensayo Histórico de la Vida de D. Francisco de Miranda, I, página xxvii.
95
Humbert: Essai, pág. 82.
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de perseguir el contrabando; pero sus negocios no llegaron a iniciarse sino en 1730, año en que hizo su primera expedición mercantil. El poder de los holandeses había alcanzado tal influjo y fue tanto el enojo con que miraron el privilegio los hacendados de la provincia, que como se ha dicho era la gente principal de ella, que la Compañía necesitó vencer dificultades sin número para cargar de cacao, al cabo de dos años, uno de los cuatro navíos de la expedición mencionada. La Compañía que comenzó por organizar una flota de doce navíos para reprimir el contrabando, construyó almacenes y depósitos, los cuales todavía pueden verse en La Guaira, Puerto Cabello y otros puntos; convirtió al último lugar nombrado en ciudad provista de elegantes casas y de vastos edificios apropiados al comercio; otorgó primas anuales considerables y proporcionadas al aumento de las cosechas de cacao y otros productos; importó en cantidad suficiente a las necesidades locales los artículos y los géneros de que habían menester los colonos. El vuelo considerable que desde su iniciación alcanzaron los tratos de la Compañía, el desarrollo que prontamente adquirió la agricultura, la fundación que llevó a cabo de varios pueblos, el aumento de las rentas reales por motivo de la regularización del comercio, la circulación de nuevos y cuantiosos capitales importados por ella y, junto con todo esto, los auxilios que prestó al reino en la guerra sostenida contra Inglaterra en 1740, permitiéronle a la Guipuzcoana conseguir en 1742 el monopolio mercantil de Venezuela y en 1752 el de Maracaibo97. Para medir el beneficio que entonces recibió la colonia y apreciar la influencia que en su desenvolvimiento ejerció la Compañía, quizás sea lo más conveniente referirnos al sereno juicio de Bello con relación a aquella sociedad mercantil. “Sean cuales fueren los abusos que sancionaron la opinión del país contra ese establecimiento, no podrá negarse nunca, dice, que fue el que dio impulso a la máquina que planteó la conquista y organizó el celo evangélico. Los conquistadores y los conquistados reunidos por una lengua y una religión en una sola familia vieron prosperar el sudor común con que regaban en beneficio de la madre patria la tierra tiranizada hasta entonces por el monopolio de la Holanda. No fue el cultivo del cacao el que contribuyó a desenvolver el germen de la agricultura en el suelo privilegiado de Venezuela; nuevas producciones vinieron a aumentar el capital de su prosperidad agrícola. Los valles de Aragua recibieron una nueva vida con los frutos que ofreció a sus propietarios la actividad de los vizcaínos, ayudada de la laboriosa industria de los canarios. Apenas se conoció bien el cultivo y la elaboración del añil, se vieron
Documentos, &, I, pág. 69.
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llegar los deliciosos valles de Aragua a un grado de riqueza y población de que apenas había ejemplo entre los pueblos más activos e industriosos. Desde La Victoria hasta Valencia no se descubría otra perspectiva que la de la felicidad y la abundancia” 98.
Escasos años bastaron en verdad para que la acción vivificadora derivada del establecimiento de los vizcaínos se tradujera para la colonia en fuente abundosa de prosperidad y en incentivo de mayores facilidades para el incremento de su riqueza. Así, el monopolio, que en los comienzos fue indispensable a fin de que la Compañía pudiese con alguna seguridad trasmitir a los venezolanos los elementos necesarios a darle a la tierra el valor deseado y garantizase a aquélla los caudales exigidos por la empresa, debía necesariamente convertirse en rémora para las industrias a la vez que en insoportable tiranía. Que en un corto espacio de tiempo se verificase en las provincias de Venezuela y de Maracaibo una honda y saludable transformación, debida en mucha parte a los vizcaínos, es cosa que fácilmente concurren a demostrar las exportaciones hechas por la Compañía, el aumento de la población de aquéllas, el aprovechamiento de dilatados terrenos hasta entonces vacantes, los diferentes cultivos introducidos en la mencionada época, y, sobre todo, la energía con que las clases todas de la sociedad, y en particular la media, se aprestaron a poner fin a la tiranía de la Guipuzcoana, tiranía que, invadiendo gradualmente la actividad mercantil y agrícola de la colonia, dejóse sentir a la postre en los consejos de la Administración y del Gobierno. De no haber sido la conducta algo medrosa y la política oportunista que a la sazón desplegaron el Cabildo y los notables de Caracas, el movimiento de protesta dirigido por León habría dado al traste con los privilegios de la Compañía y logrado para el país el implantamiento de un régimen de libertad semejante al que años después otorgara Carlos III a los americanos. La Compañía salió airosa de la ruda embestida que de las allegadizas huestes de León recibiera pero no tanto que sus privilegios subsistieran incólumes. El cercenamiento de las atribuciones de los Cabildos, la constante centralización y vigilancia implantadas por la Casa de Borbón, y las influencias que en la Corte movió siempre en abono suyo la Compañía, no obstaron, con todo, para que el clamor de los venezolanos fuese al cabo escuchado. Antes de que hubiesen transcurrido diez años del movimiento en referencia y con el doble objeto, sin duda, de fiscalizar los actos de la Compañía y de apreciar las quejas sin cesar formuladas contra la misma, una real ordenanza de 1751
Bello: Resumen de la Historia de Venezuela, en Documentos, &, II, pág. 190.
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dispuso que la dirección de la sociedad fuese transferida de San Sebastián a Madrid99. Más luego, en 1759, ordenó la Corte que la sexta parte del flete de cada navío de registro empleado por la Guipuzcoana se pusiese a la libre disposición de los agricultores y comerciantes de Venezuela para que, sin la intervención de aquélla, enviasen por su cuenta cacao a la Península; que el fruto en cuestión se pagase a los hacendados a 16 pesos la fanega, en vez de 10 pesos que hasta entonces recibían y que la libra de añil se les comprara en 13 reales y no en 10 como venía haciéndose100. Con este doble golpe, justiciera y prudentemente asestado a sus privilegios, comenzó el declinar de la Compañía en instantes en que se iniciaban para la Colonia perspectivas más amplias y risueñas. Vemos, en efecto, que un antiguo y excelente Gobernador de Venezuela, a la sazón Ministro de Su Majestad, logró en 1752 que la Compañía aumentase el número de sus acciones y que en la nueva emisión se diese parte a los caraqueños y demás habitantes del país101; que en 1765 abrió Carlos III a todos sus súbditos el comercio de Margarita y Trinidad; que en 1774 se mandó publicar una real cédula por la cual se facultaba a las provincias del Perú, Nueva España, Guatemala y Nueva Granada para que libremente comerciaran entre sí, y, por último, que en 1776 el prenombrado monarca suprimió completamente la navegación oficial y autorizó la creación de Compañías de comercio particulares, así extranjeras como españolas102. Prácticamente, el monopolio de la Compañía quedó anulado con la expedición de la última medida; pero no fue sino en 15 de febrero de 1781, cuando una real cédula suprimió expresamente los privilegios de que gozaba y la asimiló a las sociedades comerciales privadas103. Cualesquiera que sean los males producidos por la Compañía, el mayor de los cuales fue, sin duda, la paralización del sosegado desarrollo económico de la Colonia, no podría negarse, a la verdad, que las condiciones de riqueza de aquélla diferían notablemente de las que presentaba en 1730. Por término medio, la Compañía exportaba anualmente en su postrera época 36.000 fanegas de cacao, 9.000 arrobas de añil y 15 cueros de res, y sus exportaciones no sólo eran dirigidas a España, sino a México y a las Canarias; siendo de advertir que para 1763 se sacaron legalmente de Venezuela, 80.000 fanegas de cacao, 13.000 arrobas de tabaco y 35.000 cueros104. Fuera del au Humbert: Essai, pág. 131.
99
Humbert: Essai, pág. 158; Soraluce: Historia de la Compañía Guipuzcoana, pág. 24; British Museum, Mss. Add. 13.987, N° 14, f. 215 vuelto.
100
Archivo de Guipúzcoa; Humbert: Essai, pág. 138.
101
Humbert: Essai, pág. 146.
102
Humbert: Essai, pág. 147.
103
Humbert: Essai, pág. 140; Real Compañía Guipuzcoana de Caracas: Noticias Historiales, págs. 156 y sigs.
104
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mento en la producción agrícola y pastoril, la Compañía logró que se abrieran caminos, que se fundaran pueblos y ciudades, que se crearan nuevas industrias como la de construcción de buques y que, merced a una corriente continua de inmigración por ella estimulada, el número de pobladores fuera acrecido con elementos de las provincias septentrionales de España. Mezclados a los descendientes de los antiguos colonos, casi todos los hijos de esos vascos y navarros cultivaron la tierra, fomentaron las industrias y, llegado el momento, contribuyeron a asegurar la independencia. Además de esto, con el movimiento que la Guipuzcoana imprimió a la Capitanía, a ésta le fue posible sufragar con sus propias rentas los gastos del gobierno y por sí misma proveer a su fomento, lo cual se verificaba anteriormente en parte con el subsidio venido de México105. Obtúvose asimismo, por medio de la mencionada transformación, que la Capitanía contara poco antes de desaparecer la Compañía con una Intendencia que organizó y regularizó sus finanzas mediante el implantamiento que en ella se efectuó de las Ordenanzas que al efecto regían en la Nueva España y en Buenos Aires. Así, al examinar las partidas que constituyen el debe y el haber de la asociación comercial aludida, de buen grado se acoge la opinión formulada con respecto a ella por don Andrés Bello y según la cual a la Guipuzcoana pueden atribuírsele tanto los progresos como los obstáculos que alternaron en la regeneración política de Venezuela106. Aun cuando la Compañía no alcanzó a extender el monopolio del comercio a la Nueva Andalucía y a la Guayana, el estado de esas circunscripciones no dejaba de ser un tanto satisfactorio para 1781. En la primera, el número de poblaciones era cuatro o cinco veces mayor que el presentado a fines del siglo xviii, y sus habitantes, sin protección ostensible, dedicábanse con fruto a la agricultura, a la pesca, a la cría y al comercio. En la región de las misiones guayanesas, los capuchinos contaban para la fecha indicada con más de 25 pueblos de indios e importantes rebaños de ganado vacuno y caballar107. Los religiosos franciscanos, por una parte, y por la otra los gobernadores de Guayana, particularmente el inteligente y activo Centurión, habían conseguido ya reivindicar para la Madre Patria el territorio que desde tiempo atrás ocupaban los holandeses108; en tanto que el gobernador nombrado, el primero en comprender que el adelantamiento de la colonización de Guayana reclamaba una organización civil que sustituyese la de los padres, daba inusitado desarrollo a la provincia organizando expediciones exploradoras
Depons: op. cit., III, pág. 2.
105
Bello: Resumen, en Documentos, etc., II, pág. 190.
106
Case of Venezuela, app. II, pág. 447.
107
English Blue Book, chap. III.
108
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hacia Parima, disponiendo los medios de expulsar para siempre a los holandeses y fundando pueblos y establecimientos109. Bien pudo bendecir la Colonia venezolana, cuyos términos encerraban desde 1777 los territorios que está poseyendo actualmente la República, la promulgación que en ella se hizo de la célebre ordenanza llamada del comercio libre. La energía de sus hijos, vigorizada por el espíritu emprendedor que los vascos le infundieron, había conseguido reunir para entonces los elementos constitutivos de la prosperidad material y de la saludable y general animación que fue consecuencia del régimen de libertad y que en sólo los veinte años que faltaban del siglo reveló la existencia de un pueblo rebosante de virilidad, ganoso de gloria, consciente de sus destinos y animado de sentimientos generosos. Por su parte, España perfeccionó su gran obra secular dotando a la colonia de una administración armónica y adecuada a la importancia alcanzada por la última. Con la organización dada a la Capitanía en 1777 adquirió ella fácilmente entidad semejante a la que hacía tiempo presentaban las grandes posesiones españolas de América. Para ello, los monarcas no fueron ni avaros ni suspicaces; por modo que cuando todo hacía presagiar la ruina del absolutismo, aquéllos creaban en Venezuela cuerpos deliberativos en el seno de los cuales discutirían los venezolanos sus necesidades e intereses o ante quienes elevarían, solícitos, sus representaciones y sus quejas. En 1786 se dispuso, en efecto, la erección de la Audiencia de Caracas, con lo que viéronse los venezolanos en condiciones de poder atender por sí mismos a sus negocios judiciales sin mayores costas y molestias, fuera de que la existencia de ese tribunal constituía desde luego para ellos fuerte garantía de sus derechos, sólida y elevada barrera contra los abusos de la autoridad política, a la vez que estadio donde podrían ejercitar sus conocimientos y prepararse para funciones de otro orden, los abogados y jurisconsultos del país, formados todos en el estudio de una legislación que por más de cincuenta años sobrevivió en Venezuela al sistema colonial. Poco después, en 1791, el rey autorizó la fundación del Colegio de Abogados de Caracas, cuyas constituciones fueron elaboradas por la propia asociación, de donde en lo adelante saldrían factores importantísimos de la independencia, multitud de hombres de Estado llamados a darle forma y estabilidad, a la vez que renombre y fama a la República110. Pero la Administración judicial no alcanzó su definitivo perfeccionamiento sino cuando en 1793 se mandó instalar en Caracas el Consulado. Esta institución, cuyas funciones principales consistían en decidir las controversias comerciales y que contaba con jueces diputados en los puertos Humbert: Essai, pág. 328.
109
Documentos, etc., I, pág. 245.
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de significación, debía ocuparse, además, conforme a la cédula de creación, de los progresos de la agricultura, de la prosperidad del comercio, de caminos, de puertos, de comunicaciones fluviales y de cuanto mirase al fomento de la Colonia, siendo así que a sus deliberaciones se debieron la vía de Valencia a Puerto Cabello, la de Caracas a La Guaira y las que de la capital conducen a los valles de Aragua. El Consulado se componía de un Prior, que lo presidía, de dos Cónsules y de un Síndico, supliéndose la falta de los Cónsules por medio de nueve Conciliarios. Institución de utilidad pública, su dirección fue encomendada a los habitantes de la Capitanía: “Los marqueses, los condes, los barones, los nobles, los caballeros de las órdenes militares, los agricultores, los comerciantes, en una palabra, dice Depons, todo el que es blanco y vive honorablemente, es elegible, excepción hecha de los eclesiásticos” 111. Al alcance de los venezolanos y para que con resultados trascendentales y positivos influyeran en la marcha y adelantamiento del país, púsose sin reparo tan poderoso como activo centro deliberativo. Con entusiasmo que casi rayó en pueril ostentación, al decir de los cronistas coloniales, los venezolanos acogieron desde 1759 la idea de formar cuerpos de milicianos, siendo los primeros en alistarse con tal propósito los artesanos y obreros. Todas las clases sociales, en Caracas y en las demás ciudades, congregáronse ufanas, pero con la separación que las leyes y los tiempos exigían, en batallones y compañías de las distintas armas. En materia de instrucción, la Colonia poseía desde 1721 la Universidad de Caracas, cuya organización recibió en 1784 mejoras dignas de ser tomadas en cuenta. En el año indicado reunióse el claustro universitario y penetrado de la necesidad de ensanchar los estudios y de remunerar debidamente a los profesores, acordó formar nuevas constituciones y arbitrar recursos, para lo cual hubo de dirigirse al monarca. También fueron atendidos en este punto los reclamos de los colonos, pues en cédula de 4 de octubre de 1784 dispuso el rey la adopción del nuevo plan de estudios y el establecimiento de las cátedras pedidas. En efecto, a las ya existentes fueron agregadas, una cátedra de Filosofía, dos de Leyes o Derecho Civil, dos de Cánones y dos de Medicina, abrazando entonces la enseñanza de esta ciencia la anatomía, la cirugía y la farmacia. Creóse igualmente una cátedra más de matemáticas, en términos de que pudieran conferirse grados en dicha materia. Por lo que hace a rentas, el instituto pudo disponer de la cantidad de 8.170 pesos anuales, gracias a las medidas que en la referida época se dictaron112. Existían también, entonces, sostenidas por los cabildos y por individuos de caudal, muchas escuelas de primeras letras. Depons: op. cit., II, pág. 426.
111
Azpúrua: Anales de Venezuela, pág. 19.
112
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La organización eclesiástica fue, de idéntico modo, atendida y perfeccionada durante ese período, viniendo a quedar Venezuela, por lo que hace al particular, independizada de las autoridades de otras colonias. El territorio de Maracaibo y de Mérida, perteneciente a una de las diócesis granadinas, fue erigido en obispado el año de 1777, y de la misma manera Nueva Andalucía, Margarita y Guayana, que dependían del Obispo de Puerto Rico, tuvieron desde 1790 un prelado propio cuya sede se fijó en Santo Tomás de Guayana. Esta organización eclesiástica, que respondía al incremento alcanzado por las poblaciones, descansaba, además, en la consideración de que los diezmos producían en esa época en las tres diócesis de la Capitanía unos 395.000 fuertes anuales113. Vese, pues, que veinte anos antes de que desapareciese el siglo xviii, España había dotado a Venezuela de un orden administrativo e implantado en ella un estado social comprensivo de los elementos que, en su composición, exhibían los pueblos cultos de la época. Para que el organismo en referencia fuese esencialmente castellano, en él no debía faltar ese respeto absoluto con que los peninsulares habían mirado los dogmas y misterios religiosos, respeto que en el comercio de la vida se traducía en la constante y estricta práctica del deber, en el constreñimiento de las pasiones, en la gravedad de las maneras, en una severa sanción ejercida contra los que se sustraían a los preceptos de la dignidad y del honor. Como quiera que se trataba de gentes educadas en medio a una vida sosegada y simple, los principios religiosos transformábanse saludablemente en otros tantos preceptos de un código de moral social que modelaba los caracteres con rasgos precisos e indestructibles. “En esos días, escribe el historiador Yanes, uno de los varones de mayor entereza y probidad con que contó la revolución, mezclábanse a la vida colores y matices que la hacían novelesca y poética; los caracteres eran fuertes, la imaginación creadora, la existencia agitada y misteriosa; superabundaba la savia de vida” 114.
El mismo Miranda, y en momentos de abandonar las hospitalarias playas de Inglaterra, encendida la mente con el designio de emancipar la patria, redactó la siguiente cláusula de su testamento: “a la Universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los libros clásicos Griegos y Latinos de mi biblioteca en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de literatura y de moral cristiana con que alimentaron mi juventud...
Depons: III, pág. 25.
113
Yanes: Historia del Poder Civil, en Documentos, etc., II, pág. 185.
114
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con cuyos sólidos fundamentos he podido felizmente superar los graves peligros y dificultades de los presentes tiempos” 115.
Lo que faltaba, a la verdad, en el cuadro de la Administración colonial, no era otra cosa que la libertad, bien así como ese ambiente de autonomía que los nuevos pueblos adquieren con el florecimiento de sus energías y que no es sino el mero reconocimiento de una calidad adquirida en el curso de penosa y larga incubación. Pero esos elementos indispensables a la vida y dignidad de las naciones, particularmente el primero, tampoco existían en la Madre Patria. Como antes se dijo, la libertad había vivido, robusta y excelsa, en el reino de Castilla y, tanto como en éste, en el de Aragón; los conquistadores la trajeron consigo a la América para sellar con ella las ordenanzas de las nuevas ciudades; los hijos de estos últimos la defendieron con inquebrantable energía por mucho tiempo y cuando ya en la Península habían los monarcas derribado los altares de la deidad. Según se demostró, los Cabildos venezolanos conservaron el antiguo y sacrosanto culto por más de un siglo, de modo que cuando la ruda mano del poder central refrenó las resistencias de los capitulares, en el alma de los colonos se aunó al dolor de aquel ultraje la radiosa esperanza en un porvenir rebosante de reivindicaciones. Con efecto, cada vez que la ocasión fue propicia, los Cabildos procuraron recuperar el ascendiente de que habían disfrutado. Cuando los habitantes de poblaciones inmediatas a Caracas se rebelaron contra la Compañía Guipuzcoana, la Municipalidad de dicha ciudad delegó a varios de sus regidores para que conferenciasen con los jefes del movimiento, y unida a los notables y con aires de tribunal oyó las quejas de aquéllos e instruyó las informaciones que, al cabo, echarían por tierra el monopolio116. Más tarde, en 1769, los capitulares de Caracas discutieron al Capitán General el derecho a organizar sin su anuencia las milicias; tratáronlo en sus oficios, conforme afirma el monarca, “sin aquel respeto y veneración que exige su empleo y como si estuvieran eximidos de las reglas comunes y generales”; enjuiciaron a don Sebastián de Miranda, nombrado por el Gobernador Solano Capitán de un Batallón de milicianos y ocurrieron, en fin, al monarca para que remediara el descuido con que, al decir de la representación, miraba aquel gobernante los asuntos del bien público117. También dio el Ayuntamiento mencionado señales de sus antiguos bríos en 1779, al solicitar con ahínco la extinción del monopolio del tabaco, y en 1793 cuando logró la Documentos, II, pág. 171.
115
Rojas: Orígenes, I, ap. pág. 148.
116
Rojas: Orígenes, pág. 174.
117
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reunión de un Cabildo general, en el cual se congregaron los diputados de las ciudades con el objeto de discutir las medidas que sobre el asunto en referencia había propuesto el rey118. A tiempo que la Colonia alcanzaba junto con el comercio libre la organización de que se habló, un acontecimiento de consecuencias las más trascendentales para el mundo estallaba en Europa para avivar la tendencia que los Cabildos representaban y para encender en la mayoría de los pobladores aspiraciones de libertad y de independencia muy en armonía con los sentimientos heredados, con la soledad de las ciudades y pueblos, con el aspecto del medio físico. Nos referimos al movimiento que espíritus avanzados venían preparando en favor de los derechos populares y a la sangrienta y colosal revolución que fue su consecuencia a partir de 1793. Dos corrientes aparecen delineadas en las prédicas y enseñanzas de cuantos conmovieron por entonces las almas y las inteligencias. Consistía la una en el mero implantamiento de la libertad, a ejemplo de lo ocurrido hacía un siglo en Inglaterra, y buscaba, por ende, el aniquilamiento del poder absoluto de los reyes, la integridad de las garantías individuales, la consagración de los más aptos, cualquiera que fuese su origen y condición. La otra perseguía consecuencias más hondas y dilatadas, pues basada como estaba en el postulado de la igualdad natural del hombre y en la ficción de un contrato del cual no se había dado cuenta hasta ese día la sociedad, proponíase destruir todo cuanto fuese jerarquía y superioridad, todo cuanto de algún modo guardase relaciones con la tradición y se opusiera al entronizamiento de un régimen que, engendrado como había sido por el sentimiento y las abstracciones de la razón, simbolizaba el perfecto nivelamiento de la humanidad. La primera de esas tendencias no podía ser extraña a gentes de origen español, siendo así que el pasado de la raza sírvele muy bien de clara y abundosa fuente. Tampoco debieron de ser motivo de asombro o novedad las doctrinas concernientes a la limitación del poder real y a la intervención directa del pueblo en el manejo de la cosa pública. Como el recuerdo de las antiguas Cortes no estaba relegado al olvido; como en las regiones peninsulares vivía latente el espíritu foral, conforme lo demostró Cataluña en el reinado de Felipe IV; como los Municipios de América pugnaban por reconquistar un esplendor no lejano, de los cerebros no pudieron haberse apartado aquellas máximas que juristas y teólogos españoles, en respuesta a una larga sucesión de hechos, habían expuesto con entera cabalidad acerca de la significación del Gobierno. Mucho antes de que floreciesen
Depons: III, pág. 48.
118
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los enciclopedistas franceses, Soto y Suárez habían proclamado que la soberanía no reside en hombre alguno en particular, sino en el conjunto de los hombres; que el pueblo es quien trasmite el poder al príncipe, el cual puede ser despojado de dicho atributo si se convierte en tirano. Sin exponerse a las contingencias que hubo de sufrir en Francia, Mariana pudo dar a la estampa en España hacia 1599 su célebre tratado De Rege et Regis Institutione, libro en el cual se defiende con arrojo sin igual la doctrina del tiranicidio y en el cual pueden leerse conceptos como el siguiente: “El rey ejerce con mucha moderación la potestad que recibió del pueblo [...], así no domina a sus súbditos como esclavos a la manera de los tiranos sino que los gobierna como a hombres libres, y habiendo recibido del pueblo la potestad, cuida muy particularmente de que durante toda su vida se le conserve sumiso de buena voluntad”.
Cáese por lo tanto en gravísimo error cuando se piensa que las doctrinas que en Inglaterra y en Francia comenzaron a transformar desde el siglo xvii el pensamiento filosófico y que poderosamente influyeron en la nueva orientación de la ciencia política, carecían de raíces en los pueblos españoles. Fácil es, por otra parte, demostrar que los enciclopedistas encontraron desde muy temprano en la Península discípulos e imitadores entusiastas; que más de uno de los Ministros de Carlos III llevó a los consejos del gobierno las ideas de los pensadores franceses y que desde mediados del siglo xviii los hombres que más se distinguieron y mayor influjo ejercieron en la opinión, fueron precisamente los que en sus libros y escritos libraron batalla contra la tradición escolástica. Esos libros, cuya circulación no estorbó en la Península autoridad alguna, pasaron seguramente a las Indias, a México como al Perú, al Nuevo Reino de Granada como a Venezuela. Cuando Humboldt nos visitó en 1799, a su encuentro saldrían muchos de esos escritores españoles, no sólo en las casas urbanas, sino en medio de las montañas de Caripe y en mansiones siempre miradas como albergues del retroceso y del despotismo. “Yo habitaba, dice, en la celda del guardián en donde había una colección de libros bastante considerable: allí se hallaban junto al Teatro Crítico de Feijóo, y las Cartas Edificantes, el Tratado de Electricidad del Abate Nollet”119. Los mismos libros de los enciclopedistas eran leídos en las capitales de provincia y en pueblos de escasa significación años antes de que en Francia se reunieran los Estados Generales. En 1786 visitó la Colonia el Conde de Segur, quien a su paso para Caracas se detuvo en La Victoria, población donde se encontró con un médico el cual lo llevó a su casa para mostrarle con placer extremo las obras de Rousseau y de Raynal120. Humboldt: op. cit., II, pág. 72.
119
Ségur: Memoires ou Souvenirs et Anecdotes, I, pág. 140.
120
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No era en modo alguno difícil que las cosas ocurrieran de esa suerte. Para la época indicada existía en la Colonia, más poderosa y compacta que antes, una clase de hombres ricos e influyentes que podían consagrar gran parte de sus vagares al cultivo de la inteligencia, y muchos de los cuales, por razón de sus viajes, habíanse familiarizado con las ideas y sucesos más recientes de Europa. Mientras los colonos estuvieron ocupados en crear su hacienda, la ilustración hubo de ser insignificante; pero tan pronto como cambiaron las condiciones económicas del país y éste llegó a contar propietarios que, como los Tovar, los Uztáriz, los Toro, los Bolívar, poseían cuantiosas rentas, la ilustración figuró bien pronto entre las cualidades que contribuyeron a asegurarle a aquellos hombres la condición antes adquirida de jefes naturales. A esfuerzos de esas gentes, en Caracas y en las demás ciudades, se hizo posible el cultivo de las bellas artes y en especial el de la música, con lo cual se tornaba la vida agradable y placentera121. La vida social fue adquiriendo por tales medios y bajo el influjo de cultos funcionarios peninsulares, el atractivo y el encanto que representan para el hombre una bella porción de la existencia. Buena prueba de esto último podrá hallarse en las impresiones que experimentaron en Caracas, durante el carnaval de 1786, varios gentiles hombres de Francia, entre los cuales un Broglie, un Segur, acostumbrados al esplendor y la pompa de Versalles. “Se nos esperaba, dice el último de los nombrados, y la cortesía española hizo a nuestra pequeña cabalgata una recepción muy galante: todos se aprestaban a porfía a ofrecernos sus casas; las damas, abriendo sus celosías, nos saludaban desde sus balcones; fuimos acogidos, en fin, según pretenden los romanceros que se acogían en otros tiempos a los paladines en los castillos a donde iban a descansar de sus correrías de aventuras”.
Y agrega: “El Gobernador me presentó en los centros más distinguidos de la ciudad. Allí vimos hombres un tanto graves y taciturnos; pero, en cambio, una gran cantidad de damas tan notables por la belleza de sus rostros, por la riqueza de sus tocados, la elegancia de sus maneras y por sus talentos en el baile y en la música, como por la vivacidad de una coquetería que sabía muy bien unir la alegría a la decencia” 122.
Para cuantos estudian nuestro pasado colonial está fuera de duda que el incendio que aniquiló en Francia el antiguo régimen no fue la luz única que alumbró a los venezolanos la senda que, en breve, debían trillar. Además de los conocimientos que Rojas: Ley Hist., I, pág. 15.
121
Ségur: op. cit., I, págs. 445 y 446.
122
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habían logrado adquirir para entonces y de las nociones que acerca de su porvenir les suministraba la fuerte organización social y política edificada por los españoles, ante sus miradas vinieron a exponerse los resultados que con su movimiento emancipador habían alcanzado los anglo-americanos. Tal movimiento hablóles con mayor elocuencia que las conmociones de Francia, ya que para ellos no se trataba de derrocar un monarca ni de arrasar una vieja y poderosa máquina política y que los anglo-americanos se habían limitado a refrendar sus libertades sin sacrificar en lo más mínimo a prejuicios igualitarios. El Conde de Segur nos hace ver que el Teniente del Rey en Maracay, hombre instruido y amable, le habló de las aspiraciones de los colonos y de la creencia que abrigaba de que la fermentación sorda que por todas partes existía, al encontrar un hombre de carácter, un jefe, estallaría fácilmente123. En La Victoria oyó el francés cosas parecidas: “El Teniente del Rey que manda en esta villa, dice, se llamaba Prudón. Su instrucción era bastante extensa, su humor confiado, su carácter bastante inquieto. Prudón se burlaba de la superstición, ridiculizaba la ineptitud de los gobernantes y nos aseguraba, riéndose, que una revolución semejante a la de los Estados Unidos era próxima e inevitable” 124.
El estallido de la Revolución Francesa no tendría, por lo tanto, otra influencia que la de precipitar los planes que ya se consideraban, así como la de poner a los colonos, por razón de la guerra europea a que dio margen, en condiciones ventajosas de aumentar velozmente sus riquezas, de consolidar su ilustración y de iniciar relaciones comerciales con el mundo. El reglamento del comercio libre le había permitido a Venezuela que así sus puertos mayores como los menores se comunicaran directamente con todos los que en la Península estaban abiertos a la navegación. De este modo, los colonos consagráronse sin temor alguno a las faenas de la agricultura y de la cría, seguros de que sus productos hallarían pronta salida. Mas, como entre los productos había algunos que, cual el ganado, no eran de fácil transporte a España, un Intendente tan ilustrado cuanto liberal, don Francisco Saavedra, resolvió desde 1784 que, con excepción del cacao, a los venezolanos les era lícito enviar a las vecinas colonias extranjeras todo cuanto el país producía, y de ellas importar útiles para la agricultura, esclavos, oro y plata. Con esta providencia, que representaba una gran novedad en el sistema colonial de la época, los Ségur: op. cit., I, pág. 436.
123
Ségur: op. cit., I, pág. 439.
124
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venezolanos realizaron grandísimas ganancias. De Coro, Puerto Cabello, Barcelona, Cumaná, Guarapiche y Angostura salían todos los años cerca de diez mil mulas que se vendían a 25 y más fuertes y que con los fletes significaban para la Colonia unos Bs. 2.500.000, que sumados a los producidos por otros artículos vendidos en las mismas islas, constituían una fuerte entrada en metálico125. El tratado de alianza que Su Majestad Católica celebró con la República Francesa en 18 de agosto de 1796126, obligó a la primera a entrar en lucha abierta con Inglaterra. Equivalió esto a privarse España del comercio directo con sus colonias y abandonarlo a los neutrales. Como los mares se cubrieron en seguida de navíos regulares y de corsarios ingleses, el rey permitió en 18 de noviembre de 1797 que los neutrales hiciesen el tráfico de las Indias, a cuyo efecto, los buques podían ser despachados de España o de cualesquiera otras naciones, de las cuales les era lícito transportar mercaderías tal como si se tratase de efectos peninsulares127. Al punto, los puertos venezolanos viéronse visitados por infinidad de bajeles de casi todos los pueblos de Europa, con lo que se adquirieron nuevos mercados, se iniciaron otros tratos y la explotación del suelo tornóse más activa y fecunda. Regiones que, como Cumaná, no eran visitadas al año sino por dos o tres navíos españoles antes de 1793, llegaron a ser, al iniciarse el siglo xix y gracias a este cambio, plazas comerciales de importancia128. Barcelona, que en 1761 apenas vendía de 6 a 8.000 reses anualmente, alcanzó a exportar en sólo un año durante la paz de Amiens 132.000 reses, 2.100 caballos, 84.000 muías, 800 burros, 180.000 quintales de tasajo, 36.000 cueros de res, 4.500 cueros de caballo, 6.000 pieles de venado129. Guayana, que a mediados del siglo xviii no contaba en punto a ciudades sino el presidio de Santo Tomé, y cuyos hatos no encerraban sino 1.800 cabezas130, a fines de la indicada centuria estuvo en capacidad de suministrar un fuerte contingente a la exportación, y su gran río, visitado anteriormente de modo furtivo por los holandeses, en sólo cuatro meses de 1782 fue visitado por 32 buques mercantes131; las misiones del Orinoco, donde los religiosos fundaron la industria pastoril y que para los días de la visita de Diguja no poseía sino un hato de 14 a 16.000 cabezas, en 1788 contaba más de 180.000 reses132. Depons: op. cit., III, pág. 331.
125
Del Cantillo: Tratados de Paz y de Comercio, pág. 673.
126
Depons: op. cit., II, pág. 393.
127
Dauxion: op. cit., II, pág. 196.
128
Dauxion: op. cit., II, pág. 236.
129
Informe de Diguja.
130
Humbert: Essai, pág. 327.
131
Humbert: Essai, pág. 332.
132
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Las consecuencias ejercidas por el reglamento del comercio libre fueron de tal magnitud que en 1796, es decir, un año antes de ser abiertos los puertos al comercio extranjero, las importaciones alcanzaron a 3.115.811 fuertes133; en tanto que las exportaciones, que para 1780 en que cesó el monopolio eran de 2.000.000, subieron en el propio año a 3.139.682 fuertes134. La medida antes citada de 1797, aumentó, como era natural, la perspectiva que ya presentaba la colonia; por modo que en los años que precedieron al de 1810 la exportación llegó a ser de 4.776.500 fuertes135, cifra ésta que como proveniente de los registros oficiales no incluye el valor de los artículos extraídos de contrabando. Así, basado en los cálculos de Dauxion, quien tuvo oportunidad de examinar los archivos de las colonias vecinas, puede asignársele a la exportación de esos años un importe de 5.200.000 fuertes136. Para ello había sido menester que la agricultura y la cría se radicaran en territorios incultos; que comarcas como la de Guayana, la Nueva Andalucía y otras más, paralizadas hasta entonces, se incorporaran al movimiento iniciado en occidente de tiempo atrás. Pero la transformación de estas provincias fue obra de escasos años como lo indican los datos mencionados y las siguientes referencias de Bello: “La parte oriental de la provincia, escribe, llama su atención hacia el cultivo del algodón que sale por Cumaná a aumentar el comercio de Venezuela con tan importante artículo; los ganados de los llanos fomentan con su extracción los puertos de Barcelona y Coro, y la Guayana recibe nueva vida con el tabaco de Barinas, buscado con preferencia para el consumo y las manufacturas europeas” 137.
A comunicarle vida al movimiento comercial y agrícola había concurrido notablemente el aumento de la población. Infinidad de labradores y traficantes peninsulares y canarios ingresaron en la colonia con el establecimiento del comercio libre, fuera de que con excelente acuerdo, las autoridades brindaron franca hospitalidad a los colonos franceses que huyeron poco después de Martinica y de Guadalupe, no menos que a los habitantes de Trinidad, mal hallados con el cambio de dominación que en la isla se efectuó en 1797. En todo el litoral que baña el golfo de Paria crecieron con rapidez algunas poblaciones compuestas de los elementos mencionados, los cuales Documentos, II, pág. 335.
133
Codazzi: Resumen de la Geografía de Venezuela, pág. 325.
134
Codazzi: op. cit., pág. 526.
135
Dauxion: op. cit., II, pág. 462.
136
Bello: Resumen, en Documentos, etc., II, pág. 193.
137
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se radicaron en dicho territorio junto con sus esclavos. Cuando en 1807 las visitó Dauxion contaban ellas más de 7.000 habitantes, entre los cuales figuraban algunos hombres que, al decir del propio viajero, “habían vivido en los círculos más brillantes de Alemania y de Francia” 138. Informaciones estadísticas de diversas fuentes permiten conocer el desarrollo de la población de Venezuela. Caracas, que en 1696 no encerraba sino 6.000 habitantes139, poseía en 1810 unos 47.000; Cumaná y Barcelona, que en 1761 no pasaban de 4372 y de 3.351 almas, respectivamente, contaron entonces 28.000 y 14.000140. Por su parte, Barinas, Valencia, Coro, Barquisimeto, La Guaira, Puerto Cabello, San Carlos, Maracaibo, Mérida y Trujillo eran centros que contaban con 12.000, 6.548, 10.000, 11.300, 12.300, 6.000, 7.500, 9.500, 25.000, 11.500 y 7.600 almas cada una141. Adoptando los cálculos de Humboldt, puede, en consecuencia, afirmarse que la población total de la Capitanía General, al comienzo del siglo xix, era de 900.000 habitantes, cantidad que para 1810 es prudente elevar hasta 1.000.000, de los cuales eran blancos unos 200.000142. Todo lo expuesto demuestra muy a las claras que la Administración española no anduvo ni descuidada ni extraña al progreso de la colonia, sino que, por el contrario, mostróse ufana por la buena marcha y engrandecimiento de ella. Un bienestar y una prosperidad nunca vistos fueron los frutos de las generosas y laudables reformas a que nos contrajimos, bienestar y prosperidad que sin demora facilitaron el esparcimiento de una cultura más amplia y elevada por ciudades y pueblos, entre los hombres de las clases pudientes y de las inferiores. Prosperidad y cultura andan regularmente unidas, ya que aseguradas las necesidades de la existencia, dable es consagrarse a las aspiraciones y ensanche de la mente sin angustias ni temores. Los extranjeros que desde los postreros años del siglo xviii visitaron la Capitanía, impresionados fueron por las facilidades de que estaba rodeada la vida, por las riquezas y holgura de los venezolanos, por el contento y la alegría que reinaba en los corazones. Ya se conocen los entusiastas párrafos que el Conde de Segur dedicó a Caracas. No lo son menos los que Dauxion le consagró luego: Dauxion: op. cit., II, pág. 188.
138
Documentos, etc., I, pág. 138.
139
Véase Depons, III, Dauxion, II y Diguja.
140
Véase Depons, III, Dauxion, II y Diguja.
141
Consúltese a Dauxion: op. cit., II, pág. 137.
142
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“Por lo general, dice, existe lujo y muchos dorados en el mobiliario de las casas de los ricos, y, en todas partes, más limpieza y abundancia que en España. Encuéntrase en la ciudad de Caracas el lujo de las capitales de Europa y un refinamiento o exageración de la cortesanía que deriva de la gravedad española y de las costumbres voluptuosas de los criollos. Se diría que sus costumbres son una mezcla de las costumbres parisienses y de las grandes ciudades de Italia. El mismo gusto por el tocado, por los muebles suntuosos, por las visitas de etiqueta, por los bailes, por las fiestas, por la música y hasta por la pintura que está allí en la infancia” 143.
Y no era solamente Caracas la que ofrecía semejante espectáculo. Hablando de la capital de la Nueva Andalucía el propio viajero se expresa así: “Los habitantes de Cumaná son muy cultos, hasta podría decirse que lo son en exceso. No hay entre ellos tanto lujo como en Caracas, mas sus casas están bastante bien amuebladas”144. El Barón de Humboldt no cesa de alabar la magnífica y generosa hospitalidad de que fue objeto por todas partes, en tanto que el francés Dauxion se maravilla de lo poco que era menester gastar para subsistir cómoda y decentemente en la Capitanía. La suntuosidad de los muebles y el lujo de las habitaciones corrían parejos con el buen gusto y la elegancia de las gentes. “La ciudad de Caracas, escribe Depons, tiene por ornamento un sexo encantador, suave, sensible, seductor. Vense allí pocas rubias; pero con cabellos de un negro de azabache tienen tintes de alabastro. Su vestido es bastante elegante y ponen cierta vanidad en que se las tome por francesas” 145. “Los sombreros redondos, el cabello corto y sin polvo, los pantalones hasta el estómago, las levitas cortas y a medio abotonar, dice el mismo Depons, componen el vestido de los jóvenes españoles a quienes la riqueza o el nacimiento confieren el derecho de dar el tono. Su gran triunfo consiste en que sus modales sean mirados como modales franceses” 146.
Y si del tocado se pasa a la etiqueta, se hallará igual distinción, las prácticas de los centros más formalistas del viejo mundo.
Dauxion: op. cit., II, págs. 143 y 207.
143
144
Íd. íd., II, pág. 207.
145
Depons: op. cit., III, pág. 103.
146
Íd. íd., I, pág. 197.
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“Las damas, refiere Depons, jamás se ponen de pie para recibir visitas, cualquiera que ellas sean. Si se hallan en sus habitaciones cuando se les anuncia la visita, no permiten que se abra el salón hasta que, sentadas en un sofá, se juzguen en actitud digna de recibir visitas. Este uso no cede ni al rango, ni al sexo, ni a la amistad” 147.
En sentido idéntico iban las inclinaciones y gustos de los hombres “El traje de etiqueta para las visitas como para las grandes fiestas, refiere el citado autor, es la casaca y el calzón de tafetán, de raso o de terciopelo labrado, nunca de paño, a menos que se esté de luto o que un rico bordado aumente su precio. El chaleco debe ser de tisú de oro o de plata, o, al menos, de seda cubierta de bordados; el sombrero armado. Todo este bello atavío no significaría aún nada si no estuviese acompañado de la espada de empuñadura de plata, y, si se es rico, de empuñadura de oro” 148.
Ni faltó tampoco por aquellos días el placer de los salones, campo donde luce el donaire, se realzan las gracias y brilla la gentileza. “Por la noche, dice un contemporáneo, corría la juventud, no al ruinoso garito ni a la cita sospechosa, sino a los salones de las familias donde a presencia de las damas competían todos por fijar sus miradas y merecer sus favores” 149. No era extraño, a la verdad, que en un país donde la clase directora era de origen español, la vida siguiese rumbo distinto; ni que las tendencias sociales de la misma se apartaran de las tradiciones de la Península. Como muy bien ha dicho Arístides Rojas, “España no negó a sus colonias el carácter caballeresco que es distintivo de su raza, ni la hospitalidad espontánea y aun fastuosa de todos los pueblos de su origen” 150. Pero todo no era en aquella época cortesanía y frivolidad. El espíritu de los criollos probó en breve que era capaz de estudios serios y se hallaba en condiciones de asimilar las ideas y los métodos reinantes en Europa. En colegios y seminarios, lo mismo que en la Universidad de Caracas, habían adquirido ellos el dominio del castellano y del latín y con tan sólida base pudieron ensanchar sin dificultad el radio de sus conocimientos literarios. En la Universidad enseñaba el idioma de Virgilio hacia fines del siglo xviii el señor Montenegro, hombre versado en literatura francesa y que componía sus versos en el habla vernácula y en la ya mencionada; el padre Quesada, religioso de la Merced y el mejor latinista del país, instruía a Bello y a otros jóvenes en
Depons: op. cit., I, p. 214.
147
Íd. íd., I, pág. 215.
148
Yanes: Historia del Poder Civil, Documentos, &, II, pág. 185.
149
Rojas: La Imprenta en Venezuela, Documentos, &, II, pág. 3.
150
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las bellezas de los clásicos, no como cualquier adocenado gramático conocedor de Nebrija, sino por medio de una enseñanza que “abrazaba a un tiempo la gramática y la literatura, la letra y el espíritu”151; y el Presbítero Escalona, profesor de filosofía en la Universidad, al corriente como estaba de los progresos científicos de la Europa, había resuelto abandonar la rutina y arreglar sus cursos a los adelantos de la ciencia152. Ya para 1799 era tan general la inclinación por las buenas letras, que a Humboldt le fue dado escribir estos conceptos: “He encontrado en las familias de Caracas decidido gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana y notable predilección por la música, que cultivan con éxito, y la cual, como toda bella arte, sirve de núcleo que acerca las diversas clases de la sociedad” 153.
En los buques neutrales que desde 1797 frecuentaron los puertos venezolanos habían llegado en mayor número que antes y diseminádose por el país los libros más afamados de literatura, de filosofía y de ciencias. En Caracas y en las provincias, cuando no se había iniciado aún el siglo xix, leíanse y comentábanse en sus textos originales el Ensayo de Locke sobre el Entendimiento Humano, el teatro de Voltaire, el Curso de Estudios de Condillac y todo cuanto constituía el tesoro de la sabiduría de la época. Los extranjeros arribados en los buques mercantes, aunque sin otro caudal científico que los conocimientos que poseen los hombres nacidos en centros adelantados, fueron para los venezolanos, conforme al decir de Amunátegui, “una especie de libros vivos que por medio de la conversación los iniciaron en rudimentos de ciencias vulgares en el viejo mundo, pero peregrinos en el nuevo”154. Con el entusiasmo que inspiran las novedades, sobre todo en los pueblos jóvenes, había cundido en Venezuela la pasión por el estudio, siendo por demás frecuente que los hombres de caudal poseyeran en las ciudades, y aun en los campos, considerables y excelentes bibliotecas, tal la que hizo las delicias de Humboldt y que en sus haciendas de Aragua poseían los hermanos Uztáriz. Vióse asimismo, para asombro de viajeros sabios, que en regiones apartadas, hombres como Don Carlos del Pozo se dieran con ahínco y suceso al estudio de la Física y de la Química155. La ilustre familia de Uztáriz levantó en su hogar por esos días un templo a las
Amunátegui: Biografía de D. Andrés Bello, pág. 10.
151
Íd. íd., pág. 20.
152
Humboldt: op. cit.
153
Amunátegui: op. cit., pág. 57.
154
Véase Humboldt: op. cit., II, pág. 441.
155
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letras, templo al cual concurrían los individuos más ilustrados de la capital y en donde se leían y comentaban las producciones peninsulares y los libros extranjeros, a la vez que se juzgaban las composiciones de venezolanos. Al propio tiempo, y según refiere Amunátegui, “acostumbrábase entonces en Caracas amenizar los placeres de la mesa con lecturas literarias, por medio de las cuales los poetas suplían la publicidad que les habría facilitado la imprenta si hubiese existido” 156. Con la vigorosa propagación de los conocimientos coincidió la preocupación de las clases dirigentes por establecer la enseñanza popular sobre fundamentos más sólidos. Frutos de esa preocupación fueron, sin duda, la memoria dirigida en 1794 al Cabildo de la capital por Don Simón Rodríguez y el luminoso informe en que el Licenciado Sanz, encargado de redactar las nuevas ordenanzas de Caracas, expuso los defectos del régimen de educación existente. Tan apercibidos estaban los patricios y los gobernantes de la necesidad de la empresa, que la Municipalidad de Caracas acordó aumentar el número de escuelas, disponiendo que se estableciese una en cada parroquia; y que en Cumaná y en la capital se fundaran casi al propio tiempo institutos particulares en los cuales se seguían cursos de matemáticas157. Para convencerse de que la tendencia aludida se había apoderado fuertemente de los espíritus cultivados de la época, bastará recordar las diversas peticiones del Claustro universitario con el fin de perfeccionar la enseñanza de la medicina; bien así como la correspondencia que con Humboldt sostuvo el señor Montenegro y en la cual pidió al sabio alemán indicaciones concernientes a la manera cómo se estudiaban en Europa las matemáticas, la física y la química, todo con el propósito de ver implantada en la Universidad Colonial una instrucción verdaderamente científica158. La actividad intelectual había conquistado a la colonia para comienzos del siglo xix, a la vez que fama y renombre de culta, cierto ambiente cautivador que visiblemente resaltaba ante la mirada de los extraños. “En ninguna otra parte de la América Española, dice Humboldt, ha tomado la civilización un aspecto más europeo: el crecido número de indios que habitan el México y el interior de la Nueva Granada, dan a estos países un carácter particular,
156
Rojas: Orígenes, I, pág. 329 y Ley. Hist., II, p. 263.
Amunátegui: op. cit., pág. 60.
157
Rojas: Orígenes, I, pág. 326.
158
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acaso más exótico; pero en la Habana y en Caracas, a pesar de la población negra, se cree uno estar más cerca de Cádiz y de los Estados Unidos que en ninguna otra parte del Nuevo Mundo” 159.
Con la impresión del naturalista están acordes las reflexiones de Depons. Refiriéndose a los antiguos prejuicios relativos a la instrucción, expresa el siguiente parecer, al cual da formas de vaticinio: “Pero actualmente se efectúa una feliz revolución en las opiniones, y todo anuncia que la generación que va a reemplazar a la que se halla en su ocaso dará al mundo asombrado el espectáculo de una mejora moral realizada por la alianza de la prudencia nacional con la parte útil de los principios de los demás pueblos. En efecto, continúa diciendo, la juventud española, penetrada de la insuficiencia de su educación, trata de suplir a ello tomando con avidez en los libros extranjeros lo que falta a su instrucción” 160.
Para medir la fuerza de la corriente de que se trata, menester es apuntar que años antes de ser proclamada la Independencia, los habitantes de las principales ciudades de Venezuela habían adquirido en lo que hace a la disposición por las letras y las ciencias y a la forma de la mentalidad, cualidades y signos diferenciales que, si por una parte sirven a revelarnos la poderosa energía que a la sazón empujaba voluntades e inteligencias, por la otra nos indica que cada región de la colonia poseía una fisonomía peculiar resultante, indudablemente, del apego a los intereses y tradiciones locales, no menos que del orgullo con que cada cual laboraba, al amparo del espíritu federalista que las leyes y las costumbres españolas arraigaron en la Capitanía, por el bien y la salud comunes. “Los criollos de Cumaná que entran en la carrera de las letras, dice Depons, se distinguen en ella por su penetración, su juicio y su aplicación. No se ve en ellos, precisamente, esa vivacidad de espíritu que se advierte en los criollos de Maracaibo; pero los de Cumaná están compensados por una dosis más fuerte de buen sentido y de solidez” 161. “Lo que aún honra más a los habitantes de Maracaibo, escribe el propio autor, es su espíritu singularmente vivo, su aplicación a la literatura y a los progresos que en ella alcanzan. Mientras los jesuitas estuvieron encargados allí de la instrucción de Humboldt: op. cit., II, pág. 225.
159
Depons: op. cit., I, pág. 195.
160
Depons: op. cit., III, pág. 203.
161
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la juventud, de sus escuelas salieron sujetos que hablaban el latín con elegancia y facilidad raras, que poseían perfectamente el arte oratorio y las reglas de la poesía, que escribían su lengua con una pureza tan notable por el atrevimiento de las ideas como por el orden y claridad con que las presentaban, dotados, en una palabra, de todas las calidades que constituyen el hombre de letras” 162.
Las conclusiones de Dauxion concuerdan en un todo con las precedentes. “He observado en la juventud de Cumaná, dice, mucha precisión de espíritu, de aplicación y de conducta y menos vanidad que en la de Caracas. Los nativos de la ciudad de Maracaibo gozan en las colonias españolas de la reputación de muy espirituales. Los jesuitas poseyeron allí un colegio donde formaron individuos distinguidos. Maracaibo llegó a ser la ciudad literaria de la América. Mérida posee un seminario para jóvenes eclesiásticos y un colegio que tiene la pretensión de rivalizar con la Universidad de Caracas” 163.
Por lo que respecta a los conocimientos de los venezolanos de entonces en punto a gobierno y a Administración, bastará, en el sentir nuestro, referirse a los conceptos que Humboldt trazara en el particular. “En la ciudad de Cariaco encontramos, dice, muchas personas que por sus modales desembarazados, por su extensión de ideas y aun debo añadir, por una conocida predilección por los Gobiernos de los Estados Unidos, anunciaban haber tenido frecuentes relaciones con el extranjero. Me ha parecido, agrega más adelante, que hay en La Habana y en Caracas mayor conocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miras más extensas sobre el estado de las colonias y de las metrópolis” 164.
Pero no estará de más, para el intento de dar al cuadro sus verdaderas proporciones, que se señale la circunstancia de que el clero venezolano, por su tolerancia y su ilustración, no impidió que la transformación intelectual se llevara a término, y la de que los mismos religiosos peninsulares, animados de sentimientos parecidos y algunos de entre ellos cultivadores entusiastas de las ciencias físicas y naturales, facilitaron, a su vez, los progresos del movimiento. En Venezuela rara vez se conocieron los procesos en materias de fe, y apenas existe memoria de que alguien hubiese sido inquietado por sus opiniones
Íd. íd., III, pág. 223.
162
Humboldt: op cit., II, págs. 113 y 124.
163
Dauxion: op. cit., II, págs. 201, 310 y 311.
164
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filosóficas165; a pesar de su condición bien conocida de luterano, Humboldt halló en los conventos del país la más cariñosa acogida y, como se complace en decirlo, jamás se le propusieron en ellos discusiones religiosas166. Dauxion afirma que el clero de Caracas no tenía ni la bestialidad ni la intolerancia del de España y que no era difícil encontrar en él hombres instruidos y ciudadanos estimables; que los padres de los conventos de Cumaná eran personas muy honestas, hombres ilustrados y liberales, extraños a toda idea de intolerancia y de persecución167. Una autoridad irrecusable, el General Miranda, disipará, por lo demás, las dudas que en el particular pudiesen caber. Entre los consejos y advertencias que dio a O’Higgins antes de que éste regresase a América en 1798 existen los siguientes: “Es también un error creer que todo hombre, porque tiene una corona en la cabeza o se sienta en la poltrona de un canónigo, es un fanático intolerante y un enemigo decidido de los derechos del hombre. Conozco por experiencia que en esta clase existen los hombres más ilustrados y liberales de Sud América168. En punto a instrucción, bien así como en lo relativo a creencias, muchas son las imputaciones que se le irrogan al régimen español. España trasmitió a las sociedades por ella creadas en América todo el saber que sus hijos habían acumulado; dondequiera que el bienestar lo hizo posible desde un comienzo, como en Lima y en México, fundó Universidades y contribuyó a que las letras y las ciencias floreciesen; y si la enseñanza de los planteles coloniales presentó de continuo una faz marcadamente teológica, fue En informe de 20 de enero de 1535, decía al rey el Obispo Bastidas: “Paréceme que V. M. debe prohibir que ningún alemán pase en aquella conquista, más de la persona del Gobernador, ya que ha de ser alemán, y especialmente siendo personas de poca calidad, porque se averigua haber habido en aquella Provincia algunos que han tenido opiniones del hereje Martín Leulterio, los cuales todos son muertos en la entrada que hizo Ambrosio de Alfinger, ellos e todos sus bienes. No se procedió contra ellos, exepto contra un maestre Juan, Flamenco, infeccionado de dicha lepra, al cual prendí, e hice contra él proceso y lo remití al Obispo de Santo Domingo como Inquisidor General que se dice ser destas partes” (Documento de la Biblioteca Lenox, de Nueva York).
165
En la obra del señor J. Z. Medina: Historia del Tribunal del Santo Oficio de Cartajena de las Indias, se lee lo siguiente:
“1658. Se falló esta causa: Juan de Ribas, Cura de la Catedral de la Isla de Margarita fue denunciado en 1650 porque habiendo entrado á la Nueva Barcelona un navío de ingleses todos herejes, estuvo abordo á viernes, comió carne y tuvo muchos brindis y regocijos con dichos ingleses á quienes reconoció por amigos “i qué un día que el Capitán y demás herejes celebraron la pascua de Navidad que fue ocho días después de la nuestra hicieron un gran convite en donde se halló el dho Juan de Ribas y que lo sentaron en la cabecera de la mesa i que echó la bendición con mucha gira y brindis y que todo causó grande escándalo y motivó que otros comunicasen y tratasen á dichos herejes i que se quedó con un libro herético que era la Biblia en romance.” Votada á prisa en 1653 ingresó en las cárceles secretas en octubre del año siguiente y salió al fin absuelto en 6 de junio de 1658.”
Debemos los anteriores datos á la amabilidad del señor General Lino Duarte Level. Íd. íd., II, pág. 72.
166
Dauxion: op. cit., II, pág. 201.
167
Documentos, &, II, pág. 14.
168
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porque oficialmente y en todo el mundo culto de entonces, en París como en Heidelberg, en Oxford como en Salamanca, el primado de honor era aún conservado por la ciencia de los Agustines y los Sánchez, de los Aquinos y los Suárez. Pretender que a las colonias se les hubiese otorgado un sistema de educación de que la Península carecía, es cosa por demás absurda. En todo caso, digno de alabanza será siempre el proceder de los magistrados españoles que en América permitieron la introducción de libros, que favorecieron el intercambio de las ideas y facilitaron el conocimiento de los progresos científicos. No pecó ciertamente de exagerado el historiador Yanes cuando escribió las frases que siguen y que es útil tener presentes: “Se ha creído por algunos, dice, que los años que precedieron a la revolución fueron de barbarie y ferocidad. Hablando con justicia, los españoles dieron a América cuanto tenían: si encerraba pocos ramos la enseñanza general en las colonias, casi iguales se cultivaban en la metrópoli. Para el año de 10 se había levantado una juventud ávida de ideas, amiga de las letras, inteligente y pensadora, llena de gusto y elegancia. Los grandes varones que ilustraron a Colombia se formaron bajo el sistema colonial” 169.
Las liberales medidas de administración con que la metrópoli dejó asegurada en los postreros años del siglo xviii la prosperidad y el engrandecimiento de la colonia, tradujéronse no sólo en las manifestaciones de vario orden a que nos hemos referido, sino también en la obtención de los recursos indispensables a la subsistencia de todo organismo bien ordenado. Hasta la época en que se estableció el comercio libre las gobernaciones de que se compuso la Capitanía estuvieron recibiendo de México, en calidad de situado, más de doscientos mil pesos al año; poco después, las rentas generales de la colonia, una vez cubiertos los gastos todos, arrojaban un sobrante anual de 6 u 800.000 pesos fuertes, que para ser remitidos a España eran distribuidos en forma de suplementos entre los agricultores del país, quienes, sin ningún interés, obligábanse a devolver al Real Erario dentro de un plazo que vencía después de la venta de las cosechas, las cantidades que habían recibido170. Conforme a los datos más precisos, el total de las recaudaciones puede estimarse en 2.257.985 fuertes, suma que representa el monto de las contribuciones en el año de 1797171.
169
Yanes: Historia del Poder Civil. Documentos, &, II, pág. 195.
Yanes: Historia de Venezuela, pág. 54; Díaz: Recuerdos sobre la Rebelión de Caracas, pág. 18.
170
Documentos, &, II, pág. 336.
171
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El bienestar de que disfrutó Venezuela en los últimos treinta años del régimen colonial así como las ideas y tendencias venidas de fuera aprovecharon o influenciaron a los naturales de acuerdo con la situación que en el país ocupaba cada uno de ellos. Ya se hizo referencia de los descendientes de los conquistadores y de los que por alianzas matrimoniales habían llegado a ser parte de dicho grupo. Como propietarios de las mejores tierras y plantíos, ellos fueron los más favorecidos por las reformas económicas, dado que aumentando las sementeras y gozando del mejor precio de los frutos prontamente se convirtieron en grandes potentados. Los hermanos Bolívar, Simón y Juan Vicente, tenían individualmente una renta anual de 25.000 fuertes172, siendo de advertir que otros muchos criollos como el Marqués de Pumar, el Conde de Tovar y el Marqués del Toro los aventajaban en riquezas. Los hombres del grupo aludido constituían la aristocracia de la tierra; por una especie de derecho hereditario ocupaban la mayoría de los cargos concejiles; formaban batallones de milicias para los individuos de su clase y suministraban a los demás el mayor número de oficiales, daban al clero sus mejores elementos, llamados de continuo a ocupar ricas prebendas o cómodas canonjías; construían y dotaban iglesias, caminos, hospitales y escuelas; eran en los campos, que gran parte del año habitaban con sus familias, protectores y jueces y consejeros de los comarcanos; eran tenientes del rey en las ciudades y villas del interior o corregidores en los pueblos de indios; educaban a sus hijos en Europa y los hacían servir en la guardia del monarca; disfrutaban de la amistad y del favor del Capitán General y de las primeras autoridades; presidían las cofradías y hermandades más antiguas; leían a los enciclopedistas y los clásicos, y en sus tertulias, que eran como sus cortes, discutían planes de interés público, examinaban las necesidades sociales y conversaban de literatura y de arte, de ciencias y de política. Provisto como se hallaba este grupo de ilustración y de fortuna, usufructuario como era de honores y galardones y poseedor de grande influencia social, las ideas revolucionarias no podían despertar en el patricio sino la ambición de verse mezclado más directamente en el manejo de la cosa pública, el deseo de que su voz fuese atendida en los consejos gubernativos, bien así como el de que los altos cargos coloniales sirviesen de campo a su inteligencia y a su actividad. Como descendiente de los que ocuparon la tierra, como sucesor de los que en el cabildo manejaron con independencia los asuntos de la ciudad y de la provincia, como dueño de grandes heredades, sentíase llamado más que nunca a atender de cosas de mayor momento que los rutinarios asuntos
Díaz: op. cit., pág. 21.
172
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municipales. Todo le enseñaba que su voto, que sumaba el de muchos individuos que eran como los clientes de un señor romano, debía ser tomado en consideración cada vez que se hiciese menester una reforma; que su voz libre de trabas y como el vehículo natural de las aspiraciones locales, estaba llamada a censurar y a discutir, a poner las leyes más en armonía con el interés particular de la colonia. Lo que en la Península solicitaban a la sazón los hombres de saber, lo que en Francia reclamaban a un tiempo nobles y plebeyos, clérigos y magistrados: la abolición del poder absoluto del monarca, el restablecimiento del cuerpo legislador, eso mismo ambicionaba en su tierra natal el patricio americano. Para ello, bien se echa de ver, no le era menester que abogase necesariamente por el implantamiento de las ideas democráticas, ni que abdicase de sus prejuicios de casta. Si en algún país de los conmovidos por la onda de libertad fueron ellos a buscar enseñanzas favorables a sus designios, no fue ciertamente en la Francia jacobina e igualitaria que sucedió a la antigua: de la revolución, como puede verse, aceptaban ellos los principios que, fortaleciendo su posición adquirida, eran fuente de engrandecimiento para el país. Tal es, en efecto, lo que indican los hechos; por modo que, cuando en seguimiento de un plan político quiso el rey hacer menos honda la separación de las castas que poblaban las Indias disponiendo que las gentes de color gozasen de los derechos acordados a los blancos, la voz de protesta del Cabildo de Caracas no se hizo esperar. En lenguaje respetuoso pero firme y en escrito dirigido al rey, los capitulares defienden el espíritu de jerarquía, la superioridad de unas castas sobre otras, el derecho exclusivo de los blancos a los cargos públicos, a los honores y al ejercicio de ciertas profesiones; y cuando más tarde el monarca confirma la ley y ordena que, no obstante la opinión del cabildo, se dé cumplimiento a la cédula de gracias al sacar, las objeciones y advertencias mencionadas son reproducidas en el acuerdo por medio del cual se dispuso el pase de la referida cédula173. Gozando de los derechos políticos de los criollos blancos encontrábanse en Venezuela multitud de peninsulares y canarios que en las postrimerías del siglo xviii llegaron a constituir fuerte y activo grupo, no bien visto en verdad por los patricios, por cuanto algunos de sus individuos pretendían sobreponérseles y todos habían alcanzado la gracia de ser parte de los consejos municipales174. De entre los españoles, eran los catalanes los que en la Capitanía formaban el mayor y más rico cuerpo de comerciantes, debido a su espíritu emprendedor y a la estrecha unión que mantenían Documentos, I, pág. 267; II, pág. 50.
173
Rojas: Orígenes, I, Ap., pág. 177; Vallenilla Lanz: La Evolución Democrática, El Cojo Ilustrado, 1905, pág. 672.
174
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entre sí175. La industria que ejercían, mirada por los nobles criollos como oficio bajo, y la marcada protección que las principales autoridades les dispensaban, eran causa de que esta colectividad, que por otra parte representaba la integridad de la influencia netamente española, fuese mirada por la primera con desdén y con recelo y de que la buena armonía rara vez reinase entre ellas. Aspirando a los favores de que disfrutaban los patricios e igualados a ellos por la ley, contábanse los blancos provenientes de familias humildes o pobres, algunos de los cuales descendían de conquistadores. Esta categoría de personas encerraba a la vez que no pocos protegidos de los criollos de caudal, muchísimos hombres que por sus talentos y disposición contemplaban en la Independencia el medio más adecuado de sobresalir y de alcanzar posiciones elevadas. Naturalmente, la parte ideológica, romántica, del credo revolucionario, encontraría en ellos terreno abonado y, en llegando el momento, compondrían la vanguardia de la falange separatista, los predicadores más entusiastas de igualdad y de fraternidad. Luego venían los pardos y mestizos, no siempre fieles como los anteriores a la tendencia separatista por motivo de los constantes halagos que recibían del poder español y que para la mayoría de ellos significaban otras tantas seguridades de una súbita y no lejana exaltación que los pusiese al nivel de los blancos. Si deslumbrados alguna vez por el brillo de las nuevas teorías políticas y por los halagos personales que en ellas encontraban, a las veces abrazaron muchos de entre ellos el partido de cuantos en la colonia trataban de revolucionarla, la mayor parte comprendió, y así lo demostró a la postre, que el interés del grupo estaba en seguir fielmente la causa del monarca. La frialdad con que acogieron el movimiento de 1810 y el entusiasmo con que siguieron en breve las banderas de Monteverde y de Boves, son hechos que nos dispensan de detenidos comentarios. Por lo demás, el odio que existía entre éstos y los criollos blancos lo aprovecharon hábilmente los gobernadores peninsulares mucho antes de la guerra como arma de dominación: en tanto que mantenían a los patricios y otros blancos en sus prerrogativas, acordaban frecuentes franquicias a los pardos hasta hacerlos en ocasiones, si bien singularmente, de condición igual a la de los primeros. A semejanza de lo que ocurría en otras colonias, en las españolas carecía el hombre de color del ejercicio de los derechos políticos. Una ordenanza de 1621 había prohibido conferirles cualquier empleo público, aun cuando fuese el de notario; dos reales cédulas, una de 1643 y otra de 1654, los excluían del servicio militar en las tropas permanentes, Codazzi: op. cit., pág. 324.
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fuera de que en los cuerpos de milicianos les estaba negado todo grado superior al de capitán; una pragmática de 1776 impedía el matrimonio de ellos con personas blancas, medida que en 1785 reiteróse por medio de real cédula. Estas desigualdades, según se dijo, comenzaron a ser mitigadas por la ley y por el proceder de los funcionarios españoles. El año de 1797 se dispuso, en efecto, que fuesen admitidos en las escuelas de medicina; un auto de la Audiencia de Caracas mandó en 1800 que no se les impidiese el ejercicio de la cirugía, y por la célebre cédula de gracias al sacar176 se les dispensó, mediante el pago de 700 ó de 1.400 reales, de la condición de pardo o de quinterón, con lo que llegó a serles fácil el desempeño de cargos reservados antes a la gente blanca177. A completar la obra del legislador propendían constantemente sus agentes en el país. En el informe ya citado que se dirigió al rey en 1796, los capitulares de Caracas estimaron como una invención de las autoridades tendiente a deprimir y desautorizar a los blancos, los informes que sobre pleitos de limpieza de sangre, en los que intervenía el Cabildo, remitían ellas a la Corte; denunciaban como protector de los pardos al oidor de la Audiencia, tribunal por ellos acusado de mostrar en sus sentencias y decretos grande adhesión a los mulatos; quejáronse de que los jefes españoles de milicias no cuidaban de otra cosa que, de sustraer a los pardos, por lo general alistados en esas fuerzas, de las justicias ordinarias, y de proteger de ese modo el desprecio y burla que los dichos pardos hacían de ellas y, por último, señalaron como un gran mal el que se hubiese franqueado a las gentes de color la instrucción de que hasta entonces habían carecido178. En el extremo de la escala social y completamente ajenas a la lucha de las ideas hallábanse los esclavos del país, africanos importados o descendientes de éstos. A diferencia de lo que ocurría en otras posesiones europeas, la condición del esclavo era en las españolas bastante buena. Las leyes, que se interesaron siempre en favor suyo, lo protegían contra la brutalidad de los amos, favorecían su manumisión, promovían su defensa y reglamentaban su trabajo, así como el trato que debían recibir179; fuera de que el carácter bondadoso de los colonos españoles suavizó cuanto era menester la desgracia que pesaba sobre el siervo. El propietario venezolano fue de continuo protector de sus esclavos, con lo cual se granjeó, a la vez que la gratitud, la adhesión de esas gentes para sus futuras empresas. Notable ejemplo de esto nos lo suministra la generosa iniciativa del Conde de Tovar, iniciativa seguida por otros venezolanos, y
Documentos, etc., II, pág. 44.
176
Andara: La Evolución Social y Política de Venezuela, I, pág. 113 y sigts.
177
Documentos, I, pág. 267.
178
Baralt: op. cit., pág. 312.
179
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según la cual, lisonjeado aquél de la esperanza de hacer menos necesarios los esclavos a los hacendados y de ofrecer a los libertos la facilidad de ser arrendatarios, dividió entre muchos de ellos parte de sus tierras de Cura, donde en poco tiempo se levantaron aldeas y plantíos180. Como los indios que aún vivían bajo la inspección de misioneros y corregidores, los esclavos mostrábanse ajenos a cualquier cambio de régimen, a toda aspiración política o social; el grupo por ellos formado seguiría en lo adelante el impulso de aquellos a quienes sus individuos habían prestado obediencia, o inconscientemente ejecutarían planes cuyos móviles no les sería dable comprender. La diversidad de las castas que poblaban la colonia, bien así como sus contrarios intereses, hacían difíciles los empeños de ciertos espíritus por la independencia; y conscientes de semejante estado de cosas, los gobernantes procuraron diestramente mantener cierto equilibrio que durante algunos años fue provechoso para España. En efecto, si los blancos que gozaban de privilegios temían salir perdidosos con la organización amplia y democrática a que necesariamente habría de conducirlos la separación de la metrópoli, los pardos reputaban a su vez como el naufragio de las franquicias que comenzaban a brindárseles el triunfo de cualquier movimiento que convirtiese a los primeros en directores exclusivos de la colonia. La situación anormal en que los funcionarios peninsulares se encontraron a partir de 1797 no pudo menos de crear en la Capitanía inusitada conmoción, dado que la falta de comunicaciones regulares con España iba a despertar en las clases todas y particularmente en la de los patricios, el anhelo siempre vivo de las reivindicaciones. Los descendientes de los regidores y alcaldes de los siglos xvi y xvii prontamente reivindicarían la preponderancia de que sus mayores disfrutaron; y el viejo soplo de libertad, robustecido por la perturbación que en todo el mundo se sentía, por la flojedad de las trabas que habían paralizado hacía cosa de sesenta años la iniciativa de los Cabildos, azotaría con estrépito y furia de vendaval la fortaleza secular en cuyas almenas tremolaba, sereno y majestuoso, el pabellón de Castilla. Así, como los sucesos europeos separaron prácticamente a la madre patria de su colonia trasatlántica, desde luego quedó ésta expuesta, no sólo al influjo de las ideas y aspiraciones de los pobladores, más grandes y desenfrenadas a proporción que aquéllos se complicaban, sino a la merced de combinaciones hasta entonces desconocidas, ya que las naciones enemigas de España se propusieron privarla del monopolio comercial que había ejercido en las Indias. Humboldt: op. cit., II, pág. 324.
180
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Cuando en 1797 se apoderaron los ingleses de la isla de Trinidad, el primer pensamiento del Gabinete de San Jaime fue el de convertirla, no tanto en depósito de producciones de su industria, como en foco de insurrección de la vecina colonia de Venezuela. En efecto, en junio de aquel año y conformándose a instrucciones del Ministro de Negocios Extranjeros, el Gobernador Picton expidió una proclama en la que hacía saber a los venezolanos que en cualquier tiempo en que se hallaren en disposición de resistir a la autoridad española recibirían de sus manos los auxilios que necesitasen, ora en fuerzas, ora en armas y municiones, bajo la seguridad de que las miras de su Gobierno sólo se extendían a afianzarles su independencia, sin pretensión a ningún derecho sobre el país181. Al propio tiempo, y a intento de favorecer el advenimiento de la disposición deseada, a los buques venezolanos que frecuentaban la isla se les entregaba, antes de emprender viaje de regreso, multitud de libros y folletos donde en lenguaje inflamado por la pasión o el interés, exponíanse los beneficios y bienandanzas que la obra revolucionaria aseguraría a la humanidad. En el año anterior de 1796 habíase descubierto y debelado en España la conspiración llamada de San Blas, conspiración que se proponía destruir la monarquía y establecer en lugar suyo una república a semejanza de la de Francia. Algunos de los promotores del movimiento en referencia fueron destinados a las prisiones de La Guaira, cuyo jefe, movido de compasión por los rigores a que el clima los exponía, les permitió salir de sus calabozos y hasta recibir visitas de los individuos del lugar, ante los cuales se presentaron como víctimas de la opresión y apóstoles de la libertad182. Deseosos de libertarse de la cárcel, comenzaron por granjearse las simpatías de sus visitantes, a quienes de continuo hablaban de los principios de la revolución francesa; por modo que, advirtiendo el entusiasmo con que eran acogidas sus palabras, diéronse a tramar con aquéllos un vasto plan de rebelión cuyo primer paso sería el de facilitar su ida a las colonias extranjeras en solicitud de auxilios. Fugados los reos y alborotada con tal motivo la provincia de Caracas, la delación puso a las autoridades en conocimiento de los proyectos que con el consejo de ellos habíanse combinado183. El plan descubierto el 13 de julio de 1797 es el de la conspiración llamada de Gual y España, la cual debía estallar en enero del año siguiente. Proponíanse sus autores cambiar, con la protección Documentos, I, pág. 284.
181
Menéndez Pelayo nos suministra los siguientes datos acerca de los reos en cuestión: “El Picornell, cabeza de la conspiración, dice, era un mallorquín, maestro escuela, autor de varios libros pedagógicos, y padre de un niño que fue famoso en su tiempo como portento de precocidad. Lax era aragonés y profesor de humanidades; Andrés, opositor a la Cátedra de Matemáticas de San Isidro; Cortés, ayudante del Colegio de Pajes”. Estudios de Crítica Literaria, El Abate Marchena, Serie, III, pág. 201.
182
Yanes, ob cit; pág. 56.
183
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de Francia, la forma del Gobierno de España y sus dominios, cosa a qué accedieron los revolucionarios venezolanos, fiados, sin duda, en que una vez sublevada la colonia, les sería fácil limitarse a trabajar por la independencia de la Patria. A que semejante proyecto se adoptase en poco tiempo habían contribuido además de las prédicas de los reos españoles, ciertos abusos que a la sazón cometían en La Guaira empleados de aduana y de policía184; la lectura constante de los impresos venidos de Trinidad; las insinuaciones que de allí mismo y de otros puntos dirigíanse a los colonos y entre las cuales es de mencionar un escrito del Cónsul de Inglaterra en Cádiz, en el cual se proponían los arbitrios indispensables a la revuelta185. Por otra parte, La Guaira venía siendo de años atrás el punto donde más se comentaba en Venezuela todo lo relativo a las novedades políticas que traían conmovido el viejo mundo. Las primeras noticias de la alteración ocurrida en Francia recibiéronlas los extranjeros allí avecindados con señales de aplauso, bien así como algunos criollos y peninsulares a quienes los primeros habían ya aleccionado o que naturalmente fraternizaban con los mismos. Aunque sordamente, en La Guaira habíanse celebrado los éxitos de los ejércitos republicanos; y, en una ocasión, al saberse la toma de San Sebastián por los franceses, púsose a un lado el disimulo y en convites, paseos y festines privados, la alegría se tradujo en francas palabras. “Estos júbilos y contentos, dice el oficial español que los menciona, fueron rectificándose más y con más libertad, con motivo de los muchos prisioneros franceses que se remitieron al puerto de La Guaira de la isla de Santo Domingo en número de más de ochocientos, en donde estuvieron largo tiempo comunicándose, a pesar de la separación en que se les procuraba tener, con los habitantes de aquel puerto, haciéndose amables de éstos por sus conversaciones y frases halagüeñas y que congeniaban a su modo de pensar, progresándose por medio del crecido número de oficiales militares franceses emigrados, que seguidamente estuvieron algunos días en el mismo puerto, en el de Cabello y esta ciudad (Caracas), donde se les notó una insinuación repugnante al carácter moderado, serio y religioso de estos vecinos, dejando por último en el ánimo de algunos jóvenes inexpertos e incipientes imprimidas sus máximas revolucionarias y opuestas diametralmente al Gobierno Monárquico” 186.
Más que revolución, el plan de Gual y España debería llamarse conato de levantamiento, ya que todo fue en él heterogéneo, indefinido y vago, como vagos, heterogéneos e indefinidos fueron las causas que lo determinaron, los elementos sociales y Daüxion: op. cit., II, pág. 108.
184
Documentos, Informe del Capitán General, I, pág. 313.
185
Certificación en favor del Coronel García, Documentos, I, pág. 370; Resumen de la Conspiración de 1797, ídem, I, pág. 337.
186
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étnicos que lo acariciaron, los intereses que por su medio pretendían satisfacerse y la resonancia que en la colonia obtuvo. Otro tanto debe decirse de la empresa que Miranda acometió en 1806, fruto de su grande amor por la América y por la libertad de los pueblos; pero que no tuvo otra base que las mezquinas y casi siempre engañosas promesas de los Ministros británicos187. Mientras tanto, silenciosa pero vigorosamente, en la colonia se realizaba y quizás sin plan preconcebido, una rápida evolución hacia su autonomía e independencia, en la cual, según habrá de verse, laborarían por sí solas las fuerzas vivas del país, las energías que el régimen colonial había creado y fortalecido y que más apartadas se hallaban de los delirios igualitarios y de las pasiones demagógicas. De los auxilios prometidos por el Gobernador de Trinidad nada quisieron ellos saber, temerosos, sin duda, de que al aceptarlos hubieran podido comprometer el porvenir del país y la preponderancia que en él ejercían y trataban de asegurar; fuera de que en los ofrecimientos del inglés pudo muy bien andar oculto algún designio de anexión, repulsivo, por lo demás, para aquéllos. El francés Dauxion nos revela que las publicaciones enviadas de Trinidad a la Nueva Andalucía eran entregadas voluntariamente por los colonos al Gobernador de la Provincia y que en las tiendas de Cumaná pudo ver cómo eran envueltos los víveres en páginas del Contrato Social de Rousseau, del folleto de Payne, Derechos del Hombre y del Ciudadano y de la Exposición de quejas y agravios de los americanos, escrita por el jesuita peruano Vizcardo188. Contados fueron, por otra parte, los criollos de valía que colaboraron en el plan de La Guaira y nulos del todo sus efectos en las provincias de Cumaná, Maracaibo y Guayana189; que en cuanto a la de Caracas, los notables de ella rodearon en masa a la autoridad. A propuesta del Ayuntamiento de la capital, formáronse entonces dos compañías de la nobleza, en tanto que ese mismo cuerpo, el cabildo eclesiástico, el consulado, la nobleza, los propietarios y el comercio, generosamente ofrecieron los fondos de que disponían, sus bienes y sus vidas, para lo que fuera necesario al servicio del Monarca. Siguiendo el ejemplo de los nobles, los comerciantes, mercaderes y abogados formaron sus respectivas compañías, prestando todos al Capitán General un auxilio sin el cual, conforme hubo éste de confesarlo, habríale sido difícil, si no imposible, “atender completamente al sosiego del vecindario y autoridad de la justicia”. Pusiéronse entonces
Gil Fortoul: “El Primer Fracaso de Miranda”, en El Cojo Ilustrado, 1906, pág. 324.
187
Daüxion: op. cit., II, pág. 19.
188
Íd. id.
189
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sobre las armas en Caracas dos batallones de milicias regladas de blancos y de pardos, un escuadrón de caballería de blancos y trajéronse a ella dos compañías del batallón de blancos de Aragua y una de urbanos de sus inmediaciones; en los cuarteles de Valencia y de Aragua situáronse: en los primeros una compañía de blancos y otra de pardos, y en los segundos, media compañía de blancos, y otra media de pardos en cada uno de los pueblos de La Victoria, Turmero, Cagua y Maracay190. Al mismo tiempo, queriendo dar nuevos testimonios de su adhesión, el patriciado de Caracas, constituido en Cuerpo, ratificó por escrito al Monarca los ofrecimientos hechos al Capitán General y le informó de la organización de fuerzas que a su costa habíase practicado191. Mayor celo y decisión mostraron los notables y pueblos de Venezuela en 1806 cuando el General Miranda intentó, por dos veces, encender en ella la guerra por la Independencia. Informado el Capitán General de los preparativos de Miranda, dióse al punto a organizar la defensa, y en menos de tres meses consiguió alistar más de 4.000 hombres192, único contingente de que pudo servirse, pues según refiere un testigo de los acontecimientos, el regimiento peninsular de la Reina no constaba sino de 180 individuos193. Con los auxilios que el país brindó pudo el Capitán General, a la cabeza de 8.000 hombres, establecer en Valencia sus cuarteles tan pronto como supo el desembarco de Miranda en Coro, sosegado como debía encontrarse ya por las ostentosas demostraciones de júbilo con que el pueblo y cabildo de Caracas habían antes celebrado el desastre experimentado en Ocumare por el jefe revolucionario. La fidelidad del cabildo y de los notables llegó en esa ocasión hasta el extremo de ultrajar el nombre de Miranda con epítetos infamantes en acuerdos dirigidos al rey y de ordenar que se pidiese a los habitantes del país un donativo, el cual montó a 19.850 pesos, para completar la cantidad ofrecida como precio de la cabeza del ilustre precursor194. Ni una sola voz de simpatía llegó a alzarse, ni un solo brazo movióse en la Capitanía como respuesta a la invitación que tan bizarro caballero de la libertad dirigiera a sus conciudadanos: apenas, si unos cuantos jóvenes en cuyos pechos ardía ya la alegre llama de un entusiasmo generoso y heroico, revelaron en sus rostros el pesar de aquel fracaso cuando presenciaron la destrucción de la efigie de Miranda, llevada a cabo por mano del verdugo y con la ayuda del fuego, en la plaza mayor de la capital. Con todo, en estas Informe del Capitán General, Documentos, I, pág. 314. Protesta de los notables de Caracas, Documentos, I, pág. 294.
190
Protesta de los notables de Caracas, Documentos, I, pág. 294.
191
Yanes: op. cit., pág. 59.
192
Becerra: op. cit., I, pág. 169.
193
Becerra: Íd., id., I, pág. 124; Yanes: op. cit., pág. 61; Marqués de Rojas: El General Miranda, págs. 179 y sigts.
194
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diversas muestras de lealtad al monarca tributadas, posible es descubrir y señalar el vehemente propósito de los patricios venezolanos por conservar y acrecentar la fuerza que sin mayor dificultad hacían pesar a la sazón sobre los funcionarios españoles, bien así como el designio de destruir los planes de la nación inglesa, de cuyo apoyo disfrutó Miranda y cuyas determinaciones parecía encargado de llevar a la práctica195. Los términos del informe concerniente a la cédula llamada de gracias hacen ver suficientemente la preponderancia que para esa época ejercían en la colonia los descendientes de los primitivos pobladores y cuantos les estaban equiparados. Esa preponderancia, que los había conducido a hablar al trono en lenguaje que denota marcada independencia y disposición bastante a resistir cualquiera medida que lesionara sus intereses, hízose manifiesta cuando se descubrió la conspiración de Gual y España. En efecto, los auxilios de varia naturaleza que prestaron a las autoridades, la actividad y vigor de que dieron ejemplo y, sobre todo, el memorial en que significaron al rey sus protestas y diéronle cuenta de su conducta, alarmaron sobremanera al Gobernador Carbonell, quien desazonado y confuso representó al Gobierno los actos de los patricios como síntomas de una rebelión más terrible que la debelada hacía poco. Decía el citado Gobernador en despacho muy reservado dirigido al monarca, que sólo por evitar mayores conflictos había puesto el asunto de la conspiración de Gual en manos de la Audiencia, cuyo regente aparecía coligado con el Intendente Fernández de León y con el Marqués del Toro y sus parciales, a quienes denunciaba como fomentadores de partidos, de censores suyos y de autores de combinaciones dirigidas a excluir a los peninsulares de los empleos del cabildo. Después de lamentar la falta de tropas europeas a las cuales pudiera confiarse la seguridad del Estado y de sus providencias, el Gobernador expone que desde un principio advirtió que en cuantas comisiones acordaba la Audiencia, nombrábase siempre para desempeñarlas a alguno del partido del Regente e Intendente que al serle presentada por el Marqués del Toro y por don Manuel Monserrate el acta en que el cabildo dispusiera ofrecerle sus fondos, los de cada uno de sus miembros y los de la gente principal de la ciudad, extrañó que, sin estar para ello autorizados y sin justificación alguna, le propusieran la remoción de los Tenientes que acababa de elegir para varios pueblos, a lo cual hubo al fin de acceder para evitar cuestiones con la Audiencia, empeñada en sostener con fervor las ideas del Marqués; que formada la lista de los nuevos Tenientes, de los catorce candidatos, once eran parientes de Toro y se les destinaba a los distritos donde tanto él como los suyos poseían hatos; que cuando suponía que por haber tolerado las anteriores cabalas estaría satisfecha la ambición de
Gil Fortoul: El Cojo Ilustrado, loc. cit.
195
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sus autores, llegó a su noticia que en unión de su primo don Andrés de Ibarra el propio Marqués andaba a deshoras de la noche recogiendo firmas para una representación de la nobleza al rey, cuyo borrador había redactado el Presbítero Moreno, uno de los fomentadores de partidos. Asombrado muéstrase además, en ese despacho el Gobernador a la consideración de que a espaldas suyas y contraviniéndose la real orden de 15 de diciembre de 1795, se hubiere pretendido dirigir al rey una representación, y a la de que cuatro o cinco funcionarios, sin advertir las fatales consecuencias que debían temerse, supusiesen formada en cuerpo la nobleza de Caracas, sin que constara qué autoridad legítima hubiese congregado una entidad política semejante, no autorizada por las leyes. Y ya en ese estado de ánimo, Carbonell se entrega al temor de próximos conflictos, recordando tan sólo que en el año anterior el Marqués del Toro y don Antonio de León habían tratado de ganarse y de corromper a algunos capitulares para que nombrasen a éste de Alcalde de primera elección, y a aquél de Alcalde de segunda elección y a don Francisco Espejo de Síndico, con los cuales “se excluiría a los españoles, según el Regente López Quintana, de la alternativa en los empleos de cabildo a pesar de estar mandado por S. M.” En sentir del Capitán General no podía haber quietud en las provincias de Venezuela mientras en la Audiencia y en la Intendencia estuviesen Quintana y León y mientras en aquéllas y en el cabildo se encontraren el Pbro. Moreno, el Marqués del Toro y Monserrate, “personas acostumbradas a fomentar partidos y facciones contra los españoles europeos”. El desasosiego de Carbonell era tanto mayor cuanto que las impresiones que en idéntico sentido transmitiera a la Corte meses antes, confirmábanle a cada paso su creencia acerca “de la poca seguridad que debía tenerse en la quietud de la provincia en vista del preponderante partido que formaban el Regente e Intendente con algunas familias contra la mayor parte de los españoles” 196. El acto de clemencia y de buen juicio de Carlos IV al ordenar en cédula secreta a la Audiencia de Caracas que ahorrase la sangre, que tuviese para con los reos de la conspiración de 1798 todas las consideraciones que merecía su fidelidad anterior y que no mirase cual crimen lo que no era efecto sino de la seducción o la ignorancia197, poderosamente contribuyó a aquietar los ánimos de todos, a tal punto que el sucesor de Carbonell, quien a su llegada encontró que la discordia reinaba aún entre la Audiencia y el Gobernador y que el espíritu de partido hallaba puerta franca para que se sintiese “una sospechosa inquietud que amenazaba o intimidaba al Magistrado”, pudiera informar en breve que merced a las declaraciones hechas por él a los vecinos
Informe del Capitán General, Documentos, I, pág. 320.
196
Informe del Capitán General, Documentos del Archivo de la Academia de la Historia de Caracas.
197
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principales de sus sentimientos conciliadores y justicieros había logrado extinguir las facciones y restablecer la confianza del pueblo en la autoridad 198. Mas, ello es que no pasó mucho tiempo sin que el Gobernador Vasconcellos, magistrado recomendable por más de un respecto, desatendiese el sagaz consejo del monarca y que cediendo a las exigencias de una naturaleza puntillosa e irascible, bien así como a la trama diabólicamente urdida por don Juan Jurado, hiciese correr en medio a un aparato nefando y sin esperar la confirmación de la sentencia, la sangre generosa de don José María España199. Quizás a consecuencia del terror que semejante ejemplo causara entre los pobladores, o por efecto de la firmeza de carácter y grande actividad de que diera muestra, ello es que Vasconcellos apagó las últimas llamas de la conjuración de 1797; que a tiempo que hacía ajusticiar a España, aventaba los gérmenes de un levantamiento que los pardos de Barcelona proyectaran a instigación de los sublevados de la Martinica y cuyo estallido en enero de 1801, debió de haber coincidido con cierta invasión del territorio oriental por fuerzas inglesas200; que gracias al concurso que supo obtener de la mayoría de los colonos logró frustrar los planes de Miranda en 1806, y que hasta octubre del año siguiente en que falleció, para gran contento de la juventud revolucionaria de Caracas, al decir de Díaz 201 le fue dado mantener a los notables en cierto grado de fidelidad y de contento que hizo imposible toda idea de mudanza desfavorable a España. Refiriéndose a la muerte de Vasconcellos y a la severidad que implantó como norma de Gobierno, el citado Díaz refiere “que la juventud principal de Caracas estaba ya corrompida, y muy distante de extinguirse ideas, principios y aspiraciones sólo comprimidos con el temor de la pena” 202. Aparentes o pasajeros fueron, por lo tanto, los resultados de la Administración del Gobernador mencionado, dado que cualquier suceso favorable a las tendencias que de atrás seguían los colonos los pondría en capacidad de realizar su más ardiente aspiración. Ese suceso no tardaron en ofrecérselo los bien conocidos acaecimientos del Escorial, de Aranjuez y de Bayona, acaecimientos que, al hacerse públicos en América, determinaron una conmoción general y profunda en la cual se mezclaron un marcado y noble sentimiento de adhesión hacia el monarca legítimo, y una fuerte y poderosa corriente de simpatía por un régimen autonómico capaz de contrarrestar la ambición napoleónica y de mantener incólumes los derechos de los Dauxion: op. cit., II, pág. 112 y sigts.
198
Informe del Capitán General, Documentos, II, pág. 21.
199
Depons: op. cit., I, pág. 230.
200
Díaz: op. cit. pág. 6.
201
Íd. íd. íd., págs. 6 y 7.
202
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colonos sobre tierras que desde el siglo xvi habían sido conquistadas, civilizadas y pobladas por sus abuelos. Los distintos virreinatos, capitanías y gobernaciones americanos alcanzaron desde ese instante una fisonomía casi independiente, cierta influencia que no soñaron los cabildos ejercer en los días de su mayor esplendor, a tiempo que el pueblo revelaba, junto con una conciencia bastante cabal de sus destinos, un vigor que lo hacía apto para organizar una vida más activa y enérgica, para crear sobre los sólidos fundamentos del pasado los elementos indispensables a un porvenir venturoso. La negativa de los peninsulares a reconocer la cesión que de la Corona de España hicieran en Bayona el rey Carlos y su hijo Fernando, bien así como la determinación de los primeros a crear juntas independientes que dispusiesen la liberación del territorio, coincidieron con las manifestaciones del pueblo y cabildo de Caracas, como si los grupos todos de la familia hispana, inspirados en las más altas consideraciones de raza y de ideales, se hubiesen proclamado iguales ante la común amenaza y con el mismo deber en la defensa de los hogares y en la constitución del gobierno. El 15 de julio de 1808 abandonó sus casas el vecindario de Caracas y agrupado frente al edificio del cabildo, donde los capitulares consideraban ya las noticias referidas, prorrumpió en vivas a Fernando y a España. Como en esos momentos los sentimientos del pueblo fuesen idénticos a los del cabildo, por tres veces diputó éste comisiones de su seno al Gobernador Casas, quien anonadado y confuso buscaba con otros funcionarios peninsulares la fórmula que los recomendase a la benevolencia del rey José, y quien sólo en consideración a las proporciones que había tomado la actitud de los ciudadanos, permitió que, conforme se le pedía, pública y solemnemente se proclamase por rey a Fernando203. Al día siguiente, reunido nuevamente el Ayuntamiento para darle lectura a los despachos en que el Consejo de Indias y el Duque de Berg ordenaban el reconocimiento de la cesión del rey Carlos, y estimando ser la renuncia de la Corona tan violenta como sospechosa y obra del constreñimiento, resolvió invitar al Capitán General para que con vista de los pormenores que pudiera suministrarle, se acordasen las medidas que la situación reclamaba204. Ante la evasiva del indeciso magistrado, al cuerpo capitular le fue preciso reiterar sus demandas, pues se veía “comprometido como representante del Pueblo y de toda la Provincia, bajo el carácter de Ayuntamiento de la Metrópoli, de satisfacer, según lo declaró al vecindario justamente conmovido con las noticias divulgadas por los emisarios franceses” 205. Amunátegui: op. cit., pág. 41.
203
Documentos, II, pág. 148.
204
Documentos, II, pág. 162.
205
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Así, mientras el Capitán General negaba al cabildo las informaciones de que estaba en posesión, daba por consumada la obra de Bonaparte y acogía de “manera poco agradable o incivil” al capitán de la corbeta inglesa Acasta206, los colonos adoptaban una línea de conducta franca, generosa y leal, conducta que de varios modos confirmaron y que los llevó hasta remitir a la Península copiosos donativos desde Maracaibo, Coro, Puerto Cabello, La Guaira, Barcelona, Cumaná y Guayana207. Pero lo que no debe perderse de vista es que con todos los actos por él realizados, el Ayuntamiento asumió, si no la dirección, al menos el derecho a influir en el manejo de los asuntos públicos y dio consagración solemne a la voluntad del pueblo. A tal punto llegó en esos días la influencia y el poder del cuerpo en referencia, que al Capitán General no le quedó otro camino que el de publicar en 18 de julio un auto por el cual confirmó las resoluciones de aquél, con elogio a sus procederes208 y el de disponer el día 27 que se erigiese en Caracas una Junta semejante a la de Sevilla, a cuyo efecto solicitó el parecer del Cabildo para que la medida se realizara “a entera satisfacción de los mismos que se interesan en ella, en común utilidad de todos” 209. Para el 29 de julio había elaborado el cabildo el reglamentó que pautaba el establecimiento de la Junta y en el cual se disponía que con los delegados de los cuerpos existentes en la Capitanía deberían ser parte en ella diputados de la nobleza y del pueblo, dándosele de este modo cabida en el organismo gubernamental a un elemento que el absolutismo había proscrito de los consejos del Estado, pero que en Europa y en el Norte de América acababa de reivindicar todo su poderío. Aprobado en la fecha indicada el proyecto de reglamento elaborado por el Cabildo210, y notándose la renuencia que para su adopción manifestaba el Gobernador, quien en su afán de idear componendas y excusas no había vacilado en decir a la Regencia que si permitió las demostraciones de julio fue “en consecuencia de los clamores y repetidos mensajes del pueblo y del ayuntamiento”211, resolvióse por las primeras notabilidades de la capital, en 22 de noviembre, dirigir al mismo magistrado una representación en apoyo de aquel pensamiento. Significábasele en ella que siendo de absoluta necesidad la creación de un cuerpo que ejerciera durante el cautiverio del rey la autoridad suprema, y que habiéndose juzgado que el medio más adecuado para alcanzar el propósito no era Íd., II, pág. 158.
206
Urquinaona: Revolución de Venezuela, Documentos, II, pág. 182.
207
Documentos, II, pág. 168.
208
Íd., II, pág. 170.
209
210
Documentos, II, pág. 173.
Íd., II, pág. 197.
211
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otro que el de elegir representantes del pueblo que personalmente tratasen el asunto con el Gobernador, habían ellos designado y constituido una comisión a efecto de que unida a él y al Ayuntamiento, se procediese a convocar a las personas beneméritas de la población hasta dejar a la Junta en el pleno y libre ejercicio de la autoridad que estaba llamada a investir. Conviene apuntar que los firmantes de la representación llevaban los nombres más ilustres de la colonia; que al propio tiempo eran ellos los hombres de mayor caudal y jerarquía social y que si al intentar semejante empresa se arrogaron la representación del país entero, fue porque sin duda se consideraron sus conductores naturales o, lo que es lo mismo, porque, como hubieron de expresarlo en su escrito, “no podían persuadirse que hubiese ciudadano alguno que no pensara del mismo modo que ellos y estaban al contrario seguros de que ése era el voto y deseo general del pueblo” 212. El significado de esta manifestación no hubo de escapársele al Gobernador Casas, algo sosegado por entonces con la impresión que en los ánimos surtían las noticias que se habían esparcido en la ciudad de haberse obtenido en la Península grandes triunfos sobre los franceses. Así, decidióse sin tardanza a interrumpir el vuelo de las aspiraciones coloniales, y habiendo convocado la Audiencia a sala extraordinaria, ordenó por auto de 24 del propio noviembre que fuesen arrestados los peticionarios; y apelando al arbitrio de la división de las castas, estimuló y sedujo a los pardos, los cuales firmaron una representación en que declaraban sus sentimientos de fidelidad y ofrecían sostener el gobierno existente contra los que intentasen destruirlo o alterarlo213. Con todo, el Capitán General tuvo el buen acuerdo de no ejecutar su providencia conforme al rigor de sus términos, limitándose, por tanto, a confinar a algunos fuera de la ciudad, a otros en el recinto de sus casas y dejando a muchos en completa libertad. Casi a tiempo de estas ocurrencias, la Junta de Sevilla designaba por Capitán General a Don Vicente Emparan, caballero muy conocido en el país, y quien por su carácter conciliador, su genio benévolo y su espíritu progresista, se había captado el amor y el aprecio de los vecinos de la Nueva Andalucía, cuyo gobierno desempeñó largos años214. Como promesa de armonía debió de mirar esta designación la referida Junta, la cual acababa de halagar a los americanos y de estimular su causa más allá de lo que les era permitido suponer, pues al declarar, como lo hizo, que las colonias eran parte integrante de la monarquía española y que en tal sentido debían tener representación en el cuerpo gubernativo del reino, tácitamente les reconoció la potestad de resolver Íd., II, pág. 179.
212
Documentos, II, pág. 180.
213
Dauxion: op. cit., II, págs. 118 y 196.
214
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sus asuntos domésticos, así como la de organizar, en casos anómalos y a ejemplo de lo que hacían las secciones peninsulares de la monarquía, el gobierno que más cumplidamente garantizase sus intereses. Los valiosos y honorables antecedentes que precedían su nombre, no favorecieron, sin embargo, a Emparan en el desempeño de su encargo. El 19 de mayo de 1809 hizo él su entrada a la capital en compañía del nuevo Intendente, Don Antonio Basadre, y de Don Fernando Toro, hermano del Marqués, a quien la Junta de Sevilla había nombrado Inspector de las milicias de Caracas, a propuesta de Emparan. Desde que se tuvo noticia de la venida de éste, advirtióse en la colonia marcado desconsuelo y disgusto, pues inmediatamente comenzó a decirse que, hallándose en Madrid en la época de la lugartenencia de Murat, había prestado juramento al gobierno francés; que José Bonaparte, quien lo ascendió a Mariscal de Campo, había confirmado por Decreto publicado en la Gaceta de la Corte el nombramiento suyo emanado de la Junta de Sevilla; que ésta, al escogerlo, no había tenido otra mira que la de asegurar por su medio la unión de Venezuela con la España peninsular, cualesquiera que fuesen las circunstancias en que la última pudiera hallarse y el gobierno que la dirigiese; que su compañero Basadre, en fin, tenía comisión de comprar perlas para la Emperatriz Josefina. Semejantes rumores, a más de disgusto y desconsuelo, hicieron que no pocos peninsulares e infinidad de criollos se distanciasen del Gobernador y que conceptuaran su presencia en la colonia como presagio de grandes males. Sin embargo, Emparan trató de captarse las simpatías de los notables de Caracas, a quienes facilitaba el acceso a la intimidad del mismo el Inspector de las Milicias; y aun así pudo haber logrado la popularidad de que gozó en la región oriental si los tiempos no le hubieran sido adversos, y fatales las medidas que puso por obra. Mientras que en un principio los pobladores sólo miraron en él al afrancesado, luego hubieron de considerarlo como mandatario que se dejaba llevar de la arbitrariedad: a Don Juan Vicente Anca, uno de los hombres de quienes acostumbraba rodearse, dióle el empleo de Asesor, aun cuando careciese de las condiciones por la ley exigidas para tal empleo; a la Audiencia no reparó en declararle que no había en Caracas otra voluntad que la suya; eligió un Síndico contra el querer del Ayuntamiento; revocó y anuló algunas providencias del Tribunal Supremo y de la Curia eclesiástica; interceptó las quejas dirigidas a la Junta de Sevilla contra sus abusos; expulsó del país al Licenciado Sanz porque defendía los intereses privados de su yerno en pleito con el Marqués del Toro; encadenó y destinó a trabajos públicos, sin fórmula de juicio a muchos hombres buenos, bajo el pretexto de ser vagos. Fuera de esto, autorizó las delaciones y los anónimos, excitando a todos a que sin responsabilidad los pusiesen en un lugar de su casa; coartó el comercio con las colonias extranjeras; dificultó las comunicaciones entre los pueblos; impuso el requisito del pasaporte; trató, por último, como
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a reos de Estado a las personas que tenían en su poder papeles relativos a los acontecimientos ocurridos en Quito en agosto de 1809 y estableció un crucero destinado a visitar las embarcaciones que se acercaban a Venezuela. Bien es cierto que al dificultar el arribo de noticias y al procurar el aislamiento de la colonia, no hacía más que secundar los planes de la Junta de Cádiz, la cual había instruido, en noviembre del año de 8 a los Gobernadores de la América acerca de la necesidad de mantener a los pueblos en una constante ilusión que no les permitiese conocer el verdadero estado de la Península; por donde Emparan ocultó a los venezolanos los reveses de los ejércitos españoles y les hizo creer, mediante impresos elaborados adrede, que continuamente alcanzábanse en la Madre Patria grandes ventajas sobre los franceses215. Cuando comenzó el año de 10 la colonia se hallaba en una completa ignorancia de lo que sucedía en España; de modo que, desconfiando cada vez más de Emparan, los criollos de significación que lo frecuentaban comenzaron a alejarse de él. Érales ya conocida la actitud resuelta de los quiteños, quienes para acabar con la zozobra en que vivían por motivo de la incomunicación que también se les impusiera, habíanse decidido a reducir a prisión al Gobernador español y a organizar una Junta local, semejante a la de Sevilla216. Todo, por consiguiente, indicaba a los venezolanos que el triunfo de los franceses era casi seguro, y dábanse a raciocinar de esta suerte: “la España va a caer sin remedio bajo la dominación de los Bonaparte, y los españoles europeos, con tal de conseguir que la América no se separe de la metrópoli, son capaces hasta de empeñarse porque las colonias rindan homenaje a los usurpadores” 217. Guiados por semejante convicción, parecióles que no les quedaba otro camino que el de seguir el reciente ejemplo de Quito, por lo cual se dieron sin tardanza a tramar una conspiración que los hiciese dueños del mando y que debió estallar en la noche del 1º de abril. Proceder de otra manera, era, sin duda, exponerse a las contrariedades y persecuciones que su fidelidad al Monarca y su adhesión a España les valieran en la época de don Juan de Casas. Como es de suponer, los conspiradores no eran otros que los antiguos contertulios de Emparan, aquéllos a quienes éste se había propuesto halagar, los hombres del año de 8 y, en primer término, el Inspector de la Milicias, criollo de Caracas y de una de las principales familias de la misma. Todo, por consiguiente, les era propicio, y el batallón Yanes: op. cit., págs. 74 y sigts.; Documentos, II pág. 236; Baralt: Resumen, de la Historia de Venezuela, I, pág. 54.
215
Documentos, II, pág. 237.
216
Amunátegui: op. cit., pág. 70; Yanes: op. cit., pág. 77.
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de las milicias de Aragua, acantonado a la sazón en la capital y del cual era Coronel el Marqués del Toro, sería el encargado de dar el golpe. Pero no obstante las precauciones tomadas, uno de los conjurados delató a Emparan el movimiento, y sea que, como medida política, quisiera valerse de la clemencia, o que no estimase adecuada la situación para emplear el rigor, ello es que, aparentando no ver en la ocurrencia sino el acaloramiento pasajero de algunos jóvenes, se limitó a confinar a los promotores a diversos puntos de la provincia, “pero en entera libertad y comunicación” 218. Mientras que el Capitán General confinaba a los conjurados, acentuábase a cada instante la honda inquietud reinante desde hacía tiempo en la colonia: las noticias de España llegaron a faltar en absoluto y la mayor ocupación de las autoridades consistía en buscar explicaciones satisfactorias con qué serenar los angustiados ánimos. Las conjeturas siniestras crecían sin cesar; los anuncios relativos a la suerte de la metrópoli hacíanse cada vez más funestos; por modo que el 7 de abril se vio Emparan obligado a publicar un manifiesto, en el cual acumuló su imaginación toda suerte de lenitivos y de explicaciones. Pero como días más tarde, el 18 del propio mes, arribase a La Guaira un buque que diera a conocer la infausta nueva de la disolución de la Junta de Sevilla y la ocupación de la Andalucía por los franceses, la inquietud del pueblo subió de punto y la alarma se esparció profunda y velozmente. Los individuos que venían luchando por constituir en Caracas un gobierno autónomo y que no obstante la vigilancia de Emparan manteníanse compactos, prontamente pusiéronse a la voz. Los elementos que antes se juntaran para asegurar la realización de sus designios conservábanse intactos y la agitación que conmovía todas las clases sociales haría que éstas volviesen sus miradas en momentos tan conflictivos a los conductores habituales de la opinión, a los que en circunstancias idénticas habían tomado sobre sí la salvación de la colonia. Receloso y vigilante, Emparan elude las explicaciones que de él solicita el Cabildo; mas obligado a regresar a la sala capitular por un grupo de conjurados y cohibido hasta cierto punto por los regidores, a la vez que por los ciudadanos, reunidos fuera en número grandísimo, decídese con palabras de despecho a declinar su autoridad en manos de los miembros del Ayuntamiento. La prontitud con que se realizó el movimiento, el acuerdo con que procedieron sus promotores y ejecutores, la casi unánime aprobación que mereció, su reconocimiento en la mayoría de las provincias, son otras tantas circunstancias que demuestran la necesidad del pensamiento que lo determinó, Díaz: op. cit., pág. 13; Yanes: op. cit., pág. 76; Documentos, II, pág. 80; Amunátegui: op. cit., pág. 71.
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así como el acatamiento que la opinión pública tributaba a cuantos lo idearon. Como acertadamente dice el realista Díaz, los notables de Caracas habían aprendido dos años antes, al proclamar a Fernando VII contra el querer de las autoridades, el arte de ejecutar una sedición219; pero de todos modos, con ello no iban en pos de un mejoramiento de su estado personal, ni sentíanse guiados por el apetito de las riquezas, pues según discurre el propio escritor, quien así expresó sin querer el verdadero carácter del acontecimiento, “allí no tuvieron la principal parte los hombres de las revoluciones, los que nada tienen que perder, los que deben buscar su fortuna en el desorden y los que nada esperan del imperio de las leyes, de la religión y de las costumbres” 220. Con todo, si la colonia reveló ese día su personalidad y dio pruebas de haber alcanzado la plenitud de su ser moral, el pensamiento de los iniciadores del movimiento quedó exteriorizado con bastante claridad. Ciertamente que no se quiso llegar de una vez a la independencia del país, al rompimiento del lazo que lo unía al soberano legítimo. Lo que en aquel día memorable apareció con marcada evidencia no fue otra cosa que el propósito inquebrantable, cien veces manifestado en el transcurso de dos siglos con la sangre y el vigor de los hijos de los conquistadores, de no reconocer ni someterse a otra potestad que no fuese la de los genuinos reyes de Castilla. Sólo que la colonia de Venezuela había alcanzado tal grado de desarrollo v de pujanza que atribuía a sus moradores la facultad de velar, como a ningún otro poder le era dable hacerlo, por la conservación y aumento de los intereses de vario orden que con los años habíanse creado en ella y que, como no sería difícil demostrarlo, diferían grandemente de los de España. Esto mismo veíanlo claramente los extraños. Al ocurrir los sucesos del año de 8, el capitán Beaver, de la marina de guerra inglesa, informaba de este modo a su Gobierno: “Creo poder aventurarme a decir que son los criollos leales en extremo y apasionadamente adictos a la rama española de la casa de Borbón; y que mientras haya alguna probabilidad de la vuelta de Fernando VII a Madrid, permanecerán unidos a su Madre Patria. Pero si aquello no sucediere pronto, creo poder afirmar, con igual certidumbre, que se declararán independientes por sí propios” 221.
Díaz: op. cit., pág. 10.
219
Díaz: op. at., pág. 21.
220
Gil Fortoul: El Cojo Ilustrado, Loc. cit.
221
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En las anteriores observaciones del oficial inglés puede muy bien resumirse, en cuanto a su objeto remoto, la determinación del 18 de abril de 1810, esto es, fidelidad al Monarca en cuanto fuere posible su regreso a la Corte; independencia absoluta de la nación, caso de no realizarse tal esperanza o si nuevos acontecimientos o urgentes necesidades lo demandasen. Con excepción de Coro y de Maracaibo, las demás ciudades de Venezuela secundaron la iniciativa de los caraqueños y en todas ellas vióse a los pobladores, guiados por sus respectivos cabildos y por la gente principal, proclamar la fidelidad a Fernando y el reconocimiento del gobierno local. Sin pérdida de tiempo, los funcionarios venezolanos comunican a la nueva Junta de Cádiz, sucesora de la de Sevilla, lo mismo que al gabinete inglés, los acontecimientos del 19 de abril, haciéndoles presente las miras que los inspiraban. Y si al explicar la conducta del pueblo venezolano se esforzaron en comprobar la ilegitimidad de la Regencia organizada en el puerto español mencionado, fue, sin duda, porque de ese modo se satisfacía el sentimiento de los que abogaban de tiempo atrás por la emancipación, o porque de esa manera y para orgullo de los colonos, se le otorgaba a la Junta de Caracas un sello de legitimidad semejante, cuando no igual, al que en realidad podía ostentar, en lo que hacía a su origen, el cuerpo peninsular que se había arrogado la dirección de la monarquía. La incompleta comprensión de los sucesos de Caracas, el celo de que quisieron hacer gala los regentes de Cádiz, la manera mezquina y un tanto despectiva con que en punto a representación y otros derechos respondieron a la fidelidad y a los auxilios de los colonos, las medidas de coerción que a poco emplearon contra los venezolanos, las diversas conjuraciones que para derrocar la Junta caraqueña organizaron los peninsulares residentes en el país, por un lado, y, por el otro, el ensanche que a las aspiraciones locales comunicó la Junta con las medidas que dictara en materia de comercio y de libertades, la creación de círculos revolucionarios calcados en el patrón de los que habían apresurado en Francia la proclamación de la república, la libre y amplia discusión de ideas, la presencia en el territorio de hombres de la talla y del ascendiente de Miranda, la convicción de que el francés continuaría en posesión del suelo ibero para apoderarse de la América, el entusiasmo con que todo pueblo joven mira la aurora de su regeneración y la alegría con que los corazones que en silencio alentaron un ideal común acogen siempre cualquier cambio que exalte ese ideal, todo eso, convirtiéndose en fuerza avasalladora, contribuyó a que poco después de congregados los representantes de las provincias para afirmar la organización nacida del 19 de abril se proclamase solemnemente, en 5 de julio de 1811, la independencia de Venezuela. Para vigorizar sus voluntades, los
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diputados al congreso, que por sus luces, su posición social y sus riquezas, constituían la más alta representación de la colonia, la genuina personería de su patriciado, tuvieron ante sus ojos el bello espectáculo que anteriormente dieran al mundo los angloamericanos, escucharon los reclamos con que la voz de las conquistas recientemente alcanzadas en favor del derecho y de la libertad los invitaba a nueva y gloriosa vida, y una como invitación de sus progenitores mostróles la tierra ubérrima por ellos ocupada, cual morada digna del progreso, cual albergue de todas las razas al amparo de la sagrada comunión del trabajo. En los incipientes organismos municipales que los conquistadores crearon en Venezuela y que sus descendientes conservaron y desarrollaron, vióse aparecer desde un principio el germen de la libertad política y administrativa. Ese elemento fue de tal modo inherente a dichas comunidades que el constante empeño de los pobladores por mantenerlo incólume no puede ser sino revelador de que constituía una disposición fundamental, hereditaria, del grupo étnico del cual provenían aquéllos. En distintas ocasiones, el ejercicio de las prerrogativas municipales hizo de los cabildos verdaderos cuerpos autónomos, centros de minúsculas entidades casi soberanas; pero hasta entonces no habían surgido caracteres diferenciales de especie alguna entre los españoles establecidos a uno y otro lado del mar océano. Una transformación política arrebató a los habitantes de la Península sus libertades públicas, a tiempo que en la colonia tendía a acrecentarse el influjo de los cabildos; y cuando al estrépito de las armas sucedieron en América los trabajos de la paz, el poblador español, encomendero o corregidor, propietario de esclavos y de tierras, emprendió una vida del todo diferente a la que en España llevaban sus iguales: si por un lado las grandes guerras al través de la Europa no ocupaban ya su inteligencia, tampoco venía a herir su imaginación el espectáculo multiforme de los grandes centros urbanos. El individualismo heredado de sus antepasados crecía en América como las lianas de sus bosques en medio al solitario recinto de las tierras en donde había el colono levantado su habitación, recinto que el ancho mar apartaba de la cuna de sus padres y que una formidable muralla de selvas ocultaba a las miradas de las gentes. Las imposiciones de la nueva existencia, bien así como el mandato de la ley convirtiéronlo de consuno en director y en jefe, social y político a la vez, por cuanto llegaron a ser infinitas sus atribuciones y responsabilidades y por cuanto a su actividad no le fue permitido el reposo. Fuéle necesario, a un tiempo mismo, crear y cimentar el hogar, asegurar a éste un patrimonio, promover los intereses de la comunidad, cristianizar y civilizar al indígena. Iniciábase de este modo en la vida del Señor; aprendía así inventando y ejecutando, trasplantando costumbres y enseñanzas y adaptando instituciones, el arte nada fácil de dirigir grupos humanos.
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Durante una larga centuria hubo de consagrarse a defender el territorio conquistado, y la heredad y el hogar y entonces, al rechazar al invasor y regar con su sangre el nativo suelo, identificóse plenamente a él, sintiéndose dos veces dueño suyo. La tierra retribuyó largamente sus afanes; y como no le era dable cambiar sus frutos por los artefactos que pudieran suministrarles los hombres de su raza, emprendió tratos con el extranjero o con el vecino colono español, estableciéndose de esta suerte entre ellos fuertes vínculos comerciales y consolidándose los que con los últimos habíanse originado de la defensa contra el pirata. Más de siglo y medio contaba la existencia de esos aislados grupos, a los cuales una misma ley y una misma lengua servían de fundamento, cuando sus directores naturales vieron cercenadas sus libertades, comprimidos sus viejos hábitos de independencia, comprometidas sus especulaciones mercantiles. Luego, al cabo de otros años, las primitivas familias habíanse tornado en tribus; los indios eran en parte ciudadanos; la hibridación había producido el nacimiento de nuevas castas; al lado del terrateniente, el mercader organizaba su tienda; cultivos importados y desconocidas industrias sumábanse a las anteriores; en cada región, cabildos y pueblos estaban sometidos a la vigilancia inmediata de funcionarios reales; el manejo del erario habíasele encomendado en todo el país a un poderoso organismo cuyos tentáculos se extendían por doquiera; las distintas gobernaciones, un tiempo separadas, habían sido unidas bajo la autoridad de un alto delegado del rey y de un supremo cuerpo de justicia. Consumóse así el naufragio de la preponderancia comunal, juntamente con la del individualismo solitario y exclusivo, que era su origen; debilitóse la influencia política de los nietos de conquistadores; pero, al mismo tiempo, aumentóse velozmente la riqueza pública y privada, diéronsele al comercio grandes facilidades, fomentóse el crecimiento de la población, acumuláronse grandes rentas con qué hacerle frente a una amplia organización administrativa y a un fomento a que rara vez pudieran atender por sí solos los cabildos, abriósele ancho campo al cultivo y ejercicio de la inteligencia, fortificóse el orden legal y la administración de la justicia y diósele, en fin, a aquel conjunto de ignorados municipios que las selvas ahogaban bajo el palio de sus frondas, aspecto y consistencia de nación. Cuando la metrópoli, que ya se había abierto las venas para separar de sí la parte más generosa y rica de su sangre y engendrar con ella, en comarcas lejanas, los núcleos sociales en referencia, se decidió a juntar esos grupos en un todo casi homogéneo, infundióles, como se ha visto, nuevo y poderoso aliento de vida, con ayuda del cual pusiéronse a poco en capacidad de reproducir, en lucha sangrienta con la madre, las proezas y gestos de la última. La centralización administrativa y el influjo de los gobernadores restringieron evidentemente la acción de los cabildos; pero también es cierto que los descendientes de conquistadores, quienes aceptaron mal de su grado aquel cercenamiento, puesto que no perdieron ocasión de demostrar la persistencia de la
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antigua facultad y alcanzaron a veces justicia, en ese mismo tiempo ganaron de manera notable en riquezas y consideración social. La casta por ellos formada se asimiló los elementos peninsulares a quienes la fortuna o el mando aseguró u otorgó posición elevada; con su ejemplo y los beneficios de la Administración, las clases medias de la colonia mejoraron su suerte; en tanto que unas y otra eran tocadas por el hálito regenerador de las ideas y de la ilustración, por las enseñanzas que les inculcaron muchos hombres venidos de pueblos extraños. Además, merced a los auxilios que prestaran a la causa pública y al rey, los nietos de los conquistadores y otros colonos de valía recibieron galardones y títulos nobiliarios; gracias a sus constantes donativos para obras de utilidad social, como iglesias, caminos, hospitales y escuelas, convirtiéronse en protectores de la comunidad; por los servicios que de padres a hijos venían prestando en los cabildos, fueron mirados siempre como los personeros natos del pueblo; por el contingente que en hombres, en armas y en especies suministraron a las autoridades para el mantenimiento del orden o de las instituciones, llegaron a ser el sostén más poderoso del régimen existente y de los derechos del Monarca. No fue, por lo tanto, de extrañar que cuando los intereses de vario orden radicados en la Capitanía aparecieran casi abandonados por el desequilibrio que trajo consigo la desaparición del soberano; que cuando surgiera el peligro de una conquista extranjera, los individuos mencionados asumieran la gerencia y la representación de la colonia. El estudio de los sucesos que precedieron la Independencia sirve a demostrarnos que a la conducta de esos mismos hombres se debió que Venezuela no abrazara resueltamente y desde que se dejó sentir en Europa la sacudida revolucionaria, la idea de una transformación política; que fueron ellos el más fuerte antemural que se puso a las revueltas y que a pesar de los esfuerzos de los ingleses y franceses por desmembrar la monarquía, ésta no padeció menoscabo alguno, gracias también a ellos. Mas no era posible que frente a la invasión de la Península y a la falta de rey se aferrasen ellos a una lealtad semejante a la probada por sus abuelos durante la guerra de sucesión. El estado y condiciones de la colonia habían cambiado por modo notable: a los caseríos de los postrimeros años del siglo xvii habían sucedido ciudades populosas; a los sembrados de escaso valor, fincas innumerables que valían caudales; a los cambios furtivos con los holandeses, un comercio regular con casi todas las naciones del mundo y que para 1810 y no obstante los trastornos de ese año alcanzó en sólo la exportación a la respetable suma de ocho millones de fuertes222; a los colonos de poca cultura, perdidos en la inmensidad del El historiador Yanes nos presenta el cuadro de las exportaciones de ese año en la forma siguiente: 140.000 fanegas de cacao; 40.000 qq. de café; 20.000 de algodón; 50.000 de carne salada; 70.000 zurrones de añil; 70.000 cueros de ganado mayor; 12.000 muías y novillos y otros frutos y producciones, op. cit., nota, pág. 78.
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territorio y que escasamente se conocían y trataban, hombres que habían presenciado o ejercitádose en el funcionamiento de cuerpos gubernativos complicados, iniciados en las ciencias e ideas europeas, que ejercían con brillo las profesiones liberales y se distinguían en las letras. Hase repetido hasta la saciedad que la metrópoli esclavizó y envileció a los descendientes de los descubridores. Los sucesos historiados nos revelan todo lo contrario, el testimonio de célebres viajeros de otros pueblos coincide en todo con la información que, en vísperas de la independencia, trasmitió a su gobierno el capitán del navío de guerra “Beaver”, que dice así: “Estos habitantes no son de ningún modo aquella raza indolente y degenerada que encontramos en la misma latitud de Oriente; antes parecen tener todo el vigor intelectual y energía de carácter que se han considerado generalmente como distintivos de los habitantes de regiones más septentrionales” 223.
Quizás haya provenido la acusación en referencia de un estudio insuficiente de la época; quizás se hayan tomado como conclusiones históricas las recriminaciones nacidas al calor de la guerra magna, los lugares comunes de la literatura patriotera; quizás se parara tan sólo mientes en el grado de libertad escrita o efectiva al colono concedida, y que, atribuyéndosele al contagio de las prédicas revolucionarias un alcance exagerado, se considerara la emancipación como fruto exclusivo de su influencia. Ni los hechos, ni las enseñanzas de la ciencia justifican semejante juicio. Común era a la América y a España el eclipse de la libertad, tal cual hoy la entendemos, tal cual la gozaron en lejanos siglos castellanos y aragoneses; para ambos era igualmente origen de dificultades el gobierno personal y los abusos que de él dimanan. De aquí que no sea lícito sostener que a la una se negaban ventajas de que la otra estaba en posesión; y, cosa curiosa, mientras que los desórdenes administrativos por igual dañaban a las dos, Venezuela disfrutó, a la par de otras colonias, de la presencia de magistrados probos e ilustrados que empujaron sus destinos por la senda del progreso: los nombres de Pimentel, de Osorio, de Berroterán, de Sucre, de Diguja, de Centurión, de Solano, de Saavedra, de Casa-León, de Guillermi, de Emparan y de tantos otros bastarán a justificar nuestro aserto.
Gil Fortoul: loc. cit.
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La empresa de la emancipación significa evidentemente un despliegue inaudito de carácter, antes que una mera concepción intelectual; y, como nos lo enseña Lapouge, “lo que constituye la superioridad histórica de una raza, es menos la inteligencia que el carácter”. Y aunque, según añade el citado sociólogo, “la superioridad de los enérgicos no dura sin el auxilio de la inteligencia, ésta sola no procura sino excelentes subordinados: todo se desploma cuando desaparece el mando”224 “El carácter de un pueblo y no su inteligencia, dice Le Bon, determina su evolución en la historia y regula sus destinos” 225. El grupo que en la colonia ejerció desde un principio el mando; el que implantó en ella el régimen municipal; el que defendió contra el absolutismo y la centralización ese mismo régimen; el que sin dejarse arrastrar por la corriente igualitaria desenterró del olvido la antigua supremacía de los cabildos y proclamó la independencia, fue un grupo esencialmente español, por la raza, por las tradiciones, por las costumbres. Hijos eran esos hombres del conquistador atrevido y enérgico que surcó mares desconocidos para dominar todo un continente; nietos eran ellos de los que con los fueros habían alcanzado el bien precioso de la libertad, de los que en ocho centurias y a costa de valor y de tenacidad habían recuperado el suelo patrio y echado los fundamentos del imperio más grande del orbe. Así como las calidades mentales son producto exclusivo de una educación más o menos corta, el carácter, que resiste y escapa por lo regular semejante influencia, no llega a constituirse sino cuando los materiales que lo componen vienen a ser como la síntesis de los sentimientos constantes de una raza, como la cifra del patrimonio moral hereditariamente trasmitido al través de los siglos. De los enciclopedistas y filósofos franceses pudieron los colonos aprender una nueva concepción del Estado; en las conmociones políticas que trasformaron según un ideal grandioso las sociedades europeas, quizás hallaron el incentivo para realizar una obra de momento; pero lo que no pudieron trasmitirle los extraños fue ciertamente aquella perseverancia con que después de una derrota se alzaron con nuevos y más pujantes bríos; aquella fortaleza de ánimo que los colocó por cima de dolores y miserias; aquel anhelo de sacrificio que los condujo a buscar una muerte heroica para asegurarle a los pósteros una patria independiente; aquella tenacidad que todo lo avasalló en catorce años de luchas homéricas. Obsérvase a menudo en el proceso de formación y desarrollo de las razas que la constitución mental presenta infinitos cambios y mudanzas, los cuales inducen a creer Lapoüge: op. cit., pág. 68.
224
Le Bon: Les Lois Psychologiques de l’Evolution des Peuples, pag. 30.
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que en ellas no existen sentimientos inmutables que sirvan a diferenciarlas entre sí. Y es que, como lo apunta Le Bon, “la especie sociológica está formada, al igual de la anatómica, por un pequeñísimo número de caracteres fundamentales irreductibles, en derredor de los cuales se agrupan caracteres accesorios, modificables o cambiables” 226. Circunstancias de medio y de tiempo pudieron en ocasiones exhibir a los colonos de origen español como dóciles ejecutores del capricho de su soberano; como hombres desprovistos de iniciativa o de valor cívico. Mas debe observarse que después de semejantes paréntesis, de los cuales no se ha librado pueblo alguno, y al favor de acontecimientos de vario linaje, la reserva orgánica de que antes se habló, tiende a hacer irrupción, rompiendo diques, desbordándose cual río torrentoso y que inundándolo todo logra a veces cambiar la faz misma de las cosas. Parece que se asistiera entonces a un acontecimiento que no guardase relación con el pasado y del seno del cual surgieran hombres nuevos, ignoradas entidades, criaturas de un temple desconocido. Y es que detrás de las formas recién adquiridas, de lo que momentáneamente fija las miradas, hánse erguido intangibles, íntegros, los caracteres esenciales de la raza; y ante la aparición de esa potencialidad no es sino sueño pasajero o vano afán, la creencia en transformaciones súbitas o el recurso de buscar explicaciones halagadoras en los dominios inseguros del acaso o del destino. La emancipación de la colonia coincidió por algún tiempo con la rebelión peninsular contra el yugo napoleónico, y en las vicisitudes y éxitos de los dos movimientos, fácil es hallar factores idénticos: la misma intrepidez, la misma indomable tenacidad, el mismo amor, rayana en delirio, por la patria libre, cual si los dones de la madre, cuyo cuerpo bañaba una sangre nobilísima, se hubiesen exhibido sin menoscabo en la hija. España había creado en Venezuela las riquezas sin las cuales hubiera sido ilusorio el esfuerzo de los libertadores, había amamantado aquella legión de varones ilustres, capitanes, estadistas, diplómatas, hacendistas, magistrados y escritores, que en el instante del rompimiento y al través de la guerra constituyeron y afianzaron el nuevo Estado. De la madre patria heredaron ellos la fortaleza que no los abandonó un momento en la realización de sus designios; de ella recibieron también la urdimbre social de la Nación, puesto que la legislación civil vigente en la colonia continuó siendo la garantía de los derechos privados, la diosa tutelar de la familia y del hogar.
Le Bon: op. cit., pág. 19.
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Ni de ingratos ni de opresores pueden ser calificados los personajes de la imponente epopeya de la emancipación; los unos contaron con la fuerza necesaria para ser independientes, en tanto que los otros habíanle suministrado en sangre, en educación y en bienestar, los elementos de esa fuerza. Si un día, el furor de las pasiones dio origen al denuesto y a la recriminación, tales sentimientos no deben ser el criterio del historiador, ni estaría bien que albergasen a la hora presente en nuestros corazones. Como lo afirma Renán, “el error más peligroso es creer que se sirve a la patria calumniando a los que la han fundado. Todos los siglos de una Nación son las hojas de un mismo libro. Los verdaderos hombres de progreso son aquellos que tienen por punto de partida un respeto profundo al pasado: todo lo que hacemos, todo lo que somos, es el resultado de un trabajo secular” 227.
Si al tiempo en que se firmó la capitulación que en Ayacucho puso fin a la hecatombe y que más bien fue uno como cordialísimo y honroso abrazo de las dos grandes ramas del mismo tronco humano, un español hubiese podido disipar el humo que aún invadía el espacio, quizás habría saludado el acontecimiento con muestras de ingénito orgullo; quizás, para celebrar a un tiempo la grandeza de la madre y de la hija, habría pronunciado el elogio que años más tarde, al contemplar la fuerza de Inglaterra y de su hija trasatlántica, expresara Gladstone, recordando a Horacio228: O Matri forti filia fortiter. Oh madre fuerte de una hija más fuerte.
Renán: Souvenirs d’Enjance et de Jeunesse, Préface.
227
Horacio: Odas, I, 16.
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¿EL 19 DE ABRIL DE 1810 ES O NO LA FECHA INICIATIVA DE NUESTRA INDEPENDENCIA?* ARÍSTIDES ROJAS** “EL 19 DE ABRIL NACIÓ COLOMBIA. DESDE ENTONCES CONTÁIS DIEZ AÑOS DE VIDA”. (BOLÍVAR AL EJÉRCITO LIBERTADOR. PROCLAMA FECHADA EN SAN CRISTÓBAL, A 19 DE ABRIL DE 1820.)
Sí; en los fastos de la historia universal, el 19 de Abril de 1810 es la fecha iniciativa de la magna Revolución americana. En el mundo político como en el mundo físico, las grandes crisis son siempre el resultado de grandes causas, efecto de una labor continuada que obedece a necesidades urgentes. Las revoluciones estallan de una manera sangrienta, cuando los elementos que las constituyen, en prolongada acción, y en un estado de plétora alarmante, revientan a manera del volcán que vomita torrentes de cieno y de lava, y en su conquista engendran por donde pasan el espanto y la muerte. Semejantes cataclismos son siempre destructores, porque es imposible oponer un dique al torrente devastador, encarrilar elementos heterogéneos, calmar el furor de las pasiones y conjurar los estragos de la onda vertiginosa, que, después de haber devorado millares de víctimas, de haber agotado las fuentes de la riqueza, de haber sembrado los odios, la desesperación y la muerte, llega a su término silenciosa y exánime. Tales acontecimientos son como el huracán en la naturaleza. No así las revoluciones pacíficas que, desenvueltas lentamente, llevando por piloto la ley del progreso, por timón la verdad moral, se aprovechan de un incidente propicio para ostentarse generosas, sin odios, sin tendencias funestas, y en cumplimiento de una ley providencial. En éstas, el estrago, si existe, es llevadero; porque ellas se presentan *
Ensayo presentado en el «Certamen Nacional Científico y Literario», de octubre de 1877. En: El 19 de Abril de 1810. Caracas, Instituto Panamericano de Geografia e Historia, 1957, pp. 79-96.
** Arístides Rojas (1826-1894) historiador y ensayista venezolano.
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como la lluvia fertilizante sobre un terreno árido, que abona sin destruir, que satisface necesidades orgánicas, que resucita, por decirlo así, y pone en acción las fuerzas vitales adormecidas por una prolongada sequía. Tal fue la Revolución del 19 de Abril de 1810. No tuvo la fisonomía feroz de las grandes catástrofes, ni se presentó armada de la picota ni con el sable desnudo, al pie del cadalso; porque no fue engendrada por odios ni alimentada por venganzas. Serena, justiciera, augusta, aparece más como mensajera de paz, que como vengadora de agravios; resultado de ideas civilizadoras, no de ambiciones bastardas. Y si los incidentes del momento la favorecieron, fue para hacerla más digna de la idea fecunda que ella encarnaba. Ni un desmán, ni una tropelía, ni una gota de sangre que pudiera servir de pretexto para enconar recuerdos de tres siglos; nada tuvo, nada, que la manchara y pudiera presentarla ante el tribunal de la historia como un acto de barbarie; que cuando hombres probos, con la conciencia tranquila y el corazón en paz, se lanzaban al campo fecundo de la idea, no era en busca de víctimas, ni de sangre, ni de patíbulos, sino en solicitud de la libertad que ha creado Dios para todos los pueblos de la tierra. Consumada en una población de cincuenta mil almas, sólo ocho empleados, Emparan y sus secuaces, fueron expulsados. Y ¿de qué manera? Con la altivez con que una sociedad generosa y culta despide a sus opresores; con la magnanimidad del que está sostenido por la conciencia del deber y la serenidad de la justicia. La salida de Emparan y su séquito, después de los sucesos del 19 de Abril, atendidos como huéspedes y no como reos políticos, es prueba inequívoca de que los hombres de la Revolución estuvieron animados por una noble idea; la generosidad y la dignidad nacionales1. Una revolución que comenzaba de una manera tan elocuente, no podía tener sino nobles orígenes, tendencias sanas, propósitos civilizadores. Exponer, de una manera sintética la historia de aquélla, en vista de los documentos publicados e inéditos: buscar su origen, sus primeros pasos, las fuentes que la alimentaron, su resultado inmediato, su triunfo completo; he aquí el objeto que nos proponemos al escribir este estudio. Enlazando cada una de estas partes llegaremos a probar que el 19 de Abril de 1810 tiene las condiciones de un día iniciativo en los fastos de la historia universal; y que a Caracas, y con ella a Venezuela, corresponde la gloria, en la historia de América, de haber sido, no sólo la primera que lanzó el grito de independencia, sino también la que dio el Caudillo y los adalides que condujeron la Revolución, después de mil peripecias, a sus más altos destinos.
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Los gastos que ocasionara la salida de Emparan y su séquito alcanzaron a $ 18.133, que se erogaron de las cajas del nuevo Gobierno. De aquella cantidad $ 8.000 fueron entregados a los expulsados. (Documento inédito.)
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De los dos sucesos inmortales consumados a fines del siglo decimoctavo, uno de ellos, la emancipación de la América del Norte, no tuvo influjo directo sobre el desarrollo de las ideas liberales en el continente del Sur. Pueblos de diferente origen, religión, costumbres, idiomas, educación y tendencias, no pudieron comunicarse, menos aún unirse en pro de una idea fundamental: la independencia de América. Por otra parte, ningún cambio social ni mercantil existía entre las dos Américas; si bajo el punto geográfico un istmo pequeño las une, bajo el aspecto social, político y económico, podemos decir que las separaba el océano. He aquí dos grandes pueblos, descubiertos en una misma época y favorecidos por la fecunda naturaleza, que vivieron como ignorados el uno del otro, durante tres siglos; y no se comunicaron sino el día en que ambos, con diferencia de cuarenta años, lanzaron a sus antiguos dominadores, para implantar bajo idénticos principios políticos la República. Pero, si la Revolución de la América del Norte no tuvo influencia alguna en los destinos de la América del Sur, no sucedió lo mismo con la Revolución francesa, que, en el viejo mundo, fue la continuación de la idea de Washington. Pueblos originarios de una misma raza, de iguales creencias, índole impresionable, fraternizaron al instante, y el comercio de ideas no tardó en establecer un contrabando sostenido que penetró en las costas y lugares más recónditos del continente americano, y produjo resultados admirables, a pesar de la pesquisa colonial, de las órdenes apremiantes del gobierno de España, de los azotes y la muerte fulminados contra las víctimas, y de los premios que alentaban la inmoralidad de los delatores victimarios. La propaganda de las nuevas ideas encontró en Europa obreros americanos de todas las secciones del continente, los cuales, unidos comenzaron a desarrollar sus planes en beneficio de la libertad de las colonias. Entre aquéllos figuraban Miranda, Mariño, Caro, O’Higgins, Bejarano, Madariaga, Maquijano y Freites, hombres de acción, espíritus levantados, a quienes estaba reservado desempeñar un gran papel en la historia de América2. 2
Vicuña Mackena: El ostracismo de O’Higgins. La primera Junta Revolucionaria en favor de la independencia de América fue establecida por Miranda desde 1797. Cada uno de los patriotas que la componían fue destinado a una sección del continente. O’Higgins fue destinado para .Chile y Madariaga para Venezuela.
Según los biógrafos chilenos y venezolanos, Madariaga llegó a Venezuela en 1806, obligado por vientos contrarios que le hicieron arribar a las costas venezolanas en su viaje para Chile. Esto es inexacto. La llegada de este hombre notable a Venezuela no fue casual, sino meditada. Madariaga, Protonotario apostólico de Su Santidad, fue nombrado por Real cédula de 17 de agosto de 1800 canónigo de Merced de la Catedral de Santiago de Chile, adonde estaba destinado por Miranda para comenzar la cruzada republicana; pero habiendo sabido que estaba vacante en Caracas la canonjía de Merced, por muerte de su propietario, el Dr. Pedro Juan Paredes, concibió Madariaga la esperanza de fijarse en Venezuela, y pidió al Rey permuta de su destino, la cual le fue concedida por Real cédula de 6 de mayo de 1803. Inmediatamente salió para Caracas. En 25 de junio de este año se le dio colación de su encargo, del cual tomó posesión el 28 del mismo mes. Madariaga comenzó desde entonces su propaganda secreta, y fue testigo, en 1806, del fracaso de la expedición de. Miranda. Cuando se supieron en Caracas los sucesos de la península en 1808, comprendió el canónigo que había llegado el momento de obrar, y alegando el mal estado de su salud, pidió licencia al Gobierno de la colonia para seguir a Lima, Cuzco y Chile, la cual fue negada. (Documentos inéditos.)
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¡Aquí tenéis la primera fuente y origen de la idea revolucionaria en la América del Sur! No tardaron en presentarse los primeros síntomas en Venezuela, y con éstos las primeras víctimas. Está en la ley de las revoluciones, que, antes de consumarse, los primeros iniciados sean siempre los primeros mártires. Estos son los zapadores de la idea que abren la senda en el campo enemigo, los primeros clarines que tocan a llamada, el primer alerta a los pueblos rendidos por el sueño del embrutecimiento moral. La intentona de Gual y España en 1797 es el primer grito de la Revolución de 1810. La muerte ignominiosa del Jefe republicano en 1799, su cadáver dividido en fragmentos que se pusieron en los caminos como para aleccionar a los pueblos, y el terror infundido por Vasconcelos en todos los ánimos, de nada sirvieron a la causa española: de la sangre y el ultraje no brotan sino el odio y la venganza, y tras los negros horizontes de la noche pavorosa está el rayo de sol. Siete años después, en 1806 se presenta Miranda, en las costas de Venezuela, proclamando la República, bajo la sombra del pabellón tricolor, y fracasa igualmente. Más afortunado que España, no cayó en poder del opresor y pudo conservarse para la discusión parlamentaria de 1811. En 1807 aparece el joven Bolívar en la escena. Regresaba después de prolongada ausencia del suelo patrio. Rico en antecedentes de familia, lo era más aún en deseos de gloria. Llegaba como uno de tantos iniciados en las nuevas ideas de la Revolución francesa, la cual había hallado en su espíritu cultivado, simpáticas atracciones. Bullía en su cabeza un plan en ciernes, que se daba a conocer por sus raptos de entusiasmo, su intolerancia, su poder absorbente, y aun por sus horas de tedio y de tristeza, como él mismo lo había confesado en sus cartas confidenciales3. Con una imaginación tropical, disfrazaba una ambición, que más tarde debía desarrollarse en beneficio de la causa nacional. Su educación en Europa había operado en sus ideas un cambio notable. En presencia de una civilización superior a aquella en que había nacido, olvidó muy en breve el hábito a la obediencia ciega que, en las colonias americanas, mantenía paralizado el cerebro y aun el corazón; y entregándose al influjo de ideas generosas concibió proyectos que enardecieron su entusiasmo juvenil. Los espíritus elevados necesitan de muy poco para sacudirse y emanciparse de la tradición, de los hábitos hereditarios y aun de las ideas sancionadas por el tiempo. En ellos, la savia que los nutre obra por sí sola, sin necesidad de los agentes externos. Radical por convicciones e innovador por sistema, llegó a fundar un círculo político en oposición con la mayoría de sus relacionados y compatriotas que desechaban toda reforma que pudiera
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“[...] Si ella (la fortuna) no hubiese puesto un inmenso caudal en mi camino, servidor celoso de las ciencias, entusiasta de la libertad, la gloria hubiera sido mi solo culto, el único objeto de mi vida [...] Pretendéis que yo me inclino menos a los placeres que al fausto, convengo en ello; porque me parece que el fausto tiene un falso aire de gloria”. Carta de Bolívar, a los veintiún años, a Teresa (su futura esposa). (Documento inédito.)
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turbar el orden de cosas existentes4. De aquí sus luchas en los círculos de familia, de aquí la opinión general que lo juzgaba como visionario, como un espíritu atolondrado, como un demagogo cuyas ideas debían rechazarse por perniciosas. Se había adelantado un siglo a sus conciudadanos; pertenecía a la escuela de Miranda y de Madariaga, y por lo tanto, apoyaba la idea de la emancipación venezolana, sin escoger los medios, en completa discrepancia con algunos de sus compatriotas que buscaba aquel resultado, pero sin lanzar la causa en los azares de la lucha5. Un carácter tan definido era necesario y provechoso en una época que participaba de la influencia deletérea de prolongados años de servilismo colonial, en la cual los hombres vacilaban por carencia de ideas fijas y se comprometían ante la autoridad, como imprudentes y débiles, por la más completa ausencia de carácter moral. Por estas razones, las ideas avanzadas de Bolívar obraron en la sociedad venezolana de aquel entonces, incipiente y atrasada, como obran las sustancias tónicas en las constituciones endebles, vigorizando el cuerpo, despejando el espíritu abatido, disponiendo el alma a la conquista de las grandes verdades. Si nos hemos detenido sobre el carácter y tendencias de Bolívar, en aquellos días, es porque él fue en Venezuela el fundador del partido radical, y el que formó el núcleo de hombres definidos que debían salvar del naufragio la Revolución de Abril, en los momentos de su nacimiento, y continuarla, más tarde, en todas las peripecias de la guerra magna. Así las cosas, y en gestación la idea revolucionaria, se supieron en Caracas en 1808 los sucesos de la Península, la prisión de Fernando, la invasión de Napoleón; noticias comunicadas por los comisionados franceses, nuncios de la nueva situación, que invitaba a la colonia venezolana a seguir las águilas del vencedor. Una bomba no habría producido más estragos que el que produjeron en Caracas tales emisarios. Había llegado el momento supremo en que debían chocarse todas las aspiraciones, todos los intereses. La idea revolucionaria, hasta entonces en germen, iba a desarrollarse, porque había llegado el momento en que, favorecida por una misma causa, debía prender de una manera simultánea en todos los pueblos de América.
Urquinaona: Relación documentada del origen y progreso del trastorno de las provincias de Venezuela. “Agavillados en la casa de Simón Bolívar, inmediata al río Guaire y afectando seguir las ideas manifestadas por el Gobierno, en los momentos de su tribulación (1808), trataron de destruirlo y establecer la independencia, bajo el mismo plan de la Junta, que alucinase al pueblo con el pomposo título de Conservadora de los derechos de Fernando VII”, pág. 12.
“Los testigos Baraciarte, Anza, etc., afirmaban la existencia del complot en la casa de Bolívar, designando por concurrentes al Marqués del Toro, Mariano y Tomás Montilla, José Félix y Juan Nepomuceno Rivas, y convenían en que el plan de estos facciosos se extendía a establecer la Independencia, cuyo nombre resonaba en sus círculos”. Proceso levantado en 1808. Urquinaona, pág. 13.
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Los sucesos posteriores de la Península, la llegada del Capitán General Emparan en 1809, su política artera, su tiranía, sus miras interesadas, sus simpatías, por la causa francesa, todo contribuyó a precipitar los acontecimientos y a definir los nacientes partidos políticos6. Por un lado obraban con doblez los intereses bastardos, los empleados peninsulares que deseaban, desde 1808 salvarse del naufragio de España, y abandonar el amo caído para besar la mano del nuevo amo vencedor7. Por otra parte, los siempre fieles vasallos llamaban en su auxilio el sentimiento de la capital en sostenimiento de la madre patria. Pero no eran éstos los únicos móviles que dominaban a la población de Caracas; el odio de muchos contra el Gobierno de la Península, la ambición, la revuelta que es el alimento de los espíritus versátiles y la idea liberal, en fin, aguardando como el albatros la hora de la tempestad para lanzarse al océano enfurecido, fueron otras tantas causas que tuvieron en alarmante expectativa la sociedad de Caracas hasta 1810. En semejante situación, el partido radical, a cuya cabeza estaban los Bolívar, Madariaga, Roscio, los Salias, Pereira, los Rivas, Espejo, los Montilla, Sanz, Álamo, Arévalo, Briceño, Coto Paúl, Ponte, Sosa y otros más, patrocinaba las medidas extremas8: el partido conservador, apoyado y sostenido por el Cabildo, sostenía el justo medio9; mientras el partido español, apoyado por el ejército, el clero, el comercio y la masa general del pueblo abogaba por la causa del Rey. Todos, en el fondo, estaban de acuerdo en un punto: la creación de una junta; pero el grupo radical quería algo más, la deposición de Emparan y sus empleados, por traidores10.
“El despotismo de Emparan, la desconfianza que todos tenían de sus opiniones y su necedad han causado la pérdida de Caracas”. Carta inédita de don Felipe Martínez, Oidor de la Real Hacienda de Caracas, al Consejero de Indias (en Madrid) don Antonio López Quintana, fechado en Filadelfia a 20 de junio de 1810. Bando de Emparan en 22 de diciembre de 1809 por el cual se mandaba que nadie podía pararse en la calle o los establecimientos, y que todo grupo de más de tres personas sería arrestado. (Documento inédito.) “Es verdaderamente un arcano la conducta enteramente apática que observó el Gobernador Emparan, etc.” Defensa de don Antonio de León por su hermano Esteban Fernández de León, Consejero de Estado, 1816. (Documento inédito.)
Carta del Capitán Beaver a Sir Alexandre Cochrane, fechada en La Guaira a 19 de julio de 1808. Esta carta es una acusación contra el Capitán interino Juan de Casas, por su conducta traidora. La conducta de Emparan, un año más tarde, pone de manifiesto la complicación de las autoridades españolas en favor de las miras de Napoleón. Palacio: Exquise de la Revolution de l’Amerique espagnole, 1817, 1 vol.
“Creo que la América y principalmente Venezuela procedieron con ignorancia jurando a Fernando VII y no declarando su absoluta independencia inmediatamente que se verificó en España la Revolución que la ha conducido al triste estado en que ahora se halla”. Discurso de Roscio en la sesión del 3 de julio de 1811. El Publicista de Venezuela de 19 de septiembre de 1811.
“Dos juramentos habíamos prestado a Fernando cuando se instaló el Congreso: uno en 15 de julio de 1808, y otro en 19 de abril de 1810; pero el primero lo arrancó la fuerza, y el segundo la ignorancia o la necesidad de no alarmar a los pueblos [...] El despotismo había entretenido de tal manera la multitud que fue prudencia no chocar abiertamente con ella”. Discurso de Roscio en la sesión de 5 de julio de 1811. El Publicista de 21 de septiembre de 1811.
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“Aseguran particularmente (los plenipotenciarios) que los gobernantes y agentes empleados por el Gobierno central de España, en la provincia de Venezuela, han sido convencidos de desafectos a Fernando VII y de dicha adhesión a los intereses de Francia, y que su expulsión ha sido ocasionada, principalmente, por la notoriedad de su traición a la causa española”. Protocolo de las Conferencias de los plenipotenciarios Bolívar y Méndez con el Ministro inglés Wellesley, en 8 de agosto de 1810. (Documento inédito.)
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En medio de una situación tan definida como la que precedió al 19 de Abril, las minorías, por avanzadas que aparezcan, son por lo general rechazadas, como estorbosas; pero ellas permanecen siempre en acción para sacar partido hasta de los más insignificantes incidentes. Tal sucedió al grupo radical; no teniendo séquito sus ideas se contentó con ser espectador de los sucesos, y afectando acatamiento a la opinión general, aguardó el momento propicio. Cuando en la mañana del 19, el Cabildo resolvió, contra la costumbre, invitar a su Presidente, el Capitán General, a la sesión extraordinaria que exigían las circunstancias, ya los radicales Roscio y Sosa se habían hecho nombrar por aquella corporación, Diputados por el pueblo, con derecho a tomar parte en sus deliberaciones. El Cabildo ofició entonces al Gobernador del Arzobispado para que nombrase dos diputados en nombre del clero. Fueron nombrados dos de sus miembros, los Doctores Maya y Quintana; mas al presentarse éstos en la sala de las sesiones fueron rechazados por los espectadores. Ya el grupo radical los había suplantado por Madariaga y Rivas (Francisco José), quienes se presentaron con el título de Diputados por el Clero y por el pueblo. Este hecho fue el primer impulso de la minoría revolucionaria11. Disuelta por Emparan la primera sesión del Cabildo, alegando aquél la necesidad de asistir a la ceremonia religiosa del día (jueves santo), podía ya presumirse que la Revolución iba a fracasar, si Emparan no era obligado a retroceder al Ayuntamiento. Es entonces cuando el republicano Salias (Francisco) detiene al Capitán General en su entrada al templo Metropolitano, y asiéndole del brazo le obliga a retroceder, para que dé cuenta de la triste situación de la Península. Los escollos se salvan por el momento; pero una nueva crisis debía presentarse. Reunido por segunda vez el Cabildo, Emparan, después de una discusión acalorada con los diputados Roscio y Sosa, logra dominar por completo la mayoría del Ayuntamiento, y ya iba a redactarse el acta por la cual quedaba el mandarín español como Presidente de la nueva Junta, cuando se presenta Madariaga en la sala del Cabildo... Desde aquel momento Emparan es vencido, y haciendo dimisión del alto empleo que tenía, pone a disposición de la Junta el tren gubernativo de la Colonia.
Oficio de los doctores Manuel Vicente Maya y Juan Nepomuceno Quintana al Gobernador del Arzobispado, en la mañana del 19 de abril, participando que habían obedecido la orden del Arzobispado por la cual se les mandaba asistir al Cabildo, como representantes del clero; pero que, después de haber permanecido en la sala por largo tiempo, se les notificó por uno de los concurrentes que no eran ya necesarios, porque habían sido nombrados como Diputados por el clero y por el pueblo los doctores Madariaga y Francisco José Rivas. (Documento inédito.) Este hecho caracteriza el plan revolucionario de los radicales. Habiéndose decidido desde un principio la mayoría del clero por la causa del Rey, la incorporación al Cabildo de los doctores Maya y Quintana habría sido embarazosa en la discusión. Esto obligó a los radicales a incorporar sin fórmula, y de hecho, a Madariaga y Rivas. Sin este recurso no hubiera caído Emparan. 11
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La revolución quedó consumada, y veinte y cuatro horas más tarde, el partido conservador y el grupo radical estaban al frente del nuevo gobierno. ¿Satisfacía la Revolución las necesidades del momento? Sí, dejaba contentos a todos los círculos políticos: al español que sostenía la causa del Rey, al conservador que aspiraba desde 1808 a un gobierno provisorio, al radical que necesitaba de un punto para comenzar la cruzada liberal. Si estudiamos los documentos de aquel día, veremos que el grupo revolucionario del Cabildo tuvo la astucia necesaria para saludar la futura República ostentando la librea del monarca. Aunque en el acta se reconocen los fueros de Fernando, y se disfraza todo con votos de obediencia y de amor, se niega la jurisdicción de la Junta de España sobre los países americanos, desde el momento en que éstos fueron considerados, no como colonias, sino como parte integrante de la monarquía española. Pero todavía sobresalen en aquel documento ideas más trascendentales. Los diputados revolucionarios se consideraban con los mismos derechos que los miembros del Cabildo, lo que quería decir, que tenían voto libre en las discusiones; y la Junta quedaba con el derecho de admitir el plan de administración y gobierno que fuese más conforme a la voluntad general del pueblo. Madariaga y Roscio, al redactar el acta, consignaron en ella el credo político de sus correligionarios. Sea éste el momento de rectificar un juicio en contraposición a las ideas que dejamos enunciadas, y que nos honra en alto grado. Juzgamos, ahora años, el 19 de Abril como día español, porque lo conocíamos por la librea que ostentó, y no por las ideas que encarnaba. El estudio de nuevos documentos nos ha convencido de lo contrario. El 19 de Abril es, no sólo un [día] de iniciativa, sino también un triunfo de la más hábil diplomacia: en él aparecen unidas dos ideas antagonistas: la monarquía y la república; y ningún principio más elocuente de la encarnizada Revolución que iba a realizarse en toda la América, que aquel en que triunfó la minoría inteligente sobre la mayoría inconsciente, la idea sobre la tradición, la democracia sobre la vieja colonia. Hasta aquí hemos seguido la Revolución, desde su origen hasta el día en que se presenta como un hecho consumado. Vamos ahora a ocuparnos en lo que la caracteriza como fecha iniciativa, es decir, sus primeros actos, sus tendencias, su progreso, su triunfo. El primer acto de la Revolución, fue derrocar la autoridad constituida que se había conservado ilesa en Venezuela y sin interrupción alguna, desde 1528 en que aparece Alfinger, hasta 1810 en que sale expulsado Emparan. Este hecho caracteriza la Revolución en su primer momento: rompía con lo pasado.
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No siguieron muchas horas sin que se conociese el acto más trascendental del movimiento: su saludo a los pueblos de América, su excitación a las provincias de Venezuela para que tomasen parte, por medio de sus diputados, en la formación del nuevo gobierno que iba a darse el país. Con esta medida la revolución rendía homenaje a la voluntad popular y culto al principio de la mayoría. La librea no debía desaparecer sino ante la voluntad nacional. A este acto tan significativo, siguieron los decretos sobre la abolición del tributo, el derecho de alcabala, y el odioso tráfico de esclavos. Así comenzaba a obrar la Revolución como un poder independiente, rompiendo la legislación española, en beneficio exclusivo de Venezuela. Pero los hombres de la Revolución no se contentaron con prolongar el radio de sus atribuciones en todas las provincias de Venezuela: quisieron comunicarse igualmente con las potencias extranjeras y crearon la diplomacia americana. La gloria de representar al nuevo Gobierno en Europa y países americanos, estaba reservada a algunos de los prohombres del partido radical: a los Bolívar, Méndez, Salias (Vicente), Montilla (Mariano), Orea y Madariaga12. ¿Cuál fue el encargo de los diplomáticos venezolanos? ¿Cuál fue el resultado que ellos obtuvieron? Bolívar, traspasando las instrucciones del gobierno de la Revolución, habla delante del ministro inglés Wellesley de la independencia absoluta de Venezuela: Montilla y Salias logran las simpatías de las antillas inglesas y holandesas en favor de la causa venezolana: Bolívar y Orea dejan gratas impresiones cerca del gobierno de Washington; mientras Madariaga, después de haber difundido, durante su viaje a Nueva Granada, las ideas liberales, deja establecidas en Bogotá las bases de una alianza defensiva contra España en estas dos secciones del continente13. Por los documentos oficiales, inéditos, se ve que Bolívar y Méndez triunfaron en Londres de la astucia española, y pusieron en conflicto al Plenipotenciario Apodaca: que Bolívar y Orea fueron atendidos en Washington, a pesar de las buenas relaciones que existían entre los gobiernos español y americano, y que Madariaga estableció la propaganda en el Continente, de una manera satisfactoria. Estos primeros trabajos de
Los comisionados a Londres, Bolívar (Simón) y López Méndez, llevaron por secretario al joven Andrés Bello; los comisionados cerca del Gobierno de Washington, Bolívar ( Juan Vicente) y Orea, al joven Rafael Revenga, éste con el carácter de subsidiario.
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“Documento que justifica la conducta política del doctor José Cortés Madariaga. En estos papeles están los oficios de Roscio aprobando la conducta del plenipotenciario a Bogotá”. (Documentos inéditos.)
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la diplomacia venezolana, en documentos todavía inéditos, son del más alto interés histórico en la narración de los sucesos que siguieron al 19 de Abril de 181014. Un hecho trascendental tuvo el viaje de Bolívar a Londres, y fue, su regreso para fines de 1810, en compañía del General Miranda. La presencia de estos dos atletas en Caracas fue lo suficiente para despejar la incógnita de la Revolución y encarrilar los acontecimientos políticos. A su influjo y al de su círculo se deben la discusión de 1811, fuera y dentro del Constituyente, y la declaratoria formal de nuestra independencia el 5 de julio del mismo año15. Ya para esta fecha estaban deslindados los dos partidos que debían entrar en la magna lucha; el nacional, la minoría, constituido por los conservadores y radicales, que sostenía la República: el español, favorecido por las dos terceras partes de la población de Venezuela, que sostenía la realeza y la colonia16. El 5 de julio de 1811 es el gran corolario del 19 de Abril de 1810. En el acta del 19, la Revolución escribe: “Quedando la Junta con el derecho de admitir el plan de administración y de gobierno que fuera más conforme a la voluntad general del pueblo”. En el acta del 5 de Julio la misma Revolución declara a la faz del mundo la independencia absoluta en nombre de Venezuela. En vista de estos hechos, ¿podremos considerar al 19 de Abril de 1810 como la fecha iniciativa de la Revolución americana? Sí, porque él es el primer resultado práctico de una elaboración de veinte años, y porque dos sucesos desgraciados la preceden: la intentona de Gual y España en 1797, la expedición de Miranda en 1806. Es el día, porque en él queda derrocada la autoridad peninsular, después de tres siglos. Es el día, porque en él brilla la aurora de la autonomía venezolana, cuna del primer Congreso Constituyente Comunicaciones cruzadas entre los plenipotenciarios de Venezuela y el Ministro americano Monroe. Oficios y comunicaciones cruzadas entre el Ministro español en Londres, Apodaca, y el Ministro de Relaciones Exteriores en Madrid. (Documento inédito.) Son terminantes las conclusiones del Ministro Apodaca a su Gobierno respecto del triunfo que obtuvieron Bolívar y Méndez. Califica la conducta del Gobierno inglés como artera e indigna de un pueblo amigo, y concluye desahogándose contra los pueblos de América. (Documento inédito.) 15 “La mano invisible de la Providencia nos ha conducido al hombre que necesitábamos, devuelve a los patrios lares al genio extraordinario de la guerra y del consejo [...] Miranda está entre nosotros [...] Yo me glorié de ser americano cuando traté a este hombre. Esto es lo que necesitábamos, etc.” Discurso de Madariaga el 17 de enero de 1811 ante la Municipalidad de San Carlos, cuarenta días antes de reunirse el Constituyente. (Documento inédito.) 14
Una de las glorias de la Revolución venezolana fue la de haber tenido que luchar, durante ocho años, no sólo contra España, sino también contra las dos terceras partes de la población de Venezuela. Los ejércitos de Cajigal, Ceballos, Boves, Morales, Pui, Antoñanzas, etc., eran compuestos en su totalidad de venezolanos. La caballería llanera de Morillo era venezolana. En la época, desde 1814 hasta 1821, casi la totalidad de los empleados civiles era venezolana. Fue después de la guerra a muerte, del cansancio, las desgracias y, sobre todo, la constancia heroica de Bolívar, cuando se incorporaron a las filas del Ejército libertador los venezolanos que por tanto tiempo habían sostenido el poder español. Todavía, después de Carabobo, la provincia de Coro, que desde el principio de la Revolución había defendido con tesón las armas del Rey, combatía la causa patriótica, hasta que al fin fue vencida.
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de 1811. Es el día, porque sus hombres establecen la propaganda americana, fundan la libertad de imprenta, abren los puertos de Venezuela al comercio del mundo, abolen los derechos de alcabala, el tributo de los indios, el tráfico de esclavos. Es el día, porque en él suena la primera campanada de un movimiento que iba a ser simultáneo, en la misma época, en todas las secciones de América. Es el día, porque así lo reconoce España, cuando considera el movimiento como subversivo y contrario a los intereses españoles: y lo es, finalmente, porque así lo han juzgado de entonces a hoy, el criterio público y los historiadores de ambos mundos17. La Revolución de 1810, formada de elementos heterogéneos que se amalgaman en un instante propicio, tiene, un año más tarde, un carácter nacional. Había salido de los escollos para entrar en la mar libre donde la aguardaban desengaños, tempestades, la guerra a muerte... y los honores del triunfo. Hase dicho que Bolívar no desciende del 19 de Abril, sino del 5 de Julio. ¡Error! Bolívar desciende de todas las épocas del progreso moderno. Nace, cuando Washington de pie sobre el pedestal de la gran República saludaba a las futuras nacionalidades del continente. Crece y desarróllase en medio de los triunfos de la Revolución francesa. Piensa, ambiciona, obra, cuando una idea fecunda, la libertad del hombre, comunicaba su calor a todos los pueblos de la tierra. Bolívar desciende de la intentona de Gual y España en 1797, y de la expedición de Miranda, en 1806. Bolívar desciende de los sucesos de 1808 y 1809, cuando bajo la sombra del árbol sagrado, funda el partido radical. Bolívar desciende del 19 de Abril, porque sus compañeros son los que salvan la Revolución en los momentos de su nacimiento. Bolívar desciende del 19 de Abril, porque él abre las puertas de la diplomacia americana en las naciones del viejo mundo. Sin el 19 de Abril, día de penumbra porque aún no había brillado el eterno sol de la justicia, no tendríamos el 5 de julio, día sintético, porque representa la unidad nacional, por medio de sus Delegados. Sin Bolívar, Miranda, y sin Miranda y Bolívar y los patricios definidos de la santa causa, el Constituyente de 1811 sería una quimera. La obra de esta época es el resultado de una idea gestatoria en su lucha contra la tradición, las preocupaciones, los hábitos, la obediencia, el temor. Los sucesos de 1812 son lección saludable. La campaña memorable de 1813 es la consecuencia lógica de la declaratoria de 1811. La guerra a muerte es el combate sangriento entre dos épocas: las tinieblas y la luz, la fuerza y el derecho. Bolívar El pensamiento ostensible de la Revolución al proclamar a Fernando VII ha sido reconocido por los historiadores españoles Flores Estrada, Urquinaona, Díaz Torrente, etc., etc.
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en Nueva Granada a fines de 1814 es el corolario de la diplomacia de Madariaga en 1810. Morillo en Margarita en 1815, es España que viene a combatir, no contra los insurgentes de 1810, sino contra los beligerantes de 1813 y 1814. Los desastres, la miseria, las prescripciones de 1815, 1816, 1817 y 1818, es la Revolución en medio de los escollos, batallando contra mar y viento; pero llevando en alto la bandera tricolor. Vargas, Boyacá en 1819, son las avanzadas andinas de la Revolución llamando a los descendientes de Bocachica para que presencien la rota de los aguerridos batallones de Berreiro. El armisticio de 1820, es España subsanando un error: había perdido diez años en la historia de la diplomacia, la diplomacia de la razón y de la conveniencia: se había retardado diez años a la ley del progreso. Carabobo en 1821, es sentencia de Dios. Bomboná, Pichincha en 1822, es la Revolución en medio de los volcanes y las nieves eternas venciendo la naturaleza salvaje, en las yermas soledades del Ecuador. Junín es Bolívar evocando sobre las charcas sangrientas de Pizarro las sombras de los Incas para que reciban la corona del triunfo. Ayacucho en 1824, es la apoteosis de la Revolución de 1810. Ayacucho es lápida que cubre lo pasado, libro en blanco donde no se ha escrito todavía la portentosa historia de Colombia. Ayacucho, rincón de muertos, como dice el Quichua, es hecatombe donde crecen juntos los laureles y los cipreses. Allí se tienden la mano los ejércitos rivales; la muerte sella el olvido, los odios, los recuerdos dolorosos, y deja la gloria como un patrimonio de familia. Vencedores y vencidos en el campo del honor son hermanos, desde el momento en que triunfa el poder de la idea. Así concluye la Revolución de 1810, después de catorce años de una epopeya sangrienta. Todo lo vence: preocupaciones, intrigas, odios, miserias, guerra a muerte, pueblos y reyes. Sí; el 19 de Abril de 1810 es la única fecha iniciativa de la gran Revolución americana.
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¿EL 19 DE ABRIL DE 1810 ES O NO LA FECHA INICIATIVA DE NUESTRA INDEPENDENCIA?* RAFAEL SEIJAS**
En 19 de abril de 1834, cuando aún estaban frescos los sucesos de la Revolución de la independencia, y vivos no pocos de sus actores, “El Senado y Cámara de Representantes de Venezuela reunidos en Congreso, considerando: 1°, que el recuerdo nacional de las épocas gloriosas de la emancipación y transformación política de Venezuela aún no estaba acordado por los grandes días en que se elevaron al rango de nación, decretaron. Los días 19 de Abril y 5 de Julio son grandes días nacionales y formarán épocas en la República”.
Años adelante, en 1849, a 14 de Mayo, otro Congreso, “considerando: 1° que en 19 de Abril de 1810 el buen pueblo de esta tierra con entusiasmo santo y heroico denuedo, arrojando de sus puertos a los opresores de tres centurias, por primera vez reveló su voluntad de gobernarse por sí mismo y su poder para ejecutarlo, decretó. El 19 de Abril es el primero de los grandes días de Venezuela y forma época de su existencia nacional”.
He aquí la satisfacción que por el órgano de sus delegados de la República a uno de los temas escogidos para el 28 de Octubre de 1877, a saber: “El 19 de Abril de 1810 es o no el día iniciativo de nuestra independencia nacional?” Ese juicio está arraigado en las tradiciones, en las costumbres, en la conciencia de todos los venezolanos, sin dudas, sin reservas, sin distinción de partidos. Es el que salió de la pluma de cuantos firmaron el acta de nuestra libertad y el manifiesto que *
Ensayo presentado en el “Certamen Nacional Científico y Literario”, de octubre de 1877. En: El 19 de Abril de 1810. Caracas, Instituto Panamericano de Geografia e Historia, 1957, pp. 63-78.
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Rafael Seijas (1822-1900) fue individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, Sillón letra “O”.
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hizo al mundo la confederación de Venezuela, de las razones en que fundó su absoluta independencia de España y de cualquiera otra dominación extranjera. Es a una la voz de los historiadores patrios y aun de los mismos españoles que se han ocupado en contar la transformación de la colonia. Ese juicio fue el de la propia España cuando la declaró rebelde y desnaturalizada, decretó su incomunicación y el bloqueo de sus costas, se apoderó de los fondos con que iba a comprar armas y la persiguió hasta dónde pudo. Ese juicio conviene con los antecedentes de Gual y España en 1797, de Miranda en 1806, y los conocidos y antiguos propósitos de la juventud de Caracas, y que eso mismo se manifestaron en otras partes de la América, como que cundían hasta sus extremos. Ese juicio va de acuerdo con el espíritu que empezó a trastornar al mundo desde el levantamiento de los Países Bajos contra España, y produjo una revolución que destronó a Jaime II, y la insurrección de las colonias británicas de la América Septentrional, y el terrible sacudimiento que conmovió a Francia en 1789, y se propagó en 1796 a la península Ibérica, y en 1812 y 1820, y después se sintió en ella y en otras naciones, y el mismo de que han nacido en este continente los nuevos Estados de quienes depende el porvenir del universo. Ese juicio se encuentra refirmado por las resultas de la lucha, cuyo término fue la elevación de Venezuela al puesto de Estado libre e independiente, como lo reconoció aún España por solemne tratado concluido en 30 de Marzo de 1845. Ese juicio cuadra con las previsiones de sabios estadistas extranjeros y aún españoles. Por fin, ese juicio es el que se deriva del cuidadoso examen de los hechos que precedieron, acompañaron y siguieron al 19 de Abril de 1810. Sentados estos preliminares, ha podido considerarse solo como novedad mal segura, que recientemente se haya asomado un parecer distinto. Con efecto, en un escrito publicado el 17 de Abril de 1875 en el periódico La Opinión Nacional, y bajo el título de “El cuadrilátero histórico”, que es un recuerdo de edificios célebres de Caracas, se dejan caer estas frases. “La historia de este día debe escribirse con todos sus más pequeños incidentes; no fue un día de venganzas, sino de amor; no fue un día de deslealtad; sino de obediencia. El 19 de Abril de 1810 es un homenaje al infortunio del monarca español, a la unidad del pueblo español, a la autoridad legítima en peligro de desaparecer. Fue el 19 de Abril una conjuración contra Emparan y no contra España: fue la obra de unos pocos y no de un pueblo. Nuestro grito de emancipación en 1811 no es el corolario del 19 de Abril de 1810, sino el resultado necesario de la falsa política española que preparó los acontecimientos e hizo de los amigos de la mañana los enemigos de la tarde. La intolerancia y persecución del Gobierno Español hacia los hombres y necesidades de Venezuela, fue el grito de guerra que alertó nuestros
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pueblos. Bolívar no desciende del 19 de Abril de 1810, sino del 5 de Julio de 1811. He aquí el día de la idea fija, inflexible, origen de nuestra historia”. “No comprendemos cómo Venezuela celebra todavía el 19 de Abril como uno de sus días clásicos. Este día es una de las glorias de España en América, y cuando la historia pueda escribirse con toda severidad de la justicia, con toda la verdad de la honradez, entonces se destacará este día de luces y de sombras, no como un día providencial, sino como un incidente en el gran cuadro de nuestra situación política”.
Indispensable parecía que el escritor, emprendiendo la extirpación de opiniones tan antiguas, constantes y autorizadas como hemos dicho, lejos de encerrarse en meros asertos, descendiese al campo de la discusión, y con graves y profundos razonamientos y pruebas incontrastables, pusiese en la más clara luz los errores atribuidos a diversas generaciones, el mentís dado a nuestros anales. Más que todo, debió demostrar la torpeza de España, a quien virtualmente acusa de ignorar el verdadero carácter de los hechos del 19 de Abril, juzgados por ella como el mayor crimen contra la integridad de la monarquía y digno de severísimos castigos. Pero nada de eso ha sucedido: aun contradicho a poco el innovador, guardó un silencio que no ha roto hasta ahora. Así no hay que rebatir argumentos, desatar dificultades, desvanecer dudas, iluminar puntos oscuros. En el terreno de afirmaciones soltadas como al acaso, y por incidencia, nada hallamos que nos preste asidero. Colocados en semejante trance, hemos de ceñirnos a tender la vista por los sucesos buscando los arrimos que las investigaciones nos ofrezcan. Ni hacemos punto de presentar las cosas a esta o aquella luz; que solo aspiramos a fijar la verdad histórica acerca del tema propuesto. Ni cabe en nuestra intención apurar materia de suyo tan vasta, cuando nos toca únicamente delinear los rasgos de más bulto. Esto haremos, salvo el respeto a las luces y opinión del escritor nacional que se ha desviado de la corriente, sin explicar los motivos. El hallazgo de América por Colon con el favor de España la dio el dominio de casi todo el nuevo continente; mas generalmente a costa de guerras que hizo necesarias la justa resistencia de los naturales. Perdidas las comarcas donde vivían, tenidos por raza inferior a la humana, al principio esclavizados, constreñidos a duros trabajos, la comunicación de los Europeos, origen de indudables ventajas para estos pueblos, los redujo a mísera suerte. No se diferenció mucho de ella la de los Españoles que vinieron a establecerse en los países recién descubiertos, se mezclaron con los indígenas y fueron los padres de los criollos. Dobló sus males el sistema de las compañías privilegiadas, de trabas a la industria y al comercio, de introducción de esclavos Africanos, de prerrogativas de los peninsulares, de opresión en todos respectos. Las colonias eran
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solo minas que servían de pasto a la codicia de los empleados, y de provisión al tesoro de la Metrópoli. De Venezuela, nos dice el Doctor Domingo Díaz, se enviaban todos los años hasta ochocientos mil pesos, después de cubiertos sus gastos. Aunque sujetas a cuantiosas contribuciones, carecían de participación en las reales órdenes creadoras de ellas, bien así como en los demás actos de su gobierno. Los oficiales importantes de él, y lo mismo en el ramo civil que en el eclesiástico y el militar, venían de España, con injustificable postergación de los oriundos del suelo Americano. Para afirmar la dominación, se le mantenía privado del trato y luces del resto del mundo, y se penaba como crimen la importación de gacetas y libros extranjeros. Con un corto número de buques (38) monopolizaba España el comercio de las amplias regiones de su pertenencia. La lejanía, la preponderancia de sus empleados, el desamparo de los colonos y otras muchas causas eran parte a que no se cumplieran siempre las sanas intenciones ni las justas providencias de la Corte de Madrid. Mas no hay cómo atajar el torrente de las ideas. El siglo xviii estaba destinado a presenciar estupenda catástrofe. En él debía suscitarse una reacción contra corruptelas vetustas, la desigualdad de las clases, los excesivos gravámenes de los súbditos, la avilantez de los poderosos, la crueldad de las penas, los abusos de los gobiernos, en una palabra, contra todos los agravios de que era y había sido víctima el pueblo. Entonces nació este a la vida como nuevo elemento que no podía dejar de descollar en la sociedad renovada, pues se proclamó que a él pertenecía inalienablemente el derecho de ejercer la soberanía. De aquí resultó el predominio de la democracia, “que el género humano, así en el antiguo como en el nuevo mundo, propende evidentemente a establecer, porque la corriente de la ambición popular, y la fuerza progresiva del poder popular, son tales que absolutamente no pueden resistirse; y porque, para bien o para mal, las instituciones republicanas son el destino evidente de la familia humana”.
Estas innovaciones penetraron, así como en España, en la América española. Se presentaban con el halago del triunfo, primero en las colonias Británicas del Norte y después en la monarquía Francesa, unas y otra por ella transformadas portentosamente. Llegó a publicarse traducida al español, a pesar de estricta vigilancia y de castigos, la declaración de los derechos del hombre. No podía ser otro el resultado que el de avivar el amor a la igualdad y a la independencia, natural en el hombre, y el ansia de establecerlas entre nosotros. Ni faltaban a las colonias estímulos fuera de ellas. Es constante que, arrastrado por el pacto de familia concluido con el Borbón de Francia, el de España,
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si bien tímida y recatadamente al principio, auxilió con dinero a los revueltos angloamericanos, y paladinamente con tropas, después que los aliados hubieron declarado la guerra a los ingleses. Nunca se lo perdonó la Gran Bretaña, que, irritada por la pérdida de sus colonias, y cediendo igualmente a los intereses de su comercio y pujanza marítima, procuraba la libertad de las posesiones españolas. Los historiadores hablan de un proyecto, oportuno al intento, en que se ocupaba el célebre Ministro Pitt. Sus agentes en las islas vecinas tenían órdenes de buscar el medio más eficaz para libertar al pueblo del continente inmediato a la isla de Trinidad, del sistema opresivo y tiránico que lo agobiaba, y del monopolio establecido sobre el comercio, bajo el título de registros coloniales; y de estimular a los habitantes a resistir a la tiranía de su gobierno, para lo cual se les ofrecían auxilios a Su Magestad Británica, fuesen de dinero o de armas y municiones, como lo proclamó Sir Thomas Picton en Puerto España a 26 de junio de 1797, en clase de gobernador de Trinidad, de que verosímilmente se apoderaron los ingleses en ese año para ponerse en mejor proporción, por su cercanía a tierra firme, de ayudarla a libertarse. En efecto, contó con su socorro Miranda en sus expediciones de 1806. Otros se lograron posteriormente. La impertérrita legión británica bañó con su sangre generosa los campos testigos de su denuedo; y los esfuerzos de hábiles Ministros ingleses frustraron las tentativas de España de reconquistar a América con la cooperación de otras potencias. La Gran Bretaña siempre estuvo dispuesta a servir de mediadora entre la monarquía Ibérica y sus colonias, le aconsejó muchas veces el reconocimiento de la independencia, y fue la primera nación europea que le dio el ejemplo. Fuerza es enumerar entre las magnas causas de la emancipación de las colonias españolas el ejemplo tentador de los Estados Unidos. “En Inglaterra”, observaba Durand, Ministro de Francia en Londres, a Choiseul, su superior, “no hai quien no confiese que las colonias americanas de ella formarán algún día un Estado separado. Los americanos son celosos de su libertad y desearán siempre extenderla. El gusto a la independencia ha de prevalecer entre ellos. Sin embargo, los temores de Inglaterra retardarán su venida, porque ella huirá de cuanto pueda unirlos”. “Intente siquiera pecharlos”, replicó Choiseul, “y aquellos países mayores que Inglaterra en extensión, y que se están por suerte haciendo más populosos, con pesquerías, florestas, marina, trigo, hierro y otras cosas semejantes, fácil e intrépidamente se separarán de la madre patria”. “No cuente usted”, repuso Durand, “con una resolución próxima en las colonias americanas. Ellas no aspiran a la independencia, sino a la igualdad de derechos con la madre patria. Un plan de unión será siempre un medio reservado, con que Inglaterra puede evitar el mal mayor”. “Cuando venga la separación, las otras colonias de Europa serán presa de aquellos a quienes el vigor excesivo puede haber desprendido de su tronco matriz”. “La pérdida de las colonias de Francia y España será la consecuencia de la revolución en las colonias de Inglaterra”. Esto pasaba en 1767.
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En 1776, cuando se debatía en Francia la cuestión de auxilio a los insurgentes americanos, el Ministro de Negocios Extranjeros Vergennes presentó al rey un informe favorable. Comunicóse este papel a Turgot, que debía dar su dictamen por escrito. Allí se leen estas palabras. “Cualquiera que sea o deba ser el deseo de las dos coronas (Francia y España), nada podrá tener el curso de los acontecimientos, que tarde o temprano acarrearán la absoluta independencia de las inglesas, y como consecuencia inevitable, efectuarán una revolución total en las relaciones de Europa y América”. “Tarde o temprano, con buena voluntad o por necesidad, las naciones Europeas que tienen colonias se verán obligadas a dejarles entera libertad de comercio, a no considerarlas más como provincias sometidas, sino como Estados amigos, distintos y separados, aún cuando protegidos. La independencia de las colonias inglesas apresurará esto inevitablemente. Entonces se disipará la ilusión que por dos siglos ha adormecido a nuestros políticos: se verá que el poder fundado en el monopolio es precario, y que el sistema restrictivo fue inútil y quimérico en el mismo tiempo en que más deslumbró”. “Cuando los ingleses mismos reconozcan la independencia de sus colonias, toda metrópoli se verá igualmente forzada a cambiar el dominio sobre sus colonias por vínculos de amistad y fraternidad. Si esto es un mal, no hay medio de prevenirlo, ni ha de seguirse otro camino que el de resignación a la necesidad absoluta. Las potencias que obstinadamente resistieren, no por eso dejarán de ver escapárseles sus colonias, para convertirse, en vez de aliadas, en enemigas...” “La posición de España con respecto a sus posesiones Americanas será mas embarazosa. Por desgracia, ella tiene menos facilidad que ninguna otra para dejar el rumbo que ha seguido durante dos siglos, y conformarse con un nuevo orden de cosas. Hasta ahora ha dirigido su política a mantener las multiplicadas prohibiciones con que ha embarazado su comercio. Ella no ha hecho ningunos aprestos para sustituir al imperio sobre sus provincias Americanas una conexión fraternal, fundada en la identidad de origen, lengua y costumbres sin oposición de intereses; para ofrecerles la libertad como un don, en vez de cederla a la fuerza. Nada más digno de la sabiduría del rey de España y de su consejo que fijar desde ahora la atención en la posibilidad de esta forzada separación, y en las providencias que han de tomarse para prepararse a ella”.
Muchas de las causas de descontento de las colonias Británicas eran comunes a las españolas. El espíritu de disgregación se fue desenvolviendo lenta, más irrevocablemente, en unas y otras. No procedieron sino por grados en tal obra. Sus declaraciones de
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independencia encontraron análogos estorbos, y parecen vaciadas en un mismo molde. Nuestra primera constitución federal fue calcada sobre la de los Estados Unidos. Los conatos de los patricios en la América española no podían carecer de simpatía en la nación que nos precedió en igual carrera, que se ha complacido siempre con la difusión de las ideas democráticas, que nos reconoció derechos de beligerantes desde 1815, que envió comisionados a estudiar el progreso de la lucha, que toleró, si no ayudó, la formación de expediciones y salida de corsarios, que miró como nulo el bloqueo de estas inmensas costas, que declaró también su resolución de oponerse a la reconquista de América con auxilios extraños, que proclamó la doctrina de Monroe, que quiso tomar parte en el Congreso de Panamá, que reconoció primero nuestra independencia, que directa e indirectamente aconsejó a España hacer otro tanto, y que no ha consentido restablecer monarquías en este continente. Insistimos en eso por juzgar que la causa más influyente de la revolución Hispano-americana fue la revolución Anglo-americana y sus pasmosas consecuencias en beneficio de aquel pueblo. Conocida es la predicción del Conde de Aranda. Al firmar el tratado de paz con Inglaterra en 1783, manifestó la Corte de Madrid los temores con que presentía el engrandecimiento de las colonias Británicas y la toma de las Floridas, “si antes no ocurriesen otros más funestos en nuestras Américas”; y aconsejó como precaución, hija de su larga experiencia, desprenderse de todas las posesiones del continente americano, con reserva de Cuba y Puerto Rico y alguna otra para que sirviesen de escalas o factorías, y colocar en América tres infantes, uno por rey de Méjico, otro del Perú y el tercero de Costa Firme, tomando el monarca el título de Emperador. Tales indicaciones fueron desoídas. Notoriamente miraba a la independencia en 1797 el plan de Gual y España, a que contribuyeron los cuatro peninsulares de la conspiración de San Blas, destinados a encierro en puertos insalubres de América. Desde su reclusión provisional de las bóvedas de La Guaira comunicaron con naturales del país y compatriotas suyos acerca de los sucesos del día, y sus discursos se oían con viva curiosidad y placer extraordinario. A estas simpatías se debió su evasión del calabozo, y que no pudiera seguírseles el rastro. Delatada en mal hora la trama, y cogidos sus hilos en engaño, vióse complicados en ella a eclesiásticos, mercaderes, agricultores, oficiales militares de todas armas, veteranos y de milicia, soldados, cabos, sargentos, artesanos, blancos, pardos, americanos y españoles. ¡Tanto así había conquistado prosélitos la nueva doctrina! La historia registra avergonzada el modo cómo se cumplió la promesa de indultar a los denunciantes de sí mismos, y cómo se ahorcó y descuartizó a siete de los conspiradores, y se impuso pena menor a los peninsulares reincidentes Andrés y Laz, y se desterró para siempre a otros.
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Introducir la libertad y la igualdad como en Santo Domingo, fue el objeto de dos corsarios franceses concertados en Maracaibo el año de 1799 con un jefe de milicias, para enseñorearse de la ciudad. Contaban con españoles dispersos por las Antillas, y protección de los ingleses. Se acerca ya el instante decisivo. La ocupación de España por fuerzas de Bonaparte, la prisión de Carlos IV y su hijo Fernando, la abdicación de esotro y la renuncia del último, y el estado consiguiente de la Península, puesta en la necesidad de levantarse y proveer a su defensa y la expulsión del enemigo, constituyeron gravísimos acontecimientos que la sagacidad de los americanos debía utilizar y aprovechó en adelantamiento de sus planes de independencia. Así se observó antes con antes el propósito de sacar partido del odio a la fea acción de los invasores, y de las manifestaciones en pro de los derechos de Fernando, y de establecer una Junta que a la manera de las de España gobernase la provincia. No porque se interesaran en la restauración de Fernando, no; como dijo el Diputado Ramírez en el debate de 3 de Julio de 1811, “el nombre de Fernando fue entonces un pretexto para no alarmar los pueblos”; “en los tumultuarios movimientos del 19 de Abril, fue necesario economizar las innovaciones, y por eso se conservó el nombre de Fernando”. Los insurrectos estaban seguros de que, una vez probados los beneficios de la soberanía, un pueblo, esclavo de trescientos años y mal hallado con las cadenas, había de aferrarse a ella, y no consentir nunca jamás que se le escatimase. No se necesitaba profundo conocimiento del corazón humano para comprenderlo. De aquí los statu quo y congraciarse con el Emperador de los franceses, Juntas como las de España. Por las reiteradas negativas, no quedaba más recurso que supeditarlos. Una conspiración caminaba a ese objeto en principios de Abril de 1810; mas, en descubriéndola, el gobernador tomó la providencia de alejar a varios de los culpados. No por eso destruyó los designios de los patriotas. Con ademán resuelto, y a causa de haber llegado la nueva de la ocupación de las Andalucías por huestes francesas, y de la disolución de la Junta Central, y del nombramiento de una regencia de España e Indias, se forzó al Capitán General a dejar el mando, con lo que fue establecida la tan deseada Junta Suprema, aunque denominándola conservadora de los derechos de Fernando. Se arrestó y expulsó a dicho Gobernador, a los Ministros de la Real Audiencia, al Intendente, al Auditor y al Subinspector de artillería. Aquel cuerpo ejerció con autoridad absoluta todos los derechos nombrados regalías, jura majestatis. Después de tal lanzamiento organizó el nuevo tren gubernativo, ejército, tesoro, justicia, etc. Cuidó de la seguridad de la provincia, recaudó contribuciones, abolió la alcabala y los tributos con que estaban gravados los indios, suprimió el tráfico de esclavos, abrió sus puertos a los amigos y neutrales, a imitación del primer paso de los Estados Unidos en la vía de la independencia, y sacó de las cárceles a muchedumbre de individuos aprisionados so pretexto de vagos. Atribución
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es de las potestades soberanas enviar Ministros públicos a naciones extranjeras, y la Junta la puso por obra eligiendo como tales para Londres a los señores Simón Bolívar y Luis López Méndez, para Cundinamarca al canónigo Madariaga, para Veracruz otro; sin los comisionados dirigidos a las demás provincias. Alta función de la soberanía se manifiesta en decretar y hacer la guerra, y la Junta la decretó e hizo contra Coro, Maracaibo y Guayana, que se conservaron fieles a España. Ella disfrutó de las ventajas del dominio internacional y del imperio. Su voz llevaba al resto de América la comunicación de los sucesos en que Caracas se adelantó a sus hermanas de ambas Américas, con prioridad digna de tanto mayor elogio, cuanto el ejemplo en todas tuvo grata acogida y propagación rápida. Entre tanto se apercibía para la resistencia, y mandó comprar armas y municiones. Bien se le alcanzaba que la regencia tendría por rebeldes estas provincias. Así aconteció. Ellas fueron declaradas tales, se ordenó su incomunicación y bloqueo, se envió un agente que desde Puerto Rico las hostilizara encendido, en unas y otras, discordias y sublevaciones. Careciendo él de buques para el bloqueo, expidió patentes a corsarios, por lo común tan odiosos. A pesar de gravísimos obstáculos, el gobierno continuó firme en sus propósitos; y celoso de la representación del pueblo, dispuso elecciones para un cuerpo legislativo que debía juntarse en breve. Algunos creen que, apoderado de la Península el coloso del siglo, se tuvo por ardua empresa que ella se libertara de su yugo, o como probable que estaría por mucho tiempo inhabilitada para sojuzgar el alzamiento de las colonias. Haya sido éste o no el impulso de él, aparece evidente que, cuando España, salvada por el inmortal arranque de sus hijos, pudo despachar expediciones contra América, ella no aflojó en su empeño. Por su parte Venezuela, con haber caído una y otra vez, lo llevó adelante hasta su término feliz; y, lo que es más, voló con sus armas triunfadoras en auxilio de algunas de sus hermanas. Nunca vio el mundo perseverancia más probada, tenaz e incontrastable, nunca mayor desprecio de los peligros, más abundante cosecha de las virtudes del patriotismo. Eso no podía provenir sino de resolución maduramente deliberada, poderosamente fortalecida, profundamente cimentada. Que no de otra suerte se aventuran vida, bienes, familia, porvenir, afectos, sosiego y cuanto es capaz de atar al hombre a las dulzuras del hogar doméstico. Consiguientes tales bien autorizan para pensar, contra toda presunción opuesta, que desde el 19 de Abril de 1810 Caracas alzó la enseña de la independencia absoluta, si con aparente divisa, de que no convenía despojarla sino conforme fuera desenvolviéndose el curso de los acontecimientos. Mal podía sostenerse a un gobierno que confesaba los agravios de los Americanos, ya declarándolos tardíamente parte integrante de la monarquía, ya hablándoles en este significativo lenguaje:
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“Desde este momento, Españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres: no sois ya los mismos que antes encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros en el Congreso Nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores; están en vuestras manos”.
Caracas no quería seguir dominada. Así no es maravilla que viera con malos ojos a los agentes franceses despachados a América para informarla de lo que pasaba en Europa. Cuando así no fuera, siempre se debería mirar aquella jornada como iniciativa de la independencia nacional, porque el arrojo de los patriotas de entonces cavó entre la colonia y la metrópoli un abismo insondable, y quebró los hierros de la diuturna servidumbre, trocándola en libertad preciosa. Después que por ese medio reventó la guerra, abandonar la causa y entregarse al furor de la venganza, habría rayado en delirio. Mucho más al ver que España, asustada con la insurrección simultánea de estas poblaciones, acudió a la mediación de Inglaterra para conciliarse con ellas. Progresando en su camino, llegaron los Venezolanos al 5 de Julio de 1811, y, quitado ya el embozo, las siete provincias acordes se declararon independientes en aquella célebre acta que logró universal resonancia. En las sesiones en que se trató de la materia, se demostró concluyentemente que desde el 19 de Abril de 1810 Venezuela estaba en posesión de la plenitud de sus derechos; el diputado Tovar habló de un agente de los Estados Unidos que excitaba a la independencia. Llenos de la misma verdad están los documentos de la época, que lo califican de gran día, como lo hemos oído en boca de los actores o testigos del drama revolucionario, y de todos nuestros varones eminentes que lo han mencionado. Para España y sus cronistas fue día de rebelión, producto de la maldad, y de las ideas francesas, y del odio a la monarquía, del aturdimiento y presunción de unos cuantos jóvenes de quienes no era de esperarse porque disfrutaban de empleos y situación conspicua y holgada. Bolívar bebió en los Estados Unidos el amor a la independencia, salió de allí resuelto a extremarse por la de su patria, la juró en el Monte Sacro, descolló entre los promotores del 19 de Abril, pasó de enviado a Londres, trajo consigo al ínclito republicano Miranda, perteneció a la sociedad patriótica que tuvo tal influencia en la jornada del 5 de Julio, y presidió a la ejecución de la sublime empresa. Tan imbuido estaba en su
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idea, que en Londres solicitó cooperación en favor de ella, cuando se le había diputado para pedirla contra el enemigo común y buscar la mediación inglesa con España en beneficio de un avenimiento. Pues bien, ese Libertador de cinco naciones, cuyo testimonio es una prueba abrumante, cuya opinión supera a todas las opiniones, a quien sobre este particular nadie se atreverá a contradecir, y que ha de arrastrar general asentimiento, confirma del modo menos inequívoco lo dicho en este escrito. Oíd la proclama de San Cristóbal dirigida al ejército el 19 de Abril de 1820, precisamente para celebrar este aniversario. “Simón Bolívar, Libertador Presidente de Colombia, etc. “¡Soldados del Ejército Libertador! “Diez años de libertad se solemnizan este día. ¡Diez años consagrados a los combates, a los sacrificios heroicos, a una muerte gloriosa...! Pero diez años que han librado del oprobio, del infortunio, de las cadenas, a la mitad del mundo. “¡Soldados! “E1 género humano gemía por la ruina de su más bella porción: era esclava y es libre. El mundo desconocía al pueblo americano: vosotros lo habéis sacado del silencio, del olvido, de la muerte, de la nada. Cuando antes era el ludibrio de los tiranos, lo habéis hecho admirar por vuestras hazañas, y lo habéis consagrado a la inmortalidad por vuestra gloria. “¡ Soldados! “E1 19 de Abril nació Colombia: desde entonces contáis diez años de vida”. Caracas, Octubre 20 de 1877.
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UNA VOZ DE ESPAÑA ATRAPADA EN LA CONTIENDA: LA LABOR PERIODÍSTICA DE JOSEPH BLANCO WHITE AL FRENTE DE EL ESPAÑOL (LONDRES, 1810-1811) EDGARDO MONDOLFI GUDAT
En 1975, en el contexto de una serie de ensayos sobre Andrés Bello que habría de reunir y publicar tres años más tarde1, el bibliógrafo Pedro Grases sostenía que la obra del poeta y periodista sevillano José María Blanco White (1775-1841), cercano interlocutor de Bello durante sus años londinenses, se hallaba siendo objeto de una franca revaloración en el mundo hispánico2. Lo decía teniendo a la vista dos libros publicados, de manera simultánea, en 1972: por un lado, una antología que, bajo el título de Obra Inglesa, reunía textos de Blanco White con prólogo del novelista Juan Goytisolo; por el otro, sus Cartas de España, publicadas por Alianza Editorial con estudio preliminar de Vicente Lloréns, acaso uno de los mayores expertos con que llegó a contar la bibliografía hispanista en lo referente al exilio liberal español y al mundo de sus privaciones en Londres. Los treinta y cinco años transcurridos desde entonces no han hecho más que darle consistencia al aserto de Grases. Las cotas de tal revaloración se han ampliado tanto que una breve enumeración serviría por toda evidencia: ese mismo año de 1975, mientras Grases se refería a las relaciones habidas entre Bello y Blanco White durante su –mutuamente– enriquecedora residencia inglesa, la Universidad de Sevilla editaba por primera vez la Autobiografía de Blanco White con traducción, introducción y notas a cargo de Antonio Garnica3, conocida hasta entonces sólo a través de su remota
GRASES, P. Algunos temas de Bello. Monte Ávila Editores. Caracas, 1978.
2
GRASES, P. “Bello y Blanco White”. En: Estudios sobre Andrés Bello. Vol. II. Temas biográficos, de crítica y bibliografía. Obras 2. Editorial Seix Barral. Barcelona, 1981, 119.
BLANCO, J. Autobiografía de Blanco White. Edición, traducción, introducción y notas de Antonio Garnica. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1975. La Autobiografía habría de ver su reedición, por las mismas prensas sevillanas, en 1988.
1
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y casi inaccesible versión inglesa de 18454. En 1978, Carlos Pi Sunyer dedicaba un ensayo de hondo contenido a Blanco White y a su labor editorial londinense5; en 1989, bajo el cuidado de Manuel Moreno Alonso, y publicadas también por Alianza Editorial, aparecían las Cartas de Inglaterra de Blanco White6; en 1994, la editorial Visor recogía por primera vez su Obra Poética Completa, en edición bilingüe, a cargo de Antonio Garnica Silva y Jesús Díaz García7; en 1998, el propio Moreno Alonso -ya citado- publicaba Blanco White: la obsesión de España8. En el 2001, en una nueva versión, esta vez a cargo de Antonio Garnica, volvían a aparecer las Cartas de España, editadas originalmente –como se ha dicho– por Vicente Lloréns, en 19729; ese mismo año de 2001, a través de su tesis doctoral presentada en la Universidad Pontificia de Comillas, Antonio Ríos Santos introducía hallazgos que revelaban discrepancias notables entre la versión que Blanco White ofrecía de sí mismo en su Autobiografía, y las evidencias que aportaban algunas fuentes documentales10. En el 2005, el profesor Fernando Durán López daba a la imprenta la primera biografía moderna de Blanco White que se conociera en español, titulada José María Blanco White o la conciencia errante11 y, finalmente, en este año bicentenario de 2010, de tantas implicaciones por lo que significó la crisis del mundo hispánico, y bajo la coordinación de Antonio Cascales Ramos, autor de una novela sobre los años ingleses de Blanco White, acaba de salir publicado por la Universidad de Sevilla un volumen titulado Blanco White, el rebelde ilustrado12, que reúne las intervenciones de diversos especialistas que participaron en unas jornadas celebradas en la Facultad de Comunicación de esa Universidad, en noviembre de 200713.
BLANCO, J. The Life of the Rev. Joseph Blanco White written by himself with portions of his correspondence. 3������� volumes. John Chapman. London, 1845.
PI SUNYER, C. “El Español de Blanco White”. En: Patriotas Americanos en Londres (Miranda, Bello y otras figuras). Monte Ávila Editores. Caracas, 1978, 319-343.
BLANCO, J. Cartas de Inglaterra. Prólogo de Manuel Moreno Alonso. Alianza Editorial. Madrid, 1989.
BLANCO, J. Obra Poética Completa. Edición de Antonio Garnica Silva y Jesús Díaz García. Visor. Madrid, 1994.
MORENO, M. Blanco White: la obsesión de España. Alfar. Sevilla, 1998.
BLANCO, J. Cartas de España. Traducción y edición de Antonio Garnica. Universidad de Sevilla. Secretariado de Publicaciones. Sevilla, 2001.
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5
6 7 8 9
RÍOS, A. “Inicios teológicos e intelectuales de Blanco White”. Tesis doctoral. Universidad Pontificia de Comillas. Madrid, 2001.
10
DURÁN, F. José María Blanco White o la conciencia errante. Fundación J. M. Lara. Sevilla, 2005.
11
CASCALES, A (coord). Blanco White, el rebelde ilustrado. Universidad de Sevilla. Facultad de Comunicación. Sevilla, 2010.
12
“José María Blanco White, la aventura ilustrada”. El Mundo. Sevilla, 22 de diciembre de 2009 http://www.elmundo.es/elmundo/2009/12/21/andalucia_sevilla/1261386684.html [29/03/ 2010].
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Por si fuera poco, el propio mensuario El Español, que Blanco White tuvo a su cargo publicar en Londres entre abril de 1810 y junio de 1814, viene siendo reeditado en su integridad bajo la coordinación de Antonio Garnica, José María Portillo y Jesús Vallejo14, a través de la editorial Almed en Granada. Sin embargo, esta revaloración de Blanco White no se ha limitado a los confines del mundo andaluz ni, en general a los confines del mundo hispánico. Como prueba de ello está, por ejemplo, la vastísima contribución que significó la tesis doctoral que el catedrático francés André Pons publicara a través de la Universidad de París III, en 1990, bajo el título de Blanco White et la crise du monde hispanique, y de la cual se derivaron dos volúmenes que pretenden ser una versión abreviada de tal empresa: por un lado, Blanco White y España y, por el otro, Blanco White y América, publicados respectivamente en el 2002 y en el 2006, con cuatro años de diferencia entre sí15, por el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo xviii de la Universidad de Oviedo. Si nos desplazamos en cambio hacia el mundo inglés, es decir, hacia la patria adoptiva del publicista sevillano hasta su muerte en 1841, la revaloración biográfica de Blanco White, tanto como su actuación específica dentro del contexto británico, ha contado con un exponente fundamental en la obra de Martin Murphy, autor de la biografía titulada Blanco White, self banished Spaniard16 y, más recientemente, del Epistolario de Blanco White sobre la base de textos reunidos por André Pons y editados de manera póstuma por el mismo Murphy17. Visto así, pues, el panorama luce robusto, y tal vez lo más singular de todo es que se trata de una reivindicación que ha tenido lugar dentro de un período sorpresivamente corto, como si de una forma o de otra, Blanco White se hubiese puesto de moda en los cuarteles de la Academia. En todo caso, difícilmente exista otro autor, rescatado tan de golpe, que se vea moviéndose nuevamente, como viene haciéndolo Blanco White, en el centro del mapa político, literario, e incluso religioso, de la España de la primera mitad del siglo xix. Al menos no otra cosa parece demostrar el catálogo de libros y antologías, tan numerosos como apreciables, que se ha pretendido reseñar en este apretado recorrido. BLANCO, J. Obras Completas. Vol. II. El Español. Editorial Almed. Granada, 2008. El volumen III (continuación de El Español Ns. 4, 5 y 6, Julio-Agosto de 1810), salió de las mismas prensas a fines de 2009.
14
BREÑA, R. “Blanco White y la crisis del mundo hispánico, 1808-1814”. Historia Constitucional. Re-
15
vista electrónica de Historia Constitucional, N. 9, 2008 http://hc.rediris.es/09/articulos/pdf/19.pdf [31/03/09].
16
MURPHY, M. Blanco White, self banished Spaniard. Yale University. New Haven and London, 1989.
BLANCO, J. Epistolario y documentos. Textos reunidos por André Pons. Edición de Martin Murphy. Traducción de los textos ingleses por Eva M. Pérez. Instituto Feijoo del Siglo XVIII. Universidad de Oviedo. Oviedo, 2010.
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A primera vista, ello confirmaría lo que apunta el historiador español Roberto Breña cuando sostiene –citando la biografía escrita por Durán López–, que “la época en que se podía afirmar que Blanco era un olvidado ha quedado atrás”18. Pero sería conveniente contrastar tan merecida fiesta bibliográfica con lo que, a nuestro juicio, no fue tanto el carácter olvidado de Blanco White como la valoración devastadoramente negativa de la que fue objeto su obra periodística durante la segunda mitad del siglo xix, e incluso hasta bien entrado el siglo xx. Sus posiciones, a ratos cercanas, o al menos coincidentes con la política oficial británica respecto a la América española, llevó a construir un estigma tan poderoso en torno a Blanco White que en 1880, en su Historia de los Heterodoxos Españoles, Marcelino Menéndez y Pelayo lo calificaría de “anglómano”, definiendo su personalidad y obra en tono de amarga censura: “[F]ilibustero y abogado oficioso de los insurrectos caraqueños –sostenía Menéndez– fundó un periódico titulado El Español. Empresa más abominable y antipatriótica no podía darse en medio de la guerra de independencia. […] [D]esde el número tercero comenzó a defender sin rebozo la causa de los insurrectos americanos contra la metrópoli. […] Blanco […] no sólo se convirtió en campeón del filibusterismo, sino que tomó partido por Inglaterra en todas las cuestiones que surgían con sus aliados españoles” 19.
La andanada detractora no se limitaba a Menéndez y Pelayo ni, mucho menos, a la España de la segunda mitad del siglo xix. En 1910, al evaluar la obra de Blanco White, el periodista Manuel Gómez Imaz habría de sumarse también al coro de los desmerecimientos: “Obra deliciosa por su estilo y de amarga doctrina [se refiere a El Español], escrita bajo la protección de Inglaterra, cuando era nuestra aliada, en daño de la madre Patria en momentos en que mayor era su tribulación y más difícil la lucha que sostenía contra la invasión francesa”20. Junto a lo que Menéndez y Pelayo y Gómez Imaz le reprochaban a Blanco White por su crítica sistemática a los gobiernos de la Regencia española, y su defensa no menos sistemática de los ingleses o de las juntas americanas, vale la pena subrayar lo que BREÑA, R. “Blanco White”, 1.
18
MENÉNDEZ Y PELAYO, M. Historia de los heterodoxos españoles. Biblioteca de Autores Cristianos. Vol. II. Madrid, 1956, 911. 921. El destacado es nuestro.
19
GÓMEZ, M. Los periódicos durante la Guerra de Independencia (1808-1814). Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid, 1910, 133. El destacado es nuestro.
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otro autor peninsular, Antonio Alcalá Galiano, apuntaba en relación a Blanco White: “Volvió con violencia por el interés de Inglaterra contra el de España en todas cuantas disputas ocurrieron entre los Gobiernos […], y de los americanos ya en guerra con la antes su metrópoli, vino a ser [El Español] periódico de oficio” 21. No menos amarga será la censura que habría de correr a cargo de Julio Cejador y Frauca en 1917, quien en su Historia de la lengua y literatura castellana, señalaba que Blanco White indignó a España al fomentar la insurrección en las provincias de ultramar “gracias a que su periódico era muy leído en América” 22. Para otro autor como el sacerdote jesuita Pedro Leturia, Blanco White era –al decir de André Pons quien reseña el comentario– “uno de los liberales más peligrosos […], cuyos artículos eran reproducidos y comentados por los periódicos autonomistas de las Juntas Americanas” 23. En su Historia del Periodismo Español, fechado apenas en 1967, Pedro Gómez Aparicio se refería al liberalismo “intransigente y exacerbado” de Blanco White, e insinuaba que El Español había participado en la operación de desmembramiento del Imperio promovida por Inglaterra y con la complicidad de Francisco de Miranda24. Al mismo tiempo, habría que evaluar el juicio que Blanco White y El Español vinieron a merecerle, en la orilla opuesta del Atlántico, a historiadores como Carraciolo Parra Pérez, cuya obra, especialmente su Historia de la Primera República de Venezuela, es –como se sabe– referencia insoslayable a la hora de intentar cualquier valoración de la etapa que transcurre entre 1810 y 1812. Llama curiosamente la atención que, en líneas generales, Parra Pérez sea poco favorable a Blanco White. Y, más aún que, al hablar del editor sevillano, el historiador merideño desembarque sin preámbulos en el año 1811 para sentenciar, con toda la redondez de una condena, que “El Gobierno de Caracas no contaba en Londres con peor enemigo [que Blanco White]”25. ALCALÁ, A. “Crónica de dos mundos”, en De Cueto, L. Poetas líricos del siglo XVIII. Tomo 67. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid, 1869, 652-653. Citado por PONS, A. Blanco White et la crise du monde hispanique, 1808-1814. Vol. II. Université de Paris III, Paris, 1993, 1066. El destacado es nuestro.
21
CEJADOR, J. Historia de la lengua y literatura castellana. Vol. VI. Siglo XVIII, 1701-1820. Madrid, 1917, 289 y 293. Citado por PONS, A., Ibíd.
22
LETURIA, P. El ocaso del Patronato Real en la América Española. La acción diplomática de Bolívar ante Pío VII (1820-1823) a la luz del Archivo Vaticano. Razón y Fe Madrid, 1925, 119-120. 144. Citado por PONS, A. Ibíd.
23
GÓMEZ, P. Historia del Periodismo Español. Vol. I. Editora Nacional. Madrid, 1967, 76. Citado por PONS, A. Ibíd.
24
PARRA, C. Historia de la Primera República. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1992, 522-523.
25
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Obviamente, odios y prejuicios tan parejos de lado y lado, es decir, tanto de los viudos del poder peninsular, como de uno de los exegetas mayores de la causa insurgente en Venezuela, no sólo deben suscitar sospechas sino que plantean, en el fondo, un interesante problema. Los testimonios hasta aquí citados –los de Menéndez y Pelayo, Gómez Imaz, Alcalá Galiano, Julio Cejador y Frauca, el sacerdote Pedro Leturia, Pedro Gómez Aparicio y el historiador venezolano Carraciolo Parra Pérez– nos colocan ante la siguiente pregunta: ¿En qué punto del espectro se situaba entonces Blanco White para haber concentrado sobre sí el repudio de los círculos de poder en España y el repudio de la causa insurgente en América? La pregunta no permanece sin asidero. Y su respuesta, si cabe ensayar alguna, apunta hacia el hecho de que El Español fue tan favorable al autonomismo americano en 1810 y comienzos de 1811, como crítico y escéptico fue el tono que asumió su editor una vez que la declaración de Independencia absoluta proclamada por el Congreso de las Provincias Unidas de Venezuela, en julio de 1811, le hicieran ver en este expediente un paso prematuro, equivocado y lleno de veleidades jacobinas. Ahora bien, así como Parra Pérez despacha a Blanco sin hacer la menor alusión a las posiciones, argumentos y campañas con que el periodista sevillano abogó a favor del autonomismo caraqueño en 1810, también llama la atención que otro autor –en este caso, Carlos Pi Sunyer– sostenga que “el que tiene un valor histórico es el periódico de la primera época”26. Dicho en otras palabras, Pi Sunyer no sólo valora como positiva la posición asumida por El Español en 1810 sino, más aún, que las etapas siguientes apenas merecen su atención, basado en lo que él mismo llama el tono “desencantado”, “escéptico” e, incluso, “cansado” que va marcando el periódico de Blanco White. De hecho, Pi Sunyer lo resume en dos imágenes que pretenden contraponerse claramente: cuando habla de la prosa tersa y valiente de la primera época de El Español, frente a lo que considera más bien la prosa apagada y quejosa que sigue a partir de 1811. Aquí, por fuerza, diferimos de Pi Sunyer porque si algo llama la atención sobre la línea editorial mantenida por Blanco White es que abogó, de principio a fin, por una solución coherente al problema americano-español, y de allí que si fue entusiasta y enérgico al apoyar la causa autonomista de Caracas en 1810 era porque la juzgaba en sintonía con un fidelismo sincero hacia Fernando VII y, por tanto, en línea con su presupuesto básico del mantenimiento de la unidad del mundo español a ambos lados del Atlántico. De tal modo que si Blanco White cuestionaba la política de la Regencia
PI SUNYER, C. “El Español de Blanco White”, 319.
26
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por mostrarse insensible a la evolución de las circunstancias, o por desoír los agravios expuestos por los españoles-americanos, no significaba que, llegado el momento, aprobara actitudes rupturistas. Dicho en otras palabras, la oposición de Blanco White al Consejo de Regencia no terminó ganándole necesariamente el apoyo total de los españoles-americanos27. De hecho, uno de los testimonios que mejor retrata estos repudios que convergían sobre él corre por cuenta de su protector y amigo Henry Richard Vassall, tercer barón de Holland, quien dijo de Blanco White al escribirle al Duque del Infantado, en 1813: “Los americanos lo miran como enemigo de sus derechos e independencia y los españoles como fomentador de la rebelión”28. Esto resume lo que terminó siendo su voz atrapada en medio de la contienda, pero no explica hasta ahora el particular prestigio que entre los caraqueños llegó a cobrar El Español durante lo que Pi Sunyer califica como la “primera época” de ese periódico, y que Parra Pérez ni tan siquiera menciona al hablar de Blanco White en su Historia de la Primera República. Aquí conviene mencionar ante nada al órgano oficial de la Junta Suprema, la Gaceta de Caracas. Al darle amplia cabida a noticias procedentes del extrarradio, la Gaceta no sólo reflejaba así el estado de madurez alcanzado por los juntistas caraqueños sino que expresaba de esa forma el grado de conexión que el nuevo orden de cosas pretendía establecer con los eventos internacionales y el mundo exterior. Pues bien: ningún periódico se vio tan extensamente reproducido en sus páginas como El Español de Blanco White. Desde el 31 de agosto de 1810, en que la Gaceta reseñaba la novedad con que eran recibidas por primera vez las columnas de Blanco White, hasta el 18 de diciembre de ese mismo año, pueden contabilizarse dieciocho artículos o extractos de noticias tomados directamente de El Español. La importancia quedaba de manifiesto también en una carta de enero de 1811 que Juan Germán Roscio, Secretario de Estado para los Asuntos Exteriores de la Junta, remitía a Blanco29, en la cual señalaba que Caracas se complacía en haber sido la primera ciudad que logró captar la opinión de El Español a favor del Nuevo Mundo30. Además, BERRUEZO, M. La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra, 1800-1830. Ediciones Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana. Madrid, 1989, 122. 132.
27
Citado por JIMÉNEZ, G. La Gran Bretaña y la Independencia de México, 1808-1821. Fondo de Cultura Económica. México, 1991, 304-305.
28
Citado por AMUNÁTEGUI, M. Vida de don Andrés Bello. Publicaciones de la Embajada de Venezuela en Chile. Santiago, 1962, 79-80.
29
BERRUEZO, M. La lucha de Hispanoamérica, 124-125.
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el propio Roscio comunicaba a Blanco que la Junta Suprema había resuelto conferirle el título honorífico de ciudadano de Caracas, por haber sido justamente el primero en defender su causa31. Pero, en cuanto a influencias se refiere, el valor también corría en sentido inverso, a juzgar por el número de proclamas, manifiestos y circulares emanadas de la Junta Suprema y que, publicadas por Blanco White, hacían que el caso de Caracas se convirtiera prácticamente en sinónimo de la América española en las páginas de El Español. En conjunto, al menos en lo que hace al año 1810, existen más textos de origen caraqueño insertos en las columnas de este periódico que novedades procedentes de otras juntas regionales de América. Y, por si fuera poco, el propio Blanco White no dejaría de expresar su estimación hacia la calidad prosística y claridad argumentativa de los juntistas caraqueños, como lo hizo desde las páginas de El Español en octubre de 181032. Además, a la hora de comparar el tráfico de noticias extraídas de El Español con otros diarios citados por la Gaceta de Caracas salta a la vista un detalle que Pi Sunyer se hace cargo de no dejar inadvertido: el hecho de que esa voz, cargada de afinidades, tuviera la particularidad de llegar directamente en idioma español desde un lugar tan influyente como la capital británica, debía reafirmar cierta sensación de seguridad entre los juntistas caraqueños. Hay algo más que, en este caso, no agrega Pi Sunyer pero que no deja de ser igualmente relevante: que El Español estaba siendo leído y discutido en Cádiz, con todos los disgustos por un lado, o la afinidad que se podía sentir con sus conceptos, por el otro. Lo importante era que estaba siendo leído en Cádiz pues, de otra forma, no se explica que la prensa gaditana fuera la primera, como lo hizo incluso un órgano liberal moderado como El Observador, en calificarlo de “apologista de una causa infame”33 por el hecho de estar prestando sus páginas a las quejas, agravios y reivindicaciones proclamadas por los juntistas de Caracas y, en todo caso, por hallarse abogando a favor de una salida conciliatoria al conflicto que se había planteado tras la actitud disidente de Caracas frente a la Regencia. PONS, A. Bolívar y Blanco White. Separatas del Tomo LV-2 (julio-diciembre) del Anuario de Estudios
31
Americanos. Sevilla, 1998, 305. 509.
En una nota titulada “Caracas” y publicada en el N. VII de El Español, Blanco White apuntaba lo siguiente: “Las gacetas de Caracas que tengo a la vista llegan hasta el 22 de septiembre. Siento mucho no poder insertar varios documentos muy curiosos, y escritos superiormente, que contienen” (El Español, N. VII, 30 de octubre de 1810, 172).
32
Tal rezaba en una nota aparecida en El Observador: “Apologista de una causa infame. […] ¡Español espurio, digno de las maldiciones de su patria y de la proscripción eterna! […] Una gavilla de revoltosos engañó al pueblo de Caracas, y tú, de ellos vil órgano, quieres engañar al universo”. El Observador, N. 10, 7 de septiembre de 1810. Citado por PONS, A. Blanco White y América. Instituto Feijoo de Estudios del siglo xviii. Universidad de Oviedo. Oviedo, 2006, 223.
33
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Hasta El Semanario Patriótico, del cual Blanco White había llegado a ser uno de sus principales redactores antes de marcharse de España, se hizo cargo de sumarse a los descréditos: “Sus amigos lo desconocen, se avergüenzan de haberlo sido, se apresuran a manifestarlo […] Nosotros aprovechamos esta ocasión [para] decir que el editor del Español no se parece al editor que fue del Semanario Patriótico”34. Incluso, en las propias Cortes de Cádiz se aprovecharía para desmerecer de El Español y, por si fuera poco, solicitar su proscripción35, como lo hizo un diputado que calificó al periódico y su editor de esta manera: “Yo reconozco en El Español [a] un enemigo de su patria, peor que el mismo Napoleón. […] Este hombre, este desnaturalizado español, al abrigo de que la nación no puede castigar sus insultos, lejos de sostener la causa de su Patria, contribuye con toda eficacia a que perezca. […] En estas circunstancias creo que debe haber perdido el derecho de ciudadano español. Por tanto debe ser proscrito para siempre de su patria, puesto que tan descaradamente insulta” 36.
Básicamente, cabría preguntarse entonces: ¿En qué aspectos descansaba la simpatía de Blanco White hacia los juntistas de Caracas al punto de haberse ganado la malquerencia de buena parte de los círculos políticos gaditanos? En primer lugar, a juicio de Blanco White, lo que había operado en Caracas era una revolución sin violencia, algo que –dicho sea de paso– se habían hecho cargo de proclamar los propios caraqueños en sus comunicaciones con el mundo exterior. Pero había más. Según Blanco White, no se trataba de una revolución separatista sino antifrancesa, y tampoco la veía –como lo apunta el historiador francés André Pons– como “una simple revuelta, desordenada y efímera, sino [como] una decisión meditada” 37. El mismo Blanco White lo resumiría de esta forma desde las páginas de El Español: “[N]o es un movimiento tumultuario, y pasajero el de aquellos pueblos; sino una determinación tomada con madurez, y conocimiento, y puesta en práctica bajo los mejores auspicios, la moderación y la beneficencia. Esto es lo que respiran las proclamas; y las providencias del nuevo gobierno de Venezuela. Si viéramos empezar
Semanario Patriótico, N. 62, 13 de junio de 1811. Citado por PONS, A. Ibíd., 264.
34
CLAPS, M. “José María Blanco White y la ‘Cuestión Americana’. El Semanario Patriótico (1809) y El Español (1810-1814)”. México: Universidad Autónoma de México. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. Volumen XIX, 2006 www.iih.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc29/346.html [7/02/2010].
35
“Cortes de España. Sesión del 24 de mayo de 1811”. El Español, N. XVI, 30 de julio de 1811, 268-269.
36
PONS, A. Blanco White y América, 28.
37
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aquella revolución proclamando principios exagerados de libertad, teorías impracticables de igualdad como las de la revolución francesa, desconfiaríamos de las rectas intenciones de los promovedores” 38.
Además, mientras se tratara de un movimiento apalancado en la defensa de Fernando VII y de sus derechos, cabía pensar en la posibilidad de un avenimiento, siempre y cuando, del otro lado, el poder central español se eximiera de conductas contradictorias e hiciera plenamente efectivos los derechos de igualdad ya concedidos por parte de la extinta “Junta Central Gubernativa del Reino” al mundo americano-español. Esto era lo que, a fin de cuentas, conformaba el núcleo de la solución federativa y, por tanto, de la fórmula conciliadora que habría de propugnar Blanco White, desde sus columnas de El Español, para atajar la crisis general planteada en el mundo hispánico. Y si justamente saltaba a la vista alguna fórmula susceptible de salvaguardar tal posibilidad era mediante la participación equitativa del mundo americano en las Cortes instaladas en Cádiz. Sin embargo, cabe hacer una aclaratoria: con todo y que Blanco White no fuera personalmente partidario de una igualdad absoluta de representación dada la composición de la población americana, será él quien, desde El Español, se meta más de una vez a abogar por la reivindicación de ese beneficio y quien, más de una vez, en medio de la polémica, crea ver operando inmerecidas restricciones o, lo que era peor, segundas intenciones por parte de las Cortes a la hora de conceder tal derecho de representación. Ello era así puesto que, complejidades prácticas aparte, Blanco White compartía los principios que animaban la concesión de tal derecho. Para él, como para su protector inglés lord Holland, la participación americana en las Cortes no era sólo una manera eficaz de darle vigor a tal solución federativa sino indirectamente, y gracias a ello mismo, de restarle fuerza a las protestas americanas y restablecer la concordia dentro del mundo español39. De allí los continuos reclamos expuestos por Blanco White, a través de las páginas de El Español, cuestionando los mecanismos restrictivos que, a su juicio, hacían que las voces americanas hallaran dudosa cabida en aquellas Cortes. Lo mismo cabría decir acerca de su posición con respecto al libre comercio porque el testimonio de Blanco White tuvo, en ese sentido, el mérito de focalizarse también en un tema especialmente sensible para las juntas americanas. Al cuestionar el mantenimiento El Español, N. IV, 30 de Julio de 1810, 315.
38
PONS, A. Blanco White y América, 56.
39
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a todo trance del comercio exclusivo entre la Península y los dominios españoles-americanos, Blanco apelará a los siguientes argumentos: por un lado, aparte del carácter decididamente negativo que le confería al hecho de que la capital provisional de la España libre hubiese quedado asentada en “el centro mismo de la hostilidad contra América”, es decir, en Cádiz40, Blanco White habría de sostener que los intereses del sector mercantil de esa ciudad no eran necesariamente coincidentes con los intereses generales de España. Por otra parte, Blanco consideraba que si la Regencia insistía en poner de relieve los apremios económicos que significaba la guerra librada contra la intervención francesa, las contribuciones a España sólo podrían hacerse efectivas en la medida en que la libertad de comercio les proporcionara a las recién formadas juntas americanas el modo de derivar los recursos necesarios para continuar sosteniendo la causa española. En otras palabras, sólo si España cedía a la pretensión de controlar de manera exclusiva el comercio americano, las juntas de ultramar dispondrían de los medios para conceder tales socorros41. Sin embargo, tal grado de coincidencia, no sólo con los americanos españoles sino con los propios políticos ingleses que también abogaban por esa misma libertad de comercio, habría de sindicarlo como cómplice de una actitud sospechosamente filo-británica. Por otra parte, si en sus artículos publicados entre mediados de 1810 y mediados de 1811 Blanco White insistía en la idea de independencia (entendida ella, como él mismo la llamara, en la acepción de “gobierno interior”), era no sólo porque la consideraba necesaria al éxito de toda conciliación, sino porque la estimaba perfectamente compatible con el vínculo dinástico42. De allí que lo explicara dando a entender que no había diferencia alguna entre lo que había ocurrido en la Península y lo que podía estar ocurriendo en la América española: “Lo que puede exigirse de ellos es que no dividan la Corona de España; mas hasta ahora no han dado señal alguna de atentar a esto; si no es que se les quiera [acreditar alguna] intención siniestra, por la voz independencia de que han usado en sus proclamas. Mas si se considera la independencia en el sentido a que naturalmente la reduce el reconocimiento de Fernando VII que confirman los americanos al tiempo mismo de usarla, de ningún modo es contraria a los intereses de la actual Monarquía española. Independencia, reunida a la obediencia de los legítimos monarcas de España no
Quarterly Review, June 1812.
40
PONS, A. Blanco White y América, 91.
41
Ibíd., 53.
42
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puede jamás expresar separación de aquellos dominios. Independencia, entendida de este modo, es una medida de gobierno interior que todos los pueblos de España han tomado según les han dictado las circunstancias, y que no puede convertirse en delito porque la tomen los americanos” 43.
Esta situación, en términos de campañas y alegatos a favor de Caracas y, a la misma vez, de sarcásticas respuestas a sus detractores gaditanos, no habrá de variar de manera sustancial hasta octubre de 1811 cuando, noticiado de las novedades del Congreso Constituyente de Venezuela, Blanco White opte por replegar su voz amiga. A estas alturas habría que formularse la otra pregunta que, a fin de cuentas, resume la larga genealogía del repudio compartido hacia Blanco White: ¿En qué puntos se afincaban, a partir de entonces, sus discrepancias con los venezolanos insurgentes para terminar ganándose la malquerencia de éstos, como antes se había ganado la de sus propios compatriotas españoles? En octubre de 1811, seguramente por conducto de Luis López Méndez, emisario de Caracas en Londres, llegan a manos del editor de El Español las novedades que éste se apura a comentar. En el N. 19 de su periódico, correspondiente al 30 de octubre de 1811, y bajo el título de “Independencia de Venezuela”, Blanco White dejará correr los siguientes comentarios: “No veo, por cierto, en estos papeles aquel seso y madurez que admiré en los primeros pasos del Gobierno de Venezuela. Mientras más examino los que tengo a la vista, más señales encuentro de aquella agitación, de aquel hervor, que son indicios claros de que es una facción la que habla, en vez de todo un pueblo” 44. Estas noticias provenientes de Caracas que, al decir de la historiadora María Teresa Berruezo León recibirán de Blanco White “la calificación de imprudencia”45, no tardarán tampoco en resentir su propia interlocución con López Méndez. Así lo testimonian las palabras de éste al Gobierno de Caracas: “El Editor de El Español se ha quitado enteramente la máscara en contra de la América […] Yo siempre contaba con este proceder tan propio de un español”46. A partir de este punto, lo que comenzó a dibujarse como una brecha entre Blanco White y las juntas insurgentes era que el programa propugnado por el editor de El Español pretendía plantear una solución intermedia que no era la Independencia, pero El Español, N. V, 30 de agosto de 1810, 369-377.
43
“Independencia de Venezuela”. El Español, N. XIX, 30 de octubre de 1811, 42-50.
44
Citado por BERRUEZO, M. La lucha de Hispanoamérica, 104.
45
Luis López Méndez a Miguel José Sanz. Londres, 29 de octubre de 1811. Citado por PONS, A. Blanco White y América, 285.
46
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tampoco un retorno al statu quo ante47. Resulta preciso subrayar este punto dado que Blanco White, a través de El Español, tendió a poner el acento sobre el hecho de que no sólo la América española sino también el régimen peninsular reclamaba cuidados y reformas. Pero nada de esto, como va dicho, lo invitaba a aceptar la idea de separatismo. Además –y el detalle es muy importante– si bien, hasta entonces, Blanco White había atribuido la progresiva radicalización de los venezolanos a la conducta asumida por la Regencia y las Cortes, ésta era la primera vez que los responsabilizaba directamente de la ruptura. Se trataba de una posición, a todas luces, nueva48. Así lo da entender el historiador André Pons cuando señala: “Actitud nueva […], y al mismo tiempo perfectamente coherente: habiendo preconizado sin cesar la reconciliación y el compromiso, y habiendo puesto en guardia continuamente a los criollos contra el separatismo y la ‘revolución completa’, Blanco no podía en modo alguno aprobar la independencia total y la república en Caracas” 49. Pero hay más: si aquello –como apunta Berruezo León– “daba al traste con sus esperanzas de mantener la unidad de la Monarquía española”, tampoco perdamos de vista lo que señalaba el propio Blanco White al referirse al concepto según el cual, en Caracas, era “una facción la que habla[ba], en vez de todo un pueblo”. Aquí, evidentemente, obraban sus prevenciones frente a lo que llamaba “minoría de exaltados”, a quienes definía como “jacobinos” y que habían jurado imponer la dictadura de sus clubes. Esas serán exactamente sus palabras en otro artículo que correría inserto en el mismo N. 19 de El Español 50, y donde abundaba sobre el tema de las similitudes francesas que creía observar en el caso de Venezuela y que, por ello mismo, despertaban sus mayores reservas. Se refería allí, por ejemplo, a la Declaración del Pueblo proclamada en Caracas y, al considerarla lisa y llanamente un remedo de la Declaración de los Derechos del Hombre, dirá que no podía sino hacer “estremecer a cualquiera que se acuerde de su modelo […] de que es una imitación servil”51. Parejo a estas noticias, el hecho de que el Ejecutivo venezolano hubiese adoptado un código de imprenta llevaba a Blanco White a observar la contradicción que existía “entre los principios de aquel régimen, proclamados por el Congreso, y su práctica política”52, PONS, A. Blanco White y América, 48.
47
Ibíd., 141.
48
Ibíd.
49
“Reflexiones sobre la conciliación de España y sus Américas”. El Español, N. XIX, 30 de octubre de 1811, 51-58.
50
“Resumen”. El Español, N. XIX, 30 de octubre de 1811, 79-80.
51
PONS, A. Blanco White y América, 145.
52
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en este caso, en términos de la adopción de ese código cuyos alcances e implicaciones resumía de la siguiente manera: “A esta declaración de derechos del hombre acompaña un reglamento sobre la libertad de imprenta que de todo permite hablar menos del sistema de gobierno que ha adoptado Venezuela; esto es, de lo que más importa a Venezuela que se hable. Es verdad que hablar contra los principios fundamentales de un gobierno es tratar de echarlo por tierra. Es verdad: pero de este modo cualquiera que se apodere de las riendas del gobierno tiene igual probabilidad de quedarse mandando” 53.
De allí que, al anticiparse a creer que El Español sería censurado en Caracas, se adelantaba a anunciar también lo que sería su nueva línea programática: hablarle, ya no a las Provincias de Venezuela, sino a los moderados del resto de la América española. Precisamente como el “Reglamento de Imprenta” al cual aludía establecía que “[l]os autores, editores o impresores que publicaren escritos contrarios al sistema de Venezuela […] serán castigados con el último suplicio”, Blanco White apuntaba no sin un dejo de sarcasmo: “Si mis reflexiones no sirven ya para Venezuela, si por ellas me condenarían allí al último suplicio, podrán tener algún peso para con las gentes moderadas de lo demás de América” 54. Sería muy prolijo citar ejemplos de otras prevenciones en torno al caso de Venezuela que se fueron acumulando en las páginas de El Español. Pero vale la pena señalar dos en particular, una que aparecía publicada en el mismo número de octubre de 1811, y otra que correspondería más bien al mes de octubre del año siguiente. En octubre del 11, en tono lleno de ironía, a Blanco le parecía inexplicable que los venezolanos rompiesen su voto de fidelidad al vínculo dinástico pero que, al mismo tiempo, se cuidaran de no renunciar a los misterios divinos. Lo decía en el sentido de haber recibido noticias de que los dirigentes que habían proclamado la República en julio de ese año juraban defender el misterio de la Inmaculada Concepción. Se preguntaba entonces Blanco White: “¿Qué tiene que ver con la independencia el misterio de la Concepción, que así hacen jurar defender ambas cosas a un mismo tiempo? Si misterios sirven para fundar Repúblicas, ¿tan malo es el misterio de Fernando VII?” 55. Al año siguiente, en octubre de 1812, al lamentar lo ocurrido en la Provincia de Venezuela tras el devastador terremoto del 26 de marzo, Blanco White dejaba deslizar un comentario que podría sonar inmerecidamente cruel frente al saldo humano y material “Resumen”. El Español, N. XIX, 30 de octubre de 1811, 80. El destacado es nuestro.
53
Ibíd.
54
“Independencia de Venezuela”. El Español, N. XIX, 30 de octubre de 1811, 42-50.
55
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del terremoto si no fuese porque El Español se encargó de brindarle a su lectoría amplias y sentidas noticias acerca de lo ocurrido. El caso era que, utilizando una metáfora de actualidad, sus convicciones antifrancesas lo llevaban a juzgar, una vez más, los inconvenientes que había acarreado el separatismo venezolano en términos de un “terremoto filosófico”, aún peor que el sismo natural que había asolado a aquellas regiones. Comparando lo que para él había sido la entusiasta y genuina experiencia de 1810 con lo que había seguido luego, apuntaba: “[Los de Caracas] pusieron al frente de ella algunos hombres prudentes que la dirigieron algún tiempo con tino. Mas ora fuese que entre ellos estaban las cabezas exaltadas que luego aparecieron, o fuese que acudieron después al olor de la presa, llegó el funesto día en que estas personas pudieron gobernar al mal fraguado Congreso de Venezuela y se verificó en aquellos países el terremoto filosófico de la declaración de independencia, que los conmovió hasta los cimientos”56.
La parábola que llevó a Blanco White a recibir el título de ciudadano honorífico de Caracas en 1810 y, menos de un año después, a ser proscrito por los mismos promotores de esa distinción, nos lleva también a concluir estas líneas. En resumidas cuentas, la propuesta intermedia que Blanco White formulaba entre Independencia absoluta y continuidad de pertenencia era, como se ha visto, una solución de tipo federal entre la España metropolitana y la España ultramarina, tal como la había proclamado insistentemente desde las páginas de El Español al amparo de diversos argumentos y alegatos. Se trataba, a su juicio, de la solución menos traumática y la que, a fin de cuentas, podía acudir en rescate del mundo español ante el riesgo de su trágica e irreversible desintegración. Ese mismo argumento fue el que, en esencia, utilizó Edmund Burke en su “Speech on conciliation with America” de 1775, abogando a favor de que el Parlamento inglés hiciera las concesiones necesarias que evitasen la secesión total del mundo británico en la América del Norte. Y de allí fue sin duda que, en sintonía con la mentalidad liberal y reformista de Burke, de quien además llegó a ser impenitente lector, Blanco White tomó prestada la idea a fin de adaptarla y aplicarla a su vez, en 1810, a las particularidades de la América española. Lo hizo sólo para verse, al igual que Burke, con las manos vacías al final de la jornada. Y en su caso, para que la suya terminara convirtiéndose en una voz irremisiblemente atrapada en medio de la contienda y, por tanto, valorada de forma negativa hasta su reciente rehabilitación, iniciada apenas en la década de 1970. “Carta al Americano sobre la rendición de Caracas”. El Español, N. XXX, 30 de octubre de 1812, 410-425.
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DOS TESTIGOS DEL 19 DE ABRIL
Presentamos las narraciones que sobre el 19 de abril de 1810 hacen Vicente Emparan y Francisco Javier Yanes. Ambos son actores de los hechos de ese día. Vicente Emparan es la autoridad española depuesta por Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII que se instala ese día. Francisco Javier Yanes participa en los sucesos desde un segundo plano, pero su figura crecerá entre los patriotas hasta convertirse en uno de los firmantes del acta de la independencia. La relación de Emparan es redactada días después de su llegada a Filadelfia, al ser expulsado de Venezuela por la Junta, y tiene como destinatario al rey. Informar los hechos acaecidos y hacer un somero análisis de la situación, son los principales objetivos de este texto. El texto de Francisco Javier Yanes es un extracto de su obra Compendio de la historia de Venezuela desde su descubrimiento hasta que se declaró estado independiente publicada en 1840. Muy por el contrario, priva en este texto el interés histórico y el prolongado tiempo que ha pasado desde los sucesos. Mientras Emparan usa palabras como rebeldía e insurrección, llama la atención la parquedad de Yanes al relatar los sucesos del 19 de abril abril, no hay frases grandilocuentes ni referencias que asocien esta fecha con el inicio de la independencia. No cree el realista en las loas a Fernando VII; ni hace referencia el patriota a la gesta de emancipación. De lo que si dan cuentan ambos, cada cual con sus diferencias claro está, es del enfrentamiento entre los mantuanos y las autoridades reales en Venezuela. Los manejos políticos, las estratagemas y operaciones que cada bando hace para el logro de sus objetivos. Las ambiciones de unos y los abusos de los otros como detonantes de los hechos. Dan cuenta, también, ambas narraciones del precario estado en el que se encuentra la corona para ejercer el control de las colonias debido a la lucha que mantiene en Europa contra Napoleón Bonaparte. Seguros estamos de que ambas narraciones resultarán de sumo interés para el lector en el marco del Bicentenario.
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RELACIÓN DE EMPARAN AL REY*
Dos veces he dado cuenta a V. M. de la rebelión de Caracas, o más bien, de la de algunos hombres desleales por naturaleza, ignorantes y ambiciosos, los mismos que fueron presos y acusados por el Regente Interino Don Joaquín de Mosquera, por haber intentado el establecimiento de una Junta para absorberse el mando universal de la Capitanía General y los mismos sin duda con quienes contaba, no sin fundamento, Francisco Miranda, cuando con fuerzas tan débiles se atrevió a desembarcar en la costa de Coro. La primera la escribí a V. M. aprovechándome de un momento de descuido que tuvo conmigo una guardia de veinticinco húsares y dos oficiales y un Diputado de la Junta revolucionaria que nos custodiaba. No tuve lugar para más y no fue para dicha, poder hallar persona que la llevase a tierra y entregase a un amigo que se encargó de remitirla a mi corresponsal, Don Gaspar de Amenabar, residente en Cádiz, debió ser el 23 ó 24 de abril. Y el 2 de junio la que dirigí de Norfolk con copia de la que hice a Don Luis de Onis, Ministro de V. M. en los Estados Unidos, sin poder extenderme a más por no dar tiempo el barco que iba a dar la vela. De Norfolk hemos pasado apresuradamente a Filadelfia para adquirir noticias y acordar con nuestro Ministro los medios que debamos adoptar para reducir al vasallaje y obediencia a los revolucionarios de Caracas. Privados de comunicación desde la mañana del 20 de abril (Jueves Santo)1 no tuvimos arbitrios para saber las operaciones, ni menos para dar aviso de la rebelión a los Virreyes de Santa Fe y Méjico, al Gobernador de La Habana y a los de las Provincias subalternas de la Capitanía General de Caracas. Ahora le doy parte al Virrey de Méjico y Gobernador de La Habana, solicitando auxilio para poder volver a alguno de los puertos de la Capitanía General si, como lo espero, se conservan fieles. Esto podría saberse por los buques, que regresen de aquella costa. *
Tomado de El 19 de Abril de 1810. Caracas, Instituto Panamericano de Geografia e Historia, 1957, pp. 17-31
El Jueves Santo fue 19. Este punto lo hemos verificado con un almanaque de la época, ejemplar de la Biblioteca Nacional. París.
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Me parece que ninguna de las Provincias de la Capitanía General, se someterá a la Junta Revolucionaria de Caracas. Solamente me recelo de la Guayana, a causa de la enemistad que reinaba entre los Alcaldes y el Gobernador o de un escribano llamado Roscio, que está unido a los Alcaldes y es hermano de uno de los de la Junta Revolucionaria. También podrá ocurrir alguna novedad respecto al Gobernador de Cumaná, porque no estaba visto con el pueblo; pero Cumaná nunca se someterá, a lo que me parece, a la Junta de Caracas ni se sustraerá del vasallaje de Fernando VII, nuestro amado Soberano. El modo como los revolucionarios de Caracas se sustrajeron fue el siguiente: Yo recibí la correspondencia conducida por el correo Pilar, del mando de Don N. Topete al mediodía del 17 de abril (miércoles Santo)2 al momento fijé carteles avisando al público3 que tenía que comunicarles noticias muy importantes y que las había mandado imprimir y copiar por Secretaría a fin de informarle lo más pronto posible. Había yo adoptado este método de franquearme con el pueblo, a fin de ganar su confianza y desvanecer los proyectos y malignas intenciones de espíritus revoltosos, que diariamente esparcía especies peligrosas con el designio de infundir desconfianza del Gobierno y disponer al pueblo a la revolución. Ya corría por el pueblo que toda España estaba en poder de los franceses, ya que el Gobierno tenía orden para proclamar a la Reina de Portugal por Soberana de España e Indias, y que al efecto había mandado que todos los indios circunvecinos viniesen armados a la capital para proclamarla. Y como hubo un intermedio de dos y medio meses, sin que se recibiese noticia alguna de España, los mal intencionados tuvieron lugar y pretexto para discurrir y esparcir una multitud de mentiras semejantes, que aunque absurdas, palpables hacían su efecto en el ignorante pueblo. Por lo que me pareció darle un manifiesto haciéndole conocer claramente el cúmulo de desatinos con que hombres inquietos, mal hallados con su suerte pretendían alucinarle para que desconfiase del Gobierno asegurándole de que no había tenido noticia oficial, ni confidencial de España en los dichos dos y medio meses y prometiéndole que siempre que las recibiese por cualesquiera vía se las haría saber, como en efecto se las fui comunicando puntualmente. Inculqué principalmente en mi manifiesto sobre la necesidad imprescindible en que el pueblo y el Gobierno estaban de asegurarse de una gran confianza
18 de abril. Dice Restrepo que esta correspondencia la recibió el 17.
Dice Restrepo que anunció el 18 la invasión de las Andalucías por los franceses y la dispersión de la Junta Central.
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recíproca: que siendo miembro de un mismo cuerpo y todos vasallos fieles y amantes de Fernando VII, no podían menos que ser comunes nuestros intereses; que en el tiempo que les gobernaba habían experimentado mi conducta desinteresada y justificada, y que estaba persuadido a que no había persona que con razón pudiera quejarse de mí. Últimamente les exhortaba a que se mantuviesen tranquilos y fieles como siempre a su amado Soberano, pues cualquiera que fuese la suerte de la Madre Patria les convenía evitar toda confusión y tumulto para asegurarse su felicidad. Con este y otros manifiestos, pero principalmente con mi honrado proceder, gané efectivamente la confianza del pueblo, y en término que los mismos revolucionarios lo atestiguaron en mi presencia y fuera de ella. En mi presencia, cuando en medio del tumulto pregunté en voz alta si había alguno quejoso de mí y muchos respondieron «no señor» «no, ninguno». Y fuera de ella, cuando los mismos revoltosos dijeron que ningún Gobernante habían conocido tan justificado, laborioso y hombre de bien como yo. Pero como muchos de los que en Caracas llaman mantuanos, que son la clase primera en distinción, estaban poseídos del espíritu de rebelión, dos veces intentada y desvanecida, y es de la misma, de sus partes y deudos la oficialidad del cuerpo veterano y de las milicias, fraguaron la revolución adjudicándose ascensos y aumentos de sueldos con prest doble a la tropa; y en la mañana del 20 de abril4 fuimos sorprendidos y arrestados la Real Audiencia con excepción de Don Francisco Berrío (a quien nombraron Intendente) era Fiscal de la Real Hacienda; y Don Francisco Espejo, que lo era interino de lo Civil; ambos criollos; los Comandantes de Artillería y Campo volante Don Agustín García y Don Joaquín Ossorio; el Intendente Don Vicente Vasadre, mi asesor y Don J. Vicente Anca y yo; en la noche del 22 al 23 fuimos conducidos los oidores Don Felipe Martínez y Don Antonio Álvarez, los dos Comandantes y yo al bergantín Pilar, donde nos dejaron incomunicados, siempre bajo la custodia de un Dp°. de la J. R., dos oficiales y veinticinco soldados. También fue conducido el Coronel Don Manuel del Fierro y el Intendente y asesor; pero Fierro fue desembarcado y quedó en La Guayra con los otros dos a quienes y al Fiscal de la Audiencia, Don José Gutiérrez Rivero les han dado otro destino. Acá nos han dicho que los remitieron para España y que desembarcaron en Puerto Rico.
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¿Dice acaso el 20 por confundirlo con el 19 ó fue que los prisioneros ocurrieron efectivamente en la mañana del 20? Los datos que tenemos inducen a establecer que se efectuaron el 19.
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Ni el comercio, ni el clero, ni el pueblo en general, ni un solo hombre de juicio y probidad han tenido parte alguna en la revolución de Caracas; todos generalmente estaban contentos con el Gobierno, la audiencia y también de los oficiales expulsos. De aquí es que, temerosos los revolucionarios de alguna conmoción popular en favor nuestro se precipitaron por arrojarnos y dieron órdenes repetidas para asesinarnos en el momento que se observase cualquier movimiento. Los revolucionarios tomaron por pretexto la disolución de la Junta Central a quien reconocían. Si hubiese existido le habrían tomado de su existencia. Dijeron que no querían reconocer la Regencia porque ignoraban quién la había instaurado. Ahora, para alucinar al pueblo americano, han hecho insertar en las Gacetas de este país que el pueblo de Cádiz es el que la ha instaurado. Decían al pueblo (esto es, a 400 ó 500 hombres que contenía la casa Capitular, casi todos, si no todos, de su facción) que la España estaba perdida sin recurso: que no quedaba a los españoles sino Cádiz y la isla de León, cuando yo me esforzaba a que el pueblo supiera el verdadero estado de la España e instaba que viniese mi Secretario con la correspondencia que acababa de llegar para que el pueblo viese que Galicia, Asturias, Extremadura, Valencia, Murcia y otros grandes Departamentos estaban sin un francés y con ejércitos españoles, alzaban el grito para que no fuese yo oído, repitiendo que no tenían necesidad de leer más papeles, que estaban cansados de leer papeles, que no contenían sino paparruchas y mentiras para engañar al pueblo, y por más que me esforzaba en que los leyesen, porque nunca podía perjudicarles el ver su contenido, que de lo contrario, engañaban al pueblo cuya voz pretendían representar, no fue posible conseguirlo... De este modo estuvimos en la sala Capitular los que luego fuimos presos, rodeados de los revolucionarios armados y prontos a asesinarnos. Un Don José Cortés de Madariaga, chileno, Canónigo o Racionero de Caracas, que se hizo diputado del pueblo, tomó la voz y dijo que el pueblo pedía que yo dejase el mando. Respondí que ni él era diputado del pueblo ni creía que éste lo pedía. Me levanté de mi asiento y asomándome al balcón dije en alta voz: si era cierto que el pueblo quería que yo dejase el mando, y los que estaban más inmediatos y a distancia de percibir lo que se les preguntaba, respondieron «no, señor, no», pero otro más distante a quien los revolucionarios hacían señas del balcón porque no me podían oír, y era sin duda de la chusma que tenían pagada, dijo que sí: y sobre este sí de un pillo, los mantuanos revolucionarios me despojaron del mando, obligándome a que les transfiriese al Cabildo, que hizo cabeza de la rebelión, por más que pretexté la nulidad del Acto pues no estaba yo autorizado para renunciarle.
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Desde que llegué a Caracas procuré ganar a las primeras personas principalmente, a los que habían sido encausados por la pretendida Junta, que me parecían más peligrosos. En efecto, conservaba buena correspondencia con ellos, y con especialidad con la familia del Marqués del Toro, que es muy dilatada y está emparentada con todas o las más de la ciudad. Había traído conmigo a su hermano Don Fernando, Capitán de Guardias Españolas, y tenía muchos motivos para pensar que me sería fiel amigo. De este modo los observaba de cerca, y nunca noté en ellos cosa que me diera indicios de descontento: antes bien, me aseguraron más de una vez que la nobleza estaba muy satisfecha de mí y que nada tenía que recelar de ella. Pero su deslealtad estaba muy arraigada: no había otra tropa europea que ciento treinta soldados del Regimiento de la Reina; parte de ellos destacados en La Guaira y Puerto Cabello. Miraban a la España imposibilitada de auxiliar a los Gobiernos ultramarinos y todo les brindaba a aprovecharse de la oportunidad de sacudir el yugo español y lograr la independencia, objeto perenne de sus ambiciosas ideas. Pocos días antes que llegase Don Antonio León5 titulado de Marqués, a quien esperaban por momento y con ansia los Toro y otros, sus parientes y amigos, empezaron a sentirse algunos rumores de insurrección por pasquines y anónimos, pero no me fue posible encontrar los autores. Llegó Don Antonio León y fueron tomando más cuerpo y energía. Yo me manejé con éste con la misma política que con sus parientes los Toro, procurando ganar su amistad y confianza. Mirábale animado y con comisiones de la Junta Central, en prueba de la confianza que ésta tenía de él. A pocos días de su llegada se fue a sus haciendas de Maracay, diciéndome que ya no volvería a Caracas en largo tiempo. Algunos días después me pidió licencia el Coronel Don Fernando Toro, Comandante General de Milicias para los Valles de Aragua y no se la di, diciéndole que por entonces no convenía que se ausentase. Pasaron ocho o diez más y volvió a solicitarla por muy poco tiempo, exponiéndome la necesidad de revisar las milicias de Aragua y la precisión de mucha importancia por sus intereses y se la concedí. Después la solicitó su hermano el Marqués a quien no tuve reparo en dársela; ambos a dos estaban comprometidos en la insurrección como creo que León lo estaba, pero tuvieron algún rubor de aparecer ingratos descaradamente. Sin embargo de que Don Fernando me manifestó lo contrario en la adjunta carta6 que me escribió al bergantín Pilar en la que pondera el gozo y júbilo que le
Marqués de Casa de León.
Se verá más adelante.
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posee al ver libre a su país y al principio de su felicidad. Esta carta es una prueba evidente de su infidelidad, de la de sus hermanos y de la de Don Antonio León, con quien los Toro están unidos íntimamente por amistad y parentesco, del mismo modo que lo estaban en la anterior tentativa del establecimiento de la Junta. No habrían entrado los Toro en la conspiración si León les hubiera disuadido, ni habría podido verificarse ésta sin su voluntad, porque siendo sabedores de ella, como lo eran sin que pueda dudarse, habrían avisado al Gobierno y se hubiera desvanecido. Pero León, hombre rico y más ambicioso que rico todavía, estaba acostumbrado a mandar la Audiencia y también al Gobierno, y quería continuar mandando. Esta ambición insaciable fue sin duda lo que le indujo a tramar la precipitada Junta. Entonces se señalaron como ahora los dos hermanos Montilla, Don Mariano y Don Tomás, jóvenes, viciosos y osados. Seis o siete días antes de la insurrección pretendí aprehender al Don Tomás para expulsarle del Distrito de la Capitanía General por haber sido advertido que la noche anterior se había juntado en el Cuartel de la Misericordia con tres hijos del Teniente Coronel Don Francisco Carabaño, con dos hermanos Ayala, con Don Juan del Castillo y Don Diego Xalón, oficiales del Cuerpo veterano de la Reina de Milicias, y el último de artillería, y tratado de sublevar la ciudad. Como el aviso me fue dado por un medio oscuro e insuficiente y tenía otras pruebas, no me pareció deber exponerme a una actuación peligrosa en aquellas circunstancias, al paso que inútil para la comprobación del delito, y hube de preferir el medio de dispersarlos destinándolos a Maracaibo, Cumaná, Guayana y Barinas; pero ni a Castillo, Oficial de milicias, ni a Montilla, paisano, pude encontrar por haberse ocultado. Entonces escribí a Don Antonio León instándole que prontamente viniese a Caracas. Vino en efecto, y le dije que se hiciese cargo de persuadir a la madre de Don Tomás Montilla de que inmediatamente lo alejase de la ciudad y en la primera ocasión le embarcase para España, porque el Gobierno no podía menos de castigar severamente sus excesos. Don Antonio León estaba harto mejor informado que yo de la calidad y número de los conjurados, según después se ha visto; pero lejos de descubrírmelos se limitó a decirme que todo se había desvanecido con mi último manifiesto, y no creo que dio paso alguno sobre la expulsión de Montilla. Yo vi a lo menos a este mozo desde mi casa y prisión agavillando una multitud de pillos negros y mulatos, y después he sabido que León se halla de Presidente de la nueva Audiencia. Los Toro volvieron a la ciudad luego que tuvieron noticia de la insurrección. En el acto de ella y en mi presencia nombraron Comandantes Generales de las Tropas al Sargento Mayor Don Nicolás de Castro y al Capitán del batallón de San Pablo,
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Ayala, hermano de los que expulsé, Comandante de La Guaira, al Teniente Don Juan Escalona. De Artillería al Ayudante de Milicias Don Luis Santinelly. Hicieron Capitanes de Subtenientes, de Cadetes y Sargentos, y dieron otros empleos militares duplicando o aumentando sueldos y doblando el prest de la tropa. Prescindiendo de su predisposición a la Independencia, mucho debe haber contribuido a la infinidad de los oficiales, principalmente del cuerpo veterano, el largo tiempo en que han estado esperando sus ascensos. Cuatro y medio años tenían de fecha sus propuestas y estaban aburridos de aguardar sus resultas, tanto más cuanto que estaban admirando los rápidos ascensos de los del Regimiento de la Reina, principalmente. En las que yo remití últimamente iban Subtenientes propuestos para Capitanes con arreglo a su antigüedad y así los demás respectivamente. Como yo conocía la disposición inquieta de sus ánimos y su aburrimiento y consideraba las peligrosas críticas circunstancias en que me hallaba, sin poder esperar auxilio alguno de la Metrópoli, tenía particular cuidado en que supiesen los esfuerzos que hacía por sus ascensos, recordándoles al mismo tiempo el grande conflicto en que se hallaba la España, el cual conflicto necesariamente había de absorber la atención del Gobierno y Ministro de la Guerra, asegurándoles que su atraso no podía provenir de otro principio y precisamente llegarían en los primeros correos, instándoles por último a que todavía tuviesen paciencia. Pero no podía ser durable este estado violento de sus ánimos, ni podían alimentarse de mis promesas estériles. Y así en cuanto sus hermanos y parientes les halagaron con ascensos y aumentos de sueldo se vinieron a ellos y consolidaron la insurrección, sin que hubiese uno sólo que se hubiese atrevido a oponerse a ello, aunque no creo que todos los oficiales españoles hayan entrado a ella de buena voluntad. Si ya no están los mantuanos arrepentidos de su desatinada insurrección muy poco pueden tardar en arrepentirse; pero siempre será tarde. El mismo día en que sucedió aquel hecho hubo capitanes de pardos que pidieron igualdad en grado y sueldo como los del Ejército, y fue menester concederlo. Otro se sentó al lado del orgulloso Presidente Marqués de Casa León, y hubo de sufrirle más por temor que de voluntad. Como quiera que los mulatos y negros son diez o doce por un blanco, habrán éstos de sufrir la ley que aquéllos quieran imponerles; y siempre están expuestos a los mismos desastres que sufrieron los franceses dominicanos: tal es la felicidad que se han traído los insurgentes de Caracas con su revolución. Si el mal no comprendiera sino a los revolucionarios, podrían estimarse como un castigo merecido de su deslealtad y locura, pero será doloroso que se extienda a los inocentes del propio país y otros del Continente americano.
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Por cartas del Gobernador de Maracaibo Don Fernando Mijares7 que acaba de recibir Don Luis de Onís, sabemos que Maracaibo y Coro han reconocido la Regencia, afirmándose más y más en su fidelidad. Espero que sigan su ejemplo las demás Provincias. Dios guarde a V. M. muchos años. Vicente de Emparan
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Contando que Onis contestó la carta de Mijares a que se refiere Emparan, en Filadelfia, a 14 de junio, el informe de Emparan al Rey, que está sin fecha, debió ser fechado a mediados de igual junio, cuando dice en éste que Onis acaba de recibir informes de Mijares.
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CARTA DE DON FERNANDO TORO A EMPARAN Señor Don Vicente Emparan. Muy señor mío: Penetrado como debo del júbilo más puro al ver nacer la gloria y felicidad de mi Patria, mi corazón gime al mismo tiempo al contemplar el mísero estado a que la Providencia lo ha reducido. Ninguna potestad divina ni humana condenarán jamás estos sentimientos, aunque parezcan contrarios entre sí, y aun mucho menos que cumpliendo yo con los santos derechos de la humanidad, ofrezco a usted con la mayor cordialidad y sincero afecto, todos los servicios personales y pecuniarios que estén bajo la esfera de mis facultades propias como hombre: como ciudadanos, mis esfuerzos, votos y servicios no tendrían todos otro objeto que la salvación de la Patria, y mantenimiento del sabio Gobierno que nos rige y la gloria de mis conciudadanos. Reitero mis ofertas, repito mis protestas y ruego a usted con la candidez de mi corazón, cuente dejar en Venezuela el más leal amigo de su persona y seguro servidor, q. b. s. m., Fernando Toro Caracas, 25 de abril de 1810.
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LA REVOLUCIÓN.—LLEGADA DE EMPARAN A LOS ESTADOS UNIDOS CARTA DE EMPARAN A ONIS.—NORFOLK, 31 DE MAYO DE 18108 «Habiendo llegado a Caracas un correo de Cádiz el 19 de abril último, con la novedad de la entrada de los franceses en Andalucía, reforma de la Junta Central y establecimiento del Consejo de Regencia, fuimos sorprendidos y presos, yo Capitán General y Presidente de la Real Audiencia, y los señores Ministros de ella, Don Felipe Martínez, Oidor Decano, Don Antonio Julián Álvarez y Don José Gutiérrez del Rivero, Oidores, el Intendente General Don Vicente Basadre, el Brigadier Don Agustín García de Carrasquedo, Comandante General de Artillería, el Teniente Coronel Don Joaquín Osorno, Comandante del Campo Volante y el Auditor de Guerra, Comandante Gobernador Don José Vicente de Anca, lo cual se ejecutó en la mañana del 20 por el Cabildo secular de la capital de Caracas y otros ligados con ellos, pretextando que no quería el pueblo reconocer el nuevo Gobierno del Consejo de Regencia, expresando al mismo tiempo que la Provincia se declaraba independiente. Todos los que dejo nombrados fuimos conducidos a La Guaira el 22, a excepción del Oidor Rivero, que creo fue dejado hasta que saliera su mujer del parto que parece sobrevino al mismo tiempo. El Intendente y el Auditor fueron puestos en un Castillo cada uno de La Guaira, tal vez en consideración a sus mujeres e hijos. Los demás fuimos embarcados en el acto de nuestra llegada a La Guaira en el bergantín Nuestra Señora del Pilar, custodiados por un oficial del Batallón veterano y veinticinco hombres de tropa, y hemos llegado anoche a este puerto, de donde pensamos los dichos cinco pasar lo más pronto posible a presentarnos a V. S. para acordar lo que más convenga, con cuyo motivo no me extiendo más en esta relación de una ocurrencia de tanta gravedad, y por otra parte tengo el de que me hallo muy incomodado de vómito, por revolución de las bilis, que no me permite escribir de mi puño ni detallar más que lo preciso para que V. S. sepa la razón de nuestra venida. Sólo debo añadir que ignoro cómo haya sido recibida dicha novedad en el resto de la Capitanía General, porque en la prisión mía en casa y de los demás en calabozos a pretexto de mirar por nuestra seguridad, nada hemos podido saber; pero estoy persuadido a que este atentado ha sido visto con horror por la generalidad, aun en la misma capital. Dios, etc., etc.»
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Me parece que Emparan no apareció debidamente, tal vez por el estado de su espíritu con motivo de su caída, la carta caballeresca y amistosa que de despedida le pasó Toro a bordo del bergantín “Pilar”, donde se encontraba preso. (Nota de Carlos A. Villanueva que encontró el original.)
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EL MINISTRO DE ONIS Y LA REVOLUCIÓN DEL 19 DE ABRIL Filadelfia, 31 de mayo de 1810. La primera noticia de la Revolución de Caracas llegó a Filadelfia el 31 de mayo llevada por un barco que había zarpado de La Guaira el 3 de dicho mes9. Onis informó a Bardaxi y a Agara en el mismo día; y le dice «que la Provincia se había declarado independiente; que había reducido a prisión a varios empleados, nombrado Ministros para Londres y Washington, y que los caudillos revolucionarios declaraban que se someterían a Fernando VII cuando se hallare restablecido en su trono». El 2 de junio10 le confirma las noticias transmitidas en el despacho anterior, y le agrega «que el pretexto alegado por los revolucionarios era: la noticia que han forjado de que la España está conquistada por el tirano, incluida la isla de León; que sólo quedaban en Cádiz cinco mil hombres con los cuales no podía sostenerse; que el Rey intruso, además de un ejército de 300.000 franceses, tenía otro de 30.000 españoles; que la Regencia nombrada por la sola ciudad de Cádiz no era legítima ni conveniente obedecerla; que en tal situación y hasta tanto que estuviese libre Fernando VII querían gobernarse independientes». Se atribuyó en gran parte la Revolución al genio díscolo de los caraqueños y a la demasiada confianza del Capitán General, que no tuvo firmeza para quitar del medio a personas sospechosas. (El Doctor Villanueva ha creído decoroso suprimir un párrafo de esta nota, en que Emparan ofende a una señora que juzgó cómplice de los revolucionarios.)
Archivos Históricos de Madrid, Legajo 5636, nota de Onis a Bardaxi, 31 de mayo, núm. 112.
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Ibídem.
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EL 19 DE ABRIL DE 1810* FRANCISCO JAVIER YANEZ
El 19 entró en la capital y tomó posesión de sus empleos de mariscal de campo, presidente, gobernador y capitán general, y a pocos días declaró en cierta disputa que tuvo con la real Audiencia, que en Caracas no había otra ley que su voluntad. Todas las providencias que expidió en el año no cumplido de su gobierno, llevaban el sello de la arbitrariedad y de un despotismo genial y calculado. Trató como reos de Estado a las personas en cuyo poder se encontraron unos impresos que hablaban de una junta que se estableció en Quito el 10 de agosto1. Mandó hacer una leva general en toda la provincia, y condenó al trabajo de obras públicas, sin forma de juicio, a una multitud de hombres buenos, so pretexto de vagos. Hizo recibir de asesor general de gobierno al notario D. Vicente Anca, sin despacho, título ni autorización. Colocó en la plaza de oidor al fiscal de lo civil y criminal a D. José Gutiérrez del Rivero. Sorprendió y abrió unos pliegos que dirigía a la Junta central el secretario de gobierno D. Pedro González Ortega. Desterró a este empleado y al capitán D. Francisco Rodríguez, a Cádiz; y al asesor del consulado D. Miguel José Sanz, a Puerto Rico, sin haberles formado causa ni convencido de delito que mereciese semejante pena. Autorizó las delaciones y anónimos, excitando a todos pusiesen en un lugar de su propia casa los que quisiesen, sin temor de responsabilidad, de los que hacía uso atribuyéndoles una eficacia reprobada por las leyes. Coartó el comercio y comunicación de unos pueblos con otros, imponiendo la necesidad de sacar pasaportes, con grave detrimento del tiempo y de los intereses a todos los habitantes en estas provincias, sin exceptuar las personas más notables que no podían confundirse con otras intrusas y sospechosas. Degradó y humilló al Ayuntamiento, despreciando sus acuerdos y providencias en todos los casos que pudo hacerlo, señaladamente haciendo recibir de síndico procurador general a D. Lino Clemente contra la voluntad del cuerpo. Revocó o dejó sin efecto las determinaciones de la real * Extracto tomado de Francisco Javier Yanes, Compendio de la Historia de Venezuela, (desde el descubrimiento y conquista hasta que se declaró estado independiente) Caracas, ANH, 1999, pp. 138-153.
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Fueron comprendidos en esta causa D. Rafael de León, D. Francisco Javier Yanes y D. Diego Hidalgo.
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Audiencia que despachaba a nombre del soberano, igualmente que las de la Curia eclesiástica, cuando no eran conformes a su capricho o miras particulares. Publicó un bando prohibiendo que ningún vecino, bajo multas pecuniarias y de cárcel, llevase armas o palos, ni se parase en sitio alguno, ni anduviesen reunidas más de tres personas. Hizo traer de La Guaira a la capital artillería y artilleros, dando a entender que los enemigos que amenazaban turbar la tranquilidad, y que habría que combatir, existían solo en Caracas2. Tan despótica administración no podía dejar de exasperar y agotar el sufrimiento de los pueblos. A que se agrega haberse hallado Emparan en Madrid en la época de la lugartenencia de Murat, y al tiempo de la capitulación, debiendo por consiguiente haber prestado juramento al gobierno francés, habiendo él mismo manifestado más de una vez en esta ciudad, que Napoleón le había estimado adecuado para servir en aquellas circunstancias la capitanía general de Venezuela, y es evidente que en una gaceta de Madrid se publicó la confirmación dada por el Rey José Bonaparte al nombramiento de la Junta central. No es, pues, extraño que muchos españoles leales a sus soberanos, mirasen con suma desconfianza a Emparan y que algunos criollos se retrajesen de su amistad, como lo hicieron el coronel D. Fernando Toro y el subteniente de milicias D. Simón Bolívar, y en fin que unos y otros tratasen de sacudir el yugo de un déspota tan ominoso, aunque cada cual con diversas miras. Desde que entró el año de 1810 fueron varios los planes que se propusieron y meditaron con aquel objeto. El más serio fue el que se concertó para la noche del 1° al 2 de abril en que todo debía hacerse con el batallón de milicias de los valles de Aragua, cuyo coronel era el marqués del Toro y se hallaba acuartelado en la casa de la Misericordia, extramuros al Este de la ciudad. Reuniéronse allí una vez los principales comprometidos para rectificar el plan, y asegurar su ejecución en el día convenido; y estando todo preparado y bien dispuesto, encalló el proyecto, porque D. Andrés Bello, oficial de la secretaría de gobierno, a quien lo había manifestado en todos sus pormenores el subteniente del batallón veterano D. José de Sata y Bussi, pensando que entraría en la revolución, lo reveló en toda su extensión al capitán general3, quien afectando que el negocio no era
La real Audiencia y el Ayuntamiento en varias representaciones y recursos al Consejo unido de España e Indias, y por la secretaría de gracia y justicia, dieron cuenta de las providencias ilegales y violentas de Emparan, quejándose de su despotismo hasta el extremo de anunciar que de no contenerle, y aun removerle del mando, peligraba la tranquilidad de estas provincias. Ni el Consejo ni la Junta central acordaron medidas para contener el mal; y hasta que no se estableció el Consejo de regencia, no se dispuso lo conveniente; pero su resolución promoviéndole al gobierno de Cartagena llegó tarde.
Esta conseja, invención de envidiosos y émulos de Bello, fue destruida en extenso estudio por Arístides Rojas. El documento que presentamos en la introducción no deja duda de su falsedad. Nota de los editores
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de gravedad, sino acaloramiento de algunos militares, cortó el negocio militarmente y sin forma de juicio, destinando a unos a Maracaibo, otros a Margarita, y otros a distintos puntos de la provincia. El capitán D. Juan Pablo Ayala, sus hermanos D. Ramón y D. Mauricio, el capitán D. Diego Jalón, el subteniente D. Francisco y su hermano D. Miguel Carabaño, y otros fueron del número de los confinados. No por esto desistieron de la empresa los demás que quedaron en la ciudad, antes bien trataron de combinar nuevo plan, siendo tal su animosidad y el coraje que habían inspirado en el pueblo contra la administración de Emparan, que en las plazas, en el teatro y otros lugares públicos se vertían expresiones que manifestaban sin rebozo que se deseaba un pronto cambiamiento. No se ocultó esto a Emparan, y creyendo que su odiosidad provenía de sospechársele adicto y agente de la dinastía de Bonaparte, publicó en 29 de marzo un edicto en que anunciaba las medidas que el tirano de la Europa había tomado para subyugar el resto de la Península, y toda la América por medio de emisarios provistos de papeles sediciosos, y cartas fingidas del amado monarca Fernando VII, y para precaver estos males y descubrir los emisarios mandó se observase estrictamente el bando de buen gobierno, que antes había publicado, añadiendo otras reglas de severa y odiosa policía, tales como las que arriba se han indicado sobre pasaportes. A pesar de las invectivas que en este edicto se prodigaban al tirano de la Europa, todos conocieron que las medidas que en él se establecieron, se dirigían menos contra los emisarios de aquél, que contra los hijos del país que procuraban acercarse para asegurar su futura suerte, estableciendo un gobierno de su confianza, pues era nula la que tenían de Emparan, como se lo habían manifestado por pasquines, y los anónimos que él mismo había autorizado; desconfianza que se aumentaba cada día por las noticias que se recibían de la completa conquista de la Península, circunstancia que le pusieron en tal consternación y conflicto, que sus providencias no guardaron en lo sucesivo concierto ni consecuencia, sino en cuanto miraban a oprimir y desconfiar de los habitantes de Venezuela. Pasáronse algunos días sin tenerse noticias ciertas de la Península, pues aunque llegó un buque mercante, se divulgó no haber traído ninguna correspondencia oficial, circunstancias que contribuyeron a confirmar el concepto que antes habían formado algunos pensadores de estar toda la España ocupada por los franceses. La desconfianza crece, y se excita una alarma que anuncia medidas irreflejas y violentas. Para calmar la tempestad publicó Emparan otro edicto en 7 de abril en que pretendía persuadir que la falta de buques consistía en que los meses que acababan de transcurrir eran siempre tempestuosos, y además
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los efectos que podían traer prometían poca ganancia, y los frutos que podrían retornar estaban en la Península muy abundantes y baratos4. Al mismo tiempo exhortaba a los caraqueños, viviesen con preocupación para no ser engañados por los emisarios franceses y sus satélites, añadiendo que el tirano de la Europa viendo frustrada para siempre su esperanza de dominar las Américas, se había propuesto vengarse de sus habitantes, y privar de sus auxilios a la Península metiendo entre ellos el incendio, y armando a unos contra otros. Pocos días después llegó un buque a La Guaira y otro a Puerto Cabello, y aunque se procuró ocultar las noticias que traían, se pudo entender que la Junta central se había disuelto y dispersado con ignominia de sus miembros5, cuya noticia se confirmó por la llegada el 18 al mismo puerto del bergantín Palomo, procedente de Cádiz, cuyo capitán manifestó haber salido de este puerto precipitadamente por haber ocupado toda la Península, a excepción de Cádiz y la isla de León, los ejércitos del Emperador, por cuya razón no traía papeles de navegación ni otros algunos, pues no había tenido tiempo sino para escapar y buscar con sus compañeros un asilo en estos países. Difundida esta noticia en el público, los que desde entonces se titularon patriotas, se resolvieron a romper el velo de esta política tenebrosa, sacudir el yugo, estableciendo un gobierno patriótico o perecer en la demanda. Reuniéronse por la última vez en la noche de aquel día en la casa del regidor D. Valentín Ribas; y habiendo acordado las principales medidas para la ejecución del plan que se había concertado, se separaron a la una, encargado cada uno de citar a todos los patriotas que pudiese, para que concurriesen muy temprano a la plaza mayor a esperar, cumplir y llevar a efecto los acuerdos del Ayuntamiento. El 19 de abril, Jueves Santo, se reunió muy temprano este cuerpo, que se componía de criollos y europeos, a pretexto de asistir a la función de Catedral, como debía hacerlo; pero habiendo manifestado algunos de sus miembros que en el pueblo se advertía una gran novedad con motivo de las noticias que corrían de haberse disuelto el supremo gobierno de la Península, creían necesario se tuviese un Cabildo extraordinario y tal vez abierto, para lo que debería citarse al
A pesar del trastorno y parálisis que la guerra causó en el comercio, salieron de los puertos de Venezuela en este año 140.000 fanegas de cacao, 40.000 quintales de café, 20.000 de algodón, 50.000 de carne salada, 70.000 zurrones de añil, 70.000 cueros de ganado mayor, 12.000 mulas y novillos, con otros frutos y producciones territoriales, cuyo valor ascendía a 8.000.000 de pesos, dejando millón y medio de producto en las aduanas, y cerca de dos millones con el aumento de los derechos e impuestos del giro interior.
El 24 de enero, después de haber salido para Cádiz la central, se amotinó el pueblo de Sevilla, y la Junta provincial se declaró a si misma Suprema nacional, y se nombró presidente a D. Francisco Saavedra.
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gobernador y capitán general como presidente, a quien tocaba reunirle extraordinariamente. Convínose en esta proposición, y en consecuencia se nombraron dos regidores D. Valentín Ribas y D. Dionisio Sojo, para que fuesen a manifestar al gobernador lo que ocurría y pedía el Cabildo, y enterado del asunto concurrió inmediatamente a la sala: hizósele presente la agitación en que se hallaba el pueblo a consecuencia de las últimas noticias que acababan de recibirse de Cádiz, a lo que contestó con mucha serenidad, que aunque era cierto que se había disuelto la Junta central, no lo era menos, haberse establecido un Consejo de regencia de España y las Indias, y que éste había enviado sus emisarios a las Américas, en cuyo supuesto creía no ser conveniente hacer ninguna innovación hasta que llegasen los emisarios, que según los avisos que tenía de La Guaira no podían tardar muchas horas. El desembarazo con que se expresó Emparan, la novedad de los hechos que apuntó, y sobre todo la impavidez con que tomó su sombrero y bastón para ir a los oficios de Catedral impuso de tal modo a los pocos cabildantes confabulados, que no tuvieron acción sino para seguirle. Los Patriotas que se hallaban en la plaza al ver un acto que no esperaban, y teniéndose por perdidos, si la revolución no se verificaba en el día, se dirigieron en masa hacia la Catedral para impedir la entrada en ella del capitán general, temiendo que desde este lugar daría las órdenes que a bien tuviese y usaría de las fuerzas que tenía acuarteladas. Al llegar a las puertas Emparan, le detuvo D. Francisco Salias, y los demás gritaron, que volviese el Cabildo con su Presidente a la sala capitular para oír y resolver sobre lo que el pueblo tenía que representar y pedir. Una escolta del batallón de la Reina que allí se hallaba para solemnizar la función tomó las armas; pero las depuso por la orden que dio su comandante el capitán D. Luis de Ponte; esta circunstancia y la de haberle rehusado los honores, al regreso, la guardia del Principal que mandaba el subteniente del batallón veterano D. Francisco Roa, causaron tal impresión en Emparan que en adelante no pareció más que una máquina. Entraron en la sala del Ayuntamiento los doctores D. Juan Germán Roscio y D. Félix Sosa, como diputados del pueblo, pidiendo a nombre de éste se estableciese en Venezuela una junta como en las provincias de España, siendo su presidente el capitán general D. Vicente Emparan, y quedando la real audiencia y los demás tribunales en el ejercicio de sus funciones; y después de una corta discusión se convino unánimemente en el establecimiento de la junta, nombrándose al Dr. Roscio para que extendiese la acta y se publicase por bando, sin poderse entre tanto separar de la sala del ayuntamiento los miembros de éste, y diputados del pueblo. La multitud se aumentaba instantáneamente, y enterada de lo que se había acordado, viendo que los diputados no habían expresado con exactitud su voluntad,
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y que lejos de mejorarse las cosas, quedaban todos expuestos a los furores y venganzas de Emparan presidente de la junta; fue nombrado el canónigo de Merced Dr. D. José Cortés Madariaga para que hiciese conocer la voluntad general: introducido en la sala con el carácter de diputado del pueblo y del clero, expuso con vigor y energía, que el pueblo se hallaba altamente ofendido de la conducta pública del capitán general D. Vicente Emparan, y que lejos de convenir en que fuese el presidente de la Junta, quería y pedía se le exonerase del empleo que le había conferido la Junta central, cuya autoridad había expirado por su disolución. Entróse en discusión, y dudando Emparan que el pueblo le tuviese por odioso y sospechoso, tal vez por lo que habían pedido los dos primeros diputados, se presentó en el balcón, e inquiriendo de la multitud si estaba conforme con que él mandase, el Dr. D. Rafael Villarreal, médico, contestó que no, a que correspondió la multitud gritando, no lo queremos; a lo que repuso Emparan, pues yo tampoco quiero ningún mando. En seguida pidió el diputado Cortés que compareciese en la sala de Audiencia, el intendente, y todos los demás empleados nombrados por la Junta central: creyóse que los oidores contribuirían a la consumación y perfección del plan de gobierno que se había iniciado, por ser ellos los primeros que habían experimentado el despotismo de Emparan en las varias disputas que había tenido con la Audiencia; pero este concepto resultó fallido. Los oidores se hallaban reunidos en la casa del capitán general para acompañarle a los oficios del día, y enterados de lo que se hacía y de la citación para su comparecencia en la sala Capitular, no solo se denegaron a esto, sino que mandaron a un oficial de milicias del interior nombrado N. Palmero al cuartel de San Carlos, para que advirtiese a los jefes y oficiales del batallón veterano y de la Reina y de la artillería haber novedad en la plaza; que estuviesen sobre las armas para cumplir las órdenes que expidiese el capitán general, y en su defecto las que les comunicase la real Audiencia, que indefectiblemente deberían cumplir. El que hacía de regente, D. Felipe Martínez, ordenó al comandante de pardos D. Lorenzo Ros que fuese inmediatamente a su cuartel, recogiendo las guardias que había en las iglesias, y pusiese sobre las armas su batallón, pero en la calle fue preso y conducido a la sala Capitular. Enterado el pueblo de la denegación y medida de los oidores, pidió al momento, y así se dispuso, que todos fuesen conducidos a la sala con precaución y seguridad, destinándose al efecto primeramente al alcalde segundo y al auditor, y después al Dr. Roscio con un piquete al mando del capitán Pedro Arévalo, el mismo que en el año de 1808 fue seducido por el secretario Ortega y presentado como uno de los más firmes apoyos del gobierno peninsular en estos países, como el terror del pueblo motinero, y como un enemigo acérrimo de la junta que se pidió en aquel año. Comparecieron al fin en la sala los oidores, y
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comparecieron igualmente los demás empleados, que fueron conducidos del propio modo poco más o menos por los oficiales Carlos Sánchez y Pantaleón Colón, también sostenedores del gobierno peninsular y opuestos a la junta que se pretendió en aquel propio año. No hubo debate ni altercados, porque ninguno pudo dudar de la voluntad del pueblo, ni contradecir los hechos y razones en que el diputado Cortés había fundado sus peticiones. Así es que después de haber meditado lo suficiente sobre la gravedad e importancia del asunto, y de los antecedentes que motivaron la ocurrencia del día, se acordó una acta comprensiva de los puntos siguientes. Que la Regencia no podía ejercer ningún mando en estas provincias. Que estas, en uso de los derechos naturales y políticos de conservación, seguridad y defensa estaban en el caso de establecer un sistema de gobierno que ejerciese los derechos plenos de la soberanía. Que se respetasen los derechos y fidelidad que correspondían al Sr. D. Fernando VII en lo que fuese compatible con la soberanía interina del pueblo. Que en atención a que el Sr. presidente gobernador y capitán general había manifestado que no quería ningún mando, quedase el supremo de la provincia en el M. I. Ayuntamiento6. Que cesara en su empleo de intendente D. Vicente Basadre, quedando subrogado en su lugar D. Francisco Berrío, fiscal de la real Audiencia y encargado del despacho de hacienda. Que cesasen igualmente en sus respectivos mandos el brigadier Dr. Agustín García, comandante de artillería, y D. José Vicente Anca, auditor de guerra, asesor general de gobierno y teniente de gobernador. Que continuando los demás tribunales en sus respectivas funciones, cesasen del mismo modo en el ejercicio de sus ministerios los señores que componían el de la real Audiencia y que el M. I. Ayuntamiento usando de la suprema autoridad depositada en él, subrogase en lugar de ellos los letrados que mereciesen su confianza. Que se le conservase a cada uno de los empleados, comprendidos en la suspensión, el sueldo fijo de sus respectivas plazas y graduaciones militares, de tal suerte que el de los militares había de quedar reducido al que mereciese su grado, conforme a ordenanza. Que continuasen las órdenes de policía, con calidad de por ahora, exceptuando las que se habían dado sobre vagos, en cuanto no fuesen conformes a las leyes y pragmáticas que regían en estos dominios, legítimamente comunicadas, y las dictadas novísimamente sobre anónimos, y sobre exigirse pasaporte y filiación a las personas conocidas y notables que no podían equivocarse ni confundirse con otras intrusas, incógnitas
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En la sala firmó órdenes Emparan con los diputados del pueblo, dirigidas a los comandantes de la Reina, del Fijo, Campo volante y milicias, para que pusiesen sobre las armas tropas de sus respectivos cuerpos, y obedeciesen las que fuesen expedidas por el muy ilustre Ayuntamiento.
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y sospechosas. Que el M. I. Ayuntamiento para el ejercicio de las facultades colegiadas debía de asociarse con los diputados del pueblo que habían de tener en él voz y voto en todos los negocios. Que los demás empleados no comprendidos en el cese, continuasen por ahora en sus funciones, quedando con la misma calidad sujeto el mando de las armas a las órdenes inmediatas del teniente coronel D. Nicolás de Castro, y capitán D. Juan Pablo Ayala, que obrarían con arreglo a las que recibiesen del M. I. Ayuntamiento, como depositario de la suprema autoridad, Que para ejercerla con mejor orden en lo sucesivo, debía de formar cuanto antes el plan de administración que fuese más conforme a la voluntad general del pueblo. Que por virtud de las expresadas facultades podía el mismo Ilustre Ayuntamiento tomar las providencias del momento que no admitiesen tardanza, y que se publicase por bando esta acta, en la cual se insertarían los demás diputados que posteriormente fueron nombrados por el pueblo, a saber: el teniente de caballería D. Gabriel Ponte, D. José Félix Ribas, y el teniente retirado D. Francisco Javier Uztaris, con expresión que Ribas fue nombrado por el gremio de pardos. El canónigo don José Cortés Madariaga y el doctor Francisco José Ribas fueron igualmente nombrados como diputados del clero. Finalmente, se acordó en calidad de por ahora que toda la tropa de actual servicio tuviese prest y sueldo doble: y firmaron y juraron la obediencia del nuevo gobierno todos los concurrentes. Mientras se extendía el acta llegaron a la ciudad y fueron presentados en la sala los emisarios de la Regencia que había anunciado Emparan, y fueron D. Antonio Villavicencio, natural de Santa Fé de Bogotá, y D. Carlos Montúfar, hijo del marqués de Selva Alegre, presidente de la Junta de Quito, los que exhibieron en el Ayuntamiento sus despachos y otros papeles, de los que aparecía haberse establecido en Cádiz un Consejo de Regencia, que como representante del soberano legítimo exigía el reconocimiento y obediencia de todos los pueblos de América; mas en vista de haberse establecido la Junta, y declarado que la Regencia no podía ejercer ningún mando en estos países, no tuvieron más que hacer sino pedir su pasaporte para seguir al Nuevo reino de Granada por la vía de Cartagena, que se les concedió con los auxilios pecuniarios que necesitaban para el viaje. Es de notar que antes de acabarse el mes de enero de este año llegaron a Cádiz muchos vocales de la central, los cuales se reunieron en la isla de León; y la tormenta que habían corrido desde su salida de Sevilla, la opinión pública, los temores de no ser obedecidos, todo esto los compelió a hacer dejación del mando, y sustituir en su lugar otra autoridad, a la que se dio el nombre de Supremo Consejo de Regencia. Cuatro de los miembros debían ser españoles europeos, y uno de las provincias de ultramar: fueron nombrados D. Pedro de
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Quevedo y Quintana, obispo de Orense, D. Francisco Saavedra, D. Francisco Javier Castaños, D. Antonio Escaño y D. Esteban Fernández de León, que por no haber nacido en América, aunque arraigado en la provincia de Caracas, entró en su lugar D. Miguel de Lardizábal y Uribe, natural de Nueva España. El 2 de febrero era el señalado para la instalación de la Regencia; pero inquieto el pueblo y disgustado con la tardanza, tuvo la central que acelerar aquel acto, y poniendo en posesión a los regentes en la noche del 31 de enero, se disolvió inmediatamente, dando una proclama en que refería todo lo sucedido. Al lado de esta nueva autoridad, y presumiendo de igual o superior se levantó otra, cual fue la Junta de Cádiz, que merece recuerdo por el influjo que ejerció después en los ramos de hacienda y comercio. Estas dos grandes autoridades, la Regencia y la Junta de Cádiz, impensadamente creadas, y levantadas sobre el abatimiento y disolución de la central, se arrogaron el mando supremo de España y las Indias, pretendiendo en algunos casos ser cada una la absoluta. La Junta central se disolvió cuando todo se había conjurado contra la causa nacional, y por ello se le echó exclusivamente la culpa de tamaños males. Sus adversarios, según dijeron los apologistas de ella, se aprovecharon de esta coyuntura para obligarlos a disolverse con anticipación y atropelladamente, persiguiéndolos después con encarecimiento7, principalmente al conde de Tilly, a quien se imputó haber concebido y propuesto en Sevilla el plan de trasladarse a la América con una división, si los franceses invadían las Andalucías. La Regencia expidió luego un decreto por el cual permitía a todos los centrales trasladarse a sus provincias, excepto a América, bien que sujetándolos a la disposición del gobierno, bajo la vigilancia y cargo especial de los capitanes generales, cuidando que no se uniesen muchos en una provincia. Publicóse el acta de instalación de la Junta en Caracas por bando, como a las cinco de la tarde, fijándose además en todos los parajes públicos de la ciudad, y a las seis de la misma los cuerpos militares habían prestado juramento de fidelidad y obediencia al nuevo gobierno, sin haberse notado en todo lo ocurrido otra
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La junta central se componía de 86 individuos, de cuyo número se sospechó a su salida de Sevilla que tenían intenciones de transigir con los franceses, o que por lo menos deseaban tener los medios de poderlo hacer, y llegaron a ser tan conocidos los traidores designios de muchos de ellos, que al fin se hicieron objeto de horror y aborrecimiento, y se intimidaron tanto al ver la indignación pública, que no osaban presentarse de día en las calles de Cádiz. Por correspondencia interceptada posteriormente al mariscal Soult, se conoció que la intención de la Junta retirándose a Cádiz, era la de entregar esta plaza a los franceses, y habrían realizado sus designios, a no haber sido por la inesperada llegada del duque de Aburquerque con 12.000 hombres, el cual para ir a Cádiz desobedeció las órdenes terminantes de la Junta, que consideraba 1.000 hombres fuerza suficiente para guarnecer aquella plaza. El duque pudo con mucha dificultad llegar a la isla antes que los franceses, pero la Junta le privó del mando, y le envió con una comisión a Inglaterra donde murió de sentimiento. Consecuente en sus designios, se había opuesto la Junta a no admitir en Cádiz más de dos regimientos ingleses, y entorpeció de cuantos modos pudo los planes y proposiciones del ministro inglés Sir Arturo Wellesley. El pueblo de Cádiz y la isla no pudieron sufrir por más tiempo a la Junta, y por consiguiente fue disuelta.
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desgracia que haberse roto un brazo D. Juan de Armas, de La Guaira, en una de las oscilaciones del pueblo en que corrió la voz que bajaba el batallón veterano y la artillería a dispersar la reunión popular. Inmediatamente se acordaron las providencias convenientes para mantener el orden en la ciudad y pueblos inmediatos8, y se destinó al capitán del batallón veterano D. Juan Escalona, con orden firmada de Emparan, para que reasumiese el mando del puerto de La Guaira, del que era comandante D. Emeterio Ureña; y tomando aquel oficial un corto número de canarios, que en general se manifestaron adictos al nuevo gobierno, obró con tal actividad, que a las doce de la noche La Guaira estaba en perfecta consonancia con la capital. “El comandante Escalona publicó un edicto, que decía: “El día de ayer por consentimiento del heroico pueblo de Caracas fueron suspendidas del ejercicio de sus funciones todas las autoridades que directamente emanaban de la Metrópoli, en atención a las críticas circunstancias que rodean a la Península. Este es el único medio que ha creído el pueblo de Caracas necesario para conservar la integridad de la monarquía, de que son parte esencial estas provincias, y mantener en depósito sagrado los incontrastables derechos de nuestro amado Fernando VII, para cuando llegue el deseado momento de su completa libertad. El actual gobierno se promete, que animados todos los venezolanos de este mismo espíritu y sentimientos, contribuirán a porfía en acreditar los mismos deseos e intenciones, prestando la más puntual obediencia a las superiores resoluciones de las autoridades constituidas, que se darán a reconocer. Y yo como comandante y juez político de este puerto, encargo a todos los vecinos y habitantes, de todas clases y condiciones que sean, que contribuyan a conservar la mayor tranquilidad, evitando reuniones y conversaciones públicas, o juntas secretas que directa o indirectamente se opongan a la nueva constitución establecida, pues los infractores de esta medida de orden y tranquilidad pública, serán tratados como reos de Estado, enemigos de la religión y de la patria”.
Los diputados municipales D. Martín de Iriarte, D. Juan Bautista Eraso, D. Manuel María Elzaburu y D. Gregorio Irigoyen, reunidos en la posada del comandante reconocieron a nombre del pueblo, el gobierno establecido en la capital, en
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Al efecto se expidió la siguiente circular. “El M. I. Ayuntamiento y diputados de esta capital han reasumido en sí la suprema autoridad por consentimiento del mismo pueblo, y de las demás potestades anteriormente constituidas por necesaria consecuencia de las últimas noticias desgraciadas que han venido de España. Este nuevo gobierno ha sido publicado y reconocido en esta capital, quedando por consiguiente subordinados a él todos los empleados del ramo militar, político y demás; y debiendo Ud. tenerlo así entendido, se lo comunicamos para que en ningún caso pueda alegar ignorancia, y dejar de quedar responsable de cualquier falta o exceso; en la inteligencia que cuando se trate de la provisión de los de su clase, le servirá de mérito el haber sido el más exacto cumplidor de la orden de este cuerpo. Dios guarde a Ud. muchos años.-Sala Capitular de Caracas, Abril 19 de 1810.- José de las Llamosas.-Martín Tovar Ponte.
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atención a las circunstancias en que se hallaba la Metrópoli, según las últimas noticias recibidas de oficio, y por creerlo conveniente y necesario a la conservación de los derechos del señor D. Fernando VII. Al siguiente día la Junta Suprema publicó una proclama dirigida a los habitantes de las provincias de Venezuela9 en la que exponía los motivos, fundamentos y razones que había tenido el pueblo de Caracas para establecer un gobierno propio y desconocer la Regencia de Cádiz y los principios que se proponía seguir, hasta que reunidos los representantes de los pueblos, se estableciese el sistema que fuese conforme a la voluntad general. Con tal objeto se comisionaron varias personas a Coro, Barinas, Maracaibo, Barcelona, Margarita, Cumaná y Guayana, convidándolas a la unión, como el único medio de salvarse del naufragio que todas advertían. En el mismo día ocurrió un suceso que alarmó al gobierno y a los patriotas. El interventor de la renta de correos D. Bartolomé Asparren, español, a tiempo que pasaba por su casa Rafael Palacio, teniente del batallón de morenos le disparó una pistola cargada de bala y postas, de cuyas heridas murió al tercero día. Asparren fue preso y encausado, pero al fin del procedimiento resultó, que cuando cometió el hecho estaba loco, y en tal concepto y para que esta ocurrencia no pudiese servir de pretexto a los desafectos al nuevo gobierno, se sentenció la causa condenando al supuesto loco a encierro en las bóvedas de Puerto Cabello, quedando su consorte doña Luisa Anzola, hermana de uno de los miembros de la Junta, en el goce del sueldo que aquél disfrutaba. Los empleados del antiguo gobierno, que la Junta había exonerado de sus encargos, se hallaban en sus respectivas casas vigilados por personas respetables, pero sin prohibirles la comunicación de todos los que querían visitarles. La Junta tuvo avisos fundados de una reacción, promovida o consentida por ellos, y para evitar su consumación, y el extremo de imponer penas sangrientas a los autores y cómplices, acordó el día 21 que fuesen conducidos a La Guaira, para ser embarcados, como efectivamente lo fueron, D. Vicente Emparan, D. Vicente Basadre, D. Vicente Anca, D. Felipe Martínez, D. Julián Álvarez, D. José Gutiérrez, D. Agustín García y el teniente coronel D. Joaquín Osorio, con sus familias y equipajes. Ninguno de ellos experimentó sufrimiento ni penalidades ofensivas al decoro, antes bien todos conservaron incólumes sus personas y las de sus familias, íntegros e ilesos sus bienes, siendo custodiados en sus casas con el mayor decoro, conducidos a La Guaira por lo más distinguido del vecindario de la capital, y finalmente, transportados cómoda y decentemente a expensas
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Véase documento número 8. [En el Boletín no se reproducen los Documentos citados]
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de los mismos a quienes habían oprimido y vejado, en términos que habiéndosele satisfecho a cada uno los sueldos vencidos, los gastos hechos en la mesa, rancho, viaje, habilitación y demás necesidades que manifestaron algunos, o se presumieron, la suma invertida en todo ascendió a 18.133 pesos 6 reales. Emparan fue destinado a los Estados Unidos, y apenas llegó a Filadelfia publicó manifiestos y proclamas, dirigidos a excitar la efervescencia en los pueblos, que produjesen la guerra civil y le facilitasen su regreso a Venezuela; pero cuando hablaba en Filadelfia como capitán general, ya estaba separado de este destino, y promovido al gobierno de Cartagena, que era el único castigo que solía darse a los pretores que tiranizaban la América. La Junta publicó luego un manifiesto en que ofrecía dar al nuevo gobierno la forma provisional que debía tener hasta que la representación nacional formase la Constitución10.
Véase documento número 9.
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CAUSAS DE INFIDENCIA A JUAN DE ESCALONA*
La participación de Juan de Escalona en los inicios de la vida republicana venezolana fue de particular relevancia. Este militar, cuya vida ha sido poco estudiada, formó parte del triunvirato que junto a Cristóbal Mendoza y Baltazar padrón gobernaron o presidieron la recién nacida nación. Para 1811 y como era de esperarse, algunos sectores de la población fueron reacios a la aceptación del gobierno revolucionario; particularmente muchos españoles y canarios que se encontraban en Venezuela para el momento de la imposición del nuevo gobierno ya decididamente independentista, se dedicaron a conspirar contra el nuevo gobierno, en algunos momentos hasta con disposición de tomar las armas. Presentamos aquí un extracto de la causa de infidencia que fue incoada contra Juan de Escalona en la que se le acusa, entre otros delitos, de haber enjuiciado y condenado a muerte a un grupo de ciudadanos que –consideraba el triunviro– estaban convictos y confesos de conspirar contra el nuevo gobierno. Llama la atención aquí la inserción en este expediente de la actuación como juez de Escalona y, en particular, la notoria ferocidad con que fueron acusados y sentenciados los conspiradores, condenados a muerte los más comprometidos y a diversas penas el resto. Vale la pena resaltar aquí que la condena a la pena ordinaria de los acusados incluía no sólo el ahorcamiento sino la decapitación para, posteriormente, colocar sus cabezas en sendos troncos apostados para el efecto y con ello salvar la vindicta pública. Vale la pena también hacer notar que la mencionada sentencia incorporaba una “tarjeta” en cada uno de los troncos en cuestión que tenía la nota siguiente: “Por traidor a la patria”. Curiosamente esta actuación de Juan de Escalona en contra de estos ciudadanos acusados de conspiración se inicia el jueves 11 de julio de 1811, apenas seis días después de la declaración de la Independencia de Venezuela de la España. *
Extracto tomado de Causas de infidencias. Edición dirigida por Laureano Vallenilla Lanz, Caracas. Archivo Nacional, 1917, pp. 101-129.
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¿Podrá seguirse sosteniendo aquello de la patria boba? Dejamos para el lector el documento y que saque sus propias conclusiones…
Caracas – 1812. Contra Juan Escalona, militar. AUTO—Únase a los autos el testimonio que a virtud de lo que previene el auto cabeza de este proceso se ha formado de las tres sentencias de muerte que sufrieron los diez y seis sujetos que se indican en este sumario y mandó efectuar entre otros Don Juan de Escalona como uno de los que componían el titulado tribunal del Supremo Poder Ejecutivo. Lo mandó el Sr. Oidor comisionado a cinco de Diciembre de mil ochocientos y doce. Benito Ante mí Agustín Hernández Escribano público. En la ciudad de Caracas a catorce de julio de mil ochocientos once los señores Presidentes y Ministros del Supremo Tribunal de Vigilancia y seguridad Publica, el señor Don Francisco Berrío especialmente convocado para la mayor plenitud de la Sala, y el Señor fiscal habiendo llamado a su vista los autos hasta ahora preparados sobre la insurrección intentada la tarde del Jueves once del corriente dijeron. Que la actuación compuesta de un considerable número de testigos presenciales de la acción, de declaraciones instructivas, recibidas a mas de cincuenta reos aprehendidos, y de las confesiones tomadas a una parte de estos, demuestran concluyentemente, que se adoptó sin duda el criminal y proditorio designio de sepultar de nuevo el Pueblo de esta Capital, y consiguientemente de toda la Provincia en la tiránica esclavitud de que acaba de emanciparla por un visible efecto de la Divina providencia y del unánime sentimiento de los habitantes; explicado por órgano de su Supremo Legislador; proclamando la autoridad ilegitima de Fernando Séptimo y restableciendo la opresora de los Españoles Europeos que a nombre de aquel imaginario Soberano hacían gemir la humanidad en estos países: que para arribar a tan inicuo y detestable objeto precedieron confabulaciones, meditaciones, juntas clandestinas, avisos y citaciones:
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y que acordaron que el primer paso fuese el de invadir el cuartel Veterano para apoderarse de las armas y pertrechos que en el existen señalando para la acción la una de la tarde citada, procedieron de hecho los conjurados a dejar el reposo de sus casas, a presentarse en las calles en un momento generalmente destinado para el descanso y retiro, y a dirigirse todos en pequeñas partidas y por diversas vías a la altura de los techos que era el punto señalado como dominante del edificio del cuartel, y por lo mismo el más a propósito para la sorpresa; que no obstante que el Supremo Gobierno siempre atento a la pública seguridad y avisado ya de la maquinación había tomado las medidas más eficaces para precaver el insulto trascendido éste por el Pueblo, concurrió de su propio movimiento a la posición indicada dispersando los conspiradores que se encontraban situados en aquella, persiguiéndolos por todas partes y embarazando la concurrencia de otros muchos que se encaminaban al mismo punto, quedando por este medio burlados sus pérfidos intentos, bien significada la patriótica intrepidez de los habitantes, demostrado su ardiente amor por la libertad e independencia, y patentizada su heroica resolución de morir antes de volver a sucumbir bajo del yugo de la esclavitud. Que del conjunto de especies, expresiones, pasajes, noticias, indicios, presunciones y pruebas efectivas de lo ocurrido antes de la acción y en el conflicto de esta, se deduce con suficiente claridad que los reos más distinguidos en aquella son Don José María Sánchez convicto por un considerable número de testigos, de haber concurrido personalmente a la acción, y de haber sido el Agente principal de la referida conspiración, lisonjeándose de que se le encontraba con facilidades para premiar y recompensar las personas que más se distinguiesen en ella, y que haya podido responder a los cargos y reconvenciones que se le hicieron sino con manifiestos perjurios y contradicciones: Don Juan Díaz Flores también convicto, por más que suficiente numero de testigos, de haber tratado y conferenciado con varias personas sobre el proyecto de conspiración, y medios de llevar al cabo esta empresa, seduciendo a varias personas y consultando con otras el medio de corromper y traer a su favor todos los Batallones de esta ciudad, agregándose a esta la conducta que ha observado en estos últimos tiempos de pasearse diariamente y entrarse en las más de las bodegas y pulperías donde se encontraban isleños a quienes poder alucinar, tratando secretamente con ellos en lo interior de las casas: Don Domingo Piloto, Don Agustín Casañas, y Don Hilario Quintero convictos y confesos en haber sido alistados para entrar en la misma conspiración permitiendo el primero y tercero juntas clandestinas en sus casas, donde se trataba abiertamente de destruir el actual Gobierno independiente establecido en Venezuela, y sorprender el cuartel de veteranos, reconocer a Fernando Séptimo y las cortes de España, y colocar a su nombre nuevas personas Europeas que dirigiesen esta sociedad: presentándose además los tres como seductores y agentes aun en el mismo día once en que se empezó a ejecutarse esta subversión: Don Francisco Padrón convencido de
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haber sido un fascinador y alucinador de varias personas de aquellas mismas que concurrieron a la empresa en que se manifiesta por lo actuado, que era un Agente principal y que estaba muy bien ilustrados de todo el proyecto. Don Antonio Pinto y Don Agustín Méndez convictos y confesos de haber concurrido al lugar de los techos, punto donde debía principiar el plan de operaciones, donde el primero recibió una herida de resultas de haberse reventado el trabuco que disparó, y el segundo fue encontrado con cartuchos de pólvora y bala, convictos además por un considerable número de testigos de haberse presentado con una pistola en la mano y donde quedó mal herido, muriendo después en el Hospital su compañero Don Ángel Texera: Don Francisco González convicto y confeso de estar plenamente instruido en todo el plan de la conspiración conferenciando continuamente acerca de ella, y de haber tratado de seducir al Fundidor Luis Antonio Toro; y Don Marcos Hernández Tarife, convicto y confeso de haber salido armado de un peto de hoja de lata al lugar de los Teques para obrar en compañía de los demás facciosos: y hallándose todos estos reos llanamente confesos o plenamente convictos de sus respectivos cargos y contrayéndose estos a un crimen que si generalmente es conocido y juzgado por el orden sumarísimo atendida únicamente la verdad según la disposición de las leyes lo debe ser mucho más el presente por las singulares circunstancias de haber sido los traidores sorprehendidos infraganti, resguardados de armas de fuego y otras ofensivas y defensivas haciendo efectivo uso de ellas contra el Pueblo: de haber perpetrado su escandaloso atentado a la vista de una inmensa concurrencia y a la faz de las autoridades por cuyas cualidades tiene la de hecho notorio; y finalmente de haber sido dispensadas por el Supremo Poder Legislativo todas las formalidades, siendo por otra parte importantísimo para la vindicta pública atrozmente ofendida, para contener y refrenar la animosidad de los revoltosos y para significarles demostrativamente que el espíritu de lenidad con que hasta ahora se había conducido el Gobierno, no es como muchos de ellos han pensado el de temor y debilidad, darles y presentarles un ejemplo de severidad que les escarmiente para siempre, les convenza de que en las autoridades constituidas desengañadas ya de la insuficiencia de la indulgencia, reside cuanta energía se necesita para conservar su respeto y mantener íntegra e ilesa la soberanía y libertad del Pueblo: debían por todas estas consideraciones, y por la de que está ya dada a los reos cuanta audiencia exige la naturaleza de la causa, sentenciarla definitivamente por lo que respecta a los expresados diez reos, a quienes administrando justicia tal cual demanda la grave entidad de su delito por unánime sentimiento de los Sres. Vocales, y por el de los Abogados Doctor Don Francisco Llanos, Dr. Don José Ignacio Briceño, Dr. Don José Cayetano Montenegro, Dr. Don Juan Antonio Garmendia, Dr. Don José Lorenzo López Méndez, Dr. Don Miguel Peña, Licenciado Don Ramón García Cádiz, Licenciado Don Pablo Garrido, Licenciado Don Diego Urbaneja como receptores de las declaraciones
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instructivas y confesiones hicieron el Oficio de Relatores y fueron especialmente consultados los condenaron en la pena ordinaria de muerte de horca y precisamente ejecutable dentro de veinte y cuatro horas contadas desde la en que para el efecto se les intime esta sentencia y ponga en Capilla quedando en aquella suspensos hasta que naturalmente mueran y por espacio, de dos horas más, después de las cuales serán cortadas las cabezas de José María Sánchez, Juan Díaz Flores, Domingo Piloto, Agustín Casañas y Antonio Pinto, enclavadas en una pica de bastante altura se fijará la una de estas en el sitio de los Teques y lugar preciso donde estuvo el combate y las cuatro restantes en las salidas principales de esta ciudad, todas con una inscripción en que perceptiblemente se diga Por Traidor a la Patria— quedando confiscados a favor del Erario Nacional todos cuantos bienes, muebles, y raíces, corporales e incorporales tengan y posean no sólo los diez expresados reos si también los que hubiesen sido de la pertenencia de Ángel Texera que ha sellado en el día de ayer con su muerte la absoluta y perpetua independencia del pueblo Caraqueño: y para que tenga su más pronto y exacto cumplimiento se pasará copia de esta sentencia al Supremo Poder Ejecutivo, así como también otra al Señor Fiscal del Oficio que en el día de ayer se pasó por su Alteza a este Supremo Tribunal para que promueva lo que tenga por conveniente, todo a reserva de continuar sin intermisión en el rápido progreso y entera terminación de esta Causa y de acordar a su tiempo el pago de costas por quien corresponda. Así lo acordaron los expresados Señores y rubricaron—Hay cuatro rúbricas—Señores Presidente Espejo—Ministros—González—Texera—Berrío—Casiano de Bezares—Es copia. Palacio Catorce de Julio de mil ochocientos once—Casiano de Bezares. Palacio veinte y tres de Julio de mil ochocientos once—Vistos: y reconocidos detenidamente por tercera vez los autos instruidos sobre la conspiración armada, descubierta, cortada y rechazada en la tarde del Jueves once del corriente por los señores Presidente Ministros y Fiscal del Tribunal de Vigilancia asociado de los Abogados Dr. Don Franco Rodríguez Tosta, Dr. Don José Lorenzo López Méndez, Dr. Don Miguel Peña, Dr. Don Juan Antonio Garmendia, Dr. Don Manuel Miranda, Licenciado Don Pablo Garrido, Licenciado Don Diego Urbaneja, Dr. Don José Ignacio Briceño, Dr. Don José Manuel Sánchez, todos los cuales fueron especialmente convocados, no sólo para que hiciesen las veces de Relatores, en los diversos procesos en que han actuado como comisionados, mas también para que expresen como efectivamente expresaron sus votos en todas y cada una de aquellas y en conformidad de sus dictámenes, y del que abrió el citado Señor Fiscal, unánimemente dijeron los referidos Señores que debiendo continuar en fuerza de la obligación con que estrechamente los liga su Ministerio, dando al público testimonio de severidad contra los autores y cómplices de la citada escandalosa insurrección para que su castigo sirva de escarmiento, y se
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aterroricen con el los muchos enemigos de la libertad Venezolana, para que se depongan las maliciosas ideas de que nuestra legitima constitución es problemática y susceptible de opiniones: para que se generalice, y radique el concepto de que cuantos naturales o foráneos atentaren contra nuestra Independencia y autoridades representativas de la Soberanía del Pueblo no tiene ni tendrán para con este Tribunal otra medida que la de la Ley: para que los que hasta ahora se han agarrado de ella en la confianza de la benignidad, y tal vez en la de que los Magistrados temen la reprensión de los mal contentos hallen una lección que los desengañe y persuada de que el Poder Judicial prescinde de todas las consecuencias que puedan producir sus procedimientos mientras que ellos lleven por objeto el castigo de los culpados y la pública seguridad: y para dar en fin un testimonio, de que no distinguen de clases colores ni circunstancias, ni comensura a los hombres por otra regla que por la de su inocencia, o de su más o menos delincuencia, después de haber dividido con estos fines en cinco clases los diversos reos cuyas causas están ya concluidas con aquella especie de conclusión y sustanciación que exige la naturaleza privilegiada y particular circunstanciación del delito colocando en la primera a los que resultan promovedores o seductores: en la segunda a los concurrentes a la acción: en la tercera a los comprometidos no concurrentes: en la cuarta a los menos sabedores, y en la quinta a los sospechosos: debían en consecuencia condenar y condenaron en la pena ordinaria de muerte a los de la primera que lo son: Francisco de Paula Francia convicto de ser comprehendido en la revolución, y de haberse jactado de tener a su disposición para ella las compañías de Morenos, como también de haber pretendido seducir a Don José Meló Navarrete: Simón Quadrado confidente de José María Sánchez y de Francisco de Paula Francia, confeso de ser agente de la conjuración, acusado por Juan Flores en la Capilla, de ser uno de los que más principalmente la promovían, y de haberle dicho que la compañía de Granaderos de Morenos sería la primera que concurriría al asalto del cuartel Veterano. Hilario Burón confeso y convicto de estar plenamente impuesto del plan de insurrección, de haber concurrido a la Junta que se celebró en la casa de Domingo Piloto, y de haber sido agente del mismo proyecto: Pascual Arance convicto y confeso de haber sido agente seductor y uno de los principales autores de la conspiración, y acusado de haberse lisonjeado de estar previsto para mandar cuatrocientos hombres: y Tomás García confeso de haber concurrido a la Junta que se celebró en la casa de Hilario Quintero en que se trató de la destrucción del actual Gobierno, asalto al cuartel Veterano, proclamación de Fernando Séptimo, y reconocimiento de las cortes de España, y de haber sido un seductor: todos los cuales, después de haber estado veinte y cuatro horas en Capilla, serán fusilados, en defecto de verdugo, y sucesivamente suspendidos sus cadáveres en la horca por espacio de dos horas: cualificando la muerte de Francisco de Paula Francia y Simón Quadrado con la circunstancia de que después de haber perdido
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la vida se les corten las cabezas, y enclavadas estas en unas picas elevadas con una tarjeta donde se lea por traidores a la Patria, se fijen la una en la entrada principal de Occidente, y la otra en la del Oriente. En la de presidio señalable por el Supremo Poder Ejecutivo con destino al trabajo de las obras del Estado y grillete al pie a ración y sin sueldo por espacio de diez años a los de la segunda, que lo son Antonio López, Juan García Arbelo, Manuel Yumar, José González de Ara, Francisco Jiménez, Antonio Betancourt, José Martín Castellano y Cristóbal Perdomo, confesos y convictos de haber estado impuestos del proyecto de conspiración, de estar comprometidos para ejecutarla, y de haber concurrido o dirigídose al punto designado con armas y repuestos de municiones: en la propia pena de presidio por el tiempo de cinco años y con iguales circunstancias a los de la tercera que lo son Bernardo Yanes, José González Borges, Marcos Esteves, Franco Méndez, José Alonzo Montes de Oca, José Méndez, y José Torres convictos o confesos de haberse comprometido para la revolución; pero que no sedujeron otros ni concurrieron al sitio de los Teques: en la del mismo presidio y con las propias circunstancias por tres años solamente a los de la cuarta que lo son Pedro Mansanares y Agustín Alonso Bargas convictos de haber sido sabedores y no comprometidos al proyecto de subversión, entendiéndose que los bienes de todos los reos antes mencionados quedan confiscados a favor del Erario Nacional, deducido de estos y de los confiscados a los diez reos mandados a ejecutar por sentencia de catorce del presente mes, todos los costos y costas del conocimiento, que cumplido el tiempo de su condena en los presidios, serán perpetuamente extrañados de la confederación de Venezuela para los puntos que el Supremo Gobierno les designe con las correspondientes seguridades, y bajo de pena de muerte en caso de que sin expreso permiso de aquel volvieren a ella; y a los de la quinta que son Juan de Dios Frías, José Vicente López, Francisco Martín Bautista, Santiago Freytes y Félix Real; sospechados solamente de partícipes en dicho proyecto por las circunstancias del lugar, y dirección en que fueron aprehendidos, en la pena de ser destinados al servicio militar por espacio de cinco años, y remitidos por ahora al Ejército del Occidente: a Don Sebastián de León Frías por iguales sospechas y habérsele encontrado armado, en la multa de quinientos pesos atendida su edad avanzada y acreditada conducta, y a Don José Antonio Rasquín por su notoria desafección al Gobierno y haber difundido especies graves para descrédito de éste, en extrañamiento perpetuo de las provincias confederadas y remisión de su persona al continente de Europa, o Islas Canarias, en el Buque que le designare el Supremo Gobierno permaneciendo entretanto que aquel se proporciona, arrestado en la cárcel de Corte de esta Ciudad o Puerto de la Guaira, y prestando al tiempo de su salida caución juratoria de no tocar y mucho menos de fijarse en Puerto Rico, Coro, Maracaibo, o Guayana apercibiéndole de que en caso de infracción será tratado y condenado como traidor a la Patria: bien entendido que estos dos últimos y los demás de la quinta clase
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serán igualmente responsables de mancomún e insolidum con los reos de las anteriores, y entre todos se prorratearan a justa tasación: póngase en libertad a las personas de Don Eugenio Real, Don Pedro Romay, Don Francisco Díaz Fuentes, Don Antonio Velásquez, Don Domingo Salcedo, Don José Gabriel Perdigón y Don Domingo Casañas, prevenidos de presentarse al Tribunal para hacerles las amonestaciones que se tengan por conveniente, y exhortarles a que continúen dando mayores y mas constantes pruebas de patriotismo y de la inocencia que ahora les amerita su libertad. Y para el más exacto cumplimiento de todo lo acordado en esta sentencia pásese copia de ella con el correspondiente oficio al Supremo Poder Ejecutivo. Así lo proveyeron, mandaron y rubricaron los señores Presidente y Ministros del Supremo Tribunal de Vigilancia con el Señor Fiscal— Hay cuatro rúbricas.— Casiano de Bezares.—Señores Presidente Espejo—Ministros: González—Texera—Fiscal, Paúl—Está rubricado—Es copia—Palacio veinte y cuatro de Julio de mil ochocientos once—Casiano de Bezares. Palacio cinco de Agosto de mil ochocientos once—Los Señores Presidente y Ministros del Supremo Tribunal de Vigilancia, después de haber convocado para más plenitud de la sala al Señor Licenciado Don Rafael González y al Sr. Fiscal Licenciado Don Franco Paúl habiendo visto los autos formados sobre la conspiración tramada con el objeto de destituir el actual Gobierno independiente de Venezuela, y restablecer el ilegítimo emanado de las autoridades de la península de España, y descubierta y rechazada en la tarde del Jueves próximo pasado, con lo últimamente obrado acerca de los reos que están expresados en esta determinación, a cuyo acuerdo también concurrieron los abogados Dr. Don José Lorenzo López Méndez, Dr. Don Miguel Peña, Dr. Don Manuel Miranda, Licenciado Don Pablo Garrido y Licenciado Don Diego Urbaneja, quienes no sólo hicieron las veces de Relatores en los diversos procesos en que han actuado como condicionados, sino igualmente expresaron sus votos en todos y cada uno de aquellos, en conformidad con sus dictámenes, del que abrió el Señor Fiscal, y después de haber oído las defensas y excepciones que alegaron a la voz, y en favor de cada uno de los reos por particular comisión de que fueron encargados el Dr. Don Andrés Narvarte y Licenciado Don Vicente Mercader, apoyados en los mismos fundamentos que anteriormente han expresado en las sentencias de catorce y veinte y tres del mes próximo pasado, y en continuación de la actividad con que se dedican en favor de la tranquilidad pública, para tratar del cumplimiento de las leyes e imposición de las penas a los infractores siguiendo el mismo orden de división en cinco clases, colocando en la primera a los que resultan promovedores, o seductores: la segunda a los concurrentes a la acción en la tercera a los comprometidos no concurrentes: en la cuarta a los menos sabedores, y en la quinta a los sospechosos: acordaron condenar y condenaron en la pena ordinaria de muerte de horca a los de la primera: en cuya clase está
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incluida el que fue cabo de presos Francisco Rondan confeso y convicto de haberse comprometido para dos distintas conmociones a franquear a los insurgentes la llave de la puerta trasera del cuartel Veterano en la hora de la una a las tres de la tarde, confeso de haberse ofrecido a llevar al sitio del Naranti razón de los Españoles a Don Francisco Sánchez, y de haberle hablado al sargento Grados para que diese cuenta al mismo de toda la gente que dormía dentro del cuartel, y de los españoles y personas con quienes debía contarse en todo el batallón, habiendo practicado varias diligencias para que tuviese efecto esta comisión, el cual después de haber estado veinte y cuatro horas en la Capilla, será ejecutado y quedando suspendido en el patíbulo por espacio de dos horas: en la de presidio señalable por el Supremo Poder Ejecutivo con destino al trabajo de las obras del Estado y grillete al pie a ración y sin sueldo por espacio de diez años, a los de la segunda que lo son: el soldado Joseph Chinea acusado y confeso de haberse comprometido a la conspiración: de haber llevado recado a Rondan de parte del pulpero de San Jacinto, José Malnuevo Torres, avisándole el día once del mes próximo pasado que aquel era el señalado para subvertir el actual Gobierno: José Miguel Reyes (alias) Murio, Oficial del batallón de Morenos de esta Ciudad, confeso de haberle hablado Francisco, de Paula Francia para la conspiración, quedando comprometido a ella, y a seducir los soldados de su compañía, por cuya causa desertó, temiendo la imposición de igual pena que aquel; y José Manuelbo de Torres convicto de ser sabedor de la conspiración, acusado por Chinea de haber enviado recado a Rondan avisándole que el día once era el señalado para destruir el actual Gobierno, y que en consecuencia tuviese franca la puerta trasera del cuartel Veterano, y por Roldán de haber venido a su casa en virtud del anterior recado, donde trató y conferenció con él sobre lo mismo; pero no resultando comprobado que hubiese salido con armas al sitio de los Teques, determinaron por esta circunstancia que la pena de su presidio sea solamente por término de ocho años. En la propia pena de presidio por tiempo de cinco años, y con iguales circunstancias a los de la tercera, en cuya clase está comprehendido Domingo Ramos, convicto y confeso de haber hecho armas contra varios patriotas que trataron de impedirle continuar su marcha por un punto que se dirigía hacia la sabana del Teque: acusado por Hilario Quintero, en Capilla, de estar comprometido a la revolución y de haber salido con otras vanas declaraciones, de donde se comprueba esto mismo. En la del mismo presidio, y con las propias circunstancias por tres años solamente; a los de la cuarta que lo son Agustín Gonzáles, Estevan Padrón, Domingo Hernández Núñez confesos, o convictos de haber sido sabedores del proyecto de subversión, y aunque resulta que el ultimo salió de su casa con armas, entre ellas una de fuego, en el día y hora señalado con otras circunstancias de gravedad; pero atendiendo a su edad avanzada, la enfermedad de sus pies, y la rotura que expresa haberle acaecido en el propio día once, se ha tenido a bien imponerle esta pena. Entendiéndose que
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los bienes de todos los reos antes mencionados quedan confiscados a favor del Erario Nacional, deducidos de estos, y de los confiscados a los comprehendidos en las sentencias anteriores que en este proceso se han pronunciado, todos los costos y costas del conocimiento, y que cumplido el tiempo de su condena en los presidios, serán perpetuamente extrañados de la confederación de Venezuela para los puntos que el Supremo Gobierno les designare con las correspondientes seguridades, y bajo de pena de muerte en caso de que sin expreso permiso de aquél volviesen a ella, y a los de la quinta que lo son Don Francisco Gonzáles, Don Ramón Ávila, y Don Joaquín Reyna, sospechados solamente de haber sido participes en el dicho proyecto y el último de estar disgustado con el actual Gobierno, y haber pretendido seducir al Cadete Don Manuel María España a que siguiese el partido del Rey, en la pena de ser destinados al servicio militar por espacio de cinco años y remitidos por ahora al ejército de Occidente con especial recomendación el expresado Reyna, al General en Jefe de que tenga presente estas circunstancias. También deberá servir en el Ejército por convenir al Estado, y atendiendo a los servicios que ha hecho a este, el término de tres años sin nota de sospechoso, y a salir para otros tantos de la confederación de Venezuela Don Miguel de la Portilla. Y aunque el religioso de la Orden de Predicadores fray Franco García no solo se ha manifestado abiertamente disgustado, y detractor del actual Gobierno, sino que está convicto tanto por los mismos Religiosos de su Orden, como por otros varios particulares, y confeso por haber predicho la revolución, de haberse jactado unas veces que comandaría mil hombres en ella y otras que era su capellán, de haber tratado de seducir dos pardos que siguiesen el partido de su rey y de haber tomado en sus manos un puñal y dicho que con él y otros cincuenta había para acabar con esos pícaros, levantados, herejes, cismáticos hablando de los patriotas, con otras varias especies graves, dignas de la más severa punición que constan en su expediente; atendiendo a la interposición que ha hecho por el expresado religioso el Ilustrísimo y Reverendísimo Arzobispo Don Narciso Coll y Prat, por su Oficio fecho en trece de Julio último, se mitiga en parte el rigor de la pena que merece, y se le condena a cinco años de encierro privado de toda comunicación en el lugar donde se haya, u otro que se tenga por conveniente, lo que se hará entender al mismo Ilustrísimo Reverendísimo Arzobispo: bien entendido que este religioso y los contenidos en la quinta clase serán igualmente responsables a las costas procesales de mancomún e insolidum con los reos anteriores, excepto con Miguel de la Portilla y entre los referidos se prorratearán a justa tasación. Pónganse en libertad a Don Francisco Hernández Montesinos y Don José Bernardo Mintegui, prevenidos de presentarse al Tribunal para hacerles las amonestaciones que se tengan por convenientes y exhortarles a que continúen dando mayores muestras del patriotismo y de la inocencia que les amerita su libertad. Y para el más exacto cumplimiento de todo lo acordado en esta sentencia pásese copia de ella con el correspondiente oficio al
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Supremo Poder Ejecutivo. Así lo proveyeron mandaron y rubricaron los Señores Presidente y Ministros del Supremo Tribunal de Vigilancia con el Señor Fiscal.— Hay cinco rúbricas— Dr. Peña, Relator—Casiano de Bezares—Señores Presidente Texera—Ministros— Espejo —Berrío—Gomales—Fiscal, Paúl—Está rubricado—Es copia—Palacio seis de Agosto de mil ochocientos once.—Bezares. Palacio Federal de Caracas, diez y seis de Julio de mil ochocientos once—Vista la sentencia precedente pronunciada por el Supremo Tribunal de Vigilancia contra Don José Maria Sánchez, Don Juan Díaz Flores, Don Domingo Piloto, Don Agustín Casañas, Don Hilario Quintero, Don Franco Padrón, Don Antonio Pinto, Don Agustín Méndez, Don Francisco Gonzáles, Don Marcos Hernández Tarife, por traidores a la Patria. El Supremo Poder Ejecutivo en uso de sus facultades, y de las absolutas que le confió el Supremo Congreso en su acuerdo de trece del corriente, y atendiendo la naturaleza de la causa, y calidad de la misma sentencia, y oído el concejo íntimo de S. A. compuesto de los Señores Coronel Don Manuel Moreno de Mendoza, Teniente Coronel Don Mauricio Ayala y Dr. Don Andrés Narvarte, y no el del Dr. Don José Ignacio Briceño por haber intervenido en dicha sentencia, del Presbítero Dr. Don Juan Vicente Echezuría, por su citado, ni del Coronel Don José Joaquín Pineda por ausencia, y oído también el Secretario de Estado convinieron todos supuesta la justicia con que los señores Ministros han sentenciado la causa en la absoluta necesidad de un escarmiento, y en su consecuencia S. A., ordena y manda que se ejecute como en ella se contiene. Que se entreguen los reos al Gobernador Militar, para que auxiliando al alguacil mayor lo ponga todo en efecto, haciéndolos conducir a la Capilla, o lugar proporcionado para el caso, y que en ellos se les intime y notifique por el presente Secretario la sentencia; en el supuesto de que no habiendo horca ni ejecutores suficientes para la ejecución podrán ser pasados por las armas en diez banquillos que dispondrá dicho Alguacil mayor en la sabana de la Trinidad, y luego puestos en horca por espacio de dos horas, procediéndose después a colocar las cabezas en los lugares designados. Que se den las órdenes correspondientes al Gobernador Militar, y se pase copia de todo al Supremo Congreso para su Soberana inteligencia. Auto: mandaron y firmaron los Señores del Supremo Poder Ejecutivo por antemí su secretario con ejercicio de decretos—Baltazar Padrón—Cristóbal de Mendoza—Juan de Escalona—José Tomas Santana, Secretario. Palacio Federal de Caracas, veinte y seis de Julio de mil ochocientos once—Vista la precedente sentencia pronunciada por el Supremo Tribunal de Vigilancia; ejecútese notificándose por el presente Secretario a todos los comprehendidos, y seguidamente se pondrán en Capilla los cinco condenados a muerte, que se entregarán al Alguacil mayor para que auxiliado del Gobernador militar proceda
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a su ejecución, y el resto se destinan a saber: al Presidio del Puerto y Villa de la Guaira, a Antonio López, Juan García, Bernardo Yanes, y José Gonzáles Borges: al del Puerto y Ciudad de Cabello a Manuel Yumar, José Gonzáles de Ara, Marcos Esteves, y Francisco Méndez, a las obras públicas y trabajos de esta Capital a Pedro Manzanares, Agustín Alonso Bargas, Franco Jiménez, y José Alonso Montesdeoca: al Presidio y trabajos públicos de la Ciudad de Cumaná, a Antonio Betancourt, José Castellano, Cristóbal Perdomo, José Méndez, y José Torres; y al servicio del Estado en el primer Batallón con destino al Ejército contra Valencia desde ahora, a Juan León Frías, José Vicente López, Francisco Martín Bautista, Santiago Freytes, y Félix Real. Que se participe al Supremo Congreso con copia autorizada de este expediente para su soberana inteligencia, y que ejecutada, se compulse testimonio de este decreto, y diligencias subsecuentes, y se pase a la Vigilancia, para agregarse a sus autos. Así lo acordaron y firmaron los Señores del Supremo Poder ejecutivo por antemí su secretario de Gobierno—Cristóbal de Mendoza, Presidente— Juan de Escalona—Baltazar Padrón—José Tomas Santana, Secretario. Palacio de Gobierno de Venezuela siete de Agosto de mil ochocientos once— Vista la sentencia precedente librada por el Supremo Tribunal de Vigilancia: ejecútese notificándose por el presente secretario al reo Francisco Roldán, que después de ser puesto en Capilla, le será entregado al Alguacil mayor para que con el auxilio que le franqueará el Gobernador militar, proceda a darle su cumplimiento en esta parte. Y advirtiéndose que al reo Domingo Ramos se le ha clasificado en los de la tercera clase cuando se asegura en convicción y confesión de haber hecho armas contra varios Patriotas que trataron de impedirle continuar su marcha, por un punto que se dirigía a la Sabana del Teque, en lo cual parece ser reo de la segunda clase: suspéndase por ahora la ejecución de la pena impuesta a este, hasta que el Supremo Tribunal de Vigilancia, a quien se pasará testimonio de este auto, exponga los fundamentos de aquella providencia, o la reforme como también por lo que respecta a la alternativa impuesta a Don Miguel de la Portilla de servir por tres años en el Ejército, o salir por igual tiempo del territorio de la confederación, que también se suspende su cumplimiento por ahora, mediante la inculpabilidad con que aparece, hasta las resultas de la resolución de aquel Supremo Tribunal. Extiéndase la condena de los reos José Reyes, José Chinea, José Malnuevo, Agustín Gonzáles, Estevan Padrón, y Domingo Hernández al servicio de obras públicas, y trabajo en el Matadero General, y al primer Batallón Veterano a Franco Gonzáles, a Ramón Ávila, y a Joaquín Reyna: comuníquense las ordenes correspondientes al Gobernador Militar y pásese copia al mismo Supremo Tribunal de Vigilancia en su oportunidad de este decreto y diligencias consecuentes para su constancia en autos, y otra del mismo, y de la sentencia al Supremo Congreso para su inteligencia. Así lo mandaron los Señores
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del Supremo Poder Ejecutivo y firmaron— Baltazar Padrón—Presidente—Juan de Escalona—Cristóbal de Mendoza—José Tomas Santana. Cuyas sentencias y respectivas confirmaciones han sido aquí fielmente copiadas de las que se hallan en el expediente de las diligencias practicadas sobre su ejecución que por ahora queda en esta comisión a que me remito; y para agregar a la causa formada en ella contra el reo Juan de Escalona, según lo mandado en providencia de esta fecha, hice sacar la presente que signo y firmo en Caracas a cuatro de Diciembre de mil ochocientos doce años—testado—ba—no vale. Agustín Hernández Escribano público.
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VIDA DE LA ACADEMIA
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Se publicó en este trimestre el libro La política Exterior del Gobierno de Rómulo Betancourt 1959-1964 de Luís Manuel Marcano Salazar, quien analiza la política exterior del gobierno de Rómulo Betancourt empleando el modelo propuesto por Alfredo Toro Hardy, presta atención no sólo a la burocracia del servicio exterior –su propósito, credibilidad y eficiencia–, sino que toma en cuenta el régimen político y el proyecto nacional, como variables que influyen en la conformación de la política exterior del Estado venezolano. El 25 de febrero de 2010 en el Paraninfo del Palacio de las Academias se llevó a efecto la sesión solemne con motivo de conmemorarse el centenario del nacimiento del Doctor Arnoldo Gabaldón. El Discurso de Orden fue pronunciado por el Doctor Nicolás Bianco, Vicerrector Académico de la Universidad Central de Venezuela. Durante el primer trimestre se realizaron dos donaciones institucionales de las obras publicadas por la Academia Nacional de la Historia. La primera para la Universidad Pedagógica Monseñor Rafael Arias Blanco y la segunda para la Biblioteca Casa de Estudio de la Historia de Venezuela “Lorenzo A. Mendoza Quintero”. Como parte de los proyectos de cuidado y difusión de la prensa que se conserva en la Academia Nacional de la Historia, se firmó un convenio con la Universidad Católica Andrés Bello para la digitalización de los periódicos del período 1820-1830. Se realizará la digitalización de los siguientes títulos: Gaceta de Gobierno, Segunda Aurora, El Astrónomo, El observador caraqueño, El vigía de Puerto Cabello, El Argos Republicano de Cumaná, Aurora de Apure, La Aurora de Caracas, El Reconciliador, Gaceta de la Sociedad Republicana, Iris de Venezuela, El Republicano, El Patriota, Gaceta Oficial del Departamento del Itsmo, El Fanal de Venezuela, Diario de Barcelona, El Colombiano, Mensajero Argentino , El Censor de la Revolución, Boletín del Ejército Unido, Libertador del Perú, Pacificador del Perú.
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COLECCIÓN BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
COLECCIÓN BICENTENARIO DE LA INDEPEDENCIA
Spence Robertson, William. La vida de Miranda. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2006, pp. 491. Esta obra es la tesis doctoral del autor sobre el Precursor de la Independencia de hispanoamérica con el título Miranda and The Revolutionizing of Spanish América. Esta biografía está considerada entre las más completas para el estudio de la vida inquieta, gloriosa y trágica de este gran venezolano. Fue publicada por primera vez en 1929 en dos volúmenes por la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill.
Rey, Juan Carlos; Pérez Perdomo, Rogelio; Aizpurua Aguirre, Ramón y Hernández, Adriana Gual y España: La Independencia frustrada. Caracas, fundación Empresas Polar, 2007, pp. 476. La presente obra contiene los análisis de cuatro estudiosos de la época independentista quienes se plantearon la tarea de reconstruir el proceso histórico denominado la “Conspiración de Gual y España” desde los documentos de la causa judicial que se les siguió así como material inédito que fue transcrito para Venezuela desde el Archivo General de Indias de Sevilla.
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Quintero Montiel, Inés La Conjura de los Mantuanos. Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2008, pp. 238. En esta obra la Doctora Quintero aborda el suceso ocurrido en el año 1808 de la solicitud de un grupo de vecinos de Caracas para la formación de una Junta Suprema, a propósito de la prisión del Rey Fernando Séptimo. Este hecho ha sido considerado como un preámbulo a la Independencia, lo cual niega la historiadora y afirma que, al contrario, fue una última demostración de lealtad a la Monarquía.
Gustavo A. Vaamonde. Diario de una Rebelión. (Venezuela, Hispanoamérica y España. 19 de abril de 1810-5 de julio de 1811). Caracas, fundación Empresas Polar, 2008, pp. 324. Es una cronología que reconstruye de forma global, día a día y respaldada con citas documentales de la época, los principales acontecimientos políticos, militares, jurídicos, institucionales, sociales, diplomáticos y otros más que ocurrieron a lo largo de las principales ciudades y provincias de Hispanoamérica durante estas dos fechas que delimitan el proceso de independencia de Venezuela.
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La Cartera del Coronel Conde de Adlercreutz: documentos inéditos relativos a la historia de Venezuela y la Gran Colombia. Introducción y notas de Carcciolo Parra Pérez. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009, pp. 163. Esta obra es una recopilación de documentos inéditos relativos a la historia de Venezuela y de la Gran Colombia recopilados por el Coronel Conde finlandés Federico Tomás Adlercreutz. Este personaje arribó a Venezuela en 1820 por el puerto de Juan Griego en Margarita. Se había distinguido en las guerras napoleónicas en Europa y vino a unirse a las fuerzas independentistas de Bolívar cuyas ideas compartía.
Quintero Montiel, Inés El Marquesado del Toro 1732-1851 (Nobleza y Sociedad en la Provincia de Venezuela). Caracas, Academia Nacional de la Historia-Universidad Central de Venezuela, 2009, pp. 419. Esta obra es la tesis doctoral de Quintero y en ella se analizan las prácticas políticas de la nobleza criolla como soporte de la sociedad venezolana. Se estudia aquí la participación de los nobles de Caracas en el proceso que dio lugar al nacimiento de la República. Este libro reconstruye la vida y el tiempo de Francisco Rodríguez del Toro, IV marqués del Toro, quien estuvo comprometido en los sucesos de la Independencia, fue jefe del ejército patriota, diputado al Congreso Constituyente y firmante de la declaración de independencia en 1811.
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Lasso De la Vega, Hilarión José R. Sínodos de Mérida y Maracaibo de 1817, 1819 y 1822 [Prólogo de Fernando Campo del Pozo]. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009, pp. 380. Este libro recoge las constituciones de tres sínodos diferentes celebrados por el obispo Lasso de la Vega, donde se evalúa la tarea de restablecer buenas relaciones con la Santa Sede luego de lo acontecido al cesar el gobierno de los reyes de España en Venezuela. Las nuevas autoridades civiles derogaron las constituciones sinodales aquí publicadas, pero continuaron influyendo en el campo pastoral de lo que hoy constituye el occidente de Venezuela: Mérida, Zulia, Lara, Trujillo, Barinas, Falcón, etc.
La Constitución Federal de Venezuela de 1811 y Documentos Afines [Estudio preliminar de Caracciolo Parra Pérez]. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009, pp. 214 Se trata aquí de la presentación de la primera Constitución de Venezuela como la génesis del proceso que culminará con la creación de la República. Se trata del primer intento político de presentar una idea de República ante el mundo entero y una de las más claras delimitaciones del sistema de gobierno que proponían los venezolanos para sí mismos. La complejidad de este texto jurídico es analizada magníficamente por el intelectual Caracciolo Parra Pérez.
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Carrera Damas, Germán Boves, Aspectos socioeconómicos de la Guerra de Independencia. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009, pp. 262. Esta obra tiene el propósito de “reubicar a Boves en su medio histórico y apreciar el valor de sus procedimientos en función de ese medio”. Precisar su papel en los cambios políticos y sociales que afectaron entonces a Venezuela durante la Guerra de Independencia y en el cual tuvo influencia muy importante. Su autor, el académico e historiador Germán Carrera Damas, es un renovador moderno de los estudios históricos de Venezuela.
Reyes, Juan Carlos Confidentes, Infidentes y Traidores (Venezuela 1806-1814). Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009, pp. 188. Este libro corresponde a la descripción de la evolución del pensamiento de los funcionarios coloniales de Venezuela, desde la llegada de Miranda a costas venezolanas en 1806 hasta el ajusticiamiento de Vicente Salias en el castillo de Puerto Cabello en 1814. Se analiza aquí el desarrollo de los acontecimientos políticos del momento 18061814 y los cambios que experimenta la sociedad venezolana, tanto de la población en general como de las autoridades peninsulares.
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Altez Rogelio 1812: Documentos para el Estudio de un Desastre. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009, pp. 404. Los documentos, aquí compilados, permiten estudiar la variedad de problemas que debió enfrentar aquella sociedad de inicios de la Independencia: la quiebra económica, cambio del numerario circulante por un papel moneda sin respaldo, el devastador terremoto y, tratar de legitimar los nuevos significados políticos que surgían al calor de la nueva situación tales como: “libertad”, “patria”, “soberanía”, “república”, “pueblo”.
Yanes, Francisco Javier. Manual Político del Venezolano, y apuntamientos sobre la legislación de Colombia [Estudio Introductorio de Pérez Perdomo, Rogelio y Quintero, Inés]. Caracas, Academia Nacional de la Historia-Universidad Metropolitana, 2009, pp. 223. Manual Político del Venezolano del prócer Francisco Javier Yanez, es una obra que busca dar sustento teórico a la República, el autor aborda el gobierno representativo y reflexiona acerca de valores de la república como la libertad, la igualdad, la seguridad y la propiedad. También se publica en este volumen, y por primera vez, sus Apuntamientos sobre la legislación de Colombia, obra que muestra el poco entusiasmo que despertó la Constitución de Cúcuta en Caracas.
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AVISO BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SERIE FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA Distribución: Palacio de las Academias. Bolsa a San Francisco, planta baja. Distribuidora: Telf.: 482.27.06 Librería: Telf.: 745.40.64 DE VENTA EN LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, COORDINACIÓN DE PUBLICACIONES, PALACIO DE LAS ACADEMIAS, BOLSA A SAN FRANCISCO, TELÉFONO 482.27.06 Y EN LAS LIBRERÍAS.
Vol. 54: Descubrimiento y conquista de Venezuela. Estudio preliminar de Joaquín Gabaldón Márquez. Tomo I. Vol. 55: Descubrimiento y conquista de Venezuela. Advertencia del compilador: Joaquín Gabaldón Márquez. Tomo II. Vol. 56: Tratado de Indias y el doctor Sepúlveda. Fray Bartolomé de las Casas. Estudio preliminar de Manuel Giménez Fernández. Vol. 57: Elegías de varones ilustres de Indias. Juan de Castellanos. Estudio preliminar de Isaac J. Pardo. Vol. 59: Venezuela en los cronistas generales de Indias. Tomo II. Vol. 60: Arca de letras y teatro universal. Juan Antonio Navarrete. Estudio preliminar de José Antonio Calcaño. Vol. 61: Libro de la razón general de la Real Hacienda del departamento de Caracas. José de Limonta. Estudio preliminar de Mario Briceño Perozo. Vol. 62: Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Estudio preliminar de Guillermo Morón. Tomo I. Vol. 63: Recopilación historial de Venezuela. Fray Pedro de Aguado. Tomo II. Vol. 64: Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Estudio preliminar de Manuel Pérez Vila. . Tomo I (1580‑1770). Vol. 65: Actas del cabildo eclesiástico de Caracas. Tomo II (1771‑1808). Vol. 66: Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Edición restablecida en su texto original, por vez primera por Demetrio Ramos Pérez, con Estudio preliminar y notas. Tomo I. Vol. 67: Noticias Historiales de Venezuela. Fray Pedro Simón. Idem, también anotado por Demetrio Ramos Pérez. Tomo II. Vol. 68: El Orinoco ilustrado. José Gumilla. Comentario preliminar de José Nucete Sardi y Estudio bibliográfico de Demetrio Ramos Pérez. Vol. 69: Los primeros historiadores de las misiones capuchinas en Venezuela. Presentación y estudios preliminares sobre cada autor de P. Buenaventura de Carrocera, O.F.M. Vol. 70: Relaciones geográficas de Venezuela durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Estudio preliminar y notas de Antonio Arellano Moreno. Vol. 71: Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Traducción y estudio preliminar de Antonio Tovar. Tomo I.
Vol. 72: Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo II. Vol. 73: Ensayo de historia americana. Felipe Salvador Gilij. Tomo III. Vol. 74: Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela.. Estudio preliminar y selección del Padre Guillermo Figuera. Tomo I. Vol. 75: Documentos para la historia de la Iglesia colonial en Venezuela. Tomo II. Vol. 76: Instrucción general y particular del estado presente de la provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721. Pedro José de Olavarriaga. Estudio preliminar de Mario Briceño Perozo. Vol. 77: Relato de las misiones de los padres de la Compañía de Jesús en las islas y en Tierra Firme de América Meridional. P. Pierre Pellaprat, S.J. Estudio preliminar del Padre José del Rey. Vol. 78: Conversión de Píritu. P. Matías Ruiz Blanco. Tratado histórico. P. Ramón Bueno. Estudio preliminar y notas de P. Fidel de Lejarza, O.F.M. Vol. 79: Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Venezuela. Estudio preliminar del P. José del Rey S.J. Vol. 80: Protocolo del siglo XVI. Estudio preliminar de Agustín Millares Carlo. Vol. 81: Historia de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. Estudio preliminar y edición crítica de P. Pablo Ojer, S.J. Tomo I. Vol. 82: Estudio de la Nueva Andalucía. Fray Antonio Caulín. (Texto y Notas). Tomo II. Vol. 83: Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Selección y estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M. Tomo I. Vol. 84: Las Misiones de Píritu. Documentos para su historia. Tomo II. Vol. 85: Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reyno de Granada en la América. P. Joseph Cassani. S.J. Estudio preliminar y anotaciones al texto del P. José del Rey, S.J. Vol. 86: La historia del Mundo Nuevo. M. Girolano Benzoni. Traducción y Notas de Marisa Vannini de Gerulewicz. Estudio preliminar de León Croizat. Vol. 87: Documentos para la historia de la educación en Venezuela. Estudio preliminar y compilación de Ildefonso Leal. Vol. 88: Misión de los capuchinos en Cumaná. Estudio preliminar y documentación seleccionada por el R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M., Cap. Tomo I. Vol. 89: Misión de los capuchinos en Cumaná. Estudio preliminar y documentación seleccionada por el R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M., Cap. Tomo II. Vol. 90: Misión de los capuchinos en Cumaná. Estudio preliminar y documentación seleccionada por el R.P. Fray Buenaventura de Carrocera, O.F.M., Cap. Tomo III. Vol. 91: Historia documentada de los agustinos en Venezuela durante la época colonial. Estudio preliminar de Fernando Campo del Pozo, Agust. Vol. 92: Las instituciones militares venezolanas del período hispánico en los archivos. Selección y estudio preliminar de Santiago‑Gerardo Suárez. Vol. 93: Documentos para la historia económica en la época colonial, viajes e informes. Selección y estudio preliminar de Antonio Arellano Moreno. Vol. 94: Escritos Varios. José Gumilla. Selección y estudio preliminar de José del Rey, S.J. Vol. 95: Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Estudio preliminar de Lino Gómez Canedo, O.F.M. Tomo I. Vol. 96: Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas (1771‑1784). Obispo Mariano Martí. Libro personal. Tomo II.
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Vol. 225: Fundadores, primeros moradores y familias coloniales de Mérida (1558-1810). Roberto Picón Parra. Tomo IV. Vol. 226: El ordenamiento jurídico y el ejercicio del derecho de libertad de los esclavos en la provincia de Venezuela 1730-1768. Marianela Ponce. Vol. 227: Los fiscales indianos origen y evolución del Ministerio Público. Santiago-Gerardo Suárez. Vol. 228: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su Historia 1682‑1819. Ana Cecilia Peña Vargas. Tomo I. Vol. 229: Historia social de la región de Barquisimeto en el tiempo histórico colonial 1530‑1810. Reinaldo Rojas. Vol. 230: Misiones capuchinas en Perijá. Documentos para su historia 1682‑1819. Ana Cecilia Peña Vargas. Tomo II. Vol. 231: El Teniente Justicia Mayor en la Administración colonial venezolana. Gilberto Quintero. Vol. 232: En la ciudad de El Tocuyo. Nieves Avellán de Tamayo. Tomo I. Vol. 233: En la ciudad de El Tocuyo. Nieves Avellán de Tamayo. Tomo II. Vol. 234: La conspiración de Gual y España y el ideario de la Independencia. Pedro Grases. Vol. 235: Juan Picornell y la conspiración de Gual y España. Casto Fulgencio López. Vol. 236: Aportes documentales a la historia de la arquitectura del período hispánico venezolano. Carlos F. Duarte. Vol. 237: El mayorazgo de los Cornieles. Zulay Rojo. Vol. 238: La Venezuela que conoció Juan de Castellanos. Siglo XVI (Apuntes geográficos). Marco Aurelio Vila. Vol. 239: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Ana Cecilia Peña Vargas. Tomo I. Vol. 240: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Ana Cecilia Peña Vargas. Tomo II. Vol. 241: Nuestra Señora del Rosario de Perijá. Documentos para su historia. Ana Cecilia Peña Vargas. Tomo III. Vol. 242: Testimonios de la visita de los oficiales franceses a Venezuela en 1783. Carlos Duarte. Vol. 243: Dos pueblos del sur de Aragua: La Purísima Concepción de Camatagua y Nuestra Señora del Carmen de Cura. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 244: Conquista espiritual de Tierra Firme. Rafael Fernández Heres. Vol. 245: El Mayorazgo del Padre Aristiguieta. Primera herencia del Libertador. Juan M. Morales. Vol. 246: De la soltería a la viudez. La condición jurídica de la mujer en la provincia de Venezuela en razón de su estado civil. Estudio preliminar y selección de textos legales. Marianela Ponce. Vol. 247: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. José del Rey Fajardo, S. J. Tomo I. Vol. 248: Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial. José del Rey Fajardo, S. J. Tomo II. Vol. 249: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII). Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernández Heres. Tomo I. Vol. 250: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII). Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernández Heres. Tomo II. Vol. 251: Catecismos católicos de Venezuela hispana (Siglos XVI-XVIII). Compilación de los textos, notas y estudio preliminar de Rafael Fernández Heres. Tomo III. Vol. 252: Aristócratas, honor y subversión en la Venezuela del Siglo XVIII. Frédérique Langue.
Vol. 253: Noticia del principio y progreso del establecimiento de las misiones de gentiles en río Orinoco, por la Compañía de Jesús. Agustín de Vega. Estudio introductorio de José del Rey Fajardo, S. J. y Daniel Barandiarán. Vol. 254: Patrimonio hispánico venezolano perdido (con un apéndice sobre el arte de la sastrería). Carlos F. Duarte. Vol. 255: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Choroní, Chuao y Zepe. Lucas Guillermo Castillo Lara. Tomo I. Vol. 256: Nortemar Aragüeño. Las querencias de Azul y Oro. Noticias coloniales de Choroní, Chuao y Zepe. Lucas Guillermo Castillo Lara. Tomo II. Vol. 257: Separación matrimonial y su proceso en la época colonial. Antonietta Josefina De Rogatis Restaino. Vol. 258: Niebla en las sierras. Los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela 1550-1625. Horacio Biord. Vol. 259: Asentamiento español y articulación interétnica en Cumaná (1560-1620). Ricardo Ignacio Castillo Hidalgo. Vol. 260: Francisco de Miranda y su ruptura con España. Manuel Hernández González. Vol. 261: De la Ermita de Ntra. Sra. Del Pilar de Zaragoza al convento de San Francisco. Edda Samudio. Vol. 262: La República de las Letras en la Venezuela Colonial (la enseñanza de las Humanidades en los colegios jesuíticos). José del Rey Fajardo S.J. Vol. 263: La estirpe de las Rojas. Antonio Herrera Vaillant B. Vol. 264: La estirpe de las Rojas. Antonio Herrera Vaillant B. Vol. 265: La artesanía colonial en Mérida (1556-1700). Luis Alberto Ramírez Méndez. Vol. 266: El Cabildo de Caracas. Período de la colonia (1568-1810). Pedro Manuel Arcaya. Vol. 267: Nuevos aportes documentales a la historia de las artes en la provincia de Venezuela (período hispánico). Carlos R. Duarte. Vol. 268: A son de caja de guerra y voz de pregonero. Los Bandos de Buen Gobierno de Mérida. Venezuela 1770-1810. Edda O. Samudio y David J. Robinson.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SERIE FUENTES PARA LA HISTORIA REPUBLICANA DE VENEZUELA Vol. 1 : Autobiografía del general José Antonio Páez. Tomo I. Vol. 2: Autobiografía del general José Antonio Páez. Tomo II. Vol. 3 : Archivo del general José Antonio Páez. Tomo I. Vol. 4: Archivo del general José Antonio Páez. Tomo II. Vol. 5: Biografía del general José Antonio Páez. R.B. Cunningham. Vol. 6: Resumen de la vida militar y política del “ciudadano Esclarecido”, general José Antonio Páez. Tomás Michelena. Vol. 7: Memorias de Carmelo Fernández. Vol. 8: Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Ramón Páez. Vol. 9: Memorias de un oficial de la legión Británica. Campañas y Cruceros durante la Guerra de Emancipación Hispanoamericana. Richard Vowell. Vol. 10: Las sabanas de Barinas. Richard Vowell. Vol. 11: Las estadísticas de las provincias en la época de Páez. Recopilación y prólogo de Antonio Arellano Moreno. Vol. 12: Las comadres de Caracas. John G. A. Willianson. Vol. 13: 20 discursos sobre el general José Antonio Páez. Vol. 14: Páez visto por cinco historiadores. Vol. 15: Código Civil de 28 de octubre de 1862. Estudio preliminar de Gonzalo Parra Aranguren. Vol. 16: La Codificación de Páez. (Códigos de Comercio, Penal, de Enjuiciamiento y Procedimiento – 1862-63). Vol. 17: Juicios sobre la personalidad del general José Antonio Páez. Vol. 18: Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Gustavo Ocando Yamarte. Tomo I. Vol. 19: Historia Político-Eclesiástica de Venezuela (1830-1847). Gustavo Ocando Yamarte. Tomo II. Vol. 20: Páez, peregrino y proscripto (1848-1851). Rafael Ramón Castellanos. Vol. 21: Documentos para la historia de la vida de José Antonio Páez. Compilación, selección y notas de Manuel Pinto. Vol. 22: Estudios y discursos sobre el general Carlos Soublette. Vol. 23: Soublette y la prensa de su época. Estudio preliminar y compilación de Juan Bautista Querales. Vol. 24: Carlos Soublette: Correspondencia. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera. Tomo I. Vol. 25: Carlos Soublette: Correspondencia. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera. Tomo II.
Vol. 26: Carlos Soublette: Correspondencia. Recopilación, introducción y notas de Ligia Delgado y Magaly Burguera. Tomo III. Vol. 27: La oposición Liberal en Oriente (Editoriales de “El Republicano”, 1844-1846). Compilación, introducción y notas de Manuel Pérez Vila. Vol. 28: Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D. Tomo I. Vol. 29: Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D. Tomo II. Vol. 30: Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D. Tomo III. Vol. 31: Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas (1784-1868). Estudio introductorio, recopilación y selección documental de Juan Bautista Querales D. Tomo IV. Vol. 32: Opúsculo histórico de la revolución, desde el año 1858 a 1859. Prólogo de Joaquín Gabaldón Márquez. Vol. 33: La economía americana del primer cuarto del siglo XIX, vista a través de las memorias escritas por don Vicente Basadre, último Intendente de Venezuela. Manuel Lucena Salmoral. Vol. 34: El café y las ciudades en los Andes Venezolanos (1870-1930). Alicia Ardao. Vol. 35: La diplomacia de José María Rojas 1873-1883. William Lane Harris. Traducción de Rodolfo Kammann Willson. Vol. 36: Instituciones de Comunidad (provincia de Cumaná, 1700-1828). Estudio y documentación de Magaly Burguera. Vol. 37: Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Ildefonso Leal. Tomo I. Vol. 38: Nuevas Crónicas de Historia de Venezuela. Ildefonso Leal. Tomo II. Vol. 39: Convicciones y conversiones de un republicano: El expediente de José Félix Blanco. Carole Leal Curiel. Vol. 40: Las elecciones presidenciales de 1835 (La elección del Dr. José María Vargas). Eleonora Gabaldón. Vol. 41: El proceso de la inmigración en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 42: Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Gabriel E. Muñoz. Tomo I. Vol. 43: Monteverde: Cuatro años de historia patria, 1812-1816. Gabriel E. Muñoz. . Tomo II. Vol. 44: Producción bibliográfica y política en la época de Guzmán Blanco (1870-1887). Cira Naranjo de Castillo y Carmen G. Sotillo. Vol. 45: Dionisio Cisneros el último realista. Oscar Palacios Herrera. Vol. 46: La libranza del sudor. El drama de la inmigración canaria entre 1830 y 1859. Manuel Rodríguez Campos. Vol. 47: El capital comercial en La Guaira y Caracas (1821-1848). Catalina Banko. Vol. 48: General Antonio Valero de Bernabé y su aventura de libertad: De Puerto Rico a San Sebastián. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 49: Los negocios de Román Delgado Chalbaud. Ruth Capriles Méndez. Vol. 50: El inicio del juego democrático en Venezuela: Un análisis de las elecciones 1946-1947. Clara Marina Rojas. Vol. 51: Los mercados exteriores de Caracas a comienzos de la Independencia. Manuel Lucena Salmoral.
Vol. 52: Archivo del general Carlos Soublette. Catalogación por Naibe Burgos. Tomo I. Vol. 53: Archivo del general Carlos Soublette. Catalogación por Naibe Burgos. Tomo II. Vol. 54: Archivo del general Carlos Soublette. Catalogación por Naibe Burgos. Tomo III. Vol. 55: Las elecciones presidenciales en Venezuela del siglo XIX, 1830-1854. Alberto Navas Blanco. Vol. 56: Los olvidados próceres de Aragua. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 57: La educación venezolana bajo el signo del positivismo. Rafael Fernández Heres. Vol. 58: La enseñanza de la física en la Universidad Central de Venezuela (1827-1880). Henry Leal. Vol. 59: Francisco Antonio Zea y su proyecto de integración Ibero-Americana. Lautaro Ovalles. Vol. 60: Los comerciantes financistas y sus relaciones con el gobierno guzmancista (1870-1888). Carmen Elena Flores. Vol. 61: Para acercarnos a don Francisco Tomás Morales Mariscal de Campo, último Capitán General en Tierra Firme y a José Tomás Boves Coronel, Primera Lanza del Rey. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 62: La Iglesia Católica en tiempos de Guzmán Blanco. Herminia Cristina Méndez Sereno. Vol. 63: Raíces hispánicas de don Gaspar Zapata de Mendoza y su descendencia venezolana. Julio Báez Meneses. Vol. 64: La familia Río Branco y la fijación de las fronteras entre Venezuela y Brasil. Dos momentos definitorios en las relaciones entre Venezuela y Brasil. El tratado de límites de 1859 y la gestión del barón de Río Branco (1902-1912). Alejandro Mendible Zurita. Vol. 65: La educación venezolana bajo el signo de la ilustración 1770-1870. Rafael Fernández Heres. Vol. 66: José Antonio Páez, repertorio documental. Compilación, transcripción y estudio introductorio. Marjorie Acevedo Gómez. Vol. 67: La educación venezolana bajo el signo de la Escuela Nueva. Rafael Fernández Heres. Vol. 68: Imprenta y periodismo en el estado Barinas. Virgilio Tosta. Vol. 69: Los papeles de Alejo Fortique. Armando Rojas. Vol. 70: Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Recopilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo. Tomo I. Vol. 71: Personajes y sucesos venezolanos en el Archivo Secreto Vaticano. Recopilación y Estudio Preliminar. Lucas Guillermo Castillo. Tomo II. Vol. 72: Diario de navegación. Caracciolo Parra Pérez. Vol. 73: Antonio José de Sucre, biografía política. Inés Quintero. Vol. 74: Historia del pensamiento económico de Fermín Toro. Tomás Enrique Carrillo Batalla. Vol. 75: Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Lucas Guillermo Castillo Lara. Tomo I. Vol. 76: Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Apéndice documental. Lucas Guillermo Castillo Lara. Tomo II. Vol. 77: Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Apéndice documental. Lucas Guillermo Castillo Lara. Tomo III.
Vol. 78: Apuntes para una historia documental de la Iglesia venezolana en el Archivo Secreto Vaticano (1900-1922, Castro y Gómez). Apéndice documental. Lucas Guillermo Castillo Lara. Tomo IV. Vol. 79: El Cuartel San Carlos y el Ejército de Caracas 1771-1884. Carmen Brunilde Liendo. Vol. 80: Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomás Enrique Carrillo Batalla. Tomo I. Vol. 81: Hemerografía económica venezolana del siglo XIX. Tomás Enrique Carrillo Batalla. Tomo II. Vol. 82: La Provincia de Guayana en la independencia de Venezuela. Tomás Surroca y De Montó. Vol. 83: Páez visto por los ingleses. Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 84: Tiempo de agravios. Manuel Rafael Rivero. Vol. 85: La obra pedagógica de Guillermo Todd. Rafael Fernández Heres. Vol. 86: Política, crédito e institutos financieros en Venezuela 1830-1940. Catalina Banko. Vol. 87: De leales monárquicos a ciudadanos republicanos. Coro 1810-1858. Elina Lovera Reyes. Vol. 88: Clío frente al espejo. La concepción de la historia en la historiografía venezolana. 18301865. Lucía Raynero. Vol. 89: El almirantazgo republicano. Archivo de Francisco Javier Yánez. Herminia Méndez. Vol. 90: Evolución político-constitucional de Venezuela. El período fundacional 1810-1830. Enrique Azpúrua Ayala. Vol. 91: José de la Cruz Carrillo. Una vida en tres tiempos. Silvio Villegas. Vol. 92: Tiempos de federación en el Zulia. Construir la Nación en Venezuela. Arlene Urdaneta Quintero. Vol. 93: El régimen del general Eleazar López Contreras. Tomás Carrillo Batalla. Vol. 94: Sociopolítica y censos de población en Venezuela. Del Censo ‘‘Guzmán Blanco’’ al Censo ‘‘Bolivariano’’. Miguel Bolívar Chollett. Vol. 95: Historia de los frailes dominicos en Venezuela durante los siglos XIX y XX. Fr. Oswaldo Montilla Perdomo, O.P.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SERIE ESTUDIOS, MONOGRAFÍAS Y ENSAYOS Vol. 1:
El Coloniaje, la formación societaria de nuestro continente. Edgar Gabaldón Márquez.
Vol. 2: Páginas biográficas y críticas. Carlos Felice Cardot. Vol. 3: Tratados de Confirmaciones Reales. Antonio Rodríguez de León Pinelo. Estudio preliminar de Eduardo Arcila Farías. Vol. 4: Datos para la historia de la educación en el Oriente de Venezuela. Manuel Peñalver Gómez. Vol. 5: La tradición saladoide del Oriente de Venezuela. La fase cuartel. Iraida Vargas Arenas. Vol. 6: Las culturas formativas del Oriente de Venezuela. La Tradición Barrancas del Bajo Orinoco. Mario Sanoja Obediente. Vol. 7: Organizaciones políticas de 1936. Su importancia en la socialización política del venezolano. Silvia Mijares. Vol. 8: Estudios en antropología, sociología, historia y folclor. Miguel Acosta Saignes. Vol. 9: Angel S. Domínguez, escritor de nítida arcilla criolla. Luis Arturo Domínguez. Vol. 10: Estudios sobre las instituciones locales hispanoamericanas. Francisco Domínguez Compañy. Vol. 11: Los Héroes y la Historia. Ramón J. Velásquez. Vol. 12: Ensayos sobre Historia Política de Venezuela. Amalio Belmonte Guzmán, Dimitri Briceño Reyes y Henry Urbano Taylor. Vol. 13: Rusia e Inglaterra en Asia Central. M. F. Martens. Traducción y estudio preliminar de Héctor Gros Espiell. Vol. 14: 5 procesos históricos. Raúl Díaz Legórburu. Vol. 15: Individuos de Número. Ramón J. Velásquez. Vol. 16: Los presidentes de Venezuela y su actuación militar (Esbozo). Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 17: Semblanzas, Testimonios y Apólogos. J. A. de Armas Chitty. Vol. 18: Impresiones de la América Española (1904-1906). M. de Oliveira Lima. Vol. 19: Obras Públicas, Fiestas y Mensajes (Un puntal del régimen gomecista). Ciro Caraballo Perichi. Vol. 20: Investigaciones Arqueológicas en Parmana. Los sitios de la Gruta y Ronquín. Estado Guárico, Venezuela. Iraida Vargas Arenas. Vol. 21: La consolidación del régimen de Juan Vicente Gómez. Yolanda Segnini. Vol. 22: El proyecto universitario de Andrés Bello (1843). Rafael Fernández Heres. Vol. 23: Guía para el estudio de la historia de Venezuela. R. J. Lovera De-Sola. Vol. 24: Miranda y sus circunstancias. Josefina Rodríguez de Alonso. Vol. 25: Michelena y José Amando Pérez. El sembrador y su sueño. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 26: Chejendé. Historia y canto. Emigdio Cañizales Guédez. Vol. 27: Los conflictos de soberanía sobre Isla de Aves. Juan Raúl Gil S.
Vol. 28: Historia de las cárceles en Venezuela. (1600-1890). Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 29: Esbozo de las Academias. Héctor Parra Márquez. Vol. 30: La poesía y el derecho. Mario Briceño Perozo. Vol. 31: Biografía del almirante Luis Brión. Johan Hartog. Vol. 32: Don Pedro Gual. El estadista grancolombiano. Abel Cruz Santos. Vol. 33: Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Rafael Ramón Castellanos. Tomo I. Vol. 34: Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador). Rafael Ramón Castellanos. Tomo II. Vol. 35: Hilachas de historia patria. Manuel Rafael Rivero. Vol. 36: Estudio y antología de la revista Bolívar. Velia Bosch. Indices de Fernando Villarraga. Vol. 37: Ideas del Libertador como gobernante a través de sus escritos (1813-1821). Aurelio Ferrero Tamayo. Vol. 38: Zaraza, biografía de un pueblo. J. A. De Armas Chitty. Vol. 39: Cartel de citación (Ensayos). Juandemaro Querales. Vol. 40: La toponimia venezolana en las fuentes cartográficas del Archivo General de Indias. Adolfo Salazar-Quijada. Vol. 41: Primeros monumentos en Venezuela a Simón Bolívar. Juan Carlos Palenzuela. Vol. 42: El pensamiento filosófico y político de Francisco de Miranda. Antonio Egea López. Vol. 43: Bolívar en la historia del pensamiento económico y fiscal. Tomás Enrique Carrillo Batalla. Vol. 44: Chacao: un pueblo en la época de Bolívar (1768-1880). Antonio González Antías. Vol. 45: Médicos, cirujanos y practicantes próceres de la nacionalidad. Francisco Alejandro Vargas. Vol. 46: Simón Bolívar. Su pensamiento político. Enrique de Gandía. Vol. 47: Vivencia de un rito ayamán en las Turas. Luis Arturo Domínguez. Vol. 48: La Razón filosófica-jurídica de la Indepencencia. Pompeyo Ramis. Vol. 49: Tiempo y presencia de Bolívar en Lara. Carlos Felice Cardot. Vol. 50: Los papeles de Francisco de Miranda. Gloria Henríquez Uzcátegui. Vol. 51: La Guayana Esequiba. Los testimonios cartográficos de los geógrafos. Marco A. Osorio Jiménez Vol. 52: El gran majadero. R. J. Lovera De-Sola. Vol. 53: Aproximación al sentido de la historia de Oviedo y Baños como un hecho del Lenguaje. Susana Romero de Febres. Vol. 54: El diario “El Pregonero”. Su importancia en el periodismo venezolano. María Antonieta Delgado Ramírez. Vol. 55: Historia del Estado Trujillo. Mario Briceño Perozo. Vol. 56: Las eras imaginarias de Lezama Lima. Cesia Ziona Hirshbein. Vol. 57: La educación primaria en Caracas en la época de Bolívar. Aureo Yépez Castillo. Vol. 58: Contribución al estudio del ensayo en Hispanoamérica. Clara Rey de Guido. Vol. 59: Contribución al estudio de la historiografía literaria Hispanoamericana. Beatriz González Stephan. Vol. 60: Situación médico-sanitaria de Venezuela durante la época del Libertador. Alberto Sila Alvarez. Vol. 61: La formación de la vanguardia literaria en Venezuela (Antecedentes y documentos). Nelson Osorio T.
Vol. 62: Muro de dudas. Ignacio Burk. Tomo I. Vol. 63: Muro de dudas. Ignacio Burk. Tomo II. Vol. 64: Rómulo Gallegos: la realidad, la ficción, el símbolo (Un estudio del momento primero de la escritura galleguiana). Rafael Fauquié Bescós. Vol. 65: Flor y canto. 25 años de la poesía venezolana (1958-1983). Elena Vera. Vol. 66: Las diabluras del Arcediano (Vida del Padre Antonio José de Sucre). Mario Fernán Romero. Vol. 67: La historia como elemento creador de la cultura. Mario Briceño Iragorry. Vol. 68: El cuento folklórico en Venezuela. Antología, clasificación y estudio. Yolanda Salas de Lecuna. Vol. 69: Las ganaderías en los llanos centro-occidentales venezolanos, 1910-1935. Tarcila Briceño. Vol. 70: La república de las Floridas, 1817-1817. Tulio Arends. Vol. 71: Una discusión historiográfica en torno de “Hacia la democracia”. Antonio Mieres. Vol. 72: Rafael Villavicencio: Del positivismo al espiritualismo. Luisa M. Poleo Pérez. Vol. 73: Aportes a la historia documental y crítica. Manuel Pérez Vila. Vol. 74: Procerato caroreño. José María Zubillaga Perera. Vol. 75: Los días de Cipriano Castro (Historia Venezolana del 900). Mariano Picón Salas. Vol. 76: Nueva historia de América. Las épocas de libertad y antilibertad desde la Independencia. Enrique de Gandía. Vol. 77: El enfoque geohistórico. Ramón Tovar L. Vol. 78: Los suburbios caraqueños del siglo XIX. Margarita López Maya. Vol. 79: Del antiguo al nuevo régimen en España. Alberto Gil Novales. Vol. 80: Anotaciones sobre el amor y el deseo. Alejandro Varderi. Vol. 81: Andrés Bello filósofo. Arturo Ardao. Vol. 82: Los paisajes geohistóricos cañeros en Venezuela. José Angel Rodríguez. Vol. 83: Ser y ver. Carlos Silva. Vol. 84: La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (Aporte de estudio de arquitectura paisajista de Caracas). Giovanna Mérola Rosciano. Vol. 85: El Libertador en la historia italiana: ilustración, “risorgimento”, fascismo. Alberto Filippi. Vol. 86: La medicina popular en Venezuela. Angelina Pollak-Eltz. Vol. 87: Protágoras: Naturaleza y cultura. Angel J. Cappelletti. Vol. 88: Filosofía de la ociosidad. Ludovico Silva. Vol. 89: La espada de Cervantes. Mario Briceño Perozo. Vol. 90: Una tribuna para los godos. El periodismo contrarrevolucionario de Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Julio Barroeta Lara. Vol. 91: La presidencia de Sucre en Bolivia. William Lee Lofstrom. Vol. 92: El discurso literario destinado a niños. Griselda Navas. Vol. 93: Etnicidad, clase y nación en la cultura política del Caribe de habla inglesa. Andrés Serbin. Vol. 94: Huellas en el agua. Artículos periodísticos 1933-1961. Enrique Bernardo Núñez. Vol. 95: La instrucción pública en el proyecto político de Guzmán Blanco: Ideas y hechos. Rafael Fernández Heres.
Vol. 96: De revoluciones y contra-revoluciones. Carlos Pérez Jurado. Vol. 97: Chamanismo, mito y religión en cuatro naciones éticas de América aborigen. Ronny Velásquez. Vol. 98: El pedestal con grietas. Iván Petrovszky. Vol. 99: Escritos de Plá y Beltrán. Selección y prólogo de Juan Manuel Castañón. Vol. 100: La ideología federal en la Convención de Valencia (1858). Tiempo y debate. Eleonora Gabaldón. Vol. 101: Vida de Don Quijote de Libertad (España en el legado del Libertador). Alberto Baeza Flores. Vol. 102: Varia académica bolivariana. José Rodríguez Iturbe. Vol. 103: De la muerte a la vida. Testimonio de Henrique Soublette. Carmen Elena Alemán. Vol. 104: Referencia para el estudio de las ideas educativas en Venezuela. Rafael Fernández Heres. Vol. 105: Aspectos económicos de la época de Bolívar. I La Colonia (1776-1810). Miguel A. Martínez G. Vol. 106: Aspectos económicos de la época de Bolívar. II La República (1811-1930). Miguel A. Martínez G. Vol. 107: Doble verdad y la nariz de Cleopatra. Juan Nuño. Vol. 108: Metamorfosis de la utopía (Problemas del cambio democrático). Carlos Raúl Hernández. Vol. 109: José Gil Fortoul (1861-1943). Los nuevos caminos de la razón. La historia como ciencia. Elena Plaza. Vol. 110: Tejer y destejer. Luis Beltrán Prieto Figueroa. Vol. 111: Conversaciones sobre un joven que fue sabio (Semblanza del Dr. Caracciolo Parra León). Tomás Polanco Alcántara. Vol. 112: La educación básica en Venezuela. Proyectos, realidad y perspectivas. Nacarid Rodríguez T. Vol. 113: Crónicas médicas de la Independencia venezolana. José Rafael Fortique. Vol. 114: Los Generales en jefe de la Independencia (Apuntes Biográficos). Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 115: Los gobiernos de facto en América Latina. 1930-1980. Krystian Complak. Vol. 116: Arte, educación y museología. Estudios y polémicas, 1948-1988. Miguel G. Arroyo C. Vol. 117: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Efraín Subero. Tomo I. Vol. 118: La vida perdurable (Ensayos dispersos). Efraín Subero. Tomo II. Vol. 119: Notas históricas. Marcos Falcón Briceño. Vol. 120: Seis ensayos sobre estética prehispánica en Venezuela. Lelia Delgado R. Vol. 121: Reynaldo Hahn, caraqueño. Contribución a la biografía caraqueña de Reynaldo Hahn Echenagucia. Mario Milanca Guzmán. Vol. 122: De las dos orillas. Alfonso Armas Ayala. Vol. 123: Rafael Villavicencio más allá del positivismo. Rafael Fernández Heres. Vol. 124: Del tiempo heroíco. Rafael María Rosales. Vol. 125: Para la memoria venezolana. Maríanela Ponce. Vol. 126: Educación popular y formación docente de la Independencia al 23 de enero de 1958. Duilia Govea de Carpio. Vol. 127: Folklore y cultura en la península de Paria (Sucre) Venezuela. Angelina Pollak-Eltz y Cecilia Istúriz.
Vol. 128: La historia, memoria y esperanza. Armando Rojas. Vol. 129: La Guayana Esequiba. Dos etapas en la aplicación del Acuerdo de Ginebra. Rafael Sureda Delgado. Vol. 130: De hoy hacia ayer... Ricardo Azpúrua Ayala. Vol. 131: 21 Prólogos y un mismo autor. Juan Liscano. Vol. 132: Cultura y Política. Carlos Canache Mata. Vol. 133: Los actos administrativos de las personas privadas y otros temas de derecho administrativo. Carlos Felice Castillo. Vol. 134: Los procesos económicos y su perspectiva. D. F. Maza Zavala. Vol. 135: Temas lingüísticos y literarios. José María Navarro. Vol. 136: Voz de amante. Luis Miguel Isava Briceño. Vol. 137: Mariano Talavera y Garcés: una vida paradigmática. Francisco Cañizales Verde. Vol. 138: Venezuela es un invento. Homero Arellano. Vol. 139: Espejismos (Prosas dispersas). Pastor Cortés V. Vol. 140: Ildefonso Riera Aguinagalde. Ideas democristianas y luchas del escritor. Luis Oropeza Vásquez. Vol. 141: Asalto a la modernidad (López, Medina y Betancourt: del mito al hecho). Elizabeth Tinoco. Vol. 142: Para elogio y memoria. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 143: La huella del sabio: El Municipio Foráneo Alejandro de Humboldt. Luisa Veracoechea de Castillo. Vol. 144: Pistas para quedar mirando. Fragmentos sobre arte. María Elena Ramos. Vol. 145: Miranda. J. G. Lavretski. Traducción de Alberto E. Olivares. Vol. 146: Un Soldado de Simón Bolívar. Carlos Luis Castelli. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 147: Una docencia enjuiciada: La docencia superior (Bases andragógicas). Eduardo J. Zuleta R. Vol. 148: País de Latófagos. Ensayos. Domingo Miliani. Vol. 149: Narradores en acción. Problemas epistemológicos, consideraciones teóricas y observaciones de campo en Venezuela. Daniel Mato. Vol. 150: David Vela. Un perfil biográfico. Julio R. Mendizábal. Vol. 151: Esa otra Historia. Miguel A. Martínez. Vol. 152: Estado y movimiento obrero en Venezuela. Dorothea Melcher. Vol. 153: Una mujer de dos siglos. Margot Boulton de Bottome. Vol. 154: La duda del escorpión: La tradición hetorodoxa de la narrativa latinoamericana. Beatriz González Stephan. Vol. 155: La palabra y discurso en Julio C. Salas. Susana Strozzi. Vol. 156: El historicismo político. Fulvio Tessitore. Vol. 157: Clavimandora. Ludovico Silva. Vol. 158: Biografía de Juan Liscano. Nicolasa Martínez Bello, Sonia del Valle Moreno, María Auxiliadora Olivier Rauseo. Vol. 159: El régimen de tenencia de la tierra en Upata, una Villa en la Guayana venezolana. Marcos Ramón Andrade Jaramillo. Vol. 160: La Conferencia de París sobre la Banda Oriental. Víctor Sanz López.
Vol. 161: Liceo Andrés Bello, un forjador de valores. Guillermo Cabrera Domínguez. Vol. 162: El paisaje del riel en Trujillo (1880-1945). José Angel Rodríguez. Vol. 163: Democracia sustantiva, democracia formal y hegemonía en Antonio Gramsci (el fenómeno del americanismo y el fordismo). Michel Mujica Ricardo. Vol. 164: Detalles galleguianos. Antonio Bastardo Casañas. Vol. 165: De Nicaragua a Cuba. Angel Sanjuan. Vol. 166: El Amor en Unamuno y sus contemporáneos. Luis Frayle Delgado. Vol. 167: La raigambre salesiana en Venezuela. Cien años de la primera siembra. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 168: Armando Zuloaga Blanco. Voces de una Caracas patricia. Ignacia Fombona de Certad. Vol. 169: Ciencia, educación y positivismo en el siglo XIX Venezolano. Luis Antonio Bigott. Vol. 170: El liceo Simón Bolívar y su promoción cincuentenaria. 1940-1945. Gonzalo Villamizar A. Vol. 171: El universo en la palabra (Lectura estético-ideológica de Abrapalabra). Catalina Gaspar. Vol. 172: Introducción a Homero. Primer Poeta de Europa. Alfonso Ortega Carmona. Vol. 173: Gremio de poetas. Mario Briceño Perozo. Vol. 174: El conocimiento sensorial en Aristóteles. Angel J. Cappelletti. Vol. 175: La Salle en Venezuela. Enrique Eyrich S. Vol. 176: Razón y empeño de unidad. Bolívar por América Latina. J. L. Salcedo-Bastardo. Vol. 177: Arqueología de Caracas, Escuela de Música José Angel Lamas, Mario Sanoja Obediente, Iraida Vargas A., Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Tomo. I. Vol. 178: Arqueología de Caracas, San Pablo. Teatro Municipal. Iraida Vargas A., Mario Sanoja Obediente, Gabriel Alvarado y Milene Montilla. Tomo II. Vol. 179: Ideas y mentalidades de Venezuela. Elías Pino Iturrieta. Vol. 180: El águila y el león: El presidente Benjamín Harrison y la mediación de los Estados Unidos en la controversia de límites entre Venezuea y Gran Bretaña. Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 181: El derecho de libertad religiosa en Venezuela. Pedro Oliveros Villa. Vol. 182: Estudios de varia historia. José Rafael Lovera. Vol. 183: Convenio Venezuela-Santa Sede 1958-1964. Historia Inédita. Rafael Fernández Heres. Vol. 184: Orígenes de la pobreza en Venezuela. Ermila Troconis de Veracoechea. Vol. 185: Humanismo y educación en Venezuela (Siglo XX). Rafael Fernández Heres. Vol. 186: El proceso penal en la administración de justicia en Venezuela 1700-1821. Antonio González Antías. Vol. 187: Historia del Resguardo Marítimo de su Majestad en la Provincia de Venezuela y sus anexas (1781-1804). Eulides María Ortega Rincones. Vol. 188: 18 de octubre de 1945. Legitimidad y ruptura del hilo constitucional. Corina Yoris-Villasana. Vol. 189: Vida y Obra de Pedro Castillo (1790-1858). Roldán Esteva-Grillet. Vol. 190: La Codificación Boliviana de Andrés de Santa Cruz. Amelia Guardia. Vol. 191: De la Provincia a la Nación. El largo y difícil camino hacia la integración político-territorial de Venezuela (1525-1935). Manuel Alberto Donís Ríos. Vol. 192: Ideas y conflictos en la educación venezolana. Rafael Fernández Heres.
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SERIE EL LIBRO MENOR Vol. 1: El municipio, raíz de la república. Joaquín Gabaldón Márquez. Vol. 2: Rebeliones, motines y movimientos de masas en el siglo XVIII venezolano (1730-1781). Carlos Felice Cardot. Vol. 3: El proceso de integración de Venezuela (1776-1793). Guillerrno Morón. Vol. 4: Modernismo y modernistas. Luis Beltrán Guerrero. Vol. 5:
Historia de los estudios bibliográficos humanísticos latinoamericanos. Lubio Cardozo.
Vol. 6: Para la historia de la comunicación social - ensayo. Manuel Rafael Rivero. Vol. 7: El quijotismo de Bolívar. Armando Rojas. Vol. 8: Memorias y fantasías de algunas casas de Caracas. Manuel Pérez Vila. Vol. 9: Bolivariana. Arturo Uslar Pietri. Vol. 10: Familias, cabildos y vecinos de la antigua Barinas. Virgilio Tosta. Vol. 11: El nombre de O’Higgins en la historia de Venezuela. Nicolás Perazzo. Vol. 12: La respuesta de Gallegos. Ensayos sobre nuestra situación cultura. Rafael Tomás Caldera. Vol. 13: La República del Ecuador y el general Juan José Flores. Jorge Salvador Lara. Vol. 14: Estudio bibliográfico de la poesía larense. Juandemaro Querales. Vol. 15: Breve historia de Bulgaria. Vasil A. Vasilev. Vol. 16: Historia de la Universidad de San Marcos (1551-1980). Carlos Daniel Valcárcel. Vol. 17: Perfil de Bolívar. Pedro Pablo Paredes. Vol. 18: De Caracas hispana y América insurgente. Manuel Alfredo Rodríguez. Vol. 19: Simón Rodríguez, pensador para América. Juan David García Bacca. Vol. 20: La poética de Andrés Bello y sus seguidores. Lubio Cardozo. Vol. 21: El magisterio americano de Bolívar. Luis Beltrán Prieto Figueroa. Vol. 22: La historia fea de Caracas y otras historias criminológicas. Elio Gómez Grillo. Vol. 23: Breve historia de Rumania. Mihnea Gheorghiu, N. S. Tanasoca, Dan Brindei, Florin Constantiniu y Gheorghe Buzatu. Vol. 24: Ensayos a contrarreloj. René De Sola. Vol. 25: Andrés Bello Americano -y otras luces sobre la Independencia. J. L. Salcedo-Bastardo. Vol. 26: Viaje al interior de un cofre de cuentos (Julio Garmendia entre líneas). Julio Barroeta Lara. Vol. 27: Julio Garmendia y José Rafael Pocaterra. Dos modalidades del cuento en Venezuela. Italo Tedesco. Vol. 28: Luchas e insurrecciones en la Venezuela Colonial. Manuel Vicente Magallanes. Vol. 29: Panorámica de un período crucial en la historia venezolana. Estudio de los años 18401847. Antonio García Ponce. Vol. 30: El jardín de las delicias y otras prosas. Jean Nouel.
Vol. 31: Músicos y compositores del Estado Falcón. Luis Arturo Domínguez. Vol. 32: Breve historia de la cartografía en Venezuela. Iván Drenikoff. Vol. 33: La identidad por el idioma. Augusto Germán Orihuela. Vol. 34: Un pentágono de luz. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 35: La academia errante y tres retratos. Mario Briceño Perozo. Vol. 36: Tiempo de hablar. Miguel Otero Silva. Vol. 37: Transición (Política y realidad en Venezuela). Ramón Díaz Sánchez. Vol. 38: Eponomía larense. Francisco Cañizales Verde. Vol. 39: Reescrituras. Juan Carlos Santaella. Vol. 40: La memoria perdida. Raúl Agudo Freites. Vol. 41: Carriel número cinco (Un homenaje al costumbrismo). Elisa Lerner. Vol. 42: Espacio disperso. Rafael Fauquié Bescos. Vol. 43: Lo bello / Lo feo. Antonieta Madrid. Vol. 44: Cronicario. Oscar Guaramato. Vol. 45: Ensayos temporales. Poesia y teoría social. Ludovico Silva. Vol. 46: Costumbre de leer. José Santos Urriola. Vol. 47: Cecilio Acosta, un signo en el tiempo. Manuel Bermúdez. Vol. 48: Leoncio Martínez, crítico de arte (1912-1918). Juan Carlos Palenzuela. Vol. 49: La maldición del fraile y otras evocaciones históricas. Luis Oropeza Vásquez. Vol. 50: Explicación y elogio de la ciudad creadora. Pedro Francisco Lizardo. Vol. 51: Crónicas sobre Guayana (1946-1968). Luz Machado Vol. 52: “Rómulo Gallegos”. Paul Alexandru Georgescu. Vol. 53: Diálogos con la página. Gabriel Jiménez Emán Vol. 54: El poeta del fuego y otras escrituras. Mario Torrealba Lossi. Vol. 55: Invocaciones (notas literarias). Antonio Crespo Meléndez. Vol. 56: Desierto para un “Oasis”. Ana Cecilia Guerrero. Vol. 57: Borradores. Enrique Castellanos. Vol. 58: Como a nuestro parecer. Héctor Mujica. Vol. 59: La lengua nuestra de cada día. Iraset Páez Urdaneta. Vol. 60: Homenaje a Rómulo Gallegos. Guillermo Morón. Vol. 61: Ramón Díaz Sánchez. Elipse de una ambición de saber. Asdrúbal González. Vol. 62: La ciudad contigo. Pedro Pablo Paredes. Vol. 63: Incidencia de la colonización en el subdesarrollo de América Latina. Raúl Grien. Vol. 64: Lector de Poesía. José Antonio Escalona-Escalona. Vol. 65: Ante el bicentenario de Bolívar. El general José Antonio Páez y la memoria del Libertador. Nicolás Perazzo. Vol. 66: Diccionario general de la bibliografía caroreña. Alfredo Herrera Alvarez. Vol. 67: Breve historia de Bolivia. Valentín Abecia Baldivieso. Vol. 68: Breve historia de Canadá. J. C. M. Ogelsby. Traducción de Roberto Gabaldón. Vol. 69: La lengua de Francisco de Miranda en su Diario. Francisco Belda.
Vol. 70: Breve historia del Perú. Carlos Daniel Valcárcel. Vol. 71: Viaje inverso: Sacralización de la sal. María Luisa Lazzaro. Vol. 72: Nombres en el tiempo. José Cañizales Márquez. Vol. 73: Alegato contra el automóvil. Armando José Sequera. Vol. 74: Caballero de la libertad y otras imágenes. Carlos Sánchez Espejo. Vol. 75: Reflexiones ante la esfinge. Pedro Díaz Seijas. Vol. 76: Muro de confesiones. José Pulido. Vol. 77: El irreprochable optimismo de Augusto Mijares. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 78: La mujer de “El Diablo” y otros discursos. Ermila Veracoechea. Vol. 79: Lecturas de poetas y poesía. Juan Liscano. Vol. 80: De letras venezolanas. Carlos Murciano. Vol. 81: Cuaderno de prueba y error. Ramón Escovar Salom Vol. 82: Ensayos. Oscar Beaujon. Vol. 83: Acción y pasión en los personajes de Miguel Otero Silva y otros ensayos. Alexis Márquez Rodríguez. Vol. 84: Revolución y crisis de la estética. Manuel Trujillo. Vol. 85: Lugar de crónicas. Denzil Romero. Vol. 86: Mérida. La ventura del San Buenaventura y la Columna. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 87: Frases que han hecho historia en Venezuela. Mario Briceño Perozo. Vol. 88: Científicos del mundo. Arístides Bastidas. Vol. 89: El jardín de Bermudo (Derecho, Historia, Letras). Luis Beltrán Guerrero. Vol. 90: Seis escritores larenses. Oscar Sambrano Urdaneta. Vol. 91: Campanas de palo. Luis Amengual H. Vol. 92: Caracas, crisol. Crónicas. Salvador Prasel. Vol. 93: La memoria y el olvido. Stefania Mosca. Vol. 94: Cuando el henchido viento. Juan Angel Mogollón. Vol. 95: Ideario pedagógico de Juan Francisco Reyes Baena. Pedro Rosales Medrano. Vol. 96: La conspiración del Cable Francés. Y otros temas de historia del periodismo. Eleazar Díaz Rangel. Vol. 97: El escritor y la sociedad. Y otras meditaciones. Armando Rojas. Vol. 98: De propios y de extraños (Crónicas, artículos y ensayos) 1978-1984. Carmen Mannarino. Vol. 99: Agua, silencio, memoria y Filisberto Hernández. Carol Prunhuber. Vol. 100: Los más antiguos. Guillermo Morón. Vol. 101: Reportajes y crónicas de Carora. José Numa Rojas. Vol. 102: Jardines en el mundo. Teódulo López Meléndez. Vol. 103: Crónicas y testimonios. Elio Mujica. Vol. 104: La memoria de los días. Yolanda Osuna. Vol. 105: Tradiciones y leyendas de Zaraza. Rafael López Castro. Vol. 106: Tirios, troyanos y contemporáneos. J. J. Armas Marcelo. Vol. 107: Guzmán Blanco y el arte venezolano. Roldán Esteva Grillet
Vol. 108: Breve historia de lo cotidiano. Pedro León Zapata. Con ciertos comentarios de Guillermo Morón. Vol. 109: Lectura de un cuento. Teoría y práctica del análisis del relato. Alba Lía Barrios. Vol. 110: Fermín Toro y las doctrinas económicas del siglo XIX. José Angel Ciliberto. Vol. 111: Recuerdos de un viejo médico. Pablo Alvarez Yépez. Vol. 112: La ciudad de los lagos verdes. Roberto Montesinos Vol. 113: Once maneras de ser venezolano. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 114: Debajo de un considero me puse a considerar... Lubio Cardozo. Vol. 115: Variaciones / I. Arturo Croce. Vol. 116: Variaciones / II. Arturo Croce. Vol. 117: Crónicas de la Ciudad Madre. Carlos Bujanda Yépez Vol. 118: Tu Caracas, Machu. Alfredo Armas Alfonzo. Vol. 119: Bolívar siempre. Rafael Caldera. Vol. 120: Imágenes, voces y visiones (Ensayos sobre el habla poética). Hanni Ossott. Vol. 121: Breve historia de Chile. Sergio Villalobos R. Vol. 122: Orígenes de la cultura margariteña. Jesús Manuel Subero. Vol. 123: Duendes y Ceretones. Luis Arturo Domínguez. Vol. 124: El Estado y las instituciones en Venezuela (1936-1945). Luis Ricardo Dávila. Vol. 125: Crónicas de Apure. Julio César Sánchez Olivo. Vol. 126: La lámpara encendida (ensayos). Juan Carlos Santaella. Vol. 127: Táriba, historia y crónica. L. A. Pacheco M. Vol 128: Notas apocalípticas (Temas Contraculturales). Ennio Jiménez Emán. Vol. 129: Simbolistas y modernistas en Venezuela. Eduardo Arroyo Alvarez. Vol. 130: Relatos de mi andar viajero. Tomás Pérez Tenreiro. Vol. 131: Breve historia de la Argentina. José Luis Romero. Vol. 132: La Embajada que llegó del exilio. Rafael José Neri. Vol. 133: El orgullo de leer. Manuel Caballero. Vol. 134: Vida y letra en el tiempo (Ocho Prólogos y dos discursos). José Ramón Medina. Vol. 135: La pasión literaria (1959-1985). Alfredo Chacón. Vol. 136: Una Inocente historia (Con Relatos de Inocente Palacios). María Matilde Suárez. Vol. 137: El fiero (y dulce) instinto terrestre / Ejercicios y ensayos. José Balza. Vol. 138: La leyenda es la poesía de la historia. Pedro Gómez Valderrama. Vol. 139: Angustia de expresar. René De Sola. Vol. 140: Todo lo contrario. Roberto Hernández Montoya. Vol. 141: Evocaciones de Cumaná, Puerto Cabello y Maracaibo. Lucas Guillermo Castillo Lara. Vol. 142: Cantos de Sirena. Mercedes Franco. Vol. 143: La Patria y más allá. Francisco Salazar. Vol. 144: Leyendo América Latina. Poesía, ficción, cultura. J.G. Cobo Borda. Vol. 145: Historias de la noche. Otrova Gomas. Vol. 146: Salomniana. Asdrúbal González.
Vol. 147: Croniquillas españolas y de mi amor por lo venezolano. José Manuel Castañón. Vol. 148: Lo pasajero y lo perdurable. Nicolás Cócaro. Vol. 149: Palabras abiertas. Rubén Loza Aguerrebere. Vol. 150: Son españoles. Guillermo Morón. Vol. 151: Historia del periodismo en el Estado Guárico. Blas Loreto Loreto. Vol. 152: Balza: el cuerpo fluvial. Milagros Mata Gil. Vol. 153: ¿Por qué escribir? (Juvenalias). Hugo Garbati Paolini. Vol. 154: Festejos (Aproximación crítica a la narrativa de Guillermo Morón). Juandemaro Querales. Vol. 155: Breve historia de Colombia. Javier Ocampo López. Vol. 156: El libro de las Notas. Eduardo Avilés Ramírez. Vol. 157: Grabados. Rafael Arráiz Lucca. Vol. 158: Mi último delito. Crónicas de un boconés (1936-1989). Aureliano González. Vol. 159: El viento en las Lomas. Horacio Cárdenas. Vol. 160: Un libro de cristal (Otras maneras de ser venezolano). Tomás Polanco Alcántara. Vol. 161: El paisaje anterior. Bárbara Piano. Vol. 162: Sobre la unidad y la identidad latinoamericana. Angel Lombardi. Vol. 163: La gran confusión. J. J. Castellanos. Vol. 164: Bolívar y su experiencia antillana. Una etapa decisiva para su línea política. Demetrio Ramos Pérez. Vol. 165: Cristóbal Mendoza, el sabio que no muere nunca. Mario Briceño Perozo. Vol. 166: Lecturas antillanas. Michaelle Ascensio. Vol. 167: El color humano. 20 pintores venezolanos. José Abinadé. Vol. 168: Cara a cara con los periodistas. Miriam Freilich. Vol. 169: Discursos de ocasión. Felipe Montilla. Vol. 170: Crónicas de la vigilia (Notas para una poética de los ’80). Leonardo Padrón. Vol. 171: Sermones laicos. Luis Pastori. Vol. 172: Cardumen. Relatos de tierra caliente. J. A. de Armas Chitty. Vol. 173: El peor de los oficios. Gustavo Pereira. Vol. 174: Las aventuras imaginarias (Lectura intratextual de la poesía de Arnaldo Acosta Bello). Julio E. Miranda. Vol. 175: La desmemoria. Eduardo Zambrano Colmenares. Vol. 176: Pascual Venegas Filardo: Una vocación por la cultura. José Hernán Albornoz. Vol. 177: Escritores en su tinta (Entrevistas, reseñas, ensayos). Eloi Yagüe Jarque. Vol. 178: El día que Bolívar... (44 crónicas sobre temas poco conocidos, desconocidos o inéditos de la vida de Simón Bolívar). Paul Verna. Vol. 179: Vocabulario del hato. J. A. de Armas Chitty. Vol. 180: Por los callejones del viento. Leonel Vivas. Vol. 181: Rulfo y el Dios de la memoria. Abel Ibarra. Vol. 182: Boves a través de sus biógrafos. J. A. de Armas Chitty. Vol. 183: La Plaza Mayor de Mérida. Historia de un tema urbano. Christian Páez Rivadeneira.
Vol. 184: Territorios del verbo. Sabas Martín. Vol. 185: El símbolo y sus enigmas. Cuatro ensayos de interpretación. Susana Benko. Vol. 186: Los pájaros de Majay. Efraín Inaudy Bolívar. Vol. 187: Blas Perozo Naveda: La insularidad de una poesía. Juan Hildemaro Querales. Vol. 188: Breve historia del Ecuador. Alfredo Pareja Diezcanseco. Vol. 189: Orinoco, irónico y onírico. Régulo Pérez. Vol. 190: La pasión divina, la pasión inútil. Edilio Peña. Vol. 191: Cuaderno venezolano para viajar (leer) con los hijos. Ramón Guillermo Aveledo. Vol. 192: Pessoa, la respuesta de la palabra. Teódulo López Meléndez. Vol. 193: Breve historia de los pueblos árabes. Juan Bosch. Vol. 194: Pensando en voz alta. Tomás Polanco Alcántara. Vol. 195: Una historia para contar. Rafael Dum. Vol. 196: La saga de los Pulido. José León Tapia. Vol. 197: San Sebastián de los Reyes y sus ilustres próceres. Lucas G. Castillo Lara. Vol. 198: Iniciación del ojo. Ensayo sobre los valores y la evolución de la pintura. Joaquín González-Joaca. Vol. 199: Notas y estudios literarios. Pascual Venegas Filardo. Vol. 200: Pueblos, aldeas y ciudades. Guillermo Morón. Vol. 201: Zoognosis: el sentido secreto de los animales en la mitología. Daniel Medvedov. Vol. 202: Los Estados Unidos y el bloqueo de 1902. Deuda externa: agresión de los nuevos tiempos. Armando Rojas Sardi. Vol. 203: Mundo abierto (Crónicas dispersas). Efraín Subero. Vol. 204: El ojo que lee. R. J. Lovera De-Sola. Vol. 205: La Capilla del Calvario de Carora. Hermann González Oropeza, S.J. Vol. 206: El dios salvaje. Un ensayo sobre “El corazón de las tinieblas”. Edgardo Mondolfi. Vol. 207: Breve historia del Japón. Taraõ Sakamoto. Vol. 208: La mirada, la palabra. Rafael Fauquié. Vol. 209: José Antonio Anzoátegui. Jóvito Franco Brizuela. Vol. 210: El fin de la nostalgia. Antonio Crespo Meléndez. Vol. 211: Sin halagar al diablo, sin ofender a Dios. Ramón Gutiérrez. Vol. 212: Lecturas. Francisco Pérez Perdomo. Vol. 213: Sobre Ramón Pompilio. Alberto Alvarez Gutiérrez. Vol. 214: Anécdotas de mi tierra. Miguel Dorante López. Vol. 215: Pensar a Venezuela. Juan Liscano. Vol. 216: Crónicas irregulares. Iván Urbina Ortiz. Vol. 217: Lecturas guayanesas. Manuel Alfredo Rodríguez. Vol. 218: Conversaciones de memoria. José Luis Izaguirre Tosta. Vol. 219: El viejo sembrador. Ramón Pompilio Oropeza. Vol. 220: Crónicas. Agustín Oropeza. Vol. 221: Para una poética de la novela “Viaje Inverso”. Haydée Parima.
Vol. 222: Enseñanza de la historia e integración regional. Rafael Fernández Heres. Vol. 223: Breve historia del Caribe. Oruno D. Lara. Vol. 224: Miguel Sagarzazu, héroe y médico. Máximo Mendoza Alemán. Vol. 225: Tucacas. Desde el umbral histórico de Venezuela. Manuel Vicente Magallanes. Vol. 226: Los Cumbes. Visión panorámica de esta modalidad de rebeldía negra en las colonias americanas de España y Portugal. Edmundo Marcano Jiménez. Vol. 227: 11 Tipos. Juan Carlos Palenzuela. Vol. 228: Venezuela en la época de transición. John V. Lombardi. Vol. 229: El primer periódico de Venezuela y el panorama de la cultura en el siglo XVIII. Ildefonso Leal. Vol. 230: Los 9 de Bolívar. J.L. Salcedo-Bastardo.
SERIE LIBRO BREVE
Vol. 231: Bello y la historia. Mariano Picón-Salas. Vol. 232: La evolución política de Venezuela (1810-1960). Augusto Mijares. Vol. 233: Evolución de la economía en Venezuela. Eduardo Arcila Farías. Vol. 234: Positivismo y Gomecismo. Elías Pino Iturrieta. Vol. 235: Cerámica venezolanista y otros textos sobre el tema. Compilación
y Prólogo de José Rafael Lovera.
Vol. 236: Páez y el arte militar. Héctor Bencomo Barrios. Vol. 237: Historia territorial de la provincia de Mérida-Maracaibo (1573-1820). Manuel Alberto Donís Ríos. Vol. 238: La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de la naturaleza en los historiadores antiguos y en la Crónica de Indias. Mariano Nava Contreras. Vol. 239: Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. María Elena González Deluca. Vol. 240: El diablo suelto en Carora. Memoria de un crimen. Juan Carlos Reyes. Vol. 241: Las visitas pastorales de Monseñor Antonio Ramón Silva. Jesús Rondón Nucete. Vol. 242: General de armas tomar. La actividad conspirativa de Eleazar López Contreras durante el trieno (1945-1948). Edgardo Mondolfi Gudat. Vol. 243: La personalidad íntima de Lisandro Alvarado. Janette García Yépez-Pedro Rodríguez Rojas. Vol. 244: De trapiches a centrales azucareros en Venezuela. Siglos XIX y XX. Catalina Banko. Vol. 245: La política exterior del gobierno de Rómulo Betancourt. Luis Manuel Marcano.