CAPITULO I "Mi peor represor"
Buenos Aires, 2 de septiembre de 2017
No puedo escucharte, verte u oler a alguien con un perfume parecido al tuyo sin evitar recordar que te extraño, sin evitar enamorarme cada vez más de vos. ¿Qué demonios me hiciste? me tomaste indefenso y me llevaste a un lugar de donde yo no sabia como volver. Porque me vuelven loco tu voz, tus ojos marrones y tu sonrisa pícara. Me enamoran tu boca, tu flequillo largo, tus gestos cuando algo te causa gracia, tu cara de culo cuando algo no te gusta, tu forma particular de esquivar a algunos compromisos, la forma en que me toleras cuando hago o digo alguna idiotez, o cuando simplemente no dejo de hablar. Me hacen perder la razón las formas que tenés de decirme algo sin decirlo desdeñosamente, tus provocaciones para hacerme enojar, la manera torcida de caminar que tenés cuando estas cansado, el gesto al saludar que haces cuando te vas. Me gustan de vos la manera en que intentas disimular tus miedos, tus silencios y tu actitud pendenciera hacia cualquiera que me quiera lastimar; que me causa mucha gracia. Me hechizan tu letra horrible y tus errores de ortografía, los esfuerzos que haces por no ser antisocial, losalfajores de chocolate que preferís; tu vocabulario vulgar cuando estas nervioso y tu perfeccionismo. Me encanta la obsesión por el pelo que compartimos, esa horrible remera que detesto, tu manera rara de bailar. Me hipnotizan tus dibujos feos, que para mi son los mejores porque sé que los haces con
amor. Y tus pestañas. Punto de inicio de todo. Nada hubiese sido "algo" sin esas pestañas que me cautivaron desde que me miraste de reojo ese primer día. Para que mentir, me gustaste desde ese primer día. Aunque yo nunca lo quise admitir en todos estos años, porque yo quería hacerte creer que vos me elegiste, pero no. Yo te elegí y lo volvería a hacer todos los días que me quedan. Sospecho que en algún momento te diste cuenta que no fue así, porque en ese momento, en lugar de irme, me quedé y estaba de mas nervioso. Vos lo viste, y no dijiste nada. En lugar de enojarte, a pesar de que te dije que no, solo sonreíste. Y a mi me latió mas fuerte el corazón.
Así empezaba la carta que le escribí a Dante. Me llamo Pablo, pero me dicen Lolu. Tengo 26 años. Vivo con mi mejor amiga Laura en un departamentito que alquilamos en Belgrano. A los dos nos gusta el fútbol (esperamos ansiosos el mundial que se realizará el año que viene en Argentina), amo bailar y escuchar música. Trabajo de fotógrafo en una revista de moda. Soy de Tauro y soy gay. Tengo una enfermedad que me esta matando día a día. Pero no se asusten, la llevo muy bien y tengo pensado vivir muchos años mas. Desde hace diez años que mi mamá y papá saben que soy gay y mis tres hermanos menores creo que se enteraron un tiempo después, aunque no me preocupé, en ese momento, por decirle nada a ellos. Se enteraron como se entero toda mi familia. La gigantesca boca de mamá se abrió para divulgarlo a todo el mundo sin preguntarme, como siempre. Yo en esos días no me preocupaba por eso, solo pensaba en el chico que por primera vez me había cautivado, con una fuerza tan grande que logró sacarme
del clóset, sin que yo me dé cuenta. Porque si, nunca estuve realmente consiente de el paso que estaba dando. Fue todo tan vertiginoso y tan torpe a la vez, que hiso que sea todo insignificante e ilusorio. No me importaba nada lo que dijeran los demás. Pero esto paso mas adelante. En un principio, cuando todo esto comenzó, yo estaba en 2° año de la secundaria, un momento y un lugar en la vida de un adolescente más que complicado. Todos los que lo pasaron van a estar de acuerdo conmigo en que si no sos igual a los demás, o igual a la idea que tienen los demás de ellos mismos, la pasas mal. Venia sorteando estos obstáculos. No me metía en problemas, no consumía drogas y salía a bailar de vez en cuando al boliche de moda al cual todos los chicos y chicas de mi zona iban. Pero mi pequeño grupo de amigas sabía en el fondo que yo era diferente, no era como los demás varones. Aunque me esforzaba por aparentar que si, que no había ningún problema en mi y que tampoco había que mencionar demasiado fuerte alguna broma al respecto, porque eso era motivo de un bochorno gigante, al menos para mi. Fui mi peor represor. Me convertí en el dictador más cruel de mis propios sentimientos, palabras, formas e incluso pensamientos. Pero en ese tiempo no lo sabia, creía que las cosas estaban bien siempre y cuando nadie sepa mi "pequeño” secreto. Yo era mi peor represor. Aparentaba todo lo mejor que podía. Tenía "novia” y hasta creí estar enamorado de ella. Se llamaba Luna. Nunca supe, hasta el día de hoy, si ese sentimiento efectivamente fue verdadero, o me deje amoldar por la sociedad que tácitamente me obligaba a hacer cosas que yo realmente no sentía. Razones para estar enamorado no me faltaban; ella era simplemente perfecta. Castaña de pelo largo y ojos color miel, sobre una sonrisa brillante y una figura, que deslumbraba a cualquier hombre. Su inteligencia era única, y
la reforzaba con grandes valores éticos y morales. Si no era perfecta, es lo más parecido a la perfección que conocí. Al lado de ella, mis escasos atractivos se volvían nulos. Yo era castaño de pelo lacio, de ojos color verde y alto. Mi tez era pálida como el papel y me costaba mucho mantenerme en forma. Siempre tuve problemas con mi imagen. La inseguridad y la baja autoestima, tal vez heredada de mamá y la necesidad de ser estético para los demás, que tal vez heredé de papá, hicieron de mí una moneda que podía caer de cara o seca. Algunos días me veía radiante y me llevaba al mundo por delante. Otros días, me sentía el sapo más feo y desagradable del pantano. Salir con Luna me hacia sentir mal. Ella intentaba realizar algún plan y yo ponía una nueva excusa para evitarla. Era insostenible. Ya no daba para más. No me gustaba sentirme así, pero tenía miedo. Miedo de dejarla y que todos dijeran cosas de mí. Debía mantener la farsa cueste lo que cueste. Pero ella valía mucho, y un idiota como yo no era nadie como para hacerla sufrir. Era ella o yo. Y preferí salvarme. Por esos días, mi mejor amiga era Celeste. Una chica que vivía en mi barrio y también era mi compañera de curso. Era sincera conmigo, o al menos eso era lo que yo creía. Pasaba la mayor parte del tiempo con ella; salíamos a caminar, a bailar y a comprar ropa. Confiaba en ella y ella en mí. Un sábado de Julio había ido de visita a la casa de Celeste. Teníamos pensado ver unas películas y quedarnos adentro, porque en esos días hacía mucho frio. Pero por uno de esos misterios de la naturaleza o del destino, esa mañana era hermosa. El sol radiante iluminaba, sin negar sus rayos a todos aquellos que así lo quisieran. Mi visión al respecto del astro era bastante extraña ese día, ya que comúnmente lo odiaba. Evitaba a toda costa que mi pálida piel tuviese contacto con un delgado hilo de su luz. Fue por esa
mística razón, que le propuse a mi amiga que salgamos a dar un paseo al aire libre, a la plaza que quedaba a dos cuadras de su casa. Y fuimos. En la plaza estaba todo el barrio y eso me molestaba, me sentía observado. Me imaginaba los comentarios que estarían haciendo algunas personas de mí y eso era bastante incómodo. Mi amiga saludaba exageradamente a todos sus conocidos como si fueran sus mejores amigos. Yo en cambio, me quedaba atrás y saludaba con la mano a quienes no podía evitar no hacerlo. En esa plaza también estaba Flor, compañera de la escuela. Con un gesto de sorpresa en la cara por habernos encontrado allí, Flor se acercó a saludarnos. —¡Hola chicos!— saludó —¿Cómo andás, Flor? — le respondimos. —Bien, justo estoy de camino al supermercado, a buscar un par de cosas, porque hoy es el cumpleaños de mi hermana— nos dijo. —¿De Agus? — le preguntó Cele —Si, Agus hoy cumple 18 y vamos a hacer una fiesta sorpresa en mi casa. ¿Quieren venir? — nos invita amablemente Flor. —¡Si! Yo quiero ir — le respondió Cele. —No creo que pueda, tengo que hacer un par de cosas para mañana — me disculpé. —¡Dale, Lolu! ¡Tenés que divertirte un poco! — me dijeron ambas. —No es solo por eso, es que sinceramente a tu hermana no la conozco, y me sentiría un poco desubicado yendo a su fiesta, mucho más si ella no sabe quienes son los invitados.
—No te hagas drama por eso, —me tranquilizó Flor— van a ir muchas personas que mi hermana no conoce, además es en mi casa también. —Tiene razón Lolu, aparte vas a estar conmigo y yo no te voy a dejar solo — intentaba convencerme Cele— yo si conozco a Agus y es re buena onda, no va a tener problema. —No sé… voy a ver chicas. No les prometo nada. — concluí. Horas mas tarde, ya habían logrado convencerme. Esa tarde me preparé para ir a la fiesta. Me puse una camisa marrón chocolate y un jean negro. La verdad es que no tenía muchas ganas de ir, pero me habían insistido tanto que desistí. Me encontré con Cele a la hora que habíamos pautado y llegamos juntos a la casa de Flor y Agus. Flor abrió la puerta con una sonrisa y nos invitó a pasar. —Hola chicos —Hola flor, — la saludó Celeste— ¡Trajimos algo para tomar! —Buenísimo, pasá por la cocina y guardálo en la heladera, ¿dale?— le dijo señalando un cuarto cercano —mientras, yo tengo que hablar con Lolu.
Mi cara de sorpresa fue evidente. ¿Porqué querría Flor hablar conmigo en privado? — Pensé— ¿Le habría molestado algo que dije? —Tengo un amigo para presentarte — comenzó la charla. Y yo me asusté.
Capitulo 2 "Perdonáme, no soy gay"
Flor esperaba una respuesta, al menos gestual, pero yo no pude hacerlo instantáneamente. Me había descolocado. Me tomó un par de segundos procesar la pregunta y luego concebir una respuesta. Me acavaba de dar cuenta de que una persona, que yo pensaba que no me conocía demasiado, se había animado a hacer lo que nadie hasta ese momento había hecho, decirme las cosas de frente. Y eso me daba vueltas en la cabeza. Finalmente le respondí absurdamente. Sonreí y lo tomé como una broma de su parte, huyendo así del problema. Salí al pasillo y me encontré con Cele, la cuál me llevó al patio trasero de la casa donde estaban todos. Y cuando digo todos, me refiero a literalmente todos. Desde compañeros de la escuela, hasta vecinos e incluso el chico que atiende el kiosco de la esquina. Como
llegamos tarde, todas las miradas se dirigieron hacia nosotros dos. No me quería morir, solo quería que la tierra me trague. ¿Qué carajo hacía yo ahí? Me Tenía que ir ¡ya!. — Cele, estoy un poco descompuesto, creo que es algo que tomé. Me voy a casa. — Lolu, primero; no te podes ir, recién llegamos...— me respondió Cele — Segundo; ¡no tomaste nada todavía!. — Ya sé.. es que me siento incomodo, perdonáme pero me voy. — Dale, no nos podemos ir... mirá allá, hay un chico que me gusta. ¡Es re lindo!— me atajaba Cele — ¿Cuál?— fingí interés — El morocho, que esta sentado allá…
Y ahí, fue que lo ví por primera vez. Sentado en un sillón de jardín, en el fondo del patio y solo. Era una ilusión óptica, parecía estar rodeado por una aurora de luz blanca que te enceguecía de belleza. Era precioso por donde lo mires, nunca había mirado a un chico con los mismos ojos con los que los ví a él, esa noche. Era morocho igual que yo, pero tenía una especie de rulos brillantes, que le daban un toque mas llamativo. Su rostro, de rasgos perfectos y tez blanca, estaba cortado por un lunar en la parte izquierda inferior de sus labios. Esos labios carnosos y besables que me desesperaban. Como estaba sentado, no me pude dar cuenta si era alto o no, pero mas tarde pude comprobar que casi tenía mi altura. Estaba muy bien vestido, con una camisa blanca y un sweater gris, que a mi me fascinó. Por varios minutos no pude dejar de observarlo, de analizarlo, intentando descubrirle una furtiva sonrisa, o tal vez buscaba la ilusión de
que posara sus ojos, al menos por un segundo, en mí. Intentaba descifrar que pensaba, que había detrás de ésa cara, que no demostraba emoción. Lo miraba fijo, disimuladamente, hasta que me percaté de algo; no sabía de color eran sus ojos. No podía ver sus ojos, solo podía ver sus hermosas pestañas. ¡Que hermosas pestañas tenía ese chico que yo estaba mirando! Tenía ganas de gritárselo, que mi voz llegue al otro lado del patio y que de esa forma él se dé vuelta y me mire. Pero no podía. Eso era una locura que ni ebrio, drogado o amenazado por un arma hubiese hecho; hasta ese momento. — ¡Hey, Pablo!— Celeste pasaba la palma de su mano extendida frente a mis ojos. — ¡Hola! ¿Me escuchas? — Si, perdonáme. ¿Qué me decías? — me desperté del sueño — Que me parece lindo ese chico que está sentado allá. — me repitió — Ah, ¿Ése chico? —actué—Si, puede ser, que se yo... sobre gustos no hay nada escrito— y le sonreí. Celeste hizo una pausa — Estás raro últimamente, ¿Recién estabas de mal humor y ahora me hacés chistes? — me miraba como extrañada — Así soy yo, cambiante. —le dije— ¿Bailamos? La decisión de irme de la fiesta de pronto había cambiado y me di cuenta que eso no era tan malo, esas personas estaban cada una en la suya y en el fondo no eran tan monstruosos.
Y así bailamos, bailamos y bailamos toda la noche. Yo en cada giro, disimuladamente intentaba encontrar a ese chico, pero no, no lo encontraba. Lo buscaba por todos los rincones que la vista me permitía y nada, había desaparecido. No supe en que momento desapareció. Lo perdí. Mi cara había cambiado y se notaba. Me senté y esperé a ver que pasaba. —¡Ah! Ahí estabas— vi aparecer a Flor de la mano de un chico desde mi izquierda —Siempre estuve acá— le dije —Te presento, el es Dante—haciendo gestos con la mano de uno al otro—Dante, el es Pablo. Los dejo así se conocen.— y se fué con cara de picardía. ¡Era él! Si, el chico que me había flasheado, el morocho de rulos, el de las pestañas, el chico al cuál pude descubrir que tenía ojos verdes, increíblemente expresivos y cautivadores, que me miraron fijamente. Yo me quedé atónito. —Disculpá a Flor por su entrometimiento, por favor—me dijo con una voz absolutamente masculina y de manera educada. De mi boca no podían salir palabras. —Ella es así, un poco metida, pero es buena persona—seguía hablándome con tal distinción con su refinada voz mientras se sentaba al lado mío. Yo seguía ahí, como un tonto sin poder decir nada. Solo le devolvía la mirada fija. Hubo un silencio. Inesperadamente, para él y mucho más para mí, después de unos segundos, me levante de la silla y con voz temblorosa le dije: —Disculpáme vos a mí, no sé lo que te habrá dicho Flor; pero yo no soy gay.
Dante se quedó mirándome, pero a diferencia de lo que yo esperaba, él no se ofendió, no me discutió, ni hizo un gesto negativo. Solo hizo una aprobación con la cabeza y se fué, desapareciendo así de mi vista. Celeste a los segundos apareció y con cara de asombro me preguntó que había sucedido, porqué había estado hablando con el chico que a ella le gustaba, que si le hable de ella, que cuántos años tenía, que si tenía lindos ojos y hasta como era su voz. Yo simplemente no la escuchaba, estaba aturdido, eran muchas cosas las que invadían mi cabeza, lo que hacía bastante difícil concentrarme en una sola, ya que todas eran importantes. Me sentía mal y no sabía porqué, pero no debía mostrarlo. Tenía que hacer de cuenta que no había sucedido nada. Quería llorar, pero los hombres no lloran. Por eso, saqué mi mayor sonrisa e hice lo que mejor sabía hacer, fingir. Yo estaba bailando con mis amigas, cuando por última vez en la noche el apareció nuevamente. Solo pasó cerca de donde estaba y me miró unos segundos, con una mirada profunda y penetrante; pero no amenazante, sino mas bien cómplice. Áunque tan solo duró unos pocos segundos, a mí me hubiese gustado que dure toda la vida. Después de ésto, él solo se fué y me dejó ahí solo, en ese montón de gente que creí desaparecida durante los pocos segundos en los que él me miraba. No lo conocía, no sabía nada de él. Pero cuando lo ví irse, el corazón se me hundió en el pecho y se me puso la piel de gallina. Supe entonces, que me había equivocado. Y mucho. Mientras miraba el piso, recordaba sus rulos y sus pestañas y me sentía cada vez peor. El día despues de la fiesta, estaba con una mezcla de sensaciones. Por un lado, no podía evitar estar contento por haber conocido a la persona, que con magia, me había roto la cabeza; y me hacia sonreir sin ningun motivo cuando estaba solo. Por otro, un
remordemiento atroz me hacía sentir tremendamente infeliz, por haber desperdiciado la oportunidad de mi vida, de por primera vez hacer lo que realmente me hacía sentir bien. Ese día, mis viejos tenían un velorio. El velorio de una señora que yo pocas veces había visto, pero que decían que era mi tía. Mi mamá me dijo si quería acompañarlos, que era una buena oportunidad para conocer a otra parte de mi familia; pero la verdad es que yo tenía cosas mucho más importantes para pensar ese día, y no fui. Me quedé solo en casa y eso ayudo a que pusiera bien en claro mis pensamientos, sin tanta gente a mi alrededor aturdiéndome. Y decidí hacerlo de manera ordenada. Evidentemente, lo que me pasó anoche con ese chico, fué atraccion.— pensaba— Pero no puedo dejarme llevar por los impulsos y tengo que reaccionar mas cauto. ¿Realmente vale la pena este chico? ¿Vale la pena lastimar a todas las personas que tengo alrededor, por un poco de placer personal? ¿Vale la pena armar todo este show, por solo probar? ¿Y si me arrepiento? ¿Y si estoy confundído ? El magnetismo hacia ese chico era innegable, incluso en pensamientos. Me imaginaba un día encontrandomelo casualmente en un colectivo o una sala de espera de un hospital. Y ahí, decirle cuanto me arrepentía de haberle hecho esa escena aquella noche. Luego de unos segundos de imaginar eso, yo mismo detruía los planes, pensando en lo irreal que se hacía que yo me anime a hacer eso. Cada día de esos largos meses, que separaron la noche en que lo conocí y el día en que tomé una decisión; lo primero que hacía al levantarme era pensar en él. Durante el día, mientras realizaba mis actividades, pensaba en que estaría haciendo y si se acordaría de mí. A la noche, en la cama y en la oscuridad de mi habitacion, mirando el techo, inocentemente recordaba sus rulos y sonreía.
Esos meses fueron largos y yo actuaba bastante raro; estaba mas callado que lo habitual y y no salía nunca. Valoraba las horas en mi habitación a solas, escuchando musica bien fuerte y garabateando lineas en un papel. Todo estaba relativamente en calma, cuando en una de esas tardes en las que estaba encerrado en mi habitación, sonaron unos toques y la puerta se abrió. Era mi mamá. Rapidamente escondí los papeles que estaba escribiendo e hice como que estaba leyendo un libro. —Pablito, ¿Cómo estás? —me dijo con voz susurrante, mientras se acercaba a acomodarse en un silloncito que estaba al lado de mi cama. —¿Yo? ¡Bien! — Le respondí a la defensiva. — Quiero que hablemos de vos, últimamente no se nada y te noto extraño. Ya casi no salís con esa chica simpática que viene a casa y a tus amigos no los ves en otro lugar que no sea la escuela. Y eso me preocupa—realmente se le notaba la cara de preocupación mientras hablaba— Vos sabés que yo te amo como a nada en el mundo y que quiero verte bien. Mi instinto de madre me dice que vos estas mal.¿Hay algo que quieras contarme? Yo me quedé callado y apenas respiraba. Luego de unos segundos, tomé aire, la miré y le respondí... —Si, me pasa algo.
Capitulo 3 "El mensaje de texto”
Otra vez me encontraba en un nuevo aprieto, pero esta vez no pensaba huir, no. Bueno, tal vez si. Por última vez. Es la última vez que miento, pensé. —Má, lo que pasa es que me peleé con Luna… —Ah, —puso cara de desconfianza y luego de duda— ¿Es eso nada más? ¿Estás seguro? —Si, ¿Qué otra cosa me puede pasar? — volví a actuar. — ¡Estoy preocupada!, ¿Está mal eso?
—No hay nada de que preocuparse, no busques problemas donde no los hay. —Pablo, hay personas, que no sé si por malas, o por sinceras me preguntan cosas de vos y yo muchas veces no sé que contestarles… — y me miró fijamente. — ¿Porqué siempre te importa tanto lo que piensen las otras personas?— un hilo de pánico me recorrió el cuello. —Me importa, porque sos mi hijo, y no quiero que nadie hable mal de vos. —No te preocupes, que no hay nada malo que puedan decir de mí. — ¿Estás seguro? —Absolutamente — le respondí con toda la seguridad que me salió. —Bueno, discúlpame. A veces me dejo llevar un poco por los comentarios que me llegan. —Sí, lo sé. Pero esos comentarios no son ciertos. —Ni yo me creía esa mentira. —Esta bien, entonces te dejo que sigas con lo que estabas haciendo —me dijo al levantarse. Un aire tenso se tornó en la habitación y se evidenciaba en mi cara, que no pretendía continuar con la conversación. —Por favor, tengo que entregar esto para mañana— y miré una pila de papeles y carpetas. —Está bien, me voy. —Hizo un paso hacia la puerta y se dio vuelta rápidamente. — Preparáte, porque esta noche invité a cenar a Esthela, la vecina y su familia a cenar. — Y se fué sin mirar mi expresión, ya que seguramente pensó que seria negativa.
Y tenía razón en pensar así, Esthela y su familia eran el grupo de personas que visitaban mi casa, que más me desagradaba en el mundo. Empezando por ella, una mujer regordeta de casi 50 años, de cabellera teñida de rubio amarillo chillón, de exagerado maquillaje y grotesca vestimenta. Era irritante, metída, irónica y falsa. Al punto tal, que no podía oírla ni verla. Su esposo, Luis, de aspecto desgarbado y cansado, aunque no tan desagradable como su mujer, no dejaba de ser repulsivo a la vista y al oído. Pero él, era mucho mas disimulado y reprimido, ya que para mí, para estar o por estar tantos años al lado de una mujer así, tenés que ser parecido o haber adoptado su forma de ser. El miembro menor de esta familia, era un pre púberto de 12 años, Mario o "Marito”,como le decían sus amigos. Petiso y castaño; luego de la madre, era el ser mas horrible que vivía en el barrio. Burlista, pendenciero y soberbio. Se escapaba religiosamente tres o cuatro veces por semana de la escuela, para juntarse con los amigos en una esquina a fumar o a tomar alcohol. Iban por el barrio en una patota de cinco o seis chicos, que al igual que él, compartían el gusto de no hacer nada. Cuando digo horrible, no me refiero solo a la parte física; era una horrible persona, como todos en su familia. Pero no me sentía tan mal por pensar esto, ya que yo sabía que en el fondo, los tres me odiaban a mí también. Me odiaban, pero no lo demostraban. Lo insinuaban cada vez que me ponían en vergüenza frente a todo el mundo, divulgando chismes falsos (algunos no) sobre mí, o con miradas seguidas de risitas burlonas, que me propiciaban cada vez que yo pasaba frente a su casa. Se notaba que estaban llenas de odio, envidia y resentimiento.
Cele, siempre decía que Esthela hacía magia negra; y a cualquier situación que a mi me desfavorecía, o que mi suerte fallaba, siempre le echaba la culpa a ella. Yo nunca creí que eso fuera verdad; pero que las hay, las hay. Eran cerca de las 10.20, cuando mi mamá me dijo que bajara, que la cena ya estaba lista. Con mínimas ganas, pero con hambre, bajé. Ahí estaban los tres sujetos de los que les he hablado, sentados alrededor de mi mesa. Esthela parecía un ajolote mexicano, con sus ojos saltones y su sonrisa falsa. A Luis le encontré el parecido a una hiena en descomposición. Y al más joven del trío, solo me lo imaginé como una desagradable rata. Los fulminé con la mirada uno por uno, para que no se olviden que yo, no era tan ingenuo como mis padres y que no les iba a perdonar una. En la primera de cambio, me levantaba y les tiraba un plato de fideos en la cabeza. Seguido a esto, los saludé con un simple "Buenas noches”, a los que ellos respondieron falsamente con un "Que agrado que hayas bajado” (Luis), "¡Que alto está este chico!”(Esthela). Haciendo oídos sordos, me senté en una silla lo mas alejado posible de ese repugnante clan. La cena transcurrió con normalidad. Yo estaba concentradísimo en mi plato y trataba de no oír los comentarios cargados de maldad, que irónicamente Esthela hacía sobre todos los vecinos del barrio. Mis padres la escuchaban como demostrando interés. La verdad es que no entendía para que los habían invitado, y después se me ocurrió que tal vez ellos se habían invitado solos. Estaba todo en orden, hasta que el ajolote posó sus ojos en mí y con una sonrisa de lo más hipócrita me preguntó: — ¿Cómo estás, Lolu? Tu mamá me contó que estabas saliendo con una chica, Luna — Dijo la arpía y agrandó los ojos como clavándome un puñal. —Si, es verdad— le dije con una mirada llena de odio, mientras intentaba respirar despacio para no matarla.
— ¡Ay! ¡Qué buena noticia! Es que hay gente que es mala y comenta… con esta noticia les cerras la boca a tod…— se detuvo y me miró con pánico. Mi cara se había tornado de un morado brillante y tenía los ojos desorbitados. Ya no podía mantener la educación, esa serpiente venenosa había colmado mi paciencia. Apreté los puños fuertemente bajo la mesa, al punto de lastimarme las palmas con las uñas. Respire profundo y con calma, pero con un tono mas alto de lo habitual en la conversación, y le pregunté: — ¿Qué es lo que habla la gente de mí, señora? Se hizo un silencio sepulcral. —Bueno, se decían cosas feas, querido. Por ejemplo la veci… —nuevamente se interrumpió, pero esta vez, fué porque torpemente mi mamá había empezado a juntar los platos, intentado disipar el aire tenso de la habitación, que se cortaba con un cuchillo. — ¡Yo te ayudo, querida!— dijo la arpía al tiempo que se levantaba de su silla, abandonando la conversación. Me quedé irritado, clavado en mi silla como esperando una respuesta y en parte no. Fulminé a todos los presentes con una mirada y nadie me la respondió. Como ví que luego de ese momento de silencio todos hicieron como que no había pasado nada, me levante y subí a mi habitación. Entré y pateé un tacho de basura, que dio contra la pared y desparramó por todo el piso papeles y cascaras de bananas. En los días que siguieron esa cena, caí en una profunda depresión. No comía, no salía, no sonreía. No era en respuesta a lo que había pasado aquella noche, era porque en el
fondo estaba enojado conmigo mismo. Todas las noches soñaba lo mismo; que encontraba a Dante solo en una plaza o en la sala de espera de un hospital. Yo me acercaba y me sentaba al lado de él; pero este, se levantaba y se iba. Así como lo desprecié yo a él, la noche en que lo conocí. Seguido a esto, me despertaba triste y así seguía todo el día. Tenía que hacer algo para que eso cambie, y sabía como. Tenía que salir y decirlo; al menos a él. Pero, ¿Cómo encontrarlo? Era solo en sueños, que lo encontraba mágicamente en una plaza o en la sala de espera de un hospital…. La sala de espera de un hospital, nunca me había puesto a pensar en eso. Una plaza o un colectivo eran lugares comunes, pero ¿Una sala de espera? Estaba bastante desviado de mi eje, seguramente. Estaba llegando la primavera, había pasado mas de dos meses del día en que lo conocí. Durante ese tiempo, planeé como sería nuestro encuentro; pero no caí en cuenta que no sabía como encontrarlo. O sí, pero eso conllevaría muchos riesgos, que no estaba preparado a afrontar. Tenía que hablar con Flor, si o si. Antes de hacer cualquier cosa, lo pensé bien. Le iba a decir a Flor que me pase el número de teléfono de su amigo, porque yo le quería presentar otro amigo. Parecía una idea convincente. Ese mismo lunes, tomé coraje y fui a encarar a Flor. La llevé a un lugar donde no nos oyera nadie y le dije lo siguiente: —Flor, te quiero pedir algo —Si Lolu; lo que quieras —dijo la chica sonriendo —En realidad, no es un favor para mi… es para un amigo.
— ¿Y en qué puedo ayudar yo, a tu amigo? —Mi amigo es gay,—pronuncié esa palabra rápido— y le conté lo de…. Ese chico, ¿Cómo se llamaba? El de tu fiesta… — ¿Dante?—me preguntó dudosa — ¡Si, ese! Bueno, me pareció que tal vez se lo podía presentar…— estaba fingiendo todo lo mejor que podía, pero no me estaba saliendo demasiado bien. —Mirá, yo no tengo el numero de él. Pero si me das el número de tu amigo, yo se lo puedo hacer llegar por medio de mi hermana… — ¡No! Me parece que es mala idea, lo que pasa es que mi amigo se quería comunicar con él directamente… —dije mirando el suelo. —Bueno, si me das un segundo le hablo a mi hermana y veo que puedo hacer. Dió media vuelta y desapareció por un pasillo de la escuela. Cinco minutos mas tarde, estaba volviendo por el mismo pasillo, gloriosa, con un papelito en la mano. —¡Lo tengo!— Me gritó cuando llegaba. —Buenisimo, mi amigo va a estar contento—decía intentando ocultar mi propia felicidad. —Nunca me hablaste de tu amigo, ¿Dónde vive? —Vive lejos, va… masomenos. —Estaba sonando cada vez mas dudoso.
Y ahí fue cuando llegó el primer milagro. Sonó el timbre. Una muchedumbre de jóvenes nos llevó por delante y nos dejó en la puerta de nuestra aula, impidiéndonos terminar de hablar, porque el profesor ya estaba ahí. La clase terminó, y sonó nuevamente el timbre, pero esta vez de salida. Escabullido en la muchedumbre, me fuí lo más rápido posible a mi casa. Cuando llegué, subí corriendo a mi habitación. El papel que apretaba fuertemente como si fuese un tesoro, estaba un poco arrugado y mojado por la transpiración de mis manos. Por un momento tuve miedo que el sudor hubiese borroneado algún número, pero al mirarlo me relajé. Era un número celular de ocho dígitos, lo cuál me pareció muy raro. De más está decir, que estaba muy nervioso por el paso que iba a dar. En toda mi vida, había mandado miles de mensajes de texto; pero sabía que este mensaje, me iba a cambiar la vida. Con solo presionar «send» algo iba a pasar, no sabía si bueno o malo, pero algo estaba por cambiar en mí. Agarré el celular y lo miré como si fuese la primera vez que lo veía, tenía crédito por suerte. Marqué el número y escribí lentamente el siguiente mensaje: Hola, soy Pablo. El chico que conociste en la fiesta de Agus. Quiero hablar con vos, por favor no le digas nada a nadie.
Y lo mandé. En ese mismo momento, me arrepentí y tiré el teléfono abajo de la cama para que al cortarse la señal, no lo envié. Pero cuando me agaché a buscarlo, ya era tarde, lo había enviado. Espere la respuesta por horas, hasta llegué a pensar que me había equivocado de número y eso un poco me consoló. Rápidamente controlé el número que había mandado, con el del papelito. Estaba bien. También pensé en volver a pedirle el número nuevamente a Flor, ya que tal vez me lo dió mal, pero eso no me hacía mucha gracia. Me decidí a esperar. ¿Y si Dante lo había recibido, pero no me quería contestar? ¿Y si todo esto fué una equivocación? Habían pasado exactamente tres horas, cuando el teléfono sonó. Con el corazón en la boca, lo agarré y leí: «Tienes 1 MensajeNuevo»
Capitulo 4 "Martes 13”
Abrí el mensaje. Pero no era de él. Era de Luna. Me decía que estaba cerca de mi casa y me preguntaba si podía pasar, así hablábamos. Le respondí que si, que venga. Ya sabía lo que tenía que hacer y esa era una buena oportunidad. Cuando llegó Luna, me sonrió y me dio un beso al que sentí amargo. No por algo que tuviera ella, era yo. Lo sentía fuera de mi realidad. Falso. — ¿Cómo estás, Luna? —Muy bien, te estuve extrañando mucho. ¿Qué te estuvo pasando? Te mandé mensajes, te llamé y vos nunca me respondías… —Mi celular anda bastante mal—le dije—debe ser por eso… — ¡Ah! No pasa nada, eso responde todo— y mostró sus hermosos dientes en una amplia sonrisa. — ¡No, no está bien Luna! — Me había molestado mucho su reacción— ¡No está bien lo que hice, porque pude haber hecho otras cosas para verte o hablarte! —Bajé un poco la voz al ver que se había asustado de la reacción que tuve, y continué— ¿No te das cuenta Luna? No quise buscarte. Pero no es por algo que hayas hecho o dicho, es porque
no lo sentía. No quiero que esto continúe así como hasta ahora. Vos sos una chica hermosa, y yo soy una basura. Te mereces algo mejor que yo. — y la miré esperando una respuesta. Sabía en el fondo, que si continuaba con esto, me estaba pagando de a poco una estadía en el infierno. La chica estaba muda, y unas lágrimas brotaban de sus ojos color miel. Se le notaba en la cara una gran angustia y dolor. Tenía las manos entrelazadas y se miraba las uñas como buscando una forma de huir. Luego de unos segundos, levanto la mirada y me preguntó: — ¿Te gusta otra chica? Lo que hice en ese momento fue horrible, y hoy me arrepiento. Pero creí que fue necesario decir… —Si, Luna. Hay otra chica que me gusta. — Tragué saliva y continué—Eso no quiere decir que es mejor que vos, significa que es una persona que está mas a mi nivel, vos sos mucho para mí. —Yo puedo ser lo que vos necesitas que sea. Puedo cambiar, así nos complementamos mejor… — se notaba un ligero tono de desesperación en su voz y tenía los ojos vidriosos. —Las cosas no son así de fácil como vos pensás, hay mas cosas. Lo mejor es que no nos veamos por un tiempo y descubramos por nuestra cuenta si realmente queremos estar juntos, o lo que teníamos era solamente acostumbramiento. Luna permaneció callada y después de que se produjo un silencio, ella bajó la mirada y luego me miró fijo a los ojos.
—Creo que te vas a arrepentir. — el semblante le había cambiado por completo— Después que pase todo este tiempo, te vas arrepentir de todo lo que perdimos. —Puede ser. Pero en este momento es lo que siento y no te quiero lastimar más. —
Yo te amo Pablo, y eso no va a cambiar. El día que decidas volver conmigo yo te
voy a esperar con los brazos abiertos, y te voy a perdonar, porque me estas destruyendo. — dos lágrimas volvieron a caerle de los ojos. —
Te pido perdón, desde lo mas profundo de mi corazón. Pero espero que algún día
entiendas, que lo que estoy haciendo, es por tu bien. Luna se levantó lentamente y sin decir nada, se fué. Pasaron horas y horas desde que se había ido Luna. Y mas allá de la tristeza que me había producido haber terminado con ella, había otra cosa que me preocupaba mucho más. No había recibido la respuesta de Dante. Mil dudas me invadían, no sabía si él querría saber algo de mí o no. Cada minuto que pasaba se me hacía eterno, hasta que al fin, sonó el teléfono y lo agarré casi sin esperanzas, (aunque en el fondo me moría de ganas que fuese él). El mensaje decía lo siguiente: Hola Pablo. Si querés nos podemos ver este Martes, y charlamos bien ¿qué te parece? Dante. Decir que me aterroricé, es poco para definir el estado al que llegué al terminar de leer esa frase. Pensé que todo esto era una locura. ¿Un martes? Ese día era jueves, lo que me daba bastantes días para planear todo, lo cual era positivo. Pero por otro lado, cuatro días no me alcanzaban para decidir el rumbo de mi vida. No estaba preparado. Miré el
calendario y empalidecí por un instante. Martes 13 de Octubre. Martes 13, lo que me faltaba. Era bastante supersticioso como para no ir, pero no tan idiota como para rechazar su invitación por una simple superstición. Así que le respondí. Bueno, ¿Qué te parece la plaza San Martín, en Retiro a las 5? Esta vez, su respuesta llegó mas rápido que la anterior, lo cuál me relajó. Había aceptado el lugar y la hora que yo le propuse. No le mande ningún mensaje más. Todo el jueves 8, e inclusive el viernes 9 y el sábado 10, estuve en la duda si había hecho bien o mal en no seguir la conversación por mensajes de texto. Pero llegué a la cuenta, de que lo mejor era dejar las cosas como estaban, si continuaba la conversación, podía arruinar las cosas. El Domingo 11, mi papá se despertó contento. Nos desayunó a todos con que esa tarde iba a cambiar el auto. Me pareció algo positivo, ya que cuanto mas ocupados estén en sus asuntos, menos ocupados iban a estar de lo que yo hiciera. Y así fue, como con la entrega de nuestro auto viejo, mas unos ahorros que él tenía, pudo comprar el auto que él tanto deseó por mucho tiempo. Era un auto muy moderno, y a la vista parecía bastante mas caro de lo que había pagado. A priori, era un muy buen negocio el que había hecho. ¿Un muy buen negocio? Yo veía a mi papá feliz y muy ocupado lustrando su auto. Eso me transmitía tranquilidad, ya que cuando me hablaba por cualquier asunto, no dejaba de mirar su nueva adquisición. Siempre veía como positiva cualquier situación en que su atención esté fuera de mí. Con tres hermanos, menores y varones, no era bastante difícil. Para mi papá prácticamente yo no existía, y mas que entristecerme, eso me liberaba de presiones. Marcos, Manuel y Luca ocupaban toda su atención y su tiempo. Con él compartían salidas a la cancha, partidos de futbol y su pasión por los autos. Yo era el
"excluido” y eso irónicamente me gustaba. Mi papá tenía una idea bastante mala de las personas homosexuales. Era uno de esos hombres con pensamiento cerrado, que no entienden el comportamiento de algunos seres humanos, a los que los hace mas feliz estar en pareja con personas de su mismo sexo. Eso me desagradaba mucho de él. Pero lo toleraba. En una ocasión, él me contó algunas cosas que había vivido en la época de la dictadura militar, y las cosas que le hacían a los homosexuales. Esos acontecimientos lo habían marcado. Me contó que los encarcelaban, golpeaban, torturaban y desaparecían. Me contó de los allanamientos a los baños públicos de hombres, a los cines, y las revisiones en la colimba. Estas cosas me ayudaban a entenderlo un poco. Este tema, era muy delicado para mí en los tiempos posteriores a la decisión. Evitaba de todas formas tocar el tema y obviaba escuchar algo al respecto ya que me incomodaba bastante. Mis tres hermanos menores, aunque aún no entendían mucho del tema, lo apoyaban en sus ideas y también en sus bromas al respecto. Yo solo sonreía falsamente. El lunes 12, tenía que enfrentarme con una situación tensa en la escuela. Allí me encontraría con Flor y sabría si Dante había hablado con ella de nuestra "cita”. Y para mi sorpresa, cuando la encontré, no sucedió nada que me diese a entender que habían hablado al respecto. Me relajé. Estaba saliendo todo muy bien, mis padres estaban ocupados y concentrados en lo suyo, mis hermanos disfrutando de mi padre, mis amigas organizando una nueva fiesta de primavera, Luna estaba fuera de juego, Dante me esperaría mañana en la plaza que acordamos y nadie sabía nada. Era un plan perfecto. Era una semana perfecta, estaba
feliz. O la más parecido a la felicidad que conocía hasta ese momento. Es una lastima que este momento no haya podido durar por mas tiempo. El Martes 13 llegó, y prometía ser un día soñado. Había salido el sol y eso me alegro bastante. Esa noche no pude dormir muy bien, ya que un insomnio atroz me lo prohibía. Estaba ansioso y excitado. No podía parar de pensar en como sería el encuentro, en como reaccionaría ante él, en como sería conmigo. Estaba cansado, pero lleno de una sensación indescriptible, a la que podría comparar con la alegría que me producía el comienzo de una nueva vida. Mi nueva vida estaba empezando despacito, paso a paso. Había nacido con una decisión, la decisión de cambiar de vida. Aunque yo en ese momento no lo sabía, era muy joven o muy estúpido para darme cuenta de esa situación. Me bañé a la mañana, como todos los días y me preparé como para ir a la escuela, aunque ese día no iba a hacer eso. Me vestí, perfumé, peiné y me fuí a la plaza. Cuando estuve ahí, faltaba una hora para que llegue él. Durante la hora que me separaba del momento en el que él debería llegar, se me cruzó la idea de escaparme tres veces. Pero por alguna extraña razón no podía hacerlo. Me senté frente al monumento a los caídos y me quedé mirando a los granaderos. No podía creer que no se movieran para nada. Me dí vuelta y miré el reloj, faltaban 5 minutos para las 5 de la tarde. Miré lentamente hacia los costados y lo vi asomarse desde la cima de las escalinatas. Bajaba lentamente como si flotara entre nubes de algodón. Todavía no había logrado verme. Lo miraba y no podía dejar de admirar su belleza, su piel blanca a la luz del sol y sus rulos moviéndose al ritmo del viento. A la mitad de las escalinatas, Dante se alertó de que yo estaba abajo y me sonrió con un gesto de satisfacción. Levantó la mano y la movió para saludarme.
Cuando terminó de bajar la mano, un sonido proveniente de mi bolsillo, avisaba el comienzo de una de las experiencias mas tristes que viví en la vida. Era mi celular. Mi mamá me estaba llamando. Todo el cuerpo, de pies a cabeza, me comenzó a temblar. Miré por unos segundos alternativamente a el teléfono sonando y a la persona mas hermosa que había conocido, bajar por unas escalinatas un día de sol. Entré en pánico. La primera situación que se me cruzó por la cabeza; fue que mi mamá había descubierto todo mi plan y que estaba al tanto de lo que estaba haciendo. Los ojos alertaban lágrimas y con un nudo en la garganta, atendí. —Hola mamá, ¿Qué pasa?— le pregunté tembloroso. La voz de mi mamá fue devastadora. Se le notaba un profundo dolor y llanto en lo poco que le podía entender. — ¡Qué pasa mamá, no me asustes! ¡Mamá! —se me erizó la piel. —Hijo, tenés que venir urgente. Se quieren llevar preso a papá. — ¿Qué? ¡No puede ser! ¿Por qué? ¿Qué hizo? —las lagrimas me empezaron a brotar y caían formando líneas en las mejillas. No me importaba el volumen al que hablaba y que las personas que estaban en la plaza me empezaran a mirar. —Pablo, vení lo más rápido posible, que te necesito. La policía está acá todavía. —¡Ya voy!— le respodí nervioso Terminé de decir estas palabras y me percaté de la esbelta figura que estaba a mi lado. Era Dante, que me miraba absorto sin entender nada. Con el pulso agitado le expliqué la situación a grandes rasgos y le dije que esto iba a quedar para otro momento. No dijo
muchas palabras, solo dijo «Te entiendo» y eso me bastó para creerlo un tanto conforme. Le pedí disculpas y salí corriendo hacia la estación. Hice un par de metros y me dí vuelta para mirarlo por última vez. Estaba parado, solo mirándome. Lo observé por unos segundos como despidiéndolo con una mirada desconsolada. Y él me la respondió. Llegué a mi casa y todo era un caos. Había un patrullero en la puerta y en el living dos policías, con mi papá esposado sentado en un sillón. Esa imagen me destruyó. Corrí a abrazarlo y lloré, como no había llorado desde hace mucho tiempo.