Capítulo 3

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Capitulo 3 "El mensaje de texto”

Otra vez me encontraba en un nuevo aprieto, pero esta vez no pensaba huir, no. Bueno, tal vez si. Por última vez. Es la última vez que miento, pensé. —Má, lo que pasa es que me peleé con Luna… —Ah, —puso cara de desconfianza y luego de duda— ¿Es eso nada más? ¿Estás seguro? —Si, ¿Qué otra cosa me puede pasar? — volví a actuar. — ¡Estoy preocupada!, ¿Está mal eso?


—No hay nada de que preocuparse, no busques problemas donde no los hay. —Pablo, hay personas, que no sé si por malas, o por sinceras me preguntan cosas de vos y yo muchas veces no sé que contestarles… — y me miró fijamente. — ¿Porqué siempre te importa tanto lo que piensen las otras personas?— un hilo de pánico me recorrió el cuello. —Me importa, porque sos mi hijo, y no quiero que nadie hable mal de vos. —No te preocupes, que no hay nada malo que puedan decir de mí. — ¿Estás seguro? —Absolutamente — le respondí con toda la seguridad que me salió. —Bueno, discúlpame. A veces me dejo llevar un poco por los comentarios que me llegan.


—Sí, lo sé. Pero esos comentarios no son ciertos. —Ni yo me creía esa mentira. —Esta bien, entonces te dejo que sigas con lo que estabas haciendo —me dijo al levantarse. Un aire tenso se tornó en la habitación y se evidenciaba en mi cara, que no pretendía continuar con la conversación. —Por favor, tengo que entregar esto para mañana— y miré una pila de papeles y carpetas. —Está bien, me voy. —Hizo un paso hacia la puerta y se dio vuelta rápidamente. — Preparáte, porque esta noche invité a cenar a Esthela, la vecina y su familia a cenar. — Y se fué sin mirar mi expresión, ya que seguramente pensó que seria negativa. Y tenía razón en pensar así, Esthela y su familia eran el grupo de personas que visitaban mi casa, que más me desagradaba en el mundo. Empezando por ella, una mujer regordeta de casi 50 años, de cabellera teñida de rubio amarillo chillón, de exagerado maquillaje y grotesca vestimenta. Era irritante, metída, irónica y falsa. Al punto tal, que no podía oírla ni verla.


Su esposo, Luis, de aspecto desgarbado y cansado, aunque no tan desagradable como su mujer, no dejaba de ser repulsivo a la vista y al oído. Pero él, era mucho mas disimulado y reprimido, ya que para mí, para estar o por estar tantos años al lado de una mujer así, tenés que ser parecido o haber adoptado su forma de ser. El miembro menor de esta familia, era un pre púberto de 12 años, Mario o "Marito”,como le decían sus amigos. Petiso y castaño; luego de la madre, era el ser mas horrible que vivía en el barrio. Burlista, pendenciero y soberbio. Se escapaba religiosamente tres o cuatro veces por semana de la escuela, para juntarse con los amigos en una esquina a fumar o a tomar alcohol. Iban por el barrio en una patota de cinco o seis chicos, que al igual que él, compartían el gusto de no hacer nada. Cuando digo horrible, no me refiero solo a la parte física; era una horrible persona, como todos en su familia. Pero no me sentía tan mal por pensar esto, ya que yo sabía que en el fondo, los tres me odiaban a mí también. Me odiaban, pero no lo demostraban. Lo insinuaban cada vez que me ponían en vergüenza frente a todo el


mundo, divulgando chismes falsos (algunos no) sobre mí, o con miradas seguidas de risitas burlonas, que me propiciaban cada vez que yo pasaba frente a su casa. Se notaba que estaban llenas de odio, envidia y resentimiento. Cele, siempre decía que Esthela hacía magia negra; y a cualquier situación que a mi me desfavorecía, o que mi suerte fallaba, siempre le echaba la culpa a ella. Yo nunca creí que eso fuera verdad; pero que las hay, las hay. Eran cerca de las 10.20, cuando mi mamá me dijo que bajara, que la cena ya estaba lista. Con mínimas ganas, pero con hambre, bajé. Ahí estaban los tres sujetos de los que les he hablado, sentados alrededor de mi mesa. Esthela parecía un ajolote mexicano, con sus ojos saltones y su sonrisa falsa. A Luis le encontré el parecido a una hiena en descomposición. Y al más joven del trío, solo me lo imaginé como una desagradable rata. Los fulminé con la mirada uno por uno, para que no se olviden que yo, no era tan ingenuo como mis padres y que no les iba a perdonar una. En la primera de cambio, me levantaba y les tiraba


un plato de fideos en la cabeza. Seguido a esto, los saludé con un simple "Buenas noches”, a los que ellos respondieron falsamente con un "Que agrado que hayas bajado” (Luis), "¡Que alto está este chico!”(Esthela). Haciendo oídos sordos, me senté en una silla lo mas alejado posible de ese repugnante clan. La cena transcurrió con normalidad. Yo estaba concentradísimo en mi plato y trataba de no oír los comentarios cargados de maldad, que irónicamente Esthela hacía sobre todos los vecinos del barrio. Mis padres la escuchaban como demostrando interés. La verdad es que no entendía para que los habían invitado, y después se me ocurrió que tal vez ellos se habían invitado solos. Estaba todo en orden, hasta que el ajolote posó sus ojos en mí y con una sonrisa de lo más hipócrita me preguntó: — ¿Cómo estás, Lolu? Tu mamá me contó que estabas saliendo con una chica, Luna —Dijo la arpía y agrandó los ojos como clavándome un puñal. —Si, es verdad— le dije con una mirada llena de odio, mientras intentaba respirar despacio para no matarla.


— ¡Ay! ¡Qué buena noticia! Es que hay gente que es mala y comenta… con esta noticia les cerras la boca a tod…— se detuvo y me miró con pánico. Mi cara se había tornado de un morado brillante y tenía los ojos desorbitados. Ya no podía mantener la educación, esa serpiente venenosa había colmado mi paciencia. Apreté los puños fuertemente bajo la mesa, al punto de lastimarme las palmas con las uñas. Respire profundo y con calma, pero con un tono mas alto de lo habitual en la conversación, y le pregunté: — ¿Qué es lo que habla la gente de mí, señora? Se hizo un silencio sepulcral. —Bueno, se decían cosas feas, querido. Por ejemplo la veci… — nuevamente se interrumpió, pero esta vez, fué porque torpemente mi mamá había empezado a juntar los platos, intentado disipar el aire tenso de la habitación, que se cortaba con un cuchillo. — ¡Yo te ayudo, querida!— dijo la arpía al tiempo que se levantaba de su silla, abandonando la conversación.


Me quedé irritado, clavado en mi silla como esperando una respuesta y en parte no. Fulminé a todos los presentes con una mirada y nadie me la respondió. Como ví que luego de ese momento de silencio todos hicieron como que no había pasado nada, me levante y subí a mi habitación. Entré y pateé un tacho de basura, que dio contra la pared y desparramó por todo el piso papeles y cascaras de bananas. En los días que siguieron esa cena, caí en una profunda depresión. No comía, no salía, no sonreía. No era en respuesta a lo que había pasado aquella noche, era porque en el fondo estaba enojado conmigo mismo. Todas las noches soñaba lo mismo; que encontraba a Dante solo en una plaza o en la sala de espera de un hospital. Yo me acercaba y me sentaba al lado de él; pero este, se levantaba y se iba. Así como lo desprecié yo a él, la noche en que lo conocí. Seguido a esto, me despertaba triste y así seguía todo el día. Tenía que hacer algo para que eso cambie, y sabía como. Tenía que salir y decirlo; al menos a él. Pero, ¿Cómo encontrarlo? Era


solo en sueños, que lo encontraba mágicamente en una plaza o en la sala de espera de un hospital…. La sala de espera de un hospital, nunca me había puesto a pensar en eso. Una plaza o un colectivo eran lugares comunes, pero ¿Una sala de espera? Estaba bastante desviado de mi eje, seguramente. Estaba llegando la primavera, había pasado mas de dos meses del día en que lo conocí. Durante ese tiempo, planeé como sería nuestro encuentro; pero no caí en cuenta que no sabía como encontrarlo. O sí, pero eso conllevaría muchos riesgos, que no estaba preparado a afrontar. Tenía que hablar con Flor, si o si. Antes de hacer cualquier cosa, lo pensé bien. Le iba a decir a Flor que me pase el número de teléfono de su amigo, porque yo le quería presentar otro amigo. Parecía una idea convincente. Ese mismo lunes, tomé coraje y fui a encarar a Flor. La llevé a un lugar donde no nos oyera nadie y le dije lo siguiente: —Flor, te quiero pedir algo —Si Lolu; lo que quieras —dijo la chica sonriendo


—En realidad, no es un favor para mi… es para un amigo. — ¿Y en qué puedo ayudar yo, a tu amigo? —Mi amigo es gay,—pronuncié esa palabra rápido— y le conté lo de…. Ese chico, ¿Cómo se llamaba? El de tu fiesta… — ¿Dante?—me preguntó dudosa — ¡Si, ese! Bueno, me pareció que tal vez se lo podía presentar… — estaba fingiendo todo lo mejor que podía, pero no me estaba saliendo demasiado bien. —Mirá, yo no tengo el numero de él. Pero si me das el número de tu amigo, yo se lo puedo hacer llegar por medio de mi hermana… — ¡No! Me parece que es mala idea, lo que pasa es que mi amigo se quería comunicar con él directamente… —dije mirando el suelo. —Bueno, si me das un segundo le hablo a mi hermana y veo que puedo hacer. Dió media vuelta y desapareció por un pasillo de la escuela.


Cinco minutos mas tarde, estaba volviendo por el mismo pasillo, gloriosa, con un papelito en la mano. —¡Lo tengo!— Me gritó cuando llegaba. —Buenisimo, mi amigo va a estar contento—decía intentando ocultar mi propia felicidad. —Nunca me hablaste de tu amigo, ¿Dónde vive? —Vive lejos, va… masomenos. —Estaba sonando cada vez mas dudoso. Y ahí fue cuando llegó el primer milagro. Sonó el timbre. Una muchedumbre de jóvenes nos llevó por delante y nos dejó en la puerta de nuestra aula, impidiéndonos terminar de hablar, porque el profesor ya estaba ahí. La clase terminó, y sonó nuevamente el timbre, pero esta vez de salida. Escabullido en la muchedumbre, me fuí lo más rápido posible a mi casa. Cuando llegué, subí corriendo a mi habitación. El papel que apretaba fuertemente como si fuese un tesoro, estaba un poco arrugado y mojado por la transpiración de mis manos.


Por un momento tuve miedo que el sudor hubiese borroneado algún número, pero al mirarlo me relajé. Era un número celular de ocho dígitos, lo cuál me pareció muy raro. De más está decir, que estaba muy nervioso por el paso que iba a dar. En toda mi vida, había mandado miles de mensajes de texto; pero sabía que este mensaje, me iba a cambiar la vida. Con solo presionar «send» algo iba a pasar, no sabía si bueno o malo, pero algo estaba por cambiar en mí. Agarré el celular y lo miré como si fuese la primera vez que lo veía, tenía crédito por suerte. Marqué el número y escribí lentamente el siguiente mensaje: Hola, soy Pablo. El chico que conociste en la fiesta de Agus. Quiero hablar con vos, por favor no le digas nada a nadie.


Y lo mandé. En ese mismo momento, me arrepentí y tiré el teléfono abajo de la cama para que al cortarse la señal, no lo envié. Pero cuando me agaché a buscarlo, ya era tarde, lo había enviado. Espere la respuesta por horas, hasta llegué a pensar que me había equivocado de número y eso un poco me consoló. Rápidamente controlé el número que había mandado, con el del papelito. Estaba bien. También pensé en volver a pedirle el número nuevamente a Flor, ya que tal vez me lo dió mal, pero eso no me hacía mucha gracia. Me decidí a esperar. ¿Y si Dante lo había recibido, pero no me quería contestar? ¿Y si todo esto fué una equivocación? Habían pasado exactamente tres horas, cuando el teléfono sonó. Con el corazón en la boca, lo agarré y leí: «Tienes 1 MensajeNuevo»


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