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NINIs: construcción estadística, estigmatización mediática… ¿y qué más? Share

Por: Ernesto Rodríguez Un nuevo fantasma recorre el mundo: el de millones de NINIs (jóvenes que ni estudian ni trabajan) que de la noche a la mañana pasaron a ser señalados como los responsables de todos los males de la humanidad. Es increíble -sin duda- como una simple construcción estadística, puede transformarse en una sistemática campaña de estigmatización contra las generaciones jóvenes Confieso que hace mucho tiempo que no veía algo tan brutal. Las grandes cadenas mediáticas nos tienen acostumbrados a toda clase de cosas, incluyendo destaques impresionantes de hechos absolutamente triviales, ocultamiento sistemático de procesos de gran trascendencia, deformaciones grotescas de fenómenos que terminan siendo presentados -exactamente- como lo contrario a lo que son en realidad …. pero la estigmatización de gente joven, acusada (porque de eso se trata) de no querer estudiar ni trabajar es, literalmente, el colmo de los colmos. Se podrían editar varios libros reuniendo la cantidad impresionante de artículos de prensa (algunos pretendidamente “serios” y otros directamente panfletarios) dedicados a presentar el tenebroso panorama de los jóvenes que ni estudian ni trabajan. Bastaría con poner estas “palabras claves” en el google, para recoger (en


apenas unos segundos) miles y miles de referencias al respecto. Dejamos este simple ejercicio a quienes quieran comprobarlo, pero aquí preferimos analizar el fenómeno y llamar a combatir enfáticamente estas estigmatizaciones. En un principio, apenas se trataba de un simple cálculo estadístico: en las Encuestas de Hogares de cualquiera de nuestros países, se incluyen -entre muchas otras- dos preguntas relevantes en este campo: (1) ¿estudia? y (2) ¿trabaja?, ante las cuales sólo caben dos posibles respuestas polares: SI y NO. Con las respuestas, se construyen cuatro situaciones posibles: (1) sólo estudia; (2) sólo trabaja; (3) trabaja y estudia; y (4) ni estudia ni trabaja. El simple tratamiento estadístico de las respuestas recogidas (en cualquier medición, en cualquier país) permite constatar que entre un cuarto y un tercio de las y los jóvenes encuestados, se ubica en la cuarta categoría, esto es, son jóvenes que ni estudian ni trabajan. Esta constatación, obviamente, debería ser un importante llamado de atención y debería conducir -de inmediato- a la búsqueda de explicaciones y de respuestas programáticas al respecto. Algo de eso ha ocurrido. La OIT ha hecho fuertes llamados de atención en este sentido, varios gobiernos han intentado formular respuestas en ambos campos (fomentando la permanencia en la escuela y procurando brindar más oportunidades de empleo) y numerosos seminarios y foros (de toda clase y tipo) han tratado de “entender” más y mejor, “de que se trata” este fenómeno tan relevante como preocupante. Pero lo que nadie (sensatamente hablando) hubiera previsto, es que las grandes cadenas mediáticas se iban a dedicar -con gran sistematicidad, por cierto- a estigmatizar despiadadamente a estos jóvenes, presentados como vagos por definición y hasta delincuentes en potencia, sin mediar la más mínima preocupación real por entender de que se está hablando en realidad. Desde luego, estas campañas mediáticas pueden ser realizadas con total impunidad, amparadas en la “libertad de expresión”, pero lo que preocupa es el alto (y nocivo) impacto que causan en la gente, en la denominada “opinión pública”. Ya estoy acostumbrado, por ejemplo, a escuchar anécdotas en mis cursos y conferencias a propósito de estos temas, que muestran como muchas madres y muchos padres de adolescentes y jóvenes, se esmeran denodadamente por apoyarlos en su proceso de maduración e inserción social, “para que no se transformen en NINIs”, que es como decir, “para que no se transformen en unos inútiles, buenos para nada”.


Pero quienes son -en realidad- estos NINIs? Importa, de nuevo, volver a las estadísticas disponibles, ya que por esta vía se puede comprobar que aproximadamente dos tercios son mujeres jóvenes, que están a cargo de una amplia gama de tareas en sus hogares (incluyendo limpiar, cocinar, cuidar hermanos menores y un largo etcétera) y que apenas un 10 por ciento declaran que “ni estudian, ni trabajan, ni quieren hacerlo”. De este modo, el “volumen” de los NINIs reales, baja de un 25 o 30 por ciento a un 2 o 3 por ciento, muy rápida y sencillamente. ¿Por qué, entonces, las Encuestas de Hogares registran entre un cuarto y un tercio de respuestas que caen en esta categoría? Muy sencillamente, porque las respuestas posibles son muy pocas e inducen a pensar (a quienes son interrogados) que “trabajar” significa “estar contratados en una empresa formal” y que “estudiar” significa “estar asistiendo a clases a una escuela secundaria o a una universidad”, esto es, a suponer que “trabajo” es sólo “trabajo formal” y que “estudiar” es sólo “estudiar en una escuela formal”. Si, en cambio, preguntáramos (como se ha hecho en otras encuestas) abriendo el abanico de respuestas posibles (¿qué haces para ganarte la vida?, ¿has hecho algún curso, de cualquier duración, en los últimos meses?, etc.) ofreciendo una gama más amplia de respuestas posibles, seguramente se terminarían conformando aquellos cuatro grupos, con otra distribución más equitativa, donde quienes estudian y trabajan (exclusivamente o combinando ambas situaciones) serían muchísimos más de los que aparecen registrados del modo convencional. Dicho de otro modo, la amplia mayoría de las y los jóvenes -sin ninguna duda- trabajan y estudian mucho, y por cierto, no son “inútiles” ni “buenos para nada” ni nada por el estilo. ¿Por qué, entonces, las campañas mediáticas que estamos criticando? Simple y sencillamente porque nuestras sociedades están atravesadas por múltiples problemas generados por otros grandes grupos poblacionales, a quienes no se puede acusar así como así y a quienes -además- no resulta sencillo combatir exitosamente: narcotraficantes, políticos corruptos, empresarios inescrupulosos y otro largo etcétera en la materia. Es más fácil “culpar” a grupos más indefensos, que podemos asociar fácilmente con el “delito” (en nuestra vida cotidiana) por el simple hecho de vestirse de modos que no agradan al mundo adulto “integrado” o adherir a prácticas culturales que no guardan relación con mis gustos en la materia. Los noticieros televisivos podrán seguir repitiendo que “los jóvenes son responsables de la mayor parte de los delitos cometidos” … y las estadísticas correspondientes seguirán demostrando que “apenas el 5 o 10 % de los delitos son cometidos por jóvenes”. A nosotros nos queda la responsabilidad de denunciar las mentiras (y a los mentirosos) y mostrar las cosas tal cual son. (*)Director en Centro Latinoamericano sobre Juventud (CELAJU)



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