Salvador Rogelio Ortega Martínez Gobernador del Estado Libre y Soberano de Guerrero Rafael Tovar y de Teresa Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Arturo Martínez Secretario de Cultura
Núñez
Antonio Vera Crestani Director General de Vinculación Cultural Citlali Guerrero Morales Subsecretaria de Formación y Vinculación Cultural Antonio Salinas Bautista Director de Formación Artística y Fomento a la Lectura
Ocho segundos Jorge Luis Contreras Quiroz
Ocho segundos Jorge Luis Contreras Quiroz
Contreras Quiroz, Jorge Luis Ocho segundos / Jorge Luis Contreras Quiroz 24 p. 14 cm
Primera edición, 2015 © Jorge Luis Contreras Quiroz
Editor: Walter Jay Portada y formación: Jetzabel Selene Solano Jandete Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito. Impreso en México / Printed in Mexico
Ganador del Premio Estatal de Cuento, Poesía y Ensayo Literario Joven 2013 en la categoría de cuento
Ella no quería despertar. Y no era por la noche densa. Sufrió tanto su premio de periodismo del año pasado, que aún no lo recibía cuando ya tenía el plan listo: salir del país. Irse y vivir sus presurosos años de vida con los montones de recuerdos empolvados y una medalla con el rostro de Joseph Pulitzer. Había estudiado derecho, pero cansada de perseguir el éxito con el estómago vacío, un día tomó una cámara, aprendió a utilizarla y encontró trabajo en un diario. De universitaria siempre le interesó el análisis de los tabloides del periódico sensacionalista del día: ¿Por qué en la parte de atrás está el homicidio más sanguinario, violento, escalofriante, y en las primeras páginas, una mujer desnuda? ¿Por qué nos interesa tanto comprar la muerte? Fue ese ímpetu el que pagó el boleto a su nueva vida de vicisitudes y resplandores lúgubres. El que la hizo pisar terrenos que los tiempos de hoy prohíben y, en cambio, premian con un mundo de furia, recuerdos, segundos. Horror. Más de tres buitres volaron cuando la patrulla se acercó al lugar. La muchedumbre crecía al ritmo del tiempo. Partes de un cuerpo dibujadas con tiza en el suelo. Otro calcinado. Fotos. Noticia principal para el
diario de mañana. El voceador en la esquina de la avenida venderá todos sus ejemplares mostrando la nota roja, la escena violenta que seducirá al marchante y será lo primero que lea. Ella no quería despertar. ¿Para qué abrir los ojos y regresar a los días anodinos? Además, ¿por qué sería mejor el país de los ojos miopes, de la sangre inocente, de la boca engrapada, de los brazos cruzados? El campo vestido de verde y un refrescante contacto del río le entregan un placentero descanso. Goza de la libertad que no sintió jamás. Pierde el miedo. Se deja llevar por la frescura del agua en su rostro, que penetra la raíz de su larga cabellera. Y ahí, frente a los ojos de la eternidad, decide contar los segundos de ese fresco placer. Cinco. Seis. Quieta como un cadáver. Ocho. Ya con los ojos abiertos. −Trágicamente convertimos la experiencia en destino. La frase aparece en su pensamiento como palpitaciones. Pensó en su hijo antes de salir de casa: ayer por la noche acariciaba su frente; él dijo «te quiero mucho». Regresó triste a su recámara, preparó su dosis de Elavil y durmió amargamente. También pensó en su
madre antes de salir de casa, sus silencios largos que acompañaban infinitos recuerdos, añorando el pasado en su soledad decrépita. La frase aparece en su pensamiento cuando aborda la camioneta lujosa sin placas. Ella no tiene miedo. Aun cuando el tiempo no corre. Cuando las calles son desiertos. Cuando la gente es muda y ciega. No tiene miedo. No, sí tiene miedo, pero afronta audaz la intimidación, con mucha fe en la libertad de expresión. No se dejará amedrentar con el mensaje de “vas a morir perra”, que leyó hace un par de días en su correo electrónico. Para ella no existe represalia. Existe incomodidad de verdades. −Trágicamente convertimos la experiencia en destino. Así concluyó su última crítica sobre grupos criminales. Simple como entender que si la delincuencia es la experiencia directa, prisión, o en el peor de los casos la muerte florecen en destino. Pero la frase en su mente se transformó en un perro mordiéndose la cola, con el profundo eco del que no puede escapar y lo atrapa en un oscuro laberinto, en el que quizá ya vive.
−Por favor, no me haga daño −suplicó ella buscando los ojos del hombre que la trasladaba a una habitación. Él resoplaba mientras le indicaba que se sentara para atarle las piernas. −Te hiciste daño tú misma. Los lamentos de otra mujer rompen la quietud de la noche. Aullidos que sólo el dolor provoca. Está justo enfrente del premio Pulitzer, pero no hay luz. Alguien enciende un cigarro con cerillos y aparece el rostro hinchado con más lamentos. Sus aretes en forma de pequeños lápices escriben presurosos versos invisibles en el aire, versos muy amargos. La periodista abre apenas los ojos, con el miedo cerval de descubrir su destino. Prefiere cerrarlos y pensar que a ella no le duele el cuerpo, que mueve con libertad sus manos y piernas, que no tiene miedo. Siente la necesidad de cubrir su cuerpo con fe y reza, reza deseando despertar de la pesadilla y colocarse, al fin, en un mundo inmensamente benévolo. El sonido de unos pasos acercándose a ella interrumpen, se detiene. Y entre su decisión de abrir o no los ojos, siente una patada en las costillas que la retuerce de dolor.
−¡Cabrona! Recuerda los diez pares de ojos. Cinco hombres de la misma condición. Matarían por unos pesos porque han visto el infierno en la niñez. El de la patada seguro fue el gordito. El de hombros encorvados y cabeza agachada, el inseguro. ¿Qué habrá pasado en su niñez? Tenía siete años. Regresaba cabizbajo de la escuela. La maestra había avergonzado al niño frente a todo el salón. A la cuenta de tres gritaron “burro”. En casa sólo fue agredido. Su padre alcohólico le decía que ojalá no hubiera nacido. Su madre, pagando cuarenta años de sentencia en el penal de la Unión. Su padre reventaba su espalda con el cable de la plancha porque accidentalmente entró al cuarto, donde sus hermanas y papá jugaban sin ropa, “hacía calor”, dijo éste mientras azotaba con rabia al niño. Empezó matando lagartijas con una resortera. Diez pares de ojos que no dejan de golpearla. − ¿Tienes ganas de jugar? −Pregunta el más viejo de ellos. Camina desabotonando su camisa. “Mocho”, le dicen. Tiene un ojo más grande que el otro. Apesta a alcohol. Le faltan dedos en las manos.
− ¡Por favor, no me haga daño! El viejo se desabrocha el cinturón. −Tranquila. Seré muy cariñoso. No quiere despertar. No quiere despertar y ver la sangre dibujando obscenidades en el suelo, eso la pone muy mal. Una noche despertó con tremendo escalofrío y una terrible crisis de angustia, pronto sintió un opresivo dolor en la nuca. No pudo dormir más. Por la mañana, le avisaban del suicidio de su padre. Se había pegado un tiro en la cabeza, la bala le había salido por el mismo lugar donde ella sentía el dolor aquella noche. La sangre la inundaba de visiones. Por eso no abrirá los ojos. Resiste. Recibe patadas, la toman del cabello y golpean su cabeza contra el suelo, la torturan con una aguja, la desnudan, puñetazo en la nariz, la violan, la aguja, la violan. La habitación es muy amplia, es blanca y tiene olor a cigarro. En una esquina está una mesa de madera con cuchillos grandes y una bolsa negra. Han pasado un par de días. No es un secuestro. No hay llamadas, no hay
interrogatorio, sólo golpes. Parece divertido para ellos. Creen que la medida es justa. Quién sabe cuándo las palabras del periodismo se volvieron más agresivas que las balas del contrario. La delicadeza de orejas de estos tiempos. −Trágicamente convertimos la experiencia en destino. Pensó en su hijo antes de llegar a orillas de un río: la pena del pobre porque en la escuela le dirán que mataron a su madre por chismosa. Pensó en su madre cuando estaba arrodillada: sus ojos tristes que han visto tanta sangre sin poder hacer nada. En instantes, un festival de golpes. Inundan la nariz en una bolsa copiosa de polvo blanco. Hablan por radio. Ríen entre ellos. Se escuchan sus voces. Sacan la bolsa. −Sufre golfa. Traen los cuchillos. −¿Tienes ganas de escribir? Sujetan su cabeza.
−Agárrala con fuerza. Se desmaya. No se desmaya. Un carnicero. El premio Pulitzer. El cuchillo cae al cuello. Nada es real. La ciudad se enfrenta al espejo y refleja una armoniosa actividad. Ordenada. Lucida en ideales. No hay crimen. Armas. Sangre. No es necesaria la violencia, medita solitariamente. No. No estoy respirando por el cuello. No hay fuga de sangre. No imagino mi funeral. No. El gordito no me tomó del cabello y alzó mi cabeza ofreciéndome al cielo. Ellos no celebran mi muerte. No hay risas. Nadie patea mi cabeza hacia el río. No gritaron “golazo”. Nada es real. No. Mi cabeza no se hunde… Uno. Dos. Pocos segundos. ¿Qué se hace en pocos segundos? Tan solo dejarse llevar por el paseo de los sentidos. Tres. Cuatro. O por el vuelo de recuerdos que cruzan raudos frente a los ojos. Alguno de estos, apenas con un rostro conocido. Cinco. Seis. Siete. No tienes tiempo de nada. Te interrogas si es la vida injusta contigo, y te apresuras a decir que sí. Te sientes tonta. Piensas en tu premio Pulitzer y vuelves a sentirte tonta.
Ocho. Ocho segundos. Pocos segundos. ¿Qué has hecho mal? Las palabras se atragantan y no alcanzas a responder. La cabeza desciende en la fría profundidad dejando un hilo de sangre y pierde consciencia. Antes, la otra mujer ardía en el fuego, aún viva. La envidia que tiene por este otro refrescante destino. Después, todo es oscuridad. Humedad. Experiencia. Destino. Oscuridad.
Ocho segundos De Jorge Luis Contreras Quiroz, Se terminĂł de imprimir en mayo de 2015 en los talleres de Guevara impresores s.a. de c.v. MĂŠxico, Distrito Federal. En su composiciĂłn se utilizaron fuentes de la familia candara y arno pro. el tiro consta de 500 ejemplares. Servicios editoriales De otro tipo. www.deotrotipo.mx