CT]ADERI\OS DE
MADix驴r AL-zAHRlt
voL.
3
c贸nooBA
L99T
CIJADERNTOS DE
MADINAT AL_ZAHRÁ'
SUMARIO .
ACTAS DE LAS II JORNADAS DE MADINAT AL-ZAHRA
AL-ANDALUS ANTES DE MADiNAT AL-ZAHRA S. GUTIERREZ LLORET L;r fornuciín de Tucltnlr dade la pu'iferia del Estado
Islámico
Pág. 9
A. MALPICA CUELLO - A. GOMEZ BECERRA "Donde n//n.¿/ dnÍe.t h¿bía entr¿da tn ejírcito..., E/ pob/arniento de la costa de Granac/a en el rnarco de la fornución del Estado lslátnico
Pá9. 23
V. SALVATIERRA CUENCA _J. C. CASTILLO ARMENTEROS E/ poblaniento ntral: ¿Histórico o internporal?
El
caso del arrol,o del Salado,
Jaín
M. ACIEN ALMANSA 'Utnar lb¡t Haf:ttn. Un problema
Pág. 47
bistariográfico
E. MANZANO MORENO 1 ernires: Fantilias ari¡locráticas
Señore¡
1,
A. CANTO GARCIA De la Ceca Al-Andalu a la de A[adtnat
soberanía
ltltejtl
Pá9.71
en
Al-Andalu¡
al-Zabra'
Pág. 97
Pág. 111
CHRISTIAN E\)rERT Precarsares de A'Iadlnat
a/-Zahra'.
de oriente 1' sa ceremonial
attlico
PATRICE CRESSIER Renacin¡iento de la esutlttu'a
El
entre occidente 1
Los Pa/acir¡¡ 0melas )t 'abbásie¡
de capiteles en
oriente
ALFONSO JIMENEZ La Qibla extrauiada
Pág.
la
I23
ípoca entiral:
Pág. 161
Pás.189
. CRONICA DEL CONJUNTO A. VALLEJO TRIANO Crí¡uca, aña 1991
Pás.213
ACTAS DE LAS DE
II JORI{ADAS
MADIxar nr-znunÁ'
AL-ANDALIJS ANTES DE MADIXAT AL-ZAFIRA
LA FORMACION DE TUDMIR DESDE LA PERIFERIA DEL ESTADO ISLAMICO S.
GUTIERREZ LLORET
p I signific,rtivo títr-rlo de estas jornadas, a/)-t A¡t,/,t-/tt.t ¿ute.¡ rL AI¿d\nar a/-Zahr¿'. nos sitír¿r
cle sus fronteras (1), sol¡re toclo en su contacto con
en el marco de la formación de una sociedad islámic¿r en tierras de al-Andalus y nos remite a un
están cle acuerdo en incluir el ni¡rte de las actuales
contexto cronológico anterior a la primera mitad del siglo X, señalado por el hito de 1a fundación de la ciudad en el año 936 y 1o que ta1 fundación significa. Si la creación de Madlnat al-Zahra' es la materialtzación de la ideología de1 recién inaugurado C¿rlilrto (ACIEN, 1981), slrpone taml¡ién la
culminación de la islamización plena de la socied¿rd andalusí. Sin embargo, este proceso no es l.romogéneo, es clecir, no se produce ni se resuelve de la misma forma en todas las regiones qLle conforman al-Andalus, aunque en todas deba entenderse como un proceso de islamización social. Por esto, el objeto de este trabajo es 1a formación de una sociedad islámica en un territorio del sureste cle ¿rl-Andal¡-rs clue las fuentes árabes designaron Tttdnir. Este término, aparente fosilización del nombre de r-rn personaje -Teodomiro- profundamente vinculado a la formación de ese territorio andalusí, fue inicialmente el referente de un dominio y más tarde el de una región administrativa. La co¡a de Tadnñ'comprende territorios de 1as ¿rctuales provincias de Alicante, Murcia, Sur de Albacete y Norte de Almería. Limitaba de Norte ¿r Sur con las coras de Valencia, Santaver, Toledo, Jaén e l/blra. aunclLre no existe aclrerdo unánime en sus límites exteriores ni en la variación históric¿
la cora de Valencia. donde no todos
1os autores
provincias de Alicante y Albacete . Ei pasillo albaceteño que partiendo de Hellín y Tobarra, llega hasta Chinchilla, Albacete y Balazote, sí parece
corresponder, sin duda, al ter¡itorio de Tu¿/ntIt durante los primeros siglos de presencia islámica. Por el sur, se inclr-rye en esta región una amplia franja territorial del norte de Almería, desde Vera, en la costa, hasta Vélez Blanco y Yélez Rubio y, segírn Joaquín Vallvé (1986, 2l)), :aml¡ién La zona de Huéscar y Galera, en la actual provincia de Granada, aunque esta última hipótesis no es aceptada por otros autores (MOLINA, 1912). En
cualquier caso, e1 término TudrnTr es un referente geográfico flexible que se aclapta bien a Ia especificidad del proceso de islamización de las tierras del Sureste de al-Andallls, cuyas claves quiero analJzar aquí. No obstante, es necesa¡io adverti¡ qlre este discurso será eminentemente arqueológico, porque tal es mi formación y porqlre éste es el registro que quiero introducir en una discusión que necesariamente debe ser histórica, pero que se ha construido únicamente con los datos precedentes de1 registro documental. En un trabajo recie nte , cuya inminente publicación hace innecesario reincidir sobre los argumentos allí expuestos, insistía en la especificidad de este área y en su marginalidad. Así, el registro
cerámico se caracterizaba por su pobreza y la peculiar distribr-rción de las series vidriadas, escasamente representadas hasta finales del siglo X, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares de al-
Andalus. Esta especificidad 1a explicaba por el carácter periférico de TudntTr, "cuyo proceso de
islamización y, por tanto cle integración en las formas de organización social propiamente islámica, es más lento que en otras áreas de la Andalucía oriental, en las que la presencia del Estado cordobés es patente desde fechas más tempranas>
(cuTrERREZ, t993). En este pllnto se hace necesaria una referencia al fecundo debate que se viene desarrollando sobre las fases formativas de al-Andaius. Debate, que ha
sido puesto en su justo lugar al situarlo en el marco del problema de la transición entre diferentes formaciones sociales, en la línea de lo que se esraba comenzando a hacer para las otras transiciones europeas (\7ICKHAM, 1984) (2). En opi-
nión de Manuel Acién (1993) esta transición debe entenderse, en el caso de al-Andalus, como
1a
pau-
en su discurrir hacia el mar, según al-'U{rl (ALAH\7ÁNI, 1965; MoLINA, 1972), arravesaba
Ia nahila de al-Muualladln, o la región de los muladíes. En esta misma iínea otros ejemplos permiten inferir la reconversión de lugares de culto cristianos en mezquit¡s u oratorios; podría ser el caso de la basílica de Algezares, en Murcia, donde las excavaciones de Cayetano de Mergelina
(1940) exhumaron, jr-rnto con el material tardorromano propio de un edificio basilical, un
importante conjunto de material islámico, con mucho ei más abund¿rnte según Sebastián Ramallo (1991). El predominio casi absoluto de candiles en el conjunto cerámico, hace pensar, por su similitud con el registro de la rábita de Guardamar, en un posible uso islámico del edificio; hecho que no constituye un ejemplo aislado, ya que ha sido atestiguado en otros lugares del interior de ia Península como es el caso del mausoleo de Las Vegas de Puebla Nueva, en Toledo, o las iglesias de Casa Herrera y El Gatillo, en Mérida y Cáceres respectivamente (Caballero Zoreda 1989,
latina "implantación de la formación social islámica a partir de otras formaciones sociales, funda-
r24).
mentalmente tribales y feudalizantes); en suma,
es de orden funerario y procede de un yacimiento
puede identificarse con el proceso de islamización. Por esto, y siguiendo nuevamente el discurso de M. Acién (198,1, 2f ), se debe distinguir entre
de TudntTr sobre el que volveré más tarde, situado en la vía de Qartafanna (.Cartagena) a Tulaytala (Toledo), y designado por al-'U{rT como AIadT¡¿at \i(/c). En este asentamiento, en el que se han realizado hasta ei momento cinco campañas de excavación sistemática (ABAD er alii, 1990 y I99I , 1993), hemos localizado una necrópolis con dos momentos funerarios caracterizados por ritos de
los aspectos puramente religiosos de1 proceso de islamización y los ideológicos o de ordenación social. E1 proceso de isla-mización religiosa -es decir de conversión al Islam- de
1os
indígenas, los
muladíes, debió de se¡ relativamente rápido, incluso en tierras de TadmTr y se puede reconocer arqueológicamente por testimonios irrefutables, como son 1as manifestaciones constructivas religiosas y funerarias. Sin embargo, no voy a hacer de éste el objeto de mi estudio por lo que só1o serán citados algunos ejemplos de dicho proceso religioso, al que me referiré únicamente de forma marginal. En el primer ámbito, el de las construcciones religiosas, existen datos que nos hablan tanto de las propiamente islámicas como de las reconversiones de lugares de culto cristiano, datos estos últimos más vinculados a la interpretación que a la evidencia. Un ejemplo importante y precoz es la edificación de una rál¡ita, organizada a partir de una primigenia ntusa//a de fines del siglo IX (AZUAR et alii, 1989), y ubicada en la desembocadura del río deTadmrr -e1 Segura-, que
I0
Otro de los ejempios de islamización religiosa
inhumación distintos: uno de rito preislámico y
otro ya plenamente islámico. El primero está representado por dos enterramientos adultos y uno infantil doble, colocados en decúbito supino en el interior de fosas cubiertas por grandes losas; al segundo corresponden doce cadáveres, adultos e infantiles, dispuestos en el interior de fosas
cubiertas con piedras inclinadas y colocados en decúbito lateral derecho, con las manos recogidas en la pelvis y la cara mirando al Sr-rr. Ambos ritos presentan las fosas orientadas en la misma dirección (SO-NE con la cabeza en la primera dirección) y parecen corresponder a dos fases cronológicas de una misma necrópolis muy próximas en el tiempo, por lo que puede servir como ejemplo del proceso de conversión de las poblaciones indígenas, ya que el yacimiento no proporciona, por
el momento, materiales posteriores a fines del siglo IX o principios del X. No obstante y como dije con anterioridad, no el indicador de la islamización social cuyos mecanismos pretendo estudiar. EI tema de importancia teóric¿r es el de la formación de una sociedad islámica en el territorio de1 Sureste de ales éste
Andalus. Según Acién dicha transformación del medio social se abordará preferentemente desde el Estado emiral, clue intentará implantar sus modelos en detrimento de otras fuerzas sociales. El ins-
trumento preferente de esa implantación será la creación de un sistema fiscal nlrevo, basado en las alquerías (qrü) como sujeto fiscal, que produce la monetarización de la sociedad andalusí, proceso estudiado por Miquel Barceló 0919, 198,1-8t).
De otro lado, la generación de urbanismo y el desarrollo de las ciudades, tanto si se trata de una iniciativa del Estado emiral como si es fruto de
otros estímulos, parece ser otro de los motores fundamentales de islamización en los territorios
(ACIEN. l9bi- y l99i¡. En este estado de cosas,
e1
problema debe
el estudio
de1 poblamiento, procesos intentando comprender los de formación de 1os territorios, o 1o que es lo mismo, de organización del espacio y de distribución de la población. Lógicamente , para llevar a término tales estudios hace falta poder situar los asentamientos y los espacios de trabajo que estos organizan, en un eje cronológico y obviar así la tendencia de la
abordarse desde
arqueología extensiva a considerar los espacios más en la sincronía que en la diacronía. Esto, impensable hace unos años por 1a carencia de elementos fechables en época emirai, comienza ahora a ser posible y más cuando parecen innegables las coincidencias, en términos generaies y sin caer en un redr-rccionismo mecanicista. entre la distribución de áreas de cultura material específicas y las de ciertos grlrpos de poblamiento, al menos en las fases formativas de al-Andali-rs (ACIEN, I993). Según estas relaciones parece que el componente indígena, reconocible por unas tradiciones y unos tipos de asentamiento concretos (GUTIERREZ, 1991), es importante en la distribución del pobla-
miento y en la dinámica de islamización de Ttdnir, distinguiéndose así de la problemática de zonas más septentrionales de1 Sarq, proftnda y precozmente be¡berizadas (GUICHARD, l')69, 1976, 1988-89 ó 1990 a, entre otros); no obstan-
te, en este proceso también deben tomarse en consideración otros componentes poblacionales, tanto árabes como bereberes, que sin duda se asentaron en tierras de TudntTr, pero que, a diferencia de 1o
que opinan algunos autores como M. Barceló (1992) han resultado hasta el momento menos reconocibles arqueológicamente, sin pretender por esto negar tal posibilidad, cada vez más factible atendiendo a dinámicas de organización del territorio que comienzan ahora a vislumbrarse. Son varios los autores que insisten en el significativo hecho de que a pesar de la patente tendencia a la desurbantz ción del territorio en época tardorromana, la conquista islámica parece conce-
birse como la toma, por la fverza o mediante pacto, de una iarga lista de ciudades (BARCELO,
I919,241). De la misma forma, M. Acién señala que en el momento de la conquista las fuentes hacen patente la poca presencia de fortificaciones
(husan) frente a la importancia de las ciudades, todavía los principales puntos fortificados, y de las alquerías (ACIEN, 1989,I43). Miquel Barceló 1o
explica considerando que las ciudades, aún en declive, eran los puntos fundamentales desde donde el aparato administrativo visi¡¡odo ejercía su control. Parece evidente que ante la creciente presión fiscal, ia ciudad había perdido gran parte de la autonomía municipal y el dinamismo econó-
mico -reflejado en gran medida en e1 urbanismo público- que fueron ia base del estado altoimperial romano (ABASCAL y ESPINOSA, 1989); no obstante, todavía conservaba una gran capacidad de control sobre sus territorios, hasta el punto de seguir siendo uno de los focos más importantes de extracción de excedente (\7ICKHAM, 1.984), y, por tanto, lugar preferente desde donde ejercer un control fiscal más o menos centralizado. El territorio que las ciudades habían administrado debía contener un importante número de explotaciones agrícolas situadas en las llanuras fértiles, las uillae y los fundi, si es que tales términos son adecuados para una realidad por fuerza diversa a la original. La cada vez mayor presión fiscal ejercida sobre estas explotaciones produce fenómenos sociales complejos que generan, ante las exigencias de renta, ia vinculación de 1os colonos o bien los fenómenos de dispersión de la fuerza de trabajo (BARCELO, t9t8; STICKHAM, 1984). En este último caso se produce 1a huida de los siervos y colonos a zoflas marginaies, sobre todo montes y L1
áreas incultas, donde forman pequeñas comunidades aurónomas, que no necesitan generar excedentes para renta, y que viven de 1a explotación de los
recursos natilrales en el m¿rrco de una economía
silvo-pastoril (Acién I989; Torro 1990). A
estos
"escapados" de procedencia rural, reconocibles en
la conocida cita cie Ibn Hawqal (l), habría que unir los proceclentes de las ciudades, donde no
habría demasiadas posibiiidades fuera de las élites u rblnrs o las religiosas. Arqueoló¿licamcntc comienrJn a ser reLonoci-
bles ambos grupos e n tierras
I
asentamiento, y por algunos tipos cerámicos, preferentemente modelados a mano, de los qr-re he hablado en otras ocasiones (GUTIERREZ Ic)88 y I993). Hay que destacar, sin embargo, que al
menos en el territorio que posteriormente se¡á conocido como Tuc/nit', estos asentamientos no corresponden a un fenómeno de traslado posterior al período romano, como defendió Pierre Guichard (1984, 392). Por el contrario, esta tendencia responde a un fenómeno generalizado en todo e1 Me diterráneo occidental desde el siglo V
agrícolamente o sometidos a importantes procesos de colmatación. Tal situación se agrava por e1 profundo desconocimiento de los asentamientos rurales romanos posteriores al siglo IV, con excepción de algr-rnas ¡¡rzrncles villas coste ras des¡inaclas al
(GUTIERREZ, 1988,l2! y ss.), como se constata en Italia, ei Sur de Francia y la fachada mediterránea de la Península lbérica en fi-rnción del material arqueológico (4). Parece, por tanto, que la conquista islámica actíra acentuando una dinámica poblacional previa, como ya señaló M. Acién (1993). Este mismo autor definió dos tipos distintos de fortificaciones de aitura vinculados a la poblerción indígena: Ios hustTn-refugio o nu'ir¡il.
algunos asentamientos rurales romanos con materiales que llegan hasta el siglo VI y que prueban
acabamos de mencionar, y los umnab¿t a/-/tttstrn, construidos por ashAb, señores herederos de la aristocracia visigoda, que ascienden a los montes para
exp/cttacirtnes de/
de
Sureste. Las
/lano no son Fácilmente iclentifica-
bles ya que normalmente se ubican en terrenos
fértiles de llanos aluviales, muy transformados
comercio cl e salazón (GUTIERREZ, 1988; OLMO 1992).Hoy han empezado a excavarse
la perduración de tales asentamientos; de otro lado, es posible identificar algunas explotaciones aÉlrícolas más tardías, fechadas ya entre 1a segunda
VII y el VIII, caracterizadas por cerámica común -ollas y cuencos- y por la ausencia cle sigillatas (GUTIERREZ, 1990). El caso más signilicativo es el del conjunto del Sot de Colomina en Ji jona, Alicante, donde han aparecicio diversas concentraciones de hallazgos, asociados en ocasiones zr huesos, que pueden relacionarse con Lrn poblamiento rural disperso, situado en pequeñas elevaciones sobre el llano y verteLrrado por Lrn antiguo camino fosilizado, en cuyas márgenes se organizan las áreas funerarias. Los pohladu de altura, mucho más fácilmente reconocibles y quizá por ello "víctimas" de una favorable distorsión del registro arqueológico, han sido vinculados a los núcleos de población, preferentemente indígena, huidos de las explotaciones agrícolas (ACIEN, 1989). Estos refugios se sitúan, al igual que oclrrre en Málaga o en la costa granadina (MALPICA y GOMEZ 1989, 246), en la cumbre de elevaciones que dominan barrancos, ramblas y cauces fluviales, y se caracterizan 1>ot Ia casi total ausencia de construcciones defensivas. mitad de1 siglo
con independencia de la propia topografía del 12
propios de las comuniciacles independientes qlle
someter a las comunidades autónomas) aseéilrrando sus rentas ante la presión de un estado cada vez más sólido (ACIEN, 1989). Pronto veremos como en territorios de fuc/tir hacia principios o mediados del siglo IX aparecen ¿rsentamientos de altura compleios, distinguibles de estos pequeños refugios, que pueden responder a tales estímulos. No obstante, en e1 panorama del poblamiento en el momento de la conquista no hay que olvidar las ciadade¡ y más cuandc¡ en Ta¡/n¡tr ¿rparecen consagradas por e1 Pacto que sella la capitulación dei
sureste en el 713. El territorio de Teodomiro aparece definido en el Pacto por siete ciudades, en las que, segírn Enrique Llobregat (191 3, 76 y ss.),
estaría la oligarquía dominanre. que es precisamente la que pacta. Miquel Barceló (1979, 210) va aún más lejos al proponer que esta mención responda a la inicial imposición de los musulma-
nes de unas circunscripciones administrativas basadas en Ias ciudades. Este teórico mantenimiento de 1os antiguos núcleos urbanos no tendría mayor significación de 1a que tiene en otros lugares de la Penínsuia, si no fuera porque cuando
se prodr-rce
Ia organización definitiva de una
estructura urbana, a partir cle la segunda mitad del X y, sobre todo, a principios del siglo XI, la
carrografía de la organización territorial resultante
no tendrá nada que ver con la reflejada en el Pacto. ¿Qué ha ocurrido para qLre las ciudades del territorio cle Teodomiro hayan desaparecido casi tot¿rlmente y otras nlrevas, y hay que subrayar esta idea ya que ni tan siquiera ocupan los mismos
1985) y, en cualcluier caso, ciudad ajena al marco de este estudio, conviene fepasar brevemente las noveclades sobre el resto de las ciudades del famoso Pacto.
del califato?. No se puede argumentar que éste sea un mecanismo ¡¡eneral, ya qlre a pesar de la gran desarticulación de 1a vida en las cir-rdades tardorromanas, la generación de urbanismo en e1 emi-
La Orihuela emirzrl, Aur1ila (Orihr-rela, A1icante), plantea graves problemas de localización ya que el solar de la medina, ubicada junto al río, no proporciona materiales anteriores a la segunda mitad del siglo X. De otro laclo, ninguna de las partes del castillo que preside la ciudad, importante fort¿rleza mencionada en las fuentes, parece
rato aprovecha muchos de los antiguos solares urbanos, sin qr-re en esto pretenda ver un continuismo de la vida urbana insostenible a todas
poder fecharse con anterioridad al siglo IX (AZUAR, 1981). Algunos autores, como E. Llobregat (191I,28), propusieron situar la ciudad
luces. Así 1as nuevas ciudades de Córdoba, Sevilla,
tardorromana en una explanada de las laderas del cerro; explanada que hoy está muy alterada por la construcción de un Seminario Conciliar, que impide las exploraciones arqueológicas. El material procedente cje esta zona es escaso pero la aparición cle cerámica tardorromana en el área podría rcfotzat esta creencia; en cualquier caso, Orihuela
lugares, presidan
e1
panorama histórico al final
Mérida, Zaragoza, y otras, se desarrollan en los mismos solares que sus antecesoras, siendo el caso más significativo el de Valencia, que aún sienclo
un importante núcleo visigodo (SORIANO, 1988), como pruebzrn los novedosos hallazgos de
las últimas excavaciones urbanas, entró desde
VII en un proceso de desurbanización evidente, del que no parece recuperarse hasta bien entrado el siglo X (1). Esta solución de continuidad se refleja incluso en el nombre -AIadTndt al-Trrib (ciudad de barro) con qr-re las fuentes designan el lugar en la Alta Edad Media (GUICHARD, 1988-89, 90), y sin embargo, cuando Ia ciudacl de Valencia se recupere a fines del siglo X lo hará en el mismo emplazamiento finales clel siglo
físico.
En el caso de las ciudades de Tudrnn'convienc repasar los datos que 1a práctica arqueológica han proporcionado en un debate hast¿r ahora l¡astante especulativo, en ranto que construído únicamente
con los documentos escritos. Enrique Llobregat (197i) sintetizó los conocimientos de principios de los años serenta en su obra sobre Teodomiro. todavía válida en varios aspectos. L¿rs ciudades son en teoría siete pero no coinciden ínte¡¡ramente en todas las versiones conocidas del Pacto, por lo que sumándolas todas son en realidad ocho (6). Las de
al-'Uqlrr son Aut')nld (Orihuela), Mula (Mula), Ln'c1a (Lorca), Balantana (?), Laqant (Alicante),
\lll(h) (?) y I/í (Elche);
incrementadas por la Buc1.:r.b (Begani) que aparece en lugar de 11i en las versiones de Ibn al-Jarrát, al Dabbr y alGarnátT, entre otros. Dejando a un lado la supuesta ciuclad de Balantana o B¿lantala, de clifícil y dudosa identificación con Valencia (RUBIERA,
parece constituir
un ejemplo de1 mantenimiento
de1 lugar de asentamiento, aunque clescendiendo
hacia el valle. Algo parecido ocurre con Lorca (Murcia), Lt7rc1a, cr-rya medina no proporciona por el momento materiales demasiado antiguos; sin embargo, según los recientes trabajos del arclueólogo Anclrés Martínez (1990), clel cerro del Castil1o procede un lote de material complresto por sigillata clara D y cerámicas toscas de los siglos VI y VII, que podrían relacionarse con Ia Eliot:t'¿ tardía. No obstante, ni Orihuela ni Lorca, parecen tratarse de important es ciuitale.r visigodas.
Valoración distinta requieren los casos de l'lula (Mt7/a), Begastri (Brt¡y.sr,bS, Elche (1Á) y Alicante (.Lac1anr), ya que toclas parecen ser importantes ciudades tardías e incluso, en algírn caso, sedes episcopales. La Mula tardorromana no se encuen-
tra en el solar actual de la ciudad de tal nombre. sino que clebe re lacion¿rse. como propusieron recientemente G. Marilla e I. Pelegrín (1985), con las ruinas del Cerro de 1a Almagra (Mr-rla, Mur-
cia), monte amesetado situado en 1a margen izquierda del río de Mula, frente a1 conociclo Castillo de Alcalá de la Puebla de Mu1a. Se t¡ata. sin duda, de una importante ciudad amurallada, que proporciona cerámicas finas de 1os siglos IV a VI junto con producciones toscas qlre podrían liegar hasta los siglos VII u VIII; esta ciudad no tendrá 13
continuidad en la época emiral. Buq..rr.b, identificada como Begastri (Cabezo Rohenas, Cehegín, Murcia), es una sede episcopal visigoda y una importante ciudad amurallada que viene siendo excavada desde hace varios años (GONZALEZ BLANCO, et alii 7983 y 1984). Se t¡ata de un asentamiento similar a1 de Mu1a, que podría mantenef vestigios de ocupación a lo largo del siglo
VIII La ciudad nombrada como 1/ise ha identifica-
do siempre con la Colonia Iulia I/ici Augusta, sicuada en ei yacimienco conocido como la Alcudia en Elche (Alicante). Esta ciudad romana se transformó en una importante ciuitas tardcxroma-
na y sede episcopal, siendo la hipótesis más comúnmente aceptada que tal emplazamiento murió por consunción tras la conquista is1ámica, al producirse el paulatino traslado de la población
al actr-ral solar de Elche (RAMOS, 1975; LLOBREGAT, 191 3). Sin embargo, las excavaciones efectuadas en la medina de Elche no proporcionan
materiales anteriores al siglo XI o finales del X, mientras qlre entre las cerámicas de la Alcudia se han podido identificar materiaies fechables en el siglo VIII (REYNIOLDS, 1986 y GUTIERREZ, 1988); en cualquier caso, el cambio de sola¡ urbano es evidente. El estado de la investigación sob¡e
la ciudad de Alicante , Laqant en el Pacto, l-ia variado tocalmente en los últimos años; se venía proponiendo un proceso similar al de Elche, por el cual el antiguo municipio de Lucentuw -situado al Suroeste de la ciudad actual, en la meseta de "Els Antigons", Benalúa (TARRADELL y MARTIN, 1970)- mo¡iría lentamente para ir naciendo Ia ciudad de Laqant al abrigo del monte Benacantil, donde se construyó Ia alcazaba. Las excavaciones que se han venido realizando en el supuesto solar de la ciudad romana no han dado los resultados
apetecidos, demost¡ándose únicamente que allí había una gran instalación industrial con numerosos vertederos (SALA y RONDA, 1990). De otro lado, los materiales más antiguos procedentes del solar de la medina eran, hasta ahora, del siglo XI, pero los recientes trabajos han exhumado en el exterior de la medina los restos de un cemente¡io preislámico afectado por vertederos que contienen materiales del siglo X (ROSSER, 1990). El íritimo caso, el de lyi(h), es uno de los más significativos, identificada sucesivamente con Ojós, Hellín, Elda y más recientemente, AlgezaL4
res, en las proximidades de Murcia (POCKLINGha sido objeto de una larga polémica por su relación con la fundación de esta ciudad. Según las fue ntes (al- Udri, Ibn 'IcJárl y alHimyarT), una vez fundada Murcia (c. 825 u 831),
TON, 1987),
emir'Abd al-Rahmán II mandó destrui¡ la ciudad de Ui(b) cle los mudaríes y cie los yemeníes, para terminar con Lrn conflicto tribal que afectaba a tierras de TudmTr. Los trabajos que se han ocupae1
do más recientemente del tema han tendido a considerar que con el mismo nombre -\i(h)- se
designaban dos ciudades distintas: de un lado, la del Pacto ubicada por R. Pocklington en Algezares, cerca de la ciudad de Murcia, que se identifica
con la ciudad dest¡uida por 'Abd al-Rahman II, de otro, 1a mencionada por al-'U{n entre Cieza y Tobarra, a1 describir el camino de Cartagena a Toledo (SILLIERES, 1982; CARMONA 1989, 157). Esta írltima se ha visto relacionada también con ei distrito de 11i(h) o lyl/lt1 a/-Sab/-Iyih el liano-, mencionado por e1 propio al-'Uglri al enumerar los distritos de ia Cora de 'fadnir (POCKLINGTON, f987). Sin entrar en los argumentos que relacionan el emplazamiento con un lugar próximo a Murcia, las excavaciones que venimos
realizando en e1 Tolmo de Minateda (Heliín, Albacete) han venido a complicar nuevamente e1 panoruma. puesto que esre asentam ienro es. sin duda, la A'IadTnat Iyi( h1 del itinerario de al-U{rr. El asentamiento que nos ocupa, importante
municipio romano de1 que aún desconocemos el nombre, se convirtió en una gran ciuitas relaciona-
da qtizá con los conflictos fronterizos visigodo-bizantinos; época de la que hemos encontrado viviendas y una impresionante fortificación destinada a proteger la puerta y el camino rupestre de acceso a ia ciudad. E1 asentamiento
también representa niveles islámicos definidos por la construcción de una nueva obra defensiva, a modo de agger o barricada, edificada con capas sucesivas de piedras y cascotes, a la que corresponden nuevas viviendas. En el estado actual de la investigación, el material cerámico indica que la ciudad debió ser abandonada en el siglo IX o, a lo sumo, principios del X, ya que no aparece cerámica vidriada islámica (ABAD, er alii I993). No obsrante, el topónimo se fosilizó dando lugar a1 nomb¡e de la aldea vecina: Minateda o Aledina Tea
en la documentación medieval (CARMON4,1989). Por tanto, parece necesario volver
a
considerar la posibilidad de que la 11i(b) del Pacto sea la ciudad del Tolmo de Minateda: contamos con 1os argumentos documentales -es mencionada
en un itine¡ario clel siglo como la ciudad de
XI
inequívocamente
lyi(h)-, toponímicos -ia pervi-
vencia del nombre Minateda- y, ésta es la noveclad, arqueológicos. Estos últimos permiten afirmar que se trata de una importante ciudad ta¡dorromana que se islamizay parece extinguirse hacia finales de1 siglo IX, fecha qlre por el momento proporcionan los materiales más avanzados. Esta referencia cronológica quizá podría ¡eiacionarse con el teórico final del asentamiento en beneficio cle Murcia, relatado por 1as fuentes. Sin embargo, esta última relación aírn es prematura y sólo futuros trabajos podrán contrastarla. Tal y como se deduce de esre somero panoram¿r sólo se mantendrán en su primitivo emplazamiento como ciuclacies islámicas Orihuela, Lorca y <1uizá Alicante, aunque cuesta clemostrar su continuidad real, ya clue no proporcionan materiales que salven el hiato del siglo IX. Las antiguas ciudades de Ilicilla Alcudia, Begastri, Múa e Iyi( h) desaparecerán, aunqlre prolonguen su vida ¡elativ¿ l'rasta el siglo VIII ó IX, como parece ser el caso de esta lladTnat lli(b). F.l hecho de que esta ciudad sea mencionada como la inicant¿dlna en toda 1a relación que al-'U{rT cita desde Cartagena a Chinchilla (7), no deja de ser significativo, puesto que tal ciudad en el siglo XI, cuando escribe al'U{n, no sólo no existiría, sino que sería un conjunto de ruinas. Es por ello interesante cuestionar si bajo 1a denomin¿rción ntadTna, al menos en los primeros momentos de la islamización de Tadtttu', no se esconde el carácter de ciaitas. o e1 valor urbano preislámico, que tales emplazamientos deb.ieron tener con anterioridad, pero que sin duda ya
no tendrían cuando se fijan en
1as
fuentes. Esto
quizá pudiera explicar, en parte , la ambigua designación, en relación con sus restos arqueológicos, de algunas ciudades de1 Pacto de Teodomiro, y más, cuando ias condiciones de1 tratado, según Barceló Oc)79,2,i0), serían insostenibles más allá de mediados del propio siglo VIII. En otros casos, también podría ocurrir a1 contrario, es decir, que
algunos lu¡¡ares mencionados en el Pacto, como quizá Orihuela, fueran significativas nndun (ci:udades) a principios del sigio XI, cuando los eprsodios se fijan en Ias fuentes, pero que en el momento de los l-rechos no fueran más que pequeños
asentamientos de altu¡a sin un especial carácter urbano.
En cualquier caso sigue sin explicarse por qué ciertos núcleos urbanos desaparecerán a 1o largo del siglo IX. Quizá sea necesario relacionar tal fenómeno con los problemas de retribalización de la segunda mitad del siglo VIII, que han sido puestos en evidencia para territorios andaluces y una de cuyas consecuencias pudo ser e1 abandono de las qila', grandes fortificaciones con vocación urbana (ACIEN, 1984,1989 y f9%). Para analizar este punto es necesario saber dónde se asientan
los grupos tribales conquistadores, de la misma forma que intuímos que la población indígena se mantiene en 1as expiotaciones dei llano o, en los más de los casos, huye a los montes. Las fuentes señalan la instalación en Tudx¿|r de parte del 'jwd de Egipto sin que tengamos referencias de cuál es
el mecanismo concreto de asentamiento; por este motivo, parece aceptable, al menos en princifio, el esquema propuesto por M. Acién para tierras andaluzas (1993) y según el cual 1os invasores se instalarían en las ciudades, Ias
qi/a' y las alquerías
o qur). Dado que los topónimos derivados de qal'a y relacionados con núcleos de poblamiento de primera época no parecen ser demasiado frecuentes en territorio de Tadm.r, me interesan, sobre todo, las ciudades y 1as alquerías, como posibles zonas de asentamiento de los iundies egipcios.
El que los árabes poblaran las alquerías
no
parece ofrecer duda y así lo confirma el propio al-
pdri al narrar como uno de estos iundies, 'Abd alYabba¡ b. Nadir, recibió de Teodomiro, en concepro de dote por el matrimonio con su hija, dos alquerías: la alquería de Tarsa, a tres millas de Elche y Ia de Ta// al-Ja¡¡ab, a ocho de Orihuela (Moli na I91 2 , 86), dando origen a La rica familia murciana de los Banü Jattáb. Ambas alquerías nunca han podido ser localizadas con exactitlrd ya que los asentamientos de estas cronologías no eran identificables; sin embargo, el panorama ha variado diamet¡almente en los últimos años y se han reconocido numerosos enclaves de época emiral en
el Bajo Segura (GUTIERREZ, 1989). Me parece posible identificar la mencionada Tall al-Jatab con un asentamiento situado a unos 12 kilómetros y medio de Orihuela, que ha proporcionado materiaies fechables entre los siglos VIII y IX. El yacimiento, conocido como El Cabezo de la Fuente en
L'
Albatera, ocupa la cumbre de un cerro de só1o 68 m. de altura máxima, aislado en mitad de la llanura alr-rvial del Bajo Segura y originariamente rodeado de amplias zonas de saladar. Aunque la confirmación de esta hipótesis es difícil (8), tanto Ia cronología del asentamiento y la relación con Orihuela, como el copónimo Tal de su nombre -procedente quizá del árabe al-Tdll: loma, cerro o montículo- y referente adecuado para Ia realidad topográfica del cabezo, podrían apoyar esta supo-
bién aigún tipo de hidraulismo; convicción reforzada por ia opinión de Rafael Azuar (1!!1), que ha planteado la posibilidad de aprovechamientcr de las crecidas dei río para regar los pequeños valles o entrantes próximos a los yacimientos. En cualquier caso, sería interesante comprobar si este
sición. Sea o no correcta tal localización, me pare-
qlre esta estructura de poblamiento se transforma con la organización de1 complejo espacio irrigado dependiente de Orihuela a fines del siglo X o ya en el XI. No hay motivos para suponer que la instalación de Éarlrpos bereberes no se rigiera por pautas semejantes a las expuestas. El úrnico problema es la inexistencia de referencias documentales para tales asentamientos, con excepción quizás de la zona montañosa fronteriza situada entre 1as coras de Tudtrir y Valencia, y clrya vinculación a una u otra cora parece discutible, ya que el propio alU{n incluye la ciudad de Denia en ambas. Al
ce posible ide ntificar como alquerías algunos asentamientos de características similares al clescrito, ubicados en pequeñas alturas que perimetran el llano de inundación del río o los marjales, como ocurre con El Cabezo del Molino, EI Cabezo de1 Canales en Rojales o Los Cabecicos Verdes en
Orihuela (GUTIÉRREZ, 198r. Habíamos identificado con anterioridad este tipo de asentamiento en la Vega Baja del Segura, pero quizá no fue debidamente interpretado. El material que proporcionan es bastante antiguo (siglos VIII y IX) y en las proximidades, aunque no necesariamente en el mismo emplazamiento, aparecen casi siempre algunos fragmentos de material romano (sigillatas y cerámica común) o estructuras (p. e. sepulturas) que ponen en eviden-
cia la presencia de la población indígena, atesriguada también por el nombre que recibe la región en el siglo XI naby (,..) bi-l-tnau,alladTn. Esa misma simbiosis se observa perfectamente en 1os materiales de época islámica, donde, junto con las cerámicas a mano de tradición típicamente indíÉlena, se hallan otras formas qlre parecen estar ausentes de los contextos indígenas de altura de
los siglos
VII y VIII;
estas formas, claramente novedosas, son los jarros y las jarras, generalmente pintadas en rojo, los hornos de pan fananlr-, los candiles (siempre de piquera corta) y curiosamente los arcaduces. 'Iodos estos datos señalan quizá las primeras alquerías, con asentamientos de grupos tribales en los que se pueden integrar también poblaciones indígenas, que explotan agrícolamente el llano. Sin embargo, como supuse en un trabajo anterior (GUTIERREZ, 1989), esta estrlrctura de poblamiento era sin duda previa a la organización de redes complejas de regadío en el Bajo Segura, de ahí que considere e1 aprovechamiento del marjal como su base económica preferente. Sin embargo, la presencia de arcaduces indica tam-
t6
mecanismo de extensión de alquerías, con intenso aprovechamiento del entorno y paralela organización de pequeños espacios agrícolas irrigados, se
repite en otras áreas de TadmTt, pero sin olvidar
margen de su dependencia administrativa, este
territorio, que abarca 1os macizos montañosos del Norte de la actual provincia de Alicante, poco o nada tiene que ver con la dinámica del resto de los territorios de Tldwtr, ni en formas de or¡¡anización de poblamiento, ni en su registro arqueológico. Curiosamente, es en esta misma región donde se refugió, hacia el tercer cuarto del siglo VJJI. el propagandisra pro tl,hAs) Abd al-R¿hmán b. Habfb al-Fihrl al-Saqlabl, que había estado agitando los territorios de TudwTr (Guichard 1969, 1
15).
El tema del asentamiento de los grupos tribales en las ciudades es más espinoso, pero se puede comprobar en casos como los de Ia Aladtnat Iyi(b)
del Tolmo de Minateda. donde el material
de1
sigio IX es mlry semejante al que vengo analizando, observándose ya la simbiosis entre producciones de tradición indígena y otras producciones foráneas. En algunos casos al menos, podría rela-
tal y como se seña1ó con anterioridad, con esa retribalizactón de fines del siglo VIII. No hay que olvidar qrc la A'Iadtnat Iyi(h), teóricamente destruida tras la fundación de Murcia, es designada como la "de los mudaríes y de los yemeníes". La propia fundación de la ciudad de Murcia encaja perfectamente cionarse la desaparición de ciertas ciudades,
en el proyecto de fortalecimiento del Estado islá-
mico de 'Abd al-Rahman II, y sus materiales, entre los qlre se hallan también las cerámicas a mano de tradición t¿rrdorromana, confirman la avanzada islamización de algunos grupos indígenas clue se integrtrn claramente en la vida urbana (ACIEN, 199i); algo parecido ocurrirá en Alicante, clonde las marmitas de base plana serán ya típicas cle contextos de1 siglo X, participando, además, por slrs característic¿rs técnicas de redes cle proclucción y distribución de amplio alcance, a diferencia de 1o que ocurría con los "prototipos" de tales producciones en los asentamientos de altura. Por otro lado, tendría mayor 1ógica social que las poblacior-res invasoras se redistibuyeran por las alquerías, ante la escasa dinámica económica de las desestructr-rradas ciudacles inclígenas Tudnir. Pero podemos preÉalrntarnos qr,Lé oclrrre con los grupos indígenas encastillados a partir de fines cle
del siglo VIII y a 1o largo de1 IX. El registro arqueoló¡;ico demr,Lestru cluc estos asentrmientos se mantienen, fortaleciendo, en algunos casos, sus características defensivas y ampliando su tamaño. De esta fbrma, en un horizonte poco definido pero centrable a mediados clel siglo IX, se consolidan
una serie de hábitats enriscados. con restos de murailas, y estrlrctura más compleja, a
1os
que van
llegando influencias que evidencian el contacto con grupos sociales mucho más islamizados. Por esto ¿lparecen monedas emirales (9) o materiales viclriados procedentes de centros de producción ajenos a los poblados, en rsentemientos como el
Zambo de Novelda o el
Iorat de Crevillente
-ambos en Alicante-. Además, en estos núcleos ytr no só1o se elaboran los elementales repertorios de cerámica a mano que caracterizaban los asenta-
mientos cle altura del siglo VIII, puesto que junto a éstos se comienzan a fabricar las nr-rev¿rs series clue ya aparecían en las zrlquerías del llano -candiles, jarros, t.ln.n|r, etc.- y que deben indicar una c¿rda vez mayor permeabilidad cultural de los grupos encastillaclos. Sin embargo, hay que insistir en
la escasa participación del rerritorio de Tuútt|r', excepción hecha de Murcia, en las redes de distribución del vidriado, ya que 1as producciones monócromas de Pecl-rina, Málaga o Murcia por citar tres alfares conocidos y relativamente próximos- no llegan más que cle forma testimonial y esporádica a los poblados encumbrados y a las
alquerías (niveles urbanos del siglo IX no se han podido constatar por el momento) y nunca llegan a consriruir unr serie (crámica significativa. La I.^ fitna, que convulsiona la sociedad de al-
Andalus en los últimos decenios del siglo IX, debe suponer una importante tr¿rnsformación del poblamiento de aitura, ya que con independencia del supuesto traslado al llano, efectuado por'Abd al-Rahmán III, 1o cierto es que muchos cle los poblados encastillados van a desaparecer y los que permanezcan 1o harán pofque se adaptan a un
nuevo patrón de asentamiento. Los principales conf-lictos que afectan al área de Tudn¡tr son los levantamientos de dos jefes: un muladí, Daysam b. Ishaq, en la región de Lorca y Murcia, donde llegó a acuñar moneda, y un árabe, Muh¿rmmad b. 'Abd al-Rahmán al-Sayj al-Aslami, clue había sicJo promovido por el emir cAbd Allah y que se rebeló en el Castillo de Callosa en el 92i, siendo obligado a trasladarse a Alicante donde volverá a alzarse, para ser definitivamente sometido hacra eI 928. En e1 marco de tales conflictos, o en la pacificzrción que tendrá lugar en el segundo cuarto del siglo X, habría que sitr-iar el final cle muchos de estos asentamientos de altura, en los que no llega a aparecer e\ rcrcJe ), |s/¿tnco ca1ifal, pllesto que seguramente ya no funcionan cuando esta producción se distribuye por tierras de Tudntlt'. Sospecho incluso clue zrlgírn poblado, como el Zambo, pudo ser destruido violentamente, ya que los ajuares aparecen rc¡tcts in sitrt y con evidentes señales de h¿rber sido quemados; es lamentable que el grlreso de este lote proceda del expolio furtivo, resuitando difícil, en tanto no se aborcle una excavación sistemática, confirmar estas hipótesis. Con la consolidación del Estado cordobés,
reflejada en la adopción del título de califa por 'Abd al-Rahman III y en la construcción de Aladtnat ¿l-2abrA', aparecen los primeros castillos vinculados al poder, bien aprovechando antiguos httsun-refugio, como es el caso del Castillo de
Callosa, bien mediante la creación ex naao de alrténticas fortalezas, a las que comienzan a llegar a partir de la segunda mitad del siglo X -si no a
principios de1 XI- las producciones califales
de
verde y manganeso en Lrna abundancia inusitada si se compafa con otfos registros, inclilso urbanos; éste es el caso del fortín de Almiserat en Alicante
(BAZZANA, 1990), situado
precisame nte en aquellas montañas dei Norte cle TttdmTr donde se L1
habían refugiado todos los protagonistas de episodios hostiles al estado desde los intentos pro abba¡íes de al-Saqlabl. También en este momento el Estado califal comienza a reconducir manifestaciones espontáneas de islamización reli¡¡iosa, como pudo ser la rát¡ita de Guardamar, cuya primera fase (fines dei siglo IX) parece corresponder a una
donde se observan restos de un fortín de difícil adscripción cronológica y muros de algunas viviendas. El material procedente de prospecciones no sistemáticas parece remitir a un contexto de fines del siglo IX y X, aunque también existen materiales tardorromanos (sigillata clara y ánfo-
religiosidad profr-rndamente rural y popular, plas-
Los materiales que proporcionan tales asentamientos indican la paulatina integración de estas comunidades rurales en los mercaclos urbanos: las series a mano reproducen fo¡mas tradicionales (marmitas de base plana) pero presen¡an unas fábricas y decoraciones semejantes a las qlre ya aparecen en los registros urbanos de Murcia o Alicante, lo que indica que participan claramente de redes comerciales que superan el ámbito local. Estos flujos se corroboran porque de forma paralela comienzan a incrementarse las se¡ies vidriadas, aunque continúan sienclo mLry poco significzrtrv,rs
mada en una concepción del complejo cúltico de tipo disperso (AZUAR et alii, l99D la reorganiza-
ción arquitectónica y la monumentalización
de
todo el conjunto, culminada entre ei )24 y eI )44
con la construcción de la mezquita mzryor y los oratorios principales, ha sido pLiesta en relación con la política de erección de rábitas de 'Abd alRahmán III (AZUAR et alii, 1989) y podría explicarse por la necesidad de asimilar un importante foco de islamización desarrollado en Lrna zon¿1 poblada por muladíes y grlrpos tribales de origen egipcio, a partir cluizá del ejemplo de otras poblaciones costeras del Sureste de al-Anclalus en contacto con el l\Jorte de Africa. De forma paralela a esta m¿yor presencie del estado y en directa relación con la desestrlrcturación de 1as redes de asentamientos de altu¡a. sc va a ir consolidando un nuevo tipo de hábitat fbrtilicado, que puede aprovechar el solar de antiguos refugios enriscados, pero que responde a unos parámetros distintos. Más que de refugios de altura, se trata ahora de verdaderos poblados amurallados o huvtn complejos en los que la superficie amesetacla de un cerro elevado se aprovecha para edificar el árca doméstica. Esos poblados pr-reden organizar espacios a¡¡rícolas irrigados, como ocurre con el Cabezo del Moro en Abanilla, Murcia, y cobran sentido en su relación con las alquerías (TORRO, 1990,47); uno de los casos más significativos será el del Cabezo So1er, antiguo refugio de altura tardorromano ubicado en la desembocadura del río Segura, qlre parece transformarse en un nírcleo fortificado profundamente vinculado a las numerosas alqr-rerías distribuidas en las márgenes del río. Otro caso peculiar y especialmente
ras)
(G.I.E.,{.1982).
si
se comparan con las ¡:,rocedentes cle fortines como el de Almiser¿rt; es nhora cunndo, ¿rdemás de los vidriados monócromos, comicnz¡n .r ap.rrecer las primeras muestras de verde y manganeso o mel¿rdo y manganeso y también nlrevos repertorios formales, como los ¿rtaifores, aguamaniles, jarras con filtro o redomas, con una decoración pictórica a base de capullos de loto entre metopas, qlre parece corresponder a uno o varios talleres que distribuyen sus productos entre Murcizr, Alicante y Albacete (AZUAR er alii. 1989,I34). Este universo productivo que caracteriza los contextos de fines del X y primera mitad del XI, aparece tanto en los niveles Lrrbanos (Elche, Alicante, Albacete, Murcia), como en las alquerías o en los grandes poblados de altura, indicando un
nivel de uniformización cultural y un tejido social homogéneamente islamizado, con el que se cerraría el capítulo que pretendía desarrollar. En la línea de este discurso quiero concluir incidiendo nuevamente en el carácter periférico de 1a región de Tadntn'y la relativa lentitud cle su islamizeción, que nunca podríamos, a través de las evidencias arqueológicas, calificar de "precoz y profunda" (GUICHARD, 1990, 180 y ss.), puesto que
interesante es el del Castellar de Elche, gran recinto fortificado situado en la o¡i11a de1 río Vinalopó, aguas arriba de la ciudad romana de I/hci y del solar de la posterior I/í; a pesar de su
no quedará culminada hasta muy avanzado el siglo X, cuando adquiera entidad la vida urbana, muy débil en los sigios IX y X, y se generalicen
gran extensión amurailada y de su potente fortificación no se aprecian demasiadas evidencias de
mente a los alfares urbanos. En este momenro Tadnlr habrá dejado de esta¡ en 1a periferia del
construcciones interiores salvo en la acrópolis,
Estado islámico.
18
los vidriados, cuya producción se vincula precisa-
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, Lttcenttnn, IY, 245 -261
ROSSER
cle Alican-
.
LIMINANA, P. (1990): "Los
arqueológicos", Historia ;ante. II ,120-150
de
la Cidad
resros de
A/i-
RUBIERA, M.'J. (1985): "Valencia en el Pacto de Tudmir", Shdrq al-Andala:,2, II9-I2I SALA, F. y RONDA, A. (1990): .Excavaciones arqueológicas en Benalúa", Historia cle /a
NOTAS
.
1.
C idad de Alicante, I, 287 -3 12. SILLIERES, P (1982): "Une grande route rom¿i-
ne menant
i
2.
Carthagéne: ia voie Saltigi-
SORIANO SANICHEZ, R. (198f1): "La época tardorromana y visigoda", Histaria del Puel'lrt
M."J., Configrracitía del lltndo (fragner a/rsiu: a/ llagreb 1 E.rltaña)Yilencia, l9l l. 1. Sobre este punto pueden verse) enrre otros, los artículos deJ. P. Brun, (1984) y M. Boixadera, ¿ alii (1987) cc¡mo cle Romany Suay,
Papeles c/e/
Ios
YIII,
ejempios arqueoiógicos del Sur de Fr¿rncia o ei de \X/ickham, C. (1988,.116 y ss.) para una reflexión sobre el caso
de
Oribuela. Murci¿r.
italiano.
TORRO, J. (1990): Pol.tl¿ntenr i e:pai rtu'a/. Tt'ansfora a cions h i t t iri q ttes, Valencia.
VALLVE BERMEJO, J. (lL)72): "L¿r división territorial de la España musulmana (II): La cora de 'Tudmir' (Murcia)" , Al-Andala.r,
5.
Las excavaciones no iran proporcionado todavía res¡os arclucológicos datables entre los siglos VIII y IX, a pesar cle las ntrrnerosas acfuacioncs que sc han realizado estos írltimos años (PASCUAL et alii, 1988,1ti2 y ss.).
6.
Cabe recordar aquí la sr4rosición de A. Carmona sobre el vaior más simbólico clue real que tenclría el dígito siccc r la hora dc enumerar las ciudades clel Pacto (1990, 2i t'
XXXVII, M'-198. de
la E:paña tnuulttta-
ss. ).
Murcia, a unas l0 millas; hasta,trIzlzza Silisa,25 millas; a la ciudacl (lI¿dtna) de I:,j(hl,30 millas; a'ftl:arra. 10 miilas; a Sittiíala, Ji millas, y, por fin, a Qasr Aüya. ... millas" (MOLINA
7. "...
n¿. Madrid.
cle Cartagena a
a 8 millasi a
VILAR, J. B. (1916): "La musulmana Iyyu(h), He llín actual", Al-Ba:it, 3, 2l-21 \(/ICKHAM, C. (1984): "The orher T¡ansition: Fron the Ancient \florld to Feudalism >, Pttst and Present, n.' 103, 3-j6. (19|il): "L'incastellamento ed i suoi destini, undici anni dopo il Latiant di P. Toubert>, Castnun 2, Structtu'es de I'babitat et accupation du .
LOPEZ, t91 2, i2).
8. Resulta especialmente clrfícil porclue el
asentamiento
se
abanclona 1' no deja huellas toponímicas. Existe también
otro topónimo 7a1/, documento en el repartimiento cle Orihuela y situado en el llamo del Bajo Segura, entre
sa/ dans /es Pays ntíditerraníens: Ies míthodes et
/'appart de /'Archéolagie extensitte (París, 198'l).
9.
Collection de I'Ecole Frangaise de Rome, 105 et Publications de la Casa de Velázquez, Serie Archéologie, fasc.
se
J.
Antigons-LucentLlm. Una ciudad romana en
(1986): La dit,isión territori¿l
y sou de religión cri\tianr y qu. sicmpre que
sublevan algrLnos de elios se refugian en un castillo..." Ibn Harvkal, Kit¿b .v7rat ¿/-ard, Intr. et trad. avec index cle M. et \Wret, G., París, 1970. 'frad. castellana Kramers,
I, 1 3 5- 140.
)-41. TORRES FONTES, J. (1989): Ilepartintienro
Lrna traducción
"... y en al-Andalus hay más de una propiedacl rural en la que hay miles de personas que aún no han construido.iudacles
TARRADELL, M. y MARTIN, G. (1970): "Els
laboratorio de Arc¡ttect/ogía de Valencia,
n." l0i, en l9U'i- cuenta con
H." ,\IdieL,¿/.YII.
l.
el casco urbano de Alicante r,
Pre:enl,
castellana aparecida en 1989 en la revista SnJi¿ II)start,a.
.
Valenciana,
Este artículo de C. Wickharn -publicado en la revista P¿rl
tnd
Carthago Nova,, Aladrider A'Iitteilungen, 2), 247 -251
Sobre este tema pueden verse, entre otros, Ios trabajos de
Molina López, 1972; Molina López v Pezzi cle Vidal, l9t5-16; Llobrcgat Conesa, 197J y Vallve Bermtjo. 1972 y l9ll6.
IX, 411-420.
Almoraclí y San Bartolomé (Torres F-ontes, Repartimienru de (Jrihuela, 1989, 101), pero está clemasi¿do cerca de Orihuela v no ha proporcionaclo, por el nomento, evidencia de poblamiento antigtto. Es el caso de un dirham de plata proceclente del Forat, acuñado bajo el emirato de 'Abd al Ralman II en el añrr 217 H=8tl-2, que ha sido estudiaclo por Domenech,J. y Trelis, J.,
1!!1.
T 2t