El poblamiento rural: ¿histórico ó intemporal? El caso del Arroyo del Salado, Jaén.

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CT]ADERI\OS DE

MADix驴r AL-zAHRlt

voL.

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c贸nooBA

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CIJADERNTOS DE

MADINAT AL_ZAHRÁ'


SUMARIO .

ACTAS DE LAS II JORNADAS DE MADINAT AL-ZAHRA

AL-ANDALUS ANTES DE MADiNAT AL-ZAHRA S. GUTIERREZ LLORET L;r fornuciín de Tucltnlr dade la pu'iferia del Estado

Islámico

Pág. 9

A. MALPICA CUELLO - A. GOMEZ BECERRA "Donde n//n.¿/ dnÍe.t h¿bía entr¿da tn ejírcito..., E/ pob/arniento de la costa de Granac/a en el rnarco de la fornución del Estado lslátnico

Pá9. 23

V. SALVATIERRA CUENCA _J. C. CASTILLO ARMENTEROS E/ poblaniento ntral: ¿Histórico o internporal?

El

caso del arrol,o del Salado,

Jaín

M. ACIEN ALMANSA 'Utnar lb¡t Haf:ttn. Un problema

Pág. 47

bistariográfico

E. MANZANO MORENO 1 ernires: Fantilias ari¡locráticas

Señore¡

1,

A. CANTO GARCIA De la Ceca Al-Andalu a la de A[adtnat

soberanía

ltltejtl

Pá9.71

en

Al-Andalu¡

al-Zabra'

Pág. 97

Pág. 111

CHRISTIAN E\)rERT Precarsares de A'Iadlnat

a/-Zahra'.

de oriente 1' sa ceremonial

attlico

PATRICE CRESSIER Renacin¡iento de la esutlttu'a

El

entre occidente 1

Los Pa/acir¡¡ 0melas )t 'abbásie¡

de capiteles en

oriente

ALFONSO JIMENEZ La Qibla extrauiada

Pág.

la

I23

ípoca entiral:

Pág. 161

Pás.189

. CRONICA DEL CONJUNTO A. VALLEJO TRIANO Crí¡uca, aña 1991

Pás.213


ACTAS DE LAS DE

II JORI{ADAS

MADIxar nr-znunÁ'

AL-ANDALIJS ANTES DE MADIXAT AL-ZAFIRA


EL POBLAMIEI\TO RURAL: ¿HISTORICO O INTEMPORAL? EL CASO DEL ARROYO DEL SALADO, JAEN V. SALVATIERRA CUENCA J. C. CASTTLLO ARN{ENTEROS

INTRODUCCION

tación escrita, estriba en que

muy difunclicla en las últimas décaque, el análisis de con junto cle 1a histori¿r humana clemuestt¿r que, el c¿rmbio o transformación de 1a sociedad ha siclo extremadamente lento l-rasta el presente siglo, en clue por primera vez el desarrollo tecnológico está ¿rctuando como motor cle cambio. Sin entrar aho¡a en la discusión de 1a concepción de la historia qlre se oculta tras

que realmente han existiclo y cumplido su función, mientras que la documentación escrita trabaja sobre conceptos, utilizados en 1n época en que se escribieron con unas cl¿rras intenciones, y por Lrn muy determinado sector social, 1o c1r-re concliciona .la información que proporcionan. (Barceló

Un¿r idea

clas ¿rfirma

c1r-re aclvertir qlre se h¿r convertido en un tópico, y que en demasiaclos casos, cle la iclea cle "cambio lento" se pasa en la práctica, sin solución cle continuiclad, a la de ningítn cambio en absoluto, especialmente cuando se habl¿r cie poblamiento rural o cle 1a situación del campesinado (Bois I 989). Cualquier discusión sobre estos problemas

este ¿rforismo, sí l"ray

genera inmecli¿rtamente posiciones muy variadas (\X/ickham 198,1), y si esto sucede al trabajar con

fuentes esctitas, que pueden interpretarse desde posiciones not¿rl¡lemente opuestas ¿qué cabría clecir de la clocumentación trrqueológical. Ex:isten dos problem.ls que es preciso tener en cuenta. El primero es el de la cliferente índole de la información escrita y de la infbrmación arqueológica, el se¡¡undo se refiere a los problemas de metodología cle 1a investigación arqueológica. Respecto al primero, no debe olvicltrrse que la gran venttrja cle la arqueología sobre la documen-

1a primera trabaja sobre elementos materiales, es decir, elementos

1988; Salvatierra 1990). Pero en su contra está el hecho cle que por su ¿rún escaso desa¡rollo metodológico, tiene dificultades aparentemente insalvables para contribuir l cualcluiera de las interpretaciones obtenidas desde la documentación escrita. lo que se manifiesta

especialmente en los problemas existentes para obtener elementos que fijen con precisión cada momento y, como coroiario, la evidencia de que la cronología obtenida a partir de 1a arqueología siempre será de características y precisión distintas a la de ias fuentes escritas. Esto puede explicar sobradamenre las reticencias con las que la mayo-

ría de los medievalistas contemplan la arqueología.

Sin entrar ahora en esta discusión. en el caso de la historia de al-Andalus se h¿r puesto de m¿nifiesto en diversas ocasiones, la escasez de documentación escrita, 1o que hace más necesaria 1a arqueología, y por tanto su desarrollo metodológico, técnico y conceptual para convertirla en r-Ln instrumento cle investigación. 41


A este respecto y sucintamente, el problema principal de la Edad Media en la Península lbérica, implícito o expreso era, hasta los años setenta, el de si existía continuidad o fuptufa entre la época romano-visigoda y la islámica, y si existían

can el fin del Emirato, es preciso dererminar cuál era realmente la situación en el campo, ya que allí se encontraba la mayoría cle Ia población, y de allí sacaron su fuerza los rebeldes al Estado. Y esre

diferencias entre la sociedad islámica y Ia sociedad feudal cristiana. La magistral obra cle P. Guichard (L91 6) marca sin duda un punto de no retorno respecto a esta cuestión, al resolver e1 problema de la diferencia esencial existente entre la sociedad islámica respecto, tanto de la sociedad visigoda anterior, como de la cristiana coecánea. Aunque la cuestión central está resuelta, quedan aírn muchos problemas pendientes, esenciales para caracterizar adecuadamente la sociedad anda1usí, y determinar los procesos de cambio interno que se producen. El conjunto de trabajos present¿rdos a este enclrentro mlrestran la gran variedad

posible, para explicar las diferencias cle comportamiento. El estudio lo hemos dividido en dos partes, en la primera, analizaremos las transformaciones ocurridas en un pequeño valle, abierto, de la Campiña

cle situaciones existentes antes del triunfo del cambio de rumbo de la política omeya.

Como un aspecto más de este .mosaico. hemos escogido ¿na,ltzar en esta ocasión

e1

proceso

de cambio existente en el ámbito rural, en la medida en que ello puede aclvertirse desde la arqueologízr. Por lo general, cuando se habla de la invasión de la Península Ibérica, se insiste en el hecho de clue la mayor parte cle ltr población se

quedó en su lugar, y en 1¿1 práctica hubo sólo un cambio de élite gobernante. Ello parece presuponer qlre 1a estructura del poblamiento y ln orgenización de 1zr producción siguió igual que antes. La impresión de permanencia cle las estructuras agrícolas se refuerza si tenemos en cuenta que 1o mismo se había afirmado para los asentamientos visigodos, y que en ningún momento la mayoría de a¡-rtores hal¡lan de transformaciones posteriores.

Ya Guichard (191 6) había advertido de las características específicas cle la organización social de árabes y bereberes y de sus implicaciones, analizándolo principalmente desde las fuentes escri-

tas, y mostfando la existencia de una estfuctllración socioeconómica claramente diférenciada de la de los períodos anteriores, planteando el reto de la necesidad de concretar el análisis sobre el propio

territorio. Parece evidente que si queremos comprender cuestiones como las implicaciones de la política Omeya desde mediados del siglo IX, y las causas profundas de lzrs amplias sublevaciones que mar-

.i8

conocimiento debe ser lo más particularizaclo

Jaén, desde el Alto Imperio (siglo I) al final de la época islámica (siglo XIII). No parece necesano advertir que, cuanto más se reduce el hmbito del análisis, mhs peligroso es efectuar generalizaciones. En este sentido, e1 estudio no pretende proponer un modelo de transformación, sino sólo prepar¿u parte de1 material que es necesario para elabora¡ en el fi-rturo dicho modelo. La segunda parte se centra en el examen de las estrlrcturas de hábitat y de las transformaciones cle

internas de las mismas, qlre tienen lugar en e1 Cerro del Castillo de Peñaflor, principal núcieo existente en ese valle durante los siglos VIII,IX, tratando de determinar el posible significaclo de las mismas en su contexto histórico.

EL MARCO GEOGRAFICO La Campiña de Jaén es un territorio de forma triangular, limitado por Sierra Morena y la Loma de Ubeda al Norte, y las Sierras del Prebético por el Sur, que se cierran hacia el Oeste, enlazando con Sierra Morena a través de los complejos de las Sie¡ras de Segura y Cazorla. La Campiña está atravesada por e1 río Guadalquivir, que discurre muy próximo al borde Norte, siendo muy estrecha Ia franja de tierra entre el río y las Sierras (Fig. 1). La Campiña al Sur del río se considera generalmenre dividida en dos zonas, Oriental y Occidental. La primera, es considerablemente más estrecha, por comprender la zona en la que el Prebético se aproxima al río, para acabar encajonándolo. Se trara de tierras muy salinas ¡ en general, de mala calidad

para el cultivo. Históricamenre, la Campiña Oriental ha estado siempre menos poblada que la Occidentai (Nocete 1!88; Ruiz 1988; Choclán, Castro 1!88), posiblemenre por su menor riqueza. EI límite entre ambas suele situarse en la faja

de terreno existente entre el río Guadalbullón

o

río de Jaén al Oeste y el río Torres al Este (Fig. 2).


Esta franja de terreno está a su vez recorrida por

produjeron por la presencia de una fuente

varios arroyos, cle los que los principales son e1 Arroyo Vil, y el Arroyo del Salado. Nuestro estuclio se centra sobre el curso medio de este último, sobre una superficie de unos 40 km.2; 8 km. en senticlo Norte-Sur y unos 5 km. en sentido EsteOeste, abarcanclo las coras entre los .i00 y los 600 m., partiendo desde las pequeñas e levacione s situadas ai Norte de la localidad de Mancha Real. hasta l1egar a 1as proximiclades cle Torrequebradilla. Como sLL propio nombre indica, se t¡ata de un arroyo que at¡aviesa tierras ricas en sal, lo que da lugar a la formación de varias strlinas, cle las que l"ray noticias documentaies desde el si¡;lo XV (Cas-

Pilas), aírn hoy en funcionamiento. Otros pLrntos

1983), pero que muy probablemente ya esttrb¿rn en explotación en época islámica y quizá te11¿rno

desde época romana.

A1 trata¡se cie un cauce menor, su valle está poco marcado, y muy abierto a las zonas limítrofés. Desde el siglo XVI las dos poblaciones mencionadas p¿lrece que debieran haber constituido un eje que articulase el valle, pero esta articulación interna siempre ha siclo muy escasa. De hecho, 1o importante en la zona fue siempre el e1e SE-NW, que formaba la c¿rrretera que unía 1as pobltrciones de Jaén y Baeza, carretera cllle atravesaba la zona estudi¿rda junto a las Salinas de Don Benito, dis-

curriendo al pie del Cerro de Peñaflor. En l¿r actualiclad esta carretera está algo al Sur de la antiglra, mie ntras que la conexión Norte-Sur sigue sienclo mily deficiente, realizánclose mediante carriles, hasta el pr-rnto de que puede afirmarse que las clos poblaciones no están uniclas directa-

(Las

del entorno confirman la existencia cle un poblamiento romano disperso, continuiclad clel que después estr-rdizrremos río abajo. Por e1 momento no hay datos sobre ia ocupación islámica, aunclue debemos advertir qr,re las prospecciones por encima de la cota de 700 m. han sido hasta ahora muv limitadas. El caso de Torrequebraciilla es más oscuro. Pese a 1o evocador de1 topónimo, no hay referencias a la existencia en el lugar de fortificaciones, pese a cllie algunos autores supongan que de ella proviene el topónimo (Cerezo y Eslava 1989, p.

j00). En la actualidad. lo más televante

son los restos muy deteriorados de una casa-paltrcio que perteneció al conde de Torralba. Hasta ahora no se han ¡ealizado investigaciones arqueológicas en el

mismo. Pese a ello, por su posición y la altura de algunos de los paramentos conservados, parece muy posible que se realizase reaprovechando un antiguo castillo señorial, pero por ahora es imposible determinar si este proceclía a su vez de la modificación de una construcción islámica. XimcnaJurnclo (ms. 1180), autor del siglo XVI, excesivamente influido por los falsos cronicones, identifica esta población con el Esnader o Esmadel que, segírn la Crónica General, destruyó Fernando III durante la Campaña de Quesada de 1224 (Cerezo, Eslava 1989, p. 292; GonzáIez 1980, p.2')4).

ANALISIS DIACRONICO DEL VALLE DEL SALADO

mente entre sí.

Por otra parte, est¿rs localiclacles no permiten valorar la cohesión que pudo existir en época rom¿1na o islámica, dado el origen de l¿rs mismas.

II, quien conceclió e1 títu1o de vilia e n 1ii7. Según un .parcelario, de 1i,18 (Jiménez Cobo 1988), parece claro qlre se trata en gran medida de un¿r población de nueva planta, elrnLlue su origen pr-rede encontrarse en el desarrollo de un peclueño cortijo bajomedieval, surgido a1 amparo de una torre -la torre del Moral- hoy desaparecida, lo que impicle determinar su cronología. En las inmediaciones de la población se han señalado la existencia de restos de 1a époctr rom¿1na fiménez Cobo 1983, 1988), que no parecen ser otf¿r cosa que unzr pequeña villa. Las distintas ocupaciones posiblemente se Mancha Real es una fundación de Felipe

I) La carta preliminar cle distribución de asentamientos en el valle muestra un alto grado de ocupación en época romana, con casi una veintena de puntos localizados. Antes de entrar en el ¿rnálisis clebe aborda¡se la cuesrión de hasta qué punto todos estos ¿rsentamientos son sincrónicos. Resulta muy clifícil determinar con absoluta precisión la cronología de cada uno de ellos a través de 1a pros-

pección superficial, indepenciientemente cle que casi todos l-ian sufrido un fuerte deterioro proclucido por la erosión y la roturación. Un examen detallado, indica que los arcos temporales no coinciden exactamente, pero sólo hay datos seguros para

el existente al pie dei cerro de Peñaflor, mejor conocido por hzrberse efectuado en é1 una intervención arqueológica durante el verano de 1991 19


(Fig. 3, n." 1), y qlre parece empezar a finales del período ibérico.

Sin embargo para nuestros fines puede ser suficiente constatar que en un amplio Éarlrpo está presente la terra sigillata de los alfares de AndúLjar que, según sus excavadores, presenta una cronología de finales de Tiberio a los Flavios, es decir, un período de r-rnos sesenta o setentJ irños, con un máximo de producción entre los años 60-1 0

Pa¡a c¿rlcular las dimensiones se ha utilizado el método de la dispersión cle 1a cerámica. A pesar de se¡ bien conocidas las limitaciones del mismo y sus amplias posibilidades de error, parece el más adecuado en un primer nivel de investigación. De los resultados se desprende que se trata en general de nírcleos muy pequeños, con excepción de cuatro de e1los, bastante mayores y qlle se encuentran re.Lativamente distanci¿rdos entre sí.

(Roca 1980; Sotomayor, Roca y otros 1984),

Podría suponerse que estos últimos l.regemo-

mientras que, con contadas excepciones, no apafecen materiales más antiglros. Con ello fo¡mamos la primera fase de ocupación estudiada. En conjunto, parece existir un cierto orden en la clistribución de 1as localizaciones. Un primer grupo, se sitúa hacia el extremo noreste de la zona estudiada, y no parecen especialmente relacionados con ninguno de los cursos de agua. La zona, sin embargo, tiene en la actualidad cierta importancia agrícola siendo una de las pocas que no se han roturado para plantar olivos. Además de e1lo, es muy rica en almagra, minerai bien conocido en la antigliedad como Lr.n¿1 de las menas del hierro, con una explotación de tipo doméstico (Madroñero, Agreda 1988). En esta zona hay varias minas que parecen habe¡ estado en explotación hasta hace poco tiempo, aunque no hemos podido verificar si algunas de ellas responde a extracciones

nizan sus respectivas zonas. En el grupo del noroeste el esqLLema es apafentemente muy claro, y quizá quepa relacionarlo con las posibies minas de oligisto. Pero la interpretación no puede simplificarse, porque aunque en el tramo Sur del río se da 1a mayor concentración de asentamientos, y entre ellos destacan dos grandes núrcleos, 1o que confirmarí¿r est¿r idea, al menos uno de los pequeños parece haber sido una torre o puesto de control sobre la zona. Los dos úrltimos clue destacan por su tamaño son los que se encuentran sobre las s¿rlin¡s de Don Benito y en la confluencia del Salado con uno de sus afluentes, asentamientos aislados, con diferentes posibilidades económiczrs, mientras que en la zona cle las salinas de San Carlos, sólo hav

antiguas.

Sin embargo, la mayoría de los asentamientos localizados se ubic¿rn a 1o largo del Arroyo del Salado y sus afluentes. La zrglomeración principal se encuentra en el extremo Sur del tramo del río estudiado. No sigue exactamente el curso de1 río, sino que los núcleos se asientan sobre pequeñ,rs elevaciones, formando r-rna línea que se aleja de1 río por slr extremo Norte El resto de los asentamientos tiene una distribr-rción aparentemeflte más irregular a 1o lzrrgo del río, pero con la particularidad de clue tienden a encontrarse en las áreas donde actualmente sc explotan salinas. Un par de ellos junto a las de San Carlos y los restantes, en la zona intermedia .

sobre los afluentes del arroyo. De estos, el de mayor tamaño domina eI área cle las Salinas de Don Benito, aparentemente las más antiguas en explotación clel río (Castellano 1983). Los otros ocupan la intersección del Salado con uno de sus afluentes, proyectándose sobre una veÉla relativ¿mente amplia.

i0

¿sent¡m ien ¡os m r¡y pequeños.

Una serie de recientes estudios (Guerrero 1986; Choclán, Castro 1987; Choclán, Castro 1988; Ruí2, Castro, Choclán 1!!2) sr-r¡Sieren que la municipalización de época Fl¿rvia, con la extensión del derecho latino a gran parte de la pobla-

ción, significó de hecho la modificación de las relaciones con la antigua aristocracia indí¡¡ena, y una importante reorganización de1 sistema de poblamiento de la Campiña, con la aparición de un régimen de pequeña y mediana propiedad, que

con anterioridad la estructlrra de oppidum no había permitido desarrollarse. La escasez de yaci-

mientos con cronologías claramente anteriores -hasta el momento sólo uno seÉauro- sugiere que la situación en el valle del Salaclo responde a este mismo esquema.

II) No sabemos con exactitlrd qué transformaciones se producen durante el siglo II, o si básicamente hay una continuid¿rd de la ocupación,

pero hacia el sigio III, el panorama ha caml¡iado de forma notable. A tenor de los materiales recogidos, só1o subsistirían tres asentamientos (Fig. 4). Uno de los ubicados en las salinas de San Carlos, el de 1as salinas de Don Benito y uno de los


Sirandes del Sur del

río. En primer lugar

parece

hal¡erse produciclo un¿l concentración de 1a pobla-

ción en los núcleos que sobreviven, pero el tamaño de estos no pJre( e e xpcrime nrar un ('recimiento cilpaz de acoger todo el incremento que ello

Finalmente, aparece otro asentamien¡o de cierto tamaño hacia e 1 notoeste, que también coincide con un núcleo romano del siglo I, pero

suele rasrrear a través de la docr-rmentación escritx.

en este caso, a pesaf de las prospecciones reaiizadas, hasta el momento no ha podido conflrmarse clue esté ocr,rpado durante el siglo III. Po¡ desgracia, todos estos lugares presentan un fuerte grado de erosión, que probablemente va a impedir que pr-redan estudiarse las transformaciones internas de

Hay por tanto un importante cambio en la estruc-

1os

tur¿r cle poblamiento, atribuible a varias causas conectadas entre sí. Se continúa con la explotación

Como hemos comentado en alguna ocasión, Peñaflor parece ser un hábitat orientado a 1a ganaclería, y a1 aprovechamiento de las salinas próximas (Salvatierra, Aguirre, Castillo l99l), función esta írltima quizá predominante entre el grupo de

habría supuesto. Por tanto quizá

este

mos al

mismo tiempo ante los indicios de la materializ¿ción de la crisis demográfica de1 sigio III que se

de 1¿rs salinas, pero no hay que descartar que se produzca el abandono de algunas tierras. En cualquier caso, la zona requiere estudios más en profundidacl realizados por 1os especialistas correspond ientes.

III)

Las dificult¿rcles aún existentes p¿1ra reco-

nocer los materiales comLlnes de los siglos

V

a

VII, impiden cleterminar cuál

es la situación del poblamiento dur¿rnte estr época, pero 1a existenci¿ de materiales c'le los siglos VIII-IX en los asentamientos situados en los extremos del río, sugiere que ambos pudieron estar ocupaclos también en época visigocla. No parece, sin embargo, que surgieran nuevos hábitats.

IV)

Empezamos ¿r conocer con detalle cuá1 era 1a situación en los siglos VIII-IX. El valle ve incrementarse el número de asentamientos, aunclue sin llegar a los niveles del Alto Imperio, y con una disposición ligeramente distinta (Fig. i).

El cauce del Arroyo del Salado es el principal eje de atracción, en torno a1 qlle se sitúan c¿si todos los pLlntos con cerámica localizados. El núrcleo más importante ahora es sin duda el que ocupa 1a vertiente Sur ciel Cer¡o cle Peñaflor, y que hemos identificado con la ¿idea (o alquería, según otras lecturas recientes (Malpica 1991) del térmi-

no de al-Mallaha, citada por Ibn Hayyan como localidad existente a finales de1 siglo IX (Aguirre, Salvatierra 1989: Salvarierra 1990). Este núcleo parece haber sllstitlliclo a1 gran asentamiento que en 1as épocas anteriores se ubicaba en ias salinas Don Benito. La zona de San C¿rrlos registra un elevado número de puntos, separados entre sí I km. aproximadamente, pero tan sólo uno de ellos coincide en su localización, como ya hemos dicho, con un de

anti¡¡uo asentamiento romano, a1 igual que el ¡¡ran núcleo situado ai Sur de Peñaflor.

mismos.

localizaciones del Norte del río. El del Sur, por el contrario, pr-rdo tener, como en épocas anteriores, una o¡ientación exclusiv¿mente agraria. El yacimiento del Noroeste, supone la reocupación de esta import,rnte zonJ agríco1a, así como del área cle las minas de oligisto, y qtizála explotación de las mismas, si bien es verdad que hasta el momento en las l¡reves visitas a las minas abiertas no se han recogido elementos

que lo confirmen.

Nos encontramos, por tanto, ante un crecimiento del nivel de ocupación del territorio que posiblemente esté implicando un crecimiento demográfico. Pero además, y de forma esencial, Peñaflor representa cambios de mayor importancia, originados a raíz de la conquista, o poco después, con una aldea que articlrla el espacio de forma efectiva, no sólo por 1a ampliación de los ámbitos económicos sobre los que interviene, sino al buscar un lugar estratégico, con evidentes ventajas de control visual. Esta situación revela una distinta relación con el entorno y posiblemente con respecto a1 incipiente Estado, dadas las posibilidades defensivas del cerro. V) La mayoría de estos lugares, no parecen estar ocupados dur¿rnte los siglos X y XL De hecho, las excavaciones de Peñaflo¡, demuestran un abandono del poblado a principios del siglo X, sin que vuelva a habitarse en el mismo. No descartamos que se haya poclido pasar por alto algún asentamiento, o que haya pervivencias de alguno de los examinados, pero en cualquier caso es evidente que se produce un abandono del valle, de forma aún más pronunciada que en el siglo III. E11o posiblemente esté en función de la política de

t1


concentración Lrrbana que impulsan los omeyas

como parte de su programa de islamización (Acién 1984a y b), lo que desde luego no implica un abandono de los cultivos. ni una crisis demográfica.

VI) En el siglo XII se produce una nueva recuperación del poblamiento, aunllue sin llegar a los niveles anteriores (Fig. 7). Algunos fra¡¡mentos de cerámica filera de contexto en Lrna estribación al Norte de Peñaflor, sugieren la posibilidad de que en el cerro existiese algún recinto o torre, aprovechando su magnífica posición y su gran visibilidad, pero de existir, la posterior ocupación cristiana la hizo desaparecer. El resto de los yacimientos se ubica en las mismas cuatro zonas básicas ocupadas desde e1 período romano, pero sin sobreponerse a ninguno de 1os que existieron con anterioridad, con excepción de uno de los núcleos de San Carlos, en el que, sin embargo, no existen los materiales de los siglos intermedios. En conjunto parece tratarse de un poblamiento de nueva planta. La desaparición del pocler central y la multiplicación de centros políticos, unido al

aumento de población provocado por el crecimiento demográfico interno, y por la llegada de contingentes que huyen ante el avance cristiano, explica que se intensifique el aprovechamiento de todos los recursos, y aumente la ocupación del

territorio.

CONSIDERACIONES GLOBALES Durante estos mil años, hay una ocupación consrante del territorio, caracterizada por elegir para las ubicaciones, por un lado el cauce del río y sus afluentes, y dentro de estos las zonas de salinas, y por otro el ángulo noroeste, caracterizado

por los afloramientos de almagra. Sin duda el aprovechamiento agrario o ganzrdero era el e1emento básico, aunqlre parece que la explotación de la sal y taI vez la minería debieron jugar un importante papel en la economía de estas poblaciones. La prevalencia de estos factores podría explicar el notable vacío de Ia zona central estudiada, cuyas tierras tal vez estuvieran dedicadas a campos. Pero parece poco verosímil que no haya un sólo asentamienco en la zona en el lapso de tiempo estudiado. Por ello cloizá haya que pensar que hubo un obstáculo físico, como la existencia de un bosque, cLrya explotación habría sido más

i2

rentable que la roturación. Hasta el momento no hemos estudiado la problemática del regadío y su existencia o ausencia en algunos períodos.

La continuidad del poblamiento, con la elección de las mismas zonas p¿1ra los asentamientos, no implica que no haya cambios en la distribución de los mismos, por el contrario, se observa una importante serie de discontinuidades en e1 hábi-

tat, con oscilaciones en e1 número de lugares ocupados en cada momento, y ubicaciones distintas en cada período. La mayoría de esos cambios pueden explicarse como respuesta r nuevas siruaciones políticas, pero éstas no pueden desligarse de profundas transformaciones en la organización de la explotación y en las formas de extracción

de1

excedente, o de 1os cambios en e1 marco general cle relaciones, y consecuentemente de cambios en la articulación social, alrnque sea más complicado

determinar las modificaciones concretas qlre operan en cada lugar. Por 1o que respecta a los siglos

VIII-IX

es

se

evi-

dente un profundo cambio con respecto a la distribución que existía anteriormente. Poco tiene que ver esta imagen con Ia idea de permanencia de ias explotaciones y de la existencia de una capa de rentistas superpuesta, que postulaban algunos especialistas. Hay sin cluda un campesinaclo que actúa de forma diferente a como lo había hecho cn el período inmediatamente anterior, muchos serán los herederos cie hispanogodos, pero sin duda también hay un importante aporte exterior. En cualquier caso, la simplificación del proceso en nada ayuda a ia comprensión del período. En definitiva, no hay que esperar a 1os siglos X u XI para ver aparecer Lln nuevo paisaje, expresión de las nuevas relaciones sociales. Este empieza a dibujarse prác-

ticamente después de la invasión musulmana. La misma supone, al menos por lo qlle se refiere al valle estudiado, una profunda transformación de la comprensión y uso del territorio, que posiblemente se plasmase también de alguna forma en el interior de cada hábicat y en el desarrollo histórico y temporal de los mismos. LAS TRANSFORMACIONES

EN UN ASENTAMIENTO Si el cambio de ubicación de la población sobre un territorio específico es Llna constante, 1a transformación en el interior de cada hábitat no lo


es menos. Estas transformaciones son apafentemente menos significativas en un ciclo corto de

tiempo, y por lo ¡¡eneral su interpretación quecla reducid¿r a señalar que se produce un cambio en la disposición de algr-rnos muros u otros elementos. En el caso de clue sea posible detectar transfo¡ma-

ciones urbanísticas de mayor envergadura, no suele se¡ posible clefinir las razones de las mismas. Son algunos de estos problemas ios que hemos intentado abordar en el caso de asentamiento de Peñaflor.

El Cerro del Castillo de Peñaflor (Fig. 7)

es

una elevación con una aitura máxima de 637 m., situada en terrenos con una altura media de j00 rn., lo que le hace destacar del entorno, y 1e pro-

porciona una extrao¡dinaria visibilidad en todas direcciones. E1 centro del cerro está ocupado por un¿l cresta rocosa, que lo divide en dos sectores. Hacia el Norte la cresta te rmina en un fuertc cortaclo seguido, 50 m. más abnjo de una amplia meset¿. Por la vertie nte Sur el cerro desciencle con

relativa suavidad formrindose, a unos clrarenta metros por debajo de la cima, una zona relativ¿mente llana de unos 60 x 80 m., qlle se prolonga mediante Lrn largo espolón hacia el SW. El conjunto de l¿r zona presenta clesniveles, especialmente en sus extremos, que llegan a suPoner diferencias de 10 m. con respecto al centro, antes de inici¿rr un clescenso muy brusco por el lado Sur, menos inclinado, pero progresivamente acusado por el Oeste y bastante suave , fotmando terrazas, por el Este. La alde¿r se extiende por la zona l1ana superior, por el espolón y por estas clos vertientes laterales, aprovechando las zon¿rs llanas y las de

menor inclinación, aunque esto último supone que algunas de l¿rs viviendas estaban situadas con seguridad en al menos dos niveles.

mera campaña (Salvatierra, Aguirre, Castillo 1991; Salvatierra, Castillo 1992a), la cámara del al1ibe, de 17 x 8 m. se excavó en la roca, y posiblemente estaba recubierta con una bóveda cle piedra seca, pero lo m/.rs notable es la existencia de un túnel, que conduce a una serie de cámaras, igualmente excavadas en la roca, y comunicadas con el exterior a través de varios pozos qlte permi-

tirían recoger el agua de lluvia caída sobre la parte alta del cerro, así como sacarla, dado que el fondo de estas cámaras está a mayor proftindidad que el de1 aijibe (Fig. 9). El elevado número de pozos detectados, siete como mínimo, zrlgunos de los cuales fueron tapados en un segundo momento, y la irregularidad del trazado de las cámaras, permite pensar que el aljibe y éstas se construyeron en momentos diferentes, o que fuesen en un primer momento dos estructuras con clistinto uso, y que sólo posteriormente se unificasen. En este senticlo las cámaras corresponden a un tipo bastante común de si1o, del que también hay

ejemplares en otra zona del yacimiento aún no excavada. Sin embargo, creemos que en este caso l-ray que rcchazar este supuesto uso ya que, como se advirtió en su momento (Salvatierra, Aguirre, Castillo 1991) los pozos se encuentran en la base de la cresta, en Lrna zona a donde vierte el agua de lluvia que cae sobre la cima, por lo que resultan inadecuados para guardar alimentos. No obstante, sí es posible que fuesen el primitivo aljibe, constituyendo incluso varios independientes, pllesto que

pudo haber separación entre las cámaras, y que en una segunda fase se construyese el gran aljibe, integrándose todos los elementos en un único sistema.

El

Hasta el momento se han efectuado dos campañas de excavaciones, ce ntradas en 1¿r meseta superior. Los trabajos se han dirigido preferentemente a la obtención de una amplia planimetría que permita estudiar la distribución del asentamiento y ias modificaciones ocurridas en el mismo. Las estructur¿rs excavadas pueden agfuparse en dos conjuntos. Uno, situado al Norte, comprende el aljibe, y r-rn conjunto de habitaciones relacionadas con é1, así como otras estancias adosadas al mismo. El segundo, al Sr-rr comprende las viviend¿rs (Fig. 8).

Como ya se expuso en los resúrmenes de la pri-

del anterior,

espacio por delante de los pozos es una

superficie llana, de forma rectangular, relativamente amplia, limitacla por varias estructuras (Fig. 10). Al Sur hay una habitación que pertenece a la casa situada a continuación del espacio que estudiamos, y que es la mayor de las excavadas

Al

. tres muros forman 1o que pudo ser un cobertizo abierto, qtizá para hasta el momento.

Este

almacenar vasijas de agua, o para contener algírn tipo de material relacionado con la extracción de

la misma. En el lado opuesto, el espacio

está

cerrado por otra habitación cuya plrerta se abre a este área, y que por tanto debe tener algírn tipo de

)3


relación con ella. Pero al mismo tiempo parece pertenecer a la misma casa a la qlle nos hemos referido hace un momenro. Es razonable pensar que hubiese algún sector cle la comunidad encargado de1 agua, tanto de su

control y distribución, como de mantene¡ limpias las cámaras; quizá esta habitación esté indicando qr-re era el grupo de esa c¿rsa el clue asr-rmía algunas cle esas funciones. Por otra parte, dicha habitación facilitaría a ese grupo un acceso directo el rgua. lo que eviJcnremenrr srrgiere un,r ¡osición preclominante dentro de la aldea. Además de esas habitaciones, por delante del aljibe hay otras estrlrctllras, de diferentes tamaños (Fig. 11), que nos inclinamos a pensar que también tuviesen una función pública, quizá como almacenes, dada su forma y disposición, claramente diferentes de las que caracterizan a las viviendas.

Estas últimas forman el segundo conjunto. Hasta el momento se han obtenido las plantas correspondientes a cliez de ellas. El esrudio detenido del terreno inclica que en total debieron existir entre veinte y treinta viviendas lo que, según e1 índice multiplicador qLle se utilice, supone entre I00 y 300 habitantes, estando posiblemente el número ¡eal más cerca de esta segunda cifra que de la primera. Algunas de las casas excavadas resultan difíci1es de delinir debido a que la fuerte erosión del cerro ias ha afectado gr¿rvemente, a 1o que hay que

añadir

qr-re

posiblemente los cristianos, al cons-

truir

sus propias estrlrcturas algo más arriba, emplearon materiales de estas viviendas (Fig. 8). A pesar cle e11o, puede conseguirse Llna reconstrucción aproximada de las mismas (Fig. 12). Se

trata de casas de gran tamaño, con un pario de notabies proporciones, en torno a uno o dos de cr-ryos lados se ordenan de dos a clratro grandes habitaciones rectangulares. Toclas están formadas por muros de piedra, de 30 a 40 cm. de anchura, y con Lrna altura de una o dos hiladas. La regularidad de 1a altur¿r conservada, y el l-iecho de que virtualmente no se hayan encontrado derrumbes de piedra, ni de adobe, por lo que estos materiales no fueron utilizados masivamente, nos incluce a pensar qlre se trata básicamente cle un nive I de cimentación o de base, y que los muros serían de tapial muy simple, o de materia vegetal, al igual que los techos. Esto plantea algunos problemas en 1+

la deflnición de los uml¡rales de las viviendas. En prácticamente todas las habitaciones que están sustancialmente completas, se advierte que los mllros se interrumpen o pfesen¡an Lrn menor número de piedras en zonas determinadas, que por lo general tienen entre uno y dos metros de

longitud, y que deben corresponder a lzrs puertas. Además de ello algunos umbrales son evidenres

por estar marcados por la presencia de elementos -como grandes piedras planas caídas- que sugieren rrn clintel.

En cuanto a la organización de las casas, no se trata de edificios de patio central, sino que res-

ponden a esquemas diferentes. Los muros libres sirven, en unos casos, de med:ianerías con casas vecinas, y en otros son simplemente rapias que separan el patio de los espacios exteriores libres. En casi todos los casos se produce una agrupación de dos o tres vivienclas, que parecen formar una <<manzaÍa>>.

Estas .manzanas> están separadas entre sí y de los "edificios públicos', por ca1les de dif-erenres anchuras. lrlo se trata en absoluro de una rerícula

regular, las calles presentan un trazado muy irregular y alguna de ellas no tiene salida. Sin embargo es posible aclvertir cierto orden. El conjunto excavacio parece articulado en base a tres ejes Este-Oeste. Uno, al Norte, situado por encima del aljibe, sobre el reborde rocoso. No hay elementos construidos que prueben 1a existencia cle dicho eje, ya que aunque algunos materiales sugieren que toda esa zona estuvo ocupzrda, no quedan estructlrras que lo confirmen plenamente.

A

pesar de ello creemos que es sr-rficiente para definir la calle el hecl-io de que existe una franja llana, que permite fácilmente el tránsito y que conecta con los pozos de agua; el acceso a la

misma se realizaría desde ambos exrremos, donde el rel¡o¡de pierde altura en relación al resto de la meseta.

El segundo eje se sitúra en la meseta, en la zona más llana, quedando al l.trorte la zona de supuestos almacenes casas. Este eje

y el aljibe, y al

Sr-rr varias

no tiene salida por el lado Oeste,

quedanclo cerrado por ia vivienda de mayor tamaño excavada hasta el momento.

Al Sur, el tercer eje recorre el borde de 1a meseta. En el extremo Este ocupa aproximadamente 1a franja donde la caída hacia el Sur empieza a hacerse algo más acusada, después, hacia el


pie clel espolón Noroeste contribuvendo ¿1 marcar la separación entre este y la meseta, y firralmente se convierre en LIn.l cucstl, mJrcacla por la caída del lac'lo Oeste. Los clos últimos ejes aparecen conectados por ¿rl menos clos calles. La primera, en el centro, tiene b¿rstante anchura, y en su nnión con el eje central parece existir un ens¿rnch¿rmiento o plaza. La segunda, al Este de la anterior, es considerablemente más estrecha, tenienclo apenas Lln metro en al¿¡unos puntos. Su conexión con el eje central es ctrsi segura, aunqlre la zc¡na aún no est/¿ excavad¿r. Parece muy probable que existiese Llni1 tcrcera centro, corre

calle raría

¿rl

¿11

Este cle

1¿r

írltima

casa excavadal clue sepa-

otros eclificios c1r-re l-ray en la zona. También en el extremo Oeste , en el límite cle Ia 'zona estudiada en 1991, hay otra calle , que posiblemente formzr parte cle otro eje Norte-Sur. ést¿r cle

Aunque no es posible especr-rlar clemasiado sobre cómo se articularían los espacios en la zona, ya c¡ue 1a mayor potencia cle los niveles arqueológicos impicien que afloren l¿rs estructuras, este hipotético eje es el que permitiría acceder a los pozos de ¿gu¡ .t l.ts r ir icn,l¿t Jr.s,t vcrt icntr. L¿r esc¿rsa potenciir estratigráfica y el hecho de que las viviendas no se asienten sobre el mismcr p1ano, clebiclo a la inclinación del terreno, pero que sí estén en su mayoría sobre la roca, impiden determin¿rr si l-ray cliférencias cronológicas impor-

tantes entre la construcción de

c¿rd¿r

una de las

vivienclas. Por la propia clisposición de las casas,

nos p¿rrece que toclas se edific¿rn

e

n el mismo

momento, ¿]Lrnqlle sí hay, muy probablemente, reestructuraciones intern¿rs e inclr,Lso moclificaciones e n la atribución cle espacios. Este útltimo aspecto es el cle mayor inrerés, y e1 que puede per-

mitir determin¿rr si existen cambios fundamentales en la

estructura y comportamiento de la pobla-

ción clel lugar.

con respecto a ellos, allnque los ext¡emos de tales .pasillos" presentan auténticos <tapones> de picdras. El muro Sur, donde está la puerta de acceso

al patio, junto con un tirante que lo Line a Lln corto muro, cuyo extremo fo¡ma una de 1as jamb¿rs cle acceso al ptrtio y consecuentemente ¿r1 conjunto de la vivienda, cla lugar a un extraño espacio, sin función definida. Toclo esto parece clemostrar clLre la habitación es cle constrr-rcción tardía. En una primera f¿rse no existiría, y el tramo cle muro que hoy da lr-Lgar a la jamba, sería en realidad e1 muro de cierre de la c¿rsa. De esta forma, Ia calle central daría acceso a la zona de 1os pozos a través de los que se extraí¿r ei aguzr del al1ibe (Figs. l3 y 14). L¿r entrada existente en el extremo Oeste . a la qlre antes nos hemos referido, debía existir ya en este primer momento, sirviendo de acceso al agr-ra a l¿rs casas de esa zona. El eje central tenclría salicla directa hacia el Oeste, precisamente a través de la zona de los pozos.

de que sea correcta la l-iipótesis de las dos fases en 1a construcción de los pozos y el aljibe, poclría incluso suponerse que hnbía más cámaras, aclosadas a1 resalte rocoso, y que la ca1le era en realiclad una an-rplia roncl:r por clel¿rnte del áre¿r del agr-ra. Posteriormente) parte de esas cám'lras habrían sido unificad¿rs en Lrna sola, y reestructurado el acceso al agua, conservanclo sólo algunos pozos, parte de los cuales serían incluso tapona-

En

e1 caso

clos.

Tenclríamos entonces dos reestructur¿rciones. La primera serí¿r "técnica,, y afectaría al sistema cle almacenaje del agua, y la segunda, ¡{5 "política" dificultaría el acceso a la misma. La l-rabit¿-

ción

exe

nta, indica que las modificaciones no

habrían sido simultáneas, aunque amb¿rs tienden a c1r-re exista un mayor control de1 agua, y que éste sea ejercido por un grupo específico.

A este respecto ha siclo posible determinar

Efectivamente, la hipotética primera modifi-

una modiflcación clue ¡:,zrrece cle ia máxima importancia. Est¿r afect¿r al gran ecliflcio que precisa-

cación "técnica", mejora el sistema de almaceneje, y crea una amplia zona clue permite c1r,re la población siga accediendo con relativa faciliclad al área cle 1os pozos, aunque las más alejadas del laclo Este deben recorrer más espacio para llegar a los mismos. Recorclemos, por e1 contrario, clue los habi-

mente cierra el eje Este-Oeste central. El cierre lo constitlrye específicamente Lrna habitación rectangular a la clue va nos hemos referido más arriba, al hablar clei área exisrente ante los pozos (Fig. 10). Esta est¿rnci¿r se cliferenci¿r netamente de todo el resto cle l¿rs excavaclas, por estar totalmente exent¿r. Sus mufos no son meclianetos con ningúln otro, exrstienclo espacios de 10 a 20 cm. de separación

tantes de la casa que cierra 1a meseta cllentan desde e I principio con Lrna habitación a1 Oeste clel sistema de pozos (Fig. 10) que les permite seguir accecliendo a los mismos directamente, y que a

)t


partir de este momenro son los úrnicos en poder hace¡lo.

La segunda transformación, con la const¡-rcción cle la habitación, no modifica esta situación en 1o que a ellos respecta, mienrrus qlle snpone una importante barrera para e1 resto de los habitantes. Sin embargo el bloqueo a 1os otros grupos no tiene que significn¡ necesariamenre Ltna limitación real de1 acceso, en e1 senrido de que pierdan derechos de r-rso, pllesto que el acceso por el Oeste no se cierra. Quizá se trate cle una limitación .simbólica", en cuanto que los h¿rbitantes de las casas del enrorno, teóricamente los siguientes en

importancia en esa hipotética lerarqtía, tienen que dar cierto rodeo para acceder al agua. Tal medida puede explicarse también desde e1 punro de vista "técnico", en base a la necesidad de controlar la distribución clel agua, manrener limpia la zona de reparto, facilitar la limpieza de las cáma¡as de decantación, etc. Sin embargo, parece evidente que implica un aumenro de poder de un grupo específico dentro de Ia comunidad. Resulta particularmenre interesante el hecl-ro de que la casa que cierra la meseta, se sitúe precisamente en 1a parte más llana, y que sea ia mayor cle todas las excavadas, confirmando una observación de carácter general, ya realizada tras 1a ¡rimera campaña, según ia cual las casas más próximas al área de extracción del agua tienen por término medio mayor tamaño, incluyendo habitaciones y patio. La reestructuración supone, en este contexto, que la mayor casa de Ia zona aumenta aún más en tamaño, con la construcción de una nueva habitación. Es importante advertir que esta no se realiza a partir del muro de cierre del patio, sino que éste es eiiminado en gran parte, ello se hace probablemente porque la debilidad del muro preexistente de tapial o materia orgánica y destinado excl¡-rsivamente a cerrar e1 patio- no admiciría ia apertura de hr-recos en el mismo, ni mucho menos sería posible trabar adecuadamente los

laterales de la nueva habiración, con 1a consi-

gtrienrr.lebili.lad

cle la misma.

En resumen, a tenor de las hipótesis que es posible formular por e1 momento, en esre asentamiento, el tamaño de la casa y la proximidad al aÉlua son cios variables relacionadas, que esrán indicando algún tipo de jerarquización de 1a población, y que se va agudizanclo con el riempo.

)

(-r

Al yacimiento le hemos atribuido una cronología general centrada en el siglo IX, para finzrlizar posiblemente durante el primer cuarto del siglo X (Salvatierra, Castillo 1992a), pero su concordancia con buena parte de los materiales de Cerro Miguelico, pareciendo incluso algo más antiglro que éste (Salvatierra, Castillo 7992b) y el hecho de que en este último hayan aparecido monedas fechables en e1 siglo VIII, parece clue obligan a ampliar el período cie ocupación. Aun-

que no es posible por ahora matizar suficientemente el momento del inicio, seguimos consiclerando que se abandona en el primer cuarro ciel

siglo X. Durante esos aproximadamente

dos

siglos, se suceden cliversas modificaciones, algunas de las cuales hemos podido detecrar, que en su conjunto indican Lrn proceso de jerarqwización de la población (con toda la ambigüedad que ese rérmino conlleva) y clue parece posible relacionar con el complejo proceso que se procluce a finales clel Emirato (Acién 1984a; 198,1b) y que est/r en e1 centro cle las luchas entre los omeyas y las diversas .coaliciones" de rebeldes muladíes, árabes o bereberes.

Para finahzar. conviene resituar la aldea en su contexto. El análisis pormenorizado puede haber dado la impresión de clue se rrara de un núrcleo con cierto urbanismo desarrollado. Nada más lejos de la reaiidad. Se trata, es cierto, de un núcleo de cierto tamaño, pero de indudables caracrerísticas a¡¡rarias, y que muesrra una imagen comparable

a

la que pueden ofrecer hoy las comijadas de gran tamaño, como es posible observar a rravés de las reconstrucciones hipotéticas de su aspecto (Fi¡¡s. 15 y 16). Pero el <aspecto rúsrico,, no implica ausencia de jerarcluía, ni simplicidad interna.

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