Los jardines de Madinat al-Zahra, Alfonso Jiménez Martín.

Page 1

cuA?F_Rlios DE

MADINAT AL-ZAHRA' I

a

coRPoBA,

t987


SUMARIO MANUEL OCAÑAJIMÉNEZ Pág. 7

Presentación

o

t.ar JOtrfNADAS SOBRE MADINAT AI-ZAHRA'. PONENCIAS

MANUEL ACIEN ALMANSA Mahnat al-Zahra'en el urbanísmo

musulmán

Pág.

11

CHRISTIAN EWERT Elemenfos decoratiuos en los tableros paríetales del salón ríco de

Maúnat

.

al-Zahra'

J. E. HERNÁNDEZ BERMEJO Aproximacilín al estudio de las especies botánicw originariamente existentes enlosjardinesde

Mattnatal-Zahra'

Pág. 27

Pág. 67

ALFONSO JIMÉNEZ MARTÍN Los jardines de

Maúnat al-Zahm'

Pág. 81

ANA LABARTA - CARMEN BARCELó Lwfuentes árabes sobre al-Zahra': estado de la

cuestíón

Pág. 93

MANUEL OCAÑA JIMÉNEZ Coniileraciones en tomo al próIogo de la obra oMattnat al-Zahra'. Arquitectura y decoraciónr, de don Félix Hemández

Ciménez

Pág. 107

GUILLERMO ROSSELLO-BORDOY Algunas obseruaciones sobre la decoración cerámica en uerde y

.

Pág. 125

ESTUDIOS

ANTONIO VALLEJO TRIANO El baño próximo al salón de 'Abd al-Ra\man

.

manganeso

III

Pág. 141

CRóNICA DEL CONJUNTO

ANTONIO VALLEJO TRIANO Crcinica años

1985-87 '

Pá9. 169


1.as

JORNADAS SOBRE MADINAT AL-ZAHRA' PONENCIAS


LOSJARDINES DE MADINAT AL.ZAHRA' ALFONSO JI¡dÉNEZ

MARTÍN

un punto de vista histórico el nacimiento y expansión del Islam no sólo esde

constituye un fenómeno insólito, por su <imprevista> aparición, velocísimo desarrollo y general aceptación, sino que cada vez se percibe con

mayor claridad su potente influencia sobre muchos de los Gnómenos culturales que para varias generaciones de historiadores han caracterizadc> la personalidad europea desde el siglo X hasta el XVI; en esta línea de pensamiento los jardines

constituyen un magnífico ejemplo de la fecun* didad y expansión de las elaboraciones islámicas, en las que al-Andalus desempeñó un importante papel difusor. Además de esta idea básica, anticiparemos una conclusión que también creemos de interés y es que se ha hipervalorado, en estas cuestiones de jardines, el peso de la influencia (persa), en detrimento de la mediterránea; estimarnos que la herencia que el Islam desarrolló la constituían viejas tradiciones mesopotámicas, o mejor dicho, panorientales, pero conservadas y fermentadas en Siria y en Egipto desde la época helenística y pasadas por el tamiz judeo-cristiano finalmente.

Uno de estos errores es el de la identificación del Paraíso prometido por el Profeta a los creyentes, nacidos en la seca y calcinada Arabia, con un cierto modelo <persa>; la teoría coránica dei Edén lo describe como un parque, situado en las alturas, en el que los bienaventurados, en car-

ne y hueso, disfrutarían de las siguientes comodidades eternas: sombra perpetua y orientable a voluntad, temperatura perfecta y estable, incontables árboles de follaje verde oscuro con flores y frutas inéditas, aunque se mencior¡,an expresamente lotos, narcisos, azucenas, rosas, arrayanes, palmeras y granados, todo ello regado por cuatro clases de ríos, ya que por sus cauces corrían respectivamente agua pura, leche de incomparable sabor, vino y miel purificada; en estos vergeles y en unos magníficos y altísimos palacios los bienaventurados, reposando en bancos y lechos, enjoyados pero mullidos, serían atendidos, en todos los sentidos, por huríes <de ojos negros) y <jóvenes bellos como perlas> vestidos de seda verde.

En la actualidad no seríamos capaces de reconocer, en esta promesa de hedonismo paradisíaco y perpetuo, ninguno de los goces abstractos y espirituales que las almas de los cristianos esperan en ia otra vida, salvo la eternidad, pero en la Iglesia siria los anacoretas, y Mahoma tomó de ellos

numerosos rasgos formales, estaban acostumbrados a sermones en los que las metáforas del Más

Allá eran del siguiente tencr, tomando de los Himnos del Paraíso, de Frem, el máximo predicador de la Iglesia siria en la época anterior al Islam: oYo ví las mansiones de los justos y a ellos mismos, u ngüento s, e xhalan do pe rfume s, enguím aldados de flores, corcnados de frutas (...) Cuando se chone ando

81


acuestdn a la mesa, proyectan lor árboles su sombra en

el aire claro. Las flores brotan entre ellos, Ias frutas sobre ellos (..) P.ápidos vientos están delante de los bienauenturados para sewirles (.,.) A quien aquí abajó se ha abstenido del vino, a ese anhelan las cEa del Paraíso (...) Y si alguien ha vivido en castidad, lc reciben ella (sic) ea su puro seno, porque como monje no cayó en el lecho del amor teneno (...).

Incluso en aquellas cuestiones que una vez y otra se nos dice que fueron típicamente persas, como que los ríos paradisíacos eran cuatro, está claro que el Islam, no Mahoma, tomó el dato del Génesis, ya que el Profeta sólo alude a cuatro clases de líquidos discurriendo por los cauces del Edén, detalle que por cierto procede de la visita que, según un midrás hebreo, reehz.ó al lugar Enoc. No hay más que repasar las páginas de Mitos hebreos de R Graves y R Patai o de Mahoma de T. Andrae, pare comprobar hasta la saciedad que la deuda del Corán en este decisivo aspecto no es con Persia; tampoco hace felta indagar mucho para reconocer en las imágenes citadas los ecos idealizados del marco de la cultura material tardoantigua, especialmente la de

sus clases

privi-

legiadas.

Los datos correctos que el Profet¿ diseñó panla otra vida, el musulmán pudiente procuró adelahtarlos en ésta, en un ejercicio üterarioarquitectónico en el que se mezclaron suras del Corán, como ideal perfecto, con tradiciones referentes a culturas antiguas (los persas y las culturas hidráuücas del Vemen) y, una vez más, otras leyendas cristianas y judías, particularmente las que relataban las hazañas arquitectónicas de Salomón. Así se fue perfilando la estreche relación pelacio/jerdín, adjudicándole a aquél gran altura,

luminosidad, policromía, cúpulas, lámparas que producían sensación de movimiento, estatuas de leones con rugido neumático, jardines cinegéticos.. Salomón, auxiliado por su genio Sayr, habría construido ciudades portátiles, tronos automáticos, pero sobre todo un pabellón de cristal, cuya pulidísima solería habrír sido tomada por Bilqk, la legendaria reina de Saba, por un estanque. Los primeros jardines del Islam se dieron en una docena de establecimientos de los Banu Umayya, fechados en la primera mitad del siglo VIII, y localizados en el actual desierto de Siria y 82

Jordania; sn 6llos se documenta la pervivencia de una cierta apariencia de fortalezas romanas para alojar complejos arquitectónicos de uso discontinuo y eminentemente recreativo, no cortesano, donde el sincretismo compositivo, estilístico y

funcional estaba servido por un lujo propio de nouvelles riches; enuno se documenta :unhayrpar que botánico y cinegético de 850 ha regado por acueductos subterráneos, mientras en otro la mitad de la superficie disponible de una especie de castellum tardorromano estaba dedicada a jardín, enclaustrado y presidido por un estanque, casi totalmente ocupado por un elaboradfsimo pabellón, cuyas formas recuerdan poderosamente la arquitectura de la Siria cristiarn. En estos establecimientos rurales se perciben dos llneas culturales que heredará el Islam occidentaljunto ¿ otros

muchos rasgos: por una parte la bAdiya, o rcmántico deseo de übertad antiurbana, típicamente beduino, y por otra el modelo económi-

y señorial que,

desde la Repúbüca, había sido sistema romeno de vida y que una constante del renacerá en el Veneto del siglo XVI, para ser un lugar común de cierta cultura europea; estos es-

co

tablecimientos principescos, entonces inmersos en un medio agrícola floreciente, fueron arruinados por el eiterminio de la dirnstía, cuyos

únicos supervivientes huyeron e al-Andalus; ambién contribuyeron a su r.ípido declive el traslado del aparato estatal al actual Iraq y la extinción de los mercados mediterráneos a los que abastecíen.

La nueva dinastía, la de los abbasíes, se caracterizó, entre otros aspectos, por su caracter (per-

y, sobre todo, por la planificación y rápida construcción de nuevas ciudades imperiales en las que levantaron, de la noche a la mañana, enormes palacios con inmensos jardines y púques, capaces de hacer paüdecer al mismísimo san

Salomón o a los legendarios monarcas yemeníes, y que fueron descritos en medio de las ñntasías de <Las Mil y Una Noches>; algunos de ellos, datados eh el segundo tercio del siglo IX, han sido excavados en fechas ya antiguas y tenemos magras descripciones de ellos, que nos permiten entrever algunos escasos elementos de interés: salo-

nes de aparato con cúpulas, ligados material y compositivamente a grandes patios y explanadas, con fuentes y estanques descomurnles y organi-


zaciones de crucero, es decir, con rías o paseos en

disposición cruciforme, tema que ya explotó el Ars Topiaria de los romanos; también fue carac-

terístico el serdab, ámbito subterráneo artificial relacionado con el jardín La literatura nos per-

mite añadir encarnadura

a estos

esqueletos arqui-

tectónicos: árboles metálicos llenos de pájaros artificiales capaces de cantar, diversos géneros de autómatas, espesuras dedicadas exclusivamente al hábitat de ruiseñores, amén de vegetación frondosa y ordenada y animales de toda especie.

Egipto, estación casi obligatoria en las relaciones de los centros primigenios del Islam con Occidente, asumió pronto un papel político au-

tónomo bajo Ibn !ulün, quien en un nuevo

arrabal de El Cairo,llamado al-Qatay, que fundó

en el año 870, creó un palacio, al-Maydan, que y campo de polo; en sus inmediaciones fundió una mezquita en la que, a comienzos del siglo X, se mezclaban influencias abbasíes con formas típicamente cordobesas, lle-

poseía hipódromo

por una oleada de andaluces transterrados. Casi a fines del siglo el hijo de Ibn T-ulün construía un jardín,.en cuya sección botánica se consiguieron extraños injertos cuyas palmeras <metalizó> al forrar sus troncos con planchas de vadas

y

cobre, que ocultaban conducciones de plomo para burlas; además consta que mandó modelar imágenes recortando arrayanes, construir una gran pajarera y un pabellón dorado en el que se mostraban efigies suyas y de sus mujeres y un estanque de mercurio, donde reposaba el dueño sobre un colchón flotante; ni que decir tiene que el relato de tales maravillas se incorporó al caudd literario del progresivo hedonismo arquitectónico yjardinero, proporcionando ideas para otros grandes señores. Este complejo de mitos, recuerdos magnificados, datos , transmitidos por vía

oral, metáforas

y

lugares comunes poéticos y mejoras agronómicas, constituyó la base del jardrn hispanomusulmán, algurns de cuyas referencias son tan parecidas a las de sus precedentes orientales, que cabe la posibilidad de que, si otros datos no vienen a corroborarlos, los incluyamos

en el inventario de los jardines estrictamente

li-

terarios y no en el de los arquitectónicos, reales y tangibles. La Península Ibérica acogió el Banu lJmayya 'Abd al-Ralrman <El Emigrado> como emir au-

tónomo y se constituyó en caldo de cultivo para un cierto renacimiento sirio, bien enraizado en las tradiciones arquitectónicas locales y muy conservador de sus propios hallazgos pero aten-

to, sin embargo, a las novedades que llegaban desde Iraq. Así el sahn del edificio-emblema de la dinasda, l" gt- al-masiid al$mi' de Córdob4 poseyó árboles diversos (se citan concretamente, en época posterior, naranjos, cipreses y palmeras, pero no sabemos desde que fecha eran éstas sus especies) desde el mismo momento de su construcción, y aunque posteriormente esto se consideró ilegal, se coriservaron en homenaje a los

piadosos creyentes que los habfan plantado y cuya memoria permitió que la errónea, pero típicamente siria, orientación de esta mezquita se convi¡tiese en la norma canónica de todes las del pals; con estos datos no extrañá que en los alrededores de la capital el emir mandase construir una villa suburbana a la que trasplantó el nombre de R^.ofo, que había sido el de otra, en Damasco, donde habfa pasado su infancia, iniciando así el tipo munya, como denominación genérica de las imnumerables fincas de recreo que rodeaban Córdoba y que pronto abundaron en otras ciudades andalusíes, como si las viejas villaes terdorromanas resucitaran inopinadamente. Es importante señalar que en varias de estas fincas se alojaron en el ríltimo cuarto del siglo X muchos cristianos, ya _fuesen rehenes, embajadores o aliados.

LJn texto contemporáneo describe como sigue la que fue propiedad de un üsir del mismo siglo: uno de los rruís marauiLlosos, más hery sinfalta lugares de placer. Su patio es de mármol puro; una corriente lo atraviesa, mouiéndose como una serpiente. Hay también una dlberca donde uan a parar todas las aguas. El tejado ilel pabellón está decora,<El lryayr es

mosos

do en oro y azul y en estos colores están decorados los laterales y uaias partes Eljardín tiene hilera de árboles siméticamente alineados

y

las Jlores

sonien

desde

los eryacios abiertos.

ElJollaje deljardín euita que el sol

se asome al teneno,

y

k

brisa soplando día

y

noche, (...a1

dueño)le dhtierte conuersar allí y devansar mañana y tarde>.

Aunque el autor de este texto, el poeta Ibn Suhayd, que fue enterrado en estejardín cordobés llamado lJayr at-Zaffifi, recurrió probablemente a tópicos literarios para su descripciór¡ es 83


evidente que ésta tenía un soporte material, como los datos arqueológicos de la época certifican; recordemos que este hair se convirtió en parque público, ya en el siglo XI, por disposición testamentaria de su propietario. Cuando Ibn Suhayd describió el Hayr participaba de un género poético típicamente andalusí la Rnwdiyyat o

Los investigadores están de acuerdo en que este texto describe un tipo que era ya corriente

descripción de jardines, parejo a una Nawriyyat o descripción de flores, en los que destacó un alci-

algunos han pretendido, sobre todo en el caso del Generalife. Las descripciones nos dan cuenta de otras cuestiones relacionadas con nuestro tema, tales como"el pabellón de cristal y dorados que existía en un jardín principesco de Toledo en el siglo XI, que presentaba además la particularidad de

reño, Ibn Jañi¡a, que recibió por ello el apodo de <El Jardinero>, síntomas todos ellos de la popularidad de la Jardinería en al-Andalus; estos textos llegaron al.atrevimiento de localizar, en diversos lugares de la Península, jardines parejos al Edén, como aquella tercera ru{of" cetcena a Valencia- La üteratura técnica también elcanzó un nivel que tardaría siglos en ser superado, destacando especialmente la obra en verso de un almeriense del siglo XIV, Ibn Luyun, titulada <Libro del principio de la belleza y el extremo de la fertilidad, a.cerca de las nociones fundamentales del arte de la Agriculturo,'cuya <Séptima anotación> trató <Sobre la disposición de los jardines, sus viviendas y las casas de campo>, al que perte-

nece el siguiente texto, donde aún brillan recuerdos y teorías latinos: oPara emplazamiento de una casa entre jardines se debe elegir un altozano que facilite n guarda y uigilancia. Se orienta el edfrcio a mediodía (...) y se instala en lo ma aln el pozo y la alberca, o mejor que pozo, se abre una aceEtia que coffa entre la umbría (..).Junto a la alberca se plantdn macizos que se flantengan siem-

pre verdes y alegren la uista. Algo más lejos debe haber cuadros dejores y árboles de hoja perenne. Se rodea la heredad con viñas y en lns paseos que la atrauiesan se plantan panales. Eljardín debe quedar ceñido por uno de estos paseos con objeto de separarlo del resto de laheredad (...). En el centro de lafnca debe haber un pabe-

llón dotado de asientos y que dé vista a todos los lados, pero de tal suerte que el que entre en el pabellón no pueda oir lo que hablan los que esttín dentro dc aquel, procurando que el que se dirija aI pabellón no pase inaduertido. Elpabellón estará rodeado de rosales trepadores, así como de macizos de anayán y de toda planta impropia de un vergel (...). E r la parte baja se construirá un aposenta para huéEedes y amigos, con puerta inárboles a las dependiente y una alberquilla oculta miradas de los de aniba (...) pard proteger la fnca se cercará con una tapia>.

pr

84

en épocas anteriores y gue, a no dudar, proporcionó modelo para muchos tamaños, comarcas y momentos, pero sería un abuso pretender que todo jardín andalusí que existiera cumpliría fiel-

mente las recomendación de Ibn Luyun, como

que unai tuberías ingeniosamente

dispuestas

permitían que el agua fluyera Por su exterior, sin mojar a quienes en él permanecfan; también se recuerda la estatuaria que adornaba los jardines, incluidos numerosas efigies de animales como bocas de surtidores, manifestaciones todas ellas de la tendencia artificiosa y <mineralizadoro del jardrn islámico, cuyos significados fueron bastante más uprofanoso que los que animaron a los de la Antigüedad Clásica, ya que sólo eljardín funerario, de ciricter privado por lo general y denominado RawQa, hacfa referencia directa al Edén

prometido; en Córdoba formaba parte de un complejo, (Dar al-RnwQa), construido, abastecido de agua corriente y embellecido por artesanos traidos de Bagdad y Constantinopla por'Abd alRatrman III, el primer caliFa cordobés, que sería enterrado en él Los cementerios públicos, como en época romana, se ubicaron a la salida de las ciudades y en ellos existió vegetación, aunque los datos literarios que poseemos sugieren que el aspecto de estas necrópolis o maqabir sería menos arbolado y más descuidado que sus precedentes.

El resto de los tipos, llamados indistintamente Basafin o tannat, poseían el marcado carácter mundano que hemos venido reconociendo, y que hemos de hacer extensivo el sahn do-

méstico del medio urbano, al que suponemos bastante menos empaque arquitectónico que a los patios romanos. Estas características, valores religiosos muy vagos y estrecha relación con la Literatura, anticipar¡ entre otras, las que serán típicas del otoño de la Edad Media y el Renacimiento. Al final del período medieval, al menos en ¿/-


Andalus, las especies cultivadas y creadas eran prácticamente las actuales, salvo las novedades americanas y oceánicas, siendo su más notable aportación, por el importante papel simbóüco que le reservaría el Renacimiento, la de los na-

nínsula Ibérica en el siglo X, partiendo de un uso puramente estético y no alimentario, documentándose incluso una cierta prevención hacia el toronjo;la nómina de las principales especies co-

ranjos, naranfa, en sus diversas especies que, nativas del Lejano Oriente, se documentan en la Pe-

guiente:

nocidas en las postrimerías del siglo

XV

Abies

Acacia vera

Acanthus mollis

Acer pseudoplatanus

Aconitum napellus Adi an tu m c apillu s - u e n e rís Althea rosea

Acorus calamus

Achillea millefolium

es la si-

Anthemis nobilis Arabis alpina Aster Brasica alba Campanula

Anthinihinum mQus

Adonis estiualis Anemone Aquilegia vulgaris

Arbustus unedo

Artem' ia absinthium

Bellis perennis Buxus setrryeruirens

Borago oficinalis

Cartamus Tinctorius

Celosía argentea

Celosia cristata

Cedrus Centaurea

Centranthus ruber

Centonia siliqua Citrusparadisi

Clematkjammula

Allium

Citruslimonium

Cale ndula,

ollicinalis

Gstus

Conuoluulus sepium Coronilla glauca

Coiandrum satiuus Corylys auellana

Comus mas Cithmum maritimum

Crocus

Cupressus sempruirens

Cyclamen europeus

Cydonia oblonga

Cypruspapyrus

Cytissus scoparíus

Chamerops humilk Daphne laureola

Chreirantus cheiri

Chrysanthemum

Delphinium orientale

Dianthus

Digitalis puryurea Erythrea centaurium Euonymus europs

Dotonicum Eupatoria cannabimum

Epilo bium angu stfoliu m Euphorbia ryparissius

Ficus carica

Ficus sycomorus

Foeniculum fficinalis

Genista anglica

Helleborus niger

Galanthus niyalis Geranium Hedera helix Hesperis matronali

Hippopha rhammoides

Ilyacinthus

Hypericum

üerk umbellata

Iris

Jasminum

Lactuca

Latlryrus sativus

Juglans regia Laurus nobilis

Lavandula ofrinalk Lathirus odoratus

Lawsonia inetmk

Lagerstroemia indica

Ligustum

Lilium

Limoniatrum omdtufl

Linum

L1chnis

Lonicera

Lupinius termk

Majorana hortensis

Malus

Malva alcea Melissaoficinalis

Mathiola incana Mentha Nepeta cataia Ocymumbailicum

Gentianalutea

Clycinhiza glabra

Melilotus oficinalis Alyrtus communis Nerium oleander Olea Panaver Physalis alkeleengi

Narcissus

Nymphea Origanum Petroselinum satiuum PLtoenix dactylfera

Cladiolus

Helycisum

stoechas

Peonia Philadelphu s coron arius

Pinus

85


Pistacid lentiscus

Platanus oríentalis

Polypodium uulgare

Portulaca oleracea

Primula

Prunus

Púnicagranatum

4rus

Rosa

Rosmarinus oficinalis

Quercus Rumex patientia

Ruscus

Ruta graveolens Scabiosa columbaria

S antolina cham e cyp

Senecio cineraia

Taxus baccata

Satureia hortensis Semperuiuum tectorum

aissus

Scilla maritima

Teucriumfruticans Wrbena

TLrymus

Uex

Vibumum

L4tis

Víola

Wnea Zantedeschia ethiopka

Zebrina pendula

Ni

que decir tiene que tales formas arquitec-

tónicas y vegetales fueron servidas por unas cuidadísimas y variadas instalaciones para la ceptación, conducción y elevación del agua, ya que los musulmanes no sólo mantuvieron la práctica

romana de los acueductos. de fábrica, y como consecuencia de ellos los grandes desarrollos de jardines, sino que dieron a conocer por todo el Mediterráneo ciertos ingenios, tales como las norias, aceñas y demás usos de la rueda hidráulica, descubiertos en el Egipto helenfstico, pero socialmente encapsulados por el mantenimiento del sistema esclavista de la Antigüedad.

La historia de los jardines andalusíes es una historia fundementalmente urbana y palatin4 concentrada en las tres ciudades que sucesivamente ejercieron la hegemoma en al-Andalus y que representan otras tantas etapas en un proceso casi biológico:, Qurtuba, en el siglo X,Isbiliyya, en el siglo XII, y finalmente Camata, a lo largo del

XIV. A través de solo diez jardines, de escalas y características muy dispares, podríamos asistir al nacimiento, en un medio imperial y sobre ideas jardín hispanomusulmán, su fijación a escala doméstica y sus últimas, preciosistas y abbasíes, del

agotedas elaboraciones.

cahfe

cordobés 'Abd al-Rahrnan al-I{as.irfundó a escasos kilómetros de su capital una ciudad exclusivamente palatina, Mattnat al-Zahra', que fue destruida por los bereberes el 4 de noviembre del

año 1010; de ella poseemos abundantes referen86

valor descriptivo, no pueden ser inte¡pretados con la exactitud deseada a

sos textos que poseen

causa

de lo fragment¿rio de nuestros conoci-

mientos sobre las disposiciones generales de Maúnat al-Zahrá'y las relaciones que le dieron entre sus partes; a cambio conocemos bastantes datos de algurns de ellas, gracias a los rigurosos trabajos de excaveción y anastilosis que dirigió en sus ruinas el arquitecto don Felix Hernández Giménez; así podemos

disfrutar de una parte importante

de su arquitecüura, incluidas las disposiciones formales de sus jardiñes, a los que sólo falta el agua

corriendo por sus canalillos y las especies originales que los ornaron en su tiempo, ya que las

**

El 19 de noviembre del año 936 el

cias üterarias, aunque desgraciadamente los esca-

que hoy crecen son solo una conjetura. Además de innumerables patios pavimentados, con fuentecillas o no (fig. 1), la ciudad ofrece hoy cuatro jardines, prácticamente coetáneos de la construcción de un suntuoso palacio de recepciones, que es el qu. llamamos hoy <Salón Rico>, labrado entre los años 953 y 956 modificando para ello disposiciones anteriores y que aun sufrió algunas reformas en los años que mediaron hasta la destrucción de la ciudad. No estará de más recordar que contó desde el primer momento con el suministro de agua de un magnífico acueducto, cuyos restos aún pueden seguirse. - El jardfn má simple y peor conservado es el

de la Dár al-tund (Casa Militar), cuyo pórtico, a Mediodía como casi todos los de la ciudad, daba aLtnaterraza al pie de la cual se halla un gran cuadrado, ajardinado hoy en crucero, con una característica común a los jardines de Maúnat al-Zahra'como es la existencia de un andén abierto


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Palatinos sabemos que en este lugar era donde las

perimetral ligeramente sobreelevado respecto a la parte terriza, con unas rampas en los rincones para conectar ambos niveles; sorprende en este caso el exiguo tamaño de la única alberquilla que hoy muestra, a todas luces insuficiente, lo que nos induce a sospechar que tal vez no estuviese muy ajardinado, como sugiere el uso militar de la construcción a la que servía y la existencia de

comitivas y visitas desmontaban y montaban, por io que más bien debemos considerar este espacio como una explanada terriza, a modo de picadero, aptapara alardes y estancias de caballerías.

cuadras en su costado de Poniente. Por los Anales

El mismo texto señala como en numerosas ocasiones entre los años 971 y 975, se celebraron recepciones cuyo rito incluía una elaborada pro-

ü-l tl

Fig.2

88


cesión de notables desde la Dar al-tund, hasta el al-Maflis al-\arqí, donde se localizaba el <trono> en el Salón Oriental, sobre losJardines, y que no puede ser otro que el menciorndo <Salón Rico> que se abre como único protagonista de una alineación mural de 150 m. de longitud, cuyos restantes componentes fueron dependencias de servicio; ante él se abre un jardín casi cuadrado, que tiene 130 m. de ampütud en dirección NorteSur estando el resto de su perímetro delimitado por murallas torreadas de considerable altura, que permitían desde él profundas aperturas visuales hacia toda la comarca circundante, dada la

ubicación de la ciudad en una terreza de la Sierra cordobesa, asomada al Guadalquivir (fig. 2). A pesar de algunas ligeras irregularidades métricas y una probable obra tardía, el jardín muestra una composición simétrica respecto al planó axial del <Salón Rico>; delante de éste, a su mismo andar y a lo largo de todo el frente edificado, corre unír gran terraza ampliada ante la fachada y prolongada hacia el centro geométrico del jardín sin cambiar de nivel La parte más cercana al <Salón> está ocupada por urür gran alberca cuadrada, de

19 m. de lado

y

bastante profundidad, rodeada

andenes de la terreza; a continuación existió un pabellón exento cuya planta reprodu-

por los

ce la del <Salón>, aunque con la orientación opuesta y ügeramente simpüficada- En los costados y trasera de esta piezz aparecen tres albercas de 7 m. de lado, rodeadas por la prolongación de los andenes delaterreza, que las abrazan; el contorno de esta serie de paseos está circundado por otra red de andenes, 85 cms más abajo, que ha-

cen la función de adarves para el perímetro 'amurallado general y dividen el resto del jardín en cuatro cuarteles. Los dos niveles de paseaderos se conectan mediante parejas de rampas ubicadas en los rincones, aunque en su caso se construyó una escalerilla; a las albercas descienden escaleras colocadas de manera simétrica y simétricas ellas mismas; señalaremos que la más meridional poseía andenes más amplios, ya que se cobijaban bajo ellos habitaciones pareadas dedicadas a letrinas.

Los cuatro cuarteles terrizos estaban enmarpor unos canaüllos enlucidos con mortero rojo, que distribuían el agua de las albercas de manera regular a unas plantaciones de las que cados

sólo poseemos escasos rastros literarios. Esta organizaciónfue rota por una obra que se le añadió al Pabellón en su ángulo NE y la presencia de un mirador instalado en la gran torre del costado de Poniente del jardín Una de las dudas que se plantea es la posible existencia de una alberca más, intercalada entre la mayor y la fachada del Pabellón El mirador, precedente directo de la granadina <Torres de Comares>, tenía al pie otro jardín (fig. 1I sólo parcialmente recuperado, en el que destaca su limpia organización de crucero y el

reparto del agua por medio de canales, salvados por arcos en los puntos de inflexión. Estos dos grandes jardines remiten

a modelos islámicos

orientales diversos, tanto iraquíes (apertura al paisaje, correspondencia salón/ pabellón, reparto

en crucero...), como sirios (apariencia amurallada, pabellón rodeado por albercas.-), siendo los edificios y su decoración absolutamente cordobeses. El cuarto jardín de Mattnat al-Zahra'es ptramente doméstico, como corresponde a una casa cortesana que se ha dado en llamar, no sabemos con qué fundamento, <Casita del Príncipe>, y de la que no conocemos referencias literarias (fig. 3). El conjunto tiene planta rectangular, alargada en sentido Este-Oeste, cuyos extremos edificados son salas muy sencillas abiertas mediante tríforas, ya completamente restauradas, al hueco del patio cuadrado, de 30 m. de lado, cuya orgaruzactón arquitectónica está virtudmente intacta. El tratamiento del patio sigue el plano axial que marcan los citados huecos, perfectamente enfrentados pero algo movidos hacia el norte, con

lo que la división del

espacio no fue rigurosamente simétrica- Como en todos los patios de la ciudad existió un andén perimetral, pero dadas las exiguas dimensiones del conjunto el desnivel con la parte terriza se eliminó. El protagonismo, incluso en el nombre que comienza a imponerse, lo ostenta una alberca cuadrada, profunda y con escalera de doble tiro, que se ubicó ante el

triple hueco de la Sala de Poniente y que estaba abrazeda por la prolongación de los andenes, conectándose el central con otro axial que permitió el reparto casi equitativo de la superficie ajardinada en dos grandes cuarteles, subdivididos a su vez por un simple reborde, de manera que se repitió a escala minúscula la partición del jardín del <Salón Rico>, cuyos canalitos también apare89


o

20m. Fig.

cen aquí. El agua llenaba la alberca gracias a un surtidor colocado sobre una gran lastra de mármol que se conserva ín situ, en el eje, de manera que el animal de bronce que producía el chorro miraba hacia la puerta de la Sala de Poniente. El agua, que podía evacuarse por los oportunos desagües del fondo, rebosaba de la alberca gracias a dos canalillos que daban agua a los de los cuarteles. Los muros laterales del jardín, que conservan gran parte de su decoración de estuco rojo, son muy diferentes entre s( ya que el meridional era

i aljardín y dos accesos secundarios por los rincones del patio.

Como ya hemos señalado, este jardín enlazz formalmente con los monumentales ya analizados,

y sirve de eslabón con los ejemplos domés-

ticos posteriores, configurándose como el arque-

tipo clásico del patio andaluz y del Norte de Africa para los tiempos venideros, aunque hemos de aguardar más de un siglo para

costado

documentar el siguiente ejemplar, ya que ninguno de los jardines que adornaron los palacios de los Mufuk al-Tawa'íJ en los que quedó fragmen-

norte muestra una estupenda escalera simétrica de dos tiros, desde cuya cima se podía contemplar el paisaje por encima del muro opuesto y con el jardín directamente debajo; la infraestructura de la escalera proporcionó unas hornacinas

tado el Califato tras la pavorosa ftna del af,o 1010, nos ha legado más que abundantes restos literarios, y muy poco de sus formas arquitectónicas; así abundan las noticias sobre los palacios y yil/as suburbanas de la taifa que tenía a lulaytula

un simple paredón ciego, mientras el

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por cepital, pero donde los restos materiales aparecen es, aunque incompletos y poco expresivos por lo general, en las alcazabas de Malaqa y otras ciudades, siendo el caso más interesante el de la Aljafería de Saraqusta, cuyo modelo fue indudablemente cordobés, dadas las similitudes que se observan con el ejemplar más sencillo de los que hemos descrito. A juzgar por lo que conocemos de las etapas subsiguientes tales jardines mostrarían sus mayores novedades en lo decorativo, el tratamiento de la vegetación y en las originalidades extraarquitectónicas, ya que la continuidad de tipos es absoluta- As( en el llamado <Castillejo de Monteagudo> (Murcia) que se supone palacio de Ibn Mardanis, fallecido en 1172, un patio de 33 por 18 m., regado mediante el agua que proporcionaba una noria" repitió el crucero y las albercas delante de los salones de Maúnat al-Zahra', cristalizando un modelo que se repetiría en ade-

lante sin modificaciones. Hemos de imaginar que por todo al-Andalas se producirían experimentos similares que, sobre la base de los jardines que acabamos de anelizet,llevaron a las maduras elaboraciones de la Isbiliya del siglo XII y a las sofrticadas áreas ajardinadas del reino nazarí.

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