SUPLEMENTO ESPECIAL LUNES 17 DE AGOSTO DE 2020
JOSÉ DE SAN MARTÍN
EN EL NOMBRE DEL PADRE La figura del Libertador de América provoca un respeto y admiración sin límites. ¿Cuáles fueron sus virtudes? ¿Por qué continúa siendo un modelo a seguir? ¿Cómo se proyecta su imagen en el presente? Las páginas que siguen, producidas en conjunto entre LA CAPITAL y la Universidad Nacional de Rosario, intentan dar algunas respuestas
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En el nombre del padre
El gran duelo entre los Libertadores de América La destacada historiadora que firma este texto reflexiona sobre el significado del trascendente encuentro en Guayaquil, en 1822, entre San Martín y Simón Bolívar
Marcela Ternavasio Doctora en Historia Iech/UNR/Conicet
Jorge Luis Borges dejó plasmado en la literatura el momento de inflexión tal vez más importante de la carrera militar y política de José de San Martín. En el cuento que tituló Guayaquil toma por tema la célebre entrevista que en 1822 mantuvo con Simón Bolívar y que continuó con el definitivo retiro de nuestro Padre de la Patria del escenario americano. Sin testigos directos de lo ocurrido en aquel encuentro, las hipótesis y versiones construidas posteriormente fueron focos de innumerables controversias. Borges recreó ese clima polémico en el diálogo que establecen los protagonistas de su ficción: dos historiadores disputan una invitación oficial para acceder a unos documentos que, promediando el siglo XX, develarían el enigma de lo que ambos personajes conversaron en Guayaquil. Un diálogo que exhibe el duelo que enfrentan ambos historiadores para alzarse con la gloria de descifrar el enigma y, como en tantos otros de sus cuentos, ese duelo se solapa y confunde con el que habrían librado San Martín y Bolívar. La referencia literaria expresa un tópico recurrente de la historiografía inaugurada en el siglo XIX: ubicar en un plano contrastante las trayectorias de los dos héroes que comparten el título de Libertadores de América. En ese plano, los sucesivos relatos buscaron “medir” el papel histórico que le cupo a cada uno de ellos en los procesos de independencia, cuya gesta final quedó a cargo de Bolívar una vez que San Martín tomara la drástica decisión de retirarse y optar por su voluntario ostracismo en Europa. Borges ofrece en el cuento su propia versión sobre el misterio que rodeó aquella decisión: “Acaso las palabras que cambiaron fueron triviales. Dos hombres se enfrentaron en Guayaquil; si uno se impuso, fue por su mayor voluntad, no por juegos dialécticos”. La clave del desenlace —
muy borgiana, por cierto— no dejaba de reproducir la imagen más visitada en la historiografía argentina para realzar la figura de nuestro Padre de la Patria: la de contraponer la personalidad impetuosa de Bolívar, con una clara ambición de poder, a la del estratega militar que es capaz del renunciamiento personal y de sacrificar su gloria en pos de contribuir al triunfo continental de la causa independentista.
“Se contrapone la ambición de poder de Bolívar a la figura del estratega que es capaz del renunciamiento” La entrevista de Guayaquil cerró, pues, la década más agitada de la vida de San Martín; una década que se inició con su regreso a Buenos Aires en marzo de 1812, luego de haberse formado como militar en España, donde se instaló desde muy pequeño con su familia. La opción
por el retorno a tierra americana fue también un momento crucial en su trayectoria. Beatriz Bragoni, en su reciente biografía del Libertador —el estudio más renovado, documentado y agudo sobre el personaje—, inicia el primer capítulo destacando que “seguramente debe haber sido difícil tomar la decisión de solicitar el retiro del ejército real en medio de la guerra que libraban los españoles contra Napoleón con el fin de atravesar el océano, y sumarse a la aventura de fundar un nuevo orden social y político en América”. En efecto, en la encrucijada que desde 1808 experimentaba España con la ocupación de las tropas francesas, San Martín abandonó su plaza como soldado del rey, ganado por el espíritu que compartían varios criollos en la península de romper definitivamente con el lazo colonial. Su participación en las muy difundidas logias secretas de vinculaciones masónicas lo llevó a abrazar la causa revolucionaria y a cumplir en ella un activo papel desde su desembarco en el río de la Plata. Su carrera militar al frente de los ejércitos es bien conocida, co-
mo lo es el hecho de que casi todas sus batallas se libraron fuera de las fronteras de lo que terminó siendo el territorio de la República Argentina. De allí que el combate de San Lorenzo, ocurrido el 3 de febrero de 1813 junto al convento de San Carlos de dicha localidad santafesina, ocupe un lugar tan importante en nuestra memoria histórica, aunque no represente más que un episodio de menor escala frente a la campaña
“Su participación en logias de vinculaciones masónicas lo llevó a abrazar la causa revolucionaria” continental que desplegó más tarde en Chile para concluir en Perú. En esa gesta, San Martín mostró su expertise como militar de carrera, poniendo al servicio de la causa independentista su saber sobre el arte de la guerra y su entrenamiento para intentar convertir a las fuerzas patriotas en
verdaderos ejércitos reglados. Su apuesta por el disciplinamiento de las tropas —que puso en práctica en Mendoza cuando asumió el cargo de gobernador intendente de Cuyo en 1814— y su insistencia en desplazar la estrategia bélica desde el Alto Perú hacia el Pacífico desembocaron en los triunfos en suelo chileno a partir de 1817. La guerra fue, entonces, su terreno preferido, mientras la política constituía un campo en el que se sentía menos a gusto. No obstante, sus ideas sobre el orden futuro para los territorios que contribuyó a liberar eran claras: la monarquía constitucional y la centralización del poder fueron los moldes en los que se volcaron sus proyecciones políticas. En este sentido, los clásicos paralelos trazados con respecto a Bolívar los alejaban en un aspecto crucial: el general venezolano apostó siempre por la república y por ocupar un papel central en la política. Su vocación militar se entrelazaba así con la del gran legislador y diseñador de constituciones. Pero en lo que coincidían ambos libertadores era en el rechazo visceral hacia el federalismo. Si para San Martín una monarquía podía fungir como base de un orden centralista, para Bolívar la república no podía sino estar encabezada por un presidente con fuertes atribuciones hasta el punto de proponer la figura del presidente vitalicio. Las narrativas históricas tejidas en torno a lo ocurrido en Guayaquil no dejaron de invocar que una de las variables del duelo entablado en la misteriosa conversación fue definir el futuro rumbo americano en clave monárquica constitucional o republicana. Tampoco dejaron de observar la más favorable correlación de fuerzas militares y políticas que reunía Bolívar con base en la República de Colombia creada poco tiempo antes, frente al desgaste que sufría San Martín como Protector del Perú. Lo cierto es que, más allá de las hipótesis, la imagen mítica de dos rivales que disputaban por obtener el honor de la victoria final sobrevivió a las controversias y, tal como afirmó el gran historiador argentino Tulio Halperin Donghi, “Borges incorporó a su universo narrativo el episodio en que los destinos paralelos de los dos libertadores hispanoamericanos finalmente se cruzaron”. En ese cruce se cifró el final de la carrera de San Martín y el inicio de un proceso de construcción memorial que más tarde lo consagró en el Panteón de Héroes de la Patria.
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En el nombre del padre
El revolucionario conservador ¿Qué pensaría —y haría y diría— el Libertador de América si contemplara la situación en que se debate en la actualidad esta postergada región del planeta?
Sebastián Riestra sriestra@lacapital.com.ar La Capital
A José de San Martín le disgustaban profundamente los tumultos sociales. Durante su larga estancia en Europa, en el último tramo de su agitada vida, se convirtió en testigo involuntario de revueltas populares y su decisión fue alejarse de aquellos sitios donde se producían: lo hizo tanto en Bélgica, en 1830, cuando ante los estallidos partió desde Bruselas hacia París,
como en Francia, en 1848, cuando la agitación revolucionaria lo impulsó a abandonar su confortable residencia rural en Grand Bourg, en las cercanías de la capital gala, para dirigirse a Boulogne sur-Mer, en la costa del canal de la Mancha, donde finalmente moriría en 1850. Lo curioso es que este hombre de rígida formación militar y monárquico convencido, a quien le repelía el pueblo en las calles, fue el mismo que hizo una enorme contribución a la liberación de Sudamérica del yugo español, con sus inspiradas campañas en Chile y Perú. Fue el mismo que, empapado de amor por su patria, re-
gresó de España, justamente, dejando atrás una prometedora carrera en el ejército peninsular, para embarcarse en una aventura de final incierto en la que comprometió la totalidad de su vida, dando ejemplo de abnegación, talento y modestia. Los cautelosos especialistas suelen ser remisos a las hipótesis y extrapolaciones temporales, pero acaso por una vez valga la pena dejar de lado tantas precauciones y traer a San Martín al presente: ¿qué pensaría —y diría y haría— el Libertador de América o Padre de la Patria, tal cual se lo designa con unción, si contemplara la situación en la que
se debate hoy la región del planeta por la cual él entregó nada menos que todo? La imaginación dibuja
“Los mismos pueblos por los cuales él luchó con tanto vigor deberían profundizar en el significado de su figura” inevitablemente un rictus de desagrado en su severo rostro: América latina está más dividida que nunca. San Martín, ejemplo de líder éti-
co, ocupa junto con el gran Manuel Belgrano la cima del canon nacional argentino. Sin embargo —triste paradoja—, la ideología que dio sustento a su acción militar y política sería estigmatizada, de ponerse en práctica en la actualidad, por las élites dominantes de los países sudamericanos, que arrugan el ceño ante la mera mención de esa palabra, “ideología”. Es que el glorioso vencedor de San Lorenzo, Chacabuco y Maipú, conservador como era, fue sin embargo un auténtico revolucionario —y esta es una nueva paradoja—, que enfrentó sin vacilaciones al poderoso imperio español para independizar a estas tierras sometidas. Acaso la cualidad ejemplar de San Martín, entonces, debiera extenderse más allá de las fronteras del valor y la ética personales para encarnar objetivos políticos, similares en su esencia a aquellos que él defendió con su espada. Los mismos pueblos por los cuales él luchó con tanto vigor deberían, sin dudas, profundizar en el auténtico significado de su figura, que sectores interesados en convertirlo en una mera estampa de revistas infantiles han procurado tergiversar desde siempre. Para adueñarse del futuro —deberían recordar—, primero hay que reconquistar el pasado.
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En el nombre del padre
Un gesto que pocos conocen del Libertador, después del gran triunfo en Maipú, revela la madera de la que estaba hecho Federico Lorenz Historiador y novelista
Mi reencuentro con José de San Martín fue tardío. Tal vez por una cuestión generacional: empecé la escuela primaria en 1976 y el Padre de la Patria era omnipresente. Luego, durante mi formación como historiador todo lo que oliera a próceres, historia política y militar, era mal visto. Sin embargo, el paso del tiempo me devolvió la figura del padre de todos los argentinos impuesto por tradición y materializado en monumentos, plazas, edificios y escuelas en todos los rincones del país. Pocas relaciones tan complejas para los seres humanos como la que viven con sus progenitores. Imaginen entonces cuando se trata del Libertador (queda para otra vez esta especulación: si don José es el padre, ¿quién sería la madre de los argentinos? ¿Evita? Vaya poderosísima combinación). En torno a la figura sanmartiniana, hay algunas cuestiones que la vuelven fascinante. En particular, su forma de entender las ideas y los proyectos y su capacidad de liderazgo. Fue un militar profesional, lo que lo distingue de muchos de los próceres nacionales. Como señala el historiador británico John Lynch: San Martín reunió “una combinación de talentos única entre los libertadores: destreza militar en los ámbitos de la estrategia y la táctica, un conocimiento de las ideas ilustradas y, quizá por encima de todo, una autoridad nacida de su participación en algunos de los acontecimientos cruciales de la historia moderna”. Sólo con ese bagaje fue posible concretar su plan de liberación continental, la hazaña militar que, según explica Rodolfo Terragno, había pergeñado un militar escocés, lord Thomas Maitland. Fue, para volver a Lynch, “el más europeo y americano de los próceres argentinos”. Esa doble condición, en una cultura aún tan binaria como la argentina, se paga cara. Por ello, su exilio es el más comprensible de todos los exilios célebres y le dolió tanto que dejó por escrito una de las pocas expansiones que se permitió. En abril de 1829, le escribió a Tomás Guido: “Yo no sé si es la incertidumbre en que dejo al país y mis pocos amigos u otros motivos que no penetro, ello es que tengo un peso sobre mi corazón que no solo me abruma sino que jamás he sentido con tanta violencia”. Yo imagino a un San Martín parco, tomado por la necesidad de actuar grandes ideas. Sigamos a Lynch: “Los acontecimientos históricos, las estructuras y sus movimientos, la continuidad y el cambio, dependen de la mente y la voluntad humanas. Los líderes con-
Un héroe melancólico y distante
centran las acciones de los hombres, y en la revolución sudamericana San Martín estuvo al frente con sus ideas y acciones, condujo la revolución más allá de sus fronteras e intereses nacionales y
le otorgó identidad americana. Esa era su misión y esa fue su gloria. San Martín estaba justificadamente orgulloso de su jefatura y con razón se sentía ultrajado por cualquier insinuación que pusiera
en duda su buena fe o buscara minar su autoestima”. Y fue un grande. Como cuando luego de la batalla de Maipú, con la sola compañía de su ayudante, el irlandés
John O’Brien, leyó una a una las cartas que delataban a los traidores. Cuenta Bartolomé Mitre, en su Historia de San Martín: “Allí estaban las pruebas escritas de la traición de muchos chilenos que, aterrados por el desastre de Cancha Rayada, habían abierto comunicaciones con el enemigo triunfante, declarándose entusiastas realistas. Este fue el único botín de la victoria que el generalísimo se reservó, y que a nadie comunicó”. Tras leerlas, las quemó todas. La autoridad y la grandeza en un mismo gesto, algo que no suele abundar. En un cuento de Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Lainez, el protagonista es un granadero, el indio Tamay. Se trata de un inválido de guerra que deslumbra a quien quiera escucharlo con sus anécdotas. Le llega la noticia de la muerte de su jefe y no la cree hasta que es el mismo dios Marte quien se le aparece y la anuncia. Entonces “el indio Tamay entra en su rancho; abre la petaca y saca de él su uniforme. Lentamente, con sacerdotal unción, lo viste. Parece más alto, ahora, y más digno, con la ropa azul y encarnada, con las palas de bronce escamadas fijas en los hombros, con sus áureos botones, la manga vacía cuelga a un lado y junto a ella el sable le bate la pierna herida”. En el camino a la plaza, se bate a duelo con un borracho que no comparte su dolor. Lo detienen, y sigue la historia: “Mientras el granadero camina hacia la prisión, todas las campanas de Buenos Aires empiezan a doblar, para él, para que solo él las oiga”. En Noticias secretas de América, la novela de Eduardo Belgrano Rawson, San Martín es el Indio. Leemos una escena bellísima, en la que nos enteramos de que en La Punta, en San Luis, hay una caja de roble llena de cartas: “En el cofre había otros fajos. Muchas cartas tenían los bordes comidos y habían sido enviadas a soldados muertos. Es decir, los soldados ya estaban muertos antes de recibirlas”. Durante la campaña, el que quisiera escribirle a un granadero, debía dirigir la misiva allí, a esa casa en La Punta. Para este historiador lo que vuelve a San Martín entrañable es que fue un héroe melancólico y triste, como el día en que, victorioso, mientras revisaba y quemaba las cartas de los traidores realizó esa inmersión profunda en la condición humana. Un sabio estoico, pero a la vez capaz de alentar con su fuego a quienes lo siguieron: “Los últimos granaderos volvieron a Buenos Aires una mañana de otoño. Sólo quedaban siete hombres de las legiones del Indio que cruzaron la cordillera”. Conmueve imaginar lo que sostuvo a ese puñado de hombres durante tantos años en los que pasaron de formar un ejército a ser hilachas de regimientos. Hay una mística poderosa allí, que no debe ser ni menospreciada ni malversada. Lo constaté en entrevistas a ex soldados combatientes de Malvinas. Las evocaciones de la figura de San Martín por parte de hombres que estuvieron bajo fuego en las islas son constantes. Como si un hilo invisible los uniera a Tamay, o a alguna carta de caligrafía dificultosa conservada en esa caja de roble de La Punta.
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En el nombre del padre
vilegiado para entender el trayecto de un individuo comprendido entre dos mundos, Europa y América, en la encrucijada del fin de imperios ibéricos, el impacto de las revoluciones liberales y la explosión de nacionalismos sin naciones constituidas en el temprano siglo XIX. Un personaje crucial, y al mismo tiempo ejemplificador, que atestigua los límites de los enfoques nacionales para interpretar las transformaciones políticas resultantes de la revolución y la guerra, las formas de gestión del poder independiente, y lo que no es menor, las relaciones conflictivas en torno a la difusa delimitación y competencias de las entidades políticas convertidas en naciones/repúblicas/ Estados erigidas del colapso imperial español. Un líder revolucionario convertido en Libertador de medio continente que, a diferencia de sus contemporáneos, observó y vertió opinión sobre el violento y creativo proceso de construcción estatal y republicano desde la atalaya de la Monarquía de Julio.
“Volcaría convicciones arraigadas para gobernar los Estados de América que priorizaron el orden a la libertad”
San Martín en Perú, donde mostró sus aptitudes como gobernante.
San Martín, un hombre político La autora de un importante libro dedicado al Libertador, de edición reciente, se concentra sobre aspectos menos conocidos de su trascendental figura
Beatriz Bragoni (Incihusa-Conicet, UNCuyo)
El interés por escribir una biografía política de San Martín tiene como telón de fondo la nueva agenda historiográfica sobre las revoluciones de independencia hispanoamericanas. Dicha revitalización me incitó a analizar las concepciones y prácticas políticas ensayadas que lo erigieron en actor protagónico de las guerras de independencia de Sudamérica en un contexto marcado por la incertidumbre y la indeterminación de las comunidades políticas que contribuyó a forjar. Su trayectoria (como la de otros líderes revolucionarios hispanoamericanos) ilustra con precisión que la independencia no suponía ninguna forma de go-
bierno determinada, sino que fue resultado de debates y proyectos políticos rivales que bascularon entre la conveniencia de erigir monarquías constitucionales o repúblicas. Las preferencias del Libertador se inclinaron por la primera por entender que se trataba de la ingeniería institucional más adecuada para fijar las bases del gobierno representativo en América del Sur, un criterio que radicaba en el triple convencimiento que había acunado en el trayecto que lo condujo de España a Londres y al río de la Plata revolucionario: el concepto “gradualista de la libertad”, la convicción de que el “estado social de los pueblos” no daba garantías para erigir repúblicas al estilo del experimento norteamericano en los territorios que habían formado parte de la América española y el rechazo a la “federación” en benefi-
cio de sistemas centralizados como artefacto primordial para frenar la “hydra” de la anarquía y afianzar el orden político. Tales ideas sintetizan la médula de la cosmovisión política de San Martín que de ningún modo habían pasado desapercibidas por las historiografías nacionales que en Argentina, Chile y Perú se hicieron eco de su accionar. Pero los supuestos y preguntas que guiaron la pesquisa fueron diferentes en cuanto me interesó examinar las ideas y prácticas políticas de San Martín en el mundo cambiante que le tocó vivir, y dejar en suspenso la matriz reivindicativa que modeló (y aún modela) la imagen del héroe como arquetipo moral de la nación. En su lugar, el libro propone desacoplar la trayectoria pública del personaje de la fabricación del mito que resultó de la batería de
iniciativas intelectuales y políticas que lo ubicaron en la cúspide del panteón nacional en el siglo XIX. Allí radica la clave de su estructura: seis capítulos dedicados a narrar la vida de San Martín que recoge la opción por la causa de América, su estelar periplo emancipador y los años del ostracismo voluntario, y los dos restantes que ejemplifican los usos públicos de su legado en el montaje simbólico del edificio republicano, y el giro operado en la liturgia estatal en la etapa de entreguerras que concilió la memoria sanmartiniana con el nacionalismo militar y la perdurable noción de “historia-práctica” como dispositivo primordial de la pedagogía patriótica o cívica. Ese doble registro narrativo (que es también explicativo) hizo de la vida de San Martín un mirador pri-
Sería justamente en el estadio parisino donde el viejo guerrero de la independencia optimizaría intervenciones propias para cincelar la imagen que difundirían los cronistas, escritores y publicistas del pasado revolucionario, y volcaría en su correspondencia testimonios firmes de convicciones arraigadas para gobernar los Estados de América que priorizaron, una vez más, el orden frente a la libertad. Así lo confesó a su regular interlocutor Tomás Guido en los años treinta, y volvería a reiterarlo ante Juan Manuel de Rosas antes y después de 1845. Pero tal vez sea el intercambio epistolar que mantuvo con el general F. A. Pinto en 1842 el que mejor ilustre el zócalo íntimo de las preferencias políticas sanmartinianas cuando valoró la Constitución de Chile y aceptó haberse equivocado en pensar la dificultad de erigir repúblicas en el continente. La respuesta del primer chileno que el general había conocido en Buenos Aires en 1813, cuando portaba credenciales para viajar a Londres con el fin de federar los emprendimientos patrióticos y promover la protección inglesa en materia de comercio, resulta elocuente. En aquella oportunidad, el chileno expresó al legendario capitán del famoso Ejército de los Andes: “Pero Ud. que conoce la fisonomía de nuestro país, habrá advertido que nunca lo haremos a manera de la democracia de Estados Unidos, sino republicanos a la española”.
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En el nombre del padre
Entre la memoria y la historia San Martín rechazaba el federalismo y era partidario de la monarquía. Las dificultades de compatibilizar el conocimiento real de su figura con el homenaje Camila Perochena Historiadora. Docente en la UNR y en la Universidad Torcuato Di Tella
En el 2014 tuve una conversación con San Martín en el Museo Histórico Nacional, dirigido en aquel entonces por Araceli Bellota. Allí se había instalado un holograma del prócer montado sobre el daguerrotipo tomado en su vejez, que interactuaba con los visitantes respondiendo a las preguntas e inquietudes del público. Un empleado de la institución representaba la voz del héroe de la patria que, además de hablar, hacía caras, se enojaba y reía. Mi visita al museo tenía el objetivo académico de recoger material para mi tesis de doctorado dedicada a explorar los usos políticos del pasado durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner. Por eso, aproveché la ausencia de público y decidí hacerle algunas preguntas a la figura interactiva con el fin de analizar la manera en que el guion museográfico recuperaba la memoria de San Martín. Arranqué con una pregunta clásica, uno de los enigmas que recorren la historia de su biografía: “¿Qué ocurrió en Guayaquil, en la famosa entrevista que tuvo con Bolívar y tras la cual abandonó el escenario de guerra peruano?”. Su respuesta reprodujo el argumento de la conocida “carta Lafond”: manifestó que no podían convivir dos liderazgos militares en la independencia de Perú y que por tal razón había decidido renunciar para evitar las luchas intestinas y las divisiones dentro del bando independentista. La respuesta replicaba el sentido común más extendido en la memoria histórica argentina: la renuncia era la mejor muestra del honroso y heroico sacrificio de San Martín en contraposición a las ambiciones de Bolívar. La segunda pregunta apuntaba a las preferencias políticas del héroe: “San Martín, ¿qué opinás de la monarquía?”. La reacción fue lacónica: él —San Martín— no estaba de acuerdo con el rey de España y por tal motivo luchaba por la Independencia. Decidí indagar un poco más y le
solicité que se explayara sobre sus conocidas y públicas preferencias por la monarquía constitucional como forma de gobierno para las nuevas soberanías americanas. El holograma del prócer comenzó a titubear para luego justificarse: “Bueno, sí, yo prefería eso porque en aquella época la mayoría de los países eran monárquicos”. La respuesta era rigurosamente cierta, pero no dejaba de ocultar el intento de excusar a San Martín por sus elecciones políticas. Parecía ser que el contexto no le había dejado más opción que la de preferir la monarquía. Finalmente, la última pregunta que cierra esta anécdota apuntó a explorar sus consideraciones sobre el federalismo, habida cuenta de sus reiteradas declaraciones en favor de un sistema centralizado de poder. Nuevamente aparecieron la incomodidad y el titubeo: el San Martín de 2014 intentaba exculpar al San Martín de comienzos del siglo
El único daguerrotipo que existe del Libertador de América, tomado en 1848.
XIX diciendo que “en los hechos, no necesariamente en las palabras, él era federal”. Y para ejemplificarlo citó otro argumento clásico del mito: el de la “desobediencia” del jefe del Ejército de los Andes frente al Directorio cuando se lo intimó a contribuir con las tropas bajo su mando a la guerra que el gobierno central sostenía con los caudillos federales del Litoral. En suma, el San Martín del museo era el abnegado héroe que renunció a la gloria de conducir la gesta independentista hasta su definitiva concreción continental, y en el fondo era además
un republicano y un federal que se vio compelido a adaptarse en algunos momentos a las circunstancias imperantes. Como toda memoria histórica, la de San Martín combinaba recuerdos y olvidos. En este caso, se buscaba olvidar tres tópicos que no se ajustaban a la representación que el kirchnerismo quería ofrecer del prócer: su oposición al federalismo, su preferencia por la monarquía y el enigma de Guayaquil. Los tres temas fueron ampliamente desarrollados por Beatriz Bragoni en su último libro, “San Martín. Una biografía política del libertador”. Sobre la cuestión del federalismo, sabemos que San Martín no se ahorraba ninguna crítica, tal como lo expresó en una carta dirigida a Godoy Cruz en la que confesaba: “Me muero cada vez que oigo hablar de federación”. En tal dirección, sobre el argumento de que la “desobediencia” antes mencionada expresaría sus simpatías federales, Bra-
goni sostiene que tales simpatías eran más bien nulas, y que el gesto de no acatar las órdenes del Directorio fue producto de su voluntad por sostener el plan militar de continuar con su campaña hacia el Perú una vez liberado Chile. Respecto de las preferencias por el establecimiento de monarquías constitucionales y por la centralización del poder, San Martín consideraba que la monarquía era la solución adecuada para evitar la anarquía y que era imposible erigir repúblicas en los países de América latina. La concentración del poder era vista como el remedio para ganar la guerra y afianzar la independencia. En sintonía con estas convicciones, en Perú se convirtió en Protector —uniendo en su figura el mando político y militar— hasta tanto se concluyera la independencia y se reuniera un congreso constituyente. Procuró negociar el reconocimiento de la independencia a través del envío de un príncipe de linaje para encabezar el edificio político peruano, e instó a O’Higgins para que Chile instaurara una monarquía constitucional. Las inclinaciones de San Martín por la monarquía despertaron críticas entre muchos de sus contemporáneos, que lo veían como el “Rey José” o que asociaban su conducta a la de Napoleón Bonaparte. En cuanto a la enigmática entrevista entre San Martín y Bolívar en Guayaquil, en una situación militar crítica que podía terminar con la derrota patriota en el escenario de guerra peruano, sabemos que las fuentes son esquivas a la hora de dar cuenta de lo sucedido. Según Bragoni, la mayoría de las fuentes indican que lo que distanciaba a los libertadores era, por un lado, el lugar que cada uno iba a tener en el escenario militar, y por otro lado, la forma de gobierno que se debía adoptar. Mientras San Martín optaba por el modelo de la monarquía constitucional moderada al estilo británico, Bolívar sostenía que dicho modelo no era conveniente para países nacidos de revoluciones a los que se ajustaba mejor un sistema republicano centralizado y concentrado en un poder ejecutivo fuerte. Si bien esta divergencia política no se hizo pública oficialmente, los términos de la entrevista serían registrados por un oficial del ejército de los Andes que le hizo saber a O’Higgins que Bolívar había increpado a San Martín aludiendo a sus supuestas pretensiones de convertirse en rey. El San Martín representado en la memoria del Museo Histórico Nacional es muy distinto al San Martín retratado por historiadores como Beatriz Bragoni. Las dos representaciones muestran las tensiones que, habitualmente, se dan entre memoria e historia. Durante las celebraciones de la Revolución Francesa, la historiadora Mona Ozouf se preguntaba si era preciso elegir entre conocer y conmemorar, es decir, entre la racionalidad del trabajo histórico y la emoción de la conmemoración. En este nuevo aniversario del fallecimiento de San Martín podríamos preguntarnos si es posible, al mismo tiempo, conmemorar y conocer al prócer.
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En el nombre del padre
San Martín y la “infanta mendocina” La relación entre el Libertador y su hija Merceditas estuvo signada por el amor y la solidaridad, pero los comienzos no fueron fáciles. Las notables “Máximas” que le dedicó
Miguel Ángel De Marco (*) Historiador
Luego de visitar la tumba de su mujer en el recién habilitado cementerio de la Recoleta y de ordenar que se grabase una placa de mármol con la leyenda “Aquí yace la esposa y amiga del general San Martín”, el Libertador y su hija Mercedes Tomasa, de siete años, partieron el 10 de febrero de 1824 en el navío francés Le Bayonnais rumbo al puerto del Havre. Dos personas destinadas a amarse y asistirse durante toda la existencia experimentaban el aprendizaje de la vida en común. El general, de 46 años, acostumbrado desde la niñez a la dureza de la vida de guarnición y campaña, debía compartir de pronto casi todas las horas del día con una criatura que hasta el instante de zarpar conocía sólo los halagos de una abuela en extremo complaciente y las comodidades propias de una de las casas distinguidas de Buenos Aires. Merceditas tendría que adaptarse a las rígidas costumbres de un soldado, por más que éste procurase suavizar su severo talante. Según le narró al coronel Olazábal, “la chicuela era muy voluntariosa e insubordinada, ya se ve, como educada por la abuela; lo más del viaje lo pasó arrestada en un camarote”. Tras dos meses de navegación, el buque llegó a destino. Posiblemente hayan precedido al arribo de San Martín informes confidenciales acerca de su viaje, pues sus papeles fueron incautados y prolijamente revisados para serle devueltos días más tarde. Reinaba Luis XVIII de Borbón, quien veía transcurrir sus últimos días en un país agitado por los enfrentamientos entre ultramonárquicos y liberales, que se proyectaban en todos los aspectos de la vida de la nación. Apenas tuvo sus documentos, el Libertador y Mercedes se trasladaron el 4 de mayo a Southampton, Gran Bretaña. En aquella rumorosa urbe marítima, el general se encontró con su antiguo camarada lord James Mac
Remedios Escalada.
Duff, earl (conde) de Fife, quien lo introdujo en la alta sociedad. Era, dijo de San Martín, el gran promotor de la libertad americana y por sus costumbres y trayectoria, un digno émulo de Washington. En un banquete que se celebró en conmemoración de la independencia norteamericana, al que concurrió especialmente invitado, se encontró con sus antiguos amigos García del Río y Paroissien, y con otros que no lo eran, como Alvear. A los postres, el primero pronunció cálidas palabras y San Martín alzó su copa para brindar por Bolívar y por la pronta y feliz culminación de la campaña. Alvear distorsionó las expresiones del Libertador en un informe al gobierno de Buenos Aires, manifestando que conspiraba para imponer el sistema monárquico en América con el general mexicano Agustín de Iturbide, quien luego de proclamarse emperador de su patria y de reinar por escaso tiempo había abdicado y marchado a Europa. Se hizo circular durante aquellos días un libelo titulado “La ida del general San Martín”, cuya autoría se atri-
Mercedes Tomasa San Martín.
buyó a Alvear, como también una caricatura del Libertador que lo mostraba con la corona del Perú escapándosele de las manos. En cuanto a la entrevista con Iturbide, que éste le pidió por carta, no se sabe si efectivamente se realizó, pues el mexicano regresó a su patria con el fin de derrocar al gobierno, pero fue capturado y fusilado. San Martín y Merceditas permanecieron en Inglaterra hasta diciembre, tras recorrer distintos lugares del país. Por gestión de lord Fife, el general fue designado ciudadano honorario de Banff, localidad vecina a las posesiones de su amigo en el norte de Escocia. En Londres intervino en las gestiones para adquirir dos fragatas para reforzar la armada peruana, circunstancia que suscitó el enojo de Bolívar, a quien le habían hecho creer que San Martín buscaba un nuevo papel en la vida del Perú. Tomás Guido se lo informó en una de sus frecuentes cartas. Los ojos del general volvieron a posarse en Francia. Su hermano Justo Rufino, que residía en París, hizo gestiones para que el ministro de Interior, conde de Corbière, le otorgase el correspondiente permiso, pero no lo
logró. Entonces, resuelto a hallar una estabilidad que permitiera que su hija comenzase una educación sistemática, decidió viajar a los Países Bajos. Una vez obtenida su admisión, retiró a Mercedes de la pensión inglesa donde la había dejado y a fines de 1824 se estableció en una casa ubicada en el número 1422 de la rue de la Fiancée, en las afueras de la ciudad de Bruselas. San Martín halló de inmediato su lugar en aquella ciudad ordenada, de espíritu abierto y cosmopolita, y se vinculó con personalidades distinguidas que lo introdujeron en los círculos liberales como hombre que había brindado sus esfuerzos a la independencia de pueblos sometidos por un monarca absoluto. Incluso, la masonería le tributó un poco frecuente homenaje al acuñar una bella pieza en su honor. La Logia Parfaite Amitié (Perfecta Amistad) encargó al notable grabador Jean Henri Simon que perpetuara su presencia en el Gran Oriente celebrado en su honor. Por más que habitualmente las noticias de la Argentina, Chile y Perú le deparaban momentos de amargura, tuvo la satisfacción de enterarse del
fin de la guerra de la independencia sudamericana en la gran batalla de Ayacucho, librada por Sucre contra La Serna el 9 de diciembre de 1824, donde algunos de sus oficiales y soldados granaderos, encabezados por Isidoro Suárez, se cubrieron de gloria. Pese a que extrañaba su tierra, en especial Mendoza, San Martín se sentía feliz. Pagaba mil francos anuales de alquiler por su casa de tres habitaciones y un gran jardín, suma que le parecía increíblemente barata. En ella se hospedó durante un tiempo el general Miller, con quien conversó francamente sobre sus campañas y a quien le brindó datos para sus memorias, complementados por una rica correspondencia epistolar. Es de creer que ambos soldados visitaron el campo de batalla de Waterloo, muy próximo a la ciudad, donde se alzaban, como mudos testigos de la contienda que marcó el definitivo ocaso de Napoleón, los edificios utilizados por los adversarios en las distintas fases de la lucha. Estaba orgulloso de “la infanta mendocina”. Merceditas daba muestras de sensibilidad e inteligencia. En carta a Guido, le expresaría: “Cada día me felicito más de mi determinación de conducirla a Europa y haberla arrancado del lado de doña Tomasita. Esta señora, con su excesivo cariño, me la había resabiado (como dicen los paisanos), en términos que era un diablotín”. La niña era una aplicada alumna en un colegio de monjas de Bruselas. Al conducirla al internado, el general le entregó a la religiosa que recibió los efectos personales de la niña unas “Máximas” para que reglasen su permanencia en el internado. Deseaba que Mercedes adquiriese saberes, pero sobre todo requería que se le enseñara a “humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que nos perjudican […], inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira, estimular la caridad con los pobres, respeto a la propiedad ajena, acostumbrarla a guardar un secreto, inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones, dulzura con los criados, pobres y viejos, que hable poco y lo preciso, acostumbrarla a estar formal en la mesa, amor al aseo y desprecio al lujo, inspirarla amor por la patria y por la libertad”. Pero no todo era color de rosa. San Martín carecía de recursos. El Perú le había adelantado, al tenerse certeza de su partida a Europa, dos años de pensión. El rencoroso Rivadavia no había ni siquiera amagado para ordenar el abono de sus sueldos de general. La caída de los valores en Londres; la quiebra de la banca en la que su amigo Álvarez Condarco había depositado parte de sus ahorros; la depreciación del cambio; la falta de rentas sobre algunas propiedades, excepto la casa de Buenos Aires; todo, en fin, configuraba un horizonte oscuro. (*) Extraído de su libro “San Martín. General victorioso, padre de naciones”, Emecé.
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En el nombre del padre
desde Sarmiento a Rosas
Ya en Europa, durante sus últimos años, San Martín se relacionó con dos figuras tan cruciales como controvertidas de la historia argentina Felipe Pigna (*) Historiador
Domingo Faustino Sarmiento, que visitó al Libertador en 1846, dejó este testimonio: “No lejos de la margen del Sena, vive olvidado don José de San Martín, el primero y el más noble de los emigrados […]. Me recibió el buen viejo sin aquella reserva que pone de ordinario para con los americanos, en sus palabras, cuando se trata de América. Hay en el corazón de este hombre una llaga profunda que oculta a las miradas extrañas […]. Ha esperado sin murmurar cerca de treinta años la justicia de aquella posteridad a quien apelaba en sus últimos momentos
de vida política […]. He pasado con él momentos sublimes que quedarán grabados en el espíritu. Solos, un día entero, tocándole con maña ciertas cuerdas, reminiscencias suscitadas a la ventura, un retrato de Bolívar que veía por acaso; entonces, animándose la conversación, lo he visto transfigurarse”. La salud del Libertador, que nunca había sido buena, comenzaba a deteriorarse. En 1845 comenzó a sufrir una de las enfermedades más terribles para un amante de los libros: las cataratas, que en los años siguientes prácticamente lo dejaron ciego, al punto de no poder leer ni caminar sin ayuda. Era Mercedes quien desde entonces le leía las noticias. Así pudo enterarse de que las autoridades francesas le habían ordenado a un tal Karl Marx abandonar perentoriamente París por pertenecer a la redacción de un periódico dedicado a la colectividad alemana en el que se había incluido una nota que saludaba calurosamente el fallido atentado contra la vida del rey Federico Guillermo IV de Prusia; y conocer las dramáticas noticias de la gran hambruna padecida por los sectores populares de Irlanda.
En noviembre de 1845, huyendo de los fríos franceses, hizo un viaje por el clima más benévolo de Italia. Se alojó en Roma en el hotel Minerva frente al Panteón. Dicho hotel hoy luce orgulloso en su fachada una placa que recuerda la estadía del ilustre viajero argentino. Desde la Ciudad de los Césares cruzó por mar hasta Liorna y, desde allí, se dirigió a Génova y Florencia. De allí pasó a Nápoles, como lo registra el Giornale del Regno delle Due Sicilie, del sábado 27 de diciembre de 1845, anunciando la llegada de “Giuseppe de San Martín, americano, domiciliato a Parigi, propietario”, procedente del puerto de Liorna, en Toscana. Pero el general no se olvidaba de su país, entonces agredido por la “intervención” anglofrancesa, y le escribía a Juan Manuel de Rosas: “En principio de noviembre pasado me dirigí a Italia con el objeto de experimentar si con su benigno clima recuperaba mi arruinada salud; bien poca es hasta el presente la mejoría que he sentido, lo que me es tanto más sensible cuanto en las circunstancias en que se halla nuestra patria me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios como lo hice
a usted en el primer bloqueo por la Francia, servicios que aunque conozco serían inútiles, sin embargo demostrarían que [ante] la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país, este tenía aún un viejo defensor de su honra e independencia. Ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco en manifestar a usted estos sentimientos, así como mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste”. Le contaba en una carta a su amigo Manuel Antonio Tocornal: “El viaje a Italia en el pasado invierno me ha hecho muy bien. Por excepción, en Nápoles, tuve un ataque nervioso un poco serio. El resto de la mala estación lo he pasado tan bien como puede esperarse a mi edad avanzada. Aún ignoro qué partido tomaré el próximo invierno, pues para mí es un inmenso sacrificio separarme de mi familia y de sus cuidadosos esmeros”. Pero a pesar de los achaques, le brindó un último y decisivo aporte a su país que vivía la asfixia del bloqueo impuesto por las dos potencias más poderosas de la época. Desde Nápoles, le escribió al cónsul argen-
tino en Londres, George Frederick Dickson. Este, dada la trascendencia del documento, lo hizo publicar en el periódico londinense The Morning Chronicle, que publicó el artículo con esta introducción: “Creemos que es apenas necesario informar a nuestros lectores acerca de que el general San Martín es el libertador de la Argentina, Chile y Perú”. La nota de San Martín fue leída en el Parlamento británico. La carta del Gran Jefe fue determinante para disuadir a los bloqueadores ingleses de persistir en su agresión militar y entablar negociaciones con el de nuestro país: “Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las demás provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido, que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero; ello es que la totalidad se le unirán […]. Por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya mostrado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América la misma influencia que lo sería en Europa; este solo afectará a un corto número de propietarios, pero a la masa del pueblo que no conoce las necesidades de estos países le será bien diferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante sus hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo que con más o menos pérdidas de hombres y gastos se apoderen de Buenos Aires […] pero aun en ese caso estoy convencido, que no podrán sostenerse por largo tiempo en la capital; el primer alimento o por mejor decir el único del pueblo es la carne, y es sabido con qué facilidad pueden retirarse todos los ganados en muy pocos días a muchas leguas de distancia, igualmente que las caballadas y todo medio de transporte, en una palabra, formar un desierto dilatado, imposible de ser atravesado por una fuerza europea; estoy persuadido será muy corto el número de argentinos que quiera enrolarse con el extranjero, en conclusión, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería volante, fuerza que con una gran facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires”. (*) Extraído de su libro “La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín”, Planeta.
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En el nombre del padre
“Hoy cuesta entender que haya personas que actúEn movidas por sus ideales” El historiador Diego Reinoso Mántaras analiza los años de la vuelta de San Martín al continente americano, las luchas por la Independencia, su preocupación por la guerra civil y su amistad con Manuel Belgrano
luchando por su autonomía. En 1818 López había sido designado gobernador y la provincia venía soportando invasiones ordenadas por el Directorio, que quería volverla a someter a la autoridad de Buenos Aires. El gobierno del Río de la Plata ordena tanto al ejército de Belgrano —que se encontraba en Córdoba— como a San Martín —que estaba en Chile— que se dirijan a territorio santafesino. Belgrano obedece y va con tres mil hombres hacia Rosario. San Martín, por su parte, le manda dos cartas a López, en las que se ofrece a mediar en el conflicto y a reunirse con él donde sea necesario. Las historiografías más confiables, aunque no todas, sostienen que López no las recibió, que no se consideró oportuno entregarlas, que era muy peligroso para San Martín ir al Litoral, pero esas cartas manifestaban el espíritu de mediación del Padre de la Patria, a fin de lograr la paz del Litoral y evitar esta guerra civil que tenía una influencia nefasta en la preparación de la campaña libertadora. El histórico encuentro entre los dos máximos próceres argentinos.
—¿Por qué vuelve San Martín a América, con 34 años y una importante carrera militar en Europa? —Cuando San Martín retorna está motivado, en primer lugar, por un sentimiento patriótico, porque él era americano y sentía amor por su patria. Además, hay que situarse en las corrientes libertarias de la época, hay toda una posición política de llevar adelante los movimientos independentistas en América del Sur, si bien hay algunas corrientes historiográficas que hablan de San Martín como espía de Inglaterra o ciertos intereses subalternos, yo creo que la misma conducta y desprendimiento de San Martín desmerecen la idea de cualquier interés subalterno, personal o mezquino. Creo que en él estaba la idea de llevar adelante un ideal de patria, de grandeza, y de constituirse, en lo que llamaban los romanos, un homo condito, un hom-
bre fundador, un verdadero patriota. Me parece que esa es la idea que en nuestro tiempo cuesta entender, que haya personas que actúen movidas por sus ideales. —San Martín reemplaza a Belgrano en el Ejército del Norte, mando que luego pasa a Güemes, y se dirige a Cuyo ¿A qué responde esa estrategia? —Ese plan se empieza a armar a partir de las derrotas que sufre el Ejército del Norte y los avances de los realistas en el Alto Perú, que muestran la inviabilidad de llevar la campaña por allí, entonces se lleva adelante lo que se llamó la epopeya de la Guerra Gaucha, que fue sostener la frontera para poder realizar la campaña libertadora hacia Perú por agua, cruzar a Chile y desde allí ingresar por vía marítima. Ese es el plan continental de San Martín.
—¿Buenos Aires se oponía a ese proyecto? El problema surge porque mientras se están desarrollando estos acontecimientos en el norte comienza lo que se llamó la “guerra del Litoral”, que va a significar un retraso para la campaña libertadora, ya que se van a distraer los esfuerzos del gobierno para detener a los caudillos, y ahí es donde tiene una participación importante el gobierno de Santa Fe, y en particular el gobernador Estanislao López. En ese momento hubo vinculaciones paralelas entre Belgrano, López y San Martín. Uno de los objetivos de San Martín era que primara la concordia y terminar con la guerra para poner todos los esfuerzos en la campaña libertadora y la independencia del continente. —¿Qué era la “guerra del Litoral”? —En ese momento Santa Fe estaba
—¿Cómo finaliza esa guerra? —Cuando Belgrano llega a Rosario el 12 de abril de 1819, se produce un armisticio y las tropas porteñas se retiran del territorio santafesino y entrerriano. El acuerdo se firma primero entre Viamonte y López y luego es ratificado por el mismo Belgrano en San Lorenzo. Esto es muy celebrado porque al detenerse esta lucha en nuestra zona se evitó que San Martín tuviera que mandar tropas sobre el Litoral, algo a lo que se venía negando, y permitió liberar a las fuerzas que estaban participando de ese frente. San Martín estaba muy preocupado por lo que sucedía y muy dolido por esa lucha entre hermanos, “sin perjuicio de la justa reclamación que usted tenga que hacer”, le escribe en una de sus cartas a López. Por su parte, el gobernador santafesino habla de él como el “genio de América”, tal es así que cuando San Martín está regresando a territorio argentino, una vez que se realiza su encuentro con Bolívar, López le advierte que tenía informes de sus
espías en Buenos Aires de que iba a ser juzgado e incluso corría peligro su vida. Según López, se lo acusaba de haber desobedecido la orden de dejar la campaña a Chile e invadir Santa Fe. El santafesino manifestó en su carta que eso era un escándalo inaudito cuando lo que San Martín había hecho era negarse a derramar sangre hermana, y pone a su disposición a toda la provincia en masa para esperarlo en El Desmochado, como se conocía a la región aledaña al río Carcarañá, y llevarlo en triunfo hasta la plaza de la Victoria, en Buenos Aires. Oferta que San Martín no aceptó. —¿La guerra civil fue una de las grandes preocupaciones de San Martín? —Hay una frase del prócer que lo resume: “No desenvainaré mi sable para derramar sangre de hermanos”. Es un dolor permanente en la vida de San Martín, que le pesó hasta su muerte y fue lo que lo mantuvo en el exilio. Incluso cuando le ofrecen el gobierno en la época de las luchas entre unitarios y federales, él dice: “Si mi corazón fuera mezquino, volvería” y no regresa aun cuando le ofrecen la Presidencia de la Nación. “No puedo convertirme en verdugo de mis conciudadanos, la patria no puede pedirme ese sacrificio”, sostuvo. —¿La amistad con Belgrano fue fundamental para la declaración de la Independencia? —Hubo una concepción común entre Belgrano y San Martín. Para ellos la Independencia era una necesidad y, sobre todo, compartían la convicción de cuál debía ser la forma de organizar el futuro Estado, que era una monarquía constitucional que tenía sus fundamentos desde el punto de vista de la época. Belgrano estuvo en la sesión secreta del 6 de julio y planteó, a partir de lo aprendido en Europa, cuál era la situación política del Viejo Continente y la creciente tendencia hacia la monarquización. La propuesta de esa monarquía atemperada, constitucional, incaica, cuenta con el apoyo de San Martín y en un primer momento fue aprobada por el Congreso, pero después se frustró. —De esas cartas que se enviaron, ¿hay algo en particular que haya llamado la atención? —Lo que se puede ver en esas cartas es el respeto y el reconocimiento que se profesaban, así como el patriotismo y la limpieza de intereses. Ambos manifiestan el compromiso que tenían por el bien común de la patria. Los dos hombres que podrían considerarse los próceres principales de nuestro país nos han legado una patria no sólo en lo material, sino que detrás hay valores inmortales que nos tienen que formar y llevarnos a estar orgullosos de la patria en que nacimos. Ileana Carrizo (UNR), a partir de una entrevista de Gachi Santone para LT8
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En el nombre del padre
Juan de San Martín y Gregoria Matorras, los supuestos padres del vencedor de Chacabuco.
El secreto de Yapeyú El historiador, abogado, periodista y docente universitario Hugo Chumbita es autor de un libro que abre interrogantes en torno de quiénes fueron los reales progenitores del Libertador —¿Cuál es el secreto de Yapeyú? —Durante doscientos años ha sido un secreto el origen de San Martín. En su momento él mismo se vio en la necesidad de ocultar la verdad de su filiación. Posteriormente, las historias escritas por nuestros liberales, fundadores de la historiografía que se enseña en las escuelas, tendieron a disimular las evidencias de ese origen mestizo que tiene una cantidad de indicios, elementos de convicción, para no llamarlo directamente “pruebas”. Estas nos muestran que en realidad San Martín fue engendrado por la unión de un marino español, don Diego de Alvear y Ponce de León, en
tránsito por la región de las misiones, de las viejas aldeas de origen guaraní, y una joven, doña Rosita Guarú, que la tradición oral recuerda como criada en la casa del encargado del poder político en Yapeyú. Ella quedó en la historia como la nodriza, la niñera que lo cuidó y lo amamantó en sus primeros años de vida. Este secreto fue conocido parcialmente, por un lado, por la familia aristocrática de don Diego de Alvear, y por otro lado, por la población más humilde de la región del río Uruguay donde está asentado ese pequeño pueblo de Yapeyú. El propio San Martín nos dejó una serie de evidencias en su correspondencia acerca de la incertidumbre que tenía sobre la fecha de nacimiento y su verdadera edad. Por otro lado, su partida de bautismo —que en aquella época era el certificado que acreditaba el nacimiento y la filiación— nunca apareció. Este hecho se atribuyó a la destrucción del pueblo por portugueses pero tenemos la sospecha de que no fue una pérdida casual sino que debió ocultarse. Según nuestra investigación, cuando sus padres adoptivos lo llevan a Europa y lo presentan para que ingrese a la carrera
de oficial militar, no adjuntan ningún testimonio de bautismo y solamente declaran que es su hijo legítimo. En el transcurso de su vida San Martín dejó muchas pistas sobre este tema. Por ejemplo, cuando se enfrenta con los pehuenches en la cordillera y les dice: “Yo también soy indio”. O cuando conversando con sus amigos, se burla de sí mismo como “el indio misionero”. Un dato muy revelador en la correspondencia de San Martín es que sus amigos lo llaman cariñosamente “el indio” y sus rivales, los generales españoles contra los que él pelea en la campaña por la Independencia, con mala intención lo llaman “el indio”, “el cholo”, “el mulato misionero” en una forma despectiva, para rebajarlo. Todos estos datos son muy fuertes, notables, ya que no existen con respecto a ninguno de los otros personajes de la época de tanto relieve como él. Nos muestran una verdad oculta que era muy difícil de aceptar para el régimen colonial e incluso durante la época de la Independencia por los prejuicios sociales que subsistían. —En su libro habla de una medalla que conservó Rosa Guarú hasta el
último día de su vida con mucho apego, porque siempre preguntaba por San Martín a pesar de haber tenido otros hijos… —Hay toda una leyenda acerca de un relicario, una cruz o un obsequio que ella habría recibido de manos de San Martín o a través de algún enviado, no lo sabemos. A pesar de esa incertidumbre que existe sobre ese obsequio, ese recuerdo que ella conservaba de su hijo es otro elemento más acerca de la subsistencia de toda esta tradición oral, que la reconocía como la verdadera madre. En aquella época un hijo de madre india, mestizo, hijo de un capitán, brigadier o alférez español que tenía prohibidas las relaciones con los aborígenes americanos y que había cometido una transgresión, se convertía desdichadamente en una especie de incapaz. Esto lo inhibía no solo para acceder a la carrera militar sino a cualquier cargo público, a la educación, a las propiedades o derechos civiles que tenían en aquella época los súbditos de la colonia. De tal modo que fue necesario para su padre biológico lograr que Juan de San Martín y Gregoria Matorras lo adoptaran como hijo, dado que de
otra forma condenaba a ese niño a un status inferior dentro de la sociedad de la época. Según cuenta la tradición de la familia de Alvear hasta el día de hoy, don Diego se comprometió a costear su carrera, a ayudar económicamente para que ese chico pudiera ingresar al ejército español y tener una profesión como la que adquirió y de esa forma convenció al matrimonio para que se hiciera cargo. —¿Esa sangre indígena pesó en la vida de San Martín? —Mi preocupación era observar de qué manera esto podría haber influido en su vida, en su trayecto, incluso en su actuación pública como Libertador que finalmente fue y el merecido reconocimiento de todos nuestros países. Él vuelve desde España a América y es el único de los hijos declarados del matrimonio San Martín y Matorras que lo hace. Los hermanos de crianza, los otros San Martín, no se sintieron americanos, ni quisieron volver ni acompañarlo a pesar de los pedidos de él para venir a luchar por la Independencia. Sigue en la página 11
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En el nombre del padre
Diego de Alvear: ¿el padre biológico del Libertador?
Viene de la página 10
San Martín rompe con su pasado, su familia, sus amistades, su carrera, años de servicio bajo la bandera del reino de España, peleando en Europa, en el Mediterráneo, en África. Rompe con todo eso, se convierte en un traidor incluso para el reino de España que nunca más va a volver a pisar y se viene a América donde aparentemente nadie lo esperaba, a luchar por la causa de la Independencia. Ese viraje en su vida solamente se puede explicar por un hecho muy importante, una decisión que él toma justamente, según nuestra investigación, en el momento que se encuentra con Carlos de Alvear y Diego de Alvear, su medio hermano y su padre biológico, en el puerto de Cádiz, donde los tres están destinados. Allí tienen una estrecha vinculación y es el momento en que conoce toda la verdad de su origen y donde además tienen que hacer un acuerdo, un pacto de silencio en torno al tema porque esto afecta la carrera de San Martín y también el crédito de su padre natural, que ha incurrido en esa falta de tener un hijo con una mujer americana.
Choca con todos los prejuicios de la llamada pureza de sangre y el régimen de castas que se había establecido en América con códigos muy estrictos y rígidos que obligaban, para poder ascender socialmente, a probar la inexistencia de mezcla con cualquier tipo de moro, judío, negro, mestizo o persona que no fuera un “cristiano viejo”, como se llamaba en aquella época. Esa tremenda rigidez, la concepción de la pureza de sangre, desdichadamente es un prejuicio que hasta el día de hoy nos cuesta desarraigar de la cultura de los países de descendencia europea. —En agosto del 2000 se presentó en el Senado un proyecto sobre el origen de San Martín y la posibilidad de realizar un estudio de ADN. ¿En qué quedó? —Uno de los descendientes de la familia Alvear tuvo la idea de realizar un ADN en el año 2000. La oposición del Instituto Sanmartiniano y de la Academia Nacional de la Historia dejó sin efecto esa iniciativa. La replanteamos ante la Secretaría de Cultura y la Cámara de Diputados, que nos avaló la investigación, pero esto tropezaba con una falta de regulación acerca de quién
Carlos María de Alvear: ¿su medio hermano?
tiene derecho a pedir un ADN de una persona muerta hace una cantidad de generaciones. Esa ambigüedad legal que existe hasta el día de hoy también fue un impedimento cuando acudimos a la Justicia. Los jueces de la Cámara Civil de la Capital desestimaron una acción judicial que planteamos hace cuatro años. Esto nos ha impedido llegar a establecer esa doble filiación haciendo el estudio de ADN que podría resolver definitivamente cualquier duda al respecto. La Justicia lamentablemente también es víctima de los prejuicios, de las presiones que ejerce cierto sector muy retrógrado de nuestra sociedad. Sólo podría resolverse por una decisión legislativa difícil de tomar porque nunca quisimos que se politice en el terreno de discusión de los partidos. Pienso que como todos los temas que tienen que ver con los viejos prejuicios sociales, poco a poco se va ir despejando y siempre está abierta la posibilidad de llegar a establecer esa prueba definitiva.
de Rosa Guarú, la madre biológica, aunque hay indicios. Pero están los descendientes de ella que viven en Corrientes y los descendientes de Alvear que viven en Buenos Aires. Eso abre la posibilidad de compararlo con el ADN de San Martín removiendo sus restos que están en la catedral o a través de su cabello que está en el Museo Histórico Nacional, es decir que hay muchas vías posibles para hacer el estudio. Esto requiere superar cierto vacío legal, los prejuicios de los poderes públicos y que avancemos en la disipación de los viejos prejuicios que todavía hacen que mucha gente no entienda que en definitiva todos somos descendientes de dos grandes etnias, la europea y la americana, que en determinado momento se fusionaron y dieron origen a nuestra sociedad. Somos en definitiva todos descendientes de una gran conjunción de dos etnias que confluyeron para que formemos el pueblo que somos.
—¿Se necesita una muestra de Rosa Guarú para comparar? ¿Se ubicó la tumba de la que se considera la madre biológica de San Martín? —No fue posible localizar los restos
—¿Por qué entre los historiadores hay quienes chocan de frente contra lo que unos pocos se animan a decir sobre nuestra verdadera identidad? ¿Qué se discute ahí?
—En nuestro país existe un fuerte debate historiográfico desde hace muchos años que sorprende a algunos observadores extranjeros porque no se da con la misma intensidad en otros países. Ocurre que aquí, sobre todo Mitre y sus discípulos en la época de organización del Estado nacional formaron una historiografía muy dogmática y consistente para descalificar los proyectos del federalismo popular, de los caudillos, de toda una vertiente histórica que se implantó con mucha fuerza en el sistema de enseñanza pública. La fuerza que tiene esa versión liberal de la historia es la que motivó también la réplica de las diversas corrientes revisionistas. Y San Martín es una de otras tantas cuestiones que tenemos que revisar de nuestra historia para saber quiénes somos. Otros países no han sufrido tanto como el nuestro una imposición de verdad histórica y por lo tanto estamos en esa lucha con mucho interés de la opinión pública sobre los temas históricos. Victoria Arrabal (UNR), a partir de una entrevista de José Maggi para LT8
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En el nombre del padre
Enseñanza y patriotismo La evolución en las aulas de la mirada sobre San Martín a lo largo del tiempo. El valor de sumar a la historia patria elementos reflexivos
Adrián Ascolani Director del Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Conicet-UNR
El general José de San Martín fue consagrado como héroe nacional por los historiadores de la segunda mitad del siglo XIX, al mismo tiempo que las provincias experimentaban la formación de sus sistemas educativos y establecían el currículo que sería desarrollado en las aulas. La creación del Colegio Nacional en 1863 y de la Escuela Normal en 1870, ambos de dependencia nacional e instalados progresivamente en todas las capitales de provincias, así como la sanción de la Ley de Educación Común Nº 1420, para escuelas primarias de Capital Federal y Territorios y Colonias Nacionales, en 1884 —modelo adoptado en gran medida por las provincias— contribuyeron a la articulación de un sistema educativo nacional. Éste se unificaría más aún luego de la sanción de la Ley 4574, en 1905, que permitió la creación de escuelas primarias nacionales en las zonas rurales de las provincias bajo dependencia del Consejo Nacional de Educación. El sistema educativo nacional, cuyo nivel superior era conformado por las preexistentes universidades de Buenos Aires y Córdoba, a las que se sumaron otras en tres provincias, y cuyo nivel especial abarcaba otras escuelas específicas de carácter técnico y profesoral, fue la estructura necesaria para que los prohombres del pasado nacional estuvieran presentes en gran parte de los programas de estudio, difundiendo así sus virtudes en la heterogénea masa de población residente en la Argentina, cuyas tres cuartas partes era de origen inmigrante en la primera década del siglo XX. De tal modo la Historia académica, escrita por intelectuales y universitarios, fue la base de la Historia Patria que reemplazó a la Historia Universal en el último tercio del siglo XIX, en la enseñanza primaria, y ganó espacio en la educación secundaria. La Historia Patria surgió en la Argentina al mismo tiempo que otros países europeos y latinoamericanos la instalaban en el currículo escolar, siendo en este caso una necesidad sentida por la élite gobernante para delimitar una historia oficial que valorase en forma adecuada las acciones y agentes del progreso, o del retraso, en cuanto a la modernización nacio-
El mito está vivo: la famosa acción de la batalla de San Lorenzo donde Cabral salva la vida de San Martín.
nal. Al estar inspirada en los modelos educativos europeos, esta historia nacional tomó el énfasis militarista que respaldaba la expansión colonial en Asia y África. No obstante, aun cuando en el caso argentino existía un proceso de expansión territorial ocupando áreas indígenas y estaba todavía fresca la Guerra del Paraguay, la enseñanza de la Historia Patria tuvo el objetivo político explícito de contribuir a asimilar la inmensa población infantil inmigrante, o de primera generación argentina, mediante la difusión de hechos y figuras que generaran una noción de pertenencia a la cultura argentina en gestación. La Historia Patria focalizó su mirada en el proceso de emancipación iniciado en 1810, que dio lugar a la Independencia seis años después, de modo que los hechos gloriosos de la gesta revolucionaria se privilegiaron como contenido de enseñanza tanto en las materias relacionadas con la Historia como en Instrucción Cívica. De los próceres de ese movimiento de liberación política, sin dudas, el más prestigioso era San Martín, meritorio por la conducción de las acciones bélicas, así como incuestionable por su prescindencia de intervenir en cuestiones de política interna durante las
luchas civiles ocurridas desde 1827 a 1852. Desde 1880 hasta 1909 en la educación escolarizada fue consolidándose la presencia de los símbolos y conmemoraciones nacionales en espacios curriculares y transversales, como las ceremonias, desfiles y cantos patrióticos. Dentro de las escuelas, los bustos, ilustraciones y otros materiales didácticos de carácter histórico referían a un grupo escogido de próceres, en un orden jerárquico claro: San Martín, Belgrano, Rivadavia, Sarmiento y otros menos frecuentes. Desde esa última fecha, el patriotismo escolar presente en los planes y programas de las escuelas dependientes del Consejo Nacional de Educación debía exaltar los “hechos dramáticos” de la historia, para que la emotividad infantil aflorara al entonar el sinnúmero de marchas patrióticas, la mayoría de corte militar, y al participar en forma activa en bailes y actuaciones en las conmemoraciones, en el espacio escolar o en actos públicos. El estallido de la Primera Guerra Mundial y el horror de su legado de millones de muertos, mutilados y huérfanos puso en cuestión las prácticas patrióticas escolares, que en general estaban asociadas a lo castrense. Fue entonces que la Historia Patria se re-
costó más sobre los ideales y ejemplos morales que los próceres podían ofrecer. Esto magnificó las figuras de Manuel Belgrano, como creador de la bandera nacional y hombre de ideas progresistas, y de San Martín, por sus virtudes morales y su entrega total a la causa de la emancipación, entendida ésta como instrumento de la libertad ante la opresión colonial. La idea de libertad es la que predominaba, como podía verse en los nuevos libros de texto editados en el período de entreguerras; no obstante, la preeminencia de la supremacía del interés de la Nación ante el de los ciudadanos como individuos continuó presente. Puede decirse que esta construcción escolar de un pasado patriótico moralizador, enseñando mediante instrumentos didácticos que apelasen a la afectividad y emociones del niño, para que comprendiera la abstracción del concepto de libertad, de nación, de pueblo, de independencia fue la que se afirmó en la educación primaria y continuó vigente en la segunda mitad del siglo XX, con mayor o menor carga de ponderación al militarismo según las diferentes coyunturas políticas, o bien con alguna asociación proselitista con los logros económicos de determinados gobiernos. La eficacia de la enseñanza reposó en la reiteración
año tras año, con un leve avance en el nivel de abstracción e información fáctica, durante toda la escolaridad primaria. Los múltiples refuerzos externos, a través de los medios de comunicación de masas, acentuaban y mantenían vigentes las nociones patrióticas adquiridas en la infancia. En el nivel medio, la mayor complejidad de los programas de estudio y el estilo memorístico predominante implicaron una lógica diferente, más modelada por la historia académica, aunque sin desprenderse de las valoraciones nacionalistas gestadas a principios de siglo. Desde la transición a la democracia el currículo escolar, primario y secundaria ha tenido una renovación importante por su mayor conexión con la investigación historiográfica de calidad, por la actualización de libros de textos y por una nueva generación de educadores formados como profesores. Surge entonces el interrogante sobre la forma en que esta nueva generación conciliará la historia patriótica tradicional con la enseñanza reflexiva sobre las múltiples causalidades de los fenómenos sociales y políticos, siendo este un propósito ya presente luego de 1918 entre los educadores más intelectualizados pero no predominante en el sistema educativo.
La Capital | Lunes 17 de agosto de 2020 | 13
En el nombre del padre
El mito y el hombre Tres docentes cuentan cómo les transmiten a sus alumnos la importancia de la figura del prócer sin perder de vista que era de carne y hueso
La figura de San Martín es central en la enseñanza de la historia argentina: se lo considera el mayor prócer nacional y su imagen y lo que se aprende de él se fue modificando con el tiempo. Las docentes de nivel inicial María Fabiana Lucero, de primaria Sabrina Casella y de secundaria Ailén Longhi describen cómo trabajan en los distintos niveles de la escolaridad obligatoria, qué herramientas usan y qué rescatan del Libertador de América. “Enseñar sobre San Martín es transmitir interés por la figura inmensa de un hombre crucial en la historia no sólo de nuestro país sino de toda Latinoamérica. Desde el aula se abordan la historia del hombre, los acontecimientos de su vida y el contexto, su rol en la lucha por la Independencia, pero simultáneamente se resalta su legado en términos de valores, compromiso y entrega por la patria”, afirma Casella. En el nivel inicial “lo que se busca es que los niños se acerquen y valoren su propia historia y la de su comunidad y por lo tanto las cualidades de San Martín como hombre partícipe de esa patria y de esa historia”, cuenta Lucero. Por su parte, en la escuela media, San Martín aparece vinculado a los procesos independentistas del Río de la Plata. “Por lo general se suele abordar desde distintas miradas; un manual de base para ubicar al estudiante en el contexto y otro material que plantee alguna problemática donde aparezcan fisuras, disensos, conflictos, que inviten a pensar”, narra Ailén Longhi. Para los docentes que trabajan con adolescentes el principal desafío es la bibliografía. “Los manuales no logran satisfacer, ya que cuentan con varios problemas de base: quienes escriben son historiadores/as que desconocen la realidad de un aula y de los chicos. Son excesivos en contenido e imágenes, lo que torna más difícil el aprendizaje ya que la cantidad de información que proponen resulta inabarcable, frustrante. Por otro lado, están los textos escolares que hacen hincapié en las fechas, nombres y en los acontecimientos político-institucionales; aunque son más aburridos, a veces los estudian-
lo que reciben en la escuela ya que los papás y los abuelos cuentan lo que saben de él, ante la admiración que tienen”, afirma Lucero, y agrega que en los actos del nivel inicial se trata de expresar a través del juego algunos de los valores que dejó. A veces se representan con muestras de arte, bailes o líneas históricas de los momentos emblemáticos de la vida del prócer. Según Casella “los chicos lo reconocen como héroe nacional, tienen clara la importancia de San Martín como líder, lo perciben como una especie de superhéroe. Sin embargo, la diferencia con los héroes de ficción se va construyendo en ese recorrido por sus actuaciones, en las que con sus ideas y ejemplo va demostrando que en realidad es un ser humano que lucha por sus ideales de libertad. En los actos, San Martín es sin dudas el personaje al que todos aspiran, especialmente el héroe en la batalla. Aunque en general hay varias oportunidades en cada acto, porque se lo muestra en las distintas etapas de su vida”.
“En los actos, San Martín es sin dudas el personaje al que todos aspiran, especialmente el héroe en la batalla”
Zamba y San Martín: historia argentina para los más chicos.
tes los prefieren porque logran de a poco ir ubicándose en tiempo y espacio”, asegura la docente. En la escuela primaria y en el nivel inicial los recursos son otros y las maestras destacan el aporte que hay para el trabajo en el aula de los materiales que están disponibles a través de las plataformas oficiales como educ.ar, canal Encuentro y Paka-Paka. “Cada vez que me toca trabajar el tema vuelvo a encontrar cosas que siempre logran ese efecto tan buscado de enganchar a los chicos, de
sorprenderlos y que tengan ganas de indagar sobre el tema. Por ejemplo, la serie de Zamba hizo mucho para acercar la historia y sus personajes a los niños, especialmente en la primaria”, explica Casella. Lucero amplía: “Ese tipo de material audiovisual fue una herramienta muy importante para que algunos docentes nos animemos a abordar la historia desde otros aspectos e incorporar formas de relatar que nos resultan lejanas. En el nivel inicial tratamos de contar la historia de San
Martín con anécdotas, referencias históricas, y haciendo énfasis en los valores que nos dejó, la libertad, la amistad, la tolerancia, el respeto, la unión, la posibilidad de llegar a un fin común sumando voluntades”.
El hombre y el héroe “En muchos casos el conocimiento sobre San Martín antecede y excede el nivel inicial, es una figura histórica que los chicos conocen más allá de
“Cuando les explicás a los chicos el cruce de los Andes o la batalla de San Lorenzo, el heroísmo es algo que resalta. Pero también cuando estudiás su vida tenés oportunidad de verlo como a un niño, un adolescente en la guerra. Y como esposo, con el trágico final que tuvo Remedios. También como padre y abuelo. Y ahí se puede ver que era un hombre también, sin capa ni poderes, de carne y hueso como cualquiera, aunque definitivamente extraordinario”, explica la docente de nivel primario. “La historia como disciplina científica y profesional no puede competir con cientos de actos escolares de la escuela primaria ni con lo que el abuelo le cuenta al nieto en su casa. Las representaciones colectivas se van construyendo a lo largo de la vida y son transmitidas constantemente mediante diferentes dispositivos. Como frente a todo dogma o verdad revelada, hay una gran resistencia para quienes queremos plantear cuestiones que parecen trastocar un saber canónico. A veces es el estudiantado, aunque en la mayoría de los casos la resistencia mayor la ofrecen las instituciones escolares y las lógicas de reproductibilidad que tienen”, concluye Longhi.
14 | Lunes 17 de agosto de 2020 | La Capital
En el nombre del padre
Por la pandemia, el museo hoy se encuentra cerrado.
Hipólito Bouchard.
Un museo donde la historia brilla En el Complejo Museológico San Lorenzo se puede disfrutar de una propuesta moderna, que permite aproximarse al pasado de manera tan amena como seductora Ileana Carrizo UNR
Fernando Irigaray, que está al frente de la Dirección de Comunicación Multimedial de la UNR, cuenta el desarrollo de la propuesta de infoentretenimiento y narrativa transmedia que se llevó a cabo en San Lorenzo. El Complejo Museológico San Lorenzo se ubica en el predio donde se desarrolló la batalla y de él forma parte el convento de San Carlos, donde el general San Martín se alojó con el flamante Regimiento de Granaderos a Caballo antes del desarrollo del histórico enfrentamiento. El complejo está compuesto por el Museo del Convento
San Carlos, el Museo Sanmartiniano, el de Historia Regional y el Museo de Árboles Históricos. En el año 2016, la Universidad Nacional de Rosario, a través de la Dirección de Comunicación Multimedial, firmó un convenio con la Municipalidad de San Lorenzo para rediseñar el Complejo Museológico a partir de una propuesta de infoentretenimiento, incorporando contenidos digitales interactivos e inmersivos desde una perspectiva lúdica, atractiva, divertida y de alto impacto. Para ello se desarrollaron estrategias innovadoras de comunicación que permitieron revalorizar el patrimonio histórico, arquitectónico y cultural de la ciudad. La propuesta incluyó la implementación de tecnologías de realidad virtual y aumentada, headsets para video 360º, tablets, pantallas interactivas, aplicaciones móviles y mapping, entre otras. La inauguración de la versión renovada del Complejo Museológico se realizó en mayo de 2018 y desde entonces ofrece una propuesta museológica innovadora e interactiva
que incorpora contenidos digitales, realidad virtual y aumentada, cine 3D, cuadros vivos, aplicación móvil y más. Irigaray, responsable del proyecto, resalta el importante trabajo realizado, del que participaron más de setenta personas y contó con un presupuesto millonario “Con este proyecto pudimos hacer cosas con las que estamos alucinados, pudimos desarrollar lo que nosotros veníamos investigando que es la narrativa de la no ficción, y que habíamos trabajado fundamentalmente en el documental y el periodismo y llevarlo a un mundo que no conocíamos, que es el del museo, que en realidad para la narrativa transmedia es un ámbito de aplicación perfecto. La verdad es que fue una propuesta en la que trabajamos intensamente, con mucho cariño y con la que nos divertimos también”, valora Irigaray. El director del proyecto contó también cómo surgió: “Nos llamaron de la Municipalidad de San Lorenzo porque querían hacer una representación del combate en realidad virtual. Les planteamos que transformar en realidad esa idea iba a ser demasiado
complejo, caro y que no iba a poder ser multitudinario, por lo que sugerimos que se podía hacer algo más pequeño. Así, le planteamos una propuesta de infoentretenimiento donde conjugar juegos, canciones, más participación, y que la realidad virtual fuera una pieza más”. El conector entre todas las piezas del museo son los cuadros vivos, proyecciones de dos o tres minutos, caracterizados como los personajes de la época. Para lograr estas representaciones se trabajó con actores, vestuaristas, caracterizadores y se convocó a reconocidos historiadores para que certifiquen que cada propuesta y dato presentado fuera válido, para lo cual se requirió mucha investigación, especialmente porque hay distintas circunstancias de la época que no están debidamente registradas “Las mayores dificultades las tuvimos en torno a la construcción de la figura de Remedios de Escalada, sobre quien no hay mucha bibliografía, y también para determinar cuáles eran exactamente los uniformes: para esto último vimos muchas pinturas de
ese momento, y trabajamos con los caracterizadores”, señala. Irigaray cuenta que el traje que usó San Martín en los cuadros vivos es el mismo que utilizó el actor Rodrigo de la Serna en la película “Revolución: el Cruce de los Andes”. El trabajo con los actores duró más de un mes y se trabajaron aspectos como el tono de voz, el lenguaje de 1800, la postura… Uno de los casos más emblemáticos que recuerda el director del proyecto es el del marino francés Hipólito Bouchard, que se enlistó en el Regimiento de Granaderos apenas llegado de Europa: “Hablaba en español antiguo, y teníamos que lograr el tono y que además fuera interesante para que lo puedan escuchar los chicos. El actor trabajó más de un mes con una profesora de francés, para lograr la entonación perfecta para un video de dos minutos y medio”, detalla el funcionario. “La participación de nuestra Universidad en este proyecto constituye un aporte muy importante para acercar los temas históricos a las nuevas generaciones, para promocionar y difundir la cultura regional y contribuir al desarrollo de conocimientos de relevancia social, científica y tecnológica”, remarca. En el marco de la conmemoración del 204º aniversario de la Independencia, el municipio de San Lorenzo presentó el recorrido virtual por el Complejo Museológico, que se encuentra disponible en https:// sanlorenzo.gob.ar/museos/
La Capital | Lunes 17 de agosto de 2020 | 15
En el nombre del padre
Uno de los retoños del pino histórico, en el convento de San Lorenzo.
Un testigo privilegiado El legendario pino a cuya sombra San Martín dictó el parte del combate de San Lorenzo, en 1813, ya no vive, pero su legado continúa
Gonzalo Javier García UNR
En su paso por San Lorenzo, José de San Martín se recostó sobre un histórico pino que vivió más de doscientos años y hoy es un símbolo para la ciudad. La primera batalla que tuvo el Libertador en su largo y extenuante periplo independentista se produjo en San Lorenzo, cuando junto a su recién creado Regimiento de Granaderos a Caballo se enfrentó a los realistas que asolaban las costas del Paraná.
Ese acontecimiento, que marcaría el inicio de un sendero triunfante para el Padre de la Patria, tuvo un testigo que por muchos años siguió habitando el lugar: un histórico pino piñonero o, como lo indica su nombre científico, un pinus pinea. Teniendo en cuenta lo que datan distintos archivos históricos, bajo la sombra de ese pino, que estaba ubicado por entonces en el sector de huerta del convento San Carlos, el general San Martín dictó al teniente Mariano Necochea el parte del combate, comunicando al gobierno la victoria contra los realistas obtenida el 3 de febrero de 1813. “Se trataba de un pino de la especie pinus pinea cuyas semillas se encuentran dentro de las típicas piñas de pino, las cuales son comestibles y utilizadas en guisos y salsas, y para producir harina utilizada en repostería. También se usa como forestal, como árbol ornamental y para extraer resina”, especifica Rubén Coniglio, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNR.
El pino histórico es una conífera originaria de la costa del Mediterráneo. Fue plantado en 1796 por los frailes franciscanos que se instalaron en la zona en los fondos de la huerta del convento. El ejemplar fue declarado Árbol Histórico por decreto del Poder Ejecutivo nacional en 1946. El especialista comentó que esta especie es un árbol que puede crecer desde 12 hasta 45 metros de altura, y se caracteriza por tener la corteza de color castaño rojiza y agrietada en profundidad en forma de rectángulos, una vez adulto. “En 1813 el tamaño del pino no debió haber sido muy grande, calculo entre tres y cuatro metros de altura y con ramas hasta la base, por lo que estimo que San Martín descansó y dictó el parte del combate más bien en la trayectoria de su sombra que literalmente debajo del árbol”, aclara Coniglio. El pinus pinea sobrevivió al paso del tiempo hasta un año antes de cumplirse el bicentenario del combate de San Lorenzo, momento en el cual
se desató un fuerte temporal en la zona que dañó al ejemplar y provocó, finalmente, su muerte. Cabe recordar que en 1999 el añoso árbol ya había sufrido otro embate de la naturaleza, sobreviviendo milagrosamente a un fuerte tornado que afectó a la ciudad, perdiendo en esa oportunidad gran parte de su copa. “En octubre de 2012 hubo una tormenta muy fuerte de granizo, acompañada de abundante lluvia y muy intensas ráfagas de viento, que destruyó alrededor del 75 por ciento del follaje del pino, lo que causó la muerte de parte de la copa por los golpes directos y desembocó en lo que se denomina cavitación o embolismo. Cuando empezaron las altas temperaturas de finales de ese mismo año, murió el 25 por ciento restante de la copa por la excesiva transpiración de las hojas, que antes estaban a la sombra de las ramas defoliadas por el granizo, superando la capacidad de absorción de agua por las raíces y transporte hacia la copa del árbol”,
informó el docente de la Facultad de Ciencias Agrarias. Coniglio fue uno de los especialistas que se sumó a la titánica tarea de intentar salvar semejante testigo de la historia. Muchas acciones se implementaron para intentar cumplir el objetivo: injerto para reparar heridas mayores previas al granizo, injerto de incrustación de una púa del pino original sobre un hijo situado a la par, la micropropagación de ápices caulinares y de raicillas en laboratorio y la siembra de semillas del pino original para luego micropropagar sus ápices. “Realizamos continuas interconsultas con ingenieros forestales de todo el país e ingenieros agrónomos de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNR, pero sin embargo, nada dio resultado”. En un reciente estudio de edad que se realizó, se constató que el ejemplar supera largamente los doscientos años de edad, aunque no es posible determinar con total exactitud un número. “Considerando que en 1790 comienza la construcción del convento San Carlos y que el traslado de los franciscanos desde la estancia San Miguel del Carcarañal, en la margen derecha del río Carcarañá, en la actual localidad de Aldao, se produce en 1796, suponemos que a la fecha de su muerte el pino tenía entre 217 y 223 años de edad”. Los restos de ese longevo pino se encuentran emplazados sobre la avenida principal de la ciudad que, como no podía ser de otra manera, lleva el nombre de General San Martín. “Ahora están en pie el tronco principal y parte de dos ramas primarias, que conservamos con impregnante de maderas. Hará un mes atrás, la Municipalidad terminó de armar tres brazos de sostén para que no se caiga. Se puede constatar que al día del bicentenario del combate, el 3 de febrero de 2013, aún quedaban raicillas turgentes vivas, de esta manera se puede certificar que llegó agonizante al bicentenario, con la copa totalmente muerta”. Por muchos años fueron reproducidos retoños de este histórico ejemplar y plantados a lo largo de la ciudad, como también en la mayoría de las localidades cercanas de la región y de otras provincias: Rosario, Bombal, Capitán Bermúdez, Timbúes, Oliveros, entre otras. Muchos de ellos lamentablemente ya han muerto por distintas contingencias climáticas, como granizo o fuertes vientos. “Cabe destacar la presencia de uno de estos retoños de más de 75 años en el parque Villarino de Zavalla, donde se emplaza la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNR. Además, la misma semana en que se produce la muerte total de la copa se advierte el nacimiento espontáneo de dos hijos provenientes de semillas debajo del pino original, los que se encuentran bajo cuidado especial. Uno continúa en la actualidad ubicado al lado del original, mientras el otro ejemplar lo trasplantamos al patio del convento”, comentó Coniglio.