En agosto de 1988, se realizó en Asunción una marcha del silencio encabezada por líderes de un sector de la Iglesia Católica paraguaya dirigida por el Monseñor Ismael Rolón y secundada por los principales referentes de los Derechos Humanos. Fue una de las tantas movilizaciones ciudadanas crecientemente multitudinarias que exigían el fin de la violencia estatal, el fin de la dictadura, y buscaban que cada vez más jóvenes perdieran el miedo a la represión.