Club de lo Grotesco

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Dada la vertiginosa acumulación de objetos inútiles en nuestros hogares, la comida malsana que ingerimos a diario, los exquisitos (pero fétidos) aromas que circundan nuestras calles y nuestros baños, la orquestada sinfonía de nuestro cuerpo al gesticular, procrear, defecar y masticar lo que se le atraviese, nuestra manera de comunicarnos, las cajas de zapatos en las que vivimos, nuestros fetiches y tesoros (basura) acumulados, el exterminio de todo aquello que es ajeno a nosotros y demás expresiones de nuestra vil existencia, le presento a usted este torpe y maltrecho club en el que confluyen artistoides, escribidores, charlatanes y otra serie de entes grotescos que se proponen reafirmar la noción de que somos seres imperfectos llenos de fracasos, errores y decepciones que nos hacen bellamente ridículos. Cordialmente,




Veneno y coños húmedos Como explicarte ciudad de lima Como explicarte Este desierto que cala desde mis 15 años Entumecidos por la cocaína y Charles Baudeliere Versos que se desnudan bizarros Patinado la mesa de algún bar. Reflejando paranoia Arte recreacional del egocentrismo Paranoia enciende el cabello de la niña Ninfa en busca de fertilidad Hija de la tierra Senos de monte Bellos de plata

Mariposa Desnuda Lluvia esquizofrenia Increpo insolentemente aquellas victimas de sed En depravado fusilamiento oral Desvainando cuerpos sumergidos Estas insulsas excursiones subacuaticas entre lavados pestilentes Van y descienden, enredando, diluyendo entre islas de lágrimas Póstumo al ron caña que desciendes de la sonrisa Observando pestañas, hocicos, orillas Presa va el cuerpo ante el porrazo decadente de la generación Se antecede el crepúsculo que ilumina tus mares pubicos Engendrando necedad entre líneas blancas ¡Inhala mariposa desnuda!



La plaza Se sentó a observar su alrededor, rojas de sangre sus manos sin saber porque esto estaba mal, si había nacido para serlo, su morbo interior con ganas de mas, mirando fijamente el dolor que salía de los ojos del pobre animal. Desconcentrándose miro al frente, vio una cara que lo miraba con asco, sus ojos solo le decían la verdad de su labor algo confusa; el grito -entretener tengo que, o alimentar tengo que, o es hacer dinero, o es dejar a la humanidad saciar su sed de muerte en mi- la mirada de esta persona se clavo en su ser, y poco a poco su cuerpo fue perdiendo la forma, el la miraba como su silueta humana iba tomando la esencia de ese animal que tanto deseaba acribillar, parpadeo y ya estaba encima de ella clavando con la fluidez que los años habían dejado, el estoque en su pecho. De momento miraba como un espectador, se acercaba rápidamente y la lastimaba, la parte que más ansiaba era verla al tratar de huir, mientras enterraba las banderillas marcando su victoria, como con los otros miles que habían pasado por ahí, que bramaban por su libertad, sangre, tanta sangre, brotando por sus manos, manos que llevan vidas inocentes y confusas por su muerte, muerte injustificada. Morbosos los ojos de aquel, que no puede llamarse humano, que en sus entrañas se hacia fiesta, aplausos se oían desde su interior y un gran OLEEE hacia que su sangre hirviera, al punto de temblar de satisfacción. Por su boca salían carcajadas llenas de ese orgullo irracional que a los hombres caracteriza, pero que a el no aplica, templo de maldad inconsciente. De una pierna la cogió arrastrando lo que quedaba de su dignidad y dejándola ya sin vida, ese animal tan despreciado por el, retorno a su forma, una mujer, debajo de sangre y con las marcas de lo que había ocurrido, con los ojos sin vida tan abiertos como es posible, fue entonces la desazón de los recuerdos instantáneos, lunares, curvas, sonrisas, secretos, noches largas, noches cortas, libros devorados, dientes torcidos, silencios tortuosos, y no tan tortuosos, fue entonces el remordimiento. Que hacer, que hacer, apoya la cabeza en su pecho, nada, toca su cara, esparce la sangre, mira en sus ojos, grita su nombre, grita su nombre, tiembla. Tiempo perdido.




Escape Las 11:57 pm. Todo dependía de él. La información debía ser enviada esa misma noche. Su oficina. Lo acompañaban el incesante zumbido de las luces halógenas, la ventana que no podía cerrarse, el viento que levantaba levemente los papeles que siempre debían estar ordenados, una gota de sudor que bajaba por sus sienes y la tecla enter que tenía que ser oprimida en el instante adecuado. Él estaba sentado ahí, sin nada más que hacer sino entender cómo trasferir esos secretos datos. Era más que imposible; a sus setenta y cinco años no había tenido ningún contacto con ese monstruo de teclas blancas y frías. Era, para él, como desactivar una bomba. Biiip, bip, bip; su mente viajó a una de esas escenas clichés del cine hollywoodense: estaba ahí, en el desierto. Vestía un uniforme color arena y un casco que sofocaba su escasa cabellera blanca. Su misión era acabar con el inminente peligro de la explosión. Debía saber qué cable cortar: ¿el azul?, ¿el negro?, ¿El rojo?, ¿El negro?, ¿El azul? Bip, bip, bip, bip. Volvió a su oficina. Tic, tac, tac, tac, taaac. El segundero seguía corriendo, el viento seguía levantando los papeles, el maldito botón del mouse no dejaba de mirarlo y, de pronto, apareció en sus tímpanos el rugido de ese viejo módem. Debía enviar la información, pero lo único que podía hacer era escuchar ese maldito iiiiigigiuuiiigguuiiuuiggiiiuuggguuuuiiiiiigguuiiiigggg que no dejaba de mezclarse con el insoportable bzzzzzzzzz de los bombillos. El tiempo pasaba y el tic tac del reloj perforaba su cráneo. Biiiiiiip, bip, bip, bip; sonaba de nuevo la bomba en el desierto. Los números rojos casi llegaban al 0. El viento rozaba su cara y hacia que la gota de sudor se moviera. Su alrededor parecía jugar con su mente: La pantalla, la luz, el viento, las gotas cayendo, el reloj, tic, los números, los papeles, el tiempo, tac, las canas, el miedo, el sueño, tic, el silencio, las teclas, tac, el nombre de su jefe en la puerta, tic, el desierto, tac, el uniforme color arena, tic, las ganas de huir, tic, tac, el asco, el espanto, tic, tac, tac, la rabia, la oficina, el corredor, tic, el ascensor, tac, la salida. Un boooooom llenó el cuarto y bajo el zumbido pálido de las luces sólo quedaba una oficina vacía, una pila de papeles ordenados y un reloj que nunca más se atrevió a mover sus manecillas. Escape Por: Andrés Mauricio Riveros Pardo.






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