ARTICULOS PRESENTADOS POR ALUMNAS DE ORATORIA DE 1º DE BACHILLERATO AL V PREMIO "CRISIS" DE ARTÍCULOS DE OPINIÓN Patrocinado por el Grupo ANAYA
Tema de los artículos de opinión
NORMALIDAD
¿A qué normalidad queremos volver? Alba del Campo Normalidad, esa palabra que escuchamos tan frecuentemente estos días, esa palabra que no nos cuestionábamos antes de la pandemia. Ahora comparamos y vemos lo diferentes que son nuestras vidas desde aquel 15 de marzo de 2020. Pero, ¿era el mundo normal antes de la pandemia? ¿Era normal cómo contaminábamos todo como si no hubiera un mañana? ¿Era normal el racismo, la discriminación que sufrían las personas con discapacidad, el bullying? ¿Era normal la injusticia que soportaban nuestros investigadores y cientif́ icos, forzados a emigrar y desarrollar sus talentos en otros lugares? ¿Era normal que el suicidio se llevase la vida de miles de personas cada año, mientras la sociedad parecía estar ciega, intentando disimular lo primordial, plantear una solución? Pero este problema, como muchos otros, siempre ha sido silenciado por los medios de comunicación. Quizás por no querer plantear las causas que subyacen debajo de ello: la soledad, la precariedad laboral, la falta de expectativas… ¿Cómo vamos a darle visibilidad a los problemas si los tratamos como algo invisible? Es el silencio lo que realmente mata y, hasta que no reconozcamos esta realidad, no vamos a progresar como sociedad, nos quedaremos estancados. Para poder solucionar un problema primero hay que aceptar que existe y, a partir de la conciencia de su existencia, buscar una solución. Negábamos la gravedad de estas adversidades y solo ahora, tras la pandemia, nos damos cuenta de lo bonita que es la vida y de lo poco que la apreciábamos antes. Por otra parte, el confinamiento ha democratizado la sensación de soledad. Antes no sabíamos empatizar con aquellas personas que sentían el abandono como algo corriente en su vida. Nos hemos tenido que aislar para sentir esa conmiseración por ellos, para entenderlos. Cuando comenzó la desescalada, gran parte de la sociedad envidiaba a la gente que vivía en el mundo rural, que podían pasear por los campos, respirar aire no contaminado y sentirse más libres. Observamos que, a raíz de esto, muchas personas compraron una vivienda en cualquier pueblo y se mudaron allí. Pero ¿y qué era del mundo rural antes de la pandemia? Parece ser que solo nos damos cuenta de que existe ahora. ¿Acaso nos preocupábamos antes por ciudades como Teruel y Soria? Donde la gente no se quería ir a vivir, donde por ser pocos les restaban derechos, y donde el primer verbo que se aprendía a conjugar es “huir”. Ahora, cuando solo miramos los días pasar desde la ventana, viendo cómo nos sumergimos en una rutina sofocante, de la que no somos capaces de escapar, anhelamos volver a ese mundo ”perfecto” de antes de la pandemia y queremos volver a la normalidad. Pero yo no quiero volver a la normalidad de antes. A esa normalidad tan anormal, tan insolidaria, tan injusta. Una normalidad que excluía a los más desafortunados del sistema, a aquellos a los que nunca se les ha echado una mano, porque resultaban invisibles para una población obnubilada por el dinero, la ambición y el individualismo.
Esa normalidad, en definitiva, de vivir extinguiendo todo lo que nos permite vivir. Yo quiero crear una nueva normalidad. Una normalidad sin desigualdades, sin exclusiones, que no mira hacia otro lado cuando tiene ante sus ojos una discriminación. Una que detenga esta vorágine y fomente las redes de apoyo y solidaridad. Que nos incite a repensar cómo relacionarnos entre nosotros. Una con más cuidados y menos competencia. Una normalidad que ponga la vida en el centro. Quizás ha tenido que ocurrir esta angustiante y mortificante situación para darnos cuenta de que necesitábamos un cambio, una ráfaga de viento, que nos hiciera recapacitar y reconsiderar si la sociedad en la que vivíamos era la que verdaderamente queríamos. Siempre que oímos la palabra crisis, y durante estos meses la hemos estado escuchando incesantemente, nos vienen a nuestra cabeza términos como amenaza, contingencia o un peligro al que nos tendremos que enfrentar súbitamente. Sin embargo, poca gente sabe que dicha palabra, que deriva del griego «krisis» no significa otra cosa que «decisión». Entramos en la RAE y nos define crisis como ‘Cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados.’ Una definición que nos lleva a un cambio, una nueva dirección que tomar; que posee una connotación negativa, que pensamos que nos va a llevar a un estado de alarma, una emergencia, un peligro. Pero tal vez esta crisis nos haya brindado una oportunidad para tomar una ruta alternativa, para no aferrarnos a la normalidad de antes, para abrir nuevas vías y descubrir lo que somos capaces de mejorar y ofrecer a las nuevas generaciones. Porque yo no quiero que mis hijos crezcan en la intolerancia, la arrogancia y la crueldad. Esta pandemia nos ha ensena ̃ do, nos ha re-enseñado, que debemos abrir un nuevo camino. Necesitamos una lección de humanidad, porque la solidaridad no es un gesto altruista, es una necesidad. La gran mayoría de la población mundial perdió algo en el 2020, muy pocos ganaron. Pero, ¿queremos seguir perdiendo? Quizás deberíamos empezar a conocer y llevar a nuestro diccionario cotidiano la palabra “resiliencia”. La capacidad de superar una situación adversa, aciaga, desfavorable y sacar algo positivo de ella. Ahora mismo tenemos sin duda más preguntas que respuestas, pero yo sé la respuesta a la pregunta de antes: No. No quiero seguir perdiendo, porque aunque ni sepamos en qué mundo nos levantaremos mañana, lo que sí sé es que debemos levantarnos, para al menos plantar unas pequeñas semillas de esperanza, que ojalá crezcan y cojan fuerza de cara al futuro. El eslogan de todas las campañas publicitarias es del tipo: «saldremos de esta, volveremos a la normalidad». Quién sabe si la clave no la tiene esa persona desconocida que escribió en una pared del metro de Hong-Kong: “No queremos volver a la normalidad: la normalidad era el problema”. Ante esta situación, no podemos cerrar los ojos y aguantar. Se trata de mirar, de no perder la capacidad de reflexionar, mientras sufrimos. Y de atreverse a imaginar la nueva normalidad que deseamos. La escritora y periodista india Arundathi Roy declaraba:
“Históricamente las pandemias han forzado a los seres humanos a romper con el pasado y a imaginar su mundo de nuevo, y esta pandemia no es diferente. Es un portal, un puente entre un mundo y el que viene después”. En conclusión, construyamos una nueva normalidad, donde cada uno tenga su espacio en este mundo, donde destinemos más a sanidad, educación y ciencia, donde nadie se sienta excluido, donde la balanza de la igualdad no se incline hacia ningún lado. Valora a los tuyos, hazlos sonreír y sonríete a ti mismo. Superaremos esta crisis, mirando hacia un nuevo horizonte, porque crisis significa un cambio profundo, pero no tiene por qué ser negativo.
¿EXISTE LA “NORMALIDAD”? -Sia-
¿Por qué tiene que existir la palabra “normal''? ¿Qué es “normal'' para cada uno? ¿Acaso existen cosas “normales''? La sociedad considera algo normal cuando un grupo abundante de personas hacen lo mismo, visten igual… o simplemente siguen un mismo patrón. Pero en el momento en el que alguien se sale de esto, eso ya no es “normal'', simplemente porque esa persona está haciendo algo diferente al resto. Por ejemplo, el ombligo es algo que todos tenemos y por ello es considerado “normal”, pero no deja de ser una cicatriz del momento del parto, ¿no? Entonces, ¿por qué juzgamos otro tipo de cicatrices, que hayan sido causadas por otros motivos, no tan comunes? Como todos tenemos nuestro ombligo está completamente aceptado tener un pequeño agujero en el medio de la barriga. ¿Pero qué pasaría si sólo unas pocas lo tuvieran? Sin ninguna duda esas personas serían clasificadas como diferentes, bichos raros, algo fuera de lo común. La RAE tiene como acepciones de “normal” lo siguiente: 1. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. 2. Habitual u ordinario. 3. Que sirve de norma o regla. 4. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. Por tanto, según está cuarta acepción, para ser normales debemos seguir unas ciertas normas fijadas de antemano. Pero, ¿quién fija esas reglas? Yo creo que estas reglas las fijan las multitudes y si una persona se sale de ese estándar simplemente ya eres considerado diferente. Pero claro, se puede ser diferente tanto para bien como para mal. Por ejemplo, si todos mienten pero tú no lo haces, eso es considerado positivo. Pero si todos dicen la verdad y tú eres el que miente, entonces eso es algo negativo. No obstante, lo que es positivo y negativo también son convencionalismos de una sociedad, normas que se ha dado a sí misma. Sin embargo, yo creo que cada persona puede crear su propia sociedad. Pongamos por caso que en tu entorno todo el mundo viste de negro, entonces la persona que vista únicamente de otro color será considerada diferente. Pero seguro que esta “pequeña sociedad” está dentro de alguna mucho más grande, en la que la gente no viste de negro sino de naranja. En ese caso lo que antes estaba visto como “lo normal” ahora es “lo diferente”. De igual forma podemos tomar como ejemplo el hecho de que desde siempre en Japón se ha utilizado la mascarilla a la hora de salir a la calle, debido a la polución, y eso para nosotros era algo extraño, ya que en nuestra sociedad no era común. Pero ¿qué ha pasado ahora? Como la situación lo ha exigido, nos vemos obligados a que todas las personas llevemos mascarilla y ,por ello, vemos esta misma acción ahora “normal”, debido simplemente a que en este momento todos la tenemos que utilizar, y eso es solo un ejemplo más. La normalidad es un concepto arbitrario que nos sirve para dar sentido a las cosas que nos rodean. Se consideraba “normal” que la mujer se ocupara de las tareas del hogar, se consideraba “normal” que los negros le cedieran el sitio a los blancos en los lugares públicos, se consideraba “normal” que los homosexuales no encontraran trabajo debido a su “anomalía”.
En pocas palabras, lo que en un momento dado podemos considerar “normal'', en un tiempo puede dejar de serlo. La cultura y la evolución de las sociedades hacen que cosas que antes considerábamos completamente “normales”, hoy son símbolos machistas, racistas o actitudes impropias. Debemos aprender que no todo lo que es distinto es malo, simplemente no todos vemos las cosas del mismo modo, pero no por ello debemos juzgar a nadie. Visto todo esto, yo llego a la conclusión de que todas estas normas las fija la sociedad mayoritaria, la que es considerada la sociedad más “normal''. Pero debemos tener cuidado con ello,ya que no siempre las normas dictadas por la mayoría son las que debemos seguir.
NORMALIDAD Sempiterno Normalidad es definida como concepto por la RAE como la cualidad o condición de normal. Tanto esta explicación verbalizada como la propia abstracción de la normalidad son una misma generalización, que carece de precisión. La normalidad ha surgido y evolucionado hasta el día de hoy como un término estadístico (campana de Gauss) en el que existe una media o promedio y es lo que consideramos no individualmente, sino como sociedad, aceptable o adecuado. Esta interpretación de la realidad no tiene matices y conceptualizando que no todos pensamos igual, ¿debemos asumir o reconocer la normalidad impuesta? Al fin y al cabo los pensamientos que se nos ocurren al meditar sobre esta palabra son demasiado amplios, como para reducirlos a una simple explicación, pero tampoco es inefable; es por ello que, para aclararnos, podríamos decir que es un conjunto de relaciones del ser humano con el mundo, basadas en las creencias, vivencias o experiencias de cada ser, cabiendo así la posibilidad de que la noción de “la normalidad” varie en consecuencia a estas. El hecho de simplemente aceptarla, es un adoctrinamiento que puede causar desencuentros de las personas consigo mismas, llegando al punto de tener una vida que no se quiere. No obstante, seguimos haciéndolo, seguimos cumpliendo esas reglas impuestas en lo relativo a nuestro comportamiento. Pero,¿lo hacemos porque de verdad estamos de acuerdo, o lo hacemos inconscientemente? ¿lo hacemos por comodidad? ¿lo hacemos por miedo?, es más, ¿realmente sabemos el verdadero porqué o sentido de hacerlo?. La manera de percibir el concepto no solo depende de las tres razones nombradas anteriormente, sino que también de la perspectiva. Se puede tomar desde un punto de vista psicológico, filosófico… o del propio significado que se le dio en los comienzos a la palabra latina, de donde desciende norma. Está viene a decir que lo normal es aquello que está en su estado natural, ajustado a reglas fijadas, a lo común, a lo usual, a lo frecuente. Actualmente el aspecto físico, como el peso o altura, la orientación sexual (homofobia), lo que está bien y mal, dependiendo de si se es hombre o mujer, o los hechos y comportamientos actuales en relación con la pandemia son los temas más acentuados en nuestra sociedad, a la hora de marcar lo que es normal y lo que es anormal. Entendiendo por anormal todo lo contrario, es decir, lo que no cabe dentro de nuestra capacidad de entendimiento o coherencia. Ajustarnos a los valores medios o a las expectativas de la sociedad no es la forma de intentar integrarnos socialmente, ni en la que tendríamos que buscar la aprobación de la misma. Esta forma lo único que conlleva es a darle mucho mayor protagonismo a lo común que a lo diferenciado, es decir, por lo que cada uno de nosotros destacamos.
Somos aproximadamente unos 7.000 millones de humanos, lo que me hace pensar con certeza que no solo existe una única normalidad. Partiendo de la premisa de que mayormente la “supuesta normalidad” se basa en aspectos personales, que vamos desarrollando desde pequeños, valorando así ciertas acciones coloquialmente como “lógicas” o “típicas”, se deduce que estas tienden a ser consideradas buenas o malas. Apliquemos esto a los comportamientos de los niños, que es donde se forjan dichas experiencias, vivencias… Un niño de entre nueve y doce meses debe decir algunas palabras sueltas, intentar imitarlas y entenderlas, a los dos años debería ser capaz de juntar entre dos y cuatro palabras y, a los tres años, su vocabulario debería verse enormemente aumentado. Damos por sentado que todos los niños son iguales, sin embargo, cada uno es diferente del otro. Cuando estos no siguen estas reglas, se suelen oír cosas tales como: “no es normal que aún no diga prácticamente ni una palabra”, y se les intenta implementar otro tipo de enseñanza. Otro ejemplo es el momento en el que niños y niñas juegan con juguetes clasificados para unos o para otros, adentrándonos en este ámbito en los roles de género y lo considerado normal en cada uno de ellos. Según como se implique a los niños en este, sus ideas acerca de lo normal serán más o menos flexibles, más o menos tolerantes, más o menos respetuosas. En mi opinión, sintetizando las anteriores ideas y aportándole un punto particular, pienso que la normalidad está sobrevalorada, llena de prejuicios y falta de información y conocimiento, además de críticas hacia lo opuesto a lo que nosotros consideramos normal, por falta de empatía. Todo esto me lleva a replantearme si es justo implantar un estilo de reglamento en ámbitos que son propios y que no exigen el consentimiento del resto. La pregunta es entonces ¿debería ser realmente considerada la normalidad como algo universal?. Mi respuesta es simple y concreta: si el comportamiento o acto implica que una colectividad se vea perjudicada, debe existir un consenso para que nadie se vea dañado, si por el contrario es solo un individuo al que le afecta su propia actitud, la responsabilidad es suya, no hay necesidad de que el resto la juzguemos como más o menos acertada. La normalidad es simplemente un sustantivo abstracto, un intento de tenerlo todo bajo control y organizado, necesidad que tenemos con todo como seres humanos, pero que simplemente tiene como consecuencia que muchas personas no se sientan a gusto y no puedan vivir como hay que hacerlo, respetando, pero sintiéndose libre.
¡FELIZ NORMALIDAD! Miss Courage “A veces, olvidar es la única forma de volver a la normalidad.” M.L. Stedman, la escritora australiana del best-seller mundial de 2016, “La luz entre los océanos”, mencionó esta frase en su libro. Pero... ¿Qué es la normalidad? Normalidad es levantarnos un día cualquiera y al levantar las persianas ver que no hay ninguna nube en el cielo, o que haya una niebla espesa que sabemos que dentro de unas horas se irá. Normalidad es poder pasear por la calle sin tener que usar las mascarillas, normalidad es poder juntarme con todo mi grupo de amigos y celebrar mi cumpleaños, la normalidad es poder dar abrazos a nuestros abuelos sin tener miedo de matarlos. En el libro de Stedman, una pareja de jóvenes casados que viven en una isla no puede tener hijos. Los dos lo son todo el uno para el otro, pero de pronto se sienten incompletos. Han sufrido varios abortos y de repente, ocurre un milagro. Una noche de tormenta con las aguas agitadas, la pareja escucha los llantos en la inmensa oscuridad, al salir a la playa para ver qué pasaba, resulta que un bebé náufrago desemboca en un bote. La pareja decide cuidar al bebé. Viven junto a la pequeña Lucy los mejores años de su vida, pero de pronto, la noticia de una viuda y su bebé perdido rompe con la normalidad y así con la felicidad de la familia. ¿Estarán Tom e Isabel dispuestos a dejar marchar a la pequeña Lucy? En nuestro caso, hace casi un año que nos arrebataron a nuestra pequeña Lucy. La causante de nuestras risas, nuestras aventuras y todos nuestros besos. Hace casi un año que Lucy ha desaparecido para nosotros y con ella nuestra normalidad. El 31 de diciembre de 2019, el mundo se infectaba por la enfermedad que todos conocemos quizás hasta demasiado bien: COVID-19. Todo empezó por un inofensivo murciélago u armadillo en China, más tarde los países vecinos se iban contagiando, y un turista alemán en la Gomera se encargó de que España también cayese. Dos meses más tarde, las clases se cancelarían y se cerrarían los colegios. Finalmente, el 13 de marzo de 2020 se declaró la cuarentena oficial en toda España. Algo que parecía corto, al principio incluso divertido, pero, sin saberlo, el mundo no volvería a ser como lo conocemos. La bolsa alcanzó prácticamente niveles subterráneos, las videollamadas no daban abasto y para los más desafortunados, sus familiares también enfermaron. La COVID-19 nos ha arrebatado muchas cosas, y con ellas nuestra felicidad. Dicen que nunca valoras lo que tienes hasta que lo pierdes, y esta vez hemos perdido demasiado. Para muchos, la COVID-19 puede llegar a ser un sinónimo de rabia, dolor y angustia. Pero para mí, COVID-19 es sinónimo de anormalidad. Desde hace un año, las cosas han cambiado. Los bares han cerrado, las fiestas se han acabado, las Navidades han perdido su magia y las sonrisas cada vez se esconden más. Vivimos con miedo al mañana, atemorizados y acobardados. Las mascarillas son nuestra única barrera, ¿pero cuánto tiempo seremos capaces de aguantar? Puede que la COVID-19 y su dichosa anormalidad hayan intentado machacarnos y destrozarnos, tanto física como psicológicamente. La depresión y el suicidio son algunas de las secuelas que está dejando la pandemia. Cada 40 segundos muere una persona con problemas psicológicos desencadenados por la COVID, aún sin contagiarnos a todos. Los datos son abrumadores, y los gobiernos no dan abasto con las nuevas fases de la normalidad, los contagios y la economía. Pero quizás nosotros también tenemos algo que ver en cuanto a la manera de afrontar las cosas. El miedo y el fracaso sólo son lastres hacia nuestro mañana, sin embargo, el deseo de cambiar y la valentía de creer en un mundo mejor, nos llenan de esperanza y alegría.
Todo consiste en valorar lo que tenemos y no dar nada por perdido. Desde el 12 de mayo de 2020, la situación ha ido mejorando poco a poco. Hemos intentado levantar cabeza: en la fase 1, las reuniones familiares de hasta un máximo de diez personas y las salidas para pasear y hacer deporte estaban permitidas. Para la fase 2, las mascarillas ya eran obligatorias, los comercios y bares reabrieron. Y conforme el tiempo ha ido pasando, las fases 3 y 4 se adaptaron a las circunstancias de la pandemia, desarrollando poco a poco la nueva normalidad. Pero…¿cuál es la verdadera normalidad? Cada día, la primera palabra que escuchamos al levantarnos es COVID-19 y también la última. Más del 90% de las noticias diarias en los medios de comunicación están relacionadas con la pandemia. 112 millones de personas se han contagiado, 63,4 millones se han curado y 43 millones de personas, mis abuelos incluidos, ya se han vacunado. La COVID-19 para mí es sinónimo de anormalidad, pero también de lucha. Una lucha en la que estamos todos unidos. Los países se han unido como hermanos, ofreciendo recursos y ayudas a los más necesitados. Nuestros gobiernos han gestionado la pandemia valorando las mejores estrategias posibles, los sanitarios luchan cada día por salvar a nuestros amigos y familiares, los productores no piensan parar las máquinas hasta que todos tengamos las mascarillas suficientes, los colegios siguen enseñando. A pesar de las nuevas restricciones, en definitiva, el mundo sigue adelante. La respuesta ante el virus ha sido la de la “nueva” o “falsa” normalidad. Ya no sólo deseamos que algún día se acabe esta asfixiante pesadilla, sino que ahora los protagonistas de nuestros sueños también llevan mascarillas. Puede que nunca más podamos volver a darnos dos besos a la hora de conocer a alguien, ni siquiera un apretón de manos, simplemente nos limitaremos a chocar nuestros codos. En el mundo de la moda, hasta las pasarelas de París y de Milán han incorporado mascarillas personalizadas como complemento estrella de la temporada. Puede que la COVID-19 haya desencadenado un año catastrófico, triste y doloroso para todos nosotros, pero también hemos sabido sacar partido a las cartas que la pandemia nos brindaba. Las tecnologías siguen evolucionando y ahora, hasta nuestros familiares más mayores se han convertido en auténticos cracks de las videollamadas, puede que hasta le hayan cogido gusto. 2020 no ha sido un año perdido, tan sólo ha sido un año anormal. La pandemia nos ha hecho valorar las cosas que de verdad importan. Aferrarse a la antigua normalidad es angustioso y triste, vivir con miedo al mañana es aterrador, pero valorar el ahora es prometedor. No sabemos qué será de nosotros ni mañana ni en cinco años, pero sí sabemos lo que tenemos ahora y, aprender a valorarlo, sólo depende de nosotros. Tenemos que ser valientes y luchar por lo que tenemos. Ni Lucy, ni la felicidad, ni la normalidad nos han abandonado; tan sólo han cambiado. Ahora sólo es cosa nuestra y podemos empezar deseándonos los unos a los otros: ¡Feliz normalidad!
NORMALIDAD ADVERSUS DIVERSIDAD Alaia “La normalidad es una ilusión: lo que es normal para una araña es el caos para una mosca.” Morticia
Addams. Pero… ¿qué es normalidad? Oficialmente y según la RAE es algo que sirve de norma o regla. Es decir, es una generalización que responde a unas características determinadas, de acuerdo a un esquema social y cultural. Sin embargo, la realidad demuestra que conforme transcurre el tiempo en la historia, el término también ha evolucionado, pudiendo demostrarse que es un término subjetivo y que esos cambios implican también aceptación. La normalidad lleva implícita la exclusión, al no aceptar otros modelos, que se alejen de la regla o norma general. Si tuviéramos que definir diversidad y consultaremos la RAE, veríamos que significa variedad. Además, la diversidad supone enriquecimiento. Y ¿qué es una familia? La RAE la define como un grupo de personas emparentadas entre sí, que viven juntas. Pero antes el significado de una familia normal dependía de cada cultura. Para algunas culturas la familia normal conllevaba monogamia, sin embargo, para otras las familias normales eran poligámicas. La idea de familia tradicional española era la formada por padre, madre e hijos. De hecho, se celebraba el “día del padre” y “el día de la madre” pero, actualmente, existe mucha diversidad familiar. Pueden ser familia tradicional, familia monoparental {un padre o una madre}, familia homoparental {dos padres o dos madres}, puede haber parejas formadas por un divorciado y un nuevo emparejamiento, familias reconstruidas y también existe la familia multigeneracional. Cuando pienso en la diversidad de familias, me viene a la memoria el cuento de la imprenta Azuzaina, a la que llega un encargo muy importante en el que tienen que crear un libro con fotos de diferentes familias. En esta tarea aparecen muchas dudas como, ¿pueden ser dos hombres y un niño familia?, ¿y una madre y un hijo?, ¿son ellos familia? Con la ayuda del cartero consiguen descubrir que la familia va más allá de la sangre, por eso, después de tanto tiempo juntos, ellos también son una familia. ¿Qué es una familia normal? Para cada uno la suya. Lo contrario de normal, no debe ser anormal, por eso, normal adversus diversidad.
NORMALIDAD IMPUESTA O NORMALIDAD ELEGIDA. Pseudónimo: Libertad elegida ¿Tu normalidad o la mía? La palabra normalidad no tiene una definición clara o exacta, la RAE la define como “Cualidad o condición de normal”, pero ¿como podríamos decir que algo es normal? Podríamos decir que algo normal es aquello a lo que estamos acostumbrados a ver, tocar o sentir, que es algo que hacemos desde pequeños. Algo normal no es algo generalizado, dado que para unas personas lo normal es lo que ellos piensan y para otras es lo contrario. Entonces, ¿de quién nos tenemos que fiar? En este caso únicamente nos tenemos que fiar de nuestra propia experiencia, lo que pensamos, lo que vivimos en propia carne. Hay autores que hacen reflexionar sobre la normalidad y nos plantean diferentes puntos de vista. La autora Rosa Montero en su libro La ridícula idea de no volver a verte nos comenta que “aunque la normalidad sea un marco convencional para homogeneizar a los seres humanos, cada ser humano es distintos, tienes sus características, comportamientos e ideología”. Lo “normal” nos sale natural decirlo, pero, ¿cómo podemos decir que algo es normal si ni nosotros tenemos clara la propia definición? Es decir, cada uno de los seres humanos tiene una normalidad y ninguno es igual al anterior pero sí comparten algunas similitudes, pero entonces si nosotros no somos “normales”, según la definición que la rae nos propone, como podemos decir que algo lo sea. Nos preocupamos por cómo un grupo social nos puede aceptar según la forma que vestimos o pensamos, en el momento que esto pasa dejamos de tener libertad, tememos a las críticas y no lo hacemos por miedo al rechazo. La sociedad comúnmente nos acepta o rechaza según diferentes criterios; vestimenta, ideología, clase social… Hay que dejar de ser como la gente quiere que seamos, sigamos nuestros instintos y no permitamos que nos clasifiquen. Somos distintos con nuestras virtudes y defectos pero eso hace de nosotros seres ÚNICOS y no tenemos que dejar de serlo. Cuando una persona se siente inferior a otra intenta imitarla creyendo que si busca “normalidades externas” encontrará la suya propia pero lo único que hace es mentirse a sí mism@. En el caso de que se saliese de esos “criterios normales” se clasifican como anormales, fuera de lo normal, dado que no siguen los criterios ponderados. Por conclusión, dejemos de vivir en la normalidad impuesta. Cada uno de nosotros somos un ser distinto y tenemos que vivir nuestra normalidad sin temer a críticas, dejemos de imitar a los demás por pensar que su vida es más normal, más cotidiana, que la nuestra. No hay normas que definan cómo tenemos que ser o pensar, así que dejemos de vivir en una crítica social por no aparentar/ser lo suficientemente normal para que nos acepten.
LA NORMALIDAD ¿CÓMO LA VES TU? Perséfone ¿Qué es para ti la normalidad? ¿Es algo que puedes ver y tocar o es algo abstracto? ¿La normalidad es algo general que todos tenemos por igual o depende de diversos factores? Cuando se habla de normalidad hay muchísimos aspectos que hacen que este sencillo concepto se convierta en algo relativo. Entonces, ¿qué es la normalidad? La normalidad hace referencia a aquello que se adapta o ajusta a unos valores. Esta está asociada a la conducta de un individuo cuando no muestra apenas diferencias respecto al comportamiento del resto de su comunidad. Pongamos un ejemplo: en Escocia es algo completamente normal y habitual que los hombres lleven falda, pero no resulta algo tan común y usual llevarlo en otras sociedades. Pero esto no tiene nada de malo, sino que tan sólo no lo tenemos normalizado. ¿Qué pasaría si ahora todos los hombres de todo el mundo se viesen obligados a llevar falda o decidieran llevarla siempre? Ahora puedes pensar que sería muy raro ¿no? Quizás los primeros meses sería curioso y extraño ver a todos los hombres llevando falda (cuando usualmente suelen llevar unos vaqueros o un chándal), pero a medida que pasara más tiempo, lo veríamos cada vez más normal. No ver el llevar falda como algo normal depende también de los estereotipos que nuestra sociedad ha creado. Tenemos que tener cuidado cuando hablamos de normalidad, ya que a veces podemos confundirlo con, por ejemplo, normas religiosas como el hecho de llevar el hiyab (un velo que cubre la cabeza y el pecho, que deben usar las mujeres musulmanas) que pertenece a la norma religiosa musulmana. Una vez definido este aspecto vamos a ponernos en situación: Imagina que te despiertas un día, y al dirigirte a la cocina para beber agua, te das cuenta de que de tu grifo no sale agua. Resulta que cuando te acostaste ayer, no leíste un mensaje que había enviado el ayuntamiento, en el que informaban de que iban a cortar el agua durante todo el día. Pero te pongo una situación difícil en la que vives sólo en el campo, y tienes un largo camino hasta la ciudad (una hora) y hoy no tienes tiempo. Tienes que asearte, desayunar y fregar lo que has manchado, pero no tienes agua para hacer todo esto. Lo primero que haces es enfadarte mucho: te subes por las paredes y maldices no haberte enterado antes, y después, más calmado, intentas encontrar una solución a este problema. ¿Habéis imaginado la situación? Con este ejemplo quería transmitir la idea de normalidad y haceros entender que también es aquello que esperamos. Igualmente un ejemplo que está presente cada día es cuando nos levantamos por la noche. También confiamos en que al pulsar un interruptor, en un solo segundo, se va a encender una luz que nos permita ver en la oscuridad. Hagamos un viaje en el tiempo para poder ver hechos que ahora son considerados habituales y hace años, no lo eran.
En el Siglo XX, para ser exactos, en el año 1919, los trabajadores (tras muchísimo esfuerzo y muertes) consiguieron que la jornada laboral fuera de ocho horas diarias. Este hecho que a nosotros nos parece no solo habitual, sino que lo consideramos un derecho, hasta su declaración, era algo impensable. Pero ojo, hay ciertos países que aún sufren de largas y duras jornadas laborales. Permaneciendo en el Siglo XX, en el año 1931, las mujeres consiguieron el voto femenino, otro derecho por el que lucharon mucho y nosotros ahora lo vemos como algo completamente habitual y a lo que todos tenemos derecho. Como último ejemplo, vamos a poner algo muy interesante y que se ha desarrollado increíblemente rápido en muy poco tiempo. Los teléfonos móviles y las tecnologías. Tal vez os preguntaréis… ¿cuándo apareció el primer teléfono móvil? El primero apareció en 1984. En ese momento los teléfonos eran algo que se podía permitir la gente con dinero. Era algo extraño ver a la gente con uno. Conforme fueron avanzando los años, los móviles siguieron desarrollándose. Cada vez eran más baratos y era más usual que la gente los llevara. Ahora, actualmente lo raro es ver que alguien no tenga un móvil, ya que las tecnologías han avanzado tantísimo que las utilizamos para prácticamente todo, y parece impensable que alguien no tenga un ordenador, o internet en casa. Para acabar este pequeño viaje, actualmente, la palabra normalidad nos lleva a pensar automáticamente en la pandemia y en el coronavirus. Esto se debe a que cualquier hábito que hasta hace casi 12 meses nos parecía una conducta completamente normal y no había inconvenientes para llevarlo a cabo (como reunirnos con la familia, ir a un cumpleaños, coger el autobús, ir al cine, etc) se han convertido con el covid en acciones poco comunes que nos resultan chocantes incluso cuando vemos una película al percibir que se dan la mano o cuando se encuentra mucha gente reunida en un lugar cerrado. Esta situación nos ha hecho darnos cuenta de que añoramos aspectos o situaciones de la vida cotidiana que antes nos aburría ya que podíamos hacerlo con completa libertad. A veces, comparar los hechos que se consideran normales entre diferentes culturas o sociedades nos permite descubrir aspectos en los que somos afortunados o lo contrario.
¿Y SI CREAMOS UNA NUEVA NORMALIDAD? M.I.J Foucault
¿Cuál es la relación entre la normalidad y la ley? ¿Ha de hacerse de la normalidad la causa y fuente de la ley, o hemos de esperar que la ley sea desarrollada como guía de nuestras prácticas faltándonos una norma para su aplicación y nuestra economía vital?
Las normas y la prolongación de su aplicación o uso generan normalidad. Cuando la normalidad es un uso social, estas constituyen el fundamento de la obligación. La necesidad de una regulación legal de los usos de un acto por prudencia o por racionalización, puede ser considerada causa suficiente y necesaria de su codificación legal; así, la norma fundaría o de ella emanaría o se actualizaría la conducta como ley o norma universal.
También puede considerarse la valoración de la normalidad y legalidad en un sentido inverso a como ha sido expuesto anteriormente.
Dada una ley y por extensión una legislación, ha de desarrollarse por necesidad básica y por diversidad casuística, una normativa para su posible y real ordenación de los acontecimientos. Aquí nos encontramos con las técnicas para aplicar la ley. El espíritu de la ley y su letra sería traducido a un conjunto de normas que garantizan la progresión de una sociedad desde el código de naturaleza jurídica a la incardinación en la conciencia de los particulares de los fines y principios de la voluntad del legislador. La ley se hace causa, mediante la medición de la norma, de la conducta o de la normalidad de un grupo o sociedad, es decir, nuestra normalidad depende de las leyes.
Tanto en un caso como en otro la normalización ha de considerarse esencial. En la primera opción los usos normalizan las conductas discretas y las costumbres usuales. En el segundo caso la normalidad es un requisito legal que se hace explícito en los códigos y que gestionan especialistas en el asunto acreditados legalmente.
Las normas no pueden emanar de criterios disciplinares que omitir, la vida más propia de una persona o una comunidad, pero también, hay que considerar la salvación evitando que cualquier proceso de normalización legal distorsione la salvación de lo que garantiza a la propia persona y comunidad en lo que le es más propio, evitando que
cualquier proceso de normalización legal distorsione el fin que hace que toda conducta humana sea la fuente de la propia vida social. Si lo más nuestro se normaliza, la ley y la moral sólo pueden aspirar a acompañarnos para que todo pueda acontecer como ha de ser. Cuando la ley y la moral son condición de posibilidad de que algo propio tenga una garantía para aparecer, es que nada fundamental va bien. Todo empieza a ser como debe ser.
El malestar de una época, es la experiencia que anticipamos para la nuestra. Las normas son intocables, los derechos siguen en una inflación galopante, depresión, bullying, mobbing...
¿Dejamos que diseñen nuestra normalidad de ciudadanos aislados llenos de sospechas? ¿o retomamos <<a casa>> para que desde el fuego que en ella encontremos, empecemos nuestra más propia vida normalizada?, nuestra navegación segunda, que va a ser la trama de la propia historia.
¡Yo quiero una norma propia!
Autoras de los artículos Ana Fanlo Navarro Pilar Clemente Sogas Ixeya Blasco Ainsa Sandra Ballesteros Gil Elsa Auseré Paradinas Mireia Pérez Aznar Carlota Franco Gil Irene Trasobares Varea
IES CLARA CAMPOAMOR RODRÍGUEZ CURSO 2020-21