la familia peluzco

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Óscar Bacallado

Óscar Bacallado

Viaje fantástico por las islas Canarias Cleta y Domitila Alizulh La nube transparente Piel de Luna Piojos y tarea María Guiniguada Jero aletas de mero El secreto de Lucía

A partir de 9 años

Los Peluzco eran conocidos por sus extravagantes peinados y por la cantidad de dinero que gastaban en champú, laca y peines. Se consideraban a sí mismos los más felices del vecindario. Hasta que, un mal día, todo se torció. El pequeño Javier, su único hijo, comenzó a portarse de forma muy, pero que muy extraña.

La princesa vagabunda y otros poemas

La familia Peluzco y otros cuentos

A PARTIR DE 9 AÑOS

La familia Peluzco y otros cuentos Ilustraciones de Carlos Miranda

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El viaje de Almamayé 1558033

I S B N 978-84-667-7701-8

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788466 777018

www.anayainfantilyjuvenil.com


Para la explotación en el aula de este libro, existe un material con sugerencias didácticas y actividades a disposición del profesorado en nuestra web. © Del texto: Óscar Bacallado, 2008 © De las ilustraciones: Carlos Miranda, 2008 © De esta edición: Grupo Anaya, S.A., 2008 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid www.anayainfantilyjuvenil.com e-mail: anayainfantilyjuvenil@anaya.es 1.ª edición, mayo 2008 Diseño: Manuel Estrada / Grupo Anaya ISBN: 978-84-667-7701-8 Depósito legal: M. 16.405/2008 Impreso en ORYMU, S.A. Ruiz de Alda, 1 Polígono de la Estación Pinto (Madrid) Impreso en España - Printed in Spain Las normas ortográficas seguidas en este libro son las establecidas por la Real Academia Española en su última edición de la Ortografía, del año 1999.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.


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V O L C Á N

Óscar Bacallado

La familia Peluzco y otros cuentos Ilustraciones de Carlos Miranda


1 LA FAMILIA PELUZCO

La familia Peluzco podía pasar horas peinándose antes de salir a la calle. Eran conocidos por lucir extravagantes peinados y gastarse generosamente su dinero en champú, peines y mucha laca. Peluzco era sinónimo de alta peluquería. Atraían las miradas en cualquier reunión social. Entre la multitud, se les identificaba claramente por sus elaborados peinados: en forma de barco de vela, de templo budista o de selva amazónica. Se contaba de ellos que si se trenzaran todos los pelos de la familia, se podría fabricar una soga tan larga como para llegar desde la Tierra a Saturno.

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La felicidad de la familia Peluzco era reconocida por sus vecinos. No podían ser más dichosos. Y eso pensaban ellos también hasta que, un mal día, todo se torció. El pequeño Javier, su único hijo, comenzó a portarse de forma muy, pero que muy extraña. Ocurrió a finales del mes de agosto. Después de las vacaciones de verano, llevaron a su perrita Fuss Fuss al veterina-

rio. Se llamaba Fuss Fuss en honor al sonido que hacía la laca al salir del aerosol. Cuando iban a entrar por la puerta de la consulta, un imprevisto vendaval sacudió todo lo que encontró a su paso. Una lengua de viento alcanzó al pequeño Javier, y el castillo medieval con arqueros y príncipe de su peinado se desmoronó sobre él. Sus padres intentaron reconstruir aquellas ruinas, pero nada pudieron hacer. Javier quedó hecho una chufa, sepultado hasta los pies por varias capas de pelo revuelto. La voz de la señorita de recepción les avisó de su turno para entrar. En otras circunstancias, el chico los hubiese acompañado, pero su ánimo no se lo permitía. Javier gemía de pena, y

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se quedó solo en la salita de espera mientras sus padres entraban con Fuss Fuss. De vez en cuando se oía un leve murmullo, como si quisiera hablar. Pero tantos kilos de pelo se habían convertido en una perfecta barrera contra el sonido. Unos minutos más tarde, sus padres salieron con Fuss Fuss ya vacunada. Con la prisa que imponía aquel desastre, se marcharon a casa. Debían reparar aquel pelo desgraciado antes de que sus vecinos lo vieran con esa facha. La peluquera de la familia los esperaba con la laca de urgencias en la mano. Les abrió la puerta y sintió que se desmayaba al ver ese pelo tan escurrido. Horrorizada por aquella visión, llevó a Javier directamente a la silla de peinados. Un despliegue de productos de belleza capilar esperaba junto la bandeja de peines. Y ninguno de ellos pudo poner orden a tanta greña rebelde. Ni siquiera funcionó el «Europeinador 2000», un cepillo eléctrico que solo se utilizaba en casos de emergencia.

Al tercer tirón de pelo, Javier dio tal salto que se quedó enganchado a la lámpara del techo. Parecía una araña colgada de un hilo de seda. Al verlo zarandearse allí colgado, Fuss Fuss corrió asustada y se escondió debajo de la alfombra. Fue a partir de entonces cuando Javier cambió por completo. No solo huía de todo aquello que tuviera forma de peine, sino que creó en la casa un verdadero caos. Abandonó por completo sus tareas y empezó a descuidar también su higiene.


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Los días pasaban, y la desesperación crecía. Todo lo que antes era fácil, ahora era imposible. Imposible volverlo a peinar, imposible meterlo en la bañera, imposible que recogiera su cuarto e imposible que comiera. La familia Peluzco estaba a punto de estallar. El pequeño Javier formaba tanto jaleo en la cocina que nunca terminaba de comer en la misma silla. Solo le faltaba gritar «¡Quiero ser Tarzán!» y salir disparado por una ventana. La comida volaba por los aires, y la paciencia de sus padres también. Por turnos, movían la cuchara con piruetas e intentaban que tragara la sopa sin rechistar, pero Javier se revolvía y se encaramaba a la nevera. Consiguió ponerlos histéricos el día que empezó a comer sentado en el suelo. Se revolcaba entre las migas, y si algún día no se lo permitían, se marchaba de la cocina gruñendo y rascándose la cabeza compulsivamente. La peluquera dejó de hacer peinados


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diarios. Es más, se despidió el día que Javier corrió detrás de ella con el secador lleno de mocos. Por las mañanas, el dormitorio se convertía en un campo de batalla. Sábanas y almohadas volaban de un lado a otro sin que consiguiesen separarlo de la cama. Otras veces se metía debajo del armario del comedor y no había quien lo sacara. Allí pasaba un buen rato, hasta que se cansaba. Entonces salía por un lateral asomando primero los pies y luego el resto del cuerpo, envuelto en pelusas de polvo. ¡Siempre igual! Preocupados por aquella conducta, consultaron a todos los parientes Peluzco de la ciudad. Necesitaban averiguar si existía algún caso parecido en su larga historia. La contestación fue siempre la misma: NO. Ya no sabían qué hacer, así que asumieron aquello como un caso perdido. «Esto no durará siempre» se decían para animarse. Querían descansar de aquel tormento, y la única manera de hacerlo era enviar a

Javier al colegio, aunque fuese despeinado. Despeinado era una palabra horrible: los Peluzco solo la utilizaban cuando querían insultar a alguien. Por fin empezaron las clases. Durante tres días intentaron llevarlo al colegio, pero lamentablemente no lo consiguieron. Solo una vez lograron meterlo en el coche. Su padre esperó sobre la cama a que asomara. Y, con la habilidad de un camaleón cazando insectos, se abalanzó so-

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bre él atrapándolo por la cintura. Se meneó con tal pataleo que desbarató los rizos en forma de pescadilla del peinadopecera de su padre. Logró por fin llevarlo al auto, y quince minutos más tarde, cuando pudo separarlo de la rueda trasera, lo metió en el asiento de atrás. El camino hacia el colegio se hacía larguísimo, intentando ponerle el uniforme y que se tomara el desayuno. Derramó un yogur sobre su camisa, un paquete entero de galletas desmenuzadas en el asiento y escupió la manzana masticada en la cabeza de su padre. Indudablemente, con esas pintas no podían presentarse en ningún lado. Tuvieron que volver a casa hechos una auténtica piltrafa. La familia Peluzco se sentía agobiada y avergonzada con el desastroso comportamiento de Javier. Como no había manera de llevarlo al colegio, intentaron ponerle un profesor particular. Solo el hecho de nombrárselo provocó en Javier la reacción disparata-

da de encerrarse en el baño y beberse el agua del váter. Días más tarde, le compraron vídeos educativos para que se entretuviera con algo. Eso sí que le encantó. El único problema fue que todas aquellas cintas terminaron desenrolladas, decorando el salón y las ventanas. Las únicas veces que se sentaba delante del televisor era para lamer la pantalla cuando echaban anuncios de natillas.

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A partir de 9 años

Los Peluzco eran conocidos por sus extravagantes peinados y por la cantidad de dinero que gastaban en champú, laca y peines. Se consideraban a sí mismos los más felices del vecindario. Hasta que, un mal día, todo se torció. El pequeño Javier, su único hijo, comenzó a portarse de forma muy, pero que muy extraña.

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