Alibabaylos40ladrones

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Ali Babá y los 40 ladrones Autor: De Las mil y una noche Hace mucho mucho tiempo, en una ciudad de Persia, vivían dos hermanos. Un hermano se llamaba Kasim y el otro Alí Babá. Ambos eran muy pobres. Cuando el padre de Kassim y de Alí Babá, que era un pobre hombre vulgar, hubo fallecido, los dos hermanos se repartieron con toda equidad en el reparto lo poco que les había tocado de herencia; pero no tardaron en comerse la exigua ración de su patrimonio, y de la noche a la mañana se encontraron sin pan ni queso y muy alargados de nariz y de cara. ¡Y he ahí lo que trae el ser tonto en la primera edad y olvidar los consejos de los cuerdos! Pero el mayor, que era Kassim, al verse a punto de derretirse de inanición en su piel, se puso pronto al acecho de una situación lucrativa. Y como era avisado y estaba lleno de astucia, no tardó en entablar conocimiento con una alcahueta (¡alejado sea el Maligno!), que, después de poner a prueba sus facultades de cabalgador y sus virtudes de gallo saltarín y su potencia de copulador, le casó con una joven que tenía buena cama, buen pan y músculos perfectos, y que era cosa excelente. ¡Bendito sea el Retribuidor! Y de tal suerte, además de refocilarse con su esposa, tuvo él una tienda bien provista en el centro del zoco de los mercaderes. Porque tal era el destino escrito sobre su frente desde su nacimiento. ¡Y esto es lo referente a él! En cuanto al segundo hermano, que era Alí Babá, he aquí lo que le sucedió. Como por naturaleza estaba exento de ambición, tenía gustos modestos, se contentaba con poco y no tenía los ojos vacíos; se hizo leñador y se dedicó a llevar una vida de pobreza y de trabajo. Pero a pesar de todo, supo vivir con tanta economía, merced a las lecciones de la dura experiencia, que pudo ahorrar algún dinero, empleándolo prudentemente en comprarse primero un asno, después dos asnos y después tres asnos. Y los llevaba a la selva consigo todos los días, y los cargaba con los leños y los haces que antes se veía obligado a llevar a cuestas. Convertido de tal suerte en propietario de tres asnos, Alí Babá inspiró tanta confianza a la gente de su corporación, todos pobres leñadores, que uno de ellos tuvo por un honor para sí ofrecerle su hija en matrimonio. Y en el contrato ante el kadí y los testigos se inscribieron los tres asnos de Alí Babá por toda dote y toda viudedad de la joven, quien, por cierto, no aportaba a casa de su esposo ningún equipo ni nada que se le pareciese, ya que era hija de pobres. Pero la pobreza y la riqueza no duran más que un tiempo limitado, en tanto que Alah el Exaltado es el eterno Viviente. Y gracias a la bendición, Alí Babá tuvo de su esposa, la hija de leñadores, niños como lunas, que bendecían a su Creador. Y vivía modestamente dentro de la honradez, en la ciudad, con toda su familia, del producto de la venta de sus leños y haces, sin pedir a su Creador nada más que esta sencilla dicha tranquila. Un día entre los días, estando Alí Babá ocupado en cortar leña en una espesura virgen del hacha, mientras sus asnos se pavoneaban paciendo y regoldándose no lejos de allí en


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