LA ODISEA ILUSTRADA POR LOS ALUMNOS DE 5ยบA
Ana
Uno de los héroes de la Guerra de Troya fue Ulises. Ulises era famoso por su astucia. A él se le ocurrió la idea del Caballo de Troya, gracias a eso los griegos ganaron la guerra.
Ulises era rey de una isla griega llamada Ítaca. Estaba casado con la hermosa Penélope y tenía un hijo recién nacido, Telémaco, cuando fue llamado para acudir a la Guerra de Troya. Ulises era famoso por su astucia - fue al que se le ocurrió la treta del Caballo de Troya-, durante todo el viaje de regreso a casa demostrará muchas veces esa cualidad.
Cuando acabó la guerra, que había durado 10 años, Ulises y los suyos emprendieron el regreso a casa, a bordo de 12 naves. Ulises estaba deseando llegar para abrazar a su esposa Penélope y a su hijo Telémaco, al que dejó siendo muy pequeño. Pero el viaje de vuelta en barco era muy muy largo y estaba lleno de peligros. Además, los barcos de antes eran muy pequeños, con una sola vela e iban con remos. La travesía será más difícil y peligrosa de lo que imaginaban Ulises y los suyos. Ese viaje cambiará su vida para siempre porque será puesto a prueba por espíritus y monstruos; se verá tentado por la fama, la gloria y por una atractiva Diosa. Mientras tanto, en Ítaca, Penélope estará siendo rondada por hombres que pretenden seducirla y adueñarse de su Palacio. Si quieres conocer las aventuras que corrió Ulises hasta llegar a su casa, continúa leyendo. Este impresionante viaje, es como una novela de aventuras, lo relató un autor de la antigua Grecia que se llamaba Homero en una obra conocida como La Odisea.
La travesía será más difícil y peligrosa de lo que Ulises y los suyos podían imaginar.
ULISES EN LA TIERRA DE LA FLOR DE LOTO
Los que comían aquellas deliciosas flores se olvidaban de todo y sólo querían seguir en aquel lugar comiendo las flores para siempre.
Nada más salir de Troya, los vientos decidieron jugarle una mala pasada y cada vez le alejaban más de su destino. Después de muchos días avistaron tierra. Ulises envió a tres de sus hombres a conseguir agua y provisiones a esa tierra extraña, sin saber que era el País del Loto, donde la gente se alimentaba sólo de esa flor. Sus habitantes recibieron amablemente a los enviados de Ulises. Les ofrecieron para comer la 9flor del loto: de la que ellos se alimentaban, una flor de un dulzor tan maravilloso que los que la comían se olvidaban de todo lo demás y sólo querían permanecer para siempre en esa tierra, comiendo las deliciosas flores y viviendo felices sin preocuparse de nada más. Tras esperarlos largo tiempo, Ulises se dio cuenta de que algo raro estaba sucediendo. Desembarcó con el resto de sus compañeros y salió en busca de sus tres hombres. Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, tuvo que atar de pies y manos a sus tres hombres y llevarlos corriendo a sus barcos, teniendo mucho cuidado de que nadie más probase aquellas flores. En cuanto llegaron a las naves ordenó desplegar las velas y remar con fuerza para escapar cuanto antes de aquel lugar. Por suerte, los tres hombres volvieron a recordar enseguida al oír las órdenes de Ulises.
LA TIERRA DE LOS CÍCLOPES
Llegaron después a la isla de Sicilia donde vivían los cíclopes. Eran unos gigantes muy feroces, con un solo ojo en el centro de la frente y que habitaban en cuevas.
Llegaron después a la isla de Sicilia donde vivían los cíclopes. Eran unos gigantes muy feroces, con un solo ojo en el centro de la frente y que habitaban en cuevas. El peor de todos los cíclopes era uno llamado Polifemo, hijo del dios del mar Poseidón. Polifemo poseía numerosos rebaños de ovejas y cabras. Ulises, que no sabía nada de los cíclopes, fue a explorar la isla con doce de sus hombres. Llevaban un saco de comida y un odre de vino para la expedición. Sus pasos les llevaron a la cueva de Polifemo, que se encontraba cuidando de sus rebaños en el monte. En la cueva había quesos, leche, corderos, chivos; cosas que les alimentarían durante la larga travesía hasta su casa. Así que los hombres de Ulises tomaron todo lo que pudieron y propusieron salir rápidamente del lugar. Sin embargo, Ulises decidió esperar para conocer al dueño del lugar y explicarle la situación. Cuando, por la noche, llegó Polifemo con su rebaño a su cueva se enfadó muchísimo al descubrir a los intrusos, tanto que comenzó a gritar, a tirarlo todo, cerrando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ulises y sus hombres no tenían escapatoria. La cosa se puso aún peor cuando Polifemo agarró a dos de los asustados hombres y se los comió. La cabeza de Ulises iba a mil por hora, necesitaba un plan para salir de allí. Si mataban al cíclope morirían allí dentro, ya que no podían quitar la enorme piedra de la puerta; si no lo hacían, el gigante se los comería uno a uno; Entonces le ofreció el vino y la comida que llevaban. Polifemo, sorprendido ante la reacción de Ulises le preguntó su nombre. -Mi nombre es 9Nadie:.- contestó Ulises. Polifemo se moría de la risa ante tan ridículo nombre. Al final le dijo, con su voz cavernosa:
- A ti, 9Nadie:, te comeré el último como prueba de mi hospitalidad. - Bebamos entonces, para celebrarlo. >Respondió Ulises.
Ulises le dio de beber vino al Cíclope, hasta que este se emborrachó y se quedó profundamente dormido.
Y así, vaso de vino tras vaso de vino, el gigante Polifemo se emborrachó y se quedó profundamente dormido. Era el momento que estaba esperando Ulises, que, ayudado por sus hombres, aprovechó la ocasión y le clavó un afilado tronco en el único ojo que tenía el gigante en la frente.
Ulises y sus hombres aprovecharon que el cíclope se había dormido. Cogieron un tronco afilado y se lo clavaron en su único ojo dejándolo ciego.
El cíclope se despertó dando grandes gritos de dolor. Al oír las voces, los otros cíclopes que vivían en la isla acudieron a la puerta de la caverna de Polifemo. Como estaba cerrada por la enorme roca le preguntaron desde fuera si alguien le había hecho daño. Polifemo respondía, una y otra vez, 9Nadie: me ha hecho daño, 9Nadie: me ha dejado ciego. Al oír esta respuesta los otros cíclopes se miraron extrañados y abandonaron el lugar, pues estaba claro que nadie le estaba haciendo daño a Polifemo. Ulises y los suyos habían salvado la vida de momento, todavía tenían que lograr salir de allí. Un rayo de esperanza se encendió cuando vieron como Polifemo quitaba la roca de la entrada; sin embargo, su ilusión se desvaneció al ver al gigante tapar la entrada con su propio cuerpo. Al ingenioso Ulises se le ocurrió una nueva idea. Ató las ovejas de tres en tres, y debajo ataba a uno de sus hombres. Finalmente, él se sujetó a la barriga del cordero más grande del rebaño de Polifemo. Cuando por la mañana el rebaño de Polifemo salió de la cueva para pastar, Ulises y sus hombres salieron con él. Poco importó que Polifemo tantease a sus ovejas para que no escapasen, estaban bien escondidos debajo y el gigante no fue capaz de descubrirlos.
Finalmente, él se sujetó a la barriga del cordero más grande del rebaño. Cuando por la mañana el rebaño de Polifemo salió de la cueva para pastar, Ulises y sus hombres salieron con él.
Una vez en sus barcos, cuando se encontraban lejos del alcance de Polifemo, Ulises le gritó al Cíclope: -Polifemo, si te preguntan alguna vez quien te dejó ciego diles a todos que fue el valiente Ulises, rey de Ítaca. Entonces Polifemo le rogó a su padre, Poseidón, el dios del mar, que se vengara de Ulises. Y así lo hizo, complicando todavía más su viaje de regreso con peligrosas tormentas.
Si te preguntan quién te ha dejado ciego diles a todos que fue el valiente Ulises, rey de Ítaca.
EOLIA, LA ISLA DEL DIOS EOLO
Días más tarde llegaron a la isla de Eolo, el Dios del viento, que los recibió con amabilidad y les hizo un valioso regalo.
Días más tarde llegaron a Eolia, la isla donde vivía Eolo, el dios de los vientos. Eolo los recibió con hospitalidad. Después de permitirles descansar durante un mes en su casa, Ulises le contó su historia. Como deseaba volver a su casa junto a su esposa. Como deseaba volver a ver a su hijo, que dejó bebé y que ahora sería un hombrecito; Eolo, conmovido, decidió ayudar a Ulises a volver a su hogar. Guardó todos los vientos en una bolsa que entregó a Ulises, sólo dejó fuera el viento que tenía que impulsar las velas de sus barcos en el rumbo correcto.
Estuvieron navegando diez días, siempre con viento favorable. Su destino ya estaba cerca.
Estuvieron navegando durante diez días, siempre con viento favorable, tanto que ya divisaban las costas de su querida tierra. Parecía que todo iba a salir bien. El final de la aventura estaba cerca. Ulises se sentía feliz, pero también muy cansado. No había dormido en los diez días de travesía; ahora que ya veía su objetivo, se sintió tan agotado que le venció el sueño y se quedó profundamente dormido. Sus compañeros habían mirado con curiosidad, desde que abandonaron la isla de Eolo, aquella misteriosa bolsa que el dios había regalado a Ulises y que éste no perdía de vista. Pensaron que, sin duda, se encontraba llena de tesoros, de joyas, de oro, de todas esas cosas fantásticas que sólo un dios puede regalarte. Así que, sin poder vencer su curiosidad ni su codicia, abrieron la bolsa que Ulises guardaba. En ese momento, los vientos salieron de la bolsa y se desató una violenta tormenta que de nuevo alejó los barcos de la cercanía de Ítaca, volviendo a llevarlos hasta la isla de Eolo. En esta ocasión Eolo no fue tan amable. Pensó que Ulises y los suyos estaban malditos, era necesaria la ira de muchos dioses para vencer el poder del viento favorable que él había enviado a ayudar a Ulises. Así que Ulises volvió al mar, a continuar su aventura, ahora con un nuevo enemigo.
CIRCE, LA HECHICERA Continuaba aquel interminable viaje. Ulises había perdido a gran parte de sus hombres. Habían estado cerca de la isla de los gigantes, quienes habían lanzado enormes piedras contra los barcos de Ulises, hasta que hundieron todos, salvo el de Ulises en el que escaparon los pocos hombres que quedaban. En este estado, llegaron a la isla de Eea donde vivía Circe, una bellísima hechicera que tenía una muy mala costumbre, la de convertir a las personas en animales.
La hechicera tenía la mala costumbre de convertir en animales a todos los que iban a visitarla. Ulises se quedó en el barco con la mitad de sus hombres y envió a la otra mitad a explorar la isla.
Los marineros llegaron al palacio donde vivía Circe rodeada de numerosos animales: lobos, leones; que en realidad eran marineros que la maga había hechizado. Cuando Circe vio a los hombres de Ulises los invitó a entrar en su palacio con la mejor de sus sonrisas. Preparó un gran banquete para sus invitados. Todos estaban encantados, salvo uno que se quedó fuera observando. La maga sirvió la comida. Cuando la tomaron, los hombres de Ulises se convirtieron en cerdos a los que Circe encerró enseguida en una pocilga que tenía preparada.
Circe convirtió a los hombres en cerdos y los encerró en una pocilga que tenía preparada.
El hombre que lo había visto todo fue corriendo a contárselo a Ulises. Ulises decidió ir él solo a salvar a sus compañeros. Era muy peligroso y no quería exponer a nadie más, pero no tenía ni idea de cómo debía actuar. Por el camino se le apareció el dios Hermes, uno de los aliados de los griegos, y se ofreció para ayudarle. Le previno de los trucos de la hermosa maga y le dio una flor que sólo conocían los dioses, cuyo olor le protegería de la magia de la hechicera.
Hermes le regaló a Ulises una flor con la que sería inmune a los hechizos de Circe.
Cuando Ulises llegó al palacio de Circe, ella se mostró encantada. Le invitó y le ofreció también una comida encantada, como a sus hombres. Al acabar de comer, tocó con su varita en el hombro de Ulises diciendo: - 9Es la hora, ve a reunirte con tus compañeros a la pocilga.: Entonces Ulises se levantó de un salto, agarró su espada y se lanzó sobre la hechicera. Circe estaba asustadísima, le daba miedo que la matara, pero, sobre todo, no podía comprender como su magia no había funcionado con aquel mortal. Se puso a llorar, pidiendo perdón y preguntando por qué no había funcionado su magia.
Ulises se lanzó contra la hechicera y la obligó a deshacer el conjuro. Circe les ofreció alimentos, descanso y valiosos consejos para su viaje.
Ulises le ordenó que deshiciese todos los hechizos, no sólo los de sus hombres, sino el de todos aquellos marineros que tenía embrujados. Así lo hizo Circe, y no sólo eso, ofreció su palacio a Ulises para que descansara junto a sus hombres, además les dio valiosos consejos para continuar su viaje.
Circe le avisó del peligro del Estrecho de Escila, donde unos horribles monstruos atacaban a los barcos que pasaban cerca.
ULISES Y LAS SIRENAS
Un nuevo peligro esperaba a Ulises en su travesía. Ya sabemos del valor de Ulises, sin embargo, las historias que había oído sobre las sirenas que habitaban en las aguas del Mediterráneo le inquietaban.
Decían que estos seres, mitad pez y mitad bella mujer, cantaban canciones mágicas con las que embrujaban a los marineros para que se acercasen a las rocas donde ellas vivían. Allí, los barcos encallaban y los marineros se quedaban para siempre junto a ellas.
Las sirenas cantaban canciones mágicas que embrujaban a los marineros que se quedaban junto a ellas para siempre.
Ulises no quería eso, su objetivo era volver junto a su esposa Penélope y su hijo Telémaco. Pero también sentía una enorme curiosidad por conocer esos cantos mágicos. Entonces a Ulises se le ocurrió un nuevo truco genial para poder escuchar el canto de las sirenas sin caer para siempre en sus redes. - 9Atadme al mástil del barco con las cuerdas más fuertes que tengamos y que sea imposible desatarme:, - les pidió a los marineros que le acompañaban en su barco. Ellos lo hicieron y ataron a Ulises fuertemente al mástil, como él les había pedido. Luego, ellos mismos se pusieron tapones en los oídos para no escuchar los cantos de las sirenas.
Los hombres ataron a Ulises al mástil y luego se taparon los oídos con cera para no escuchar a las sirenas
Sólo Ulises podía escuchar los cantos mágicos de las sirenas. En cuanto ellas vieron el barco, empezaron a cantar y a llamar a Ulises por su nombre. -Ulises, ven con nosotras-decían las sirenas. Y lo hacían con una voz a la que era imposible resistirse. Ulises forcejeaba para desatarse, pero sus marineros habían cumplido bien sus órdenes y le resultaba imposible moverse. Eso le salvó la vida, porque si no se hubiera arrojado al mar sin dudarlo, atraído por el misterioso canto de las sirenas. Afortunadamente, el barco pudo seguir su rumbo y Ulises fue el único mortal que logró escuchar el canto de las sirenas y pudo contarlo.
-Ulises, ven con nosotras-decían las sirenas.
ULISES EN EL PAÍS DEL SOL Después de varios días de navegación, encontraron una isla. Estaba cubierta de verdes prados donde pastaban con tranquilidad rebaños de vacas y ovejas. Ulises enseguida reconoció la isla que guardaba los rebaños del Sol.
Circe le había dicho que tuviesen mucho cuidado, si mataban a una sola de las vacas del sol, una terrible maldición caería sobre él y sus hombres. Podrían morir fruto de la ira de Helios, el dios del Sol. Ulises, recordando estas palabras y la advertencia sobre la maldición, quiso seguir de largo, pero su cuñado Euriloco comenzó a protestar: - ¿Cómo pretendes que sigamos adelante? ¿No ves que estamos agotados? Ya se acerca la noche y estamos muertos de cansancio. ¿Qué pasará si se desata una tormenta? ¿Cómo podremos hacerle frente en este estado? El resto de los hombres se unió a la protesta y Ulises no tuvo más remedio que aceptar sus reclamos. Pero antes de desembarcar les hizo prometer que no tocarían ni una oveja ni una vaca del Sol. Los hombres se lo prometieron, la hechicera Circe les había regalado abundantes provisiones para abastecerse durante mucho tiempo. Sin embargo, esa misma noche se desató una terrible tormenta que duró más de un mes. Con el paso del tiempo las provisiones comenzaron a escasear y comenzaron a padecer hambre. La isla, aunque era hermosa, no ofrecía recursos suficientes para alimentarlos. Un día en que Ulises se internó en el bosque para buscar alimento, Euriloco comenzó a decir a los hombres: - 9Hemos sufrido toda clase de desgracias, pero no comprendo por qué tenemos que padecer hambre mientras pastan a nuestro alrededor todas estas magnificas vacas. Me pregunto si no podríamos sacrificar algunas terneras con la promesa de construirle un templo al Sol en cuanto lleguemos a Ítaca.: Los hombres, que tenían hambre, apoyaron la idea de Euriloco sin pestañear. Rápidamente algunos prepararon el fuego y otros sacrificaron unas terneras a las que asaron y luego se dieron un festín acompañado por el vino que les quedaba.
Se desatรณ una terrible tormenta que durรณ mรกs de un mes. Entonces, los alimentos comenzaron a escasear.
Ulises, que se había quedado profundamente dormido, en medio del bosque, despertó sintiendo un fuerte olor a carne asada y corrió hasta donde acampaban sus hombres. Todos fueron testigos del más horripilante acontecimiento. De la carne de las vacas asadas, surgían mugidos de dolor y las pieles que habían quedado, se contorneaban y retorcían, mientras por todas partes se escuchaban tristes lamentos de vacas. Al cabo de seis días, el tiempo mejoró y Ulises decidió que era el momento de zarpar y alejarse de la isla. Cuando se encontraron en alta mar, una nube negra se posó sobre la nave y parecía que la tempestad estaba dirigida exclusivamente a ella. Un rayo partió el mástil en dos y al caer arrastró al timonel hacia las aguas embravecidas del mar, al mismo tiempo comenzó a prenderse fuego, la nave giró hacía un costado y todos los hombres, excepto Ulises, cayeron al mar. El héroe de Troya se aferró con todas sus fuerzas a lo que quedaba de la nave, sin poder luchar, solo dejándose llevar por las enfurecidas aguas. Pronto se encontró Ulises, solo en alta mar a merced de los vientos, viendo más lejana la posibilidad de volver a su patria con vida.
LA DIOSA CALIPSE Ulises no podía hacer nada salvo dejarse llevar por el oleaje. Una brisa suave, empujó lo que quedaba de su barco hacia una hermosa isla cubierta de árboles frondosos.
Después de descansar varias horas tendido en la arena de la playa, decidió explorar la isla. Después de caminar un largo trecho, llegó hasta la entrada de una gruta cavada en la roca, de donde se desprendían dulces aromas de cedro y sándalo. A la entrada se podían ver dos hermosas parras llenas de jugosos racimos de uvas negras. El lugar era un paraíso. Se escuchaba el rumor de del agua proveniente de varias fuentes de agua cristalina. En la gruta, una bellísima mujer con trenzas doradas y ricamente vestida, tejía afanosamente. Era la diosa Calipso. Calipso recibió a Ulises con cariño, le cuidó hasta que recobró su salud. Después de haber perdido sus barcos y a sus hombres, Ulises no podía hacer otra cosa que permanecer al cuidado de la diosa. Pero a pesar de que la isla era un paraíso y que la diosa lo cuidaba con esmero, Ulises no podía ocultar su tristeza y pasaba largas horas del día con la vista perdida en el horizonte, añorando su patria, a su esposa y a su pequeño, pensando cómo se habría convertido ya en un hombre. Calipso al verlo tan apenado le preguntaba una y otra vez: -¿Qué te ocurre, Ulises? Bien sabes que si te quedas conmigo no deberás temer ni a las enfermedades ni a la muerte. Pero Ulises, sin querer ser grosero con la diosa le respondía: -No le tengo miedo ni a las enfermedades ni a la muerte. Lo que yo deseo, es volver a ver, aunque sea una sola vez más, la isla de Ítaca. Así permanecieron ocho largos años. Este era el castigo que envió el dios Poseidón a Ulises, por haber cegado a su hijo el cíclope Polifemo. Para suerte de Ulises, Atenea, la diosa de la sabiduría, que veía por un lado la tristeza de Ulises y por el otro, los pesares de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco, deseó ayudarlo. Entonces, Atenea se dirigió al monte Olimpo y en una asamblea relató al resto de los dioses las desventuras del héroe de Troya y la tristeza que lo embargaba. Los dioses se apiadaron de Ulises y su familia y enviaron a Hermes a la isla de Calipso para solucionar el problema.
Hermes se encontró con Calipso, la diosa de las trenzas doradas, que lo agasajó con toda clase de manjares exquisitos. Después de disfrutar de un regio festín, Hermes le transmitió a Calipso el deseo de los dioses: Que le permitiera a Ulises regresar a su patria. Calipso pensó que el pedido era injusto y le respondió: -¿Ahora se acuerdan los dioses de Ulises? ¿Acaso ellos no permitieron que sufriera toda clase de penurias?, Además yo no poseo nave alguna. ¿Cómo puedo mandarlo de regreso? Pero Hermes, respondió con firmeza: - Si no envías a Ulises de regreso a Ítaca, los dioses te castigaran duramente. Calipso, rápidamente, buscó a Ulises, que como todos los días se hallaba llorando en la playa con los ojos puestos en el horizonte y le dijo: - No llores más, Ulises. Voy a permitirte regresar a tu patria. Ulises, desconfiaba de las palabras de la diosa, pero ella lo condujo a un bosque donde crecían árboles fuertes y alcanzándole un hacha de dos filos y otras herramientas lo animó a construir una nave para llegar a su ansiado destino. Mientras tanto, Calipso se puso a tejer una tela grande y fuerte para que usara de velas. Ulises recobró la alegría perdida y prontamente se puso a trabajar con ahínco para construir una balsa lo suficientemente resistente como para alcanzar a su patria. Después de varios días de trabajar sin descanso, la balsa estaba concluida y la botó a la mar cargada de ricas provisiones que la diosa Calipso, temerosa de la venganza de los dioses, le regaló para despedirse.
Después de dieciocho días de navegación en calma, divisó una isla dorada en el horizonte que flotaba como un escudo de bronce y se dirigió a ella.
Pero lo que Ulises no sabía es que Poseidón, al ver que el héroe de Troya se había liberado de su destino, montó en cólera. y enfurecido, bramó: - ¡Ulises! ¿Pensaste que todos tus problemas habían terminado?, pues, ¡Ya verás! - Y en pocos minutos, convocó a las nubes para que desencadenaran un huracán sobre la precaria balsa, que presa de las fuerzas indomables del mar, la hacían tambalear como si fuera un barquito de papel. Ulises no podía creer lo que ocurría. Una vez más la angustia se apoderó de él. Entonces, una ola gigantesca hizo girar la balsa destruyendo el mástil, lanzando al pobre Ulises al mar.
Poseidón, enfurecido convocó a las nubes y un enorme huracán hundió el barco de Ulises.
MIENTRAS TANTO, EN ÍTACA; Muchos años pasó Ulises lejos de su patria. Su hijo. Telémaco crecía año tras año hasta convertirse en un hombre. Su mujer, la reina Penélope era bellísima y el reino de Ítaca muy rico. La prolongada ausencia de Ulises, despertó la codicia de los caballeros de la corte que pretendían tomar posesión de la corona, pensando que Ulises estaba muerto. Estos se instalaron en el palacio de Ulises, comiendo, bebiendo y disfrutando de una vida regalada sin que Penélope pudiera hacer nada al respecto.
Las presiones de los nobles hacían sufrir mucho a Penélope y a Telémaco y juntos lloraban de tristeza.
Cada tanto le ofrecían matrimonio a la reina, pero ella confiaba que su marido regresaría algún día y no sabiendo como deshacerse de esos sujetos infames tramó un plan: Instaló un telar y comenzó a tejer una intrincada tela y les dijo: - Hasta que no termine esta tela no puedo dar una respuesta. Penélope se sentaba todo el día a trabajar con ahínco ante el telar, pero por las noches cuando todos dormían deshacía lo tejido durante el día. Así la tela no avanzaba prácticamente nada. Lo único que Penélope pretendía era ganar tiempo, pues estaba segura de que su esposo volvería.
Penélope destejía por la noche lo que tejía por el día.
Un día que Telémaco paseaba, llorando su angustia, vio llegar a un extranjero muy guapo vestido con un riquísimo traje de guerrero adornado en oro y plata. Sin saber muy bien porqué, el joven confió enseguida en ese desconocido. Lo recibió en un lugar apartado del palacio. Desde allí se escuchaban las risotadas de los pretendientes que instalados en el palacio se entretenían jugando y bebiendo a costa de la corona.
Telémaco, apesadumbrado le confió al extranjero: - esas risas son de los pretendientes de mi madre. Creen que mi padre ha muerto y por esa razón usurparon el palacio disfrutando de los bienes de mi padre. Dime extranjero: ¿Sabes acaso si mi padre aún vive? El extranjero no era otro que la diosa Atenea, le respondió: -He visto a tu padre. Está vivo, pero en una isla lejana y muy pronto regresará a Ítaca. Telémaco, con una nueva fuerza en su corazón se dirigió a la sala donde estaban reunidos los nobles y a viva voz les dijo: -¡Ya es suficiente por hoy! Mañana convocaré al Consejo y allí sabremos si van a seguir viviendo a costa de la corona o si yo puedo ser el rey de Ítaca y dueño de mi patrimonio. Los nobles se enfurecieron al ver la fuerza de Telémaco y le recriminaron: -No es nuestra culpa que nos hayamos instalado tanto tiempo en el palacio, sino de tu madre que nos ha engañado prometiendo que elegiría un nuevo esposo cuando concluyera su tela y ahora bien sabemos que desteje por la noche lo que teje durante el día. Una vez que tu madre elija esposo nos iremos. Si Ulises no ha regresado es porque debe estar muerto y no nos moveremos de aquí hasta que Penélope no elija un esposo. El hijo de Ulises, Telémaco, decidió ir en busca de su padre ya que no encontraba la manera de deshacerse de los nobles que se habían instalado en el palacio. Desesperado, mirando al cielo, pidió la colaboración del caballero extranjero que lo había ayudado días antes.
ULISES EN ÍTACA Ulises ya estaba en una playa apartada de Ítaca sin saberlo, pues la diosa Atenea lo había cubierto de una espesa niebla. Poco a poco, la diosa evaporó la niebla mientras le explicaba lo ocurrido en su isla durante su larga ausencia. Ulises, le rogó a la diosa que no lo abandonara a su suerte, ya se había encontrado cerca otras veces para después volver a ver cómo no lograba llegar a su destino. La diosa le habló con ternura: - Jamás te abandonaré, Ulises. Debes seguir mis consejos al pie de la letra y confiar en mí. Dicho esto, lo transformó en un pobre y harapiento anciano. - Ahora debes dirigirte a la cabaña del porquerizo que cuida los cerdos de tu palacio, pues ese hombre siempre te ha sido fiel y sigue sus indicaciones.
Al mismo tiempo, la diosa Atenea pasó a buscar a Telémaco e hizo que se dirigiese a la isla del porquerizo. Ulises, al ver nuevamente a su hijo hecho hombre y contemplando su buena educación y su trato amable se sintió orgulloso. La diosa Atenea transformó a Ulises nuevamente a su aspecto verdadero, vestido con un lujoso traje. Telémaco al verlo, pensó que estaba ante uno de los dioses del Olimpo, pero Ulises le dijo: Telémaco, soy Ulises, tu padre, que he regresado luego de veinte años de ausencia.
Se abrazaron apretadamente sin poder creer que este ansiado momento llegaría algún día, y luego trazaron un plan para deshacerse de los pretendientes. Al día siguiente, se dirigieron al palacio. Ulises, parecía de nuevo un mendigo. Los nobles al verle se burlaron de él. Pero Penélope sintió lástima y pidió que le diesen de comer. Al pasar junto al mendigo le dijo: -¿Ves esas doce hachas colgadas una junto a la otra en la pared? Mi marido acostumbraba disparar doce flechas entre ellas con gran exactitud. Ahora que mis pretendientes han descubierto mi truco de la tela que nunca se termina, les dije que me casaría con el que lograra hacer lo mismo que hacía mi esposo. El mendigo tomándole la mano le dijo dulcemente: -No te preocupes, Reina Penélope. Cuando se realice la competición, Ulises en persona disparará las flechas como en los buenos tiempos. La reina le respondió con una sonrisa mientras pensaba cuanto le cambiaría la vida si esas palabras se hicieran realidad. Al día siguiente comenzó la competición. Los nobles estaban ansiosos por obtener el premio mayor: la reina Penélope y el reino de Ítaca. Reían y se frotaban las manos, entusiasmados, mientras esperaban en fila su turno. De repente, la reina hizo su aparición en la sala con el famoso arco de Ulises. Se lo entregó a Telémaco para que comenzara la competición y se retiró para no tener que soportar semejante tormento. Telémaco colocó las doce flechas de bronce y alcanzó el arco al primer noble de la fila. Este ni siquiera tuvo fuerza para flexionar el arco. Uno tras otro fueron pasando para probar sus fuerzas y uno tras otro fracasaron en el intento, perdiendo así su oportunidad de conseguir el premio.
De pronto, el viejo mendigo se levantó y tomando el arco entre sus manos, disparó las doce flechas con gran precisión quedando justo entre las hachas.
Luego, con voz semejante a un trueno gritó: - La competición ha terminado. Yo soy el dueño de mi esposa y de mis bienes por derecho propio. ¡Ah! ¿Creían que no regresaría? Pues aquí estoy yo y a ustedes les ha llegado su fin. Cuando Penélope entró a la sala no podía creer lo que sus ojos veían. La emoción no le permitía reaccionar. Luego corrió al encuentro de Ulises para fundirse en un abrazo interminable. Este es el fin de las aventuras de Ulises.