Espiral descendente

Page 1

ESPIRAL DESCENDENTE JUAN GARIZテ。ALO



LA MATANZA DE LA CIUDADELA

LA MATANZA DE LA CIUDADELA

3


LA MATANZA DE LA CIUDADELA

Sabe que solo ve a su madre de vez en cuando, que de pequeña su padre se suicidó, que estudió enfermería porque no soportaba ver morir sistemáticamente a todos sus amigos por abuso de drogas. Que nunca probó, o al menos eso afirma ella. Pero lo que más sabe Hans de ella, y es lo que en este caso viene a cuento, es que Camille tiene una necesidad casi patológica de llegar tarde a las citas. Le había molestado los primeros años de conocerla, pero ya no, ya le daba igual si llegaba media hora tarde, o si le hacía esperar hasta la madrugada. Así que sin complicarse continuó con su sándwich, al tiempo que se servía café y prendía un cigarrillo. Va el primer sorbo de café y el sabor no termina de convencerlo, así que saca de su maleta un pequeño recipiente del que sale su viejo e incondicional amigo, el vodka. Hans lo tomaba como parte fundamental de sí mismo, como ese amigo que te causa migrañas cada mañana, pero que igual no piensas abandonar; un día unos testigos de Jehová tocaron a su puerta, gritando que venían a hablarle del amor verdadero; Hans rió a carcajadas, gritando desde el segundo piso que eso era imposible, porque el vodka no hablaba.

8 AM Hans, hora de despertar. Lindo día en Barranquilla, el sol brilla y la piel sufre, al tiempo que en las aceras y las calles se puede ver el reflejo del sopor invivible en el que se encuentra la ciudad, que usualmente es más caribeña y fresca. Hans entra en la ducha y cae de repente en un trance del que no es consciente, aparentemente la ducha en un determinado punto dejó de ser un lugar para bañarse y pasó a ser un lugar para pensar en los errores de la vida. Y tras 35 años, de errores sabía mucho Hans. Salió desnudo de la ducha, se fijó brevemente en el espejo dónde vio una sombra gris bajo sus labios y una dolorosa asertividad en lo profundo de sus ojos. Había subido un par de kilos, cosa de la edad pensó, no le dio mayor importancia y salió para alistarse. A las 2 PM se encontraría con Camille en el parque Metropolitano. 1 y 55, se sienta en el parque, calmado, saca de la maleta un sándwich, y comienza a comerlo lento, sin ninguna clase de apuros… Él conoce a Camille, sabe que nunca llegará a tiempo. Tras cuatro años de ires y venires ya conoce a fondo todas sus mañas: Su costumbre de cantar cuando está deprimida, llorar cada noche que sale la luna asesina, taparse la boca para impedir que la gente disfrute de su sonrisa; Sabe que Camille no se baña los Domingos y que ese día prefiere andar desnuda por la casa fumando cigarrillos eléctricos; sabe que no es capaz de conciliar el sueño si bajo la almohada no tiene un viejo Glock 9x19 Parabellum, aunque no sabe a ciencia cierta si ella alguna vez lo ha usado o no.

4

El café pasó con mayor suavidad, mientras que Hans se dispuso a estudiar su entorno. Los ancianos trotaban, tratando de sanar a última hora los corazones que durante décadas se dedicaron a destruir; los jóvenes atletas corrían mostrando sus esculturales cuerpos. Las cuarentonas hacían rutinas de aeróbicos indecentes y en el fondo un hombre con cabeza de megáfono gritaba que el fin estaba cerca. Sonrió irónicamente Hans, sabiendo que el fin nunca había estado lejos. Cuando ya empezaba a impacientarle la ausencia de Camille notó que ya era de madrugada, y que uno de los ancianos trotando había quedado tirado en el piso de un paro cardiaco, pero el resto de la gente siguió trotando indolente, ya el mundo no se detiene por un muerto, pensó. Lentamente Hans fue perdiendo de su rostro la cara de plástico, y tachó con un marcador la sonrisa indeleble, leía un libro de Dostoievski cuando finalmente se hartó de esperar, pasó las páginas con velocidad, otro anciano cayó al fondo. Siguió pasando, mientras tomaba más café con vodka. Otro cigarrillo. Dos cigarrillos. El cigarrillo da cáncer, es nocivo para la salud. Tercer cigarrillo, se quitó la camisa que tenía puesta y que decía en Helvetica Bold “CREO” aunque nunca le aclaraba a nadie si era creo de crear, o creo de creer. Sintió un sabor a chatarra en los labios, al tiempo que no podía escapar de la tortura de tener una canción de Depeche Mode en la cabeza. 3 AM más ancianos trotando, otro par de muertos, Camille aún no estaba ahí; Hans trataba de calmarse, pensaba en tardes espaciadas, helado de mandarina, porno softcore después de 12 en el canal de películas, nada logró calmarle. . Fue entonces cuando la cuestión

ESPIRAL DESCENDENTE


CREO

crear creer

tomó tintes sangrientos, dos testigos de Jehová vinieron a hablarle del verdadero amor, y Hans no hesitó en responderles que el verdadero amor era el vodka, tomó el libro de Dostoievski, y tras unos segundos eternos, armó una ametralladora M60 con él, la puerca, como le conocían los soldados estadounidenses en Vietnam. Les miró con sus ojos de maniático desesperanzado, y les disparó, una ráfaga, dos ráfagas. Los ancianos corrieron en bandada para ver la escena del crimen, porque en Barranquilla el amarillismo gustaba, y también les disparó. Se levantó con una sonrisa quebrada en su boca. El exceso de vodka es perjudicial para la salud física. Hermoso para la salud mental. Corrió hasta el fondo del parque dónde descargó su frustración contra los jóvenes de cuerpos esculturales disparándoles. Su sed de sangre no se disipó, sacó de su bolso un ejemplar del Manifiesto comunista de Marx y Engels, y con él armó unas 5 granadas, le tiró una a las muchachas bonitas, en cuyas caras inmaculadas y espaciadamente perfectas no pudo hacer más sino evocar el rostro de proporciones exactas de Camille, la imaginó desnuda en el sofá, con sus tetas pequeñas, y sus caderas alegres. La imaginó con el cigarrillo eléctrico en la mano –Puta cobarde, ni de destruir sus pulmones con un cigarrillo de verdad es capaz-. También la imaginó con un joven moreno entre sus piernas, mientras de su aguda lengua salían improperios que invitaban a quemar calorías.

No resistió a la idea, segunda granada, Boom, un par de ancianos mutilados y un señor regordete gritando por toda la avenida. Los carros aceleraban cuál bólidos de Fórmula 1, ¡BAM! Tercera granada, un par de patrullas policiales destruidas, mientras a sus pies quedaba una inocente mujer de unos treinta años que le suplicaba misericordia. -Misericordia pídele a dios. Le disparó. Más policías, más sangre, un par de recesos para disfrutar del sabor del café con vodka. Un cuarto cigarrillo, porque de algo uno tiene que morirse. Y de nuevo en la mente esa hijueputa canción marica de Depeche mode. La había escuchado por primera vez el otro día en El Jarro ajado, y le había gustado por la voz adolescente de Dave Gahan, días después cometió el mayor error, el bendito pecado, de relacionar la canción con Camille. Uno nunca relaciona canciones con alguien, se arriesga a dañar la canción por el resto de la vida. Cuarta granada, esta vez no hubo ningún muerto, pero si un poste de electricidad en el piso. Las palabras de Marx y Dostoyevski estaban acabándose, lo que se traducía en la falta de munición para seguir con su pequeña y añorada matanza, no escatimó esfuerzos y sacó del bolso El Principito, su libro favorito de la infancia. Hizo con él muchos cartuchos 5x56 y siguió disparando desesperado, esperando que Camille apareciera, con ropa, sin cigarrillo eléctrico, y sin joven moreno acompañándola.

LA MATANZA DE LA CIUDADELA

5


Camille vio el dantesco espectáculo por televisión en vivo, hace tiempo que los canales amaban estos episodios. Lo transmitieron íntegro e incluso se dieron la licencia de televisar la biografía del anónimo ya no tan anónimo, que dispara con las letras de sus libros viejos. No sabía si llorar en una esquina, ir al parque a consolarle, o saciar su rabia y su impotencia con un apuesto moreno.

6

No sabía si quería matar a Hans, o comérselo entero por su magnánima obra. La confusión, recordó que era mujer, así que se despreocupó. Salió corriendo al parque, no sin antes tomar de la almohada su preciada Glock. Llegó al Metropolitano viendo patrullas volteadas, ancianos muertos y policías desmembrados. Parecía una escena de cine B, aunque faltasen los transexuales y los flamingos rosa. Un policía le

advirtió que se alejara, que en la zona había un maniático disparando palabras, y Camille le disparó, entre cejas, recordó que no era la primera vez que le ponía un tiro en la frente a alguien; Siguió caminando cuando vio que adelante estaba Hans, rodeado de un grupo de policías dispuestos a acabar con su miseria. Qué hacer, se preguntó a sí misma…

ESPIRAL DESCENDENTE

Y más tardó en preguntarse, que en encontrar ella misma la respuesta: Entrar pegando tiros -se dijo- en este país uno nunca debe descartar la posibilidad de entrar a un sitio pegando tiros. Una bala, dos balas, tres balas, un breve receso para fumarse un cigarrillo eléctrico, porque el tabaco es perjudicial para la salud. Le encontró entre sollozos, arrepentido de haber destruido El Principito para matar gente. Le tomó la cabeza y le plantó un beso de


esos que transportan a otros lugares. Lugares comunes. Helado de mandarina. Porno softcore. Olor a tierra después de la lluvia. Tuvo que haber sido un buen beso, porque de repente, de manera insospechada, ya no estaban en el parque, ni había policías, ni ancianos. Hans se sintió débil, en medio del frenesí del tiroteo no se había dado cuenta de que una bala le había atravesado el brazo

Se bajó la manga de la camisa, intentando que Camille no viera la herida. Ella lo miró con intensa pasión, y le subió la manga. -No ocultes tus cicatrices y tus heridas, dales aire… Para limpiarlas, para limpiarte.

LA MATANZA DE LA CIUDADELA

7


LA TRAVESÍA DEL QUE NO TIENE NOMBRE

8

ESPIRAL DESCENDENTE


C

amille no había decidido ser enfermera, la vida la obligó: A los 12 años ayudó a su madre a parir a su cuarto hermano, y a los 15 ya era una experta en el fino arte de salvar a sus amigos de las garras de la señora muerte tras un mal cálculo de la cantidad de polvos mágicos que aspirar. Tampoco había elegido nacer en Barranquilla, sus padres viajaron allí de vacaciones y se sintieron tan cómodos y familiarizados con la ignominia y el caos del lugar que decidieron asentarse en una pequeña habitación de la Calle Murillo, donde un Viernes nacería y poco después daría sus primeros pasos. Ya habían pasado casi 28 años desde el día en que había nacido entre lluvia y granizo y las cosas seguían igual, estáticas, sumergidas en la falsa confianza y en el vacío eterno del lugar. Esa mañana amaneció desnuda y con un cigarrillo eléctrico en la mano –Era muy cobarde para fumar uno de verdad- Miró el calendario y respiró profundo, era Domingo. Camille siempre dijo que si alguna vez se iba a suicidar, el día designado sería un domingo. El domingo es el día de los enguayabados, de los pobres, los borrachos y los suicidas, le decía constantemente a sus compañeros de trabajo, que nunca determinaron que las palabras de Camille venían de muchos años atrás, cuando su padre descubrió en un Domingo de Ramos, cuán fácil era: Puso su Glock 9x19 Parabellum contra su boca y… ¡Bum! Cuanta sangre para un hoyo tan pequeño.

LA TRAVESÍA DEL QUE NO TIENE NOMBRE

Pero el padre de Camille, cuyo nombre se desconoce, no logró librarse de sus miserias: Al llegar al cielo le fue negada la entrada, pues no eran admitidos cobardes, pedófilos, y suicidas. En la cola se encontró con Timothy Mcveigh, el terrorista y asesino de Oklahoma; les preguntó a los ángeles por qué Timothy sí tenía acceso al cielo y quedó estupefacto cuando le respondieron que había dignidad y valentía en matar a sangre fría a los inocentes, más no podían aceptar a alguien que en un último acto de rebeldía decidía arrebatarle al gran Señor la decisión de cuándo acabar con su vida. Se supo aludido y bajó caminando al infierno, dónde encontró la paz que tanto había estado buscando. Fue feliz durante un par de meses hasta el fatídico día en que murió un histérico presidente de extrema derecha. Su apacible vida en el pozo del tormento cambió radicalmente, cuando de repente ya no pudo hablar de su posición política sin ser tildado de ser simpatizante de las Fuerzas Infernales revolucionarias de Ultratumba. Tampoco pudo hablar más con Belcebú, con quién había trabado buena amistad, pues cada vez que le llamaba temía que su llamada fuera intervenida y espiada. Ni mucho menos pudo continuar con su papel de juez de la alta corte satánica, pues todos sus compañeros fueron cruelmente perseguidos, y algunos aparecieron en oscuros rincones del infierno, envueltos en bolsas negras tras ser picados con una motosierra.

9


Aceptando que tampoco en el infierno estaba su destino, decidió volver a la tierra, sabiendo que había abandonado a Camille a sus tiernos 6 años, y que quizás podía necesitar algo de ayuda. Al principio la niña se sintió cohibida por la presencia de ese hombre azul pardo y con un hoyo gigante en la parte trasera de la cabeza, aunque reía un poco cada vez que éste gritaba y la luz se proyectaba desde el hueco, saliendo a borbotones de su boca. Disfrutaba la compañía de su padre –¿Quién no?- Y así fue como le hizo parte de sus éxitos y de sus fracasos: Como aquella ocasión en que ganó el premio a los calzones amarillos más chillones en una multitud, o las semanas de desamor y canciones de Radiohead cuándo su primer novio terminó con ella argumentando que no resistía su estúpida manía de taparse la boca cada vez que sonreía. Pero pronto el sueño de Camille de tener un padre de verdad se fue desvaneciendo, Camille creció y envejeció más de 4 lustros en un par de segundos y el hombre azul cuyo nombre era desconocido siguió ahí, inamovible, congelado en los 25 años (la edad en la que se mató). Al principio fue divertido, pues era su guardián nocturno, la cuidaba de los tipos pesados cuando estaba ebria, y le sostenía el cabello cuando era tiempo de vomitar; pero pronto la diversión comenzó a acabarse. Camille vivía atormentada ante el sinsentido de ser mayor que su padre. Sabía que algún día las canas tejerían delicados hilos de

10

plata en su cabello, y que el desconocido seguiría ahí, joven e impávido ante la vejez, sabedor de que era dueño de la juventud eterna. En poco tiempo fue él quien quiso seguir con una vida de Peter Pan, le exigía a Camille que saliera al Jarro Ajado –Su bar favorito- porque le gustaba mirar bajo las faldas de las jóvenes con pecho de plástico. Camille se impacientaba, e intentaba aconsejarle sobre su futuro, le reclamaba sus constantes salidas nocturnas, y sus llegadas ebrio ante los primeros rayos de luz solar. Pero nada de esto importaba, los jóvenes están muy ocupados divirtiéndose como para escuchar un consejo. Un día se sintió más atribulada de lo normal, se aburrió y recordó todo lo que había pasado a los 6 años cuándo el desconocido la abandonó. Abrió el fogón a todo gas y puso a cocinar una sopa en la que no faltó la rabia y la ira por los años de falsa condescendencia a la que su padre la había condenado; agregó las lágrimas que había llorado cada día que pasaba y no se cumplían las palabras de su madre, que le había dicho que el desconocido había salido a buscar cigarrillos. Y por supuesto, no faltó el hueso, pues le gustaba mucho chupar el tuétano ya que le recordaba como la vida y sus tentáculos le chupaban cada tanto un poco de su frescura y sus ganas de existir. Una vez listo el caldo, se tomó una taza entera en pocos minutos, importándole poco que

ESPIRAL DESCENDENTE


-Hoy cuando entré al bar todo el mundo estaba pegado al techo, sosteniendo la botella. -Tal vez tienen miedo de caer al abismo. Respondió desinteresada. -A mí no me dieron ganas de empinarme al techo, agarré la botella, me la tomé toda, y aproveché para mirar las faldas de las muchachas… Normal. No pronunció más palabras Camille, no dijo nada, bajó la mirada que ya ardía como le ardió la lengua ante la sopa caliente. Y alzó imponente una vieja Glock 9x19 Parabellum. La había guardado durante años para un momento especial y éste sin duda lo era.

su lengua se quemara, estaba bien, así no sentiría dolor cada vez que sintiera la viperina tentación de hablar mal del prójimo. Cuándo el desconocido llegó, la reconoció en medio de su borrachera, sentada en una esquina, desnuda, y con un cigarrillo eléctrico en la mano. Ella miraba fijamente a un falso horizonte. Camille abrió las persianas, ya pegaba fuertemente el sol matutino de Mongolandia.

-Cierra eso, que me duele la cabeza. -¿Y eso como por qué sería? – Preguntó ella en tono seco y poco alentador. -El guayabo, cada vez me toca tomar más para encontrar lindas a esas viejas llenas de plástico. -Ah, veo. .

LA TRAVESÍA DEL QUE NO TIENE NOMBRE

-Creíste que no había salida, y que todas las puertas estaban cerradas. Pero te olvidaste de las ventanas, yo pude haber sido tu ventana. Gritó casi llorando. Entonces disparó. La bala quedó entre ceja y ceja y el azul pardo pronto pasó a ser un celeste casi sin saturación ni textura. Camille estalló en un silencioso llanto cuando encendió el TV y vio que en vez de las novelas venezolanas de la mañana estaban transmitiendo viejas películas ochenteras. Había olvidado por completo qué día era y comprendió de inmediato que era domingo, y el domingo es el día de los enguayabados, los pobres, los borrachos, y los suicidas.

11


12

ESPIRAL DESCENDENTE


LA MATANZA DE LA CIUDADELA

13


14

ESPIRAL DESCENDENTE


LA MATANZA DE LA CIUDADELA

15


16

ESPIRAL DESCENDENTE


LA MATANZA DE LA CIUDADELA

17


18

ESPIRAL DESCENDENTE


LA MATANZA DE LA CIUDADELA

19


20

ESPIRAL DESCENDENTE


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.