Revista Etén

Page 1

Eten `



EL

02/03/2021

Noticias de

CARDENIO PAZ «Es mío el más grato, honradísimo y poderoso honor, hoy oficializado, de Bogotá y sus alrededores del norte», se puede leer en el dorso de la carta fechada el 2 de febrero de 2021 y firmada por Octavio Viña (Hono, HI), quien notifica, finalmente, que recibió los telegramas de Cardenio Paz —su amigo y encargado de narrarle cómo se vive en este rincón del mundo—. Hoy, justo a un mes de que fuera escrita, vivimos lo más cercano a alguna de sus historias. «Tan cierto como la visita del almirante de las Indias1», se lee más abajo. Contra la poca probabilidad de que se confirmara el envío, hoy ya no se puede privar de sus vivencias ni al ciudadano más ajeno. «De Colombia para Háwai —y ahora para el mundo—», concluye la carta. vig 21


Se recomiendan las copias para telegramas importantes —se aplicarán cargos adicionales. Para prevenir errores llenar todos los espacios con letra legible.

Factura No. fecha

folio 05/01/2018

código

$

cargo €

£

TELEGRAMA POR CARGO ORDINARIO A

PARA

Receptor Dirección

HONOLU

Al hombre delante de mí le había tocado su turno. Desde las cintas a la oficina, pasó con paso pausado y espaldilla inclinada. Sus verrugas pasas y cabello blanquecino, por la caspa y la vejez, traspasaban el mismo aliento que la impuntualidad en un día caluroso. Luego de cambiar indicaciones y discusiones, la cajera le pregunta si puede hacerle una pregunta personal. El hombre, con cara


a Tendida

REPÚBLICA DE COLOMBIA

enviado en

BOGOTÁ

vía por

A MENOS QUE SE EXPRESE LO CONTRARIO

ULU

mohosa y cejas como rayos, responde que sí, intrigado por la pregunta al igual que yo. Se cuestiona dónde vive el hombre, y este, aún más alarmado de la privacidad, le contesta con voz polvorienta: «No saben misijos, va saber usted, ja». La mujer le explica, con el poco ánimo que conserva, que la empresa de la que se pensionó… «En la que trabajé toda mi vida», interrumpe el viejo con gesto de aguacate magullado. Autorizado

SÍ [no exento de sello]


Continúa la mujer, aclarando que le han abonado el subsidio de transporte que no le habían debitado durante todo su trabajo. «¿Y eso pa’ qué me alcanza?», responde el jeta de raíz mojada. Al frente del viejo se empiezan a abrir unos ojos, grandes y pobremente pigmentados de amarillo pollo, que al son del asombro responden: «Se puede comprar a Colombia». El hombre responde: «¿Y eso cuánto vale?». Al parecer, si el caballero compraba a Colombia, se iba a gastar todo el dinero. Me estaba costando predecir la cifra que eso podría ser, y antes de que pudiera bajar mi mente, el caballero de cabello de gala gritó un sí, emocionado por haber comprado el primer país que poseía. Luego de terminar con el papeleo, miraba desde la fila al viejo, que, con los sumos en la caspa, discutía con cual empleado se asomara, ordenándole que se saliera del lugar, que entrara, que dejara de hablar o que se acercara cuando hablara suave. Hasta llegó a ordenarle a un perro que se sentara y fue el único


que le hizo caso. El hombre salió del banco, enojado por la falta de patriotismo que tenían el resto de almas. Yo lo seguía por los pasillos del centro comercial y veía al sultán frustrado por la mala inversión que había hecho. «SOY EL DUEÑO DE COLOMBIA», decía a gritos. Las personas alrededor lo tomaban por un loco, por un demente que cargaba una factura de cinco metros, arrastrándola de aquí para allá, como un niño que no descubre para qué es el papel higiénico. De repente, se detiene por un momento y exhala aire, aprieta sus puños inflamados y brotan las venas eufóricas: «PUES LOS VOY A VENDER A TODOS, ¡QUE SE LOS COMA UN CONEJO!». Pero la labor no fue fructuosa; de veinte bancos en los que se humilló suplicando, ninguno quería comprar a Colombia de nuevo. De hecho, cuando volvimos al banco donde lo habíamos comprado, le estaban dedicando una fiesta a la transacción, dichosos de haberse deshecho de aquel


pasivo mal administrado. El ceño de renacuajo estaba por el piso, melancólico y cansado. Se sentó en el borde de una fuente de agua, ubicada en la plazoleta central de un parque. Me senté en el mismo borde, un poco distante, pero igual de cansado por seguirlo. Sus ojos recorrían con tristeza cada defecto que encontraba en su camino: ahora una baldosa mal colocada, ahora una persona escupiendo en la calle, ahora un panfleto pegado en un poste que escurría una agüita lechosa. Cada señal que marcaba un defecto era una prueba de porqué nadie quería comprar su país. El hombre de orejas secas se levanta, haciendo tronar desde su cuello hasta las rodillas, exhala con tedio samaritano, se agacha y recoge un papelito que ya hacía rato estaba pateando. Luego se dirige a una caneca olor a naranja madura que permanece boca abajo, la toca con sus dos manos y, mientras da arcadas, la coloca al derecho. Deposita el papelito que cae dichoso de inaugurar el espacio y una


sonrisa cínica aparece en su rostro como medio tomate seco. Así, ahora se embargaba por los caminos de la capital arreglando tal llave, levantando tal basurita, refutando tal grosería o cambiando cada grafiti por el mejor Botero que se le ocurría. Los bares cerraban cuando se enteraban de que iba a pasar por el frente, porque, en los que había conseguido entrar, al menos un reggaetón lo hacía cambiar por los preludios de Chopin. Así pasaron varias semanas en las que, tanto él como yo, habíamos dejado el trabajo; él para seguir sus expectativas de un mejor país, y yo mi curiosidad por aquellas pestañas de lombriz. Un día, veo que aquel hombre no se dirige a lo que él llamaba «los lugares que más necesitan arreglo», sino que se dirige a «uno de esos lugares que se arreglan solos». Al llegar, una mujer de alta costura, pómulos lisos y hombros vertiginosos, le esperaba en la mesa de un restaurante de alta cocina en lo más alto de las cordilleras. Entro al


restaurante como una cuchara, encubierto, tan sigilosamente que cualquier maestro de ceremonias me aplaudiría la entrada elegante que tuve. Me siento en una mesa cercana y me entero de que la conversación ya iba más avanzada de lo que pensaba. El caballero de nuca de algodón adopta una posición seria y directa a la mujer, se inclina hacia adelante y dice: «Quiero venderle a Colombia». La mujer está escéptica a la invitación, así que el hombre saca el recibo de cinco metros para comprobarle que, en efectivo, es dueño de cada parroquia, museo, vía y montaña que navega en los paisajes colombianos. La mujer está atónita, hasta que le pregunta por el precio de venta y se torna un poco más seria la conversación. Argumenta que el valor es muy alto para lo que en verdad es Colombia; para que sea rentable debe estar casi regalado, es más costoso convertir el país en algo rentable que solo cargar una factura. «Entonces, ¿cómo quiere que me pensione?», argumenta el hombre. «Haga lo que todos


hacen: regálele el país a alguien y haga de cuenta que nunca lo tuvo», responde la mujer ocultando una risa burlona.

Firma


Lo punzante so CUento los pocos y lo mucho que pasan: niños corriendo, mujer paseando un perro, hombre ejercitándose, parejas conversando, personas descansando. Juegan a ser el mejor bucle que alguna vez haya existido; un grupo constante de seres paseando para ver qué descubren, a ver si hoy encuentran una nueva forma de atar sus zapatos. Juego a observarlos como si fuera uno de ellos, ya es normal que reciban compañía tan de cerca, y no parecen notar que estoy fascinado. Algo no está bien, o de pronto está mejor, porque aparece un nuevo integrante para este cuadro mío:


obre lo delicado

BOGOTÁ

$20. 0. 00

T.N. CAPITAL

E. CONMEMORATIVA

una mujer sentada en una manta púrpura, bajo el árbol entre los columpios y las bancas. Me acerco a ella e inmediatamente sonríe, me observa y se hace a un lado para que pueda sentarme junto a ella. Me pregunta: «¿qué te gusta en la vida?», y, luego de aceptar que todo me gusta, respondo enseñándole hojas de papel y un pequeño lápiz algo mordido y desgastado. Toma el lápiz, lo levanta como si observarlo junto al sol cambiara algo, me dice: «escríbelo todo», y deja el lápiz sobre una de las hojas. Acepto esa inspiración repentina y comienzo el


ejercicio. Cuando la miro, para avisar que terminé, responde: «léelo, y te diré qué cosas cambiarán ahora que eres consciente de que te gustan». —Me gustan los patrones que hace la leche cuando la sirvo en el café. —Te cansará arruinar esas figuras con azúcar y lo dejarás, pero un día regresarás a él y serás adicto. —Cuando como algo muy caliente y siento un ligero dolor en el pecho. —Es acidez, probablemente reflujo gastroesofágico. —Ver cómo desaparece el cloro del agua. —Querrás saber si existe algún riesgo, te enterarás de lo difícil que es controlarlo, y comprarás un filtro de agua. —Despegar algo sin dejar rastro del pegante. —Serás tan meticuloso con eso, que un día se te hará tarde por dejar dos milímetros de pegante a la vista y


perderás el último tren de regreso. —Sacar una hoja perfectamente lisa. —¿Seguro que es perfectamente lisa? —Una costura alineada. —Te fijarás en una costura alineada y verás que una puntada consta de dos hilos, mientras que otra puntada tiene cuatro. —Morder una uña y que quede del largo ideal, sin puntas ni curvas. —Vas a monetizar ese quisquilloso talento y no volverás a comer porque te llenarás de uñas. —Tajar mi lápiz. —Tajarás la parte metálica sin notarlo, quedarás con miedo de experimentar ese escalofrío de nuevo y no lo disfrutarás más. —Cuando una hoja cae lentamente de un árbol y forma un patrón hasta terminar en el suelo. —Un día aplastará un insecto y tú


aplaudirás. —Tomar una fotografía que mantenga el color que veo. —Te enamorarás de un azul, sacrificarás un amarillo para mantenerlo y no sabrás si fue la mejor decisión. —Un invento que soluciona ese problema que solo yo creía tener. —Bueno, sabrás que no te comprometes lo suficiente con tus problemas como para hacerlos ideas. —Cuando un separador sobresale justo lo necesario del libro. —No podrás poner la parte superior junto a la pared, porque el separador se doblará o se verá del lado equivocado. —Un pincel con la punta tan delgada que haga un degradado con la nada. —Tendrá una cerda delgada, pero solo la verás cuando sea una línea de pintura. —Lo punzante sobre lo delicado,


cuando no deja un rasguño, sino que solo lo hunde un poco. —Un día lo verás en un globo, pero dejarás un pequeño punto que no podrás tocar, porque si lo haces estallará. —El brillo, la suavidad, los cortes. —Explotar, arrojar, quebrar. —Todo, todo como si me vieran, como si lo vieras, como si siguiéramos viéndolo cuando parpadeamos. —Hasta tú cambiarás si sabes que gustas de ti. —La perfección, el contraste, los colores, el lenguaje, la sal. Se detiene, aleja su cabeza de mí y mira sus anillos. Parece imperturbable, como si ya hubiera terminado conmigo y no necesitara pensarme más. Me levanto y, cuando veo que me alejé lo suficiente del parque, me permito reír un poco.


REC

No puede ser. La leche. ¿Cómo se me pudo olvidar? Dos horas en el supermercado, recorriendo todos los pasillos para asegurarme de que el viaje no fuera en vano, acomodándome entre dos e incluso tres filas para ver cuál me atendía primero, apilando cosas en el carro, escogiendo productos, leyendo cada etiqueta y tachando ítems de una lista mental. Sé que tomé la leche, por supuesto, ¿cómo no? Pero también recuerdo pedir una bolsa de plástico más resistente porque llevaba muchas cajas de leche. Seguro se quedaron esperando la bolsa que nunca llegó, seguro que sí. No hay más remedio que ir a buscarlas, es


161

mi gesto necesario de responsabilidad con las cajas de leche, el café y conmigo. Llegar al auto refunfuñando conmigo mismo es poco placentero, creo que conducir en este estado debería ser tan cuestionado como la ebriedad. Es una desconexión total, donde me encargo de que todo lo que vea se convierta en mi visión personal del camino. Aunque llego ileso, es una actividad que tiene alta probabilidad de accidente. El parqueadero está vacío, y es inquietante conocerlo en su faceta de madrugada; cuando está suficientemente oscuro como para no aclarar en muchas


horas. Hay unas cuantas luces que iluminan cada tres espacios de parqueo, me dejo llevar por una de ellas y encuentro un espacio que, aunque está frente las cestas de basura, también está cerca de la puerta —por si no me dan la bolsa más grande y me toca cargar las cajas de leche—. Es el elegido hasta que noto que alguien lo encontró primero. Veo a un grupo de flores que juega a encestar pequeñas bolas de papel. Están posicionadas de una forma en que es fácil distinguir los grupos: hay público, jugadoras, un árbitro y una presentadora. Retrocedo y parqueo justo detrás de las cestas, para bajarme del auto y observarlas más de cerca sin ser notado. Las flores se dividen en dos grupos y dejan a una flor en medio: la presentadora, que comienza a llamar integrantes de las dos filas que tiene a cada lado. Cuento cinco flores en cada una, y van pasando de dos en dos. Las que van pasando se saludan estirando una hoja y enrollándola con la hoja de la otra, miran al público y se posicionan


a unos tres pasos de las cestas, en lo que parece ser el campo de juego. Cuando ya se han posicionado ambos equipos, la presentadora comienza a introducir a las jugadoras «más destacadas del último juego». Se refiere a ellas por número y equipo y las describe brevemente: la jugadora número tres del equipo B es profesional en identificar el tiempo exacto que lleva el polvo sobre una superficie; la jugadora número uno del equipo A sabe medir espacios a la perfección solo con su memoria; la jugadora número dos del equipo A sabe calcular cuánto durarán exactamente en la alacena los alimentos que se compren, y la jugadora número cuatro del equipo B sabe calcular el peso que una bolsa plástica puede resistir. Al parecer, han observado lo suficiente a esos humanos que entran a comprar cosas y conocen sus necesidades, como si estuvieran preparadas para reemplazarlos con esos eficientes talentos que han desarrollado. Pero no se ven al acecho, supongo que por eso salen a esta hora, parecen solo divertirse con


jugar a conocer la humanidad. La presentadora llama a una flor, que le entrega una montañita de facturas a cada equipo, luego entra el árbitro y salen la presentadora y la otra flor del campo. El árbitro aplaude con sus hojas una vez y comienza el juego. Pasan las primeras dos jugadoras, cada una toma una factura, hacen pequeñas bolas con ellas, el árbitro cuenta hasta tres, y las arrojan. Encesta el equipo B; tres puntos por cesta verde. Todo el equipo celebra: estiran sus pétalos y los rosan con suavidad entre todas. Encesta el equipo A; dos puntos por cesta gris. Encesta el equipo A; tres puntos por cesta verde. Encesta el equipo B; un punto por cesta azul. Encesta el equipo B; ¡tres puntos por cesta verde! El árbitro aplaude dos veces, entra la presentadora y dice lo que estábamos pensando: el equipo A estuvo tan cerca, pero el último tiro del equipo B fue asombroso.


Los dos equipos se paran frente a frente, las jugadoras del equipo A se enrollan en sí mismas, ruedan hasta levantarse junto a las jugadoras del equipo B, y aplauden. El público se conmueve. «Eso es humildad», dice la presentadora, y anuncia el siguiente juego. En medio del descanso comienza a llover, pienso en cubrirlas de alguna forma, pero ellas parecen tenerlo bajo control: comienzan a chiflar y unos segundos después llega un hombre corriendo, con corbatas colgadas en sus brazos. Ajusta una corbata a cada flor, asumo que para cubrir sus tallos y raíces de la humedad, y se retira. La presentadora, con pesar, anuncia que, a causa del mal clima, deben regresar a sus hogares y retomar el juego hasta el día siguiente. Y todas se van, caminando con sus corbatas muy pegadas a sus tallos. Estoy empapado y sonriente. Estoy fascinado; la fortuna de haber llegado con vida acaba de justificarse completamente, tienen tanta gracia que me asusta no tener la mía. Es que, conducir


ya no es un factor de riesgo, porque ahora estoy atento a cualquier tipo de flor que esté yendo a su casa por el mismo camino que yo. Bueno, no está tan mal; tengo naranjas para hacer un jugo.



Margarita DE C OL OMBIA E N

marzo

DE 20XX

N O.

Me asignaron una mesa junto al grupo de personas más entusiastas con sus opiniones. —Cuando Gustavo Bonaferto Esquilario fue públicamente presentado como un criminal, ¿creen que se acobardó? No, él estaba seguro de su inocencia y no decidió presumirla, por eso calló como quien confía en su palabra más que en otro hombre— dice la mujer de abrigo peludo. Esto me da tiempo y motivación para fijarme en algo más, como en lo asombrosa que es la limpieza en las ranuras de la baldosa. Nunca había visto lo visibles que son: pequeñas líneas blancas cruzando cuadraditos negros. Me encantan, porque también son un recorrido por

el suelo, por ese que tantas pisadas recibe

1


144

Estefanía DE STI N O

Honolulu

el suelo, por ese que tantas pisadas recibe sin escuchar algún tipo de gratitud. Tampoco es que la esté exigiendo, pero debería considerarse con más frecuencia lo bien que está seguirlo y dejarse llevar por la historia que cuenta. Voy de la esquina a la pared, de la pared a la ventana, de la ventana a su mesa, y de la mesa a sus pies. Oh, no. Debo levantarme. —Disculpen. —¿Sí? —contesta el hombre que aborrece mi interrupción. —Cuidado con el hombrecito que está junto a sus pies. —No lo habíamos visto, disculpe. —No se preocupen —dice mientras se aleja de un zapato—. Pero, con todo respeto, ignoran


ustedes la importancia de aquel registro civil con su verdadero nombre: Gustav. Letras que justamente coinciden con el nombre de una reserva hecha en el restaurante, donde fue asesinada Margarita Estefanía, la oscura noche del 27 de noviembre. ¿Saben qué es lo curioso? Que se discute la veracidad de dicho documento, pero no la reservación. Claro, es que sería poco inteligente hacerlo bajo un seudónimo tan cercano a su nombre real. En mi opinión, y la de varios investigadores que han discutido el caso conmigo, esto comprueba la teoría de que fue accidental; un altercado caluroso entre colegas que terminó en la trágica decisión de hacer uso de un arma. No me malinterpreten, no pongo en duda la importancia de Bonaferto en la historia de nuestra independencia, pero sí quiero invitarlos a cuestionar la eficacia de la justicia que nos edifica hoy como sociedad. Por fin alguien se atrevió a decirlo.



Número 20200 check X completado a las 10:34am

GAR Control de la

ESO ES TODO. CADA VEZ ES UNA GOTERA DIFERENTE, POR UNA RAZÓN CUALQUIERA, EN EL LUGAR QUE SEA, DE LA MAGNITUD QUE SURJA, SIN AVISOS NI CONSIDERACIONES, TENGO QUE CONSEGUIR BALDES Y COSAS PARA FRENAR LA GOTERA. PERO NADIE ME ESCUCHA PORQUE NO ES UN PROBLEMA DEL EDIFICIO, LO LIMITAN A QUE ES UN ASUNTO ESTRICTAMENTE PERSONAL, COMO SI HUBIERA ENCONTRADO UNA MANERA DE UTILIZAR MAL MI PROPIO HOGAR. E IGUAL, SI QUIERO SOLUCIONARLO POR MI CUENTA, DIRECTAMENTE LO CONVIERTEN EN UN PROBLEMA MUCHO MAYOR QUE NO PUEDO COSTEAR COMO ESPERAN QUE LO HAGA. SÍ, ESO ES TODO. HOY MISMO COMIENZO A BUSCAR UN LUGAR NUEVO. ME SORPRENDE LA FACILIDAD PARA ENCONTRAR UN EXPERTO EN EL TEMA; PUEDO AGENDAR UNA


RBO transmisión +

CITA CON MENOS DE 24 HORAS DE ANTICIPACIÓN EN ESTE MISMO VECINDARIO —PORQUE EL LUGAR NUNCA HA SIDO EL PROBLEMA—, Y CONOCER MÁS DE UN APARTAMENTO. TENGO SEIS HORAS PARA ENCONTRAR UN BUEN ÁNIMO, PORQUE A LAS CINCO VERÉ A LA SEÑORITA ELIZA Y LUEGO ELLA SE ENCARGARÁ DEL RECORRIDO. LLEGO PUNTUAL, PERO VEO QUE ELLA TIENE UNA VISIÓN AÚN MÁS ESTRICTA DE PUNTUALIDAD, Y NOS PRESENTAMOS AMABLEMENTE CON UN APRETÓN DE MANOS. COMIENZA A HABLARME DE LAS CUALIDADES DEL VECINDARIO, A DIVAGAR EN LAS ZONAS VERDES Y LA SEGURIDAD, PERO NO PARECE ESTAR APROPIADA DE ESA INFORMACIÓN, POR LO QUE LA DETENGO PARA DECIRLE QUE NO SERÁ NECESARIO PROFUNDIZAR EN ELLO, PUES CONOZCO TODOS LOS PUNTOS A FAVOR Y CADA UNA


DE LAS FALENCIAS. TAL VEZ FUE UNA MALA ELECCIÓN, PORQUE NO ENCONTRAMOS SUFICIENTE CONVERSACIÓN PARA EL RESTO DEL RECORRIDO. LLEGAMOS AL PRIMER EDIFICIO, UN POCO MÁS ALTO QUE EL MÍO, SUBIMOS POR EL ELEVADOR Y ME ENSEÑA DOS APARTAMENTOS QUE, EN MI OPINIÓN, SON TAN SIMILARES QUE LA DISCUSIÓN PARA ELEGIRLOS SERÍA SI PREFIERO VER AMANECER O ATARDECER POR LA VENTANA DE LA SALA. SON ABURRIDOS Y SE LO DIGO. «PERO SI RECIÉN ESTAMOS EMPEZANDO», RESPONDE ELLA, CON UN TONO ALGO ENTUSIASTA. LLEGAMOS AL SIGUIENTE LUGAR: AHORA SE TRATA DE TODO UN CONJUNTO RESIDENCIAL, CON EDIFICIOS MUCHO MÁS ALTOS Y UN PEQUEÑO PARQUE INFANTIL JUNTO A LA ENTRADA. LA DETENGO ANTES DE ENTRAR Y LE DIGO QUE SOLO ESTOY BUSCANDO UN EDIFICIO, UN PRESUPUESTO QUE SE VEA FÁCIL DE ALCANZAR POR LAS POCAS COMODIDADES DEL LUGAR. ELLA COMPRENDE Y ME LLEVA A OTRO EDIFICIO MÁS MODESTO. ESTE PARECE TENER EL MISMO NÚMERO DE PISOS QUE MI EDIFICIO, SOLO QUE NO TIENE ELEVADOR, Y EL APARTAMENTO ESTÁ JUSTO EN EL ÚLTIMO PISO. FINALMENTE ENTRAMOS Y COMIENZA A ALABARLO, MÁS QUE A LOS DEMÁS, SE AFERRA


A LA EXCELENTE ILUMINACIÓN QUE TIENE, A LOS ESPACIOS Y ACABADOS IMPECABLES, QUIERE CONVENCERME Y, QUIÉN SABE, TAL VEZ LO CONSIGA. NO PREGUNTO POR LAS GOTERAS PORQUE, ES QUE, NO SE PUEDE, TODO SE VEN TAN PULCRO QUE ME DA VERGÜENZA MENCIONAR UNA PALABRA ASÍ. CONSERVARÍA LA IMAGEN, PERO ELIZA NO ME PERMITE TOMAR FOTOS DEL LUGAR, SOLO ME DICE QUE TIENE UNAS EN SU CELULAR Y QUE LUEGO ME LAS ENVÍA, QUE LA LLAME Y HAGA UNA PROPUESTA PARA DISCUTIR CON MÁS SERIEDAD MI MUDANZA. CUANDO SALIMOS AL PASILLO, MIENTRAS ELLA CIERRA LA PUERTA, ME DOY CUENTA DE QUE HAY UNA PUERTA DIFERENTE, JUNTO A LAS ESCALERAS, QUE PARECE SER UN ARMARIO. NO LE PREGUNTO Y VOY A ABRIRLA, CON CIERTO DERECHO COMO CLIENTE. «¿HOLA?», DIGO EN VOZ ALTA, PORQUE QUE ESTÉ COMPLETAMENTE OSCURO NO ES GARANTÍA DE ABANDONO. ELIZA SE EXALTA Y LLEGA APURADA. —¡SHH! LOS VA A DESPERTAR —ME SUSURRA. —¿QUÉ? COMIENZA A GRADUAR LA INTENSIDAD DE LA LINTERNA EN SU CELULAR Y ME ENSEÑA EL LUGAR: EN CADA PARED VEO UN ESTANTE CON CALENDARIOS, HAY UNAS DIVISIONES DE VIDRIO ENTRE CADA UNO


DEJANDO UN PEQUEÑO ESPACIO LIBRE ENFRENTE, COMO PARA CIRCULAR, Y PEQUEÑAS ESCALERAS CONECTANDO LOS NIVELES. VEO QUE EN UNA ESQUINA DEL CUARTO HAY UNA CAJA CON RESTOS DE COMIDA, SEMILLAS Y MOSQUITOS. MIRO A ELIZA, SIN ENTENDER QUÉ COSAS SE ALMACENAN ALLÍ, QUIEN ME DICE QUE ME ACERQUE A OBSERVAR UNO DE LOS CALENDARIOS. —LE VOY A PRESENTAR A GARBO, SI ESTÁ DESPIERTO. —LA OBSERVO DESCONCERTADO—. NO SE PREOCUPE, QUE NO LE HACE NADA. LE REGRESO MI MIRADA, PORQUE NO HAY NINGUNA SEÑAL DE MOVIMIENTO EN EL CALENDARIO. —¡NO! OTRA VEZ SE ESCAPÓ. NO, NO, NO. ANGUSTIADA, SE APRESURA A ENCENDER LA LUZ DEL CUARTO. COMIENZO A ESCUCHAR VARIOS CHIRRIDOS, UNOS MÁS INTENSOS QUE OTROS, COMO SATURANDO EL CUARTO CON ESE RUIDO. ENTONCES VEO QUE DE LOS CALENDARIOS SE ASOMAN UNOS PEQUEÑOS GRILLOS, ALGUNOS COMIENZAN A SALTAR ENTRE LOS «PASILLOS» DE LOS ESTANTES PARA ACERCARSE A ELIZA. ELLA LOS MIRA DE REGRESO, YO LA MIRO CON DESAGRADO, Y SE APRESURA A TOMARME DEL BRAZO, PIDIÉNDOME QUE SALGAMOS RÁPIDO. ESTANDO AFUERA, ME SUELTA PARA ABRIR LA PUERTA DE NUEVO Y APAGAR LA LUZ.


—PERDÓN —DICE EN VOZ BAJA. ME ALEJO DE LA PUERTA Y LE PIDO QUE EXPLIQUE LO SUCEDIDO, QUE ME CUENTE POR QUÉ NORMALIZA LA PRESENCIA DE GRILLOS EN ESE CUARTO. —SÍ, LAMENTO LO BOCHORNOSO DE LA SITUACIÓN —DICE MIENTRAS BUSCA A GARBO EN UNA MACETA. —¿QUÉ ES ESE CUARTO? —UNA PEQUEÑA RESIDENCIA, PODRÍA DECIRSE. —¿CÓMO QUE UNA RESIDENCIA? —ESTOS GRILLOS NO TIENEN UN LUGAR PARA VIVIR: SON GRILLOS DOMÉSTICOS QUE FUERON ECHADOS DE SUS CASAS. —¿DOMÉSTICOS? —ES DECIR, QUE NO SABEN CAZAR U ORIENTARSE, NI SIQUIERA DORMIR. POR ESO UTILIZO ESTE CUARTO, QUE LA ADMINISTRACIÓN DEL EDIFICIO HA OLVIDADO, PARA DARLES UN HOGAR. —¿POR QUÉ? —BUENA PREGUNTA. —ENCUENTRA ALGO BAJO EL TAPETE DE UN APARTAMENTO—. ¿GARBO? ¡AGH, NO! —¿Y BIEN? —VERÁ, TODO COMENZÓ PORQUE LOS DUEÑOS DEL APARTAMENTO QUE ACABO DE MOSTRARLE VIVÍAN CON UN GRILLO QUE ENCONTRARON EN UN VIAJE.


CON UN GRILLO QUE ENCONTRARON EN UN VIAJE. VIVIÓ CON ELLOS DOCE AÑOS, HASTA QUE UN DÍA HUBO UNA DISCUSIÓN, ALGO ASÍ, Y DECIDIERON ECHARLO DE LA CASA. CUANDO ME CONTRATARON PARA VENDER EL APARTAMENTO, ME DI CUENTA DE QUE UN GRILLO ESTABA VIVIENDO EN LA MACETA QUE ESTÁ AHÍ JUNTO A LA PUERTA. HABLÉ CON ÉL Y ME CONMOVIÓ MUCHÍSIMO, NO ME DIJO QUÉ HABÍA PASADO, NI SU NOMBRE, SOLO QUE NO SABÍA QUÉ MÁS HACER Y ME ROGÓ QUE NO LO DELATARA. ENTONCES DECIDÍ LLEVARLO A VIVIR CONMIGO PARA CUIDARLO. —¿Y LOS OTROS? —A ESO VOY. ÉL LES CONTÓ A OTROS GRILLOS, QUE PENSARON QUE YO ERA UNA CARIDAD Y LLEGARON A MÍ, COMO NO PUDE DECIRLES QUE NO, TUVE QUE BUSCAR UNA SOLUCIÓN, PORQUE MI APARTAMENTO ES MUCHO MÁS PEQUEÑO QUE ESTE. Y, BUENO, ESTA ES: AL VER QUE NADIE USABA ESE CUARTO, TRAJE TODOS LOS CALENDARIOS DE AÑOS ANTERIORES QUE YA NO SERVÍAN DE NADA Y LOS ADECUÉ PARA RECIBIRLOS AQUÍ, DONDE LOS ALIMENTO Y LES BRINDO UN HOGAR. ME PAGAN RENTA, CLARO, ES MUY POCO, PERO LO SUFICIENTE COMO PARA DESTINAR UN PORCENTAJE A LOS PORTEROS QUE NO NOS DELATAN.


—Y… —SEÑALO LA MACETA—. ¿DÓNDE ESTÁ AHORA? —ES GARBO. ASÍ LO NOMBRÉ. —SONRÍE OPACAMENTE—. ÉL SIEMPRE SE VA UNOS DÍAS Y REGRESA. ME PREOCUPA MUCHO QUE UN DÍA LE PASE ALGO MALO. CREO QUE LO HACE A FIN DE MES PARA NO PAGAR RENTA, PERO ESO NO ME IMPORTA; LO QUIERO ESPECIALMENTE Y QUIERO QUE SE QUEDE AQUÍ POR GUSTO Y NO POR OBLIGACIÓN, QUE ESTÉ A SALVO CONMIGO Y LOS DEMÁS. —DIRIGE SU MIRADA HACIA MÍ—. PERO NO SE PREOCUPE QUE NO SERÁ UNA MOLESTIA, TODOS SON MUY SILENCIOSOS Y SALEN NADA MÁS EN LA MADRUGADA. GARBO SOLO ES UN POBRE GRILLO QUE NO SABE LO QUE HACE. PARECE TERMINAR LA HISTORIA Y NO SÉ CÓMO CONTESTAR, SOLO PUEDO AYUDARLA EN LA BÚSQUEDA DE GARBO E INTENTAR CONTENER CUALQUIER CRÍTICA PARA SIMPLEMENTE EXALTAR SU LABOR. NO SÉ PORQUÉ DEBERÍA SER ADMIRABLE, PERO QUE ESA MUJER DE ASPECTO TAN PROFESIONAL SE VEA DÉBIL FRENTE A ESE GRILLO ME INQUIETA MUCHO, ES QUE, CREO QUE LOS GRILLOS SUELEN SER BASTANTE SOBERBIOS Y QUE CON SUS ANTENAS MOVIÉNDOSE NO HACEN MÁS QUE PROVOCAR ESCALOFRÍOS. NO ME GUSTA LA IDEA DE ENCONTRAR A GARBO Y TENER


PORQUE ME IMPRESIONA, PREFIERO ARRIESGARME A IRME DICIENDO QUE «TENGO OTRO COMPROMISO», CON UN POCO DE LÁSTIMA. ELIZA COMPRENDE MI DEBATE INTERNO Y DICE QUE NO IMPORTA, QUE YA VERÁ CÓMO LO SOLUCIONA Y QUE LAMENTA PONERME EN ESTA SITUACIÓN. BAJAMOS LAS ESCALERAS, ME DICE QUE PODEMOS CONTINUAR EL RECORRIDO SI TENGO TIEMPO, PERO LE DIGO QUE HA SIDO SUFICIENTE PARA DECIDIRME POR LA VENTANA HACIA EL AMANECER. ESTOY DISPUESTO A LLAMARLA Y DECIRLE QUE QUIERO CONCRETAR LA OFERTA DE LO ABURRIDO.



REC 161

FRUTA SEMILLA —¿No te encanta? —dice una entusiasta joven apenas pone el primer pie en la escalera del bus. —Sí, mucho —contesta su compañero. —Tremendo el Pittosportum Undulatum. Se sientan justo frente a mí, y en medio de su charla comprendo que el «Pittosportum Undulatum» es de esos árboles que es fácil asumir en el paisaje, pero que, en caso de faltar, sería fuertemente cuestionado. O eso piensan de su ejemplar favorito en Teusaquillo; el pitosporo de bayas anaranjadas en el separador de la 26 con 44. Cuentan que en Bogotá no se habla mucho sobre él, pero en Manizales es un caso aparte. Y ella sabe argumentarlo. Parece que, sin alias o antecedentes judiciales, cuatro personas se dedican a recoger los frutos que caen sobre la avenida durante la madrugada: llegan con bolsas de


-

CON PERFUMADA tela de 55x60, las suben a un camión pintado de un color diferente cada vez, con el quinto integrante del grupo dentro, y viajan hasta Manizales para llegar cuando ya es de día. Hacen todo esto al menos una vez a la semana, de diciembre a marzo. Allí tienen un lugar predilecto en la Plaza de Mercado, señalado por un letrero que dice «FRUTA con semilla PERFUMADA». —Yo creo que se llama así porque es un manjar altamente solicitado en toda Caldas: desde Chinchiná, Riosucio y hasta Norcasia viajan para conocer el sabor de esa pepita anaranjada —añade la joven con un tono más serio a su historia—. Quieren ver si es verdad que la semilla puede reemplazar una colonia, si sabe bien con la papaya y comprobar cómo se ve por dentro. Ahora habla de la operación para que esto sea posible:


deben ser exactamente cinco integrantes para que pueda Para ser uno de Los Cinco es importante conocer previamente Bogotá sostenerse. Para ser uno de «Los Cinco» es importante y sus árboles, para así asegurarse de que el ejemplar es genuino y no conocer previamente Bogotá y sus árboles, y así asegurarse ha sido alterado de alguna forma. Dicen esto porque, al parecer, no de que el ejemplar es genuino y no ha sido alterado de son los únicos con esa idea, está claro que los más exitosos sí, pero en alguna forma. Dicen esto porque, al parecer, el grupo no es este medio los comerciantes no suelen ser amables: Manizales no fue la el único con esa idea. Está claro que el más exitoso sí, pero primera opción. en este medio los comerciantes no suelen ser amables: Hace un tiempo, cuando Cali daba la mejor recepción al fruto, dos Manizales no fue su primera opción. grupos que se encargaban de distribuir el producto a restaurantes Hace un tiempo, cuando Cali daba la mejor recepción se tomaron el trabajo de inyectar fragancia de durio a los frutos, fue al fruto, dos grupos que se encargaban de distribuir imperceptible, hasta que en una degustación se arruinó la reputación el producto a restaurantes se tomaron el trabajo de de semilla PERFUMADA y el grupo tuvo que descartar su aprobación inyectar fragancia de durio a los frutos de «Los Cinco», en la ciudad. Se recuperaron, pero perdieron a su ciudad y tuvieron fue imperceptible, hasta que en una degustación se que conocer en su desespero a la famosa Manizales, dando lugar a la arruinó la reputación de «semilla PERFUMADA» y el grupo historia. tuvo que descartar su aprobación en la ciudad. Lograron Por esto suelen ser bastante quisquillosos al momento de elegir sus recuperarse, pero perdieron a su ciudad y tuvieron que integrantes, asegurándose que no se trata de algún sabotaje, y rara conocer en su desespero a la famosa Manizales, dando vez se abre una convocatoria. Sin embargo, cuando sucede, jóvenes lugar a esta historia. como mis compañeros de viaje se comprometen con practicar las Por esto suelen ser bastante quisquillosos al momento palabras para su entrevista. Una y otra vez, como si quisieran que la de elegir sus integrantes, asegurándose de que no se trata memorizáramos junto a ellos. de algún sabotaje, y rara vez se abre una convocatoria. Sin Veo que al joven se le escapa una pequeña sonrisa. embargo, cuando sucede, jóvenes como mis compañeros de viaje se comprometen con practicar las palabras para - Qué ingenuidad la de Bogotá, pero Manizales sí sabe cómo hacer su entrevista. Una y otra vez, como si quisieran que la justicia -dice agachando su cabeza. memorizáramos junto a ellos. Veo que al joven se le escapa


una pequeña sonrisa. —Qué ingenuidad la de Bogotá, pero Manizales sí sabe cómo hacer justicia— dice agachando su cabeza. La otra joven sonríe y lo codea suavemente, como si se emocionara por su opinión. Pienso que son conscientes de las repercusiones que tiene comercializar frutos capitalinos así, pero también se alegran de saber que justo allí termina la jurisdicción de la ciudad sobre sus árboles, y se esfuerzan para sonar convincentes, para que su viaje a Bogotá no sea en vano. El problema es que el joven parece ser terriblemente tímido; solo se pronunció una vez durante toda la historia, supongo que prefiere escuchar a su compañera emocionada y preguntarse cómo le es tan fácil exponer su carisma. La solución que ella le sugiere es presentar una experiencia única de atención al cliente, diciéndole que puede escribir sus poéticos comentarios. —Tengo algo. —Saca un papel doblado de su bolsillo. —A ver, léelo. Y comienza.

Qué dulce néctar se desliza entre corteza maciza, Para que, aquel que se atreva, sea consciente de lo que lleva.


Con tanta suavidad y carisma, Para ser uno de Los Cinco es importante conocer previamente Bogotá no pueden sino igualarse al crisma. y sus árboles, para así asegurarse de que el ejemplar es genuino y no Son ungüento de los dioses ha sido alterado de alguna forma. Dicen esto porque, al parecer, no y para el deleite ases.

son los únicos con esa idea, está claro que los más exitosos sí, pero en este medio los comerciantes no suelen ser amables: Manizales no fue la

Mi jazmín del cabo, primera opción. a tu especie alabo. Hace un tiempo, cuando Cali daba la mejor recepción al fruto, dos Mi laurel huesito, grupos que se encargaban de distribuir el producto a restaurantes ojalá no seas finito. se tomaron el trabajo de inyectar fragancia de durio a los frutos, fue Mi galán de noche, imperceptible, hasta que en una degustación se arruinó la reputación que nadie te reproche. de semilla PERFUMADA y el grupo tuvo que descartar su aprobación en la ciudad. Se recuperaron, pero perdieron a su ciudad y tuvieron

Un día como hoy debería estar enfocado en el tiempo restante para que llegar tarde a esa reunión sea un hecho, en historia. cambio, estoy anonadado con la cantidad de movimientos Por esto suelen ser bastante quisquillosos al momento de elegir sus que se le pueden dar a una economía. Y no sé si decirle a integrantes, asegurándose que no se trata de algún sabotaje, y rara ese joven que tiene un par de rimas tramposas, pero creo vez se abre una convocatoria. Sin embargo, cuando sucede, jóvenes que al final no molestan porque facilitan aceptar la idea como mis compañeros de viaje se comprometen con practicar las gloriosa del árbol y su fruto. Al menos a la joven le fascinó. palabras para su entrevista. Una y otra vez, como si quisieran que la Ojalá los acepten. que conocer en su desespero a la famosa Manizales, dando lugar a la

memorizáramos junto a ellos.

Veo que al joven se le escapa una pequeña sonrisa. - Qué ingenuidad la de Bogotá, pero Manizales sí sabe cómo hacer justicia -dice agachando su cabeza.



o m i s é Vig En una usual fila, con el objetivo de responder al cobro mensual de luz, confundo el botón para añadir una canción a mis favoritas con el botón de pausa. Silencio incómodo que me permite juzgar la torpeza que acabo de cometer; solo me queda burlarme y esperar más actividades así. ¿Qué será lo siguiente? ¿Recortar el código de barras del recibo? Es un largo camino que, afortunadamente, es interrumpido por el hombre que está a punto de ser atendido. Él pasa y podré avanzar a quinto lugar. Si llego a quinto en menos de una hora, ojalá, seré la punta de una corta recopilación de clientes, tendré un sentimiento de alivio


cuando voltee y sepa que se ha alcanzado el décimo octavo lugar, que recordaré los viejos tiempos y la fortuna de haber llegado a la fila cuando solo se disputaba un podio de once puestos. Pero el hombre se detiene, lanza un manotazo a su espalda, intentando girarse como si conociera el mejor ángulo para observar su torso, y lanza otro manotazo junto a una maldición con rabia. —¡Pedazo de ave desafinada! Rechinan sus dientes, intenta mantenerse de pie, pero sus rodillas no resisten, caen su maletín, periódico, sombrero y paraguas. El resto permanecemos en la fila, dejando que los guardias y cajeros sean quienes se encarguen de la situación, a excepción de una joven que sugiere llamar una ambulancia. Lo hace en un grito sutil que no quiere ser tomado en serio, sino solo escuchado, mientras algunos cajeros le preguntan al hombre qué sucedió.


Alguien trae una camilla, pero el hombre se zarandea y la evita. —No, déjenme, yo me encargo de… ¡Agh, pedazo de semilla agrietada! E intenta girar su brazo de otra forma, buscando un nuevo alcance para indagar en su espalda y conocer qué está sucediendo allí que tanto lo atormenta. En medio del giro que da su brazo, se detiene y opta por quitarse su abrigo, para sacudirlo y esperar unos

segundos el resultado. Nada pasa. Comienza a soltar su corbata, la toma con el brazo derecho y esa tela ahora es un látigo; comienza a azotarse, llego a contar doce azotes cuando se detiene y toma el otro extremo de la corbata con el brazo izquierdo. De lado a lado la mueve e intenta apretarla más con ambos puños, para que el contacto con su espalda sea mayor: suben y bajan sus brazos, hacen figuras con la corbata y comienzan a


adherirse pelusas de la camisa. Se detiene porque, de nuevo, nada pasa. Es consciente que ha interrumpido toda labor —y también del público confundido que ha olvidado cómo aplaudir para alentarlo, o mirar hacia otro lado para evitar humillarlo—. Está incómodo, aún tiene esa molestia, pero quiere aprender a lidiar con ella para levantarse del suelo y abrirle paso a otro cliente. Accidentalmente dirige su mirada hacia mí, y yo, que soy débil y tengo tiempo, lo observo también. Continúa moviendo su torso, resignado mientras observa el suelo, y la joven de la ambulancia se acerca a él para posar su mano en el hombro de aquel hombre abatido, a modo de condolencia. En ese pequeño toque veo que salta algo dentro de su camisa, como si ese algo no estuviera preparado para una tercera mano. Ella lo siente y se aleja asustada, mientras que el hombre vuelve a exaltarse. —¡No! ¿Qué le hizo a este pedazo de corteza


de pan? La joven, y varios asistentes más, se asombran con semejante expresión y cubren sus bocas con ambas manos. Me doy cuenta de que ahora la prioridad es su comentario poco elegante, y que se olvidará ese extraño movimiento dentro de su camisa. Pero, como soy el único que aún lo recuerda, sé que debo salir de la fila y acercarme a él para investigar qué revivió esa exaltación. Le sugiero quitarse la camisa, a lo que él responde con una mirada que solo puede decir negación, pero le explico que solo así podemos ver qué pasa. Acepta y pide que lo cubra con mi abrigo. Entonces se lo entrego, pero también tomo el paraguas y el periódico y los extiendo para crear un pequeño cuarto que le permita estar aislado. Desabotona su camisa, la retira, me dispongo a indagar y veo un tulipán colgando de su piel: lo ha pellizcado con sus pétalos, como si estuviera intentando escalar toda su espalda para encontrar una salida. Me


pregunta qué es y yo, solo pudiendo observar el color que tiene, en un rápido movimiento arranco la flor y la sostengo con dos dedos. No hubo una última exclamación, solo un suspiro de alivio y su respectivo agradecimiento. Mientras se pone la camisa de nuevo, voy a detallar el color del tulipán, pero la misma joven lo arrebata de mis manos y lo tira al suelo. «El show ha terminado», dice, luego de pisar el tulipán. Por supuesto, algunas risas y comentarios, pero ningún respeto hacia los lugares en la fila. ¿Cómo es que ahora soy vigésimo?


s

DIC

13 20XX

patóg

f u e r a

Caminar hacia la terraza se ha convertido fácilmente en una de mis actividades favoritas. Cuando se me antoja una dona con algún batido de café, la mejor sensación para acompañarlo es subir las escaleras junto a la tienda, sabiendo que nada corre el riesgo de perder su temperatura óptima, y dejarme llevar hasta que resulte en la terraza del centro comercial. Poder elegir mesa es también encantador, me gusta una simple en el centro, no es que las esquinas no resulten llamativas, pero tener una vista más amplia me gusta más. Hoy, a mitad de camino en la escalera, recuerdo la fortuna que es elegir una rutina, pero, ya llegando, me doy cuenta de que esta vez dependerá de algo mayor.

a


i

PAÍS

COL

geno

a l g u i e n —Buenos días, señor. —Me detiene un hombre que usa un chaleco verde fluorescente-. Lo invitamos a seguir a la plazoleta de comidas. —Señala el camino de regreso. —¿Qué pasó? —Solo una pequeña remodelación. Y, con ambas manos llenas —una con el batido y otra con la dona—, voy caminando hacia las escaleras que van de bajada. Noto que la plazoleta no está dispuesta a resistir tal cantidad de personas, las mesas en la terraza son casi el doble que las que están allí, y es fácil notar esto cuando se escucha esa colección irreconocible de muchas voces que no se organizan: porque NO hay suficientes mesas, e incluso vienen más personas detrás. Me hago a un lado,


observo el caos normalizado que sucede abajo, intentando pensar si comer de pie sería una buena anécdota, cuando veo que el hombre de chaleco escandaloso recibe una instrucción por un walkie-talkie, y deja entreabierta la puerta de la terraza antes de irse. Nadie está vigilando. Al entrar, veo que hay dos personas más: una usando un chaleco similar y otra en un traje de protección. Sin ser visto, me dirijo hacia el estanque y me oculto detrás de las flores. La persona en el traje de protección está cargando una pecera de plástico y la lleva hacia la otra esquina, donde veo que hay unas diez peceras así, cada una con uno o dos peces. «Esos son todos. Nos necesitan en el primer piso», le indica a la persona del chaleco, y salen de la terraza, esta vez asegurando mejor la puerta. Me levanto por una silla y la acomodo junto al estanque rodeado por cinta policial. Comienzo con un mordisco a mi dona de fresa, observando la quietud del agua con una prudente distancia, porque no sé qué clase de cosa hallarían como para tener que


sacar a los peces. Es tranquilizador hasta que, entre el cuarto mordisco y el segundo sorbo, veo lo que parece ser una onda en el agua. Me acerco a observar y descubro un pez de color verde, con franjas y puntos amarillos, tan vistoso como sus compañeros en la otra esquina. —¿Hola? —dice al asomar su cabeza. —Hola. Permanece bajo el agua, observándome un momento, y nuevamente toma impulso para asomar su cabeza. —Pensé que ya les había dicho todo. —¿A quiénes? —No juegue conmigo, por favor, con usted ya son cuatro investigadores. Sin descanso. —No soy investigador. —Por favor. Le enseño mis manos con comida, intentando hacerle entender que solo estoy aquí a modo de ocio. —¿Cómo lo dejaron entrar? —Digamos que aprecio su discreción. —Comprendo, debe ser un caos allí abajo. —Lo es. ¿Y aquí?


—Bueno… —Se sumerge un momento y vuelve a asomar su cabeza—. Aquí no es mucho mejor. —¿Qué pasó? —De acuerdo. —Suspira—. Pero usted responda algo primero: ¿cómo sabe cuando alguien es de fiar? Lo observo, como si estuviera pensando en responder la pregunta, pero solo pienso en por qué ha decidido formularla. —Sí, es el punto; yo tampoco sé —elige romper el silencio—. La verdad es que nada de esto debió suceder. Nada. —¿A qué se refiere? —Mi carisma incontrolable. —Hace una pausa para sumergirse—. Solo buscaba hacerle un cumplido a esa niña, porque se veía feliz con su pequeño lazo verde y pensé que, tal vez, le gustaría ver un pececillo de ese mismo color. —¿Cuál niña? —No era de fiar. ¿Sabía que este ha sido mi hogar desde que me llamo Cristóbal? No hay vista alguna que ame más que el cielo desde este exacto punto, así como tampoco hay palabras que disfrute más que las que


provoco con las mías. No hay especie que ame más que la mía, ni siquiera, con todo respeto, la suya. —Se sumerge de nuevo. —¿Por qué no era de fiar? Suspira de nuevo. —Vaya. Usted es de los que fija su atención solo en ese punto. —¿Eso está mal? —Solo le contestaré las preguntas que sean para mí. Se queda viéndome un momento. —Entonces, la reacción de esa niña fue diferente a lo que esperaba: se dejó llevar por una distracción que ni ella misma veía venir, una que la obligó a ignorarme y perderse en su estornudo. —Pausa para sumergirse—. Si le sirve de algo, me parece desagradable estornudar, es como una mala broma que se quiere evidenciar. Pero justo mi cara se cubre del estornudo de esa niña que, tan desapegada como pudo, salió corriendo luego del incidente. No tenía mecanismo alguno para saber qué hacer, por lo que solo me sumergí de nuevo y continué mis ganas de conversar con Olivia… Quien continuó con


Marco, quien continuó con Cecilia, quien continuó con Pamela y, bueno, sabemos lo que significó, ¿no? —Sí. —No en realidad. —Sí. Se fue propagando sin notarlo, pero afectó evidentemente. Cuando el número de peces con malestar fue alarmante, revisaron las cámaras de seguridad y llegaron a mí. Al inicio no fue más que una reprensión que aseguraba mi inocencia, pero, cuando todos los peces comenzaron a verse afectados, excepto yo, tomaron la decisión que nos conduce a este mismo punto. —Pausa para sumergirse—. La verdad, me hace falta hablar sin compromiso. Preguntaría todo lo que no entiendo, pero prefiero permanecer en silencio, observando cómo Cristóbal parece tener suficiente material para todo un monólogo. —Es que usted no lo ve así, ¿verdad? Es triste, como si viniera a decirme: «Vengo en nombre de», y luego no dice de quién, espera que lo asuma para poder gritar: «¿Cómo sabe quién me envió, si nunca lo dije? ¡Ja! ¡Lo tengo!». Así de simple es


su juego, de predecibles sus maniobras y de egoísta su triunfo, no veo sentido en improvisar una conversación cuando usted ya ha planeado sus palabras y las mías. —Pausa para sumergirse—. Lo lamento, pero tengo que decirle que traer un pastelito a la escena no le brinda espontaneidad. Es entonces cuando la persona en el traje de protección abre la puerta, nota mi presencia e inmediatamente se acerca a cuestionarme. Me toma del brazo y me aleja con brusquedad del estanque, obligándome a caminar hasta la puerta. Volteo para ver que Cristóbal se ha vuelto a sumergir en el agua, esta vez no parece una pausa. Bajamos hasta el primer piso, mientras me repite el peligro al que había sido expuesto, donde están los demás chalecos escandalosos y tres de personas de traje elegante. Me piden que cuente todo. Termino mi dona y comienzo. —No, ese no es el pez con el que hablé. El Cristóbal que conocí solo lloraba y pedía perdón cada vez que terminaba una frase— dice una de las personas de traje. —Exacto, así como a mí se me presentó un


entusiasta que solo evadía el tema para burlarse de mi atuendo —se pronuncia otra persona de traje—. Y a usted un desapegado de la vida. —En efecto —dice la última persona de traje. Parece que mi aporte fue valioso y poco confiable a la vez; no revelé nueva información, solo otra forma de entregarla. Y eso ya parece ser suficientemente común. —Bueno, mejor váyase —me dice la persona en el traje de protección—. E infórmeme cualquier síntoma. —¿Dónde lo encuentro? —Algo me dice que estaré un buen tiempo por aquí. Me alejo y veo cómo lleva sus manos a su cabeza a modo de frustración; está molesto por tener sus manos vacías. Y yo igual, porque ahora no tiene sentido terminar un batido que no cumple la función de refrescar entre mordiscos.



Libro Recibo

212

NDENCIA

CORRESPO

$2

48

BO

RECIBIDO POR

No alcancé a fijarme en quién se sentó a mi lado o en lo que veía por la ventana; ya pasaron treinta minutos desde que subí al bus y solo necesitaba permanecer diez. Me apresuro a bajar, sin pensar en dónde estoy o si convendría más esperar un poco y llegar a una zona que conozca mejor. Este barrio se siente diferente por pura sugestión, porque en realidad no sucede nada inusual, solo desconozco mi ubicación por más que comprenda las direcciones. Folio

}


TAVOS

A POR CEN

nce No.

20

CO LOM BIA

calle

OGOTÁ

12

30 23 123023

HONO. hi Lo cual no ayuda al objetivo principal de mi viaje: encontrar un restaurante antes de las tres de la tarde. Comienzo a caminar por varias calles, buscando lugares que parezcan sentirse orgullosos de su comida, pero solo encuentro algunas tiendas que parecen limitar su comida fresca a verduras oxidadas. Decido darle la oportunidad a una de ellas, y el hombre que atiendeme lanza una tarjeta de su negocio, luego sonríe y se queda esperando algo, mirándome confundido, y yo solo salgo de la tienda sin mirarlo de nuevo. Me inquieta aún más, porque


ahora solo puedo ser más exigente con el siguiente lugar que visitaré. Luego de descalificar más establecimientos, llego a una esquina donde parece haber una fila, me asomo para observar qué esperan las personas, y descubro un lugar con un letrero que dice: «menú especial por el 15 de abril». Es una conclusión cómoda, y desesperada, quedarme en la fila de tres personas. Llega un joven, se acerca a alguien de la fila y le arroja una caja de chicles, la persona la atrapa, le arroja una bufanda y el joven la atrapa. Guardan cada cosa en sus respectivas maletas, el joven se une a la fila y comienzan a conversar casualmente. Ahora avanza la fila, alcanzo a entrar y justo detienen a las personas que estaban detrás. Me acomodo en la primera mesa que veo y espero. Un camarero atiende a dos jóvenes sentadas frente a mí, les lanza suavemente una bolsa con cubiertos a cada una y ellas responden lanzando un trozo de papel. —¿Desean ordenar el menú especial o ver la carta?


—Menú especial —contesta una de las jóvenes. —¿Naranja o mandarina? —Naranja. —¿Y como acompañamiento? —Trufas, por favor. —Con gusto—. Guarda el papel donde anotó la orden. —Gracias. Ahora el camarero llega a mi mesa, me lanza la bolsa de cubiertos y la atrapo. —Muy amable —le digo. Levanta las cejas y se queda observándome un momento. —¿Qué desea ordenar? —dice con un tono ligeramente menos amable. —Menú especial, por favor. —¿Naranja o mandarina? —Naranja. Y de acompañamiento —la única respuesta que conozco suena bien—, trufas. —Recuerde que tiene diez minutos para que su pareja llegue, o le daremos la mesa a alguien más. —Sí, está cerca —respondo por instinto, sin


saber de qué me habla. —Bien. Y se retira de la mesa, yendo directamente hacia la cocina. Falta un cuarto para los dos de la tarde, creo que alcanzo a almorzar antes de admitir que no hay pareja alguna en camino. El camarero regresa con dos bandejas, cada una con dos vasos de jugo de naranja, un plato de trufas, un vaso de color rojo y un pequeño frasco que parece contener polvo de algo. Deja una sobre mi mesa y otra sobre la mesa de las jóvenes. —Cúbrete los ojos —dice una de ellas, casi sin poder controlar su risa—. Ahora date la vuelta. La otra joven cubre sus ojos y se levanta de la mesa dándole la espalda, también riendo, mientras que su amiga destapa el frasco y elige uno de los vasos para dejar caer algo de polvo. El jugo se torna ligeramente más oscuro, ella lo sacude un poco y retoma su color inicial. Intercambia los vasos un


par de veces y los deja sobre la mesa. —Listo, date la vuelta otra vez. —¿Qué tan predecible vas a ser en esta ocasión? Ambas se ríen, extienden la broma de «lo que pueda pasar esta vez», diciendo que pueden dar sorpresas de vez en cuando, y parece comenzar la actividad. —Entonces, ya sabes, un vaso tiene arsénico. — Dirige una sonrisa pícara a la otra joven—. ¿Cuál crees que es? —A ver. —Comienza a observarlos atentamente—. Soy diestra, ¿no? Sería fácil que tomara este, pero tú no lo harías fácil. —Sí... —Aunque, últimamente he estado intentando escribir con mi mano izquierda y lo sabes, ¿acaso vas a ayudarme a practicar? —¿Tú crees? —se ríe. —Yo creo que eres tan comprensiva que me ayudarás a practicar, pero no te haré caso. —De pronto esta vez no. —Sabes que confío en tu amabilidad y no te


arriesgarías a que... —Con su dedo finge cortar su garganta. —¿Cómo crees? —Finge indignación, mientras oculta una risa. —Entonces, también sabes que puedo dudar de esta forma, ¿no? Que haré un recorrido como «derecho, izquierdo, derecho, izquierdo». —¿No tomarás ninguno? —Entonces, tú y tu psicología inversa me harán elegir por frustración. —¡Yo y mi psicología inversa! —Sí. —Sacude su cabeza y ríe—. Por frustración me iría por el derecho. —Seguro... —Espera, ¿lo sabes, no? —¿Sé algo? —Perfecto. —Levanta su mano izquierda. La otra joven se voltea, mientras su amiga se toma el jugo del vaso izquierdo. Espera unos segundos y avisa que terminó el jugo. La otra joven se gira, permanece con una expresión de seriedad inmutable, traga saliva exageradamente y se rinde


a la carcajada que estaba conteniendo. —¡Un día! ¡Ya verás! —Tienes que conocerme peor —dice mientras vierte el otro jugo en el vaso rojo. Continúan hablando como si de un tema de conversación más se tratara, sin asegurarse de que se hizo una buena elección o de que el arsénico no está sobre las trufas que están comiendo. Dejan pasar todo lo demás y se sumergen en cuantos asuntos puedan discutir. Llega el camarero y revisa el vaso rojo. —¡Feliz 15 de abril! ¿Me permiten su tarjeta? —Seguro. —Una de ellas le entrega una tarjeta con tres puntos verdes. —Muy bien, ya están a un punto de su cena de cortesía. —Marca otro punto verde en la tarjeta y se la entrega de nuevo. —¡Sí! Gracias. Se retira y llega a mi mesa. —Señor, ya pasaron sus diez minutos. —Tiene razón. Me levanto rápidamente y voy a salir del lugar,


pero el camarero me detiene y dice que debo pagar, así no vaya a consumir mi orden. Me entrega una factura y me lleva a la caja, donde quien atiende me lanza una tarjeta del restaurante. Pienso un momento y comprendo, entonces le lanzo la factura y sonríe. —¿Cómo estuvo todo? —Bien. —Qué bueno. De todo el barrio, este es el mejor lugar para celebrar esta fecha, ¿no cree? —Sí, claro, ¿usted cómo la celebra? —Yo prefiero con mandarina y pan de ajo, me ayuda a pensarlo mejor. Termino de pagar y salgo a la calle de nuevo, solo busco regresar a lo que conozco de la forma en que lo aprendí a conocer. Regreso a la estación donde me dejó el bus, veo a una mujer esperando, me acerco y le lanzo una moneda, la atrapa y saca una menta de una caja, me la lanza y la atrapo. —¿Sabe cómo llegar al centro? —le pregunto. —¡Claro! El siguiente que le sirve llega en unos cinco minutos —Gracias.


Me quedo esperando junto a ella, se detiene un bus y me dice que ese es el que necesito, le agradezco nuevamente y subo. En el último escalón le arrojo dos mil pesos al conductor, quien se ríe. —Para usted también. —Voltea y me sonríe. —Quédese con las vueltas.


1

Es la llegada a un lugar lo que termina siendo un descubrimiento; de barcos que llegaron al continente porque alguien se estiró tanto los párpados por desespero que le dio la vuelta al mundo, o de una visita tan humana como «accidental».




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.