Entre el compromiso y la indiferencia: gremialismo y universidad Columna publicada en El Puclítico, 29 de Mayo de 2012 La doctrina gremialista, aplicada a la universidad, suele ser mal interpretada y descrita como egoísta; se la asocia con la idea de que el rol del estudiante universitario exige permanecer totalmente ajeno a los asuntos que ocupan al país: a la política, a la pobreza, a todo lo que involucre lo extra-académico. Esta interpretación, sin embargo, se basa en la falacia del “hombre de paja”, es decir, la simplificación burda y exagerada de una tesis o un argumento, que a continuación es refutado con una facilidad extraordinaria. Esto permite al autor del “hombre de paja” dar por resuelta una disputa, sin haber discutido realmente el fondo del asunto. La participación de los estudiantes universitarios en la vida social se suele plantear como una dicotomía entre dos caminos opuestos e irreconciliables, que llamaremos “compromiso” e “indiferencia”. Consideramos que el rol del universitario debe ser entendido como un término medio entre estas dos posiciones extremas, excesivas y perjudiciales. La posición comprometida se caracteriza por ser tremendamente sensible e inconforme frente a condiciones de la vida material o espiritual que se consideran injustas; y en razón de la gravedad de sus preocupaciones, quien la ostenta no duda en subordinar e instrumentalizar la representación estudiantil y a la universidad (por ejemplo, mediante paros y tomas) para tratar de aliviarlas o cambiarlas. Por la misma razón, todas las instituciones que se crucen en su camino deben ser hechas a un lado: el sentido de urgencia que imprime a su tarea le exige situarse por encima de ellas, las cuales ve como meros obstáculos en la consecución de sus fines. Adicionalmente, desconfía de ellas, pues serían obra de los “dinosaurios de la política” y de minorías controladoras y egoístas (las “élites económicas”), que las diseñan exclusivamente para proteger su poder y sus beneficios. A esta posición adhiere la Nueva Acción Universitaria. Por el contrario, la indiferencia es el extremo con que comúnmente se caricaturiza al gremialismo: los universitarios no deben dedicarse a nada que trascienda el ámbito de lo estrictamente universitario, por cuanto los fines propios de los distintos cuerpos intermedios o instituciones –como un Centro de Alumnos o la misma universidad– deben ser respetados y no confundidos con los de otros. Así, utilizando la premisa gremialista que defiende la “no instrumentalización” de los cuerpos intermedios (vale decir, que los fines de estos no deben ser subordinados a los de entidades distintas) se pretende inferir que la universidad no debe relacionarse en absoluto con
ningún asunto político, social o económico. Pero el error aquí radica en que el fin específicamente propio de la universidad no exige tal “indiferencia”, ni a los estudiantes ni a la universidad en cuanto institución. ¿De qué modo es esto posible? El problema de la postura indiferente consiste en confundir, como se ha dicho en otras ocasiones, el “despolitizar” instituciones o cuerpos intermedios con el “despolitizar” personas. La universidad, en cuanto institución, no puede dedicarse a la labor propia de un partido o movimiento político-partidista y participar activamente como agente. Pero la praxis no puede estar exenta de reflexión, que la precede; y la reflexión constituye parte del fin propiamente universitario. Se sigue así que al universitario corresponde reflexionar, discutir y preocuparse de los problemas de su país; sin acarrear a la universidad en su camino. La universidad nunca se constituye como agente y opera como uno, porque ello excede su finalidad propia; pero parte de su finalidad es la formación de buenos ciudadanos, los que sí inciden en la vida “práctica” (votan, ocupan cargos públicos, opinan y argumentan en los medios de comunicación, etc.). Parte del rol de la universidad es contribuir a este fin, del modo que hemos descrito, sin operar jamás ella como agente en el ámbito político o social. En pocas palabras, esta posición, usualmente calificada de “egoísta”, confunde el respeto por los fines de los cuerpos intermedios con una actitud despreocupada por el bien de los demás. Sin distinción y separación de ámbitos no podrá darse el espacio adecuado para la deliberación sobre el bien común. Toda actitud que no distinga estos planos lleva, irremediablemente, a una teoría y a una práctica totalitarias que identifican la integridad de la vida social con la política, convirtiendo todos los espacios públicos y privados en lugares aptos para los asuntos partidistas, y nunca para la reflexión, la que es siempre anterior a la praxis, y siempre necesaria para ella. Por el contrario, la postura comprometida, yerra al incurrir en un falso altruismo, en pretender –con vanidad atroz– que los universitarios están perfectamente capacitados para hacerse cargo de un país completo y que ni las instituciones ni los derechos ajenos pueden frenarlos. Pero esa no es su mayor debilidad: instrumentalizar a la universidad por realizar mis causas particulares es prohibir a los demás que alcancen sus fines propios por medio de ella, porque es quererla solo para mí. La universidad, por su apertura intrínseca a la discusión, el saber y la verdad, no restringe los fines a los que pueden aspirar sus estudiantes; al contrario, los diversifica y enriquece. Pero una institución que disuelva los fines de sus estudiantes en aquellos que la federación de turno juzga sacrosantos difícilmente puede ser universitaria. Así, este pretendido desapego resulta ser tan egoísta como su posición contraria. Por supuesto, nadie es altruista full-time, y es fácil ser comprometido con los bienes y libertades de los demás.
El mérito del gremialismo radica en no tener que adoptar ninguna de estas posiciones. Es capaz de incorporar al fin específicamente universitario –por medio de la reflexión– los problemas que aquejan a nuestro país y, al mismo tiempo, de no obligar a la universidad a tomar partido frente a los conflictos que acarrea la vida social, y no constituirla como agente de cambio político. El “compromiso” y la “indiferencia” son modelos igualmente egoístas, y la universidad siempre se encontrará tensionada y amenazada por ambos. La praxis exige la reflexión. El costo de renunciar a la función específicamente universitaria, de diluirla en un sinfín de movimientos y pretendidos procesos de transformación social, será contar con una ciudadanía y una universidad más dispuestas a hacer frente a todo problema social, pero menos capaces de solucionarlos. Estarán dotadas de una inmensa voluntad de cambio social, pero de una voluntad vacía. Serán más comprometidas y más indiferentes a la vez. Darinka Barrueto J. Santiago Ortúzar L. Derecho Columnistas MG