COMENTARIO DE UN POEMA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
El viento se ha llevado las nubes de tristeza; El verdor del jardín es un fresco tesoro; Los pájaros han vuelto detrás de la belleza Y del ocaso claro surje un verjel de oro. ¡Inflámame, poniente: hazme perfume y llama; - ¡que mi corazón sea igual que tú , poniente! – descubre en mí lo eterno, lo que arde, lo que ama, ... y el viento del olvido se lleve lo doliente ! Juan Ramón Jiménez, La soledad sonora, (1908). Juan R. Jiménez (1881-1958) es un poeta muy autoexigente que se declara en estado de transición permanente, por eso tiende a buscar nuevas formas poéticas constantemente. Su obra poética suele estudiarse en diferentes etapas. 1. La primera etapa arranca en 1900 y se alarga hasta 1916. Es la etapa de búsqueda de la Belleza sensorial. Esta etapa, por ser muy extensa y variada, suele, a su vez dividirse en varios periodos: •
Un primer periodo de marcado carácter modernista estaría comprendido por sus dos primeros libros publicados, Ninfeas y Almas de violeta, dos libros de los que JRJ abjuraría más tarde (por eso no incluye ninguno de los poemas de estos libros en la Segunda antología poética, que recoge lo mejor de su producción hasta 1918).
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Un segundo periodo incluiría sus libros escritos hasta 1906 (libros como Arias tristes) y se caracterizaría por una heterogeneidad de influencias que irían desde el romanticismo de Bécquer, al modernismo de Rubén Darío, pasando por el simbolismo. Este segundo periodo coincide prácticamente con el de su largo retiro en Moguer (entre 1906 y 1912). Es un periodo muy fértil y muy variado de búsqueda de su propia voz poética. El último periodo de la primera etapa se caracterizaría por su depuración.
Las formas empleadas en esta primera etapa son muy variadas: el romance lírico, serventesios de tridecasílabos o de alejandrinos, sonetos, prosa poética (Platero y yo), etc.
II. Después vendría una segunda etapa (1916-1936) que se caracteriza por su intelectualismo (la etapa propiamente novecentista, la de la poesía pura), que se inicia con Diario de un poeta recién casado. La búsqueda de la belleza —accesible sólo desde la inteligencia— está unida en este caso a un proceso de abstracción (se prescinde de las circunstancias espacio-temporales). Formalmente esta segunda etapa está dominada por el uso del verso libre. Libros de esta etapa son: Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919), La estación total, etc. III. Y por último, la etapa de la poesía suficiente o verdadera, desarrollada en el exilio americano (1936-1958), que se caracteriza por el ansia de eternidad. Títulos de esta época: En el otro costado, Dios deseado y deseante, etc.
El poema cuyo primer verso reza “El viento se ha llevado las nubes de tristeza;” pertenece a la primera etapa, a la de búsqueda de una Belleza de tipo sensorial y, dentro de esa etapa, al peri odo de Moguer, pues La soledad sonora, libro en el que se incluye, se escribió en 1908. El título del libro está tomado del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, poeta que ejerció en fuerte influjo en JRJ en determinados momentos de su obra. El libro está compuesto por tres secciones: “La soledad sonora”, “La flauta y el arroyo” y “Rosas mustias de cada día”. El poema que comentamos pertenece a la primera de las secciones citadas. En los años de Moguer JRJ vuelve a beber de las fuentes del Modernismo, formal y temáticamente. Aquí, por ejemplo, se nota el empleo del verso alejandrino y de la rima consonante (JRJ había empleado el alejandrino en sus dos primeros libros, pero luego había preferido otros versos más corrientes). El alejandrino le sirve ahora para marcar un tono elevado, severo, alejado del tono más espontáneo y familiar propio del octosílabo que había dominado hasta ahora su poesía. El lenguaje, sin llegar a las fastuosidades del Modernismo más pomposo, también se caracteriza por su origen más cultista: ocaso, vergel, poniente, lo doliente, etc. El tema de la búsqueda de la espiritualidad a través de la belleza sensorial recorre la obra de JRJ en su primera etapa. Aquí se percibe el ansia de espiritualidad plasmada en esa imprecación al poniente, en ese deseo ardiente de sufrir una transformación personal capaz de superar para siempre las inclinaciones más morbosas y románticas. JRJ, que al final de su vida reconocería explícitamente la profunda unidad de toda su poesía, pues en todas sus etapas habría buscado facetas de la misma realidad espiritual (Dios), parece aquí anhelar un deseo místico de identificación con la fuerza sobrenatural del poniente. Ese anhelo no está contemplado como una experiencia sufriente o dañina, sino, sobre todo, como una experiencia feliz. En cuanto a la métrica, el poema está formado por ocho versos alejandrinos ordenados en forma de dos serventesios de rima consonante, con esta disposición: 14 A 14 B 14 A 14 B /// 14 C 14 D 14 C 14 D. Una particularidad métrica en el cuarto verso presenta un caso de hiato muy habitual en Juan Ramón Jiménez, pero infrecuente en otros autores menos formalistas (como Machado, por ejemplo): no se produce sinalefa entre de y oro por ser la vocal inicial de esta última palabra una vocal tónica. Por lo que respecta a la estructura, cada uno de los serventesios se corresponde con una parte del contenido: 1. en la primera parte se emplea la modalidad enunciativa para describir un paisaje; 2. en la segunda, el sujeto poético emplea la modalidad exclamativa para dirigir un apóstrofe al poniente. El cambio de modalidad está perfectamente justificado: se pasa de un tono declarativo, propio de la observación, a otro más entusiasta y fervoroso, propio de la petición. Un análisis de los recursos formales permite comprobar de inicio que el poema empieza describiendo un cielo despejado. A las nubes que el viento ha arrastrado se las llama ahora nubes de tristeza, es decir, se emplea la hipálage, figura recurrente en JRJ, pues la tristeza se ha desplazado desde el sujeto a la causa de su tristeza (las nubes). Conviene resaltar que, aquí, la tristeza no está considerada como un estado de ánimo positivo, como podía ocurrir en los poemas de tipo romántico o simbólico, sino todo lo contrario. Las nubes se ven en este caso como algo desdeñoso, pues impiden gozar con plenitud de la puesta de sol (enturbian el paisaje). El jardín parece ahora más limpio y más fresco, por lo que se equipara metafóricamente con un tesoro (para el poeta las mayores riquezas radican no en el dinero sino en la belleza natural). Que los pájaros (v. 3) hayan vuelto al jardín significa que mientras llovía habían estado guarecidos; al volver los pájaros (que representan en este caso la música natural), el jardín parece recuperar todo su esplendor, pues la belleza para el JRJ de 1908 se logra con la conjunción de todos los sentidos, no sólo mediante la vista. El esplendor del jardín tiene su correspondencia simbólica en el vergel de oro que florece en el horizonte (el resplandor del
sol se equipara a un paraíso dorado). En la segunda estrofa, el yo poético expresa su petición al poniente: quiere arder, ser perfume y llama. Es decir, quiere igualarse a la belleza del atardecer, tener sus mismas propiedades sensoriales. Sólo así, su alma, que es eterna, que aspira a lo más alto, a lo absoluto —y por eso se dice de ella que arde y ama—, aparecerá al descubierto. Todo esto presupone que el alma está dormida y que sólo se descubre o se despierta ante la belleza (en este caso, la propiciada por circunstancias naturales como las descritas en los primeros verso). Este despertar de la belleza acarreará un nuevo efecto: la desaparición de aquello que le hace sufrir al sujeto. La belleza tiene, pues, un efecto espiritual y también terapéutico. Aunque en este poema la noción de belleza proceda del Modernismo (es una belleza perceptible mediante los sentidos, pues nace de un paisaje colorista, perfumado y sonoro), conviene resaltar algunos matices que lo particularizan. En primer lugar se desechan nociones románticas y simbolistas: el yo poético celebra la desaparición de “las nubes de tristeza” y desea la aniquilación de lo doliente, lo que un poeta romántico nunca haría. Asimismo, el atardecer no está aquí asociado a una visión morbosa de la propia vida: al contrario que en el simbolismo el poeta no ve ahora en el atardecer un presagio de su propia muerte, sino una ocasión para revivir, para transformarse en otro ser mejorado. En cambio, el no limitarse a la contemplación de la belleza, sino pretender confundirse con ella (“hazme perfume y llama”) nos hace pensar en un Modernismo de fuerte impregnación mística (no olvidemos, al fin y al cabo, que el título del libro procede de un místico, San Juan de la Cruz), aunque más que de unión con la divinidad aquí se trata de fusión con la naturaleza. En definitiva, según lo dicho, este poema nos sitúa ante un momento crucial de la evolución de JRJ: parece querer desprenderse de sus influjos románticos y simbolistas, y acepta cierta influencia modernista pero quiere profundizar al mismo tiempo en un cierto misticismo cósmico.
FUENTES Y ENLACES DE INTERÉS: http://skrunts.org/jimenez/jimenez_es_ru_2.html#037
http://elpuig.xeill.net/Members/fgallar3/poemas/Comentarios/juan-ramon-jimenez
http://www.poesia-inter.net/indexjrj.htm